Lección 3. La Iglesia Apostólica y Post-Apostólica (Siglos I y II)
Lección 3. La Iglesia Apostólica y Post-Apostólica (Siglos I y II)
Lección 3. La Iglesia Apostólica y Post-Apostólica (Siglos I y II)
Lecturas complementarias:
— R. MINNERATH, “La position de l'Eglise de Rome aux trois premiers siècles”, en M. MACCARRONE (cur.),
Il primato del vescovo di Roma nel primo millennio. Ricerche e testimonianze, Libreria Editrice Vaticana,
Vaticano 1991, 139-171.
— K. SCHATZ, El primado del papa. Su historia desde los orígenes hasta nuestros días, Sal Terrae,
Santander 1996, 23-37.
— R. TREVIJANO, Orígenes del cristianismo. El trasfondo judío del cristianismo primitivo, UPSA,
Salamanca 1996, 387-392.
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Nicolás Álvarez de las Asturias
1
Cf. J. DANIÉLOU, Teología del judeocristianismo, Cristiandad, Madrid 2004; ID., Mensaje evangélico y
cultura helenística. Siglos II y III, Cristiandad, Madrid 2002; e ID., Los orígenes del cristianismo latino,
Cristiandad, Madrid 2006
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Lecciones de Historia de la Iglesia Antigua
“Lo propio de esta teología judeocristiana es que se expresa en el marco del pensamiento judío
de la época, es decir, en género apocalíptico... La esencia de la fe cristiana es afirmar que solo
Jesucristo ha penetrado más allá del velo y que solo él ha abierto los sellos del libro sellado. Pero
esta afirmación la teología cristiana la desarrolla por medio de categorías que eran de la
apocalíptica”2.
2
DANIÉLOU, Teología del judeocristianismo, 12.
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Nicolás Álvarez de las Asturias
3
Cf. J. J. AYÁN, ‘Ordenamientos disciplinares de la Iglesia Antigua (colecciones Pseudo-Apostólicas)’, en
J. OTADUY - A. VIANA - J. SEDANO (dir.), Diccionario general del derecho canónico, vol. V, Aranzadi,
Pamplona 2012, 791-793.
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Lecciones de Historia de la Iglesia Antigua
En primer lugar, el Bautismo como una realidad que, para ser recibida, necesita
de una catequesis previa de contenido tanto dogmático/doctrinal como moral. La
existencia desde el principio en la insistencia de esta catequesis previa pone de manifiesto
dos convicciones originarias: primero, que la oferta cristiana se dirige tanto a la
inteligencia como a la voluntad; y segundo que exige por parte del hombre una respuesta
libre y comprometida, puesto que comporta la conversión. La catequesis moral unida a la
doctrinal (desde el comienzo se exhorta: «convertíos y creed») comportan una repuesta
libre en términos de conversión. La fuerza de la gracia recibida y la radicalidad con la
que debe ser acogida, caracterizarán la catequesis y la reflexión teológica sobre el
Bautismo en estos primeros siglos.
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Nicolás Álvarez de las Asturias
hasta en sus términos las oraciones judías, tenemos en el Maranatha un elemento específicamente
cristiano de las oraciones litúrgicas primitivas, es decir, una conexión muy estrecha con la
resurrección de Cristo que se festejaba cada domingo; debido a que en un domingo Cristo se había
aparecido a los discípulos durante una comida, se le pedía que volviese a aparecer en el momento
de la Cena… Y como esta presencia espiritual de Cristo en su Iglesia es la prenda de su regreso
al final de los tiempos, esta antigua oración es, a la vez, recuerdo de su aparición el día de su
resurrección, llamada para que se renueve en el momento de la Santa Cena y anuncio de la parusía
final, que debe también hacerse en el marco del banquete mesiánico.”4
(iii). La oración. En un principio la oración debía hacerse tres veces al día, como
los esenios y también partir la noche. Una característica particular era la orientación, ya
que los primeros cristianos rezaban siempre mirando a Oriente, Daniélou encuentra su
sentido original en una lectura cristológica de algunas afirmaciones del Antiguo
Testamento (Gn 2, 8; Ez 43, 1-5; Ez 47, 1-2; Zac 14,4, por ejemplo) y en algunas palabras
explícitas de Cristo (Mt 24, 27; Lc 1, 78; Hch 1,11, etc.). El Padrenuestro cobrará desde
el principio una importancia fundamental en la oración cristiana.
4
O. CULLMANN, Le culte dans l’Église primitive, Paris 1945, 12-13, cit. por DANIÉLOU, Teología del
judeocristianismo, 433-434
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Lecciones de Historia de la Iglesia Antigua
Una de las características más sorprendentes del cristianismo desde sus orígenes
es su constante expansión. Algunos estudiosos la han cifrado de un crecimiento del 40%
cada década, si se toma por cierto que a comienzos del siglo IV entre 8 y el 12% de la
población del Imperio romano era cristiana. La pregunta por las causas puede plantearse
de muchos modos y nos acompañará a lo largo de las siguientes lecciones. En este
epígrafe se señalarán tan solo algunos elementos que ayuden a formarse una visión crítica
con los datos de que disponemos.
En primer lugar y más que nunca, ayuda distinguir entre fuentes y narrativa. Es
un hecho que disponemos de pocos datos de los primeros tiempos cuya credibilidad
histórica pueda asegurarse de modo completo. Por ello, un camino para explicar el hecho
de la difusión del cristianismo en tantos lugares ha sido el de narrarlo partiendo, bien de
la situación posterior, bien de convicciones teológicas o “estratégicas” que permitieran
explicar la realidad de un modo conveniente. Discernir qué hay de verdad y qué hay de
reconstrucción interesada es una de las tareas más importantes de los historiadores de este
periodo, partiendo de la base de que es muy difícil llegar a afirmaciones incontrovertibles.
En cualquier caso, sí deben conocerse al menos dos caminos de los que dispone
el historiador, así como una cautela metodológica que debe tener. Los caminos son 1) el
recurso a los testimonios de la arqueología por una parte, 2) y el de la verificación de la
antigüedad real de las noticias acerca de hechos concretos que nos transmiten algunas
fuentes cristianas, por otra. Así, por ejemplo, la presencia del sepulcro de Pedro en Roma
(dato arqueológico) y la antigüedad y pluralidad de testimonios acerca de su presencia y
martirio en Roma, dan una consistencia plena a la veracidad de este hecho histórico. La
cautela es no dar un peso absoluto al argumento del silencio de las fuentes, toda vez que
las fuentes conservadas son escasas y, en ocasiones, parciales.
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Nicolás Álvarez de las Asturias
La obra evangelizadora de san Pablo es, sin duda, la más conocida por el Nuevo
Testamento, en el que también encontramos algunos elementos para conocer la acción de
Pedro y de Juan.
Por lo que respecta a Juan, su traslado a Éfeso, junto con la Virgen María, debe
tenerse por cierto. Del mismo modo que su acción evangelizadora en Asia Menor,
siempre desde Éfeso, muriendo a finales del siglo I. Otros relatos acerca del final de su
vida gozan de menor certeza.
Para el resto de los Apóstoles, si dejamos de lado los relatos más insostenibles de
algunos evangelios apócrifos, contamos con la afirmación de Orígenes, transmitida por
Eusebio de Cesarea, según la cual “a Tomás se le asignó, según la tradición, el país de los
Partos; a Andrés, Escitia; a Juan, Asia”. Por su parte, Rufino, añadió a este pasaje “a
Mateo se le asignó la región de Etiopía, y a Bartolomé la India del Este”. Otros
testimonios hablan de la predicación de Tomás en la India, donde se venera su sepulcro.
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Lecciones de Historia de la Iglesia Antigua
Manuel Sotomayor, uno de los mayores estudiosos del origen del cristianismo en
España, parte de la siguiente afirmación:
“La Iglesia en España no hay que considerarla como una Iglesia importada desde fuera,
como algo ya definido y hecho, sino como una comunión de iglesias o comunidades que van
surgiendo y desarrollándose a partir de una múltiple predicación y ejemplo de diversos elementos
cristianos que van llegando a los puntos más diversos de la Península.”7
(i) La predicación del apóstol Santiago. Se objeta el silencio de las fuentes hasta
muy tarde y la dificultad (no imposibilidad) cronológica. La presencia de su
sepulcro en Compostela es una cuestión relacionada pero no idéntica. En
cualquier caso, la altísima probabilidad de que sea su verdadero sepulcro, a
la luz de los últimos estudios arqueológicos, dota de mayor consistencia a la
tradición acerca de su predicación en España, despojando de carácter absoluto
al argumento del silencio de las fuentes.
5
Cf. ÁLVAREZ GÓMEZ, 67-68.
6
Cf. Ibid., 71-84.
7
M. SOTOMAYOR, “La Iglesia en la España Romana”, en R. Gª-VILLOSLADA (dir.), Historia de la Iglesia
en España, vol. 1, BAC, Madrid 1979, 13.
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Nicolás Álvarez de las Asturias
(iv) Otros datos, relacionan la primitiva Iglesia española con la Iglesia africana.
Por una parte, nos encontramos con testimonios de la preocupación de la
Iglesia de África por la situación de la Iglesia en España; por otra, algunas
características de la teología hispana posterior sólo se entienden como una
pervivencia de la teología del norte de África en nuestro suelo.
Así, la primera epístola de Clemente a los corintios (nn. 42 y 44) refleja que la
sucesión apostólica procede en última instancia de Dios mismo: el Padre envió a
Jesucristo, este a su vez a los apóstoles y estos enviaron a las primeras autoridades de las
comunidades, estableciendo que a ellos les sucedieran hombres dignos.
8
Parte de lo que sigue está tomado literalmente de ÁLVAREZ DE LAS ASTURIAS – SEDANO, 59.
9
Cf. R. MINNERATH, “La position de l'Eglise de Rome aux trois premiers siècles”, en M. MACCARRONE
(cur.), Il primato del vescovo di Roma nel primo millennio. Ricerche e testimonianze, Librería Editrice
Vaticana, Vaticano 1991, 139-171.
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Lecciones de Historia de la Iglesia Antigua
Los obispos ya están establecidos por los confines de la tierra; se debe obediencia al obispo como
a Jesucristo y al presbiterio como a los apóstoles (vid. especialmente las Epístolas a los efesios, a los
magnesios y a los tralianos, así como la Epístola de Policarpo a los filipenses).
10
Cf. R. TREVIJANO, Orígenes del cristianismo. El trasfondo judío del cristianismo primitivo, Publicaciones
de la UPSA, Salamanca 1996, 382-392.
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Nicolás Álvarez de las Asturias
(i) La relación entre ministerio recibido y santidad personal del que lo recibe.
(ii) La necesidad de la Iglesia de protegerse contra un mal obispo y, sobre
todo, contra un obispo hereje. Por ello, el afianzamiento del episcopado
monárquico implica, a la vez, la consolidación de una estructura
conciliar/sinodal de la Iglesia, como instancia superior para resolver este
problema tan grave.
(iii) Los límites de la potestad del obispo, que debe estar circunscrita a su
propia comunidad.
(iv) La distribución de tareas y la consiguiente reflexión teológica sobre el
episcopado, el presbiterado y el diaconado.
3. Depósito de la fe y regla de la fe
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Lecciones de Historia de la Iglesia Antigua
11
Cf. ÁLVAREZ GÓMEZ, 203-208. Estas corrientes heterodoxas serán objeto de estudio en profundidad tanto
en Cristología como en Patrología.
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Nicolás Álvarez de las Asturias
primera de envergadura que debió afrontar el cristianismo, como testimonia, por ejemplo,
la Primera Carta de Juan (1 Jn) y, sobre todo, la obra de san Ireneo de Lyon.
3.2. Símbolos de fe
Entre los símbolos de este periodo destaca el Símbolo de los Apóstoles, de gran
importancia tanto por la fijación de verdades como por su atribución a los Apóstoles. En
efecto, la atribución apostólica indica la conciencia que la Iglesia tiene de que, al ser ella
misma apostólica, atribuirle algo a ellos es signo de máxima autoridad. El relato posterior
—no histórico— de cómo se habría compuesto este Símbolo es ilustrativo de su
importancia para la Iglesia primitiva:
“Así que, encontrándose a punto de despedirse unos de otros, lo primero que hicieron fue
establecer una norma común para su futura predicación, de modo que cuando no pudieran
encontrarse, por las distancias a que se hallarían, no dieran doctrinas diferentes a los pueblos que
invitaban a creer en Cristo. Así que se reunieron en un lugar determinado y, llenos como estaban
del Espíritu Santo, redactaron, como hemos dicho, el breve compendio de su predicación futura,
aportando cada uno lo que consideraba conveniente. Y todos determinaron que había que
considerar ese compendio como norma doctrinal para los creyentes” (Tiranio Rufino, Comm. in
symb. apost. 2; ca. 404).
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Lecciones de Historia de la Iglesia Antigua
4. Vínculos de comunión12
De esta manera, aunque había muchas comunidades, existía una sola Iglesia (Mt
16, 18) en torno a “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef 4, 5), como lo
expresan diversas imágenes neotestamentarias como Templo de Dios (1 Cor 3, 16),
Cuerpo de Cristo (1 Cor 12, 12-13; Rm 12, 5; Ef 5, 30-32) y Esposa (Ef 5, 25-27; Ap 19,
7-9; 21, 1-2), que más allá de la realidad empírica remiten al misterio. San Ignacio fue el
primero en aplicarle el adjetivo de católica, esto es, universal (Esm VIII, 1) y el pan
eucarístico es signo de unidad (1 Cor 10, 17; Didaché IX, 4).
12
Este epígrafe está tomado literalmente de ÁLVAREZ DE LAS ASTURIAS – SEDANO, 60-62, ampliándolo
parcialmente.
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Nicolás Álvarez de las Asturias
Uno de los medios principales para preservar la unidad de la Iglesia fue el recurso
a lo que posteriormente sería conocido como primado petrino. Ya se vieron en la lección
anterior sus fuertes fundamentos escriturísticos.
Por eso, desde el primer momento, entre las sedes de origen apostólico –Roma,
Antioquía, Alejandría, Filadelfia, Éfeso, Corintio y Tesalónica–, la primera fue
considerada –tras el declive de Jerusalén– como la nueva Iglesia madre en atención al
martirio de Pedro y Pablo.
La Primera carta de Clemente a los corintios (ca. 95) es el primer documento que
refleja la responsabilidad que sentía la comunidad de Roma hacia el resto de las Iglesias.
La carta de san Ignacio de Antioquía a los Romanos aporta también una serie de datos
interesantes. Esta comunidad es designada como la que “preside en la región de los
romanos”, “la que está a la cabeza de la caridad, depositaria de la ley de Cristo”. Aunque
estos términos han recibido múltiples interpretaciones, no cabe duda de que la comunidad
13
Cf. TREVIJANO, 398-402.
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Lecciones de Historia de la Iglesia Antigua
de Roma gozaba de una especial relevancia religiosa y espiritual: aparece como maestra
y no, como las otras, necesitadas de instrucción14.
La lista ofrecida por Ireneo, indica así la secuencia de los primeros papas: Pedro (30-64),
Lino, Anacleto, Clemente, Evaristo, Alejandro, Sixto, Telesforo, Higinio, Pío, Aniceto (155-166),
Sotero (166-174) y Eleuterio (174-189), que recibe la visita del mismo Ireneo. Para algunos
historiadores como Duffy o Laboa, el primer obispo de Roma en sentido propio habría sido
Aniceto. Sin dudar de la existencia histórica de los papas intermedios entre Pedro y éste, los ven
más bien como los presbíteros más representativos de cada momento. Se basan para ello en el
origen judío de la comunidad cristiana de Roma, que habría mantenido el modelo presbiteral, pero
minimizando el hecho de que en el modelo presbiteral, tanto en ámbito judío como cristiano, se
distinguía siempre, como hemos visto, uno de entre ellos con funciones de presidencia15.
Así, la sede de Roma fue asumiendo cada vez más una función de centro de la
comunión cristiana, por la cual intervenía de modo puntual en asuntos graves de otras
Iglesias. No obstante, los primeros intentos de asumir esa responsabilidad sobre las
restantes Iglesias no siempre tuvieron un resultado del todo positivo. Hacia el año 160,
san Policarpo de Esmirna acudió a Roma para discutir con el papa Aniceto (155-166)
sobre la celebración de la Pascua, si debía celebrarse el 14 de Nisán, según la costumbre
judía que seguían las Iglesias judeocristianas, o el domingo siguiente, según la tradición
romana. Ninguno de los dos pudo convencer al otro. Tiempo después, en torno al año
195, en una serie de sínodos celebrados en diversas partes del mundo, el papa Víctor (189-
14
Cf. K. SCHATZ, El primado del papa. Su historia desde los orígenes hasta nuestros días, Sal Terrae,
Santander 1996, 29.
15
Cf. E. DUFFY, Santos y pecadores. Una historia de los papas, Acento - PPC, Madrid 1998, 6-11 y J. M.
LABOA, Historia de los Papas: entre el reino de Dios y las pasiones terrenales, La esfera de los libros,
Madrid 2013, 32-33.
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Nicolás Álvarez de las Asturias
199), apelando a la tradición de Pedro y Pablo, consiguió que muchos obispos aceptaran
los usos de Roma, pero no así los obispos de Asia Menor, liderados por Polícrates de
Éfeso, a pesar de las graves penas conminadas por el papa.
De los datos mostrados, se puede apreciar que, desde los primeros tiempos, la
comunidad y el obispo de Roma gozaron de un prestigio y autoridad especiales. Cuestión
distinta es la del modo de ejercicio de esa autoridad que, no obstante las diversas
dificultades afrontadas, fue afirmándose y ampliándose con el paso del tiempo en toda la
Iglesia.
16
El estudio riguroso de este paso fundamental en la historia del cristianismo corresponde
fundamentalmente a la Patrología. Pueden servir como lecturas de síntesis, complementarias con lo que se
estudia en dicha materia el clásico W. JAEGER, Cristianismo primitivo y paideia griega, FCE, México 1965
y DANIÉLOU, Mensaje evangélico y cultura helenística. Siglos II y III.
17
Una iluminadora descripción del diferente acceso a Dios a partir de las religiones o a partir de la filosofía,
puede leerse en los dos primeros capítulos de J. DANIÉLOU, Dios y nosotros, Cristiandad, Madrid 2003.
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Lecciones de Historia de la Iglesia Antigua
Ante este doble discurso, la Iglesia optó por el diálogo con el mundo de la razón,
dominado entonces por el neoplatonismo y, en parte, por el gnosticismo. Con ellos
dialogaron tanto Ireneo de Lyon, como los llamados Padres Apologistas. Denominador
prácticamente común a todos ellos es la consideración fundamentalmente positiva de la
filosofía tanto para la preparación a recibir la fe –la praeparatio evangelica–, como para
formularla. Asimismo, se considera útil para la educación de los jóvenes.
Por último, debe tenerse en cuenta que el cambio de destinatario principal (del
judío al pagano) de la acción evangelizadora, cambiará en parte los contenidos del primer
anuncio, incluyéndose en él elementos como la fe en la creación o en el juicio final, no
presentes anteriormente por ser comunes a la fe judía. Además, se insiste en la
contraposición entre hechos (o acontecimientos) y mitos. Así, los mitos y sus dioses
aparecen en la primera predicación cristiana como diabólicos, puesto que apartan al
hombre de la verdad y canonizan la inmoralidad. Los hechos de la salvación, en cambio,
ponen al hombre en la verdad y le llevan a vivir una vida recta y virtuosa.
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