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Antologia Literaria 2 Secundaria - JAHAZIEL

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ES QUE SOMOS MUY POBRES1

1953
JUAN RULFO
(mexicano)

A
quí todo va de mal en peor. La semana pasada se murió mi
tía Jacinta, y el sábado, cuando ya la habíamos enterrado y
comenzaba a bajársenos la tristeza, comenzó a llover como
nunca. A mi papá eso le dio coraje, porque toda la cosecha de
cebada estaba asoleándose en el solar. Y el aguacero llegó de
repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder
aunque fuera un manojo; lo único que pudimos hacer, todos los de mi casa,
fue estarnos arrimados debajo del tejabán, viendo cómo el agua fría que
caía del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan recién cortada.
Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce
años, supimos que la vaca que mi papá le regaló para el día de su santo se
la había llevado el río.
El río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada. Yo es-
taba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traía el río al arrastrarse
me hizo despertar en seguida y pegar el brinco de la cama con mi cobija en la
mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el techo de mi casa.
Pero después me volví a dormir, porque reconocí el sonido del río y porque ese
sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez el sueño.
Cuando me levanté, la mañana estaba llena de nublazones y parecía
que había seguido lloviendo sin parar. Se notaba en que el ruido del río
era más fuerte y se oía más cerca… Se olía, como se huele una quemazón,
el olor a podrido del agua revuelta.
A la hora en que me fui a asomar, el río ya había perdido sus orillas.
Iba subiendo poco a poco por la calle real, y estaba metiéndose a toda pri-
sa en la casa de esa mujer que le dicen la Tambora. El chapaleo del agua
se oía al entrar por el corral y al salir en grandes chorros por la puerta.
La Tambora iba y venía caminando por lo que era ya un pedazo de río,

1 Tomado de Rulfo (1996).

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echando a la calle sus gallinas para que se fueran a esconder a algún lugar
donde no les llegara la corriente.
Y por otro lado, por donde está el recodo, el río se debía de haber
llevado, quién sabe desde cuándo, el tamarindo que estaba en el solar de
mi tía Jacinta, porque ahora ya no se ve ningún tamarindo. Era el único
que había en el pueblo, y por eso nomás la gente se da cuenta de que la
creciente esta que vemos es la más grande de todas las que ha bajado el
río en muchos años.
Mi hermana y yo volvimos a ir por la tarde a mirar aquel amonto-
nadero de agua que cada vez se hace más espesa y oscura y que pasa ya
muy por encima de donde debe estar el puente. Allí nos estuvimos horas
y horas sin cansarnos viendo la cosa aquella. Después nos subimos por
la barranca, porque queríamos oír bien lo que decía la gente, pues abajo,
junto al río, hay un gran ruidazal y solo se ven las bocas de muchos que se
abren y se cierran y como que quieren decir algo; pero no se oye nada. Por
eso nos subimos por la barranca, donde también hay gente mirando el río
y contando los perjuicios que ha hecho. Allí fue donde supimos que el río
se había llevado a la Serpentina, la vaca esa que era de mi hermana Tacha
porque mi papá se la regaló para el día de su cumpleaños y que tenía una
oreja blanca y otra colorada y muy bonitos ojos.
No acabo de saber por qué se le ocurriría a la Serpentina pasar el río
este, cuando sabía que no era el mismo río que ella conocía de a diario. La
Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo más seguro es que ha de haber ve-
nido dormida para dejarse matar así nomás por nomás. A mí muchas veces
me tocó despertarla cuando le abría la puerta del corral, porque si no, de su
cuenta, allí se hubiera estado el día entero con los ojos cerrados, bien quieta y
suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen.
Y aquí ha de haber sucedido eso de que se durmió. Tal vez se le ocurrió
despertar al sentir que el agua pesada le golpeaba las costillas. Tal vez enton-
ces se asustó y trató de regresar; pero al volverse se encontró entreverada y
acalambrada entre aquella agua negra y dura como tierra corrediza. Tal vez
bramó pidiendo que le ayudaran. Bramó como solo Dios sabe cómo.
Yo le pregunté a un señor que vio cuando la arrastraba el río si no
había visto también al becerrito que andaba con ella. Pero el hombre dijo
que no sabía si lo había visto. Solo dijo que la vaca manchada pasó patas
arriba muy cerquita de donde él estaba y que allí dio una voltereta y luego
no volvió a ver ni los cuernos ni las patas ni ninguna señal de vaca. Por el
río rodaban muchos troncos de árboles con todo y raíces y él estaba muy
ocupado en sacar leña, de modo que no podía fijarse si eran animales o
troncos los que arrastraba.

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Nomás por eso, no sabemos si el becerro está vivo, o si se fue detrás
de su madre río abajo. Si así fue, que Dios los ampare a los dos.
La apuración que tienen en mi casa es lo que pueda suceder el día
de mañana, ahora que mi hermana Tacha se quedó sin nada. Porque mi
papá con mucho trabajo había conseguido a la Serpentina desde que era
una vaquilla, para dársela a mi hermana, con el fin de que ella tuviera
un capitalito y no se fuera a ir de piruja como lo hicieron mis otras dos
hermanas las más grandes.
Según mi papá, ellas se habían echado a perder porque éramos muy
pobres en mi casa y ellas eran muy retobadas. Desde chiquillas ya eran
rezongonas. Y tan luego que crecieron les dio por andar con hombres de
lo peor, que les enseñaron cosas malas. Ellas aprendieron pronto y enten-
dían muy bien los chiflidos, cuando las llamaban a altas horas de la no-
che. Después salían hasta de día. Iban cada rato por agua al río y a veces,
cuando uno menos se lo esperaba, allí estaban en el corral, revolcándose
en el suelo, todas encueradas y cada una con un hombre trepado encima.
Entonces mi papá las corrió a las dos. Primero les aguantó todo lo
que pudo; pero más tarde ya no pudo aguantarlas más y les dio carrera
para la calle. Ellas se fueron para Ayutla o no sé para dónde; pero andan
de pirujas.
Por eso le entra la mortificación a mi papá, ahora por la Tacha, que no
quiere vaya a resultar como sus otras dos hermanas, al sentir que se quedó
muy pobre viendo la falta de su vaca, viendo que ya no va a tener con qué
entretenerse mientras le da por crecer y pueda casarse con un hombre bueno,
que la pueda querer para siempre. Y eso ahora va a estar difícil. Con la vaca
era distinto, pues no hubiera faltado quien se hiciera el ánimo de casarse con
ella, solo por llevarse también aquella vaca tan bonita.
La única esperanza que nos queda es que el becerro esté todavía
vivo. Ojalá no se le haya ocurrido pasar el río detrás de su madre. Porque
si así fue, mi hermana Tacha está tantito así de retirado de hacerse piru-
ja. Y mamá no quiere.
Mi mamá no sabe por qué Dios la ha castigado tanto al darle unas
hijas de ese modo, cuando en su familia, desde su abuela para acá, nunca
ha habido gente mala. Todos fueron criados en el temor de Dios y eran
muy obedientes y no le cometían irreverencias a nadie. Todos fueron por
el estilo. Quién sabe de dónde les vendría a ese par de hijas suyas aquel
mal ejemplo. Ella no se acuerda. Le da vuelta a todos sus recuerdos y no
ve claro dónde estuvo su mal o el pecado de nacerle una hija tras otra con
la misma mala costumbre. No se acuerda. Y cada vez que piensa en ellas,
llora y dice: «Que Dios las ampare a las dos».

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Pero mi papá alega que aquello ya no tiene remedio. La peligrosa es
la que queda aquí, la Tacha, que va como palo de ocote crece y crece y que
ya tiene unos comienzos de senos que prometen ser como los de sus her-
manas: puntiagudos y altos y medio alborotados para llamar la atención.
—Sí —dice—, le llenará los ojos a cualquiera donde quiera que la
vean. Y acabará mal; como que estoy viendo que acabará mal.
Esa era la mortificación de mi papá.
Y Tacha llora al sentir que su vaca no volverá porque se la ha matado
el río. Está aquí, a mi lado, con su vestido color de rosa, mirando el río des-
de la barranca y sin dejar de llorar. Por su cara corren chorretes de agua
sucia como si el río se hubiera metido dentro de ella.
Yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende. Llora con
más ganas. De su boca sale un ruido semejante al que se arrastra por las
orillas del río, que la hace temblar y sacudirse todita, y, mientras, la cre-
ciente sigue subiendo. El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara
mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin
parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a traba-
jar por su perdición.

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ES QUE SOMOS MUY POBRES
Luego de la lectura del cuento de Juan Rulfo, responde:
1. ¿Conoces alguna situación en la que ocurrió algún desastre o un acontecimiento pa-
recido al cuento leído? Por ejemplo, los periódicos publicaron noticias desgarradoras
del huaico ocurrido en el año 2017 en Lima: se dio a conocer la historia de Evangelina
Chamorro, quien se salvó de morir a consecuencia de un huaico. Su historia fue na-
rrada en muchos noticieros y los diarios publicaron las fotos. A partir de este ejemplo,
narra lo que le ocurrió a Tacha en una noticia teniendo en cuenta su estructura:
Titular:

Dibuja lo más impactante de la noticia:


Bajada:

¿Cuándo ocurrió?

¿A quién le ocurrió?

¿Qué ocurrió?

¿Cómo ocurrió?

¿Por qué ocurrió?

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2. El mundo descrito por momentos parece absurdo, ya que se condena a Tacha a un
destino inevitable, cerrándole todas las posibilidades de tener éxito en la vida y de ser
mejor persona; es más, la desesperanza parece adueñarse de todo. ¿Cómo calificarías
la situación emocional que experimenta Tacha casi al finalizar la narración?

3. ¿Conoces alguna situación similar a la que vivió Tacha? ¿Qué piensas sobre ello?

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