Mientras Dormías, Cantabas
Mientras Dormías, Cantabas
Mientras Dormías, Cantabas
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Mientras dormías,
cantabas
Nayareth Pino Luna
www.loslibrosdelamujerrota.com
Quirihue 49, Ñuñoa, Santiago, Chile
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teléfono: +56 9 63509424
La reproducción parcial o total de esta obra debe contar con la autorización de la editorial.
Para Clara, Magno y Yenny,
por ese amor y por esa casa que hicieron suya
Deja que los muertos entierren a sus muertos.
MATEO 8:22
PINO LUNA
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Hay cumbias que son tristes, que tienen un ritmo incierto,
en el que no se sabe si bailar de una u otra manera, por lo
que es necesario buscar señales de un compás en la letra.
La cumbia que suena ahora es de esas, habla de aquellas
cosas que se van, mientras se escuchan unas palmas en el
coro. Palmas que nada tienen que ver con algarabía, sino
con el manifiesto de una cadencia irresuelta. La canción
habla del tiempo, la canción es un reloj.
Tic tac.
Tic tac.
M I E N T R A S D O R M Í A S , C A N TA B A S
Obvio que las penas hacen mal, dice otra vez Cla-
ra, inaudible. Se sienta o cae en una silla, y su mirada se
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detiene en un punto en ese departamento. Un punto que,
si alguien tuviera que dibujar, lo graficaría como una masa
ínfima que levita entre toda esa gente. Detenerse en ese pun-
to no es otra cosa que suspender el presente. Aunque desa-
parecieran todas las paredes de ese departamento, aunque
remodelara cada rincón, ese punto en ese espacio habitable
jamás la abandonaría.
¿Tú crees?
Una vez una tía nos contó que parece que la vio en el
norte y que cuando intentó acercarse, ella se escapó o algo.
M I E N T R A S D O R M Í A S , C A N TA B A S
Quizá es un fantasma.
PINO LUNA
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Una puerta cerrada fue solo una pieza en la cadena de erro-
res que cometió ese miércoles al ejecutar su huida. Mónica
quería irse sin despedidas, como se supone que deben irse
los padres, solo salir por una puerta y no dar explicaciones.
Que su salida haya sido a las once de la noche fue un error,
otro más. Ella quería irse a las once de la mañana, pero
una hora antes, mientras preparaba sus pequeñas maletas
libres de sentimentalismos y marginadas solo a lo necesario,
recibió un llamado del colegio.
esta no es tu carta.
PINO LUNA
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Gabriel de ese día recuerda que fue su papá el que los des-
pertó. Recuerda que les dijo que se apuraran, que su mamá
había tenido que salir. De ese día recuerda a su hermana
caminar, un poco más adelante, junto a su pololo. De ese
día recuerda los sabañones en los dedos de las manos y
el temor a los sabañones en los dedos de los pies. De ese
día recuerda la cara de su papá tan opaca, tan desprovista
de luz que era pura humedad. De ese día recuerda que su
amigo lo abandonó en el recreo para ir a hablar con la niña
que le gustaba. Gabriel se quedó solo en el patio y se sintió
bien. Los miró a todos y se dio cuenta de que él ya no era
el mismo de antes. Los que corrían en el patio eran ese él
de antes. De ese día recuerda que cuando llegaron con su
hermana a la casa no hubo nadie hasta que Ricardo llegó
con una caja de pizza y una botella de bebida desechable.
Se sentaron en la mesa y les contó lo que había pasado.
M I E N T R A S D O R M Í A S , C A N TA B A S
Sí.
A las seis y media el club deportivo Pablo de Rokha
juega a la pelota. Yo los salgo a ver vez que puedo. Son
re buenos.
Buscó otra.
Sorry.
asombro en su cara.
Monono, ¡mire!
¿Entonces qué?
Como qué.
baila, porque las buenas canciones, dice él, solo existen para
una cosa: o bailarlas o cantarlas. Marta no sabe si está de
acuerdo, aunque no lo piensa demasiado. Leonor no lo hu-
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biera estado. Su premisa de vida era estar en desacuerdo.
Una buena canción se puede cantar y bailar, y si se eligiera lo
uno o lo otro, no tendría mayor importancia. Fin del asunto.
Marta en vez de cuestionar la lógica de lo que dice Gabriel,
intenta imaginar por qué le gusta tanto esa canción. Debe
estar enamorado, concluye. No de mí, remata. Claro que no
de mí, se contesta.
La verdad.
¿Y por qué?
Así, mira.
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Ximena continuó.
¿Y te importa?
¿Y si tu plan no funcionara?
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responde ella.
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Hubo, quién sabe si todavía, un dibujo de Marta guar-
dado en un cajón de esos con una llave que se perdió y
que nadie anda buscando. El dibujo era una tarea que se
le ocurrió a su profesor jefe en quinto básico, una época
en que las tardes familiares eran un desnucarse pensando
qué era lo que ese profesor había pedido. A las ocho de
la noche, Karina tomaba el cuaderno de su hija e iba a la
última página. Tarea para la casa: dibuja un árbol familiar
en el que cada integrante de tu familia debe estar repre-
sentado por un animal. Punto seguido. Fundamenta tu
respuesta. Marta tenía una tarea y su mamá, una idea de
lo que le habían pedido.
dónde está ella en ese árbol. Marta piensa que, de ese árbol,
ella es la raíz que intenta escapar bajo el pavimento, porque
este árbol familiar es un árbol sobre el pavimento. Leonor
era un caracol sobre una rama muerta, a la altura suficien-
te para que el golpe la destruyera y la transformara en un
cadáver, si así se puede llamar la naturaleza muerta de los
caracoles. Un cadáver sobre el pavimento a pleno sol, porque
murió en un día soleado, en que soleado significó soledad.
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Un día tú vas a ser una reina de belleza y cuando eso su-
ceda vas a hacer algo inesperado. Cuando tú seas Miss
17 y las cámaras estén sobre ti, mirarás a una como si a
través de ella estuvieras mirando al mundo y dirás: todo
esto es una porquería.
una mujer, y que el amor que había sentido por ella, por
más que se esforzara, ya no podía seguir siendo el mismo.
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¿Y qué me dices, Marta?
¿Así cómo?
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Y la sonrisa muda.
No.
¿Qué?
¿Antes de qué?
Nada.
Después de todos los libros que Leonor había leído, esa era
una inquietud que la rondaba con frecuencia. Ella pensaba
que antes solo estaba la muerte, que no es lo mismo que
nada, porque nada no es una respuesta decente. Creía que
en algún momento de su concepción algo pasó y la muer-
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te no se fue. Pensaba que los muertos no pueden escribir
ni enamorarse. Que los muertos solo observan, desde le-
jos, siempre desde lejos. Que leer implica distancia, pero
no movimiento. Que admirar a alguien desde esa distancia
era enterrarse en la tierra, cagarse de susto y esperar a que
pasara, pero la muerte era eterna.
Pícara, picarona.
PINO LUNA
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A Gabriel le gustan, en cierta medida, estas fechas porque
puede imaginar qué está haciendo. Puede suponer que hoy
cenó y dio unos cuantos abrazos, incluso la puede imaginar
bailando. Dicen que todos los chilenos bailamos igual, piensa.
El baile corresponde a una de esas cosas que van en la san-
gre, aunque las canciones son la herencia, porque son las que
determinan el ritmo, la fuerza en el espacio de los cuerpos.
Sí, si tengo.
¿Cerca o lejos?
Cerca.
Sí.
que me querías.
PINO LUNA
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Trece segundos y no hubo estruendo de una cuenta regre-
siva a su alrededor. Ni personas que ella pudiera llamar
familia, nadie gritó en los oídos del otro que el tiempo
se iba, que no importaba, que había que gritar. Dos mil
dieciocho y no hubo abrazos. De ningún modo le pareció
posible morir en este año nuevo a los cincuenta y tres años.
En esta noche de año nuevo tiene la certeza del tedio de
una vida que se prolongará lo innecesario. Mónica está sola.
Miente.
Mónica la interrumpe.
Miente.
podrían faltar tan solo doce minutos para las doce. Podría
haber una familia sentada alrededor de una mesa; las papas
mayo, la carne al jugo, el tomate con cebolla, las bebidas y
el vino. Habrá una familia alrededor de una mesa y toda esa
comida pasándose de mano en mano.
Me enamoré, y no pensé….
PINO LUNA
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***
Te puedes tocar, un poco más abajo, justo ahí y pensar en él, en
sus brazos, en esa espalda que muerdes, aunque él no quiera,
aunque te diga para conchatumadre que me está doliendo y
tú te rías. Y él te agarre del pelo y quedes frente a sus ojos, esos
que parece que siempre te ocultaran algo. Mejor no recuerdes
sus ojos, concéntrate en cómo te desnuda cuando se ven des-
pués de tanto tiempo, sin prisa, en cómo te detienes en ese aro
que usa en la oreja, en tus ganas de sacarle el ridículo. Con la
boca. Sí, piensa en cuando él termina antes que tú y te sigue
tocando. Y te confundes y piensas que te quiere. Y le dices te
quiero, a veces llorando, y él te contesta que cortes el hueveo.
No te ha escrito todavía. Ni un saludo. Ni un mensaje. No
pienses en eso ahora. Concéntrate. Y ahí está, ahí lo tienes,
tu orgasmo. Y ya nada importa. Vas a tu minúsculo baño de
empleada doméstica. Te lavas las manos con jabón, la vagina
solo con agua —porque así te enseñaron—, de adelante hacia
atrás —como debe ser—. Te quedas ahí un rato, estilando, y
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Me enamoré y no pensé
PINO LUNA
Cada vaso, cada copa choca con las de los que están
al lado y más allá. Comienzan a comer, hay una radio
puesta, pero hablan tanto y tan fuerte que no se escucha
ninguna canción. Hablan en paralelo de una de las her-
manas de la Mami que se hizo algo en el pelo y que qué
parece.
Jorge se para.
Qué pena por Karina, por tus hijos que están viendo
todo esto. Qué pena. Estás loquito. ¿Te tomaste tu pastilla
hoy día? Hay unas cuestiones que venden para guardar las
pastillas. Papá, usted debe saber. Tienen los días escritos
para que los enfermitos no se olviden de tomar ninguna.
Deberías comprarte uno. ¿Sabes qué más? Yo te lo voy a
regalar. ¡Un pastillero! Así se llaman, justo lo que te hace
falta, enfermo de la cabeza.
¡Qué!
Ya, ¡a ver!
¡Alegría alegría!
PINO LUNA
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Va una persona caminando por la playa, va vestida de blan-
co. Esa persona camina tanto que un día se muere. Llega al
cielo y cuando está frente a Dios, le dice: señor, por qué me
dejaste caminar sola, nunca conocí el amor, ni la amistad,
caminé durante los días más helados y en los días más cá-
lidos, siempre sola. Señor, por qué. Desde algún lugar que
no es el cielo se escucha una voz. Querida mía, ¿acaso no
reparaste en las huellas en la playa? Qué huellas, responde
la persona. Siempre que caminaste hubo dos pares de hue-
llas. Las mías y las tuyas. Nunca estuviste sola.
Se murió la niña.
PINO LUNA
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Unos días antes, cuando Leonor tocó la puerta, Clara se
despertó de golpe. A medida que Leonor cumplía años, el
sueño de Clara se hacía cada vez más ligero. Por si pasaba
cualquier cosa. Cuando la vio ahí de pie junto a la puerta,
no pudo —porque no quiso— imaginar o pensar en la idea
de que esta recaída significara algo. Si no se murió a los
doce, ni a los quince, ni a los diecinueve, ni a los veintiu-
no, no sería a los veinticuatro. De eso se había convencido.
Cuando Leonor comenzó a hablar se apoderó de ella la
seguridad o la inclemencia de alguien que se niega a ver
eso que está justo frente a sus narices. Clara no escuchaba.
Esto no es nada, se decía.
Lo que haré ahora será pararme a hacerte una agüita,
tú te vas a ir a acostar, yo voy a prender la tetera.
del Río, tal como Clara había vaticinado hasta ese punto.
Ella no entiende cómo, pero tan solo al entrar a la urgencia,
todo se le fue de las manos. Todavía no entiende. No le
cabe en la cabeza, no logra situar los eventos en ese punto
exacto —entre una ceja y la otra— en que todo se vuelve
claro y ahí está, y puede entender. No. Ella no pudo. Re-
cuerda a Leonor, esa camisa cuadrillé que le puso esa ma-
drugada. Ella estaba bien, se decía, se dice. No entiende
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por qué luego esa camisa estaba manchada con sangre en
una bolsa. No entiende por qué en la mañana Leonor ya
no era ella. Por qué la habían conectado a esas máquinas.
Por qué ya no hablaba. Clara no entiende. No se perdona.
Ella quería que le lavara el pelo.
PINO LUNA
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Se murió la niña.
Y no le lavé el pelo.
Y no se lo lavé.
Sus hijas mayores se encargaron del funeral. Sí, esas
mujeres. Marta y Karina, la madre de ambas, se mantu-
vieron al margen de los registros, de la funeraria, del nicho,
de la cuota impaga de mantención del cementerio, de la
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PINO LUNA
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Once minutos también tardaron los hombres de esa fami-
lia en cargar el cajón y subirlo hasta el tercer piso. Cuando
ya estaba dentro, lo montaron sobre el armazón dispuesto
a velarlo.
Es tu papá.
PINO LUNA
Sí.
Es el tiempo
el que no se detiene.
PINO LUNA
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Mi corazón se detiene, pensó Leonor en esos diez segun-
dos de dos mil nueve que iban quedando. El estruendo de
la cuenta regresiva a su alrededor, esas personas que ella
llamó familia, pero que pudieron ser un grupo de extraños
gritando en los oídos del otro, que no importa, que nos
podemos morir o quedar atrapados entre los escombros,
hay que gritar. Dos mil diez y su hermana, esa que llamó
sobrina, la abrazó, mientras Leonor abandonaba la idea
absurda de una muerte repentina. Su muerte no lo sería y
es probable que ninguna muerte lo fuera.
No.
Arriesgarte a qué.
A perder mi tiempo.
A perder mi tiempo.
Natalia lo interrumpe.
Una vez conocí a una tipa que era vegana y decía fi-
lete como quien dice bacán. Me hubiera reído demasiado,
si decías que eras vegetariano. Lo siento.
No me arriesgo.
Antes de qué.
PINO LUNA
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¿Todavía crees que mi plan no va a resultar? Le pregunta
Marta a Gabriel. Él se toma diez segundos para pensar,
no quiere darle una respuesta, porque la respuesta es sí, tu
plan no va a funcionar. Él quiere darle una solución. Se
toma otros nueve segundos. Marta le insiste. Gabriel sigue
pensando, elabora planes que descarta, vuelve sobre el plan
de Marta. Es una pésima idea, piensa. Dame tiempo, le
dice.
Cuánto.
¿Qué método?
blar lo más rápido que pudo. Hizo una revisión de los auto-
res que leyó cuando Gabriel estaba en primero, en segundo,
tercero y cuarto medio. Orwell, Ana Frank, Sierra i Fabra,
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Baldomero Lillo, Hermann Hesse, Manuel Rojas, Kafka,
María Luisa Bombal, Virginia Woolf, Isidora Aguirre,
Juan Rulfo, Violeta y Nicanor Parra, Juan Radrigán, Bor-
ges, Bioy Casares y el último de todos: García Márquez
con El coronel no tiene quien le escriba. Dio sus apreciaciones,
lo que sintió al leerlos, lo que opinó cuando los terminó, lo
que pensó luego con el tiempo. Se detuvo en esto último,
porque Gabriel eso sí que no se lo pudo robar.
Antes de qué.
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¿Quién eres? Fue la pregunta que asaltó a Natalia duran-
te un par de años. En las noches, mientras se lavaba los
dientes; o cuando en el supermercado se daba cuenta de
que la cajera tenía su nombre en la piocha; o una alumna
levantaba su mano al escuchar su nombre. Natalia. ¿Quién
eres? Leonor abrió su puerta sin la cordialidad de un sa-
ludo en su cara y, ante el silencio de Natalia, volvió a pre-
guntar. ¿Quién eres? Lo siento mucho, contestó Natalia,
perdóname.
PINO LUNA
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Cuando Gabriel le ofreció bailar a la señora Clara, tenía
una idea que lo llevaba a pensar que era así como se ter-
minaría la fiesta, pero él no era quién para decidir. Ella se-
guiría bailando hasta pasadas las cuatro de la mañana. Una
canción puede repetirse de maneras infinitas, para Clara
todas, excepto una, eran la misma canción, y su baile, era
un solo baile. No se tiene noción de qué cosas pasan, qui-
zá por sus caderas, cuando decide que una fiesta llega a su
fin. Nadie podría decir tampoco cómo es ese momento en
que ella deja de bailar. Si se le aparece un fantasma que la
toma por los hombros remeciéndola, y ella se da cuenta, de
eso, y ya su baile no tiene sentido, nadie sabe. Si solo abre
sus ojos más allá de sus párpados, y toda esa luz detiene el
movimiento; no se sabe cómo, pero ella decide apagar la
radio con la certeza de una fiesta que ya no más.
último otoño.
Leonor los vio salir de ese block, vio las maletas, el cigarro,
su caminata lenta hacia a ese lugar donde las micros paran.
Se quedó ahí, sin quitarles ni por un segundo la mirada,
tanteándolos, intuyendo qué era lo que hacían. Vio a Ri-
cardo volver solo. Ella siempre supo, pero no quiso. No
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tenía por qué querer. Hizo lo que creyó mejor. Tomó esa
caja, evitando el incendio, esa caja que en este, el primer
día de 2018, Gabriel sostiene evitando nombrarla por lo
que es, una cajita. Deforma el cartón entre sus puños, de-
dos, manos, mientras sus ojos se pueblan con recuerdos
imprecisos, con olvidos. No está atento a todo lo demás
que Marta va encontrando.
PINO LUNA
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La idea de una relación, la idea de un próximo año nuevo
juntos, ya sin fantasmas; la idea de estar por primera vez
con alguien que lo remeciera, que lo inquietara como lo
hacía ella, que lo besara como lo hacía él, desde su furia; la
idea de que una noche abandonarían ese lugar juntos, tras
veinte conversaciones nocturnas, tras desenredarlo todo.
Gabriel siente cómo Marta va desapareciendo de su agenda,
cómo desanuda su mano de la suya. En esa micro que ya
está en marcha, a casi cuatro o seis cuadras del lugar en que
partió todo. Acomoda su cuerpo sentándose recto en ese
asiento, a punto de decir lo primero que se le ocurre, pero
lleva su mano a su boca mordiéndose los nudillos. Decide
decir otra cosa. No un reproche absurdo. Herido, sincero,
ridículo, ingenuo, así se siente. Todo a la vez.
rándose.
PINO LUNA
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A un kilómetro y medio de la casa de Leonor, con una
Marta que acaba de bajarse de una micro que parte y se
aleja; sintiendo el movimiento de un corazón que se advier-
te vivo, un corazón que esta vez no se detiene, comienza a
correr —porque así lo decide—. Corre por esas calles irre-
gulares, esas calles que cuando era niña la hacían terminar
con la sangre en las rodillas. A pesar de lo recurrente que
fueron esos tropiezos, por sus ojos no pasa representación
alguna de una caída. Corre veloz. Todas las otras veces: las
tres vueltas a la cancha del colegio, la reunión que parte en
breve, la micro que se va, todas esas fueron un ensayo para
esta gran corrida. Un simulacro.
Si siente o no las piernas, no está segura, solo sabe
o intuye —desde ese mismo lugar donde no se aloja el
lenguaje, sino otra cosa— que entre ese viento que abre su
cuerpo, se desprenden tres dolores. Ligera en esas calles
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La parabólica
Interpretada por La sonora de Tommy Rey, Chile; escrita
por Isaac Villanueva, Colombia.
Se va la vida
Interpretada y escrita por Rodolfo Aicardi, Colombia.
Despacito
Interpretada y escrita por Luis Fonsi, feat Daddy Yankee.
Puerto Rico.
Te propongo.
Interpretada por Sandro, Argentina; escrita por Sandro
205 P I N O L U N A
Pícara
Interpretada y escrita por Sonora Malecón (Luis Lambis),
Colombia.
Impostora
Interpretada y escrita por Sonora Malecón (Luis Lambis),
Colombia.
Me enamoré
Interpretada y escrita por Agrupación Marilyn, Argentina.
Un año más
Interpretada por La sonora de Tommy Rey, Chile; escrita
por Hernán Gallardo, Chile.
La colegiala
Interpretada por Rodolfo Aicardi, Colombia; escrita por
Walter León, Perú.
206 M I E N T R A S D O R M Í A S , C A N TA B A S
p. 2 0 5 Banda Sonora
| trigésimo noveno libro de los libros de la mujer rota |