La-Voragine - CLASE 2
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—No, señor.
—¿Usted no podría conseguirla en el Caquetá? Yo le daría
compañerazos para que asaltara barracones.
«Disimulando la repulsión que me producían aquellas
maquinaciones rapaces, pasé de la astucia a la doblez. Aparenté
quedar pensativo. Mi sobornador estrechó el asedio:
—Me valgo de usted porque comprendo que es honrado y
que sabrá guardarme la reserva. Su misma cara le hace el pro-
ceso. De no ser así, lo trataría como a picure, me negaría a ven-
derle a su hijo y a uno y a otro los enterraría en los siringales.
Recuerde que no tienen con qué pagarme y que yo mismo le
doy a usted los medios de quedar libres.
—Es verdad, señor. Mas eso mismo obliga mi fe de hom-
bre reconocido. No quisiera comprometerme sin tener la segu-
ridad de cumplir. Me gustaría ir al Caquetá, por lo pronto,
como rumbero, mientras estudio la región y abro alguna tro-
cha estratégica.
—Muy bien pensado, y así será. Eso queda al cuidado suyo,
y el hijo de usted a mi cuidado. Pida un wínchester, víveres,
una brújula, y llévese un indio como carguero.
—Gracias, señor, pero mi cuenta se aumentaría.
—Eso lo pago yo, ese es mi regalo de carnaval.
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«El año siguiente fue para los caucheros muy fecundo en expec-
tativas. No sé cómo, empezó a circular subrepticiamente en
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—Y el robo de tu hijo…
—¡Mi hijo no roba! ¡Aunque haya crecido entre bandole-
ros! No lo confunda con los demás. ¡Él no le ha vendido cau-
cho ninguno! Usted hizo el trato con Juan Muñeiro, recibió la
goma y se la debe en parte. ¡He revisado ya los libros!
—¡Ay, este hombre es espía! ¡Me engañaron los de El
Encanto! ¡Traición del viejo Balbino Jácome! ¡Pero de mí no
te burlarás! ¡Cuando desembarquemos, te haré prender!
—¡Sí, que me entreguen al juez Valcárcel, para quien llevo
graves revelaciones!
—¡Ajá! ¿Piensas meterme en nuevos embrollos?
—¡Pierda cuidado! No seré delator cuando he sido víctima.
—Yo arreglo eso. ¡Me echarás encima el odio de Arana!
—No mentaré lo de Juan Muñeiro.
—¡Vas a crearte enemigos muy poderosos! ¡En Manaos te
dejaré libre! ¡Irás al Vaupés y abrazarás a Luciano Silva, a tu
hijo querido, quien de seguro anda buscándote!
—No desistiré de hablar con mi Cónsul. ¡Colombia nece-
sita de mis secretos! ¡Aunque muriera inmediatamente! ¡Ahí le
queda mi hijo para luchar!
«Horas después, desembarcamos.
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