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Las Instituciones

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Las instituciones

Breviario de Alarico, en un manuscrito del siglo X

La monarquía germánica era en origen una institución estrictamente temporal, vinculada


estrechamente al prestigio personal del rey, que no pasaba de ser un primus inter
pares (primero entre iguales), que la asamblea de guerreros libres elegía (monarquía
electiva), normalmente para una expedición militar concreta o para una misión específica.
Las migraciones a que se vieron sometidos los pueblos germánicos desde el siglo III hasta
el siglo V (encajonados entre la presión de los hunos al este y la resistencia del limes
romano al sur y oeste) fue fortaleciendo la figura del rey, al tiempo que se entraba en
contacto cada vez mayor con las instituciones políticas romanas, que acostumbraban a la
idea de un poder político mucho más centralizado y concentrado en la persona
del Emperador romano. La monarquía se vinculó a las personas de los reyes de forma
vitalicia, y la tendencia era a hacerse monarquía hereditaria, dado que los reyes (al igual
que habían hecho los emperadores romanos) procuraban asegurarse la elección de su
sucesor, la mayor parte de las veces aún en vida y asociándolos al trono. El que el
candidato fuera el primogénito varón no era una necesidad, pero se terminó imponiendo
como una consecuencia obvia, lo que también era imitado por las demás familias de
guerreros, enriquecidos por la posesión de tierras y convertidos en linajes nobiliarios que
se emparentaban con la antigua nobleza romana, en un proceso que puede
denominarse feudalización. Con el tiempo, la monarquía se patrimonializó, permitiendo
incluso la división del reino entre los hijos del rey.
El respeto a la figura del rey se reforzó mediante la sacralización de su toma de posesión
(unción con los sagrados óleos por parte de las autoridades religiosas y uso de elementos
distintivos como orbe, cetro y corona, en el transcurso de una elaborada ceremonia:
la coronación) y la adición de funciones religiosas (presidencia de concilios nacionales,
como los Concilios de Toledo) y taumatúrgicas (toque real de los reyes de Francia para la
cura de la escrófula). El problema se suscitaba cuando llegaba el momento de justificar la
deposición de un rey y su sustitución por otro que no fuera su sucesor natural. Los
últimos merovingios no gobernaban por sí mismos, sino mediante los cargos de su corte,
entre los que destacaba el mayordomo de palacio. Únicamente tras la victoria contra los
invasores musulmanes en la batalla de Poitiers el mayordomo Carlos Martel se vio
justificado para argumentar que la legitimidad de ejercicio le daba méritos suficientes para
fundar él mismo su propia dinastía: la carolingia. En otras ocasiones se recurría a
soluciones más imaginativas (como forzar la tonsura —corte eclesiástico del pelo— del rey
visigodo Wamba para incapacitarle).
Los problemas de convivencia entre las minorías germanas y las mayorías locales
(hispanorromanas, galo-romanas, etc.) fueron solucionados con más eficacia por los reinos
con más proyección en el tiempo (visigodos y francos) a través de la fusión, permitiendo
los matrimonios mixtos, unificando la legislación y realizando la conversión
al catolicismo frente a la religión originaria, que en muchos casos ya no era
el paganismo tradicional germánico, sino el cristianismo arriano adquirido en su paso por el
Imperio Oriental.
Algunas características propias de las instituciones germanas se conservaron: una de ellas
el predominio del derecho consuetudinario sobre el derecho escrito propio del Derecho
romano. No obstante los reinos germánicos realizaron algunas codificaciones legislativas,
con mayor o menor influencia del derecho romano o de las tradiciones germánicas,
redactadas en latín a partir del siglo V (leyes teodoricianas, edicto de Teodorico, Código de
Eurico, Breviario de Alarico). El primer código escrito en lengua germánica fue el del
rey Ethelberto de Kent, el primero de los anglosajones en convertirse al cristianismo
(comienzos del siglo VI). El visigótico Liber Iudicorum (Recesvinto, 654) y la franca Ley
Sálica (Clodoveo, 507-511) mantuvieron una vigencia muy prolongada por su
consideración como fuentes del derecho en las monarquías medievales y del Antiguo
Régimen.19
Véanse también: Derecho germánico y Derecho visigodo.

La cristiandad latina y los bárbaros


Libro de Kells o Evangeliario de San Columba, arte

hiberno-sajón o irlando-sajón.
La expansión del cristianismo entre los bárbaros, el asentamiento de la
autoridad episcopal en las ciudades y del monacato en los ámbitos rurales (sobre todo
desde la regla de San Benito de Nursia —monasterio de Montecassino, 529—),
constituyeron una poderosa fuerza fusionadora de culturas y ayudó a asegurar que
muchos rasgos de la civilización clásica, como el derecho romano y el latín, pervivieran en
la mitad occidental del Imperio, e incluso se expandiera por Europa Central y septentrional.
Los francos se convirtieron al catolicismo durante el reinado de Clodoveo I (496 o 499) y, a
partir de entonces, expandieron el cristianismo entre los germanos del otro lado del Rin.
Los suevos, que se habían hecho cristianos arrianos con Remismundo (459-469), se
convirtieron al catolicismo con Teodomiro (559-570) por las predicaciones de San Martín
de Dumio. En ese proceso se habían adelantado a los propios visigodos, que habían sido
cristianizados previamente en Oriente en la versión arriana (en el siglo IV), y mantuvieron
durante siglo y medio la diferencia religiosa con los católicos hispanorromanos incluso con
luchas internas dentro de la clase dominante goda, como demostró la rebelión y muerte
de San Hermenegildo (581-585), hijo del rey Leovigildo). La conversión al catolicismo
de Recaredo (589) marcó el comienzo de la fusión de ambas sociedades, y de la
protección regia al clero católico, visualizada en los Concilios de Toledo (presididos por el
propio rey). Los años siguientes vieron un verdadero renacimiento visigodo20 con figuras
de la influencia de san Isidoro de Sevilla (y sus hermanos Leandro, Fulgencio y Florentina,
los cuatro santos de Cartagena), Braulio de Zaragoza o Ildefonso de Toledo, de gran
repercusión en el resto de Europa y en los futuros reinos cristianos de la Reconquista
(véase cristianismo en España, monasterio en España, monasterio hispano y liturgia
hispánica). Los ostrogodos, en cambio, no dispusieron de tiempo suficiente para realizar la
misma evolución en Italia. No obstante, del grado de convivencia con el papado y los
intelectuales católicos fue muestra que los reyes ostrogodos los elevaban a los cargos de
mayor confianza (Boecio y Casiodoro, ambos magister officiorum con Teodorico el
Grande), aunque también de lo vulnerable de su situación (ejecutado el primero -523- y
apartado por los bizantinos el segundo -538-). Sus sucesores en el dominio de Italia, los
también arrianos lombardos, tampoco llegaron a experimentar la integración con la
población católica sometida, y su divisiones internas hicieron que la conversión al
catolicismo del rey Agilulfo (603) no llegara a tener mayores consecuencias.
El cristianismo fue llevado a Irlanda por San Patricio a principios del siglo V y desde allí se
extendió a Escocia, desde donde un siglo más tarde regresó por la zona norte a una
Inglaterra abandonada por los cristianos britones a los paganos pictos y escotos
(procedentes del norte de Gran Bretaña) y a los también paganos germanos procedentes
del continente (anglos, sajones y jutos). A finales del siglo VI, con el papa Gregorio Magno,
también Roma envió misioneros a Inglaterra desde el sur, con lo que se consiguió que en
el transcurso de un siglo Inglaterra volviera a ser cristiana.
A su vez, los britones habían iniciado una emigración por vía marítima hacia la península
de Bretaña, llegando incluso hasta lugares tan lejanos como la costa cantábrica entre
Galicia y Asturias, donde fundaron la diócesis de Britonia. Esta tradición cristiana se
distinguía por el uso de la tonsura céltica o escocesa, que rapaba la parte frontal del pelo
en vez de la coronilla.
La supervivencia en Irlanda de una comunidad cristiana aislada de Europa por la barrera
pagana de los anglosajones, provocó una evolución diferente al cristianismo continental, lo
que se ha denominado cristianismo celta. Conservaron mucho de la antigua tradición
latina, que estuvieron en condiciones de compartir con Europa continental apenas la
oleada invasora se hubo calmado temporalmente. Tras su extensión a Inglaterra en el
siglo VI los irlandeses fundaron en el siglo VII monasterios en Francia, en Suiza (Saint Gall),
e incluso en Italia, destacándose particularmente los nombres de Columba y Columbano.
Las islas británicas fueron durante unos tres siglos el vivero de importantes nombres para
la cultura: el historiador Beda el Venerable, el misionero Bonifacio de Alemania, el
educador Alcuino de York, o el teólogo Juan Escoto Erígena, entre otros. Tal influencia
llega hasta la atribución de leyendas como la de Santa Úrsula y las Once Mil Vírgenes,
bretona que habría efectuado un extraordinario viaje entre Britania y Roma para acabar
martirizada en Colonia.21
Otras cristianizaciones medievales
Cirilo y Metodio, los apóstoles de los eslavos, con

el alfabeto cirílico en un icono ruso del siglo XVIII o XIX.


Por su parte, la extensión del cristianismo entre los búlgaros y la mayor parte de
los pueblos eslavos (serbios, moravos y los pueblos de Crimea y
estepas ucranianas y rusas —Vladimiro I de Kiev, año 988—) fue muy posterior, y a cargo
del Imperio bizantino, con lo que se hizo con el credo ortodoxo (predicaciones de Cirilo y
Metodio, siglo IX); mientras que la evangelización de otros pueblos de Europa Oriental (el
resto de los eslavos —polacos, eslovenos y croatas—, bálticos y húngaros —San Esteban
I de Hungría, hacia el año 1000—) y de los pueblos nórdicos (vikingos escandinavos) se
hizo por el cristianismo latino partiendo de Europa Central, en un periodo todavía más
tardío (hasta los siglos XI y XII); permitiendo (especialmente la conversión de Hungría) las
primeras peregrinaciones por vía terrestre a Tierra Santa.22
Es una locura creer en los dioses.
Saga de Hrafnkell, sacerdote de Frey (Islandia, compuesta a finales del siglo XIII pero ambientada en
época precristiana).23

Jázaros
Artículo principal: Jázaros

Los jázaros eran un pueblo turco procedente del Asia central (donde se había formado
desde el siglo VI el imperio de los Köktürks) que en su parte occidental había dado origen a
un importante estado que dominaba el Cáucaso y las estepas rusas y ucranianas
hasta Crimea en el siglo VII Su clase dirigente se convirtió mayoritariamente al judaísmo,
peculiaridad religiosa que lo convertía en un vecino excepcional entre el califato islámico
de Damasco y el imperio cristiano de Bizancio.

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