Educacion Inclusiva ARNAIZ L
Educacion Inclusiva ARNAIZ L
Educacion Inclusiva ARNAIZ L
LA EDUCACION INCLUSIVA
EN EL SIGLO XXI.
AVANCES Y DESAFÍOS
UNIVERSIDAD DE MURCIA
2019
PILAR ARNAIZ SÁNCHEZ
Catedrática de Didáctica y Organización Escolar
Departamento de Didáctica y Organización Escolar
Facultad de Educación
LA EDUCACION INCLUSIVA
EN EL SIGLO XXI.
AVANCES Y DESAFÍOS
UNIVERSIDAD DE MURCIA
2019
Pilar Arnaiz Sánchez
Universidad de Murcia
Servicio de Publicaciones, 2019
7
SUMARIO
1. INTRODUCCIÓN ............................................................................................. 12
7. REFERENCIAS .................................................................................................. 41
9
Sr. Rector Magnífico de la Universidad de Murcia,
Excmo. Sr. Consejero de Empleo, Universidades, Empresa y Medio Ambiente,
Sr. Presidente del Consejo Social,
Ex–Rectores y Medallas de Oro,
Miembros del Consejo de Dirección,
Sres. Decanos y Directores de Centros,
Sras. Directoras de Escuelas de Prácticas,
Excmas. e Ilmas. Autoridades,
Miembros de la Comunidad Universitaria,
Nuevos Doctores
Premiados
Familiares de Premiados e Investidos,
Sras. y Sres.,
Amigos y amigas
Deseo que el tema que he elegido para la misma, La educación inclusiva, resulte
de interés en esta ocasión tan especial, y permita, por una parte, poner de manifies‐
to la importancia y el compromiso que todos tenemos de educar con equidad y jus‐
ticia en la sociedad del siglo XXI. Y, por otra, que muestre el trabajo que se viene
realizando en el seno del grupo de investigación “Educación inclusiva: una escuela
para todos” sobre esta temática desde 1997.
11
1. Introducción
Desde los primeros tiempos de la humanidad, las personas retrasadas o con al‐
guna alteración manifiesta han sido excluidas, rechazadas y marginadas por parte de
los miembros de su propio grupo social. En cualquier sociedad, comprendidas las
1Esta lección ha sido realizada a partir de trabajos anteriores sobre temática similar (Arnaiz, 1996; Ar‐
naiz, 2003; Arnaiz, 2011; Arnaiz, 2012; Arnaiz, 2018; Arnaiz y Moriña, 2017).
12
tribus más primitivas, han existido individuos normalmente capaces, miembros más
capaces y otros menos, variando la consideración de la debilidad individual y gene‐
rándose distintas expectativas y conciencia social al respecto.
Más tarde, durante la Edad Media, comienza a gestarse una comprensión más
amplia, pero aún limitada, del retraso mental. Las obras de médicos como Paracelso
(1495‐1541) y Platter (1536‐1614) ilustran cómo el retraso mental era correctamente
identificado por los facultativos de la época, pero se consideraba intratable por toda
una serie de razones físicas y astrales. A las personas con algún déficit se las conside‐
raba poseídas por el demonio o como espíritus infernales, sometiéndolas a exorcis‐
mos y en algún caso a la hoguera. Se les dejó de considerar inocentes del Señor para
pasar a ser vistos como productos del demonio y del pecado.
13
El período comprendido entre los siglos XVI al XVIII se caracterizó por el llama‐
do naturalismo psiquiátrico. En este momento empieza a desaparecer la idea de tras‐
cendencia presente en años anteriores, para dar paso a una noción de naturaleza que
se basta a sí misma y se rige por sus propias leyes. A partir de esta nueva concepción,
los desórdenes del comportamiento humano empiezan a buscarse en la naturaleza
misma y no en hechos externos a ella y de difícil credibilidad. Se produce, por tanto,
una evolución importante en las concepciones médicas que inician una modificación
de actitud con respecto a las personas ʺenfermas mentalmenteʺ. Este cambio también
está relacionado con los avances habidos en el pensamiento humano a través de las
aportaciones de filósofos anteriores a este período, como Bacon (1214‐1292), y las
propias de Descartes (1588‐1610) y Locke (1632‐1704).
Será a finales del siglo XVIII cuando, como consecuencia de la Revolución Francesa
(1848), se aborde la reforma de las instituciones que propició que se empezara a pres‐
tar asistencia a las personas recluidas en ellas y se tuviesen en cuenta sus anomalías,
dándoles un trato más humanitario. Dentro de esta nueva corriente también cabe
destacar la influencia de la filosofía de Rousseau (1712‐1778) que, con su obra, Emilio,
tuvo un gran impacto en la Pedagogía.
14
Sin embargo, será en el siglo XIX cuando se produzcan cambios importantes. El
movimiento científico y cultural que se inició a finales del siglo XVIII va a culminar
con el movimiento de la Ilustración que dará lugar a insignes avances científicos. Po‐
demos identificar en este momento los primeros atisbos de lo que sería la Educación
Especial, ya que empiezan a crearse instituciones dedicadas a la atención y a la ense‐
ñanza de personas ciegas, sordomudas y con retraso mental como respuesta al pro‐
blema que suponía su escolarización en los centros públicos ordinarios.
Los primeros pasos de la Educación Especial tienen lugar gracias a los avances
significativos acontecidos en el campo de la Medicina sobre las enfermedades menta‐
les a través de las aportaciones de figuras tales como Pinel (1745‐1826), Esquirol (1772‐
1840), Itard (1774‐1838) y Séguin (1812‐1880), en Francia; Arnold (1742‐1816) en Ingla‐
terra; y Chiaruggi (1759‐1820) en Italia. También se ha de destacar las figuras de Pesta‐
lozzi (1746‐1827) y Fröebel (1782‐1858), quienes dieron gran auge a la educación de los
niños ʺnormales y anormalesʺ, principalmente a los sordos y ciegos. Ambos enfatiza‐
ron el método de la educación intuitiva, natural y activa con la infancia abandonada.
Esta situación trajo consigo un mayor conocimiento y comprensión del retraso mental
y la aparición de tratamientos caracterizados por una atención médico‐pedagógica a la
infancia anormal.
15
También reforzó la ya establecida separación médica entre lo normal y lo patológico
y se dio carta blanca, en aras de la cientificidad, para establecer una total separación
entre las personas normales y anormales. Según su C.I. lo indicara, se adscribían a
escuelas regulares o especiales.
16
opción para su educación. Así, se fueron creando centros de educación especial y
emplazando a los alumnos en ellos, mediante agrupaciones en las aulas lo más
homogéneas posibles. La información básica la proporcionaba el C.I. obtenido tras la
medición psicométrica. Para la instrucción se establecieron programas, métodos y
servicios diferentes para cada uno de los subgrupos identificados. Esto condujo a la
aparición de distintos tipos de centros especializados por deficiencias (centros para
sordos, para ciegos, para deficientes mentales).
Molina y Gómez (1992) argumentan dos coordenadas por las cuales se justifica
la aparición de las escuelas especiales. En primer lugar, lo atribuyen a las contradic‐
ciones existentes entre los diferentes profesionales del momento. Existía un desmedi‐
do interés de la clase médica porque sus teorías primaran en la escuela, interés que se
trasladó un poco más tarde al ámbito psicológico. Sólo así se puede comprender la
ausencia en este escenario de los maestros cuya labor se hacía indispensable ante el
hecho de la obligatoriedad de la enseñanza. El segundo argumento guarda relación
con el papel que desempeña la escuela como garante del orden social establecido y
controlado por las clases dominantes, científicos e intelectuales. Era normal que las
clases tuvieran una media de 70‐80 alumnos. Aumentar el presupuesto destinado a
ampliar el número de escuelas y mejorar la formación del profesorado hubiera sido la
solución más acorde. Pero no se dio esta solución, sino que se optó por la creación de
escuelas de educación especial, surgiendo una ideología pedagógica que legitimaba
la escuela capitalista. En adelante, los alumnos procedentes de clases altas tendrían el
camino más fácil en la escuela ordinaria, mientras que se haría más complicado y di‐
fícil para los alumnos que tuvieran algún problema o que provinieran de clases so‐
cialmente desfavorecidas, ya que serían considerados como débiles mentales y segre‐
gados a los centros específicos.
17
La Educación Especial se configuró separada del sistema educativo general y las
escuelas especiales empezaron a proliferar rápidamente por todos los países. Surge
toda una red de escuelas especiales para los alumnos que por alguna causa “no podí‐
an estar” en el sistema ordinario. Esta situación lleva a afirmar a Jiménez (1996, p. 56)
que se produce: “una evolución de la educación especial que va desde la Edad Media
a mitad del siglo XIX para seguir una etapa de aparición de instituciones especializa‐
das que se extiende desde principios del siglo XX hasta mediados del mismo, y fi‐
nalmente una tercera etapa hasta la década de los sesenta que se caracteriza por la
especialización de las instituciones”.
A pesar de estas características, esta época debe ser considerada como de pro‐
greso ya que por primera vez se piensa que las personas deficientes son susceptibles
de educación. Como consecuencia de ello, se inicia el paso de tratamientos meramen‐
te asistenciales a tratamientos médico‐psicológico‐educativos. Se establece así un
puente entre el ámbito médico y el pedagógico, aunque la supremacía del modelo
médico es evidente todavía.
18
Tomlinson (1982), socióloga de la educación, en el análisis que realiza sobre los
beneficios de los aspectos humanitarios de la Educación Especial desarrollados en la
era de la institucionalización, alude a que fueron los intereses sociales y económicos
los que guiaron la segregación implícita en el modelo médico‐psicológico. En su opi‐
nión, y desde un punto de vista social, la revolución industrial que tuvo lugar en el
siglo XIX requería cuerpos dóciles y personas productivas.
19
Por este motivo, Rieser y Mason (1992) afirman que la historia social de la disca‐
pacidad se caracteriza por los discursos morales que establece respecto del peligro
que suponen las personas discapacitadas para la sociedad. Pero, a pesar de que de‐
fiende una moral que presenta la segregación como una forma de reconocimiento y
de protección de las necesidades de los deficientes, encubre fines económicos y políti‐
cos de control social.
20
Se empieza, por tanto, a gestar un cambio ante esta situación. Destaca del mismo
la lucha emprendida por los padres y por las propias personas con discapacidad, que
empiezan a asociarse y a luchar desde estas instancias por la escolarización de las
personas con discapacidad en centros ordinarios, pretendiendo terminar así con los
guetos en los que se habían convertido las instituciones. Los padres se cuestionaban
la razón por la que sus hijos estaban segregados del medio familiar y tenían que ir a
escuelas diferentes de las de sus hermanos y amigos (Ortiz, 1995), y decidieron tomar
medidas para cambiar esta situación. Se asociaron para reivindicar sus derechos y
fruto de ello fue la constitución en EE.UU. de la National Association for Retarded
Children (NARC, 1950). Gracias a su influencia, de los años sesenta a los ochenta, se
multiplicaron las clases especiales en las escuelas ordinarias, no sólo para los niños
más prometedores, sino inclusive para los que apenas se podían capacitar y para los
gravemente retrasados, ganando en los juzgados muchos casos para que esto suce‐
diera.
21
consonancia con las coordenadas sociopolíticas vigentes en los mismos (García Pastor,
1993). En los países más democráticos, con una política social y educativa dirigida a
todos los ciudadanos sin distinciones entre grupos, llega más lejos consiguiendo su‐
perar la discriminación que muchas personas sufren por el hecho de ser consideradas
como deficientes y, por tanto, diferentes. En cambio, cuando la atención a las personas
discapacitadas constituye una organización diferenciada de los servicios sociales y
educativos, la discriminación es mayor y el proceso integrador resulta más lento y
problemático.
22
adecuada y necesaria a cada alumno, según sus diferencias individuales. Significa el
acceso a los centros de educación ordinaria de las personas con alguna discapacidad
y el compromiso por parte de los mismos de que no sean discriminadas por actitudes
de rechazo o formas de organización escolar que disminuyan sus posibilidades de
aprender y socializarse.
23
alumnos, sino que su interés se centre en considerar aquellas medidas y acciones
desarrolladas en el ámbito escolar, que permitan al profesorado dar respuesta a los
alumnos con necesidades educativas especiales.
Los resultados muestran que el proceso integrador no iba tan bien como se
había proyectado. Cabría esperar, dados los planteamientos teóricos y prácticos que
lo sustentaban, que su devenir hubiera mejorado y solucionado muchos de los pro‐
blemas asociados al modelo médico‐psicológico que caracterizaba la Educación Espe‐
24
cial en ese momento. Si bien es innegable que la integración estaba realizando gran‐
des aportaciones en este ámbito, también es cierto que este término estaba siendo
conceptualizado de formas muy diferentes y unido a ideologías y prácticas igualmen‐
te asociadas al controvertido modelo médico‐psicológico, debido a la influencia de
parámetros sociopolíticos de diversa índole.
A numerosos alumnos, por el hecho de ser clasificados como alumnos con nece‐
sidades educativas especiales, se les ha supuesto una discapacidad sin tenerla. La in‐
tegración se ha convertido en una noción muy controvertida, siendo del todo necesa‐
rio que se identifiquen aquellas barreras que discapacitan más que la propia discapa‐
25
cidad, con el fin de poder actuar contra ellas. Quizás por esta circunstancia, la aplica‐
ción de las políticas de integración no se ha desarrollado de manera neutra, sino de‐
ntro de un marco cultural y político de discriminación contra las personas discapaci‐
tadas (Oliver, 1987). Esta afirmación pone de manifiesto el significado en el que ha
quedado inmersa la integración tras su puesta en marcha, de manera que para mu‐
chos profesores implica que los individuos a los que se refiere sean considerados, y
ellos mismos se consideren, como diferentes e inferiores puesto que continuamente
son segregados de las prácticas educativas que se desarrollan en las aulas de las es‐
cuelas ordinarias.
Por esta causa, la integración se percibe como una práctica ligada exclusivamen‐
te a los alumnos con discapacidad y, consecuentemente, la imprecisión de este térmi‐
no facilita la proyección de incoherencias inherentes a la elaboración de políticas que
perpetúan la diferencia y la inferioridad, propiciando prácticas exclusivas.
26
Estas prácticas han creado entornos de desintegración y de exclusión puesto que
evidencian y materializan claramente para el alumnado la idea de que si eres diferen‐
te tienes que marcharte a otra clase (aula de apoyo, o en situaciones más extremas a
un centro de educación especial) porque no puedes compartir nuestras mismas expe‐
riencias (Sapon‐Shevin, 1995).
27
5. La educación inclusiva en el siglo XXI
28
Reunión Mundial sobre Educación para Todos que tuvo lugar en Mascate (Omán) en 2014;
y, finalmente, el Foro Mundial sobre la Educación celebrado en Incheon (República de
Corea) en 2015.
Con este fin, los expertos allí reunidos establecieron un marco de acción cuyo
principio rector expone que las escuelas deben acoger a todos los niños, independien‐
temente de sus condiciones físicas, intelectuales, sociales, emocionales, lingüísticas u
otras. A partir del mismo, las escuelas se enfrentan al reto de desarrollar una pedago‐
gía capaz de educar con éxito a todos los niños, incluso a aquellos que sufren disca‐
pacidades graves. Además, plantea que las escuelas deben ser comunidades que aco‐
jan a todo el alumnado, tomando en consideración sus necesidades y persiguiendo su
participación plena en la educación y en los aprendizajes que los centros escolares
están llamados a garantizar.
29
nista que se sustente sobre “los derechos humanos y la dignidad, la justicia social, la
inclusión, la protección, la diversidad cultural, lingüística y étnica, sin olvidar, la res‐
ponsabilidad y la rendición de cuentas compartidas” (p.7). Por ello la educación se
considera como un derecho humano y habilitador fundamental, y como un bien pú‐
blico para todos que garantiza el acceso a una educación inclusiva y equitativa, de
calidad, gratuita y financiada con fondos públicos, y que dure doce años, de los que
al menos nueve deberían ser obligatorios. Con este fin, la Declaración insta a los esta‐
dos a que plateen políticas encaminadas a erradicar estas lacras que generalmente
afectan a las poblaciones más desfavorecidas posibilitando oportunidades de apren‐
dizaje de calidad a lo largo de la vida a través de la educación formal y no formal
(UNESCO, 2016b).
Esta defensa de la educación inclusiva está en consonancia con uno de los pro‐
blemas más importantes con los que actualmente se enfrenta nuestra sociedad: la ex‐
clusión social. En los inicios del siglo XXI las desigualdades de naturaleza social, eco‐
nómica y civil son mayores que en cualquier otro período posbélico, incluso mayores
que después de las dos últimas guerras mundiales (Barton y Slee, 1999). Los centros
educativos no son ajenos a ello, debiendo ser conscientes del papel que pueden llegar
a representar en la legitimación de las desigualdades (Connell, 1997).
Cada vez más en nuestro entorno social, económico y educativo, las situaciones
de exclusión son mayores, y comúnmente asociadas a la pobreza y a la marginación,
lo que evidentemente contrasta con la riqueza de determinadas sociedades en Europa
y en América del Norte. Así, debemos plantearnos:
Como manifiestan Pearpoint y Forest (1999, p. 15), “si podemos construir bom‐
barderos Stealth, con un precio de casi mil millones de dólares por avión, no cabe
duda de que podemos educar a todos nuestros niños al máximo de sus capacidades.
Es una cuestión de valores”.
30
parte (Delors, 1996). En medio de esta situación, la discapacidad ha sido considerada
y tratada desde un modelo deficitario y patologizante, que ha situado la causa de los
problemas dentro de la persona y/o en su familia como una parte más del conjunto
de “desigualdades y de relaciones sociales institucionalizadas que perpetúan las
ideologías y las prácticas excluyentes” (Vlachou, 1999, p. 9).
Ante ello, uno de los aspectos que revisa la inclusión es el constructo social esta‐
blecido en torno al concepto de discapacidad, instituido a merced de los cambiantes
contextos políticos, sociales y económicos, y con una naturaleza muy marginal y dis‐
criminatoria. La construcción social de la discapacidad ha llevado consigo ideas y
prácticas de segregación, valoraciones y actitudes sociales negativas, así como creen‐
cias en que las dificultades de los individuos son realidades estáticas e inmodifica‐
bles, todo lo que ha sido criticado fuertemente por los defensores de la inclusión. “El
pesimismo sobre las posibilidades de las personas con discapacidad puede llevar a
verlas como analfabetas, incompetentes, desinteresadas por la cultura y los conteni‐
dos académicos” (Biklen, 2000, p. 339).
31
tender que las dificultades para demostrar habilidad no son exclusivamente una
muestra de incompetencia intelectual. Muchas veces el rendimiento de estas personas
depende del contexto, de manera que una persona puede parecer muy incompetente
en determinados momentos y, sin embargo, en otras circunstancias mostrar bastante
competencia.
32
educativos que desarrollen formas más equitativas y socialmente cohesivas que den
las mismas oportunidades educativas a todos los alumnos y que no se caractericen
por reproducir las pautas de desigualdad existentes.
Generalmente, los jóvenes que son excluidos de las escuelas ordinarias presen‐
tan una historia asociada al fracaso escolar, a problemas familiares, o desafección
afectiva y social. Las instituciones pueden contribuir a aumentar este fracaso al de‐
fender ideologías que excluyan a las personas que viven alguna de estas dificultades
o contribuir a su “rehabilitación”. Sin embargo, la experiencia de las personas que lo
han vivido y hablan sobre ello muestra que este proceso hasta ahora no se está des‐
arrollando desde la filosofía y la práctica de la inclusión, como un respeto a las dife‐
rencias, sino desde la premisa de la “asimilación al sistema”.
Las personas excluidas del sistema educativo por alguna causa destacan que te‐
ner la posibilidad de reintegrarse en el mismo con ciertas garantías de éxito provoca
en ellas una gran alegría, una oportunidad que les ayuda a reconceptualizar su com‐
portamiento, rompiéndose así el ciclo de desamparo en el que muchas veces se en‐
cuentran atrapadas, al no sentirse comprendidas, ni lo suficientemente atendidas en
los centros. Critican que muchas veces, dada su condición de alumnos difíciles, no
son bien vistos ni se les escucha; es más, tanto su punto de vista como el de su familia
está ausente, siendo silenciados continuamente. Su experiencia es que cuando se ex‐
cluye a un alumno del centro, de su entorno, de su aula, su autoestima decae y fácil‐
mente queda influenciado por las bajas expectativas que los demás tienen sobre él.
Por ello, responden de una determinada manera, quizás con sensación de fracaso y
rebeldía, para “cumplir” las expectativas de los adultos.
Ante esta situación, la educación inclusiva se plantea eliminar todas estas for‐
mas de opresión y luchar por conseguir un sistema de educación para todos, funda‐
mentado en la igualdad, la participación y la no discriminación, en el marco de una
sociedad verdaderamente democrática. La educación inclusiva es contraria a la com‐
petición y a la selección centrada en modelos de logro individualizado, porque en‐
tiende que es una cuestión de derecho, de equidad, de lucha contra la desigualdad.
Su fin es que todo ciudadano pueda recibir una educación acorde a sus características
que se constituya en la puerta de entrada a la sociedad del conocimiento (Escudero,
2001). Está en contra de la selección, reclamando políticas de igualdad y equidad que
hagan posible que la educación llegue a todos. Considera los centros como comuni‐
33
dades escolares inclusivas cuyos objetivos se centran en la responsabilidad social, la
ciudadanía activa, la solidaridad y la cooperación, respetando y reconociendo los di‐
versos grupos culturales, como alternativas válidas, no sólo como substratos margi‐
nados (Corbett, 1996).
En definitiva, la educación inclusiva puede ser definida como una actitud, como
un sistema de valores, de creencias, no como una acción ni como un conjunto de ac‐
ciones meramente técnicas. Se centra en cómo apoyar las cualidades y las necesidades
de cada alumno y de todos los alumnos en la comunidad escolar, para que se sientan
bienvenidos, seguros, y alcancen éxito (Arnaiz, 2003; Pearpoint y Forest, 1999).
Un rasgo común en los sistemas universitarios actuales estriba en que cada vez
hay una mayor diversidad entre el alumnado, o como Thomas (2016) ha planteado, la
participación en la universidad es más amplia, debido a la incorporación progresiva
de colectivos que tradicionalmente estaban al margen de la enseñanza superior. En
las aulas pueden estar presentes estudiantes de diferentes nacionalidades, edades,
culturas, situaciones socioeconómicas o capacidades. Esta diversidad creciente, que
está transformando las aulas, está adquiriendo mayor protagonismo científico, de
forma que cada vez más investigaciones tratan de abordar cómo responde la educa‐
ción superior a esta nueva situación. Muchos de estos trabajos se centran en colecti‐
vos no‐tradicionales, concepto que incluye a estudiantes que necesitan medidas adi‐
cionales de apoyo, pudiendo ser, en función del país, estudiantes con discapacidad,
34
alumnado de grupos culturales minoritarios, universitarios de origen socio‐
económico bajo, entre otros (Weedon y Riddell, 2016). De igual forma, diferentes es‐
tudios se centran de esta manera más específica en los estudiantes con discapacidad
(Leyser, Greenberger, Sharoni, y Vogel, 2011; Moriña, López, y Molina, 2015) cuyo
número no deja de aumentar año tras año. En el caso específico de España, el número
de estudiantes con discapacidad matriculados en el curso 2016/2017 alcanzaba casi
22.000 estudiantes (Fundación Universia, 2018), frente a los 18.418 estudiantes del
curso 2011‐2012.
En este sentido, no son pocos los autores (Doughty y Allan, 2008; Hardy y
Woodcock, 2015), que reclaman la necesidad de que el aprendizaje en las universida‐
des sea inclusivo, siendo éstas responsables de dar una respuesta educativa acorde a
las necesidades de todo el alumnado. Como Gairín y Suárez (2014) concluyen, las
universidades de calidad lo son, si son también inclusivas. Casi todas las universida‐
des han empezado a implementar alguna forma de intervención para incrementar la
permanencia y el éxito de todos los estudiantes a través de los Servicios de Atención
a la Diversidad. Su finalidad, como es el caso del Servicio de Atención a la Diversidad
y Voluntariado de la Universidad de Murcia, es favorecer que todo el alumnado y,
especialmente el que presenta alguna discapacidad, permanezca en la universidad y
finalice sus estudios con éxito (Arnaiz, 2000).
35
Respondiendo a la segunda pregunta formulada anteriormente, cabe afirmar
que las Universidades son responsables de formar al profesorado universitario y no
universitario desde un modelo inclusivo.
36
educativa acorde a las necesidades del alumnado tengan o no dificultades, puesto
que las aulas son los espacios por excelencia donde todos los alumnos deben encon‐
trar una respuesta educativa óptima a su manera de ser y de aprender.
37
Henderson y Peacock, 1989), formando parte de comunidades profesionales de
aprendizaje en los centros y otros espacios de acceso y creación de conocimiento.
6. Mirando al futuro
Realizado este recorrido por los avances que la educación inclusiva ha conse‐
guido en las últimas décadas, debemos plantearnos los siguientes desafíos para el
futuro.
38
las tareas de atención a los alumnos con necesidades de apoyo educativo, sino que ha
de abarcar a todos y cada uno de los centros escolares y agentes formativos de acuer‐
do con un enfoque global y sistémico de la educación.
El énfasis debe ir dirigido, por lo tanto, a lograr una mayor implicación social,
comunitaria, institucional y personal, apostando firmemente para que la educación
inclusiva sea una realidad normalizada y generalizada, no una experiencia puntual y
limitada a casos particulares. Escuchar las voces del alumnado y de las familias, así
como promover su participación activa, será fundamental, puesto que ello permitirá
conocer mejor sus necesidades e incluir sus puntos de vista. Estas contribuciones son
insoslayables y deben ir acompañadas en los centros y en las aulas con proyectos y
prácticas comprometidas con la garantía universal del derecho a la educación de to‐
das las personas.
39
cuando sea necesario la existencia de espacios institucionales y sociales donde pudie‐
ran estarse vulnerando los valores y los principios de una sociedad más humana, jus‐
ta, solidaria y habitable por todos y para todos.
Así, pues, como comunidad educativa implicada y comprometida con los valo‐
res y derechos de todas las personas, debemos avanzar desde la educación segregada
a un sistema inclusivo caracterizado por un aprendizaje significativo centrado en el
discente. Solo de esta manera lograremos la transformación de nuestra sociedad, tan‐
tas veces intolerante y temerosa, para que acoja y celebre la diversidad como algo
natural.
40
7. Referencias
Ainscow, M.; Hopkins, D.; Soutworth, G. y West, M. (2001). Hacia escuelas eficaces
para todos. Manual para la formación de equipos docentes. Madrid: Narcea.
Apple, M.W. (1999). Creating profits by creating failures: standards, markets and
inequality in education. Ponencia presentada en el Congreso Internacional de
AEDES: “Reto social para el próximo milenio: educación para la diversidad”. Madrid.
Armstrong, D.; Dolinski, R. y Wrapson, Ch. (1999). What about Chantel? From in‐
side about: an insider’s experience of exclusion. International Journal of Inclu‐
sive Education, 3(1), 27‐36.
Arnaiz Sánchez, P. (1996). Las escuelas son para todos. Siglo Cero, 27(2), 25‐34.
Arnaiz Sánchez, P. (2003). Educación inclusiva: una escuela para todos. Málaga: Aljibe.
41
Asthon, P.M.; Henderson, E.E. y Peacock, A. (1989). Teacher Education Trough Evalua‐
tion: The Principles and Practices of IT‐INSET. London: Routledge.
Ballard, K. (Ed.) (1999). Inclusive Education. International Voices on Disability and Jus‐
tice. London: Falmer Press.
Barton, L. (1986). The politics of special educational needs. Disability, Handicap and
Society, 1(3), 273‐290.
Barton, L. y Slee, R. (1999). Competition, selection and inclusive education: some ob‐
servations. International Journal of Inclusive Education, 3(1), 3‐12.
Binet, A. (1973). Les idées modernes sur les enfants. París: Flammarion.
Birch, J.W. (1974). Mainstreaming: Educable mentally retarded children in regular classes.
Reston: The Council for Exceptional Children.
42
Escudero Muñoz, J.M. (1992a). La escuela como espacio de cambio educativo: estra‐
tegias de cambio y formación basadas en el centro escolar. En J.M. Escudero y
J. López Yáñez (Coords.), Los desafíos de las reformas escolares (pp. 263‐299). Se‐
villa: Arquetipo.
Escudero Muñoz, J.M. (1992b). Una estrategia de formación centrada en los proyec‐
tos de cambio: nuevos mensajes desde la diseminación y utilización del cono‐
cimiento. En J.M. Escudero y J. López Yáñez (Coords.), Los desafíos de las refor‐
mas escolares (pp. 133.177). Sevilla: Arquetipo.
Escudero Muñoz, J. M. (2000). Diversidad: una buena educación para todos. Ponencia
presentada en el curso de Promoción Educativa de la Universidad de Murcia.
Fine, J.B. (1996). Base de poder popular: Un determinante para asegurar la igualdad
de oportunidades educativas para los discapacitados. En B. M. Franklin
(Comp.), Interpretación de la discapacidad. Teoría e Historia de la Educación Espe‐
cial (pp. 193‐ 212). Barcelona. Pomares.
García Pastor, C. (1993). Una escuela común para niños diferentes: la integración escolar.
Barcelona: PPU.
43
García Pastor, C. (1996). La iniciativa para conseguir la reunificación de los sistemas
de educación general y especial en EE.UU. (REI). Siglo Cero, 27(2), 15‐24.
Getzel, E. (2008). Addressing the Persistence and Retention of Students with Dis‐
abilities in Higher Education: Incorporating Key Strategies and Supports on
Campus, Exceptionality, 16(4), 207‐219.
Gibson, S. (2015). «When rights are not enough: What is? Moving towards new
pedagogy for inclusive education within UK universities». International Jour‐
nal of Inclusive Education, 19(8), 875‐886.
Goodlad, J.I. y Lovitt, T. C. (1993). Integrating General and Special Education. New York:
Merril.
Higgins, N. y Ballard, K. (2000). Like everybody else? What seven New Zealand
adults learned about blindness from the education system? International Jour‐
nal of Inclusive Education, 4(2), 163‐178.
Leyser, Y., Greenberger, L., Sharoni, V. y Vogel, G. (2011). Students with disabilities
in teacher education: changes in faculty attitudes toward accommodations
over ten years. International Journal of Special Education, 26(1), 162‐174.
López Melero, M. (1990). La integración escolar, otra cultura. Málaga: Junta de Andalu‐
cía. Consejería de Educación y Ciencia.
44
Mamiseishvilli, K. y Koch, L. (2011). «First‐to‐second‐year persistence of students
with disabilities in postsecondary institutions in the United States». Rehabilita‐
tion Counselling Bulletin, 54(2), 93‐105.
Ministerio de Educación y Ciencia (1990). Ley Orgánica de Ordenación del Sistema Edu‐
cativo (LOGSE). Madrid: Centro de Publicaciones del MEC.
Moriña, A. (Ed.)(2018). Formación del profesorado para una educación inclusiva en la uni‐
versidad. Madrid: Síntesis.
Moriña, A., López, R. y Molina, V. (2015). Students with Disabilities in Higher Edu‐
cation: a Biographical‐Narrative Approach to the Role of Lecturers. Higher
Education Research and Development, 34, 147‐159.
Moriña A. y Perera, V.H. (2018). Inclusive Higher Education in Spain: Students With
Disabilities Speak Out. Journal of Hispanic Higher Education. Doi:
10.1177/1538192718777360.
Muntaner Guaps, J.J. (1999). Bases para la formación del profesorado en la escuela
abierta a la diversidad. Revista Interuniversitaria de Formación de Profesorado, 36,
125‐141.
O’Hanlon, C. (Ed.). (1995). Inclusive Education in Europe. London: David Fulton Pub‐
lisher.
Ortiz González, C. (1995). Las personas con necesidades educativas especiales. Evo‐
lución histórica del concepto. En M.A. Verdugo (Dir), Personas con discapacidad
(pp. 37‐78). Madrid: Siglo XXI.
45
Parrilla, A. y Daniels, H. (1998). Creación y Desarrollo de Grupos de Apoyo entre Profeso‐
res. Bilbao: Mensajero.
UNESCO (2016a). Educación 2030. Declaración de Incheon y Marco de Acción para la rea‐
lización del Objetivo de Desarrollo sostenible 4. París: UNESCO.
UNESCO (2016b). Training Tools for Curriculum Development. Reaching out to all learners:
A Resource Pack for Supporting Inclusive Education. Geneva: International Bureau
of Education.
46
Vlachou, A. D. (1999). Caminos hacia una educación inclusiva. Madrid: La Muralla.
Wang, M.; Reynolds, M. y Walberg, H. (1995). Serving Students at the Margins. Edu‐
cational Leadership, 52(4), 12‐17.
Warnock, M. (1978). Special Educational Needs. Report of the committee of enquiry into the
education of handicapped children and young people. London: HMSO.
47