La Economia Ambiental
La Economia Ambiental
La Economia Ambiental
La economía ambiental
Man Yu Chang
Introducción
1
Muchos bienes ambientales como el agua y los minerales poseen precio en función de los costos de
extracción y distribución, pero no del bien en sí, en cuanto a su costo de producción.
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Economía
Biosfera Sociedad
Francis Bacon, uno de los mayores exponentes del positivismo moderno del
siglo XVII, argumentaba que la naturaleza debía ser subyugada, dominada,
y puesta al servicio del hombre. En concordancia con la tradición cristiana,
la naturaleza se hizo para el usufructo del hombre. Las prácticas agrícolas
con las cuales la población se esforzaba en obtener comida, abrigo, y otros
medios de sobrevivencia eran más explotadas que preservadas. Según Las-
lett (2001), hasta el siglo XVIII los intelectuales europeos veían lo agreste
con cierto horror y la limpieza con satisfacción. No obstante el carácter ex-
plotador de dichas prácticas, no eran y tampoco lo son hoy en día, conside-
radas como insustentables, ya que la escala de la producción era localizada
y su intensidad restricta, lo que daba un margen a la naturaleza para su re-
siliencia.2
A mediados del siglo XVIII, los formuladores de la historia natural (Linneo
y Humboldt, 1758) reconocían que, aunque el hombre domine sobre el orden
natural, pertenece al mismo. El hombre tiene su lugar en la gran cadena de los
seres vivos, y también se somete a las leyes de la naturaleza. De esa forma, la
economía humana tiene la posibilidad de desarrollarse y enriquecerse, pero
también debe permanecer sintonizada con la economía natural. En otras pala-
bras, la naturaleza pasa a ser digna de atención del hombre, justamente porque
le es útil. Los fisiócratas (primera escuela del pensamiento económico, contem-
poránea con los historiadores naturales) compartían esa misma visión con re-
lación a la naturaleza (Vivien, 2000).
2
Resiliencia: capacidad de un ecosistema para mantener su estructura y modelos de comportamien-
to frente a alteraciones exteriores.
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Los fisiócratas (Quesnay, 1758) consideraban que la fuente de todas las ri-
quezas del Estado y de los ciudadanos era la agricultura, porque sólo ella resti-
tuía al hombre más valor del que fue invertido.3 La fisiocracia, que significa “el
poder de la tierra”, concibe a la economía humana dentro de la natural, y que
el hombre debe respetar los ciclos y equilibrios, si desea continuar aprovechan-
do la gratuidad de sus dones. Según Vivien (2000), la teoría fisiocrática, en el
contexto de su época, era menos un anuncio del nuevo tiempo, representado
por la industrialización, y más una racionalización del orden antiguo, el de la
aristocracia de la tierra. La concepción de la naturaleza de los fisiócratas pre-
sentaba un cierto carácter idílico, así como una tradición teológica, que influen-
ció a la historia natural. Del encuentro de la fisiocracia, el saber natural, la teo-
logía y el romanticismo, nacieron las primeras manifestaciones de protección al
medio ambiente.
A finales del siglo XVIII, por primera vez en forma explícita, los economis-
tas clásicos inauguraron la época del “mundo finito”. Tanto la teoría de la di-
námica demográfica de Malthus,4 como la teoría de los rendimientos decrecientes
de la tierra de Ricardo,5 apuntan al límite ambiental que significaría la insufi-
ciente oferta de tierras de buena calidad. Atribuyen un papel relativo a la tec-
nología, reconociendo que ayuda, pero que no resuelve el problema de
la tendencia a los rendimientos decrecientes. De allí que propongan el “estado
estacionario” como algo inevitable. John Stuart Mill, también economista clá-
sico, al contrario que los anteriores, exalta este estado, como siendo deseable y
más humano que el que existía, pues permitiría que la sociedad se desprendie-
ra de las ataduras materiales, y se dedicara al arte de vivir, dejando en paz a la
naturaleza.
En el siglo XIX, la Revolución Industrial, basada en la termodinámica (po-
tencia motriz del calor) marca una ruptura en la cuestión ecológica. Con la re-
volución técnico-científica aplicada a la producción, la problemática ambiental
se extiende a una escala geográfica cada vez mayor. Eso despertó, ya desde co-
mienzos de ese siglo, una generación de ingenieros románticos, llamados “inge-
nieros economistas”,6 precursores de la economía ecológica, quienes basándose
en principios de la termodinámica, demostraban y preveían las repercusiones
3
Véase, en este mismo libro, el texto sobre la economía ecológica de G. Foladori: “…La fisiocracia
argumentaba que el único trabajo productivo era el derivado de la actividad agrícola, porque sumaba el
trabajo humano al proceso natural de reproducción y crecimiento, con lo cual se podía, «con una semilla
obtener cientos de otras y muchas plantas», para decirlo en forma metafórica.”
4
En la medida en que crece la población y el aumento de las necesidades de alimentos, se incorpo-
ran tierras cada vez menos fértiles, que presentan costos de producción cada vez más altos. Por lo tanto,
aun cuando la fertilidad original de las tierras continúe siendo la misma, los rendimientos agrícolas, me-
didos en valor, decrecen.
5
David Ricardo dice que el progreso obliga a utilizar tierras cada vez menos productivas, mientras
que la industria no encuentra límites, ni económicos ni ecológicos.
6
Sadi Carnot dio la primera formulación al principio de la entropía, en 1824; Cournot, en 1861, y
Jevons, en 1865, anunciaban el fin del carbón; Fourier, en 1827, y Tyndall, en 1860, ya anunciaban el ca-
lentamiento global.
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Pigou
Arthur Cecil Pigou escribió en 1920 The Economics of Welfare (La economía del
bienestar). Definía, por primera vez, el concepto de internalización de las externa-
lidades. Pero es recién en 1970 que la economía ambiental se constituye como dis-
ciplina interesada, específicamente, en las externalidades ambientales.
Pigou, profesor de Keynes, fue el precursor de la teoría sobre la necesidad
de la presencia del Estado7 en la economía para reglamentar y disciplinar los
efectos externos. Reconoce que, salvo bajo competencia perfecta –situación ra-
rísima– hay muchas fallas en el mercado. Son estas fallas las que hacen que la
maximización del bienestar privado no coincida con la maximización del bie-
nestar social.
Todos los efectos involuntarios en el bienestar de las personas y empresas
son denominados “externalidades”: positivas, cuando benefician a otros, y ne-
gativas cuando los perjudican.8 Como las externalidades positivas no generan
problemas, al contrario, ayudan, lo que importa son las negativas. Externalida-
des son, entonces, costos privados pasados a la sociedad que indican una falta
de adecuación con los sociales. Es necesario, por lo tanto, internalizar estos cos-
tos individuales que quedaron fuera del mercado.
La tradición pigouviana preconiza la intervención del Estado, en forma de
un impuesto que corresponda con el valor del costo social infringido a la colec-
tividad. Este procedimiento se efectúa, en materia ambiental, según el princi-
pio del “Contaminador-pagador” (Polluter’s Pays Principle).
Con el impuesto, el costo de producción de la empresa contaminadora pasa
a ser mayor, al mismo tiempo que el beneficio disminuye en la misma medi-
da. Salvo cuando el nivel de la competencia permite pasar el valor del impues-
to al consumidor, el precio final del producto, aumenta. De esa manera, los
efectos externos son internalizados y el medio ambiente es incorporado al
mercado.
Coase
7
Keynes retoma y consagra 15 años después el tema de la intervención del Estado, con el libro La
teoría general.
8
Ejemplos de externalidad negativa, abundan. Un caso simple sería que el humo de una industria
ensucie la ropa de una lavandería cercana.
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9
Un ejemplo de internalización a través de la negociación privada, sería: La industria “A”se sitúa río
arriba de la empresa “B” y tira residuos industriales que perjudican la captación de agua de “B”. Si “A”
es propietario del río, la empresa “B” es la que debe pagarle para que acepte reducir sus efluentes. “B”
tendrá interés en pagar solamente si este valor fuese menor al daño sufrido por la contaminación del
agua. En cambio, “A” tendrá interés en recibir el pago de “B”, si este valor fuese superior a los costos para
la instalación de un mecanismo de descontaminación.
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Costos de transacción son costos de información, costos de traslado y costos de acompañamiento
y control.
11
Una acción judicial frecuentemente llamada a resolver los impasses entre los intereses privados
puede constituir un costo no transferible. La película The Civil Action (La acción civil, Estados Unidos,
1998) del director Steven Zaillian, retrata esta cuestión con fidelidad.
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CUADRO 1
CARACTERÍSTICAS Y PROBLEMAS DE GESTIÓN AMBIENTAL
DERIVADAS DE PIGOU Y COASE
Todas las escuelas económicas tuvieron que definir qué es el valor como
primer paso en la elaboración de sus teorías. Para los clásicos (Smith, Ricardo
y Marx) el valor de un bien depende de las condiciones de producción, según
la cantidad de trabajo incorporado, lo que refleja la dificultad de su produc-
ción. Para los neoclásicos el valor de un bien es definido por la utilidad margi-
12
Por ejemplo, una gran corporación frente a una pequeña comunidad.
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nal (utilidad de la última dosis consumida). El valor pasa así a ser subjetivo,13
dependiendo de las preferencias personales. De allí se deriva que, en la medi-
da en que aumentan las unidades consumidas de un mismo bien, éste pasa a
satisfacer menos, de donde la satisfacción marginal es siempre decreciente.
Al enfrentarnos a la cuestión del valor del medio ambiente nos colocamos,
inevitablemente, frente a varias cuestiones: ¿constituye un valor el medio am-
biente?, ¿por qué?, ¿cuándo? y, ¿para quién?
En la concepción utilitarista, el medio ambiente tiene valor porque tiene
un valor de uso para los individuos. Al revés, en la concepción conservacionista,
el medio ambiente tiene un valor de no uso, un valor pasivo. El valor pasivo es un
valor intrínseco a la naturaleza. Algunos ecologistas lo llaman valor de existen-
cia. Se trata de preservar la naturaleza viva o inerte independiente de cualquier
utilidad.
El valor de uso puede ser directo o indirecto. El más común es el valor de
uso directo, como la caza, la pesca, el descanso, etcétera. Valor de uso indirecto
es un valor que beneficia a los individuos sin que éstos tengan conciencia. La bios-
fera, por ejemplo, es un bien que nos asegura la condición de vida sobre la tierra,
sin que muchos tengan conciencia de ello. Aún así, el valor de uso indirecto no
deja de ser un concepto funcionalista, que supone que el bien trabaja en fun-
ción de nosotros, para nuestra utilidad.
Al hacer la pregunta ¿cuándo el medio ambiente es un valor?, se plantea la
cuestión de la temporalidad del valor. Los economistas neoclásicos llaman a eso
valor de opción, que refiere a la posibilidad que los individuos tienen de decidir
usar el medio ambiente ahora, o más tarde. Cuando se reserva un bien natural
para ser utilizado en el futuro, se llama valor de casi-opción.
La dimensión del tiempo nos lleva a la cuestión de la transmisión, o sea,
¿valor para quién? En este punto la teoría neoclásica se basa en individuos
egoístas, que solamente piensan en sí, en los bienes para usufructo propio. Al
incorporar el medio ambiente y, por tanto, la conservación de la utilidad a largo
plazo, se pasa a incluir el valor para quienes vinieran después, para el usufructo de
las futuras generaciones. Es lo que se llama equidad intergeneracional. Para
otras teorías económicas, como la marxista, que enfatiza la justicia social, el va-
lor es concebido para todos los que viven en el mismo tiempo, lo que apunta a lo
que se llama equidad intrageneracional. Para los biocéntricos, el valor es para
los otros seres vivos, y no para los humanos.
13
La economía neoclásica en realidad confunde valor y precio. En rigor, no habla de valor (concep-
to derivado de la producción), sino de precio (concepto derivado del mercado).
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Mercado experimental
14
En este método, la vida de un niño tiene muy poco valor, ya que aún no está en la vida activa, por
lo tanto, no genera ingreso.
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CUADRO 2
MÉTODOS DE VALORACIÓN DEL MEDIO AMBIENTE
Consideraciones finales
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Por ejemplo, según los cálculos de las aseguradoras, para indemnización de la vida humana, cuan-
do está basada en los salarios que los asegurados reciben, la vida de un americano valdría la de 10 chi-
nos. O, el Río Reno vale mucho más para los alemanes que el Amazonas para los ribereños nativos, por-
que la propensión a pagar de los primeros es, indiscutiblemente, más elevada.
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Los experimentos realizados a través del método de contingencia llegaron a la conclusión de que
la propensión a recibir es 10 veces mayor que la propensión a pagar por el mismo bien.