Aportes Puntuales A La Creacion de Los Estados Liberales
Aportes Puntuales A La Creacion de Los Estados Liberales
Aportes Puntuales A La Creacion de Los Estados Liberales
BECCARIA
El modelo de Beccaria era de cuño contractualista (Rousseau), donde cada ciudadano cedía una
mínima parte de su libertad al Estado en pos de la vida en sociedad y de ver garantizadas el resto
de sus libertades (el derecho a la seguridad y a la tranquilidad). Cada delito era la usurpación
privada de un hombre de las porciones de libertad que habían sido depositadas por cada
ciudadano en la creación del Estado Penal. Al depósito común de las libertades cedidas por los
ciudadanos era menester defenderlo de las usurpaciones privadas de los propios hombres, para
ello se echa mano a las penas como 'motivos sensibles' que contradeterminan al delito. De aquí
surge el derecho de punir del soberano. Pero la mayor preocupación de Beccaria fue teorizar sobre
cómo punir, y aquí es donde emerge la influencia de la escuela escocesa, que en Bentham es
mucho más clara. (13) El utilitarismo de Beccaria sería ampliado quince años después en la magna
obra Jeremy Bentham: "Introducción a los principios de la moral y la legislación" de 1789. Para
éste, el objeto general de todas las leyes es aumentar la felicidad total de la comunidad, y para
Beccaria: "la máxima felicidad dividida en el mayor número".
La idea de ver a la Ilustración penal como un todo monolítico que compartía premisas básicas de
pensamiento es un engaño de la posteridad. Tanto de sus críticos y denostadores, como Ferri y el
positivismo, como por parte de quienes de alguna manera somos tributarios del pensamiento
liberal en cuanto basamento de lo que Alvaro Pires llamó "la racionalidad penal moderna".
El nacimiento de la ciencia del homo criminalis demandó la destrucción de toda teorización previa,
o el archivo en el desván del desuso de lo que etiquetaron como 'Escuela Clásica'. Semejante a la
actitud del emperador Huang Ti, que nos refiere Borges, que quemó todos los libros anteriores a él
y mandó a construir la muralla china (14). Abolir o reescribir el pasado de acuerdo a nuestra visión
del presente es una actividad no menor en la historia del pensamiento.
VOLTAIRE
La filosofía política de Voltaire entronca con el liberalismo de John Locke y la defensa de un sistema
con división de poderes y leyes universales, es decir, iguales para toda la población,
independientemente de su clase social, raza, confesión u origen. La clave reside en el derecho
natural, en la impresión del pensador. La idea de justicia es innata para cualquier ser humano y se
nutre de la experiencia directa en el proceso de vivir. Por tanto, sus consecuencias (la equidad, la
igualdad ante la ley, etc.) se erigen como rasgos indispensables para que la libertad individual sea
posible y edifique un entorno de prosperidad y equilibrio social.
Voltaire era deísta y su ética se fundamentó en la libertad que todo ser humano posee per se para
acometer su propio destino. Se enfrentó a contemporáneos de gran influencia
como Rousseau o Montesquieu, acusando al primero de «sensiblero» por lo que consideró el
rechazo a la civilización del ginebrino. La vida en comunidad exige de un pacto social que, en
opinión del francés, no debe ser destruido ni por instinto ni bajo la luz de la razón. En su
historiografía, Voltaire ofrece una imagen no eurocentrista del mundo, como reflejó en sus obras El
siglo de Luis XIV (1751) y Ensayo sobre las costumbres (1756). En el Poema sobre el desastre de
Lisboa analizó la naturaleza del mal, que reduce a la finitud humana. El destructivo terremoto de
Lisboa de 1755 conmocionó Europa y dio lugar a toda clase de interpretaciones, tanto de
inspiración religiosa como racionalista.
MONTESQUIE
Esto es del montesquie En su teoría de la separación de los poderes del Estado, Montesquieu
sostiene que la distribución jurídica de las funciones ejecutiva, legislativa y judicial sólo podrá
limitar el uso arbitrario del poder y salvaguardar la libertad y los derechos de los ciudadanos, si se
combina con otro principio basado en su distribución social. Por esta razón describe un modelo
institucional en el que la diversidad propia de una sociedad estamental -la sociedad inglesa- se
integra formalmente a los poderes del Estado.
Los debates posteriores que dieron vida a las constituciones modernas -debates reconocidamente
deudores de la teoría de Montesquieu- se centraron exclusivamente en el principio de distribución
jurídica, transformándolo en un pilar fundamental en la organización de los Estados. Por más de
dos siglos los expertos del derecho polemizaron sobre los alcances de este principio, en un debate
en el que se enfrentaron los defensores de la autonomía absoluta de cada poder con aquellos que
abogaban por su separación relativa.1 En uno y otro caso se trataba de interpretar adecuadamente
lo que Madison llamó "El oráculo de Montesquieu" (1994: 205).2
Una suerte muy distinta corrió el principio de distribución social: bajo el supuesto de que este
principio sólo es apropiado para un modelo de la sociedad estamental, se pensó que superando las
jerarquías del antiguo régimen se superaba también el principio. Sólo faltaba encontrar las razones
que hicieran comprensible el "error" de su autor. Los más suspicaces creyeron estar en presencia
de un pensador interesado -el Barón de La Bréde y Montesquieu- que promovía la repartición
social del poder político para devolver a la nobleza a la que pertenecía sus antiguas
prerrogativas de clase.
ROUSSEAU
Desde la segunda mitad del siglo XVIII se fue difundiendo la idea, apoyada en Rousseau, de que la
ley era, o debía ser, una expresión de la voluntad general. Por eso los Parlamentos (en España las
Cortes) con funciones legislativas serían un elemento esencial para la elaboración de la ley y la
defensa de los derechos y las libertades individuales. La voluntad general establecía los derechos
individuales reconocidos.
Los liberales del XIX heredaron en este sentido los debates de la Ilustración y en concreto las ideas
roussounianas sobre el pacto social, que, se habían difundido en la España metropolitana y en las
provincias americanas. Los redactores de la Constitución española de 1812 pudieron hacer, como
hemos visto, una interpretación en la que las Cortes, como instituciones donde residía la voluntad
general, podían remontarse a la Edad Media e incluso al reino visigodo, y esgrimir el pacto social
como un contrato social, que sometía a los individuos a la voluntad general. De forma más precisa
aparecía la idea del pacto social en algunas constituciones americanas, como hemos visto en la de
Antioquia.
No es de extrañar que para los fascistas, para los totalitarios en general, las ideas de Rousseau
fueran objeto de especial animadversión, la raíz de todos los males. El fascismo, en efecto, como
otros totalitarismos, aborrece la democracia y exalta el Estado por encima de los individuos. Un
aborrecimiento que queda inequívocamente reflejado en los textos políticos fascistas. Por ejemplo,
en el discurso de José Antonio Primo de Rivera en el acto fundacional de Falange en el teatro de la
Comedia de Madrid, en 1933:
“Cuando, en marzo de 1762, un hombre nefasto, que se llamaba Juan Jacobo Rousseau, publicó El
contrato social, dejó de ser la verdad política una entidad permanente (…) Juan Jacobo Rousseau
vino a decirnos que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de razón, sino que eran,
en cada instante, decisiones de voluntad (…)
Y como esa voluntad colectiva, esa voluntad soberana, sólo se expresa por medio del sufragio,
conjetura de los más que triunfa sobre la de los menos en la adivinación de la voluntad superior,
venía a resultar que el sufragio, esa farsa de las papeletas entradas en una urna de cristal, tenía la
virtud de decirnos en cada instante si Dios existía o no existía, si la verdad era la verdad o no era la
verdad, si la Patria debía permanecer o si era mejor que, en un momento, se suicidase. (…) De ahí
vino el sistema democrático, que es, en primer lugar, el más ruinoso sistema de derroche de
energías”
Pero el fundador de Falange, como los otros fascistas y totalitarios, se equivocaba gravemente.
Como también otros que recientemente descalifican la obra de Jean-Jacques Rousseau. No puede
denigrarse una obra que se iniciaba precisamente con la afirmación de que “el hombre ha nacido
libre y, sin embargo, vive en todas partes entre cadenas"; que proponía el contrato social con el
objetivo de "encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con la fuerza común las
personas y los bienes de cada asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca
sino a si mismo y permanezca tan libre como antes"; que atribuye al pacto social la capacidad de
“dar existencia y vida al pacto político”, al cual se le da movimiento a través de la ley; que defiende
que “la legislación debe perseguir sobre todo la libertad y la igualdad; o que, finalmente afirma
que "el poder legislativo es el corazón del Estado”, que éste “no subsiste por las leyes sino por el
poder legislativo” y que establece que “la voluntad general es indestructible”. Algo que conocen
muy bien los colombianos, que pueden leer en la fachada del Palacio de Justicia de Bogotá estas
palabras del presidente Francisco de Paula Santander: “Las armas os han dado la independencia;
las leyes os darán la libertad”.
BIBLIOGRAFIA
https://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-418/sn-418-4.htm