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La Antijuridicidad

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CAPÍTULO PRIMERO

I. Ubicación de la problemática de la antijuridicidad 1


II. La doctrina tradicional frente a la antijuridicidad 19
III. La antijuridicidad como elemento del delito . . . 32
CAPÍTULO PRIMERO

I. UBICACIÓN DE LA PROBLEMÁTICA
DE LA ANTIJURIDICIDAD

Sin duda, la problemática en torno de la antijuridicidad consti-


tuye uno de los tópicos más delicados y complejos dentro del
ámbito jurídico-penal. Teniendo en cuenta esta perspectiva, ca-
bría señalar que, para Mezger,1 la antijuridicidad (o el injusto,
como él emplea ambivalentemente ambos vocablos) es el pre-
supuesto inesquivable de cualquier hecho punible, y supone que
el delito encarna una violación del derecho, es decir, que con-
tradice al jus.
Según el profesor alemán, tanto injusto (unrecht, no derecho)
como antijuridicidad pueden y deben utilizarse como sinónimos.
A pesar de ello, para Mezger, el primero es menos exacto que
el segundo. La antijuridicidad se refiere al juicio impersonal-
objetivo, que recae sobre la contradicción entre el hecho y el
ordenamiento jurídico, mientras que la culpabilidad destaca la
atribución personal de una conducta a su autor.
Para Hans Welzel,2 la antijuridicidad es una característica de
la acción. De esta forma, la define diciendo: antijuridicidad es,
pues, la contradicción de la realización de un tipo con el or-
denamiento jurídico en su conjunto (no sólo con una norma ais-
lada). En estas condiciones, por tanto, la antijuridicidad es siem-
1 Mezger, Edmund, Tratado de derecho penal, México, Ed. Cárdenas,
1997, t. I, específicamente lo referente a la antijuridicidad.
2 Welzel, Hans, El nuevo sistema del derecho penal, trad. Cerezo Mir,
Barcelona, Ariel, 1964, pp. 47 y ss.

1
2 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

pre la contradicción entre una conducta real y el ordenamiento


jurídico.
De ahí que, por consiguiente, la antijuridicidad debe ser la
misma en la totalidad del ordenamiento jurídico, en tanto que
existe un injusto específico, pero no una antijuridicidad especí-
ficamente jurídico-penal. El injusto es la misma forma antijurí-
dica de la conducta. Conviene, desde este punto de vista, expresar
que el tipo (como figura conceptual) no es antijurídico, ya que
únicamente su realización puede ser antijurídica. Así pues, no
hay tipos antijurídicos, sino solamente realizaciones antijurídi-
cas del tipo.
En la línea de este razonamiento, no existe una antijuridicidad
penal en contraposición a una antijuridicidad general. No hay
algo antijurídico dentro del derecho penal ni algo que no sea
antijurídico fuera de él o viceversa. El derecho constituye una
unidad cerrada, y el derecho y la antijuridicidad son los mismos
en todos los diversos campos.
No obstante, lo anterior no excluye que, mediante la figura
del tipo penal, el derecho haya creado un recurso técnico-jurí-
dico-penal para destacar y deslindar, más concretamente, un ám-
bito especial del injusto al que conecta la punibilidad. En otras
palabras: se produce una cerrazón y, por otra parte, una concre-
ción de la conexión del injusto con la punibilidad.
Las tantas veces intentada identificación del tipo y de la an-
tijuridicidad conduciría,3 por tanto, a una grave confusión mental.
En esta tesitura, resulta claro que: 1. Tipo es la descripción es-
pecífica y concreta de la conducta prohibida (del contenido o
de la materia de la norma). Se trata de una figura o imagen
puramente conceptual. 2. Antijuridicidad es la contradicción de
la realización del tipo de una norma prohibitiva con el ordena-
miento jurídico en su totalidad.
No obstante, íntimamente ligadas las ideas del derecho, de
la justicia y de la adecuación, al fin forman una base, sobre la

3 Idem.
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 3

que ha de girar todo lo referente a la problemática de la anti-


juridicidad. Parece claro que la base positiva del derecho es, en
primer término, la ley. Este principio rige, muy específicamente,
en la parcela del derecho penal.
El injusto, al que se conecta la punibilidad, debe estar de-
terminado, como tal, desde el punto de vista típico legal, antes
de que sea realizada la acción, que lleva como consecuencia la
pena. El derecho vigente requiere en todas sus relaciones una
fundamentación sobre un basamento positivo autoritario. En estas
condiciones, cabe aclarar que la idea del derecho, a pesar de
esta positividad del mismo, es de imprescindible conocimiento,
aun para su aplicación práctica.
Ninguna ley agota la totalidad del derecho, y esto abarca
también a las leyes en amplio sentido y al derecho consuetudi-
nario. De ahí que muchos consideren que la logicidad exacta y
unitaria del derecho es una noción relativa. El simple positivismo
legal no ofrece ninguna respuesta (cuando menos completa) a
una buena cantidad de cuestiones de la vida práctica del derecho.
Esa respuesta debe ser buscada, en primer lugar, en la in-
terpretación amplia de la ley. De idéntica forma, toda ley en
amplio sentido, cuando pretende ser derecho, excluye (en función
de esa pretensión) el empleo del arbitrio ilegal. Resulta inherente
al derecho —porque es derecho— su finalidad fundamental y
su entelequia.4
Para Huerta Tocildo,5 en la doctrina penal alemana, la polé-
mica en torno al concepto de acción, de gran amplitud en época
anterior, ha cedido su lugar a la fuerte discusión sobre el con-
tenido material de la antijuridicidad. En referencia a esta última
(al igual que ocurre en numerosas ocasiones en el ámbito penal
sustantivo) los diversos criterios no constituyen “meras disqui-
siciones teoréticas”, sino que implican consecuencias altamente

4 Mezger, Edmund, op. cit., nota 1, idem.


5 Huerta Tocildo, Susana, Sobre el contenido de la antijuridicidad, Ma-
drid, Tecnos, 1984, pp. 13 y ss.
4 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

considerables en la medida de la pena, cuya exclusión puede


llegar a determinar.
Así, el debate trasciende, además, del marco (tipo de injusto)
en que aparece en sentido estricto, para adentrarse en otras áreas
de idéntica significación para la materia. De esta manera, señala
Huerta Tocildo que el mero hecho de participar en la polémica
obliga ineludiblemente a tomar posición en relación al carácter
valorativo o imperativo de la norma jurídico-penal, la naturaleza
objetiva o subjetiva de la antijuridicidad, o la pertenencia del
dolo al tipo de injusto o a la culpabilidad.
Asimismo exige adoptar o rechazar la teoría de los elementos
negativos del tipo; a indagar la función de la tipicidad y sus
relaciones con la antijuridicidad; a intentar esclarecer la esencia
de las causas de tipificación; y, por último, aunque no lo de
menor importancia, a tratar del error y de sus efectos. En resu-
men: toda una posición sobre la teoría del delito, sin olvidar las
implicaciones que los puntos de vista adoptados suponen para
los fines y funciones de la pena.6
En estas condiciones, se produce una tensión entre sistema
y derivaciones político-criminales; de tal forma que cuando se
cree haber logrado la coherencia intrasistemática, en uno u otro
lugar, emerge de manera subrepticia una consecuencia indeseable
político y criminalmente.
Y, al revés, cuando se estima haber conseguido la “solución
correcta”, desde este último punto de vista, se produce el choque
contra la estructura de las propias construcciones dogmáticas,
que funcionan a menudo como auténticas fortalezas. En esta si-
tuación cabría recordar el pensamiento de Claus Roxin, que ha
intentado o pretendido hacer penetrar en el sistema esas consi-
deraciones político-criminales, para soslayar esas zonas de fric-
ción entre el sistema dogmático y la política criminal.7

6Idem.
7Roxin, Claus, Política criminal y sistema de derecho penal, trad. Muñoz
Conde, Barcelona, Bosch, 1972, passim. Este libro, una pequeña monografía,
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 5

Llegado a este extremo, resulta conveniente traer a colación


la adopción de un punto de vista imperativo sobre la norma
jurídico-penal, que la considere como norma de determinación
de conductas y no como simple norma de valoración, produ-
ciendo junto con la inclusión del dolo en el tipo de injusto de
los delitos dolosos la elevación del desvalor de acción a la ca-
tegoría de elemento constitutivo y fundamentador del injusto penal.
Por lo tanto, mientras que se mantenga la tesis de que la
norma jurídico-penal es (en el ámbito de la antijuridicidad) sim-
ple norma de valoración, y se participe, con ello, de una con-
cepción absoluta o predominantemente objetiva de este elemento
del delito, lo trascendental a la hora de decidir si una conducta
es o no contraria a derecho será la constatación de si ha pro-
ducido o no la lesión o puesta en peligro del interés jurídicamente
protegido en el correspondiente tipo de delito; o lo que es lo
mismo: la verificación de la presencia de un desvalor de resul-
tado.8
Rodríguez Mourullo9 señala que la norma jurídica desarrolla
un punto de vista sobre la justicia y, por eso mismo, implica
siempre un juicio de valor, añadiendo que la vinculación que
establece la norma penal entre el delito como presupuesto y la
pena o la medida de seguridad, como consecuencia, es una vin-
culación histórica de sentido axiológico.
Más aún: la norma penal comporta una vinculación histórica
de sentido axiológico entre dos hechos, que se impone como
forma de vida social. En este sentido, expresa el ilustre penalista,
la norma penal no es puro juicio de valor, sino también impe-
rativo, que presiona sobre las tendencias antisociales del indivi-
duo, alterando la vida personal en el sentido de lo social.

constituye un clásico en la materia y, al propio tiempo, marca la época del


nacimiento del funcionalismo jurídico-penal.
8 Huerta Tocildo, Susana, op. cit., nota 5, pp. 17 y ss.
9 Rodríguez Mourullo, Gonzalo, Derecho penal. Parte general, Madrid,
Civitas, 1978, pp. 77 y 78.
6 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

En el caso del derecho, la imperatividad, sinónimo de mando


y organización, resulta más clara que en las restantes normas
sociales no jurídicas, pero lo es sobre todo en aquella parcela
del derecho que se halla en contacto directo con el Estado, que
constituye un fenómeno de mando y organización indiscutible.
A este ámbito pertenece el derecho penal.
En este sentido, Rodríguez Mourullo10 señala que el contenido
material de la antijuridicidad está constituido esencialmente, y
en primer lugar, por la lesión o puesta en peligro de bienes ju-
rídicos. La antijuridicidad constituye un juicio de desaprobación
de la conducta fáctica, en cuanto resulta ofensiva para un bien
jurídicamente protegido.
Sin embargo —continúa Rodríguez Mourullo— el derecho
penal, dado su carácter fragmentario, no prohíbe bajo la amenaza
de la punibilidad toda clase de ataque a los bienes jurídicos más
elementales del individuo y de la comunidad, sino solamente
aquellos que se consideran como más rechazables; el desvalor
de la acción que implica la específica modalidad de ataque pasa
también a formar parte del contenido sustancial de la antijuri-
dicidad.11
Para Rodríguez Mourullo,12 la ofensa al bien jurídico consiste
en el desvalor de resultado. En la forma y modalidad de llevar
a cabo la ofensa radica el desvalor de acción. Ambos aspectos
desvaliosos han de ser tenidos en cuenta conjuntamente por la
ley para configurar el injusto típico del delito de que se trate.

10 Ibidem, pp. 331 y ss.


11 Idem. Como aclara (en cita a pie de página) la palabra resultado la
utiliza Rodríguez Mourullo como sinónima de puesta en peligro o lesión del
bien jurídico, y no en el sentido tradicional de modificación del mundo exterior
causada por la acción, como usualmente se entiende al hablar del resultado
como elemento estructural del delito. Cuando se emplea “la clasificación des-
valor de acción —desvalor de resultado— en sede de contenido material de
la antijuridicidad, la expresión resultado ha de entenderse en su acepción de re-
sultado ‘jurídico o formal’ (ofensa del bien jurídico) y no en su significado
naturalístico de modificación del mundo exterior”.
12 Idem.
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 7

En esta tesitura, la lesión del bien jurídico no constituirá un


injusto típico si no va acompañado (a veces) del desvalor de
acción. Así, la muerte de un ciclista, que circulaba violando las
normas del Reglamento de Tránsito, y sin luz alguna, no integra
el injusto de delito culposo de homicidio, si el manejador res-
petaba estrictamente las normas reglamentarias, o sea, si actuaba
cumpliendo el deber objetivo de cuidado (ausencia de desvalor
de acción).
Y a la inversa, en algunos casos la salvación del bien jurídico
(valor de resultado) no convierte al hecho en conforme a derecho,
si no va acompañada de una acción también valiosa (valor de
acción). Quien salva la vida de un extraño, que estaba a punto
de ser muerto por un agresor injusto, consigue un resultado con-
siderado por el ordenamiento jurídico como valioso (valor de
resultado), es decir, en legítima defensa, pero si el hecho se
realiza por venganza, resentimiento y otros motivos ilegítimos
(desvalor de acción) el hecho será antijurídico.
En el supuesto descrito, nos encontramos con la exclusión
de delito, establecida en la fracción IV del artículo 15 del Código
Penal del Distrito Federal, en materia común, y con idéntica frac-
ción y numeral del Código Penal Federal; no obstante de que
haya ciertas discrepancias entre la redacción del Código Común
del Distrito Federal y del Código Penal Federal.13
13 En la fracción IV del artículo 15 del Código Penal del Distrito Federal
en materia común, en el primer párrafo de dicha fracción, dice literalmente lo
siguiente: “Se repela una agresión real, actual o inminente y sin derecho, en
protección de bienes jurídicos propios o ajenos, siempre que exista necesidad
de la defensa, racionalidad en la defensa respecto a la amenaza y no medie
provocación dolosa suficiente e inmediata por parte del agredido o de su de-
fensor”.
Por su parte, la fracción IV del artículo 15 del Código Penal Federal, en
su párrafo primero dice literalmente: “Se repela una agresión real, actual o
inminente, y sin derecho, en protección de bienes jurídicos propios o ajenos,
siempre que exista necesidad de la defensa y racionalidad de los medios em-
pleados y no medie provocación dolosa suficiente e inmediata por parte del
agredido o de la persona a quien se defiende”.
Como fácilmente se advierte, en la legislación común, el criterio de la ra-
cionalidad de los medios empleados es sustituido por la racionalidad en la
8 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

Resulta, en definitiva, indudable que el desvalor de acción


adquiere un papel protagónico, y en muchas ocasiones decisivo,
junto al desvalor de resultado, en la integración del contenido
material de la antijuridicidad.14
En la defensa de su posición, el maestro español ataca la
postura de Hans Welzel, criticando lo que éste afirma, cuando dice:

la lesión del bien jurídico (el desvalor del resultado) tiene sólo rele-
vancia en el derecho penal dentro de una acción personalmente an-
tijurídica (dentro del desvalor de la acción). El desvalor personal de
la acción es el desvalor general de todos los delitos en el derecho
penal.
El desvalor del resultado (el bien jurídico lesionado o puesto en
peligro) es un elemento, que carece de independencia, de numerosos
delitos (los delitos de resultado y de peligro). El desvalor del resul-
tado puede faltar en el caso concreto sin que desaparezca el desvalor
de la acción, por ejemplo, en la tentativa inidónea.15

En abierta discrepancia con lo que opina Rodríguez Mourullo,


la posición de Welzel se encuentra irreprochablemente ajustada

defensa respecto a la amenaza. En otras palabras, el legislador común del Dis-


trito Federal ha introducido la racionalidad de la conducta defensiva, en función
de la amenaza, y ha evitado el no siempre fácil problema de la determina-
ción de la racionalidad de los medios empleados en la defensa, que en la
práctica no en todas pero sí algunas veces fue entendida como proporcionalidad,
lo cual (a pesar de las aclaraciones de la Jurisprudencia de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación), se prestaba en la procuración de justicia, e inclusive
en algunos casos de aplicación de la misma, a severas discusiones y malen-
tendidos.
No son en ningún caso críticas al Código Penal Federal, sino que tratamos
de destacar la nueva orientación producida, dentro de la legítima defensa, por
el Código Común del Distrito Federal.
14 Rodríguez Mourullo estima inadecuado atribuir la primacía al desvalor
de acción, hasta el punto de otorgarle una relevancia principal (representada
por el apartamiento del recto sentir jurídico) y que el desvalor de resultado
(lesión o puesta en peligro de los bienes jurídicos) únicamente constituye una
consecuencia de la acción.
15 Welzel, Hans, op. cit., nota 2, p. 68, in fine.
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 9

al concepto de antijuridicidad que mantiene el creador del fina-


lismo. Para él, lo injusto no se agota en la causación del resultado
(lesión del bien jurídico), desligada en su contenido de la persona
del autor, sino que la acción es únicamente antijurídica como
obra de un autor determinado: el fin que el agente estableció
para el hecho objetivo, la actitud en que lo cometió, los deberes
que le obligaban a este respecto, todo ello determina, decisiva-
mente, el injusto del hecho junto a la eventual lesión del bien
jurídico.
En consecuencia, para Welzel la antijuridicidad es siempre
la desaprobación de un hecho referido a un autor determinado.
Lo injusto es injusto personal, es decir, lo injusto es injusto de
la acción referido al autor.
Finalmente, para el profesor germánico, la doctrina de la an-
tijuridicidad como lesión causal de un bien jurídico, que rechaza,
tiene de cualquier manera el mérito de haber destacado la im-
portancia del elemento del resultado (del bien jurídico). En la
mayoría de los delitos es indudablemente esencial una lesión o
peligro de un bien jurídico, pero sólo como elemento parcial
de la acción personalmente antijurídica, nunca en el sentido de
que la lesión del bien jurídico agote lo injusto del hecho.
Por su parte, Alexander Graf Zu Dohna, el gran teórico de
la antijuridicidad,16 expresa que constituye un gran error, en el
que incurren tanto la teoría como la práctica, creer que el material
crítico, para la valoración jurídica de la conducta humana, se
ubica en forma total y sin falta alguna en el orden jurídico, en-
tendido en el sentido de los preceptos jurídicos técnicamente for-
mados.
Sentada la anterior afirmación, Graf Zu Dohna se olvida de
dos cosas relevantes: una, que llevamos dentro de nosotros (como
supuesto lógico) un gran bagaje de representaciones y aprecia-
ciones morales como firme contenido de nuestro desarrollo cul-

16 Graf Zu Dohna, Alexander, La ilicitud, trad. Faustino Ballvé, México,


Editorial Jurídica Mexicana, 1959, pp. 3 y ss.
10 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

tural, sobre cuya base, que se considera natural e indiscutible,


se construye el sistema jurídico, haciéndolos parte integrante de él.
Y, dos, que el espíritu del derecho no encuentra en ningún
caso su expresión inequívoca en la formulación técnica de los
preceptos jurídicos concretos, por lo que, no sólo para la evo-
lución legislativa, sino para la mera aplicación adecuada del de-
recho, resulta importante descubrir la auténtica figura de los pen-
samientos jurídicos, que aparecen ante nosotros en forma velada.
De ahí que sea condición inesquivable de un sano desarrollo
del derecho, disponer de un criterio para medir el contenido del
derecho positivo, si sus preceptos no han de servir como meros
formalismos instrumentales de dominación, sino para una regla-
mentación y estructuración, objetiva y justa, de la convivencia
humana. Lo anterior es tanto más destacable, en cuanto es ne-
cesaria característica del derecho generalizar y objetivizar, es de-
cir, eludir todo lo que la vida ofrece de originalidad y variedad.
No obstante, y siguiendo el razonamiento del autor en co-
mentario, en lo anteriormente dicho reside el atractivo propio,
al mismo tiempo que también la incomparable dificultad, de todo
enfoque social, a diferencia del enfoque científico natural: “en
que tan pronto son los factores constantes como los factores va-
riables los que con intensidad predominante se imponen a nuestro
conocimiento”.17
Esta mutabilidad y variabilidad de los fenómenos ha de ser
pues tenida en cuenta por aquella fórmula que aspire a revelar
en el terreno social una regularidad de valor general. Si la ju-
risprudencia no quiere fracasar en su misión de ordenar y regular
la convivencia social según los puntos de vista apropiados, no
se ha de limitar a las cuestiones y digresiones puramente técni-
cas.
Su tarea será la de concentrarse en las finalidades y propósitos
que está llamada a servir. Ha de comunicar a las formas inertes
el soplo vivificador que le permita (al mismo tiempo) establecer

17 Idem.
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 11

controles inexpugnables a la arbitrariedad y propiciar, allanán-


dolo, el terreno de expansión de la libertad individual.
Lo anterior supone acertadamente que libertad no equivale
a arbitrariedad, sino que es voluntad intrínsecamente justa. Evitar
que degenere en arbitrariedad es la función del deber que (con
sobrada razón) se ha considerado como el concepto central del
derecho. Pero por encima de él, sobre su esencia y naturaleza,
es (desafortunadamente) lo que menos nos ilustra el orden jurí-
dico.
Dicho orden, estima Graf Zu Dohna,18 forma parte de aquellas
representaciones que el derecho no establece, sino que única-
mente presupone, que no son determinadas por el derecho, sino
sus propias determinantes. Es él quien da la medida. Por con-
siguiente, ¿qué actitud ha de adoptar este enfoque ante el derecho
positivo?
¿Ha de ser dejado de lado, con prepotencia despreciativa, en
aras de una construcción conceptual de la cual los fenómenos
naturales, cuya adecuada apreciación constituye precisamente
nuestro afán, queden separados por “esa pared medianera del
derecho positivo” excluyendo toda posibilidad de influencia?
La propia interrogante expone la contestación:

Se ha de tratar de analizar los preceptos jurídicos existentes en busca


de lo que puedan ofrecernos para resolver el problema planteado, a
fin de continuar luego la exploración... quien sabe si para encontrar
la veta aurífera que nos baste seguir para regresar a la superficie
cargados de rico botín.

En resumen: la cuestión fundamental consiste en preguntarse


¿cuándo una conducta humana ilegal es contraria al derecho?

18 El profesor Graf Zu Dohna, en el texto que comentamos, señala que:


“De una vez para siempre llamo la atención sobre la precisión fundamental
de los conceptos del deber y de la libertad moral por Kant en la Metafísica de
las costumbres y en la Crítica de la razón práctica”, op. cit., p.5, cita a pie
de página.
12 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

La respuesta de la ciencia penal del siglo XX no es fácil. De-


pendiendo del avance de la centuria, nos encontramos frente a
una conceptuación que es doble. Ilegalidad es lesión del derecho:
“en primer lugar, lesión del derecho objetivo, del precepto jurí-
dico, lesión de la ley. En segundo lugar, lesión del derecho sub-
jetivo, del interés, del bien jurídico”. Dicha explicación tiene su
fundamento en sí misma.
Sin duda, el derecho penal persigue la protección de intereses,
sus normas salvaguardan intereses humanos vitales (respecto de
esto no cabe ninguna objeción). Luego, la lógica consecuencia
es que: si una conducta humana lesiona un bien protegido jurí-
dicamente, tal supuesto sólo puede darse mediante la infracción
de la norma protectora y viceversa.
Tal conducta únicamente puede infringir la norma protectora
lesionando el interés por ella protegida. El razonamiento de Graf
Zu Dohna resulta impecable19 y— al menos para el autor de este
texto— tiene estrecho contacto con lo que mucho tiempo después
nos va a decir Günther Jakobs.20
Frente al rigor lógico de la argumentación, señalada ut supra,
(como consigna el propio Graf Zu Dohna), protestó Finger al
expresar que: “La aserción de que toda ilicitud punible deba di-
rigirse contra un interés jurídicamente protegido... es errónea:
nace de una confusión del motivo de un precepto penal concreto
con el objeto del delito”.21
Finger aclara lo anteriormente dicho, explicando que el le-
gislador conoce (antes que nada) que en muchos casos el interés
que pretendía proteger con su norma no será afectado por la
específica acción, que caerá bajo dicha norma. Sin embargo la

Ibidem, pp. 6 y ss.


19
Jakobs, Günther, Sociedad, norma y persona en una teoría de un derecho
20
penal funcional, trad. Cancio Meliá y Feijóo Sánchez, Madrid, Civitas, 1996,
pp. 17 y ss.
21 Finger, A., Rechtsgut und rechtlich geschützes interesse, G. S., vol. 40
pp. 153 y ss.
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 13

promulga, porque lo ha de hacer y no puede promulgarla de


otro modo que al riesgo de este resultado indeseado.
Ha de ir más allá del objetivo para no quedarse corto ante
el mismo. En ello, no quiere olvidar —y no olvida— que la
aplicación de la ley no puede olvidar tampoco, que lo que cons-
tituyó el motivo esencial para la promulgación de la norma (la
protección del interés) no ha de ser necesariamente afectado por
la conducta contraria al deber jurídico penal.
Sin embargo, este inconveniente (hasta donde está justificado)
se opone menos a la conclusión que a la premisa. Ya que donde
existen normas que puedan ser infringidas sin una concomitante
lesión de intereses, la protección de los intereses no integra su
función conceptual, sino solamente su motivo.
De ahí que Jakobs22 señale que el derecho penal tiene la
misión de garantizar la identidad de la sociedad. Por consiguiente
existe una dependencia recíproca entre la sociedad y el derecho
penal. El derecho penal confirma, por tanto, la identidad social.
“El delito no se toma como principio de una evolución ni tam-
poco como suceso que deba solucionarse de modo cognitivo,
sino como comunicación defectuosa, siendo imputado este de-
fecto al autor como culpa suya”.23
Y añade Jakobs,24 por consiguiente:

cabe pedir al derecho penal que realice esfuerzos para asumir nuevos
problemas sociales, hasta que el sistema jurídico alcance una com-
plejidad adecuada con referencia al sistema social del mismo modo
que a la inversa el derecho penal puede recordar a la sociedad, que
se deben tener en cuenta ciertas máximas que se consideran indispo-
nibles.

En resumen: la norma se erige en elemento esencial para el


debido acontecer social.

22 Jakobs, Günther, op. cit., nota 20, pp. 15 y 16.


23 Ibidem, p. 18.
24 Ibidem, pp. 22-24.
14 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

Para Graf Zu Dohna (volviendo a la argumentación del clá-


sico de la antijuridicidad) la incongruencia aparente de los ra-
zonamientos de Finger desaparece cuando (con Kessler) se dis-
tingue entre interés y bien jurídico, y se considera que una acción
delictuosa puede también lesionar un interés, sin que haya cau-
sado un daño efectivo.
Precisamente, la misma circunstancia que impulsa al legis-
lador a formular las normas en términos tan latos, que intenten
evitar no sólo la lesión, sino también la amenaza y aun la po-
sibilidad del peligro de nuestros bienes jurídicos, es decir, la
insuficiencia de nuestra posibilidad de previsión del curso de
la cadena causal iniciada por nosotros, esta misma circunstancia
amplía, consecuentemente, el ámbito de nuestros intereses más
allá del círculo de nuestros bienes jurídicos.
Del anterior planteamiento de Graf Zu Dohna,25 deriva:

La posibilidad de un interés perfectamente real, aun sentido en el


grado máximo, en la evitación de una acción que en sí misma, resulta
en definitiva objetivamente indiferente. Se tiene interés en la evita-
ción de toda acción que sólo entraña posibilidad de daño porque,
convertida en realidad, puede llevar del grado de peligro al de daño
efectivo.

El propio maestro (utilizando una cita de jus positivo de Kes-


sler),26 manifiesta que al aplicar la ley al caso concreto resulta
inesquivable la consideración de este interés concreto, ya que
manejar un vehículo a velocidad excesiva, significa tanto como
llevarlo a una velocidad que en las circunstancias del caso va
en contra de aquel interés público. Así: en una autopista, o en
una carretera recta, ancha y libre, cualquier velocidad es buena.
Pero en una calle estrecha, tortuosa y concurrida, hay que ir
muy despacio.

Graf Zu Dohna, Alexander, op. cit., nota 16, pp. 8-10.


25
Kessler se refiere al artículo 366 del Código del Reich de su época,
26
congruente con el manejar a gran velocidad un vehículo.
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 15

El ejemplo anteriormente citado nos trae a colación un su-


puesto, en el que el legislador establece como criterio decisivo
de la punibilidad de una conducta un concepto totalmente inde-
terminado (en función de su misma relatividad) que sólo alcanza
un contenido práctico por la reflexión sobre la auténtica finalidad
de la norma relativa.
Yendo más lejos, podría sugerirse si la punibilidad concreta
de una conducta (adecuada al hecho descrito por la ley) no de-
biera hacerse todavía de que tal conducta produjera la lesión del
interés que dicha norma pretende proteger.
Graf Zu Dohna resume diciendo que si bien desde esta pers-
pectiva no hay duda de que una lesión propiamente dicha de
bienes jurídicos no pertenece a la esencia de la acción punible,
resulta suficiente desde otro ángulo una observación de la se-
cuencia vital, para que observemos la gran cantidad de ocasiones
en que son afectados sensiblemente los intereses esenciales de
nuestros semejantes, sin que el Estado intervenga (prohibiendo
e impidiendo) y aun hasta que sea él mismo quien minusvalora
sus propios mandatos, ocurriendo, de esta forma, que la protec-
ción estatal de los bienes jurídicos dimana, exclusivamente, de
la lesión de tales bienes jurídicos.
En estos casos, el concepto unitario se escinde en dos ver-
tientes: la lesión material del derecho (entendiendo por ella la
lesión de los objetos protegidos) no es necesaria, de una parte,
mientras que, de otra, no resulta suficiente para la existencia de
una ilicitud formal, violación de la norma protectora.
Y añade el maestro (en este amplio repaso a sus argumentos)
que en términos generales no es ilícita la reclusión de un delin-
cuente y sí, en cambio, la tentativa fracasada de cualquier delito,
no obstante de que exista (en el primer supuesto) un quebran-
tamiento material del derecho y no en el segundo. En estas con-
diciones, parece evidente que no es el quebrantamiento material
del derecho, sino su quebrantamiento formal (la colisión con la
norma jurídica) lo verdaderamente decisivo para la existencia
de la ilicitud (Rechtswidrigkeit).
16 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

Ilícita, contraria al derecho, antijurídica (Rechtswidrigkeit),


por tanto, sería una conducta que colmara el contenido de un
delito conforme a su descripción legal; específicamente, única-
mente sería ilícita una lesión de bien jurídico, cuando concu-
rrieran además todas las características exigidas por el tipo re-
cogido en la norma penal.
El resultado al que se ha llegado con este razonamiento apa-
rece tan claro y natural, tan comprensible por sí mismo, que
(afirma Graf Zu Dohna) nos impide entender cómo ha podido
suscitarse una gran controversia sobre el concepto de ilicitud,
cómo ha podido dudarse de su definición.27
En su afán de clarificar toda la problemática que nos ocupa,
Graf Zu Dohna intentó con su teoría buscar el presupuesto de
la prohibición, encontrándolo en algo que, apoyándose en ciertos
criterios derivados de la norma positiva, denominó, como ya he-
mos dicho, en forma provisional antijuridicidad, entendiendo que
ésta supone el presupuesto de la prohibición y de la penalidad.
No obstante, la denominación de antijurídico y su sustitución
por el de ilicitud (terminología utilizada por ciertos partidarios
de Hans Kelsen y por el grupo de los ególogos argentinos) a la
que se adhiere el traductor de Graf Zu Dohna, Faustino Ballvé,
en el texto que venimos siguiendo, se considera como la traduc-
ción más adecuada de la palabra alemana Rechtswidrigkeit, cri-
terio que no comparte Luis Jiménez de Asúa.28
El razonamiento del profesor español se apoya en que, a
pesar de que en la época en que se ubican estos razonamientos
de Graf Zu Dohna, y más concretamente en el instante en que
hace su crítica Jiménez de Asúa (1916) la inclinación por la
ilicitud era muy amplia; sin embargo, Jiménez de Asúa estimaba
que la ilicitud es más vasta, en su significación, que lo antiju-
rídico.

Graf Zu Dohna, Alexander, op. cit., pp. 10 y ss.


27
Jiménez de Asúa, Luis, Tratado de derecho penal, t. III: El delito, 5a.
28
ed., Buenos Aires, Lozada, 1965, pp. 960 y ss.
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 17

Lo ilícito es lo opuesto a la moral (y también al derecho),


y ya que el círculo ético es de mayor extensión que el jurídico,
“al decir acto ilícito, en vez de acto antijurídico, lejos de apro-
ximarnos a un lenguaje exacto propio del jurista, nos desviamos
de él y caemos en la imprecisión del hablar corriente”.29
Por su parte, Petrocelli desde una perspectiva distinta señala
que, realmente:

el autor del acto ilegal no va contra el derecho, sino que va por un


camino donde no encuentra la protección del derecho; no se rebela
contra un interés de otro jurídicamente protegido, sino que omite
ejecutar las condiciones indispensables para conseguir la tutela jurí-
dica de un interés propio.30

Dentro de estas doctrinas clásicas, cabe señalar la posición


del ilustre jurista mexicano Ricardo Franco Guzmán, quien (en
dicha línea tradicional) afirma literalmente: “Podemos concluir...
que la antijuricidad es una sola e indivisible y que no puede
hablarse seriamente de una antijuricidad propia y exclusiva de lo
penal”, línea seguida por casi la totalidad del clasicismo penal.31
Mariano Jiménez Huerta,32 en su famosa monografía La an-
tijuricidad, nos manifiesta que la significación con que en el

29 Ibidem, pp. 961, in fine, y 962, ab initio. El propio Jiménez de Asúa


aclara que, en la traducción que hizo del Tratado de derecho penal de Franz
von Liszt, escribió ilegalidad en vez de antijuricidad (t. II, p. 323), de igual
manera que —en La Habana— por aquellos años Lavedán, en su Programa,
utilizó la expresión ilegalidad.
30 Petrocelli, Biagio, L’antigiuridicit, corso di lezioni universitarie, parte
I, Padova, Cedam, 1947, pp. 8 y ss.
31 Franco Guzmán, Ricardo, Delito e injusto, México, edición del autor,
1950, pp. 65 y ss.
32 Jiménez Huerta, Mariano, La antijuricidad, México, Imprenta Univer-
sitaria, 1952, pp. 18 y ss. Resulta ilógico, dice, promulgar una ley penal, cuando
la conducta en ella descrita no fuese nunca antijurídica. De ahí que, de la
sanción establecida en la ley penal, deba deducirse que la conducta (referida
en la misma) es antijurídica en todo caso, dentro de ciertos límites que hay
que establecer.
Y añade: “Aquellas leyes penales que no destacan expressis verbis la an
18 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

ordenamiento jurídico es regulada una conducta humana, requie-


re de su investigación mediante el método jurídico de carácter
general. El sentido de esta regulación surge en parte de las leyes.
Por lo tanto, las leyes penales fungen también como medio in-
terpretativo.
En este sentido, Jiménez Huerta aclara que sin embargo la
totalidad de preceptos jurídicos sobre la antijuricidad, extraídos
del Código Penal, no da ocasión de afirmar que existe (como
algunos puedan creer) “una antijuricidad penal específica”. Por
consiguiente, no puede hablarse de una antijuricidad contra el
derecho penal, ni de una antijuricidad que únicamente lo sea
para el derecho penal, y no para el ordenamiento jurídico ge-
neral.
Jiménez Huerta se refiere a Franz von Liszt, y destaca que
esté matiza al decir que el hecho de que el delito sea antijurí-
dico, no produce por resultado una antijuricidad.33 En el mismo
sentido, Francesco Carnelutti pone de relieve que en el ordena-
miento jurídico frente a una multiplicidad de sanciones, se tiene
siempre una unidad de preceptos.34
Carnelutti ejemplifica señalando que en los mandatos de no
matar, no robar, etcétera, no son ni civiles ni penales. Dice él
que no se trata de una norma, sino solamente de una proposición
o de una parte de una norma, ya que la norma jurídica no se
constituye por el solo precepto ni por la sola sanción, sino ambas
cosas conjuntamente.35

tijuricidad como requisito de la punibilidad (por ejemplo, el artículo 302


del
Código Penal, se refiere al entonces Código Penal común para el Distrito Fe-
deral y Federal para toda la República), parece presuponer que las acciones
que describen son antijurídicas en general”.
33 Cita del Tratado de derecho penal de Franz von Liszt, t. II cita, p. 324.
34 Carnelutti, Francesco, Il danno e il reato, Padova, Cedam, 1926, pp. 87
y ss.
35 Idem. Precisamente por esa razón no pueden ser colocados ni dentro
del campo del derecho civil, ni dentro de la parcela del derecho penal, ya que
aquel precepto único forma un solo cuerpo con todas las sanciones civiles y
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 19

Podemos cerrar este ya dilatado planteamiento de la ubicación


de la problemática de la antijuricidad, refiriéndonos a la posición
mantenida por Hans Welzel de que lo antijurídico es uno en
todas las parcelas del derecho, y lo injusto es distinto en cada
una de las ramas jurídicas.
Así, mientras la antijuricidad, como mera relación contradic-
toria entre el tipo realizado y las exigencias del derecho, es una
única para todas las ramas del mismo, en los distintos ámbitos
del jus existen diferentes especies de hechos típicos (materia de
prohibición).
Como lógica derivación de lo anterior, Welzel añade que
para él la diferencia entre los conceptos de antijuricidad y de
injusto radica en que lo antijurídico es una simple relación con-
tradictoria entre dos piezas, que han de encajar adecuadamente;
en cambio, lo injusto (por el contrario) es algo más concretable,
es decir: el contenido material de la conducta antijurídica.
En estas condiciones, siguiendo a Welzel puede afirmarse
que si bien la antijuricidad es única, para todas las ramas del
derecho, existen injustos administrativos, mercantiles, civiles, et-
cétera; y obviamente también injustos penales, concretados en
la conducta integrante del homicidio, la violación, el robo, et-
cétera.

II. LA DOCTRINA TRADICIONAL FRENTE


A LA ANTIJURIDICIDAD

La sistemática tradicional, que comprende tanto al clasicismo


como al neoclasicismo, nos sitúa frente a un enfoque del pro-
blema de la antijuricidad que (en forma provisional, al menos)
pretende investigar lo que, realmente, es lo injusto, al propio
tiempo que trata de profundizar en la noción material, objetiva

penales que lo garantizan. Y esclarece: “la clasificación en civiles y en penales


es una clasificación de sanciones, no de normas, o al menos no de preceptos.
20 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

y valorativa de lo antijurídico, considerando en primer lugar el


prius lógico, escogiendo los vocablos y, por último, avocándose
a la evolución temporal y dogmática de lo antijurídico.
El causalismo, a través de sus representantes más connotados
Franz von Liszt y Ernest Beling, utilizó en parte la metodología
del positivismo filosófico del sociólogo francés Augusto Comte.
En este sentido, Liszt dice que

el reconocimiento del principio de que la antijuricidad es uno de


los caracteres esenciales del delito, así como el conocimiento más
exacto de aquellas circunstancias que quitan al acto el carácter de
injusto, son el resultado de un lento y aun no acabado desenvol-
vimiento.36

En realidad, la construcción dogmática de la antijuricidad


puede decirse que comienza con Adolfo Merkel, quien puso las
bases en 1867, lo que propició que pudiera establecerse (positiva
y materialmente) la noción de lo antijurídico. Completando este
pensamiento podemos decir que, para von Hippel, solamente al-
gunos años después de 1870 comienza una construcción dogmá-
tica del problema que nos ocupa.
Puede decirse que fue Carlos Binding quien (al analizar los
conceptos formales del delito y poniendo de manifiesto los erro-
res cometidos por la dogmática jurídico-penal de su época) indica
la naturaleza esencial del acto injusto y punible, consistente en
constituir lo contrario, lo opuesto a la norma.
Trayendo a colación los imperativos de la ley (en la formu-
lación doctrinal realizada por Thon) destaca que el destinatario
de las normas no es ni el juzgador, ni el delincuente, sino que
su obligatoriedad recae sobre el Estado, conminándole a sancio-
nar, o sea, dotándole de la función (mescolanza de derecho y
de deber) de perseguir y sancionar los actos delictivos.

36 Liszt, Franz von, Tratado de derecho penal, trad. Jiménez de Asúa y


Quintiliano Saldaña, Madrid, Reus, 1920, t. II, pp. 323 y ss.
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 21

En esta tesitura, cuando Binding entiende el delito como vio-


lación de la norma, no sólo destaca el verdadero sentido jurídico
de la infracción, sino que (más precisamente) ubica la antijuri-
cidad en el plano protagónico, aunque su pensamiento en tér-
minos generales se nos aparezca como mantenedor, defensor de
la antijuricidad formal y subjetiva.
Blasco Fernández Moreda,37 recogiendo en parte el pensa-
miento de Jiménez de Asúa, señala la secuencia temporal ante-
riormente indicada y coincide con el connotado jurista madrileño
en las dificultades que atravesó la elaboración de la antijuricidad
por la ciencia jurídico-penal.38
Zaffaroni expresa que la antijuridicidad es, pues, “el choque
de la conducta con el orden jurídico, entendido no sólo como
un orden normativo (antinormatividad), sino como un orden nor-
mativo y de preceptos permisivos”.39
Para el maestro argentino, la comprobación metodológica
de la presencia de la antijuridicidad se ubica en la constatación de
que la conducta típica (antinormativa) no está permitida por nin-
guna causa de justificación (precepto permisivo) en ningún lugar
del ordenamiento jurídico, no únicamente en el derecho penal,
sino también en el civil, comercial, administrativo, laboral y un
largo etcétera.

37 Blasco Fernández Moreda, Francisco, “La tipicidad, la antijuricidad y


la punibilidad como caracteres del delito en su noción técnico-jurídica”, Revista
Criminalia, México, marzo de 1943, pp. 436 y ss. “Nuevas reflexiones sobre
los caracteres del delito”, Criminalia, México, agosto de 1945, pp. 474 y ss.
38 Jiménez de Asúa, Luis, “L’antijuridicité”, Revue Internacionale de Droit
Pénal, París, 2o. y 3er. trimestres de 1951, pp. 273-318. Jiménez de Asúa
expresa que (aparte de lo señalado anteriormente), la noción de lo injusto ne-
cesitaba todavía de nuevos esfuerzos y, a este respecto, señala las importantes
aportaciones de Hertz, estudio publicado en 1880, y la monografía sobre el
consentimiento de Kessler, que aparece en 1884. Todas estas aportaciones aún
necesitaron llegar al siglo XX para completar la elaboración conceptual del
problema que nos ocupa.
39 Zaffaroni, Eugenio Raúl, Manual de derecho penal. Parte general, Bue-
nos Aires, EDIAR, 1999, pp. 480 y ss.
22 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

El propio autor en comentario manifiesta que, en los primeros


años del siglo XX, la parcela jurídica se encontraba dominada
por el positivismo jurídico, si bien fracturado en dos corrientes
adversas del mismo: “por un lado el positivismo jurídico y por
otro, el positivismo sociológico”.
En relación con el positivismo jurídico, la tensión entre po-
sitivismo y organicismo no pudo por menos que explotar vio-
lentamente. Lo curioso (para Zaffaroni) es que todos los autores
de esta época estaban conscientes de esta tensión, que pudiéra-
mos llamar dialéctica, inclusive en los momentos de mayor es-
plendor del organicismo positivista.
Cuando se adquirió la cabal percepción de esta crisis, empezó
a surgir una tendencia (ya adelantada por autores anteriores) que
pretendió escindir (con la mayor nitidez posible) el conocimiento
jurídico del conocimiento social. Precisamente, esta tendencia o
actitud referente a la problemática de la criminalidad y de su
combate (principalmente represivo) es a lo que se denominó po-
sitivismo jurídico penal.
De aquí, se derivó una conceptuación que (en contraste con
el positivismo naturalista que exaltaba el hecho) constituía el
positivismo jurídico, que suponía un culto al hecho “en lo jurí-
dico”, es decir, estimando que el “hecho”, en la parcela jurídica,
son las leyes (o sea las leyes positivas). Así, el único derecho
posible y toda la base de su interpretación son las leyes (la letra
de la ley).40
Las consecuencias de tales enfrentamientos no se hicieron
esperar, el positivismo jurídico fue dividiéndose en diversas co-
rrientes, alguna de las cuales postulaban la utilización de una
metodología positivista (con sus percepciones correspondientes
como puntos de partida) y que realmente constituían un disfraz
ocultador de ideologías diferentes.41

40 Ibidem, pp. 251 y ss.


41 Idem.
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 23

Para Zaffaroni, en el campo penal,

el más difundido positivista jurídico fue Vicenzo Manzini, quien sos-


tuvo un tremendo repudio hacia todo lo filosófico, admitiendo a lo
sumo la concesión de valor interpretativo a lo histórico. El positivis-
mo jurídico es algo completamente hueco desde el punto de vista
metafísico e ideológico.

En resumen, las consecuencias del enfrentamiento, según Zaf-


faroni,42 consistieron en que el positivismo jurídico entendía la
antijuridicidad como un concepto legal, y el positivismo socio-
lógico la concebía como un concepto sociológico, “al que llamó
antijuridicidad ‘material’ (en oposición a la ‘formal’ del positi-
vismo jurídico)”.
Entre tanto, si la antijuridicidad (según Liszt) puede recono-
cerse como algo “socialmente dañoso”, fuera e independiente-
mente de la ley, en primer lugar habrá de admitirse que dicho
concepto “material” sirve para limitar, restringir la antijuridici-
dad “formal” y, posteriormente, se le utilizará para ampliarla.
En otras palabras, del concepto material de antijuridicidad
(o de sus manifestaciones similares) surgió la justificación su-
pralegal (las conocidas causas supralegales de justificación) y
luego directamente un injusto supralegal que fueron sustancia-
lizados por diversas corrientes del positivismo sociológico, pero
cuyo origen se encuentra en sus conceptos.43
42 Ibidem, p. 480. La antijuridicidad “material” fue concebida como lo so-
cialmente dañoso, y el patrocinador de esta posición fue Franz von Liszt. A
pesar de ello, Liszt sostuvo que la antijuridicidad “material” no podía ser sus-
tituida, sin la previa exigencia de pasar por la antijuridicidad formal o legal,
ya que (como es sobradamente conocido) él consideraba al derecho penal como
la “carta magna” del delincuente.
En opinión de Zaffaroni, estos intentos de estructuración de lo antijurídico a
partir de supuestas valoraciones sociales, inevitablemente terminan trayendo a co-
lación al delito natural, cuya construcción queda a la discrecionalidad del intérprete.
No obstante que las cosas no llegarán tan lejos en Alemania como en Italia,
una observación detenida de lo ocurrido nos sitúa en una posición parecida.
43 Idem.
24 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

El pensamiento de Zaffaroni al respecto, puede resumirse


diciendo que lo mismo para la determinación de la tipicidad
como de la antijuridicidad; con frecuencia, el legislador no tiene
otra opción que “apelar para ello a valoraciones de carácter so-
cial, lo que no implica la afirmación de que toda la determinación
de la antijuridicidad se convierta en un terreno librado a criterio
sociológicos de harto dudosa objetividad”.44
Siguiendo con la doctrina argentina conviene precisar la opi-
nión de Ricardo C. Núñez, quien en la misma línea del clasi-
cismo hace referencia a la problemática de la antijuridicidad,
señalando que en un estado de derecho la pena no puede cons-
tituir la consecuencia de un hecho jurídicamente beneficioso o
indiferente, sino de un atentado contra el orden establecido por
el derecho, salvo caer en contradicciones innecesarias.
Para él: “La antijuridicidad es la calidad del hecho que de-
termina su oposición al derecho. Esa calidad no existe simple-
mente porque el hecho sea típico”. Así, haciendo la salvedad de
los casos en los que un elemento normativo del tipo exige y
adelanta, como un elemento de la noción del hecho, “el juicio
sobre la antijuridicidad del comportamiento del autor, la tipicidad
es sólo un indicio de la antijuridicidad del hecho, ya que la pre-
sunción que aquélla implica es excluida si concurre una causa
de justificación”.45

44 Ibidem, p. 482 ab initio. En virtud de lo anterior, el profesor argentino


expresa: “negamos que la antijuridicidad pueda tener otro fundamento que la
ley, aunque para su determinación en los casos concretos se deba eventualmente
acudir a valoraciones sociales”. Estima, además, que en el plano dogmático
puede hablarse de una antijuridicidad material opuesta a la formal; porque la
“antijuridicidad es una, material porque implica invariablemente la afirmación
de que se ha afectado un bien jurídico, formal en cuanto que su fundamento
no puede hallarse fuera del orden jurídico”.
45 Núñez, Ricardo C., Manual de derecho penal. Parte general, 4a. ed.
actualizada por Roberto E. Spinka y Félix González, Córdoba, Marcos Lerner
Editora Córdova, 1999, p. 153, ab initio. El que priva de la vida a otro, en
legítima defensa, realiza el tipo delictivo de homicidio, pero no obra antijurí-
dicamente. No obstante, quien realiza una conducta típica obra antijurídica-
mente, si no concurre una causa de justificación.
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 25

En estas condiciones, la determinación de la antijuridicidad


en función del principio de la regla-excepción, no propicia la
existencia de una antijuridicidad penal especial. Efectivamente,
si bien el tipo es una descripción de eventos que por su dañosidad
el legislador declara merecedores de pena, dicha selección no
los excluye del sometimiento al juicio unitario de todo el orde-
namiento jurídico positivo, es decir, de la unidad de la antiju-
ridicidad.
Por consiguiente, la unidad, dimanante de la armonía nece-
saria de ese ordenamiento y que, en consideración del orden,
excluye toda contradicción, queda puesta de manifiesto (en el
caso concreto) a través de la norma jurídica que lo regula. Esta
norma es el producto de la interconexión sistémica de las leyes
y de los preceptos jurídicos positivos aplicables al caso concreto,
con arreglo a los principios de la recíproca prevalecencia y de
la especialidad.46
Núñez, en la versión actualizada de Spinka y González, entiende
que la antijuridicidad es formal, porque únicamente el derecho po-
sitivo, mediante la formulación de los tipos y de las reglas espe-
ciales de justificación, constituye su fuente; y por consiguiente
la antijuridicidad solamente existe si el hecho ha sido realizado
en contraposición con una norma de prohibición o de mandato
del tipo penal, sin la concurrencia de una causa de justificación.47
En esta tesitura, a la antijuridicidad se la ubica en la falta
de adecuación del hecho a determinadas pautas decisorias. De
esta manera (desde una perspectiva subjetiva) la antijuridicidad
queda vinculada a criterios valorativos, y se entenderá que una
conducta será antijurídica, si no se presenta como el medio ade-
cuado para lograr el fin reconocido como legítimo por el legis-
lador (Liszt).

46 Ibidem, p. 154 ab initio.


47 Idem. De este modo, el concepto de antijuridicidad formal es distinto
de la noción de antijuridicidad material. Dicha conceptuación obedece a la
idea de que la antijuridicidad tiene un contenido material, que no radica en
la oposición formal del hecho a una específica norma jurídica.
26 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

Igualmente, si no se manifiesta como un medio justo para


un fin justo (Dohna); o cuando perjudica más que beneficia al
Estado (Sauer); o se opone al fin último de todo derecho de
armonizar (en la mayor medida posible) los intereses de los in-
dividuos frente a los intereses comunitarios (Mezger).48
En realidad, todas esas tesis supralegales, que encuentran la
materia de la antijuridicidad de los hechos típicos en criterios
ajenos al derecho positivo, no tienen un conocimiento adecuado
de la autonomía de éste frente a los demás reguladores de la
vida social, que no cumplen su verdadera función en el momento
de la aplicación del derecho, sino en la momentaneidad legisla-
tiva, al expresar las necesidades y el sentido de la regulación
jurídica.49
La noción de antijuridicidad formal se limita (en virtud del
principio de la regla-excepción) a expresar los casos en que un
hecho es antijurídico, sin entrar en el problema del contenido
material del evento antijurídico. No obstante, más allá de ese
formalismo, la antijuridicidad de la conducta se concreta en los
intereses sociales protegidos por los tipos penales.
Se trata, pues, de una ofensa objetiva, que se traduce en la
lesión o puesta en peligro de los bienes jurídicamente protegidos
(antijuridicidad objetiva) tras este clasicismo, viene el elemento
personal del injusto, característico del finalismo que (contem-
plado desde la perspectiva de Günther Jakobs) vendría siendo
otra versión de un clasicismo distinto.
Desde que Carrara publica su Tratado de derecho penal, en
1881, llevado por la crítica que Liszt hace al concepto de delito
del jefe de la escuela clásica, introduce en el mismo un tercer
elemento. Lo que para Carrara era la esencia del delito, para

48 Idem. Por su parte, el objetivismo creyó encontrar la materia de la an-


tijuridicidad en la oposición de la acción a las normas culturales de una so-
ciedad, o sea, a las propias normas sociales, morales, religiosas, etc., con las
que una sociedad mediante prohibiciones y mandatos exige las conductas con-
venientes.
49 Idem.
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 27

von Liszt es exclusivamente una nota. En estas condiciones, el


delito es una acción antijurídica y culpable, es decir, la noción
de delito pasa a convertirse de bipartita en tripartita, situación
que se mantiene hasta la actualidad.50
Los elementos negativos del delito quedan de esta forma or-
denados congruentemente; así, a la acción se sigue oponiendo
la vis physica, en tanto que a la antijuridicidad se opone las
causas de justificación y a la culpabilidad, las causas de excul-
pación. La acción (para von Liszt) es un mero proceso causal,
que se integra con una manifestación de la voluntad, un resultado
y un nexo de causalidad física que liga a ambos.51
En consecuencia, la antijuridicidad es para Liszt una simple
oposición al ordenamiento jurídico, lo que todavía no puede lla-
marse un juicio de valor, ya que para el maestro alemán toda ciencia
(y, obviamente, también la ciencia del derecho) para ser tenida
como tal ha de considerar tan sólo el ser (sein) pero no el deber
ser (sollen). La idea de un juicio de valor va más allá de la empírica
constatación de un hecho, porque comparan lo que es con lo
que debería ser. La antijuridicidad es un juicio de realidad.52
La culpabilidad añade a la antijuridicidad la relación psico-
lógica entre el sujeto y el resultado típico, en tanto que esta

50 Landecho Velasco, Carlos María y Molina Blázquez, Concepción, De-


recho penal español. Parte general, 5a. ed., Madrid, Tecnos, 1996, pp. 176
y ss.
51 Idem. Pero en la manifestación de voluntad (señalan los autores que
seguimos) no hay que atender al contenido de la misma (a lo que el ser humano
pretende), sino tan sólo a que el movimiento dimane de una voluntad humana,
cualquier cosa que sea lo que pretendiese el hombre con ello, ya que el con-
tenido (la intención del sujeto) queda para la culpabilidad.
52 Ibidem, p. 176, in fine. Añade von Liszt a la noción (reseñada ut supra)
la característica de “amenazada con una pena”, lo que da lugar a la nota de
punibilidad, introduciéndola a la discusión dogmática (existente en la doctrina)
respecto de la misma.
No obstante (señalan los autores a quienes seguimos) la punibilidad no es
nota postulada por el derecho penal, sino una conceptuación integrada a la
noción del delito, por razones de política criminal.
De ahí que (a pesar de ella) la definición de von Liszt y todas las posteriores
se denominan tripartitas.
28 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

última se circunscribe a la mera comprobación de que la con-


ducta es contraria a derecho. En virtud de lo anterior, la acción
como la antijuridicidad son puramente objetivas, mientras que
la culpabilidad es subjetiva.53
Por su parte, Beling, en su monografía La teoría del delito,
agrega la tipicidad a los elementos señalados por von Liszt; se-
gún Landecho Velasco y Molina Blázquez, estiman necesaria
dicha nota con el fin de dar cabida en la noción del delito al
principio de legalidad, ya que no es suficiente que una acción
sea antijurídica, sino que resulta necesario que sea penalmente
antijurídica, es decir, típicamente antijurídica.
En resumen, según los reiterados autores, no es bastante una
antijuridicidad civil, mercantil, administrativa, etcétera, para que
haya delito, se requiere ineludiblemente una antijuridicidad pe-
nal. Por consiguiente, para Beling, el delito es una conducta tí-
pica, antijurídica, culpable y punible, introduciendo la nota de
la punibilidad para completar su concepto.
Dicha conceptuación, en sentido general, ha sido respetada
hasta nuestra época. Desde esta perspectiva, Beling estima que
cada elemento integrante del delito es independiente de los de-
más, siguiendo a Liszt y coincidiendo con él en que el único
elemento subjetivo es la culpabilidad, mientras que los demás
son exclusivamente objetivos.54
De cualquier manera, Beling aclara que —para el jurista—
toda conducta que no pueda incluirse entre los tipos descritos
por la ley (lo atípico) por muy injusta y culpable que pueda ser,
no es una conducta punible; y, viceversa, la conducta típica es
una conducta punible en la medida de la conminación penal ade-
cuada a ella, en unión con los demás preceptos legales que afec-
tan a la punibilidad.55

53Liszt, Franz von, op. cit., nota 36, pp. 326 y ss.
54Landecho Velasco y Molina Blázquez, op. cit., p. 177.
55 Beling, Ernesto, El rector de los tipos de delito (Die Lehre vom Tat-
bestand), trad. Prieto Castro y Aguirre Cárdenas, Madrid, Reus, 1936, pp. 10
y ss. Para el legislador, la creación de los tipos de delitos no es, como fácil-
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 29

Consecuentemente, la acción es neutra y la tipicidad también


lo es, puesto que se limita a una descripción de lo meramente
externo de la conducta, que se pretende sancionar. Con la anti-
juridicidad y la culpabilidad empiezan las constataciones (no va-
loraciones, como afirman Landecho Velasco y Molina Blázquez,
“de las que no se habla hasta la escuela neoclásica con el con-
cepto de ciencia de von Liszt y de Beling”), de que la conducta
va contra el derecho y de que el autor se ha colocado en un
enfrentamiento contra el derecho.
En cambio, en la culpabilidad se incluyen la totalidad de los
procesos espirituales y psíquicos que se desarrollan en el interior
del autor. La culpabilidad se escinde en la imputabilidad (que
es un presupuesto de la misma), las dos especies de la culpabi-
lidad (dolo y culpa) y, por último, las causas excluyentes de la
culpabilidad. De ahí que para los autores en comento, Beling
postula lo que hoy se denomina la teoría psicológica de la cul-
pabilidad.56
Enrique Bacigalupo entiende que la teoría de la antijuridicidad
tiene como finalidad establecer cuáles son las condiciones y los
supuestos en que la realización de un tipo penal (con dolo o no;
con conducta activa u omisiva) no es contraria al derecho, es decir,
“el hecho no merece una desaprobación del orden jurídico”.
Desde su enfoque, Bacigalupo estima que se trata de una teoría
de las autorizaciones para la realización de ciertos comporta-
mientos típicos, y añade “decir que un comportamiento está

mente se comprenderá, la manifestación de un capricho arbitrario. A través de


la descripción legislativa lleva a cabo una valoración, que es doble: selecciona,
de lo injusto culpable lo merecedor o no de pena, según sea o no de tal manera
injusto y culpable. Y ya —dentro de la parcela de lo típico— forma con los
tipos una jerarquía de valores. Los tipos de delito son figuras normativas, tan
normativas como “injusto” y “culpabilidad”, dentro del círculo de las cuales
se encuentran situados.
En definitiva, cada tipo de delito constituye un complejo de elementos de
naturaleza variada.
56 Landecho Velasco y Molina Blázquez, op. cit., pp. 177 y 178.
30 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

justificado equivale a afirmar que el autor de la acción típica


dispuso de un permiso del orden jurídico para obrar como
obró”.57
Como estamos contemplando, a través de la referencia de
los distintos autores, la perspectiva real de la antijuridicidad ha
ido evolucionando al compás del desarrollo del derecho penal.
En esta secuencia, la antijuridicidad es una cuestión que, de al-
guna manera, se evadió de los moldes de las anteriores nociones
de la misma.
Durante la etapa del clasicismo y del neoclasicismo, como
se ha señalado anteriormente, nos encontramos con un manejo
predominantemente unitario de la antijuridicidad, sin entrar en
la posterior consideración de la posibilidad, existente sin duda,
de la dualidad entre injusto y antijuridicidad (anteriores a la apa-
rición del genial Welzel); claro está que esto no quiere decir
—y desde luego el autor de este texto no lo dice— que no co-
nocieran una noción jurídica de la antijuridicidad.
Tal vez, la mejor evaluación del clasicismo alemán (en sen-
tido amplio) es la que realiza Hans-Heinrich Jescheck, al afirmar:

el concepto clásico de delito fue un producto del pensamiento jurí-


dico característico del positivismo científico. Se entiende por tal una
concepción estrictamente limitada al derecho positivo y a su inter-
pretación, que pretendió abordar todos los problemas del derecho con
la sola ayuda de los conceptos jurídicos, excluyendo en lo posible
de la dogmática jurídica las valoraciones filosóficas, los conocimien-
tos psicológicos y la realidad sociológica.
Por esta vía se obtuvo una imagen extremadamente formal de las
características del comportamiento humano que debían contemplarse
en la estructura del concepto de delito. Se distinguió entre la acción
entendida de forma naturalística, el tipo concebido objetivo-descrip-
tivamente (sin dar entrada en él a los elementos valorativos ni sub-
jetivos), la esfera de la antijuridicidad delimitada objetivo-normati-

57 Bacigalupo, Enrique, Derecho penal. Parte general, 2a. ed., Buenos Ai-
res, Hammurabi-José Luis Depalma editor, 1999, pp. 351 y 352.
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 31

vamente y la culpabilidad entendida subjetivo-descriptivamente


(como teoría psicológica de la culpabilidad).58

En cuanto al concepto de delito, el propio Jescheck señala


que la estructura de la noción de delito correspondiente al sistema
de Liszt y Beling sufrió, pronto, un proceso profundo de trans-
formación. Puede designarse la etapa siguiente como la referente
al concepto neoclásico de delito, ya que sin abandonar totalmente
los principios sistémicos anteriores, produjo una reforma inma-
nente al sistema, aunque amplia.
En lugar de la coherencia formal de un pensamiento jurídico,
introspectivamente volcado dentro de sí mismo, se pretendió
construir el concepto de delito, partiendo de los fines inherentes
al derecho penal y en función de las perspectivas valorativas
que constituyen su base, es decir, la teoría teleológica del de-
lito.59
En este periodo, se hace sentir la influencia de la teoría cog-
noscitiva neokantiana (así, Stammler, Rickert, Lask y un amplio
etcétera) que en conexión al método científico-naturalístico del
observar y describir restauró una metodología perteneciente a

58 Jescheck, Hans-Heinrich, Tratado de derecho penal. Parte general, vol.


I, trad. Mir Puig y Muñoz Conde, Barcelona, Bosch, 1981, pp. 275, 276. Jes-
check estima que en estrecha conexión con el carácter objetivo-formal de este
concepto de delito se encuentra, sin duda, la idea de Estado de derecho, que
se materializó en la búsqueda de seguridad y calculabilidad del derecho, a
realizar mediante la vinculación del juez a conceptos sistemáticos sencillos y
comprobables. Tal planteamiento servía de contrapeso a las exigencias de pre-
vención especial postuladas por la escuela moderna, patrocinadas por el mismo
von Liszt junto a la dogmática clásica. “Así, el sistema jurídico-penal clásico
presentaba una característica imagen bipolar: por una parte, debía garantizar
mediante el objetivismo y el formalismo de los presupuestos de la pena un
máximo de seguridad jurídica; por otra parte, pretendía alcanzar, por la vía de
un sistema sancionatorio orientado hacia el delincuente, un máximo de efica-
cia”.
59 Jescheck, Hans-Heinrich, Tratado de derecho penal. Parte general, trad.
Manzanares Samaniego, 4a. ed., Granada, Comares, 1993, todo lo referente a
la teoría del delito, especialmente lo relacionado con el concepto neoclásico
de delito.
32 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

las ciencias del espíritu, caracterizada por el comprender y el


valorar.
Lo anterior provocó una contemplación de la esencia del de-
recho penal en la orientación a valores e ideas, si bien su con-
tenido escasamente se concretó debido a la característica renun-
cia del neokantismo al conocimiento vinculante de criterios
materiales de valor.
En la teoría neoclásica del delito la ciencia jurídica germana
del derecho penal llegó a su punto álgido en cuanto a su ren-
dimiento y vigencia internacionales. A partir de ese momento,
la dogmática jurídico-penal alemana produjo una gran influencia
en Italia, España, Portugal y Grecia.

III. LA ANTIJURIDICIDAD COMO ELEMENTO


DEL DELITO

Todos los elementos integrantes del concepto neoclásico de


delito fueron sometidos, en forma ordenada, a un proceso de trans-
formación, así:60
A. La reforma se inició con el concepto de acción que, en-
tendido desde una perspectiva naturalística, era el que en más
escasa medida se incardinaba con un sistema del derecho penal
referido a valores.61
El cúmulo de dificultades originados en la teoría de la acción
se intentaron solucionar por distintas vías. Por una parte, se sua-
vizó el concepto de acción recurriendo al concepto de compor-
tamiento, que se entendió como una actuación de la voluntad
humana en el mundo exterior. La acción, de conformidad con

60Jescheck, Hans-Heinrich, op. cit., nota 58, p. 278 y ss.


61Idem, Jescheck considera ineficiente a este concepto de acción, respecto
de algunos delitos como la injuria (referente al Código Penal alemán) o, en
su caso, la difamación del artículo 350 del Código Penal Federal mexicano.
En tales supuestos, lo que es relevante es el sentido de una expresión en cuanto
manifestación de desprecio y el menoscabo de la estima debida al ofendido,
y no los fenómenos fisiológicos y físicos implicados.
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 33

esto, se convertía en: “comportamiento voluntario”, “realización


de la voluntad”, “comportamiento espontáneo” o, lisa y llana-
mente, “comportamiento humano” (concepto causal de acción).
Por otra parte, se estimó factible prescindir del propio con-
cepto de acción y comenzar la estructura del delito por la tipi-
cidad. El concepto social de acción de Eb. Schmidt, ocasional-
mente desarrollado, implica el paso a un momento de evolución
posterior: la acción es concebida como “fenómeno social en el
sentido de actuación en la realidad social”.62
B. También en el ámbito de la tipicidad se produjeron cambios
notables. La noción meramente descriptiva y no valorativa del
tipo fue afectada (en grado sumo) por la aparición y descubri-
miento de los elementos normativos, que exigen la necesaria atri-
bución de un contenido valorativo para alcanzar la plenitud de
su sentido.
Por otro lado, la aparición de los elementos subjetivos del
tipo originó la necesidad de completar la concepción típica ex-
clusivamente objetiva y únicamente determinada por factores
pertenecientes al mundo externo. Aparecen, pues, como prota-
gonistas de primera línea, los elementos subjetivos de la acción
y del tipo y con ellos el finalismo en su manifestación más clara.
C. Al propio tiempo de esta modificación de la noción de
tipo, y consecuente con ella, se produjo una necesidad de revisar
(in profundis) la teoría de la antijuridicidad. La consecuencia
fue que, habiéndose entendido ésta como una oposición formal
a una norma jurídica, ahora se dedujo de la finalidad de los
preceptos penales “que era preciso concebir el injusto de forma
material, como dañosidad social”.63
La perspectiva material permitió graduar el injusto según la
gravedad de la lesión de intereses. En el caso de que no haya

62 Idem.
63 Jescheck, Hans-Heinrich, op. cit., nota 59, reiteramos todo lo referente
a la teoría del delito, y específicamente lo relativo al concepto neoclásico del
mismo, pp. 200 y ss.
34 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

lesión de intereses, el hecho no podría ser antijurídico. La teoría


de la antijuridicidad material hizo posible nuevas causas de jus-
tificación más allá de los supuestos legalmente previstos, siendo
útil socialmente (si no hay otro remedio) salvar un bien jurídico
de superior valor a costa de otro menos valioso.
En este sentido, adquiere singular relevancia el giro que sufrió
la relación de tipicidad y antijuridicidad, a partir del reconoci-
miento de los elementos normativos del tipo y la concepción
material del injusto. El tipo, desde entonces, dejó de considerarse
como una descripción no valorativa de un proceso exterior y se
convirtió en un instrumento pleno de sentido (en manos del le-
gislador), “que reúne los elementos del injusto característico del
tipo de delito”.
Nos encontramos de esta forma en un tipo de injusto, que
abarca la reunión de los momentos de antijuridicidad típicos de
la correspondiente clase de delito. En estas condiciones, la tipi-
ficación del injusto merecedor de pena, provoca la siguiente si-
tuación:
El tipo no se encuentra ya situado al mismo nivel de la an-
tijuridicidad, como en el sistema clásico, sino que se limita a
su tarea formal de fijación de los elementos de la antijuridicidad
en la ley penal, subsistiendo como únicos elementos materiales
del delito la antijuridicidad y la culpabilidad.64
D. En esta secuencia (tan magistralmente expuesta por Jes-
check) también resultó modificada la teoría de la culpabilidad
en la concepción teleológica del delito. Según el comentado
maestro alemán, fue Frank quien realizó la novación determi-
nante.
Frank estimó la presencia de la culpabilidad en la formación
de la voluntad contraria al deber, que puede reprocharse al au-
tor: “Un comportamiento puede imputarse a alguien como cul-
pable cuando pueda reprochársele haberlo efectuado” (concepto
normativo de culpabilidad).

64 Jescheck, Hans-Heinrich, op. cit., nota 58, pp. 280 y 281.


TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 35

Esta conceptuación normativa de la culpabilidad consiguió dar


respuesta lógica a las muchas cuestiones dejadas sin resolver
por la noción psicológica de culpabilidad: “pese a la presencia
de un hecho doloso, el reproche de culpabilidad desaparece en
caso de incapacidad de culpabilidad, pues no puede exigirse
al enfermo mental una formación de su voluntad ajustada a de-
recho”.
No obstante, a pesar de la presencia de capacidad de culpa-
bilidad y dolo, resulta necesario negar el reproche de culpabilidad
en el estado de necesidad, ya que el ordenamiento jurídico no
exige un comportamiento heroico (no olvidemos que el derecho
penal está dirigido a seres normales) cuando la vida se encuentra
en peligro actual no evitable de otro modo.
Así (en la imprudencia), el reproche social de la culpabilidad
no va dirigido contra el concepto negativo de falta de repre-
sentación del resultado, “sino contra la falta de atención demos-
trada por el autor en el cumplimiento de un deber de cuidado”.
En otras palabras, la base del reproche de culpabilidad se sitúa
en la infracción del deber de cuidado, que le imponía al autor,
según las circunstancias y condiciones personales.
El sistema neokantiano (referido a valores) de la teoría neo-
clásica del delito, esencialmente caracterizada por la disolución
del concepto de acción, por la nueva conceptuación de la fun-
ción del tipo y por “la transformación material de antijuridicidad
y culpabilidad”, fue superada en Alemania, aunque defendida
por algunos connotados autores. La noción neoclásica de delito
(no obstante, todavía dominaba en otros países), aunque ya en
trance de abandono.65
Sin embargo, las deficiencias sistémicas (sobre todo en re-
lación con su aparición en la década de los años veinte) se ubi-
caron en lo político, con su excesiva neutralidad frente al acervo
de valores del derecho penal, y tuvo como consecuencia la afec-
tación de la ciencia jurídico-penal en su enfrentamiento con la

65 En España, en Italia, por poco tiempo en Austria, etcétera.


36 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

ideología del Estado totalitario y también muy acentuadamente


con los problemas sociales derivados de la época industrial.
Su consecuencia fue un divorcio de la dogmática y de la
política criminal. Ante esta situación, las consideraciones teóri-
cas perdieron fuerza. Se produjeron contradicciones y lagunas
que exigieron un posterior proceso de transformación y comple-
mentación. De esta manera, la noción de acción quedó convertida
en una simple fórmula, vacía de contenido, y requirió una con-
cepción nueva en aras de recuperar su preeminencia, como no-
ción sustancial del sistema.
El impacto de todo esto en la estructura de la teoría del delito
se hizo más acucioso: “La concepción del dolo como forma de
la culpabilidad se hizo insostenible tras el descubrimiento de los
elementos subjetivos del injusto y el triunfo del concepto nor-
mativo de culpabilidad”.66
Pero la cosa no se detuvo ahí, ya que se necesitaron ciertos
acomodamientos esenciales, así:
a) Se requirió un adecuado tratamiento del error sobre la an-
tijuridicidad, especialmente desde que Frank dedujo el contenido
de culpabilidad, propio del error de prohibición vencible, de la
concepción normativa de culpabilidad. Todo lo cual produjo una
copiosa bibliografía en torno al error y a sus distintas facetas.
b) Por último, al lado de la parcela del hecho imprudente
(expresión tan cara a los juristas alemanes) correspondiente a la
culpabilidad, debía también determinarse independientemente su
especial contenido de injusto. En otras palabras, tales modifica-
ciones de la estructura del delito fueron realizadas mediante la
sistemática finalista.
En realidad, el descubrimiento del injusto y de la culpabilidad
como elementos diferenciados del sistema jurídico-penal es, en
palabras del propio Hans Welzel, un avance dogmático sin pa-
rangón posible en las dos o tres generaciones últimas de cien-
tíficos penales. Como señala Wilfried Küper: es parte integradora

66 Jescheck, Hans-Heinrich, op. cit., nota 58, p. 281.


TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 37

de las grandes aportaciones de la dogmática jurídico-penal de


las cuales ya no puede prescindirse.67
En el sentido indicado, Schünemann68 hace referencia a la fun-
ción de la delimitación de injusto y culpabilidad, lo que supone
un claro avance del pensamiento científico-jurídico general, y
en particular de la conceptuación sistémica del mismo. Un pen-
samiento sistémico no acepta (dentro de la mínima logicidad ju-
rídica exigible) que se enfatice solamente el aspecto de repro-
ducción de hechos y relaciones naturales, ni tampoco considerar
ello como un punto de partida imprescindible.
La inevitable referencia a un orden prescriptivo obliga a es-
timar éste como el punto de partida del ordenamiento jurídico,
en su conformación conceptual de la alusión teleológica (la fun-
ción), no pudiendo actuarse de otra manera, sobre todo tratándose
de nociones intrasistemáticas elaboradísimas y con una alta exi-
gencia de abstracción, como es el caso del injusto y de la cul-
pabilidad.
De cualquier manera, la construcción de una pirámide con-
ceptual, como señala Roxin, tiene que partir (al menos en sus
líneas fundamentales) de las particulares categorías de la figura
delictiva (tipicidad, antijuridicidad y culpabilidad) que deben ser
sistematizadas, desarrolladas y consideradas, ab initio, bajo la
perspectiva de su función político criminal.69
Las funciones referidas son de naturaleza diversa, así: El tipo
está bajo el leitmotiv de la determinación legal, al que frecuen-
temente se ha reducido únicamente la legitimación de la dog-
mática: los tipos sirven realmente a la realización del principio
nullum crimen y de él debe derivarse la estructura dogmática.

67 Schünemann, Bernd, La función de la delimitación de injusto y culpa-


bilidad, trad. de la ponencia “Die Funktion der Abgrenzung von Unrecht und
Schuld”, realizada por Carlos J. Suárez González, profesor titular de Derecho
Penal de la Universidad Autónoma de Madrid, Fundamentos de un sistema
europeo del derecho penal. Libro Homenaje a Claus Roxin, B. Schünemann
y J. De Figueiredo Dias (coords.), Barcelona, Bosch, 1995, pp. 205 y ss.
68 Ibidem, p. 206, ab initio.
69 Roxin, Claus, op. cit., nota 7, pp. 40 y ss.
38 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

Por su parte, la antijuridicidad se ubica en el ámbito de las


soluciones sociales a los conflictos, se trata del sector del choque
entre los intereses individuales opuestos o las exigencias de ca-
rácter social con las necesidades del individuo. Nos encontramos,
pues, ante un problema de suyo antiguo, o sea, la contraposición
de intereses: unos individuales y otros sociales.
En esta tesitura, cuando se intentan conciliar las necesarias
intervenciones administrativas con el derecho a la persona-
lidad, in genere, y con la libertad inesquivable de actuación
del ciudadano, o cuando, encontrándonos en presencia de situa-
ciones inminentes e imprevisibles surge la imperiosa necesidad
de una toma de decisiones. En este caso, como hemos señalado
en páginas anteriores, se trata siempre de una regulación que
tenga el carácter de justa en el campo social y que provea la
consecución de una convivencia social recta y adecuada.
Por supuesto —como indica el propio Roxin— estas situa-
ciones propician unas consecuencias dogmáticas y sistémicas,
que han de ser deducidas y que, comparativamente consideradas,
en referencia a la interpretación del tipo tienen una naturaleza
y un carácter sustancialmente distintos.70
En cuanto a la culpabilidad habría que considerar las opi-
niones de Günther Jakobs, quien con sobrada razón alega la exis-
tencia de un grupo de elementos necesarios para calibrar la po-
sibilidad de actuar de manera distinta a la que se llevó a cabo.71

70 Sabido es que —en la creación de un tipo penal— se produce una se-


cuencia, que se inicia en relación con un bien jurídico-penalmente protegible,
que, al no ser objeto de la debida garantización jurídica, origina una inquietud
en la colectividad que termina convirtiéndose en una necesidad social, que
impele a los legisladores a la creación de un tipo penal, en cuanto parte in-
tegrante de una norma jurídico-penal, ya que (como todos sabemos) una norma
de esta clase se integra con una descripción del legislador de determinados
eventos antisociales (tipo), y con una descripción de la amenaza (punibilidad).
Esta situación (bastante frecuente, por cierto) se ve mediatizada, no obstante,
por una serie de factores que inciden en la descripción típica final, tales como
los económicos, los políticos, los sociales, los culturales y un largo etcétera.
71 Márquez Piñero, Rafael, “El pensamiento jurídico de Jakobs y la teo-
ría sociológica de Luhmann”, Revista de la Facultad de Derecho, México,
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 39

De ahí que la posible solución no ha de buscarse en la postura


antagónica con el núcleo de partida situado sobre la base del
sujeto.
En otras palabras, sin prescindir de ella, Jakobs opina que
hay que obviar “la tradicional doctrina europea aristotélica del
Estado como conjunto, orientada en atención a la comunidad,
aunque, desde luego, se pueda formular dentro de este modelo
de sustancia social”.72
En cuanto a la posición de Roxin (en su primera formulación
de Política criminal y sistema del derecho penal) señala que
la culpabilidad tiene

mucho menos que ver con la averiguación del poder actuar de un


modo distinto, algo empíricamente difícil de constatar, que con el
problema normativo de si y hasta qué punto en los casos de circuns-
tancias personales irregulares o condicionadas por la situación con-
viene una sanción penal a una conducta que, en principio, está ame-
nazada con una pena.73

El ilustre profesor trata de aclarar esta cuestión, señalando


que el trabajo dogmático requiere, igualmente, considerar la fun-
ción limitadora de la pena, ínsita en la culpabilidad, y asimismo

t. XLIX, núms. 225-226, mayo-agosto de 1999, pp. 105 y ss. El profesor Günt-
her Jakobs formula su pensamiento, partiendo de la idea del funcionalismo
jurídico-penal concebido como aquella teoría, conforme a la cual el derecho
penal está encauzado a garantizar la identidad normativa, la constitución y la
sociedad. Dentro de este razonamiento, la sociedad no es entendida en consi-
deración al punto de vista de la conciencia individual, y en tal sentido como
un sistema que puede componerse de sujetos que realizan contratos, producen
imperativos categóricos o se extienden en tareas similares. De cualquier manera
(como señala el propio Jakobs) este pensamiento es utilizado por Niklas Luh-
mann, quien destaca la intersubjetividad. Se aparta, pues, de la concepción
filosófica, que comienza en Descartes y sigue de Hobbes a Kant.
72 Jakobs, Günther, Sociedad, norma y persona en una teoría de un derecho
penal funcional, trad. Cancio Meliá y Feijóo Sánchez, Madrid, Civitas, 1996, pp.
15 y 16.
73 Roxin, Claus, op. cit., nota 7, p. 41.
40 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

tener en cuenta la prevención general y la prevención especial.


A tal efecto, nos pone un ejemplo, muy claro, y que reprodu-
cimos literalmente:

El que una persona perteneciente a una determinada profesión des-


tinada a prevenir el peligro (por ejemplo, un policía o un bombero),
no pueda disculparse, invocando una situación de necesidad, más
fácilmente que otra, se debe a la protección de bienes jurídicos, es
decir, a un interés de la comunidad que exige aquí una sanción;
mientras que puede permanecer impune el que actúa en una situación
parecida, pero sin tener un deber social específico, porque no nece-
sita la resocialización y, dado lo excepcional de la situación, no
puede dar un mal ejemplo.

Desde esta perspectiva, el apotegma del nullum crimen, nulla


poena, la ponderación reguladora de intereses sociales en situa-
ciones conflictivas y las propias exigencias de la teoría teleoló-
gica de la pena se erigen en el fundamento (desde el punto de
vista político-criminal) de las categorías delictivas normalmente
manejadas.
De esta forma, la teoría del tipo y la teoría de la culpabilidad
hay que someterlas al análisis dogmático jurídico con base en
principios específicamente jurídico-penales. En tanto que la par-
cela de la antijuridicidad abarca otros sectores del ordenamiento
jurídico general.74
74 Roxin, Claus, Dogmática penal y política criminal, trad. Abanto Vás-
quez, Lima, IDEMSA, 1998, pp. 25 y ss. Roxin señala que (durante el siglo
XX) la teoría del injusto penal fue construida basándose en los elementos fun-
damentales y sustentadores de la causalidad y de la finalidad. Primero, mediante
los proyectos sistémicos de la teoría clásica, después de la teoría neoclásica
y —a partir del inicio de la década de los años treinta de dicho siglo— por
el comienzo de la vigencia de la teoría final de la acción.
De dichos proyectos, que tuvieron la secuencia temporal indicada, quedó
residualmente la discusión (cronológicamente muy prolongada) sobre si la cau-
salidad, cuando se la contempla como elemento sustentador de la realización
del tipo, puede ser adecuada para los delitos de omisión. En la teoría final de
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 41

A esta situación es debido el que las causas de justificación


tengan su origen en todo el ámbito jurídico y que, por consi-
guiente, conecten al derecho penal con otras ramas del derecho,
todo ello dentro de la unidad orgánica del ordenamiento jurídico
de una comunidad, de un país, ya que éste trata de proteger los
valores integrantes del acervo de una sociedad.
La escasa eficacia de los intentos resolutivos de integración
entre causalistas y finalistas contribuyó a superar, en alguna me-
dida, la disputa (preponderante a lo largo de los veinticinco años
siguientes a la Segunda Guerra Mundial), dando lugar a que di-
chas formaciones doctrinales, en Alemania actualmente, estén
superadas o, en su defecto, tengan pocos partidarios.
De la consideración retrospectiva (en el plano histórico dog-
mático) destacan menos las diferencias que las similitudes entre
ambas teorías: ellas son fundamentadoras del sistema de derecho
penal en categorías ónticas, libres de valores, inmunizadas desde
el principio contra objetivos sociales y político-criminales.75
Frente a las concepciones anteriormente reseñadas (y sin per-
juicio de extendernos más en las consideraciones funcionalistas,
en su momento oportuno) el proyecto sistemático, político cri-
minal y teleológico (funcional) que comenzó su difusión en 1970,
logrando de inmediato una gran cantidad de seguidores, supuso
“un cambio casi copernicano”.
A partir de ahí, el funcionalismo (y reiteramos nuestra pos-
terior dedicación al detenido estudio del mismo), al traer a co-
lación la teoría de la imputación objetiva, al interpretar la acción
típica en cuanto realización de un riesgo no permitido, no ad-
misible, en el ámbito del abarcamiento del tipo, lleva a cabo
una estructuración del injusto.

la acción, se le añadió la problemática de si la imprudencia constitutiva del


tipo puede ser abarcada por el criterio de la finalidad.
75 Ibidem, p. 26, in fine. La relación causal (en el sentido de la teoría de
la equivalencia) y también su sobredeterminación final intentan describir leyes
estructurales del acontecimiento, en el mundo exterior, que precede a cualquier
estimación valorativa.
42 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

Para ello, dicho injusto se ve desprendido de sus variadas ma-


nifestaciones fenomenológicas-ónticas, recurriéndose a la fun-
ción del derecho penal e (inclusive) implicándose valoraciones,
recientemente incorporadas a la acción típica (como el riesgo
no permitido, el radio de acción del tipo penal).76
Roxin (al menos así interpreto yo su pensamiento) expresa
que donde se presentan estas estructuras, existe una carencia de
relación con el derecho penal, de tal modo que no son adecuadas
para enfatizar, correctamente, lo que en una acción típica sea
penalmente relevante.77
Precisamente, las bases sociológicas del riesgo admisible en un
proceso social (en cuanto la acción típica es considerada ejecutora
de un riesgo no permitido), dimanan de la teoría sociológica
de Niklas Luhmann y originan el rol, jurídico-penalmente re-
levante, de la tarea del derecho penal orientada a evitar los ries-
gos socio-políticamente rechazables para los particulares y la so-
ciedad.78
Para terminar, la noción de riesgo (su propia idea) avanza
más, va más allá de la dogmática jurídico-penal y plantea pro-
blemas fundamentales de la sociedad moderna y de sus técnicas
de control. Naturalmente (bajo estas premisas) la elaboración
dogmática del concepto de riesgo propicia y, a la vez, demanda
la incorporación de conceptos político-criminales y empíricos,
provocando la conducción de la dogmática hacia una mayor aper-

76 Ibidem, p. 27. En este sentido, Roxin señala “Pues el injusto penal no


puede ser caracterizado mediante categorías como la de la causalidad o la fi-
nalidad. Él no es causalmente necesario o causado de manera final, como por
ejemplo en la omisión”.
77 Idem. Roxin, aclarando su pensamiento, nos dice que —desde la pers-
pectiva— de un sistema funcionalista del derecho penal, “el injusto de la im-
prudencia y de la omisión es el resultado de una imputación según parámetros
jurídicos. Luego, los problemas esbozados tanto en la teoría causal como final
de la acción carecen de objeto desde el principio”.
78 Luhmann, Niklas, Sociología del riesgo, trad. Silvia Pappe y Brunhilde
Erker y Luis Felipe Segura, México, Triana Editores-Universidad Iberoameri-
cana, 1998, pp. 43 y ss.
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 43

tura en referencia a la realidad (abandonando las antiguas con-


cepciones sistémicas en su estructura conceptual).79
Esta incorporación (de conformidad con mi pensamiento) de
la concepción sociológica del riesgo de Luhmann tuvo su im-
pacto en diversos sentidos, sobre otros participantes del campo
sociológico y del estrictamente jurídico-penal, y se singularizó
especialmente en el pensamiento jurídico de Günther Jakobs.80
Por su parte, Enrique Bacigalupo expresa dudas respecto de
la posible exclusión de la antijuridicidad sólo en el ámbito penal,
ubicando dicha situación dentro de la problemática moderna de
las causas de justificación. A tales efectos, señala que, en la teoría
actual de las causas de justificación, queda cuestionado el postulado
de la unidad del orden jurídico y con ello se deduce la posibilidad
de admitir una antijuridicidad específicamente penal.
Lógicamente, tal situación tendrá la contrapartida de una jus-
tificación también específicamente penal; dicho de otra forma:
tal justificación no tiene efectos en otras ramas del derecho (civil,
administrativa, ambiental, etcétera). De ahí que el apotegma de
la unidad del orden jurídico conducía a una unificación de los
efectos de las causas de justificación en dicho orden.

79 Ibidem, pp. 47, in fine, y 49. En este sentido, Luhmann dice: “Es posible
que también tenga que considerarse que el umbral de riesgo puede fijarse de
manera muy diversa, según sea el caso de que uno participe en el riesgo como
portador de decisiones o como afectado por las decisiones riesgosas. Todo
esto hace difícil pensar que los cálculos de riesgo tengan posibilidades de sus-
citar consenso, inclusive en el caso de situaciones específicas”.
Y añade, el ilustre sociólogo: “Cuando se trata de fijar las determinaciones
del concepto de riesgo, uno se encuentra de inmediato sumergido, por así de-
cirlo, en una espesa niebla, donde la vista no alcanza a distinguir más allá del
propio bastón. Este es también el caso de la literatura especializada que ni
siquiera aborda el problema de manera adecuada”.
80 Roxin, Claus, op. cit., nota 74, p. 28, cita 5: “Compárese solamente el
muy discutido libro del sociólogo Beck sobre la ‘Risikogesellschaft’ [sociedad
de riesgos] (1986), la monografía de Kratzsch sobre ‘Verhaltenssteurerung und
Organisation im Strafrecht’ [Control de conductas y organización en el derecho
penal] (1985) y el trabajo de Prittwitz sobre ‘Strafrecht und Risiko’ [De-
recho penal y riesgo] (1993)”.
44 RAFAEL MÁRQUEZ PIÑERO

Para aclarar esta cuestión, Bacigalupo ejemplifica diciendo:


“El autor que obra en un estado de necesidad justificante no
debería responder civilmente por el daño sufrido por el titular
del bien sacrificado, dado que su acción no sólo estaría jus-
tificada en el derecho penal, sino también en el civil”. Esta po-
sición, añade Bacigalupo, fue la dominante durante un cierto
tiempo.81
Desde su particular perspectiva hispano-argentina, Bacigalu-
po indica que, actualmente, se pretende sostener que las causas
de justificación no pueden ser transferidas, alegremente, de un
ámbito jurídico a otro. Por consiguiente, resulta necesario esta-
blecer y aclarar los criterios básicos que deben decidir “la ex-
tensión de las causas de justificación no penales al ámbito del
derecho penal”.
Así, sería dudoso de que cualquier autorización de actuación
tenga que conducir inevitablemente a una autorización para rea-
lizar un tipo penal, aunque Jakobs se pronuncia afirmativamente
con un específico razonamiento particular suyo.82
Para Bacigalupo, resulta de gran interés la tesis desarrollada
por Jakobs, que establece la diferencia entre causas de justifi-
cación específicamente penales, que excluyen concretamente la
antijuridicidad penal, pues disminuyen el contenido de ilicitud
por debajo del mínimo exigido por el principio constitucional
de proporcionalidad, para ligitimar una sanción penal.83

81 Bacigalupo, Enrique, Principios de derecho penal. Parte general, 5a.


ed., Madrid, Akal, 1998, pp. 255-257. Bacigalupo se refiere, en la página 255,
in fine a la polémica entre Günther Jakobs, Strafrechtswidrigkeit und Strafan-
rechtsausschluss, 1983 (passim), Jakobs § 11/4 y ss.; Claus Roxin, § 14/32.
82 Ibidem, Günther Jakobs, cita 341, § 11/6 y Claus Roxin, § 14/31 desde
otro punto de vista.
83 Bacigalupo, op. cit., nota 81, p. 256, in fine, aclara con relación al ejem-
plo del derecho a la libertad de expresión e información del artículo 20 cons-
titucional español, que sería perfectamente aplicable a los artículos 6o. y 7o.
de la Constitución mexicana que, dada la gravedad de la sanción penal, es
necesario que la conducta tipificada posea un grado elevado de ilicitud, pero
esta intensidad no es necesaria, por ejemplo, en el derecho administrativo o
civil.
TEORÍA DE LA ANTIJURICIDAD 45

La consecuencia práctica consistiría en una conducta penal-


mente justificada que (no obstante) no lo está en el ámbito civil,
en el que el deber de indemnizar el daño causado continuaría
subsistiendo. Jakobs, analizando esta situación, propugna la ne-
cesidad de distinguir entre las que tienen un carácter general,
porque hacen llegar sus efectos a todo el ordenamiento jurídico
(por ejemplo la legítima defensa o el estado de necesidad), y
las estrictamente penales.
Bacigalupo señala (muy acertadamente, por cierto) que otros
autores se inclinan a sacar consecuencias similares, aunque no
idénticas, al distinguir entre autorizaciones de acción y autori-
zaciones de intervención. Las primeras únicamente permiten jus-
tificar la realización de la acción, sin imponer al afectado por
la autorización de la acción el deber de consentir una lesión en
sus bienes jurídicos.
En contra de esta situación, las autorizaciones de intervención
obligan al afectado a soportar (como un auténtico deber) en sus
bienes jurídicos los resultados o consecuencias de la acción jus-
tificada, precisamente por ser él el elemento desencadenante de
la situación jurídica producida.84

84 Bacigalupo, en la obra reiteradamente aludida, señala como ejemplo de


las autorizaciones de acción, el de una persona que sabe que un reportero va
a publicar una imputación que afecta a su privacia y a su honor, y, antes de
que ello ocurra, sustrae el trabajo periodístico. Tal situación se encuentra jus-
tificada por un estado de necesidad, ya que la autorización de acción queda
estrictamente referida a eso, pero no otorga un derecho a lesionar bienes ju-
rídicos ajenos (para mayor claridad: el que sustrae queda ubicado dentro del
estado de necesidad).
En relación con las autorizaciones de intervención que, como se ha dicho,
impone sobre el afectado el deber de soportar, en sus bienes jurídicos, las
consecuencias de la acción justificada, tiene su manifestación más clara en la
no eficacia de la “legítima defensa” contra quien se está defendiendo legíti-
mamente.

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