Descargue como PDF, TXT o lea en línea desde Scribd
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 3
I.
LA SABIDURÍA EN LA VIDA HUMANA El afán de saber es algo natural en el hombre, y su
felicidad está íntimamente relacionada con la sabiduría: ésta le capacita para descubrir el sentido de su vida y actuar correctamente, mientras que la ignorancia es fuente de desequilibrios y de errores en la conducta que impiden conseguir la felicidad. Puede alcanzarse la verdadera sabiduría sin el estudio de la filosofía: la metafísica espontánea del conocimiento ordinario basta para el conocimiento de las verdades principales que permiten orientar adecuadamente la vida humana. Sin embargo, se requiere un estudio sistemático de esas verdades para alcanzar la sabiduría en toda su extensión y profundidad. Suele llamarse sabio a quien posee un saber cierto y fundamentado acerca de las verdades más profundas y, por ello, es capaz de dirigir y persuadir a los demás. De modo general, la sabiduría es el conocimiento cierto de las causas más profundas de todo. Comentando las ideas de Aristóteles sobre esta cuestión, Santo Tomás dice: entre las artes, llamamos sabidurías a las más ciertas que conociendo las causas primeras en un género de artes dirigen a las otras del mismo género, como la arquitectura dirige a los trabajadores manuales... así también estimamos que algunos son sabios del todo, o sea, no respecto a algún tipo de entes sino respecto a todos... así como el sabio en algún arte tiene en él la máxima certeza, la sabiduría general (simpliciter) es la más cierta entre todas las ciencias, ya que alcanza los primeros principios de los entes. Por eso, la sabiduría tiene como función propia ordenar y juzgar todos los conocimientos, ya que un juicio perfecto acerca de algo sólo se consigue mediante la consideración de las causas últimas. Aunque el nombre de sabio suele aplicarse a quien destaca en alguna especialidad concreta, propiamente se aplica a quien posee un conocimiento cierto de las causas más generales de todo: puede suceder que personas corrientes sean realmente más sabias (en sentido estricto) que un científico que aborda con erudición pero superficialmente cuestiones que caen fuera del ámbito de su especialidad. 2. TIPOS DE SABIDURÍA En el plano natural, la sabiduría más perfecta se alcanza mediante la metafísica, ya que ésta considera las causas más profundas de la realidad en la medida en que pueden conocerse por la razón natural (por lo que se refiere a toda la creación, Dios; y en un ámbito más restringido, el alma humana que es espiritual. La metafísica proporciona las bases para el correcto planteamiento de las ciencias particulares y para interpretar sus resultados, y es el fundamento de la ética natural. Aunque la metafísica no abarca en detalle todas las ciencias, juzga el valor y el sentido últimos de esos conocimientos particulares, y así hace posible la ordenación de los conocimientos y de las acciones hacia su verdadero fin. Los conocimientos particulares suponen siempre unos fundamentos filosóficos, que la metafísica estudia sistemáticamente. Con ello no se afirma, por ejemplo, que los científicos tengan que esperar el juicio de los filósofos sobre temas de su competencia, pero se advierte que cuando quieran hacer explícita la metafísica contenida en sus presupuestos o resultados, deberán plantear la cuestión con todo rigor metafísico. De modo general, la sabiduría considera todas las cosas a la luz de sus causas últimas (y, sobre todo, las considera en relación a Dios, que es principio y fin de todas las criaturas): permite juzgar y ordenar convenientemente todas las cosas y acciones respecto a su último fin (que es Dios). Si se consideran las causas últimas de modo relativo a los diversos ámbitos de la realidad, puede hablarse de sabiduría respecto a cada uno de esos ámbitos particulares: por ejemplo, respecto a las ciencias particulares (que estudian ámbitos concretos de la realidad), a la filosofía moral (que considera las acciones voluntarias), o a las artes (que versan acerca del orden que el hombre pone en las cosas que produce, llamadas artificiales). También suele aplicarse el nombre de sabiduría a la prudencia, que es la aplicación de la moral a los casos concretos. 3. SABIDURIA Y CIENCIA La sabiduría es también ciencia, puesto que la ciencia Es el conocimiento de verdades a las que se llega por demostración a partir de unos principios: la sabiduría filosófica añade a la ciencia la característica de versar sobre las causas últimas (metafísica) o de proceder a partir de ellas. En este sentido, la sabiduría filosófica se distingue de la propia de las ciencias particulares por la máxima amplitud de su objetor por las causas a la Luz de las cuales ve la realidad, y, por tanto, también en razón del método. La metafísica es a la vez ciencia y sabiduría no hay oposición entre ambos aspectos, ya que precisamente es sabiduría por ser ciencia que considera las causas últimas en el orden natural. Santo Tomás dice que aquella ciencia que se llama sabiduría es la que versa sobre las causas primeras y los primeros principios afirmando también que la sabiduría no es una ciencia cualquiera, sino la ciencia de las realidades más nobles y divinas, siendo por tanto la cabeza de todas las ciencias. En definitiva, la sabiduría es ciencia en cuanto que tiene lo que es común a todas las ciencias, que es demostrar las conclusiones a partir de unos principios. Pero tiene algo propio que está por encima de las otras ciencias, ya que juzga acerca de todas las cosas, y no sólo en cuanto a las conclusiones, sino también en cuanto a los principios primeros. Y por eso es una virtud (intelectual) más perfecta que la ciencia. 4. SABIDURIA E IGNORANCIA Así como la sabiduría tiene gran importancia para ordenar la vida humana a su fin, la ignorancia es causa de diversos obstáculos que impiden esa correcta ordenación. Por eso la ignorancia ocasiona serios perjuicios a quien la padece. La sabiduría no basta para hacer al hombre bueno moralmente, pero facilita notablemente conseguir la rectitud moral y, con ella, la felicidad. Se atribuye a Sócrates la identificación entre la virtud y el saber, y a la Ilustración haber recogido esa identificación, concluyendo que la ciencia bastaría para hacer bueno al hombre. Pero el conocimiento y la virtud moral se influyen mutuamente, ya que la rectitud moral exige la prudencia, pero ésta exige la virtud. El conocimiento no basta para hacer al hombre bueno y feliz; pero la ignorancia sobre el bien dificulta la vida moral y la felicidad. El estudio de las ciencias particulares no suele interferir con las disposiciones morales que tenga el sujeto, al menos mientras se trata de cuestiones poco relacionadas con un compromiso personal (tales como las demostraciones matemáticas o de la física matemática, o muchos aspectos de la sociología o la historia). Pero cuando se estudian problemas que tienen repercusiones sobre la actitud ante la vida, la objetividad en la ciencia dependerá también de las disposiciones subjetivas: puede darse, por tanto, una ignorancia revestida de ropaje científico, que lleva a defender lo que coincide con las preferencias personales más allá de lo permitido por las razones objetivas. Esa ignorancia pseudocientífica es un obstáculo serio para llegar a una visión objetiva de la realidad y, por tanto, a la verdadera sabiduría teórica y moral. Por ejemplo, quien acepta las leyes históricas defendidas por el marxismo, se ve inclinado a interpretar muchos hechos históricos en función de la lucha de clases y de los intereses económicos, aunque no haya datos para hacerlo o los datos sean contrarios a esa interpretación. Algo semejante sucede al materialista al estudiar la psicología: tenderá a ver la conducta humana de modo determinista, de un modo arbitrario y anticientífico. Es fácil advertir que, en estos casos y otros análogos, la verdadera sabiduría facilita una actitud libre y objetiva, ayudando a descubrir los errores de los reduccionismos pseudocientíficos. Cuando se trata directamente de la sabiduría, el hombre se encuentra con verdades que comprometen profundamente su existencia; por eso, la ignorancia y el error en estas materias tienen estrecha relación con la rectitud moral del sujeto. El conocimiento acerca de las verdades más profundas exige una voluntad recta que busque sinceramente el bien sin dejarse arrastrar por las preferencias arbitrarias. Por eso, el ejercicio de la libertad humana desempeña una función importante en el progreso del conocimiento sapiencial, que se refiere a las causas últimas y juzga y ordena los demás conocimientos. Advierte Santo Tomás que la doctrina, para que tenga eficacia en alguien, es necesario que encuentre un alma que, por las buenas costumbres, esté preparada a alegrarse con el bien y a odiar el mal; como es necesario que la tierra esté bien cultivada para que la semilla dé fruto... el que vive según las pasiones no oye con buena disposición la palabra de quien le amonesta. Evidentemente, como en estos temas la libertad desempeña un papel central, las disposiciones del sujeto no son necesariamente las mismas siempre ni en cualquier sentido, y siempre cabe el cambio. Pero es claro que lo determinante en cuestiones que caen dentro de lo que hemos llamado sabiduría, no son sólo los argumentos teóricos, por sólidos que puedan ser.