JONÁS
JONÁS
JONÁS
De Jonás (hebr. Yonáh, que significa «paloma») sólo se conoce lo que leemos en
este libro, y su cita en 2 Reyes 14:25. En 1:1 leemos que era «hijo de Amitay».
«Amitay» significa «verdadero». Parece ser que Jonás vivió en el siglo VIII a. de C.,
pero el libro podría ser de redacción más tardía, como se desprende de los arameísmos
que contiene. Conforme vemos en 2 Reyes 14:25, Jonás era de Gat-jéfer (al norte de
Nazaret, dentro del territorio de Zabulón).
Por supuesto, los incrédulos se ríen de este libro, especialmente por lo del pez del
capítulo 2, como si no fuese mayor milagro el arrepentimiento (capítulo 3) de los
ninivitas. Es el gran libro misionero del Antiguo Testamento y se lee en las sinagogas el
Día de la Expiación. Dicen que el escritor eclesiástico Cipriano fue convertido por la
lectura de este libro. Cristo lo cita para probar proféticamente Su propia resurrección y
para apostrofar a los judíos con el ejemplo del arrepentimiento de los ninivitas (v. Mt.
12:39 y ss.; 16:4).
El mensaje de Jonás es cuádruple (uno por cada capítulo): 1) De Dios no se puede
huir. 2) Dios refina en la tribulación. 3) Al arrepentimiento sigue el perdón. 4) En
cuanto a la salvación eterna, Dios no tiene favoritismos. En su excelente comentario (22
sermones) sobre Jonás, dice el Dr. R. T. Kendall, actual pastor (en 1989) de la
Westminster Chapel de Londres: «El libro de Jonás es uno de los libros más relevantes
para el tiempo presente. En primer lugar, guarda analogía con la iglesia moderna … La
iglesia es como Jonás, que pagó el billete para viajar en el navío que iba en dirección
opuesta a la que Dios requería. La iglesia ha gastado su energía, su tiempo y su dinero
en las cosas que no debía. Al presente, la iglesia es como Jonás, que duerme en un lado
del navío mientras el mundo es zarandeado en un aturdimiento sin precedentes. El
mundo tiene miedo: la iglesia está durmiendo. El mundo hace preguntas: la iglesia no
tiene respuestas».
La Ryrie Study Bible hace la siguiente división del libro de Jonás:
I. Jonás huye (1:1–17).
II. Jonás ora (2:1–10).
III. Jonás predica (3:1–10).
IV. Jonás aprende (4:1–11).
CAPÍTULO 1
En este capítulo tenemos: I. La orden que se le da a Jonás de ir a predicar a Nínive
(vv. 1, 2). II. La desobediencia de Jonás a esa orden (v. 3). III. Por esa desobediencia
Jonás es perseguido y arrestado por una tormenta (vv. 4–6). IV. Se descubre que su
desobediencia ha sido la causa de aquella tormenta (vv. 7–10). V. Se le arroja entonces
al mar, a fin de que se calme la tempestad (vv. 11–16). VI. La milagrosa preservación
de su vida en el interior de un pez (v. 17), la cual fue también su reservación para
ulteriores servicios.
Versículos 1–3
1. Jonás recibe la orden (vv. 1, 2) de ir a Nínive y pregonar contra aquella ciudad.
Téngase en cuenta, ya desde ahora, que el mensaje de Jonás no es de salvación, sino de
destrucción. Nínive era una ciudad muy antigua, pues había sido fundada (Gn. 10:11)
por Nimrod. Estaba situada en la orilla oriental del río Tigris. Senaquerib hizo de ella la
capital de Asiria (hacia el 700 a. de C.), pero fue destruida por los medopersas el 612 a.
de C. Tenía la forma de un trapecio y era en su tiempo la mayor ciudad del mundo: Con
los suburbios, medía unos 90 km de perímetro y tenía de 600.000 a 1.000.000 de
habitantes. Era una ciudad corrompida, más por la inmoralidad y la opresión social que
por la idolatría.
2. Pero Jonás no obedece la orden de Jehová (v. 3). En lugar de ir a Nínive, se va en
dirección opuesta. No es que pensase que Dios no estaba en todo lugar, pero creía que el
feudo de Jehová era el país de Israel. Se embarca y, sin duda, paga un precio especial,
pues es el único viajero (todos los demás pertenecen a la tripulación). Se fue a Jope, hoy
Jaffa, donde Pedro (Hch. cap. 10) tuvo la visión para ir a casa de Cornelio. De allí
zarpaba un barco con rumbo a Tarsis (España), y allá se va él. ¿Por qué huyó? No
precisamente porque Asiria hubiese de ser más tarde azote de Israel, sino porque no veía
con buenos ojos el que Dios tuviese la intención (v. 4:2) de salvar también a los
gentiles. Pero … nadie puede huir de la presencia de Jehová (v. 3, comp. con Sal.
139:7–12).
Versículos 4–7
1. Dios (v. 4) envía un viento fuerte, que provoca en el mar una gran tempestad
(comp. con Sal. 104:4). Los marineros se percatan en seguida de que no es una
tempestad cualquiera. El navío estaba a punto de saltar en pedazos. Los marineros,
probablemente fenicios, serían de distintas regiones y, por tanto, adorarían (v. 5) a
distintas deidades. Mientras oran a sus dioses, van aligerando la nave (v. 5b).
2. Jonás, agotado quizá por la fatiga y la tensión, se relajó hasta caer en un sueño
profundo (v. 5b). Dice Buck: «Para indicar el sueño profundo (de Jonás) se emplea el
verbo nirdam, que se usa del sueño de Sísara (Jue. 4:21), y del que se deriva
tardemá (Gn. 2:21—el sueño de Adán)». ¡Qué vergüenza para un profeta el que unos
gentiles idólatras le inciten a orar! Dice M. Henry: «Hay muchos que no son inducidos a
orar hasta que les obliga el miedo; el que quiera aprender a orar, que se haga a la mar».
Un mahometano hace sus oraciones cinco veces al día. ¿Y nosotros?
3. Seguramente que Jonás oró, pero la tempestad no cesó. La razón es que, antes de
orar y predicar, hay que ponerse a bien con Dios (¡y con el prójimo!—V. Mt. 5:23, 24; 1
P. 3.7, al final—). «El patrón de la nave (v. 6) se le acercó y le dijo: ¿Qué haces aquí,
dormilón? Levántate y clama a tu Dios …». Dice Henry: «Es de alabar el patrón de la
nave, mientras da lástima ver a Jonás, que necesitó esta reprensión; como profeta de
Jehová, si hubiese estado en el lugar que le correspondía, habría estado reprendiendo al
rey de Nínive, pero, al estar fuera del camino de su deber, está expuesto a las
reprensiones de un pesaroso patrón de navío. Con todo, hemos de admirar la bondad de
Dios al enviarle esta oportuna reprensión, pues ella fue el primer paso para su
recuperación, como el canto del gallo lo fue para Pedro».
4. Los marineros se dieron cuenta de que esta tormenta era de un carácter tan
extraño y fuera de lo normal, que «llegaron a concluir que era mensajera de la justicia
divina, enviada para arrestar a alguien de los que iban en el barco, como que era
culpable de haber cometido algún crimen enorme (Hch. 28:4), y que sufrían esto por
causa de tal persona» (Henry). Así que (v. 7) echaron suertes, para saber por causa de
quién les había venido aquel mal. Echar suertes era legítimo, incluso en el pueblo de
Dios, como vemos en Hechos 1:26. Pero notemos que, después de la elección de Matías,
ya no se nombran más las suertes, porque ahora tenemos dentro el Espíritu Santo, el
cual nos enseña todas las cosas (1 Jn. 2:20, 27).
Versículos 8–16
1. Los marineros le hacen a Jonás (v. 8) un aluvión de preguntas. Y él hace, al
menos, una profesión de fe (v. 9) clara y valiente; confiesa incluso (v. 10, al final) que
«estaba huyendo de la presencia de Jehová». Ante esto, los marineros se alarman por la
desobediencia de Jonás (v. 10) mucho más de lo que él estaba, y temen el castigo de
Jehová. Ante el progresivo empeoramiento de las condiciones marítimas (v. 11), le
piden consejo al mismo Jonás sobre lo que debe hacerse, con lo que demuestran que,
aunque son idólatras, son humanitarios.
2. Jonás se muestra aquí generoso. No se arroja él mismo al mar, no quiere cometer
un suicidio, pero pide a los demás que cumplan con él la pena que se merece, como si
dijese: «Si soy yo quien ha levantado esta tormenta, de nada sirve para calmarla que
echéis el cargo al mar, sino que es a mí a quien tenéis que arrojar» (Henry). Los
marineros se afanan todavía por salvarle la vida, y reman con fuerza (v. 13), pero ¡en
vano!
3. Así que, por fin (v. 15), lo echaron al mar, después de clamar a Jehová (v. 14)
para que no les tuviese en cuenta lo que hacían, pues lo hacían contra su voluntad. Dice
Feinberg: «Tenían más respeto a la vida de uno, que Jonás a las almas de cientos de
miles en Nínive». Sabían que la vida humana tiene gran precio (Gn. 9:5, 6); además, la
suerte, la tormenta y la declaración de Jonás eran tres señales convergentes de la
voluntad de Dios. Los marineros ahora, como Jonás después, y los ninivitas con
posterioridad, experimentan el poder de una oración ungida con sincero
arrepentimiento.
4. Hecha la calma, los marineros (v. 16) reconocen la omnipotencia de Jehová y le
ofrecen sacrificios y votos para cuando lleguen a su destino. El versículo 17 es el
versículo 1 del capítulo 2 en la Biblia Hebrea. Dios tenía preparado un pez enorme.
Mucho se ha especulado sobre la naturaleza de este pez. Un antiguo rabino escribe que
Dios lo creó ya al principio para este fin específico. En fin de cuentas, su carácter y sus
dimensiones no importan, sino el hombre que se tragó. No se puede dudar del milagro.
Lo de «tres días y tres noches» (v. 17, al final) debe entenderse al estilo semita: basta un
día entero y fragmentos de otros dos para poder hablar así, lo mismo que del tiempo en
que el cuerpo de Jesucristo estuvo en el sepulcro.
CAPÍTULO 2
En este capítulo vemos: I. El gran apuro en que se halló Jonás en el interior del gran
pez, como lo muestra su oración (vv. 1–6b). II. El ánimo que cobró con la seguridad de
la protección de Dios, a quien rinde alabanzas, tras recomendar a todos que no vayan
tras vanidades ilusorias (vv. 6c–9). III. La liberación de Jonás del interior del pez (v.
10).
Versículos 1–6b
1. Como dice Henry, «la preservación de Jonás tenía por objeto ser: (A) Un
monumento de la divina misericordia. (B) Un éxito de Jonás como predicador en
Nínive. (C) Un ilustre tipo de Cristo, que fue sepultado y resucitó conforme a las
Escrituras (1 Co. 15:4), pues, como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y
tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres
noches (Mt. 12:40). ¿Fue la tumba de Jonás extraña, nueva? También lo fue la de
Cristo, pues en ella nadie había sido puesto antes. ¿Estuvo Jonás allí la mayor parte de
tres días y tres noches? También lo estuvo Cristo; pero ambos, a fin de levantarse de
nuevo para llevar al mundo pagano la doctrina del arrepentimiento».
2. También fue tipo Jonás del pueblo de Israel, pues ambos: (A) fueron escogidos
por Dios; (B) comisionados por Él; (C) desobedientes a Él; (D) esparcidos entre las
naciones; (E) conociendo allí a Dios; y: (F) preservados milagrosamente. Al aludir a lo
milagroso de la situación, Feinberg hace notar que, quien conserva el feto con vida
durante nueve meses en el vientre de su madre, bien pudo conservar a Jonás tres días y
tres noches en el vientre de un pez. De la cita de Cristo en Mateo 12:39, 40 sólo se
deduce el paralelismo del tiempo, no de que Jonás muriese en el vientre del pez (como
sostienen algunos), ni de otros detalles. Con todo, la condición de ambos era semejante:
Su fe y su confianza plena en la liberación futura quedan manifiestas, como lo
proclaman también las palabras de Jesús en Juan 11:11–15; 23–26, 41–43.
3. Jonás sacó su plegaria de los Salmos. Es de notar que el oró del versículo 1 es en
hebreo hitpallel, que «(cf. 1 S. 2:1) significa generalmente pedir, implorar, pero aquí
alabar, agradecer (que también es orar), puesto que en todo este cántico no se formula
ni una petición» (Buck). Este cántico de Jonás nos muestra cuán llenos estaban su mente
y su corazón de la Palabra de Dios. Recuérdese lo que dice Pablo en Romanos 15:4.
Jonás se habría hallado presa del terror si lo que le sucedió hubiese sido consecuencia
de un accidente; pero él sabía muy bien que era consecuencia de su desobediencia y, por
tanto, una disciplina de Dios (Sal. 18:4–6; 30:2; 39:9; 120:1, y una lista muy grande).
4. «Todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí»—dice (v. 3c), donde es de notar
ese «tus … tus»—. De manera semejante, Pablo nunca se llama a sí mismo «preso de
Nerón», sino «preso de Cristo». En cuanto a la frase del versículo 2b («desde el seno
del Seol»), dice Ryrie: «Aunque el Seol hace referencia al lugar de los muertos, la
expresión significa aquí desde las puertas de la muerte, y no indica, de suyo, que Jonás
muriese realmente (cf. Sal. 30:3)».
5. El versículo 4 nos hace ver de qué forma se vio Jonás rechazado de Dios por
causa de su desobediencia, y así comprendió cuán terrible cosa es estar privado de la
comunión con Dios. ¡Cómo suspiraba entonces (v. 4b) por el templo, donde se hallaba
el símbolo visible de la presencia de Dios como en Su morada terrenal (la shekináh).
Este anhelo del templo de Jerusalén es tanto más de notar cuanto que Jonás no procede
de Judá, del reino del sur, sino del norte.
6. Los versículos 5 y 6 contienen una bella descripción poética de su propia
condición mientras se hallaba en el vientre del pez: «Las aguas me rodearon hasta el
alma, como dejándole sin respiración; rodeóme el abismo (tehom, como en otros casos.
Veo que el hebreo no dice tejom—según sostienen algunos de quienes a veces lo he
copiado); las algas son aquí una expresión poética, como todas las demás de estos
versículos, como símbolo de la «profundidad» a la que Jonás había descendido al
tragárselo el pez. Lo mismo significa lo de (v. 6a) «las raíces (lit.) de los montes», como
cimientos en que se apoyan, desde el mar subterráneo, las montañas; «la tierra—añade
(v. 6b)—echó sus cerrojos sobre mí para siempre», como si le hubiese expulsado de la
habitación de los vivientes, echando el cerrojo para que no volviese a este mundo y se
viese así confinado al Seol.
Versículos 6c–10
1. Un vaw adversativo da un giro completo al versículo 6 en su última parte: «Mas
tú sacaste mi vida de la sepultura, oh Jehová Dios mío». Además de Salmos 30:9,
pueden verse otros lugares poéticos como Salmos 16:10; 35:7, en que sacar de las
puertas de la muerte equivale a sacar de la sepultura.
2. Jonás había reconocido la mano de Dios en la tormenta, en las suertes, etc., pero
ahora (vv. 7–9) lo reconocía y recordaba como nunca antes. La última frase del
versículo 9 dice, en hebreo: «Yeshuátah layhováh»: «La salvación (pertenece) a
Jehová» (lit.). La frase se halla primero en Salmos 3:8 y se repite en Apocalipsis 7:10—
y, con pocas variantes, en Isaías 45:17—. Jeremías 17:58 nos enseña en quién hemos de
confiar y, por tanto, de quién hemos de depender. Jonás lo ha aprendido bien.
3. Inmediatamente (v. 10) «habló (lit. dijo) Jehová al pez, y éste vomitó a Jonás en
tierra seca» (lit.). Hace notar Scofield que «la tormenta y el pez obedecen a Dios mejor
que nosotros».
CAPÍTULO 3
I. Le es renovada a Jonás la misión, y se le ordena por segunda vez que vaya a
predicar a Nínive (vv. 1, 2). II. Jonás proclama con toda fidelidad el mensaje a los
habitantes de Nínive (vv. 3, 4). III. Vemos el arrepentimiento, la humillación y la
reforma de vida de los ninivitas (vv. 5–9). IV. Benignamente, Dios revoca la sentencia
que había decretado contra ellos (v. 10).
Versículos 1–4
1. Con la experiencia anterior Dios quería hacer a Jonás más útil para el ministerio
al que le había llamado. Nótense (vv. 1–3) tres cosas: (A) Dios no cambia el mensaje,
no lo rebaja ni al gusto de Jonás ni al de los ninivitas (no hace como los hombres ni
como los demonios, que lo suelen rebajar y acomodar); (B) Dios da a Jonás una segunda
oportunidad, como se la dio a Pedro, a Juan Marcos y a tantos otros que en un tiempo
desobedecieron el llamamiento de Dios; (C) un lector superficial puede ver en la
predicación de Jonás un mensaje de salvación; pero lo cierto es que Jonás no predicó
salvación, sino destrucción (v. 4).
2. En el versículo 3 vemos que Jonás obedece ahora prontamente. El original del
versículo 3b dice literalmente que «era Nínive una ciudad grande para Dios», lo cual
no significa precisamente que fuese grande a los ojos de Dios, sino que es una de las
formas de expresar el superlativo en el hebreo. Lo de que Nínive era «de un recorrido
de tres días» (v. 3, al final), puede entenderse de varias maneras: (A) Se trata de una
hipérbole (Buck). (B) Quiere decir que se necesitan tres días para pasar por todas sus
calles (A. Vaccari). (C) Ése era el tiempo que se necesitaba para rodearla (san
Jerónimo). Pero si el perímetro de la ciudad era de 12 km, no hacía falta tanto tiempo.
(D) La solución más probable es que se incluyen aquí también los suburbios, con lo que
la circunferencia del «Gran Nínive» (como se diría hoy) era de unos 100 km. Cuentan
que sus muros medían unos 35 m de altura, con 1.500 altas torres que los flanqueaban.
3. La predicación de Jonás queda condensada (v. 4), en el original, en cinco
palabras: «od arbaím yom weninvéh nehpákheth»: «De aquí a 40 días, Nínive
será destruida». Buck traduce aún más literal: «Todavía cuarenta días, y Nínive será
destruida». Hay quienes opinan que eso es solamente parte de su mensaje, y que
añadiría otras cosas más, a juzgar por los versículos 7–9. Pero no hay razón para pensar
que Jonás añadiese algo a dichas cinco palabras. Primero, porque el texto sagrado no
añade nada. Segundo, porque los conceptos de los versículos 7–9 son claramente las
conclusiones a las que llegaron los oyentes, pues como dice el Dr. Kendall, «Dios nunca
habla de ese modo cuando no hay esperanza. Cuandoquiera hace Dios una advertencia
en esta vida, ésa es la mejor señal de todas».
4. Nótese que ahora la obediencia de Jonás fue perfecta: (A) No lo dejó para otro
día, sino que (v. 3) «se levantó Jonás y fue a Nínive, etc.». (B) No le arredró la
magnitud de la empresa (v. 4): «comenzó Jonás a entrar por la ciudad e hizo el
recorrido de un día, etc.». (C) Se portó como verdadero profeta, portavoz o embajador
de Dios, sin añadir ni quitar una sola letra al mensaje que Dios le había encomendado
que proclamase. Si nuestra predicación no tiene el efecto que debería tener, es porque
no predicamos con autoridad y convicción el mensaje que nos ha encomendado el
Señor; además, si lo hiciésemos, no nos afectaría el poco o mucho éxito visible de
nuestra predicación, pues de las consecuencias se encarga Dios.
5. Se discute en qué lengua predicó Jonás el mensaje. Dicen los expertos que, para
entonces, el arameo había sustituido al acádico como lengua diplomática y, de algún
modo, internacional. Pero eso no constituye problema, ya que no seria difícil encontrar
en palacio (quizás el rey mismo) quien hiciera la traducción de un mensaje tan breve y
tan sencillo.
Versículos 5–9
Vemos ahora el efecto que hizo en sus oyentes el mensaje que Jonás predicó (comp.
con Ez. 3:4–7).
1. Lo primero que notamos es que «los hombres de Nínive (v. 5) creyeron (hebr.
yaamínu, el mismo verbo de Gn. 15:6) a Dios». No a Jonás, sino a Dios (comp. con
Jn. 1:37: «Le oyeron (al Bautista)… y siguieron a Jesús»). Aceptaron, pues, como
bueno y verdadero lo que Dios decía por medio de Jonás, se arrepintieron y dieron
muestras manifiestas de contrición. ¡Jamás se vio un éxito semejante en ninguna
campaña de evangelización! El hecho de que Dios, un Dios ajeno a ellos, pero tan
poderoso: (A) les enviase un profeta para avisarles, y: (B) les diese un plazo de cuarenta
días, hubo de hacerles meditar en la misericordia de Dios. ¡Este (y no lo del pez) fue el
mayor milagro del libro de Jonás! Es cierto que algo pudo influir la mentalidad oriental,
pero lo principal fue la intervención poderosa del Espíritu de Dios ante una
proclamación escueta, pero fiel, del mensaje divino. ¡Pensemos de nuevo en lo que
podemos aprender de aquí!
2. Vemos luego lo que hacen el rey y los nobles de la ciudad (vv. 6–9). Todos están
al mismo nivel ante Dios como pecadores destituidos de la gloria de Dios (Ro. 3:23) y
como arrepentidos de sus pecados, porque Dios no se fija en la púrpura nobiliaria, sino
en el corazón contrito y humillado. Vemos también que los animales se unen al duelo,
lo cual era muy corriente en el oriente. Dicen que los persas, ante la caída de su general
Masistio, esquilaron a sus caballos y mulos. También en algunos funerales de occidente
(por ejemplo, en el de Lord Mountbatten) se ven marchar los caballos en la comitiva
fúnebre. Pero quizás se advierte aquí algo más profundo (comp. con 4:11; Ro. 8:19–23).
3. El versículo 8 especifica bien todos los aspectos de la conversión: (A) hábito de
penitentes; (B) clamor de convictos de pecado; y (C) media vuelta en el camino del mal.
En el versículo 9 se expresa una esperanza llena de optimismo: «la esperanza de que
Dios se arrepienta (hebr. nijam). Si Jehová se arrepiente de algo, es que va a realizarse
una posibilidad que ya existía en su ira o su amor» (Buck). Vemos una vez más que
Dios se arrepiente ante el cambio de condición en el individuo en cuestión (o en el
grupo en cuestión).
Versículo 10
1. Como los decretos punitivos de Dios son condicionados, puesta una condición
positiva, Dios retira su amenaza. Nótese que hablamos de una respuesta positiva a una
proclamación amenazante, no de una especie de «salvación por obras» (comp. con Mt.
3:8; Ef. 2:10). Por otra parte, esta conversión a escala casi nacional parece que fue cosa
de aquella generación, pues a últimos del siglo siguiente Nínive fue destruida
definitivamente por sus pecados. Esto nos enseña dos importantes lecciones: (A) para
nosotros, que Dios obra según nuestras disposiciones personales; (B) para nuestros
hijos, que nadie es hijo de Dios por herencia (comp. con Jn. 1:13).
2. También aquí fue Jonás signo representativo de Israel. Zacarías 8:20–23 hace de
Israel el centro religioso del mundo. Ezequiel capítulo 37 trata de la resurrección
nacional de Israel (comp. con Ro. 11:15), como Jonás. Es, pues, como un tipo del
reavivamiento escatológico universal.
CAPÍTULO 4
«En este capítulo—dice M. Henry—leemos con gran dosis de malestar acerca de
otro pecado de Jonás; y así como hay gozo en el cielo y en la tierra por la conversión de
los pecadores, también hay pesar por las insensateces y debilidades de los santos. En el
primer capítulo le teníamos huyendo de la presencia de Dios; pero aquí le tenemos
escapando en la presencia de Dios. Y allí teníamos el relato de su arrepentimiento y de
su vuelta a Dios; pero aquí, aunque no cabe duda de que se arrepintió, no se nos ha
dejado, sin embargo, ningún informe de su recuperación. Pero, mientras leemos de su
perversidad con asombro, leemos también, con no menor asombro, de la ternura de Dios
con él, con lo que se muestra que Dios no le había rechazado. I. Jonás se resiente de la
misericordia del Señor con Nínive (vv. 1–3). II. La amable reprensión que Dios le dio
por ello (v. 4). III. El descontento de Jonás por secarse el árbol de ricino (vv. 5–9). IV.
El razonamiento de Dios con él para convencerle de que no debería estar enfadado por
la preservación de Nínive (vv. 10, 11)».
Versículos 1–3
Si un hombre no inspirado hubiese escrito este libro, el capítulo 4 no estaría escrito
—todo parecía que había terminado bien—. Pero quedaba lo principal: el objetivo de
todo el libro, que es mostrar el universalismo del amor salvífico de Dios. Vamos de
asombro en asombro.
1. Contra todo pronóstico, Jonás (v. 1) no sólo no está satisfecho del éxito sin igual
de su campaña, sino que está muy disgustado. ¿Por qué? Temía perder su reputación en
su propio país. Quienes no entienden esto, no pueden comprender la actitud de Jonás.
No es sólo su concepto particularista (¡la salvación es sólo para los israelitas!—comp.
con Hch. 11:18—) de salvación lo que está en juego; hay algo más hondo. En
Deuteronomio 18:22 leemos: «si el profeta habla en nombre de Jehová, y no se cumple
lo que dijo, ni acontece, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló
el tal profeta». Éste sería el pensamiento de Jonás en esta ocasión: «¿Cómo voy a volver
a Israel como profeta de Jehová, si predije la destrucción de Nínive, y Nínive no ha sido
destruido? De seguro me apedrearán». Es cierto que allí estaba la conversión de los
ninivitas, como prueba de que era Jehová el que había actuado allí, pero eso no haría
sino agravar su situación: «¿Por qué entraste a predicar en ciudad de gentiles?»—podían
decirle (comp. con Hch. 11:3). El pecado de Jonás consistió ahora en su desacuerdo con
la voluntad de Dios acerca de la salvación de los ninivitas.
2. Tenemos en el versículo 2, dentro de otra «oración» de Jonás, la paradoja de un
profeta de Jehová que se resiente de que Jehová sea como es: «clemente, compasivo,
tardo en enojarse, de gran misericordia y que se arrepiente del mal» (comp. con Jl.
2:13), casi con las mismas palabras con que el propio Jehová se definió a Sí mismo en
Éxodo 34:6, 7. Nótese ese «porque yo sabía …» (hebr. yadati, conocía). Lo sabía
cuando Dios le dio la orden de ir a Nínive, y ésa fue la razón por la que huyó a Tarsis
(v. 2b). ¡No quería ser un profeta fracasado, proclamando destrucción cuando Dios
estaba dispuesto a ofrecer salvación! (comp. con Mt. 18:23–35; Lc. 15:11 y ss.). El
corazón humano es siempre igual (Jer. 17:9). Son muchos los que piensan que podrían
gobernar el mundo mejor que Dios. Así que Jonás «oró a Jehová» (v. 2a), pero no oró
conforme a la voluntad de Dios.
3. En el versículo 3 vemos que, después de haber dado gracias a Dios por haberle
conservado la vida (todo el cap. 2), ahora pide al Señor que se la quite. Dice Ryrie:
«Jonás prefería la muerte antes que ponerse de acuerdo con la buena voluntad de Dios».
También Elías (v. 1 R. 19:4) pidió a Dios que le quitase la vida, pero él lo decía por celo
de la gloria de Dios, mientras que Jonás lo pide por egoísmo y orgullo.
Versículos 4–9
1. Dios es todavía paciente con Jonás y le dirige (v. 4) una sola pregunta: «¿Haces
tú bien en enojarte tanto?» Lo mismo que en el versículo 1, el verbo hebreo para
«enojarse» significa «ponerse al rojo vivo» de tan caliente. Jonás (v. 5) no responde a la
pregunta de Dios y se marcha fuera de la ciudad. Es muy probable, por el contexto
posterior, que Jonás interpretase la pregunta de Dios como diciéndole: «¡No te enojes
así, Jonás! Aún no sabes lo que yo voy a hacer».
2. Dios, en su misericordia hacia Jonás (vv. 6–9), prepara un árbol de ricino (más
probable que «una calabacera»). El hebreo quiqayón designa una planta que crece
rápidamente hasta llegar a la altura de tres metros. Tiene anchas hojas que pueden dar
sombra; pero su tierno tallo puede ser dañado fácilmente. Por única vez en todo el libro,
Jonás está muy alegre (v. 6, al final); se advierte su satisfacción egoísta. Allí podrá
esperar cuarenta días hasta que Jehová destruya a Nínive, pues tal vez ha interpretado en
este probable sentido la pregunta de Dios (v. 4). Sin embargo, como hace notar
Feinberg, la reprensión de Dios tiene más fuerza si los cuarenta días han pasado ya.
Como alguien ha dicho, «la Biblia no canoniza a sus héroes».
3. Dios prepara el ánimo de Jonás para la gran lección. Y prepara también, en forma
audiovisual, el objeto adecuado para que Jonás aprenda bien dicha lección (v. 7): hace
surgir un gusano que hiere al ricino y lo seca. Esto último no es un milagro: es un
hecho avalado por las autoridades en la materia. Para colmo de males, sale el sol (v. 8) y
le produce insolación a Jonás, que ya estaba bastante incomodado por el ardor del enojo
y el del recio viento solano, abrasador. Todo esto causa una tremenda pesadumbre a
Jonás. A la nueva pregunta de Jehová en el versículo 9, Jonás responde recalcando de
nuevo su mortal pesadumbre y enojo.
Versículos 10–11
1. Ahora es cuando viene la gran lección. Los contrastes son tremendos: Jonás siente
un tremendo pesar por secarse un ricino tan pasajero, en el que él no había hecho nada
(v. 10), mientras que Dios tiene misericordia de una gran ciudad, de quizás un millón de
habitantes (almas inmortales, hechura del mismo Dios, por los que tambien dio a su
Hijo—Jn. 3:16—), en la que había (v. 11) más de ciento veinte mil personas que no
habían llegado a la edad del discernimiento entre el bien y el mal (eso es lo que significa
la frase—v. 11b—«que no saben distinguir entre su mano derecha y su mano
izquierda» comp. con Dt. 1:39), sin contar muchos animales, de los que Dios no se
olvida.
2. Es también una gran lección para nosotros, pues nos enseña: (A) El gran valor de
las almas, por las que murió Jesucristo (comp. con 1 Co. 8:11). ¿Qué hacemos nosotros
para que puedan alcanzar la salvación? ¿Huimos, quizás, como Jonás, en lugar de dar
testimonio ante los demás del gran amor que Dios ha mostrado por ellos? Dice M.
Henry: «Si una sola alma es de más valor que todo el mundo, de seguro que también es
de más valor que muchos ricinos». (B) El gran valor del arrepentimiento. El perdón
sigue al arrepentimiento como la sombra al cuerpo, pues Dios es rico en misericordia
para con todos los que le invocan (v. Ro. 10:12; Ef. 2:4, leídos conjuntamente). Dice
Henry: «El que se arrepiente y se vuelve de su mal camino, hallará misericordia con Él
(Dios)».
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