ETNOMUSICOLOGÍA EN EL CHILE DEL SIGLO
XXI:
Música, identidades y territorios en el
sur del mundo
Soto-Silva Ignacio, Silva-Zurita Javier.
Etnomusicología en el Chile del siglo XXI: músicas, identidades y territorios en el
sur del mundo
Ignacio Soto-Silva, Javier Silva-Zurita Osorno; Editorial Universidad de
Los Lagos, Diciembre de 2023.
422 p.; 15 X 23 cm cerrado
RPI: 2023-A-xxxxx ISBN: 978-956-6043-87-4
1. Etnomusicología 2. Musica tradicional 3. Etnografía musical
4. música y cultura
EtnomusIcología en el ChIle del sIglo XXI:
MúsIca, IdentIdades y terrItorIos en el sur del mundo
© 2023, Editorial Universidad de Los Lagos
ISBN: 978-956-6043-87-4
RPI: 2023-A-xxxxx
editorial@ulagos.cl
www.editorial.ulagos.cl
Avda. Fuschlocher 1305, Osorno, Chile
Edición: Gabriela Balbontín Steffen
Composición de texto: Alexis Hernández Escobar ilustración de cubierta:
«Carnaval de Lasana» de José Pérez de Arce
Derechos reservados, prohibida la reproducción parcial o total de este libro por
cualquier medio impreso, electrónico y/o digital, sin la debida autorización
escrita del autor y Editorial ULagos.
Impreso en Santiago de Chile.
ETNOMUSICOLOGÍA EN EL CHILE DEL SIGLO
XXI:
Música, identidades y territorios en el
sur del mundo
Ignacio Soto-Silva
Javier Silva-Zurita
Editores
Prólogo
ÍNDICE
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .9
Enrique Cámara de Landa
Presentación: música, identidad y territorio en la
etnomusicología chilena. . . . . . . . . . . . . . . . . . .17
PRIMERA PARTE:
INVESTIGACIONES
Cantoras y payadoras en Chile:
trazando la ruta de las mujeres en la décima . . . . . .27
María Bernardita Batlle Carola
López Araya
La investigación sobre folclore en Chile (1990-2020): estado del
arte y perspectivas de futuro . . . . . . . . .63
Christian Spencer Espinosa
El freestyle como oficio en las calles de Concepción: autenticidad y
jerarquías en las
comunidades musicales . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
Nelson Rodríguez
Nicolás Masquiarán
«Con sentimiento y rebeldía»: rasgos activistas mapuche y
música ranchera . . . . . 135
Pablo Catrileo Aravena
Hip hop mapuche en tiempo, espacio y testimonio . . 171
Jacob Rekedal
—7—
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
Hegemonías curriculares en la asignatura de Música:
dos casos de la provincia de Parinacota . . . . . . . . 205
Rolando Angel-Alvarado
Isabel Quiroga-Fuentes
Bayron Gárate-González
Cambiando paradigmas:
herencia africana y patrimonio afrodescendiente
en la Cruz de Mayo del valle de Azapa . . . . . . . . . 227
Cristian Báez Lazcano
Juan
Eduardo Wolf
SEGUNDA
PARTE:
APUNTES SOBRE EL TRABAJO DE CAMPO
Consideraciones generales para el trabajo de campo en el estudio
de la música mapuche . . . . . . . . . . . . . . 263
Javier Silva-Zurita
Representaciones, etnografía y colonialismo: consideraciones
sobre el desarrollo de investigaciones con machi y sus prácticas
musicales . . . . . . . . . . 293
Leonardo Díaz-Collao
Apuntes sobre el estudio de la música popular urbana en la
Fütawillimapu: algunas reflexiones sobre dos experiencias en el
sur de Chile . . . . . . . 323 Ignacio Soto-Silva
TERCERA PARTE: ENSAYOS
Reflexiones en torno a mujeres y enfoque de género
en la práctica etnomusicológica . . . . . . . . . . . . . 347
Lina Barrientos Pacheco
Relatividad musical . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 359
José Pérez de Arce
—8—
RELATIVIDAD MUSICAL
José Pérez de Arce
Universidad de Chile
Introducción
Cuando escucho música de una cultura ajena a la mía me puede
parecer extraña, pero luego puedo aprender, y cuando logro saber
cómo hay que entenderla empiezo a apreciarla en su propia ley. Por
relatividad musical voy a entender la diferencia que ocurre en ese
comienzo, cuando aún es extraña. Se relaciona con la relatividad
lingüística, estudiada en cuanto diferencia ontológica del conocer,
pero en este caso es referida a un problema musical. La relatividad
lingüística sobre la cual construyo este análisis, se refiere a los
problemas de comprensión de una realidad lingüísticamente
diferente a la mía. Todo idioma construye una realidad, sin que haya
una más válida que otra; cada una es una explicación perfectamente
coherente del mundo, pero pueden no coincidir. Cada lengua elabora
una especie de filtro de la realidad, y concibe esa realidad como
única. Si se da una diferencia gramatical grande entre ambos
lenguajes, como es el caso del aymara y el español, ambas realidades
pueden ser muy diferentes (Whorf, 1956; Ducrot y Todorov, 1974,
p. 79; Mendoza, 2015, pp. 303-307). Del mismo modo, puedo
postular que existe una relatividad musical que se refiere a que un
lenguaje musical construye una realidad perfectamente coherente,
pero que puede no ser compartida desde otro lenguaje musical. Si
restringimos nuestro problema a los conceptos lógicos acerca de la
música, la comparación con la relatividad lingüística se hace más
cercana. Eso es lo que realizo en la primera parte del capítulo, donde
— 359 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
analizo la relatividad del concepto «afinar» en la música aymara
altiplánica y en la ciudad urbana de habla castellana. Para eso voy a
utilizar el modelo que propone Javier Mendoza (2015), para superar
la relatividad lingüística que el denomina el «espejo aymara», que
consiste en ver nuestra realidad reflejada en una versión de esa
realidad diferente a la que habitualmente poseemos. Esto relativiza
mi visión, que pasa a ser una entre muchas. Un buen ejemplo de este
ejercicio es el que hizo Cergio Prudencio, compositor paceño quien
me contaba que cuando creó la Orquesta Experimental de
Instrumentos Nativos en los años 80, debió realizar el tránsito desde
la academia clásica hasta la orquesta altiplánica de flautas, lo que lo
forzó a relativizar nociones musicales que hasta entonces él
consideraba universales, como es la de temperamento, la de
individuo-músico, la de instrumento individual, incluso la de tiempo
lineal, enfrentadas con otras realidades que no tenían nombre en
castellano.
Para realizar este ejercicio voy a tomar como ejemplo un
instrumento, el siku, una flauta de pan que está repartida en dos
medias-flautas llamadas ira y arka, cuyas notas están intercaladas
—las notas que están en ira no están en arka y viceversa— y que
son tocadas de forma pareada por dos sikuri alternando sonidos.1 El
siku se toca en orquestas o sikuriadas, las que son formadas
generalmente por seis pares de sikuri que tocan lo mismo, generando
una flauta colectiva que se comporta y suena como un solo
instrumento. Esta tradición es aymara y quechua altoandina (Bolivia
y Perú), y actualmente se expande a las ciudades del continente.2
Flauta de pan es el nombre técnico que designa una flauta compuesta por muchos
tubos sin canal de insuflación unidos en un solo instrumento. En los Andes existen
cientos de variedades de flautas de pan, siendo el siku una de ellas.
2 Un buen análisis de las sikuriadas peruanas desde una perspectiva urbana se
1
encuentra en Sánchez (2014).
— 360 —
Relatividad musical
Voy a considerar dos sikuriadas: una altiplánica de gente aymara
monolingue, y otra de gente castellano monolingue en Santiago de
Chile. Yo toco en esta última, así que seré parte de ese ejemplo.
En la segunda parte del capítulo analizo una situación diferente
que ocurre cuando una sikuriada castellana o aymara se enfrenta al
micrófono durante una performance arriba de un escenario. Aquí se
produce otro tipo de relatividad entre dos situaciones, ya sea que
esté presente o no el micrófono. El micrófono es parte de un sistema
electrónico compuesto por cables, amplificadores, mesas de efecto
y parlantes, pero es lo que está en íntimo contacto con el músico y
su flauta, y por lo tanto actúa en el mismo nivel de intimidad que la
relación músico-flauta. Se supone que el micrófono no altera el
instrumento musical, salvo en la intensidad del sonido, pero en
realidad lo altera de muchas maneras, provocando una diferencia
que establece una relatividad entre el sonido original de la sikuriada,
y el sonido escuchado por el público a través de los parlantes.
Normalmente el micrófono es un artefacto cuya discusión pertenece
al ámbito de técnicos de sonido, de electrónicos y de acústicos, no
de musicólogos. Los musicólogos hacemos grabaciones, y
ocuparemos el mejor micrófono que nos aconsejen los técnicos para
nuestros fines. Como musicólogo, me interesa observar cómo el
sikuri que utiliza una tecnología muy sensible y sutil como es una
sikuriada formada por flautas, músicos, reglas y relaciones precisas,
se ve enfrentado a una serie de parámetros que cambian su realidad
ontológica cuando se le acopla una tecnología ajena como la del
micrófono. A esta diferencia la voy a observar como una relatividad
tecnológica, pero íntimamente relacionada con la relatividad
musical.
— 361 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
Parte I: relatividad musical
Voy a considerar la relatividad musical que existe en el concepto
«afinación» entre dos sikuriadas, una aymara altiplánica y otra
castellana de Santiago. Para analizar la diferencia, voy a considerar
que en ambos casos hay seis sikus tocando «una sola nota». Esto
implica observar un instante de la ejecución en que tocan solo los
ira o solo los arka, lo cual es una extraña forma de observar una
sikuriada, porque supone que solo la mitad de ella está activa, pero
para los efectos del ejemplo voy a obviar este problema suponiendo
que solo analizamos un instante preciso de su performance.
Ambas sikuriadas operan en sistemas lingüísticos muy
diferentes, el castellano asociado a las lenguas indoeuropeas y el
aymara a lenguas americanas, y por lo tanto exhiben una marcada
relatividad lingüística. Desde la lógica castellana, los seis sikuri
urbanos intentarán tocar la misma nota lo más «afinado» posible; es
decir, igualar lo más posible la altura entre ellos. Si uno de ellos
«desafina», eso se considerará un error grave incompatible con
hacer música. Desde la lógica aymara, los sikuri también tocarán la
misma nota, pero intentarán no coincidir exactamente sus alturas de
modo que algunos estén tocando ligeramente más grave, otros un
poco más agudo, pero ninguno igual a otro; es decir, tocan
«desafinado». A los sikuri urbanos tocar «afinados» les parece
lógico, es lo mínimo que puede hacer alguien que se considere
músico al tocar conjuntamente. Es algo de sentido común
compartido por todos los hablantes castellanos y por toda la teoría
clásica de la música europea, y por lo tanto no necesito justificar ese
comportamiento. En cambio, el ejemplo de los sikuri aymara atenta
contra ese sentido común porque tocan «desafinado», por lo que me
veo obligado a buscar una explicación a ese comportamiento. La
— 362 —
Relatividad musical
evidencia muestra que esto no es fruto de un error, sino obedece a
un cuidadoso diseño acústico.
Arnaud Gérard revisó decenas de tropas (orquestas) de siku y
otros tipos de flautas de pan rurales de Bolivia, midiendo de un
modo preciso sus sonidos, encontrando sistemáticamente en todas
las mediciones (varios cientos) que se repetía este comportamiento
(Gérard, 1999, p. 220). Lo mismo ocurre en otras orquestas de
flautas rurales de Bolivia, de pinkillos, tarkas, qenas o de otro tipo.
Marcos Clemente (comunicación personal, 23 de agosto de 2018)
me contó su experiencia como director de una escuela universitaria
de música en Potosí, donde aproximadamente un 30% de sus
alumnos son quechua hablantes y provienen del campo. Esos
estudiantes no pueden comprender el tema de la afinación, no lo
entienden en relación a las escalas, ni a los intervalos, ni al concepto
de temperamento, ni al diapasón, ni a la armonía. Esto nos dice que
se trata de un aspecto sistémico presente en todo el universo musical
de un pueblo, el cual debe obedecer a una función determinada.
Sin embargo, de acuerdo con la teoría musical europea, los sikuri
urbanos tocan «afinados» y los aymara «desafinados», los primeros
poseen temperamento y los segundos no, y lo mismo podemos decir
respecto a un sonido más preciso/impreciso, más
definido/indefinido, más perfecto/imperfecto, más determinado/
indeterminado, etc. Todas estas definiciones nombran lo que existe
en la teoría musical castellana y su ausencia en el comportamiento
musical aymara. Todas establecen comparaciones del tipo verdadero
versus falso, informándonos de nuestra parte y negando la otra. Esto
corresponde a una relatividad lingüística que nos informa sobre
nuestra realidad lógica, desconociendo cualquier otra.
Lingüísticamente, la palabra «afinar» es muy importante porque no
solo se refiere a los instrumentos musicales, sino que implica una
cantidad de significados virtuosos como refinar, perfeccionar,
— 363 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
precisar, purificar, poner a punto (rae, 2018). Por eso es tan
importante «afinar» correctamente y es tan desafortunado
«desafinar».
Pero además de la relatividad lingüística que diferencia el
concepto de «afinar» en ambas lenguas, se superpone el mecanismo
de la diglosia. Se conoce como diglosia una situación en que un
idioma se impone sobre otro en todas las actividades (Mendoza,
2015a, p. 23), como ocurre en nuestros países en que concebimos el
mundo generado por el castellano como el de sentido común, y el
de los mundos generados por lenguas indígenas como excepciones,
desviaciones, o rarezas. Por eso, al decir «los siku aymara están
desafinados», me estoy refiriendo a mi mundo donde eso es cierto,
no me refiero al mundo aymara donde eso no es cierto, pero gracias
a la diglosia pienso que esa certeza es universal.
Para obviar este sesgo diglósico en referencia a mi ejemplo,
puedo recurrir a la teoría acústica. En teoría, ella me permite
describir los fenómenos del sonido de un modo neutro. Puedo
entonces describir el sonido de los sikuri urbanos como una nota
«sin dispersión», o con una dispersión auditivamente insignificante,
y el sonido de los sikus aymara lo puedo describir como una cierta
dispersión medible en torno a una altura de sonido. Arnaud Gérard
midió esa dispersión en cientos de orquestas de flautas de pan
aymara y quechua de Bolivia, del tipo sikus y otras, descubriendo
que todas ellas sin excepción se comportan con valores de
dispersión bastante grandes, en promedio 100 cents (medio tono)
hasta 190 cent (casi un tono) en algunos casos. Además, descubrió
que la distribución de esta dispersión de las alturas nunca es igual
en dos tropas, ni siquiera en dos flautas de la misma tropa; se trata
de una dispersión aleatoria, no fijada por una norma (Gérard, 1999,
pp. 220-227). Usando el lenguaje estadístico, puedo decir que ese
efecto acústico presenta un cierto «margen de tolerancia», pero esto
— 364 —
Relatividad musical
no concuerda en el caso aymara o quechua, donde no se trata de una
«tolerancia» (aceptar lo indeseado), porque es deseada (Gérard,
1999, p. 17). Si bien estas descripciones permiten superar
teóricamente la diglosia, y con ello el problema de describir lo
propio y oscurecer lo ajeno, utiliza un lenguaje especializado propio
de mi cultura científica, pero alejado del lenguaje de los sikuri para
quienes la explicación resulta compleja y apartada de su
experiencia.
Durante julio y agosto de 2019 en Potosí, Arnaud Gérard me
traspasó sus observaciones acerca de la práctica de confección de
una tropa de siku, que explican la dispersión aleatoria de las alturas.
Los fabricantes cortan las cañas de las flautas en longitudes
determinadas, sin preocuparse de su afinación. Fabricar una tropa
promedio significa cortar 360 cañas en 45 medidas diferentes, todas
las cuales el fabricante corta sin probar. Los artesanos de Walata,
pueblo especializado en construcción de instrumentos cerca de La
Paz, hacen todo esto en un día de trabajo. Eso produce pequeños
errores de corte, dejando algunas cañas ligeramente más largas o
más cortas, a lo cual se suman las diferencias geométricas entre cada
caña en su diámetro y forma, todo lo cual es responsable de la
dispersión. Los artesanos luego arman los sikus y solo corrigen
algún largo si al tocar esa caña «no sale el huaiño» o «melodía»
(Gérard, 1999, pp. 14-15, 220-221). Esto explica el origen de esa
dispersión, pero no su elección como marca estética.
Cuando conversé acerca de este tema con Cergio Prudencio
(comunicación personal, 18 de julio de 2018), me explicó que se
trataba de comparar un absoluto y un relativo. Llevado a nuestro
ejemplo, los sikus urbanos están ejecutando un «unísono» que «es
el 0 de la música occidental», una «categoría conceptual y físicoacústica absoluta». En cambio, en los sikus aymara la dispersión no
es una categoría absoluta, es algo esperable pero imposible de
— 365 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
predecir, porque depende de causas ajenas a la voluntad humana.
Según Prudencio, se trata de un comportamiento referido a «un
mundo más abierto, más permeable, más permeado». También
describió esta diferencia como «controlada» versus «libre»,
refiriéndose a que «en el mundo occidental académico todas las
técnicas de composición son técnicas de control, sin excepción, ya
que eres mejor compositor en tanto controlas, dominas y sometes al
sonido». En contraste, los instrumentos europeos «están construidos
para que nunca haya ambigüedad», mientras «en el mundo
aymara/quechua se compone liberando al sonido, no
controlándolo… los instrumentos están construidos para que exista
una cierta ambigüedad, es necesario en los pinkillos, al soplar sobre
una posición, que pueda sonar uno u otro sonido, o ambos, o tres».
Todo esto concuerda con la experiencia de ejecutar el siku, en
que yo percibo la necesidad de contar con un cierto rango de
indefinición propio de una ejecución que se hace bailando, a veces
borracho, todo lo cual acentúa la ambigüedad en la ejecución. En
otro ámbito, también he notado una ambigüedad al momento de
buscar nombres que definan este comportamiento de los siku
aymara; lo he nombrado «Unísono denso», «Unísono ambiguo»,
«Unísono impreciso», o puedo llamarlo «Unísono múltiple», un
concepto que atenta contra nuestra lógica. También lo he llamado
«Altura compleja», «Dispersión del diapasón», «Desafinación»,
«Minicluster», «Tonalidad ambigua», «Tonalidad imprecisa»,
«Tonalidad múltiple», según el aspecto que quiera resaltar. Esta
ambigüedad semántica nos alerta acerca de la amplitud del concepto
y sus múltiples aplicaciones, así como las múltiples consecuencias
que su presencia ocasiona en el entorno.
En resumen, desde nuestro sentido común vemos una diferencia
entre los sikus «afinados» y «desafinados». Desde la teoría acústica
vemos una diferencia entre los que muestran una dispersión
— 366 —
Relatividad musical
tendiente a 0, mientras los sikus exhiben una dispersión notoria y
medible, pero no regulada o planificada, sino resultante de un cierto
margen de azar que surge durante la fabricación. Esto último
obedece a una diferencia entre la teoría musical castellana, basada
en el control de un absoluto teórico, y una teoría musical
aymara/quechua que libera el control, dejando que intervenga un
cierto grado de azar que relativiza la realidad. Todo esto es una
explicación que surge si ocupo mi lógica proveniente
lingüísticamente del castellano.
Ahora bien, si quiero trasladarme a la lógica aymara para
entender qué piensan los seis sikuri, al no ser un hablante de aymara
debo contentarme con las traducciones y con la evidencia que
emerge de la práctica. Además, no puedo comparar mi teoría
musical con una «teoría aymara de la música», porque la mía se basa
en siglos de pensamiento escrito, razonado, descrito, analizado en
cientos de libros y publicaciones en castellano y otros idiomas
europeos. En cambio, los sikuri aymara no se han dedicado a escribir
acerca de lo que hacen, sino que se han dedicado a hacer música.
Pero algunas de sus reacciones me ayudan a saber que piensan al
respecto.
Arnaud Gérard cuenta que hace algún tiempo llegó un grupo de
comuneros (campesinos) que le pidieron una tropa de sikus, y el les
pasó una afinada al modo urbano igualada en su altura. Ellos se
repartieron los sikus y tocaron un par de temas, y sin decir nada se
marcharon. Intrigado, Arnaud los salió a buscar a la calle y cuando
los alcanzó les preguntó qué les había parecido.
Le contestaron que la tropa estaba bien, pero «suena como uno», y
agregaron «está q’aima» o «desabrida».
La frase «suena como uno» referida a una tropa afinada al modo
urbano supone, en este caso, un defecto cuyo opuesto sería el
concepto «suena como varios». El defecto se refiere a que la
— 367 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
multiplicidad de sonidos se «esconde» detrás de una unidad que no
admite duda, que es nítida y definida. El ideal para ellos es que al
tocar se escuche el colectivo, que se escuche que son seis sikuri
quienes producen ese sonido. Encontramos algo semejante en el
sector del Titicaca, donde llaman «altobajo» al diseño sonoro de una
tropa de pinquillos (flautas longitudinales) con microdiferencias de
altura. El resultado es una especie de «unísono denso», muy rico en
armónicos, pulsaciones y batimientos en constante cambio. Se trata
de un valor deseado por los músicos y buscado por los luriris
(fabricantes de instrumentos) (Gérard, 1999, p. 159). En Conima se
refieren a que «no debe haber agujeros» en el sonido, refiriéndose a
esa textura densa (Turino, 1989, p. 13). Mucho más lejos, en el valle
del Aconcagua de Chile, se repite esa estética en los llamados bailes
chinos, quienes expanden la dispersión de los sonidos muchísimo
más (Pérez de Arce, 1999).
La diferencia entre «suena como uno» y su opuesto, el «unísono
denso», obedece también a dos paradigmas del pensamiento: en
castellano se prefieren las definiciones nítidas, y si éstas son
ambiguas o indeterminadas la tendencia es a «corregirlas» hacia su
definición. El idioma castellano tiende a la descripción de las cosas
como una esencia única y definida, tiende a cosificar el mundo
reduciendo las ideas a entidades únicas, medibles y ciertas
(Mendoza, 2015a, pp. 120, 194, 212-213). En cambio, en el idioma
aymara tanto lo nítido como lo ambiguo forman parte de un
continuo, y lo ambiguo o lo cierto no son opuestos que se deben
resolver, sino forman un continuo que podríamos graficar como
«ambiguo– probable– verosímil– posible– bastante cierto– cierto»,
donde el idioma provee de sufijos específicos para cada uno de estos
casos (Guzmán de Rojas, 1982, como se citó en Mendoza, 2015a, p.
115). Según esta lógica las cosas no son algo definitivo, sino que
dependen de las circunstancias, no son una abstracción intelectual
— 368 —
Relatividad musical
sino son lo que está siendo en cada momento y cada lugar. Se trata
de un método de comprensión holístico, donde nada puede ser
juzgado como concepto abstracto, sino dentro del contexto donde la
ubicación del objeto en el mundo y nuestra relación con él es
importante (Guzmán de Rojas, 1982, como se citó en Mendoza,
2015a, pp. 200, 210). La ambigüedad, la incertidumbre o la duda
son parte de esa realidad.
Esta forma de percibir la realidad corresponde a la «lógica
trivalente» propia del idioma aymara, que permite concebir aspectos
de la realidad que a los castellanos nos parecen paradójicos, como
cosas blancas y negras simultáneamente, o un sí que es un poco no,
o tipos gramaticales de persona singular que son a la vez duales o
colectivos (Guzmán de Rojas, 1982, como se citó en Mendoza,
2015a, pp. 7, 71). El siku es un buen ejemplo para explicar esta
lógica: podemos decir que el siku es «una flauta», podemos decir
que está formada por «dos flautas», y que es tocada por «dos sikuri»,
pero que interpretan como «uno solo». No se trata de definiciones
contrapuestas; son todas ciertas. El sonido de los seis sikus aymara
obedece a una realidad tonal ambigua y cambiante en el tiempo,
porque el sonido es diferente de un tubo a otro, de una flauta a otra,
de una tropa a otra. Al tocar una melodía, cada nota tendrá una
dispersión propia y distinta. El azar está presente en todas estas
ambigüedades; a pesar de eso, hay detrás un diseño sonoro preciso.
Por ejemplo, los cuatro últimos tubos de la jia del ayarichi de
Tarabuco son siempre mayores respecto al resto, produciendo un
tono ligeramente más bajo, pero en cambio en la tropa de Yamparaez
son más cortos, causando un sonido más alto (Gérard, 1999, p. 300).
Asimismo, cada fabricante determina un cierto grado de dispersión
propia, por eso mandan a hacer toda la tropa a un solo fabricante,
así tienen «la afinación de un solo constructor» (Luis Copa,
comunicación personal, 2 de agosto de 2018). Se trata de una
— 369 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
dispersión al azar, pero controlada, de modo que sea «un poquitito
de dispersión» y que obedezca a ciertas preferencias.
Esto sigue el paradigma de «poco varía» (Borras, 1998) con que
las comunidades aymara asignan gran valor a pequeñas diferencias
sonoras. El concepto de «poco varía» lo podemos hallar en muchos
métodos utilizados por el mundo aymara para lograr una cierta
ambigüedad sonora. Para ejemplificarlos, he podido identificar los
siguientes: 1) desigualdades de tamaño en los tubos del siku, como
en el ejemplo usado más arriba, o desigualdades de diámetro o de
posiciones de agujeros de digitación en los pinkillos (Borras, 1998);
2) desigualdades en los intervalos entre dos o más flautas; 3) sonidos
poco nítidos del tubo mediante la técnica de ejecución chusillada o
de sobresoplado, o mediante un diseño acústico del tubo que
incopora modificadores de timbre o phalka en el siku, o una
configuración del diámetro desigual en la tarka (Gérard, 1999, p.
119); 4) fluctuaciones del sonido (vibratos) mediante diferentes
técnicas, como el soplar de manera intermitente, mover la flauta,
generar batimientos entre dos flautas, o producir un ruido «rrrr»
(Gérard, 1999, p. 157); 5) permitir un margen de error al tocar como
consecuencia de aceptar niños, personas ajenas a la orquesta,
personas que están borrachas, o que traen instrumentos afinados en
otro tono (Víctor Colodoro, comunicación personal, 17 de julio de
2018; Víctor Hugo Gironda, comunicación personal, 18 de julio de
2018). Todos estos ejemplos nos demuestran que existe la voluntad
de reconocer lo borroso como parte de la complejidad de la realidad,
algo que es habitual en muchas culturas y es reconocido como una
propiedad por la Teoría de Sistemas Complejos (Morín, 2011, 2006;
Nicolescu, 1996; Rodríguez, 2011).
El quinto método para conseguir la ambigüedad sonora
mencionado mas arriba, en base a permitir un margen de error en la
ejecución musical, corresponde a una práctica habitual en orquestas
— 370 —
Relatividad musical
del mundo denominada como «libertad participatoria»3, reconocida
como un poderoso estímulo para invitar a la participación (Keil,
2001, p. 261-264; Solís 2004b, p. 238; Marcus 2004, p. 209). La
sikuriada nace como una postura de inclusividad social, que acepta
a cualquiera que quiera tocar aunque lo haga mal, como puede ser
un niño, alguien que no se sabe la melodía o que no tenga
habilidades musicales, que esté borracho o que tenga un instrumento
en otra medida (Arnaud Gérard, comunicación personal, julio de
2018; Luis Copa, comunicación personal, 7 de julio de 2018). Esta
inclusión da como resultado una cierta incertidumbre o ambigüedad
en la música la cual es percibida como tolerancia (Ruíz, 2007, p.
190), y tiene como efecto que motiva a participar fomentando la
expresión comunitaria. Esto es algo que ocurre en orquestas de
diversas partes del mundo (Arom, 2001; Marcus, 2004, p. 209;
Leman, 2010, p. 145; Dobson y Gaunt, 2015, pp. 25-26, 34; Lonnert,
2015, p. 81; Cunha, 2016, pp. 13, 17). Para el músico aymara,
aceptar el error se trata de algo normal, incluso lo provocan
intencionalmente como cuando los jach’a sikuri tocan «errores»
para «desestructurar» la interpretación (Castelblanco, 2016, pp.
215-216). Esta actitud permite a todas las personas de una
comunidad participar en hacer música. En contraste, las orquestas
de mi mundo urbano-castellano practican la exclusión,
privilegiando el profesionalismo, las habilidades musicales, el
conocimiento del repertorio y prohíben tocar a quien no cumple esas
expectativas.
Todo lo anterior nos permite ver un modo de hacer música que
no se guía por doctrinas o cánones; el hecho de no querer «sonar
En el original inglés, participatory discrepancy (Keil, 2001). La traducción
literal, «discrepancia participatoria» no funciona, porque discrepar significa no
estar de acuerdo, que es lo opuesto a lo que se busca con esta práctica (agradezco
a Arnaud Gérard, quien me hizo notar esto).
3
— 371 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
como uno» no obedece a posiciones teóricas rígidas, sino a
experiencias o tendencias. De hecho, los sikuri de Conima dicen que
deben «sonar como uno», esta vez refiriéndose no a la afinación,
sino a que ninguno debe sobresalir (Turino, 1988, p. 74-75). En la
práctica, cualquier sikuri no tiene problema en cantar la melodía que
está escuchando, reduciendo la dispersión y la ambigüedad a tonos
precisos, gracias a un mecanismo de compensación que el oído
realiza inconscientemente, que busca un centro de todos los tonos
dispersos (Gérard, 1999, p. 227). El concepto de centro, por lo
tanto, es complementario al de dispersión. En aymara, el concepto
de centro o taipi posee una gran riqueza semántica, que se expresa
en la sikuriada de múltiples maneras: como malta, el tamaño o
registro medio de flautas, que genera un centro entre las chuli
(agudas) y sanja (graves); como la formación circular alrededor del
bombo al centro, concebido como el «corazón» de la tropa; como
los tamaños que definen cada tropa que definen una media a la
dispersión. Por eso la tropa «suena como uno», pero
simultáneamente revela su composición colectiva, y no «suena
como uno».
La otra descripción que recogió Arnaud de los comuneros
respecto a la tropa afinada al modo europeo fue q’ayma (desabrido).
En Lima dicen «le falta queso» o «le falta mote», en referencia a que
le falta ese gustito andino (Paul Huaranca, comunicación personal,
5 de noviembre de 2018). En la música popular latinoamericana es
frecuente referirse a «añadir sabor», o «tocar con sabor». Hay un
aspecto estructural del sonido andino que se puede entender desde
la lógica culinaria también, y que me ha sido descrito en los bailes
chinos de Chile central mediante fórmulas que asemejan a una
receta culinaria, del tipo «si añadimos un poco de este sonido acá,
disminuimos este otro allá», refiriéndose a la inclusión o exclusión
de un tipo u otro de flautas en la orquesta. Como las orquestas
— 372 —
Relatividad musical
surandinas forman una flauta colectiva, formadas por un solo tipo
de flauta en distintos tamaños, su identidad sonora se trabaja desde
el timbre colectivo, del mismo modo que una preparación culinaria,
con ingredientes precisos que se añaden o se quitan, se aumentan o
disminuyen. En contraste, para un músico urbano el timbre es una
cualidad del instrumento, a partir de la cual el ejecutante puede jugar
un poco, pero el timbre de la orquesta depende del compositor que
combinará diferentes instrumentos de diversas maneras. Se trata de
una diferencia ontológica referida al sonido, que en las sikuriadas
obedece a un diseño común en torno al manejo de sutiles variaciones
dentro del paradigma de «poco varía», frente a un diseño urbanocastellano basado en contrastes entre timbres instrumentales o
recursos musicales propio de una orquesta occidental.
Existe una tercera descripción dada por los comuneros respecto
a la tropa «afinada» al modo urbano, que recoge Gérard (1999, p.
159). Ellos dicen que les parece ch’ulla. Eso significa incompleto,
que le falta su par, un concepto que en castellano no tiene mucho
sentido porque se refiere a un caso excepcional, como un zapato o
un tuerto, pero que en la cosmogonía aymara o quechua ocupa un
lugar central. Ch’ulla se refiere a un caso anormal frente a una
dualidad considerada un factor de normalidad; el individuo aislado
es la anormalidad, la pareja de individuos es la normalidad. Esto es
difícil de concebir en castellano, pero fácil para muchas lenguas del
mundo, como el idioma chino que concibe el ying y el yang. Por lo
tanto, considerar que los seis sikus urbanos suenen ch’ulla implica
que ellos no exhiben su realidad completa, el colectivo, sino solo la
mitad porque «suenan como uno».
Hasta aquí llama la atención lo escueto de los discursos aymara
y quechua frente al tema de la «afinación». Las tres frases «suena
como uno», «suena q’aima» y «parece ch’ulla» no constituyen
postulados elaborados. Esto contrasta con la multiplicidad de
— 373 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
discursos en castellano relativos al acto de «afinar». Esto tiene que
ver con la facilidad de las lenguas castellana y europeas de nombrar
las cosas de cuerdo a sus cualidades esenciales, lo que permite
elaborar explicaciones teóricas extensas. Eso ocurre con la teoría
musical, que posee bibliotecas completas destinadas a su desarrollo
temporal, a sus especialidades, a sus escuelas, etc. En contraste, la
música aymara, como en general las músicas del mundo, no se
expresa lingüísticamente, no posee tratados ni teorías desarrolladas
como explicaciones lógicas. A pesar de que toda música posee
estructuras, relaciones y reglas extraordinariamente precisas, ellas
se ejecutan durante la performance, pero no necesitan explicarse
racionalmente. La excelencia en la ejecución no necesita ser
traducida al discurso, sino explicada mediante la acción. Eso si, lo
habitual es que ningún error pasa desapercibido, cualquier falta es
percibida y corregida, lo que Arom (2001, p. 205-206) interpreta
como una teoría implícita. Por eso las dos referencias, «suena como
uno» y «suena q’ayma», se refieren al error que comete el otro, el
castellano. La ausencia de discursos no obedece a una dificultad de
la lengua para ofrecer modos de expresar algo, sino obedece a la
ausencia de una necesidad de hacerlo.
De hecho, el concepto «afinar» es castellano y europeo, y no es
de extrañar que no exista su equivalente en aymara. El diccionario
aymara de Bertonio (1612, p. 28, 259, 315) nos entrega varias
fórmulas relativas a la armonía: mokhla kochu, armonía de voces o
instrumentos; sicona ayarichi phufatha, tañer las dichas flautas
[siku] cuya armonía se llama ayarichi; ayarichi, instrumento como
organillos que hacen armonía. También hace referencia a la
disonancia con hakhomallaqui cunca (disonante voz) que viene de
la raíz hakhomalla (voz mala) y hakhomalla (feo, mal hecho)
asociado a hakhoraatha (causar asco) (Bertonio, 1612, p. 101, 194,
109), y menciona Kochu panti, vel. Huakhllifi (discordar en la
— 374 —
Relatividad musical
música) asociado a huakhllifitha (desconcertarse, y también
depravarse en su vida y costumbres) (Bertonio, 1612, p.144, 193).
Todo esto tiene sentido para el ejemplo de los siku urbanos, pero
nada de esto se refiere al valor positivo dado a la disonancia en la
sikuriada aymara. No sabemos si Bertonio interrogó por lo que
conocía, y pasó por alto lo que ignoraba, o si ese valor no tenía
expresión lingüística en aymara como ocurre hoy en día.
Como resumen de lo revisado hasta aquí, la relatividad musical
nos permite decir en castellano que los sikuri aymara tocan
«desafinado», de lo cual deducimos que no son buenos músicos. La
teoría acústica me permite medir con precisión el grado de
dispersión de los sonidos, estableciendo una diferencia estadística
entre los sikus urbanos castellanos y los sikus aymara, obedeciendo
a una lógica racional científica propia de mi mundo castellano. Por
otra parte, el aymara exhibe una lógica que presenta una ausencia
de discursos explicativos acerca de las cosas, lo cual obedece a una
manera más libre, menos dogmática de concebir la realidad. Esa
mayor libertad se expresa por el «unísono denso», la ambigüedad
del sonido, el azar presente en el proceso de fabricación de la tropa,
en la ejecución y en la inclusión social. La diferencia entre percibir
una nota afinada colectivamente, en mi mundo, o una nota ch’ulla,
es decir, falta de «su otra mitad» en aymara, es mas compleja,
porque alude a dos realidades deseables; en aymara lo deseable es
un par/dual, en castellano lo deseable es un individuo/solista. Por
último, la ausencia de discursos aymara o quechua acerca del tema
de este capítulo revela una relatividad ontológica, que en mi mundo
me lleva a concebir la expresión lingüística de la realidad, mientras
en el mundo aymara me lleva a concebir una diversidad de
expresiones que componen la realidad, siendo la expresión
lingüística tan solo una de ellas.
— 375 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
Parte ii: relatividad tecnológica
En esta parte establezco una relatividad tecnológica entre dos
sistemas, una sikuriada y un micrófono. Esto es algo muy diferente
a la relatividad lingüística, porque no se trata de discursos sino de
usos y funciones atribuidas a una tecnología. Tampoco se trata de
dos tecnologías semejantes como sería comparar un siku y un violín,
siendo ambos instrumentos musicales. Lo que une a ambas
tecnologías es la cadena de producción del sonido, entre el siku que
lo produce, y el micrófono que lo transforma y lo entrega al auditor.
En ese sentido, la tecnología del siku está diseñada como una
cadena sintagmática de operaciones que se van enlazando, desde: el
tubo con su soplido, su sonido, su factura para producir un timbre
determinado; la escala musical, dada por la serie de tubos y sus
largos relativos; la «media flauta», ira o arka que se reparten la
escala; el siku, que une las dos «medias flautas» y el par de sikuri;
la «mitad» de la tropa, todos los ira o todos los arkas, sus diferentes
tamaños en relaciones interválicas precisas, su acorde complejo; la
«flauta colectiva», ambas «mitades»; y la tropa, ambas mitades y
eventualmente tambores u otros instrumentos acompañantes. Esta
cadena es obligada; el sikuri que toma un ira de tamaño malta está
obligado a trenzar con su par arka malta, a integrarse con otros pares
del mismo o distinto tamaño, trenzando con la otra «mitad»,
formando la flauta colectiva. Se trata de una orquesta igualitaria que
baila, produciendo la participación que activa la fiesta colectiva,
mezclándose con el público, incitándolo a bailar, haciendo
coreografías, recorriendo el lugar moviéndose constantemente. Se
trata de un tipo de performance musical participativa, que no
persigue como objetivo central lograr un producto musical refinado,
sino una experiencia colectiva, inclusiva, confortable e interactiva.
Lo importante es la participación en una comunidad en práctica, en
— 376 —
Relatividad musical
que la igualdad es la tónica, donde músicos y auditores ocupan el
mismo lugar, donde el aprendiz aprende del experto a través del
juego colectivo y donde la música es el resultado. Performances
participativas semejantes las hallamos en las sociedades
preindustriales de todo el mundo, formando parte intrínseca de su
tejido social. Normalmente se dice que el siku se usa en el contexto
de una performance participativa, lo cual es correcto, pero para los
efectos de mi análisis mi me interesa invertir esta noción, y decir
que el siku es una tecnología al servicio de la generación de una
performance participativa. Parte de mi argumentación va enfocada
a reforzar esta idea del siku como una tecnología de la socialización
participante e inclusiva.
El micrófono, por el contrario, es una tecnología que está al
servicio de una performance presentacional o escenificada, como la
que ocurre en un teatro donde hay un escenario, normalmente en
alto e iluminado donde actúan los músicos, y una platea
normalmente abajo y más oscura donde el público sentado, quieto y
en silencio, consume el producto musical. 4 El objetivo del
micrófono es ayudar a obtener este producto musical lo más
«profesionalmente» posible, limpio, depurado, equilibrado,
impecable, ayudado por el recinto, los equipos y los técnicos
adecuados. Ese producto está previamente formateado con un
programa, temas y duración, y normalmente el público se selecciona
por costos como el pago de una entrada, u otros factores. Músicos y
auditores están separados físicamente y profesionalmente entre
especialistas y legos. El micrófono forma parte de un sistema de
Las cualidades de la música presentacional o escenificada ocupan casi toda la
literatura musicológica. Ver, en especial, Small (1998), Cunha (2016, p. 5),
Castelblanco (2018, p. 494), Jardow-Pedersen (2003, p. 98), Mithen (2006, p. 15),
Small (1998, pp. 19-38), Ford (2007, p. 170), Brattico, Brattico y Vuust (2018, p.
23).
4
— 377 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
amplificación sonora que se impone al auditorio de modo
hegemónico, como única opción estilística y formal, de modo
categórico. Parte de mi argumentación gira en torno al rol que
cumple el micrófono de provocar, con su sola presencia, un tipo de
presentación escenificada.
Normalmente la bibliografía supone que el micrófono obedece a
la noción de una tecnología transparente o neutra, que se limita a
trasmitir la realidad, transformando el sonido en ondas eléctricas de
acuerdo a las especificaciones técnicas de su diseño, y a las
modificaciones de esa realidad controladas por el usuario; nosotros
decidimos cuan fuerte se escuchará la música, pero la música
permanecerá igual. La tecnología, según esta interpretación, solo
sirve para modificar la realidad de acuerdo a nuestra voluntad
(Lysloff, 1997, p. 209; Urdaci, 2005; Hernández et al., 2010). La
industria musical promueve su uso como un aparato que amplia
nuestras posibilidades, señalando las ventajas de cada nuevo
modelo. La idea de transparencia tecnológica se ve reforzada por la
distancia entre el usuario y el proceso de fabricación del micrófono,
en industrias lejanas repartidas en el mundo que utilizan una
tecnología altamente especializada, de los cuales al usuario solo le
llega el manual de uso. Ese usuario solo se preocupará que las
especificaciones técnicas del aparato coincidan con sus necesidades.
En general los musicólogos usamos el micrófono según esta
lógica, para hacer grabaciones, las cuales se conciben como un
registro lo más fiel posible a la realidad (Lysloff, 1997, p. 216;
Porcello, 2003, pp. 268-283; Turino, 2008, p.76). La idea de
tecnología transparente ha llegado a postular que ella es una
continuación refinada de la naturaleza, de carácter neutro o
— 378 —
Relatividad musical
invisible. 5 Esto permite a Hill y Castrillon (2017) considerar al
micrófono como una continuidad del oído, suponiendo así un rol
natural, biológico y por tanto universal. Esto genera el paradigma
del determinismo tecnológico, que naturaliza su uso al punto que
decimos que la música «es» un cd (Lysloff, 1997, pp. 207-208;
Hernández, 2018).6 Apoya este paradigma el proceso expansivo que
ha ocurrido con la tecnología electrónica a cada rincón del mundo,
y la extraordinaria rapidez de este proceso (Nájera, 2007, p. 8). Se
han hecho críticas a la tecnología del sonido respecto a su efecto
descontextualizador de la realidad —ver la «esquizofonía» de
Schafer (1994) 7—, acerca de los efectos negativos del desarrollo
tecnológico sobre las masas,8
Merleau-Ponty (como se citó en Lonnert, 2015, p. 55) considera el uso del
instrumento, cuando se hace hábito y no es necesario focalizarlo conscientemente,
como una extensión del cuerpo. Harari (2018, pp. 372-373) considera que el reloj
reemplaza el ciclo orgánico por uno técnicamente mas perfecto y económicamente
más productivo.
5
Esto va de acuerdo con la creciente primacía de la cultura científica y técnica
que determina el pensamiento social y filosófico actual (Nicolas, 2004), llegando
a invertir la lógica entre el original y su reproducción.
6
Este autor describió la «esquizofonía» que produce la tecnocultura acústica al
separar cognitivamente la audición de la fuente que produce el sonido, señalando
su difusión masiva y sus consecuencias psicológicas.
7
Nájera (2007, p. 2) considera que este desarrollo produce entornos
deshumanizados, desideologizados y adormecidos. Giner (2020) discute posturas
de «neofatalismo materialista» y su opuesto el «providencialismo tecnológico»
optimista, así como los intereses que empujan la producción tecnológica hacia
determinados fines.
8
— 379 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
o respecto a su uso y manipulación, 9 pero todas ellas aceptan el
determinismo tecnológico. Ese determinismo supone que la
tecnologización del mundo es inevitable, y por eso se habla, por
ejemplo, de «alfabetización digital» a nivel de gobiernos. 10 Esta
naturalización del problema supone, con respecto a nuestro tema,
que toda persona deba estar capacitada al uso del micrófono, lo que
se concibe como una «profesionalización» mínima por parte del
usuario para compartir un escenario.
Mi posición es diferente a lo que plantea la «transparencia
tecnológica». No tomo como punto de partida el registro de una
performance, sino que la performance en vivo, y la transformación
que ella sufre por medio del micrófono. Mi modelo de análisis es la
sikuriada aymara, que supone un no adiestramiento al uso del
micrófono. Mi problema es la transformación que sufre esa
sikuriada cuando se le acopla el micrófono para satisfacer las
demandas urbanas de músicas masivas durante una performance «en
vivo». Voy a analizar este proceso de transformación considerando
tres perspectivas: las relaciones entre el músico y el público; las
El uso por parte de los usuarios y la promoción de tecnologías en base a intereses
particulares han sido abordadas en trabajos acerca de internet, donde se ha
planteado el diseño creativo de la red de redes (Aibar, 2008, como se citó en
Hernández et al., 2010). Ese diseño se refiere fundamentalmente a formas de uso
y a la interconeccion entre aparatos, dentro de tecnologías lingüísticamente
semejantes. Se considera que la tecnocultura es un refinamiento de la lectoescritura
(Carvajal y Ulloa, 2005, p. 15), mediada por la reproducción electrónica
(televisión, radio, cine) hacia tecnologías mas móviles y portátiles (Hernández et
al., 2010).
9
En Francia, en 2019, un 20% de la población mayor de 18 años afirmaba «no
sentirse cómoda» con internet, pese a lo cual el gobierno piensa lograr el 100% de
sus servicios públicos por ese medio, otorgando ayuda para que se eduque
digitalmente. Los grandes ganadores de esto son, por supuesto, los gigantes como
Google (Brygo, 2020, pp. 24-25).
10
— 380 —
Relatividad musical
relaciones entre el sonido del instrumento y el de los parlantes; y las
relaciones entre el sonido y la sociedad.
En primer lugar, la relación entre el músico y el público se ve
directamente transformada por el micrófono; normalmente la
mediación que presta el micrófono entre el músico y su audiencia se
mide de acuerdo a los servicios de amplificación y su calidad. Mi
análisis comienza en sentido inverso, partiendo desde la sikuriada
en ausencia del micrófono, para luego observar las alteraciones que
introduce su presencia. Estas alteraciones afectan cuatro realidades:
la distancia entre músico y auditor, la retroalimentación de la
orquesta, la disociación entre el sonido que produce el músico y el
que escucha el auditor, y el poder de amplificación sonora que
otorga el micrófono.
La mayor potencia del sonido que permite el micrófono aumenta
drásticamente la distancia entre músico y auditor, pudiendo llegar
fácilmente a cientos de metros, dependiendo de los equipos de
amplificación. La intensidad sonora aleja al publico de los parlantes,
distanciándolo del músico. Esto es contrario a la tecnología de la
sikuriada, diseñada para mezclar sus sonidos con el público. La
separación que le impone el micrófono trastoca su performance en
otra cosa, por ejemplo, en un «espectáculo folklórico» de carácter
escenificado donde esa distancia es deseada, deteriorando la
capacidad de la sikuriada, en cuanto tecnología, de generar una
socialización participante e inclusiva.
La retroalimentación al interior de la sikuriada también se ve
perjudicada, porque su performance descansa en la relación entre
pares arka e ira que trenzan sus sonidos, entre sikuri y tropa.
Normalmente tocan bailando en un círculo, mirándose. El escenario
exige un espectáculo frontal donde el círculo no funciona, porque
da la espalda al público y a los micrófonos. Al ponerse en fila
mirando hacia el público y a los micrófonos, no pueden mirarse para
— 381 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
trenzar, no pueden escucharse mutuamente, no pueden coordinarse
con las necesidades del público. La solución es seguir un plan
aprendido y preestablecido, en vez de adaptarse a la situación como
ocurre en la fiesta ritual. El público, ignorante de la existencia de
una performance participativa, concibe al músico como alguien que
sigue una partitura, donde la retroalimentación con los otros
músicos o con el público no es indispensable. Si bien la
retroalimentación entre los músicos y con el público es una
constante en las músicas del mundo (Racy, 2004; Solís, 2004;
Morford, 2007), su ausencia en la música urbana escenificada no
permite al público percibir la pérdida y el empobrecimiento general
de la performance.
La disociación entre el sonido que produce el músico y el que
escucha el auditor es una situación muy particular y extraña para el
sikuri aymara, habituado a considerar que su música es lo mismo
que el público recibe. Él considera que ejecutar y oír música son
parte de una misma cosa, le resulta incomprensible que puedan ser
cosas diferentes. Este fenómeno fue nombrado «esquizofonía» por
Schafer (1994), designando así un fenómeno que hasta hace un siglo
era un absurdo conceptual y biológico, y que hoy en día es lugar
común. El sikuri aymara se ve sometido a la experiencia
esquizofrénica 11 de percibir la realidad musical separada en dos
partes, la suya y la otra, transformada por los equipos, amplificada,
distorsionada, modificada en su timbre, en su dinámica y cambiada
de lugar. Esa experiencia afecta su performance. En forma paralela,
el público solo escucha esa versión modificada, no conoce la versión
producida por el sikuri. Si llamamos a la realidad sonora que emerge
de la ejecución del músico como el «sonido natural» del
Tomo aquí el significado etimológico de esquizofrenia, que deriva de un término
griego que significa «escindir» y «mente» (RAE, 2020).
11
— 382 —
Relatividad musical
instrumento, el que escucha el sikuri, y como el «sonido artificial»
lo que emerge del parlante, son dos realidades simultáneas que
comparten el mismo espacio y la «misma música», pero escuchadas
diferenciadamente por el sikuri y el público. Ni la
descontextualización ni la esquizofonía son percibidas por los
organizadores, ni por el público.
Con respecto al poder de amplificación sonora que otorga el
micrófono, es sin duda el factor más destacado asociado a su uso.
La potencia que entrega es usada no solo en espectáculos de música
popular, sino es aprovechada por políticos, sacerdotes, periodistas y
presentadores. El poder de amplificación permite superponerse y
cancelar todos los sonidos cercanos, incluso en kilómetros a la
redonda si es necesario. En comparación, la sikuriada, en tanto
tecnología, posee también un gran poder sonoro de hasta 100
decibeles (Arnaud Gérard, comunicación personal, agosto de 2018),
teniendo como referencia que 60 db es el límite urbano permitido.
Valverde (2007, p. 340) relata que «el orgullo sikuri solía mofarse
de los conjuntos latinoamericanos al decir ‘nosotros no necesitamos
de la tecnología’», haciendo referencia a la amplificación. Esa
intensidad es completamente superada por el volumen artificial de
los aparatos de amplificación, cuya potencia supera todo lo
conocido anteriormente. Pero el micrófono es un aparato muy
sensible a la distancia con el músico, y si este se acerca o se aleja
puede provocar variaciones drásticas de intensidad, lo que lo obliga
a estar quieto. Esto obliga al sikuri aymara a controlar rangos
dinámicos según parámetros desconocidos para él, y a mantenerse
quieto, contrario a lo habitual. La concentración necesaria para
mantener estos parámetros es totalmente ajena a la tecnología de la
sikuriada. Si el sikuri debe compartir micrófono con otro sikuri, el
«sonido artificial» se aleja del delicado equilibrio tímbrico del
— 383 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
«sonido natural», pudiendo llegar al absurdo de recoger solo el ira,
por ejemplo, destruyéndose la melodía.
Un segundo tipo de transformación es la que se da entre el
«sonido natural» del instrumento y el «sonido artificial» producido
por el paso a través del micrófono. El micrófono actúa como
mediador transformando el «sonido natural» en ondas eléctricas, las
que pueden ser modificadas de muchas formas para ser nuevamente
transformadas en «sonido artificial». Estas transformaciones
dependen de las posibilidades técnicas del equipo y de las elecciones
del técnico que lo opera. El sikuri aymara ignora todo al respecto,
está a merced de técnicos que deciden por él. El «sonido natural» y
el «sonido artificial» corresponden a criterios diferentes que
pertenecen a personas diferentes. Por ejemplo, la sikuriada está
diseñada con sonidos medios potentes dado por las maltas —flautas
de tamaño medio que son las más numerosas—, con bajos
producidos por las sanjas, y con agudos de los ch’ulis que son los
más débiles. El técnico habituado a amplificar música popular va a
fortalecer los bajos para dar fuerza y los agudos para agregar
brillantez, produciendo el efecto contrario. El «sonido natural» es
producto de una elección estética que identifica a una comunidad
aymara, que el técnico va a alterar sin percatarse, sin que los
músicos se alcancen a dar cuenta, y sin que el público tenga idea de
lo que está ocurriendo.
Por otra parte, el «sonido artificial» puede contener sonidos
normalmente inaudibles como sonidos corporales, respiraciones,
carraspeos y toses. Si el sikuri se percata de esto, se le produce una
autoconciencia bastante extraña acerca de aspectos desconocidos
del propio cuerpo, que lo obligan a un ejercicio de autocontrol
totalmente ajeno a su práctica. Los golpes, el crujir del piso, el
sonido de «acoplamientos», son todas situaciones perturbadoras
ajenas a la experiencia del sikuri. Todo esto le produce un estado de
— 384 —
Relatividad musical
estrés que se superpone a la tensión y concentración propia de la
performance. Este estado es el opuesto al de la fiesta, donde la
música debe fluir de forma agradable y espontánea, como requisito
del buen desarrollo de la misma. Para los técnicos y publico ese
estrés es inadvertido, e incluso la lógica occidental supone que el
tocar bajo estrés es algo habitual y necesario dentro de la profesión
musical «seria» (ver Judy, 1996, p. 8; Small, 1998, p. 70; Lonnert,
2015, p. 79).
Un tercer tipo de transformación tiene que ver con la relación
entre el sonido y la sociedad. La sikuriada está diseñada para
modelar el espacio sonoro de acuerdo a lógicas sociales aymara,
siendo la fiesta ritual su referente preferido. Allí, la música es
compartida entre la sikuriada y su publico mediante el movimiento
mutuo que produce fenómenos como la polifonía multiorquestal y
la perspectiva de escucha, donde el referente es el relativo silencio
del entorno cuando no hay fiesta. El micrófono, así como todo el
aparataje técnico de amplificación, responde a un diseño para
modelar el espacio sonoro de acuerdo a lógicas sociales
eurocéntricas, siendo la sala de concierto su referente preferido,
donde la performance genera un «producto sonoro», que el
micrófono ayuda a desplegar ante los auditores, quienes no
intervienen, no participan y no pueden modificarlo.
El silencio es la ausencia de sonido, y no depende del micrófono,
pero la sola presencia de este y del equipo sonoro tiende a eliminar
la posibilidad de silencio, llenando el tiempo y el espacio con
música o locución a gran intensidad. La ausencia de silencio es
habitual a la vida urbana, donde se ha olvidado el ambiente natural
(Harari, 2018, pp. 372-373; Ingold, 2018, p. 109). El contraste que
ocurre entre la fiesta ritual, en la cual la sikuriada impone su marca
sonora acompañada de petardos, tiros de dinamita y gritos, y el
silencio habitual contra el cual se recorta es muy notorio. El día de
— 385 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
fiesta se marca así en el calendario anual con su exceso de sonidos,
pero también con el manejo de ciertos momentos iniciales en que se
habla en susurros y apiñados, como me ha tocado presenciar en
diferentes contextos de fiesta, los cuales son ajenas a toda nuestra
experiencia urbana del sonido. El manejo del silencio es ajeno a
nuestro medio, donde la tecnología mecánica invade todo con su
intenso ruido.12
El micrófono está hecho para la inmovilidad, lo que obliga al
músico a la absoluta quietud, como queda dicho más arriba. Esto
impide la actividad de la sikuriada como fuerza centrípeta hacia el
baile comunitario, que funciona por contacto de cuerpos y
movimientos orgánicos, y lo transforma en un incentivo que solo
emerge de los parlantes, incitando a bailar desde un ritmo a gran
volumen, como en una discoteca. Esta fórmula no favorece a la
sikuriada, cuyo ritmo es mucho menos directo, impulsivo y nítido
que el de un conjunto urbano de cumbia o de rock, por ejemplo.
La transformación mayor, sin embargo, ocurre en una dimensión
inimaginable para el auditor urbano que desconoce las fiestas
rituales andinas. En ellas se encuentran varias sikuriadas que
entablan una competencia sonora, tocando todas al mismo tiempo
pero evitando coincidir en sus pulsos, generando una polifonía
multiorquestal. 13 El complejo e intenso escenario sonoro que
García Castilla (2017, p. 11) argumenta que el concepto de contaminación
acústica «separa artificialmente los entornos sónicos de la omnipresencia de la
invención humana», naturalizando así este fenómeno a nivel planetario.
12
13
Estas batallas sonoras son llamadas atipanakuy en Potosí (Gérard, 2002) y en
la isla Taquile en el Titicaca (Bellenger, 2007, p. 120), contrapunteo, topeaduras,
batalla sonora entre los sikuri (Ávila, 2012; Ajata y Zanga, 2013, p. 44), y se
asocian al concepto de Tinku o pelea ritual (Platt, 1976, pp. 17-18; Baumann, 1996,
p. 48; Fernández, 2018, pp. 284-285). También se dan como competencias entre
los bailes chinos del Aconcagua (Pérez de Arce, 2017). Para una descripción de
— 386 —
Relatividad musical
emerge de esta situación produce texturas sonoras muy complejas,
de gran extensión espacial y de gran duración, en continuo cambio,
basado en el azar, todo lo cual provoca una situación de
perspectivismo de escucha. Este perspectivismo de escucha es una
cualidad que presentan en general las fiestas rurales altiplánicas y
surandinas, que consiste en la posibilidad de negociar infinitas
posiciones de escucha en cada momento de la performance de una
fiesta, de acuerdo a las posiciones relativas de cada uno de los
oyentes y cada una de las fuentes sonoras, y al movimiento de cada
una de ellas. Las posibilidades son infinitas: por ejemplo, puedo
acercarme a escuchar una flauta particular, puedo escuchar la
compleja relación polirítmica y polifónica que se produce entre dos
sikuriadas, o escuchar desde lejos el conjunto complejo de
superposiciones entre muchas sikuriadas en el descampado de un
cerro, o lo mismo entre las estrechas calles del pueblo con mucha
reberverancia y eco. Todas estas posibilidades las negocia cada
auditor, cada músico y cada asistente a la fiesta de modo diferente,
generando un perspectivismo que impide que dos participantes
coincidan en lo que escuchan.
Cuando hay un micrófono nada de esto es posible, porque el
lugar, el escenario, el entorno, la dinámica, las relaciones entre las
partes quedan rigidizadas y fijas. El sonido entra por portales únicos,
fijos, predeterminados como lo son los micrófonos, y sale desde un
solo lugar fijo que son los parlantes. Todo está diseñado para
producir un «objeto sonoro», que es lo opuesto al perspectivismo de
escucha. El público y el músico urbano, ignorantes del
perspectivismo de escucha, no lo echan de menos; además, el
concepto de competencia sonora no solo es desconocido como valor,
polifonía multiorquestal en fiestas de chino de Chile central, ver Pérez de Arce
(1996).
— 387 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
sino asociado a «descoordinación» musical y evitado. Por lo tanto,
esta transformación por lo general no es percibida y ni siquiera
pensada como posibilidad.
Conclusiones
En la primera parte he presentado un conjunto de situaciones que
me permiten formular una relatividad musical respecto a la
definición lingüística del fenómeno que yo llamo «afinar», al cual
un sikuri aymara le otorga un valor exactamente opuesto al mío.
Analizar este problema me significa remontar una serie de
dificultades propuestas por mi forma de pensar. Una de ellas es la
diglosia impuesta por el colonialismo, otra es la relatividad
lingüística impuesta por la estructura gramatical de la lengua, otra
es la inexistencia de expresiones lingüísticas para ciertas realidades
impuestas por la práctica, y otra es la utilización de categorías
absolutas impuestas por la lógica eurocéntrica.
La diglosia nos hace creer que nuestro pensamiento castellano es
el único verdadero, negando el pensamiento aymara siquiera como
posibilidad. Esto distorsiona la realidad lingüística a favor del
castellano, que el aymara está obligado a conocer, pero no a la
inversa, ya que el hablante castellano no está obligado a conocer al
aymara. La diglosia refuerza el marco colonialista que permite
pensar que el mestizaje ha borrado las diferencias entre «indígenas»
y «no indígenas», porque todo indígena conoce la cultura
occidental, pero oculta que casi ningún «occidental» conoce el
mundo indígena, es decir, ha habido mucho menos mestizaje en
sentido contrario.14
Como ejemplo, la sikuriada ha penetrado la realidad urbana de Latinoamérica
en las últimas décadas, pero manteniéndose en un nicho bastante restringido, con
poca presencia en la industria cultural. Ver Castelblanco (2014).
14
— 388 —
Relatividad musical
La relatividad lingüística nos dificulta el saber diferente al de
nuestra lengua castellana, y lo mismo le ocurre al hablante aymara.
Gracias al método del «espejo aymara» (Mendoza 2015), podemos
remontar esta dificultad y percibir la relatividad de mi propia lengua,
al apreciar las sutiles combinaciones «gastronómicas» de los
sonidos de la sikuriada, o al descubrir que los aymara tienen muchas
formas de expresar aquellos que nosotros solo conocemos con la
palabra «afinación». Pero esto nos enfrenta al otro problema, esta
vez de orden comunicacional, porque la expresión lingüística del
problema «afinación» ocurre en castellano, porque en aymara no se
habla ese tema, solo se ejecuta. Se trata de una diferencia entre el
conocimiento teórico que nombra ese fenómeno, y el conocimiento
práctico que lo realiza como acto. El aymara, al actuarlo, se abre a
otras explicaciones que están en el cuerpo, en los movimientos, en
la sinestesia, entrelazados a la vida misma, donde el sonido es solo
parte de un continuo. La explicación lingüística, en cambio, queda
reducida a un estrecho margen de posibilidades. Nuestra tendencia
a reducir la realidad al discurso lógico nos hace creer que esta
teorización es más importante que hacer música, y que hacer
correctamente algo, respecto a un «original», es más importante que
hacer que la música fluya con cierto «sabor», algo frecuente en los
ensayos urbanos donde se detiene la música para explicar «como
debe ser». La música posee aspectos no lingüísticos que
normalmente son invisibles al discurso. Nuestra lógica omite eso, y
supone que hay conceptos absolutos, no comparables, excluyendo
los saberes aymara que no coinciden, como el «unísono denso»,
pensar que un instrumento son dos flautas, concebir que el músico
no controla todo su discurso musical, sino que la caña y el tubo
colaboran. La conclusión parecería ser que nuestra actitud ante la
música está demasiado regulada por conceptos a priori, o pre-
— 389 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
juicios que impiden que emerjan ciertas libertades que el aymara
aprovecha.
En la segunda parte analicé lo que sucede cuando a la sikuriada
se le añade un micrófono, considerando que ambas son tecnologías
orientadas a la relación con el público. Esto nos lleva a considerar
que existe una relatividad tecnológica, en cuanto el uso de dos
tecnologías elaboradas por sociedades lingüísticamente muy
diferentes, llevándonos a diferentes realidades. Esto es contrario a
la idea de la «tecnología transparente» que usamos para concebir el
micrófono. 15 El micrófono nos guiará hacia una performance
musical escenificada, mientras la sikuriada nos guiará a producir
una performance participativa. El micrófono produce ciertas
reacciones de vergüenza, susto, rechazo y timidez que inhiben la
expresión, mientras la sikuriada incentiva la familiaridad, el
encuentro, la empatía, la colectividad, sociabilidad, colaboración,
complementación, integración y cercanía. Mientras el mal uso del
micrófono se concibe como falta de preparación, el mal uso del siku
se acepta como parte de la libertad participativa.
Por el contrario, generalmente basta que se arme una sikuriada
y emerja un ámbito de fiesta compartida, de compañerismo y
alegría. Parafraseando a Arturo Escobar,16 podemos decir «denme
una sikuriada y haré surgir un mundo relacional recíproco, dual,
complementario y horizontal», o bien «denme un micrófono y haré
No hay que confundir esto con la pluralidad de identidades producidas por la
modernidad posmoderna (Nicolas, 2004), un fenómeno muy distinto a la pluralidad
lingüística.
15
Arturo Escobar (2016, pp. 128-129), hablando metafóricamente, dice «denme
una casa urbana y levantaré un mundo de individuos descomunalizados, separados
del mundo natural», y en contraposición «denme una maloca (casa comunal de los
indígenas amazónicos) y levantaré un mundo relacional», que incluye
interrelaciones profundas entre humanos y no humanos.
16
— 390 —
Relatividad musical
surgir un mundo jerárquico, estratificado, especializado,
individualista». El desconocimiento habitual del estilo performático
participativo por parte del público urbano impide observar la
relatividad tecnológica y las opciones respecto a la performance
participativa.17 El análisis hecho hasta aquí parece indicar que basta
con instalar un micrófono para impedir que ocurra una presentación
participativa. Esto plantea un problema, porque en nuestra sociedad
se parte de la premisa de que cualquier reunión masiva requiere de
micrófonos, y con eso se van clausurando las posibilidades de tener
esa experiencia directa, biológica, corporal, de relacionarse
participativamente entre iguales. El micrófono otorga el control a
una sola persona e impone su voz, erosionando así la capacidad co
participativa de la comunidad. De modo que podemos concluir que
la tecnología no solo sirve para resaltar ciertos usos, sino para
ocultar otros. Esto no ocurre por una cualidad intrínseca de la
tecnología del micrófono, sino porque actúa en combinación con
otras tecnologías como las salas de concierto y las partituras, con
actitudes de quietud de músicos y público, todo lo cual se orienta
Es tanto el desconocimiento que incluso se llega a confundir la performance
participativa con un concierto de rap donde el músico logra una buena conexión
con su público a través del micrófono (Manabe, 2013); es decir, se confunde la
participación de uno hacia muchos con la participación entre muchos. También se
hace alusión a la participación de las «nuevas tecnologías», como internet, que
permiten un consumo multidireccional, transformando a los consumidores en
agentes activos (Gonzalvo, 2011). En este caso, la agencia es mediada por los
aparatos, es decir, la participación entre muchos actores está definida por las
potencialidades de estos y no por la interrelación entre sujetos. La performance
participativa es tan ajena a la vida urbana que en Santiago las sikuriadas deben
conquistar y defender constantemente sus lugares (como el Cerro Blanco) y sus
tiempos (como el 22 de noviembre, día de santa Cecilia) para poder practicar esa
experiencia, y lo mismo ocurre en todas las ciudades con las plazas y lugares
públicos y con los tiempos de ensayo.
17
— 391 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
hacia una performance escenificada. Lo mismo ocurre con la
sikuriada, cuando forma parte de una fiesta ritual. Esto nos llevaría
a discutir cuales son los límites de una tecnología, cuestión que
sobrepasa los límites de este capítulo. Pero, sin necesidad de esa
discusión, podemos observar que la sikuriada, para lograr su
objetivo de crear sociabilidad participativa, ha debido evitar el
micrófono, y solo así ha podido generar un espacio y un tiempo
participativo.18 La consecuencia de esto es que la sikuriada queda
en los márgenes de los circuitos comerciales de la industria
cultural.19
La conclusión es que no existe una «transparencia tecnológica»,
ya que toda tecnología conduce a su usuario a un panorama
predeterminado. Esto se puede ver en otros artefactos tecnológicos,
como la máquina fotográfica, que se supone «reemplaza» al ojo, es
decir, que no obedecería a parámetros culturales sino biológicos y
«universales» para captar la realidad visible. Sin embargo, la imagen
«realista» de la fotografía la podemos rastrear en toda la historia
visual de Europa, desde el hiperrealismo del siglo XX, en la pintura
romántica, en la perspectiva renacentista, y más atrás en pinturas y
mosaicos de tiempos romanos, e incluso en el increíble realismo de
las cavernas paleolíticas. Esa lógica de representaciones visuales de
la realidad no la encontramos fuera de Europa, ni en Asia, Oceanía,
África o América, donde se han escogido otras formas de
Aparte de actuar en ambientes donde no existen micrófonos, hay sikuriadas que
cuando les toca actuar en escenario, bajan mezclándose con el público y
18
haciéndolos bailar (Pérez Miranda, 2016). Algo similar ocurre con el «tambo», un
espacio generado por los lakita del norte de Chile para lograr un ambiente festivo
que elimina la separación entre espectáculo y público.
19
Una consecuencia de esto es lo que me comentaron varios sikuri de Lima
respecto a que la sikuriada era la peor pagada de las orquestas en espectáculos y
eventos urbanos.
— 392 —
Relatividad musical
representación visual de la realidad. Esto implica que la cámara
fotográfica es muy eficiente para la cultura que la creó, pero puede
ser muy opaca para otra cultura, y que los supuestos parámetros
biológicos y universales no son sino una proyección de la realidad
desde un relativismo lingüístico.
Esta conclusión nos enfrenta al «determinismo tecnológico» que
se plantea como opción única del desarrollo cultural futuro, a verlo
como una proyección eurocéntrica. Pero, simultáneamente, la
dispersión planetaria de la tecnocultura, su enorme nivel de
penetración y la rapidez del proceso parecen indicar que se trata de
un fenómeno sistémico que llegó para quedarse. Esto último no
confirma el determinismo tecnológico, sino solo su presencia. A
través de este capítulo no planteo negar la tecnología, como lo
hicieron los ludistas hace siglos, sino desmitificar su rol
«transparente» y demostrar que su presencia clausura modos
culturales que no debieran desaparecer. La desaparición acelerada
de sistemas culturales, lenguas, especies y ecosistemas en las
últimas décadas debe ser enfrentada en muchos frentes simultáneos,
y el «determinismo tecnológico» es uno de ellos, junto con el
concepto de «analfabetismo digital» que alienta a la desaparición
forzada de formas culturales, sin proponérselo, porque no las
percibe.
Podemos considerarlo como parte del proceso «civilizatorio»
llevado a cabo por la colonización del mundo, que implica nuestra
dependencia de los centros que producen (Cabello, 2010), donde la
tecnología cumple el rol de «trasmitir autoridad, orden,
subordinación, supraordinación, privilegio, poder y recursos
escasos» (Gherardi, 2018). Hasta ahora las tecnologías electrónicas
modernas están asociadas al mundo occidental, al mundo capitalista,
al lugar de la macroeconomía, la ciencia y el estado (Palominos et
al., 2009, p. 17), y expandida al mundo como industrialización y
— 393 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
globalización. Ellas comparten el concepto de «artificial», en el
sentido de «artificio» que une el arte con el oficio para crear objetos
según leyes diferentes a las existentes en la naturaleza, que es uno
de los viejos sueños de las culturas eurocéntricas. La rueda,
inexistente en el mundo natural, ha sido considerada por Europa un
hito principal en la evolución humana, que llevaría luego hacia el
desarrollo de la «máquina»,20 dando así comienzo a la civilización,
y a la historia (Urdaci, 2005). Comparte la idea de una naturaleza
separada del hombre, de un antropocentrismo que nos permite
explotarla (Nicolas, 2004; Urdaci, 2005). 21 Conlleva la idea de
«esquizofonía» sonora, de descontextualización de la realidad
propia del análisis particularista y fragmentario de la ciencia.22 Los
argumentos evolucionistas eurocéntricos colocaron la tecnocultura
como el futuro inevitable de la humanidad, como parte de la utopía
de la globalización homogeneizante (Gruzinski, 2007), naturalizada
como parte del proceso de hegemonía colonialista (Clifford, 1986,
p. 112; Susz, 2005, p. 274; Groh 2006, p. 39; Palominos et al., 2009,
Encontramos «máquinas», artefactos artificiales mecánicos, desde la Grecia
Clásica, en un desarrollo sostenido y creciente hasta hoy (Molina y Ranz, 2000,
pp. 32-66, 107).
20
El antropocentrismo, que considera el hombre como centro de la realidad, y la
naturaleza a su servicio, posee raíces griegas e israelitas, y continúa hasta la actual
noción extractivista del neoliberalismo económico (Harari, 2018, p. 236;
Huenchumilla, 2015). La tecnología es concebida como «procedimientos técnicos
para arrancar de la naturaleza sus ‘secretos’ con el fin de dominarla y explotarla»
(Hadot, 2004, como se citó en Cavalcanti-Schiel, 2007, p. 2).
21
El proceso de fragmentación de la realidad para poder analizar sus partes por
separado tiene orígenes griegos, y fue luego fomentada por Hegel, Kant, Newton
y Descartes, (Jiménez, 2013, p. 256). Sus orígenes los podemos rastrear en la
escritura alfabética basada en fonemas separados, sin significado propio (De
Kerkove, 1999, pp. 5-62, 131, 224-229; Gary y Watt, como se citaron en Urton,
2003, p. 42).
22
— 394 —
Relatividad musical
p. 70; Williams, 2012, pp. 58-59). El micrófono, como otras
tecnologías, apoya el dominio social por parte de un individuo, y
por eso es usado por políticos, curas o comunicadores.23
Esto lo he detectado innumerables veces, incluso cuando la tecnología atenta
contra la performance: en vigilias de canto a lo divino en Chile central,
23
— 395 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
Todos estos procesos hegemónicos han estado siendo revisados
y criticados cada vez con mayor frecuencia, y este capítulo aspira a
ser parte de esa revisión necesaria. El caso particular que he
analizado de relativismo musical, el de una sikuriada aymara
enfrentada a otra sikuriada urbana, o enfrentada a un micrófono, nos
enfrenta a distintos casos de hegemonía que distorsiona la realidad
de diversos modos. La relatividad lingüística nos hace ver en el
«otro» cosas que solo existen en nosotros. El conocimiento teórico
nos induce a buscar en el «otro» cosas que solo nosotros buscamos.
Nuestra lógica abstracta busca en el «otro» absolutos que solo
nosotros construimos. Del mismo modo, la tecnología del
micrófono impone la lógica de su fabricante y de sus usuarios a la
sikuriada aymara, exigiéndole comportarse dentro de una
performance presentacional, opacando su rol socializante. Pero todo
este panorama se puede concebir de otro modo, observándolo como
un sistema ecológico; tal como se ha descrito la ecología
lingüística,24 podríamos imaginar una ecología tecnológica. La
tecnología aymara nos puede ayudar a pensar un sistema que está al
servicio de aspectos sociales como la amistad y el trenzado de
melodías, que se sale de la lógica de las máquinas, los sistemas de
industrialización, las fábricas o la importancia económica con que
asociamos normalmente toda
cuando el micrófono deteriora los sonidos y su equilibrio, y con ello el ritual
completo, todos los cantores están por lo general de acuerdo en que es mejor usar
micrófono para que «escuche la gente». En nuestro grupo La Chimuchina hemos
optado por no usar micrófonos, para no perder aspectos que no solo atañen a lo
sonoro sino a lo social, emocional y comunicacional, pero nunca he conocido un
discurso de los sikuri en esa dirección.
24 La ecología lingüística ha sido postulada por Miyaoka (2001) como
«ecosistema linguocultural», y por Krause (2001) que lo llama «logófera», y ha
— 396 —
Relatividad musical
sido definida como un sistema de equilibrio entre lenguas previo al monolinguismo
inglés promovido por la globalización.
tecnología. Esto nos abre posibilidades de negociación entre seres
humanos y la naturaleza, como cuando los luriri respetan el rol de
la caña como un ser vivo al construir el instrumento (ver Beaudet,
1997, p. 20; Pérez de Arce 2007). Se trata de una tecnología situada,
local, que forma parte del lugar, y en ese sentido es una tecnología
ecológica ocupada durante siglos por las sociedades aymara,
quechua y chipaya, entre otras, que están basadas en complejos
sistemas sociales de integración ecológica con el medioambiente.24
A diferencia de la tecnocultura, la sikuriada no se propone controlar
o dominar, sino lo contrario; generar vínculos horizontales,
participativos, socializar.
Este modo de observar la tecnología permite explicar la relación
hegemónica que asocia el micrófono a las clases sociales
dominantes, cosmopolitas, conectadas con el primer mundo, de
donde proviene esa tecnología, mientras la sikuriada se vincula más
con clases populares e indígenas, que es de donde proviene. Ambas
tecnologías son útiles y necesarias, del mismo modo que ambas
lenguas, castellano y aymara, son útiles y necesarias, pero deben
poder ser consideradas complementarias en un sentido ecológico,
cumpliendo roles diferenciados y ocupando nichos separados de la
realidad. La tecnocultura, hija de una cultura expansionista, ha
intentado ocupar todos los nichos de la realidad —físicos, mentales,
sensibles— implantando relaciones jerárquicas de poder. Para jugar
un rol ecológico, ella debe respetar los nichos en que operan otras
tecnologías, y primero que nada debe reconocer esas otras
tecnologías. Si esto ocurre, la tecnocultura electrónica y su
No ocurre lo mismo con otros sikuri, como los lakita chilenos que producen
flautas con tubos industriales plásticos, cambiando la relación ecológicamente
situada por otra cosmopolita.
24
— 397 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
colonización del mundo puede ser vista como algo semejante al uso
del fuego, que hace miles de años inauguró nuevas rutas evolutivas
a la especie humana. El micrófono impide uno de los principales
fundamentos de sociabilidad que han existido en la historia de la
humanidad, como es la performance participativa. Es allí donde
deberíamos enfocar la atención acerca del rol sistémico de las
tecnologías en general, para frenar los procesos de hegemonía que
han venido deteriorando la realidad en aras de una monocultura.
Este capítulo se ha orientado hacia entregar algunas pistas para
pensar esa necesaria relativización del mundo.
El siguiente paso es dejar de imaginar al micrófono como una
tecnología que permite un manejo de corrientes eléctricas
pertenecientes a corrientes colonizadoras y a corrientes de
pensamiento eurocéntricas globalizadas, y comenzar a imaginarlo
como parte de una red de corrientes eléctricas que dialogan con las
corrientes ecológicas que entrelazan la vida. La biósfera, las lenguas
y las tecnologías deben dialogar entre sí en el siglo XXI. De ese
equilibrio está dependiendo el futuro del planeta.
Agradecimientos
Quiero agradecer a las esclarecedoras conversaciones que tuve en
La Paz con Cergio Prudencio, con Javier Mendoza, Víctor
Colodoro, Víctor Hugo Gironda; en Potosí con Arnaud Gérard, Luis
Copa, Marcos Clemente; y con los muchos amigos en Chile, Bolivia
y Perú que prefiero no nombrar por dejar alguno fuera, que me han
entregando su experiencia como sikuri. También a quienes me han
ayudado a la experiencia de trenzar sonidos, La Chimuchina, Apasa,
Tupak Katari (Santiago), Lakitas de Colina (Colina), Muyuj Waira
y Comunidad de Comunidades (Potosí), y tantos otros que me han
aportado, a veces sin saber, a pensar un mundo mejor.
— 398 —
Relatividad musical
Referencias
Ajata, Carlos. y Zanga, AmérIca. (2013). Música, discriminación e
ideología. En Reunión anual de Etnología 26, Tomo II (pp. 33-48).
La Paz: Museo Nacional de Etnología y Folklore. Arom, SImha.
(2001). Modelización y modelos en las músicas de tradición oral.
En F. Cruces (Ed.), Las culturas musicales: lecturas de
etnomusicología (pp. 203-232). Madrid: Editorial Trona.
ÁvIla, BraulIo. (2012). ¿Cuerpo de cuerpos?: la experiencia de la
etnocorporeidad en la música de lakita. En Actas del I Encuentro
Latinoamericano de Investigadores sobre Cuerpos y
Corporalidades en las Culturas. Rosario: Investigaciones en
Artes Escénicas y Performáticas (snP).
AvIla, BraulIo. y PadIlla, FrancIsco. (2002). Lakitas en el aula
[Tesis de pregrado]. Universidad Metropolitana de Ciencias de
la Educación.
Baumann, MaX Peter. (1996). Escuchando la voz de los pueblos
indígenas. La música tradicional como política del encuentro
intercultural. trANs Revista Transcultural de Música, 2.
Beaudet, Jean-MIchel. (1997). Souffles d’Amazonie. Nanterre:
Société d’ethnologie.
BertonIo, LudovIco. (1984 [1612]). Vocabulario de la lengua
aymara. Barcelona: Ediciones Ceres.
Borras, Gérard. (1998). «Poco varía»: le sésame de l´organologie
aymara. En Musiques d´Americque Latine. Cordes du ciel:
cordae / La Talavera.
BrattIco, PaulI., BrattIco, ElvIra. y Vuust, Peter. (2018). Global
Sensory Qualities and Aesthetic Experience in Music.
— 399 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
En Music and the Functions of the Brain: Arousal, Emotions,
and Pleasure (pp. 21-33). Lausanne: Frontiers Media.
Brygo, JulIen. (2020). Trabajo, familia y wifi. Le Monde
Diplomatique (pp. 24-25).
Edición chilena Año XX, Nº218.
Santiago. Cabello, RoXana. (2010). Pliegues en la tecnocultura.
Question/ Cuestión, 1 (28).
Cámara de Landa, EnrIque. (2004 [2003]). Etnomusicología.
Madrid: Iccmu.
Carvajal, GIovanna. y Ulloa, Alejandro. (2005). Jóvenes, cultura
escrita y tecnocultura. Anagramas Rumbos y Sentidos de la
Comunicación, 3 (6), 15-70.
Castelblanco, DanIel. (2018). Sikuris altiplánicos, regionales y
metropolitanos: revisión de un esquema de clasificación. En C.
Sánchez Huaringa (Ed.), Música y sonidos en el mundo andino:
flautas de pan, zampoñas, antaras, sikus y ayarachis. Lima:
Universidad Nacional Mayor de San Marcos. _______________ .
(2016). Sikuriando melodías de tiempos lejanos: los sikuris
cosmopolitas y la vigencia de «lo andino» en Bogotá, Santiago y
Buenos Aires [Tesis de doctorado]. Georgetown University.
_______________ . (2014). Soplando sikus más allá del Titicaca:
conjuntos de sikuris como islas del archipiélago cultural
transandino en Buenos Aires, Santiago y Bogotá. Revista de
Crítica Literaria Latinoamericana, 80, 265-282.
CavalcantI-SchIel, RIcardo. (2007). Las muchas naturalezas en los
Andes. Periferia, 7 (2), 1-11.
ClIfford, James. (1986). Writing culture: the poetics and politics of
ethnography. Los Angeles: University of California Press.
Connell, John. y GIbson, ChrIs. (2001). Sound tracks: popular
music, identity and place. London: Routledge.
— 400 —
Relatividad musical
CoX, ArnIe. (2006). Hearing, Feeling, Grasping Gestures. En A.
Gritten y E. King (Eds.), Music and Gesture. Hampshire:
Ashgate Publishing Company.
Cunha, RosemyrIam. (2016). A prática musical coletiva:
implicações políticas e socioculturais. trANs Revista
Transcultural de Música, 20, 1-20.
De Kerkove, DerrIck. (1999). The skin of culture. Barcelona:
Gedisa.
Dobson, MelIssa. y Gaunt, Helena. (2015). Musical and social
communication in expert orchestral performance. Psychology of
Music, 43 (1), 24-42.
Dockendorff, CecIlIa. (2008). Lineamientos para una teoría
sistémica de la cultura: la unidad semántica de la diferencia
estructural. En La nueva teoría social en Hispanoamérica:
introducción a la teoría de sistemas constructivista. México:
Universidad Autónoma.
Ducrot, Oswald. y Todorov, Tzvetan. (1974). Diccionario
enciclopédico de las ciencias del lenguaje. Buenos Aires: Siglo
veintiuno argentina editores.
Escobar, Arturo. (2016). Autonomía y diseño: la realización de lo
comunal. Popayán: Universidad del Cauca.
Fernández, FrancIsca. (2018). Memorias en resistencia: festividades
y ritualidades andinas en Santiago de Chile. Athenea, 18 (1),
269-291.
Ford, Andrew. (2007). Writing Good Sense about Music: The
Art of Listening. En M. Kartomi y K. Dreyfus (Eds.), Growing
Up Making Music: Youth Orchestras in Australia and the World.
Melbourne: Lyrebird Press
— 401 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
García CastIlla, Jorge. (2017). Musicología musical: la música y el
sonido como medios de investigación crítica. El oído pensante,
5 (1), 1-25.
García, MIguel. (2012). Etnografías del encuentro. Saberes y
relatos sobre otras músicas. Buenos Aires: Del Sol.
Gérard, Arnaud. (2002). Atipanakuy. En Jatun Ayllu [Artísta],
P’otojsimanta [cd folleto]. Asociación Kausasun. Potosí.
_______________ . (1999). Acústica de las siringas andinas de uso
actual en Bolivia [Informe de investigación]. Universidad
Autónoma Tomás Frías. Potosí, Bolivia.
GherardI, SIlvIa. (2018). Tecnocultura: cómo la tecnología
transforma el ámbito laboral. Reason Why.
GIner, Salvador. (2000). Tecnocultura, saber y mudanza social.
http://www.quadernsdigitals .net/datos_web/hemeroteca/r_32/
nr_331/a_4208/4208.html
Gonzalvo, Lorena. (2011). Tecnocultura, la cultura vista desde las
nuevas tecnologías. https: //www.onegolive.com/tecnocultura-lacultura-vista-desde-las-nuevas-tecnologias/ Groh, Arnold. (2006).
Globalisation and indigenous identity. Psychopatologie africaine,
33 (1), 33-47.
GruzIsnkI, Serge. (2007). El pensamiento mestizo. Barcelona:
Paidós.
HararI, Yuval Noah. (2018 [2013]). De animales a dioses, breve
historia de la humanidad. Santiago: Debate.
HarnIsh, DavId. (2004) «No, Not ‘Bali Hai’!»: Challenges of
Adaptation and Orientalism in Performing and Teaching
Balinese Gamelan». En T. Solis (Ed), Performing
Ethnomusicology; Teaching and Representation in World Music
Ensembles. Berkeley: University of California Press.
— 402 —
Relatividad musical
Hernández, MarIo., ArcIga, Blanca. y García, VerónIca. (2010).
Tecnologías culturales, entornos comunicacionales y la
reconfiguración del sujeto. Sinéctica, 34.
Hernández, M. (2018). Los medios digitales moldean la escucha
[Presentación en conferencia]. En Coloquio modos de escucha:
abordajes transdisciplinarios sobre el estudio del sonido.
Ciudad de México, Facultad de Música unam.
HIll, Jonathan., y CastrIllon, Juan. (2017). Narrativity in Sound: A
Sound-Centered Approach to Indigenous Amazonian Ways of
Managing Relations of Alterity. El oído pensante, 5 (2), 1-30.
HuenchumIlla JaramIllo, FrancIsco. (2015). Propuesta al gobierno
respecto de la situación de la región de la araucanía.
Documento de trabajo disponible en: http://www.proaraucania.
com/wp-content/uploads/2015/08/Propuesta-Francisco-Hu
enchumilla.pdf
Ingold, TIm. (2018 [2015]). La vida de las líneas. Santiago:
Ediciones Universidad Alberto Hurtado.
Jardow-Pedersen, MaX. (2003). Manual de etnomusicología.
Etnomax.
JIménez, JulIo. (2013). Un modelo teórico en torno a la
interpretación musical: hacia la construcción de una
metodología integral para la guitarra en la línea del
pensamiento complejo [Tesis de doctorado]. Universidad
Politécnica de Valencia.
Judy, Paul. (1996). Life and work in simphony orchestras: an
interwiew with J. Richard Hackmann. Harmony, 2 (1), 1-13.
KeIl, Charles. (2001). Las discrepancias participatorias y el poder
de la música. En F. Cruces (Ed.), Las culturas musicales:
— 403 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
lecturas de etnomusicología (pp. 261-272). Madrid: Editorial
Trona.
KIslIuk, MIchelle. y Gross, Kelly. (2004) What’s the «It» That We
Learn to Perform?. En T. Solis, T. (Ed.), Performing
Ethnomusicology: Teaching and Representation in World Music
Ensembles. California: University of California Press.
Krause, MIchael. (2001). Mass language extinction and
documentation: the race against time. En O. Sakiyama y S.
Sakiyama (Eds.), Endangered languages of the pacific rim.
Lectures on endangered languages: 2, from Kioto Conference
2000. Suita: Osaka Gakuin University.
KunIke, Hugo. (1912). Musikinstrumente aus dem alten Michoacán.
Baessler-Archiv, 2 (5-6), 282-284.
Leman, Marc. (2010). Music, Gesture, and the Formation of
Embodied Meaning. En R. Godøy y M. Leman (Eds), Musical
Gestures: Sound, Movement, and Meaning. New York: Routledge.
Lonnert, LIa. (2015). Surrounded by Sound. Experienced
Orchestral Harpists’ Professional Knowledge and Learning Lund
University [Tesis de doctorado]. Malmö Academy of Music. Lysloff,
Rene. (1997). Mozart in mirror shades: Ethnomusicology,
technology, and the politics of representation. Ethnomusicology, 41
(2), 206-219.
Lysloff, Rene. y Gay, LeslIe. (2003). Introduction:
Ethnomusicology in the Twenty-first Century. En R. Lysloff y L.
Gay (Eds.), Music and Technoculture. Middletown: Wesleyan
University Press.
Manabe, NorIko. (2013). Music in Japanese Antinuclear
Demonstrations: The Evolution of a Contentious Performance
Model. The Asia-Pacific Journal, 42 (3).
— 404 —
Relatividad musical
Marcus, Scott. (2004). Creating a Community, Negotiating Among
Communities: Performing Middle Eastern Music for a Diverse
Middle Eastern and American Public. En T. Solís (Ed.),
Performing Ethnomusicology: Teaching and Representation in
World Music Ensembles. Los Ángeles: University of California
Press.
Mendoza, JavIer. (2015a). El Espejo Aymara; ilusiones ideológicas
en Bolivia. La Paz: Plural.
_______________ . (20 de julio de 2015b). Javier Mendoza, el
espejo y los idiomas. Correo del Sur.
MIthen, Steven. (2006). The Singing Neanderthals. The Origins of
Music, Language, Mind and Body. Cambridge: Harvard
University Press.
MIyaoka, OsahIto. (2001). Endangered languages: the crumbling of
the ecosystem of language and culture. En O. Sakiyama y S.
Sakiyama (Eds.), Endangered languages of the pacific rim.
Lectures on endangered languages: 2, from Kioto Conference
2000. Suita: Osaka Gakuin University.
MolIna, Radamés. y Ranz, DanIel. (2000). La idea del cosmos.
Cosmos y música en la antigüedad. Barcelona: Paidós. Morford,
James. (2007). A Study of the Pedagogy of Selected Non-Western
Musical Traditions in Collegiate World Music Ensembles [Tesis de
magister]. West Virginia University.
MorIn, Edgar. (2011). Introducción al pensamiento complejo.
Barcelona: Gedisa.
_______________ . (2010). Complejidad restringida, complejidad
general. Revista Estudios, 93 (7).
_______________ . (2006). El Método III. El Conocimiento del
Conocimiento. Madrid: Cátedra.
— 405 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
MujIca, RIchard. (2014). Música, cultura y transformación:
panorama de los estudios sobre antropología de la música y las
tendencias en Bolivia en el siglo XX. Arqueoantropológicas, 4
(4), 161-193.
Myers, Helen. (2001). Etnomusicología. En F. Cruces (Ed.), Las
culturas musicales: lecturas de etnomusicología. Madrid:
Editorial Trona.
Nájera, Matín. (2007). Tecnocultura y brecha digital». En Actas
XXvI Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología.
Asociación Latinoamericana de Sociología, Guadalajara. Nettl,
Bruno. (2001 [1992]). Últimas tendencias en etnomusicología. En
F. Cruces (Ed.), Las culturas musicales: lecturas de
etnomusicología. Madrid: Editorial Trona.
NIcolescu, Basarab. (1996). La transdisciplinariedad, manifiesto.
Ciudad de México: Multiversidad Mundo Real Edgar Morin.
NIcolas, MIguel. (2004). Tecnocultura y juventud en la
comunicación publicitaria. Razón y palabras, 39.
OsorIo, SergIo. (2012). Ciencias de la complejidad, pensamiento
complejo y conocimiento transdisciplinar. Re-pensando la
humana conditio en un mundo tecnocientífico. Bogotá:
Universidad Militar Nueva Granada.
PalomInos, SImón., Farías, Elías. y Utreras, Gonzalo. (2009).
Música en tensión; producción simbólica en tiempos de
globalización. Santiago: Lom.
Pérez de Arce, José. (2017). Bailes chinos y su identidad invisible.
Revista Chungará, 49 (3), 427-443.
_______________ . (2007a). Música Mapuche. Santiago: Fondo
Nacional de Fomento del Libro y la Lectura.
— 406 —
Relatividad musical
_______________ . (2007b). El guitarrón chileno y su armonía
tímbrica. Resonancias, 21, 23-55.
_______________ . (1996). Polifonía en fiestas rituales de Chile
Central. Revista musical chilena, 50 (185), 38-59.
Pérez MIranda, Lautaro. (2016). Tensiones entre concepciones
musicales en la práctica del Siku en Buenos Aires: El caso de la
Banda de Sikuris de ImPA [Manuscrito].
Platt, TrIstán. (1976). Espejos y maíz; temas de estructura simbolica
andina. cIPca.
Porcello, Thomas. (2003). Tails Out: Social Phenomenology and the
Ethnographic Representation of Technology in Music Making. En:
R. Lysloff, L. Gay y A. Ross (Eds.), Music and Technoculture.
Middletown: Wesleyan University Press. rae. (2018). Afinar. En
Real Academia Española. Recuperado en rae. (2020). tecnología /
máquina / artificio / artefacto / esquizofrenia. En Real Academia
Española. Recuperado en
Racy, AlI. (2004). Can’t Help but Speak, Can’t Help but Play»: Dual
Discourse in Arab Music Pedagogy, Interview with Ali Jihad
Racy by Scott Marcus and Ted Solís. En T. Solís (Ed.),
Performing Ethnomusicology: Teaching and Representation in
World Music Ensembles. Los Ángeles: University of California
Press.
ReIjonen, OllI. (2017). Lost Batucada: The Art of Deixa Falar,
Portela and Mestre Oscar Bigode [Tesis de doctorado].
University of Helsinki.
Reybrouck, Mark., Eerola, Tuomas. y PodlIPnIak, PIotr. (2018).
Music and the Functions of the Brain: Arousal, Emotions, and
Pleasure». Frontiers in Psychology 9, 113.
— 407 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
Rodríguez, Olga. (2011). Identidad i territorio del pueblo Huarpe,
culturas surandinas Huarpes y Diaguitas. En Actas congreso
binacional raíces de etnicidad (pp. 311-334).
Ruíz, VIctor. (2007). El siku y sus perspectivas de utilización en la
educación peruana. Revista del Centro Universitario de Folklore
uNmsm, 1 (1), 177- 196.
Sánchez HuarInga, Carlos. (2014). Organización, arte, identidad e
ideologia en los grupos de sikuris metropolitanos: Procesos
sociales y de cultura juvenil en Lima (1980-2000) [Tesis de
magister]. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Sangüesa,
Ramón. (2013). La tecnocultura y su democratización: ruido, límites
y oportunidades de los labs. Revista iberoamericanna de ciencia,
tecnologia y sociedad, 8 (23).
Schafer, Murray. (1994). The Soundscape. Rochester: Destiny
Books.
SchIPPers, HuIb. y Grant, CatherIne. (2016). Approaching music
cultures as ecosystems: A dynamic model for understanding and
supporting sustainability. En H. Schippers y C. Grant (Eds.),
Sustainable Future for Music Cultures: An Ecological Perspective.
New York: Oxford University Press. Small, ChrIstoPher. (1998).
Musicking: The meanings of performance and listening.
Middletown: Wesleyan University Press.
Solís, Ted. (2004). Community of Comfort: Negotiating a World of
«Latin Marimba». En T. Solís (Ed.), Performing
Ethnomusicology: Teaching and Representation in World Music
Ensembles.
Los Angeles: University of California Press.
Susz, Pedro. (2005). La diversidad asediada. Escritos sobre
culturas y mundialización. La Paz: Plural.
— 408 —
Relatividad musical
Szurmuk, MónIca. y IrwIn, Robert. (2009). Diccionario de Estudios
Culturales Latinoamericanos. México: Siglo Veintiuno. TurIno,
Thomas. (2008). Music as social life: The politics of participation.
Chicago: University of Chicago Press.
_______________ . (1989). The Coherence of Social Style and
Musical Creation among the Aymara in Southern Peru.
Ethnomusicology, 33 (1), 1-30.
_______________ . (1988). La coherencia del estilo social y de la
creación musical entre los Aymara del Sur del Perú. En R.
Romero (Ed.), Música, danzas y máscaras en los Andes. Lima:
Pontificia Universidad Católica del Perú.
UrdacI, Raúl. (7 de septiembre de 2005). Tecnocultura. Diario Siglo
XXI.
Urton, Gary. (2003). La vida social de los números, una ontología
de los números y la filosofía de la aritmética quechua. Cuzco:
Centro de estudios regionales andinos Bartolomé de Las Casas.
Valverde, LuIs. (2007). La danza de los sikuris: creación y
recreación de una danza ancestral andina. Revista del Centro
Universitario de Folklore uNmsm, 1 (1), 315-351.
Whorf, BenjamIn. (1971 [1956]). Lenguaje, Pensamiento y
Realidad. Barcelona: Barral Editores.
WIllIams, Raymond. (2012). Cultura y Materialismo. Buenos
Aires: La Marca Editora.
— 409 —
RESEÑAS BIOGRÁFICAS DE AUTORES-AS
Ignacio Soto-Silva
Doctor en Musicología por la Universidad de Valladolid y la
Universidad de Complutense de Madrid, Magíster en Ciencias de la
Educación y Licenciado en Ciencias y Artes Musicales por la
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Su línea de
investigación se relaciona con el estudio desde un enfoque dialógico
y cualitativo de las dinámicas de construcción identitaria en
contextos urbanos y las relaciones entre música e interculturalidad.
Actualmente es académico del Departamento de Humanidades y
Artes e investigador principal del Núcleo Milenio en Culturas
Musicales y Sonoras (cmus).
Javier Silva-Zurita
Ph.D in Ethnomusicology por Monash University, Master in Music
Studies por The University of Melbourne, y Profesor de Educación
Musical por la Universidad Metropolitana de Ciencias de la
Educación. Su línea de investigación se relaciona con el estudio
etnográfico de las prácticas musicales mapuche. Actualmente es
académico del Departamento de Humanidades y Artes de la
Universidad de Los Lagos, e investigador asociado del Núcleo
Milenio en Culturas Musicales y Sonoras (cmus).
— 410 —
Reseñas biográficas de autores-as
María Bernardita Batlle
Socióloga y Licenciada en Artes de la Pontificia Universidad
Católica de Chile, Magíster en Estudios Culturales en Goldsmiths
University of London y Doctora en Etnomusicología en King’s
College London. Desde la obtención de su grado de doctora en
Agosto de 2019 se ha dedicado a la investigación independiente,
involucrándose en proyectos en relación con la cantora chilena y las
mujeres en la música latinoamericana. Durante 2021 se ha radicado
en Lima, donde comienza nuevas colaboraciones en torno a la mujer
y la décima.
Carola Isabel López Araya
Profesora de música, cantora y payadora. A partir de 1990 conoce el
Canto a lo Poeta y asiste a un taller con Pedro Yáñez (payador) por
tres años, aprendiendo a cantar a lo poeta, a construir décimas y
cuartetas, y a conocer las facetas de la paya chilena. Durante sus
estudios formales de pedagogía estudia guitarrón chileno a través de
las diversas entonaciones de la tradición con el cantor a lo poeta y
profesor Francisco Astorga. Ha colaborado en la escritura de
distintos artículos de investigación y testimonio. En 2020 escribe un
testimonio para el dossier Volver a creer. Música, sonido y escucha
en el movimiento social chileno (2019 2020), en Boletín Música, vol
54, de La Casa de las Américas. Actualmente escribe un testimonio
en colaboración con Natalia Urzúa para el dossier Crisis en versos:
la protesta social a través del prisma de la poesía (1980-2020), de
la revista Caravelle de la Universidad de Toulouse-Jean Jaurès.
— 411 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
Christian Spencer
Titulado en Sociología (1997) y Licenciado en Música (2001) por la
Pontificia Universidad Católica de Chile. Obtuvo su doctorado en
Historia y Ciencias de la Música en la Universidad Complutense de
Madrid en régimen de co-tutela con la Universidad Nova de Lisboa.
Sus líneas de investigación contemplan aspectos de espacio, cultura
popular y música tradicional chilena. Actualmente es director del
Centro de Investigación en Artes y Humanidades (cIah) de la
Universidad Mayor, y director del Núcleo Milenio en Culturas
Musicales y Sonoras (cmus).
Nelson Rodríguez
Profesor de Música y Licenciado en Educación por la Universidad
de Concepción, Magíster en Artes mención Musicología por la
Universidad de Chile; Diplomado en Estética y Filosofía por la
Pontifica Universidad Católica de Chile. Actualmente es estudiante
del programa de Doctorado en Artes mención Música (modalidad
investigación) por la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Becario Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo/Programa
de Becas/Beca de Doctorado Nacional 21200805. Se especializa en
el estudio del rap/hip-hop en Chile y el desarrollo de escenas
musicales juveniles.
Nicolás Masquiarán
Profesor de Música y Licenciado en Educación por la Universidad
de Concepción; Magister en Artes mención Musicología por la
— 412 —
Reseñas biográficas de autores-as
Universidad de Chile. Académico del Departamento de Música de
la Universidad de Concepción. Becario «Agencia Nacional de
Investigación y Desarrollo/Programa de Becas/Beca de Doctorado
Nacional 21200057» para el Doctorado en Historia de la
Universidad de Concepción. Investiga sobre la historia de la música
en Concepción, prácticas musicales subalternas y/o no
institucionalizadas y educación musical.
Jacob Rekedal
Jacob Rekedal es doctor en etnomusicología de la Universidad de
California, Riverside (ee.uu.). Ha realizado investigaciones en
territorio mapuche desde 2009, con apoyo de diversas instituciones
nacionales e internacionales. Sus intereses como músico e
investigador incluyen músicas folklóricas, populares e indígenas de
Norteamérica y Sudamérica, así como sonido, subjetividad y
etnografía. Desde 2015, ha sido representante de Chile al
International Council for Traditional Music (Ictmd), fue Presidente
del Comité Nacional Chileno de la misma organización durante
2019 y 2020. Actualmente es Profesor Asistente del Instituto de
Música de la Universidad Alberto Hurtado, en Santiago, Chile.
Pablo Catrileo Aravena
Profesor de Música y Licenciado en Educación por la
Universidad de Concepción, Chile (2006), Magíster en
Musicología Latinoamericana por la Universidad Alberto
Hurtado (Santiago de Chile, 2017). Sus líneas investigativas
se asocian al estudio de la música popular, el mundo rural y
— 413 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
mapuche. Ha colaborado con publicaciones para
Ethnomusicology Review/Sounding Board de Los Ángeles,
California, participando además de foros y seminarios en
universidades chilenas de Santiago, Talca y Concepción, La
Plata en Argentina y Chiapas y Michoacán en México.
Actualmente se encuentra preparando un libro sobre la música
ranchera en Chile, investigación pionera en el estilo que
cuenta con el apoyo del Fondo de la Música Nacional 2019.
Rolando Angel-Alvarado
Músico, investigador en educación musical y Doctor en
Humanidades y Ciencias Sociales. Actualmente se desempeña como
profesor en el Instituto de Música de la Universidad Alberto Hurtado
(Chile), siendo además miembro de los comités editoriales de dos
revistas arbitradas de la International Society for Music Education.
Sus actividades científicas se centran en la gestión de sistemas
educativos, la teoría de la autodeterminación, la motivación
estudiantil, la autonomía docente, el aislamiento laboral, las
identidades y el liderazgo musical.
Isabel Quiroga-Fuentes
Profesora de música con mención en Dirección Orquestal y
Magíster en Psicología Educacional. Entre sus antecedentes, destaca
su participación activa en clínicas de flauta traversa, sus labores
como monitora de flauta traversa y teoría musical en orquestas
escolares, así como también sus publicaciones en revistas arbitradas
y reuniones científicas en la línea de educación musical inclusiva.
— 414 —
Reseñas biográficas de autores-as
Actualmente se desempeña como profesora de música en el sistema
escolar y como asistente académica en el Instituto de Música de la
Universidad Alberto Hurtado.
Bayron Gárate-González
Profesor de música con mención en Dirección de Coros. Entre sus
actividades, destaca su rol como asistente académico en el Instituto
de Música de la Universidad Alberto Hurtado, su trabajo en
proyectos de retención escolar en escuelas primarias a través de la
Corporación Chile Derechos y sus actividades científicas centradas
en el vínculo existente entre las prácticas musicales y la formación
ciudadana, habiendo discutido sus resultados en instancias locales e
internacionales. Actualmente se desempeña como profesor de
música en una escuela de Santiago de Chile.
Cristian Baez Lazcano
Azapeño, afrodescendiente chileno, y líder activista dentro el
movimiento afrochileno. En 2003, Báez fundó Lumbanga, una
organización afrochilena que también funciona como ong. Desde
esa fecha, ha emprendido proyectos para documentar y difundir la
historia y cultura afrodescendiente de su región. Como investigador
vivencial de la cultura afrochilena, ha escrito dos libros, Identidad y
Territorio Afrodescendiente en Chile (2017) y Lumbanga:
Memorias Orales de la Cultura Afro en Chile (2012), así como
varios artículos para publicaciones como ReVista (Harvard
University). Báez ha presentado en conferencias internacionales y
— 415 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
fue uno de los activistas que impulsaron el reconocimiento
gubernamental del pueblo tribal afrochileno en 2019.
Juan Eduardo Wolf
Profesor asociado de etnomusicología en la Facultad de Música y
Baile en la Universidad de Oregón, ee. uu., donde también es
miembro del cuerpo docente del programa de estudios en folklore y
cultura pública. Su libro Styling Blackness in Chile
(2019), Indiana University Press, documenta varias expresiones de
música-baile donde participa la comunidad afrodescendiente en la
zona norte del país y las analiza en relación con las diferentes
actitudes que la sociedad chilena ha tenido hacia a la negritud. Wolf
adicionalmente ha escrito y presentado sobre varias otras
expresiones musicales de la zona, como las lakitas y bandas de
bronce. También fue coautor de Inga Rimangapa ¡Samuichi! un
método de aprender la variedad de quechua que se habla en
Colombia. Actualmente, se interesa en la forma en que los valores
que se encuentran en las expresiones culturales afrodescendientes e
indígenas en las Américas pueden servir como modelos para
reimaginar nuestras sociedades de una forma más justa y equitativa.
Leonardo Díaz-Collao
Licenciado en Teoría de la Música por la Universidad de Chile
(2012), Máster en Música Hispana (2016) y Doctor en Musicología
por la Universidad de Valladolid (2020). Ha desarrollado
investigaciones etnográficas sobre el papel de la música en
ceremonias de posesión de cofradías marroquíes y sobre el rol del
sonido en la práctica ritual de una machi. Es coautor, junto a Enrique
Cámara de Landa, del libro Para conocerte mejor. Recursos
— 416 —
Reseñas biográficas de autores-as
institucionales y bibliográficos para la investigación en música
tradicional y popular, perteneciente a la colección Instrumentos para
la investigación musical, promovida por la sIbE-Sociedad de
etnomusicología. En la actualidad, es académico del Instituo de
Música de la Universidad Alberto Hurtado e investigador principal
del Núcleo Milenio en Culturas Musicales y Sonoras (cmus).
Lina Barrientos Pacheco
Pedagoga, Licenciada en Música y egresada del Magíster en Artes
mención Musicología, formación académica realizada en la
Universidad de Chile. En el año 2004 obtuvo el Diplomado en
Biología del Conocer-Biología del Amar con el Dr. Humberto
Maturana. Se desempeñó como académica en la Universidad de
Tarapacá desde 1974 hasta 1984 y en la Universidad de La Serena
desde 1984 hasta 2019, impartiendo docencia de las área
musicológicas en las Carrera de Pedagogía en Educación Musical,
Licenciatura en Música, y en el Programa de Magíster
Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos.
Su línea de investigación enfocada en estudios sobre música
andina y Religiosidad Popular de Fiestas Patronales y Fiestas
Marianas del Norte de Chile. Es miembro fundadora de la Sociedad
Chilena de Musicología, asumiendo cargos en Directivas. Entre
1996 y 2000 integró el Programa Interdisciplinario de Educación y
Género de la Universidad de La Serena (PIeg-uls), siendo
coordinadora entre los años 1997 y 1999. Por veinte años formó
parte del Comité Editorial de la Revista Musical Chilena. En el año
2011, el Consejo Chileno de la Música la distinguió con la «Medalla
de la Música», en la categoría Investigación Musical.
— 417 —
Etnomusicología en el chile del siglo xxi
José Pérez de Arce
Investiga la música originaria de los Andes desde los 80. Sus
publicaciones y conferencias abarcan temas relativos a tradiciones
prehispánicas, indígenas y mestizas de los Andes, instrumentos
musicales, estéticas sonoras, continuidades y cambios, procesos de
intercambio a nivel sonoro en términos espaciales y temporales. Su
especialización como arqueomusicólogo le ha permitido trazar
nexos entre culturas prehispánicas y actuales, realizar aportes
metodológicos desde la perspectiva organológica y de análisis, y
desde las especificidades locales, tomando en cuenta los saberes
locales y las ampliaciones de las fronteras del estudio sonoro mas
allá de lo «musical». Sus trabajos como museólogo, como ilustrador
científico, como músico y como instalador sonoro y audiovisual le
han permitido realizar exhibiciones, bandas sonoras, ediciones
musicales, ilustraciones de libros, videos e instalaciones
audiovisuales en torno a los temas de su investigación. Ha recibido
el Premio a la Trayectoria en Cultura Tradicional Categoría
Investigación Margot Loyola 2017, el Premio a la Mejor Obra
Científica publicada en Chile entre 2005 y 2010, Fundación Pedro
Montt, Universidad de Chile 2019 y el Premio a la Trayectoria en
Cultura Tradicional Margot Loyola Palacios, Categoría Creación
otorgado a La Chimuchina 2017.
— 418 —
ESTE LIBRO HA SIDO POSIBLE GRACIAS AL
TRABAJO DE
Autoridades Universidad de Los Lagos
Óscar Garrido Álvarez, Rector Universidad de Los Lagos
Marcia Adams Monsalve, Vicerrectora Académica Sergio
Arce Molina, Director de Bibliotecas
Consejo Editorial
Diana Kiss de Alejandro, Magíster en Comunicación
Nicole Fritz Silva, Doctora en Actividad Física y Deporte
con mención internacional
Jaime Rau Acuña, Doctor en Ciencias Biológicas
Andrea Minte Münzenmayer, Doctora en Educación
Ricardo Casas Tejeda, Doctor © en Ciencias Humanas
Comité Editorial Especializado Arte,
Patrimonio y Arquitectura
Jorge Ferrada Sullivan, Doctor en Filosofía
Mario Del Castillo Oyarzún, Doctor Arquitecto
Claudia Castillo Haeger, Doctora Arquitecta
Catalina Montenegro González, Doctora en Artes y Educación
Ignacio Soto-Silva, Doctor en Musicología
Unidad Editorial
Ricardo Casas Tejeda, Director
Gabriela Balbontín Steffen, Editora
Alexis Hernández Escobar, Diseñador Editorial
Área de Administración
Ana Cabezas Apablaza
Jefa Biblioteca Pablo Neruda
Karin González González
Bibliotecóloga y Abogada especialista en Propiedad
Intelectual
Nayarette Hernández Velozo
Secretaria Dirección de Bibliotecas
Patricio Rogel Aros
Encargado de Procesos Técnicos
Cristina Navarro García Jefa Unidad Logística, Adquisiciones y
Bodega
Desde el Sur cultivamos saberes, cosechamos libros.