Cuadernos del CILHA - a. 16 n. 22 - 2015 - ISSN 1515-6125: 114-116
v. 16 n. 1 – 2015 - EISSN 1852-9615: 114-116
García Barrientos, José-Luis.
La razón pertinaz. Teoría y Teatro actual en
español. Bilbao: Artezblai, 2014. 333 p.
Luis Emilio Abraham
Universidad Nacional de Cuyo - IFD Villa Mercedes
luisemilioabraham@gmail.com
Argentina
Después de Drama y tiempo (1991), de Cómo se comenta una obra de teatro (que
cuenta ya con cinco ediciones luego de la primera de 2001 y está siendo traducido al
francés por editorial Garnier) y de Teatro y ficción (2004), por mencionar solo algunos
de sus libros anteriores, José Luis García Barrientos ofrece en el volumen que aquí se
presenta un trabajo íntimamente vinculado con su trayectoria como teórico del teatro,
pero capaz también de sorprender a quien ya se encuentra familiarizado con ella. Se
suma además, en este caso, el interés de que el libro recoge resultados parciales del
proyecto “Análisis de la Dramaturgia Actual en Español” (ADAE) que el autor dirige
desde el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, cosa que comparte
con una colección de estudios críticos dedicados al teatro reciente de Cuba (José Luis
García Barrientos -dir.- Análisis de la dramaturgia cubana actual, 2011) y con sus
homólogos dedicados al teatro de Argentina y España, de muy próxima aparición.
Ganador del VI Premio Internacional Artez Blai de Investigación sobre las Artes
Escénicas, La razón pertinaz es un libro profundo conceptualmente, pero a la vez
didáctico, que el lector puede encontrar útil al menos para tres objetivos:
(re)encontrarse con la sólida teoría del drama que su autor viene construyendo desde
hace años (la dramatología); conocer nuevas derivaciones de ese sistema teórico; y
acercarse a nombres importantes de la dramaturgia española e hispanoamericana
actual, pues la teoría despliega allí su potencial metodológico aplicándose al estudio de
dramaturgas y dramaturgos vivos, con excepción de Lorca, Valle-Inclán y Buero Vallejo.
El título es provocador y manifiesta desde el principio una actitud que García Barrientos
sostiene con sinceridad a lo largo de las páginas. Tomando distancia de los parámetros
de valor posestructuralistas y posmodernos, sostiene la necesidad de una teoría fuerte,
dotada de sistematicidad entre sus enunciados, validada empíricamente por su
confrontación con un nutrido corpus de obras y concebida con vocación metodológica,
es decir, destinada a ofrecer una serie de herramientas para la práctica crítica y la
enseñanza del drama. Sin embargo, a diferencia de trabajos anteriores como Drama y
tiempo y Cómo se comenta una obra de teatro, este no es un libro enteramente teórico.
De las tres partes que componen el volumen, solo lo es la primera, donde se exponen
los fundamentos de la dramatología.
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Tras un panorama crítico de la teoría literaria del siglo XX, García Barrientos se
posiciona en la poética, cuyos objetos de estudio son tanto la dicción como la ficción y
cuya manifestación contemporánea más visible es la narratología. Aplicada al teatro, la
poética está llamada a ocuparse del drama, es decir, de la historia ficticia (plano del
contenido) tal como queda determinada por el modo dramático de representación en
sentido aristotélico y por la realidad escénica representante (plano de la expresión),
efectiva y actualizada en la puesta en escena, virtual en el texto. Así entendida, la
poética recibe el nombre de dramatología y resulta capaz de apropiarse (por vía
comparativa) de las herramientas que proporciona la narratología específica del modo
narrativo (Genette a la cabeza) con el fin de explicar la singularidad del modo
dramático. En contraste con la mediación de un sujeto narrador, que es lo propio del
relato, el drama se caracteriza por la relación de in-mediatez que el público establece
con la historia, y puede describirse, haciendo uso de sus unidades fundamentales de
análisis, como unos actores-personajes que realizan acciones en un espacio y un
tiempo, frente a la visión de un público.
La segunda parte del libro y la tercera, tituladas “Problemas de dramatología” y
“Dramaturgias”, se sirven de esos principios teóricos para abordar objetos variables. En
algunos capítulos, el propósito está puesto en la solución de dilemas teóricos y solo con
ese fin se recurre al análisis de obras. Así ocurre, por ejemplo, con la discusión sobre el
“teatro posdramático” de Lehmann (hacia el que García Barrientos mantiene una actitud
decididamente polémica) y con el deslinde de las posibles mezclas entre narración y
drama (capítulo 8). Así ocurre también en el capítulo 9, dedicado al tratamiento (muy
estimulante, por cierto) del problema del sujeto de la enunciación en el teatro, lo que
equivale a preguntarse por la presencia o ausencia de autor y público en la ficción
teatral. García Barrientos afirma que, en la enunciación dramática, el autor está
ausente, mientras que el público debe estar presente. Si de alguna manera aparece el
dramaturgo en el acto concreto de una representación escénica, es de forma virtual e
implícita. El “dramaturgo” es el “aparato conceptual” implicado por lo que ve el público:
“Porque el verdadero sujeto de la visión dramática es el público y es el dramaturgo el
que se ve obligado a identificarse con él como alguien que hubiera pre-visto lo que
efectivamente sólo el público ve. Podría decirse que en el teatro es el „tú‟ del público el
que construye el modelo del „yo‟ virtual al que llamamos dramaturgo” (175).
En otros capítulos, la dramatología se transforma en instrumento al servicio de la crítica
y se utiliza para indagar diversas dramaturgias, sobre todo de autoras y autores
españoles e hispanoamericanos del presente, algunos muy jóvenes, pero también las
consecuencias dramatúrgicas de la labor de algunos directores y del escenógrafo
español Carlos Pineda. A veces, esos capítulos críticos se orientan a estudiar un solo
aspecto dramatológico, como el manejo del tiempo en ocho autoras españolas y
mexicanas. Otras veces, el objetivo es ofrecer una visión integral de una obra (¿Para
cuándo son las reclamaciones diplomáticas?, de Valle-Inclán) o del conjunto de una
producción dramática (la del mexicano Jaime Chabaud, por ejemplo). Siguiendo esta
lógica, se estudian a lo largo de las páginas dramas de los españoles Juan Mayorga,
Paloma Pedrero, Ana Diosdado; del cubano González Melo; del argentino Javier Daulte;
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de las mexicanos Ximena Escalante, Adriana Duch y Amezcua Arenas, entre muchos
otros.
A pesar de esta diversidad, la impresión que arroja la lectura del libro es orgánica. La
unidad está proporcionada por la dramatología, que opera como horizonte de
indagación y valoración incluso en el comentario de obras particulares, ya que el autor
sostiene (sin negar la legitimidad de contextualizaciones históricas o sociológicas) la
validez de la lectura teórica, es decir, de aquella que elige la teoría del drama como
contexto. En el fondo de este planteo, hay una intención que García Barrientos declara
en las primeras páginas y que se respira en todo el volumen: la de contrarrestar una
paradoja histórica. Aunque el estudio del teatro haya sido el encargado de inaugurar la
poética, hace ya muchos siglos, la poética contemporánea se ha dedicado
principalmente a la narrativa y ha desatendido olímpicamente el drama.