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LUIS VALERO DE BERNABÉ Y MARTÍN DE EUGENIO Los Virreyes de Sicilia y la Orden de Malta durante el siglo XVI Dr. Luis Valero de Bernabé y Martín de Eugenio, Marqués de Casa Real Académico de Número de la Academia Melitense Hispana Director del Colegio Heráldico de España y de las Indias La vocación marítima de la Orden Hospitalaria de San Juan surgió con la pérdida de la plaza fuerte de San Juan de Acre, último baluarte de los cristianos en el Medio Oriente, el malhadado 18 de mayo de 1291. Fecha en la que el Gran Maestre Juan de Villers con los últimos ocho caballeros hospitalarios, todos ellos malheridos en el combate, embarcose en una carraca perteneciente a la Orden y abandonando la tierra que tan valerosamente habían defendido se hicieron a la mar rumbo a Chipre. En donde buscaron refugio y se establecieron en la ciudad de Limisso que el rey de esta isla les señaló como residencia. Seguidamente el Gran Maestre convocó un Capítulo General, al que acudieron caballeros de toda Europa, en el que ante la imposibilidad de seguir manteniendo fortalezas en tierra firme, desde las que proteger a los peregrinos cristianos, decidieron trocar sus corceles por naos y convertirse en una Orden marítima para la salvaguardia de los cristianos que seguían peregrinando a Jerusalén, y cuyas inermes naves eran fácil presa de los ataques de los corsarios mahometanos. Las naves de la Orden se encargarían de su protección e incluso transportarían ellas mismas a los peregrinos. 2 ACADEMIA MELITENSE HISPANA: ANALES MELITENSES Nº I Así procedieron, pero no tardaron en surgir los roces con el rey de Chipre, receloso del poder que volvía a adquirir la Orden afincada en sus tierras. El Gran Maestre, Fulco de Villaret, con una acertada visión de futuro se dio cuenta que si la Orden quería sobrevivir necesitaba no tener que depender de ningún príncipe cristiano; es decir, adquirir su propia soberanía y convertirse en una potencia marítima. Preclaro pensamiento que anticipaba el ya próximo trágico destino de los templarios, víctimas de la avidez del rey Felipe el Hermoso de Francia, en cuyo reino se habían refugiado. Se hacía imperioso obtener un territorio sobre el que establecer su sede, éste sería la isla de Rodas, situada frente a la costa de Palestina, a la sazón un nido de corsarios cristianos y musulmanes. Se organizó una expedición marítima y el 15 de agosto de 1309 los caballeros sanjuanistas se apoderaban de la isla, a la que fortificaron y convirtieron en un bastión de la Cristiandad situado a escasas millas de la costa islámica. Durante más de doscientos años, las galeras sanjuanistas lucharon con todo arrojo contra un enemigo infinitamente más poderoso pero gracias a su organización y estrategia consiguieron salvaguardar las aguas del Mediterráneo oriental, limpiándola de naves musulmanas dedicadas al pillaje de las costas y naves cristianas. Tan efectiva fue su labor que uno de los grandes logros del más importante sultán otomano, Solimán “El Magnífico” sería doblegar el poder de la Orden y expulsarla de Rodas. Se trataba de un adversario de cuidado para la Orden, pues disponía de un inmenso y bien pertrechado ejército, así como con una poderosa flota, con los que pretendía extender el Islam por Europa y Asia, como efectivamente lograría años más tarde con el sometimiento del Reino de Hungría (1526), al que convirtió en una provincia turca. Preludio de la invasión de Austria y el sitio de su capital Viena, que habría de seguir a continuación. Pero antes decidió conquistar Bagdad (1534) y todo su imperio, por lo que sus tropas invictas lograrían que todo el Oriente Próximo obedeciera a Constantinopla cómo antes había obedecido a los emperadores de Bizancio. Más, retrocediendo al inicio de estas conquistas, el primer adversario a batir serían los Caballeros de Rodas quienes el 26 de junio del año 1522 vieron surgir del horizonte las velas de la gran flota turca, integrada por más cuatrocientas cincuenta naves, en la que viajaban 115.000 soldados para combatir a los seiscientos caballeros sanjuanistas, y sus cuatro mil quinientos hombres de armas, que defendían la isla. Nadie pudo acudir en su socorro, 3 LUIS VALERO DE BERNABÉ Y MARTÍN DE EUGENIO pues las potencias europeas se desangraban enfrentadas en guerras fratricidas. La suerte estaba echada, pero fueron necesarios seis meses de asedio y la muerte de más de sesenta mil otomanos, en los violentos combates que se produjeron, para que el 25 de diciembre del año 1.522 las tropas de Solimán “El Magnífico” lograran conquistar la Isla de Rodas. En las capitulaciones que precedieron se acordó que sus valientes defensores, los Caballeros de San Juan, abandonaran previamente la plaza con todos los honores de la guerra. Terminaba así dos siglos de dominación sobre la isla, desde que el 13 de agosto de 1309 la ocupó el gran maestre Fulco de Villaret, fortificándola y convirtiéndola en sede de la Orden Hospitalaria. El Gran Maestre con los restos de la milicia Hospitalaria lograron refugiarse en la isla de Candía, dominada por los venecianos, a donde fueron arribando los caballeros supervivientes y cuantos prefirieron el destierro antes de caer prisioneros de los turcos. Tras una breve escala se vieron forzados marchar de nuevo, pues los venecianos temían indisponerse con el turco si los daban ayuda, haciéndose a la mar y tras penosa navegación llegaron a la ciudad de Mesina, perteneciente al reino de Sicilia, posesión del rey de España, en donde fue a recibirlos el Virrey, Conde de Monteleone. Se produce entonces el encuentro entre la Orden y Don Héctor de Pignatelli y Carraffa, II Conde de Monteleone, Conde de Burela y Marqués de Cherasco, Virrey del Reino de Sicilia (1517/1534), que habría de ser de gran interés para la Orden. Hagamos una pequeña nota explicatoria sobre dicho personaje: Don Héctor fue el primogénito del noble napolitano Don Héctor de Pignatelli y de su legitima esposa Doña María de Carraffa. El citado su padre, perteneciente a una de las más antiguos e ilustres linajes napolitanos cuyo origen se remontaba a los albores del reino normando de Nápoles, fue Consejero del rey Ferrante I de Nápoles quien le envío como Embajador a la Corte de su primo el rey Don Fernando II “El Católico”, a fin de concertar una alianza entre ambas Coronas frente al expansionismo francés que trataba de apoderarse del Reino de Nápoles. El Embajador napolitano junto con el Embajador del Rey de Aragón, Don Diego López de Haro, fueron seguidamente a Roma y consiguieron que el Papa Alejandro VI se solidarizara con los derechos de Ferrante I al trono napolitano, firmándose el primero de agosto de 1493 el acuerdo del Pontífice con Ferrante I y Fernando II. Así cuando más tarde los embajadores franceses visitaron al Papa para pedirle la investidura del Reino de 4 ACADEMIA MELITENSE HISPANA: ANALES MELITENSES Nº I Nápoles para su Rey y señor, Carlos VIII de Francia, como feudo que era dicho reino de la Santa Sede, éste dio largas al asunto indicando que debía estudiar la pretensión del francés desde el punto de vista jurídico. Así el Rey Ferrante al ver salvado su trono de la amenaza francesa, gracias al apoyo de la Corona Aragonesa y de la Santa Sede, premió a su embajador Pignatelli con el Condado de Monteleone. Si bien la Historia nos dice que el desairado monarca francés trató de conseguir con las armas la investidura que en derecho le había sido negada. Se produjo la invasión del reino napolitano en 1494 y el comienzo de las denominadas Guerras de Italia, en las que los franceses resultarían derrotados y el Reino de Nápoles incorporado otra vez a la Corona de Aragón, por el Tratado de Lyón de 1504. Años después el Conde de Monteleone fue requerido por el Virrey de Nápoles, Don Ramón de Cardona, a fin de aprovechar su experiencia y conocimiento en los asuntos napolitanos, lo que éste aceptó convirtiéndose el año 1507 en Consejero del Virrey. Su hijo, Don Héctor II Pignatelli, sirvió en los ejércitos del virreinato, tomando parte en la campaña de 1509 contra Venecia, en la llamada Liga de Cambray que domeñó el desmesurado orgullo de esta República. Años más tarde lo vemos luchando contra los franceses del Duque de Nemours, a las ordenes directas del Virrey Cardona. Fue hecho prisionero, en la Batalla de Ravena de 1512, y conducido cautivo a Francia. En donde languidecería durante largos meses en una lúgubre mazmorra hasta que fue liberado gracias a la intercesión de San Francisco de Paula. Regresó a Nápoles, encontrándose que en el ínterin había fallecido su padre, por lo que el Virrey Cardona le pidió que ocupase el puesto de Consejero que su padre había dejado vacante. En el año 1517 quedó vacante el cargo de Virrey de Sicilia y, siendo política de los reyes de Aragón el alternar en el cargo a miembros de las más nobles familias aragonesa y napolitanas, se decidió nombrar Virrey a Don Héctor de Pignatelli por su fidelidad y demostrado conocimiento de los problemas de la Isla. Durante su gobierno (1517/1534) hubo de enfrentarse a la constante amenaza que suponían los corsarios berberiscos, que saqueaban las costas sicilianas en busca de esclavos y riquezas, obligándole a tener presta en todo momento una flota de galeras con que oponerse a ellos. Al llegar a su conocimiento la pérdida de Rodas y el que los supervivientes navegaban buscando un refugio se apresuró a ofrecerles hospitalidad en nombre del 5 LUIS VALERO DE BERNABÉ Y MARTÍN DE EUGENIO Emperador Carlos V, de quien el Virrey era el máximo representante en la isla. Sería probablemente él mismo Virrey quien les hablaría de un pequeño archipiélago situado a unas cincuenta millas al sur de la costa siciliana, y a cuya jurisdicción pertenecía desde hacía casi dos siglos. Estaba formado por las islas de, Malta, Gozo, Comino y otros islotes, con una extensión de unos 316 km2. Su estratégica situación entre Sicilia y la costa tunecina de África le convertían en la llave para el control de la navegación por el Mediterráneo. El Virrey Pignatelli, conociendo el gran valor que las galeras de los Caballeros de San Juan suponían para la defensa de las tierras cristianas, se ofreció para trasmitir al Emperador Carlos V la petición del Gran Maestre de la Orden, informando positivamente al Emperador de las ventajas que suponía, para la estrategia imperial contra el Islam, la cesión de la Orden de unos islotes, hasta entonces sin apenas utilidad, para que establecieran allí su sede y lograr así la colaboración de sus galeras en la lucha contra el turco. Seguidamente el Gran Maestre envió unos caballeros como Embajadores para suplicar a Carlos V que hiciera donación a la Orden de San Juan del archipiélago de Malta. En las conversaciones realizadas obtendrían del Emperador la más favorable acogida y el ofrecimiento de la ciudad de Trípoli, posesión española en las costas de Berbería, juntamente con las islas de Malta y de Gozo, también posesión española, con sus rentas y jurisdicciones recibidas en feudo del Rey de España. El Gran Maestre de la Orden de San Juan debía prestar juramento de fidelidad al Rey de España y entregarle anualmente, como tributo feudal de infurción, un halcón a su representante el Virrey de Sicilia. Debemos de matizar que se trataba de un ave de cetrería, según era costumbre entregar en reconocimiento del señorío, y no de una joya de oro y piedras preciosas cómo algún autor ha pretendido hacernos creer. En el año 1527 tuvo lugar la histórica entrevista entre el Gran Maestre Villers de L"Ile Adams y el Emperador Carlos I, en la que ambos soberanos acordaron actuar de consuno para lograr la paz con Francia y con el Pontificado, poniendo fin a la llamada Liga Clementina que junto con los venecianos habían formado contra España, lo que permitiría la unión de todas las armas cristianas contra el común enemigo Solimán, que engreído tras el éxito de Rodas aspiraba a mayores conquistas en Europa. El vislumbrar la tan ansiada paz entre las potencias cristinas siempre hace euforia y, ante estas halagüeñas perspectivas, el Emperador acordose de su Virrey Pignatelli, quien tanto había contribuido para el acuerdo logrado con los Caballeros de San Juan, y a fin de mostrarle su imperial aprecio, por 6 ACADEMIA MELITENSE HISPANA: ANALES MELITENSES Nº I Real Cédula de 29 de marzo de 1527, elevó a ducado la dignidad condal que Pignatelli había heredado de su padre. Mientras, la Orden de San Juan tomaba posesión de la isla de Malta y efectuaba los trabajos necesarios para fortificar su nueva sede hasta convertirla en un inexpugnable bastión, más si la resistencia de sus fortificaciones era considerable lo era aún mas la fuerza de su flota de galeras y la acometividad de sus caballeros. Los cuales que comenzaron a ser conocidos popularmente como los caballeros de Malta. Sus galeras colaborarían ampliamente con las galeras de España y del Pontificado en la defensa de las aguas del Mediterráneo, ratificando así la fecunda colaboración ideada por el Virrey Pignatelli. En el año 1533 encontramos a las galeras de la Orden, bajo el mando del prior Salviati, entre ellas la carraca denominada Santa Ana el más poderoso y artillado navío de la época, que junto con las galeras de Sicilia mandadas por el mismo Virrey Pignatelli se incorporaron a la gran flota organizada por el Almirante Andrea Doria, al servicio del Imperio, marchando juntas a la costa de Morea en donde atacaron y conquistaron las fortalezas musulmanas de Patrás y Corón (1533). El Papa quiso que los sanjuanistas se encargaran también de la defensa de Coron, como avanzada de los países cristianos para frenar el poder de los turcos, aunque la Orden, ante la imposibilidad de defender la plaza por falta de medios, hubo de declinar el ofrecimiento. Meses después Don Héctor Pignatelli falleció a consecuencia de las heridas sufridas en la acción, dejando un grato recuerdo de su gobierno como Virrey de Sicilia, en el que se distinguió por su acertada gestión y labor pacificadora. En el año 1535 el corsario Khaireddin, más conocido por "Barbarroja" conquistó el Reino de Argel y allí se hizo fuerte con la ayuda del Sultán Solimán. Sus naves asaltaron las rutas comerciales del Mediterráneo y disputaron a las españolas el dominio del mismo. Su audacia llegó hasta conquistar el reino moro de Túnez, clave del Mediterráneo. Más esta conquista alarmó a la cristiandad y decidió al Emperador Carlos V a terminar con el corsario atacando personalmente su fortaleza de la Goleta. Se preparó una gran flota bajo el mando del Almirante Doria en la que la galera imperial, mandada por Andrea Doria y en la que viajaba el propio emperador, estaba flanqueada a su derecha por la capitana del Papa y a la izquierda por la de Malta. La acción se saldaría con la conquista de la Goleta y de Túnez. Barbarroja perdió además toda su flota, unas ochenta naos y galeones. 7 LUIS VALERO DE BERNABÉ Y MARTÍN DE EUGENIO Tras esta campaña Carlos V nombró Virrey de Sicilia a Don Fernando de Gonzaga, procedente de una ilustre familia de Mantua (Italia), hijo de Don Juan Francisco de Gonzaga, Marqués de Mantua, y a quien Carlos V por los servicios prestado había elevado a Ducado en el año 1530. Don Fernando entró de joven al servicio del emperador y pronto se contó entre sus más destacados generales, mandando las tropas imperiales contribuyó a la caída de la República de Florencia y a la restauración de los Médicis en dicha ciudad (1530) y en el año 1535, según hemos visto, fue nombrado Virrey de Sicilia, cargo que desempeñó durante once años. El Virrey Gonzaga y el Gran Maestre de San Juan, el español frey Juan de Homedes (1536/1553), a fin de consolidar el triunfo alcanzado en La Goleta planearon en el año 1538 atacar la fortaleza de Preveza, en donde había buscado refugio el temible Barbarroja. Se reunió una escuadra dirigida por el almirante Andrea Doria, quien en la formación de combate puso a su derecha la Santa Petronila, capitana de Malta, mandada por el prior Paulo Simeon, y a su izquierda la de Sicilia, en la que viajaba el propio Virrey Gonzaga, Capitán General de las gentes de tierra. En la expedición embarcaron veinticinco mil soldados, pertenecientes a los tercios españoles e italianos, repartidos entre 134 galeras y 64 navíos que se enfrentaron a las 160 naos que formaban la escuadra de Barbarroja que había salido de Preveza para plantarlos batalla en alta mar. Se sucedieron una serie de combates con distinta suerte entre ambas armadas, en la que todos dieron muestras de coraje y valor, aunque Barbarroja se retiró sin llegar a la gran batalla decisiva que resolviera la situación a favor de cristianos o musulmanes, pues para ello habría que esperar a la acción de Lepanto (1572). En el año 1541 Carlos V decidió atacar la plaza fuerte de Argel, refugio constante de corsarios que desde allí causaban graves dalos en las costas españolas. A finales de septiembre llegaron a la bahía de Mallorca 160 naves de Sicilia y Nápoles, en las que viajaba en Virrey Gonzaga, allí se les reunieron las galeras de Malta, de Mallorca y de Génova, mandadas estas por Andrea Doria y por último llegó el propio Carlos V con lo más granado de la nobleza española. Lamentablemente la expedición terminó en un fracaso por las malas condiciones del mar y hubo que abandonar la cabeza de puente lograda en Argel. En la evacuación, ciento cincuenta caballeros sanjuanistas cubrieron valerosamente la retirada, permitiendo con ello que las tropas pudieran embarcar y evitando cuantiosas bajas al ejército imperial. 8 ACADEMIA MELITENSE HISPANA: ANALES MELITENSES Nº I El desastre de Argel haría peligrar la plaza de Trípoli defendida por la Orden que en el año 1543 fue asediado por Murat Agá y la Orden pensó en abandonarla ante la falta de los medios necesarios para su defensa. El Virrey Gonzaga preocupado como estaba de defender Sicilia, cuyas costas asolaban las naos corsarias tunecinas, apenas pudo mandarles refuerzos. Sin embargo, Carlos V se opuso terminantemente a este abandono y les envío una escuadra de cinco galeras, mandada por Don García de Toledo, en nombre de su padre Don Pedro de Toledo, Marqués de Villafranca y Virrey de Nápoles. En el año 1547 el Virrey Gonzaga cesó para pasar a ser gobernador de Milán (1546/1555) hasta que sintiéndose ya fatigado solicitó el retiro. Dos años más tarde Felipe II, en premio a toda una vida de servicios a la Corona, en 1557 le hizo Duque de Guastalla en el Milanesado y Príncipe de Molfeta en su reino de Nápoles, falleciendo Gonzaga en ese mismo año. En substitución ese mismo año es nombrado Virrey de Sicilia Don Juan de Vega Portocarrero, perteneciente a la casa de los Señores de Grajal (León) y hermano de Don Lope de Vega Portocarrero, Maestresala del Emperador Carlos V. Ejerció el cargo durante diez años y a poco de tomar posesión tuvo ya que enfrentarse al grave dado que ocasionaba el corsario Dragut, por lo que aparejo para el combate las galeras de Sicilia para hacerse a la mar, en unión de las de Nápoles, mandadas por el antes citado Don García de Toledo, saliendo en persecución de Dragut aunque sin poder darle alcance. Al año siguiente, informado Dragut que todas las naves de Nápoles, Sicilia y Génova habían salido hacia España para trasportar al Príncipe Felipe a Flandes, volvió a asolar la costa cristiana de Nápoles haciendo gran número de cautivos y apresando una galera de San Juan que pretendió cortarle el paso. Esta audaz acción convenció al Virrey Vega que la única forma de acabar con el corsario era atacarle en su propia guarida, la ciudad de Mehedia o África, situada a veintiocho leguas de Túnez y para ello se puso de cuerdo con el Gran Maestre Juan de Homedes, con Don García de Toledo y con el Almirante Doria para preparar una expedición conjunta que tras dura y sangrienta lucha logró conquistar la ciudad el 10 de septiembre de 1550, haciendo de ella una posesión española que durante años se mantendría en el litoral africano evitando así que los corsarios musulmanes pudieran encontrar refugio en la zona. El nuevo Virrey sería Don Juan de la Cerda (1547/1557), IV Duque de Medinaceli, Grande de España, hijo del II Duque Don Juan de la 9 LUIS VALERO DE BERNABÉ Y MARTÍN DE EUGENIO Cerda y de Doña María de Silva, ilustre y opulento magnate más apto par lucir entre el fausto de los salones cortesanos que para dirigir una hueste, aunque siempre caballeroso y afable. Durante su gobierno tendría lugar el asedio de Malta por la flota turca, mandada por el almirante Sinan, que el 18 de julio de 1551 llegó a la isla desembarcando en ella su temible infantería, los Jenízaros, pero un contraataque de los sanjuanistas diezmó sus filas y cobardemente Sinan reembarcó sus tropas y pasó a la vecino isla de Gozo de la que se apoderó, pese a la heroica defensa del comendador Sesé, haciendo seis mil cautivos, hombres, mujeres y niños, para después abandonar la isla, tras haber talado todos sus árboles e incendiado todas las casas. De allí pasó a Trípoli en poder de la Orden de San Juan y desembarcando sus tropas la asedió. En esto llegó a la ciudad una escuadra francesa en la que viajaba el embajador francés que iba a Constantinopla, para firmar un tratado de amistad y ayuda con el Gran Turco. Fue primero recibido por Sinan, a quien presentó sus credenciales y conferenció amigablemente ofreciéndose a mediar para que pudiera tomar la plaza, tras ello entró en la ciudad y en primer lugar trató de convencer a los comendadores sanjuanistas de la conveniencia de rendirla en evitación de mayores males. A lo que éstos se negaron por lo que, aprovechando la neutralidad de la que gozaba, envió a un miembro de su séquito para que informara a los sitiadores sobre los puntos débiles de la muralla. La poderosa artillería otomana no tardaría en demoler las dos torres más débiles y abrir una brecha en la muralla. Ante ello esforzarse en la defensa ante tal superioridad enemiga era ya empresa vana, por lo que el pérfido francés logró así convencer a los sanjuanistas que evacuaran la plaza y el mismo les condujo a Malta en sus propias naves. La pérdida de tan importante enclave causó una gran consternación, aunque por el momento Carlos V no pudo disponer ningún contraataque, ocupado cómo estaba en guerra con los príncipes protestantes, sintiéndose viejo y achacoso resignó el poder retirándose al Monasterio de Yuste. Cuando Felipe II ocupó el trono el Mediterráneo que encontraba en manos de corsarios y piratas, la navegación se encontraba casi interrumpida, pues se decía que los turcos, y sus aliados los corsarios moros, dominaban de tal forma el Mediterráneo que no pasaba navío de Levante a Poniente o viceversa que no cayera en sus manos a la vez que sus naves asolaban de tal forma las costas de España e Italia, aprisionando a sus gentes, que toda la franja costera quedó inculta y despoblada sin que nadie se atreviera a morar allí. Gran 10 ACADEMIA MELITENSE HISPANA: ANALES MELITENSES Nº I número de cautivos, españoles e italianos, sufría prisión en África. Numerosos jóvenes cristianos eran raptados por los barcos musulmanes y conducidos a Constantinopla en donde eran obligados a renegar de su fe y adiestrarse para convertirse en Jenízaros, la infantería de elite del Gran turco. Era preciso poner coto a este lamentable estado de cosas, como pedían a Felipe II los procuradores de las ciudades reunidos en las Cortes de Toledo de 1560. Mientras, en lo que respecta a Sicilia y Nápoles las correrías de Dragut era tales que nadie se atrevía hacerse a la mar, por lo que reuniéndose el Virrey Medinaceli y el Gran Maestre de Malta, frey Juan de la Valeta, decidieron organizar una expedición para recuperar Trípoli. Pidieron refuerzos a Felipe II que les envió una flota de galeras, a las que se sumaron las naves de Sicilia, Nápoles, Roma, Malta y Florencia, constituyéndose una formidable armada compuesta de mas de cien naves y se aprestó un cuerpo de catorce mil soldados. Pero anduvo el Virrey Medinaceli tan poco diligente que cuando al fin logro hacerse a la mar con su armada, Dragut había tenido tiempo de organizarla defensa y pedir ayuda al Sultán turco. Comenzó con malos auspicios esta expedición, por otra parte mal preparada. Los alimentos y provisiones que llevaba eran insuficientes y estaban medio podridos, por lo que pronto las enfermedades empezaron a diezmar las tripulaciones que perdieron más de cuatro mil hombres entre muertos y enfermos. A ello se unió la mala estrategia pues en vez de marchar directamente hacia Trípoli se dirigieron la isla de los Gelbes, en donde desembarcaron y trataron de conquistar su castillo fuertemente protegido, dando tiempo a que llegara la flota enviada por Constantinopla que les cortó la retirada. Ante esta situación muchas galeras cristianas, en su precipitación por escapar de la trampa en que habían caído, se estrellaron contra los escollos o encallaron en los bajíos. El desastre fue total y solo el Duque Virrey y el Duque de Tursis, sobrino de Andrea Doria, lograron escapar hacia Sicilia, mientras que el resto de los españoles desembarcados eran masacrados o cautivados por los turcos. El prestigio del Virrey Medinaceli decayó enormemente y ya fue incapaz de reaccionar encerrándose en su castillo de Palermo, mientras las naves turcas dominaban el mar. La situación se complicó aún más por el fallecimiento del ya muy anciano almirante Doria, el 25 de noviembre de 1560, sin que su sobrino y heredero el Duque de Tursis reuniera las dotes necesarias para substituirle, 11 LUIS VALERO DE BERNABÉ Y MARTÍN DE EUGENIO pues a él se debía en gran parte el fracaso de la expedición a Trípoli. Felipe II alarmado rechazó que Tursis sucediera a su tío cómo Capitán General de la Mar Mediterránea y designó en su lugar a Don García de Toledo, cubriendo el cargo que hasta su muerte había desempeñado el Almirante Doria. Nos detendremos ahora para hacer una breve semblanza del citado Don García de Toledo (1514-1578), a quien hemos mencionado ya en varias ocasiones. Procedía también de la más encumbrada nobleza castellana, tanto porte de su padre Don Pedro de Toledo y Zúñiga como por su madre Doña María Pimentel Osorio. Su padre, Don Pedro, fue hijo de Don Fadrique Álvarez de Toledo, II Duque de Alba, pero al ser un segundogénito hubo de labrarse su fortuna con las armas. Desde muy joven comenzó como Paje del Rey Católico y junto al Duque, su padre, se distinguió en la conquista de Navarra. Años más tarde al servicio de Carlos I participó en las Guerras de Alemania, Italia y Francia. En premio a sus servicios fue nombrado Virrey de Nápoles en el año 1532, cargo que desempeñó con la mayor eficacia durante más de veinte años. Sería en Nápoles en donde pasó su juventud su hijo Don García y se inició en las cosas de la mar a las ordenes del famoso Almirante Andrea Doria, Duque de Melfi y Capitán General de la Mar. Sus relaciones con este gran marino le fueron de suma utilidad pues de él aprendería a combatir en la mar, mostrándose como un aventajado discípulo. En la expedición de Túnez en 1535, a la que antes ya nos hemos referido, su padre el Virrey de Nápoles, obtuvo del Emperador que su hijo fuera nombrado General de las Galeras de Nápoles y que al frente de doce galeras se incorporara a la flota. Esta sería la primera gran batalla naval en la que se distinguiría Don García, dando pruebas de su valor y pericia en la persecución de las naos turcas. Volvemos a encontrarle en repetidas acciones navales contra el turco, entre ellas el socorro a la plaza de Trípoli en el año 1543 y en la expedición contra Dragut que conquistó Mehedia en 1550. En el año 1552, Don García tuvo que abandonar la mar por motivos de salud y pasó a ocupar la Coronelía de la Infantería española de Nápoles, demostrando tener en tierra las mismas cualidades de mando que en la mar. En los años que se sucedieron participaría en numerosas acciones bélicas contra los enemigos del Imperio a las ordenes de su primo el Duque de Alba, interviniendo que en la guerra contra el Papa Paulo IV hasta forzarle a aceptar el armisticio. Lograda la paz, Felipe II mandó llamar a su Corte a Don García, ya Marqués de Villafranca, título que había heredado de su madre, y le nombró Ayo del Príncipe Don Carlos. Sin embargo el atender a la formación de tan 12 ACADEMIA MELITENSE HISPANA: ANALES MELITENSES Nº I incómodo pupilo era algo que exasperaba a Don García, por lo que en cuanto el Príncipe alcanzó la mayoría de edad solicitó ser relevado de su cometido y recibió el cargo de Virrey de Cataluña. Más poco le duraría este cargo, pues en 1564 el Rey Don Felipe II, recordando sus buenos servicios en lucha naval contra el turco, le designó Capitán General de la Mar, según hemos visto. Don García reorganizó la flota y se encargó de la difícil conquista del Peñón de los Vélez de la Gomera, que servía de refugio a numerosas naves corsarias que saqueaban nuestras costas. Al frente de una armada de 150 galeras, en la que también formaban las galeras de Malta, salió de Cádiz y tras vencer a los moros que guarnecían su castillo se apoderó del Peñón, el cual fortificó y dejo en manos de una guarnición española. Al regreso de la expedición, nada más desembarcar se encontró con la noticia que el rey Felipe II le nombraba Virrey de Sicilia, en reemplazo del Duque de Medinaceli que regresaba a España, cargo que desempeñaría durante once años. La pérdida del Peñón de Vélez y los continuos daños y presas que las galeras de los Caballeros de San Juan hacían de los barcos turcos, movieron al ya muy anciano Sultán Solimán a destruir a tan peligroso enemigo, cómo ya lo había hecho al comienzo de su largo reinado arrebatándolos la isla de Rodas. Se iniciaron de inmediato los preparativos para reunir una gran armada que lograra acabar de una vea con tan peligroso enemigo, conquistando la isla de Malta, sede de las Galeras de la Orden y desde la que los Caballeros de la misma realizaban sus ataques marítimos, y masacrando hasta el último de sus caballeros para que no pudiera resurgir nunca más. No pasaron inadvertidos los preparativos bélicos que se hacían en Constantinopla y noticioso de ello Don García de Toledo, sin saber exactamente cual sería el destino de la flota turca, mandó armar treinta galeras de la flota de Sicilia y embarcar en ellas a tres mil españoles con los que reforzar la guarnición de la Goleta (Túnez), pues sabía que era uno de los objetivos de los turcos, sin descuidar con ello a Malta enviando mil soldados españoles para ayudar a la guarnición de la isla y con ellos a su propio hijo. El Gran Maestre de Malta llamó a todos los caballeros de la orden para que acudieran en su defensa, reuniéndose hasta 500 caballeros de las diferentes lenguas o naciones que componían la Orden y unos cuatro mil hombres de armas. Semanas más tarde se presentó ante la isla la gran armada turca, con más de 170 galeras y cincuenta mil soldados. Se inició el bloqueo de la isla, a fin que no pudiera recibir ayuda alguna del exterior, y se preparó el asalto de los fuertes que la defendían. Pero el Virrey Don García de Toledo envió algunas 13 LUIS VALERO DE BERNABÉ Y MARTÍN DE EUGENIO naves para que hostigaran a las naos turcas y rompiesen el bloqueo a fin de desembarcar víveres y soldados. El socorro, aunque escaso, sirvió para alentar a los defensores al saber que no estaban solos. Mientras que sucedían los ataques turcos, cada vez más encarnizados, y que terminarían por conquistar la importante fortaleza de San Telmo. Ante el temor que la isla sucumbiera el Virrey Don García pertrechó una flota de sesenta galeras de Sicilia y Nápoles, en las que embarcó cuantas tropas pudo y con ellas lo más florido de la nobleza española e italiana. La expedición logró romper el bloqueo y desembarcar diez mil hombres que cayeron sobre el campamento turco provocando la desbandada. Los pacháes Mustafá y Piali que mandaban el ejercito turco asustados por el cariz que tomaba el asedio decidieron reembarcar a sus hombres, ante el acoso de las galeras de Sicilia que amenazaban con cortarles la retirada. Malta se había salvado y la población recibió con gran júbilo a su salvador, Don García de Toledo, Marques de Villafranca. En el año 1566 Don García solicitó cesar en su gobierno para regresar a España, sintiéndose ya anciano, en donde sería nombrado miembro del Consejo de Estado y del de la Guerra. Desde este nuevo cargo ayudaría a preparar de la gran armada cristiana, diseñando su plan estratégico y contribuyendo así al triunfo de las armas cristianas. En las aguas del golfo de Lepanto la armada española, en la que formaban las naves de Malta y del Papa, bajo el mando de Don Juan de Austria derrotaron a la armada turca, en "la más grande ocasión que vieron los siglos" y terminaron así con el poder naval turco. Tras lo cual en premio a sus muchos servicios y en especial al socorro de Malta que había realizado, recibió de Felipe II el Ducado de la Fernandina, por Real Cédula de 18 de mayo de 1573, unido al feudo sobre dicha población napolitana. El nuevo Virrey de Sicilia sería Don Carlos Tagliavía de Aragón, Duque de Terranova. Don Carlos era natural de Palermo (Sicilia) en donde había nacido en 1530, hijo de Don Juan Tagliavía de Aragón y de Doña Antonia de Aragón Concecho, ambos procedentes de una ilustre familia siciliana descendiente de la Casa Real de Aragón. Su padre era Príncipe de Castelveltrano, Marqués de Avola y de Terranova, títulos que heredó el citado Don Carlos junto con una inmensa fortuna. En aquellos tiempos el Imperio Español ardía en guerras contra ingleses, holandeses, franceses y turcos por lo que Felipe II sagazmente procuró atraerse al Príncipe de Castelveltrano, aprovechando así la gran influencia que éste tenía en toda la isla de Sicilia, en donde era conocido como “Il Gran Siculo” o el Gran 14 ACADEMIA MELITENSE HISPANA: ANALES MELITENSES Nº I Siciliano. Le concedió elevar su marquesado a ducado, por Real Cédula de 15 de agosto de 1561, y le nombró Gran Condestable de Sicilia y Almirante de las Galeras de Sicilia. Al conocer la renuncia del Marqués de Villafranca le designo como Virrey de Sicilia cargo que desempeñó durante dos años (1566/68), aunque fue más bien un administrador y no un guerrero, por lo que Felipe II decidió confiarle misiones más de acuerdo con su condición, nombrándole su Embajador ante la Corte de Viena en 1569 de donde tendría que regresar en 1571 para hacerse cargo de nuevo del Virreinato, por la muerte de su sucesor Le había sucedido en 1568 como Virrey de Sicilia Don Fernando Francisco de Avalos, V Marqués de Pescara, Gran Camarlengo del Reino de Nápoles. Era el primogénito de Don Alonso de Avalos, famoso general de Carlos V, y de Doña Diana de Cardona, IV Marqueses de Pescara. Si bien su familia era napolitana descendía del Condestable de Castilla Don Iñigo López de Avalos, uno de cuyos hijos pasó a Nápoles al servicio del Rey Don Alonso V el Magnífico, estableciéndose allí en donde fundó la línea de los Marqueses de Pescara. Ejerció el cargo durante tres años, hasta su fallecimiento, pero no fue tampoco hombre de guerra, cuando tanta falta hacía actuar contra los turcos, y su gobierno se distinguió por la protección prestada a las letras y a las bellas artes. En 1571 fundó en Palermo la Academia de Bellas Artes y a poco enfermó de gravedad, designando a Don José Landriano, Conde de Landriano, para que encargara interinamente del gobierno.. Nuevamente encontramos como Virrey a Don Carlos Tagliavía de Aragón, Duque de Terranova, gobernando durante seis años pues Felipe II no encontraba la persona idónea para substituirle. Al comienzo de su segundo mandato le tocó intervenir en la organización de la Gran Armada que habría de combatir en Lepanto, encargándose de la colaboración con la Orden de San Juan para el abastecimiento de todo tipo de vituallas y municiones. Tras ello no volvería a participar en ninguna otra acción bélica, siendo incapaz de defender los presidios que España tenía en el Norte de Africa, pues en el año 1574 una flota turca de 300 naves y cuarenta mil soldados, enviada por el nuevo sultán Selim II, nos arrebató la plaza fuerte de la Goleta, así cómo las ciudades de Bizerta y Tunez. Felipe II tardaría aún en encontrar al hombre con las dotes necesarias para confiarle el Virreinato, al que amenazaban tantos peligros, por lo que mantuvo a Terranova hasta que en 1577 fue cesado y trasladado cómo Gobernador General de Cataluña, cargo más idóneo con sus dotes de estadista y 15 LUIS VALERO DE BERNABÉ Y MARTÍN DE EUGENIO que desempeñó sin problemas, y después en 1583 le nombró Gobernador del Milanesado (Italia), en donde ejerció un acertado gobierno durante nueve años, por cuyos méritos recibió el Toisón de Oro. El nuevo Virrey de Sicilia, designado en el año 1577, sería un famoso marino, el Duque de Tagliacozzo, Don Marco Antonio Colonna (1535/1584). Procedente de una noble familia italiana de los Estados Pontificios, a la que habían pertenecido Papas, cardenales, hombres de estado y guerreros. Fue hijo de Ascanio Colonna y de Juana de Aragón y desde joven le había atraído el mar y las acciones navales. En el 1570 el Papa Pío V le dio el mando de la escuadra pontificia que junto con la veneciana y la española habían de defender la isla de Chipre de los ataques de los turcos. Sus afanes de mando provocaron la rivalidad con los comandantes de las galeras españolas y venecianas, lo que debilitó la acción conjunta hasta la llegada de Don Juan de Austria, cuyo nombramiento de Generalísimo de la escuadra combinada aceptó sin protesta y participó en la Batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, mandando con valor y pericia uno de los flancos navales. Marchó a Roma para recibir los honores del triunfo como almirante de la flota pontificia y años más tarde entró al servicio de España, siendo nombrado Virrey de Sicilia en 1577 cargo que desempeño hasta su muerte en 1584. Durante su gobierno reorganizó la marina de guerra y se realizaron diversas acciones contra los turcos, siempre con la colaboración de las galeras de Malta, si bien el Virrey nunca llegó a entenderse bien con su Gran Maestre, pues tuvo varios enfrentamientos con la Orden de Malta, debidos al antiguo pleito de las extracciones de trigo y cebada a la que la Orden estaba autorizada realizar en Sicilia para su propio sustento, por concesión del Emperador Carlos V, lo que suponía unas quince mil salmas de trigo, dos mil doscientas salmas de cebada y seiscientas de legumbres al año. Obligación que provocaba el rechazo de los sicilianos por lo que se opuso el Virrey Colonna suspendiéndola durante varios años, por lo que la Orden envió a España a su gran canciller Fray Antonio de Maldonado que tras largas conversaciones obtendría la aprobación de Felipe II que en el año 1580 ordenó a su Virrey cumpliera con la Orden y la resarciera por los atrasos habidos. Nuevamente volvería a chocar con la Orden pues años más tarde con ocasión de una nueva amenaza del turco sobre Malta, la Orden pidió al Virrey que la abasteciera de vituallas, armas, municiones y hombres de guerra, alo que éste negose en principio considerando infundada la alarma, haciendo que nuevamente la Orden enviara un embajador a España y tras diversas 16 ACADEMIA MELITENSE HISPANA: ANALES MELITENSES Nº I negociaciones obtuviera de Felipe II que enviara una galera a Sicilia a por vituallas y si no tuviera colaboración en ello podía requisar las naves que encontrara hasta llenar la galera con los bastimentos necesarios. Tan tirantes se pusieron las relaciones entre el Virrey y la Orden que éste decidió desplazarse personalmente a la Corte para exponer sus razones ante el rey Felipe II, aunque con la desgracia que falleció durante el viaje, substituyéndole interinamente en el gobierno el Conde de Briatico. Sucedió como Virrey de Sicilia en el año 1585 Don Diego Enríquez de Guzmán, III Conde de Alba de Liste y Almirante de las Galeras de Sicilia. Era hijo de Don Enrique Enríquez de Guzmán, Capitán General del Ejército de Cataluña y fallecido prematuramente en la guerra de Perpiñán contra los franceses, por lo que su hijo heredaría el título de su abuelo. Don Diego ejerció el cargo durante siete años y a poco de tomar el mando quiso ya organizar la primera acción bélica contra los turcos y en el año 1586 preparó una expedición a Argel, en colaboración con el Gran Maestre de Malta, frey Hugo Loubens de Verdalle, pero ambos chocaron con el Duque de Tursis, Andrea Doria, Capitán General de la Armada del Mediterráneo que estaba celoso de la iniciativa pos considerarla menoscabadora de su mando y la expedición abortó. La enemistad entre el Virrey y el Duque de Tursis se mantendría viva obstaculizando cualquier actividad naval. Así cuando en el año 1592 la peste asoló Sicilia a raíz de este suceso el Virrey pidió licencia para ser relevado en el cargo, siendo substituido por el Conde de Olivares. Don Enrique de Guzmán y Pimentel, II Conde de Olivares, (1540/1607), fue designado Virrey de Sicilia en el año 1592. Era hijo de Don Pedro de Guzmán, Mayordomo Mayor del Rey y I Conde de Olivares. Desde muy joven se inicio en la vida de la Corte acompañando a Inglaterra como paje al entonces Príncipe Felipe, con ocasión de su matrimonio con la Reina María Tudor. Estuvo en la Guerra de Nápoles y participó en la Batalla de San Quintín en donde recibió una herida en la pierna que le dejó cojo de por vida, lo que agrió en su carácter y le hizo compensar con su altanería las consecuencias de su defecto físico. Espíritu altanero y soberbio que heredaría su hijo Don Gaspar de Guzmán, poderoso valido que sería de Felipe IV. En el año 1582 fue enviado como Embajador a Roma permaneciendo allí durante diez años, chocando varias veces con el Papa Pío V a quien reprochaba su tibieza, al no censurar a los católicos franceses que apoyaban al protestante Enrique de Borbón contra la liga católica preconizada por Felipe II, por lo que el Papa quiso expulsarle de Roma pidiendo al rey su substitución como 17 LUIS VALERO DE BERNABÉ Y MARTÍN DE EUGENIO embajador, a lo que el monarca daba largas sin responder. La situación se fue haciendo cada vez más tirante, cómo lo demuestra una anécdota ocurrida entre el Embajador y el Pontífice. Cuentan que Olivares acostumbraba a dar las horas en su morada a son de campana. Molesto el Papa Sixto V, y deseando humillarle, mandó advertirle que en la ciudad de Roma solo los Cardenales gozaban del privilegio de tañer campanas. Iracundo ante el mensaje el Conde de Olivares decidió dar la hora de otra laya, así las horas, las medias y los cuartos se marcaban a cañonazos, para lo que no hacía falta capelo cardenalicio ni privilegio papal. A poco Su Santidad envió al Embajador de Su católica Majestad, el Rey de las Españas, un permiso especial por el que podía poner sonería a sus relojes y llamar con campanillas a sus criados, pero rogándole no diera más cañonazos cuyo estruendo alteraba la vida de la ciudad. Desempeñó el cargo de Virrey durante tres años hasta que en 1595 cesó pasa pasar a ser Virrey de Nápoles, cargo que consideraba más importante. Durante su gobierno en Sicilia dio muestras de energía preocupándose especialmente de reorganizar la hacienda y reformar la administración de justicia. En 1599 regresó a la Corte y allí trató de obtener la Grandeza de España, lo que no consiguió y cuyo pesar amargaría los últimos años de su vida, recibiendo en cambio el nombramiento de consejero de los Consejos de Estado y Guerra. Le sucedió interinamente el Marqués de Geraci, hasta que en 1598 llegó el nuevo Virrey Don Bernardino de Cárdenas, III Duque de Maqueda y Adelantado Mayor de Granada. Era hijo de Don Bernardino de Cárdenas, Marqués de Elche y primogénito del II Duque de Maqueda, y de su esposa Doña Juana de Portugal, hija de Don Jaime de Portugal, Duque de Braganza. Su padre no llegó ostentar el título por premorir por lo que Don Bernardino lo heredó de su abuelo del mismo nombre. Don Bernardino venía avalado por su experiencia de gobierno adquirida durante su mandato como Virrey y Capitán General de Cataluña (1592/96), a lo que unía unos fuertes lazos de solidaridad con Sicilia y con Malta, pues de joven se había distinguido participando en la defensa de Malta en 1565, derrochando tal valor y emergía que su nombre mereció ser escrito en el Libro de Honor que la Orden abrió tras la derrota del turco para recordar con eterna memoria los nombres y los linajes de todos aquellos caballeros que habían luchado y derramado su sangre en defensa de Malta. Años más tarde participaría en la gloriosa Batalla de Lepanto (1571), por lo que parecía el hombre indicado para 18 ACADEMIA MELITENSE HISPANA: ANALES MELITENSES Nº I ocupar el glorioso cargo de Virrey de Sicilia continuando así la antigua tradición de colaboración con los Grandes Maestres de la Orden. Ejerció el cargo durante tres años hasta su fallecimiento en el año 1601, sucediéndole interinamente en el mismo su hijo primogénito y heredero Don Jorge de Cárdenas, pero esto es ya otro siglo y con ello termina el período objeto de este trabajo, en el que hemos querido glosar brevemente el espíritu de colaboración que existió entre la Orden de San Juan y los virreyes de Sicilia. 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