Guía para evaluar proyectos de investigación en ciencias sociales
Javier Bassi (2018)
Ilustración de Pablo Hernández
Introducción
Es habitual que proyectos de investigación de diverso tipo sean evaluados antes de ser
iniciados. Los actores involucrados, el procedimiento y sus consecuencias dependen del
entorno institucional en el que la investigación se realiza: docentes o comités que
evalúan los proyectos de tesis de estudiantes universitarios/as, docentes o profesionales
que evalúan las postulaciones a fondos concursables de sus pares, agentes de
reparticiones estatales que evalúan proyectos presentados por instituciones o
particulares, etc.
A pesar de esta diversidad, hay cierto acuerdo respecto de algunos aspectos
básicos a evaluar y de los criterios empleados para hacerlo. En ciertos contextos, dichos
aspectos y criterios son explícitos. Es el mejor escenario posible: lo que se espera de un
proyecto no es algo que quien lo presenta deba adivinar sino algo con lo que debe
(intentar) cumplir. La explicitación es justa en la medida en que el resultado de la
evaluación suele tener consecuencias relevantes: la aprobación de una asignatura o la
titulación, la asignación de fondos, la obtención de un puesto de trabajo o una beca, etc.
Por esto, entiendo que el procedimiento debería ser lo más transparente posible. Mi
recomendación al respecto es que existan documentos que precisen los requisitos —de
contenido y forma— exigidos a un proyecto y los criterios que se seguirán para
evaluarlo.
Esta forma de proceder tiene tres beneficios:
i)
quien presenta el proyecto sabe a qué atenerse para componerlo (y no se ve en la
obligación de adivinar y rogar al cielo);
ii) quien evalúa el proyecto sabe a qué prestar atención y qué criterios seguir para
evaluar cada aspecto y
iii) es posible justificar la evaluación remitiéndose al cumplimiento o no de los criterios
explicitados (por tanto, la evaluación no es arbitraria o antojadiza).
Un apunte al margen respecto de esto último: desde la posición
antirrepresentacionista que suscribo (para un detalle, ver Bassi, 2015, pp. 99‐153),
entiendo que no es posible establecer la cientificidad de un proyecto (o, para el caso, de
cualquier dimensión de la práctica científica) al margen de ciertas condiciones
contextuales. La cientificidad (y otras nociones emparentadas como las de objetividad y
verdad) no es una propiedad intrínseca de un procedimiento o de una afirmación acerca
del mundo sino un atributo que se adquiere mediante la observación de cierto
procedimiento más o menos aceptado por una comunidad dada. Dicho procedimiento es
contingente (es decir, depende del contexto): no es trascendental, natural, dado,
necesario, eterno, universal ni nada que se le parezca. De este modo, un proyecto se
vuelve científico de la misma forma en que una afirmación se vuelve verdadera: al
ajustarse, en un grado variable, a los criterios más o menos aceptados por parte de dicha
comunidad o, más específicamente, a los criterios custodiados por los actores
legitimados para ejercer de gendarmes del criterio de demarcación (es decir, del límite
entre la ciencia y la no ciencia).
Visto así, las ideas de corrección, objetividad, verdad, cientificidad son
reemplazadas por las de ajuste y justificación. Deja de tener sentido hacer preguntas del
tipo «¿Es verdad lo que se dice en este marco teórico» o «¿Es científico este
procedimiento metodológico?». Comienza a ser pertinente preguntar «¿Se ajusta el
proyecto a los criterios establecidos (aunque no necesariamente acordados)?» y
«¿Puede quien presentó el proyecto justificar de forma razonable —es decir, defender—
dicho ajuste?». Se sigue que lo máximo que puede pedirse a un proyecto —e, insisto, a
cualquier dimensión de la práctica científica— no es cientificidad, verdad, objetividad o
cosas similares (tomadas en un sentido trascendental o descontextualizado) sino ajuste
a unos criterios.
En mi experiencia, no suele ser el caso. En el contexto en el que más he participado
—la universidad— el ocultismo suele ser la regla (lo cual no hace más que agregar un
poco más de perversidad a un ritual —el de la realización de tesis— de por sí bastante
perverso). El resultado, como es de esperar, es el opuesto al delineado por los tres
beneficios que mencioné antes:
i)
quien presenta el proyecto no sabe a qué atenerse para componerlo (y se guía por
una tradición sedimentada por la práctica, los rumores o sus intuiciones; adivina y
ruega el cielo y, después, no entiende por qué su proyecto fue bien o mal evaluado);
ii) quien evalúa el proyecto no sabe a qué prestar atención ni qué criterios seguir para
realizar la evaluación (es decir, inventa o improvisa) y
iii) no es posible justificar la evaluación (a no ser remitiéndose a un decálogo oscuro e
idiosincrático de requisitos).
La injusticia es manifiesta. Por ello, en este documento hago explícitos los aspectos
a los que suele prestarse atención y los criterios que suelen emplearse para evaluarlos.
Aunque lo parezca por el frecuente uso de la familia de palabras de deber en este texto,
no pretendo cerrar el debate acerca de la evaluación de proyectos ni expedir una receta
del tipo Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva. Al contrario, todo lo que aquí digo es
objeto de debate, por lo que sugiero al/a la lector/a que imagine, antes de cada
afirmación, un «Yo creo que». Así, en lugar de fijar una práctica («Esto se hace así»)
pretendo acercarme a la idea de «truco» (Becker, 1998/2010, p. 17; para una
introducción, ver Bassi, 2015, p. 208 y ss.): «Cuando me he enfrentado a problemas
como éste, me ha resultado útil hacer esto. Mira si te sirve».
Cuestiones generales
Antes de pasar a las cuestiones técnicas (si es que existe tal cosa), algunos comentarios
respecto de la disposición con la que creo que debe enfrentarse la evaluación de un
proyecto de investigación.
i)
Evaluar un proyecto no es forzar a otro/a a que haga la investigación que uno/a
haría. Es muy común que quienes evalúan —consciente o inconscientemente—
«lleven agua para su molino» en lugar de tratar de entender qué es lo que quien
presenta el proyecto está intentando hacer. Por ello, la habilidad básica para evaluar
no es el savoir faire sino la empatía: se trata de ponerse en el lugar del/de la otro/a y
ayudarlo/a desde ahí (lo que bien podría ir, en cierto caso, contra nuestros valores o
posición epistemológica, teórica y/o política). Se espera de un proyecto que sea
internamente consistente (volveré a esto luego), no que conforme a todo el mundo
(un objetivo inalcanzable dado que deriva de suponer que la ciencia es una práctica
aconflictiva por lo que, a priori, todas las controversias serían zanjables).
ii) El propósito de una evaluación no es primariamente poner una calificación o aceptar
o rechazar un proyecto. La palabra evaluación desorienta: pareciera que lo más
importante es asignar un número a un proyecto o decidir si «pasa» o no. Si bien casi
siempre es ése el resultado de una evaluación concreta, no es ése su objetivo central
en el sentido cósmico‐místico del universo tántrico, más que nada, porque una mala
evaluación no transformará a una persona (o equipo de investigación) en otra
(aunque sí la privará de cierto beneficio). Lo esperable es que quien presenta sin
éxito un proyecto siga preocupado/a por las mismas cosas y que sus intereses y
fidelidades epistemológicas, teóricas y políticas no cambien en lo esencial (al menos,
no bruscamente o que sea Joseph Stiglitz). Por ello, lo más importante es que la
evaluación sirva para que el proyecto mejore (según lo que mejorar signifique en la
comunidad de referencia) y la persona aprenda. Así, son mucho más relevantes las
observaciones cualitativas, detalladas y orientadas a la mejora, que los números, los
tachones y los signos de pregunta (que operan como «castigos» a los que es más
difícil encontrar sentido).
iii) La crueldad jamás produjo nada bueno. Volviendo al valor de la empatía, mi máxima
es ésta: «Evalúa el proyecto como te gustaría que evaluaran el tuyo». En ocasiones la
evaluación se hace anónimamente y/o en el contexto de relaciones desiguales en
términos de poder (como docente/estudiante). Eso, entre otras cosas (como no
haber sido testigo del trabajo que produjo el proyecto y cierto goce exultante
derivado de trazar líneas rojas después de haber bebido demasiado café), facilita
que quienes evalúan proyectos hagan gala de un principismo, un nivel de exigencia y
una puntillosidad que jamás aplican a su propio trabajo. Así las cosas, insisto:
recomiendo evaluar poniéndose en el lugar del/de la otro/a y no de un ser superior
enviado a la Tierra para desfacer entuertos.
Ilustración de Pablo Hernández
Cuestiones de procedimiento
En la medida en que hay cierto acuerdo respecto de lo exigible a un proyecto, no es tan
difícil precisar aquello a lo que ha de prestarse atención y con qué criterios evaluarlo.
En lo esencial e independientemente de ciertas diferencias, un proyecto de
investigación se compone de tres elementos:
i)
La formulación del problema (FP) (problematización, pregunta, objetivo general,
objetivos específicos y relevancia)
ii) El marco teórico (MT)
iii) El marco metodológico (MM)
Cada uno de estos elementos responde a diversas preguntas:
i)
La FP: qué se quiere saber (pregunta y objetivos) y relevancia (por qué vale la pena
tomarse el trabajo de averiguarlo).
ii) El MT: desde qué punto de vista teórico se entiende el problema de investigación
construido y presentado en la FP.
iii) El MM: cómo se averiguará lo que se quiere saber.
Estos tres elementos se materializan en más o menos apartados de un proyecto.
Aquí seguiré los que propongo en el libro que publiqué en 2015 y he citado antes:
Formulación de proyectos de tesis en ciencias sociales. Manual de supervivencia para
estudiantes de pre‐ y posgrado. Aconsejo revisarlo ya que, en buena medida, lo que digo
aquí depende de lo que allí planteo como requisitos para cada apartado.
Finalmente y dado que un proyecto tiene (o debería tener) una secuencia lógica
discernible, iré presentando cada apartado en el orden en que suelen encontrarse en un
proyecto (y que yo sigo en el manual). Concretamente, aconsejo evaluar cada apartado y
realizar apreciaciones generales al final.
La fundamentación o problematización (en adelante, problematización)
La problematización es una serie de elemento teóricos y contextuales que, en su
conjunto, construyen el problema de investigación y «llevan» a la pregunta. Su función
es «hacer aparecer» o mostrar el problema de investigación y «llevar» a la pregunta.
Los criterios para evaluarla son:
i)
Pertinencia: los elementos presentados deben contribuir a construir el problema, es
decir, ser relevantes a ese fin (a diferencia de estar por estar o no estar relacionados
con el problema, en cuyo caso se trataría de elementos no pertinentes). Por ejemplo,
si quiero conocer la experiencia de mujeres en puestos de trabajo tradicionalmente
ocupados por hombres, sería pertinente que trate los roles de género y los cambios
operados en ellos, mientras que no sería pertinente que hable del aumento de la
expectativa de vida en los países no desarrollados. En este último caso, podría
cuestionarse el rol de ese elemento en la construcción del problema y hacerse notar
que, si se quitara, la construcción del problema de investigación no se vería afectada
(señal de que estaba por estar). Así, lo que se evalúa es si los elementos presentados
son o no pertinentes.
ii) Suficiencia: la suficiencia alude a que, además de pertinentes, los elementos
presentados deben acabar de construir el problema o, lo que es lo mismo, no deben
faltar elementos para comprender por qué el problema de investigación es un
problema de investigación. En este caso, se evalúa que la fundamentación esté
«completa», por así decirlo. Siguiendo el ejemplo anterior, la fundamentación sería
insuficiente si, además de los roles de género, no se tratara la división por géneros
de ciertos puestos de trabajo. En efecto, si no se aborda ese tema, no queda claro por
qué interesa la experiencia de mujeres en puestos «de hombres». En ese caso, la
problematización sería insuficiente.
iii) Jerarquización: la jerarquización alude al orden en que son presentados los
elementos. En la medida en que la problematización «lleva» a la pregunta es de
esperar que esté organizada según un orden lógico discernible (que yo considero
argumentativo). Así, los elementos deberían ir de lo general a lo particular y de lo
teórico a lo contextual. Retomando el ejemplo, diría que roles de género es un
elemento más general que división por géneros de ciertos puestos de trabajo (que
podría considerarse un área de manifestación de aquello). Por tanto, lo que aquí se
evalúa es si la problematización muestra o no un orden lógico.
iv) Que la problematización «lleve» a la pregunta: suelo decir que la problematización
es un acto de manipulación. Si está bien lograda, quien lee se siente llevado/a
inexorablemente a la pregunta (como en una historia bien contada). Lo deseable es
que, al llegar a la pregunta, quien evalúa piense: «Exacto. Ésa es la pregunta». Si, al
contrario, no entiende «de dónde salió la pregunta» (o partes de ella) es porque la
problematización no ha construido el problema de investigación y, así, la pregunta
aparece como infundada.
La forma concreta de evaluar esto es constatar que 1) en la pregunta
aparezcan los elementos básicos de la problematización y 2) en la pregunta no haya
nada que no esté en la problematización. Lo primero es indicación de que la
problematización construye el problema, lo segundo de que en el problema hay
elementos no tratados en la problematización y que, por ello, «aparecen de forma
brusca» en la pregunta.
Siguiendo con el ejemplo, es esperable que en la pregunta aparezcan
mencionados los roles de género, los puestos de trabajo tradicionalmente ocupados
por hombres y las mujeres que ahora los ocupan, como sucede en «¿Cuáles son las
narrativas de mujeres de la ciudad X que se desempeñan en puestos de trabajo
tradicionalmente ocupados por hombres?». De este modo, no sería apropiada la
pregunta «¿Cuáles son las narrativas de mujeres adolescentes de la ciudad X que se
desempeñan en puestos de trabajo tradicionalmente ocupados por hombres?», en la
medida en que la adolescencia no se presentó como parte del problema de
investigación. Si lo es, ¿por qué no aparece en la problematización? ¿Qué rol juega la
adolescencia en el problema de investigación? ¿Es una de sus dimensiones
constituyentes? ¿Cómo se relaciona la adolescencia con los otros elementos
presentados (roles de género y mundo del trabajo «cruzado» por el género)? En
definitiva, aquí se evalúa la relación entre problematización y pregunta y debe
observarse si la problematización «lleva» o no a la pregunta (y, en caso negativo,
detallar qué elemento tratado en la problematización sobra o falta en la pregunta).
v) Calidad de las fuentes: si se entiende la problematización como una argumentación,
la calidad de las fuentes es fundamental. Una problematización, suelo decir, es tan
buena como las fuentes en que se apoya. Aquí puede prestarse atención dos
aspectos: 1) la validez académica y 2) la actualidad.
Respecto de la validez académica: en una investigación no pueden (no
deberían) utilizarse autores/as «del montón» (que comentan o resumen a
autores/as fundamentales, como sucede en tesis, monografías, introducciones,
presentaciones de PowerPoint con fondo de delfines, etc.), obras de escaso valor
(textos secundarios, que aportan pero no son fundamentales) y/o documentos
provenientes de páginas de dudoso pelaje (del tipo www.elrincondelvago.com o
www.buenastareas.com). Al contrario, es de esperar que se identifique a los/as que
suelo llamar «machos/hembras alfa» del tema del que se trate (que nunca son
muchos/as), las obras de referencia (lo que llamo el «núcleo duro» de textos) y se
obtenga el material de fuentes académicamente válidas (libros comúnmente
aceptados como nodales y publicados por editoriales serias y publicaciones
periódicas rigurosas).
No es que no sea posible —o útil— utilizar una tesis o un libro introductorio
(yo suelo hacerlo cuando desconozco por completo un tema), pero es esperable que
se llegue a través de ellos al «núcleo duro» al que me referí, particularmente si los
textos de ese núcleo están disponibles. En este sentido sería una debilidad, por
ejemplo, realizar una investigación con una perspectiva marxiana sin utilizar, al
menos, algunas obras originales de Marx.
La cuestión de la actualidad es más problemática. Algunos/as autores/as y
docentes definen un periodo de tiempo: «Los textos empleados no pueden tener
más de 10 años de antigüedad». Por mi parte, prefiero no ser tan tajante (y
arbitrario). Diría que es esperable que, en su conjunto, las referencias utilizadas
combinen relevancia (el «núcleo duro» que, en Filosofía, por ejemplo, bien podría
tener 2.500 años de antigüedad) y actualidad (la discusión que siguió a las teorías o
conceptos originales y que, habitualmente, se encuentra en libros que brindan
panorámicas o discuten aspectos específicos de una teoría o en revistas
académicas). Lo que no podría pasar, retomando el ejemplo, es que se cite a Marx… y
nada más. Mucho se han discutido las ideas marxianas (Escuela de Frankfurt,
perspectivas críticas latinoamericanas, etc.) y sería extraño que se haga caso omiso
de esa discusión.
En resumen, respecto de las fuentes se evalúa su «pedigrí académico» y su
actualidad. Por tanto, al evaluar, puede observarse que el material empleado es (o
no) académicamente válido, actualizado, proveniente de fuentes confiables, esencial
(«el núcleo duro»), suficiente, etc.
La pregunta
La pregunta es la «representación lingüística» del problema de investigación (no es el
problema de investigación). Por tanto, la pregunta debería contener los elementos
constitutivos del problema y fijar de forma (muy) resumida qué es lo que se quiere
saber. Por ello, suelo decir que la pregunta es «densa»: la constituyen elementos (puntas
de iceberg) que remiten a posiciones epistemológicas, teorías y métodos (cuerpos de
iceberg). En algún sentido, la pregunta casi resume la investigación entera (de hecho, yo
suelo espiarla al empezar a leer un proyecto para ver «de qué estamos hablando»).
Conceptos como Estado, TIC o discurso aluden a campos teórico‐metodológicos
muy amplios que, en la pregunta, sólo operan como indicaciones hacia otras partes del
proyecto. Por ejemplo y siguiendo estos conceptos, es esperable que, en el marco teórico
y/o en la fundamentación aparezcan tratados con cierto detalle los conceptos de Estado
y TIC y que, del mismo modo, se explicite, en el marco metodológico, qué noción se tiene
de discurso y cómo se hace para conocer tal cosa. Pero, en la pregunta, insisto, sólo
aparecen (y nunca deberían aparecer por aparecer).
No me detendré en los requisitos formales porque están ampliamente detallados
(y problematizados) en el manual (Bassi, 2015, pp. 297‐312). Sólo los mencionaré sin
matices (que los hay) y diré que es esperable que la pregunta los cumpla.
La pregunta debe:
i)
Ser una.
ii) Iniciarse con un modalizador que «abra» un campo de respuesta: qué, cuál, cuáles,
ocasionalmente cómo, casi nunca dónde o cuándo.
iii) No ser cerrada, es decir, no poder contestarse con sí o no (las preguntas cerradas
«cierran» un campo de respuesta).
iv) Contener los elementos centrales tratados en la problematización (es decir, la
pregunta debe derivarse de la fundamentación).
v) Muy relacionado con lo anterior, no contener nada que no esté en la
problematización.
vi) Contener un constructo mediador (como prácticas, relación, discurso, narrativas,
significado, etc.).
vii) Contener lo que Sautu, Boniolo, Dalle y Elbert (2005) llaman el «recorte espacio‐
temporal» (p. 36). Toda investigación se realiza en un lugar y un momento y aborda
una serie limitada de asuntos mediante unos recursos metodológicos de cierto
alcance. Es bueno confesarlos para que no parezca que se pretende realizar la
investigación sobre todos los hombres y todas las mujeres en el no‐lugar del sin‐
tiempo).
viii) Ser breve. Una pregunta de tres líneas o más casi seguro contiene ripio, según decía
Borges de las novelas, y puede abreviarse.
ix) Ser hermosa. La pregunta no emerge automáticamente de la problematización: como
todo lo demás en un proyecto, se construye, y puede construirse de diversas formas,
unas menos repetitivas y cacofónicas que otras, unas más simples y hermosas que
otras.
A fines de una evaluación, cualquiera de estas cosas puede comentarse e,
idealmente, pueden sugerirse alternativas.
El objetivo general
En este punto sigo a Sautu, Dalle, Boniolo y Elbert (2005), quienes no establecen
ninguna diferencia esencial entre la pregunta y el objetivo general. Así, se trata de una
simple traducción: se reemplaza el modalizador y el verbo (por ejemplo, «cuáles son»)
por un verbo en infinitivo y se mantiene el resto de la formulación de la pregunta (por lo
que si la pregunta tiene problemas, el objetivo los arrastrará).
El verbo en infinitivo debe cumplir algunos requisitos:
i)
Debe ser posible cumplirlo: no puede tratarse de un objetivo trascendental
(«Describir las alas de los ángeles») ni imposible de lograr con los medios con que se
cuenta («Conocer el discurso de todas las mujeres acerca de […]»). Esto alude,
evidentemente, a la viabilidad del proyecto.
ii) Debe constituir «el fin de un trayecto» y no un medio: entiendo (muy
discutiblemente) que verbos como analizar o reflexionar constituyen medios para
describir o establecer. Así, cuando ese objetivo es alcanzado, la investigación termina
(que de eso se trata todo este asunto).
iii) Debe ser de tipo cognoscitivo (al menos si se asume que la tarea de la ciencia no es
cambiar el mundo sino conocerlo y contar cómo es, lo cual es mucho asumir):
conocer, establecer, determinar, precisar, describir, proponer, explicar, cuestionar,
comparar, identificar, caracterizar, comprobar, etc.
iv) Por lo demás y en la medida en que el objetivo «sigue» a la pregunta, debería
cumplir los mismos requisitos y no tener nada que aquélla no tenga o carecer de
algo que aquélla tenga.
Respecto del objetivo, entonces, pueden evaluarse estos aspectos y, dado lo
discutible de los criterios, sugiero mantener la orientación a la mejora que comenté
antes (en lugar de sentenciar «Este verbo no es correcto» o cosas así).
Los objetivos específicos
Los objetivos específicos, justamente, especifican (o, para no redundar, detallan) el
general. Precisan aquello que está tácitamente, pero dado su grado de abstracción, no
explícitamente en el objetivo general.
Algunos puntos a evaluar:
i)
Por lo dicho, los objetivos específicos no deben «desbordar» el general, es decir,
contener algo que no esté tácitamente en él. Por ejemplo, si el objetivo general es
«Conocer el discurso del periódico La Nación acerca de la despenalización del
aborto durante el año 2018», uno de los objetivos específicos no puede ser
«Comparar el discurso acerca de la despenalización del aborto del periódico La
Nación con el del periódico Página 12 durante el año 2018». Espero que se vea que
«comparar» no estaba en ningún sentido en el objetivo general y, por tanto, lo
«desborda». Dicho de otro modo, «comparar» no estaba en ningún grado de
abstracción en el objetivo general y es, por tanto, otro objetivo (que remite a una
investigación diferente).
ii) Los objetivos específicos no deben repetir el general. Es bastante común que esto
pase, aunque con palabras diferentes a las usadas en el general. Siguiendo el
ejemplo, «Conocer la posición del periódico La Nación acerca de la despenalización
del aborto durante el año 2018». Es más, si quien propone el proyecto tiene una
ensalada importante en la cabeza, uno de los objetivos específicos es, en realidad, el
general.
iii) Los objetivos específicos (y esto es algo disputado) no son los pasos de la
investigación. Así, retomando el ejemplo, los objetivos específicos no podrían ser
«Seleccionar editoriales del periódico La Nación que aborden la despenalización del
aborto […]», «Analizar […]», «Presentar los resultados […]», etc. Ésos son pasos.
Volviendo a lo dicho al principio de este apartado, los objetivos específicos deberían,
en este caso, precisar qué dimensiones del discurso acerca de la despenalización del
aborto interesa conocer (como el posicionamiento ético, el rol asignado a la
experiencia internacional o a principios religiosos, las nociones acerca de qué es la
vida y cuándo comienza, etc.). Todo eso, a priori, puede pensarse como parte del
discurso acerca de la despenalización del aborto (algo que la investigación empírica
corroborará o no).
iv) En cuanto a los criterios formales, en algunos casos, los objetivos específicos siguen
la formulación del general (continuando el ejemplo, «Describir el discurso del
periódico La Nación acerca del comienzo de la vida durante el año 2018»). Si queda
un poco raro (como en este caso) o la formulación se vuelve farragosa, los objetivos
pueden ser más breves («Describir la posición del periódico La Nación respecto del
comienzo de la vida»).
La relevancia o justificación
La relevancia o justificación (en adelante, relevancia) es el apartado en el que, suelo
decir, se «vende el pescado». Más formalmente, es el apartado en el que se argumenta la
necesidad, valor, importancia, etc. de hacer la investigación propuesta. Es un apartado
de carácter claramente argumentativo. Proviene del hecho —no pertinente en todos los
contextos (como las universidades)— de que quien presenta el proyecto debe procurar
convencer a quien va a financiarlo de que volverse más pobre valdrá la pena (objetivo
difícil donde los haya).
He tratado el tema con detalle en el manual (Bassi, 2015, pp. 328‐346), por lo que
sólo mencionaré algunos aspectos a los que prestar atención al evaluar:
i)
Hay algunos argumentos típicos: que el problema no ha sido investigado (el
argumento dorado); que el problema no ha sido investigado así; que el problema no
ha sido investigado aquí; que el proyecto contribuirá a solucionar un problema
práctico, a desarrollar alguna herramienta metodológica o a llenar una laguna
teórica; que el proyecto aborda un problema de relevancia social; etc. Con todo, los
argumentos por sí mismos no pueden ser juzgados: importa su relación con el
problema de investigación. Trato el punto a continuación.
ii) La relevancia debe contener argumentos pertinentes, es decir, razonablemente
derivables del cumplimiento de los objetivos de la investigación. Por ello, no serían
correctos los argumentos maximalistas («Esta investigación cambiará todo para
siempre»), difícilmente alcanzables («Esta investigación mejorará la educación del
país») o inverificables («Esta investigación aumentará el rendimiento de los/as
estudiantes en un 20% en 25 años»).
iii) Los argumentos deben estar fundamentados. Por ejemplo, si se anuncia que existe
abundante investigación en base a modelos cuantitativos acerca de un tema (el
argumento), inmediatamente después debe aparecer la fundamentación, es decir, el
apoyo en fuentes académicamente válidas de dicho argumento. Si no, puede
mencionarse que el argumento, siendo pertinente, no está fundado.
iv) Retomando parte de lo dicho: una fundamentación es tan sólida como sus fuentes. Si
las fuentes no son académicamente válidas (en el sentido que comenté al hablar de
la problematización), la fundamentación es débil (aunque el argumento sea
pertinente). Aquí puede observarse, por ejemplo, que las fuentes no son propias de
un trabajo académico por las razones que sea.
v) Esto debe tomarse con cuidado, pero los argumentos deberían ser entre tres y cinco.
No sé por qué, pero menos parece debilitar la argumentación y más parece indicar
que podrían sintetizarse o que quien compuso el proyecto cree que va a salvar el
mundo. No tengo más fundamento para mi argumento que mencionar que el tres y
el cinco son números muy bonitos.
vi) El argumento de que se trate debería mencionarse claramente —en la forma de una
afirmación— al principio de un párrafo: «Esta investigación contribuirá a generar
conocimiento sobre un tema al que se ha prestado relativamente poca atención en
nuestro contexto»). El resto del párrafo debería estar destinado a fundamentar
dicha afirmación. Así, debería haber un argumento con su fundamentación por
párrafo.
De este modo, al evaluar, puede comentarse si estos requisitos son cumplidos o no
y hacer sugerencias de mejora (como preguntar qué más tiene «de bueno» la
investigación —por ahí merodea la relevancia— o sugerir aumentar la calidad de las
fuentes o la simpleza en el armado de los párrafos de manera que no haya que hacer un
gran esfuerzo para encontrar o entender el argumento esgrimido.
El marco teórico
El MT constituye una mirada acerca del problema de investigación. «Una» porque, en
ciencias sociales, hay diversas formas de concebir un asunto (yo diría que las diversas
concepciones son asuntos diferentes y no el mismo asunto visto de distinta forma, pero
eso es otro tema). Como fuere, el MT no es un muestrario de teorías ni un estado del arte.
«Mirada» porque el MT no es un collage, una seguidilla o una yuxtaposición de teorías y
conceptos sino una Gestalt, una estructura con sentido, una serie de elementos
relacionados. Diría que es ése el primer aspecto a evaluar: ¿construye el MT una mirada
integrada sobre el problema de investigación o es un collage de teorías inconexas?
Por otra parte, aplican los tres criterios que mencioné para la problematización
pertinencia, suficiencia y jerarquización, con la excepción de que en el MT no debe haber
elementos contextuales sino sólo teóricos y de que lo que se evalúa es si los diversos
conceptos y teorías contribuyen a construir esa «mirada» (pertinencia), si «acaban» de
construirla (suficiencia) y si están ordenados de lo general a lo particular
(jerarquización).
En cualquier caso y muy relacionado con el primer punto, el criterio fundamental
en este caso es el de consistencia interna: el MT no puede contener elementos
contradictorios —epistemológica, teórica y hasta políticamente—. Por ejemplo, sería
contradictorio que una tesis en Educación en la que se asuma una posición
constructivista del aprendizaje emplee —sin criticarlos o matizarlos— conceptos
conductistas (como el de refuerzo).
Adicionalmente:
i)
Para el MT aplican los mismos criterios que para la problematización o la relevancia
respecto de las fuentes: deben ser académicamente válidas y estar actualizadas.
ii) El MT no debe responder a la pregunta (algo bastante común que llama a la
pregunta: «Y, entonces, para qué hacer esta investigación?»). Suelo decir que el MT
termina donde la pregunta empieza, es decir, da el marco de comprensión, pero no
contesta lo que se ha dicho que se quiere averiguar. Si no, la investigación
implosiona y se convierte en Diego Maradona.
Según lo dicho, al evaluar debe observarse, como mínimo, que el MT constituya
una mirada integrada del problema de investigación; que cumpla los criterios de
pertinencia, suficiencia y jerarquización y que esté apoyado en fuentes académicamente
válidas.
El marco metodológico
Como dije antes, se trata del cómo del qué y, por tanto, el principal criterio para
evaluarlo es que, globalmente, sea capaz de dar respuesta a la pregunta. Esto puede no
cumplirse por diversas razones: porque el MM es imposible de llevar a cabo (por
ejemplo, si se propone una cantidad de observaciones o entrevistas que quien propone
el proyecto no puede realizar con los recursos con los que cuenta), porque algún
elemento del MM no puede dar cuenta de lo que se pretende averiguar (por ejemplo, si
se sugiere utilizar la observación para conocer discurso o la entrevista semiestructurada
para conocer relatos o narrativas), porque el MM está incompleto o es impreciso, porque
el MM no se apoya en fuentes académicamente válidas, etc. Para un detalle, ver el
manual (Bassi, 2015, pp. 370‐424).
Algunos puntos adicionales:
i)
En el manual propongo un MM de nueve puntos (que aquí sólo listaré): perspectiva
epistemológica, tipo de investigación, definición de variables e hipótesis (sólo para
modelos cuantitativos), método, muestra/unidades de información, técnica/s de
recogida/construcción de información, técnica/s de análisis de información,
procedimiento, aspectos éticos y carta Gantt (o calendarización de actividades).
ii) El MM no es un marco teórico de metodología sino que tiene un carácter enunciativo.
Es decir, se debería mencionar cada opción (por ejemplo, la etnografía, la entrevista
semiestructurada o el análisis de contenido), explicar muy brevemente qué es en
base a alguna fuente académicamente válida y explicar por qué es pertinente para lo
que se quiere hacer (es decir, justificar su pertinencia).
En resumen, se evalúa: la capacidad global del MM de responder a la pregunta (en
el planeta Tierra y con los recursos con que cuenta quien elaboró el proyecto) y,
específicamente, que cada elemento sea pertinente (es decir, contribuya a dar respuesta
a la pregunta), esté explicado en base a fuentes académicamente válidas y esté
justificado de forma razonable.
Ilustración de Pablo Hernández
Aspectos globales
Hasta aquí he mencionado elementos que deberían ser evaluados de forma individual y
con criterios específicos. Pero un proyecto no es un rejunte de esos elementos. Es, como
dije respecto del MT, una Gestalt. Por tanto, al comentario hecho (y probable puntaje
asignado) a cada elemento, aconsejo agregar una visión de conjunto. Yo suelo hacerlo al
terminar con el detalle, en un par de párrafos finales (en los que trato de levantar el
ánimo que contribuí a bajar con mis comentarios y resumir lo más destacado).
En esas líneas pueden mencionarse impresiones generales, incluidas algunas muy
personales: si el proyecto es interesante o atractivo, si se propone abordar un problema
socialmente relevante o clave para una disciplina, si es original en su enfoque
metodológico, forma de escritura u otro aspecto, etc.; pero también otras más formales
como la consistencia interna y los aspectos de forma.
i)
La consistencia interna, como comenté, es la armonía o coherencia (epistemológica,
teórica y política) entre diversos elementos, en este caso, del proyecto completo.
Quien evalúa no sabe esto hasta el final, por lo que recomiendo hacer observaciones
al respecto una vez leído todo el texto. Al respecto, puede comentarse que hay
coherencia o incoherencia —epistemológica, teórica o política— entre dos o más
elementos del proyecto y detallar en qué consiste.
ii) Los aspectos de forma —en oposición a los de contenido, que son los que,
mayormente, he tratado hasta aquí— suelen ser explícitos (quizás porque es más
simple ponerse de acuerdo al respecto). Incluyen: extensión mínima y máxima de
del proyecto (o de sus elementos), apartados exigidos, información de la portada,
tipo y tamaño de letra, interlineado y justificado del texto, forma de numeración de
las páginas, cantidad de subniveles de subtítulos, escritura (uso de voz pasiva o
activa, ortografía, gramática, redacción, tratamiento del género, margen para las
licencias poéticas o las formas contranormativas de escritura, etc.), normas de
citación y referenciación, etc. Aquí no hay cómo perderse: el proyecto cumple o no
con los requisitos y es relativamente simple darse cuenta y justificar las
observaciones. Así, puede comentarse, por ejemplo, que el proyecto no está citado
y/o referenciado acorde a normas APA (si correspondieran), que la redacción es
confusa o que el proyecto es demasiado largo.
Palabras finales
Querría cerrar diciendo que, con independencia de la utilidad de esta guía u otras, a
evaluar proyectos se aprende… evaluando proyectos. No hay trucos ni atajos. Con la
práctica la tarea se hace cada vez más simple (casi automática), los «errores» saltan a la
vista y uno va encontrando su estilo de evaluación.
Por ello, mi recomendación no es técnica (que se aprende) sino disposicional (que
algunos/as no hay forma que aprendan): encarar la tarea con la voluntad de entender lo
que quien presentó el proyecto pretende, hacer la tarea con respeto (lo que significa,
como mínimo, destinarle atención y tiempo y, por último, realizar una devolución
orientada a la mejora del proyecto.
Espero que esta guía les sea de utilidad.
Referencias
Bassi, J. (2015). Formulación de proyectos de tesis en ciencias sociales. Manual de
supervivencia para estudiantes de pre‐ y posgrado. Santiago de Chile: Facultad de
ciencias sociales. Universidad de Chile/El Buen Aire.
Sautu, R.; Boniolo, P.; Dalle, P. y Elbert, R. (2005). Manual de metodología. Buenos Aires:
CLACSO.
Becker, H. (1998/2010). Trucos del oficio. Cómo conducir su investigación en ciencias
sociales. Buenos Aires: Siglo XXI.