LAS dicTAdURAS deL cOnO SUR
y eL GiRO de LAS POLÍTicAS ecOnóMicAS
dictatorships of the Southern cone
and changes in economic policies
Hernán Ramírez
Universidade do Vale do Rio dos Sinos, Brasil
Resumen: Las dictaduras del Cono Sur de América Latina fueron de carácter
represivo, pero también tuvieron intenciones refundacionales. Impactaron considerablemente en las políticas económicas, que salieron del ámbito partidario
tradicional para alojarse en centros de estudios patrocinados por intereses privados. Bajo su égida, las ideas económicas dominantes transformaron su naturaleza: las posiciones heterodoxas perdieron espacio en detrimento de las posiciones ortodoxas, y estas últimas se consolidaron como hegemónicas luego
del retorno democrático. Por ello, este artículo pretende analizar el efecto de los
regímenes dictatoriales en el giro que tuvieron las ideas económicas.
Palabras clave: Cono Sur, América Latina, dictaduras, ideas económicas, partidos políticos, neoliberalismo.
Abstract: The dictatorships of the Southern Cone of Latin America were of a repressive nature, but were not strictly limited as such, since they also had refoundational intentions. They impacted significantly on economic policies, transferring them from traditional party areas to centers of study sponsored by private
interests. The dominant economic ideas moved away from heterodox positions
to the detriment of the orthodox notions, and the latter were consolidated as
predominant after the return of democracy. This article aims to analyze the impact of dictatorial regimes on the changes in economic ideas.
Keywords: Southern Cone, Latin America, Dictatorships, Economic ideas, Political parties, Neoliberalism.
Boletín Americanista, año LXVI. 1, n.º 72, Barcelona, 2016, págs. 199-220, ISSN: 0520-4100
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introducción
Decir que todo cambia es un lugar común, y decirlo respecto de la forma en que
se articulan las ideas, en general, y de los programas políticos en el ámbito económico, en particular, podría parecer redundante. De todos modos, podemos percibir que hay momentos en que tales cambios se dan con mayor intensidad, por
diversos motivos. Esto se puede constatar de modo visible entre el antes y el después de las dictaduras, en especial para los casos de Argentina, Brasil y Chile,
países que fueron, tal vez, los que sufrieron una reconfiguración más profunda.
Expresar que todos los procesos de cambio son complejos es otro cliché, ya
que los mismos no obedecen a causas únicas, sino a una diversidad de factores que van desde el propio objeto, pasando por los agentes que intervienen y
sobre los cuales recae su acción, hasta las coyunturas en las que se desarrollaron. Muchos de esos agentes usaron las ideas económicas para constituir su
propia dinámica social, y es bien conocida la repercusión ejercida por dicho
contexto en el proceso de construcción eidética.
De modo más específico, también se observa que la formulación de políticas
públicas sufrió una fuerte transmutación en el mundo occidental, al menos durante el periodo que hemos escogido para este análisis, es decir, los años de las
dictaduras que se instalaron en el Cono Sur. América Latina, y en particular los
países que vivieron regímenes dictatoriales, pasaron por esa experiencia de forma intensa y hasta podríamos decir que modélica. Entre los principales efectos
observamos que los antiguos formuladores de políticas partidarias fueron opacados, pasando a segundo plano. En contraste, los tecnócratas ganaron fuerza
progresivamente hasta asumir en ese proceso histórico una posición central,
casi incuestionable, irresistible según Markoff y Montecinos (1993 y 1994). Por
lo tanto, para entender este proceso, en este artículo no nos circunscribimos
solo al campo de las ideas económicas, sino que nos extendemos fuera del mismo para observar los efectos que excedían su circunscripción. Como veremos,
la racionalidad técnica se impuso en detrimento de las cuestiones de corte político, lo que en realidad no deja de serlo a su modo. Al no ser imparcial y estar
sujeta a toda una serie de condicionantes, dicha racionalidad técnica ensambla
una decisión política.
Para tratar de dar respuesta a los motivos que generaron esa radical transformación, en este artículo se ofrece una descripción sobre los casos brasileño,
chileno y argentino. Como base de referencia, además de amplia bibliografía,
hemos recurrido a documentación proveniente de diversos archivos oficiales y
privados —en especial de las entidades mencionadas a lo largo del texto— que
nos permitieron analizar los programas económicos implementados durante las
dictaduras, así como a una serie de estudios prosopográficos que muestran la
imbricación entre las entidades que produjeron esos programas y las administraciones autoritarias (Ramírez, 2007 y 2012).
En el primer apartado de este artículo abordamos la reformulación dada
como respuesta a la crisis económica, la que se comprendía como parte de la
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gestación de un nuevo orden a nivel mundial. Seguidamente, en el segundo
apartado, abordamos la coyuntura en que se produce la instalación de las dictaduras, un proceso histórico que tuvo causas internas y exógenas. En el tercer
apartado nos ocupamos específicamente del modo en que se deslizó el locus
de las políticas económicas hacia centros de estudios patrocinados por intereses privados y externos a las organizaciones partidarias. Dichas organizaciones
fueron recubiertas con una apariencia neutra y llevaron adelante el desplazamiento de la discusión económica mayoritariamente desde posiciones heterodoxas hacia otras de cariz ortodoxo, que por un corto periodo se constituyeron
en hegemónicas. Por último, en las conclusiones entrelazamos estos fenómenos que no fueron autónomos, sino que se imbricaron profundamente y que son
difíciles de entender de manera aislada.
1. Latinoamérica en el nuevo orden mundial
Este proceso histórico vivido por Latinoamérica no solo fue fruto de las circunstancias locales, sino también de alteraciones internacionales. La think tankización
de lo político se inicia en los Estados Unidos de América y se expande por Europa hasta llegar a nuestras latitudes latinoamericanas en un periodo más tardío
(Smith, 1991; Overbeek, 1993; Centeno y Silva, 1997; Stone, Denham y Garnett,
1998; Desalay y Garth, 2002; Medvetz, 2010). Tal atraso se demuestra al constatar que grandes economistas —como por ejemplo Aldo Ferrer, Celso Furtado o
Roberto Campos— no tenían formación específica en economía, pero fueron adquiriéndola en cursos de posgrado de esa área realizados en el exterior Con el
impulso dado por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), instalada en Santiago de Chile en el año 1948, surgen los primeros cursos de esa área
en la región a finales de la década de 1950 en la mayoría de los casos.
Por ello, no es extraño observar que en este periodo la participación de los
economistas locales estuviese más cerca de lo político, en sentido partidario,
que de la racionalidad técnica. Esos dos universos se unían en ciertas visiones
comunes respecto a la autonomía y al crecimiento de la región latinoamericana,
y por ello incorporaron elementos estructurales y políticos en los diagnósticos
para explicar la dependencia, así como para formular las líneas de acción que
nos llevarían a conseguir una real soberanía. América Latina, así como otras regiones del mundo, vivía un clímax de efervescencia y confrontación que cuestionaba la división internacional existente, y algunos intelectuales darían sustento al mismo con unos alegatos que impugnaban el orden de dominación mundial,
destacando aquí la teoría de la dependencia como su principal bandera. Por esa
época, el discurso de liberación también pasaba por lo económico y lo político,
menos que por lo técnico. Así, esa imbricación entre ideas económicas y políticas dejó de ser mera especulación intelectual para ganar contornos más dramáticos, al cuajar en un sentimiento de dimensiones mayores, que comienza a
vislumbrarse como una amenaza.
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Si bien estos síntomas eran observables en el nivel de las ideas, también lo
eran en el nivel de las estructuras. Francisco de Oliveira (2004) sugiere que el
éxito del proceso sustitutivo fue causa de su propia crisis, ya que el mismo engendraba tensiones sociales que no podía resolver de forma sustentable. En
particular la balanza de pagos, que ocasionaba severos estrangulamientos, a
través de los conocidos ciclos de stop-go, que aceleraban el proceso a medida
que se agravaban.
Por eso no es de extrañar que, a finales de la década de 1950 e inicios de la
década de 1960, las burguesías locales dieran respuesta a estas transformaciones a través de la constitución de numerosos think tanks que se enraizaron en
estas latitudes con el propósito de convertirse en contrapunto político. Ellos introdujeron nuevas vertientes políticas y económicas, opuestas a las ideas dominantes hasta entonces y que conformaban parte de la constelación neoliberal.
Por ejemplo: el ordoliberalismo, corriente de pensamiento económico fundada
por políticos y economistas alemanes que fue introducida en Brasil por Roberto Campos y en Argentina por Álvaro Alsogaray. A esto se suma la Escuela Austríaca, incorporada por Alberto Benegas Lynch en Argentina; y la Escuela de
Chicago, que se instalaría en Chile gracias a un convenio firmado con la Pontificia Universidad Católica (PUC), una corriente que también recalaría en Argentina a través de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas
(FIEL).
La lucha en el ámbito de las ideas económicas está lejos de restringirse a la
mera especulación teórica, pues gozó de un carácter ideológico de gran alcance, como bien nos muestra la obra de Karl Popper (2010). En suma, la misma
encerraba una contienda mundial por la hegemonía.
De tal modo, la eclosión sistémica de la crisis, en la versión más explosiva
que la región viviera, colocó en jaque todo el modelo, desde lo económico, pasando por lo social, ya que el mismo se sostenía en un determinado tejido, hasta llegar a lo político, con un sistema que se descompone rápidamente, en franca radicalización que pende para los extremos y que finalmente desencadenaría
su ruptura, en la que coyunturas peculiares jugaron papel importante que no
puede ser desdeñado.
Resumiendo ad extremis: en Brasil, después de que su presidente renunciara, el vicepresidente João Goulart —quien por el curioso sistema electoral existente pertenecía a la oposición— asumió el cargo, no sin antes enfrentar un duro
litigio político y aceptar la imposición de un corsé parlamentario que le demandó ingentes esfuerzos, en el que apeló a las bases sociales como apoyo, justamente en una sociedad estamental, con lo cual inflamó aún más el explosivo
ambiente político.
En Chile, Salvador Allende llegaba a la magistratura como primera minoría,
con un margen estrecho de votos, lo que no fue impedimento para que grupos
izquierdistas realizaran una lectura sesgada de la coyuntura, menospreciando el
poder de las fuerzas conservadoras y sobreestimando el suyo. Diagnóstico erróneo que a la postre sería fatal.
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Argentina presenta un panorama diferente, dado que sus quiebres institucionales eran sistémicos: el peronismo como principal factor de disrupción llegaba
una vez más al poder, también en franca descomposición interna, que se agravaría con la muerte de su líder, Juan Domingo Perón, y la fragilidad de su heredera presidencial, María Estela Martínez de Perón.
Con la irrupción representada por el Frente Amplio, Uruguay veía por primera vez amenazada seriamente la «pax blanca-colorada» que había regido su estable régimen político, en particular por la presencia de sectores radicalizados
a su izquierda y en virtud del aumento de su adhesión popular.
Todo ello presagiaba mayores dificultades para el mantenimiento del orden,
una vez que parecían fallar todas las válvulas sistémicas de contención, inclusive porque los líderes y movimientos populares fueron ganando poder. Delicada
coyuntura que llevaría a los sectores dominantes a buscar soluciones cada vez
más extremas, que debemos comprender como un proceso y no como una fractura inmediata. Por ejemplo, las fuerzas conservadoras brasileñas intentaron
restablecer el orden por la vía democrática, en especial durante las elecciones
nacionales del año 1962. Pero derrotadas luego de una dura batalla política, en
la cual los intereses económicos jugaron a su favor, pasaron a flirtear con soluciones más radicales.
Esta creciente radicalización alertó también a los sectores moderados que
se inclinaron a preservar el statu quo, que creían severamente amenazado según el imaginario de la época. Ricardo Bielschowsky (1995) ha observado cómo
algunos economistas migraron de posiciones estructuralistas hacia otras teorías
más ortodoxas, un hecho que resulta visible, por ejemplo, a través del análisis
del pensamiento de Roberto Campos o de los miembros del Instituto Di Tella
que se incorporaron en FIEL. De ese modo, pronto las únicas salidas posibles
parecieron ser las interrupciones institucionales, con mayor o menor consentimiento civil y dentro de los cuerpos armados. Por ello no podemos considerar
estas rupturas como irrupciones extemporáneas, sino más bien como el corolario del proceso de radicalización que se había iniciado tiempo atrás.
Extensos han sido los debates surgidos en torno a este tema, por lo que aquí
solo podemos esbozar un leve panorama, indicando inicialmente que los golpes
de Estado que instauraron las dictaduras en los países del Cono Sur de América Latina partían de algunas premisas comunes. Nos guste o no, dichos procesos históricos transformaron —en algunos casos de manera radical— la forma
en que se pasó a realizar la política pública, tanto por la fuerza represiva que imprimieron, que barrió grupos enteros de actores, como por la instalación de un
nuevo modo de elaboración de las mismas que habría de variar considerablemente de acuerdo con cada caso nacional. Dichas dictaduras tuvieron como
objetivo paralizar y erradicar el proceso de radicalización que se había desatado a la vez que pretendían generar nuevas condiciones para reconducir el sistema de modo que no amenazase el statu quo. Un deseo que no era posible satisfacer a través de las vías institucionales democráticas, en virtud de la debilidad
estructural y/o coyuntural de los grupos que las instauraron.
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La doble naturaleza de las dictaduras fue enunciada por Guillermo O’Donnell
(1982) a través de la construcción del modelo de Estado burocrático-autoritario,
idea reafirmada por Manuel Antonio Garretón (1985) y por Ricardo Sidicaro
(1996), quienes también se hicieron eco de esa ecuación al observar que las
mismas eran a la vez contrarrevoluciones preventivas y proyectos refundacionales, lo que también puede ser señalado para el neoliberalismo (Cockett, 1995).
Esta relación resulta evidente en el título asumido por la dictadura argentina,
bautizada como Proceso de Reorganización Nacional y que todavía es más explícita en el preámbulo al Acto Institucional número 1 que instauró la dictadura
brasileña, en el que en uno de sus pasajes reza:
O Ato Institucional que é hoje editado pelos Comandantes-em-Chefe do Exército, da Marinha
e da Aeronáutica, em nome da revolução que se tornou vitoriosa com o apoio da Nação na sua
quase totalidade, se destina a assegurar ao nôvo govêrno a ser instituído, os meios indispensáveis à obra de reconstrução econômica, financeira, política e moral do Brasil, de maneira a
poder enfrentar, de modo direto e imediato, os graves e urgentes problemas de que depende
a restauração da ordem interna e do prestígio internacional da nossa Pátria.1
Como hemos remarcado, los conflictos no surgieron por los golpes de Estado, sino que ya se habían anunciado antes. Como ejemplo, podemos indicar la
intervención de cinco provincias durante el gobierno peronista (Servetto, 2010),
incluso algunas de ellas con el desalojo mediante el ejercicio de la fuerza, como
ocurrió con el golpe policial de la provincia de Córdoba que tuvo lugar en febrero de 1974, conocido como el «Navarrazo», y que contó con el beneplácito del
gobierno nacional. O la represión en masa en Argentina que tuvo su origen el
decreto presidencial núm. 261 sobre la aniquilación de la subversión, firmado
por un gobernante elegido democráticamente del 5 de febrero de 1975, es decir, durante la presidencia del Partido Justicialista, seguido de otros tres decretos fechados el 6 de octubre de 1975 (números 2770, 2771 y 2772) y de la orden secreta núm. 404 correspondiente al 28 de octubre de ese mismo año, que
fue emitida por el comandante general del Ejército. Igualmente, hemos constatado en varios de los casos, sobre todo en Brasil y Chile, que el germen de esa
nueva forma de hacer política es anterior a los golpes de Estado y ya está contenido en el proceso de deslegitimación de los gobiernos constituidos. Por lo
tanto, no fueron las dictaduras quienes la introdujeron, aunque indudablemente
la potenciaron.
1. Coleção de Leis do Brasil, Brasília, vol. 3, 1964, pág. 3, o Diário Oficial da União, Brasília,
sección 1, 9 de abril de 1964, pág. 3193.: «El acto institucional hoy proclamado por los Comandantes
en Jefe del Ejército, de la Armada y la Fuerza Aérea, en nombre de la revolución que se convirtió en
victoriosa con el apoyo de la nación casi en su totalidad, está destinado a asegurar al nuevo gobierno
a ser instituido, los medios indispensables para la obra de reconstrucción económica, financiera,
política y moral de Brasil, con el fin de ser capaz de afrontar, de modo directo e inmediato, los graves
y urgentes problemas de los cuales depende el restablecimiento del orden interno y el prestigio
internacional de nuestro país».
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El Instituto Brasileiro de Ação Democrática (IBAD), entidad fundada en el
año 1959, junto al Instituto de Pesquisas e Estudos Sociais (IPÊS), creado a
finales de 1961, fueron los que en tierras brasileñas comandaron ideológicamente ese proceso, en particular dada la apatía demostrada por las agrupaciones partidarias para asumir ese liderazgo, las mismas que finalmente
desempeñaron un papel subordinado (Dreifuss, 1981; Ramírez, 2007; Briso,
2008).
Mientras tanto, en Chile, el candidato a presidente Jorge Alexandri recibió
una plataforma económica conocida como «El Ladrillo», elaborada en el contexto de un convenio entre la Pontificia Universidad Católica de Chile y la Universidad de Chicago, que posteriormente fue condensada y publicada en formato de
libro por Sergio de Castro (1992). La oposición generada forzó a Alexandri a desistir de la misma, pero ello no sería su fin, ya que posteriormente constituyó la
piedra angular de la política económica dictatorial (O’Brien y Roddick, 1983;
Vergara, 1985; Valenzuela, 1987; Silva, 1991; Valdés, 1995; Huneeus, 2000; Boisard, 2004; Fischer, 2009 y 2011).
En Argentina, los grupos empresariales opositores estaban concentrados en
las corporaciones de la cúpula, y desde 1964 pasaron a contar con FIEL como
brazo de elaboración de propuestas. Allí confluían tecnócratas que proporcionaron los cuadros económicos de varias administraciones autoritarias, así como
de otras ya en el marco del proceso de redemocratización (Thompson, 1994;
Camou, 1996; Beltrán, 2003; Heredia, 2004 y Ramírez, 2007).
Además de estar unidas umbilicalmente al sector empresarial, al punto que
Medvetz las califica como híbridas (Medvetz, 2006), tales instituciones actuaron
en un sentido político, directa o indirectamente, para deslegitimar a los gobiernos constituidos, incluso como articuladoras de los golpes, tal como queda patente en el caso de la actuación de los dos institutos brasileños al igual que en
el de la burguesía chilena, que incluso antes de confirmarse la llegada de Salvador Allende a la presidencia ya iniciaba la conspiración, partiendo Agustín Edwards, su portavoz, hacia los Estados Unidos de América para reunirse con sus
máximas autoridades, tras lo cual el plan golpista se puso en marcha (Verdugo,
2003 y Moniz Bandeira, 2008).
2. el proceso hacia la instauración de las dictaduras
Como vemos, aunque las coyunturas fueron importantes, la gestación de los
golpes no fue solo obra de las circunstancias, sino resultado de una planificación que contó con muchos actores y actos. Como ejemplo, reproducimos otra
parte del preámbulo del Acto Institucional número 1 que nos permite reflexionar
sobre dicha relación:
É indispensável fixar o conceito do movimento civil e militar que acaba de abrir ao Brasil uma
nova perspectiva sobre o seu futuro. O que houve e continuará a haver nêste momento, não só
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no espírito e no comportamento das classes armadas, como na opinião pública nacional, é uma
autêntica revolução.2
Los golpes de Estado y las dictaduras consiguientes no fueron solo de carácter militar sino también cívico, ya que gran parte de la sociedad civil participó. Posteriormente, dicha vinculación se desprendió lingüísticamente, escondiéndose que importantes huestes civiles les darían apoyo al ocupar
importantes áreas de gobierno de las que partieron muchas de las políticas implementadas, la mayoría maduradas tiempo atrás en las instituciones que hemos mencionado, sin cuya colaboración los militares no hubiesen podido gobernar.
El área económica, por su parte, sector neurálgico en todas las administraciones, quedó bajo la tutela de grupos civiles, incluso protegidos por militares
del ataque de otros militares que eran contrarios. Con ello exponemos la división militar interna existente, ya que en Brasil, Chile y Argentina hubo sectores
castrenses que no compartieron la orientación ortodoxa emprendida y la combatieron desde el interior de las propias dictaduras. De todos modos, lo que ello
nos muestra es que existió una simbiosis entre diversos segmentos, civiles y militares, para impulsar y proteger ese tipo de políticas, hasta el punto de llegar a
enfrentamientos con sus propios pares.
Por otro lado, la imbricación de políticas neoliberales en los gobiernos dictatoriales puede parecer una contradicción intrínseca, pero no lo es en absoluto
si tomamos en cuenta que hubo una disociación con el propio liberalismo, en
particular el político, ya que para el ideario neoliberal las libertades serían consecuencia natural de la libertad económica, y nunca las vieron como independientes. Al proponerse restaurar estas últimas, las dictaduras compartieron objetivos con posturas neoliberales, y nos ayudan a entender de qué manera esos
dos procesos en Latinoamérica fueron indisociables. Tal hecho no pasó inadvertido para algunos analistas, como Miles Kahler (1989) o Peter Evans (1992), que
lo condensaron en la proposición conocida como la «paradoja ortodoxa», ya
que muchas veces la praxis neoliberal parece contradecir sus principios teóricos. En otros términos, Michel Foucault advertía que el neoliberalismo subsumía la ley al orden (Foucault, 2008), lo que también se corresponde a pie juntillas con las dictaduras.
Otro de los nexos que se observan es el de que esas organizaciones y eventos tuvieron una vinculación externa muy fuerte (Boyer y Hollingsworth, 1997). No
fueron simples expresiones autóctonas y locales ya que imprimieran características peculiares que no pueden ser minimizadas. Los actores internacionales se
enfrascaron en cuerpo y alma en esa contienda política y eidética, confluyendo
2. Ibídem. «Es esencial para establecer el concepto de movimiento civil y militar que acaba de
abrir en Brasil una nueva perspectiva sobre su futuro. Lo que hubo y seguirá existiendo en este
momento, no solo en el espíritu y en el comportamiento de las clases militares, al igual que en la
opinión pública nacional, es una auténtica revolución».
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así dos elementos que enraizaron las dictaduras y posibilitaron el desarrollo de
determinadas ideas económicas, uniendo su naturaleza interna con la externa.
Además de estar presente en el convenio entre la Pontificia Universidad Católica de Chile y la Universidad de Chicago, este envolvimiento se observa en la
invitación que extendió David Rockefeller, por intermedio del Latin American Information Committee (LAIC), a dos representantes de la flor y nata del empresariado de cada país de América Latina, para asistir a una reunión organizada en
la ciudad de Nassau, con el fin de tratar especialmente los rumbos de la región
en el emblemático año 1962, ápice de la Guerra Fría.3 Dicha invitación fue aceptada al menos por el Instituto de Pesquisas e Estudos Sociais (IPÊS) brasileño,
que envió a dos de sus miembros. Motivo por el cual no resulta extraño que a
partir de esa época despuntaran en la región toda una serie de entidades con
características similares, inclusive con nombres parecidos, bajo la denominación de institutos de estudios o fundaciones, que pasaron a discutir políticas públicas y a auspiciar la formación de cuadros, muchos de ellos con becas de estudio en su gran mayoría en instituciones estadunidenses y, dentro de ellas, con
preferencia a la Universidad de Chicago (Sklar, 1980).
Esa simbiosis está clara en el caso chileno, ya que allí la unión se dio de
modo explícito, con un acuerdo directo con la Universidad de Chicago, pero
también lo sería con FIEL, a raíz de un convenio inicial con la Fundación Ford.
Los dos institutos brasileños también recibieron ingentes cantidades de recursos procedentes de fondos estadounidenses, entre los cuales figuran la Fundación Ford, Kellog, Mc Gregor y Rockefeller, a través del Franklin Book Programs,
así como del Committee for Economic Development (CED), entre otros órganos,
que no solo se involucraron a nivel latinoamericano, sino que también ejercieron
su acción de modo planetario, triangulando así recursos de órganos estatales, en
especial de la United States Agency for International Development (USAID),
en defensa del statu quo capitalista y particularmente de la reestructuración emprendida (Arnove, 1982; Berman, 1993; Bremner, 1988; Chomsky, 1997; Saunders, 2008).
Indicios sobre la lógica de esta triangulación pueden encontrarse en fuentes
históricas, actas y documentos del IPÊS, tal como nos muestra Dario de Almeida Magalhães, que en una de las reuniones a la que asistía y en la que se discutía la reforma agraria, aconsejó lo siguiente: «a tática é fazer a ação extremista, mas com uma porção de biombos».4 Las fundaciones y esos think tanks eran
algunos de ellos.
En otro caso, Jorge Oscar de Mello Flores, jefe de la oficina de Brasilia, sugirió al vicepresidente Glycon de Paiva Teixeira «apresentar projetos técnicos
3. Arquivo Nacional, Instituto de Pesquisas e Estudos Sociais (IPÊS), Actas del Comitê Executivo,
Rio, 12 de febrero de 1962.
4. Arquivo Nacional, Instituto de Pesquisas e Estudos Sociais (IPÊS), Actas del Comitê Executivo,
Rio, 19 de junio de 1962. «La táctica es hacer la acción extremista, pero con muchos biombos».
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antes que os agitadores encaminhem projetos demagógicos».5 Finalmente, la
dirección del IPÊS fue invitada a alejar esa discusión del terreno demagógico,
para colocarla rigurosamente en el ámbito científico y huir de ese modo de la
crisis que se avecinaba.6
Queda así al descubierto otra de las fachadas detrás de la cual se escudó
ese proyecto, el de la ciencia, que, por esa época, comienza a sustituir los discursos nacionalista y católico como fuente de legitimación política. Igualmente,
los alegatos científicos de persuasión, por ser herméticos, permitían esconder
las decisiones políticas en oscuras fórmulas, alejando y confundiendo a los neófitos, a la vez que elevaba a los expertos a la categoría de nuevos profetas (Malabre, 1994) y grandes maestros de la ilusión (Caufield, 1996).
De ese modo, las coaliciones golpistas —compuestas por militares y civiles,
y entre estos últimos por políticos, empresarios, tecnócratas y hasta religiosos— que encaramaron las dictaduras por medio de quiebres institucionales
(Sidicaro, 2004), demuestran con claridad que deberían utilizar otros recursos
legitimadores, además de la fuerza represiva, para dar visos de autoridad a sus
políticas. Hecho que nos encamina hacia otro asunto polémico, el de la producción de legitimidad en el marco de las dictaduras.
3. el ocaso de lo político y el fulgurante ascenso de la tecnocracia
Si bien los regímenes dictatoriales se autoproclamaron legales intrínsecamente
y recurrieron al uso de la represión y al miedo para garantizar la gobernabilidad,
como bien enuncia el Acto Institucional número 1, sus métodos no se limitaron
a eso, y buscaron formas de obtener cierto consentimiento entre el grueso de la
población civil.
Es en ese proceso donde se inscribirá la apelación al discurso tecnocrático,
ya que la prescripción de determinadas medidas no se presentaba basada solo
en razones de naturaleza política, ni como fruto de la mera imposición a través
del terror, sino desde un punto de vista científico que las mostraba como ciertas y hasta saludables. En ese sentido también se orientan las transformaciones
que se emprenderían en algunos casos en los sistemas partidarios, que no podemos ver como meras pantomimas de dar un barniz pseudo-democrático a las
administraciones autoritarias, que produjeron efectos que aún no valoramos en
su totalidad, incluso en aquellos sistemas políticos que fueron más preservados
en su estado anterior, como el argentino o uruguayo.
5. Arquivo Nacional, Instituto de Pesquisas e Estudos Sociais (IPÊS), Carta de Jorge Oscar de
Mello Flores a Glycon de Paiva Teixeira, Rio, 15 de abril de 1963. «a presentar proyectos técnicos
antes que agitadores, encaminando proyectos demagógicos».
6. Arquivo Nacional, Instituto de Pesquisas e Estudos Sociais (IPÊS), Actas del Comitê Executivo,
25 de julio de 1963.
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Tal constatación amerita algunos reparos, ya que si bien el conocimiento no
es por naturaleza antidemocrático, no se distribuye de forma equitativa, sino
que tiende a concentrarse. Así, este conocimiento puede ser elitista: sólo un selecto grupo puede acceder a él, e incluso muchas veces para ello los individuos
tienen que someterse a un largo y costoso proceso, que no todos están en condiciones de costear.
Por otro lado, debido al proceso de superespecialización que se experimentó en los últimos años, el conocimiento necesario para la implementación de políticas públicas no está disponible en un solo individuo, siendo que resulta necesaria la formación de equipos cada vez más numerosos y con procesos
formativos y de maduración cada vez más extensos, lo que consume ingentes
recursos durante periodos prolongados para formarlos, ya sean de carácter estatal o privado. Por su parte, la falta de esos recursos acarreará, casi indefectiblemente, el fracaso de cualquier otro intento que se articule en base a pocas
voluntades o grupos unidos por la oportunidad del momento, cuya heterogeneidad podría desencadenar fuerzas centrípetas que los llevarían a conflictos a
corto plazo, con la consiguiente posibilidad de desaparición.
Norbert Lechner nos mostró cómo una minoría podía convertir sus intereses
en generales si mostraba un comportamiento sólido (Lechner, 1986), algo que
los grupos que dictaron las políticas económicas durante las dictaduras pretendieron y algunas comenzaron a lograr, en particular mediante la apelación al discurso tecnocrático, en sustitución de otros alegatos de orden político.
Las consecuencias de esa permutación son trascendentes, porque invocando el saber técnico (Majone, 1989), quien lo invoca huye del principio democrático. A partir de esa premisa las decisiones ya no pertenecen a todos, solo
intervienen los expertos, que poseen conocimiento para tal fin, que se vacía
de significado político (Lechner, 2003), ya que la ciencia lo cubre con un manto de
supuesta neutralidad (Habermas, 1985 y 1986).
Si bien tal paso se da por el abrumador avance de la racionalidad técnica y
la crisis que afecta el sistema político durante el periodo (Offe, 1988 y 1990), podemos entenderlo como un proceso mucho más amplio, con causas que exceden a esas dos esferas. El mundo, y particularmente el Cono Sur de América
Latina, precisará pasar por una amplia reestructuración, económica, social, política e ideológica, que no hubiese podido ser implantada si las decisiones hubieran quedado al arbitrio democrático. De otra forma, difícilmente se hubiera
conseguido el consenso para su aplicación, pues una amplia parte de la sociedad se hubiera visto afecta y hubiera opuesto resistencia, cosa que de hecho
sucedió en un primer momento. Por ello se produjo la necesidad de escamotear
el proceso decisorio a las mayorías y travestirlo de otro modo.
Así, las dictaduras tuvieron un impacto notable en la forma en que tuvo lugar
el proceso, en primer lugar abriendo espacio para la clausura de lo político,
como antítesis de lo técnico, y ejerciendo una represión descerrajada sobre los
opositores, que no solo diezmó las facciones más radicalizadas, política e intelectualmente, sino que incidió también en aspectos cualitativos. En particular a
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la hora de desarticular los puntos de encuentro, dentro del ámbito gubernamental, partidario o fuera de ellos, donde se discutía y elaboraban políticas. Al igual
que interfirió en los procesos formativos de sus futuros impulsores, en especial
el ampliado, que se vio gravemente perjudicado.
De hecho, la Confederación General Económica (CGE), así como el Instituto
de Investigaciones Económicas y Financieras (IEEF), su brazo intelectual, fueron
disueltos, e incluso su biblioteca fue destrozada, salvándose poco de su contenido; esta situación se puede observar en todos los países. Si bien no podía ser
disuelta por tratarse de un órgano transnacional, la CEPAL sufrió un cambio de
ruta, mitigando su ímpetu. El Instituto Superior de Estudios Brasileiros (ISEB),
reducto de los desarrollistas locales, desapareció tres días después del golpe.
Y no hace falta enumerar la larga lista de académicos que fueron expulsados y
las intervenciones que se realizaron en otros centros.
Una vez más es en la documentación referente al IPÊS donde encontramos
referencias más explícitas a las razones que fundaban este tipo de estrategia.
En particular la vertida por su vicepresidente, Glycon de Paiva Teixeira, que indicaba como futuro del Instituto su conversión en un centro de posgraduación
para «... economistas, visando neutralizar os cepalistas, todos mais ou menos
‘tisnados’».7
Hoy conocemos el alcance del término neutralizar, que no se limitaba a la paralización, sino que iba más allá, hasta el aniquilamiento, y de hecho se produjo
un ensañamiento particular contra ese tipo de intelectuales y sus centros de estudios, aunque también ocurrió con algunos empresarios y empresas en específico. En Argentina, por ejemplo, la Unión Industrial Argentina (UIA) fue la única
corporación burguesa intervenida, dado que se dudaba de su docilidad, y hasta su presidente, Eduardo Oxenford, fue asesinado en un episodio que aún hoy
resulta oscuro.
Igualmente, los conflictos con la fracción industrial nos ofrecen pistas para
entrever lo que estaba en juego. El nuevo modelo de acumulación posfordista
en ciernes, que las dictaduras ayudaron a implementar, se basaba en la primacía del gran capital financiero, en detrimento del industrial, y en una reestructuración productiva donde las burguesías nacionales quedaban aún más subordinadas al capital transnacional, provocando una concentración nunca antes
vista. En tal sentido, lo que pretendían las dictaduras, como se expresa claramente en el preámbulo del Acto Institucional número I brasileño, algo que es común a todos los otros planes económicos dictatoriales, era proceder a una profunda reconstrucción económica y financiera, lo que efectivamente se consiguió,
aunque con resultados diferentes de acuerdo con los modelos seguidos.
7. Arquivo Nacional, Instituto de Pesquisas e Estudos Sociais (IPÊS), Acta de la Reunión Plenaria
del Comitê Executivo, 8 de abril de 1963. «economistas, buscando neutralizar los cepalistas, todos
más o menos “tiznados”» (subrayado y entrecomillado en el original).
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Así, del dominio de las posiciones estructuralistas se pasa al de las ortodoxas; el tránsito se dio incluso en varios economistas y hasta en algunas de las
instituciones que hemos apuntado como aquellas que ejercieron el liderazgo.
Por ejemplo, ya hemos mencionado la trasfiguración del brasileño Roberto
Campos, algo que observamos en la Fundación Mediterránea, que giró del desarrollismo hacia un ideario neoliberal, aunque en este caso más parecido al de
la Escuela de la Elección Pública, también conocida como Escuela de Virginia,
que al de la Escuela de Chicago (Ramírez, 2013). Por su parte, FIEL incorporó a
cinco técnicos del Instituto Torcuato Di Tella, de tendencias heterodoxas, uno
de los cuales ocuparía el cargo de director de estudios y llegaría a ministro de
Economía (De Pablo, 1995).
Fueron esas ideas ortodoxas las que dominaron en el interior de las dictaduras, no sin antes enfrentar duras refriegas internas. Monumentales fueron las batallas al interior de las dictaduras argentina (Canelo, 2009) y chilena (Valdivia,
2003, 2008 y 2010), que tuvieron una base económica demasiado importante.
También fue el caso de la dictadura brasileña, aunque aquí el conflicto fue menos visible (Martins Filho, 1995).
Siguiendo en gran parte las recetas que esos centros les proveían, todas las
administraciones autoritarias realizaron profundas reformas financieras, hicieron
reestructuraciones bancarias, abrieron las puertas al capital extranjero y redujeron drásticamente el poder de compra de la moneda y del salario, a la vez que
cuestionaron el accionar estatal como inductor de crecimiento, con lo cual asestaron un duro golpe al mercado interno y con ello a las burguesías industriales
que de él dependían (Ramírez, 2012).
En cualquier caso, no todo fue negativo. La táctica del miedo y la aniquilación fue acompañada por otra: la tierra arrasada debía ser ocupada para no caer
nuevamente en manos herejes. Así, el espacio habitado por posiciones contrarias pasó a manos de acólitos, que lo subyugaron rápidamente, completando el
proceso de disciplinamiento que se había emprendido. Ello significó la sustitución del trípode populista —burguesía nacional, burócratas estatales y movimiento obrero sindicalizado— por otras fuentes de poder, inclusive externas,
donde la financiera pasó a ser determinante.
Como bien reza el título del libro de Orozco, la razón de mercado se convirtió en razón de Estado (Orozco, 1992), lo que en última instancia se encuentra
en el discurso del neoliberalismo, ya que, como señalamos al comentar la paradoja ortodoxa, tal ideología empleará la fuerza estatal, especialmente represiva,
para imponerla (Vatter, 2010). Tal comportamiento estuvo lejos de restringirse a
este periodo, pues las trincheras conquistadas aún les serían útiles cuando el
proceso de democratización colocara dichas conquistas nuevamente en disputa. La reconstitución del tejido social, inclusive el intelectual, en número y calidad suficiente, necesitó cierto tiempo, y en algunos casos podemos afirmar que
no logró conseguirlo.
Por ello, a pesar de que los primeros gobiernos tras el proceso de redemocratización pretendieron imponer una pauta heterodoxa a sus políticas públicas,
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estas no estuvieron a la altura de las nuevas exigencias de formulación, ahora
supervisadas de modo externo por instituciones multilaterales de crédito, entre
ellas el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, que dictaban
las directrices y que también fueron trasformando su papel en el marco de este
proceso (David, 1985; Coats, 1986; Corvalán, 2002). Tampoco contribuyó a su
éxito el hecho de que sus conductores no estuvieran imbricados con intereses
poderosos, al contrario, el establishment les tenía ojeriza, prefiriendo las recetas
ortodoxas clásicas. Todo ello fue determinante para su fracaso.
Parte de las razones que explican esta desilusión acerca de políticas heterodoxas se hallaba precisamente en el hecho de que su utillaje eidético estaba visiblemente desactualizado, y tampoco estaba inmerso en las nuevas redes de
expertos y empresariales, locales e internacionales, que ahora eran vitales para
garantizar apoyos, tanto internos como externos. Discursiva, organizacional y
socialmente, los actores que las impulsaban eran de hecho muy frágiles frente
a la fuerza asumida por sus contrincantes, que habían amalgamado sus intereses en esos formidables crisoles que eran sus think tanks.
Como resultado, la mayoría de esos gobiernos debió realizar concesiones e
incluso dejar sus políticas económicas en manos de miembros de ese tipo de
instituciones, que tenían experiencia que los partidos no habían podido o no se
interesaban en conseguir. Inclusive las instituciones que pregonaban políticas
de corte ortodoxo lo sabían y hasta alentaban ese tipo de alianzas, como nos
muestra el libro clásico de Rudiger Dornbush y Sebastián Edwards (1990), autores que fueron de los primeros en percatarse de ello. Este fenómeno ha sido
más estudiado en relación con el neopopulismo, que se convirtió en su gran
aliado (Viguera, 1993; Weyland, 1996; Demers, 2001), pero también es visible en
los gobiernos de figuras procedentes de la socialdemocracia, como nos muestran los casos brasileño y chileno. La política que instituyó el Real brasilero, por
ejemplo, fue ideada por profesionales ligados a la Pontifícia Universidade Católica de Río de Janeiro, algunos de los cuales fueron colocados en puestos claves desde donde llevaron adelante políticas de corte neoliberal en el gobierno
de Fernando Henrique Cardoso, casualmente uno de los mentores de la teoría
de la Dependencia, que así también nos sirve de ejemplo de esa transfiguración.
En el caso de Argentina, la conducción de la política económica del gobierno menemista fue concedida primero al mayor conglomerado de empresas privadas del país, después al líder de la Fundación Mediterránea, creada en 1977
y con antecedente directo de 1969, y por último a un representante del Centro
de Estudios Macroeconómicos de Argentina (CEMA), fundado en 1978, que
también había pasado por la Fundación Mediterránea. Ya con Fernando de la
Rúa dicha conducción recayó en un tecnócrata vinculado a la UIA, y luego en
uno de los principales exponentes de FIEL, hasta recaer nuevamente en manos
de Domingo Cavallo, el primer espada de la Fundación Mediterránea.
En Chile, por su parte, el Centro de Estudios Públicos (CEP), creado en 1980
con tecnócratas que apoyaron la dictadura, proporcionaría tres ministros de
Economía a los gobiernos de la Concertación, que también se nutriría de varios
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profesores de la Pontificia Universidad Católica de Chile, que tampoco modificaron en sus trazos fundamentales la política económica dictatorial (Garretón,
2012; Fischer, 2012).
Así, como ejemplo paradigmático de ese fenómeno partidario, Domingo Cavallo, de la Fundación Mediterránea, registra la admirable proeza de haber sido
presidente del Banco Central de la República Argentina (BCRA) durante una administración autoritaria y de conseguir reconvertirse, caso rarísimo en aquel
país, en tiempos democráticos en ministro de Economía de un presidente peronista y otro radical, en la acepción argentina del término.
Ese problema de la reconversión marca también una diferencia en los casos
nacionales, ya que Argentina pareció ser la que menos cambios presentó en el
staff de entidades que heredó de la dictadura, lo que nos invita a elaborar hipótesis sobre la necesidad de que dichas entidades continuaran activas o la imposibilidad de crear otras que las sustituyesen. Diferente es el caso de Brasil, donde el IPÊS fue desmovilizado en 1971 y algunas de sus actividades pasaron a la
Fundação Getúlio Vargas (FGV), que Jorge Oscar de Mello Flôres, miembro de
aquel Instituto, llegó a presidir, y la cual dio gran cantidad de nuevos funcionarios. De todos modos, la militancia neoliberal más explícita corrió a cargo de los
Institutos Liberais, creados a partir de 1983, que contarán con un nutrido conjunto de ex miembros del Instituto que fue alma mater del golpe de Estado de 1964.
Que ese tipo de entidades asumieran el protagonismo no es contingente. Ya
vimos que en el caso del IPÊS se sugería reconvertir su actuación política en
instituciones con perfil tecnocrático, y que los intereses aparecían como neutros. Igualmente nos habla de la reconfiguración partidaria que en parte las dictaduras provocaron, vaciando en la mayoría de los casos sus estructuras de
contenido ideológico
Como señala García de la Huerta (1995-96), existió una privatización del poder y una reducción del espacio público, que no fue solo obra de la segunda ola
neoliberal, sino de un proceso que arranca mucho antes, con las dictaduras. Aún
sabemos poco de la relación entre esos fenómenos, pero parece claro que la
hubo. Las dictaduras no se proponían crear Estados totalitarios, paradójicamente se habían instaurado para preservar la democracia, que la creían subvertida,
y, de hecho, algunas se preocuparon en dar nueva forma al sistema político.
Por ejemplo, en Brasil, los partidos políticos fueron disueltos, pero inmediatamente se propuso una legislación para su reestructuración, de la cual nacería
un sistema bipartidista que dominó gran parte del proceso dictatorial, aunque
más tarde hizo aguas en parte. Decimos esto último porque, aunque fracasara
parcialmente, de él se originarían varias de las fuerzas que ocupan la escena política actual, y si bien muchos de los partidos de otrora se reconstituyeron, no
alcanzaron el protagonismo que habían gozado en sus idus dorados.
Igualmente, en el caso chileno, la Constitución del año 1980 introdujo modificaciones significativas, que de algún modo obligaron al sistema a confluir al
centro del espectro político, a la vez que equilibró la lucha electoral al instaurar
un sistema de representación que sobrevalora muchas veces los segundos coBoletín Americanista, año LXVI. 1, n.º 72, Barcelona, 2016, págs. 199-220, ISSN: 0520-4100
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locados, en general de la derecha. Con ello se limaron, en parte, las diferencias
partidarias, especialmente en el ámbito económico, que era más abstracto. Recordemos que dicha Constitución estuvo inspirada en el ideario neoliberal, y
contó con el asesoramiento del mismísimo Hayek y de una fuerte impronta de
la Escuela de Virginia.
Esas medidas se unieron al proceso de catch all ¡ (Kirchkeimer, 1980) que en
dosis variadas afectó a la mayoría de los países de Occidente, experimentándose el fenómeno en casi todas las agrupaciones partidarias y cuyo síntoma
más claro es que ya no es necesario mostrar los programas de gobierno a la
hora de presentar los candidatos, bastando enunciados genéricos que no signifiquen compromisos claros, entre los cuales los de orden económico son preponderantes.
De todos modos, el fenómeno que hizo más laxas las programáticas fronteras de los partidos no es sólo un fruto actual. El pragmatismo existente en algunas organizaciones partidarias viene de antiguo, especialmente en aquellas
fuerzas que Alain Touraine (1989) calificara como nacional-populares, lo que nos
ayuda a explicar las contradicciones existentes en su seno, así como los vaivenes de sus figuras más insignes. De todos modos, en épocas más recientes
también se expandió hacia otras agrupaciones, otrora más ideológicas, siendo
pocas las que escaparon a esa transformación.
Así, las posiciones ortodoxas y fuerzas conservadoras, que generalmente
gozan de poca simpatía entre las masas y tienen severas dificultades para vencer mediante el voto (Linz, 1978), consiguieron obtener apoyo popular aproximándose a partidos políticos que tenían apoyo popular pero que no podían imponer políticas propias, por no tener programáticas o mucho margen de
maniobra, en especial por lo abultado de la deuda o las amenazas inflacionarias,
entre los principales factores que los condicionaban y obligaban a aceptar las
soluciones que el mercado interno y externo les ofrecía o imponía.
De la mano de esta alianza, las economías fueron sometidas nuevamente a
una reformulación. En este segundo momento las fuerzas del mercado fueron
liberadas hasta en asuntos impensables poco antes, como salud y jubilaciones.
En Argentina, el Estado fue virtualmente desguazado mediante privatizaciones
y los movimientos sociales organizados perdieron protagonismo, derechos y
poder de compra. Se garantizaba así la adhesión a la nueva división internacional, edad dorada de ese nuevo orden, en el cual la región pareció ser su alumno más aplicado, inclusive con el beneplácito de su población, que no dudaba
del hacer de los tecnócratas.
Reflexiones finales
El artículo procura demostrar cómo las dictaduras transformaron las políticas
económicas, que huyeron de las matrices partidarias para alojarse en instituciones externas a los partidos políticos, la mayoría de ellas con fuertes lazos con
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el sector empresarial. Los actores que las impulsaban se despojaron del ropaje
político e incluso demonizaron el carácter partidario acusándolo de ineficiente,
y se vistieron con el manto de la ciencia, definida teóricamente como neutra y
eficaz. Si el lenguaje tecnocrático fue impuesto como discurso dominante, no
fue solo por su fuerza intrínseca, sino también por la función que cumplía en la
rearticulación mundial en ciernes y por las acciones de los intereses que lo elevaron hasta ese pedestal, atacando posibles competidores o preparando las
condiciones para ello, circunstancia en la que las dictaduras se revelaron fundamentales. Igualmente pudo colocarse en posición central debido a la descomposición partidaria que tuvo lugar, en parte herencia de ese pasado, en parte debido a tendencias generales, como la de catch all de lo político, que
redujo los partidos, casi en su totalidad, a la condición de meras máquinas electorales, perdiendo sus capacidades de formular políticas, que pasaron a ser
provistas de modo externo y muchas veces de forma independiente de las estructuras partidarias tradicionales, ya que los clivajes entre ellos se tornaron menos nítidos y sus fronteras se desdibujaron, mostrándose incapaces de llevar a
cabo tal función.
Así, presentado el conocimiento como neutro, se escamoteaba del juego democrático la elaboración de políticas económicas y públicas en general. A partir de ese momento, tal tarea ya no estaría sujeta a discusión por parte de las
masas y pasaba a ser un asunto reservado a los expertos, a aquellos que dominan su ciencia, los que tienen credenciales para ello, por lo que para el resto de
la población solo era posible la subordinación a sus designios. Incluso los políticos profesionales fueron apeados de su lugar predominante, pasando a ocupar un papel secundario o, peor aún, siendo estigmatizados como irremediablemente contaminados de intencionalidades políticas, no neutras.
Podemos entender este proceso histórico de manera ampliada, pues la reestructuración económica no hubiese podido ser implantada si las decisiones
hubiesen quedado solo bajo el arbitrio democrático. En este caso, difícilmente
se iba a consensuar su aplicación, ya que vastas porciones sociales serían alcanzadas y seguramente ofrecerían resistencia. De ese modo y junto con otras
causas, fue posible continuar con las líneas maestras ya delineadas durante las
dictaduras, reintroduciendo la cartilla neoliberal con mayor fuerza durante la era
democrática, ya no desde instancias partidarias sino desde otras instituciones
que habían emergido al inicio de ese proceso y ganado fuerza bajo su amparo,
lo que garantizó que las transformaciones iniciadas durante las administraciones dictatoriales se extendieran y profundizaran, reconfigurando el escenario local, que reservaba a la región un lugar subordinado en el nuevo ordenamiento
mundial. Circunstancia que nos habla del éxito que las dictaduras alcanzaron en
los objetivos que se plantearon dentro de esa área.
Así, el giro dado en la forma y el contenido de las políticas económicas fue
consolidado, y los efectos de ese cambio en la región fueron prolongados.. Desde la crisis argentina de 2001, el modelo comienza a hacer aguas localmente,
irradiándose su crisis más tarde a latitudes cercanas. Esto daría lugar a lo que
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se conoció como Ola Rosa, con una sucesiva leva de gobiernos progresistas
que se esparcieron por la región, y que posteriormente estallaría a nivel mundial,
en el año 2008, momento en el que el mundo político salió de su ostracismo y
los círculos tecnocráticos se replegaron, al menos momentáneamente.
Siglas
PUC: Pontificia Universidad Católica (República de Chile)
BCRA: Banco Central de la República Argentina
CED: Committee for Economic Development (Estados Unidos de América)
CEMA: Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina
CEP: Centro de Estudios Públicos (República de Chile)
CEPAL: Comisión Económica para América Latina
FGV: Fundação Getúlio Vargas (República Federativa del Brasil)
FIEL: Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas
(República Argentina)
IBAD: Instituto Brasileiro de Ação Democrática (República Federativa del Brasil)
IPÊS: Instituto de Pesquisas e Estudos Sociais (República Federativa del Brasil)
ISEB: Instituto Superior de Estudos Brasileiros (República Federativa del Brasil)
LAIC: Latin American Information Committee (Estados Unidos de América)
PJ:
Partido Justicialista (República Argentina)
UC:
Pontificia Universidad Católica de Chile (República de Chile)
UIA:
Unión Industrial Argentina
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Fecha de recepción: 28 de abril de 2015
Fecha de aceptación: 29 de agosto de 2015
Fecha de publicación: 10 de mayo de 2016
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