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SEARLE: SIGNIFICADO Y REFERENCIA1
Angélica María Rodríguez
- Freddy Santamaría
]
Universidad Autónoma de Manizales, Colombia
Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, Colombia
Resumen
La significatividad de los nombres estuvo, durante mucho tiempo, sustentada en las
teorías de la referencia. Sin embargo, el análisis de los diferentes discursos existentes
muestra que las teorías referencialistas y descripcionistas resultan ser insuficientes a
la hora de garantizar el significado, pues los nombres, como entidades lingüísticas,
no funcionan como etiquetas que se adhieren al mundo. Con Searle se presenta una
bifurcación sobre una nueva teoría del significado, en la cual, los actos de habla
ilocucionarios son “referencia” y hacen posible las comprensiones de los enunciados
que se profieren en el uso del lenguaje. El presente artículo pretende mostrar cómo,
en la teoría de Searle, la emisión de actos de habla es la que permite alcanzar la
significatividad de los discursos.
El presente artículo constituye un apartado de la investigación que se está realizando
para la tesis de Doctorado en Filosofía en la Universidad Pontificia Bolivariana y pertenece
al proyecto de investigación Incidencia de la conciencia en la elaboración de juicios morales.
Una perspectiva desde la filosofía de la mente de John Searle en el cual se pretende identificar
el papel del lenguaje y la conciencia en la elaboración de juicios morales y la constitución de
la moral como una institución social. Una investigación cuya metodología está enraizada en
el método analítico, desde el análisis lingüístico de la obra de John Searle y otros autores de
la filosofía de la mente y del lenguaje. Medellín- Colombia. ORCID: http://orcid.org/00000002-7710-9915 Correo electrónico: angelica.rodriguez276@gmail.com, amrodriguez@
autonoma.edu.co lidermecp@autonoma.edu.co
Recibido: 23 de noviembre de 2016. Aprobado: 15 de junio de 2017.
1
Praxis Filosófica Nueva serie, No. 47 julio-diciembre 2018: 25 - 45 DOI: 10.25100/pfilosofica.v0i47.6597
ISSN (I): 0120-4688 / ISSN (D): 2389-9387
Palabras clave: referencia; sentido; descripciones; actos de habla; significado.
Searle: meaning and reference
Abstract
Name meaning was sustained in the theories of reference for a long time.
Nevertheless, the analysis of the different existing speeches shows that the
referencialists and descriptivists theories turn out to be insufficient at the
time of guaranteeing the meaning, since the names, as linguistic entities,
they do not work as labels that adhere to the world. With Searle, appears a
path on a new theory of meaning, in which, the illocutionary speech acts are
“reference “and there make possible the comprehensions of the statements
that are dropped in the use of the language. The present article tries to show
how, in Searle theory, the emission of speech acts is the one that allows
reaching the meaning of speeches.
Keywords: Reference; Sense; Descriptions; Speech Acts; Meaning.
Angélica María Rodríguez. Universidad Autónoma de Manizales, Manizales,
Colombia. Magíster en Educación por la Universidad de Caldas (2008), doctoranda en
Filosofía por la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín, Colombia). Licenciada
en Filosofía y Letras por la Universidad de Caldas (2007). Líder y Docente del
programa de Maestría en Enseñanza de las Ciencias de la Universidad Autónoma de
Manizales. Investigadora del grupo: SEAD-UAM en la línea de Actores y Contextos.
E-mail: angelica.rodriguez276@gmail.com
Freddy Santamaría: Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, Colombia.
Doctor en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia de Salamanca (Salamanca,
España). Doctor en Filosofía Universidad Pontificia Bolivariana. Filósofo y
Licenciado en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín.
Miembro de la Sociedad Colombiana de Filosofía (SCF). Actualmente profesor de
la Universidad Pontificia Bolivariana. Sus áreas de estudio son la filosofía analítica,
filosofía del lenguaje y el pragmatismo.
E-mail: freddy.santamariave@upb.edu.co
SEARLE: SIGNIFICADO Y REFERENCIA
Angélica María Rodríguez
- Freddy Santamaría
Universidad Autónoma de Manizales, Colombia
Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, Colombia
Significatividad: la búsqueda de la referencia y el sentido
La tradición analítica ha enmarcado el tema de la significatividad de los
discursos en la teoría referencialista; sin embargo, gran cantidad de ejemplos
a través del análisis del discurso muestran que la referencia no da cuenta
del significado de ciertos tipos de enunciados, pues abundan expresiones
carentes de referencia directa, más no de significado. La significatividad de
tales enunciados no está dada en términos de su referencia, lo que implica
que aun cuando un enunciado ostente una referencia, esta no brinda garantía
del significado del mismo. El criterio de referencia no es una buena razón
para decir que algunos tipos de enunciados carecen de significado, pues los
nombres no funcionan como etiquetas; por lo cual, la significatividad de las
expresiones debe contener algo más.
Frege y Russell fueron autores determinantes en el inicio de la discusión
sobre la significatividad de los nombres en los enunciados que constituyen
diferentes discursos. Tanto las teorías de la referencia directa como las
teorías descripcionistas se han valido de los trabajos de estos dos autores,
bien sea para apoyar, complementar o negar por completo sus avances; por
lo cual, un estudio serio sobre el significado de los discursos ha de hacer
alusión a los mismos.
El primer avance en oposición a la teoría referencialista, como garantía
del significado, lo expuso Frege al expresar que una teoría del significado
Angélica María Rodríguez - Freddy Santamaría
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debe incluir algo más: el sentido. En su análisis, el lógico alemán,
muestra que existen nombres distintos que se corresponden con la misma
referencia; por lo cual, un estudio del significado de las expresiones exige
el reconocimiento de los modos de presentación del referente.
Así pues, aunque algunos nombres carezcan de referente las expresiones
en las que se usan los dotan de sentido. La comprensión de significado en
el uso de nombres como “Pegaso” y “Vulcano”, —expone el autor— no
está dada en términos de su referencia. En su análisis del lenguaje, Frege
expone la distinción entre el sentido (Sinn) y la referencia (Bedeutung) de
un nombre; distinción que le permite demostrar que como estos, otros tipos
de nombres no señalan a ningún individuo, no cuentan con una extensión,
pero sí con una intención (unas descripciones) que sostienen el nombre.
Para Frege, este tipo de nombres tienen claramente un sentido, puesto que
tienen una intención y ella es suficiente para salvaguardar la significatividad
de dicho nombre.
Los avances de Frege, en torno a la búsqueda de las condiciones de
posibilidad del significado de los enunciados, le permiten postular un
nuevo planteamiento en la filosofía del lenguaje, el cual le lleva a realizar
un giro en torno a su propuesta inicial (la apuesta por el uso del lenguaje
formal). Su nuevo estudio le exige abandonar el logicismo fuerte en el
que predominaban las fórmulas, las sustituciones y las generalizaciones
en pos de un lenguaje perfecto; deponer la sistematización formal de la
conceptografía (Begriffsschrift)2 inicial, que no da cuenta de los procesos
sociales de comunicación, en los que no existe un lenguaje perfecto; pues los
nombres no se corresponden uno a uno con un único objeto de referencia.
Su preocupación por el significado de las expresiones le lleva a
identificar la insuficiencia de la teoría de la referencia y considerar otros
elementos, como el sentido y el contexto. Para Frege, las expresiones
deben ser analizadas bajo dos principios fundamentales: el principio de
contexto y el principio de composición. El primero, refuta los análisis
de oraciones aisladas; ya que, según el autor, no se puede inquirir por
el significado de nombres descontextualizados. Las expresiones no son
entidades unívocas, pues siempre están en relación con otras que se usan en
contextos determinados; el uso permite alcanzar la significación. Asimismo,
al plantear que el significado de las oraciones está sistematizado o regulado
por las reglas composicionales de las partes que componen la generalidad
de la oración, muestra que el significado de las palabras no es estático, pues
La conceptografía tiene como objetivo superar las deficiencias presentadas por el
lenguaje ordinario. Evitar las ambigüedades en los significados de un término (Frege, 1972,
p. 7).
2
[…] Nos vemos impulsados a admitir el valor veritativo de un enunciado
como su referencia. Por valor veritativo de un enunciado entiendo las circunstancias de que sea verdadero o de que sea falso. No hay más valores
veritativos. En aras de la brevedad a uno lo llamo verdadero, al otro falso.
Cada enunciado asertivo, en el que tenga importancia la referencia de las
palabras, debe ser considerado, pues, como un nombre propio y su referencia, caso de que exista, es o bien lo verdadero o bien lo falso. (p. 31)
Con lo cual, ratifica que el significado depende del sentido, y el valor
de verdad de la referencia.
A diferencia de Frege, Russell piensa que todos los enunciados que
contienen “nombres” de ficción no son verdaderos nombres propios sino
meras descripciones definidas abreviadas ya que no designan nada en
absoluto. Los nombres, para Russell, “los verdaderos nombres propios”
29
Searle: significado y referencia
estas no siempre significan del mismo modo; postulado que le lleva a salir
del marco de la teoría ostensiva.
Con su crítica a la teoría ostensiva, el pensador alemán inicia una
bifurcación que continúan teorías posteriores que apuestan por el uso del
lenguaje ordinario. Traza lineamientos esenciales en los cuales enfatiza
en la competencia del hablante para lograr comprensiones de significado
de los enunciados con los que se comunica y en el uso de términos en
determinados contextos y diversos discursos. Un hablante competente está
en capacidad, además, de crear nuevas oraciones coherentes y con sentido,
de comprender lo que significan los enunciados que carecen de referente
directo. Con ello, la teoría fregeana realiza una apuesta por el análisis
sistemático de las expresiones; un análisis en el que los significados de los
enunciados no dependen de cada palabra usada, sino de la unidad sintáctica
que las palabras conforman en pos de alcanzar una unidad semántica de la
oración en un contexto.
Los términos singulares, en sentido estricto, los nombres propios o
las expresiones deícticas, sostienen su significado en el contexto en que
se profieren. Las formas en la que usamos el lenguaje para referirnos a
algo son las que permiten alcanzar el significado de las expresiones. La
convencionalidad y el seguimiento de reglas se constituyen en una garantía
de la objetividad del significado que posee el enunciado en un discurso
determinado. Sin embargo, para el pensador alemán, el sentido depende
de la existencia de la referencia y esta última es la que determina el valor
de verdad de los enunciados. Frege (1991) manifiesta, en Sobre sentido y
referencia, que:
Angélica María Rodríguez - Freddy Santamaría
30
o aparentes “nombres” de ficción, tienen que poder mostrar (enseñar) el
individuo portador del nombre, el ejemplar. Si no hay referente (extensión,
ejemplares) como es el caso de los aparentes “nombres” de ficción
(“Vulcano” o “Pegaso”), tendremos que decir —según Russell— que no son
de ningún modo verdaderos nombres. Los llamamos nombres porque, según
el autor inglés, no hacemos un análisis correcto de nuestros enunciados. Estos
errores son fruto de la ambigüedad de nuestro lenguaje. Lo que en última
instancia le preocupa a Russell es que el lenguaje, si pretende ser riguroso
(científico), debe hablar solo de aquello de lo que pueda dar cuenta, esto es,
se debe contar con los ejemplares nombrados.
Así pues, las descripciones definidas presentan rasgos semánticos
simples: la referencia; no se presentan como unidades de significación
aisladas. Para Russell la significatividad está dada en términos de nombres.
Las expresiones o entidades significativas nombran, se refieren a algo o
alguien; las expresiones lingüísticas son significativas en la medida en
que se refieren a una entidad que existe en el mundo. El significado de
las descripciones se agota en el referencialismo, no hay nada más allá
en un enunciado que el objeto al que la expresión se refiere. De esta
forma, los nombres propios acaban por convertirse en paradigmas de las
expresiones lingüísticas, y las descripciones nombran (significan) y brindan
informaciones sobre el objeto nombrado. Las expresiones lingüísticas deben
destacar las características esenciales del objeto nombrado, a tal punto que
el hablante alcanza su significado.
El realismo semántico de Russell intenta develar la estructura lógica de
la realidad a través del lenguaje y su significado. El interés del filósofo inglés
no es otro que el que le inquiere encontrar un lenguaje lógico perfecto, en
el que se eviten las ambigüedades propias del lenguaje ordinario, un interés
similar al de Frege en su conceptografía. La vaguedad, la ambigüedad
y la poca contundencia del lenguaje cotidiano no permiten alcanzar la
significatividad, puesto que las deficiencias del lenguaje común conllevan
a errores categoriales, y en eso confluyen ambos autores.
Pues bien, muchos de los enunciados que usamos a diario no poseen
referencia y en este sentido para Russell un análisis lógico de tales
expresiones develará que tampoco poseen significado. Este último tema,
acaba por ser el punto de distinción entre los análisis presentados por ambos
pensadores: La búsqueda del significado. La teoría del significado evoca en
ambos autores estudios lógicos de las unidades que componen los enunciados
y de las relaciones entre expresiones con el fin de establecer, o bien desde
la referencia o bien desde el sentido, el significado de los discursos que
proferimos.
31
Searle: significado y referencia
La distinción que Frege confiere a los términos denotativos en el
problema de la co-referencialidad —anteriormente expresado— le permite
abordar la teoría del significado a partir del análisis informativo de los
enunciados; con ello, al mostrar que tipos de enunciados diferentes que
poseen el mismo objeto de referencia expresan sentidos diferentes en la
medida en que manifiestan diferentes modos de presentación del objeto,
enfatiza en el papel del sentido al develar el significado de un enunciado.
Los nombres propios no solo denotan, como pensaban Russell o Mill, sino
que connotan y en su connotación alcanzan la significatividad.
El análisis fregeano otorga significado a lo que Russell consideró
enunciados impropios o no genuinos. Sin embargo, es preciso acentuar, que
pese a la fuerte crítica que Frege realiza a la teoría referencialista tradicional,
el autor no logra abandonarla en su totalidad. El filósofo alemán continúa
en el problema de la referencia, pues como lo sostiene, no es posible que un
enunciado carezca de esta. El sentido es la forma en que un signo presenta
su referencia, es decir, siempre habrá referencia en todo enunciado, solo que
esta no será perenemente directa, como bien lo expresó Russell y mucho
menos, podrá considerarse como garantía del significado de la expresión. En
su análisis, Frege deja ver que también hay referencia y sentido indirecto;
su estudio le lleva a confirmar que en los enunciados que poseen tales
tipos de referencia también funciona el principio de sustituibilidad salva
veritate; principio aplicable en todo contexto, y con el cual, el autor supera
el problema de la denotación.
En tal sentido, mientras para Russell la teoría de la significatividad
se sustenta en los planteamientos de un lenguaje lógicamente perfecto, en
el que cada nombre cuenta con su referente, en pocas palabras: en el que
todo lo nombrado existe; para Frege, la significatividad de un discurso se
alcanza en la medida en que hay un sentido que garantiza el significado de
los nombres o expresiones que presentan las unidades semánticas que lo
componen. Por otra parte, enfáticamente plantea el autor inglés que: “La
lógica […] no tiene que admitir un unicornio en mayor medida que pueda
hacerlo la zoología […]. Decir que los unicornios tienen una existencia
heráldica o en la literatura o en la imaginación es una evasión sobremanera
lastimosa y mezquina” (Russell, 1991, p. 48).
No obstante, pese a sus divergencias, se observa un punto fuerte de
convergencia entre estos dos autores y sus planteamientos; para ambos existe
una relación tan estrecha entre el nombre y la descripción definida, que es
posible que se presente un intercambio de los mismos en un enunciado X.
Para el caso de Frege esto es posible, dado que no hay diferencia visible entre
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el nombre3 y la descripción definida. Algo similar se observa en Russell,
quien, en El conocimiento humano, expresa: “Así, parecería desprenderse
de esto que, aparte de palabras como ‘este’ y ‘aquel’, todo nombre es una
descripción que supone un este, y sólo es un nombre en virtud de la verdad de
alguna proposición” (Russell, 1983, pp. 91-92). Con lo cual, deja por sentado
que los nombres están en una inseparable relación con las descripciones, a
tal punto que se consideran como lo mismo.
Ahora bien, en oposición a los dos autores mencionados, Saul Kripke
plantea que la referencia de un nombre no puede considerarse como una
función del sentido, puesto que la referencia es transmisible a través de
las cadenas causales que se presentan en los procesos de comunicación.
La referencia es fijada de manera ostensiva, es decir, que para Kripke los
nombres sí funcionan como etiquetas del mundo y serán los mismos en
todos los mundos posibles, pues todos los nombres propios, no son más que
designadores rígidos4. La crítica de Kripke hacia la teoría descriptivista de
la referencia propuesta por Frege y Russell le lleva a plantear una nueva
teoría referencialista: la teoría causal de la referencia. Una apuesta que
evoca el acto de nombrar para sustentarlo en la consideración del nombre
como designador rígido, el cual se valida en cada uso de las proferencias
posteriores que lo contengan. Los usos del nombre referencian a la referencia
inicial, puesto que todos los enunciados relacionados causalmente evocan
la referencia inicial del acto nombrado, con lo cual muestra que la teoría de
las descripciones es implausible.
En los discursos, la significatividad, según Kripke, se da en el uso
y las convenciones determinadas por las comunidades lingüísticas. Para
el filósofo estadounidense, siguiendo algunos planteamientos de Mill
(1882), los nombres propios no son descripciones definidas, ni poseen
significados. Los nombres propios5 solo se refieren a una cosa y no remiten
Es preciso aclarar que para Frege el nombre es tomado como enunciado, expresión,
proposición, entre otros, es decir, el autor no enfatiza, como sí lo hace Russell en diferenciar
los nombres propios de los comunes.
4
Los designadores rígidos propuestos por Kripke, sostienen la teoría referencialista causal
y hacen alusión a todos los enunciados que poseen la misma referencia en cualquier tipo
de mundo posible. “Creo que si la gente ha pensado que estas dos cosas deben significar lo
mismo se debe a las razones siguientes: primero, si resulta que algo es verdadero no sólo en el
mundo que de hecho se da, sino que es también verdadero en todo mundo posible, entonces,
por supuesto, recorriendo en nuestras cabezas todos los mundos posibles, deberíamos ser
capaces haciendo un esfuerzo de ver, si un enunciado es necesario, que es necesario y, así, de
conocerlo a priori. Pero en realidad esto no es de ninguna manera tan obviamente factible”
(Kripke, 2005, p. 42).
5
A diferencia de Frege, los nombres propios para Kripke se refieren a algo determinado,
por ello son “designadores rígidos”, pues fueron asignados para nombrar algo en específico.
3
a informaciones ni atributos de tal cosa que refiere. Por ello, Kripke rechaza
el planteamiento de Frege sobre la connotación de los nombres propios, pero
le otorga credibilidad al mismo planteamiento con relación a los nombres
comunes. En este punto, tanto Frege como Kripke coinciden al afirmar que
el significado de los nombres comunes es dado en términos del sentido que
deriva de la capacidad connotativa del lenguaje, ante lo cual, Kripke acaba
por aceptar que el significado de dichas expresiones se hace explícito a
través de descripciones definidas.
Pues bien, si las descripciones definidas son las que hacen posible el
significado de los nombres en los discursos que se profieren, Wittgenstein en
sus investigaciones estaba en lo cierto; el significado está dado en términos
del uso del lenguaje y no por referencia directa.
En sus Investigaciones, Wittgenstein sustenta que:
En pos de criticar la teoría de Russell, ya que, para este pensador
austriaco, el uso de un nombre propio determinado no tiene un significado
fijo (Wittgenstein, 2009, § 10). Si bien Kripke (2005), siguiendo a Mill
(1882), plantea que tales nombres ni siquiera poseen un significado6, coincide
con Wittgenstein al exponer que el uso de tales nombres está determinado
por la comunidad lingüística que los asignó y los usa. Tanto Kripke como
Wittgenstein, y como veremos más adelante, Searle, inician estudios del
“Entenderé aquí por un nombre un nombre propio, esto es, el nombre de una persona, de
una ciudad, de un país, etcétera […]. Usaremos el término “nombre” de manera que no
incluya las descripciones definidas de esa clase, sino solamente aquellas cosas que en el
lenguaje ordinario serían llamadas nombres propios. Si queremos un término común que
abarque tanto los nombres como las descripciones, podemos usar el término ‘designador’”
(Kripke, 2005, p. 29).
6
Pese a que Kripke no asocia un sentido a los nombres propios, en pos de garantizar
su significatividad como lo hizo Frege (para Kripke tales nombres no poseen significado),
su concepción se aleja de la de Russell, pues Kripke no concibe a los nombres propios
como “descripciones abreviadas”. El filósofo estadounidense rechaza la determinación del
referente por parte de un sentido, asimismo, rechaza el planteamiento de Russell acerca de
los nombres usuales.
33
Searle: significado y referencia
Según Russell podríamos decir: el nombre «Moisés» puede ser definido
mediante diversas descripciones. Por ejemplo, como: «el hombre que condujo a los israelitas a través del desierto», «el hombre que vivió en ese
tiempo y en ese lugar y que fue llamado entonces ‘Moisés’», «el hombre
que de niño fue sacado del Nilo por la hija del Faraón», etc. Y según asumamos una u otra definición la proposición «Moisés existió» [así como su
negación] recibe un sentido distinto y lo mismo toda otra proposición que
trate de Moisés. (Wittgenstein, 2009, § 79).
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lenguaje que conllevan a una nueva concepción del significado. El uso
cotidiano del lenguaje y las relaciones entre múltiples expresiones que
contienen descripciones hacen posible, lo que tanto en Wittgenstein como en
Searle se conoce como: grados de familiaridad. Con lo cual, se sustenta que
no existe una sola descripción o un solo nombre que determinen una única
referencia, y, en concordancia con Frege, tampoco habría una teoría de la
referencia que garantice la significatividad; sin embargo, en disonancia con
este pensador alemán, para Wittgenstein y Searle el significado va más allá
de la referencia y del sentido. El significado está determinado por el uso del
lenguaje que estipulan los hablantes dentro de sus comunidades lingüísticas.
En las Investigaciones filosóficas, Wittgenstein recusa del atomismo
lógico, pues si antes el significado de un nombre era el objeto al cual se
hacía referencia, ahora sus nuevos caminos van a apuntar hacia el uso
ordinario del lenguaje, es decir, el significado de un nombre no va a ser la
necesaria correspondencia con el objeto nombrado (nombre-objeto), sino
el uso de ese nombre en un lenguaje concreto y determinado.
Escribe el autor austríaco: “Para una gran clase de casos de utilización
de la palabra “significado” —aunque no para todos los casos de su
utilización— puede explicarse esta palabra así. El significado de una
palabra es su uso en el lenguaje. Y el significado de un nombre se explica
a veces señalando a su portador” (Wittgenstein, 2009, § 43). El anterior
parágrafo cobra relevancia a la hora de determinar el significado de un
nombre, puesto que ya no es la definición ostensiva el medio “privilegiado”
de dar significación a un nombre, sino el uso que hacemos del nombre dentro
de cierta comunidad lingüística. Para Wittgenstein, la definición ostensiva
puede explicar el significado, si ya de antemano tenemos claro cómo hay
que usar tal o cual palabra en el lenguaje. No se puede decir que nombrar
o designar sea señalar ostensivamente, ya que, si tomamos la definición
ostensiva como método fundamental de significación de las palabras, advierte
Robert J. Fogelin, hemos fracasado, pues “la actividad de dar una definición
ostensiva tiene sentido sólo en el contexto de una estructura lingüística
previamente establecida” (Fogelin, 1995, p. 118).
Wittgenstein establece relaciones entre lenguaje y mundo, a partir del
nombrar y el decir; así, el significado de los enunciados no depende de
designar objetos, no depende de la definición ostensiva, sino del uso que
se le dé al lenguaje, en los diferentes juegos en los que se usa. Así, prima
el uso de los enunciados en la comunicación sobre los objetos del mundo
que este nombra. Punto de partida para la teoría de Dummett, pues, “las
proposiciones se refieren a la totalidad de los hechos, no a la totalidad de
cosas que lo componen”7 (Dummett, 1995).
Con relación al mismo problema, el filósofo Nelson Goodman en su
libro De la mente y otras materias nos advierte que la referencia más que
ser definida, debe ser más bien explicada, distinguiendo y comparando las
múltiples formas en que ella puede aparecer (Goodman, 1995, p. 94). Esto
quiere decir, que debemos primero intentar explicar, describir y comparar
las diferentes rutas que tiene la referencia para presentarse en los diferentes
contextos y discursos, como son los discursos literales o los discursos noliterales o de ficción. Dice el autor norteamericano:
Los mundos de ficción, de la poesía, de la pintura, de la música o de la danza y los de las otras artes están hechos en gran medida de mecanismos no
literales, tales como la metáfora, o por medios no denotativos, tales como
la ejemplificación y la expresión. Y en esos mundos se acude también, con
frecuencia, a imágenes, sonidos, gestos o a otros símbolos pertenecientes a
sistemas no lingüísticos (Goodman, 1990, pp. 140-141).
Significatividad y uso del lenguaje
El significado de los diferentes nombres o enunciados, en términos
wittgensteinianos, se “mide” por el uso de ellos en tal o cual discurso, esto
es, en la aceptabilidad o no de tales nombres dentro de un juego de lenguaje,
pues, todos los términos (palabras, nombres) los usamos de acuerdo al
contexto donde son proferidos. En los discursos de ficción, por ejemplo,
podemos contar con lenguajes no literales, que lejos de ser un artificio son
por el contrario una herramienta que permite hacer que nuestros términos
tengan “pluriempleo”, es decir, que contemos con más herramientas para
7
https://www.academia.edu/11303940/Realismo_y_anti-realismo
35
Searle: significado y referencia
Lo que nos lleva a pensar, que Frege iba por buen camino, ya que el
contexto puede ser un elemento determinante para alcanzar el significado,
pues como se ha expuesto, la referencia no da cuenta, en ningún caso, del
significado de los discursos, ni para el caso de los nombres propios, y mucho
menos es garantía del significado del discurso en el que los nombres usados,
pese a poseer descripciones carecen de referencia. El problema de Frege en
su teoría del significado radica, en que, si bien se fundamenta en el sentido,
este sigue anclado a la referencia (en las descripciones), pues no existe sin
ésta. En otras palabras, no hay sentido sin referencia y esta última no existe
si no hay objeto.
Angélica María Rodríguez - Freddy Santamaría
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la re-creación e invención de “mundos”8 de ficción que permiten de algún
modo la reorganización de nuestro mundo familiar. La significatividad de
un nombre no depende de su correspondencia con el objeto nombrado, pues
los nombres no funcionan como etiquetas que se adhieren a los objetos
del mundo, sino que son “movimientos” aceptados dentro de un juego del
lenguaje.
El discurso de ficción, como el resto de los discursos, no es más que
un juego dentro de lo que podemos llamar las “prácticas humanas”9.
Debemos tener en cuenta que cualquier juego en el que usemos el lenguaje
no necesita de una teoría especial para ser comprendido y jugado, sino que
necesita simple y llanamente, en palabras de Searle, una serie de reglas que
orienten el comportamiento lingüístico de los hablantes; ya que, “hablar un
lenguaje es tomar parte en una forma de conducta gobernada por reglas”
(Searle, 1990, p. 25). Ahora bien, si entendemos que la significatividad de un
nombre depende del uso, es decir, de la “aceptabilidad” de los aspectos, los
rasgos y las descripciones que de algún modo se consideran más importantes,
y dejamos de lado la búsqueda del significado en términos referenciales, ya
que, muchos enunciados de los que usamos a diario no son una imagen o un
espejo de la naturaleza, sino que son “movimientos” aceptados dentro de un
juego del lenguaje, podremos comprender que hay nuevas lógicas para hallar
el significado y estas están determinadas por el uso y la convencionalidad.
Para Rorty la significatividad de los nombres depende del cómo se
concibe la verdad, esto es, si se entiende como afirmabilidad avalada o
como espejo de la naturaleza. Por esto mismo, el problema de concebir la
verdad como “correspondencia con la realidad” y no como “afirmabilidad
avalada” equivale a ver el lenguaje como una imagen y no un juego regido
por reglas (Rorty, 2001, pp. 267-268)10. Sin embargo, el análisis del lenguaje
nos muestra que la semántica está presidida por la sintaxis que rige los
enunciados lingüísticos. El uso del lenguaje, le exige al hablante conocer
Con el lenguaje se crean “mundos”. Así lo expone Freddy Santamaría en su texto Hacer
mundos: el nombrar y la significatividad. Los nombres usados en discursos, pese a carecer
de referencia no carecen de significado; ello se puede evidenciar en los discursos de ficción.
“El que un personaje de ficción no haya existido no quiere decir que se pueda negar que
“existe en la ficción” creada por el escritor, o que, por otro lado, no se pueda hablar y hacer
referencia de él (Santamaría, 2016).
9
Este punto lo desarrolla en profundidad Santamaría, especialmente en el capítulo
dedicado a Wittgenstein y el problema del significado de los nombres sin referencia
(Santamaría, 2007).
10
Afirma Rorty que: “La idea es que si el mundo extiende la mano y se traba con el
lenguaje en relaciones factuales (por ejemplo, causales), siempre estaremos «en contacto con
el mundo», mientras que la concepción fregeana estamos en peligro de perder el mundo, o
quizá no hayamos estado nunca trabados con él” (Rorty, 2001, p. 265).
8
el contexto, los enunciados y los usos de estos bajo el seguimiento de las
reglas al que se somete como agente partícipe de una comunidad lingüística.
Usar el lenguaje en determinadas formas, bajo el seguimiento de reglas,
en contextos específicos, es lo que hace posible alcanzar la significatividad;
la cual, va más allá del sentido y de la referencia, sin desconocer tales
elementos. Para el Wittgenstein de las Investigaciones, el uso del lenguaje
en su empleo contextual nos permite descubrir el significado en la
comunicación; somos nosotros, los agentes hablantes, quienes en el uso de
cada juego del lenguaje empleamos cada término en determinado contexto,
en determinado discurso, y le otorgamos la significatividad.
Cuando los filósofos usan una palabra —‘conocimiento’, ‘ser’, ‘objeto’,
‘yo’, ‘proposición’, ‘nombre’ —y tratan de captar la esencia de la cosa,
siempre se ha de preguntar: ¿se usa efectivamente esta palabra de este
modo en el lenguaje en el que tiene su tierra natal?— Nosotros reconducimos las palabras de su empleo metafísico a su empleo cotidiano” (Wittgenstein, 2009, § 116).
37
Searle: significado y referencia
Los usos que le den los interlocutores a determinados términos, en la
práctica del lenguaje, en concretos contextos serán los que permitan alcanzar
el significado, es decir, este último se halla en el pragmatismo. Así, en
cada juego, el significado es algo que cada hablante obtiene en el uso. El
significado de un término o de un enunciado no depende que señale o no
un objeto, sino de que se use correctamente en un determinado contexto,
haciendo el preciso seguimiento de las reglas, que el juego le exige. Para
Wittgenstein, el significado y la palabra, actúan paralelos en el uso; este
filósofo no hace las separaciones que sus antecesores realizan, pues para
el pensador austriaco: “Se dice: no importa la palabra, sino su significado;
y se piensa con ello en el significado como en una cosa de la índole de la
palabra, aunque diferente de la palabra. Aquí la palabra, ahí el significado.
La moneda y la vaca que se puede comprar con ella” (Wittgenstein, 2009,
§ 120). Es decir, el significado no es un mundo situado fuera de la palabra,
sino un mundo visible en el contexto en que se usa la palabra.
En este giro lingüístico, el lenguaje empieza a ser considerado como el
elemento que, además de describir la realidad, se constituye en instrumento
de la vida, pues está presente en las diferentes esferas de la vida; en cada
una de ellas aparece en uno de sus múltiples juegos. Por lo cual, en cada
esfera que lo usamos las palabras cobran significado. No hay palabras con
significados unívocos, pues parafraseando a Wittgenstein, el significado de
un término es su uso. En este sentido, un mismo término puede variar de
Angélica María Rodríguez - Freddy Santamaría
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acuerdo a cada contexto en el que sea usado, y su significado en los múltiples
juegos guardará una relación de lo que el autor denominó: “parecidos de
familia” o “aires de familia”. Con la postura Wittgensteiniana se supera el
esencialismo en el significado. “Para una gran clase de casos de utilización de
la palabra ‘significado’ —aunque no para todos los casos de su utilización—
puede explicarse esta palabra así: el significado de una palabra es su uso en
el lenguaje” (Wittgenstein, 2009 § 43).
Pues bien, en la misma línea de Wittgenstein se suscriben Austin y Searle
con sus propuestas de actos de habla. En las nuevas apuestas analíticas, el
uso del lenguaje determinará el significado y con ello se ratificará que priman
los aspectos pragmáticos del discurso en aras de establecer el significado de
los enunciados que se profieren en cada contexto. La teoría de los actos de
habla, como teoría pragmática, permite establecer la relación directa entre el
hablar y el actuar, con lo cual, se pasa a pensar la teoría de la significatividad
desde los procesos intencionales de los hablantes e interlocutores; es decir,
bajo el seguimiento de reglas que trazan las márgenes para determinar a
través del uso del lenguaje el comportamiento. Así la conducta lingüística
se refleja en las acciones del mundo, y los significados se construyen según
el uso de cada enunciado proferido en cada discurso, en cada acto de habla.
Si bien Wittgenstein trazó el camino para pensar en los múltiples juegos
del lenguaje que usamos en cada juego de nuestra vida, Austin, lo aclaró al
establecer en su estudio del lenguaje, las diferentes formas en que usamos
el lenguaje. La teoría austiniana nos lleva a transitar en una definición
del significado en el que hablante y oyente son los únicos que logran las
comprensiones en su empleo, a tal punto de conseguir “hacer cosas con
palabras”. El significado de los enunciados se puede interpretar en el acto
de habla; no es posible determinar el significado de una palabra si esta no es
proferida en un discurso en el que hay interlocutores que afirmen, nieguen,
duden, o prometan algo. El significado de cada enunciado está demarcado
por las reglas que lo vinculan a un tipo de acto de habla y los hablantes al
seguir tales reglas logran dar significado en la construcción de un discurso
que, como planteará más adelante Searle, da origen a una realidad: la
realidad social.
¿Cómo es posible que cuando un hablante está ante un oyente y emite
una secuencia acústica sucedan cosas tan importantes como: a) que el
hablante quiera decir algo; b) que el oyente comprenda lo que se le quiere
decir; c) que el hablante haga un enunciado, plantee un enunciado y emita
una orden? Estas entre otras cuestiones fueron del interés particular de Searle,
las cuales están manifiestas en su libro Actos de habla. Nosotros, a partir
de estas mismas cuestiones, nos preguntamos: ¿Cómo puede un hablante
proferir un discurso, bien sea literal o ficticio que sea comprendido con su
oyente? ¿Cómo puede un hablante comunicar (significar) algo diferente de
lo que propiamente ha dicho literalmente? Esto es: ¿Cómo dejamos a un
lado la idea de correspondencia, la idea del mundo-como-imagen para pasar
del significado literal al significado discursivo de lo hablado? Pues bien,
nos atrevemos a decir, que todo ello se logra, gracias a que las prácticas
lingüísticas, como prácticas humanas, están reguladas por reglas; reglas
que todo hablante competente está en obligación de conocer y asumir. El
seguimiento de las reglas de cada acto de habla es el que hace posible a los
interlocutores alcanzar la significatividad de los enunciados proferidos en
cada contexto. Toda comunicación lingüística incluye actos lingüísticos
(Searle, 1990, p. 26); y en el uso de tales expresiones, los agentes que los
emiten alcanzan su significación al identificar la fuerza ilocutiva de cada
enunciado.
El discurso, la justificación, la emisión de los actos de habla es lo que
permite al hablante tener el significado del enunciado.
No solamente no tenemos equivalentes definicionales, sino que no resulta
claro cómo podríamos llegar a conseguir que éstos sustituyesen a los nombres propios en todos los casos. Si intentamos presentar una descripción
completa del objeto como el sentido del nombre, resultarían consecuencias extrañas, por ejemplo, cualquier enunciado verdadero sobre el objeto,
usando el nombre como sujeto, sería analítico; cualquier enunciado falso
sería autocontradictorio; el significado de un nombre (y quizá la identidad
del objeto) debería cambiar siempre que hubiese algún cambio en el objeto;
el nombre tendría significados diferentes para personas diferentes, etc. Así,
parece que el punto de vista de que los nombres propios son descripciones
no puede ser verdadero tampoco (Searle, 1990, p. 170).
39
Searle: significado y referencia
Actos de habla y significado
En la teoría de Searle, el significado de las oraciones depende de lo que
el hablante pueda llegar a hacer con la emisión de estas. No existe un único
enunciado con un único significado, puesto que los términos que se profieren
en un discurso pueden usarse para afirmar, preguntar, prometer, para ordenar,
entre otros más, según el acto de habla que se requiera para comunicar. Es
decir, que el significado involucra al hablante y su intencionalidad en lo
que quiere comunicar.
La teoría de los actos de habla, propuesta por el filósofo estadounidense,
presenta una nueva concepción acerca del significado. Searle, inicia una
crítica a la propuesta tradicional del significado, que se había limitado al
sentido y la referencia, ya que
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En otras palabras, ni el sentido, como lo expuso Frege, ni la referencia,
como la defendió Russell, son elementos suficientes para garantizar el
significado de los nombres, puesto que cada hablante competente que use
X nombre en su discurso, siempre lo usará con una determinada fuerza
ilocutiva, la cual determinará el significado del nombre (enunciado) en el
discurso proferido.
La taxonomía de los actos de habla expuesta por Searle permite ver
cómo el mismo enunciado cambia su significado de acuerdo con el uso que
el hablante le da. La intención de prometer, de felicitar, de ordenar o de
afirmar es lo que otorga el significado al enunciado en medio del discurso
en el que se profiere. Es decir, se evidencia un fuerte giro de la teoría
verificacionista del lenguaje, a la teoría del significado, garantizada en su
movimiento pragmático. Ya no se realiza la distinción para el significado
entre nombre, palabra, acto o enunciado; puesto que para Searle: “La forma
gramatical característica del acto ilocucionario es la oración completa (puede
ser una oración que conste de una sola palabra) y las formas gramaticales
características de los actos proposicionales son partes de oraciones:
predicados gramaticales para el acto de la predicación, y nombres propios,
pronombres y ciertas frases para la referencia” (Searle, 1990, p. 34). De
tal forma, que el significado no está en las palabras, sino que depende
del hablante que emite las palabras, ya que es quien determina la fuerza
ilocucionaria en su emisión.
Los actos ilocucionarios, cuya forma proposicional obedece a una
estructura lógica, permiten al hablante alcanzar la significatividad en la
comunicación. El hablante marca los dispositivos de la fuerza ilocucionaria,
con el fin de que sus enunciados posean un significado en el discurso en el
que los profiere. “[…] Dicho de otra manera, qué fuerza ilocucionaria ha de
tener la emisión; esto es, qué acto ilocucionario está realizando el hablante al
emitir la oración” (Searle, 1990, p. 39), pues simplemente la que el hablante
demarca son su intencionalidad, con su entonación, pronunciación, énfasis
y verbos realizativos, entre otros, elementos que le permiten emitir un acto
de habla y no otro, aun cuando ambos contengan los mismos términos. Es
decir, el significado se vuelve explícito en el momento en que el acto de habla
se realiza; puesto que, el emisor pretende producir un efecto ilocucionario,
un enunciado que exige al interlocutor comprender la emisión del hablante
(Searle, 1990, p. 56).
La conducta lingüística gobernada por reglas, como lo propone Searle,
es la que permitirá a los hablantes alcanzar el significado en la proferencia
de los diferentes actos de habla. Así, se pasa de la teoría del significado
41
Searle: significado y referencia
literal, al significado alcanzado en el acto ilocucionario. En la mayoría de las
ocasiones –expone Searle– los hablantes quieren significar algo más de lo
que dicen con sus enunciados; los enunciados significan algo más de lo que
sus términos evocan. Esto es lo que el autor denominó: “Actos ilocucionarios
indirectos”; en los cuales los emisores con la fuerza ilocutiva logran que
sus enunciados signifiquen más de lo que dicen. Un tipo de enunciados que
emitimos constantemente en nuestros procesos de comunicación.
Las caracterizaciones lingüísticas de Searle permiten abordar el tema
del significado, ya no en el enunciado per se, en el que se ve el lenguaje
como un elemento ajeno al sujeto, sino desde el sujeto que crea el lenguaje
y lo usa en determinados contextos. El lenguaje, ahora está anclado al
hablante que lo articula y usa en sus procesos de comunicación, en los
que a partir del uso de reglas pretende significar en cada proferencia que
emite. “Considerar una instancia como un mensaje es considerarla como
una instancia producida o emitida” (Searle, 1990, p 26). Tal vez por ello,
el autor enfatiza, en que toda teoría del lenguaje, acaba por ser parte de la
teoría general de la acción, pues todo enunciado que se profiere es un acto.
“El acto o actos de habla realizados al emitir una oración son, en general,
una función del significado de la oración. El significado de una oración no
determina de manera singularizadora en todos los casos qué acto de habla
se realiza en una emisión dada de esa oración, puesto que un hablante puede
querer decir más de lo que efectivamente dice, pero a él le es siempre posible
en principio decir exactamente lo que quiere decir” (Searle, 1990, p. 27) Así,
realizar un estudio sobre el significado, no es otra cosa –plantea Searle– que
realizar un estudio de los actos de habla.
La significatividad de los discursos se logra en la medida en que el
hablante se compromete con el seguimiento de las reglas que gobiernan
su conducta verbal. Solo en esta medida los actos de habla constituyen
discursos cuyo significado está demarcado por la fuerza ilocutiva que usan
los hablantes competentes. En palabras de Searle, “Necesitamos distinguir
lo que el hablante quiere decir de ciertos géneros de efectos que intenta
producir en sus oyentes” (Searle, 1990, p. 30). Ello con el fin de evitar
ambigüedades, malas comprensiones y significados equívocos.
En tal sentido, es preciso entender todo un conjunto de elementos que
constituyen la filosofía del lenguaje de Searle, pues solo en las relaciones
de los elementos que componen tal teoría de actos de habla ilocucionarios,
se logra justificar una pragmática que da sustento a la teoría del significado.
En palabras de Searle, “[…] El acto de habla es la unidad básica de la
comunicación, tomada juntamente con el principio de expresabilidad,
sugiere que existe una serie de conexiones analíticas entre la noción de
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actos de habla, lo que el hablante quiere decir, lo que la oración (u otro
elemento lingüístico) emitida significa, lo que el hablante intenta, lo que
el oyente comprende y lo que son las reglas que gobiernan los elementos
lingüísticos” (Searle, 1990, p. 30). Es decir, los actos de habla son porque hay
hablantes que los emiten bajo principios de expresabilidad que se someten
al seguimiento de las reglas que demanda el uso del lenguaje.
Abandonar la teoría referencialista tradicional y concebir la referencia
como acto de habla lleva a Searle a vincular al hablante en su estudio del
lenguaje y del significado. Así lo expone, cuando afirma que: “Decir que
una expresión hace referencia (predica, asevera, etc.) es, en mi terminología,
o un sinsentido o una abreviatura para decir que la expresión se usa por
los hablantes para hacer referencia (predicar, aseverar, etc.); es ésta una
abreviatura que emplearé frecuentemente” (Searle, 1990, p. 37); pues, el
hablante es quien hace referencia a algo o a alguien con sus actos de habla.
Y el significado está marcado tanto por la intención del hablante, como por
el seguimiento de reglas y las convenciones en las que se emiten los actos
de habla ilocucionarios. Razón por la cual, para Searle, el significado se
logra cuando “[..] El hablante intenta producir un cierto efecto haciendo que
el oyente reconozca su intención de producir ese efecto; y, además, si está
usando las palabras literalmente, intenta que ese reconocimiento se logre en
virtud del hecho de que las reglas para el uso de las expresiones que emite
asocian la expresión con la producción de ese efecto. Es esta combinación
de elementos la que necesitaremos expresar en nuestro análisis del acto
ilocucionario” (Searle, 1990, p. 54).
En conclusión, la significatividad de los discursos en la teoría searleana
se alcanza cuando el hablante logra con sus emisiones proferir actos de habla
ilocucionarios que se ajustan a las características expuestas por el autor en su
taxonomía. El significado, entonces, está dado por la referencia, claro está si
esta se entiende como acto de habla; es decir, si involucra la intencionalidad
del hablante, la convencionalidad de los interlocutores y el seguimiento de
reglas que los procesos comunicativos demandan para efectuar con éxito la
comunicación, en tal sentido, lo que se genera es la comprensión y cuando
esta se logra, entonces podremos decir que hay significatividad en discurso
emitido.
La comunicación humana tiene algunas propiedades no usuales, no compartidas por la mayor parte de los otros tipos de conducta humana. Una de
las menos usuales es ésta: si intento decirle algo a una persona, entonces
(suponiendo que se satisfacen ciertas condiciones) habré conseguido decírselo tan pronto como esa persona reconozca que intento decirle algo y qué
es exactamente lo que estoy intentado decirle. Además, a menos que ella
reconozca que estoy intentando decirle algo y qué es exactamente lo que
SS intento decirle, no habré logrado decirle algo de manera completa. En
el caso de los actos ilocucionarios logramos hacer lo que intentamos hacer,
al conseguir que nuestro auditorio reconozca lo que estamos intentando hacer. Pero el ‘efecto’ sobre el oyente no es ni una creencia ni una respuesta,
consiste simplemente en la comprensión por parte del oyente de la emisión
del hablante. (Searle, 1990, p. 56)
Puede inferirse, entonces, que Searle, ante términos usados en el
discurso de ficción, como los expuestos por Frege (“Vulcano”, “Pegaso”)
plantea que no son carentes de significado; tales términos que constituyen
el discurso de ficción poseen tanto referencia como significado, ya que los
mismos son expresados en los enunciados que los hablantes (escritores) usan
para referirse a ellos, generando en sus oyentes (lectores) comprensiones.
Para Searle, los nombres no significan nada, las palabras no significan sino
son emitidas por hablantes en medio de enunciados que se profieren con
alguna intencionalidad.
Ante el discurso de ficción, tenemos que la tesis central propuesta por
Searle, descansa bajo el concepto de pretender. Un escritor no está llevando
propiamente un acto ilocucionario sino que está pretendiendo-fingiendo
(pretending-pretend) hacerlo11. El escritor de ficción, para el autor de Actos
11
Searle resalta que un escritor de ficción pretende-finge hacer un aserto; por lo cual,
es necesario distinguir entre dos sentidos muy diferentes de pretender. Veamos la diferencia
43
Searle: significado y referencia
La comprensión que tiene el oyente es generada por el discurso emitido
del hablante. La comprensión guarda una estrecha relación con el significado
y solo se logra cuando los agentes alcanzan el reconocimiento de las reglas
y su uso en la comunicación. Searle expone su propuesta de significado en
cuatro proposiciones:
I. Comprender un enunciado es conocer su significado.
II. El significado de un enunciado está determinado por las reglas
(estas especifican las condiciones de emisión de los enunciados).
III. Emitir un enunciado exige al hablante intentar hacer que el oyente
sepa (reconozca, sea consciente de) lo que está expresando. (Lo
que se logra en virtud del conocimiento de las reglas del enunciado
emitido).
IV. Un enunciado (acto de habla) proporciona, entonces, un medio
convencional de lograr la intención de producir un cierto efecto
ilocucionario en el oyente. (Cf. Searle, 1990, pp. 56-57)
de habla, está “participando en una no engañosa pseudo-representación
que constituye la pretensión de volvernos a contar una serie de eventos
[…]. El autor de una obra de ficción pretende representar una serie de
actos ilocucionarios, normalmente del tipo asertivo” (Searle, 1979, p. 65).
De este modo, un texto de ficción, no emite auténticos actos de habla, sino
que pretende hacerlos, es decir, hace como si realizará auténticos actos
ilocucionarios. Por lo mismo, el acto de pretender emitir verdaderos actos
ilocucionarios, pero no realizarlos en realidad (en serio), produce como
consecuencia la ficción.
Se puede evidenciar que para Searle, en cualquier tipo de discurso, la
significatividad es alcanzada en términos de comprensiones de los actos de
habla ilocucionarios que emiten los hablantes en contextos determinados y
bajo convenciones regulativas que permiten la efectividad de la comunicación
de los mensajes emitidos por cualquier hablante. El filósofo presenta una
nueva lógica del significado y de la referencia que está inmersa en su teoría
de actos de habla.
Angélica María Rodríguez - Freddy Santamaría
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con sus propias palabras:
“En
un sentido de ’pretender’, pretender ser o hacer algo que alguien no está haciendo es
involucrarse en una forma de engaño, pero según el segundo sentido de ’pretender’, pretender
ser o hacer algo es involucrarse en una representación que es ’como si’ uno estuviera haciendo
o siendo la cosa y esto sin ninguna intención de engañar. Si yo pretendiera ser Nixon para
engañar al servicio secreto y que me dejara entrar en la Casa Blanca, yo estoy ’pretendiendo’
en el primer sentido de la palabra; si yo pretendiera ser Nixon como parte de un juego de
roles, se trataría de ’pretender’ en el segundo sentido. Ahora bien, en el uso ficcional de
las palabras, se trata de ’pretender’ en el segundo sentido lo que está en cuestión” (Searle,
1979, pp. 64-65).
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