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de época clásica, [Maximiano] tiene el mérito de servir de eslabón a la poesía amoroso
medieval» («Las elegías de Maximiano: tradición y originalidad en un poeta de última
hora», Habis 17, 1986, 193).
Para acabar cabe alegrarse de que se haya creado una muy reciente editorial, Escolar y Mayo editores, y la nueva colección Vestigia, que nos ha dado a conocer a Maximiano y, sin lugar a dudas, nos brindará más traducciones y comentarios de autores clásicos en una muy cuidada y pulcra edición bilingüe, dirigida tanto al público especialista
como al profano.
Esteban BÉRCHEZ CASTAÑO
estebanberchez@yahoo.es
LUCAS DE TUY, De altera uita, cura et studio Emma Falque Rey, Brepols, Corpus Christianorum, Continuatio mediaevalis, Lucae Tudensis Opera Omnia
LXXIV A, Turnhout 2009, LXXXII + 266 pp. ISBN 978-2-503-53051-2.
Desde que el Padre Juan Mariana editase a comienzos del s. XVII en Ingolstadt la
editio princeps de las obras de Lucas de Tuy, han tenido que pasar casi cuatrocientos
años hasta que la obra del historiador, hagiógrafo y teólogo esté gozando de una más que
merecida renovación editorial, debida especialmente a los trabajos de la profesora
Emma Falque, responsable también de la presente edición, la primera establecida de manera crítica, del De altera uita, tal como lo fuera en 2003 de su más conocido Chronicon
Mundi.
La estructura de la obra es la habitual en las ediciones críticas del Corpus Christianorum. Continuatio mediaevalis. Tras un breve Prefacio (pp. VII-VIII), se abre
una completa Introducción (pp. IX – LXXIII), más breve que la que acompaña su edición del Chronicon, tanto por la voluntad expresa de la editora (p. IX) de no repetir innecesariamente lo que en 2003 expuso, como por la circunstancia de tratarse de una
obra transmitida por un único códice, frente a los 19 manuscritos utilizados en la
constitutio textus del Chronicon, que obligaban a una descripción más prolija tanto de
los testimonios como de sus relaciones. Con objeto de abordar específicamente la
obra editada, la Introducción se inaugura con una presentación de De altera uita y su
idiosincrasia, tanto en el conjunto de los Opera de Lucas de Tuy como en calidad de
fuente para nuestro conocimiento del autor (I. El autor y la obra, pp. IX-XIX): es en
este texto en el que encontramos información sobre su verosímil nacimiento en León,
a la que se refiere como nostra ciuitas (p. XI; aunque cf. la hipótesis de Linehan, sobre
el origen italiano, citado por Flaque en la p. XII), su estancia en Roma en 1230 y 1231,
sus viajes a París, Nazaret, Tarso de Cilicia, Constantinopla y Armenia, así como sobre
la cronología interna de las obras de autor. Igualmente se describe (pp. XIV-XVI) sumariamente la estructura y contenidos de la obra: el primer libro aborda contenidos escatológicos (las relaciones entre vivos y muertos, los castigos, las recompensas, la existencia de un mundo ultraterreno), aunque Falque, siguiendo a Martínez Casado, apunta
el hecho de que, al tomar como fuente principal los Dialogi de Gregorio Magno, más
bien es una summa de la doctrina escatológica de este y no de la del León medieval; el
segundo, compuesto de tratados independientes, trata los sacramentos y sacramentales,
exhortando a los clérigos para que lleven una vida recta y haciendo gala de su conociISSN: 1578-7486
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miento sobre el movimiento cátaro, sin que de nuevo pueda esta referirse por necesidad
a León; el tercero, por su parte, aborda el afán proselitista de la herejía y las técnicas de
que se sirven para sus fines expansionistas, aunque las referencias son de muy dispar
corte: unas se refieren a León, otras a sucesos acaecidos allende los Pirineos y un tercer
conjunto parece no tener ubicación temporal y local determinada; la obra se cierra con
la petición de la pena de muerte para los herejes. En cuanto a la fecha de la composición, que Flórez situaba en el apogeo cátaro en torno a 1234-1235, la autora recoge la
hipótesis de Martínez Casado, que tras enmarcarla en el cuarto decenio del s. XIII, la
cifra en 1236, entre marzo de 1235 y marzo de 1237. En la sección 4. El carácter teológico y hagiográfico del texto (pp. XVII-XIX), la profesora Falque nos ofrece una última caracterización de De altera uita en sus facetas religiosa (en cuanto saca a la luz al
Lucas de Tuy teólogo), histórica (por hacer referencia tanto a acontecimientos históricos de su tiempo, especialmente con relación a la herejía cátara, como a la vida cotidiana, como las noticias sobre los juglares y cómicos que interrumpían las celebraciones religiosas) y hagiográfica (fundamental, como destaca la estudiosa, para la historia
de la literatura española).
El segundo capítulo de la Introducción (pp. XIX-XLIII) está dedicado al estudio de
las fuentes de las que se sirvió Lucas de Tuy para la composición de De altera uita. La
Dra. Falque distingue cuatro conjuntos de fuentes. El primero y principal (II. 1. Fuentes
fundamentales de De altera uita, pp. XIX-XXXI) es el que forman la tríada de autores
que Lucas de Tuy tiene por ‘gloriossisimos’ y ‘philosophi ueritatis’: Agustín de Hipona,
Gregorio Magno e Isidoro de Sevilla. Del primero (pp. XX-XXII) debió alcanzar un notable conocimiento, gracias al acceso a diversas obras (De ciuitate Dei, Enchiridion, In
Iohannis euangelium tractatus, De fide rerum inuisibilium) de las que se sirve para
«ejemplificar o dar autoridad a su exposición y argumentos» (p. XXII), como la aplicación de la pena de muerte a los cátaros, que en el libro III es justificada con textos de
San Agustín y San Jerónimo. Sin embargo, la fuente más importante en la composición
de De altera uita, señala Falque en su análisis (pp. XXII-XXVII), es sin lugar a dudas
Gregorio Magno, capital en los libros I y II, en cuyos aparatos de fuentes es omnipresente, hasta el punto de que hay capítulos enteros tomados casi ad pedem litterae del famoso Padre de la Iglesia. Si bien encontramos a lo largo de la obra citas de los Moralia,
las Homiliae in Euangelia y las Epistolae, la fuente más destacada son los famosos Dialogi, y en especial el libro IV de estos, por la afinidad de temas y acaso también por el
carácter más didáctico de este libro, en el conjunto de la obra gregoriana; de esta profusión de referencias Falque postula la posible existencia en León de un manuscrito que
transmitía los Dialogi. El último autor de esta terna analizado por Falque (pp. XXVIIXXXI) es, especialmente en lo que hace a la redacción del libro II, Isidoro de Sevilla, a
quien Lucas de Tuy presenta como instruido por el Espíritu Santo y cuyas citas, pertenecientes a De ecclesiasticis officiis, De uiris illustribus, Synonima, Epistolae, Differentiae y las Etymologiae, y especialmente a las Sententiae, menudean a lo largo de la
obra introducidas de diversos modos (pp. XXVII); no en vano Lucas de Tuy formó parte de la comunidad del monasterio leonés puesto bajo su invocación y de él se sirvió ya
como fuente en la composición del Chronicon Mundi. La colección de obras isidorianas
que tuvo a su disposición es variada también: encontramos en el texto referencias a De
ecclesiasticis officiis, De uiris illustribus, Synonima, Epistolae, Differentiae y las Etymologiae, tan omnipresentes en el Medievo, pero la obra isidoriana más citada e influyente en el tratado son las Sententiae. En el uso que hace Lucas de Tuy de estos tres
autores se evidencian dos técnicas propias de compilación: bien puede seleccionarse un
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pasaje fuente y, expurgándolo de lo que juzga accesorio o de escaso interés para su finalidad, resumirlo, bien pueden tomarse referencias dispersas del autor en cuestión y, aunándolas, componer a partir de ellas un texto nuevo, remozado. Como nota destacada
quisiera señalar que la ilustración por parte de Falque del uso que Lucas de Tuy hace de
Isidoro y Gregorio Magno es excelente, porque no se limita a señalar los pasajes de los
que nuestro autor es deudor, sino que, como botón de muestra, enfrenta en dos columnas
el texto del De altera uita y su fuente gregoriana (pp. XXIV-XXVI) o isidoriana (pp.
XXIX-XXX), con objeto de mostrar hasta qué punto es dependiente de estas. Tras estos
tres autores, Falque analiza un segundo conjunto de fuentes formado por las que en la
obra aparecen esporádicamente (II. 2. Fuentes esporádicas, pp. XXXI-XL); entre ellas
se encuentran desde autores hispanos (San Martín de León y la Chronica Muzarabica
con seguridad, el caso de Tajón es más dudoso), Padres de la Iglesia (San Jerónimo, citado nominalmente y empleado también para justificar moral y religiosamente la pena de
muerte contra los herejes que profesen la doctrina cátara, y tal vez San Ambrosio), poetas (Virgilio, seguramente a partir de San Agustín, el Carmen Paschale de Sedulio), autores como San Zenón, Beda el Venerable o Ivón de Chartres, o escritores y teólogos del
XII (Bernardo de Claraval, Hugo y Adamo de San Víctor y el Decretum de Graciano),
hasta un contemporáneo suyo, Tomás de Celano, cuya Vita prima Sancti Francisci
utiliza Lucas de Tuy en el libro II, a propósito de los clavos de Cristo; la Vita, fechable
en torno a 1230, se nos aparece así, como señala la autora (p. XL) como terminus post
quem de composición de la obra aquí reseñada. El tercer grupo de fuentes, habitual en
los textos medievales, no lo forman sino las Sagradas Escrituras (II. 3. Fuentes bíblicas,
pp. XLI-XLII); dado el uso que hace nuestro autor de Isidoro, Gregorio y Agustín, parte de las referencias al texto bíblico no son seguramente directas, sino mediadas a través
de estos autores. No obstante, la abundancia de citas directas provenientes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento hace patente el amplio conocimiento de las Escrituras del que hace gala Lucas de Tuy. El último conjunto de fuentes está constituido por
todas las que, debido a la complejidad de la obra y a la escasa atención que han recibido,
aún no han sido identificadas y que, en la futura investigación que esta nueva edición
hace posible, podrá la crítica erudita sacar a la luz. Es bienvenido, pues, un estudio tan
sistemático y a la vez tan fecundo de las fuentes de la obra, una Quellenforchung que es
aún más importante en el caso de la obra de una autor compilador y que permite no sólo
situar en sus correctas coordenadas intelectuales la obra de Lucas de Tuy y, viceversa, la
recepción de sus fuentes en la literatura latina medieval hispánica, sino que en numerosos pasajes es fundamental, como más adelante se mostrará, para la emendatio de un texto transmitido por un codex unicus.
La edición del texto, que tras la Introducción y una completa y actualizada sección
bibliográfica (pp. LXXV-LXXXII), corre entre las pp. 3–232, presenta diversas particularidades, intrínsecas en parte, pero especialmente destacables si se oponen a las que
concurrían para la edición del Chronicon. Tal como expone Falque en el Cap. III. La
transmisión manuscrita (pp. XLIII-LIII), frente a los 19 testimonios que transmiten este,
De altera uita solo es conservado por el hoy manuscrito 4172 de la Biblioteca Nacional
de Madrid, por lo que se trata de una edición a partir de un codex unicus, cuya historia
traza Falque en la medida en que hoy nos es conocida (p. XLIII-XLV). La fecha de Díaz
y Díaz (Index Scriptorum Latinorum Medii Aeui Hispanorum, Pars altera, U. de Salamanca, Salamanca, 1959, p. 264), que lo asigna al s. XVII, debe ser retrasada al XVI,
pues como demuestra Falque (p. XLIV) ya aparece en el Inventario de García de Loaisa de 1599. Tocante a su modelo, analizado por la editora en las pp. XLVI-XLVIII, teISSN: 1578-7486
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nemos noticia por Mariana de que era un códice del s. XIII, procedente de San Isidoro
de León y hoy perdido, que contenía De altera uita y los Miracula Sancti Isidori; para
Mariana, que aún pudo consultarlo en Alcalá, era autógrafo de Lucas de Tuy, que lo dejó
en León, sin que podamos demostrar si se trataba de una auténtico autógrafo o bien de
una copia autorizada, muy cercana al autor. La pérdida de este modelo, que obliga a utilizar su apógrafo recentior como única guía para el establecimiento del texto, no está a
día de hoy aclarada, a pesar de las investigaciones que Falque ha llevado a cabo. De Alcalá, donde perteneció al Cardenal Cisneros, puede que pasara a Madrid en 1836, pudo
haberse perdido un siglo después en la guerra civil, cuando otros códices, como el de Jiménez de Rada, sufrieron graves daños (p. XLVIII). Pese a la verosimilitud de esta hipótesis, no es seguro siquiera que llegara a la capital, puesto que no lo recoge un catálogo de Alcalá del año 1800. Falque apunta (pp. XLVII-XLVIII) que tenemos noticia de
cómo en 1740 algunos estudiantes del Colegio de San Ildefonso de Alcalá vendieron a
bajo precio algunos manuscritos, sin que podamos determinar cuáles fueron traspasados:
acaso el modelo del único conservado se encontrara entre ellos. Tampoco es posible determinar con mayor precisión la historia de la transmisión que media entre el s. XIII y el
XVI, ni saber si se realizaron más copias a partir de él. El hecho cierto es que hoy no
está a nuestra disposición, bien sea por pérdida material, bien por hallarse en lugar ignoto. Junto con el códice conservado, hasta la aparición de la obra de la Dra. Falque sólo
disponíamos de la edición del padre Mariana (IV. 2 La editio princeps de Mariana, pp.
LIII-LIV), publicada en 1612 en Ingolstadt y reproducida en Colonia por La Bigne en
1618 y Lyon por Galland, que parte de La Bigne, en 1677.
La circunstancia de tratarse de una edición a partir de codex unicus, con todas las
particularidades que esta labor ecdótica implica y sobre las que reflexiona Falque en un
epígrafe (III. 2. Reflexiones sobre el codex unicus, pp. XLVIII-LIII), se ve en el caso de
De altera uita sensiblemente agravada por las profusas anotaciones que Mariana hizo en
él, cuando este preparaba su edición a comienzos del s. XVII; nos encontramos, pues,
ante un único testimonio que presenta numerosas modificaciones del único editor hasta
el momento de la obra, y ello determina sin duda tanto la collatio, en la que hay que tener una acribía filológica particular para extraer y dar cuenta de toda la información que
el manuscrito pueda darnos, como la constitutio textus, en la que cabrá siempre un
grado de incertidumbre, derivada de la falta de otros testimonios. Para mostrar el modo
más explícito y exhaustivo las informaciones del códice en cada una de las unidades críticas de nuestro texto, el aparato crítico es positivo, seguida de la(s) variante(s) rechazada(s) (dos como máximo, en los casos en que Falque propone una corrección frente a
la enmienda de Mariana y al texto de P, como en II, 19, 126); en el aparato, el texto del
códice se señala mediante la sigla P; las correcciones marginales o interlineares que contiene este y que se deben a la mano de Mariana se marcan mediante PM; cuando el texto presenta correcciones pero no es posible saber si estas se deben al copista de P o a
Mariana, el texto previo a la corrección se sigla Pa.c., mientras que el texto corregido se
indica como Pp.c.; la abreviatura Mar., por último, remite a la edición de Ingolstadt, 1612.
Mediante este cómodo sistema de siglas preparado por Falque tenemos, pues, ante nosotros toda la información disponible hoy sobre el texto, en espera de una eventual determinación futura de la autoría de las correcciones Pp.c.. El único aspecto que no refleja la edición es la fluctuación gráfica entre <ae>, <oe> y la grafía monoptongada <e>,
así como la vacilación entre <c> y <t> en determinadas posiciones.
Los fundamentos ecdóticos de la presente edición, expuestos en IV. 2. La primera
edición crítica de la obra (pp. LIV-LXXII), son mayoritariamente conservadores, preRevista de Estudios Latinos (RELat) 12, 2012, 159-188
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tendiendo mantener en la medida de lo posible el texto del manuscrito, rechazando algunas de las correcciones de Mariana (pp. LVII-LX, con ejemplos de las contenidas en
el libro I) y respetando, si no hay motivo que lo desaconseje, la ortografía del códice,
que el editor anterior, como era usual en su tiempo, regulariza conforme a los usos gráficos clásicos; se respetan incluso ciertas fluctuaciones que P presenta en el caso de los
nombres propios (p. LXI), de tan estragada transmisión textual. Cuando el texto de P no
es admisible, acepta a menudo correcciones de Mariana (cf., para las del libro I, pp. LVI
- LVII), si bien Falque introduce enmiendas propias (pp. LX-LXI, para una selección de
sus correcciones, adiciones, deleciones y establecimiento de lagunas) y da cabida a un
cierto número de conjeturas sugeridas por Juan Gil (pp. LXI). Entre las intervenciones
que Falque propone, quisiera destacar las que se derivan de su excelente estudio de fuentes, reflejadas en sendos aparatos bíblico y de fuentes dispuestos entre el texto editado y
el aparato crítico, que a menudo dan la clave para elucidar cuál ha sido la corrupción que
ha tenido lugar en cada pasaje y qué enmienda pueda proponerse (a título de ejemplo, cf.
el que el eius dum de I, 22, 8, propuesto por Falque, es preferible al eiusdem de P y Mariana, por el texto de Gregorio Magno, Dial. I, 4, que le sirve de fuente; o la superioridad
del accidere que defiende la editora en III, 22, 184/185, a partir de Agustín, Lib. Arab.
I, 4, frente al occidere de P y Mariana). Un problema grave al que se enfrenta la editora
se deriva de la división en libros y capítulos y su atribución al original (pp. LXVI-LXXII); el texto de P, tras la praefatio del autor, sí presenta el título de Liber primus y el título del primer capítulo, pero en el punto en que en la edición de Mariana se llega al comienzo de los libros II y III, el códice no ofrece división alguna en el cuerpo de texto,
sino en notas marginales debidas a la mano de Mariana. Como expone Falque, ante estos hechos, no podemos saber si esta división, en el caso de los libros segundo y tercero,
estaba en el códice de Alcalá y Mariana, advirtiendo el descuido del copista de P, que no
los reflejó, los añadió teniendo ante sí el modelo, o bien se trata de una intervención más
de Mariana sobre P. Pese a este vacío de conocimiento, la editora mantiene la división
en libros, por ser verosímil y, sobre todo, cómoda para tratar el texto de la obra (pp. LXVIII-LXVIII). El caso de los títulos de los capítulos es parcialmente similar (pp. LXVIIILXXII): la mayoría de títulos del libro I constan en P de mano del copista, y tanto Mariana en su edición como Falque los recogen en el cuerpo de texto; sin embargo, la
mayoría de títulos del libro II y todos los del libro III se deben a Mariana, quien los anota en P y estampa en su edición; esta segunda colección de tituli no es admitido por Falque (p. LXIX) en el texto de su edición, donde quedan relegados al aparato, porque no es
posible saber, nuevamente, si se deben a Mariana o podían estar en el códice de Alcalá.
En este sentido, creemos que la editora muestra un acertado equilibrio entre la comodidad filológica de una verosímil división en libros y el rigor científico de no subir a cuerpo de texto sino lo que está en P y, con notable seguridad, estaría también en el modelo
del s. XIII.
Tras la conclusión del texto editado, constan cuatro índices de pasajes de las Sagradas
Escrituras (pp. 235-248), fuentes no bíblicas (pp. 249-257), antropónimos (pp. 258-261) y
nombres de lugar (pp. 262-263), especialmente provechosos en el caso de obras de la que
tan escasa información poseían los investigadores de cualesquiera ámbitos.
En el índice general de la obra (Conspectus materiae, pp. 265-266) se pueden advertir algunas erratas: la bibliografía no ocupa las páginas LXXV-LVII, sino LXXVLXXXII; la sección IV. 2. no se titula La primera edición de la obra, sino La primera
edición crítica de la obra (cf. p. LIV), puesto que de hecho la primera edición es la de
Mariana, que no es crítica.
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Por otra parte, en la p. LXVIII, a propósito de la división en libros y capítulos, la
editora sostiene: «Es el propio Juan de Mariana quien confiesa en el prólogo de su edición que había dividido la obra en libros y capítulos para facilitar su lectura, pues afirma:
rudem indigestamque molem in libros et capita distinximus. (Praef., B3r). Que Mariana
califique esta obra de rudem indigestamque molem va quizás más allá de lo que un editor deba decir sobre su autor o la obra a la que ha dedicado tanto tiempo y esfuerzo [...]».
En este punto tal vez hubiera sido conveniente recordar que la expresión que utiliza Mariana es una erudita cita literal de Ovidio, Metamorfosis I, 7 (cf. vv. 6-9: unus erat toto
naturae vultus in orbe,/quem dixere chaos: rudis indigestaque moles/nec quicquam
nisi pondus iners congestaque eodem/non bene iunctarum discordia semina rerum, ed.
de A. Ruiz de Elvira, Madrid, Alma Mater, 2002, 5.o ed., Vol. I), de suerte que el editor
parece aplicar al De altera uita de Lucas de Tuy el mismo apelativo del que el poeta de
Sulmona se sirvió para describir el caos primigenio. Difícilmente puede ser esto coincidencia casual y, en este sentido, tal vez sea posible valorar desde otra perspectiva las
palabras de Mariana: ¿acaso el benemérito editor, más que motejar la obra, quería dar a
entender que el aspecto que el texto de De altera uita tenía ante sus ojos era el de una
magna masa, vasta y desordenada como el ovidiano caos originario de las Metamorfosis,
y que precisamente por ello debió dividirlo en libros y capítulos, tal como en el caos,
«las cosas fueron recibiendo sus formas y el mundo empezó a estar ordenado» (Ruiz de
Elvira, ibídem, p. 191)?
En otro orden de cosas, cuando en la p. XLV se trata de la importancia ecdótica de
ciertos recentiores («Pero no quiero dejar de ocuparme de esta copia sin recordar el viejo principio lachmanniano de posteriores non deteriores, que en este caso se hace evidente, puesto que este manuscrito del siglo XVI es copia de un testimonio más antiguo
y sin duda mejor, el del XIII, al que el editor del texto no duda en calificar de autógrafo»), tal vez ha podido haber un inadvertido cruce de ideas, porque, más que de Lachmann, la idea tradicionalmente se considera derivada de Pasquali; la postura de Lachmann, pese a que evolucionara a lo largo de su vida desde la condena total y absoluta a
un cierto equilibrio, era por lo general desconfiada de los recentiores, que juzgaba llenos
de conjeturas humanísticas (cf. S. Timpanaro, La genesi del metodo del Lachmann, Padova, Liviana Editrice, 1981, p. 153, codici: svalutazione dei recentiores, y p. 88 con la
curiosa anécdota de cómo O. Jahn temía que su maestro Lachmann no mirara con buenos ojos la presencia de tantas variantes de recentiores en el aparato de su edición de
Persio); la revaloración de los recentiores, con algunos precedentes como el citado
Jahn, Hensius, Bengel o Madvig (cf. Timpanaro, ibídem), se podría pondría en relación
más bien con la obra de Giorgio Pasquali, Storia della tradizione e critica del testo (1.o
ed., 1934; reed. Firenze, Casa Editrice Le Lettere, 1988), que nació en origen como reseña de la Textkritik de P. Maas (1.o ed., Teubner, Leipzig, 1927) y uno de cuyos capítulos fundamentales lleva, precisamente, el título, ya célebre, de Recentiores, non deteriores. En respuesta, esta sentencia fue, a su vez, recogida por Maas como título de un
apéndice aparecido en la reedición de la Textkritik de 1957 y ocasionó una larga disputa, reflejada parcialmente en la traducción italiana de la obra de Maas, a cargo de N. Marinelli, con presentación del propio Pasquali y nota de L. Canfora. (Cf., para todo ello, A.
Bernabé & F. G. Hernández. Manual de crítica textual y edición de textos griegos. 2.o
edición corregida y aumentada. Con la colaboración de Felipe G. Hernández Muñoz,
Madrid, Akal, 2010, pp. 64-65, n. 40, con bibliografía al respecto). Ello no es óbice, sin
embargo, para reconocer las acertadas puntualizaciones de Falque al respecto, en el sentido de que ante la pérdida de los manuscritos más antiguos, como ante otros casos, es
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preciso recurrir y estudiar los códices posteriores que, en tradiciones textuales como esta,
pueden derivar a veces de copias muy cercanas al autor.
Estas pequeñas sugerencias no empañan, en modo alguno, la excelencia de la obra
reseñada. Si Martin L. West está en lo cierto cuando afirma (Textual criticism and editorial technique, Teubner, Stuttgart, 1973, p. 61) que lo primero que debe tomar en consideración el futuro editor de un texto es la necesidad real de su edición, hay sobrados
motivos que justifican la aparición de esta obra: bastaría con el hecho de tratarse de la
primera edición crítica de la historia, que viene a sustituir el benemérito texto debido al
padre Mariana; pero a ello es de justicia añadir la voluntad, por parte de la editora, de
mantener en numerosas ocasiones el texto del códice frente a las correcciones, no siempre acertadas, del Padre Mariana, la ratificación de algunas de estas como acertadas en
otros pasajes, la adición de propuestas enmendatorias novedosas, a menudo a partir del
texto fuente, y la inclusión de algunas conjeturas sugeridas en comunicación personal
por el Dr. Juan Gil Fernández; el afán de respetar la ortografía del manuscrito en la medida de lo posible, frente a la práctica, seguida por Mariana y común en su tiempo, de
uniformizarla conforme a los usos clásicos; el aparecer acompañado de un completo estudio de fuentes, fundamental tanto histórica, teológica y literariamente, como en lo que
hace a la constitución del texto latino; el dar a conocer una obra mucho menos divulgada
que el Chronicon Mundi, pero destacada como tratado antiherético medieval de sumo interés para filólogos, historiadores y estudiosos de la religiosidad medieval, para cuyos
estudios el establecimiento de un texto fiable es condición necesaria; el ser debida, en
fin, a la última editora del celebrado Chronicon Mundi en la misma colección y reputada conocedora de la obra de don Lucas de Tuy.
Álvaro CANCELA CILLERUELO
alvarocancela@gmail.com
JUAN GINÉS DE SEPÚLVEDA, Obras completas XV: Sobre el destino y el libre albedrío, Sánchez Gázquez, J.J. (ed.); Demócrates, Solana Pujalte, J.- García
Pinilla, I.J. (eds.); Teófilo, Núñez González, J.M.a (ed.) Estudio histórico: S.
Rus Rufino, Ayto. de Pozoblanco, Pozoblanco 2010, CCV+245 pp. ISBN
978-84-95714-26-8
La labor editora de textos antiguos y el estudio e investigación que de ellos se
desprende siempre deben ser bien recibidos por la comunidad científica. Pero si a esto se
le añade la calidad literaria de la obra, la envergadura histórica y de pensamiento de los
contenidos, la importancia de la realización de este tipo de ediciones está más que justificada.
En este sentido, y desde que se iniciara en 1995 la publicación de toda la producción
de Juan Ginés de Sepúlveda, patrocinada por el Ayuntamiento de Pozoblanco, este volumen, que consigna el decimoquinto, presenta la edición de obras que abordan tres
cuestiones que urgían al autor. Estas muestran de qué forma Juan Ginés de Sepúlveda se
introdujo en los debates del siglo XVI, en los que intenta aportar su visión y corregir las
desviaciones de otros autores. Así, las tres persiguen dar respuestas a preguntas de actualidad y de calado filosófico. Además, pretende que éstas sean guías para orientar la
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