CUANDO MADRID ERA UNA MADINA DE AL-ANDALUS
¿DE QUÉ TERRITORIO ERA CAPITAL?
Christine MAzzOLI-GUINTARD
Universidad de Nantes
Recibido: 20 de agosto de 2009
Aceptado: 30 de octubre de 2009
Palabras clave
Mayrit – Territorio – Hisn – Madina
Keywords
Mayrit – Territory – Hisn – Madina
Resumen
Ya en su etapa fundacional andalusí, Madrid, pequeña ciudad, era la capital de
un territorio, que se puede deducir esencialmente como de corto radio, pero que
era tanto económico, administrativo, militar, religioso como judicial y cultural.
Todo ello todavía quedaba muy lejos, claro está, de los albores de la capitalidad estatal. Sin embargo, con el Madrid andalusí, empieza una historia urbana extraordinaria que llegará a convertir una pequeña ciudad en la sede de la corte del
Rey Católico, el máximo príncipe de la Europa del siglo XVI. O sea que, como
escribió C. Segura (2004: 39): “El Madrid islámico es, sin duda, el principio”.
Abstract
From its own founding time, little andalusian Madrid was the capital of a
territory, which can be considerate as a short radius one, but with competence
in economy, local administration, military organization, religion, law and
culture. That was still very far from the beginning of the state capital. However,
with andalusian Madrid, an extraordinary urban history begins that makes of a
little town, the seat of the Catholic King’s Court, the biggest prince in the
European sixteenth century. In other words, as Cristina Segura wrote (2004:
39): “Islamic Madrid is, without a doubt, the beginning”.
La Villa y la Tierra de Madrid en los albores de la capitalidad (siglos XIV-XVI).
E. Jiménez coord., Madrid, A.C. Almudayna, 2010, ISBN 978-84-87090-56-1
CHRISTINE MAzzOLI-GUINTARD
Cuando Felipe II decidió trasladar su corte de Toledo a Madrid, dio
el impulso a una historiografía que intentó determinar los motivos de
la decisión real. Para Luis Cabrera de Córdoba (1559-1623), Madrid
“tenía disposición para fundar una gran ciudad, bien provista de alimentos para su comarca abundante, buenas aguas, admirable constelación, aires saludables, alegre cielo y muchas y grandes calidades naturales que podría aumentar el tiempo y el arte, así en edificios magníficos,
como en recreaciones, jardines, huertas” (CABRERA DE CóRDOBA,
1876 : I, 297-298).
Sobre el tema volvieron muchas veces los historiadores, como
puso de relieve A. Alvar Ezquerra (1985: 43-44): entre las razones que
movieron Felipe II a instalar su corte en Madrid, subrayó el trasfondo
cultural de la decisión, los lugares de reposo que rodeaban el lugar y
la centralidad de Madrid, pero también fenómenos geofísicos, el abastecimiento de aguas a la Villa y la red viaria que la circundaba. Los
motivos de la decisión real siguen planteando cuestiones, como indica el tema elegido para la primera sesión de estas XII Jornadas de Historia Medieval de la Asociación Cultural Almudayna: “Causas de la
elección de Felipe II para la capitalidad de Madrid”.
Si Felipe II eligió un lugar con “disposición para fundar una gran
ciudad”, los orígenes de Madrid, como bien se sabe, se remontan hasta el reinado del emir Muhammad I (852-886), cuando aquel príncipe
omeya de Córdoba ordenó su construcción; así lo indicó, en el siglo
XI, el gran cronista Ibn Hayyan, utilizando las palabras de al-Razi
(888-955): “él fue quien, para las gentes de la frontera de Toledo,
construyó el castillo, hisn, de Madrid (Mayrit)” (VIGUERA MOLINS,
1992: 15). Y esta fundación se desarrolló de tal manera que, a mediados del siglo XII, el geógrafo al-Idrisi nota que “entre las localidades
con minbar situadas al pie de este monte [de Toledo] está Madrid, ciudad pequeña [madina sagira], fortaleza potente y próspera que tenía,
en tiempos del Islam, una mezquita aljama donde regularmente se
pronunciaba el sermón”. ¿Por qué volver sobre estos textos, de sobra
conocidos y utilizados, acerca del Madrid islámico? Porque contienen
dos términos claves para el concepto de territorio, hisn y madina, lo
que permite, pues, plantear la pregunta siguiente: ¿de qué territorio
Madrid era la capital en época andalusí?
O, mejor dicho: ¿cuáles son los aspectos de este territorio cuya
memoria sigue viva en las fuentes? Las fuentes textuales árabes sobre
Madrid fueron perfectamente reunidas y analizadas por María Jesús
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Viguera Molins en su artículo Madrid en al-Andalus en 1992, de tal
manera que el investigador tiene ya a mano el corpus indispensable
para su estudio. Está compuesto por las crónicas árabes, entre las cuales sobresale la obra de Ibn Hayyan (987-1076), “el príncipe de los
historiadores andalusíes” (VIGUERA MOLINS, 1992: 14), y por los tratados geográficos, a los cuales se añaden las antologías literarias y los
repertorios biobibliográficos. Es decir que los textos árabes relativos
a Madrid presentan las dificultades de análisis usuales de las fuentes
literarias medievales y deben de ser estudiados con sumo cuidado: en
estas fuentes textuales, está omnipresente el fenómeno de la intertextualidad que consiste, para el autor, en insertar, casi en engarzar, textos anteriores a su tiempo en su obra, lo cual obliga a un trabajo de arqueología mental, de estudio arqueológico de los textos, como escribe
H. Martin (1996: 69, 76). Para poner un ejemplo, basta con recordar la
noticia sobre Madrid que figura en una obra del siglo XV, el diccionario geográfico de al-Himyari (VIGUERA MOLINS, 1992: 22):
“ciudad (madina) notable de al-Andalus. La construyó el emir Muhammad b. `Abd al-Rahman. Desde Madrid al Puente de Yaquh [?], al
extremo del dominio del Islam, hay 31 millas. Existe en Madrid una
tierra con la que se fabrican ollas, que pueden usarse sobre el fuego durante veinte años sin que se quiebren ni se corrompan por el calor ni por
el frío lo que en ellas se cocina. El castillo (hisn) de Madrid cuenta entre los castillos importantes y es una de las construcciones del emir Muhammad b. `Abd al-Rahman. Ibn Hayyan en su Historia menciona el
foso exterior de la muralla de Madrid, y dice: “se encontró en él una
tumba con un esqueleto gigantesco, cuya longitud era de 51 codos, es
decir 102 palmos, desde la punta de la cabeza a la de los pies. Se confirmó la veracidad de esto por un comunicado del cadí de Madrid, que
fue en persona a verlo, junto a sus testigos oficiales, y notificó que el
volumen de su caja craneana alcanzaría ocho arrobas, más o menos.
¡Alabado sea Quien ha puesto en todo Su signo!”. Es Madrid una ciudad (madina) pequeña y una fortaleza (qal`a) bien defendida. Tuvo en
tiempos del Islam una mezquita aljama donde regularmente se pronunciaba el sermón [del viernes]”.
El geógrafo del siglo XV insertó claramente en su entrada una líneas redactadas, en el siglo XI, por Ibn Hayyan, el cual extrajo muchas noticias del cronista al-Razi (888-955): por tanto, ¿à qué época
hace referencia la anécdota del foso? ¿Cuándo el emir omeya fundó
el hisn de Madrid, es decir, durante la década de 860? Parece lógico,
pero se sabe que las murallas urbanas no se erigían de un golpe, sino
que las obras podían extenderse durante una temporada muy larga y
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que no solían cesar nunca los trabajos destinados a mantener, consolidar, reforzar la defensa urbana.
Por otro lado, M. Marín ha indicado cómo en la vecina ciudad de
Guadalajara, la presencia de un juez está atestiguada algo más tarde,
con Abu Wahb b. Muhammad Ibn Abi Nujayla, que murió en el
302/914-915 (1995: 215). La anécdota del foso quizá pueda adscribirse a los primeros tiempos del califato, cuando escribe al-Razi y cuando ocurre el gran desarrollo de la urbanización en al-Andalus.
Y, por fin, no puede descartarse que la anécdota tiene algo que ver
con el siglo XI y la taifa de Toledo, a la cual pertenecía Madrid: durante la fitna, Madrid fue el teatro de conflictos armados y de la revuelta de un personaje que pretendía descender de un califa omeya y
que se hacía llamar Ibn al-Mahdi (MAKKI, 1961-62); por estas fechas,
no es imposible que los habitantes de Madrid mejoraran la defensa de
su ciudad, excavando el foso. Pero, ¿informa Ibn Hayyan de manera
tan precisa sobre su siglo? Se hace, en efecto, eco en su obra, no sólo
de la fitna bereber, sino de las pretensiones del rey de Toledo al-Ma’mun Ibn Dhi l-Nun sobre la antigua capital del califato (MOHEDANO
BARCELó, 2004 : 359-369). Así, pues, las fuentes literarias, crónicas y
obras geográficas, reclaman unas lecturas sucesivas que permitan, en
un texto redactado por un autor del siglo XV, volver a siglos anteriores, con una escala cronológica que utiliza el siglo y se parece más
bien a la de los arqueólogos.
Junto a las fuentes textuales árabes, la arqueología ha proporcionado, desde el extraordinario descubrimiento del primer tramo de la
muralla omeya por J. Oliver Asín a finales del año 1953, datos de primera importancia para conocer el marco de vida de la pequeña ciudad
andalusí: se conocen las murallas, que encerraban unas cuatro hectáreas (MENA MUñOz ET ALII, 2003); se sabe que existían cuatro núcleos de hábitat situados al este y al sur del recinto fortificado (PÉREz
VICENTE, 2004), y los testimonios de la cultura material, analizados
con gran cuidado, permiten aproximarnos tanto a los objetos que manejaba la élite de la pequeña ciudad, piezas de juego de ajedrez, instrumentos quirúrgicos (RETUERCE VELASCO, 1988), como a los objetos de la vida cotidiana que no pertenecían necesariamente a los
poderosos, ollas, cántaros, jarros, candiles, fuentes, platos, etc., pintados sin vidriar o vidriados (RETUERCE VELASCO, 1990, 1998). Como
todas las ciudades, Madrid sólo pudo nacer y desarrollarse apoyándose en sus alrededores: como expuso P. Wolff (1985: 11), hay una “paradoja urbana” en el hecho de que, para exportar productos fabrica-
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dos, la ciudad necesita importar materias primas y víveres: del espacio que la rodeaba, Madrid sacaba su dieta cotidiana, frutas y verduras, cebada (RETUERCE VELASCO, 2004: 112), carne de especies distintas, oveja y cabra, conejo y aves (CHAVES MONTOYA et al., 1989;
HERNáNDEz CARRASQUILLA, 1991). Pero, del espacio que la circundaba, Madrid tomaba también parte del agua necesaria para la
vida cotidiana de sus habitantes y para sus actividades artesanales,
como indica el tramo de un viaje de agua que fue descubierto en la
Plaza de los Carros (RETUERCE VELASCO, 2000). Y, mucho más allá,
se prolonga el territorio de la ciudad hasta los estribos del Sistema
Central, donde las atalayas vigilaban los pasos de la Sierra de Guadarrama (CABALLERO zOREDA – MATEO SAGASTA, 1990; SEGURA
GRAíñO, 2005).
Ambos tipos de fuentes, textuales y arqueológicas, permiten dibujar algunos rasgos de Madrid capital de un territorio en época andalusí, capital en el sentido etimológico de la palabra, es decir la ciudad
que es cabeza de algún territorio. Antes de entrar en este territorio y
señalar su naturaleza, tanto económica como administrativa, es preciso recordar qué significado hay que dar a ‘territorio’.
1. Norma y realidades del territorio
1.1. El concepto de territorio: fronteras y centro
Hoy, el significado usual de territorio es “porción extensa de tierra, determinada geográficamente de modo natural o políticamente o
como ámbito jurisdiccional” y, específicamente, significa “división
administrativa a cuyo frente está un gobernador” (MOLINER, 1983:
1299). Sin embargo, en 1737 la Real Academia Española definía el territorio como “el sitio, o espacio, que contiene una ciudad, villa, o lugar” (DICCIONARIO DE AUTORIDADES, 1979). A semejanza de tantos
elementos del vocabulario, la palabra territorio fue concebida de distintas maneras; J. M. Constant apuntó que se trata de un concepto
cada vez más elaborado por el ser humano (1994: 217): para los de la
prehistoria, el territorio tenía la forma de una estructura espontánea y
consistía en el espacio donde iban a cazar; tenía un radio de unos 30
kilómetros, revelado por la naturaleza de las rocas que utilizaban para
fabricar sus enseres (FILLON, 1995: 9). Poco a poco, los seres humanos diseñaron un territorio cada vez más elaborado, que llegó al concepto de la nación organizada dentro de sus fronteras. De tal manera
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que, si el territorio puede estar marcado por la geografía, tanto las sierras, los mares, los ríos, como los bosques o las marismas, generalmente el territorio es “una obra humana, un espacio de seguridad donde viven los seres humanos, un espacio económico dentro del cual las
relaciones están reguladas, un espacio cultural, creador de identidad”
(CONSTANT, 1995: 217).
Por consecuencia, se puede definir el territorio por sus límites y
así lo entendieron muy a menudo los medievalistas, lo que dio una
muy fecunda y abundante historiografía sobre el tema de la frontera.
Pero el territorio también se puede definir por su centro, es decir por
su elemento vertebrador, que lo articula y le da su identidad; revelador al respecto es la aplicación del mismo topónimo al centro y al territorio, fenómeno que, dentro de la “dar al-islam”, existe tanto en alAndalus (DOzY, 1965: I, 300; MONÉS, 1957) como en el Irán (AUBIN,
1970). Cabe precisar, por fin, que no tiene nada que ver el punto estructurador de un territorio con el concepto de centralidad geográfica,
ni tampoco con la teoría de la centralidad elaborada por el geógrafo
alemán W. Christaller, cuyos defectos fueron resaltados por varios autores (NICOLAS – MICHALAKIS, 1986; NICOLAS – RADEFF, 2002). El
centro del territorio debe ser entendido, pues, como un espacio cuyo
centro ilustra, para los seres humanos que viven dentro de este territorio, los tres conceptos de seguridad, intercambios económicos e
identidad.
1.2. El territorio en las fuentes textuales árabes y la dualidad hisn
– madina
Los autores árabes, para significar el territorio, empleaban términos muy diversos, entre los cuales dos palabras tienen una importancia particular, porque reúnen ambos aspectos del concepto que acabo
de mencionar, espacio y centro; estas palabras, ‘hisn’ y ‘madina’, llamaron la atención de los investigadores, porque son tan frecuentes en
los textos como difíciles de definir. La terminología de los textos medievales suscitó una amplia y fructífera historiografía relativa a las
técnicas filológicas que permiten analizarla y utilizarla, con suma prudencia, para conocer las mentalidades medievales y aproximarnos a
las realidades del Medievo (ROBIN, 1973; MATORÉ, 1985; MARTIN,
1996): queda fuera de nuestro propósito exponerla aquí y sólo es necesario presentar rápidamente lo que se conoce de los significados de
hisn y madina, insistiendo sobre el campo semántico compartido por
ambos términos.
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La palabra ‘hisn’, en los textos árabes relativos a al-Andalus, designa tanto fortificaciones rurales como urbanas: el hisn de Mérida,
conocido por El Conventual después de la conquista cristiana, es el
mejor ejemplo de un hisn urbano y, al mismo tiempo, es la fortificación mejor conservada de época omeya en España. En la descripción
de al-Andalus que redactó al-Idrisi, ‘hisn’ tiene los significados siguientes (MAzzOLI-GUINTARD, 1998: 101-107): un lugar poblado,
donde hay edificios, donde vive gente; un territorio económico, donde está desarrollada la agricultura, con cultivo de cereales, con arboricultura, pero a veces un territorio caracterizado por su producción de
madera o de mármol; un lugar que ofrece protección, sin tener la idea
de una defensa elaborada por el ser humano. En cuanto a ‘madina’,
designa una unidad de poblamiento floreciente y bien abastecida, un
espacio fortificado, en general por una muralla, y un distrito, a la vez
el territorio y el centro del mismo, donde a menudo se expresa la autoridad del príncipe, directamente o por delegación (MAzzOLI-GUINTARD, 2000: 35-45). Este último significado hace que, a menudo, ‘madina’ aparezca como sinónimo de cora, como puso de relieve en su
tiempo R. Dozy (1965: I, 300).
Así, el significado fundamental de las dos palabras ‘hisn’ y ‘madina’ se debe buscar en el concepto de territorio, entendido en sus dos
dimensiones, el espacio y el centro del mismo, es decir el lugar que
ofrece una sólida protección a hombres y mujeres y que es el centro
estructurador del espacio. Cabe, por fin, recordar que la arqueología
ha puesto de relieve la existencia del hisn espacio y centro: los husun
del sureste de España fueron los primeros estudiados de esta manera
(BAzzANA – CRESSIER – GUICHARD, 1988) y el modelo valenciano
de un poblamiento organizado por la yuxtaposición de pequeños territorios estructurados por su hisn fue aplicado a otras zonas de al-Andalus, aunque a veces con matices importantes.
1.3. Madrid en su territorio: el vocabulario de los textos árabes
Según al-Razi, Madrid pertenecía a la cora de Guadalajara (VIGUERA MOLINS, 1992: 20):
“Del distrito de Guadalajara: la ciudad de al-Faray (Madinat al-Faray), que se llama hoy Guadalajara, se encuentra al noreste de Córdoba, sobre un río llamado Wadi l-hiyara. El agua de este río es excelente y de gran utilidad para sus gentes. Tiene árboles de muchas clases.
En su territorio hay muchos castillos y ciudades, como el castillo de
Madrid; otro es el de Castejón [de Henares], y otro el llamado de Atien-
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za, que es el más fuerte de este distrito. Cuando los musulmanes conquistaron España, hicieron de este castillo una avanzada [atalaya] contra los cristianos del otro lado de la frontera, para protegerse contra
ellos. Su territorio está limitado por la cadena de montañas que separa
las dos Españas”.
Así se expresaba el gran autor del siglo X, en un texto hoy perdido en su versión árabe, donde describe todos los distritos que componían al-Andalus. Es imposible saber hasta qué punto su visión de la
Península es una imagen ideal, normativa del estado omeya de mediados del siglo X. En efecto, cabe recordar todas las incertidumbres
que siguen rodeando el conocimiento de la división administrativa de
al-Andalus, que expuso J. Vallvé Bermejo, y que hacen que no se disponga “de una lista completa de las coras o provincias de al-Andalus
en ningún momento del poderío musulmán” (1986: 227).
Por otro lado, resulta muy difícil intentar vislumbrar las relaciones que unen ambas ciudades, Madrid y Guadalajara: J. Oliver Asín,
que estudió de manera muy detenida Madrid dentro del distrito de
Guadalajara (1996a: 187-193 y 1996b: 211) propuso un único argumento para indicar la dependencia político-administrativa de Madrid respecto de Guadalajara, a saber “el hecho de haberse llamado
siempre Puerta de Guadalajara a la principal de Madrid”, hecho que
puso en relación con un “nuevo camino que partiendo de esa puerta
fuese por lo que es hoy calle de Alcalá a salvar la divisoria del Valle del Manzanares con el Valle del Jarama en Canillas, para ir así
luego a desembocar en la vital calzada de Córdoba a Medinaceli con
la que entroncaría”. No se puede afirmar con tanta certeza, sin embargo, que las puertas siempre se llamaron de la misma manera,
pues se desconoce los nombres que tuvieron las puertas de las pequeñas ciudades en época islámica y, en el caso de Córdoba, bien
documentado, se sabe que una misma puerta podía recibir varios
nombres (zANóN BAYóN, 1989). Además, la existencia de un nuevo
camino abierto hacia el este en dirección a Alcalá y, más allá, hasta
Medinaceli y zaragoza por la vía 25 del Itinerario de Antonino (JIMÉNEz GADEA, 1992) no me parece suficiente para afirmar de manera tajante la existencia de una dependencia político-administrativa entre Madrid y Guadalajara. Y, por fin, en el corpus de 21 ulemas
establecido por J. Oliver Asín (1991: 244-277), sólo uno estudió en
Guadalajara y en Toledo, antes de volver a Madrid donde murió en
el 986: Guadalajara no aparece, tampoco, como un foco de atracción
cultural para Madrid.
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Tengo que dejar ahora el texto de al-Razi para ir hacia otros documentos, los documentos ‘de la práctica’: no existen, se suele repetir,
y es bien conocida la ausencia de archivos para el Islam medieval.
Salvo que, de vez en cuando, los autores de la Edad Media incluyeron en su obra alguno de estos tan preciosos documentos, la letra circular que el emir mandó a sus gobernadores o la lista de los nombramientos y destituciones de los visires y gobernadores. ¿Qué dicen las
listas de los nombramientos incluidas por Ibn Hayyan en su Muqtabis? Pues que, según los años, se nombró un gobernador para Madrid,
o para el tagr de Madrid o, también, para la madina de Madrid (VIGUERA MOLINS, 1992: 15-16). Y que, en 317/929-930, entre los principales gobernadores de al-Andalus, estaban `Abdallah b. Muhammad b. `Abdallah para Madrid y Arzaq b. Maysara para Guadalajara
(IBN HAYYAN, 1981: 193). En 328/939-940, Muhammad b. Yazid fue
destituido de la ciudad de Guadalajara en favor de Ahmad b. Nuwayra, mientras que Sa`id b. Mayma` lo fue de la ciudad de Madrid en favor de al-Fath b. Yahya (IBN HAYYAN, 1981: 348). Es decir que ambas
ciudades, Madrid y Guadalajara, figuran juntas en la misma lista de
gobernadores y bajo la misma calificación, en 929-930, sencillamente como un topónimo, y, en 939-940, como madina, es decir como
ciudad y territorio. Los documentos de archivo que son, en fin, las listas de gobernadores incluidas por Ibn Hayyan en su obra, indican que
Madrid, de la misma manera que Guadalajara, constituyeron dos territorios propios y, por consecuencia, que la asignación de Madrid al
distrito de Guadalajara tal y como la presenta al-Razi plantea problemas: puede ser posterior a los nombramientos del 939-940 y significar una nueva estructuración de los distritos de la Marca Media; pero,
también, la pertenencia de Madrid al distrito de Guadalajara quizá
pueda ser muestra de una visión ideal del estado omeya.
Debo ahora intentar entrar en el territorio del Madrid andalusí, el
tagr de Madrid, la madina de Madrid, recordando que el tema de las
relaciones campo-ciudad para al-Andalus sigue siendo poco estudiado: significativo al respecto, en los Encuentros Internacionales del
Medievo que, en Nájera en 2006, se dedicaron a La ciudad medieval
y su influencia territorial, sólo una contribución trata de las relaciones entre ciudad y campo, la que C. Trillo San José dedica a La ciudad y su territorio en el reino de Granada (ss. XIII-XVI). Subraya que
“la administración local muestra que existía un lazo de dependencia
entre las alquerías y la madina más próxima. Este vínculo se mostraba sobre todo en la percepción fiscal, llevada a cabo por un alcaide, y
en la impartición de la justicia, en manos del cadí” (2007: 341). De tal
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manera que, en el estado actual de nuestro conocimiento del Madrid
andalusí y de las relaciones campo-ciudad en al-Andalus, no se puede esperar ni siquiera vislumbrar la extensión de la zona de influencia
de la pequeña ciudad; lo único que puedo presentar son las formas que
adquiere este dominio de la capital sobre sus campos. Dos se destacan, la influencia económica de la ciudad sobre su entorno y los modos de gestión del territorio por su centro.
2. El imprescindible territorio económico
2.1. El territorio nutricio
Como todas las ciudades, Madrid no puede separarse del territorio
que la nutre, espacio cuya existencia es evidente, pero mal conocida,
ya que no se puede dibujar con precisión su extensión: hay que buscarlo en la ribera del Manzanares, al pie de la colina donde Madrid se
asentó, pero también hasta la zona de Vaciamadrid y Salmedina, a
unos quince kilómetros al sureste de sus murallas. Bien se sabe, en
efecto, que las ciudades medievales utilizaron las tierras que lindaban
con sus murallas para abastecerse (MENJOT, 2007) y no parece arriesgado ver, en los cultivos que aparecen en el plano de Madrid elaborado por Teixeira en 1656, una prolongación del terruño de la época andalusí: ocupaban por entonces toda la ribera izquierda del
Manzanares, entre el río y los pies de la colina donde estaba asentada
la ciudad, y se prolongaban en la otra orilla (MOLINA CAMPUzANO,
1975). Por otro lado, el repertorio biobibliográfico de Ibn Baskuwal
(1101-1183) conserva la memoria del Fahs al-Madina, Dehesa o Vega
de la ciudad, a propósito de un sabio de Toledo, Musa b. Qasim b. Jadir, que murió allí en 1051. Hoy día, el recuerdo de este término sigue
vivo en la toponimia, como indicó J. Oliver Asín (1991: 274): Fahs alMadina se convirtió en Salmedina, que se encuentra a unos quince kilómetros al sureste de Madrid, cerca de la desembocadura del Manzanares en el Jarama, en la orilla izquierda del primero. Además, J.
Oliver Asín puso en relación Fahs al-Madina con Fahs Mayrit, hoy
Vaciamadrid (1994: 213), que también se ubica en la confluencia del
Manzanares y del Jarama, pero en la ribera derecha del segundo
(VERA YAGüE, 2007: 65). De tal manera que Madrid se abastecía en
una zona que se extendía hasta unos quince kilómetros de sus murallas, área de dimensiones parecidas a la que estimó R. Fossier para las
ciudades de un medievo más tardío, el siglo XIII (1974: 123).
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En este territorio nutricio, Madrid se abastecía de cebada, de frutas variadas, manzanas, ciruelas, cerezas, higueras, de hortalizas,
como coles, ajos, de leguminosas, como habas, y también de carne de
ovicaprinos, de conejos o de aves, tanto la gallina como la perdiz
(CHAVES MONTOYA et al., 1989; HERNáNDEz CARRASQUILLA, 1991;
RETUERCE VELASCO, 2004: 108-112): la arqueología ha trazado en
efecto un panorama muy interesante sobre las producciones de los
campos madrileños y M. Retuerce señala, en particular, cuánto sorprende la ausencia total de trigo. Por fin, del territorio que la rodea, la
pequeña ciudad saca agua y el Madrid andalusí inició la construcción
de estos tan famosos viajes de agua (RETUERCE VELASCO, 2000). Se
desconoce, en cambio, el espacio donde la ciudad se abastecía en materiales de construcción, lo que no debe sorprender, ya que es un tema
de la historia de las ciudades medievales que queda por investigar
(MENJOT, 2007: 460); el único dato que se tiene al respecto es relativo
a una ausencia, la del pino, que no aparece en los análisis polínicos,
como hizo resaltar M. Retuerce: se trata de un fenómeno poco frecuente, que explicó por “una falta de coníferas en zonas próximas al
enclave madrileño estudiado, debida a una utilización masiva de su
madera en etapas anteriores, por procesos de deforestación selectiva”
(2004: 112).
2.2. Más allá: los caminos y los espacios lejanos
Más allá del territorio nutricio cercano a la ciudad, Madrid está
en relación con espacios más lejanos, de los cuales se tiene constancia a través de su red de caminos, es decir que casi no se tienen
datos a propósito de las mercancías que viajaban por estas vías. Sobre la red de caminos que convergían hacia Madrid, dos estudios
ofrecen una perspectiva muy diferente: Y. álvarez González y S. Palomero Plaza en 1990 dibujaron un panorama muy optimista de la
red de comunicaciones madrileñas; partiendo de la hipótesis de la
importancia adquirida por Madrid en su etapa andalusí, indicaron
cómo este papel convirtió la ciudad en un nudo muy importante de
comunicaciones, puesto que cinco caminos, seis quizá, salían de
Madrid. J. Jiménez Gadea en 1992 elaboró una concepción muy distinta de la red viaria de Madrid, según la cual la Villa se encuentra
ubicada en un solo itinerario, la vía que unía Mérida a zaragoza, o
sea que dos rutas salían de Madrid, una en dirección del suroeste y
otra hacia el este, representada por este camino nuevo que permitía
ir hasta Alcalá de Henares y enlazaba con la vía 25 del itinerario romano. Entre Madrid sencillamente ubicada en el camino Mérida-za-
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ragoza y Madrid importante nudo de comunicaciones, quizá sea útil
volver sobre el tema, pues tan diferentes son estas concepciones de
las redes viarias.
En cuanto a los productos que circularon por estos caminos, se saben muy pocas cosas, porque son escasísimas las piezas importadas
que fueron descubiertas por las excavaciones arqueológicas: se trata
de los objetos de lujo descubiertos en las excavaciones arqueológicas
realizadas en la calle Angosta de los Mancebos y Cuesta de la Vega
(RETUERCE VELASCO, 1988), las piezas de ajedrez realizadas en talco, material que no existe en la región madrileña, e instrumentos quirúrgicos en bronce, que se parecen a otros descubiertos en lugares
muy alejados de Madrid. Se supone, pues, que había un centro único
de fabricación en al-Andalus, quizá en la cercanía de la capital cordobesa (zOzAYA STABEL-HANSEN, 2001). También fue descubierto
un fragmento de plato con decoración de reflejo dorado, importado
del Egipto fatimí, sin duda por peregrinos que volvían de La Meca
(zOzAYA STABEL-HANSEN, 2001).
3. Los aspectos del territorio administrativo
Por administración del territorio, cabe entender lo que permite dirigir, controlar, regular la vida de todos los que viven dentro de ese territorio. Tres personajes son esenciales al respecto: el gobernador, encargado de administrar el territorio desde el punto de vista fiscal y
militar; el cadí, responsable de la justicia; y el jatib, que desempeña
un papel importante en la vida religiosa del territorio.
3.1. Gestión fiscal y militar: el gobernador
Durante su etapa andalusí, Madrid tenía un gobernador, el `amil,
encargado de cobrar los impuestos; sobre su función fiscal informa
Ibn Hayyan, en un pasaje de su obra donde utilizó una noticia de alRazi (VIGUERA MOLINS, 1992: 15):
« A Muhammad [I], del tiempo de su reinado se le deben hermosas
obras, muchas gestas, grandes triunfos y total cuidado por el bienestar
de los musulmanes, preocupándose por sus fronteras, guardando sus
brechas, consolidando sus lugares extremos y atendiendo a sus necesidades. Él fue quien ordenó construir (bunyan) el castillo (hisn) de Esteras [del Ducado], para [guardar] las cosechas de Medinaceli, encon-
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trándose en su lado noroeste. Y fue él quien, para las gentes de la frontera de Toledo, construyó (bana) el castillo (hisn) de Talamanca, y el
castillo (hisn) de Madrid (Mayrit) y el castillo de Peñafora (Binna Furata). Con frecuencia recababa noticias de las marcas y atendía a lo que
en ellas ocurría, enviando a personas de su confianza para comprobar
que se hallaron bien”.
Lo que más llama la atención aquí es esta información relativa
a la construcción del castillo de Esteras “para [guardar] las cosechas de Medinaceli”: al-Andalus era una formación social de tipo
tributario, donde el Estado sacaba directamente la renta de las comunidades campesinas (AMIN, 1974). Los agentes que servían al
príncipe, los gobernadores en las provincias, estaban encargados de
reunir los frutos de los impuestos y de conservarlos en un lugar seguro. Se puede interpretar de esta manera la noticia relativa a la
fundación de Esteras y, por tanto, puede ser que la fundación de
Madrid obedeciera a esos mismos motivos, o sea que se fundó Madrid para que la capital cordobesa tuviera un ‘relevo’, una representación en la frontera.
Más allá de su papel fiscal, el gobernador era el verdadero representante en provincias de la administración omeya de Córdoba (MÉOUAK, 2000): controlaba la bay’a, vigilaba la ejecución de las obras
públicas ordenadas por el soberano, levantaba las tropas para las campañas militares y podía dirigirlas en territorio enemigo. Ibn Hayyan
trasmitió el nombre de varios gobernadores de Madrid: a los beréberes que dirigieron la ciudad durante los primeros decenios de su historia, sucedieron personajes que, cuando se pueden identificar, llegaban desde el exterior de la ciudad, y que ocupaban el cargo durante
una corta temporada.
El primer `amil conocido de Madrid es `Ubayd Allah b. Salim,
que desempeñaba el puesto en el 871, de la misma manera que lo
hizo su descendiente, `Abd Allah b. Muhammad b. `Ubayd Allah, a
partir de su nominación como gobernador de Madrid en el año 929930 (MAKKI, 1968; DE FELIPE, 1997). Desde la fundación de la ciudad hasta la proclamación del califato, el poder en Madrid perteneció a la misma familia, la de los beréberes Masmuda Banu Salim,
familia instalada en la zona de la Marca Media extendida entre Medinaceli y Madrid, zona llamada tagr de los Banu Salim (MANzANO
MORENO, 1991: 155). Algunos años más tarde, la gestión del territorio de Madrid fue entregada a Ahmad b. `Abd Allah b. Yahya b. Yahya al-Layti, que pertenecía a una familia muy famosa de ulemas cor-
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dobeses de origen beréber, los Banu Abi `Isa (OLIVER ASíN, 1991:
149, 264-265; MARíN, 1985). Cuando murió este gobernador en el 937,
desempeñaba por segunda vez el cargo de gobernador de Madrid.
Entre finales del año 935 y finales del año 940, seis personajes distintos se sucedieron en el puesto de gobernador de Madrid, política
usual del califa omeya que tenía como propósito impedir la implantación local del gobernador y, por tanto, su autonomía. Los muy frecuentes cambios de gobernadores pueden ser interpretados como una
manifestación de la dificultad del entonces joven califa de Córdoba
para imponer su dominio en la periferia de su estado, ya que, como
subrayó E. Manzano Moreno, “el dominio de los Omeyas en al-Andalus no llegó a cristalizar nunca en la creación de un gobierno centralizado, capaz de imponer una autoridad incontestada en todo su territorio” (1991: 387).
El territorio administrado por el gobernador de Madrid fue, pues,
un tagr o una madina, y aunque se suele decir que Madrid pertenecía a la cora de Guadalajara, se desconoce qué relaciones mantuvieron los gobernadores de Madrid con los de Guadalajara: en el estado actual del conocimiento de la división administrativa de
al-Andalus, se debe descartar la idea de una relación de dependencia de los primeros hacia los segundos, que los textos árabes no dejan ver jamás, y también se debe plantear el carácter algo normativo e idealizado de la incorporación del territorio de Madrid dentro
de la cora de Guadalajara. En efecto, y según E. Manzano Moreno
(1991: 387)
“pese a que las elaboraciones ideológicas de las fuentes intenten
demostrar lo contrario, el ‘tagr’ al-Andalus no es ni el ámbito de una
pugna multisecular entre Islam y Cristianismo, ni un sistema de defensa organizado por el poder central y con un carácter unitario. Su rasgo
más acusado es, por el contrario, su extraordinaria fragmentación”.
Sólo el texto de al-Razi se esforzó en mostrar una Marca Media
bien organizada y jerarquizada, con el distrito de Madrid incluido en
la cora de Guadalajara, mientras que Ibn Hayyan deja ver un territorio independiente del vecino distrito de Guadalajara: ambos territorios, el de Madrid y el de Guadalajara, tenían sus propios gobernadores; por otro lado, el califa multiplicó, a partir por lo menos del año
935, los esfuerzos para dominar el territorio de Madrid, eliminando
primero el linaje local de los Banu Salim y multiplicando los nombramientos y destituciones de gobernadores.
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CUANDO MADRID ERA UNA MADINA DE AL-ANDALUS
3.2. Administración de la justicia: el cadí
Al lado del gobernador, para ayudarle en la buena gestión de la
ciudad y del territorio que de ella dependía, estaba el cadí: ya se ha
visto cómo Ibn Hayyan transmitió del personaje un testimonio muy
interesante, relativo a su intervención en la vigilancia y la inspección
de la vida urbana. Ilustra magistralmente lo que era el cadí de una ciudad de provincia: según Ma L. ávila (1994: 36), “en las capitales de
provincia de segundo orden existe un cargo público, el de cadí, que en
alguna medida ejerce el poder o, dicho de otra manera, controla los
asuntos de la ciudad […] no es más que la cabeza visible de los notables de la ciudad y los representa como individuo perteneciente a su
grupo”. El cadí de Madrid tenía en sus manos todos los asuntos judiciales de la pequeña ciudad y de su entorno y, además, asuntos sociales y fiscales. El juez estaba encargado de muchos asuntos, en primer
lugar, juzgar y aplicar la justicia a los infractores de la ley, pero también debía ocuparse de los testamentos, del matrimonio y de los huérfanos, tenía que administrar los bienes de las donaciones piadosas, los
bienes habices, de tal manera que, como bien subrayó J. Martos Quesada, tenía “el control de una considerable parte de lo que hoy llamaríamos el presupuesto municipal” (2004: 56).
Las competencias del cadí de la ciudad debían extenderse al territorio que de ella dependía, sin que pueda precisar más al respecto,
pues “la circunscripción judicial de un cadí es un problema aún no resuelto de manera plenamente satisfactoria pues, aunque lo normal es
encontrar un cadí por ciudad […] las ciudades fronterizas y las capitales de coras son los lugares naturales de residencia de los cadíes”
(MARTOS QUESADA, 2004: 54). Para la Marca Media de época omeya, É. Lévi-Provençal apuntó, basándose en los repertorios biobibliográficos, la presencia de un cadí en Toledo, Guadalajara, Medinaceli,
Talavera y Llano de los Pedroches (1953: 120-121), a los cuales cabe
añadir, pues, el de Madrid; sin embargo, nada permite dibujar la zona
de influencia del juez de Madrid en relación con las de los cadíes más
próximos, Guadalajara, al este, y Toledo, al sur.
Lo único que resulta cierto es que en Madrid, sin que se pueda saber a qué época se refiere la noticia, había un cadí, cuya presencia
marca “la institucionalización necesaria para el gobierno interno de la
comunidad” (MARíN, 1995: 215). Cuando se desplazó el cadí de Madrid para examinar el esqueleto gigantesco que se descubrió al excavar el foso, lo hizo en persona “junto a sus testigos oficiales”, grupo
profesional de testigos fidedignos que también actuaba “en calidad de
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cuerpo notarial institucionalizado que, además de registrar y certificar
documentos, resolvían asimismo causas menores de conciliación con
independencia del cadí” (MARTOS QUESADA, 2004: 69). La anécdota
del foso indica cómo los testigos oficiales también podían intervenir
en la vida judicial de la ciudad para registrar datos extraños y cómo
estaba institucionalizado el gobierno interno de la comunidad.
3.3. Encuadramiento de la vida religiosa e intelectual: el jatib y los
ulemas
Entre los sabios de la ciudad, se encontraba el jatib, que estaba encargado de pronunciar el sermón del viernes desde lo alto del almimbar (VIGUERA MOLINS, 1994) y también, quizá, de dirigir la plegaria
de la comunidad. Madrid fue, en efecto, la sede de una mezquita aljama con sermón o jutba, tal y como informa al-Idrisi (AL-IDRISI,
1975: 82; DUBLER, 1988: 125):
“Toledo tiene en sus montes minas de hierro y cobre. Dependiendo
de ella (min al-manabir) y al pie de estas montañas está Madrid, ciudad
pequeña, bien poblada y (con un castillo) fuerte. En tiempos del Islam,
tenía aljama, en donde se decía la jutba. También lo tenía la ciudad de
Alhamín (al-Fahmin), bien poblada, (con) buenos mercados y edificios,
con aljama y púlpito. Todas ellas, así como Toledo, están en poder de
los cristianos”.
Acudían a la mezquita aljama de Madrid, cada viernes, los fieles
de la ciudad, de sus núcleos de hábitat situados extra-muros, pero
también quizá los musulmanes de las alquerías próximas: el cadí de
Córdoba Ibn Rusd, m. 1126, informa, aunque sea para una época más
tardía y para el valle del Guadalquivir, cómo los habitantes de catorce alquerías se juntaban para la oración del viernes en una de las localidades, cambiando el lugar de la reunión cuando la fitna era en favor de la localidad que ofrecía una mayor protección (LAGARDèRE,
1995: 62). Para la gente que vivía en los alrededores de Madrid, la pequeña ciudad fortificada, con su aljama, pudo representar el centro de
su vida religiosa.
La información transmitida por al-Idrisi parece relativa ya al siglo XI
y a la taifa de Toledo, como lo sugiere la expresión ‘min al-manabir’ de
Toledo, que significa entre los almimbares de Toledo, es decir entre las
localidades con un almimbar que pertenecían a la ciudad del Tajo. En
efecto, para la época omeya, no se tiene constancia de que Madrid perteneció al distrito de Toledo, mientras que, para el siglo XI, Madrid se
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encontraba en el territorio de los Banu Di-l-Nun. Y cuando el sabio de
Ifriqiya muerto a principios del siglo XIII, Ibn al-Kardabus (1965-66: 87)
relata la conquista de Toledo, utiliza además el mismo vocabulario que
el sabio de Palermo: narra cómo Alfonso VI se apoderó de todas las regiones de los Banu Di-l-Nun donde “había ochenta manabir, sin contar
los hábitats que de ellos dependían y las alquerías pobladas”.
De la misma manera que no se conoce la extensión del distrito
judicial de Madrid, se desconoce cuál era la zona de atracción de la
aljama madrileña; sólo puedo precisar, siguiendo a al-Idrisi, que
ésta se acababa donde comenzaba la zona de influencia de la mezquita con almimbar vecina, es decir la de Alamín, localidad ubicada a unos sesenta kilómetros al suroeste de la fundación de Muhammad I. Por otro lado, a través de su red de atalayas que
vigilaban la Sierra de Guadarrama y donde los ulemas podían venir, a veces desde muy lejos, a practicar el jihad, haciendo el ribat
(NOTH, 1994; DE LA PUENTE GONzáLEz, 1999; VIGUERA MOLINS,
2003; PICARD, 2006), la aljama madrileña prolongaba, en cierto
modo, su zona de influencia.
El corpus de los ulemas que enseñaron en Madrid hacen de la medina un muy modesto centro cultural y M. Marín en 1995 mostró el
papel secundario de Madrid en relación con Guadalajara: a partir de
los exámenes detenidos de los repertorios biobibliográficos que realizaron M. Marín en 1988 y J. zanón Bayón en 1991, se puede elaborar una jerarquización somera de los centros culturales de al-Andalus,
donde la importancia de la ciudad se mide por el rasero del número de
sabios que allí enseñaron (MAzzOLI-GUINTARD, 2000: 462-464). Para
los periodos 711-961 y 961-1058, Madrid recibió dos y tres ulemas,
mientras 23 y 16 animaron la vida cultural de Guadalajara; a modo de
comparación, la metrópoli de los saberes, Córdoba, pudo contar con
666 y 678 sabios. Centro cultural secundario de al-Andalus, Madrid
quedó en la dependencia de Córdoba en los años que siguieron a la
fundación de la ciudad: a finales de los años 880, los ulemas se desplazaban desde Córdoba para enseñar un saber nuevamente introducido en la Península, la lectura coránica (OLIVER ASíN, 1991: 264). Y,
para la última etapa de la historia andalusí de Madrid, el siglo XI, las
fuentes conservan datos a propósito de una única familia de ulemas,
que no cuenta más que con dos personajes, mientras los textos ofrecen datos acerca de ciudades que contaron numerosas familias, con
sabios que monopolizaron los saberes durante varias generaciones
(MARíN – zANóN eds., 1992).
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CHRISTINE MAzzOLI-GUINTARD
Esta imagen de Madrid como centro cultural muy modesto quizá tenga algo que ver con el papel de ribat que desempeñó la ciudad;
una parte de los ulemas madrileños pertenecía, en efecto, al grupo
de los ulemas-guerreros que llegaban a la frontera para participar
tanto en tareas militares como en actividades de devoción y de enseñanza (NOTH, 1994). Ahora bien, los trabajos recientes sobre el
tema acaban de mostrar hasta qué punto las fuentes oficiales procuraron disimular las iniciativas individuales de los voluntarios de la
Fe (VIGUERA MOLINS, 2003; PICARD, 2006). ¿No podría ser que el
papel de Madrid en la vida intelectual haya sido en parte borrado en
las fuentes? En efecto, sorprende que un tan pequeño centro cultural haya atraído, a finales del siglo X, a un ulema de Siyilmasa, ciudad ubicada a unos 300 kilómetros al sur de Fez. Yassas al-zahid se
dedicaba, por entonces, a leer y comentar un libro de ascética y le
oyó en Madrid un tradicionista de Uclés (OLIVER ASíN, 1991: 271272). De tal manera que la zona de influencia cultural de Madrid se
extendía muy lejos, hasta el sur de al-Andalus claro, pero también
mucho más allá.
Y cuando el gran matemático de la Córdoba califal Maslama, m.
1007, nacido en Madrid a mediados del siglo X, siguió proclamando
que era al-Mayriti, el Madrileño (MARTOS QUESADA – ESCRIBANO
RODENAS, 1998), se conforma sin ninguna duda al uso onomástico
que consiste en ser designado por su origen geográfico (SCHIMMEL,
1998). Sin embargo, no se puede descartar la idea que el empleo de la
nisba, que proclama la existencia de una ciudad, se esfuerza por difundir la imagen de localidades cuyo papel en el panorama cultural
fue relevante. Al revés, Abu l-Asbag `Isa b. Sahl b. `Abd Allah, nacido en 1022 cerca de Jaén (MüLLER, 1999: 1-18), en el distrito del Wadi
`Abd Allah o Guadalbullón, extendido en la orilla derecha de este río
(VALLVÉ BERMEJO, 1969: 71-72; CASTILLO ARMENTEROS, 1998: 206)
fue conocido como al-Asadi, nisba que recordaba a sus antepasados,
una familia árabe del norte de Arabia, los Banu Asad. También fue llamado al-Yayyani, porque estudió en Jaén, ciudad muy próxima a su
lugar de nacimiento. Y también se conoce como al-Qurtubi, porque siguió la enseñanza de maestros famosos en Córdoba y porque buena
parte de su carrera de jurista se desarrolló en la antigua capital de los
Omeyas. Pero jamás tuvo Ibn Sahl una nisba que recordaba Hisn alQal`a, la capital del distrito del Wadi `Abd Allah, que se encontraba
ubicada al este de La Guardia (CASTILLO ARMENTEROS, 1998: 201206) y que era la cuna de su familia.
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