Y por las noches…: Luna azul (2)
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Justin Stern estaba casado con su trabajo aunque, nada más ver a Selena, supo que su vida iba a cambiar. Tal vez el matrimonio no estuviera en su agenda, pero tenía claro que quería tener una aventura con ella.
Para complicar las cosas, Selena era su oponente en unas negociaciones donde había mucho en juego. Pero la pasión había tomado las riendas, convirtiéndose en su principal prioridad. Y, si Justin podía utilizar su mutua atracción para ganar, lo haría... a cualquier precio.
Katherine Garbera
Katherine Garbera is a USA TODAY bestselling author of more than 100 novels, which have been translated into over two dozen languages and sold millions of copies worldwide. She is the mother of two incredibly creative and snarky grown children. Katherine enjoys drinking champagne, reading, walking and travelling with her husband. She lives in Kent, UK, where she is working on her next novel. Visit her on the web at www.katherinegarbera.com.
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Y por las noches… - Katherine Garbera
Capítulo Uno
Justin Stern aparcó su Porsche en el aparcamiento de la comisión de urbanismo del condado de Miami-Dade. Como abogado corporativo y copropietario de Luna Azul, siempre estaba ocupado y eso le gustaba. A diferencia de su hermano menor, Nate, que salía todas las noches y le daba fama a su sala de fiestas, él prefería el tranquilo refugio de su despacho. Había trabajado mucho para asegurarse de que Luna Azul fuera un éxito y estaba decidido a seguir viéndolo crecer.
Por eso había ido allí, para asegurarse de que el futuro de su sala de fiestas no dependiera solo de los clientes que ya tenía. Había negociado la compra de un centro comercial que estaba de capa caída y necesitaba una buena reforma. Después de hacer algunas investigaciones, había averiguado que el edificio había cambiado de manos hacía unos diez años y que, desde entonces, había estado muy descuidado.
Justin había pensado convertirlo en un gran centro con zonas exteriores, restaurantes y tiendas.
Lo único que le quedaba por hacer era entregar los documentos en urbanismo y, después, podría ponerse manos a la obra con su plan de expansión.
Era una bonita mañana de primavera, pero Justin apenas se fijó en el día que hacía. Subió al piso once por las escaleras, en vez de por el ascensor, para no tener que esperar a que llegara. Se alegró al comprobar que solo había dos personas más en la sala de espera. Tomó un número en recepción y se sentó junto a una mujer latina muy hermosa.
Tenía el cabello espeso y rizado, hasta los hombros. Su piel morena resaltaba unos ojos enormes y negros y unos labios sensuales y carnosos.
Justin no podía quitarle los ojos de encima, hasta que ella lo miró, arqueando una ceja.
–No soy un acosador –se excusó él con una sonrisa de disculpa–. Es que eres impresionante.
–¿Es que crees que voy a tragarme eso? –replicó ella, sonrojándose.
–¿Por qué no?
–Estoy acostumbrada a los aduladores –contestó ella–. Sé distinguirlos a un kilómetro de distancia.
–Que te haga un cumplido no quiere decir que quiera engañarte –aseguró él.
Era una mujer muy guapa y le gustaba el sonido de su voz. Iba bien vestida. Por primera vez, a Justin no le importaba tener que esperar.
–Sospecho que sabes ser muy zalamero cuando te lo propones –comentó ella.
–Tal vez –repuso él–. Aunque no lo creo. Suelo ir siempre directo al grano.
–Tengo la sensación de que puedes tener un pico de oro cuando te lo propones.
–Tal vez –repuso él–. Aunque suelo ser bastante directo.
–Pues das la sensación de ser un adulador.
–La verdad es que acostumbro a decir lo que pienso –afirmó él. Y era cierto. Ella era muy hermosa. Le había llamado la atención y no podía dejar de mirarla–. Tus ojos son tan… grandes. Podría perderme en ellos.
–Y tus ojos son tan grandes que parecen las aguas de Fiji.
Él soltó una carcajada.
–¿Sueno así de zalamero?
–Sí –respondió ella con una sonrisa–. Sé que no soy tan guapa.
Ella era tan guapa y más, sin embargo, a Justin no se le daba bien hablar con las mujeres. En una mesa de negociaciones, era el mejor, pero cuando estaba cara a cara con una chica…
–¿Qué te trae por aquí? –preguntó él.
–He venido a interponer unas medidas cautelares.
–¿Para ti o para un cliente? –quiso saber él.
–Mis abuelos creen que una compañía de fuera está intentando comprar su propiedad para convertirla en un centro comercial de lujo. He venido a comprobarlo.
–¿Entonces vives aquí en Miami? ¿O estás visitando a tus abuelos?
–Toda mi familia vive aquí –contestó ella–. Pero yo vivo en Nueva York.
–En ese caso, supongo que la nuestra tendría que ser una relación a distancia.
Ella arqueó una ceja.
–Puede que nuestra relación no vaya más allá de esta sala de espera.
–No pienso darme por vencido tan pronto.
–Bien. Al menos, uno de los dos debe esforzarse.
–Tendré que ser yo –replicó él con una sonrisa. No podía evitarlo. Esa mujer tenía algo que le hacía sonreír.
–Número quince –llamó el recepcionista desde el mostrador.
Ella miró el pedazo de papel que tenía en la mano.
–Es el mío.
–Qué mala suerte. ¿Tengo alguna posibilidad de que me des tu número de teléfono? –pidió Justin.
Ella se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y buscó algo en el bolso.
–Aquí está mi tarjeta. Tiene mi número de móvil.
–Te llamaré –dijo él.
–Eso espero… ¿cuál es tu nombre?
–Justin –repuso él y se puso en pie, tomando la tarjeta de la mano de ella–. Justin Stern. ¿Y cómo puedo llamarte a ti, además de bella?
Ella se quedó un momento callada, dándole un repaso con la mirada.
–Selena –respondió al fin–. Selena González.
Dicho aquello, la mujer se alejó, mientras Justin contemplaba el contoneo de sus caderas. Entonces, se dio cuenta de que su nombre le sonaba. González era el apellido de Tomás. Selena González… un momento. Había puesto los ojos en la abogada a la que Tomás González había llamado para que acudiera desde Nueva York para frenar sus planes para el centro comercial.
Eso no estaba nada bien.
Maldición. Justin quería llamarla. No estaba acostumbrado a conocer a una mujer que comprendiera su peculiar sentido del humor y que estuviera a su altura en la conversación. Sin embargo…
Pero ella no vivía allí. Estaría en la ciudad unas semanas nada más. Eso la convertía en la mujer perfecta para él.
¿Acaso se estaba volviendo loco? Aquella mujer tenía la misión de desbaratar sus planes de negocio. Y, si se parecía en algo a su abuelo Tomás, sería tozuda y se negaría a ver que hacía falta un cambio para mantener vivo el barrio de Calle Ocho.
Selena González dejó la comisión de urbanismo con la información que necesitaba y una orden de medidas cautelares bajo el brazo. Cuando su abuelo la había llamado hacía tres días, le había sonado como si una gran compañía sin escrúpulos estuviera tratando de robarles su mercado. Pero, por la información que había recibido… la cosa no estaba tan clara.
Justin Stern había despertado su curiosidad. A ella le habría gustado que hubiera sido un extraño. Sin embargo, había oído demasiadas cosas sobre aquel niño rico que estaba tratando de arrebatarles a sus abuelos su mercado y sabía que no era el hombre encantador que había fingido ser en la sala de espera.
Si la compañía Luna Azul conseguía su propósito y construía un centro comercial donde estaba el mercado de sus abuelos, Selena intuía que todo su barrio cambiaría. Había visto los planos que la compañía había presentado en urbanismo para levantar un centro de lujo, con el objeto de atraer turistas a la zona. Algo que no tendría nada que ver con el mercado latinoamericano de verduras de su familia, pero tampoco sería un club nocturno, como temían sus abuelos.
Mientras conducía a casa, Selena se deleitó contemplando la exuberante vegetación de Miami. Su familia llevaba tiempo intentando hacerla volver. Y, si no hubiera sido por aquella emergencia legal, ella habría seguido desoyendo sus súplicas.
Miami le hacía ser todas las cosas que odiaba de sí misma. Cuando estaba en casa, se volvía apasionada e impulsiva. Y tomaba decisiones estúpidas… como darle su número de teléfono a un guapo desconocido en una sala de espera.
Además, después de todo lo que había sucedido con Raúl hacía diez años, Selena había temido volver a casa. No había querido enfrentarse a los recuerdos, que la estaban esperando en cada esquina de Miami.
Cuando aparcó delante de casa de sus abuelos, tomó aliento.
–¿Has conseguido interponer las medidas cautelares? –le preguntó su abuelo en cuanto la vio.
No era un hombre muy alto, pero era fornido y mostraba una barriga oronda, prueba de que la vida le había ido bien. Aunque era un tipo duro en los negocios, para su nieta siempre tenía un abrazo y una sonrisa. Selena era una de sus quince nietos y siempre se había sentido amada en esa casa. Sobre todo, después de la muerte de sus padres hacía once años. Un conductor borracho se había llevado la vida de ambos en un accidente, dejándolos a su hermano y a ella solos en el mundo. Sus abuelos se habían ocupado de ellos entonces.
–Sí, abuelo –contestó ella–. Y mañana iré a las oficinas de Luna Azul para hablar con ellos sobre las condiciones, si es que quieren seguir adelante con su plan.
Selena se sentó a la mesa de la cocina, donde pasaban la mayor parte del tiempo. Su abuela estaba en la sala contigua, viendo su programa favorito en la televisión.
–Muy bien, tata. Sabía que nos ayudarías –repuso su abuelo.
Tata era el apodo cariñoso de Selena y a ella le gustaba escucharlo, le hacía sentir querida.
–Esos hermanos Stern creen que pueden llegar y comprar nuestra propiedad así como así, pero ellos no son parte de nuestra comunidad.
–Abuelo, Luna Azul lleva diez años en el barrio. Por lo que me han dicho en urbanismo, han hecho mucho por nuestra comunidad.
Su abuelo levantó las manos al cielo.
–Nada, tata, no han hecho nada.
Ella se rió. Estaba acostumbrada a que su abuelo hablara con una pasión casi melodramática de su Pequeña Habana. Tomás había crecido en la Cuba precomunista y se había llevado con él su creatividad y energía cuando se había exiliado en Miami. Todavía hablaba de aquella Cuba que ya no existía y recordaba cientos de historias maravillosas de su vieja época.
–¿De qué os reís? –preguntó su abuela, entrando en la cocina para rellenarse una taza de café.
–Esos hermanos Stern –rezongó el abuelo–. Creo que Selena es lo que necesitamos para mantenerlos a raya.
La abuela