Una proposición de amor
Por Allison Leigh
4/5
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Gabe no podía olvidar el beso de la inquilina de su abuela. Sabía que pedía mucho, pero ella hacía que volviera a creer de nuevo en el amor. Ahora solo le quedaba convencerla de que aquella era su oportunidad de un nuevo comienzo…
Allison Leigh
Allison Leigh, un nombre frecuente en las listas de libros más vendidos, su punto álgido como escritora radica en escuchar de sus lectores que han reído, llorado o perdido el sueño leyendo sus libros. Ha sido bendecida con una familia inmensamente paciente a la que no le importa (mucho) el tiempo que pasa frente al ordenador y que le da el tipo de amor que quiere que sus lectores compartan en cada página. www.allisonleigh.com @allisonleighbks.
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Una proposición de amor - Allison Leigh
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2010 Allison Lee Johnson
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una proposición de amor, n.º 3 - mayo 2016
Título original: Once Upon a Proposal
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicado en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-687-8287-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Prólogo
–Corny, te prometo que no volveré a entrometerme en los asuntos de los chicos –Harrison Hunt hablaba por teléfono sentado ante su escritorio en una oficina de un piso alto de la urbanización HuntCom en Seattle. Ya no dirigía la empresa informática que había creado con su mejor amigo, George Fairchild, mucho tiempo atrás. Grayson, el hijo mayor de Harry, dirigía en esos momentos esa empresa. Pero Harry mantenía todavía un despacho en las oficinas centrales.
Estaba aún pendiente de muchos temas… principalmente, porque le gustaba mortificar a Gray. Básicamente, para impedirle que se pareciera demasiado a su viejo.
No quería que sus hijos cometieran los mismos errores que él. Y aunque no había sido muy popular con ellos unos años atrás, cuando les había forzado la mano para que se casaran, todo había salido muy bien. Hasta sus hijos lo admitían así.
Ahora.
–No me mientas, Harry –decía Cornelia Fairchild. Era la viuda de George y, lo más importante para Harry, su amiga más antigua–. He comido con Amelia esta tarde.
Amelia. La esposa de Gray y, a decir verdad, bastante más independiente de lo que sugerían su nombre y su dulce comportamiento. Harry tomó una de las fotografías enmarcadas que había en la mesa en la que aparecían Gray, Amelia y su familia, más amplia de lo que Harry habría podido esperar, pues su hijo y su nuera criaban también a los sobrinos de Amelia.
–Yo solo sugerí que Gray ya no era joven. Si querían tener otro hijo, debían empezar ya. Eso es verdad, ¿no? –dejó la fotografía con las demás de su colección.
Una colección en la que, durante gran parte de su vida, no había habido ninguna.
–Viniendo de otra persona que no fueras tú, sería así –repuso Cornelia–. Deja en paz a tus hijos, Harry. Han elegido bien a sus esposas y son felices.
–Sí, es cierto –así lo demostraban sus familias. Harry quería nietos y los tenía.
Por fin era feliz. ¿No?
Decidió cambiar de tema, pues no quería que la conversación acabara ahí cuando era la primera vez en una semana que oía la voz de Cornelia.
–¿Cómo están las chicas?
–Muy bien. Georgie disfruta trabajando con Alex y todos los viajes que eso conlleva. Frankie está más ocupada que nunca en la universidad. Tommi trabaja sin parar en su bistró.
–¿Y Bobbie? Ya no llora por aquel idiota que rompió con ella, ¿verdad? –Harry tomó la taza que había en su mesa. En aquel momento estaba vacía, pero pronto estaría llena de café. Bobbie era la hija pequeña de Corny y George. Y sabía que él probablemente la veía más que Corny, pues Bobbie le llevaba personalmente el café dos veces por semana.
–Gracias a Dios. Está ocupada criando esos perros que no puede permitirse alimentar.
–Di una palabra y ninguna de tus hijas tendrá que volver a trabajar en su vida –era una discusión antigua que Harry había renunciado ya a ganar.
Cuando murió George y salió a la luz el desastre de sus finanzas, Corny insistió en arreglar aquel lío sola. Rehusó terminantemente la ayuda de Harry en todos los sentidos. Y, desde luego, había conseguido defenderse bien con sus hijas a pesar de las circunstancias. Harry estaba tan orgulloso de ellas como de sus propios hijos. Pero lo máximo que había podido hacer por las hijas de George había sido darles un regalo de vez en cuando. Aunque se las había arreglado para burlar un poco la vigilancia de Corny y había dado a cada una de las chicas un regalo económico sustancioso cuando se graduaban en el instituto y asientos honorarios en el Consejo de Administración de HuntCom. Asientos que habrían sido suyos antes o después si su padre no se hubiera jugado casi todo lo que poseía.
Todas las chicas se habían mostrado encantadas.
Corny no tanto.
No le había dirigido la palabra en un mes.
–No se te ocurra sacarme el tema del dinero –le dijo en ese momento ella–. Y todas las chicas están bien. Solas, claro, pero supongo que no debo quejarme si básicamente es por propia elección.
–Siguen el ejemplo de su madre –señaló Harry, no por primera vez. Cornelia no se había vuelto a casar después de enviudar de George. Tampoco había vuelto a tener una relación seria. Como si, después de un matrimonio que había resultado ser menos feliz de lo que parecía en la superficie, quisiera demostrar que solo necesitaba a sus hijas para ser feliz.
Y Harry había tardado casi dos décadas en darse cuenta de eso. Después de todo, él era el que podía hacer maravillas con los ordenadores; el que tenía el don de lidiar con la gente en general y con Cornelia en particular, era George.
–Quiero que mis hijas tengan una vida plena elegida por ellas –repuso en ese momento la mujer.
El método de Harry con sus hijos adultos había sido mucho más expeditivo, pues había amenazado con quitarles todo lo que les importaba si no se casaban y formaban familias en los doce meses que les había concedido. Pero entonces había tenido buenos motivos y en ese momento no podía arrepentirse de lo que había hecho.
–¿Me quieres decir que no te gustaría tener a tus nietos en brazos antes de morir?
Corny soltó una risita apagada.
–Muy típico de ti recordarme lo vieja que soy.
Él sonrió. Miró la fotografía de la boda de Gray y Amelia, que estaba en el centro de todas. Pero en la foto no estaban los novios, sino Cornelia. Vestida con un suave tono dorado, esbelta, rubia y tan adorable como cuando George y Harry eran muchachos que perseguían a las chicas juntos.
–¿Para qué están los amigos?
Ella volvió a reírse y la sonrisa de él se hizo más amplia y siguió acompañándolo después de colgar. Unos minutos después, una chica morena asomó la cabeza por la puerta del despacho. Llevaba una taza de café en la mano.
¿Cuántas veces había querido Harry hacer que se cumplieran todos los sueños de Corny?
Demasiadas para contarlas.
Saludó a su hija pequeña con un gesto de la mano y empezó a pensar. Había conseguido que se casaran sus hijos, ¿no?
¿Por qué no hacer lo mismo con las hijas de su querida Cornelia?
Sonrió a Bobbie, que se acercaba a su mesa.
«Después de todo, ¿para qué están los amigos?».
Capítulo 1
–Bésame.
Gabriel Gannon miró a la chica bajita de pelo moreno rizado que estaba en pie en la puerta de la casa de su abuela.
–¿Cómo…?
No pudo terminar la frase, pues la chica, después de echar un vistazo apresurado a su alrededor, lo agarró por los hombros y lo abrazó con una urgencia que le sorprendió tanto que no pudo evitar seguirle la corriente.
–Bésame –murmuró ella con la boca apretada contra la suya y los brazos alrededor de su cuello–. Y por lo que más quieras, intenta parecer convincente.
¿Parecer convincente? El cerebro de Gabriel era consciente de que aquello encerraba un insulto, pero no podía pensar bien. Tenía las manos ocupadas abrazando el cuerpo que se apretaba contra él. Recordó vagamente la última vez que había besado a una mujer. Una rubia de piernas largas a la que había conocido en Colorado. Quizá hasta se había acostado con ella.
¡Demonios! ¿Quién iba a recordar un detalle así cuando el sabor de aquella morena bajita en la boca le hacía sentir que le iba a explotar la cabeza?
Flexionó los dedos en la cintura de ella y sintió su cuerpo a través de la fina camisa de color rojo cereza.
La había visto antes, claro. Era la nueva inquilina de su abuela y vivía con ella en la vieja casita del jardín situada detrás de la mansión de Fiona Gannon en Seattle.
Pero no había anticipado aquello.
Volvió a flexionar los dedos, y tuvo que recurrir a todo su autocontrol para no bajarlos por las caderas y el trasero y apretarla más contra él. Para no apretar su espalda contra la puerta abierta, que él recordaba vagamente haber ido allí a arreglar, y resultar convincente de verdad.
Ella soltó un sonido suave, con la boca abierta, los dedos en el pelo de él y la lengua bailando contra la suya. A través de las camisas, podía sentir la suave presión de sus pechos, y también los latidos de su corazón.
O quizá era el corazón de él.
Solo era capaz de pensar dónde demonios estaba la cama más próxima. O el sofá. O el suelo.
Dio un paso y después otro. Cruzó el umbral de la puerta.
–¿Bobbie? –la voz profunda detrás de ellos provocó un juramento en los pensamientos de Gabe que no llegó a sus labios, que seguían pegados a los de la chica–. ¿Qué pasa aquí?
Gabe apartó la boca y dio un respingo. Sus manos soltaron lentamente a la chica. Captó un momento sus ojos grises antes de que ella bajara las espesas pestañas y mirara al hombre que los había interrumpido.
–Tim –lo saludó; y parecía faltarle el aliento tanto como a Gabe–. ¿Qué haces tú aquí?
Gabe no podía apartarse. En primer lugar, porque ella lo rodeaba con sus brazos de un modo que lo mantenía atrapado contra sus curvas exuberantes. Y en segundo lugar, porque no tenía ningún deseo de mirar a un desconocido cuando se sentía constreñido por unos vaqueros que se habían vuelto muy ceñidos de pronto.
La capacidad de control que tenía en ese momento se parecía más a la de un chico de diecisiete años que a la del hombre de cuarenta y uno que era.
–Te he traído esto –dijo el tal Tim. Pasó un ramo de rosas entre el hombro de Gabe y la puerta.
–¡Oh! –Bobbie soltó al fin a Gabe para tomar las flores y él aprovechó el momento para apartarse. Pero la mano libre de ella agarró la suya y lo mantuvo cerca con una fuerza sorprendente–. Es muy amable de tu parte.
Las uñas que se clavaban en la palma de Gabe no tenían nada de amables. Él le miró la parte superior de la cabeza. Apenas si le llegaba al hombro. Y tras el velo de las flores que olfateaba, le lanzó una mirada de pánico. Los nervios de Gabe se tensaron y esa vez no tenía nada que ver con desear a una mujer por primera vez en mucho tiempo.
Se volvió a mirar al intruso al tiempo que pasaba un brazo por los hombros de Bobbie y la estrechaba contra sí.
Tim, que obviamente era la razón por la que Gabe tenía que mostrarse convincente aquella mañana de octubre, no parecía nada amenazador. Pelo castaño, ojos marrones, pantalones caqui y un suéter azul marino de cuello alto. En todo caso, parecía sacado de uno de los catálogos de tiendas de yuppies por los que empezaba a interesarse Lisette, la hija de Gabe.
Pero la ansiedad de Bobbie era inconfundible, así que Gabe le puso la mano en el hombro con un aire de posesión que el otro hombre tuvo que notar por fuerza.
–¿Quién es este, cariño? –preguntó.
–Tim –se presentó el otro hombre, antes de que Bobbie pudiera hablar–. Tim Boering –le tendió la mano–. ¿Y tú?
–Este es… Gabriel Gannon –dijo Bobbie. Seguramente quería sonar animosa, pero su voz musical resultaba simplemente aguda y medio estrangulada–. Gabriel, Tim es, ah, un amigo del tío Harry.
Gabe asintió, como si tuviera alguna idea de quién era el susodicho tío.
–Espero no ser solo amigo del señor Hunt –Tim sonrió a Bobbie–. Tú y yo pasamos un día memorable juntos el fin de semana pasado.
–Viendo la ciudad –aclaró Bobbie de inmediato–. El tío Harry me pidió que le enseñara a Tim esto. Acaba de mudarse aquí desde… –se interrumpió y miró a Tim con aire interrogante.
–Minneapolis –repuso el otro hombre tras una leve vacilación.
Sonrió y Gabe supuso que, si a una mujer le gustaba aquel aspecto de niño bonito, probablemente le gustaría aquella sonrisa. Pero Bobbie no parecía mostrar ningún interés. Y la mirada que Tim dirigió a Gabe era puramente