Me atrajo su realidad
Por Corín Tellado
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Corín Tellado
Corín Tellado es la autora más vendida en lengua española con 4.000 títulos publicados a lo largo de una carrera literaria de más de 56 años. Ha sido traducida a 27 idiomas y se considera la madre de la novela de amor. Además, bajo el seudónimo de Ada Miller, cuenta con varias novelas eróticas. Es la dama de la novela romántica por excelencia, hace de lo cotidiano una gran aventura en busca del amor, envuelve a sus protagonistas en situaciones de celos, temor y amistad, y consigue que vivan los mismos conflictos que sus lectores.
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Me atrajo su realidad - Corín Tellado
CAPITULO PRIMERO
Laura, Irene, Sisi, Eugenia y yo nos licenciamos en junio de aquel año.
Decidimos presentarnos a las oposiciones aquel mismo año, pero ninguna de nosotras sacó plaza, de modo que, igual que nos reuníamos para estudiar, nos reunimos después para pensar lo que podíamos hacer.
No era fácil hallar respuesta.
Los licenciados en el país se contaban por centenares y los desempleados por millares y millones, de modo que decidimos pensar muy en serio en nuestro porvenir mientras no se aclarara el panorama.
Pensar en trabajar en lo nuestro era una demagogia. No había que esperar semejante cosa. Los profesores y catedráticos de Instituto provocaban problemas todos los días porque había más que plazas.
Tampoco podíamos hacer uso de las influencias de nuestros padres.
La que lo tenía, era un señor que bastante tenía con conservar su propio empleo y ninguno descollaba por su influencia.
Yo, en particular, no lo tenía. O si lo tenía, ignoraba dónde se hallaba, ni aunque lo supiera hubiera movido un dedo por hablarle o que me hablase.
No suelen recordarse cosas que ocurren cuando se cuentan siete años, pero, en cambio, yo tenía algo en mi mente que jamás olvidaría, ni aunque llegara a vieja. Cuando amas mucho a una persona y la ves llorar, no es fácil que se te olvide. Fue lo que me ocurrió a mí con mamá.
Mamá es una mujer joven (yo no tengo más que veintidós años y se me antoja que mamá se casó antes de los veinte y me tuvo a mí en seguida), es hermosa y tiene don de gentes, frecuenta el mundo laboral y trabajó toda su vida para mantenerme y darme a mí una educación esmerada y unos estudios superiores. Cuando yo contaba siete años (fue cuando la vi llorar) papá nos abandonó. Así, por las buenas. Yo no sé los motivos que tuvo para hacerlo ni jamás cometí la osadía de preguntárselo a mi madre, pero si mamá lloró cuando él se fue, la culpa yo se la di siempre al ausente.
No volvió jamás ni mi madre le nombró nunca.
De soltera era diseñadora de modas, según pude colegir, y al quedarse sola y tener que mantenerme a mí, solicitó de nuevo el empleo, se lo dieron y siempre la vi irse cada mañana temprano a su trabajo, donde aún continúa.
Tengo plena confianza con ella, pero de sí misma y su matrimonio jamás me habló una palabra y eso que ya tengo edad para saber, pero maldito si me pica la curiosidad, porque mamá, además de madre, es para mí una amiga y yo tengo el deber de respetar su silencio.
No me enseñó a odiar a mi padre, pero yo, de cualquier forma que fuera, le odiaba. No lo recuerdo en absoluto y eso debe ser porque nunca le quise demasiado. Es posible, me digo alguna vez, que le haya hecho sufrir a mi madre y por eso yo no recuerdo ni siquiera su física silueta.
Pero yo no abro este libro para hablar de eso.
El asunto de mamá es punto y aparte, y en cierto modo a mí ya no me interesa, porque veo feliz a mamá en su trabajo y muy satisfecha de mí licenciatura.
Yo hice la licenciatura especializándome en Historia, si bien no tengo idea de lo que puedo hacer con ese título. La cosa hoy no está para tomarlo a broma, como mis amigas y yo hay en el país miles de personas.
Con el fin de solucionar nuestra papeleta nos reunimos en mi piso, el que comparto con mamá, para decidir qué podíamos hacer las cinco por nuestra propia cuenta. Mamá no se hallaba en el piso porque ya dije que trabajaba, de modo que podíamos discutir el asunto a nuestro gusto y conciencia.
Después de mucho reflexionar y discutir, llegamos a una conclusión. Los padres actuales casi siempre trabajan los dos y carecen de lugares donde dejar a sus hijos. De modo que la idea se le ocurrió a Laura y todas empezamos a pensar en ello.
Montar una guardería entre las cinco.
No era mala idea. No ambicionábamos ganar montañas de dinero, pues hoy esas cantidades no las ganan más que los cantantes de moda, y aun así, muchos exageran lo que ganan y casi siempre sacan la mitad de lo que dicen. Pero sí deseábamos sacar un sueldo decente para cada una de nosotras, y como patrón no había quien nos lo diera y nosotros teníamos cierta vocación educacional, pensamos todas en la proposición de Laura.
No he dicho aún que tengo novio. Se llama Angel Marín y es abogado, pero como abrirse camino en la abogacía individual es casi menos que imposible y trabajar tampoco es fácil, Angel se pasaba la vida buscando empleo, si bien se negaba en redondo a trabajar en lo que no fuera lo suyo.
Era, pues, un desempleado más, si bien dado que su padre era fontanero y tenía una fontanería y media docena de empleados, algún dinero le daba a su hijo y con eso se conformaba Angel con gran dolor y decepción para mí.
Pero dejemos a Angel a un lado.
Ya tendremos motivos para sacarlo de nuevo a colación.
El caso era lo que nosotras cinco tramábamos. Nos faltaba el local y la forma cómo decorar la guardería y lo que es peor, el dinero para todo ello.
Aquella noche nos separamos las cinco pensando que habíamos hallado la solución a nuestro desempleo, pero con la convicción de que había que hallar la forma de encontrar el dinero necesario y ninguna de las cinco éramos ricas ni lo eran nuestros padres.
Aquella noche estaba preocupada y mamá me lo notó.
Decidí, pues, referirle lo que pensábamos hacer.
* * *
Mamá me miró con un cierto temor.
—¿Os vais a meter en ese lío? —me preguntó inquieta—. Es muy difícil. Y por otra parte, ¿qué niños pensáis admitir?
—De cuatro años para abajo.
—Os darán mucha guerra y poco dinero.
—Según, mamá. Trabajando las cinco y siendo, como somos, todas personas sensatas y trabajadoras con muchos conocimientos, es posible que en un Madrid salgamos adelante. Lo que necesitamos es un local céntrico, con jardín y patio, y dinero para conseguir eso y lo demás.
—Ninguna aporta un céntimo —dijo mamá sin preguntar.
Yo meneé la cabeza denegando.
—Pues no veo la forma de que podáis llevar a buen fin lo que os proponéis, Pía —me dijo mamá muy seria—. Yo ando buscándote un empleo apropiado a tus aptitudes, pero tampoco es cosa fácil ni tengo esperanza alguna de conseguirlo.
—O trabajamos por nuestra cuenta o nos quedamos cruzadas de brazos y cuando nos demos cuenta no sabremos ya qué hacer, y lo que es peor, tendremos que vivir de nuestros padres y a ninguna de las cinco nos seduce el plan. Tampoco nos agrada andar de cafetería en cafetería, ni fumar drogas, ni habituarnos a la bebida. El estar sin hacer nada mueve a una a todo eso y más. Lo entiendes, ¿verdad?
Claro.
Mamá siempre lo entendía todo.
Parecía muy pensativa.
Me miró con ternura y comentó:
—También es doloroso estudiar tantos años, sacrificarse así para luego no tener cosa que hacer. Para montar una guardería hace falta dinero —añadió —. Cuanto mejor montada esté, más pagarán los padres por enviar allí a sus hijos con toda confianza. Necesitaréis muchas cunas, nidos, juguetes y espacios grandes para jugar los niños. No, Pía, no será nada fácil hallar todo eso sin dinero.
—¿No tienes