Seamos una familia
Por Roser A. Ochoa
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"Me voy a mojar y va a ser culpa tuya".
Esas fueron las últimas palabras que Eric escuchó de su hermana, Sara. Cuatro meses después, este joven de diecinueve años lucha desesperado por sacar adelante al hijo de Sara. Todo parece ir bien hasta que comete el error de ir a ver al padre del niño.
Jonah Katsaros es un reputado chef de veintisiete años a quien la vida sonríe, tiene todo por lo que siempre ha luchado y cree no necesitar nada más. Sin embargo, un día todo su mundo se desmorona al enterarse de su posible paternidad.
Eric y Jonah no se conocen y tampoco tienen nada en común, salvo ese pequeño niño llamado Lucas.
Una historia tierna sobre cómo derribar barreras, un amor nacido de las circunstancias más extrañas, incomprensible para muchos, incluso para sus propios protagonistas.
El amor es mejor cuando se cocina a fuego lento.
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Seamos una familia - Roser A. Ochoa
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Roser Amat Ochoa
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Seamos una familia, n.º 2 - enero 2021
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Elit y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.
I.S.B.N.: 978-84-1375-305-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Epílogo
Extra
Agradecimientos
Prólogo
Nunca cinco minutos habían pasado de una manera tan lenta.
Sara y Laura jugueteaban con la caja entre sus manos, el prospecto era simple, tres indicaciones y algunas advertencias. No era algo difícil de hacer, puede que lo que más costara era encontrar la fortaleza para dar el paso. Sara se levantó de la cama con determinación.
—¿Necesitas ayuda? —inquirió Laura.
—Es mear en un palito, creo que voy a poder sola —soltó Sara con sarcasmo, y Laura no se lo tuvo en cuenta, eran los nervios los que hablaban.
Sara dejó la botella de agua de litro y medio sobre la mesilla de noche y entró con decisión en el baño, para salir de él pocos instantes después.
—¿Ya? —preguntó Laura.
—Cinco minutos —recordó Sara, mirando entonces el reloj de su móvil.
Ambas amigas se sentaron al borde de la cama a esperar, les pareció que había transcurrido mucho tiempo, sin embargo, el cronómetro no llegaba a los treinta y tres segundos. Ambas soltaron un suspiro al unísono.
—¿Folla bien? —indagó Laura tratando de entablar una conversación.
—¡Calla! —la reprendió Sara, sintiendo cómo todo su rostro se enrojecía—. Maldita sea, te imaginas qué… —empezó, y su mirada se dirigió a la puerta del baño entreabierta, mientras meneaba la cabeza de un lado a otro.
—Al menos es guapo —se burló Laura—, muuuy guapo —repitió.
—Y simpático —se apresuró a añadir Sara.
—Y su familia tiene pasta. Aunque para mi gusto es un poco serio… —opinó Laura, llevando una mano a la cabeza para rascársela—. Parece del tipo que se toma las cosas demasiado a pecho.
—¿Verdad? —dijo Sara, girándose de un bote hacia su amiga, feliz de que alguien más hubiese observado eso en el chico—. Es como… —empezó, moviendo las manos de un lado a otro—, puaj —dijo Sara abriendo mucho los ojos y poniendo caras raras.
—Además siempre está como… —siguió Laura, haciendo gestos rápidos—, ¿no?
—¡Sí! —confirmó Sara en una exclamación.
—Pero es un buen tío —soltó Laura, mirando nerviosa de nuevo al baño—. ¿Cuánto ha pasado?
Sara comprobó el cronometro y soltó un soplido, ¿cómo podía el tiempo pasar tan despacio?
—Solo dos minutos —dijo.
Ambas se quedaron calladas un rato más, los nervios se acumularon en esa habitación.
—¿Qué vas a hacer si…?
—No lo sé —afirmó Sara—. Tan solo hace unos meses que salí de la facultad y el trabajo en el hotel no es malo, creo que podría ascender rápido…
—Dicen que él va a irse a trabajar a un restaurante con una estrella Michelin —apuntó Laura.
—Parece de los que no eluden sus responsabilidades, de esos tipos que se casan y forman una familia —meditó Sara.
—Lo dices como si fuera algo malo —advirtió su amiga, por el tono empleado.
—Tampoco es que sea algo bueno —convino Sara, alzando los hombros—. No era lo que había planeado —soltó, dejándose arrastrar momentáneamente por el pesimismo.
—Nadie planea esto a los veinte —añadió Laura—. ¿Te casarías con él?
—Es un buen tío —pensó en voz alta Sara—, guapo, trabajador… Es una buena persona…
—Pero…
—No hace que salten chispas —dijo Sara sin más—. Creo que no podría enamorarme de alguien como él.
—Siempre puedes… Ya sabes —comentó Laura, haciendo el gesto de tijeras con la mano—. Y olvidarte del tema.
—Es otra opción —declaró Sara—. Creo que ya han pasado los cinco minutos.
—Dará negativo y lo sabes.
—Sí —afirmó Sara—, me estoy comiendo la cabeza por nada, en un rato nos estaremos partiendo el culo de esto —soltó levantándose—. Vamos allá —añadió al entrar al baño.
Las dos chicas se sentaron la una al lado de la otra, entre la toalla de mano se intuía un pequeño trozo de plástico de no más de diez centímetros de largo, ambas se miraron y sonrieron.
—¿A la de tres? —dijo Laura.
—¡Venga! A la de tres… Un, dos… Tres.
Capítulo 1
5 años después
Eric se sentó en ese banco de madera pintado de alegres colores dispuesto a esperar. La verdad, era muy melancólico, el colegio no había cambiado demasiado en todos esos años, de hecho, algunos profesores de los que seguían impartiendo clases eran los mismos que cuando él había sido alumno del centro, de eso hacía ya tiempo. Sacó el móvil del bolsillo de la cazadora tejana y se entretuvo con el Candy Crush mientras esperaba.
—¿Vienes a por Lucas? —le preguntó una chica, parada justo en la bifurcación del pasillo.
—¡Sí! —confirmó Eric levantándose y guardando el móvil.
—Hoy ha estado un poco triste… —le dijo la joven, acercándose a él un par de pasos—. Soy Anna, la profesora de música —se presentó, alargando la mano que ambos encajaron.
Eric soltó un suspiro al aire y sonrió sin demasiadas ganas a la chica, que le devolvió el mismo tipo de sonrisa, esas que huelen a cortesía. No tuvo tiempo de preguntar si había pasado algo durante la mañana para que Lucas se hubiera puesto triste, pues otra profesora, esta vez algo más mayor, apareció con el pequeño de la mano. El niño caminaba cabizbajo y con el rostro inexpresivo hasta que vio a Eric, entonces, soltando la mano que lo tenía agarrado, corrió a los brazos de su tío, que lo recibió alzándolo del suelo y cargándolo mientras lo besaba.
—¿Este es tu tío, Lucas? —le preguntó Anna, la profesora de música, mientras le ofrecía al niño una enorme sonrisa y acariciaba su cabeza.
—Vaya, que contento te has puesto al verlo —añadió la otra mujer, también con una sonrisa de esas que mostraban todos los dientes.
«Compasión», pensó Eric, que se obligó a devolver ese gesto amable, ampliando esa sonrisa forzada que ponía frente a todos.
—¿Crees que lo traerás esta tarde? —indagó la mujer más mayor, mirando a Eric.
—No. Después del médico nos iremos a comer por ahí —respondió con sinceridad. De reojo, Eric observó cómo los ojos de Lucas se abrían un poco y su gesto parecía algo más feliz—. Creo que hoy me darán el informe y el psicólogo dijo que llamaría para poder venir un día para hablar con la tutora y poder ofrecer algunas pautas…
—Tranquilo, no te preocupes por nada de eso —le dijo la mujer, poniendo la mano encima del brazo del chico—. Lucas, pásalo muy bien con tu tío, nos veremos el lunes, ¿vale? —añadió con tono dulce y algo forzado.
Todos se quedaron callados unos instantes aguardando esperanzados, sin embargo, Lucas no respondió. Desde hacía cuatro meses, Lucas no hablaba, salvo contadas palabras y solo dirigidas a su tío. Eric se había convertido, de la noche a la mañana, en lo único que le quedaba a Lucas, del mismo modo que Lucas, en ese momento, era lo único que Eric tenía. La repentina muerte de Sara los había destrozado por igual, pero Eric era el adulto, tenía que seguir con una enorme sonrisa, por el bien de los dos.
—¡Vamos! —exclamó Eric, dando un pequeño bote para cargar un poco mejor al niño.
Descendió por la empinada calle en lo alto de la cual estaba situado el centro escolar mientras le explicaba al pequeño qué había hecho durante la mañana, en el escaso tiempo entre que lo había dejado en el colegio a las nueve para volverlo a recoger a las doce y media. Eric iba narrándole las cosas de manera alegre y distendida, de vez en cuando se callaba para ver si Lucas decía algo, pero el niño no respondió a nada, aunque parecía escuchar con atención y reaccionaba a todo lo que su tío le decía.
—Y después de fregar los platos me he encontrado un cocodrilo —dijo Eric, sin cambiar el tono de voz, que seguía siendo de lo más natural, aunque de reojo sí se fijó en cómo Lucas lo miraba con incredulidad—. ¿No me crees? —inquirió el joven, a lo que el niño meneó la cabeza de forma enérgica—. Oye, pues podría ser verdad, como no recojas tus juguetes de entre toda la porquería podría salir uno —le reprendió, ahora sí con algo de severidad, lo que hizo que el pequeño frunciera el entrecejo.
Ambos se sentaron uno al lado del otro en el vagón de metro, mientras Lucas jugaba con el móvil de Eric, este último se quedó con la mirada fija en esas parpadeantes luces que indicaban por dónde se encontraban. Si ese día de hacía cuatro meses no hubiera llovido, su hermana habría cogido esa misma línea. Si esa noche hubiera ido a recoger a Sara como le pidió y no hubiese sido un gilipollas con ella… Eric sacudió la cabeza para no dejarse atrapar por los fantasmas. Era irónico, esa fatídica noche se quedó estudiando hasta tarde en la biblioteca para los exámenes, y ahora, cuatro meses después, había tenido que dejar la universidad para poder hacerse cargo de Lucas. Algo tiró de la manga de Eric, que giró la cabeza en dirección a su sobrino, el cual soltó la manga para alzar entonces el dedo señalando las indicaciones luminosas encima de la puerta.
—Sí —confirmó Eric—, es la siguiente —dijo, alargando la mano para que el niño le devolviera el móvil—. ¡Joder! Te has fundido media batería —le regañó.
Eric tomó con paciencia la hora de espera sentado en esa consulta, mientras el doctor estaba con Lucas. Se sentó y levantó diversas veces, metió las manos en los bolsillos y se encontró un paquete de chicles que a saber desde cuando estaba allí, sin embargo, no le importaba mucho pues al menos lo entretendría un rato. Pasados más de sesenta minutos la puerta se abrió y apareció el niño junto al doctor, que le hizo un gesto para que lo acompañara.
A pesar de todo, ese médico no le dijo nada que no supiera ya. La muerte de Sara había sido un duro golpe para todos, en especial para Lucas. Nadie podía determinar a ciencia cierta lo que tardaría la pequeña mente de Lucas en asimilar la pérdida de su madre. Que tuviera paciencia, que lo apoyara, que estuviese a su lado y que poco a poco todo volvería a la normalidad. Y que, si eso no ocurría, seguirían haciendo pruebas.
—Lo estás haciendo bien, Eric —apuntó el médico, mientras apretaba con fuerza su mano a modo de despedida—. Bueno, Lucas, nos veremos en unas semanas.
Eric no tenía tan claro que estuviera haciéndolo tan bien. Todo el mundo tenía palabras amables para con ellos, todos ofrecían su ayuda, y todos lo reconfortaban con esas frases aprendidas en el manual de «cómo ser un verdadero hipócrita». Sin embargo, lo único que él veía era que Lucas cada vez se cerraba más al mundo, y estaba preocupado, claro que lo estaba. Eric aferró con fuerza la mano de su sobrino y los dos, en silencio, emprendieron el camino de regreso a casa, después de una hamburguesa rápida y un helado.
Los días transcurrían tranquilos en ese perenne silencio que se había instaurado en sus vidas. Solo roto de manera ocasional por el televisor, o por esos monólogos de Eric, que nunca obtenían respuesta.
—¿Te has cepillado los dientes? —preguntó desde la cocina—. ¡No te hagas el mudo conmigo! —le gritó mientras, secándose las manos con un trapo, caminaba en dirección al baño.
Cuando llegó no encontró a Lucas, pero sí el cepillo que estaba húmedo, y la pasta de dientes abierta, aparte de derramada por todo el lavabo. Un golpe sonó desde el dormitorio a donde Eric dirigió entonces su atención, cuando se acercó, una pila de libros estaba en el suelo y Lucas lo miraba con cara de «no ha sido culpa mía». Eric soltó un suspiro y empezó a recogerlos con Lucas ayudándolo al lado.
—Abre la boca —ordenó al niño, se acercó a su rostro y aspiró hasta notar el olor a fresa del dentífrico, lo que dio por bueno y no insistió más con el tema de los dientes.
Lucas lo miró con insistencia mientras mantenía uno de los libros entre las manos y lo alzaba hasta ponérselo a su tío delante de los ojos, a lo que Eric fingió no verlo, hasta que Lucas gruñó enfadado y empujó con más insistencia el libro, estampándoselo en la cara.
—¡Vale! —exclamó Eric—, vale, lo pillo… —dijo este, cogiendo el libro—. ¿Otra vez el del astronauta? —se lamentó—. Oye, ¿qué te parece si vamos una tarde a la biblioteca? Podemos coger libros nuevos y… —Lucas negó con la cabeza—. ¡Cabezón! —le reprendió, alzándolo del suelo desde debajo las axilas y tirándolo sobre el colchón, donde el niño rebotó un par de veces—. ¿Has hecho pipí? —El niño asintió.
Eric arropó al pequeño, aunque después se lo repensó y bajó un poco las sábanas, empezaba a hacer calor y Lucas siempre sudaba mucho, a veces tenía que cambiarle el pijama más de una vez a lo largo de la noche porque estaba empapado. Se sentó al lado, apagó la luz del techo y dejó solo prendida la de la mesilla de noche, abrió el libro dispuesto a volverlo a leer, como casi todas las noches. Lucas quería ser astronauta. Eric de niño había tenido el mismo sueño, puede que el deseo de Lucas estuviese algo influenciado por él. Siete meses atrás, Eric había empezado a estudiar Física en la universidad, aún no tenía muy claro hacia dónde decantaría sus estudios, pero era obvio que la Astrofísica era un campo que le apasionaba desde pequeño. Aunque, en ese momento, su vida se encontraba en un paréntesis, un impase en el que todo lo que él quería y soñaba había quedado relegado y olvidado, lo único que importaba en este momento era Lucas. Por eso había dejado la carrera después de los exámenes del primer semestre y ahora trabajaba a media jornada en el supermercado del barrio.
Leyó de manera tranquila mientras era el narrador, aflautando la voz cuando era el astronauta quien hablaba o agravándola cuando lo hacía el alienígena. A Lucas le encantaba ese cuento, sobre todo si se lo explicaba haciendo un poco de teatrillo. Cuando terminaron de leerlo, Eric besó la frente del niño, le deseó buenas noches y apagó la luz antes de salir de la habitación. Una vez solo en el comedor se dejó caer en el sofá agotado y encendió el televisor para que Lucas no lo oyera llorar.
Capítulo 2
Los fines de semana siempre eran muy ajetreados para Jonah, sobre todo ahora que se acercaba el verano. Los días de mayo en la costa catalana eran temperados y agradables, cosa que se notaba en la afluencia del restaurante. Además, había elegido un enclave privilegiado, lo suficiente cerca de Barcelona como para que no resultara pesado ir hasta allí y, a la vez, un poco lejos como para ser un pueblo tranquilo. Le gustaba Canet de Mar, era un bonito lugar para vivir, a pesar de que su familia disintiera y prefiriera la gran ciudad, moderna y cosmopolita.
Los días de Jonah acostumbraban a empezar a las seis de la mañana, cuando el despertador sonaba y se levantaba para salir a correr. Después de un buen desayuno era momento de la visita al mercado local para poder comprar productos frescos y de buena calidad. Le encantaba su trabajo. Su madre siempre decía que nació con un cucharón en la mano, ya de pequeño era sumamente exigente con las comidas y nunca se cerró a probar cosas nuevas, de hecho, adoraba los nuevos sabores, las texturas, las mezclas… ¡Le encantaba experimentar!
Compaginó la carrera de Turismo con un trabajo mal pagado en la cocina de un restaurante fusión, donde aprendió muchas cosas, en especial todo aquello que no se debía hacer. Después llegó un Erasmus que lo llevó de vuelta a sus orígenes. A pesar de que de griego solo le quedaba el apellido y un extraño gusto por las cosas agrias, poder estudiar en el país de sus antecesores fue una grandísima experiencia. Al regresar de ese año en tierras griegas le llegó una gran oportunidad de aprender con uno de los mejores chefs del país. Al final todo ese conocimiento y pasión desmedida cultivado a lo largo de los años, ahora se traducía en uno de los restaurantes más prósperos de la costa del Maresme.
Jonah ojeó el reloj y alzó la mirada en dirección a la puerta, hizo la cuenta regresiva mentalmente y justo cuando llegó al cero esta se abrió dando paso a Víctor, uno de sus mejores amigos a la par que uno de sus peores trabajadores.
—Me duele la cabeza —advirtió el chico, antes de que Jonah pudiese decirle nada.
Jonah mantuvo el silencio, ya que había decidido ignorarlo, encendió la cafetera y, a pesar de no ser su trabajo y sí el de Víctor, aprovechó para repasar que no faltara nada en las neveras de las bebidas.
—Oye —dijo Víctor acercándose y sentándose, como si el trabajo no fuera con él—, ¿cómo terminó la historia con el tipo ese del cochazo? ¿Ha vuelto a llamarte?
—¿Has avisado a Lucía de que tenía que venir una hora antes? —le preguntó Jonah, con su agenda entre las manos.
—Sí —confirmó Víctor, mientras se rascaba los ojos como si pretendiera sacárselos de las cuencas.
—La semana que viene empezaremos a hacer las entrevistas para coger refuerzos para el verano, yo necesito mínimo dos personas en la cocina, ¿qué necesitas tú aquí fuera? —siguió Jonah.
—¿Puedo pedir lo que me dé la gana? —inquirió Víctor, dejándose en paz los enrojecidos ojos y mirando con la ceja alzada de manera pícara a su amigo.
—Siempre que no sea descabellado… —murmuró Jonah, agachado reorganizando la parte baja de un armario.
—Dos chicas —soltó Víctor con socarrona sonrisa y haciendo el gesto internacional de «grandes pechos», a pesar de que Jonah no pudo verlo.
—Ajá… —siguió el otro, cerrando el armario y dirigiéndose a la cocina, mientras continuaba hablando, esperando que su amigo lo siguiera o, al menos, hiciera el amago de ello—. ¿Solo dos camareros nuevos? El verano pasado dijiste que te faltaban manos…
—No me has entendido —dijo Víctor con resignación desde el comedor—. Joder, Jonah, es que contigo no merece la pena ni intentar hacer bromas —bufó, entrando en la cocina donde Jonah ya se había puesto un delantal y estaba empezando con su obsesivo ritual de limpieza, a pesar de que la cocina estaba impoluta.
—¿El qué era una broma? —demandó Jonah mirándolo confundido—. ¿Necesitas dos camareros o no?
—Tres —resopló Víctor, y dándose por vencido cogió uno de los delantales, fastidiado—, no, mejor que sean cuatro, a poder ser con experiencia.
—Hablaré con Ina.
—Ina, Ina, Ina… Parece la dueña de esto —murmuró entre dientes Víctor.
—No te metas con mi hermana —dijo Jonah molesto.
—Tu hermana es una bruja —soltó de tal manera que no admitía discusión—. Cada vez que viene al restaurante algún camarero coge la baja por depresión.
Jonah meneó la cabeza mientras rebufaba. Cierto que Ina era un tanto… fría. La verdad era que tenía cero mano izquierda, y era bastante brusca diciendo las cosas. Pero era su hermana. Si él había nacido con un don para los fogones, Ina lo había hecho para las finanzas. Se fiaba de ella, y sus decisiones siempre terminaban siendo acertadas, por eso Jonah había delegado en su hermana parte de esa tediosa faena que era dirigir el restaurante. No quería desentenderse del todo, pero sí le resultaba