No me importa pecar
Por Patricia Geller
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Pese a que ambos están inmersos en un proceso de cambio, enseguida surgirá una fuerte conexión entre ellos. Ella cree que la necesidad de estar a su lado solo es una vía de escape y él se niega a admitir lo vivo que ella hace que se sienta; no solo por su evidente diferencia de edad, ni siquiera porque pertenezcan a distintas clases sociales, sino por el motivo que los ha unido.
A pesar de que caer en esa provocadora tentación que lo incita a perderse en lo prohibido sea demasiado peligroso, Gael entenderá que el cambio que necesita lleva el apellido Cazorla. Pero ¿estará dispuesta Adriana a pagar el altísimo precio que implicará obtener la libertad que persigue al lado de Gael?
Patricia Geller
Patricia Geller nació en un municipio de Cádiz, donde reside actualmente. Está casada y es madre de tres hijos. Desde siempre ha sido una apasionada de la lectura, hasta que decidió iniciarse de forma no profesional en el mundo de las letras. La trilogía «La chica de servicio» fue su primera obra, a la que siguieron No me prives de tu piel, la bilogía «En plena confusión», la antología Doble juego, que reúne las novelas Culpable y No juegues conmigo; la trilogía «Todo o nada», que incluye los títulos Dímelo en silencio, Susúrramelo al oído y Confiésamelo sin palabras, y las novelas Satisfecho siempre. Saciado nunca, Amanecer sin ti, Miénteme esta noche, Miénteme una vez más, Cada segundo y Libérame de ti. En la actualidad tiene en marcha nuevos proyectos editoriales. Encontrarás más información de la autora y su obra en: Facebook: https://es-la.facebook.com/PatriciaGellerOficial Instagram: https://www.instagram.com/patriciageller/?hl=es
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No me importa pecar - Patricia Geller
Capítulo 1
Gael Roca
—María, ¿estás despierta? —Me muevo en la cama, me tapo la cabeza con la almohada y gimo—. María, el desayuno está servido. Vamos, por favor.
—Voy, tata, dame unos minutos —murmuro con un bostezo.
Lo que en realidad me gustaría decirle es que me dejaran en paz de una vez; es mi primer día de vacaciones, he «colgado» el uniforme de azafata por el único mes libre que tendré este año y lo último que me apetece es una tertulia de buena mañana. Aunque, ¿qué pretendo? Este numerito es típico en casa...
No he mirado el reloj, pero apuesto a que no son más de las ocho. Ellos son así, mi padre y mi hermana mayor. Mi tata simplemente cumple órdenes.
Francamente, no puedo evitar sentirme como en una cárcel. No sé cómo se tomarán mi decisión de independizarme, pero ya no hay marcha atrás. Necesito mi propio espacio, ser yo las veinticuatro horas del día. Ser Adriana, que es mi segundo nombre, la chica de veintitrés años que vive la vida al límite; la que disfruta de las pequeñas cosas de este maravilloso y loco mundo; la que se ríe de todo; la que viste de manera informal, con moños altos, pantalones muy cortos y camisetas de tirantes; la que se cambia de ropa una vez cruza las cuatro paredes de esta casa para quitarse el disfraz de hija ejemplar.
Luego está María, la prudente, sofisticada y mentirosa, porque, sí, para nada me reconozco cuando he de comportarme así, pero es lo que me ha tocado ser, debido a las circunstancias familiares. Hoy diré basta, a pesar de las consecuencias. Y esta noche lo celebraré a lo grande con mis amigos.
El primero de ellos, Izan, con quien hasta hace poco éramos más que eso, pues nos acostábamos; nos lo pasábamos bien juntos tanto dentro como fuera de la cama, hasta que dije basta. Él es un picaflor incansable y he terminado aborreciendo esa parte de Izan como hombre. No teníamos ningún compromiso, pero liarse con otra en mis narices... ya sí que no, por ahí no paso ni lo hice. Hablé con él hace dos meses y le dejé las cosas claras. Nada ha cambiado desde aquella decisión. Su forma de ser y la mía son muy parecidas y de ahí que no hayamos terminado tirándonos los trastos a la cabeza; eso y el cariño que nos tenemos. Trabaja en la empresa de mi padre, es casi su mano derecha en la agencia de modelos que posee el gran Damián Cazorla, y se ha convertido en uno más de la familia. Luego están Brenda y Elías. Son novios, y apoyos fundamentales para mí; tenemos una relación de hermanos.
—María Adriana, abre la puerta ahora mismo.
Hablando de hermanas... Ya está aquí, la impaciente y perfeccionista Anna. Tiene solo dos años más que yo, aunque parece que me lleve veinte.
¡Qué pereza me da soportarla en este plan!
Cuando me llama por mis dos nombres es que está muy enfadada. Y yo odio que lo haga, parece que está llamando a la protagonista de una telenovela.
—María —insiste ante mi mutismo—. Papá se tiene que ir a trabajar en breve. Por favor, compórtate y no seas impuntual.
—Me estoy vistiendo, salgo enseguida —miento, incorporándome.
—Te doy cinco minutos, ni uno más.
—Que sí...
Me quedo sentada en la cama y echo un vistazo a mi alrededor. Hay mucho lujo en esta habitación tan amplia y elegante a la que no le falta de nada, incluso posee vestidor, terraza y baño propio. Todo es de dimensiones exageradas. Además, las vistas son increíbles. Vivimos a las afueras de Madrid, en una zona exclusiva, y desde aquí arriba se puede apreciar el inmenso jardín, la interminable piscina... A pesar de todo eso, tengo la necesidad de huir a muy corto plazo de esta ostentosa cárcel de cristal.
No será fácil, pero... ¡me da igual!
¿Me preocupa? No, sé que hay etapas que tenemos que pasar. No me inquieta; me interesa cambiar mi realidad y estoy a un paso de ello.
Sonriendo, cojo el móvil de la mesita de noche situada a la derecha; la cama está en el centro de la estancia, justo debajo de un enorme ventanal que ocupa gran parte de la pared, y le escribo un mensaje a Izan. Mi plan para estos días está en marcha.
¡Qué vacaciones me esperan!
Buenos días, casanova. Guárdame la habitación de invitados para esta noche. Mi familia no sabe que he cogido vacaciones y seré una okupa en tu acogedor pisito siempre que pueda venir... ya sabes, inventándome horarios y vuelos inexistentes. Recuerda: nos vemos a las nueve para cenar.
Me levanto, entro en el vestidor, que queda al fondo a la izquierda, junto al baño, y escojo un vestido ceñido, cerrado con botones por la parte delantera. Es de color beige, discreto, y me cubre hasta las rodillas. Lo acompaño con unos zapatos de tacón bajo del mismo color. No voy a mentir, me queda muy bien este estilo. Las curvas de mi estilizado cuerpo se adaptan a la tela y mi metro setenta no es cualquier cosa.
Aun así, nada como vaqueros cortos y deportivas.
Voy al baño, me lavo la cara y los dientes, y luego peino mi melena larga, rubia y ondulada. Echo máscara de pestañas en mis ojos verde azulados, un poco de colorete y brillo de labios en mi sensual y carnosa boca. Me perfumo, algo que nunca me puede faltar, incluso para dormir. Ahora sí que puedo bajar, ya estoy disfrazada.
Dejo atrás la habitación, por cierto, decorada de un rosa pastel que detesto, y, pisando la alfombra que tanto me ordenan que solo puedo pisar descalza o en zapatillas de ir por casa, me dirijo a la escalera. Bajo y a pocos metros los veo sentados a la larga mesa de la espaciosa y también clásica sala. Así es la decoración en general, en tonos blancos y madera clara, que transmiten la paz que no me hacen sentir sus habitantes.
No solo están mi hermana y mi padre, sino también mi cuñado, Aitor. Es un chico empático, trabajador, guapo y divertido. Anna señala el reloj de su muñeca y me dedica una mirada que podría asesinarme. Su futuro marido, a su derecha, le da un codazo.
Adoro al pelirrojo de ojos claros.
—Buenos días, perdón por la tardanza —me disculpo con un tono especialmente dulce, dándole dos besos a mi padre, que preside la mesa. Él me sonríe, ajustándose la chaqueta oscura. Es un hombre muy apuesto; tiene cincuenta y cinco años, es rubio como nosotras; en realidad, nos parecemos muchísimo los tres—. Ya que estamos todos, me gustaría hablar con vosotros...
—Tengamos un desayuno tranquilo —me corta Anna justo cuando me siento frente a ella—. Tratemos mejor el tema de la boda. La próxima semana tengo una nueva prueba de maquillaje; vendrás, ¿verdad?
«Ella, ella y ella.»
—Ya sabes que dependo de mis horarios de trabajo —miento con naturalidad. Estoy acostumbrada a ello—. Te lo confirmaré el lunes, dejemos pasar el fin de semana.
—¿Sigues igual de contenta en esta compañía? —se interesa mi padre con cierta desaprobación, pues hace un mohín amargo—. ¿Te tratan bien?
—Muy bien, papá; no te preocupes por nada.
Nos quedamos en silencio, y no solo porque Renata, mi tata, empieza a servir el desayuno, sino porque hablar de mi vida laboral nos incomoda a todos. ¡Y no es para menos! Antes podían controlarme más. Trabajaba en una reconocida aerolínea y los altos cargos de esta se lo contaban todo a mi padre. Ahora estoy en una más pequeña, de las llamadas low cost, y los miembros de mi familia no están acostumbrados a viajar ahí, claro..., así que no tienen amigos que puedan pasarles el parte de lo que hago o dejo de hacer, y yo he dado un paso más hacia mi tan anhelada libertad, que busco de forma desesperada. Ya solo me queda abandonar esta casa y luego dedicarme a mi verdadera vocación. ¡Si supieran mis planes! Me desheredarán seguro, ¿no?
Me encojo de hombros, respondiéndome a mí misma, y oculto una risilla con una improvisada tos. Finalmente nos ponemos a comer. El mutismo dura unos minutos más mientras pruebo el café y me preparo unas tostadas con mermelada de fresa, un desayuno muy distinto al que suelo tomar fuera, pero en esta casa no hay dulces o cacao en polvo. Aquí se cuida mucho la alimentación... no tanto la mente.
—María, en dos semanas tenemos una cena especial —retoma mi padre la palabra—. Si no recuerdo mal, por esas fechas descansas domingo, lunes y martes.
Lo dicho. Llevan mis programaciones mejor que yo.
Es lo que tiene trabajar con patrón fijo: trabajo cinco días y libro tres, así todo el año, salvo en Navidad o fechas especiales. Mis vuelos son de corto o medio radio.
—Sí, papá...
—Será una cena informal —interviene mi cuñado, guiñándome un ojo—. Verás, el nuevo fotógrafo de la agencia, amigo mío, acaba de llegar de Francia. He pensado que es una buena manera de darle la bienvenida, pero hasta dentro de dos semanas él no puede, de ahí que no sea este fin de semana.
—Que no puede y que va a estar estas dos semanas de prueba, lo que quiere decir que su contratación todavía no está decidida —recalca mi hermana, limpiándose la comisura de la boca.
—¿Vendrás, María? —la ignora Aitor, resoplando.
—Claro, me apetece mucho. —Estoy a punto de poner los ojos en blanco, no me interesa en absoluto el fichaje—. ¿A qué hora será?
—Él llegará sobre las siete y media. Sé puntual.
—Que sí, Anna —farfullo menos paciente.
Mi padre carraspea, llamándome la atención, y mi hermana se toca su corta melena, por encima del hombro, sintiéndose triunfadora. Se me escapa un suspiro y me quedo en silencio el resto del desayuno. Sus conversaciones me importan más bien poco; hablan de la agencia de modelos de la que mi padre es fundador y director. Anna se encarga de trámites y papeleos, y Aitor, de encontrar a modelos para vídeos y televisión, es el booker comercial. Luego está Izan, que supervisa junto a papá el trabajo de los ya mencionados y de los dos restantes bookers, que se encargan de moda, fotografías, publicidad y promociones, así como de que funcionen correctamente los asistentes de luz, peluquería o maquillaje y los empleados de recepción, limpieza y seguridad, sin olvidarme de los que imparten clases de orientación y enseñanza para tener posturas correctas y posar en pasarelas o para fotografías. Es una agencia muy completa vista desde fuera, pero yo solo estoy interesada en una parte de ella... por lo que estas reuniones me aburren soberanamente.
—Tengo que ir adelantándome, he de hacer unos recados —dice mi padre, levantándose tras acabarse hasta el último bocado de su completo desayuno, con huevo a la plancha incluido—. María, no te olvides de ese compromiso.
—No, me lo anotaré en la agenda.
«En la agenda que no tengo», me gustaría burlarme.
—¿A qué hora vuelas hoy? —me plantea con curiosidad.
—A las seis; hacemos noche fuera... como excepción, ya sabes.
—¿Dónde?
—En Ámsterdam —resisto al interrogatorio respondiendo atropelladamente.
—Bien, nos vemos mañana entonces. —Me besa la frente y me pellizca la mejilla con cierta ternura—. Cuidado por ahí.
—Siempre lo tengo.
En cuanto mi padre desaparece por la puerta, mi hermana alza el mentón y hace la pregunta, esa misma que ha evitado durante el desayuno.
—¿De qué tienes que hablar con nosotros?
—En breve voy a independizarme —suelto sin andarme con rodeos, echando a un lado el plato con la tostada que me ha sobrado—. ¿Qué pasa?
—¿Estás loca? Me caso en poco tiempo, no puedes dejar solo a papá.
—Anna, ella tiene derecho a hacer su vida también —le recuerda Aitor.
—No empieces a defenderla —protesta, incorporándose de malos modos, quitando la mano que él ha puesto sobre la suya para tranquilizarla. ¡Cuánta soberbia!—. Mejor termino de prepararme. En diez minutos salimos para la agencia.
—No se lo tengas en cuenta —me aconseja Aitor con un aspaviento cuando ella se va—. Yo te ayudo a buscar piso o casa, cuenta conmigo.
—Gracias, ojalá fueses tú mi hermano y no Anna —bromeo con un suspiro de resignación—. Anda, ve, o tu día será insoportable.
—Hablamos mañana, y por la cena no te preocupes, Gael es un tipo muy especial. No será una velada formal, sino entre amigos.
—Menos mal —cuchicheo mientras mi cuñado se marcha sonriéndome.
Me quedo sola en la silenciosa sala y, por inercia, miro el móvil. He de leer dos veces la contestación de Izan. ¡¿Me piensa dejar tirada?! No se lo voy a consentir.
Buenos días, bombón. No me olvido de la cena de esta noche ni de las copas que nos tomaremos después. Otra cosa es el tema de la habitación, ahí no podré ayudarte de momento. Sabes que estoy a punto de mudarme y Aitor ya ha buscado quien ocupe el piso que dejo libre... Sí, antes de lo previsto. Resulta que se trata de un amigo suyo que lo necesita con urgencia porque acaba de llegar a España y, por un motivo que desconozco, lo tenía que legalizar todo cuanto antes, incluso el contrato de alquiler.
Por cierto, será el nuevo fotógrafo de la agencia de tu padre, todo queda en casa. Y, sí, lo odio; aun así, me toca compartir mi nidito con él por un par de días.
Ah, sobre el tema de dormir, tienes
mi cama. Ya lo sabes.
Repaso cada frase, analizo cada palabra y... ¡Claro! Mi mente, que no descansa ni durmiendo, traza un plan rápido, tan repentino y bien ideado que hasta yo me sorprendo. ¡Los planetas se han alineado a mi favor!
No digas tonterías sobre la cama. ¿Puedo llamarte?
Se me acaba de ocurrir algo... ¡Vas a alucinar!
—¿En qué lío piensas meterme ahora, bombón? —pregunta en cuanto descuelgo—. A ver, tengo cinco minutos mal contados. Suelta por esa boquita.
—Se trata del fotógrafo del que todos habláis hoy.
—¿Gael Roca?
—Ajá —murmuro con una sonrisa. Es mi oportunidad—. Sabes que estoy empezando con los cambios en mi vida; no he podido hablar con mi padre, pero lo haré en breve. Me independizaré y luego iniciaré mi carrera como modelo de fotografía. Y si el famoso fotógrafo quisiera...
—No me lo digas. —Suelta una carcajada, me conoce demasiado bien. Ya son cinco años siendo amigos—. No va a aceptar, ya lo has intentado otras veces. No querrá hacerle un book a la hija del jefe.
—Ahí está la clave, no tiene por qué saberlo, no hasta una cena a la que me han «invitado a asistir» dentro de dos semanas... y entonces será demasiado tarde. Hay que actuar ya. ¿Vas a convencerlo, por favor? —suplico con voz melosa—. Necesito un profesional de verdad, no quiero jugármela, y sin duda confío en los que contrata la agencia. Además, este es amigo de Aitor, un punto más a su favor.
Solo de imaginarme posando empiezo a temblar. Siempre he buscado el momento perfecto, a la persona correcta, pero mi apellido ha entorpecido inevitablemente mis aspiraciones y planes. En esta ocasión no seré María Cazorla, sino simplemente Adriana.
—Si no digo que no, bombón, pero puedes meterlo en un lío o meterte a ti.
—Bah, no te preocupes por eso. —Me río nerviosa, removiéndome en el asiento—. Será nuestro secreto una vez que descubra quién soy y todo solucionado. A él no le interesará confesarlo y yo, por supuesto, no lo delataré.
—Eres maléfica, pero cuenta con ello. Parece buen tipo. Déjame a mí el resto, será el book con el que siempre has soñado.
—Gracias, Izan.
—Ya me lo cobraré —dice con esa risilla pícara.
—¡Sigue soñando!
—Bye, bombón. Te aviso en cuanto esté todo listo.
Cuelgo, suelto el móvil y doy unos golpecitos en la mesa, ilusionada.
No me puedo creer que esté dando este paso. No ha sido fácil, pero ya no hay quien me frene. Adoro volar, pero no es mi verdadera vocación. De hecho, fue mi vía de escape, y nunca mejor dicho. Siendo azafata de vuelo he conseguido conocer mundo; sin embargo, decidí dedicarme a eso para estar lejos de casa.
Mi padre y Anna no lo entendieron; me reclamaban en la agencia, aunque no como modelo... y yo no me veo allí de otra manera. No entienden cómo la hija del jefe podría posar tanto para una campaña de ropa elegante como en lencería. Esto último es algo que los avergonzaría, a pesar de trabajar cada día con personas que lo hacen. A mí, sinceramente, no me importa, siempre que sea una campaña seria.
—¿Y esa sonrisa? —pregunta mi tata, presumo que viene de la cocina. Tiene sesenta años y se le resaltan las arrugas cuando frunce el ceño. Es alta, delgada, con el cabello azabache, generalmente recogido en una larga trenza, y ojos oscuros. Sin duda es guapa... pero sobre todo lo es por dentro. Es parte de mí—. María, ¿qué callas?
—Nada, estoy haciendo planes con el grupo.
—Pero hoy trabajabas, ¿no?
—Sí... claro, los veré mañana —contesto antes de darle un bocado a una manzana roja, mi fruta preferida. Todos los días me como una—. Bueno, voy a prepararme. He de hacer una pequeña maleta, pasaré la noche en Ámsterdam.
—¿Necesitas ayuda?
—No, no te preocupes. Gracias —musito y le doy un beso en la mejilla.
—Ten cuidado.
Asiento con la cabeza y me encamino hacia mi habitación dando saltitos cual niña pequeña. Mi mente va idealizando el fin de semana. La sesión de fotos, la salida de fiesta con mis amigos, la conversación con mi padre. Mis sueños haciéndose realidad. ¡Quiero llorar! Soy feliz, normalmente y pese a todo, lo soy, pues me considero una persona afortunada. Mi positividad no me permite ser de otra manera.
En cuanto llego a mi dormitorio, preparo la maleta con lo necesario para pasar estas veinticuatro horas fuera. Hoy no es tarea fácil elegir modelitos, así que selecciono bien cada prenda pensando en la sesión de fotos, aprovechando que tengo una gran variedad, incluso de ropa con la que no me identifico: regalos de Anna o lo que me compro para tener contento a mi padre. No obstante, para hoy me viene estupendo tener tanto donde elegir. Con la ropa interior no sé qué hacer, pero no porque me dé vergüenza, no conozco esa palabra, sino porque quiero dar en cada imagen lo mejor de mí, mostrándome sensual y para nada corriente o vulgar, no para el book. A diario, me da igual... o por lo menos cuando estoy lejos de este entorno serio y distinguido.
Cuando ya he acabado, me tumbo en la cama y pataleo debido a la alegría que me invade, rodando entre las sábanas de seda como una croqueta.
Pero el momento de locura termina y me da el bajón. Estoy cansada. Anoche llegué tarde, hice cuatro vuelos durante la jornada y he madrugado como de costumbre cuando estoy en casa. Por eso, cierro los ojos, sonriendo todavía.
Creo que sueño con lo que está por venir, que no es poco.
* * *
—María, ¿a qué hora tienes que irte? —oigo a lo lejos la voz de Renata. Un momento... pego un salto y me incorporo desorientada—. María, son las tres de la tarde. Abre, por favor. Vaya manía de cerrar con seguro.
—Voy, tata.
Le abro enseguida. Ella me estudia de arriba abajo. Yo la evito, cruzo los metros que me separan del baño y me desnudo a toda prisa. Dos segundos después los chorros de agua están resbalando por mi agitado cuerpo. La ducha me relaja y, cuando salgo, cojo el uniforme y corro de un lado a otro. Renata no me quita los ojos de encima, recogiendo lo que dejo a mi paso y muy callada. ¿Sospechará?
«¡No te entretengas!»
Me pongo la camisa blanca de botones, la falda de tubo y la chaqueta de color azul marino.
Los zapatos de tacón, negros.
De nuevo en el baño, me hago una coleta baja, hacia un lado y muy estirada, me pinto los labios de rojo, como mis uñas, y me perfilo los ojos con un eyeliner. Hoy hace calor; hace sol, estamos en pleno mes de junio, y el sofoco que siento no ayuda.
Me perfumo con una de mis fragancias favoritas, Good girl, de Carolina Herrera, y cojo un poco de aire. Estoy ahogada, pero he de montar esta parafernalia para que nadie sospeche que estoy de vacaciones. Saben que he de estar una hora y cuarto antes en el aeropuerto, que tengo media hora de camino hasta allí siempre que no haya atascos, que no siempre es así, y también que me gusta salir con tiempo de casa.
Alcanzo el móvil y miro la hora: ya son las tres y veinticinco de la tarde.
El corazón se me dispara cuando leo el mensaje de Izan. Como novio sería un desastre; como amigo, el mejor. No tengo palabras. ¡Estoy impaciente y emocionada!
Aun así, me controlo para que mi tata no descubra lo que está pasando.
Plan en marcha. Hoy es viernes y termino a las dos. Te espero a las cuatro y media en el hotel Tu Elección; ya sabes, en el que trabajan Elías y Brenda. Ya he hablado con ella.
He alquilado la mejor suite.
Si no te molesta, estaré presente en la sesión. Me fío de Aitor, pero a Gael Roca lo he visto apenas cuatro veces. Bombón, ha llegado tu gran día. Le he dicho que te han dejado tirada y que lo necesitas con urgencia, y me ha contestado que tiene que ser hoy, pues ya no tendrá otra ocasión en bastante tiempo debido a la mudanza, el trabajo y asuntos personales, de ahí las prisas. Sabe tu nombre, el segundo, y poco más. Recuerda que no debes mencionar tu apellido o atará cabos, no metas la pata.
¡Gracias, gracias y gracias! Te compensaré, no en la cama, pero te debo una. Ay, qué haría sin mi mujeriego favorito.
—¿Va todo bien? —pregunta mi tata.
—Sí, sí. Voy a salir ya, he de parar un momento en casa de Brenda.
—Dale besos de mi parte, hace días que no la veo.
—Vale.
Me despido sin entretenerme demasiado y cargo con mis cosas. Llego al garaje, guardo la maleta atrás, no el bolso. Me subo en mi precioso y llamativo coche, no por grande, sino por el color rojo pasión, y echo la cabeza hacia atrás, contra el respaldo del asiento. «Ha llegado tu momento, Adriana», me animo con ímpetu.
Lanzo el bolso recién estrenado al asiento del copiloto y pongo en marcha mi Mini. Durante el trayecto enciendo la radio, adoro la música, y una canción de Manuel Carrasco, Fue, me acompaña mientras la tarareo. Tiene una letra triste, habla del desamor más doloroso, algo que no he vivido en mis propias carnes.
No me he enamorado nunca, aunque sí ilusionado, pero el caso es que nadie me ha llenado tanto como para morir de amor; la verdad es que a veces, no siempre, me pica el gusanillo y me digo que me apetecería experimentar ese sentimiento. Estando con Brenda y Elías me muero de envidia cuando presencio cómo se aman y se apoyan el uno al otro. También soy consciente de que mi vida no es fácil, debido a mi familia y a mi profesión... Además, paso de aguantar peleas por tonterías, de ahí que al mismo tiempo no me apetezca abandonar mi soltería.
También me gusta demasiado ser independiente.
¡En fin, todo llega!, o eso dicen... Tampoco tengo prisa. Es una mezcla extraña, contradicción en estado puro, exactamente como soy yo.
Veinte minutos después, en los que he canturreado la primera canción y he escuchado las siguientes, llego al hotel. Los nervios se me clavan en el estómago, pero no por la sesión en sí, sino por lo que acontecerá a partir de dar este paso. Dejo el coche en el parking y, con mi maleta y el bolso a cuestas, me encamino hacia la gran recepción. Ahí está Brenda, atendiendo a unos huéspedes que acaban de acceder al establecimiento. Mi amiga les explica, con la ayuda de un mapa, cómo son las instalaciones mientras yo aguardo con calma.
Podría atenderme otro empleado, pero la necesito a ella.
Una vez acaba, me acerco y me acaricia las manos. Tiene un rostro muy dulce. Es morena con reflejos rubios en su rizado cabello, ojos verdes y voz suave.
—No sé quién de las dos está más histérica —confiesa, dándome la tarjeta de la suite—. No puedo dejar de pensar en tu padre y en Anna.
—Pues yo ni me he acordado de ellos. Son lo más importante de mi vida, lo único que tengo, pero no puedo seguir engañándolos y, sobre todo, engañarme a mí misma.
—Lo sé. Sube entonces y cámbiate. De uniforme estás guapísima, pero estoy segura de que en ese book tan esperado saldrás impresionante con la ropa que has traído.
—No tengo dudas, ¿para qué mentirte? —cuchicheo, segura de mí misma.
Finalmente subo a la lujosa suite. Tiene incluso jacuzzi y una terraza que me alucina, además de unos grandes ventanales en la sala contigua al dormitorio que dan a una zona con naturaleza.
Enseguida pienso en unas fotografías más salvajes.
El ambiente es perfecto: nada recargado y decorado en tonos neutros, aunque el color tierra predomina. Brenda y Elías trabajan en este hotel desde hace seis meses pero nunca había venido. No había tenido motivos o excusas para pasarme por aquí a conocer las instalaciones de este lugar tan especial y ahora entiendo por qué Izan lo ha escogido. Su nombre le viene como anillo al dedo: Tu Elección. ¡Madre mía, estoy a un paso del infarto!
¡¿Qué me pongo?!
Quizá lo mejor para iniciar el shooting, en un ambiente distendido que me sirva para coger un poco de confianza, sea empezar con algo sobrio. Me decanto por un traje sastre gris. El pantalón es un poco holgado y, combinado con la parte superior, queda espectacular; esta es un chaleco, evidentemente sin mangas, largo y tampoco muy ceñido. Me abro un par de botones que dejan entrever el top negro debajo y me calzo unos botines.
Me dejo el cabello suelto, con ondas surferas, y no me retoco el maquillaje que llevo.
Cuando llaman a la puerta, el corazón se me acelera hasta el punto de sentir que se me parará en cualquier momento, y la sensación se multiplica al abrir y encontrarme de frente con el hombre que acompaña a Izan.
—Gael Roca —se presenta, tendiéndome la mano para saludarme.
Capítulo 2
Posa para mí
Ojos muy oscuros, casi negros. Cabello corto, aunque no rapado, con un tupé hacia atrás, sin repeinar. Piel bronceada, labios rosados, gruesos y con un arco de cupido que... Nariz respingona, como la mía. Es un poco más alto que yo, quizá ronda el metro ochenta. Fuerte, atractivo. Muy guapo. Diría que tiene facciones y mirada de alguien misterioso, peligroso, como el típico mafioso; no sabría cómo describir esta parte de él. Impacta sin duda. Me recuerda al actor Michele Morrone...
—¿Adriana? —llama mi atención Izan, sacándome de mis pensamientos. Sacudo la cabeza y sonrío nerviosa, estrechando la mano de Gael Roca. Su piel es áspera. Creo que me tiembla la mano al unirla con la suya, la boca se me seca—. ¿Estás bien?
¿Acaba de hacerme también una revisión de cuerpo entero? ¡Qué calor!
—Sí, perdón. No sé por qué me había imaginado que el fotógrafo sería diferente. Me ha sorprendido —confieso con total naturalidad. Gael retira su mano enseguida... ¿quizá molesto?—. Quiero decir, soy Adriana Ca...
—Carbajal —me interrumpe Izan antes de que cometa el error de revelar mi apellido, pero es que sigo embobada—. ¿Podemos entrar o no?
—Sí, claro, adelante.
Pasan de largo y no puedo evitar estudiar a su acompañante de arriba abajo. Lleva pantalón negro, ceñido, como la camisa. Esta es básica y se le marca cada centímetro de ese cuerpo que, a simple vista, no tiene desperdicio. Tiene músculos para cogerme en brazos y empotrarme contra todo aquello duro que se tercie.
Madre mía... ¿De dónde ha salido este dios griego?
No es un niñato, todo lo contrario. ¿Treinta y pocos años quizá?
—Izan me ha explicado un poco tu idea —comenta Gael Roca con esa voz tremendamente grave y sexy. Asiento viendo cómo acomoda sobre el escritorio su equipo de trabajo—. ¿Empezarás con este atuendo?
—¿Te parece incorrecto? —planteo preocupada.
—No, en absoluto.
Me da la espalda y se dedica a sacar la cámara, el trípode, los focos. ¿Le he caído mal? Tengo la sensación de que evita mirarme desde que he sido tan directa. Tal vez se ha tomado mal mi comentario, interpretando que quería decir lo contrario, no que me ha sorprendido gratamente. «Ya se lo aclararé», pienso sonriendo. A mi derecha, Izan me da un codazo y hace un gesto con la boca.
No entiende qué me pasa.
Y yo... ¡yo tampoco! No suelo quedarme embobada de primeras.
—Te propongo que empecemos aquí mismo. Quiero que te apoyes en el ventanal, reflexiva al principio, mirando al exterior. Luego quiero que poses mirando a cámara, seria. El atuendo lo pide —murmura Gael Roca con un carraspeo. Parece sobrio, introvertido—. Pero es tu book, tú decides.
—Confío en ti, eres el profesional de los dos.
Izan bufa y hace un aspaviento con la mano, como si estuviera aburrido o se hubiese percatado de que, por algún motivo, Gael ha despertado algo en mí. Este hombre no pasa desapercibido y tengo ojos para mirar, ¿por qué contenerme? Con él no me anduve con rodeos cuando un día, de repente, terminamos en la cama... y no se quejó.
«A ver, Adriana, pisa el freno. Sé profesional.»
—Voy a sentarme allí donde no os moleste ni distraiga. ¿La terraza? —le pregunta Izan a Gael, señalando hacia esta—. Estaré pendiente de todo desde fuera.
¿Es una advertencia?
—Bien. Cierra cuando salgas, por favor —le pide el moreno.
—¿Llevas mucho tiempo dedicándote a esto? —indago en cuanto nos quedamos solos. Sigue a lo suyo, colocando el equipo.
—Desde que tengo uso de razón. ¿Preparada?
—Buf, sí... y te pido paciencia, es mi primera vez. —Pasa de largo, pero su mirada se cruza con la mía, despertando unas tontas cosquillas por todo mi cuerpo y, dándome cuenta de mi error, aclaro burlona—: Quiero decir, es mi primera vez posando, claro.
Curva los labios hacia arriba y los latidos de mi corazón se aceleran. «¡Basta!» Tengo la piel erizada incluso. ¡Seré tonta! Supongo que son los nervios, que me están jugando una mala pasada. Procuro centrarme, me acerco