Los Me Rode Adores y El Misterio Del Bosque. Capitulo 1
Los Me Rode Adores y El Misterio Del Bosque. Capitulo 1
Los Me Rode Adores y El Misterio Del Bosque. Capitulo 1
J. S. Armstrong
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En memoria de Lilianne,
Mi adorada hermana.
James Potter siempre había sido un niño bastante normal. Había hecho su primer
truco de magia a los siete meses de edad. Le ayudaba a su padre a alimentar a los
unicornios del establo, y le encantaba hacerle bromas a los pobres y viejos elfos que
trabajaban en la mansión de los Potter. Era, quizás, el chico mas travieso de Godric’s
Hallow, el dolor de cabeza de su madre cuando hacia alguna travesura, y la peor
pesadilla del anciano alcalde del pueblo; pero a pesar de todo James era un buen chico.
Su padre Charlus Potter era el dueño de las famosas empresas constructoras
mágicas Housing and Pottery, las encargadas de construir la mayoría de las estructuras
en el mundo mágico. Era un señor alto y de pelo ligeramente claro. Su madre Dorea
Potter venia de una familia muy vieja en el mundo mágico, y a pesar de las
aclamaciones de sus parientes, había trabajado como jefa del departamento de Aurores
hasta que se retiro al quedar embarazada de su único hijo, era una señora delgada con
unos enigmáticos ojos castaños que le había heredado a James.
Para todos en Godric’s Hallow había sido una sorpresa cuando los ya mayores
señores Potter anunciaron que tendrían un hijo. Al nacer James había sido una alegría
para sus padres, complicada tiempo después, cuando las personas en el pueblo
empezaron a notar los espectaculares talentos del joven para meterse en problemas.
Su madre apesar de amarlo mucho se había sentido liberada cuando ese
maravilloso viernes las lechuzas trajeron la pequeña carta.
-¡Mama!
El grito de James se escucho por toda la enorme casa, mientras el muchacho de
once años corría en busca de su madre que se encontraba en el jardín principal. La
señora Potter estaba arrodillada junto a los rosales mientras plantaba más semillas en la
mojada tierra.
-Mama, ¿adivina que llego en el correo de esta mañana?-le pregunto al saltar de
la emoción alrededor ella.
La señora Potter se volvió hacia su hijo, que no paraba de saltar.
-¿Qué cosa querido?
-¡Mi carta de Hogwarts!
Su madre le sonrío, alegre por el entusiasmo del muchacho.
-Entonces apenas llegue tu padre, le dices para que te lleve a comprar los útiles
del colegio.
-¡Si!
Y el chico entro a la casa todavía saltando de felicidad. Subió por las escaleras y
corrió hasta llegar a su habitación. Este estaba muy desordenado. Había calcetines
encima de las lámparas y varias camisas sucias agrupadas debajo de la cama. Una
lechuza parda estaba descansando en el marco de la ventana, esta agito las alas al ver a
su dueño aparecer por la puerta.
-Mira esto Mudwig, iré a Hogwarts, o mejor dicho ¡iremos a Hogwarts!
El chico se acerco a la lechuza y le acaricio levemente las plumas. Su padre se la
había regalado para su décimo cumpleaños. Solo llevaba un año de estar con el, pero
James no podía imaginarse ahora sin su mascota.
El chico se alejo de ella, entrando en el balcón de su alcoba, y después de un
momento le hablo.
-Todo va a cambiar de ahora en adelante…
Observo las montañas que rodeaban el valle. Mientras suspiraba levemente
pensó en lo diferente que seria su vida cuando empezara sus estudios.
-Siento como que es el comienzo de una nueva vida Mud, una llena de
aventuras…- le dio la espalda al paisaje montañoso y sonrío- …y de travesuras.
Spinnner’s End era el tipo de pueblo en que las cosas anormales sucedían muy
rara vez. La única familia que había provocado un escándalo eran los Snape, y aunque
nunca habían dañado a nadie, muy pocos de los ciudadanos les dirigían la palabra.
-Son personas de muy malos modales… ¿y has visto como se visten? Parecen
vagabundos.
Eso fue lo que su hermana mayor le había comentado a Liliane Evans un verano,
cuando la señora Snape y su hijo salían de la tienda local. Sin embargo, años después
Lily había averiguado que los Snape no eran vagabundos, sino gente mágica. Eran igual
a ella.
Nunca le había creído por completo a Severus, el hijo de los Snape, cuando le
había contado sobre el mundo mágico al que pertenecían, al menos no hasta este día,
cuando su carta de Hogwarts había sido llevada hasta su casa por una lechuza negra.
Se había emocionado tanto al recibirla, que ni siquiera le importo cuando su
hermana le menciono que probablemente era todo un farsa. Esa carta significaba que
ella no era una anormal, como Petunia siempre le recordaba, y que existía un lugar en el
que ella encajaría perfectamente.
La carta recitaba:
Muy cordialmente,
Minerva McGonagall
Directora adjunta
Tal como declamaba la carta, adjunto a esta, había una lista con los útiles que
debía de llevar a Hogwarts con ella. El único problema era que Lily no sabía donde iba
a poder conseguir una varita, o unos guantes de piel de dragón. De seguro no en
Londres.
La única persona que podía ayudarla, era Severus Snape.
Había pasado casi dos meses desde que James había recibido su carta para entrar
a Hogwarts el 19 de julio. Había ido ya a comprar sus útiles con su padre y este le había
regalado una escoba nueva aunque el reglamento claramente decía que ningún
estudiante de primer año podía tener una. Pero poco podía importarle el reglamento al
joven James.
-Algunas reglas están hechas para romperse hijo- siempre le recordaba su padre,
después de que el alcalde lo regañara por alguna de sus fechorías.
Y esa era precisamente la única regla por la cual James vivía día a día.
Era de noche ya, y James se encontraba acostado en su cama pensando en lo que
el gran día de mañana le deparaba. A las once en punto estaría montándose al tren que
lo llevaría a su nuevo hogar. Era mucha la emoción como para que el pudiera conciliar
el sueño.
-¡Ah! No puedo dormir Mudwig. Ya quiero que sea mañana- se quejo el chico
bajándose de la cama.
Mudwig estaba encerrada en su jaula. Lista para el largo viaje. Al oír la voz de
su dueño agito levemente las alas.
James recorrió su alcoba con la mirada. Era una habitación bastante grande, y a
través de los años se había llenado con los múltiples juguetes y libros que le
obsequiaban sus padres. Realmente no le faltaba nada. Su familia era de mucho dinero,
y por lo tanto siempre que quería algo, lo obtenía.
Pero a pesar de todo, James se sentía completamente vació. Toda la vida había
deseado un hermano. Aunque claro estaba que eso si no lo conseguiría, si sus padres
con costos lo habían concebido a el.
En su familia, a pesar de ser grande por ambos lados, no había muchos niños
como de su edad. Su madre Dorea, pertenecía a la Noble y Ancestral Familia Black,
como ellos mismos se hacían llamar. Los Black no se llevaban con los Potter. Nunca los
invitaban, ni siquiera a las fiestas. Y James solo recibía regalos de sus abuelos en
navidad. Jamás había jugado con alguno de sus primos. En realidad no sabía si tenía
alguno.
Los Potter completamente diferentes. Había muchas legendas sobre su historia.
Algunos inclusive se atrevían a especular que descendían del mismísimo Godric
Gryffindor. James se reía cada vez que alguien mencionaba al antiguo fundador en
relación con los Potter. Sin embargo, aunque su familia tenía tantos cuentos, no se podía
decir lo mismo de sus herederos. Los niños, al igual que con los Black, eran muy
escasos.
Su ultima opción, eran los niños de Godric’s Hallow. Esta opción fue descartada
cuando las madres de ellos les prohibieron andar con James, debido al temor de que este
pudiera influenciarlos de una manera negativa.
Esta era precisamente la razón por lo cual estaba tan emocionado de asistir a
Hogwarts. Ahí haría buenos amigos y nadie lo tacharía de travieso o problemático. Al
menos no hasta el momento preciso.
James camino por su habitación. Se detuvo a la par del reloj muggle que su
madre le había reglado para que “supiera las horas del día”. Se había reído mucho
cuando se lo dieron. ¿Quién podría necesitar saber las horas de un día? Al final; sin
embargo, se dio cuenta de que podía serle bastante útil.
El reloj marcaba las doce en punto. Apenas era la media noche. Faltaban once
horas para el momento que el chico tanto esperaba.
Suspirando cansinamente y armándose de paciencia, James subió de nuevo a su
cama. Cobijándose del frió con las mantas azul cielo. Al rato, con el pensamiento de
que ya faltaba poco, se quedo dormido.
La estación Kings Cross nunca había estado tan llena como ese día. O al menos
eso era lo que a James le parecía. Solo había venido a esta estación en dos ocasiones y
ambas habían sido para abordar trenes muggles que los llevarían a un destino vacacional
planeado por sus padres. Nunca en esas dos veces, había visto él andén nueve y tres
cuartos. Y vaya que lo había buscado.
Pero ahora al estar de pie junto a una de las barreras de ladrillo, después de haber
visto como su padre había desaparecido a través de esta, James no sabia como no lo
había sospechado antes. Era lógico que él anden estaba protegido por magia. De otra
forma cualquier muggle podría subirse en el expreso de Hogwarts por equivocación.
-Ahora te toca a ti cariño.
La vos de su madre lo saco de sus pensamientos. Ella señalaba la barrera con su
mano, incitándole a atravesarla. James respiro profundamente y sin pensarlo mucho se
lanzo corriendo hacia esta.
La taquilla se acercaba y James estaba seguro de pegaría contra ella. Al estar a
solo pulgadas del gran muro cerro los ojos preparándose para un golpe que nunca llego.
Abrió los ojos de inmediato y noto que ahora se encontraba en otro lugar
completamente distinto y menos ruidoso.
Había una locomotora de vapor roja escarlata descansando en él andén. También
había un arcado de hierro que recitaba “Anden Nueve y Tres cuartos”. James sonrió
ampliamente y con rapidez busco a su padre con la mirada. Este estaba hablando con el
señor Craft. Un hombre viejo y robusto que trabajaba para el ministerio de magia en la
Oficina Contra el Uso Indebido de la Magia. Su hijo, Mathew Craft, había sido quizás el
único amigo de la infancia de James. Los Potter y los Craft siempre se habían llevado
bien.
James corrió hacia donde estaban los dos hombres. Esquivo con agilidad a la
gente que pasaba con sus baúles y mascotas.
-Papa- le llamo al llegar junto a el. Ambos hombres bajaron la vista hacia el
chico.
-James, ya llegaste. ¿Y tu madre donde esta?
-Venia detrás mió. ¿Cómo esta señor Craft?
El hombre le sonrió abiertamente, alzando su gracioso bigote amarillo hasta su
nariz.
-En perfectas condiciones, gracias a Merlín. ¿Y tu James? ¿Listo para Hogwarts?
-Así es- le respondió el muchacho con felicidad.
-Si, Matt esta igual. No pudo dormir ayer de la emoción.
-¿Y donde esta Matt, señor Craft?- le pregunto James mirando alrededor en
busca de su amigo.
-Ya subió al tren, hijo.
En ese momento, la señora Potter apareció detrás de ellos.
-Ah Dorea, que placer verla.
-Jonathan- Dorea le sonrió con cordialidad al inclinar la cabeza levemente en
forma de saludo. – ¿Y Marie?
-Me temo que mi esposa no pudo venir. Tenia que trabajar hoy. Ya sabes como
son el Departamento de Misterios- respondió el señor Craft moviendo la cabeza de
forma desaprobadora.
El sonido de un silbato los distrajo de su conversación y la señora Potter se
dirigió de inmediato hacia su hijo.
-Bueno querido, será mejor que subas ya. Quiero que te portes bien… Nada de
travesuras, escapadas, bombas fétidas o cualquier tipo de problemas en que te puedas
meter.
-Si mamá- James cruzo los dedos detrás de su espalda.
La señora Potter se agacho para abrazar a su hijo con fuerza-Te amo hijo.
Cuídate mucho- le susurro en el oído. Y lo soltó acomodándose el fino vestido de
nuevo.
James se dirigió a su padre.
-Adiós papá.
-Adiós hijo. Pórtate bien… pero recuerda siempre la regla- Charlus le quiño un
ojo y James esbozo una sonrisa traviesa. Ambos se abrazaron y luego James dijo:
-Hasta luego señor Craft.
-Adiós James. Que te diviertas.
James agarro sus baúl, que tenia la jaula de Mudwig encima, y se dirigió hacia la
enorme maquina de hierro. Dejando atrás a los adultos.
-¿Primer año?- le pregunto un muchacho alto y de pelo oscuro, mucho mayor
que el.
-Así es- le respondió James sin timidez.
-Soy Frank, el nuevo prefecto de Gryffindor. Déjame ayudarte con tu equipaje.-
Agarro el gran baúl de James y lo alzo por encima de las escaleras que conducían
adentro del vagón.
-Vaya gracias, debe pesar una tonelada- dijo James al subir al vagón también.
-No hay problema. Asegúrate de no perderlo. He oído sobre algún bromista que
le ha dado por esconder los baúles de los demás. Sin duda debe de parecerle gracioso.
James sonrió pensando en los asustados alumnos que no lograban encontrar sus
baúles. Comprendió a la perfección la gracia de la broma. El muchacho llamado Frank
de seguro pensó que la sonrisa de James era de agradecimiento porque le sonrió de
vuelta y se alejo en busca de alguien más que ayudar.
James anduvo por los estrechos pasillos de los vagones en busca de un
compartimiento que estuviera libre, pero todos parecían estar repletos por grupos de
amigos, que debían tener años de conocerse. Se sintió aliviado al ver que el ultimo
compartimiento estaba casi vació. Solo había un muchacho de pelo negro y largo
sentado en uno de los asientos junto a la puerta del compartimiento.
-¿Qué tal? ¿Están ocupados?- señalo los demás asientos sabiendo la respuesta de
antemano.
El chico alzo la mirada y dijo:
-Siéntete como en casa.
James sonrió y cerró la puerta de vidrio al entrar. Acomodo su baúl en uno de los
rincones del compartimiento y puso la jaula con Mudwig junto a el en los asientos
acojinados. James lo miro de reojo. Tenía el pelo largo y oscuro, y la tez blanca. No
sabía cuanto podía medir, puesto que estaba sentado, pero se veía que era alto.
-Soy James Potter- se presento y le tendió la mano al chico que tenia unos
curiosos ojos grises. Este sonrió y le estrecho la mano.
-Yo soy Sirius Black- al ver como los ojos de James se llenaban con
reconocimiento y suspicacia, añadió- Si ya se. Mi apellido no tiene muy buena fama
¿eh? Talvez debería cambiarlo a Rack* (del verbo atormentar en ingles) Me conocerían
como Sirius el atormentador.
James se rió ante el comentario. Le empezaba a agradar ese chico.
La puerta del compartimiento se abrió y una niña pelirroja se asomo.
-¿Están ocupados los asientos?- pregunto señalando los campos libres. Tenía los
ojos vidriosos y se notaba que había estado llorando. Ambos chicos negaron con la
cabeza. La niña entro y se sentó junto a la ventanilla en el asiento contrario al de James.
Al ver que la niña no iba a decir nada, James se volvió hacia Sirius y reanudo su
conversación.
-¿Oíste sobre las bromas de los baúles?
Sirius sonrió de forma orgullosa y dijo:
-Claro. Si fui yo el maestro.
A James se le dilataron los ojos de sorpresa.
-Vaya hombre. Pensé que había sido la perfecta obra de bromistas mayores. Te
felicito. ¿Cómo le hiciste?
-Fácil. Un encantamiento desvanecedor. El hombre que por desgracia es mi
padre me enseño a hacerlos. Una de las únicas cosas buenas de una familia que siente
demasiado orgullo por su estupida sangre “pura”.- dijo poniendo los ojos en blanco.
James rió comprendiendo lo que quería decir. Los Black tenían la fama de
valerse más por su estatuto de sangre que por su utilidad en la magia. La razón principal
por la cual su madre no se llevaba muy bien con su familia.
La puerta del compartimiento se volvió abrir pero ahora quien entro por ella fue
un chico flaco y de pelo largo y grasiento. No pregunto si los asientos estaban libres.
Camino directo hacia la niña, ignorando por completo a los dos muchachos, y se sentó
enfrente de ella.
-No quiero hablar contigo- dijo la chica con voz entrecortada.
-¿Por qué no?
-Tuney me…me odia. Porque leímos la carta que le envió Dumbledore.
-¿Y que?
La chica le lanzo una mirada de profunda antipatía y le espeto:
-¡Pues que es mi hermana!
-Solo es una…- el chico murmuro, pero se contuvo a tiempo y por suerte la niña
no le oyó. - ¡Pero si nos vamos!- exclamo, incapaz de disimular su euforia.- ¡Lo hemos
conseguido! ¡No vamos a Hogwarts!
Ella asintió, frotándose los ojos, y a pesar de su disgusto esbozo una sonrisa.
-Ojala te pongan en Slytherin- comento el muchacho de pelo grasoso, animado
por la tímida sonrisa de la muchacha.
Al oír eso, James no pudo contenerse y volvió la cabeza hacia ellos.
-¿En Slytherin? ¿Quién va a querer que lo pongan en Slytherin? Si me pasara
eso, creo que me largaría. ¿Tu no?-le pregunto a Sirius.
Este, al contrario de lo que James esperaba, no sonrió, solo mascullo:
-Toda mi familia ha estado en Slytherin.
James ya sabía eso; sin embargo, bromeando exclamo:
-¡Caramba! ¡Y yo que te tenía por una buena persona!
-A lo mejor rompo la tradición- replico Sirius, sonriendo burlón- ¿Adonde iras
tu, si te dejaran elegir?
James hizo como si blandiera una espada y dijo:
-¡A Gryffindor “donde habitan los valientes”! Como mi padre.
El chico de pelo grasiento hizo un ruidito despectivo y James se volvió a hacia
el.
-¿Te ocurre algo?- le pregunto molesto.
-No que va- le contesto el muchacho, aunque su expresión desdeñosa lo
desmentía- Si prefieres lucir músculos antes que cerebro…
Sirius también molesto por su atrevimiento, intervino.
-¿Adonde te gustaría ir a ti? Que no tienes ninguna de las dos cosas.
James soltó una carcajada. La pelirroja se enderezo abochornada, y miro primero
a James y luego a Sirius con antipatía.
-Vamos, Severus. Buscaremos otro compartimiento.
-¡Ooooooh!
James y Sirius imitaron el tono altivo de la chica, y James intento ponerle la
zancadilla al muchacho llamado Severus, cuando salía.
-¡Hasta luego, Quejicus!-dijo James en el momento en que la puerta del
compartimiento se cerraba de golpe.
Ambos muchachos se volvieron a ver y soltaron una carcajada.
-¿Viste la cara del pelo mugriento? O ¿Cómo le llamaste? Ah Quejicus. Le
queda perfecto.- le pregunto Sirius todavía riendo.
-¡Si!-exclamo James- Parece que ya tenemos el perfecto blanco para bromas
-Concuerdo contigo.- dijo Sirius sonriendo maliciosamente.
James también sonrió, pero mas que todo por que su primer día estaba resultado
bastante bien, y por que finalmente había encontrado un amigo.