LUIS FRA NCO

LA VERDE RAMA

BUENOS AIRES
 PH

Copyright 1968 by Editorial LA VERDE RAMA

Distribuida por EDITORIAL LAGOS
Talcahuano 638, Buenos Aires - Rep. Argentina
Derechos internacionales asegurados
Impreso en Argentina - Depsito de Ley 11.723
 INDICE

CAPTULO 1
Fondo de indio ......................... 9
CAPTULO 2
Los gauchos y los negros ..................28
CAPTULO 3
Los gauchisoldados ......................51
CAPTULO 4
Cautivos y cautivas ......................72
CAPTULO 5
La conquista angelical ...................98
CAPTULO 6
Itinerario de derrotas ....................118
CAPTULO 7
Secreto a voces .........................139
CAPTULO 8
El derrumbe .............................162
CAPTULO 9
La cacera de los latifundios ...............188
CAPTULO 10
Estrambote ......................... 216
 ANTICIPACIN

Quien abra este libro se dar con tanto olor a ropa

interior sucia largamente tapada y ahora destapada
de golpe, que bien puede sospechar que se trata de
un calumniador de alquiler o de un deportista del
escndalo. No hy tal, por cierto. El lector advertir
que el autor apenas ha hecho algo ms que coleccio-
nar y ordenar informes y antecedentes y que no hay
una sola afirmacin que no est respetuosamente
documentada. Ms an: los mejores testimonios pro-
vienen de jefes del ejrcito argentino que militaron
o se formaron en la guerra de frontera y en la final
campaa del desierto.
No se ha hecho, pues, ms que sacar las consecuen-
cias que, por otra parte, se desprenden solas, como
las peras demasiado maduras. Que por qu antes
nadie sacudi el peral? Por respeto devoto a las
tradiciones, por exceso de buena educacin y cortesa,
de que el autor desgraciadamente carece. Por lo
dems, tal vez hoy la historia comienza a preferir
la verdad desnuda o en harapos al disfraz de lujo.
Quiz l oficio de escriba sea hoy ms exigente que
el de amanuense policial o parlamentario, actor de
cine o capellan de monjas.
L. F.
 CAPTULO 1

FONDO DE INDIO

"El ilustradsimo seor Palafox no se contenta con

la igualdad, pues en el memorial que present al Rey,
intitulado Retrato natural de los indios, dice que
nos exceden. All cuenta de un indio que conoci su
ilustrsima, a quien llamaban Seis oficios porque otros
tantos saba con perfeccin. De otro que aprendi el
de organero en cinco o seis das con slo observar las
operaciones del maestro. Refiere tambin la exquisita
sutileza con que un indio recobr el caballo que
acababa de robarle un espaol. Aseguraba ste que el
caballo era suyo de haca muchos aos. El indio.
ech su capa a la cabeza del caballo y volvindose al
espaol le dijo si de qu ojo era tuerto. El espaol,
sorprendido, respondi que del derecho. Entonces el
indio, quitndole la capa, mostr que el caballo no
era tuerto de uno ni del otro ojo. . ." (F. Benito
Feijoo: Teatro Crtico.)
En los ltimos aos del pasado siglo, Roberto Pair
hizo un viaje a las tierras australes de la Patagonia
en que an vivan indios contados entre los de ms
baja evolucin en nuestro pas. He aqu, en extracto,
algunos de los informes consignados en La A ustralia
Argentina. Como el pueblo elegido del Viejo Testa-

9
mento, los tehuelches obedecen a un ser omnipotente,
creador del universo y de los tehuelches, y que, como
el Prometeo de los griegos ha enseado a sus prote-
gidos el arte de hacer el fuego y los rudimentos de la
industria y la moral. Cazan zorros con trampas, y
guanacos y avestruces con perros que amaestran con
habilidad suma. Cazan tambin vacas y doman los ca-
ballos cimarrones que llegan a sus dominios. En 1898
quedan pocos tehuelches, "pero tan asimilados a las
costumbres de nuestra campaa que no pueden ser
considerados ya como indios genuinos". De su ingenio
habla esta fbula: El zorro le dijo a la piedra: Te
corro una carrera. No, soy muy pesada. Corramos.
No, soy muy pesada, pero guardate de ml. Corra-
mos, entonces. Y corrieron, cuesta abajo, y la piedra,
dando tumbos, lleg junto con el zorro, aplastndolo.
Los onas de la Tierra del Fuego fabrican canoas
y anzuelos y viven de la pesca. Son risueos y sociables
y "buenos con sus mujeres y tan hospitalarios que el
mismo enemigo es sagrado en su choza". Muy fornidos,
transportan pesos enormes como una hormiga su ptalo
ms pesado que ella.
El misionero Bridges le cont a Jos S. Alvarez que
como su carabina comenzara a fallar la desarm sin
dar con la falla. El cazador ona se la pidi prestada,
la desarm solo, y advirtiendo que el diente del dis-
parador estaba gastado, fabric otro con un pedazo de
hierro y una lima y restaur el arma. "El que hace eso
sin conocer nada de mecnica, es sin duda un genio",
deca mister Bridges.
Y si de los onas y su desolado salvajismo nos
volvemos a la mayor cima cultural de la Amrica
precristiana, el asombro se vuelve deslumbramiento:
los mayas, nicos vencedores hasta hoy de la selva
tropical, segn Huttington y Toynbee; los mayas con

10
su preclara fe en la razn humana y su derrota de los
temores irracionales, como ensea Sejoum, pamno
contar "su cmputo del tiempo tan exacto como nues-
tro calendario gregoriano y su astronoma superior a
la de los antiguos egipcios y babilonios", como dice S.
G. Morley. (Laurette Sejourn: Palenque.)
Respecto al grado y modo de la belicosidad selv-
tica de los indios, hay pruebas meridianas. Los nativos
del Caribe reciben a Coln como despus los peruanos
a Pizarro y los querandes del Plata a Pedro de Men-
doza: con bonhoma y confianza ingenuas. Cuando los
buenos hijos de Cristo, de la variedad catlica o de
la luterana, inauguran el atropello y la agresin, el
crimen de los nativos es que se atreven a defenderse, o
a devolver el golpe ojo por ojo y diente por diente
para eludir la esclavitud o la extincin.
"Para justificar en lo posible la conducta a menudo
brbara de ese grupo de aventureros intrpidos que
conquist el Nuevo Mundo, porque no quisieron des-
cender hasta el indgena americano para compren-
derlo... le negaron las facultades del intelecto . (Eso
ocurri siempre con los pueblos o castas vencedores
respecto a los vencidos). "Hemos odo a veces a esos
hombres tratados de brutos, arengar a los suyos horas
enteras sin vacilar un momento. Araucanos y pampas
poseen un sistema muy ingenioso de constelaciones.
Son soberbios, indomables, guerreros, a veces feroces.
Jams ninguno de ellos se ha hecho cristiano sino a
la fuerza. Todos son libres". (Alcides D'Orbigny: El,
hombre americano.)
"Tanto en la Patagonia como en la Pampa o el
Faz West, el trato recibido por la raza india, de los
hispanoamericanos como de los angloamericanos, es
una vergenza tramposamente llamada civilizacin".
(R. Cunninghame Graham.)
11
 Es necesario repetir una vez ms que no toda la
Amrica precolombina estaba poblada por salvajes?
Ya aludimos a lo que era la civilizacin maya, de
la cual la mejicana era segundona, como la romana
de la griega. Del Mjico conquistado y saqueado por
Corts, slo recordaremos lo que dice Bernal Daz del
Castillo, en el ms hermoso libro escrito sobre la con-
quista americana: que con excepcin de Venecia,
Europa no tena una ciudad tan grande y activa como
la metrpoli azteca.
Viniendo a lo que nos toca de ms cerca, el Per,
recordemos que son dos sabios espaoles, los cosm6-
grafos Jorge Juan y Antonio de Ulloa, enviados
secretos del rey, los que despus de aos de residencia
y estudio en la segunda mitad del siglo xviii, informan
que de la grandeza y gracia de los indios incaicos (su
artimaa de manejar moles como si fueran ladrillos,
de domesticar torrentes y laderas para inventar eras y
huertas, sus cuatro caminos imperiales que eran como
la Cruz del Sur sobre la tierra, su arte de la admi-
nistracin pblica llevada hasta hacer del hambre un
proscripto), de todo apenas quedaban vestigios, o
haba sido reemplazado por iglesias y conventos para
pedir a Dios lo que no se saba hacer con las manos
o con el intelecto o con el corazn.
El historiador Vicente F. Lpez recuerda que el
imperio tena una poblacin de veinte millones de
almas, un ejrcito de trescientos mil soldados, una
flota que suba anualmente hasta el itsmo de Panam;
que "sus pastores predicaban una moral elevada", que
"la ciencia, las artes, la astronoma, las matemticas
eran honradas, y los doctores (amautas) enseaban
pblicamente la gramtica". "La industria floreca:
manufacturas, fraguas, fundiciones de metales precio..
sos se elevaban por todas partes; las minas, prolija-
12
mente explotadas, vendan cada ao un producto
inmenso; las campaas abastecan ciudades tan popu-
losas como las de Europa y trabajos de irrigacin,
maravillosamente cumplidos, gobernaban el curso de
las aguas; puentes de mimbre atravesaban los ms
grandes ros, y anchos y cmodos caminos, verdaderas
vas romanas sembradas de posadas donde el viajero
hallaba gratis un abrigo seguro, frecuentados por
correos... conducan de un extremo al otro del
imperio".
Si de todo eso quedaba apenas el recuerdo qu
haba sido de su pueblo? "El gobierno de los incas,
reconoce alguien, era un puro despotismo, pero la
felicidad del pueblo parece haber sido el objeto
principal de su poltica y afanes". (John Miller:
Memorias.)
Antonio de Ulloa y Jorge Juan, por su parte,
explican que el pueblo peruano, gimiendo bajo el
triple fardo de la burocracia, de los terratenientes y
de los curas, envidiaba la suerte de los negros esclavos,
y consignan este chisme espeluznante: la poblacin del
Per, calculada en seis millones de habitantes en das
de Atahualpa, haba descendido a seiscientos mil a
fines del siglo xviii. (Noticias secretas de A mrica.)
Los del hispanoamericanismo monarco-clerical han
alzado su voz de ultratumba para imputar distorsin
o falsedad a la escalofriante denuncia del mismo
obispo de Chiapa, padre de las Casas. Pero tres siglos
despus, en 1825, el coronel O'Leary, irlands al
servicio de la independencia de Hispanoamrica, echa
luz sobre la catstrofe cumplida, cuya inauguracin
sealara el flaco obispo de Chiapa: "Cuzco es la Roma
de la Amrica... Los Pizarro, Almagro, Valdivia y
Toledo son los godos y hunos que la destruyeron". Sin
apelacin a la pica, la denuncia del general Miller,

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 por esos mismos aos, es circunstanciada y precisa:
"Las tierras bajas, hoy desiertas y en la esterilidad ms
absoluta, estuvieron regadas en otros das por grandes
acequias. Las mesetas, habilitando diques de piedra
para la agricultura, eran tan numerosas que ellas
solas bastaban al consumo de la poblacin. Los restos
desmoronados de muchos pueblos de pescadores prue-
ban que hacan contribuir abundantemente al ocano
a las necesidades del pueblo. En muchos puntos se
perciben ruinas de ciudades de mayor extensin que la
moderna Lima o que Madrid.
"El valle de Santa contena en otro tiempo una
poblacin de 700.000 almas y cuenta en el da slo
700, segn la noticia dada por su gobernador
en 1824".
Y he aqu cmo aplicaba Espaa el Evangelio a
los pueblos de Amrica:
"Difcilmente hallaranse en la historia ejemplos ms
chocantes de impudente crueldad, producida por una
avaricia sin lmites, que los ofrecidos por la mita y el
repartimiento. Mita es el trabajo forzado (agrario o
minero) exigido a los indios, por un ao generalmente.
Cada individuo que obtiene la concesin de una mina
adquiere ipso tacto el derecho al nmero correspon-
diente de indios para trabajar. En el Per slo hay
1.400 minas. En las circunstancias ms favorables slo
una de cinco de aquellas vctimas sobreviva a ese
horroroso servicio. Generalmente en pocos meses el
mitayo llegaba a su fin. La saca anual de indios para
la mita ascenda a. 12.000 en slo Potos, y se calcula
que perecieron en este servicio en el Per ms de
ocho millones de indios". (John Miller: Memorias.)
Sublevarse? S, podan hacerlo los indios si les
vena en gusto y as lo hizo un da Tupac Aznar y
sus seguidores, que fueron millares, Y... ?
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 "Condeno a Jos Gabriel Tupac Amar a que sea
arrastrado hasta el lugar del suplicio donde presencie
la ejecucin de... su mujer, sus dos hijos, su cuado
y algunos de los otros principales auxiliares de su
inicua intencin... y concluidas estas sentencias se le
cortar por el verdugo la lengua, y despus atado por
cada uno de los brazos y pies... de modo que se
puedan prender de.... las cinchas de cuatro caballos,
de suerte que cada uno de stos tire de su lado mirando
a otras cuatro esquinas de la plaza... arranquen a
una vez los caballos de modo que quede dividido su
cuerpo en otras tantas partes, llevndose ste... y
all se queme en una hoguera... echndose sus cenizas
al aire... Su cabeza se remitir al pueblo de Irrita
para que, estando tres das en la horca, se ponga
despus en un palo...; uno de sus brazos al de
Tangasuca, para lo mismo, y el otro a la capital de
Caravaya... envindose igualmente una pierna al
pueblo de Livitaca... y la restante al de Santa Rosa".
(Sentencia dada por el seor V isitador D. Jos A nto-
nio de A reche al rebelde Jos Gabriel Tupac A mar
en la ciudad de Cuzco.)
Se dir que en nuestra Amrica ni los caribes
llegaron a tanto? No se asombre el, lector, ni abomine
del pobre Areche: era slo un eco del tratamiento de
fogosa piedad que durante aos el padre Torquemada
aplic a miles de herejes cristianos, moros o judos.
Despus de todo lo que antecede se comprender
que a los indios chilenos no les poda tocar ni les
toc mejor suerte con la visita de los hijos del Dios
de la mansedumbre. Slo que aqu, cuando ya apaci-
guadas o sojuzgadas las dems tribus, Valdivia se meti
con los araucanos, la vaca se le volvi toro. Los
criollos de Arauco, que eran el perfecto revs de los
civilizados y domesticados pueblos del imperio incaico,
15
 estaban destinados a ensear a los curvados tbditc
de la Iglesia y la Corona de Espaa lo que es y puece
el sentido de la libertad en gentes, brbaras o no, peio
que nunca han conocido amo. Por lo pronto les gust6
la cabeza de Valdivia, el conquistador, y se quedaron
con ella y honraron su crneo usndolo como cratera
para brindar por la libertad araucana en sus orgas
rituales. (Esteban Erize: Diccionario mapuche-espa-
nol.) La guerra dur tres siglos pues slo en 1886 los
hijos de Arauco fueron definitivamente aplastados
gradas a la santa trinidad del ferrocarril, el telgrafo
y el rmington.
Bueno es recordar de paso que el maln lo inventa-
ron los del pendn cruciforme y que el de los indios
fue un mero contramaln, segn lo veremos.
"En 1649 el capitn Ponce de Len lleg desde
Chile a tierras del Neuquen a cazar indios vivos, puel-
ches y poyas y venderlos como esclavos". Traa pocos
soldados y muchos indios auxiliares. "Entr por el
boquete de Villarrica que lo llev al Ep Lauquen".
All, con la ventaja de la sorpresa y las armas de
fuego, y la ayuda del Dios cristiano, pudo cazar 300
piezas cabelludas. En 1653 se repiti la excursin de
caza, esta vez por los cuados del gobernador. En 1666,
el capitn Villarroel reiter la fogoza hazaa. (Gre-
gorio A lvarez: Donde estuvo el paraso.)
En el siglo entrante el maln blanco se inaugura
por el otro extremo, el del Ro de la Plata. Los
estancieros de Buenos Aires viven en aceptable paz
con los indios pampas, rama del tronco araucano, pero
la creciente necesidad de cueros solicitados por el
fcomercio de contrabando exige la ampliacin de las
tierras de vacas llevar.
Leopoldo Lugones que como fiel expositor de 1
ideologa nuestra clase poseyente declar al indio
16
irredimible por la civilizacin, fue sin embargo de los
primeros en reconocer que entre nosotros como en
Chile el maln lo iniciaron los blancos. "Esta (la
paz con los indios) dur hasta la mitad del siglo xvm,
cuando los conquistadores comenzaron a violar los
tratados para reivindicar as campos que ya iban
resultando valiosos. Los indios respondieron, por ven-
ganza, con algunas depredaciones, lo cual sirvi de
pretexto para intentar sin ambages su expulsin".
"El mariscal Juan de San Martn fue el instrumento
de aquel propsito. Las matanzas con que intent
exterminar a las tribus hasta entonces amigas, y an
aliadas contra los brbaros ms indmitos de Arau-
cania, transformaron la hostilidacS latente y los malones
espordicos hasta entonces, en la gran guerra de la
Pampa.. .". (El Payador.)
As fue. En 1740 los espaoles expulsan a un cacique
amigo, que, odiado por los nmades, lo sacrifican, y
se entregan al saqueo. Sale a castigarlos el maese de
campo Juan de San Martn, que no logrando ms
que verles los rastros, s desquita sin perdonar a muje-
res o nios, atacando a la tribu amiga del cacique
Caleliyn, cuyo hijo, para vengar a su padre, trae
una torrentosa invasin. Nuevo maln del maese de
campo y nuevo contramaln del desierto.
Aos despus, ante una nueva ofensa espaola, el
cacique Cangapol trae sus lanzas emplumadas casi
hasta las fronteras de Buenos Aires. En 1776, ante un
nuevo agravio de los cristianos y una nueva depreda-
cin de los indios, el gobernador Cevallos despacha
contra ellos tropas con orden de no dejar indio a pie
ni a caballo. No dan con ellos pero al volver el cacique
Flamenco, gua de la expedicin, se da con que su
familia ha sido desterrada al Uruguay. Se destierra
17
l al desierto y regresa picaneando uno de los ms
populosos malones de la poca.
Schoo Lastra, ex secretario de Roca, aunque cuenta
que San Martn mat a un cacique que present un
salvoconducto del gobernador Salcedo, sugiere o dice
que esta guerra de frontera fue provocada por los
malones de los indios ocasionados a su vez por la
enorme merma, que el despilfarro y el abuso produje-
ron en el ganado. (Dionisio Schoo Lastra: El indio del
aesierto.)
Los jefes de la Revolucin de Mayo procuraron
ganarse la buena voluntad de los indios pampas por
la severa necesidad de evitar dos frentes de lucha.
Pero diez aos despus, no bien la guerra con Espaa
llegaba a su trmino, los estancieros de Buenos Aires
criollos ahora volvieron a las andadas.
En 1820, y como un ensayo dentro de sus planes
de aspirante a libertador de Chile, don Jos Miguel
Carreras se alia a los ranqueles llevando un maln
contx el pueblo del Salto.
La indignacin en Buenos Aires levanta aun a las
piedras. El gobernador Rodrguez se encarga de
satisfacer la vindicta pblica y como no da con los
aliados chileno-ranquelinos, se vuelve contra los indios
amigos. Llega a Kakel Huelcul, avanza hasta la Sierra
de la Ventana y ataca a dos o tres tribus amigas que se
dispersan para preparar la revancha.
Cuando el muy prudente coronel Andrs Garca lle-
ga dos aos despus a los campos sureos, advierte que
los indios ostentan por Buenos Aires ese sentimiento
que los pumas tienen por los perros, que el cacique
Negro capitanea un huracanado cuerpo de caballera,
y que, como amos de la tierra que ocupan, los caciques
exigen que los huincas no pasen al sur del Salado y

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que en sus negocios y trueques eliminen de una vez
por todas el robo y la estala...
Estos indios ya no son los de los das del maese
San Martn, segn lo dicen su comienzo de organiza-
cin militar y la conciencia de su fuerza tanto como
la de la debilidad del gobierno.
Pese a todo eso, el gobernador Martn Rodrguez,
que representa los intereses de los estancieros y es
estanciero l mismo, expediciona dos veces ms a los
campos del sur, con xito que las polvaredas no per-
miten ver...
La guerra con los indios comienza ya a perfilarse
con los rasgos que acusar en las dcadas venideras:
' la ventaja de las armas de fuego y la organizacin
de los cristianos, oponen los oriundos, exitosamente, el
conocimiento a fondo del desierto y sus recursos de
agua, lefia y pastos, la superioridad decisiva de sus
caballos y su tctica de ataque por sorpresa y en
grupos dispersos prontos a borrarse en el polvo o la
sombra. Para ellos el desierto es un aliado; para el
cristiano un enemigo.
Pese a todo, el gobernador Rodrguez logr estable-
cer dos fuertes, uno en el Tandil, otro en Baha
Blanca (instrumentos de conquista, no de coloniza-
cin) y estamp en su diario de campaa el pensa-
miento secreto o confeso que anim a nuestra clase
terrateniente en todas las pocas: "La experiencia de
todo lo hecho nos gua al convencimiento que la
.guerra con ellos debe ser de exterminio". Es el mismo
sentir cristiano y civilizado que animara a Rosas y
Roca y que el coronel Emilio Mitre, escribiendo en
1856 a su hermano Bartolom sobre la necesidad
urgente de pactar con Catriel el Viejo invitndolo a
establecerse en las cercanas del Azul, formulara as:
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 "Para tenerlos a mano, sin perjuicio de degollarlos a
todos en una noche". (A rchivo Mitre, t. XV.)
La bobera tradicional suele repetir an que Rosas
fue amigo y protector de los indios. El origen del mito
est en lo que D. Juan Manuel llamaba el Negocio
Pacfico, mantenido aun bajo su gobierno y comenzado
muchos aos atrs, y segn el cual l haca de puente
entre el gobierno y los indios y engordaba a costa de
ambos. (Rivera Indarte: V ida de Juan Manuel d"
Rosas; General T. Iriarte: Memorias. Presupuesto de
la Legislatura de Buenos A ires, ao 1830.)
Rosas llev contra los indios su depredatoria campa-
a de 1833, en que orden al coronel Pedro Ramos
fusilar a los prisioneros sin hacer ruido. (J . M. Ramos
Meja: Rosas y su tiempo.) Todo ello sin perjuicio d e-
comprarles la paz durante veinte aos a precio de oro,
con tal de que le dejasen las manos libres contra los
otros infieles: los unitarios. Todos los gobiernos que
lo sucedieron copiaron esa norma, hasta que Roca y ci
rmington terminaron con los indios como los hurones
terminan con los conejos. Leopoldo Lugones est entre
los que han intentado ms seriamente y sin rodeos
demostrar que el pampa era o haba devenido un saldo
humano inasimilable a la civilizacin. Los argumentos
delanteros: su fervorosa dedicacin a las vacas ajenas
y slo a eso; su aficin a la sangre de yegua y de
cristiano; su contundente descortesa con la mujer; su
falta de aptitud para la msica y la risa (El Payador.)
Podernos replicar: ninguno de esos asertos implica
una verdad absoluta sino muy relativa; las limitacio-
nes del indio son las que corresponden al brbaro
recin salido del salvajismo y que defiende su libertad
ms que su vida; se olvida que la civilizacin, tal
como la conocernos hasta hoy, no busca redimir al
salvaje sino esclavizarlo o eliminarlo. Ferocidad,

20
poligamia, holganza, robo, felona, borrachera? Nin-
guna civilizacin ha logrado an borrar esas insignias.
El pensamiento de Lugones no es una excepcin; al
contrario, es el de los estancieros y de casi todos
nuestros generales y escribas. "No hay perro ms da-
ino para el cristiano que el pampa", llega a escribir
Zeballos. Es que los indios, no tendran derecho a
invertir la frase? Y no podran los unitarios aplicr-
sela a los rosistas? (Zebalios, por lo dems era el
primero en saber que muchos blancos hallaron entre
los indios no slo amigos sino protectores).
Naturalmente no faltaron quienes Andrs Garca,
Francisco Ramos Meja, Alvaro Barros, Lucio V.
Mansilla, Francisco P. Moreno, dando la espalda a
los prejuicios de la poca y aunque con las limitaciones
burguesas y cristianas del caso, se atrevieron a ver
que la civilizacin tena deberes, no slo derechos, con
los indios.
Naturalmente lo expuesto no supone negar que el
pampa era un brbaro condecorado con todas las taras
que la barbarie implica. Ms an: su contacto con
las vacas, el mostrador y el aguardiente cristiano, las
botas y el crucifijo alternados, no han contribuido,
ciertamente, a alzar la moral araucana.
No negamos que la lista de menguas y excesos del
pampa es ms larga que su lanza y su melena.
Se pintarrajea la cara y el cuerpo para parecerse
ms al demonio. Fuma bosta de caballo en pipas de
greda. Come carne de yegua semicruda y bebe la
sangre humeante del degello. Se emborracha hasta
derramar la ltima gota de respeto a s mismo y a
los otros. Descarga todo el peso del trabajo sobre las
espaldas de la mujer y la estimula con azotes. Su
crueldad con el enemigo es un deber patritico. Donde
llegan las patas de sus caballos llega el desierto. Hay

21
caciques que coleccionan esposas como si fueran me-
dallas.
Se trata de una verdad sin discusin, pero con dos
atenuantes: los cristianos slo le han enseado sus
vicios; la civilizacin de la Pampa, representada por
el rgimen de los estancieros, no era la mejor muestra
de la especie.
A la primera mirada se advierte que la colonia de-
jada por Espaa a orillas del Plata, acrisola todo el
atraso espaol acirnarronado por la Pampa. Nada lo
muestra mejor que el testimonio de los viajeros ingleses
de la primera mitad del siglo, todos agentes de la libra
esterlina y por ende celosos de suministrar informes
fidedignos. Pese al barniz de progreso y refinamiento
europeos, la propia ciudad de Buenos Aires apenas es
menos brbara que su campaa, la ms colonial del
pas, ya que eliminando casi del todo el arado y la
azada, ha dado un salto de siglos hacia atrs, regre-
sando a la ms hirsuta vida pastoril.
Por lo pronto Buenos Aires tiene entre las ciudades
el privilegio que el zorrino tiene en la fauna: es la
ms hedionda de todas debido a la copia de restos
animales sembrados por todas partes, para no hablar
de sus mataderos, donde la sangre seca o coagulada
ha reemplazado al csped y las alfombras. Calles
estrechas como un sendero, donde la tierra se alia al
viento para volverse polvareda o a la lluvia para
volverse fango, yendo hasta las orillas para rematar
flanqueadas por cercos de tunas o de calaveras de buey
con las astas en ristre.
La plaza de Mayo no ostenta un rbol ni una flor.
En Buenos Aires y en la Pampa el rbol es tan escaso
como el silabario. El ro llega hasta detrs del Fuerte
y el -gobernador puede mirar desde las ventanas tra-
seras el salto de los bagres. Puerto no hay. Llegar desde

22
la orilla a un barco de alta mar es ms riesgoso que
cruzar el Atlntico. El agua est a dos brazadas del
piso, pero el agua que prefiere Buenos Aires es la que
viene del ro en toneles y muestra color y espesor de
chocolate, y la del aljibe que recoge el agua de las
lluvias mejorada con larvas y mosquitos cuando no
con zumo de ratas. Ni decir que el infecto brasero se
opone al advenimiento de la estufa, y que las rejas
reemplazan al vidrio. La herencia del Medioevo se
conserva casi tan pura como en Espaa. La misma
devocin al agua bendita y el mismo horror al agua
comn. "Me sorprende sobremanera chismea Mac
Cann advertir que las familias respetables rara vez
se permiten el lujo de lavarse las manos y la cara".
Contagio indio? No, pura herencia espaola. Hay
estatuas y retratos de santos y de vrgenes, pero no
hay baos y ni decir que los rezos reemplazan al
silabario. Un huevo de gallina cuesta ms que un
cordero y un tomate ms que un potro.
Si eso es Buenos Aires, de la campaa no hablemos.
Aqu el cuero es la materia prima universal y suple
a la madera, el metal, la lana, el ladrillo, la paja, el
vidrio. Como la agricultura se borra bajo las pezuas o
los vasos, la harina tiene que venir de Chile o Norte-
amrica. La carne de oveja cuenta Vidal hasta
los negros la desprecian, y los durazneros anoticia
Scarlett se cultivan menos por la fruta que por la
lea, tan escasa sta que, segn Beaumont, los hornos
de ladrillos, prximos a la ciudad, se alimentan con
ovejas... La casa campesina? Cuatro horcones, paja
y barro. (E. E. Vidal: Ilustraciones de Buenos A ires.
J . A. B. Beaumont: 'fraveis in Buenos A ires.)
Si por fuera la vida es ruda hasta la barbarie, no
se desdice por dentro: "una caricia otorgada a un
23
 nio, un caballo o un perro es lo que nunca vi en
Sudamrica", recuerda Smidtmeyer.
No haba pues, derecho a ser asaz exigente con el
indio del desierto. El rgimen representado por los
caudillos del campo o la ciudad Quiroga, Rosas,
Urquiza, Obligado, Mitre haba exhibido un
soberbio desprecio por la vida del prjimo apenas
igualado por los pampas. (Don Juan Manuel solo hizo
segar ms gargantas que todos los caciques juntos).
En cuanto a robo cmo olvidar que casi todos los
jefes de poncho, charretera o chistera devinieron millo-
narios? Y ya veremos que todos los cientos de miles
de vacas escamoteadas por los indios resultan moco
de pavo junto a las decenas de miles de leguas de
tierra robadas al pueblo argentino por los estancieros
y sus socios.
Por otra parte, pese a toda su frondosa barbarie, el
indio pampa est lejos de ser esa criatura hirsuta e
increble detenida, en el umbral del hombre pro-
piamente dicho que han intentado mostrar muchos de
los nuestros, desde el gobernador Rodrguez al doctor
Zeballos, desde Hernndez a Lugones.
Se explican, pues, las contradicciones. Zeballos mis-
mo cuenta de Pancho Francisco, un indio cautivo
que le sirve de gua con eficaz perspicacia y lealtad
cariosa. Y del cacique Manuel Grande' en
Carhu, que fue siempre amigo de los cristianos y
que aun traicionado por un jefe de frontera y deste-
rrado a Martn Garca, sigui siendo leal al gobierno
y se mostr deseoso de conocer a Zeballos, porque
oy6 decir que "viajaba para inmortalizar las hazaas
de los indios guapos, por lo cual me pidi que escribie-
ra la historia de las suyas". Es el mismo Zeballos quien
consigna, como testigo ocular, el abec de la cultura
de los pampas.

24
 No slo son alfareros sino que trabajan la piedra
elaborando bolas, morteros con sus respectivas manos,
lo mismo que la madera artesas, morteros, telares,
husos. Tambin ejercen la talabartera y la platera.
Las indias hilan, tifen y tejen. Cran toros para bueyes,
vacas para leche, ovejas negras para la hilanza. Entre
los arados se hall uno de casi cinco metros de largo
hecho de un tronco de caldn: "su uso frecuente y
fecundo es revelado por la sucesin de huertas, quin-
tas, alfalfares, trigales y cebadales en la honda cuenca
que he seguido a lo largo de la cual, en un trayecto
de cuarenta leguas, estuvieron establecidos los brba-
ros... Las mismas obras de arte agrcola en terrenos
cercados a veces de zanjas, veanse en las tolderas
tambin solitarias que he visitado a derecha e izquierda
de la cuenca, entre mdanos". (V iaje al pas de los
araucanos.)
Respecto a la felinidad araucana, tampoco faltan
descuentos. El teniente Manuel Baigorria, escapado
por puro azar de las zarpas de Quiroga, encontr un
protector decidido y consecuente en el cacique Pain,
que nunca se decidi a hacerle el gusto a la cancillera
de Palermo mandndoselo de presente. Aos despus
el coronel Mansilla logr inspirar simpata y confianza
a Mariano Rosas, Ramn y Baigorrita. Cipriano Catrel
fue uno de los ganadores de la batalla de San Carlos,
y de sus barrabasadas contra los indios y el gobierno
a la vez, la culpa mayor la tuvieron los pagadores y
los generales cristianos.
En cuanto a los indios de la Patagonia, los informes
son decisivamente favorables. Los guerreros tehuelches
le dicen a un viajero ingls que no estn dispuestos a
seguir a la zaga de Namuncur o de Reuquecur, y
que si Carmen de Patagones es atacada, ellos la
defendern "pues si esta ciudad fuera destruida no

25
habra m'ercados para sus frutos". "Seguramente no
merecen el juicio de feroces bandidos del desierto. Son
de carcter dulce, bien predispuestos... y llegan a
ser tan firmes amigos como decididos enemigos". (G.
Ch. Musters: En el hogar de los patagones.) Tienen
un indomable instinto de independencia como cualidad
prima, es decir, la ms inmaculada de las virtudes
viriles. Un guerrero herido y moribundo le confes a
Musters: "Muero como he vivido. Jams cacique al-
guno me ha mandado".
Ya veremos ms adelante quin es Maudonao.
Si juzgamos por el monto de su haber en tierras y
sbditos, el ms importante de los caciques de ambos
lados de los Andes fue el rey del "Pas de las manza-
nas", es decir, del edn triangular marginado por los
Andes y los ros Limay y Neuqun. Por lo menos cinco
naciones manzaneros, picunches, huiliches, mapuches
y tehuelches y ochenta caciques, le reconocan por
su cacique mayor. El gran jefe trat con dadivosa
amistad a Musters en 1870, a Bejarano en 1872, a
Francisco Moreno en 1875. De haber escuchado sin
firmeza a los fanticos brujos de sus tribus, hubiera
inmolado a sus huspedes a quienes confesaba sietnprc
ser amigo de los cristianos, indio argentino y enemigo
de los chilenos y su gobierno. "Si este indio fuera un
infame como Catriel, un ladrn como Namuncur, un
asesino como Pincn, su ejrcito sera formidable.
Pero felizmente Saihueque es un aliado importantsimo
que cooperar a la consolidacin de los intereses ar-
gentinos en el Ro Negro". (Zeballos: La conquista de
quince mil leguas.) Y de qu le sirvi todo eso?
He aqu lo que el cacique Foyel, amigusimo de
Pancho Moreno, le dijo a Musters: "Dios nos ha dado
estas llanuras y estas montaas; nos ha provisto del
guanaco, del and y el peludo. Nuestro contacto

26
Con los huincas nos ha procurado la yerba., el az?icat,
la harina, que no conocamos, y que ahora nos son
necesarias. Si hacemos la guerra a los blancos no
tendremos mercados para nuestros ponchos, cueros y
plumas; por ende est en nuestro propio inters man-
tenernos en buenos trminos con ellos". (Musters:
op. cit.)
Qu sacaron a fin de cuentas estas tribus que
vivan de sus manos, que no robaban vacas ni mujeres
cristianas, que se sentan argentinos y eran una valla
a las aspiraciones de los indios y el gobierno de Chile
sobre nuestro territorio? Ya lo veremos a tiempo.

27
 CAPTULO II

LOS GAUCHOS Y LOS NEGROS

Dejemos para entretenimiento de los cronistas de la

historia y otros virtuosos de la minucia el llegar a un
armisticio sobre si los primeros caballos que usaron la
pampa para sus galopes fueron las cinco yeguas y los
dos caballos que los mercenarios de don Pedro de
Mendoza dejaron escapar por un relajamiento de la
disciplina, o fueron otros trados desde el Paraguay.
Lo mismo respecto a las primeras vacas que impri-
mieron sus pezuas en la tierra destinada a ser el edn
del asado con cuero.
Interesa ms saber que por esos aos en el Para-
guay los caballos eran tan escasos que Irala lleg a
pagar por uno "cuatro pesos de oro", y que no ms
lejos del 1600 en las tierras del Plata han cundido
tanto que "parecen montes cuando se ven de lejos",
segn el gobernador Valds. No mucho despus de
eso que pasaba con las crines pasaba con las astas.
En 1662 el gobernador Mujica deca de los alrededores
de Colonia: "Est todo lleno de ganado Bacuno en
cantidad de millones".
El destino de desfondado establo de vacas y caballos
de la gran llanura estaba fijado, pues, muy desde el

28
 comienzo de la conquista, y tambin de la historia del
hombre sobre ella.
Llamemos de entrada la atencin sobre un detalle
que antes se vio apenas o no se vio en absoluto: que
la configuracin y sustancia de la pampa desplegn-
dose hacia todos los rumbos como un mapa de
fertilidad y benignidad fue un contratiempo, no un
auspicio favorable. Los ms sagaces veedores de la
historia en nuestros das parecen estar conformes en
que el ascenso de la barbarie a la civilizacin no se
dio en un medio dulcemente propicio, sino al revs:
se dio como una respuesta victoriosa a- un desafo de
vida o muerte que oblig al brbaro a romper con su
pasado, a emplearse a fondo y a ultranza, superndose
a s mismo, derrotando una inmemorial tradicin de
rutina. Eso pas con los egipcios y los sumerios que
humanizaron el infierno de fango,- cocodrilos y fiebre
que haba sido su habitat hasta entonces al margen
de sus ros, o con los cretenses que superaron el
misterio y el peligro abismales del mar, o con los
quichuas, que vencieron el desierto de arenas flagran-
te3 de la costa primero, y las vertiginosas escarpas de
los montes despus.
El ejemplo ms iluminador de esta aparente para-
doja lo da la biografa de la cultura griega. Su ms
alta hazaa se logra en el Atica, que es el rea ms
desnuda y rida de toda la pennsula, mientras la ub-
rrima y sonriente Beocia no dio ms que... beocios,
es decir gentes inesenciales por antonomasia, gentes
que no han dejado historia.
Ya veremos ms adelante cmo la tragedia de
nuestra Argentina, haciendo de cuasi colonia inglesa
en el siglo xix y de colonia yanqui hoy, est orgni-
camente vinculada con las facilidades prodigiosas ade-
lantadas por la Pampa. Por lo pronto, en contraste

29
Con lo ocurrido en Nueva Inglaterra, donde sus po-
bladores deben abarcar poco y trabajar a fondo una
tierra dura o boscosa para sostenerse o prosperar, en
la llanura argentina todo corre por cuenta de los pas-
tos, los caballos y las vacas, y el hombre participa
slo como recolector. El que ms tierra abarque ser
el ms rico. La Pampa toda es, desde el comienzo,
una invitacin al latifundio.
Como ocurri que en los primeros tiempos, es decir,
en el siglo xvii, los pobladores de Santa Fe y Buenos
Aires se sintieron asediados por el oleaje de pastos y
de vacas y de leguas, los descendientes de los funda-
dores, o sedicentes tales, sintindose dueos de aquella
desaforada riqueza, se titularon accioneros, es decir
con derecho a disponer de las vacas en la nica forma
posible por entonces: la cinegtica. Los excluidos de
toda herencia blancos o mestizos se trasladaron a
los campos a vivir en ellos de lo que hubiera y como
se pudiera. El gobernador Hernandarias los llam
"mocos perdidos". Fueron los que con los aos cons-
tituiran la muy dispersa y andante tribu de los chan-
gadores o gauderios o gauchos.
Durante casi todo el lapso de la era colonial las
ciudades Santa Fe, Buenos Aires, Montevideo, Co-
lonia representan la organizacin social y los intere-
ses espaoles. El inevitable proceso de las cosas obra
entonces con su poderosa dialctica: por un lado los
accioneros, ubicados en la ciudad, comienzan a per-
seguir a los gauderios, que, por su parte tienden a creer
que los caballos y vacas, aparecidos por generacin
espontnea, son nuevas piezas de caza; por el otro los
accioneros, para ejercer ese derecho a la caza de
vacas, llamado vaquera, se ven obligados a recurrir
a los gauderios. En el siglo xix el estanciero criollo
har lo mismo, marcando un abismo entre l y el gau-

30
cho, cuatrero forzoso, hasta que al fin, gracias a la
fuerza de la ley y de la polica, pueda trocarlo en
pen de estancia o chafarlo.
La depredacin del ganado indmito en escala que
no se viera antes en el mundo fue cosa portuguesa
y espaola antes de ser criolla, y mucho antes de ser
india. Ms todava: asumi un estilo suntuosamente
ms salvaje y brutal que el del araucano y se practic
con furia ms asoladora que la del maln desde la
mitad del siglo xvii: con una garrocha musulmana,
digo terminada en medialuna, y esgrimida de a ca-
ballo, se van segando los jarretes de cientos o Iles
de vacunos en fuga en cosa de horas: se beneficia
el cuero y se deja el resto como limosna a cuervos,
fieras y perros cimarrones. Es el trabajo que hacen
los gauderios --dejando a veces el cuero en l por
cuenta y en beneficio de los accioneros traficantes y
dems favorecidos por el Dios de Espaa y por la
ley del rey.
El gauderio o gaucho que empieza a perfilarse como
tipo social a mediados del siglo xvu ha llegado hacia
la segunda mitad del siglo siguiente al comienzo de
su edad de oro. Es un tipo de campesino cuya brava
independencia lo constituye en el antpoda del servil
campesino europeo, tal como el indio pampa se alzar
ms tarde como el talin del enyugado indio del resto
de Amrica.
Endurecido y tallado como a golpes de hacha por
una vida de aventura y peligro en una comarca ms
o menos desierta y salvaje; puro sujeto de arrojo y
alerta, confiando slo en su caballo, su cuchillo y su
lazo, es decir, en s mismo, ms aislado del resto de
la sociedad que el marino o el minero, pero sin la
crcel flotante del uno ni la anclada del otro, lejos
del patrn y el cura, pacta con el hombre de la ciudad

31
o con su intermediario slo para subvenir a sus nece-
sidades sumarias: guitarra y trapos, tabaco y yerba.
La economa se asentaba casi enteramente en la
depredacin, sin ley ni coto, del ganado chcaro. La
mano de obra de ese trabajo (tan intenso y azaroso
como un lance de guerra, pues el obrero arriesgaba
ms su vida que un torero de Espaa) la constituan
los gauderios, pero sus gestores y beneficiados eran los
ciudadanos hijos de la clase poseyente claro est: des-
de el gobernante al accionero, desde el comandante
al mercader o acopiador.
Con el tiempo, el derecho sobre los cascos y pezuas
se extendi a la tierra que los llevaba. Aparece la
estancia y comienza de parte del estanciero espaol
y del gobierno que lo sirve la persecucin del gauderio
acusado de cuatrera.
En el fondo se trata de un conflicto o friccin entre
intereses descoincidentes de dos o ms sectores de la
clase que detenta el privilegio, pues todos viven directa
o indirectamente del comercio ilcito la exportacin
de corambre al extranjero, que Espaa no permite,
pero que ella no puede absorber por falta de indus-
trias. Enriquece el acopiador contrabandista, enriquece
el comprador extranjero, pero igualmente el gobernante
colonial que no puede resistirse al pinge soborno.
Slo que sin el gauderio o changador o gaucho, que es
quien pone su baqua y su esfuerzo y enfrenta todos los
peligros, toda aquella cornucopia sera un asta vaca.
El estanciero colonial como al principio su here-
dero criollo es el primer tutor de este comercio
ilegal y su facineroso estilo, ya que engorda con l,
lo que no impide que a veces deba aguantar algn
perjuicio. l mora generalmente en la ciudad, y es
casi siempre comerciante exportador e importador y
propietario de pulperas, cuando no de navos de re-

32
gistro. El pulpo tiene varios tentculos. Haciendo la
vista gorda, tolera vagos y agregados generalmente
de trnsito en sus estancias, pues los utiliza (Sin
ms paga que la carne que comen y de que hay a rodo)
en las hierras y sebeadas, sin contar los arreos dri
contrabando. "Todas estas estancias estn llenas de
gauchos sin ningn salario, porque en lugar de tener
todos los peones que necesitan, los ricos slo conservan
capataces y esclavos y esta gente gaucha est a la
mira de la venida de los ganados de la hierra, o
para las faenas clandestinas de cueros... a tanto por
cortar, desollar y apilar, que todo el importe es de
dos o tres reales" (Informe hecho al virrey en 1781
sobre el reparto de tierras y ganados en la Banda
Oriental).
Ya vemos que es la historia que se repite hasta el
hartazgo, y no slo en las estancias, sino en verbatales,
quebrachales o ingenios de azcar, donde el importe
de los jornales pagados al bracero vuelve a las pro-
veduras del establecimiento.
Hacia comienzos del siglo xix, con el ensayo de la
libertad de comercio, la industria del tasajo, la
aparicin del cuerpo de Blandengues o polica rural
y la declinacin de la estancia cimarrona, el auge del
gauchaje pareci tocar a su. fin, pero las guerras de
la independencia primero y las civiles despus trajeron
la recidiva de la edad del cuero.
Desde la mitad del siglo xviii los documentos ofi-
ciales, tanto en Buenos Aires como en Montevideo,
vienen favoreciendo a los llamados changadores, gau-
derios o gauchos con eptetos ms o menos escogidos:
"vagos, mal entretenidos, vagabundos, facinerosos".
Hasta dnde el personaje mereca estos adjetivos o
era capaz de equilibrarlos con otros menos descome-
didos? Yendo al grano, huelga recordar que la socie-

33
dad colonial se divida en dos pisos y que corno en
toda sociedad de clases los del piso de arriba se arro-
gaban, entre Otros, el derecho de llamarse nobles o
decentes declarando bajos e innobles a los del piso
de abajo.
En el Diario del capitn Francisco de Aguirre se con-
signa que a ms de los vecii'ios que poseen considera-
bles estancias pobladas de ganados, son muchos ms
los que tienen poco o nada, y estos ltimos son los
llamados gauchos, y que todos suministran el cuero.
En 1847 un viajero ingls confirma el hecho: "Los
propietarios de campo, dueos de grandes cantidades
de vacas y de ovejas, forman una clase; los peones
y pastores forman la otra". (Mac Cann: V iaje a ca-
ballo.)
El terrateniente como jerarqua social? "Los es-
tancieros vivan aislados en sus dominios, como se-
ores de raza privilegiada, incomparables con las chus-
mas desarrapadas que los servan". (J . A. Garca:
La ciudad indiana.)
Es decir, que la sociedad campesina rioplatense de
los siglos xviii y xix est constituida corno todas las
sociedades histricas, desde la sumeria a la cristiana:
un puado de cleptmanos que se queda con casi
todo, otros con algo, y el inmenso resto, que es el
nico que trabaja, no tiene ms que sus lomos escla-
vizados o alquilados. Eructantes y ayunantes.
Toda la economa colonial y postcolonial riopla-
tense hubiera sido totalmente nula sin el trabajo de
los gauchos o "proletarios de la campaa", como dice
J. A. Garca, pues, como ya no lo ignoran ni los pro-
fesores de derecho, la naturaleza, por opulenta que
sea, slo suministra la materia bruta, la riqueza hu-
mana slo la crean las manos gensicas del hombre.
Ah estn la tierra, la piedra, el metal, el rbol, el

34
animal salvaje ajenos desde el principio de los tiem-
pos al hombre: son la mano y la inteligencia del
hombre las que han creado las siete maravillas del
mundo y las innumerables que le han sucedido hasta
hoy.
Los gauderios o gauchos que afrontaban y vencan
los mil y un riesgos de los campos largados de la
mano de Dios y se adaptaban a las privaciones ms
constrictoras del medio, jugndose todos los das la
vida en la hecatombe de las toradas cimarronas o en
las faenas del rodeo, el arreo o la hierra siempre
entre penurias y peligros como de guerra, o extraan
la corambre, el sebo y la carne y los transportaban
a los puertos de embarque, todo por un puado de
chirolas si las haba que les dejaba caer el dueo
de esa riqueza creada por ellos: esos gauderios o gau-
chos, pese a todas sus menguas o vicios (el descanso,
el orgullo, el mate, la guitarra, ci cuchillo), eran las
verdaderas columnas de la economa colonial y de la
que le sigui hasta la aparicin de la agricultura y
las manufacturas.
Repetimos, como hoy la clase patronal llama par-
sito y corruptor de sus hermanos al obrero que acau-
dilla a los otros en la lucha contra la explotacin,
ocurra entonces que los estancieros y las autoridades
de la colonia y la postcolonia competan en rebauti-
zar al gauchaje: "inmorales y criminales, sin rey ni
ley, ni oficio ni beneficio" todo ello mientras vivan
de su trabajo y hasta imitaban sus vestimentas y sus
hbitos. Acaso los que desprecian a la prostituta no
se acuestan con ella?
Pero la psicologa de las clases parasitarias no cam-
bia porque no cambian sus intereses. Lo dice a las
claras en nuestros das el profesor Emilio Con cuyo
libro El gaucho se empea en demostrar que toda esa

35
tradicin, fundada por los viajeros ingleses de la poca,
que atribuye al gaucho valor, esfuerzo, baqua, desin-
ters, aficin al verso y la msica, sin contar su in-
tangible amor a la libertad, son pura retrica inven -
tarla por un romanticismo retardado. Llega a sealar
como una mengua --en contraste con lo que ocurra
en el noroeste del pas su falta de hbitos seden-
tarios y asociativos y su analfabetismo agrario, sabien-
do bien que la adquisicin de la pquea propiedad
y la prctica de la pequea agricultura eran tabes
impuestos por los latifundistas.
Mas recientemente, Liborio Justo, un mulo del
buen Con, decreta la abolicin definitiva del espritu
y hbitos de independencia atribuidos al gaucho de
verdad, confundindolo con el pen de estancia de
hoy o mucamo con espuelas idealizado en Don Se-
gundo Sombra, o los que doa Victoria Ocampo ofre-
ci con patriotismo folklrico a Waldo Frank, su su-
gestionable husped. Su hroe libertario sin miedo ni
reproche es el pampa, aun constndole que ste tam-
bin fue desrnedulado por nuestra clase patronal hasta
el punto de aliarse a ella muchas veces contra su
sangre y su causa.
Apenas si vale la pena aludir a lo que nadie se
atrevi a poner en tela de juicio en ninguna poca:
el vigor, el valor y la baqua del gaucho, su sentido
medio brujo del rumbo y la huella, todo eso que le
permiti una adaptacin al medio y un dominio de
sus recursos que fue el asombro de cuantos pudieron
testimonarlos. ("Tambin supimos que Miranda el
baquiano al dejar el extremo de la Sierra de la
Ventana fue en lnea recta a la isla Chocle Choel,
situada a sesenta leguas de distancia siguiendo el curso
del Ro Negro; por ende recorri doscientas o tres-

36
 cientas leguas a travs de una regin desconocida en
absoluto' ? . Darwin.)
Recordemos al pasar que el lazo, muy viejo en la
historia segn el dato de Herodoto, pero desconocido
de espaoles e indios, fue reinventado por el gaucho.
y que al montarlas a caballo dio a las boleadoras in-
das una eficacia doble. En cuanto al caballo, si bien
no se empe en llevarlo a una educacin profunda,
como el pampa, supo en cambio, cuando se le bo-
leaba en la vizcachera o el guadal, caer de pie con
la rienda en la mano, cosa de importancia central
en el desierto y sin parangn en la hpica.
Con todo, lo que ms importa no es eso, sino su
carcter y persona, su personalidad, en suma, sobre
cuyos quilates los testimonios son de autoridad indis-
cutible. "Los gauchos o campesinos dice Darwin--
son muy superiores a los habitantes de la ciudad".
(El aguerrido observador que era Darwin, cal de
entrada la diferencia que haba entre el hijo tpico de
Buenos Aires, esmerado similar del amuecado gen-
tieman, "mezcla de mariposa y buldog", y un cam-
pesino analfabeto, pero con todo el encanto de una
personalidad autntica)
"Son civiles y pulidos opina Proctor en grado
muy superior al que se encuentra en la educada so-
ciedad europea". "El campesino de Europa, frente al
propietario o el patrn se trueca en un vil doofie.
En Sudamrica el hombre pobre sabe que no puede
morirse de hambre. El de cualquiera escala social
tiene tal independencia de criterio que asombrara a
los aristcratas de nuestro pas".
Y he aqu el parecer de Seymour: "El gaucho ms
humilde ofrece una increble superioridad sobre ci
labrador ingls... comenzando su conversacin como

37
el ms culto caballero, con frases que nuestro cam
pesino no sabra emplear".
Pasemos ahora al incubo religioso.
"Los gauchos por cuyas maneras y traje se viene
en conocimiento de sus costumbres sin sensibilidad y
casi sin religin". (Miguel Lastra, secretario del virrey
del Per: Memorias 1798-90). "Los gauchos oyen
misa a caballo" (Vidal). "El satisfecho materialismo
de los gauchos" (C. Graham). "Los gauchos toman
a chanza todo lo relacionado con la religin" (Sey-
mour).
Y un juicio final de Sarmiento: "Cunto no habra
podido contribuir a la independencia de una parte de
Amrica la arrogancia de estos gauchos argentinos que
nada han visto bajo el sol mejor que ellos".
Creernos tener ya los elementcs suficientes para el
diagnstico del alma gaucha comenzando por el m
decisivo: cualquiera que sea su pobreza, no hay miedo
al hambre en el pas de la carne siempre a disposicin
del lazo certero del hombre que nunca lleg a con-
vencerse del todo que las vacas fueran un regalo ex-
clusivo del destino a los estancieros. Y ya sabemos
que en un perro bien comido hay ms dignidad que
en un filsofo hambriento. En La vida de un pastor,
Hudson, desterrado en Inglaterra, ha denunciado a
qu grado de humillacin y miseria someta el hambre
al campesino ingls amenazado de bailar en la horca
por el robo de un cordero.
Si la sombra usurpadora y enyugadora de la casta
patronal no alcanz del todo al gaucho en su poca
clsica, menos lo alcanz la ms fnebre, la de la
sotana, ya que sta no pudo obrar en un grupo hu-
mano ms o menos nmade y disperso en una tierra
sin fronteras visibles; y as ocurri que slo por ese
azar feliz el gaucho analfabeto lleg a donde llegaron

38
los griegos de la mejor poca: a liberarse del temor
carcelario al ms all, del sometimiento a sus agentes
del ms aqu.
Exento de amos, y nada ms que por tal detalle,
el campesino semibrbaro lleg a ser el antpoda, no
slo del devoto y famlico labriego de Espaa, sino
del criado ingls que pona su orgullo en servir a
las mejores familias.
Respecto a la crueldad y el matonismo gauchescos,
he aqu el veredicto de un hombre alevosamente sos-
pechado de gauchofohia: "El hombre de la plebe
de los dems pases toma el cuchillo para matar y
mata se lee en el Facundo ; el gaucho desenvaina
para pelear y hiere solamente. Es preciso que est
muy borracho, que tenga instintos realmente malos
o rencores profundos, para llegar al homicidio". Todo
lo cual no quita el que bajo el estmulo de los caudi-
llos y ya trocados en rebao, no pocos gauchos se
apearan al papel de verdugos.
La borrachera, consuetudinario desquite de los aco-
gotados por la miseria, tampoco lo meti en su ruedo
La citada Memoria de Lastarria, que hace resaltar su
falta de religin y su escasez de ropas, habla de sus
vicios "el tabaco, y el mate, de que bebe cuantas veces
puede al da", pero no alude al alcohol.
Contradiciendo el entusiasmo de nuestros filisteos
por la presunta mstica patritica que anim a los
gauchos en sus lidias contra Espaa o contra los in-
dios, Con la niega con buenas razones, y tampoco
careca de ellas la actitud escptica de los gauchos,
que no acegados a tiempo por las mentiras conven-
cionales, vean de entrada que la clase patronal de
las ciudades era mucha ms amenaza para su libertad
y su vida que los gringos o los indios. Guillermo E.

im
Hudson, puro gaucho en sus adentros, logr verlo me-
jor que nadie.
"El gaucho carece o careca en absoluto de todo
sentimiento de patriotismo y vea en todo gobernante,
en toda autoridad.., a su principal enemigo, y el peor
de los ladrones, dado que no slo le robaban sus bie-
nes, sino su libertad. Al terminar la dominacin espa-
ola se vio que habla transferido su odio a las cama-
rillas gobernantes de la sedicente repblica.
"Cuando se adhirieron a Rosas, y le ayudaron a
escalar el poder, se imaginaron que l era uno de ellos
y que les dara aquella absoluta libertad para vivir
sus propias vidas, que era su nico deseo. Se dieron
cuenta de su error cuando ya era demasiado tarde".
Se hablar del patriotismo de los gauchos de Gfle-
mes. Pero qu duda cabe que ellos lo tomaron a
l por uno de ellos y que creyeron luchar, no por
una abstracta patria que no podan comprender, sino
por sus propios intereses de pobres, ya que vuelta a
vuelta los ricos de Salta se aliaban al espaol? Por
qu si no cuando arengaba a los gauchos, Gemes
mandaba retirarse a los oficiales, hijos de la clase po-
seyente, segn seala Paz en sus Memorias?
Falta slo la declaracin complementaria de un tes-
tigo de excepcin, pues se trata de alguien que no
slo vivi entre los gauchos e hizo su vida, sirio que
conoci tambin, sobre otros meridianos a quines po-
dan servirle de parangn. Dice Cunninghame Gra-
ham de los jinetes riograndenses, no libres del todo
de supersticin santurrona y tara esclavista: "Los se-
res ms deiagradables, ladrones y embusteros". De los
tejanos: "La gente ms repugnante que conoc". De
los charros: "Ms bien fanticos y prfidos; espln-
didos jinetes, pero sin el aire indmito, el garbo y los

40
modales francos y atrayentes de mis amigos de la
Pampa". (Aime Tschiffely: Den Roberto.)
Estamos intentando una hagiografa gauchesca?
Ya habr advertido el lector que lo principal se reduce
a consignar el mayor nmero de testimonios sobre este
juicio.
Que pese a todo lo visto el gaucho fue criatura
de severas limitaciones debidas a las modalidades
mismas del medio que lo engendrara? Ni que decirlo.
Pasando por alto su ignorancia del resto del mundo,
estn su incuria y su carencia de impulso ascendente
que lo llevaron a creer que el techo con goteras, la
cocina nublada de humo y el taburete de crneo de
buey eran no slo cosas inherentes a la vivienda huma-
na, sino perfectamente aceptables. La facilidad con que
poda dar o recibir la muerte, que puede entusiasmar a
la mentalidad policaco-gansteril, revela ms bien una
tara de superficialidad, una pobreza del sentido sa-
grado de la vida y su misterio. Tambin est su indi-
vidualismo anrquico que le impidi defenderse so-
cialmente y lo entreg atado de pies y manos al pur-
gatorio de la leva o al del estanciero trocado en
caudillo.
El crecimiento de la industria saladeril, que benefi-
ciaba la carne y no slo el cuero y el sebo, la apari-
cin del alambrado, el incremento de los latifundios
y otros factores concurrentes, significaron la decaden-
cia y al fin la abolicin del estilo gaucho de vida. El
nico camino de salvacin del gauchaje sobreviviente
era su participacin en el reparto de las tierras que
iban quitndose al indio gracias a su esfuerzo: con-
vertirse en propietario. Pero los gobiernos, en general,
y los estancieros facilitaron su eliminacin paulatina
en las luchas civiles o con el indio, o prefirieron tro-
carlo en pen de estancia, o someterlo a la ortopedia

41
castrense, es decir, al corrosivo ms aciago de la li-
bertad gauchesca.

Como la poblacin negra entre nosotros ha ter-

minado por volverse invisible, muchos argentinos igno-
ran que hasta a mitad del siglo xix ramos un pas
esclavista, es decir, que a pesar del triple grito de
libertad del himno, el negro segua siendo una mer-
canca como cualquiera otra.
Veamos los antecedentes. A los no muchos aos
de descubrirse Amrica, y por piadoso consejo de los
eclesisticos y por evanglico consentimiento de Su
Santidad. y a fin de aliviar a los indios mitayos y
encomendados, se inici la cacera de negros en las
costas del Africa y su acarreo a las costas de Amrica,
restaurando la esclavitud abolida desde haca ms de
mil aos en Occidente. Digamos de paso que slo gra-
cias a la presencia del negro en ambas Amricas es
decir, a su fajina y muerte por millones bajo el ltigo
y el sol de los trpicos pudo darse la produccin en
escala gigantesca de algodn, caf y azcar, base de
la gloriosa industria capitalista.
Hacia el 1600, el cataln Gmez Reinel obtiene del
monarca espaol el derecho de introducir "4800 ne-
gros africanos en el Per, y de stos, 600 debern
pasar por Buenos Aires". ( y. F. Lpez, H. A rgentina.)
Como segn es sabido el traslado por mar se haca
con avaricia y descuido asesinos, un tercio de los
pasajeros serva de pasto a los peces, otro tercio lle-
gaba enfermo a Buenos Aires. Los porteos de la
poca, compadecidos, los compraban a precios de saldo
por quemazn...
Al parecer, los primeros introductores a nuestro pas

42
fueron en verdad a tout signeur, tout honneur-
los obispos Victoria y Trejo, como veremos ms tarde.
Por el tratado de Utrecht, en 1713, Espaa con-
cedi a Inglaterra el derecho de introducir en Buenos
Aires anualmente cierta cantidad de esclavos negros
durante treinta aos.
"En 1750, y aun ms adelante, Buenos Aires alma-
cenaba negros aprisionados con hierros, para ser ven-
didos previa la marcacin correspondiente. En 1780
haba miles de negros bozales depositados en el Retiro".
(3 . M. Ramos Meja: Rosas...)
Segn Concolorcorvo, hacia 1770, Buenos Aires, con
una poblacin de 22.000 almas, tena ms de 4 mil
negros y mulatos (Lazarillo de ciegos caminantes).
Pero el censo levantado por el Cabildo en 1778 arroj
una negrada de 4115 unidades.
Si la suerte del negro bajo la colonia fue la del
esclavo en todas partes es decir, por debajo de la
del perro no cambi de estilo bajo la repblica de-
mocrtica. Los negros viejos y las negras de toda edad
siguieron siendo esclavos, pero a los negros jvenes
se les ofreci la oportunidad de conquistar. su libertad
hacindose matar para conquistar la emancipacin
poltica de sus amos, quienes, llenos de fervor, los ce-
dan a la patria como si fueran plvora.
El ingls Hall, que fuera a felicitar a San Martn
sobre el campo de Maip, cuenta que le oy decir
mirando hacia la llanura cubierta de cadveres som-
bros: " Pobres negros!". En efecto, stos haban sos-
tenido lo ms porfiado del alegato.
Despus vinieron las trifulcas civiles y los negros
siguieron siendo la materia prima ms barata. "Que
nos manden negros si quieren infantera", escriba Fru-
tos Rivera a Montevideo. Porque naturalmente al ne-
gro no fue concedida entre nosotros la dignidad de
43
 caballero, es decir, de cabalgante. Entendemos que
el nmero 2 del general Paz es decir la ms eficaz
panoplia humana habida entre nosotros estuvo inte-
grado principal o enteramente de morenos.
Que el temperamento africano soporta mal el fro?
Ya sabemos que eso no le impidi cruzar la Cordi-
llera en 1817. En 1821 en la Sierra de la Ventana,
segn Manuel Pueyrredn, todas las maanas se re-
cogan negros helados, muchos de los cuales quedaron
petrificados para siempre. (Escritos Histricos.)
Esas expediciones contra los indios equivalan para
ellos a expediciones al infierno, pues los negros no
ignoraban que de caer prisioneros seran sacrificados
sobre el tambor. Los pampas tenan la tenebrosa sos-
pecha que los blancos usaban a los negros para hacer
plvora.
Rosas, segn es sabido, , fue una especie de provi-
dencia purprea para los negros. Antes de asumir "las
extraordinarias" los negros y mulatos desempeaban
en Buenos Aires una buena variedad de oficios tan
tiles como pacficos: fabricantes o vendedores de es-
cobas, de braseros de barro, de tipas de cuero, o alba-
iles, cocheros, carreros, mazamorreros, changadores
y casi siempre para ayudar a sus pobres amos... Ro-
sas los hizo ascender socialmente. Puso a las negras
de espas de familias unitarias o de costureras del
ejrcito. A los negros les chant un uniforme color
hemorragia y los mand a morir por la Santa Fede-
racin.
Los psiclogos raciales convienen en que los negros
no son sanguinarios o lo son bastante menos que los
representantes de otros colores. Don Juan Manuel
hizo del negro Domiciano, pen de los Cerrillos, el
ms virtuoso de los artistas del degello al comps
de la Resf alosa.
44
 Ni decir que la libertad de vientres decretada por
la Asamblea del ao 1.3 no pas de la letra. Y tanto,
que la Constitucin bonaerense de 1854 volvi a san-
cionar la libertad de vientres para que los negros na-
cidos en la vspera reservasen para sus hijos sus ilu-
siones libertarias. Se dir que la Constitucin Nacional
del 53, concedi la libertad no slo a los esclavos del
pas sino a cuantos pisasen su suelo. Slo que poco
despus Urquiza firm un pacto con el Brasil borrando
con la bota lo que escribiera con la mano.
Antes del Once de Setiembre del 52, Urquiza se
llev de Buenos Aires todos los negros que pudo para
remontar sus batallones. En Cepeda y en Pavn, don-
de la caballera portea se volvi al dulce hogar muy
antes de tiempo, los infantes negros se quedaron lu-
chando, sin hablar de los que all quedaron para
abono. Y menos hablemos de los muchos miles que,
mezclados a los paraguayos, sepult Mitre en los es-
teros tropicales.
Olvidbamos decir que don Martn de Alzaga, en-
riquecido con el trfico de bano viviente, no hizo
ms que pagar una cuenta vieja cuando por denuncia
patritica del negro Ventura debi desposarse con la
horca.

Desde que Leopoldo Lugones, hace ms de medio

siglo, se empe en demostrar que Martn Fierro era
algo ms que un simple buen poema gauchesco, los ar-
gentinos se han ido convenciendo cada vez ms de
que se trata no slo de un monumento de la literatura
que encarna la esencia de lo argentino y de su sabi-
dura como pueblo, sino que involucra todo un
mensaje de redencin social y nacional.
La insinuacin de que estas tesis puedan ser, cuando
45
 menos exageradas, es lo que no puede aceptar ningn
argentino que se respete como tal.
No intentamos ni remotamente entrar en debate
sobre la cuestin en s; slo queremos recordar
-sucintamente algunas observaciones hechas por otros
antes de aadir sin pretensin la nuestra.
La escasa originalidad del tema y del poema est
fuera de juicio dado que Hernndez es el ltimo de
los poetas gauchescos, y que Tiscornia y otros han
demostrado las influencias e imitaciones que traiciona
el poema cuando no los plagios intiles que lo rebajan
o denigran:
Era el guila que a un rbol
desde as nubes baj.
Obra maestra literaria? Tal vez. No puede ponerse
en tela de juicio eso nunca que Hernndez es
entraablemente un poeta. y lo primero que se admira
son la grandeza y minuciosidad de sus aciertos, se trate
de un personaje o de una escena. Docenas y centenas
de estrofas estn ah para confirmarlo.
Todo ello no puede abligarnos a cerrar beatamente
los ojos a la asiduidad de sus ripios cuando no a sus
galas retricas, momentos en que sus versos parecen
una reiteracin de los de Mitre o una anticipacin de
los de Ricardo Rojas:
Y o alabo al Eterno Padre
no porque las hizo bellas
sino porque a todas ellas
les dio corazn de madre.
U ocurrencias de truculencia infantil, como aquella
del indio maniatando a una mujer con las tripitas del
hijo recin carneado...
La sabidura campera de Hernndez? Es mucha,
46
pero no un texto infalible, es decir, no carecido de
transparentes lagunas como las sealadas por R. Ortelli
y otros: pjaros mimosos que no cantan en rbol que
no dan flor, vacas maulas que retrasan el parto al
mudar de querencia, lechones que nacen con teta pre-
destinada, mayorazgo conferido al dcimo huevo en
la nidada de la gallina, y otros atisbos no ms certeros
que el de Olegario Andrade alojando al cndor en un
nido pendular o el de Guido Spano obligando a nadar
a los flamencos confundindolos con pinginos...
Con todo, esos son pecados veniales. La cuestin de
fondo es otra. Ha de ser tomado el protagonista del
poema obligatoriamente como la representacin ge-
nuina del gaucho, con su indmita vocacin de inde-
pendencia y autonoma, tal como aparece desde fines
del siglo xvm a travs de los mejores testimonios?
Eso es discutible cuando menos. Por lo pronto lo que
Martn Fierro aora a la entrada del poema no es
la libertad cimarrona inherente al gaudero o al gau-
cho tpico sino la dependencia segura del pen de
estancia (estrofas 23 a 42):
Pa darle un trago de cala
sola llamarlo al patrn.
Por otra parte su reiterativa jactancia bravucona,
lo aleja de la reserva callada, propia del hombre de
campo en general, y lo acerca no poco al compadre
orillero, para no aludir a la dualidad del hombre que
despus de declararse aguerridamente ducho en toda
faena de campo (estrofa 24, U parte) se muestra en
otras como un profesional de las noches en blanco.
Y es que de algn modo ---lo pregunto con ansia
puede ser la justa representacin de un tipo social
sealadamente corts y hospitalario, segn los testi-
monios ya vistos, el sujeto que inicia la serie de sus
47
 rebeldas contra la injusticia de los ricos y el gobierno
burlndose soezmente de una pobre negra, provocando
y obligando a pelear a su compaero, y todava con-
tenindose a duras penas al deseo de castigar a la
viuda y limpiando ci -cuchillo con morboso esmero en
los pastos y retirndose al tranco? Puede bastar a
aliviar su culpa ya no a exculparlo el estado de
semi enibriaguez en que obr? Puede ofrecerse el
cuadro como muestra de autntica poesa nuestra se-
gn se usa?
Se nos hablar de la justiciera y libertaria pasin
que respira, pese a todo, la primera parte del poema,
de la certera y masculina gracia con que pone al
desnudo la prcer infamia de patrones y gobiernos,
pormenorizando las trapaceras sin fin de jueces, pa-
gadores, comandantes y pulperos: la condicin de
perro sin amo asignada al criollo pobre en la repblica
democrtica. Bueno, esa es la mdula de len del
poema, y sin ell a todo quedara en pintarrajeo folkl-
rico, y es ella la que lo salva por encima de sus
menguas.
An as y todo podemos aplaudir, o callar siquiera,
cuando nos damos en la segunda poca con que el
hroe que regresa del desierto, en la cima de sus aos
y experiencias, ya no es el mismo y ha frenado tanto
su pasin y sus mpetus subversivos, que su sabidura
ltima, destilada en los consejos a sus hijos, es la de
un hombre vencido y resignado, casi la de un prroco
de aldea? Si los caballos y las vacas --y tambin los
avestruces y las mulitas-- han sido dados por Dios
a los estancieros, el gaucho debe morirse de hambre,
pero no tocarlos,
Pues no es vergenza ser pobre
y es rergenza ser ladrn.

48
 No hay remedio entonces contra la injusticia y la
miseria? S; la resignacin y la obediencia, pues todo
desacato no hace ms que empeorar las cosas:
El que obedeciendo vive
nunca tiene suerte blanda,
ms, con su soberbia, agranda
el rigor en que padece:
Obedezca el que obedece
y ser bueno el que manda.

Podemos explicarnos ahora el entusiasmo martinfie-

rrista sin retranca de los literatos estabulizados, que
no hay otros, de los pequeos demagogos de la de-
mocracia occidental y cristiana, y hasta de los regol-
dantes miembros del Jockey Club...
Jos Hernndez, real creador potico en un momento
nico de inspiracin, era a la vez un pequeo intelec-
tual que pagaba tributo a todos los mitos del medio
y la poca: la moral impartida desde el plpito, el
sacramento de la propiedad privada salpicando aun a
los pobres, la redencin politica a cargo de Urquiza
y Lpez Jordn, el cultivo y culto de la vaca como
nuestro destino manifiesto: "un pas cuya riqueza
tenga por base la ganadera puede no obstante ser
tan respetable como el que es rico por la perfeccin
de sus fbricas". Lo que Hernndez no sospech
aunque otros s es que en nuestra poca un pas
sin autonoma agrcola e industrial es un pas con
destino de satlite o de sacristn.
Hernndez lleg a creer angelicalmente que la falsa
y felona del cristiano era inferior a la del indio, y
ponder los extremos de la crueldad araucana, olvi-
dando adrede que Calfucur podra haber recibido lec-
ciones del blondo vampiro de Palermo, o del cirujano

49
 de poncho jefe suyo que mand despedazar a
Urquiza en medio de su mujer y sus hijos.
Nuestra intelectualidad del siglo pasado salvo dos
o tres cornejas de campanario--- fue resueltamente an-
ticolonial en su aspecto ms tpico: su voluntad de
librar de la cortina de humo es decir, de incienso--
la conciencia masculina, no menos que la feznenina
Nuestro buen Hernndez ni siquiera parece haber
llegado a eso:
"Con Mitre ha tenido la Repblica que andar con
el sable en la cintura. Sarmiento va hacer de ella una
escuela. Pero consentir el Congreso, consentirn los
hombres influyentes.., que un loco que ya ha fulmi-
nado sus anatemas conta el clero y contra la religin,
que ha dicho que va a nombrar a una mujer para
Ministro de Culto, que es un furioso desatado, venga
a sentarse en la silla presidencial?". (La Capital, de
Rosario, 21-VII-1868.)
Alcanz a sospechar Hernndez que la conquista
del desierto no era una empresa de civilizacin y de
justicia humana sino un negocio progresista de la
casta estancieril, y que vencido el indio por agencia
del gaucho, ambos quedaran vencidos por la misma
coyunda? No, Hernndez fue sin duda tan ciego como
cualquiera de sus coetneos para columbar el fondo
del problema, esto es, que, en la campaa de tolderas
arrasadas, el gaucho sera obligado a hacer de zopenco
til (la primera precaucin de los usurpadores es usar
de cua a un sector de los usurpados para rajar al
otro) y que, logrado el xito, el destino del gaucho
y del indio, reducidos a peones de estancia o vigilantes,
comportara una tragedia sin ruido, pero peor que
las crujas del fortn o la dispora de las tolderas:
la desposesin y servidumbre irredimibles.

50
 CAPTULO III

LOS GAUCHISOLDADOS

En 1752 el gobernador Andonagui cre tres com-

paas de jinetes con lanzas y tercerolas, distribuidas
en los fortines del Zanjn, Lujn y el Salto para
defender e ir empujando la frontera interior contra
los indios, y sobre todo defender las vacas de los
estancieros contra las lanzas emplumadas que se
crean, y no muy sin razn, con derecho a una tierra
que les fuera usurpada. Era el cuerpo de Blandengues.
Que esta empresa corri por cuenta de los estan-
cieros como deba esperarse? No, corri, forzados a ello,
por cuenta de los gauchos o paisanos, es decir, de los
que no tenan una ua de vaca. "Lanceros de lazo
y bola ms que de armas", dice con soma el virrey
Vrtiz. El naturalista Azara expresa en un oficio al
virrey Melo en 1795: "El servicio impuesto a los
Blandengues por su fundador toca en inhumano'. La
servicial y amable bobera de los cronistas y glosadores
de hoy suele opinar que fueron cosas de la poca.
Pero no es as: son cosas de todas las pocas, o mejor
dicho, es el proceder incorruptible de la clase poseyente
con los desposedos, a menos que stos puedan oponer
un mnimum de resistencia.
Por eso es que cien aos despus, los gauchisoldados
51
de la repblica democrtica corrieron la mismsima
suerte que los Blandengues de la monarqua absoluta.
Desde Azara a Fotheringham y de Barros a Zeba-
lbs los testigos presenciales no han podido menos
que ponderar con fervor la vida de perro de mendigo
que se disfrutaba en los fortines.
Los espaoles adoptaron este sistema meramente
defensivo contra los indios por razones obvias: falta
de conocimiento del desierto, carencia de baquianos
y sobre todo el escaso inters de conquistar tierras
desnudas de minas y esclavos. Sus descendientes
criollos siguieron esa tradicin, en parte por inercia
y en parte por escasez de imaginacin previsora.
Desde Azara a Sarmiento no faltaron quienes vieran
que la clave del problema del indio estaba en la
ocupacin del Ro Negro, o mejor, de la isla Chocle
Choel; pero su realizacin qued para un vago futuro.
Se dir que la guerra emancipadora y las luchas
civiles fueron un gran estorbo. As es, aunque el
estorbo de fondo fue otro, segn veremos.
Un fortn? Un rancho y un corral para los yegua-
rizos rodeados por una zanja y una empalizada; eso
es todo, si se agrega el mangrullo, especie de torre
de Babel hecha de leas para divisar todo el horizonte
en busca de la menor polvareda o humareda sospe-
chosa. Y si no contamos algn caoncito del siglo
anterior, puesto ms por la voz que por el efecto.
De veras, el llamado fortn por lo menos hasta
antes del ltimo cuarto de siglo es algo como un
escollo perdido entre un ocano de pastos y de repen-
tinas lanzas. Pasado un siglo de instaurado por
Espaa, el sistema se conservaba ms o menos el
mismo, o mejor, bajo el creciente poder ofensivo de los
indios, resultaba ms inoperante y fnebre que antao.
Los fortines se extendan desde Santa Fe a Men-

52
doza, es decir, desde el Paran hasta el pie de los
Andes con una envergadura de cientos de leguas.
Completamente aislados entre s, a lo largo de un
siglo, los fortines recin lograron cierta ayuda mutua
en el ltimo quinquenio de su vida. Y an as ace-
chaba el riesgo. En el servicio de patrulla cada ma-
ana sale un par de soldados de un fortn, que va a
toparse con otra pareja que sale del fortn prximo,
siempre, claro est, que no se topen con los indios,
porque entonces suelen no regresar.
La vida del fortn? El mejor curso preparatorio
para ingresar en el infierno. Suele faltar o falta casi
siempre hasta lo indispensable, empezando por la
cobija y la ropa. Como la comida ralea lo mismo o
ms, es preciso echarse al campo a ver de bolear un
avestruz o una gama, aunque no se descuente el
riesgo de ser boleado por el indio. A veces es fuerza
merendarse las mulas o los, matungos del servicio.
Qu se le va a hacer! Como falta la yerba paraguaya
hay que acudir al yuyo llamado mate pampa. Como
tampoco hay tabaco negro, se fuma el tabaco verde
de los yeguarizos. Como tampoco hay jabn, los piojos
araucanos suelen invadir el fortn.
Cuando en 1878 el doctor Zeballos se ape en el
fortn llamado De las vboras, no mezquin los ojos
al asombro la compasin; Levalle, acercndosele, le
dijo:-"No es verdad, doctor, que se preferible pe-
garse un tiro?".
Si las provisiones escasean, la paga no llega nunca,
o llega con retraso de dos aos y ms tambin.
Acudir a la desercin? Claro que s, y a veces de
cinco uno, pese a que ella significa desafiar tres ries-
gos de marca: resignarse al purgatorio de los indios;
ser tragado por el desierto, o entregar los lomos al
pelotn de ejecucin. An con todo eso en perspectiva,

53
el sueo de liberacin tantaliza hasta lo insufrible,
porque amn de lo ya consignado hay que la severi-
dad de la disciplina castrense no es inferior al encono
araucano. Castigos desmesurados como el pampero,
excesivos como una sequa El ms venial, el de las
baquetas consiste en que el reo debe avanzar a la
carrera por entre una alameda formada por dos filas
de sus compaeros cada uno de los cuales debe
bautizarle el lomo en fuga. Es claro que no siempre
se llega al fin del callejn. Venial. dije? No tanto.
"El coronel Iseas me cit a presenciar una carrera
e baquetas que este Torquemada de la Pampa quera
aplicar a un soldado del 4 de caballera, Vaya. di-
.,ale que no quiero ir y que protesto contra semejante
barbaridad. Y el viejo, tan duro y tan temible, dio
contraorden". (1. Fotheringham: La 'ida de un
soldado.)
Ganando en majestad, el castigo nmero dos es el
de la estaqueada, en que el paciente, sujeto de los pies
y las manos con lonjas frescas, se ve estirado entre
cuatro estacas, cuidando de que el cuerpo no roce el
suelo. Lo ms que puede pasar es que se desgozne un
tobillo '. una mueca. Es una crucifixin horizontal.
inspirada por el genio de la Pampa.
El tercer castigo es el cepo colombiano. Se trata de
juntar las rodillas y el mentn del paciente mediante
un fusil pasado por la nuca N I
por las corvas.
ciendo sus dos extremos con sendas lonjas hmedas.
Qu a veces el reo, si es medio flojo, se desloma?
S, suele ocurrir.
Pese a todo, quizs hay algo ms grave que todo
eso. Y es que casi siempre, o siempre, el gauchisoldado
no obtiene su baja si no lo jubilan las bolas o las
lanzas. "Siendo yo jefe de frontera hace tres aos, la
guarnicin constaba de unos P00O5 gauchos desnudo.

54
mal armados, cumplida tres veces el tiempo de su
obligacin y absolutamente impagos". (Alvaro Barros:
Fronteras y territorios nacionales.)
En A ll lejos y hace tiempo, Hudson ofrece el caso
de un soldado cado en una leva ordenada por Rosas
que vuelve cuarenta aos despus a sus pagos, vestido
de harapos, cicatrices y canas, y semienloquecido por
los horrores que vio y los que se vio obligado a
cometer.
El comandante Manuel Prado relata una ancdota
del sargento Acebedo, condenado a cuatro aos de
servicio por homicidio cometido en ria. Al cumplir
el trmino su capitn le dice: "Elije. Si te enganchas.
te asciendo. Si te vas, puede que ligues una marimba
de palo?'. Se qued. Enter cuarenta aos de ser-
vicio.
Se ha sostenido en su tiempo y no faltan todava
quienes lo crean que los destinados, es decir, paisa-
nos condenados por la justicia a servir sin plazo en los
ejrcitos de la guerra civil o en la frontera contra
los indios, eran vulgares delincuentes, cuando no insig..
r.es bandidos.
Poda sospecharse que en parte al menos, se trataba
de esa calumnia, tan comn en la historia, de los
excelsos contra los sumergidos, de los oradores contra
los que no pueden hablar. Bueno es, pues, que la luz
haya sido hecha ya en sus tiempos por algunos de los
jefes que actuaron en el medio y cuyo testimonio
resulta, aunque slo fuera por su desinters, totalmente
insospechable.
"Como he insinuado ya, la mayora de los destina-
dos eran buenos y honrados ciudadanos, vctimas de
crueles injusticias de parte de la Justicia por intrigas,
por el orgullo herido de los potentados de calzoncillo
de fleco, o tal vez, por rivalidad donjuanesca. De

55
estos era Pedro Leiva el soldado ms ejemplar que
he conocido". (Ignacio Fotheringham: La. vida de
un soldado.)
Todo lo cual, claro est, no significa negar que
entre los destinados sola haber tambin forajidos
dignos de la mayor recomendacin y esmerado trato.
"He tenido un ayudante valiente, fiel, infatigable,
un tipo de buen soldado y hombre probo. Se llamaba
Lino Llans. Un da, en el momento en que acababa
de darme el mate, de pie ante mi, con su buena feal-
dad cordial, bisojo, el rostro de un amarillo terroso
agujereado como una espumadera, las piernas combas
dentro de las grandes botas descosidas y el uniforme
en harapos, pero de una minuciosa limpieza, le dije:
--Lino por qu te han hecho soldado? He sido
destinado, me contest, y al manifestarle sorpresa,
aadi: -i Oh, es muy simple! Estaba en mi rancho,
cerca de Corrientes, muy tranquilo con mi mujer,
cuando una partida de polica vino a prenderme para
enrolarme. El gobernador preparaba una revolucin
y haca levas para la guardia nacional. Mi caballo
bien ensillado, estaba en el palenque, a cuatro pasos.
No tuve tiempo de montar. Me agarrotaron. Mi
caballo era de crdito... -Si hubiera podido mon-
tarlo! Dos das despus nos batimos contra el ejrcito
de lnea, en el combate de Naemb, que perdimos.
Fui tomado prisionero y condenado como rebelde a
cuatro aos al servicio de las armas". (Alfredo Ebelot:
Recuerdos y relatos de la vida de frontera.)
Ya lo vemos. Aunque no carece de comicidad, el
caso es doblemente trgico. Condenado a hacer la
revolucin y recondenado por haberla hecho.
Este ingeniero Ebelot, francs, es quiz el testigo de
mayor fuste en el proceso de nuestra guerra fronteriza
y la poltica aneja a ella, no slo por su directo co-

56
 nocimiento del asunto (es decir, sus tres aos de trote
entre remingtons y tacuaras, y su condicin de foras-
tero ajeno a nuestros pleitos) sino tambin por su
penetracin y ecuanimidad excepcionales. Su veredicto
sobre el tema que tratarnos, invalorable de suyo, lo
es ms por su alusin a una actitud de Sarmiento en
que el innumerable grande hombre aparece uno de
sus rasgos de maestro de nios y pueblos tan amigo
de los de abajo como enemigo de sus tutores oficiosos:
los caudillos de poncho, levita o charreteras.
"Y no es slo esa la manera ms ilegal de reclutar
las tropas. Lo ms indignante era ver, hace unos aos,
las venganzas de los procnsules del pueblo arrojando
a los pobres diablos engrillados en el cuartel. Una vez
revestidos con la casaca no haba nada que hacer;
toda nostalgia expresada demasiado vivamente era
considerada insubordinacin. Una medida de gran
alcance fue la que tom el presidente Sarmiento al
prohibir a los jefes de cuerpo el recibir destinados de
otras manos que no fueran las de la autoridad com-
petente, es decir, de jueces del crimen". (op. cit.)
Advirtamos de paso que no slo los gobiernos
condenaban a los pobres al servicio militar. Los jefes
montoneros, mostrados por la bobera caudillista o
populista de hoy como dolos populares, se hacan
querer y seguir a toda prisa, so pena de degello casi
siempre. Tal le ocurri en 1871 al futuro gran es-
critor Cunninghame Graham, con las montoneras de
Lpez Jordn, de las que logr zafarse, no gracias ala
protesta del cnsul ingls, sino gracias a una derrota
.de los insurrectos. (A. Tschiffely: Don Roberto.)
Como los testimonios citados hasta aqu pertenecen
a extranjeros, acudan'-s ahora a los nuestros.
"Viva yo dice el montonero Camargo con
mis padres, cuidando unas manadas, una majada de

57
ove as y otra de cabras. Tambin hacamos quesos.
Hubo una patriada en que salieron corridos los Colo-
rados, con quienes yo me fui porque me envi don
Felipe (se refera a Saa), anduve a monte mucho
tiempo por San Luis, y cuando las cosas se sosegaron,
me volv a mi casa. Los Colorados nos haban saquea-
do. Los pobres siempre se embroman. Cuando no son
unos son otros los que te caen". (L. V. Mansilla:
Excursin a los indios ranqueles.)
Advirtase que. desde Frutos Rivera al Chacho,
la accin favorita de los moiltoneras en pro de la
reivindicacin popular es el saqueo en masa y el arreo
de vacas, opositoras o no.
Pero Mansilla cuenta un ca co ms revelador an.
Es el de Rufino Pereira que llega al campamento
aplastado por s!5 cadenas y su fama de bandolero.
"Dicen que eres ladn'n. y cuatrero y asesino. As
ser Pero t qu dices? Yo no so y hombre malo.
-Qu eres. entonces? Sos, hombre gaucho. Pero,
eso solamente no te han de haber destinado. Es
que l os jueces no me quieren. .--No te habrs querido
someter a la autoridad. No me ha gustado ser
soldado; suando he sabido que me buscaban he
andado a monte. He peleado algunas veces con la par-
tida y la he corrido. Eso es todo? Todo... Me
han achacado las cosas de otros que no he querido
delatar y dir.u. oiie soy ascsiI!o porque les he dado
algunos tajos a los de la partida. .
Y esu debi ser, ms o menos, la verdad. El hecho
es que bien tratado por su jefe, el coronel Mansilla,
no slo acepta la disciplina castrense, sino que se
muestra hombre de palabra y de honra.
"Durante dos aos Rufino Pereyra, el gaucho malo
de Villanueva, temido por todos, slo cometi un

58
deslTz: el de presentarse ebrio delante de Mariano
Rosas y de mi". (Mansilla: op. cit.)
Ya hemos visto que buena parte de esos gauchos
arriados a los campamentos con modos tan fantstica-
mente descorteses intentaban la desercin, lo cual se
explica meridianamente no slo porque la vida de los
fortines era dantesca hasta la irrisin, sino tambin
porque la vida gaucha, aun con sus necesidades y
durezas, era el perfecto revs de la del perro enca-
denado.
Y sin embargo .. S, si no poda fugarse, el pai-
sano, duro y estoico de suyo, terminaba aceptando su
destino, con la esperanza de eludirlo algn da, y
mientras tanto pona todo el resto de su dignidad en
el coraje, sobre todo si daba con jefes de modales
ligeramente humanos. Lo de la mstica patritica
atribuida al gaucho es mera chchara populista. Lo
dice un hombre que lo conoci como pocos: "El gau-
cho carece, o careca, en absoluto de todo sentimiento
de patriotismo y vea en todo gobernante, en toda
autoridad, desde la ms alta a la ms baja, a su
principal enemigo, y al peor de los ladrones, dado
que no slo le robaba sus bienes, sino tambin su
libertad".
Es decir, que intuitivamente el gaucho haba llegado
a la sabidura de Paine: el mejor gobierno es el que
gobierna menos, y mejor an, a la de Thoreau: ci
mejor gobierno es el que no gobierna en modo alguno.
Quines hablaban de patria? El estanciero que lo
desposea, el juez que lo echaba a 106 fortines, ci
proveedor que lo echaba a la miseria o el comandante
que lo echaba a la muerte defendiendo las vacas de
los estancieros, o lo mandaba a trabajar en sus chacras.
Ya veremos que el presidente Sarmiento dijo pbli-
camente casi estas mismas cosas.
59
 As fue. Hundido, reducido a la ltima miseria del
cuerpo y del espritu, el gauchisoldado, para no ma-
tarse cosa que nunca le cruz el magn busc
salvar su dignidad de hombre, despreciando sus pe-
nurias y tutendose con la muerte.
Zehallos (V iaje al pas de los araucanos) cuenta la
historia de un asistente favorito, el cabo Barrasa.
Aunque comenz como montonero, sabe leer el alma-
naque. Pele en Pavn. Ms tarde, en La Rioja salv
del cautiverio o la muerte, a la grupa de su caballo,
a su iefe Elizondo, que se iba en sangre; despus, en
el Paraguay sali sin una herida mortal de veinte
combates mortferos; lig otra vez, eso si, una me-
tralla que lo oblig a descansar por fin! en un
hospital; no bien repuesto, rurnbe a Chile donde se
hall haciendo de marinero en la guerra del Pacfico;
volvi a sus patriadas cuyanas, y un da fue a recalar
a Car}iu, a defender las vacas de los ricos. (Hoy se
llega a general con slo ser obediente, pero entonces un
gauchisoldado poda cargar el corvo o el fusil un
cuarto de siglo y sobrevivir a cuarenta combates, sin
llegar siquiera a las jinetas, a menos que la Providen-
cia acudiese en su ayuda. Es lo que pas con Barrasa.)
En una descubierta, la patrulla se vio envuelta por un
enjambre de tacuaras, del que escap por milagro.
Deambulando por el desierto en busca del rumbo,
vio de pronto venir sobre l en media luna y aullando
una jaura de indios. Sin tiempo ni de persignarse
alz el rmington a la altura del ojo derecho y ape
al indio que vena en la punta. Los otros frenaron el
galope y Barrasa inici el suyo. Los indios dieron me-
dia vuelta. Barrasa fusil a dos de los prfugos dado
el caso no poda permitirse errar rematando con una
voz de mando: "Alto! Si huyen los doy vuelta a
todos. . . ". Dominados por la certera bruja del tira-

60
dor, los indios se prestaron a obedecer una a una la
rdenes que les fue dando el general victorioso:
apearse, dejarse manear por uno de sus compaeros,
escuchar su condena a muerte primero, despus su
conmutacin por prisin perpetua, y despus mon-
tar de nuevo y marchar en fila hacia el fortn, sir-
viendo de vanguardia al vencedor. As fue cmo
!arrasa fue ascendido a cabo sobre el campo de
batalla...
No menor dilapidacin de denuedo le cost al cabo
Soto ganar sus escuadras. En 1878, en Carhu, un da
que sali a peludear, hallndose de pronto medio cer-
cado por los indios se bati en retirada hasta llegar
a una laguna y zamparse en ella caballo y todo. Des-
pus de un asedio de horas y sin esperanza de salvacin
acept la vida que le ofrecan sus vencedores. Llegado
a los toldos fue interrogado por Namuncur y conde-
nado a muerte antes de la primera respuesta.
Conducido a1 monte, a hachar lea, custodiado por
dos indios armados de lanza, mat con un solo salto
de jaguar a sus guardias, y caminando de noche y
escondindose de da, y burlando el ojo de halcn y
el olfato de aguar de sus perseguidores, a travs de
la ms espeluznante odisea, recobr su campamento
cuando todos lo crean ya volando en el buche de
los cuervos.
En los ltimos das de la santa cruzada de extirpa-
cin de indios regenteada por Roca, en el Neuquen,
en un combate contra las lanzas del cacique Nancu-
cheo, cae herido e inutilizado un teniente Nogueira.
Un soldado, cuyo nombre ni el propio comandante
Prado recuerda, se vuelve a prestarle ayuda. El oficial
le ordena retirarse, pues con su cuerpo a cuestas, sern
sacrificados los dos. . "Yo? .y qu le hice para que
me mande portarme como un canalla?. . . ".
61
 Nuestra guerra de fronteras tuvo caracteres simila-
res a la de los yanquis contra los pielesrojas, los ingle-
ses en Afganistn o los franceses en Argelia. "Sin duda
esas tropas de servicio en lugares remotos y salvajes
opina Fotheringham---- estaban mal alimentadas y
vestidas, pero ninguna en el grado en que le toc,
por tantsimos aos, al ejrcito nuestro". SI, "peor
tratados que los spha'is de Argelia, los cazadores de las
praderas yanquis o los cosacos del Don, aunque no
inferiores, sino superiores a aqullos, en arrojo y
estoicismo". (op. cit.)
No exagera, sin duda, este ingls acriollado hasta la
mdula no por el trajn parasitario o los negocios,
sino por la lucha y el peligro sin tregua y la expli-
cacin tal vez est a la vista: por un lado la ruda
sobriedad del paisano argentino y su aguerrida fami-
liaridad con las penurias y riesgos de la Pampa; por
el otro el arcaico despotismo del ejrcito nacional,
brazo ejecutor, en la emergencia, del ensueo latifun-
dista de la estancia y el saladero.
El campamento es un calabozo abierto. La fajina
centinela, rondas, rondines, patrullas es tan car-
gosa como una gara y el sueo tan escaso como el
azcar. Ni decir que al menor descuido o mueca de
cansancio no digamos rezongo o protesta entran
en funcin las baquetas, para no hablar de sopapos o
insultos. El soldado, aun veterano, debe aguantar eso
hasta del ltimo mocoso con insignias.
En los fortines hay ms libertad, por lo menos la
libertad del destierro, o la de morirse de hambre o
fro, o de esa soledad ms hueca y temible que el
bostezo del tigre, y siempre sirviendo de imn a las
tacuaras. Mucha melena y ms harapos que ropa, y
el pie semicalzo en un resto de alpargata o bota de
potro. "En la vida que llevamos confiesa Prado

62
se come 'cuando se puede y se duerme como una
grulla sobre una pata y con un ojo como el zorro". "Si
hacia fro y no haba mantas, el soldado tena la obli-
gacin de quedarse muy en cuerpo para tapar con
su poncho a su caballo". Salmuera para los desga-
rros o los bolazos? No, apenas alcanza para la olla.
Las heridas se restaan con bosta seca de caballo. Los
sueldos de la tropa sue' n atrasarse decenas de meses,
y cuando llegan se ajustan cuentas por uno o dos. El
soldado "reciba con una mano su haber y con la otra
lo pasaba al bolichero a cambio de los vales que le
haba descontado" Hubo un pago que demor trein-
tisiete meses... "Fue una lista pasada a la puerta
de un cementerio" recuerda el comandante Prado. En
efecto, la mitad de la soldadesca haba muerto de
hambre, de maltrato, de aoranza, de fusil, de ta-
cuara, o haba desertado. Gran ahorro para las
arcas castrenses!
Que los gauchisoldados tenan una resistencia de
lonja sobada, lo dice el que buena parte sobreviviese
a semejante rgimen. He aqu el testimonio de un
extranjero y hombre de ciencia: "Estos incomparables
soldados argentinos que en cuanto a abnegacin,
perseverancia y resistencia contra las fatigas, no tienen
rivales en el mundo". (Pablo Lorentz, miembro de la
comisin cientfica que acompa al general Roca
en la campaa a Ro Negro en 1879).
Perfectamente coincidente con todas las citadas
opiniones es la de otro autorizado testigo oficial o
sernioficial, que marc al pasar una de las ms pim-
pantes bellaqueras de nuestros gobiernos de clase: "La
poblacin urbana, que vive de la produccin del cam-
po, alimentada en su abundancia y su lujo, no da
contingente para la defensa de aquellos intereses
amenazados por el indio. El campesino, el paria, el

63
perseguido por la autoridad o por el desvalimiento, se
es y ser generalmente el soldado destinado en son de
castigo a las banderas. .. .". (La explicacin de la
preferencia es fcil: mientras los pobres de la ciudad
son sirvientes o artesanos, los pobres del campo o
gauchos, ni se prestan al yugo ni a considerar sagradas
las vacas que le estorban el camino). "Es el mrtir
de la disciplina militar que le exige una resignacin y
un silencio ms all de los lmites de la obediencia y
el sufrimiento". "La nacin le da dos libras y media
de carne, siete onzas de pan que es apenas lo sufi-
ciente para que no se muera de hambre, y la mitad
de lo que se necesita en las rudas fatigas y penurias
de la frontera. La nacin le entrega la ropa de in-
vierno en verano y la de verano en otoo y le adeuda
hasta cuarenta meses de su mezquino sueldo". (E.
Zeballos: El pas de los araucanos.)
Hay algo ms. La holgazanera del gaucho hay que
ponerla en balanzas nuevas. Padeca, claro est, el
achaque nsito del que trabaja en lo ajeno: la falta
de ejemplo y estmulo. Para qu casa durable,
rboles, cercas, si el da menos pensado el dueo del
latifundio le daba el pasaporte? Labriego o artesano,
no poda ser y no era, pero trabajador pecuario s,
y casi siempre largo de baqua y aguante. Cuando el
coronel Fotheringham se retira a sus estancias, Pedro
Leiva "el soldado ms ejemplar que he conocido",
busca su ayuda. "Sali de baja con el grado de sar-
gento primero. Se me present diciendo: Quiero que
me ocupe en algo, mi coronel".
Como capataz result an ms aguerrido y cumpli-
dor que como sargento. De los quilates de su pericia y
arrojo dice algo el que los ratos libres su pasatiempo
era el de coleccionar cueros de yaguaret: lleg a

64
veintiocho, quitndoselos a sus legtimos usuarios, sin
dejarse araar siquiera.
Zeballos insina otra verdad: la de que el gauchisol-
dado fue el verdadero vencedor del indio y que sin
1 los estancieros apenas hubieran pasado el Salado,
y tambin el verdadero civilizador del desierto... No
fue propiamente eso, pero s el que fund los primeros
centros de poblacin remotos para que los terratenien-
tes pudieran tomar posesin de su imperio. "Convier-
ten el campamento en preciosas villas. Saben hacer
de todo. Fabrican el ladrillo; cortan y labran la ma-
dera, cortan paja para los techos, baten el hierro en
las fraguas, edifican desde el rancho basta el cuartel,
siembran inmensos potreros, desempean todas las
artes y los oficios que caracterizan nuestra civilizacin
embrionaria. .
Zeballos hace el prontuario de los auxiliares o
asistentes que le han dado, elegidos por su pericia, su
lealtad y su coraje. Rosa Herrera, que se contrat por
dos aos lleva cinco de servicio y treinta meses impa-
gos. No pide ascenso ni paga: quiere la baja slo. Y
el rastreador Carranza "til compaero y sabio con-
ductor para estas pellejeras", "que fue actor, conoce-
dor y cantor de todas las travesas y campaas argen-
tinas, que ha paseado triunfante desde el Paraguay
hasta la Patagonia y desde el Plata hasta los Andes
mendocinos", que habiendo quedado a pie en el Pas
del diablo lucha solo por das con el polvo y las
leguas inmisericordes y las vence a puro instinto y
denuedo. .. El tuerto Carranza, que lleva veintitres
aos de prisin ambulante en el ejrcito, slo tiene un
sueo en la vida: la baja.
"Cuando uno ve, como yo he visto, a estos mrtires
de la civilizacin argentina, abandonados en pelotones
de cinco hombres en el seno del desierto. . . sin techo

65
y sin cama, supliendo con vizcachas, zorros y zorrinos
las economas de Congresos... cubiertos de harapos
de brin bajo la nieve, o de pao mientras la arena
quema... y a todas horas a caballo, en peligro, sin
reposo, sin mujer, sin hermanos ni amigos... se
siente un impulso de generosa simpata hacia el sol-
dado argentino.. .". (E. Zeballos: El pas de los
araucanos.)
Perfectamente. Slo que esta elega, como la de todo
hijo o ahijado de la clase dirigente, no est libre de
la doble sospecha de incomprensin e hipocreca.
En efecto, si nos atrevemos a bajar al fondo de
la cuestin, advertiremos que las cosas no pudieron
ocurrir de otro modo. Toda sociedad civilizada, hasta
hoy, se ha erguido sobre la propiedad privada, es
decir, sobre la expropiacin de la inmensa mayora
de la comunidad por una minora nfima: o sea, se
alza sobre el despojo, la violencia y el fraude ya que
los ejrcitos, los dogmas, las leyes y la moral se con-
formaron para esconder y defender esa iniquidad de
base.
Cmo quera el doctor Zeballos, futuro canciller
de la Repblica, que no ocurriera lo que vio en una
sociedad en que unas cuantas docenas de familias se
haban arrogado el derecho a todas las tierras y las
vacasy aun a los andes y mulitas, una socie-
dad gobernada a discrecin por esas mismas familias?
Es que desde los milenarios orgenes sumerios y egip-
cios a las clases detentadoras de la riqueza y el pri-
vilegio se les ha importado poco ni mucho de las
clases explotadas y ya no decimos de su elemental bien-
estar, sino de su vida misma, cuando es necesario
quemarla en el ara de los intereses patronales? No
hablemos ya de asirios o romanos o medioevales. En
pleno siglo xvn, en el pas menos salvaje de Europa,

66
La Bruyre, filsofo de corte, se dej decir en un
pargrafo de sus Caractres que los campesinos fran-
ceses no estaban por encima del nivel animal, y en
pleno siglo xix, los campesinos irlandeses, expropiados
por sus primitos de la otra isla, agonizaban en la
ignorancia, la roa y el hambre. Y para qu hablar
del paisano italiano, polaco o ruso, sometido al ayuno
devoto por los concesionarios de Dios y de la geo-
grafa?
Qu poda esperar el campesino nuestro de una
clase que se senta y saba directa heredera del en-
comendero espaol y que a pesar de Mariano Mo-
reno y Sarmiento conservaba su misma terrera men-
talidad! La democracia, la libertad, y la noble igual-
dad del Himno y la Constitucin? Bueno, todo eso
hace precisamente de biombo para esconder lo que no
debe verse. Es que no fue en nombre de la des-
posesin y la castidad evanglica cmo la Iglesia se
apoder de un tercio del agro de la cristiandad y
los conventos se convirtieron en fortines de fornicarios
y tribaderas?
No puede olvidarse adems que nuestra oligarqua
bicorne hallbase ya filialmente supeditada y hasta
ligada por no pocos vnculos de sangre a Inglaterra,
y por ende, puesto por la crisis en la alternativa, el
gobierno de Avellaneda debi ahorrar sobre el sudor
y la sangre de su pueblo para pagar hasta el ltimo
centavo de la sacrosanta usura inglesa, aunque los
gauchisoldados murieran peleando menos con los in-
dios, que con el hambre y los piojos.
Todo ello para no recordar que, como todos los
de una sociedad de clases, nuestros gobiernos aun
presididos alguna vez por un hombre honrado
eran funcionalmente gobiernos negreros, no slo
sostenedores de los privilegios tradicionales, sino de

67
los grupos y amigos partidarios. Ya veremos que el
pleito con el indio pudo prolongarse gracias a que
desde el comienzo fue un opparo negocio para mu-
chos prceres del sector civilizado, comenzando por
Rosas y tenninanclo por muchos pulperos cuyos ape-
llidos luce hoy buena parte de nuestra oligarqua.
Ya veremos cmo, presuroso de hacer madurar a
tiempo su candidatura a la presidencia, poniendo a
los pies de la oligarqua terrateniente el mapa entero
de la Repblica, el general Roca no trepid en abrir
su campaa sobre las heladas tierras del sur en el
umbral del invierno, y con un cuerpo de sanidad im-
provisado a la bartola, es decir, jugando a perder con
lo que a las clases poseyentes nunca les importa: el
bienestar y la vida de los de abajo.
Cayuta, un collita mandado por descuido o capricho
de algn alcalde jujeo, desde la Quiaca a la con-
quista del Ro Negro puede ser tomado como un sm-
bolo de los gauchisoldados y su suerte.
No es un bobo, como cree la mayora, sino una
criatura inhibida como buen hijo de una raza secu-
larmente sumergida en la desposesin y el desamparo
y ahora doblemente apocada por la desconcertante
novedad del medio en que le toca actuar, por pifia
de sus conmilitones no menos que por la racin coti-
diana de insultos y castigos. Cayuta lo aguanta todo
sin un mu ni una mueca. Es el esclavo en el que los
otros descargan el resquemor de su impotencia para
sacudir sus propias coyundas. A poco de llegada su
divisin a Choele Choel, Cayu .ta falt a la lista. "Nadie
crey en la desercin de aquel desgraciado", dice uno
de sus superiores. "Segn creencia general, debi aho-
garse en el ro". Pero poco despus Cayuta fue ha-
llado en la Mesopotamia de polvo y espinas que me-
dia entre los ros Negro y Colorado. Procesado por

68
desertor, con todo el ritual de la ley, sin que nadie
levantase un dedo ni una palabra en su favor, y con-
denado a muerte por el veredicto del tribunal militar
de emergencia confirmado por el general Villegas,
Cayuta fue ejecutado. Muri sin saber quiz que mo-
ra, y que tal vez era lo mejor para l, aunque no
para sus patriticos verdugos.
La divisin entera desfil con la vista vuelta hacia
el cadver del mrtir, a fin de que el ejemplo fuese
fecundo. "En la espalda veanse claramente los agu-
jeros abiertos por las balas al salir, mientras la cha-
quetilla quemada por el fogonazo dejaba escapar una
tenue nubecilla de humo. . ". (Prado: La conquista
de la Pampa.)
Lujo de inhumanidad? No, solo la necesaria para
que el bajo pueblo de cualquier rincn del pas apren-
diese a morir sin rezongos por la patria, la religin
y la civilizacin. . . es decir, por el patrimonio ex-
pansivo de los terratenientes.
Lo que los pobres soldados forzados a ejecutar o
presenciar el acto nefando no advirtieron es que to-
dos eran Cayutas y que su suerte no sera del todo
distinta a la del sacrificado.
En efecto qu recogieron del casi legendario en-
sanchamiento del agro del pas los que ms sudaron
y sangraron por ello y para ello? Buena parte quiz
la mayor finaron tatuados por las tacuaras, embru-
tecidos entre los indios o, extraviados en el desierto,
volaron al cielo en el buche de los cuervos. Tal vez
los ms felices. Los dems terminaron jubilados por
las lanzas o las bolas rengos o cojos o deslomado
por los aos y el servicio. Algunos recibieron boletos
por un ciento de hectreas de tierra perdida en la le-
jana que otra cosa no podan hacer se apre-
suraron a cambiar a algn terrateniente por un pu-

69
liado de nqueles o al pulpero por dos vasos de vinci.
Los ms insumergibles llegaron a peones de estancia
o vigilantes o mendigos.
No faltaron hombres dos o ms que se atrevieran a
poner el dedo sobre esa llaga que an supura y ms que
antes.
" Pobres y buenos inilicos! escribi un da el co-
fnandante Prado haciendo el epitafio de sus compa-
eros. Haban conquistado veinte mil leguas de terri-
torio, y cuando ms tarde esa riqueza enorme pas
a manos de los especuladores que la adquirieron sin
esfuerzo ni trabajo, muchos de ellos no hallaron si-
quiera en el estercolero del hospital un rincn mez-
quino en que exhalar el ltimo aliento de una vida
de herosmo y abnegacin. - . Al ver despus despil-
farrada en muchos casos la tierra pblica, marchan-
teada en concesiones de treinta y ms leguas, al ver
las garras de los favoritos clavadas hasta las entraas
del pas. . . daban ganas de maldecir la conquista,
lamentando que todo aquel desierto no se hallase en
manos de Reuque o de Sayhueque". (Conquista de
la Pampa.)
Y cosa que no todos saben, hubo tambin un pre-
sidente argentino que se anim a delatar esta inmortal
barrabasada de desterrar a un pueblo dentro de sus
propias fronteras, y lo hizo, no en el confesionario,
sino al aire libre, despidiendo a los legionarios que
partan al desierto:
"Este trapo, ya lo veis, contiene vuestra propia his-
toria. Las lluvias que lo han destruido, cayeron tam-
bin sobre vuestras espaldas; los rayos de sol que lo
han descolorido, han bronceado y quemado vuestro
rostro, fuera de las hambres y la sed que sufristeis en
el desierto y la sofocacin del polvo de las marchas...
"Haced que el abanderado agite ese trapo viejo,

70
roto, descolorido, a fin de que al verlo lean en l es-
critos los sufrimientos, las fatigas, las hambres, la sed
y la desnudez de estos soldados, y recuerden que los
que han sucumbido a las enfermedades de la cam-
paa son ms en la guerra que los matados por las
balas.
"Este trapo dir con su desnudez y pobreza a los
hijos de los ricos, de los felices, de los ociosos, que
esos millones que poseen en casas y alhajas, esos millo-
nes de ovejas, de caballos y de vacas se lo deben a
los pobres soldados del Once como a los otros cuerpos
que les dieron la seguridad de las fronteras". (D. F.
Sarmiento: Papeles del presidente.)

71
 CAPTULO IV

CAUTIVOS Y CAUTIVAS

La versin dada por los gobiernos y sus rganos

insista en que todos los refugiados entre los indios
eran caballeros renegados de la civilizacin, del cru-
cifijo y del asado vacuno con cuero. No era muy as,
sin embargo. Podemos sospechar que, buena parte
al menos, huan de la injusticia guerrera de los jue-
ces de paz, de las levas o del ejrcito, que eran ms
temibles que el indio.
Hasta hubo refugiados de respeto y fama. El mayor
de todos fue don Manuel Baigorria, oficial de Paz
escapado por milagro de las garras de Facundo, que
vivi sustrayndose un cuarto de siglo a las de Rosas,
y lleg a coronel y cacique entre los ranqueles, y
despus ayud en Cepeda a Urquiza contra Buenos
Aires y ms tarde, a sta contra aqul en Pavn, de-
finiendo la victoria con sus jinetes, cuando ya la ca-
ballera portea haba vuelto al seno del hogar, con-
tribuyendo as inocentemente sin duda, a inferir
al pas la presidencia de Mitre y la guerra del Pa-
raguay. Fue la menos leve de sus culpas.
Otro, aunque ya nadie lo recuerda, fue muy men-
tado en su tiempo: Juan Cuello, "aquel gauchito ru-
bio que tantas veces tuviera en jaque a elementos de

72
la Mazorca", que se refugi en los toldos del cacique
Moicn con cuya hermana se cas al fin, hasta que
traicionado por ella, cay en poder de la polica ro-
sista, es decir, del sepulcro. (Ral Ortelli: El ltimo
maln.)
Melena lacia hasta los hombros, barba y bigotes
cerrados, todo negrsimo igual que los ojos de mirada
un s es no es velada, como disimulando su fabuloso
poder de penetracin; piernas en parntesis, de jinete
rato, mermando un tanto su estatura, pero no su es-
tampa y gestos que denuncian, al que sabe ver algo,
una confianza en si mismo tan adentrada como una
estaca pampa: ste es el archimentado indio Molina,
que no es tal indio sino un gaucho, ex granadero de
San Martn y ex capataz de la estancia Marihuencul
de don Pancho Ramos Meja, estanciero ms audaz
y capaz en su trato que el mismo Rosas, y a quien
ste, comido de celos, puso mal con el gobierno hasta
lograr su acusacin y detencin, a consecuencia de
lo cual Molina hubo de buscar refugio entre los in-
dios. Como amn de lenguaraz el Indio es baquiano
de envidiables agallas, de entrada no ms campe
por sus cabales entre los pampas y tanto, que, al no
mucho tiempo, se vino timoneando un maln tan
desbordado que no se salvaron de sus oleadas ni Do-
lores, ni la familia de su fundador inclusa, ni las es-
tancias de don Juan Manuel. Pero habindole ma-
tado los indios a su amigo El Guaireuio, ri con los
cerdudos y se les hizo humo en su mejor parejero,
hasta venir a soltar las riendas al borde de la laguna
Kakel, campamnto del mayor Kornell, quien lo ro-
de de guardias para salvarle el cuero, pues listo para
expjdicionar a Baha Blanca, semejante baquiano le
vena en la ocasin como un ngel. La cotizacin de
su idoneidad era tal que el indulto oficial y completo

73
no tard en venirle y con la firma de Rivadavia nada
menos. Ms tarde, en 1827, cuando los marineros de
cuatro barcos brasileos intentan apoderarse de Car-
men de Patagones, veintisis gauchos sureos, maris-
caleados por Molina, contribuyen a hacer cambiar de
idea a los invasores, incendiando los campos circun-
dantes. Aos despus, sirviendo a la Santa Federacin,
Rosas, desconfiando de l, se supone, le interrumpi
la carrera segn secreto a voces mandndole un
brindis con vino engualichado.
Naturalmente el refugiado en las tolderas, casi bien
tratado entre los indios, al precio de ser colega de
maln, no es un cautivo, o sea, el que encuentra all
su purgatorio araucano: la esclavitud lisa y llana como
los peores trechos del desierto.
De todos los cautivos, el que ha logrado ms re-
nombre es el autor de Trois ans d'esclavage chez
les Pata gons, August Guinnard, un francesito que,
extraviado en un viaje de Buenos Aires a Rosario,
cay en poder de un pelotn de indios que lo obli-
garon a repetir lo de Mazepa, viajando cientos de
leguas sobre el lomo de un caballo con los pies atados
en lugar de estribos.
All pasa de mano en mano, vendido como cual-
quier animal domstico. Un da en que, saltando so-
bre el borde de la desesperacin, se cuelga de un r-
bol, su dueo corta la soga a tiempo y le echa en
cara su negra ingratitud: si el cautivo hubiera logrado
su intencin quin le devolvera a su propietario los
ponchos y yeguas dados por l? Lo vende a otra tribu
para no arriesgar su capital. Sospechado all de haber
escrito una carta felona y amenazado de olvidarse de
Francia con un par de bolazos, se escapa de entre las
uas de sus jueces, consigue llegar al saln de audien-
cias de Calfucur, que suspende la condena provisio-

74
nalmente, esto es, hasta confirmar o despejar la sos-
pecha. Todo lo favorece y termina ascendiendo a se-
cretario de la cancillera de Salinas Grandes. En pago,
ensea a Calfucur algunos de los secretos del arte
agrcola. "No son tan tontos los cristianos, enton-
ces!"... pondera el cacique.
Aunque la idea de la fuga lo roe da y noche, cor-
tndole el resuello a ratos, el cautivo tarda aos en
echar los dados. Escapar de los indios es ms casual
que escapar de laviruela negra, y sabe tambin (por
haberlo visto con los ojos salidos de quicio) que al
prfugo frustrado los indios lo convierten en alfiletero
de sus lanzas...
Pero un da, al anochecer, y aprovechando una
pica borrachera de sus amos, parte sin adis en tres
de los mejores caballos del cacique... Que el octo-
genario de caldn le perdone. i Este si que es el galope
de Mazepa! De tarde en tarde se detiene y tirndose
al suelo pega a l el odo escuchando. El eco del
galope de sus perseguidores? Sin duda... Pero no:
es slo el retumbo de su corazn! Y sigue galopando,
saltando de un caballo a otro, hasta que uno de ellos
se le cae de entre las piernas, muerto. Oh, as mo-
rirn todos. Fuerza ser descansar, escondindose de
noche, partiendo antes del alba. Al cuarto da, al
borde del agotamiento sus caballos y l, y cuando su
garganta sin saliva es una carda, siente que el montado
comienza a parar las orejas y avivar el paso. Se diri-
gen, al fin, al primer remansado socorro de agua dulce.
Y ms tarde al primer rancho cristiano. All cae el
viajero de su inextinguible caballo indio a la cama
a pelear un mes con el insomnio y el delirio.
Naturalmente el cautivo termina aprendiendo el
araucano en parte ayudado por los azotes y se
trueca en lenguaraz. Es lo que pas con Santiago
75
 Avendao "Un ser modesto.., y de un carcter
digno, a cuyas cualidades debe el vivir en la pobreza.
Es hijo de este pas. Fue cautivado cuando nio. Hace
aos que es til a la Patria. . ." (Jos Eotana, juez
de paz del Azul.)
Avendafio se despidi de los toldos en 1849, en
una escapada no menos homrica que la de Guinnard,
relatada por l ms tarde, as como los dantescos fu-
nerales del cacique Pain en los cuales su hijo, en
talin sagrado, le sacrific a bolazo limpio a ocho cau-
tivas acusadas de haberlo embrujado. . . (Revista de
Buenos A ires, tomo XV.)
Avendafio muri como secretario del general de
la nacin y las tolderas, Cipriano Catriel, cuando
ste, segn mentas, fue despachado al cielo araucano
por su propio hermanito Juan Jos.
No menos intensa sino ms fue la vida de Eugenio
del Busto. A los seis aos fue raptado y llevado a los
toldos; a los quince y ya bien amasada y cocida la
ciencia del desierto sacudi de sus botas de potro
el polvo de las tolderas y rumbeando sin falla se pre-
sent a Rauch, que regresaba de una expedicin bal-
da a Cur Malal. Gracias al muchacho, que haba
olvidado la de Castilla, pero que se hizo entender a
seas, el apampado coronel tudesco pudo dar uno de
sus golpes ms firmes. Y desde esos das de 1826 hasta
veintiocho aos despus, en que se halla como co-
mandante de la frontera del Bragado, del Busto, que
fue sin duda en su poca el ms profundo erudito del
desiert y sus cosas, intervino como baquiano, len-
guaraz, auxiliar o -jefe en centenares de operaciones
y refriegas, aventando indios y rescatando cautivos. El
coronel Alvaro Barros, hombre de juicio ceudo, - ha-
bla con ponderacin de su capacidad y derechura.
Fue por eso, precisamente, que bajo Rosas o sus

76
sucesores liberales, pese a haber sido premiado varias
veces con medallas y tierras, nunca recibi ni un pu-
ado de polvo "y ni siquiera el derecho al sueldo de
su clase le fue reconocido"? (A. Barros: Fronteras y
territorios nacionales.)
"Gracias a misteriosos tratados con el proveedor el
cacique Juan Catriel reciba en bienes materiales slo
un cuarto o un quinto de las raciones, y entregaba
recibo por el todo mediante una suma de dinero que
serva para alimentar su fasto... El cacique encon-
traba completamente simple --y quiz legtimo, en
su lgica indgena que los propietarios vecinos, po-
seedores de las tierras de sus antepasados pagaran los
gastos de aquellas transacciones. El jefe de frontera
conoca perfectamente estos vergonzosos negocios y
los toleraba a veces por connivencia, y ms a menudo
por temor a disgustar al cacique, a quien la contrasea
ordenaba tratar con miramiento, y al proveedor, cuya
clera era temible. En efecto bajo la administracin
del general Mitre los proveedores del ejrcito, rpi-
damente enriquecidos por lo dems, se adivina, mi-
tristas fervientes formaban una poderosa corpora-
cin que ocupaba todas las avenidas del poder y con
la cual era imprudente no contar.
"La llegada de D. Domingo Sarmiento a la presi-
dencia no cambi en nada la situacin de Catriel, y
cuando el viejo cacique muri cargado de gloria, de
cerveza y de aos, los mimos de las autoridades de
la frontera se volcaron en su hijo Cipriano. Los ms
altos cargos militares continuaban siendo llenados por
oficiales pertenecientes al crculo ntimo del general
Mitre o iniciados en los designios de-su partido. Puede
creerse que abrumando de atenciones a los indios se
reservaban fcilmente aliados por si hubiera que co-
rregir con las armas los caprichos del escrutinio en la

77
 gran batalla electoal que preparaban desde lejos con
tanto ahnco. El nuevo presidente, hombre de go-
bierno, decidido a reformar el ejrcito, pero gradual-
mente, desde abajo y no desde arriba, haba evitado
separarlo de los hombres a quienes estaba hecho a
obedecer. En sus charlas ntimas complacase en citar
esta respuesta de Lincoln a quienes queran, durante
el curso de una gran operacin estratgica, hacerle
destituir un general vencido: "No hay que cambiar
caballos en medio del ro".
"El presidente Sarmiento no se haca ilusiones sobre
la poca simpata que despertaban sus reformas sobre
los generales encargados de aplicarlas, pero como
muchos llegados tarde al poder despus de haber en-
vejecido en los asuntos de Estado---- profesaba cierta
indiferencia respecto a la calidad de los instrumentos
a emplear, confiando del todo en la mano destinada
a manejarlo. Siendo as, estaba convencido en absoluto
de que saba manejar a los hombres. Por lo dems,
respecto a modificaciones en los comandos, la guerra
de Entre Ros lo plant, como deca Lincoln, en el
medio mismo del ro. El presidente dej a los jefes
de frontera en sus comandos, vigilando sus intrigas,
sin dejarse asustar por ellas. La frontera de los Andes,
vasta y lejana, librada al ms activo y menos escru-
puloso de los oficiales cuya suerte estaba ligada a la
del partido mitrista, lo inquiet un poco al final.
Crey haber resuelto la situacin alejando al general
Arredondo y relevndolo por un hombre suyo, un mi-
litar sincero y valeroso, el general Iwanosky, que pe-
reci asesinado apenas comenz la revuelta de se-
tiembre. En cuanto a la frontera de Buenos Aires,
donde el general Rivas adoptaba aires de procnsul,
Sarmiento no quiso hacerse a la idea de que una al-
garada cuartelera poda estallar all, en la provincia

78
clave al alcance de su mano. Se content con enviarle
una carta describindole cuan alocada sera semejante
empresa... Rivas ley la carta y march sobre Bue-
nos Aires, naturalmente llevando tras suyo las 1500
lanzas de su amigo Catriel". (Alfredo Ebelot: Re-
cuerdos y relatos de la guerra de fronteras.)
He aqu un testimonio de excepcin y absolutamente
insospechable como de un lcido y avezado cono-
cedor de la guerra de frontera y sus implicaciones,
y del todo ajeno a nuestros pleitos y negocios pol-
ticos. Pero antes de sacar conclusiones a la luz im-
placable de tamao informe, conviene cerrarlo con
un detalle ltimo:
"Era D. Bartolom Mitre en esos das 1855
coronel y ministro de guerra. Arribado al Azul, con
el ltigo en la mano declar en un discurso que ha
quedado clebre, que esa arma le bastaba para ter-
minar con los indios, y que se hacia responsable hasta
la ltima cola de vaca de la provincia. Se puso en
campaa al da siguiente, pero no lleg lejos. A cua-
tro leguas del lugar, al pie de una colina que se dis-
tingue desde el Azul mismo, se dej sorprender y en-
volver por las fuerzas reunidas de Catriel y Cachul,
quienes le arrebataron los caballos y lo hostilizaron
sin tregua, de tal modo que despus de haber incen-
diado l mismo los arneses y bagajes para no dejar
botn, la desdichada columna de su mando debi vol-
ver a Azul a pie. Permaneci all abstenindose de
toda salida y dejando que los indios se aduearan de
todas las vacas del sur y oeste de la provincia. Tras
de lo cual se apresur a regresar a Buenos Aires donde
sonoros triunfos como tribuno resarcieron rpidamente
al hombre poltico de los contratiempos del ministro
de guerra".
Como vemos, el informe de Ebelot no deja nada en
79
 el lonco de la olla, y con slo algn aporte complemen-
tario, podemos resumirlo as: 1 9 ) Desde la segunda mi-
tad del siglo xviii hasta 1852 la guerra con el indio
no toma caracteres de catstrofe, si bien Rosas tiene
que eliminar los ms indispensables servicios pblicos
caminos, correos, hospitales, escuelas para poder
comprar la paz de los indios, es decir, salvar en lo
posible las vacas de los estancieros y las suyas. 2 9 ) La
nefanda calamidad se inicia con la primaveral revo-
lucin del 11 de setiembre y la secesin del pas, es
decir, cuando Urquiza inaugura su luna de miel con
Calfucur y dems caciques, y Buenos Aires pone
toda su energa patritica, no en defender a su pueblo
de los indios, sino en aplastar a las trece provincias
restantes y a la Constitucin Nacional. 39) Ebelot pone
al desnudo no slo la aguerrida inepcia militar de
Mitre, sino algo ms: "aunque ms apto para la po-
ltica que para la guerra, el general Mitre vio siem-
pre en el ejrcito ante todo un instrumento* de go-
bierno. Durante su larga administracin haba cu-
bierto las plazas con sus protegidos: la mayor parte
de los jefes eran sus parientes el general Emilio Mi-
tre, su hermano, el general Vedia, su cuado o
soldados de fortuna.., dispuestos a subordinar los in-
tereses del servicio a las conveniencias del partido que
los haba elevado". (Los otros jefes a que alude, todos
uruguayos, son Venancio Flores y Sandes, masacra-
dores incontenibles; Iseas, llamado "el Torquemada de
la Pampa" por Fotheringham; Rivas, acusado de la-
drn por sus propios oficiales, como veremos, y Arre-
dondo, asesino de Iwanosky). 4) Sarmiento, aunque
empeado en curar al ejrcito de su gangrena pol-
tica y justamente por no caer en el personalismo
y mandonismo que le imputan las cornejas hasta hoy,
no cambia el equipo militar dirigente o guardia pre-

80
toriana importada, y l y el pas sufrieron las conse-
cuencias del caso. 59) Como Ebelot no es un estan-
ciero ni un poltico bonaerense, como el coronel Ba-
rros, al denunciar la apestosa corrupcin castrense,
que continuar a lo largo de las dcadas, no oculta
lo que aqul calla: la radical anttesis entre la pol-
tica de Sarmiento y la de Mitre entre un caudillo
del pensamiento reformador y un caudillo de cuartel
y atrio electoral forrado de latines.
En un captulo prximo se examinarn ms dete-
nidamente los orgenes y modalidades de ese fracaso
consuetudinario de la guerra contra el indio inaugu-
rado por Mitre, de la virtuosa inepcia de nuestros ge-
nerales que, por una en el clavo daban nueve en la
herradura. Aqu digamos slo lo que se- viene callando
hasta hoy: que lo consignado fue la causa decisiva
de que los indios, que llegaron a controlar casi la mitad
del territorio patrio y consumir casi la mitad de su
presupuesto en pensiones y fortines, que los indios go-
bernasen un da ms que el gobierno.
Fue entonces cuando el terror al indio que golpeaba
al cristiano donde ms poda dolerle en sus vacas
y en sus mujeres y sus nios devino una endemia.
Si la fama del hijo del desierto alebronaba a los hom-
bres, sin excluir a los bien armados profesionales del
valor, ya puede imaginarse lo que ocurrira con las
mujeres, botn favorito de las tacuaras por una razn
doble. De un lado, en la poblacin de los toldos, for-
mada originariamente por guerreros emigrados de la
otra falda de los Andes, la mujer estaba muy en mi-
nora. De otro lado, el auca, que sin duda no careca del
todo de instinto esttico, no era, ni mucho menos, ajeno
a la superioridad escultural de la hembra blanca: "ese
cristiana ms alta, ms pelo fino.., ese cristiana ms
lindo", le dice un galn ranquel al coronel. Mansilla.

81
 Fue en esas dcadas, del 55 al 75, cuando el indio
en la imaginacin femenina, sobre todo lleg a
cobrar casi la estatura de los elementos, a usurpar la
figura misma del demonio. Por su parte el indio, ce-
bando su orgullo en el xito, lleg a sentir hacia los
huincas ese desdn magnnimo que los melenudos
sienten por los calvos.
El indio lleg a ser como la encarnacin del de-
sierto cuyo misterio haca tiritar hasta las crines y
el relincho del caballo de la civilizacin.
De boca en boca pasaban los datos del prontuario
del pampa. Que se atreva a todo lo que puede atre-
verse el diablo y tal vez a ms. Que aguantaba los
fros como un abrojo y el sol como una chicharra.
Que era inmune al hambre, a la sed y a los mosquitos.
Que ms de una vez haba derrotado a la caballera
cristiana slo con el olor... (G. E. Hudson: Una
cierva en el Richmond Park.) Que slo conseguan
entrarle el remington y la viruela negra.
Tambin se saba positivamente que su caballo
ms indio que l y ms guanaco que los guanacos-
era brujo: aguantaba las leguas y la sed hasta donde
se lo pidiesen; galopaba maneado, burlndose de las
boleadoras; rebotaba sobre los fangales y los mda-
nos: y slo se dejaba montar por la zurda y por su
amo de vincha.
En cualquier caso, el maln estaba echando siempre
su sombra incendiaria sobre el plido espanto de la
cristiandad pampeana, y tal vez los muertos sentan
all abajo las ventajas de su seguridad cuando lle-
gaba el maln. El maln que llegaba casi siempre
delante del alba, trayendo de vanguardia la salva-
jina del desierto, aunque no lo denunciaban slo eso
y el tropel: como el flautista que mueve los dedos
sobre los agujeros de la flauta, el auca llegaba gol-

82
pendose la boca con la zurda para modular mejor
ese aullido de guerra que obligaba al cristiano a tem-
blar por fuera y por dentro, el ruido ms aciago
escuchado en la pampa e inolvidable para el que lo
hubiera escuchado una vez sola.
En un par de horas el maln aglutinaba siglos de
espanto. Al clamor, semiahogado de polvo de los ga-
nados rastrillados de las praderas y empujados al de-
c ierto, juntbanse los balidos humanos ahogados
de golpe en el degello. "Segn referencias dice
Ramayn Calcufur dejaba carteles escritos con
sangre cristiana a la luz del incendio que coronaba
su obra". Con cartel o sin l, el maln se retiraba
con su vanguardia de centenares de miles de reses y
centenas de cautivas, dejando los campos entre un
anillo de incendios semejante al de Saturno.
Quin poda salvar a las mozas y los nios en
medio de ese apocalptico zafarrancho? Cruzadas so-
bre el lomo de los caballos para un paseo de ochenta
o cien leguas o ms, las cautivas iban sumidas en el
soponcio o la agona o tan preadas de sollozos y
ayes que ya su garganta era una haga.
Vae victis! Ay de los vencidos! Lo que fue el
destino de la mujer durante los trescientos milenios
del salvajismo, y durante buena parte del perodo de
barbarie, un historiador contemporneo tan respon-
sable como Gordon Childe lo esboza rememorando
un detalle que echa manchas de leopardo sobre el
prestigio de la galantera masculina: "El progreso de-
cisivo realizado entre los aos 4000 y 3000 antes de
Cristo consisti en traspasar la carga de las espaldas
de las mujeres al lomo de los asnos en el nordeste de
frica o a carretas tiradas por bueyes en Asia An-
terior..
Y todo ello pese a que, como hoy est averiguado,

83
 los inventos iniciales de la civilizacin alfarera, ga
nadera y agricultura menores, hilado y tejido fue-
ron obra femenina.
Nos nos asombre, pues, el anoticiamos que entre
las tribus araucanas a la mujer le estaba asignada la
funcin de esclava universal. Vale decir que el indio
se consagraba exclusiva y totalmente a las aristocrti-
cas funciones de cazar, guerrear y emborracharse, de-
jando a cargo de la mujer todas las tareas innobles
o antiviriles, digamos todo lo que significaba propia-
mente trabajo: amamantar y criar al hijo, moler, co-
cinar, lavar, hilar, tejer, traer agua, cortar y acarrear
lea a la espalda, y ms an: carnear las yeguas o
las vacas, preparar el charqui y la aloja, armar, des-
armar y trasladar los toldos, y todava arrear el ganado
raptado en los malones, mientras los caballeros de
chuza y boleadoras cubran la retirada.
Si esto ocurra en el terreno econmico, no poda
esperarse algo muy fino en el terreno galante. Es
cierto que la mujer soltera gozaba de ms que relativa
libertad, pero eso terminaba de golpe y porrazo en el
umbral del matrimonio. Todo sin olvidar que la poli-
gamia estaba establecida de hecho y derecho. Que,,,
como en Asia y frica , ella constitua slo privilegio
de una nfima minora? Claro est: era privilegio de
los econmicamente solventes, es decir, de los caciques.
Con ello queda insinuado que los indios muy pobres
deban acogerse a la soltera forzosa. Algo de lo que
debi ocurrir entre los' hebreos de tiempos de Salomn,
ya que segn el Libro de los r.yes (su parte de verdad
debe de haber, pese a la exageracin oriental) las
esposas del rey sabio se contaron por centenares,
De Mahoma se sabe que reform el cdigo galante
de los rabes, reduciendo a cuatro el nmero de es-
posas del buen creyente. Se sabe tambin que, corno

84
las mujeres no tenan acceso al paraso musulmn, su
ausencia debi ser llenada con las inmarcesibles hures.
Estos fugaces antecedentes no huelgan del todo por
lo que iremos viendo.
Es indudable que en el terreno sexual, como en
otros, las costumbres araucanas evolucionaron sin
pausa desde los apeuscados y pluviosos valles de
Arauco y desde los das de Valdivia y Ercilla hasta la
Pampa relinchante y mugiente del siglo pasado. Las
causas son obvias. Los indios de Lautaro y Caupoli-
cn, dados su nivel inferior de barbarie y los flacos
y aguados recursos de Araucania, vivan en una so-
briedad casi de ascetas. Bien diferente de lo que ocu-
rrira en la Pampa de Calfucur, cuya industria nica,
llamada maln, produca en los momentos felices ren-
tas millonarias, y en los ltimos tiempos hasta vino
de Burdeos y lociones de Pars.
Los caciques de primer rango como Yanquetruz,
Pain, los Catriel, Namuncur, Pincn, y no digamos
el gran Calfucur, llegaron a ser bastante ms pode-
rosos que muchos seores feudales y muchos reyezuelos
de frica. Que comnmente la casi fabulosa riqueza
de sus botines fue agua o arena entre sus dedos y no
les sirvi para superar su barbarie obstinada en una
esterilidad de mula, conforme; pero les sirvi para
resguardar su asprrima libertad y alargar la escala de
sus vicios.
As, como consecuencia de los rendimientos del ma-
ln, sobre todo en cautivas rubias o morochas ms
codiciadas que las vacas mismas por el auca, apare-
cieron los serrallos pampeanos, ms rudos aunque
menos aciagos que los de Oriente ya que no incluan
el complemento de eunucos guardianes. Como el loro
de acerado pico y lengua enjuta prefiere a todas las
duras semillas del desierto la lechosa dulzura del

85
choclo, al auca le estra de sangre los ojos la gula de
la mujer blanca como el doble candor del alba sobre
el valle nevado. Lleva la aoranza de las cautivas
probables como herida cerrada en falso. Ante esa sola
imagen presentida la lbido araucana, atizada por el
aguardiente, relincha en sus vsceras.
La cautiva a su vez siente que todo se le vuelve
polvo y arena como ciertos trechos del desierto; que el
indio con su cara chata, sus pmulos salidos y sus
bigotes ralos se parece al puma, cuyo olor recuerda;
que su cara ignora la sonrisa y su risa aborta en hipo,
y sobre todo, que es la fiera que ha matado a su padre,
su marido, su hermano o su novio...
El va crucis porque deba atravesar la cautiva cris-
tiana, cualquiera fuese su rango social, en el harn
de cuero de yegua y taburetes de crneos de buey,
estaba ms all a veces del horror fsico y mental que
puede aguantar la criatura humana. Al dolor trepa-
nante del desarraigo de su hogar, mezclado al recuerdo
de la hecatombe de los suyos y el incendio de su casa,
agregbase el de verse trocada de sopetn en herra-
mienta de afrenta y vicio de un consorte ms o menos
cerdudo y con olor en enjundia revenida, cuando no
piojoso.
Quedaba el aclimatarse al relente vomitable del
toldo y a manducar bifes crudos de yegua, con liba-
ciones de sangre humeante en ocasiones. Y tampoco
terminaba aqu el derrumbe, pue quedaban como
postre los celos de loba de las indias desplazadas del
lecho- del baj de vincha, que sometan a la cautiva
a toda clase de fajinas, penurias y torturas, sin ex-
cluir la del castigp fsico. Ni excluir algo menos
esperable: que las cautivas veteranas, envilecidas por
la servidumbre, casi araucanizadas del todo, ayudaban
al amo...

86
 Huelga recordar que el ltigo que el auca ahorraba
a su caballo lo gastaba en sus mujeres.
"Con rarsimas excepciones, los primeros aos que
los cautivos pasan entre los brbaros son un va
crucis... Deben lavar, cocinar, cortar lea con sus
manos, hacer corrales, domar los potros, cuidar los
ganados y servir de instrumento para los placeres bru-
tales de la concupiscencia. Ay de los que resisten!
Los matan a lanzazos o a bolazos". (Mansilla.)
Slo que algunas veces la cautiva prefera eso a las
caricias del verdugo. He aqu, en dos palabras, la his-
toria de Petrona Jofr, una herona oscura salida de!
pueblo (bastante ms digna de recuerdo que muchas
inmortalizadas por la leyenda o la historia convencio-
nal), desafiando con sencillez pica la tortura y la
muerte, slo por salvar su decoro y su sexo:
"Parta el corazn verla y orla.
La tena un indio malsimo llamado Carrapi. Esta-
ba frenticamente enamorado de ella y ella se resista
con herosmo a su lujuria. De ah su martirio. Pri-
mero me he de dejar matar, o lo he de matar yo, que
hacer lo que el indio quiere". (L. V. Mansilla: Excur-
sin a los indios ranqueles.)
Que no se trata de una excepcin solitaria lo dice
otro caso testimoniado por Mansilla:
"La haban cubierto de heridas, pero no haba ce-
dido a los furores erticos de su seor. La pobre me
deca contndome su vida con un candor angelical:
Haba jurado no entregarme sino a un indio que mc
gustara y no encontraba ninguno. Era de San Luis.
No est ya entre los indios. Tuve la suerte de resca-
tarla". (op. cit.)
No nos escandalicemos. El trato diferido por el indio
a las cautivas era el mismo que el rufin con
tolerancia de la civilizacin y de la polica difiere

87
 a su vctima: "Vea, seor, cmo castigaba el indio
le deca otra esclava a Mansilla. Y mostraba los
brazos y el seno cubiertos de moretones empedernidos
y de cicatrices. As aada con mezclada expresin
de candor y crueldad, yo rogaba a Dios que el indio
echara por la herida cuanto comiese. Porque tena un
balazo en el pescuezo y por ah se le sala todo, envuel-
to con el humo y. . .
Naturalmente el cautivo o la cautiva, considerado
cosa, era susceptible de compraventa como cualquiera
otra mercanca. El indio propietario de Petrona Jofr
peda por ella "veinte yeguas, sesenta pesos, un poncho
de pao y cinco chiripaes colorados". El cacique Ma-
riano Rosas vendi a su secretario, el chileno Juan
de San Martn, "una chiquilla de catorce aos que
haba sido su querida". Se dir, y con razn aparente,
que todo poda esperarse de semejantes brbaros. Bien,
pero en qu rango colocamos a los ricos chilenos, en-
tre los cuales figuraba el presidente Bulnes, que com-
praban a los pampas, el producto de sus malones, se
tratase de ganado de cuatro o de dos patas? "Los cau-
tivos fueron tambin artculo comercial y, vendidos
como esclavos, salvo las mujeres jvenes que los indios
se reservaban, iban a morir trabajando bajo dura
servidumbre en los fundos de la nacin trasandina",
(Leopoldo Lugones: El payador.)
La resistencia o la fuga del cautivo constitua siem-
pre lo extraordinario. Lo ordinario era la desespera-
cin, la resignacin despus, cuando senta que ya su
tiempo estaba ms all de los relojes y los almanaques.
Lloraba ya slo hacia adentro porque no tena l-
grimas que verter.
Escapar una cautiva de los toldos? Era algo tan
sobrehumano como escapar de los calabozos de la In-
qusicin o de Satans. Guinnard es quien cuenta de
88
una cautiva sorprendida en un comienzo de fuga,
que fue golpeada con cueros primero y despus estu-
prada por veinte cerdudos. Como se volviera loca, la
degollaron para que no sufriese ms...
Cunninghame Graham cuenta de una prima donna
cautivada en el camino de Mendoza a Crdoba. Fue
la misma que, segn Zeballos, logr salvar el coronel
Baigorria, entonces equiparado a cacique ranquel, y
que casada con l por gratitud, termin dejndose
morir de pena?
Era la nica posibilidad de escape, pues sometida a
una insomne vigilancia, hasta el suicidio le estaba ve-
dado a las cautivas.
Dejemos hablar ahora al defensor de pobres y au-
sentes. Que el cacique Ramn tena cuatro esposas,
como los musulmanes ricos, Mariano cinco, Pincn
doce y Calfucur treinta y dos? Pero el tremendo Epu-
mer era ungamo y muchos indios no tenan mujer, o
no la tuvieron nunca como San Pablo, y ni siquiera
podan acogerse a la poliandria, porque la prostitucin
no exista en los toldos.
El serrallo, institucin de lesa-humanidad entre
todas? S, pero al menos el de los pampas no inclua
su complemento ms nefasto, el de los cunucos. Y
no olvidemos que en la Santa Biblia se lee que Salo-
mn, el rey coronado de sabidura por Jehov, tuvo
setecientas esposas y trescientas concubinas. (Libro de
los reyes, II, 3.) Ya sabemos que el harn fue privile-
gio de todos los monarcas de Oriente, y que los sultanes
lo tuvieron hasta ayer no ms y an se mantiene
vivito y coleando en Persia y Arabia. Y tambin que
en el siglo de la Revolucin Francesa Luis XV tuvo
su Parque de los ciervos, un harn regenteado por
monjas, es decir, catlico. Y viniendo a nuestra Am-
rica y para aludir a un solo caso, digamos qu se iba
89
 a ruborizar de Calfucur el general Urquiza, si l
era tan frtil como los patriarcas de la vieja Mesopo-
tamia o los ros de la nueva...
La brutalidad sexual de los pampas? Ya vimos
que era vomitable. Sin embargo no peor que algu-
nas de la civilizacin occidental cristiana: "El cc_st rato
que hacan de prima donna era el favorito del carde-
nal Borghese. Roma, la santa, obliga de este modo
a cultivar la pederasta". (Casanova: Memorias.)
Cmo podran los cristianos tirarles la primera
piedra a los pampas si, como veremos mejor ms ade-
lante, eran aparceros suyos en su ms puras barbari-
dades o iniquidades?
Ya vimos que en su mocedad el teniente Manuel
Baigorria se vio obligado a acogerse al derecho de
gentes de los ranqueles. Era hombre medio aficionado
a libios y con no pocas prendas de caballero para
no aludir al desmesurado arrojo de su lanza pero
precisaba someterse y se someti al predicado de la
vida salvaje. Form toldera aparte y con los aos
lleg a congregar una colonia de refugiados cristianos
en nmero no inferior a trescientos. No slo se hizo
respcar y querer de los indios, sino que stos lo
erigieron en algo is como un cacique general honora-
rio, aunque nunca tom parte en sus malones. Para
evitar un buen da su eliminacin, tramada por algu-
nos capitanejos celosos, debi casarse con la hija del
cacique maor, que se haba prendado de l.
En realidad termin resignndose con el tiempo a
un puado de esposas, no todas indias. Lo peor del
caso fue que con su tolerancia y ms presumible-
mente porque no pudo impedirlo-.-, entre la republi-
queta de inmigrantes cristianos que l gobernaba y las
tribus se estableci un comercio de carne blanca, y
no de aves, por cierto, sino de mujeres cautivas.

90
 Ahora, y para no mentir a sabiendas, hay que de-
cir que no todos los indios eran como los cristianos los
vean, roosos y con cara y genio de perro. Los caci-
ques Baigorrita y Ramn eran hijos de cautivas, y de
Pincn se deca que en su niez fue raptado en Renca.
Ramn y Mariano se baan todos los das, aun Cii
invierno, y sus toldos son bastante ms limpios que
las postas y los ranchos pampeanos, y en cuanto al de
Cuniapn. es flor de aseo. Los Catriel se asociaron al
cristiano para robar a sus propios indios, mientras Ca-
fulcur y Mariano reparten todo el honrado fruto
de cada maln entre los suyos. Catriel, Renquecur,
Alvarito, el Indio Blanco, son modelo de bellacos;
Ramn, Casimiro, Saihueque y Baigorrita son a su
modo, como el mejor gaucho, caballeros cumplidos.
Namuncur escapa sacrificando a los suyos para am-
parar su fuga; Baigorrita muere defendiendo su li-
bertad y su honor como una leona sus cachorros.
Consignemos de paso una muestra del respeto de la
civilizacin hacia las cautivas de enfrente: "La mayo-
ra de los soldados que haban marchado sin mujeres,
se unan a las indias autorizados por el comando ge-
neral como un medio de dulcificar los rigores de la
campaa y de la temperatura glacial". (Schoo Lastra:
El indio del desierto).
Ya se advertir la galante solicitud con que nuestro
jefes militares buscaban evitar a sus soldados lo
peligros del enfriamiento excesivo ahorrando gastoi
al cuerpo de sanidad.
Volviendo a nuestras cautivas, sobra decir que su
rescate, para las pocas que llegaba a darse a tiempo
equivala a una resurreccin. Fotheringham cuenta d
una cristiana sustrada a los tobas que, trastornadz
de jbilo celestial, slo atinaba a besar las manos
sus redentores.
91
 En cuanto a las que desafiaban el berrinche de lava
desbordada del pampa, su herosmo debe ser puesto por
encima del guerrero para contrabalancear de paso el
chisme o leyenda que anda por ah de que las cautivas
de cierta tribu rehusaron el regreso a sus hogares que
eS fue propuesto. El caso, de ser veraz, slo pudo darse
por la araucanizacin total de vctimas raptadas en
la niez, o en madres obligadas a separarse de sus
hijos habidos en la cautividad, que es el caso relatado
por Mansilla en el ms inolvidable, pasaje de su libro,
el de doa Fermina Zrate, de la villa La Carlota,
a quien el cacique Ramn le otorga el pasaporte de
regreso:
Y por qu no se viene usted conmigo, seora?
le dije.
;Ah!, seor me contest con amargura. Y
qu voy a hacer yo entre los cristianos?
Para reunirse con su familia. . Y o la conozco.
todos se acuerdan de usted con cario..
-Y mis hijos, seor?
Sus hijos...
Ramn me deja salir a m, porque realmente no
es mal hombre; a m al menos me ha tratado bien,
desde que fui madre. Pero mis hijos, mis hijos no
quiere que los lleve.
No me atrev a decirle: Djelos usted; son hijos de
la violencia. Eran sus hijos! Ella prosigui:
A dems, seor, qu vida sera la ma entre los
cristianos despus de tantos aos que falto de mi pue-
blo? Y o era joven y buenamoza cuando me cautivaron.
A hora, ya ve, estoy vieja. Parezco' cristiana porque
Ramn me permite vestirme como ellas, pero vivo
como india, y francamente me parece que soy ms
india que cristiana, aunque creo en Dios, como que
todos los das le encomiendo mis hijos y mi familia.

92
 A pesar de estar usted cautiva, cree en Dios?
-Y l qu culpa tiene de que me agarraran los
indios? La culpa la tendrn los cristianas qu no
saben cuidar sus mujeres ni sus hijos.
La cosa vedada est dicha por doa Fermina Z-
rate, como no se atreve ni a insinuarla aun, ninguno de
nuestros historiadores de corte, que otros no tenemos.
Marcada queda la distancia que va de la religin y
la civilizacin, tan rampantes aun bajo sus ornamen-
tos, a lo qu constituye la mayor cima de la tierra: la
decencia humana. Qu piropo para Mitre y los suyos,
de un lad y para Urquiza y los suyos del otro, y para
todos lo omerciantes, estancieros, bolicheros, provee-
dores, pagadores, jueces de paz, polticos y comandan-
tes de frontera que, en su comezn de llenar su bolsa
y su vanidad, empujaron al infierno araucano a buena
parte de lo que debe ser la reserva ms intocable de
cualquier agrupacin humana: sus mujeres y sus nios.
El titulado comandante Salvo por el gobierno chile-
no, el Brujo, por los rotos, y el Machi, por los indios,
era un mestizo chileno que hizo pacto con el diablo
para teledirigir malones lanzados sobre la pampa. En
1871, un jefe argentino escuch en Marilef, de boca
de un viejo indio de Arauco, noticias del Brujo y
recuerdos de sus buenos tiempos, entre otros de un
maln sobre los campos del Azul y su regreso con
botn de ley: los miles de vacas adelante y, de reta-
guardia, el cargamento de mercancas y cautivos.
"Sobre los cargueros, mujeres amarradas como tercios
de sobprno". Sobre las grupas nios abofeteados de
tarde en tarde para acallarles el llanto. Como se pre-
cisaba ponerse fuera de alcance del ejrcito de lnea,
no se hizo alto hasta llegar al paso de Amuyiln, donde
el Pichi Mahuida se deja cruzar por el Colorado.
(All, como frente a Chocle Choel o la desembocadura

93
del Neuquen, innumerables esqueletos que parecan
recuerdos de alguna batalla, lo eran slo de cautivas
que no sobrevivan al viaje).
No por amor a lo lgubre, o vocacin de lo patti-
co, sino por obligacin de destapar la moral de
"sepulcros blanqueados" de aquella sociedad, madre
de la de hoy y, tal vez con la recndita esperanza
de evitar la recidiva de un achaque evitando sus cau-
sas, evoquemos la escena.
Que el corazn del indio era ms duro que sus
talones? Que ni toda la salmuera del Chadi Leuv,
el Jordn de la Pampa india, bastara a lar sus es-
tupros y degellos? Que el cristiano vea en el indio
la panoplia ntegra de la brutalidad y la crueldad, del
robo y la mentira? Razn le sobraba, pero l no era
mejor y en cambio cargaba con toda la responsabili-
dad de la civilizacin frente a la barbarie.
Lo cierto es que el juego de intereses actuante entre
ambos, que barbariz al civilizado, degener al brbaro.
Entonces su insensibilidad al mal ajeno fue absoluta.
As el destino de la cautiva, condenada a ser la es-
clava integral de alguien que apenas se pareca ya a
un hombre (con frecuencia un viejo con ms arrugas
que un prepucio), era el ms exquisitamente acerbo y
afrentante que puede caer sobre una criatura humana
noche de espanto y de llanto sin una sola estrella.
Pero as deba ser, lo evitable deba volverse fata-
lidad para que las estancias, los mostradores y las
figuraciones prceres de ambos lados de los Andes
tuvieran auge.
Volvamos a nuestro relato. En Amuyiln, fue, pues,
el primer alto, despus de cincuenta horas de marcha.
All se pas revista. De los setenta cargueros faltaban
once, con mujeres y nios extraviados en el desierto y
destinados a los cuervos, o ahogados en el cruce de

94
los ros. Otros, llagados por las ligaduras, llegaban
moribundos. De ellos el viejo malonero recordaba con
precisin de ojo de gaviln el caso de una joven de
apellido Araujo, hija de una familia que haba perecido
toda en la casa incendiada:
"La relacin de los sufrimientos que haban ulti-
mado a la joven es algo que estremece. Deseara no
estar comprometido a repetirla. La nia infeliz haba
sido asegurada sobre el carguero con dos ltigos, que
a la vez que detenan sus manos y sus pies, acertaron
a estar cruzados diagonalmente sobre el vientre. El
roce continuo de cincuenta horas de marcha realiz lo
que puede llamarse una horrorosa novedad entre los
suplicios: el dolor, aumentando pausada y suavemente
desde la simple escoriacin a la perforacin profunda,
como si se dijera un pual penetrando durante largas
horas por dcimos de milmetros hasta hundirse todo
entero sin que el paciente dejase de existir!. . . Los
ltigos comenzaron a gastar y cortar los vestidos, si-
guieron desgarrando la piel y concluyeron por abrir
ancha boca de salida de los intestinos... Cul de
entre los mrtires que cuenta la historia humana
habr experimentado mayor suplicio?". (Mapuche:
El Brujo.)
Esto se pregunta Mapuche ( pseudnimo del gene-
ral Olascoga?) y con harta razn. S, se trata de un
apoteosis del horror, pero no toda a cargo de los
indios: la mitad, o ms, debe ser apuntada en la
contabilidad de los negocios cristianos de la poca,
ya lo dijimos.
Y no podemos olvidar a las milicas, las cautivas
voluntarias del ejrcito.
Para muchos lectores no dejar de ser novedad el
saber que en muchos de nuestros ejrcitos del siglo
pasado militaban mujeres. En los de la frontera con

95
 el indio su presencia fue sencillamente el seguro del
xito. Numricamente, en la campaa de 1879, lle-
garon a constituir un tercio de las tropas. Pero su
gravitacin fue superior a su nmero. Lo que no
haban logrado los castigos inhumanos ni el pelotn
de ejecucin lo lograron ellas: contener la desercin
incontenible.
El gobierno militar se vio, pues, obligado a consi-
derarlas parte integrante de la tropa y someterlas a
los mismos deberes, aunque de derechos nunca se
habl a las claras. Queda a cargo de la imaginacin
del lector responder a la pregunta: si la vida del
gauchisoldado estuvo un poco por debajo del comn
horizonte humano a dnde lleg la de la gauchisol-
dada? Los informes al respecto son tan infrecuentes
como la llegada de los pagadores, pero los hay.
"No conozco sufrimientos mayores que los pasados
por las infelices familias de aquellas tropas, obligadas
a marchar de noche o de da largas distancias con sus
hijos al anca de una cabalgadura, cubiertas de polvo,
con sed, con hambre, con fro; pobres mujeres, tenan
que someterse forzozamente, que subordinarse a las
mismas circunstancias de la tropa, so pena de perecer
perdidas en la soledad del desierto. En las marchas,
generalmente al toque de diana, segua el de ensillar
y... seguramente no haban desayunado ni ellas ni sus
hijos cuando el toque de atencin prevena para mon-
tar y luego el de marcha. . .". (Prado.)
Deberes? Se los supone: desde el lavado a la co-
cina, desde el arrear caballo a atender heridos o
enfermos. Huelga decir que no figuran en los infor-
mes ni en las crnicas militares. Para qu?
Tampoco existen para la historia.
Y sin embargo, ellas ganaron la guerra Contra el
indio. Que no eran monjas, aunque pudieran ser

96
algo mejor? Muchas eran casadas; otras no. Y tam-
bin las habla que se casaban con varios soldados
sucesivos
Qu es el mundo sino un puro cementerio donde
el sexo, nico vencedor de la muerte, es una ausencia?
Si, esas mujeres ganaron la guerra contra el indio;
ellas, que defendieron al soldado de la roa y los piojos,
y de la soledad y la desesperacin, cortndole en seco
la desenvainada tentacin de la fuga (no ataban los
egipcios camellos salvajes con sogas de papiro?) gravi-
taron ms en la decisin de esa guerra que os fusiles
de Levalle o V illegas, que la estrategia de. Roca.

97
 CAPTULO V

LA CONQUISTA A NGELICA L

El ms viejo abuso con la confianza pblica de

parte de los historiadores de toda sociedad de ciases
es presentar la guerra como un asunto puramente
blico y la religin corno un misterio sacro cuando
ambos fueron y son prcticas principalmente econ-
micas. Ya lo veremos: el negocio y el medro detrs de
la fanfarria o de la cortina de incienso.
As fue desde los comienzos. Toda religin empieza
por el ombligo. El hombre neoltico estableci con
los primeros dioses un trueque de conveniencia bilate-
ral: se sacrifica la res o pieza ms preciada a cambio
de lluvias y buena caza, por ejemplo. (Max Weber:
Economa y sociedad.) Tal como el asceta que sacri-
fica su sexo o su apetito a cambio de una buenaventu-
ranza inacabable en la jubilacin del ms all...
Ya organizadas en clero, las castas sacerdotales se
reservan el lugar, no slo ms alto, sino ms descan-
sado y fructuoso en la colmena social, y desde luego
privilegios de excepcin, "El sumo Sacerdote entr en
el huerto de los pobres". (Inscripcin sumeria del III
milenio a. C. Gordon Childe: W hat happened in
history?)
El clero brahamnico no slo dieta los dogmas y

98
 leyes que organizan la sociedad de castas cerradas la
ms bellacamente inhumana del mundo y se reserva
los favores ms codiciables en ocio, honores, riquezas y
mujeres, sino que se declara parte integrante de la
divinidad suprema, Brahama: "No olvide el rey que
una plegaria del brahaman puede acabar con sus
ejrcitos, sus caballos y sus carros de guerra" (Cdigo
de Man). "Los brahamanes, dice Hegel, carecen de
todo escrpulo respecto a la verdad". "Codiciosas,
mendaces, concupiscentes". "No hacen ms que co-
mer y dormir, segn un ingls". "El indio de otra
casta ha de prosternarse ante el brahaman diciendo:
eres Dios". "Los deberes conyugales quedan en sus-
penso cuando los brahamanes apetecen a las mujeres".
(Hegel: Filosofa de la historia universal.)
"Craso vino a Jerusaln y se apoder de todo el
dinero del tem p lo, lo mismo que de todo el oro no
acuado que ascenda a ocho mil talentos. Y de una
cadena de oro que pesaba trescientas minas (750 li-
bras) *' . (Josefo: A ntigedades judaicas.)
"Esto asciende aproximadamente a doce millones de
dlares, y sin embargo ci templo pronto se llen otra
vez", (Kausky: Los orgenes del cristianismo.)
"El 60 % del alto clero ingls es accionista de las
fbricas de armas". (Harold Lasky.) "Un diario ita-
liano avalu la cartera de acciones del Vaticano en
das mil millones de dlares". (G. Latini: Las finanzas
de la Iglesia.)
Recordemos de paso que en la Edad Media la
iglesia cristiana fue el mayor de los seores feudales
de Europa, es decir, de un tercio de las tierras de la
cristiandad, y que en Espaa, despus de la expulsin
de moros y judos. la iglesia se reparti con la Corona
y la Mesta las tierras de los desterrados.
Ya sabemos lo que pas en Amrica. Mientras el

RZ
indio se vio forzado a abrazar la religin catlica, los
cristianos tonsurados e intonsos abrazaban las
tierras y mujeres de los indios.
Puede decirse que sin la mediacin de los abande-
rados de la fe toreros de sotana los conquistadores
de Amrica la hubieran conquistado, pero no sometido.
Todo intento del indio de defender su libertad o
sus bienes era un pecado contra Cristo y Mara San-
tsima. Constitua obra de caridad apostlica decapitar
a tamaos infieles a fin de enviar cuanto antes su
alma al paraso.
Que el Marte azteca deleitbase con la vista de
corazones humanos recin extrados? Preciso es con-
venir que el Dios mejicano era tan analfabeto como el
de Abraham y Felipe II, y fuera preciso poner en la
balanza a los sacerdotes de Huichulobos y a Torque-
mada y los suyos, y cotejar los pesos. Y todava quin
sabe... Daz del Castillo cuenta de un mejicano que
le perdon la vida a un prisionero espaol, le atraves
las narices con un travesao litrgico y lo cas con su
hija. En todo caso, el contraste entre la fervorosa
brutalidad de los abanderados de Cristo (exasperada
ms quizs porque su vctima "se baaba todos los
das") y Moctezuma (que herido por Alvarado recha-
z las vendas de sus verdugos) debi ser tan grande que
conmovi a los mismos piadosos hijos de Castilla: "los
soldados lamentaron la muerte de Moctezuma corno
si hubiera sido su padre". (Bernal Daz del Castillo:
V erdadera historia de la conquista de Nueva Espaa.)
Es sabido que el financiador de la conquista del
Per por Pizarro y Almagro fue el curita Luque, que
sacrific veinte mil pesos en barras de oro, y no la-
ment las aventuras porque multiplic varias veces
el capital y lleg a primer obispo del Per...
En cuanto al desempeo del clero espaol en el

100
 Per, reducido por la colonizacin a las dos muletas
de la servidumbre y la miseria, nada ms edificante
que la interminable serie de intrigas y barrabasadas
consignada por dos hombres de ciencia y enviados
secretos del rey de Espaa en la segunda mitad del
siglo xvm, los cosmgrafos Antonio de Ulloa y Jorge
Juan; '"rodas estas desdichas sufren los miserables in-
dios con sus curas, los que debiendo ser sus padres
y defensores Contra las sinrazones de los corregidores,
puestos en conformidad con stos, emulan en sacar en
competencia el usufructo de su incesante trabajo".
Cuando los indios quieren oponerse a las vejaciones
de los corregidores, stos los acusan de rebelin, impu-
nemente, "seguros de que los curas no pueden contra-
decirlos en el tribunal por hallarse aun ms culpables
que ellos".
"El cura del pueblo llamado Mira, aunque moderno
en el curato, quiso oprimir a los indios desde el prin-
cipio, intentando despojarlos de todas sus tierras,
adjudicndoselas a s propio, y haciendo que los indios
las cultivasen". (Noticias secretas de A mrica.)
Pero hay un testimonio no menos ilevantable como
que viene del propio Tupac Amara: "Por otra parte
se vean tambin hostigados por los curas, no menos
crueles 'que los corregidores para la cobranza de sus
obvenciones que aumentaban a lo infinito inventando
nuevas fiestas de santos y costosos guiones con que
hacan crecer excesivamente la ganancia temporal, pues
si el indio no satisfaca los derechos que adeudaba se
lo prenda cuando asista a la doctrina y explicacin
del Evangelio, llegando a tanto la iniquidad que se
le embargaban sus propios hijos. . . ". (De Angelis:
Coleccin t. IV , citado por Mercedes de Gandolfo en
Biografa olvidada [indita].)
En cuanto a las famosas misiones jesuticas del Pa-

101
raguay el juicio histrico irreversible ha sido hecho
entre nosotros por tres de nuestras autoridades mayo-
res: D. F. Sarmiento (A mbas A mricas), Paul Grou-
ssac (V iaje intelectual) y Leopoldo Lugones (El im-
perio jesutico.)
"De los informes y cartas, libros de consultas, sen-
tencias de tribunales resultan superabundante y de-
finitivamente demostrados los captulos siguientes:
ejercicio del comercio con defraudacin del fisco y
contrabando organizado; compra y venta de esclavos;
relajacin de las costumbres; riquezas obtenidas con
el trabajo servil; avasallamiento del indio". Basta,
pues, de alegatos.
"Fue un sistema de grandes encomiendas, mucho
mejor organizadas y productivas que las otras..
"Empero la peor analoga. . fue el ralear pavoroso de
los encomendados; los yerbales de Misiones consuman
proporcionalmente casi tantas vidas humanas como las
minas del Per y Mjico". "En el centro de la plaza,
atados al rollo, una docena de indios, culpables de
ratera, borrachera, ria o delito mayor! ina-
sistencia a los oficios, reciben los condignos azotes en
carne viva, despus de lo cual, chorreando sangre,
van a arrodillarse ante el padre presente y besarle la
mano, dndole las gracias: A guyabet cheruba!".
"La promiscuidad sexual en estas cuadras no consta
positivamente, pero s, fuera del asqueroso desaseo, el
rgimen de inmoralidad que reinaba en las reduccio-
nes as como los innumerables casos de materia lbrica,
de que vienen acusados, no ya los indios, sino los
padres". (Paul Groussac: El viaje intelectual, 2
serie.)
Falta algo? S, lo de ms fondo: la pedagoga
religiosa, rival de la de los brahamanes, perfeccionada
al grado de trocar al hombre en la negacin de s

102
mismo, expresado por la accin de la vctima que
besa lleno de gratitud la mano del verdugo... Ego
sum 'ermis et non horno (Salmos.)
Explotacin en profundidad, contrabando, trata de
esclavas, codicia y lucro sin contralor, aberracin
sexual, reduccin de la criatura humana a suhperio,
todo eso llevado hasta el punto de merecer la expul-
sin, por orden real y autorizacin papal de la casi
omnipotente Compaa. Cmo se explica --se pre-
guntar el lector que esa congregacin, rea de se-
mejante antologa de infamias, fuera sacada un da
del estercolero, reintegrada al uso de sus privilegios y
encargada de la educacin de lo mejor ubicado de la
cristiandad? Error incomprensible? No, la explicacin
se la dio Napolen en una carta al conde de la Loyre:
mientras una pequea minora est apoderada de los
bienes de la tierra, la religin, que apacigua a los
desposedos con la promesa de un mejor reparto de
bienes en ci otro mundo, ser indispensable para iii
conservacin de los privilegios, y los jesuitas se han
acreditado como los mejores pedagogos de la servi-
dumbre. Estamos?,..
Pero vengamos a nuestra tierra y nuestros indios.
Digamos, antes de seguir adelante, que los jesuitas,
corrindose del Paraguay al sur, haban hecho tam-
bin de las suyas en nuestra Mesopotamia Q "En total,
las tierras confiscadas a la Compaa de Jess por el
virrey Bucareili en virtud de la orden de expulsin
de los dominios espaoles alcanzaban a unas mil
doscientas leguas cuadradas". "La valuacin de esos
campos arroj un capital de setenta y dos millones.
cuatrocientos ochenta y tres mil novecientos diecisiete
P esos oro". (Jacinto Oddone: La burguesa terrate-
niente argentina.)
En 1570 se cre la dicesis del Tucumn, con sede

103
en Santiago del Estero. Aqu no haba minas de oro y
plata como en loe dos Peres, ni vacas a rodo corno
en el Rio de la Plata desde comienzos del siglo xvii.
Pero haba algo equivalente: una agricultura de tra-
dicin incaica y una densa poblacin de labradores
indgenas. El algodn, citado ya por La Biblia y por
Herdoto. introducido por loe rabes en Espaa en e'
siglo xi floreci en el Tucumn mejor que en su
lugar de origen y ms blanco que la plata de Potos
y ms copioso que las vacas pampeanas...
Se pensar que los pioneros de esta espumosa in-
dustria que convfrti a la zona tucumanense en uno
de 10 ombligos algodoneros del continente, fueron
algunos industriales flamencos o judios? No, fue obra
benemrita de los primeros obispos del Tucumn. El
padre Victoria, que tuvo "veinte mil indios encomen-
dados, cada uno de los cuales le produca de cuarenta
y cinco a cincuenta pesos por ao" y fue el primer
evanglico introductor de esclavos negros y "estaba
pblicamente amancebado con Juana Lpez, mujer
de Juan Navarro" y "dijo que quisiera ms ir a Potos
que no al cielo".
Y el obispo Hernando de Trejo, ilustre fundador
del claustro universitario de Crdoba y no menos
ilustre traficante de bano vivo, segn acusacin del
propio rey Felipe III. Y el obispo Maldonado, insig-
ne por su lujo y sus perfumes de strapa y su fervor
por las doncellas, tan incontenible y acrobtico que
"una noche le vieron escalar una casa pegada a la de
su vivienda", y al amanecer se supo "que haba vio-
lado a una doncella honrada... ". (Jos Toribio Me-
dina: La inquisicin en el Ro de la Plata; Mercedes
B. de Gandolfo: Biografa olvidada; Emilio Con:
Historia de las vaqueras en el Ro de la Plata; Rodol-
fo Puigrs: De la colonia a la revolucii.)

104
 Se producan tantos frailes en Europa para n
hablar de la encapuchada Espaa que no demora-
ron en abatirse sobre Amrica como los loros sobre un
maizal con choclos, en toda su abigarrada variedad:
dominicos, franciscanos, lazaristas, mercedarios jesui-
tas, jernimos y dems sinnimos. Y no se crea que
slo los capuchas del Paraguay y del Tucumn tu-
vieron esclavos. Tambin hubo negreros tonsurados
en Venezuela y Nueva Granada. (Germn Arciniegas:
Biografa del Caribe.)
En nuestro pas, los misioneros invadieron por todos
los costados --Santa Fe, el Chaco, Entre Ros, Salta--
y siempre exhibiendo una capacidad de explotacin
menos torpe, pero ms infernal que los laicos. Cuando
los cronistas de nuestra historia cuentan de las reduc-
ciones de Concepcin del Bermejo y de San Fernando
destruidas por los indios, dejan sospechar que lo hacan
de puro salvajes e ingratos y no, corno ocurra desde
iuego, para evitar la tumba anticipada.
Ya est visto y dicho por muchos memorialistas que
el primer maln consignado en la historia fue en rea-
lidad un contramaln, es decir, un mero retruque de
los infieles a la apostlica brutalidad de los fieles.
En 1649 el capitn Ponce de Len, desde tierras
chilenas llega hasta las del Neuquen a cazar indios
puelches para venderlos como esclavos. Vuelve con
trescientas piezas.
El gobierno espaol de Chile, despus del guante
de hierro, usa el de seda. Enva al padre Rosales a
prometer a la indiada erizada de flechas que no se
repetira el maln. En 1659 otra entrada depredato-
ra, trada por los cuiados del gobernador, obliga a
una nueva embajada del padre Rosales, que se corre
hasta Nahuel Huapi y consigue aplacar la bronca
devolviendo los cautivos. En 1666, un maese de campo

105
 llamado inconscientemente Verdugo autoriza una nue-
va descomedida visita, y esta vez es enviado de ami-
gable mediador el padre Mascan, que aprovecha tan
propicia ocasin para explicar a los indios los misterios
de la Trinidad, la Eucarista y el Bautismo ("en nom-
bre de la Santsima Trinidad... tomaba posesin de
estas almas", reza la crnica) y para expedicioiar
cuatro veces al sur en busca de la Ciudad de los
Csares, es decir, de oro. Slo que en el cuarto viaje
la flecha puede ms que el crucifijo, y el padre
Mascan pasa a mejor vida. En 1703 llega al Nahuel
Huapi el padre den Meeren o de la Laguna, tambin
jesuita, que hace sudar a los indios chilenos que trae
consigo hasta alzar una bien plantada iglesia, pero
ocurre que en la ocasin humilla a los indios una
epidemia de disentera y como se la achacan a la
"chiola espaola", como llamaban a la Virgen de
yeso llevada por Laguna, resuelven deshacerse del
introductor.
Pero los jesuitas son volvedores como los cometas.
En efecto, en 1715 viene el padre Guglielmo. mas
como los indios desconfan de su empeo en redescu-
brir el perdido paso del Vuriloche, se deshacen de l
con, un brindis de chicha emponzoada.
Ya se ve. Detrs de la mscara religiosa, los buenos
padrecitos buscan oro o reabrir un paso cerrado, hace
tiempo, sin duda, por los indios mismos para evitar
visitantes sin tarjeta.
El padre Elguea, arribado en 1717, no tiene mejor
suerte. Como durante un perodo de hambruna se
niega a aliviarla con algunas de las vacas gordas de
la misin, los indios asaltan el recinto y barren con
todo, dejando a la Virgen en traje de Eva "despo-
jndola del manto de brocato y de las sedas que cu-
bran el pudor de su virginidad", y coronan su obra

106
emborrachndose a cliz volcado con el vino de la
consagracin y chantndose las casullas a guisa de
ponchos y prendindole fuego a todo, menos a la
Virgen a quien sospechan no menos alevosa que
Huecuv, el diablo mapuche. (Gregorio Alvarez:
Donde estuvo el paraso; Carlos Bartomeu: l perito
Moreno.)
Naturalmente, si la evangelizacin fall en las faldas
de los Andes no era de esperar mejor suerte en las
sabanas de la Pampa.
En la medida en que la raza araucana haba sido
siempre libre, conservaba no slo altivez y firme con-
fianza en si misma, sino una natural perspicacia. Ola
al vampiro vestido de sotana.
Un cronista cuenta que en 1775, el cacique Gale-
lin y sus compafieros, de las sierras de Buenos Aires,
fueron cautivados y enviados a Espafia. En el barco
se alzaron '.' lucharon, usando las balas de ca6n como
bolas perdidas. Vencidos, buscaron refu gio entre los
tiburones. (Snchez Labrador: Los indios puetches.
pampas y patagones.)
"Jams ninguno de ellos se ha hecho cristiano, sino
a la fuerza. Son libres". (A. D'Orbigny: El hombre
americano.)
En la Pampa todos los intentos evangelizadores fra-
casan de entrada como un puma en el arenal insolado:
el de la reduccin de los franciscanos en el pago de la
Magdalena en 1600; el de los dominicos, poco des-
pus; el de los jesuitas Strobel y Cherino, en 1740, a
orillas del Salado; el de los padres Falkland y Cardiel,
tambin jesuitas, en 1776, sobre el cabo Corrientes.
El mismo Snchez Labrador cuenta el caso de un
indio que se negaba a dejarse cristianar, confesando
que si l robaba y mataba, los cristianos hacan lo
107
 mismo: "Prefiero ser un buen indio a un mal cris-
tiano". La lgica era aristotlica.
Se dir que el pampa era irredimiblemente salvaje.
No parece haber sido esa la verdad, sin embargo.
"En la pampa no se hacen prisioneros... Cada
parre acusa a la otra de haber impreso a la guerra este
carcter desp iadada, y es nenoso agregar que, segn
testimonios imnarciales, seran los cristianos --en nom-
bre de las antiguas leves de Castilla los primeros en
dar estos tristes ejemplos". Eso dice Ebelot ( ob. cit.)
No faltan ciernulos de Que cuando el blanco y
rneior si no llevahn cogulla lo trataba con remeto
y svnnata ir,snirndole confianza, el ma puche poda
ortars cefi' ) un rahallero y aun como un nio. Don
Frnncicn Ramo Mea. duefio de una estancia ubi-
rada en la zona ms nellirrosa del sur de Buenos Aires,
lleg no slo a hacerse res"etar, sno cuerer y tal vez
venerar de los namnas: "Tom Pancho, esto hallan-
do", decan al entregarle alguna p renda drada caer
a nropto p or el e'tncjero. Hacia 1806, l alcalde
chilnn. Luis de la Cruz, recorre con increble y sen-
cillo xito los cientos de le guas de desierto, de neligro
y de indios que hay entre la Conce p cin chilena y
el Mehincu santafecino, El ma puche Pueimanc le sirve
de gua y valedor entre los su y os. As, hacindose pre-
ceder de saludos y re galos, traba buena amistad con
Carrupilum u Oreja verde, cacique de los ranqueles,
quien le cuenta que no hizo caso de un llamado del
virrey porque l tambin es virrey entre su gente y
su tierra. Al despedirlo, su aguerrido baquiano Puel-
mano, le dice: "Has sabido ganarnos el corazn".
Ya veremos la acogida no slo amistosa sino tutelar
que los caciques Casirniro Saihueque, Inacayal y Foyel

108
brindarn a Jorge Musters, Bejarano y Francisco P.
Moreno.
Creemos haber evidenciado hasta lo meridiano que
la gente de uniforme talar ("la especie ms daina
de parsito", dice Nietzsche) ha sido en todo no slo
el aparcero sagrado d' la clase explotadora, sino su
punta de lanza ms aguda. Cmo se explica que an
en nuestros das sobrenade el mito de su misin espi-
ritualista y redentorista? Precisamente por la nece-
sidad de ocultar su verdadera condicin y la de su
santo servicio que presta al resto de la tribu usurpa-
dora. Lo mismo ocurre con el otro sector mellizo suyo
en descanso profesional, el de las armas, que viste su
parasitismo rapaz de austeridad, pundonor y sacri-
ficio. He aqu dos apreciaciones a propsito de la
ltima campaa contra el indio. "Ese crisol de auste-
ridad viril que es la vida castrense". "La accin con-
tundente de las armas haba de combinarse con el
blsamo de la persuacin y la caridad apostlica". Eso
dice hoy uno de nuestros jefes militares. (A. A. Clifton
Goldnev: Nainuncur.) Ingenuidad? Simulacin?
Nada de eso, sino la confesin inconsciente de que la
tijera esquiladora de pueblos indios tiene dos piernas.
Nada poda faltar en la final Campaa del desierto,
la de 1879, la vieja farsa de la conquista espiritual
que aqu result ms difana que nunca. Ni siquiera
los propios compaeros de cruzada, los de sable que
entonces eran liberalotes y no beatficos, como hoy,
parecen haber tomado a los de crucifijo en serio, segn
las quejas que uno de ellos, el padre Ventivoglio,
expresa:
"Aunque la Divisin empez su campaa el 10 de
abril, por falta de una carpa que sirviera de capilla...
i el da grandioso de Pascua de Resurreccin... ni
109
 el domingo de Albis.., fue posible dar misa a la
Brigada".
"Yo hubiera deseado explicar e inculcar a nuestros
valientes soldados las saludables y fecundsimas verda-
des evanglicas, mediante la predicacin, pero no me
ha sido posible".
El mismo fraile se jacta, en cambio (santa bobera
o tartufismo siniestro?), de haber logrado infundir el
arrepentimiento, y con ello el pregusto del paraso
inminente, a dos pobres gauchos desertores ejecutados
para mayor gloria del Dios de los terratenientes: ". . . el
dolor que me caus. . . fue muy atenuado al ver a estos
jvenes guerreros marchar al suplicio... con la hu-
mildad y resignacin del cristiano sinceramente arre-
pentido de sus extravos, con la calma del creyente..
por la conviccin ntima de que la muerte cristiana-
mente aceptada rehabilita al culpable ante Dios. . .
(J. A. Portas: Maln contra maln.)
Namuncur, que es tan ladino y feln como el
mejor diplomtico cristiano, se dirige un da al arzo-
bispo Aneiros expresndole que para lograr la suspi-
rada paz prefiere entenderse, no con los generales,
sino con el que es "el segundo Dios". Todo esto, mien-
tras mueve la diplomacia del desierto, preparando el
mayor de los malones. Aneiros, cuya inteligencia
brilla.., por su ausencia (Sarmiento lo llamaba A s-
neiros), simula tomar en serio la farsa y contesta
dndole el psame por la muerte "de su seor padre,
el general don Juan Calfucur", es decir el ms
benemrito destripador de cristianos y violador de
cristianas de la Pampa.
Otro da cuenta Clifton Goldney, los padres
misioneros apostados en Azul destacan al lazarista
Salvaire a Salinas Grandes. Al llegar all, no slo
lo escoltan los indios sino que Namuncur lo recibe

110
frunciendo los sesgados ojos sonrientes y le proporC0
una escolta para el regreso. Al no mucho tiempo Sal-
vaire vuelve al desierto en busca de cautivas, Como
ya las relaciones diplomticas entre la cancillera de
Salinas Grandes y la de Plaza de Mayo se han entur-
biado, el padrecito se ve rodeado de indios en actitud
antinazarena, y tanto que uno de ellos lo saluda con
un retumbante azote araucano, aunque no sin darle
tiempo al agraciado no de ofrecer la otra mej illa, sino
de ponerlo patas arriba al querellante con un catlico
y romano sopapo, y picar espuelas hasta el alczar de
cuero del cacique, que ni siquiera se digna darle la
mano. "Era consideado un espa del gobierno y un
brujo que aspiraba a dominar las tribus . (Ya se ve
que los pampas no eran atos ni se chupaban el dedo.)
Namuncur escribir al gobierno poniendo en un
platillo de la balanza los barriles de aguardiente y en
el otro los escapularios y medallitas. "Mientras este-
mos en pendencia con el gobierno que mil veces
promete enviamos las raciones estipuladas que nunca
recibimos, hay pocas esperanzas para la misin" (A. A.
C. Goldney: op. cit.)
Huelga decir que Namuncur es un idelisimo expo-
nente de su raza y de la verdadera actitud de sta
ante sus aspirantes a redentores. Del buen resultado
del agua de bautismo sobre las molleras araucanas
nada habla mejor que su propio caso, Cristianado en
1852, con Urquha por padrino; con el nombre de
Manuel, sigui siendo Pata de piedra por ms de
un cuarto de siglo, es decir, vendimiando a rodo sangre
cristiana y cosechando el mayor, nmero de vacas y
cautivas catlicas.
Pero la zorrera piadosa es tonel sin fondo, Segu
los informes suministrados por el salesiano Milanesio
y escrupulosamente reunidos en la ya citada biografa
111
 de Namuncur, los ltimos aos del cacique son mi
pequeo monumento de repentina iluminacin religio
sa y de piedad cristiana.
Segn ellos, en 1897, Namuncur vino a Viedma y
pidi a monseor Cagliero el favor de contar con
misioneros fijos. En 1902, Cagliero llega a los pagos
de Alumin. El cacique, que llega a sus 91 primaveras,
COfl'-'oca a los suyos a un parlamento y dice: "Yo vivir
cristiano y mi familia tambin. Yo buen argentino y
mi familia queriendo ser cristianos todos". El monse-
or le record que a Adn no se le haba otorgado
ms que una Eva (olvidaba a David. y Salomn, y el
resto) y que la iglesia catlica segua esa estricta
justicia distributiva, y, por ende l deba renunciar a
ese vicio de coleccionistas ricos llamado poligamia,
cosa no tan difcil cuando se llega a les 91 aos, El
cacique inform humildemente que de sus tres ltimas
esposas una haba muerto, la otra estaba ya demasiado
vieja ( i l no) : "Y o ahora vivir slo con mi Ignacia"
(la cautiva Ignacia Chauil que poda ser su biznieta
y con quien se haba casado ya pisando la ochentena).
"Yo conocer ley cristiana, yo dejando costumbre
paisana".
Namuncur, despus de esta declaracin de princi-
pios para el futuro, asiste a misa y junto con varios
nios y adultos de sangre mapuche, recibe a Jess
vivo vestido de hostia y pide, trmulo de emocin
cristiana, que e humedezcan con agua bendita el
cementerio de la tribu: "Pido favor, seor, pido favor".
Verdad, oh inanes de Voltaire y de Heme, que es
una obvia prueba del favor celeste de la fe el ver
al copioso genocida y hercleo fornicador, ms astuto
que todas las zorras del desierto, trocado en un
catecmeno de Jess Nazareno?
Las clases poseyentes y sus teorizadores y escribas se

112
han mostrado siempre como maestros en el arte de pro-
sentar con perfecto aire de verdad las farsas ms
desopilantes.
Namuncur, tronco patria real que hasta los 86 aos
estuvo echando vstagos, un da, ya vencido por los
aos, el rmington y la pobreza, se interes por la
educacin de uno de los hijos de su variada poligamia,
llamado Ceferino Quiso hacerlo militar de carrera
y el gobierno le concedi gnerosamente la carrera de
cabo de lnea. No se adapt del todo el muchacho a
los plantones y baquetas, y su padre hubo de dirigirse
al geteral L. M. Campos, ministro de guerra, quien
lo envi a un taller de carpintera de la armada. "Para
eso yo ocupando mejor con cualquier gringo", gru
despechado el ex califa de la Pampa y vigente coro-
nel de la nacin. Entonces un fraile de buen olfato
sospech que corno soldado de Jesucristo el mocito
podra un da ser un instrumento precioso en la
evangelizacin, es decir, domesticacin de los que
haban escapado a Roca, Villegas, Racedo y compaa,
y el pobre, para ir ganando ttulos, fue enviado a la
ciudad de San Pedro y el papa Borgia, donde no muy
bien alojado y nutrido, sin duda, y tal vez socavado
por la nostalgia, muri de tuberculosis. Entonces se lo
declar uno de los benemritos de la Iglesia. Ella sabe
servirse mejor de los muertos que de los vivos. Y
nuestro Estado colabor con ella, corno siempre. Bajo
el gobierno de nuestro inimitable Pern, se dio su
nombre a la escuela N9 59 de Ro Negro. Un hagi-
grafo salesiano en disponibilidad escribi frondosas
pginas evidenciando la pureza de los ttulos de Cefe-
nno para su candidatura a ingresar al santoral catlico.
Manuel Glvez, agudo auditor de la voz de los tiempos,
despus de haber procurado con exceso de razones la
beatificacin poltica de Don Juan Manuel de Pa-

113
lermo, intent la canonizacin de un prcer de semi-
nario en El santito de la toldera. Quin dice que ya
no vivimos en la edad de los milagros?
Lo que parece haber estado siempre por encima dl
magn de 105 catequizadores religiosos desde San
Pablo y Mahoma al padre Milanesio-- es la sospecha
de que su trabajo era en gran parte baldo, dado que
todas las religiones, saldo sobreviviente de supersticio-
nes y prcticas del perodo neoltico, son una sola en
el fondo: ni ms absurda ni ms moral una que otra
aunque cada una segura de ser la concesionaria uni-
versal de la verdad. Volney, tal vez mejor que nadie,
lo puso al desnudo en sus Ruinas dt Palmira.
Los araucanos tenan por cierto su religin, ni peor
ni mejor que las otras, y tambin con su dios del
bien (Nguenechen) y su dios del mal (Huecuv),
su bulto de los muertos, su fe en la supervivencia en ci
cielo, y su complicada liturgia para sobornr con
rogativas ofrendas o exorcismos a sus amos invisibles.
Como las de todas las otras religiones, sus fiestas
sagradas estaban relacionadas con los aspectos de la
naturaleza y el giro de las estaciones
Lo que arroja una luz definitiva sobre la total
falencia de los evangelizadores en su voluntad de so-- -
meter o anular el alma araucana, es el hecho de que
an en nuestros das los descendientes de las tribus
desposedas o esquilmadas, totalmente asimilados por
afuera a los usos y modos de la civilizacin labrie-
gas, criadores o peones de estancia del Neuqun,
conservan la fe y la liturgia de sus antepasados -.
Nguillatun es-el nombre de la gran fiesta o rogativa
religiosa, cuyo sentido ltimo o esotrico quiz escapa
al dgena
m de hoy, y de cuyo ceremonial un testigo
de nuestros das da cuenta minuciosa. El nguiltaeun
es ceremonia distinta del pacutun en que se impona

114
nombre al nio; de la fiesta de la nubilidad o tllchatun,
y de la otra en que la machi se doctoraba como
curandera y profetisa; de los auca truhanes o asam-
bleas guerreras; de los coyautunes o parlamentos pol-
ticos; de los cahuines o carnavales archibquicos.
El nguiliatun es una rogativa al dios Nguenechen
para que alivie las penurias de los fieles y los ayude
con lluvias benignas y buenas cosechas de ganados y
mieses.
Una fila de caas verdes, algunas empenachadas
con banderas argentinas y alguna rama de maitn
(rbol de verdor invicto que alude a la inmortalidad
de la vida) forman el altar en cuyo redor ms prxi-
mo se mueven parejas de danzarines, mientras el res-
to de la feligresa acompaa galopando a todo escape
en un crculo ms amplio. La ofrenda son dos cora-
zones recin extrados que se cuelgan de las ramas
del maitn. No hay dolos, pero el kultrun (piafante
tamboril de piel de caballo) o el tratruka (colihue
ahuecado que remata en un mugiente cuerno de buey)
y el piflka (fauta corta que cuelga del cogote como
un cencerro) son instrumentos sagrados. Coreogrfica-
mente el ngullatun imita las diversas y sucesivas eta-
pas de la vida del avestruz.
Asaz ingenuo, extrafalario o brbaro? Sin duda,
pero no ms que las libaciones de soma y las plegarias
agropecuarias que se leen en los Vedas, ni que los
secuaces de Mahoma confiando en hures de doncellez
refloreciente, ni que los judos ofreciendo el rodete de
su prepucio a su Dios, ni los cristianos comindose al
suyo en la hostia. No calumniamos a nadie.
Como el amable lector habr ledo o escuchado
reiteradas noticias de la accin de los salesianos como
redentores espirituales de la Patagonia, podr pregun-
tarse si esto no basta para poner en tela de juicio la

115
teora contempornea sobre la entrafa crematstica de
las religiones ejemplificadas por asoladora capacidad
de expolio de todos los cleros. Nos reduciremos por
el momento a los informes suministrados desde la
Patagonia por Roberto Pair en 1899 y publicados en
el diario "La Nacin". El honrado testigo sostiene en
ellos que la funcin inicial de las escuelas de las mi-
siones, tanto protestantes como catlicas, es la de des-
prestigiar a las escuelas del Estado a fin de salvar a 105
escolares de los peligros del raciocinio laico y encami-
narlos hacia la beata irracionalidad de la fe. Pero
agrega algo de no menos enjundia: "Luego, tras el
colegio, y como por la peana e besa el santo, vienen
las pequeas industrias y los pequeos comercios, que
permiten a esta compaa tener estancias y aserraderos
y hasta panaderas, donde quiera que se establezca una
sucursal".
Y ms adelante y despus de abogar por la urgencia
de reemplazar por algo ms tolerablemente humano la
zafra de masacres y usurpaciones de los representantes
profanos de la civilizacin, enjuicia: "En teora los
misioneros protestantes o catlicos seran los indicados
para desarrollar esa mansa e ideal clase de poltica,
pero en la prctica ocurre otra cosa muy distinta,
pues los catecmenos tienen que someterse a una suje-
cin que se torna ms dura cuando los misioneros
como lo hacen siempre se dedican a las industrias
y al comercio... El Chaco misionero dio antiguamente
ejemplo de esto, como lo dan hoy las misiones de Ro
Grande de la pennsula de Ushuaia y de Dawson...
donde el indio halla ms bien una crcel disfrazada
y una vida penosa de trabajo, que las dulzuras del
hogar en plena civilizacin.,
No se me asuste el lector de los querubes con alas
de vampiro:

116
 "Mucho fa el Gobierno en las misiones, pero astas
son simples factoras tiles slo a los misioneros o a
sus sociedades. La misin salesiana de Ro Grande,
por ejemplo, no asila sino cincuenta nios que viven
con sus familias en el contorno, en wiwans miserables,
siguiendo sus usos y costumbres salvajes, y, segn me
informa la polica de Ushuaa, los adultos de estas
familias hacen incursiones por su cuenta o sirven de
gua a sus tribus en los malones, refugindose luego
en la misin, poblada as de malhechores..." (Rober-
to Pair: La A ustralia argentina). 'Qu tal?

117
 CAPTULO VI

ITINERARIO DE DERROTAS

Militarmente hablando la guerra contra el indio

pampa comenz cojeando de un pie y sigui cojeando
de los dos durante ms de un siglo.
Advirtamos que, al revs del resto de los indios de
Amrica latina, los araucanos y pampas no fueron
alcanzados en ningn momento por el temor mitol-
gico al caballo. Acaso lo tomaron al principio por una
variedad de guanaco solpedo, le echaron las boleado-
ras y lo vieron caer indefenso. As fue como, en el
combate de Lujn, en 1536, dieron cuenta del jefe
de la caballera conquistadora, don Diego de Mendo-
za. hermano del Adelantado.
Laprincipai razn de la insobornable resistencia al
blanco de las tribus chileno-argentinas y de su empleo
a muerte para defender su libertad y su tierra era que.
al revs de mejicanos y quichuas, no haban estado
sometidos a la obediencia ms o nienos servil a un
gobierno estatal o a un amo absoluto. Ningn cacique,
por grande que hubiera sido o fuera Lautaro, Cau-
policn, Calfucur o Saihueque haba tenido o tena
pretensiones de dios chiquito: no era sino el primero
entre sus pares, los dems caciques de la tribu. Los
caciques, averiados por su contacto estrecho con la

118
civilizacin, devinieron vulgares trompetas, al estilo de
los Catriel, que robaban a sus propias tribus en apar-
cera con proveedores o pagadores, como stos robaban
al gobierno; pero Caifucur, Mariano o Saihueque,
que conservaban algo del sentido igualitario de los
orgenes, de la dignidad del brbaro, repartan el
botn con los suyos o, como Calfulcur, se mantenan
fuera del reparto, acogindose a la generosidad de sus
sbditos.
Ya vimos que el maese de campo Juan de San
Martn o el gobernador Rodrguez no salieron bien
parados en sus reiteradas visitas a los pampas sureos,
Estos, en cursos acelerados, estaban habilitndose en
el arte espinoso de descontar de alguna guisa la ven-
taja leonina de las armas de fuego.
Ya vimos que se afirm, corno en dos remos, en
dos recursos encontrados o creados por l: su mejor
conocimiento del desierto y del caballo.
Para el cristiano el desierto era un enemigo alevoso;
para el indio era un aliado. El auca, que haba sido
durante siglos peatn tan aguerrido como los andes,
y despus, ascendido a jinete, despreciaba cualquier
distancia, conoca tanta geografa como las aves mi-
gradoras: desde las tierras empapadas de lluvias de
Arauco, y la Cordillera con sus niveles celestes, sus
fros del poio, su cementerio de volcanes extintos o
sus lagos que pertenecan ms al cielo que a la geo-
grafa. hasta las travesas del este, en que el sol hace
de brasa y la tierra de parrilla, o la pampa verde, tan
verde que era como la infinita infancia de la hierba.
Pero a la otra, la pampa puramente india, sa la
Conoca como el peludo conoce su cueva: sus huellas,
sus caadas, sus lomas, sus pastos buenos o malos, sus
guaicos o sotos o barrancos idneos para el espionaje
o la emboscada, sus cisternas naturales perdidas en los

119
mdanos o en algn tronco de rbol seco que acopa
agua de lluvia. Distingue la voz de todos los animales
y pjaros salvajes, y sus cambios y su significado. Sabe
imitar el ladrido del perro cimarrn para dispersar las
caballadas militares- Se unta ci cuerpo con enjundia
de posro o de and para resistir me j or la sed o el
hambre, recurso de resultado dudoso a ese objeto, pero
seguro p or su hedentina para asustar al caballo
cristiano. Su lanza de iargn sombra, ms que las de
los hroes de Homero, va de los cuatro a seis metros
segn la fantasa y Ci empuje de su dueo, y llevan
nn pompn de plumas o crines, ro para adorno, sino
para aumentar el espanto. El indio invent las bolea-
doras, y aunque el gaucho fue el primero en montarlas
sobre el caballo, el indio fue el nico en trocarlas en
arma de guerra: lazo y clava a la vez.
El caballo del pampa, ya 10 hemos dicho, no es slo'
un vehculo sino un arma. Ni siquiera es de mucha
pinta que digamos apagado, tristn, cerdudo hasta
las patas. Pero el salto y el grito del amo lo cambian
de golpe: alza con soberbia la cabeza, sus ojos se
iluminan de horizonte, sus ollares se hinchan de espa-
cio. Est marchando ya, sin que nada lo ataje ni
guadales ni mdanos ni leguas que lo aburran,
olvidado de la sed y el hambre. Bajada la rienda, el
montado queda firme corno un tronco, y su amo, tre-
pado sobre su anca, de pie, puede revisar a su gusto
el horizonte. En el combate, si el caballero no cae
fulminado de un balazo, aun herido de muerte, no
abandona los estribos, tanto para salvar su honor como
su cadver. Dije mal: rara vez usa estribos, porque
eso le facilita el lanzazo diagonal.
El golpe de guerra favorito del indio y el ms rece-
lado ciertamente es el rapto o la dispersin de la
caballada militar: "Los anales de las fronteras estn

120
colmados de invenciones originales y audaces de los
indgenas pata apropiarse de los caballos en las mismas
narices de las tropas del gobierna. Por ejemplo, acos-
tados a l largo del flanco de caballos en pelo y sin
rienda, que obedecen a la voz, algunos indios vienen
a apostarse a cierta distancia de los caballos del fuerte
Viendo pastorear a lo lejos caballos aparentemente sin
jinete, aqullos se dirigen inconscientemente hacia ellos
llevados por ese instinto de sociabilidad que posee
este animal. Los indios guan entonces sus montados
de modo que toda la manada vaya alejndose insmsi-
blernente de sus guardianes Esperan con una paciencia
infinita el momento propicio y de repente, ya seguros
del golpe, se yerguen con grandes alaridos sobre el
lomo de sus montados y arrean delante la caballada
espantada.." (Alfredo Ebelot: op. cit.)
No es, pues, segn lo que precede, un enemigo
insignificante el pampa. Basta esto para explicar su
reiterado xito sobre los ejrcitos de la civilizacin?
Es ,lo, que dilucidaremos en el prximo captulo.
Rosas supo aprovecharse de su conocimiento de las
cosas y gentes del campo y de la idoneidad para esta
empresa valindose de oficiales Renios, Sosa y
otros formados bajo las rdenes de Rauch, al llevar
con xito su campaa contra los indios del sur, en
1833. (El que no supiera sacar las ventajas del casa,
dado que regres dejando otra vez el desierto bajo el
total control de los indios, parece indicar claramente
que su verdadero fin no era la conquista del desierto
sino la del poder.) Fue poco despus de eso que, para
debilitar o anular a la temida tribu de los voroganos,
sita en Masall, pas tarjeta de invitacin al cacique
Calfucur venido no haca mucho de su Arauco na-
tivo, Por lo menos as se lo cont ste a Mitre (Archivo
Mitre, t. XXII) y as parece desprende rse de la carta

121
 que Rosas le escribi a Aldao en 1841 (Revista Nacio-
nal, 1898, t. XXV). Que el remedio, andando los
das, resultara peor que la enfermedad, no precisa-
rnos decirlo. En cualquier caso, a fin de tener las
manos libres contra los unifarios, Rosas se vio obligado
a comprarle la paz a los indios a precio de oro, segn
o dicen los rnensaes que l envi a la Legislatura du-
rante su larga administracin (J . M. Ramos Meja
Rosas y su tiempo) t. L)
Lo que vino despus, hasta la final conquista del
desierto, fue al go no menos bufo y trgico o lo fue
ms aun. El grupo porteo de los adversarios y suce-
sores polticos de Rosas, Valentin Alsina, Mitre --uni-
do al de sus ex partidarios Obligado, Torres, Nicols
Anchorena, Elizaide capitanean la infausta revolu-
cin del Once de Setiembre con el ar gumento de evitar
la hegemona dictatorial de Urquiza, pero en realidad
buscando la de su grupo y la de Buenos Aires sobre
el pas, tomando como caballito de batalla el con-
tralor de la aduana nacional nica y de sus rentas.
Incorrup tibles en su negativa a aceptar la Conti-
tucin Nacional del 53, el clan saladeril de Alsina,
Obligado y Mitre logra la secesin de la Provincia de
Buenos Aires y no retrocede ante el ms alevoso de
los intentos: el de la segregacin definitiva, convir-
tiendo a Buenos Aires en una repblica independiente
con el visto bueno y la bendicin de la corte carioca.
(V era y Gonzlez: Historia de lo R. A rgentina; Car-
ta de Juan Carlos Gmez a Mitre, La Tribuna,
16-XII69; J. M Maver: A lberdi y su titmpo). Rosas.
desde el destierro, aprueba y apoya la gran idea: "Bue-
nos Aires debe declararse independiente. Tiene todos
los elementos que pueden constituir una nacin,.,"
(El Nacional A rgentino, 5-IV -56; El Diario de V al-
paraso, 22-V-56.)

122
 Esta dcada secesionista de Buenos Aires fue el ms
bendito servicio que pudo hacerse a los empresarios
del maln. Abocada la mayor parte de su presupuesto
la preparacin de la guerra, es decir, la enderezada
someter a las otras trece provincias su hame rule,
la guerra contra el indio pas a segundo o tercer piano.
Hacia 1855 el ejrcito de las lanzas emplumadas
dominaba, por completo los campos de Olavarra,
Carhu y Azul y buena parte de Mendoza, San Luis,
Crdoba y Santa Fe. Fue preciso que ese mismo ao
los pampas entrasen en la ciudad del Azul como Pan-
cho por su casa y dejaran al retirarse cargados con el
botn, entre la bosta de sus caballos trescientos vecinos
degollados en sus calles, arreando al pasar por los
campos varias decenas de miles de vacunos y yeguari-
zos, para que el gobierno, sin poder taparse los odos
al clamar pblico, se resolviera a entrar en accin.
Un ejrcito de las tres armas bajo las rdenes del
propio ministro de guerra, coronel Mitre, march al
Azul donde tras un breve descanso, que el ministre
aprovech para anoticiar al pblico en zozobra que
con el ltigo que tena en la mano bastaba para
aventar a los cerdudos y redimir "hasta la ltima cola
de vaca de la provincia", se lanz sobre la Blanca
Grande a estrangular a la indiada segn un estratgico
movimiento de tenaza no indigno del general Paz o de
Epaminondas. Slo que Mitre, siempre goloso de lau-
reles, atac con la caballera sin esperar la llegada de
la infantera, y la tenaza se convirti en martillo en
manos de los indios. Retrocedieron stos a prisa y a la
desbandada, abandonando sus tolderas, pero volvie-
ron, justo a tiempo en que los triunfadores se entrega-
ban a os encantos de la Venus mapuche y del aperi-
tivo de aguardiente. Desagradablemente sorprendidos,
los soldados de la civilizacin y su jefe debieron buscar

123
 refugio en la colina prxima) llamada Sierra Chica,
donde quedaron rodeados por los indios, que resolvie-
ron esperar la llegada del alba siguiente y de Calfucu-
r para proceder al degello de ley. Mitre no tard
en penetrat' tan piadosas intenciones y resolvi
burlarlas a favor de la oscuridad de la noche, aunque
claro est que dejando de regalo a los indios parque,
carpas, caballos y fogones, prec i o pagado para cubrir
la retirada. As los vio llegar Azul "a pie, con la rnon-
tura al hombro, desde el jefe hasta el ltimo soldado",
segn el parte pasado al gobierno. (Vera y Gonzlez:
de la R. A .; A . Barros: op. cit.; Zebalios: Calfu-
eui; Carlos D'Amjco: Buenos A ires y sus hombres.)
Queriendo velar nu poco tan merdiano desast,
el Dr. Zeballos llama a Mitre (que an viva.)"el mi- -
litar de ms talento y de ms prestigio de la provincia,
el nico miembro del partido dirigente capaz de
afrontar el grave problema de la guerra". (El lector
se preguntar cmo seran los otros.) La verdad era,
COMO despus se vio hasta el bostezo, que Mitre estaba
hecho para el floripondio parlamentario o periodstico,
para las rimas, para las batallas electorales, pero no
para las campales. Que de nuevo en Azul, centro de
todos los recursos de la zona, el prfugo de Sierra
Chica reorganizara sus huestes, no slo para salvar
su honor militar pisoteado por la caballada india sino
tambin para salvar las vacas y capear la amenaza,
de que la frontera araucana volviera otra vez a plantar
sus fortines de cuero a orillas del Salado? Pues no:
tir las cartas y corri a Buenos Aires.a combatir a sus
enemigos polticos que le importaban bastante ms
que la indiada. Zeballos intenta aliviarlo una vez ms
arguyendo que acudi a Ja capital porque "su honor
militar era entregado a la hoguera de la crtica",
olvidando que el de Mitre era ms incombustible que

124
las salamandras. En efecto, fue ascendido a general!
En la historia argentina han ocurrido riempre cosas
equivalentes. Las mayores popularidades polticas
Rosas, Mitre, Roca, Pellegrini, irigoyen, Pern se
han obtenido como recompensa a los mejores desmanes
perpetrados contra el pas
Mitre deca de Hornos que era "ms lanza que
general" y por eso sin duda lo prefiri para sucederle
en el debate con las tacuaras. Los indios tambin eran
mucha lanza, pero mejaban igualmente Ja cabeza.
En Tapalqu el viejo Catriel lo denot mientras chu-
paba unas vainas demaniobrando
algaoba, de modo
que el combate se diese en un hermoso campo de pas-
toreo que era un hermoso guadal, lo cual naturalmente
enloqueci de espanto a los caballos castrenses, mien-
tras los pangars del desierto, hechos a tutearse con
pantanos, vizcacheras y mdanos, se movan como en
cancha de carrera. Hornos se derrot solo. Mitre
haba escapado por un pelo de caer cautivo e ir a
servir de asistente o amanuense a Calfucur. Con
Hornos pas lo propio.
Por esos mismos das el coronel Otarnendi, sorpren-
dido por fuerzas mayores, se parapet en un corral.
Los crinudos 10 derrotaron con slo dejarse oler por
los caballos de la civilizacin, que quiz confundindo-
los con pumas, enajenados de tenor, aplastaron bajo
sus cascos a sus propios jinetes. (G. E. Hudson: Una
cierva en el Richmond Park; Zeballos: op. cit) De los
trescientos hombres del regimiento de Otamendi slo
escap de la degollina el trompa que fue enviado de
regalo a Calfucur con bocina y todo.
En 1857 un maln cae sobre Rojas y Pergamino y
se retira precedido de la consabida interminable proce-
sin de vacas. El coronel Emilio Mitre, comandante
de la frontera norte, consigue darles alcance y recupe-

125
 rar casi todo el botn. Recibe orden de avanzar de
inmediato hasta Leuvoc, metrpoli de los ranqueles.
Con el apuro parte sin esperar la llegada del baquiano,
confiado en algunos de sus subordinados que se dijeron
Conocedores del camino o por 10 menos del rumbo y
todo termina en una ejemplar derrota infligida por el
desierto, de que slo providencialmente salen con vida
la mayora de los soldados aunque a costa de abando
nar bagaje, caiones y cinco mil caballos muertos, sin
contar las i'eses de abasto, con la bendicin de los
zorros y cuervos de Tierra Adentro, que jams vol-
vieron a darse banquete ms inesperado y sobrado.
El coronel Granada, por esos mismos das de Dios,
avanza hacia el sudoeste con intencin de visitar al
mismo Calfucur en sus Tulleras de corambre, si
viene al caso. No tarda en verse f anqueado de tacua-
ras a lo largo del camino. Arresga un combate en
Pig, en que se da por feliz con que no se le dispersen
las tropas ni los indios le roben los caballos. Mietras,
Caifucur se adentra en el desierto detrs de susreba-
fios y cautivos recin recolectados. Granada intenta
pisarles los rastros, y todo termina con la sacramental
retirada, triplemente urgida por las sabandijas y el
polvo, los arenales insolados y los pajonales que los
indios truecan en lanzallamas.
Por sabio consejo de Calfucur, se supone, Catriel
en el norte y Yanquetruz el joven en el sur, se dignan
aceptar la paz que les suplican los cristianos. Por el
nuevo pacto de cabal1ros, como deca Mussolini,
Catriel qued reconocido comandante general de los
pampas y Cachul como segundo, ambos con sueldos
de generales. Los caciques menores y sus mujeres:
sueldos de capitanes. Yanquetruz: ttulo de teniente
coronel y sueldo correspondiente. Todo ello, claro est,
con la oblacin peridica consabida de yerba y yeguas,
126
uniformes y aguardiente, azcar y armas blancas y
otras menudencias.
El honor de Buenos Aires alcanza su nadir cuando
Bernardo, hijo de Caifucur, escriba y rbitro de la
elegancia en las tolderas, exige entre otras golleras,
un sombrero de pelo, y ms todava, cuando Millacur,
otro hijo de la familia reinante, viene a situarse en
Guamin y anuncia al pblico interesado que proce-
der al remate de cautivos a razn de $ 2.000 por
mollera bautizada. Buenos Aires traga saliva y. orga-
nizando un comit de ricachones, se presenta a la
puja para aguantar una nueva descortesa: muchos
de los cautivos han sido ya vendidos a los piadosos
cristianos de Chile, como esclavos, y en cuanto a las
chiiio1as lindas, las reservan para su uso particular, es
decir, quedan incorporadas al plantel de reproduccin
y mejora de razas de las tolderas.
Para apaciguar un tanto el asombro e indinaci6n
doloridos del pblico, el gobierno crey del caso soli-
citar al senado de la Provincia el ascenso a generales
de los coroneles derrotados por las chuzas: Conesa,
Paunero, Granada y desde luego los dos Mitre: Bar-
tolom y Emilio..
Que despus de sus triunfales incursiones en tierras
cristianas, los plumeros de las tacuaras arbolaban ya
los dos tercios del territorio de la provincia mayor
sin contar el de las otras, es decir, todo lo que
quedaba detrs de los fortines que iban desde Perga-
mino a Baha Blanca pasando por Rojas, Azul, Veinti-
cinco de Mayo y Chacabuco? Eso importaba poco: lo
urgente era aplastar de una vez por todas a la Confe-
deracin y a la Constitucin, es decir, al resto de la
Repblica.
El lector habr advertido que la poltica de los li-
berales porteos respecto a los indios era un poquito

127
peor que la de Rosas que, si bien tambin se humillaba
comprando a precio de usura, la paz a los indios,
medrando l mismo con ello, por lo menos evitaba en
gran parte el drenaje de vacas y cautivos.
El gran punto de partida del nuevo rgimen m -
puesto por 105 indios vena del desastre crucial de
Mitre en Sierra Chica. Veamos el testimonio de un
hombre muy conocedor del problema y ajeno a nues-
tros intereses y prejuicios: "Los amigos del general
Mitre no podan dejar de exagerarse a s mismos la
importancia militar de las tribus indgenas despus de
la ruda leccin infligida por ellas al hombre distin-
guido ciue reconocan por jefe. Como urimera medida
se trat con los caciques Catriel y Cac.hul, dndoles
tierras, raciones y una paga militar baio condicin de
que prestaran su concurso contra las invasiones. Co-
menz a tornar forma la teoria de que slo los indios
bodian tener xito sobre los indios. Estas ideas no
hicieron ms ane reforzarse despus de.l fracaso de un
miembro de la misma familia, el coronel Emilio
Mitre... De all surgi, organizndose poco a poco,
un sistema de defensa an no del todo abolido: el
sistema del desaliento" (Ebelot: op. cit.) Pero hay
ms: Ebelot, en total coincidencia con el gobernador
D'Amico y el historiador Vera y Gonzlez y el coronel
Alvaro Barros, nos recuerda que el sistema de prove-
duna del ejrcito creado por Mitre concedindola
por licitacin.., a las ms firmes columnas del partido
mitnista, fue un factor capital del fabuloso costo de la
guerra del Paraguay y la represin de Lpez Jordn,
y deba ser todava ms siniestro en la interminable
guerra con ci indio, pues, segn ya vimos, Cachuel
y los tres Catriel los caciques "amigos" del gobier-
no defraudaban a sus propios indios, mientras los
UB
proveedores y comandantes de frontera defraudaban
al fisco.
Segn clculos del coronel Alvaro Barros en 1872,
las rapias de vacas y caballos de los indios durante
veinte aos no bajaban de 200 millones de pesos. A
tan bonita cifra falta agregar, por un lado, el costo
de los sueldos y pensiones en efectos por el otro, el de
la defensa de frontera que obligaba a sostener un ejr-
cito permanente en una actitud defensiva que compor-
taba un fracaso no menos permanente. La guerra con
el indio ---ejemplo, entre tantos, de la rapacidad e ine p
-ciaonsuetdr aclsedignto-
ba al pas la mitad de sus rentas y frustraba su desarro-
llo. Para qu vamos a agregar a esa suma la de vidas,
dolores y humillaciones sin nombre exigida a los que
no tenan vacas ni mostradores ni cosechaban sueldos
ni honores?
Recordemos que hacia 1859, un ao de tantos de
los que en Buenos Aires los indios mandaban ms que
el gobierno, ste aglomeraba lo mejor de sus tropas
en San Nicols, y Mitre se preparaba para lucir una
vez ms su genio militar ausente.
Huelga decir que el desempeo de Urquiza en este
pleito con el indio no era menos gallardamente bellaco.
La frontera interior de la Confederacin, que cor-
taba en dos el mapa de las provincias de Santa Fe,
Crdoba, San Luis y Mendoza, no estaba mejor de-
fendido, slo que por otro pacto de caballeros los ejr-
citos oficiales de la indiada no invadan las provincias,
a excepcin de alguno que otro caciquillo autdeter-
minado: se conformaban con el arreo de algunas
centenas de miles de vacas de los campos bonaerenses
y el saqueo exhaustivo de sus hogares y negocios. Ya
dijimos que la segregacin de Buenos Aires, del cuerpo

129
de la Repblica, fue el ms santo servicio que pudo
hacerse a la causa araucana.
"La alianza entre Urquiza y los indios fue slida y
leal porque convena a ambas partes. Urquiza no pen-
s jams, segn mis investigaciones, en la extirpacin
radical de la barbarie de nuestros campos. El hecho
histrico y por ende indiscutible, fue que los indios,
por esta poca, entendan servir polticamente al go-
bierno del Paran en sus invasiones a Buenos Aires.
Se reputaban soldados de la Confederacin" (E. S.
Zeballos: Cailvu cu rd.)
Al otro da del Once de Setiembre, entre la corte
de Salinas Grande y la de San Jos, se inici el
intercambio de embajadas y obsequios: Urquiza en-
viaba golosinas (aguardiente y azcar, agregndole
trapos y quincalla) y reciba cautivos. Cierta vez le
entregaron un retrato suyo hecho sobre una manta
pampa por una bordadora de los toldos y se apresur
a taparlo de onzas doradas. El confiado afecto entre
ambas partes lleg hasta el punto de que el vencedor
de Caseros tuvo un da en sus brazos, ante la pila
bautismal, a un niito de cuarenta aos de nombre
Namuncur; se le agreg el cristiano de Manuel.
As, por provincianos y porteos, fue auspiciada la
confederacin de todas las tacuaras salineros, ca-
trieleros y ranqueles que se mantuvo con leves alte-
raciones hasta 1878, que reg el espanto en las prin-
cipales provincias de la Repblica, pero que tuvo una
fantica preferencia por los campos y pueblos de
Buenos Aires.
As Urquiza devolva, con una oronda canallada la
otra no menos oronda que los porteos le jugaron el
Once de Setiembre. En cuanto a chicanas y aagazas
no les ceda el punto al rosismo y el mitrismo. Un da
hizo votar por el Congreso 25.000 patacones rara

130
 rescatar cautivas bonaerenses de sus amigos salineros.
Es que hay algo que aplaste ms que la superioridad
de poder unida a la hidalgua de corazn?
Los diarios de la Confederacin estaban seguros de
salvar la moral cristiana haciendo resaltar que los
malones no iban contra el buen pueblo bonaerense
sino contra su mal gobierno; segn lo probaba el res-
cate de cautivos deligenciado por Urquiza.
Por cierto que ni Buenos Aires ni la Confederacin
podan tirarse la primera piedra en cuanto a adulte-
rios perpetrados a ojos vista contra la moral y la
civilizacin cristiana que invocaban ambos.
En 1855 una invasin de soldados de la Confedera-
cin fue rechazada por el coronel Mitre, quien resol-
vi que "el escuadrn de indios amigos ranquelinos
reducidos en Rojas a las rdenes del indio Cristo les
cortara la retirada". As ocurri, y corno en nombre
de la democracia liberal ajustici a todos los partida-
rios de la Constitucin Nacional que logr agarrar,
el cacique, despus de tan evanglica hazaa, gan
gran predicamento ante Mitre y el gobierno porteo.
Mas ocurri que en 1857 Cristo se sublev y se ali
a Calfucur y fue recibido en San Jos como Jess
Nazareno en persona. Lleno de espritu constituciona-
lista, declar que si los campeones de la unidad na-
cional resolvan someter a Ja anrquica Buenos Aires,
podan contar con sus lanzas y sus boleadoras.
Cuando la accin de Cepeda, Urquiza trajo consi-
go a Cristo y Coliqueo. La caballera ranquel de Bai-
gorria influy poco menos que la entrerriana en el
resultado del empuje contra la portea, que no esper
mucho para retirarse a tiempo. Calfucur no quiso
desperdiciar la bolada y avanz desde el sur de Buenos
Aires al frente de salineros y ranqueles invadiendo
Veinticinco de Mayo. Venan a robar ms que a matar

131
y a hacer pavesas, acaso por sugerencia del aparcero
de San Jos. Otra indiada, conducida por los coman-
dantes Olivencio y Rosas (pariente ste de don Juan
Manuel) lleg de visita a Azul.
Hacia 1,860 los malones sobre Buenos Aires empie-
zan a perder mucho de su magnificencia del ltimo
quinquenio. Es probable que Caifucur columbre la
declinacin de la estrella de Urquiza. Fuera de que
hay otra circunstancia que l mismo confiesa: no
conviene estar del todo mal con Buenos Aires, pues
eso perjudica la venta de cueros robados en sus
propias estancias.
Pero media en- la ocasin otra causa no menos
decisiva. Baigorria, cacique asimilado de los ranqueles,
reconocido despus de Caseros coronel de la Confede-
racin y nombrado jefe de frontera, es el ms poderoso
instrumento en la relacin de Urquiza con los indios.
Este Baigorria, personaje con no pocos resabios de
caballerosidad, pese a sus veinte afios de invernada
entre los ranqueles, tuvo un as p rrimo altercado con
los hermanos Saa, tambin refugiados entre los indios
y dignos de serlo, aunque felones con stos sus protec-
tores, de resultas de todo lo cual Baigorria se oblig
a tomar parte en un mal6n, del que sali con un
enftico sablazo en el rostro y un odio vitalicio a toda
la raza de los Saa.
Ese chirlo devino una encrucijada de la historia
argentina. Un da Urquiza, que elev al generalato
a uno je los Saa, puso bajo su dependencia el mata-
jable regimiento N 9 7 que mandaba Baigorria. A ste
le hizo el efecto de una lavativa de aj. Se pas al
bando porteo, sin pensarlo dos veces. En Pavn el
nico cuerpo montado de Mitre que sali unido de
la accin fue el de las lanzas emplumadas de Baigorria,
pues el resto de la caballera se volvi a Buenos Aires

132
 como un chasque. La firmeza de Baigorria y la blan-
dura de Urquiza abandonando el campo y un triunfo
a medias es lo que defini la accin.
Si los representantes oficiales de la sociedad culta
y cristiana no trepidaban en aliarse a la indiada cuan-
do precisaban romperse los huesos, no debe asom-
brarnos que las llamadas montoneras hicieran lo mis-
mo. Ya en 1820 Jos Miguel Carreras haba buscado
apoyo en las montoneras y en los indios para libertar
a Chile. Ms tarde ocurri algo equivalente. "Clavero,
batido en San Luis, huy a los toldos, y Puebla, al
frente de mil quinientos lanceros ranqueles, puso sitio
al coronel Iseas en el pueblo de Mercedes".
Las montoneras de la segunda mitad del siglo po-
dran tener justificacin holgada en su lucha contra
las fuerzas de ocupacin enviadas despus de Pavn
desde Buenos Aires, y sobre todo en su resistencia a
la guerra portea contra el Paraguay. Slo que tres
grandes pormenores ponen sus pretensiones al mismo
nivel, aunque no por debajo de sus cbntendores. Los
jefes de la montonera eran siempre patrones de es-
tancia o en procura de serlo, y en sus levas acudan
al mismsimo mtodo policaco-verduguil de los go-
biernos: "Los combatientes de ambos lados eran enro-
lados a la fuerza, arreados como ganado, obligados
a pelear". (R. Cunninghame Graham.) En segundo
lugar, la montonera se entregaba gustosa al saqueo y
violacin de los pueblos, por su sola cuenta o en
alianza con los indios, que naturalmente slo buscaban
su propio botn a costa del huinca usurpador. lti-
mamente, si en el sesenta y tantos las montoneras del
interior se alzaban contra el pulpo porteo y su ca-
cera de paraguayos por cuenta de Inglaterra y el
Brasil, era negar su propio programa el aliarse con
Urquiza, quien, al igual de los porteos, slo defenda

133
los intereses de Entre Ros que eran los suyos propios
de ganadero y exportador omnipotente, sin contar
que ya haba claudicado ante Buenos Aires.
Si la campaa por la hegemona portea sobre las
provincias, antes y despus de Pavn, al dar la es-
palda al pleito con los indios, fue para stos como
quitarles la paja del ojo, la guerra del Paraguay,
con el abandono casi total de la frontera interna, fue
el premio gordo de b lotera para las tcuaras. Era
cuando Calfucur trataba al presidente Mitre como
a compadre pobre: "Amigo Mitre..
Entonces se puso en evidencia meridiana el fondo
mismo de la cuestin, esto es, que un gobierno que no
saba defenderse de cinco o seis mil lanzas, cuyos pm-
meros amenazaban volver a las orillas del Salado,
poda improvisar, en cosa de das, un ejrcito de trein-
ta mil hombres para aplastar a un pueblo sito a
varios cientos de leguas, y defendido por las selvas y
los pantanos del trpico, por modernas fortalezas y
por decenas de miles de los ms intensos y mejor
armados guerreros del mundo
Despus de Mitre siguieron todava diez aos, de
desastres en la frontera de entrecasa, porque la opo-
sicin de Mitre y su partido al presidente Sarmiento
fue mucho ms enconada y estratgica que la llevada
por ellos contra los indios, y porque la administracin
nacional debi aguantar el dficit presupuestario y
la fiebre amarilla trados por la guerra del trpico,
sin contar las dos insurrecciones de Lpez Jordn,
tendientes a heredar el cacicazgo sin vincha de Ur-
quiza despus de hacerlo despedazar como a fiera
encovada en su suntuosa guarida.
Sarmiento concordaba plenamente con los puntos
de vista del naturalista Azara y el capitn Undiario
expuestos en su tiempo: que el problema de la guerra

134
 con el indio poda resolverse con la ocupacin militar
de Choele Choel, la llamada "Gibraltar del desierto",
que controlaba el paso obligado del gran comercio
de los indios con Chile. Era idea esbozada por l
quince aos antes en A rgirpolis, ("Sarmiento es uno
de los lderes de la guerra al indio", opina Enrique
Stieben: De Garay a Roca.) Tina de sus medidas
fue mandar hacer un estudio geogrfico militar d
la isla. Pero ya vimos que el ejrcito obedeca menos
al presidente que a la plana mayor de generales mi-
tristas, y por otra parte la oposicin capitaneada por
Mitre en el Congreso era capaz de paralizar cualquier
proyecto oficial: "Mitre da el ejemplo que deben
imitar,,. En doscientas votaciones ha votado en con-
tra. Una vez, l slo. No es delicado de medios este
zonzo que toda la vida ha vivido de ideas ajenas sin
perjuicio de representar todos los roles" (Sarmiento.
Posse: Correspondencia, t. II.)
El presidente debi, as, postergar la realizacin de
sus miras sobre el Ro Negro, pero la alarma de los
indios indicaba que haba puesto un dedo en la ma-
tadura. Calfucur se apresur a escribir al jefe de la
frontera sur, coronel Barros, protestando contra la
ocupacin de Choele Choel por "el seor gobierno",
anoticindole la prxima llegada del cacique neuquen-
se Reuque Cur. Poco despus su hijo Bernardo le
escribi en nombre del "seor general Calfucur" ha-
cindole conocer los grandes xitos araucanos del otro
lado de los Andes, y que el gran cacique Quilapan,
antes de firmar pacto con el derrotado gobierno chi-
leno "quiere primero venir a pelear en esta parte...
con tres mil lanzas.., dejando cinco ms en Collic".
El presidente debi reducirse a enviar en misin
pacifica al coronel Mansilla, jefe de la frontera de
Ro IV, ante los ranqueles. Ms tarde Rivas incur-

135
sion. en Salinas Grandes y Arredondo y Roca en
Leuvoc, sin mayores resultas. Pero en 1872 Sarmien-
to volvi a las andadas. Envi a los coroneles Guerrico
y Bejarano a estudiar mejor por tierra y agua la si-
tuacin de Chocle Choel. Calfucur sinti tanto o
ms que en la anterior ocasin el peligro en ciernes
sobre su comercio de vacas y cautivos con Chile, y
tomando como argumento el atropello del coman-
dante Elia y Cipriano Catriel contra Manuel Grande,
invadi en guerra abierta, al frente de la mejor com-
binacin de lanzas que lograra nunca salineras,
pampeanas, ranqueles, neuquinas, chilenas, tres mil
quinientas en suma mandada por los mejores ca-
pitanes del desierto: Reuquecur, Cuatricur, Namun-
cur, Pincn y Epumer. El pequeo ejrcito cristiano
no poda atajar esa avalancha... Y sin embargo, la
presencia del rmington y las chuzas y boleadoras de
Cipriano Catriel luchando a muerte contra sus her-
manos de raza y de suerte, resolvieron otra cosa. La
de San Carlos fue la nica verdadera batalla ganada
por los fusiles a las chuzas emplumadas.
La situacin del gobierno de Avellaneda no fue
menos afligente, o lo fue ms. Fracasadas sus aspi-
raciones presidenciales en la eleccin de 1874, Mitre
y los suyos pidieron ayuda a las lanzas de Catriel
para enmendar los yerros de la joven democracia.
Fracasados en el empeo y eximidos de pena, los
mitristas no se dieron por vencidos. Eliminados del
ejrcito Arredondo y Rivas, sus generales ms com-
prometidos, pusieron sitio troyano al gobierno con la
oposicin en el Congreso y la amenaza de una nueva
insurreccin callejera y castrense. Aquejados adems
por la crisis econmica de esos das, Avellaneda y
su ministro Alsina padecieron, frente a la frontera
interna que era indispensable dilatar, agobios mayores

136
que los conocidos. "Lo que los indios de Catriel y
los de Tierra Adentro hicieron durante la lucha fra-
ticida de 1874 no puede referirse sin horror".
(Zeballos). Pincn comenz a regar a balde volcado
la sangre y el espanto en la frontera noroeste. Al co-
ronel Lagos le capturaron dos cadetes y clavaron sus
cabezas en sendos postes. Otro da los alaridos y las
polvaredas del desierto se alzaron a seis leguas del
Rosario. La tribu de los Catriel, "amiga" hasta en-
tonces, se volva ahora sospechosa bajo la vincha de
mando de Juan Jos, que haba ajusticiado a su her-
mano Cipriano. Eso por un lado; mientras por el otro
la oposicin poltica se converta en amenaza de sub-
versin abierta.
Namuncur, no menos sinuoso y constrictor di-
plomtico que su padre, lograba la misma confede-
racin emplumada cosida por l veinte aos antes,
y destac ante el Gobierno Nacional una embajada
compuesta por cuarenta caciques y capitanejos que
alojados en un hotel cntrico comieron y eructaron
por cuenta del gobierno, observando lo que pudieron,
mientras su jefe despachaba misiones con mensaje in-
verso a las tribus de aquende y allende los Andes.
Entre las piezas de su jugada no trepid en mover al
mismo arzobispo. El ministro de guerra se avino a
conferenciar personalmente con Juan Jos Catriel
sobre tierras e implementos agrcolas concedidos por
el gobierno, y ste puso tanto mayor nfasis en discu-
tir los trminos del nuevo pacto cuando ms se acer-
caba el momento en que con una simple conversin
de sus talones se convertira, de guardia avanzada del
gobierno en punta de lanza de la invasin ms grande
de los tiempos.
La nueva cruzada abarc cincuenta leguas de frente
(no un maln sino un oleaje de malones) y pas a

137
cuchillo a la rnayoria de las guardias fortineras. Pero
se hizo pata ancha, pese a todo y aun se resolvi avan-
zar veinte leguas ms sobre el desierto, y aunque el
gobierno, acogotado por la crisis financiera y la ame-
naza revolucionaria, casi dej morir de hambre y fro
sus soldados, se hizo de tripas corazn y se sigui
resistiendo - y ello no slo porque se contaba ahora
con la ayuda del ferrocarril y el telgrafo, a ms del
rmington, sino porque la vieja guardia de generales
y pagadores mitrista habla sido relevada a tiempo.

138
 CAPTULO VII

SECRETO A VOCES

Cualquier honrado lector evitar difcilmente dejarse

ganar por el asombro de este fenmeno ofrecido por
un pueblo de uno a dos millones de habitantes, pro-
visto de todos los recursos y armas de la civilizacin,
que durite ms de un siglo se resigna a pagar un
caudaloso tributo de oro, de sangre y de vergenza
a seis u ocho mil salvajes sin ms armas que sus
lanzas y sus boleadoras.
Varias ,y variadas explicaciones han sido dadas, aun-
que ninguna convincente del todo, porque no se quiere
remover el fondo de la olla.
El desierto propiamente dicho (esto es, las desola-
das tierras que rodeaban las aguadas y junglas en que
los indios clavaban sus tiendas de cuero de yegua)
era ms o menos desconocido de los cristianos y cier-
tamente tena mala fama ganada en buena ley. Si,
ese desierto que lo vomitaba resultaba tan temido
como l, con su silencio antiguo en que el alba se
levantaba sin ruido de pjaros y los ocasos tenan algo
de incendio o de degello; el desierto clavado de es-
pinas, amojonado de remolinos de polvo, flanqueado
a trechos de salinas u osamentas, y sin una gota de
misericordia para la sed, pues hasta agua era casi

139
 siempre salada como el llanto: all, donde hasta ci
corazn pareca volverse arena, el indio lozaneaba
como el cachiyuyo en e1 salitral.
Claro est que el criollo, andaluz catlico y mo-
risco a medias, era de una credulidad tan elstica
como su fantasa. La verdad que, como vimos, el
alcalde chileno don Luis de la Cruz a princioios del
siglo haba salvado, de ida y vuelta, sin inconvenientes
capitales nada menos que Ci trecho que va de Val-
divia a Meiincu(, y que en 1810, por iniciativa de
Mariano Moreno y la Junta, el coronel Pedro Andrs
Garca, despus de organizarse convenientemente en
Lujn, parti desde la orilla derecha del Salado hacia
Salinas Grandes con un enorme convoy 172 carre-
tas. 62 carros, 2927 bueyes, 520 caballos, bien cus-
todiados por cierto con la doble misin de explicar
a los indios las ventajas de sumarse a la causa eman-
cipadora, y de cargar los rodados con sal. Tamaa
cruzada no result un paseo por cierto,pero Garca,
con una magistral combinacin de energa y prudencia
que nadie imit despus. convenciendo o conteniendo
a los indios, volvi con la sal, y con algo mejor que
eso: su experiencia sobre la necesidad de proveerse
de buenos baquianos como l hizo, sobre la conve-
niencia de prevenirse respecto al peligroso cambio de
aguas y pastos para caballos y reses, y dems nove-
dades del desierto, y lo que tanto importa como
dir despus de una nueva expedicin en 1820---:
"Fue errado y muy daoso el sistema de conquistar
a los indios salvajes a la bayoneta y de hacerles entrar
en las ventajas de la sociedad sin haberles formado
e inspirndoles el gusto de nuestras comodidades".
Garca ve, pues, mucho antes de que el problema
llegase a lo trgico, lo que nadie, si no es por excep-
cin, quiso ver despus: que al indio no slo haba
140
que tratarlo como persona sino educarlo como se educa
un nio, reconocindole desde luego su derecho a par-
ticipar en la ocupacin de la tierra
No pudo ser y no fue porque la civilizacin, mien-
tras no elimine en su serio la divisin de clases, se-
guir haciendo uso de la moral como de un mero
cartel. Y para qu decir que la sociedad con la que
se enfrentaba el indio conservaba un alma colonial
y teolgica y segua creyendo en el fondo lo que en
su tiempo haba dicho Fray Toms Ortiz que los
indios "son siervos y esclavos por naturaleza", o como
Fray Gregorio Garca que "son de ms baja y des-
preciada condicin que los negros y todas las naciones
del mundo" (Juan de Solrzano: Poltica Indiana.)
De.de luego, para mentes as condicionadas era ms
o menos imposible sospechar siquiera que el araucano
tambin tena su moral, aunque no fuera exactamente
la budista ni la cristiana, pero si corno ellas, con sen-
tido divergente, es decir, una moral para dentro de
casa, el pueblo elegido, y otra para el forastero, el
enemigo: los hijos de Dios y los hijos del viento.
He aqu lo que reza el Cdigo de Manu o Deuto
ronomio araucano: "Todo aqul que mate debe ser
muerto por un pariente del difunto o debe exigirsele
una suma o prendas que agraden al agraviado. Todo
aqul que robe debe reponer, l o sus parientes. Todo
aqul que adultera paga con su vida el crimen come-
tido. El padre tiene derecho a la vida y muerte de
sus hijos. Si la hechicera causa la muerte de su se-
mejante, debe ser quemada viva". (Federico Barbar:
Manual de la lengua pampa.)
Brbaro? Sin duda, pero no ms que cualquiera
de los viejos cdigos morales y religiosos de la huma-
nidad.
Que no perdonaba la vida al prisionero? Ya vimos
141
 que eso lo iniciaron los cristianos, continuando una
tradicin sagrada: "Y destruyeron todo lo que en la
ciudad haba; hombres y mujeres, mozos y viejos,
hasta los bueyes, y ovejas y asnos, a filo de espada"
(Libro de Josu: VI, 21). Este Josu, tan hitleriano,
slo cumpla rdenes de Jehov.
Por lo menos los pampas perdonaban a las mozas
y los nios.
Tambin debe recordarse que como todos los br-
bados, ajenos aun a la propiedad privada, es decir, a
la divisin de ciases, conservaban an un ponderable
sentido de la igualdad. El jefe de estado, digamos el
cacique mayor, estaba lejos de ser un Juan Manuel,
un Roca, un Irigoyen o un Pern, mandando a puro
arbitrio personal detrs de la mampara de los gordos
cuerpos legislativos: era slo el primero entre los de-
ms caciques de la tribu, no su amo.
Que los indios, tratados como perros desde el co-
mienzo, se haban vuelto perros rabiosos y que ..-favo-
recidos por el aguardiente, la viruela y la sfilis y otros
obsequios de la civilizacin, estaban retrogradando en
vez de ascender? Es lo que no parece advertir nadie.
Muchos menos que, pese a todo, se daban entre los
indios excepciones que podran avergonzar a legiones
de cristianos. Citemos un solo caso. Maudonao, un
capitanejo de Pincn, se separa un da de su jefe y
termina por volverse contra los indios. Por odio o
por felona interesada? Parece que no, sino slo porque
su corazn no comulga con la felinidad de Pincn. En
cualquier caso, cra desde chiquito un nio cautivo,
y ste, que deviene un varn tan hermoso como un
Apolo de barba, slo ve un amigo y un padre en
Maudoriao, que persiste en su alianza con los cris-
tianos "a condicin d que no le impongan sus odio
sas costumbres". Ms todava; en otra ocasin los
142
indios, que han raptado un muchacho de doce afo,
aragons, resuelven matarlo para evitarse estorbos. fn-
teriene Maudonao y tras forzada discusin, termina
entregando a los vendedores seis caballos sin marcar,
doce vacas, un asta de lanza, un lazo trenzado, y hasta
sus estribos de plata, pero salva la vida de Pedro que
se convierte en su segundo hijo. Cuando en 1878 pue-
den volver los dos a la sociedad cristiana, ninguno
quiere hacerlo. Maudonao y el desierto les han gana-
do el corazn para siempre. (Ebelot: Op. Cit.)
Ya dijimos que el indio conoce como sus propias
manos de ese desierto que el cristiano teme justamente
porque no se ha tomado el trabajo de acopiar noticias
concretas sobre l. Dijimos tambin que el pampa
ha hecho del caballo el pedestal de su emancipacin
en la medida en que ha sabido volverlo un innume-
rable caballo nico, capaz de cualquier proeza y aguan-
te: el arma que precisaba para su esgrima de tacuaras
y leguas.
Fuera de eso est la resistencia del indio mismo a
cualquier tirana de la sed, del hambre y la intemperie,
y su coraje crinudo y cojudo, y su destreza de cirujano
mayor en manejar la lanza como un bistur (gene-
ralmente el bote de la tacuara no necesitaba ser re-
petido), sin olvidar que en la pelea poda manejar
las boleadoras como una cachiporra doble.
Todo lo anterior es cierto, pero no lo es menos el
que no justifica de ningn modo la apreciacin con
cristal de aumento del adversario: que la caballera
pampa era inatajable, porque el indio no era un lan-
cero sino un unicornio, y algo peor, la receta homeo-
ptica de que al indio slo se lo poda contener con
el indio.
No es difcil advertir que esta teora y prctica del
negocio o paz comprada a los indios, inaugurada y

143
 mantenida por Rosas a lo largo de su gobierno, se
haba agravado fnebremente a raz de las derrotas
en escala creciente iniciadas en Sierra Chica en 1855.
El indio pampa era en gran parte un resultado de
lo que los cristianos haban hecho de l. Comprarle
la paz pagndole un tributo fastuoso era como cas-
tigar a un gato encerrndolo en una fiambrera. Acos-
tumbrado a vivir de las pensiones oficiales, el indio
tenda a convertirse en un vampiro, es decir, a hacer
del ocio y del aguardiente sus pasatiempos favoritos.
Slo que haba de por medio algo ms sucio toda-
va, segn vimos, y era que los caciques estafaban
a los indios, de acuerdo con los proveedores y los co-
mandantes de frontera, que estafaban al fisco. Al no
recibir sino una mnima parte de las provisiones entre-
gadas por el gobierno, los indios se vean obligados a
entregarse al maln al menudeo, con la obligada to-
lerancia de los caciques y las autoridades de la frontera
a la vez.
El ingeniero Ebelot es quien mejor ha visto cul
era la nica solucin que ccnsultaba los intereses de
ambas partes y salvaba a dignidad de la civilizacin
y de su moral confesa: "ser humanos con los indios,
nada mejor, pero a condicin de serlo no antes de
haberlos vencido y de haberles hecho comprender que
esa generesidad no era debilidad. Desde el punto de
vista militar, el lector no habr dejado de notar cul
era la falta capital en que ha incurrido la Repblica
Argentina: reducirse al papel pasivo, a la guerra de-
fensiva, la ms ingrata e ineficaz de todas las guerras...
dejando a sus enemigos salvajes atribuirse el lado f-
ci l y brillante, rpidos golpes de mano en los momen-
tos y sobre el terreno elegido por ellos". (Op. cit.)
Que las ventajas seguan mostrndose del lado de
los indios, aun despus de San Carlos en que el gran

144
Calfucur fue batido y corrido como un zorro viejo?
Pero no era menos cierto que las ventajas posibles,
y ahora ms que nunca, estaban a la vista sin ms
que computar la superior eficiencia de las armas y
la de un frente que poda mover cinco o diez veces
ms combatientes que sus enemigos, segn acababa
de demostrarlo la dos veces fnebre guerra del Pa-
raguay.
En un libro de no mucha resonancia en su tiempo
y no aplaudido del todo por Alsina, a quien estaba
dedicado Fronteras y territorios nacionales el co-
ronel Alvaro Barros, con documentacin intergiversa-
ble sobre la mesa, echaba toda la culpa a la desorga-
nizacin y corrupcin del ejrcito, sin que su ojo
castrense advirtiese que ellas eran uno de los tantos
inevitables resultados del sistema econmico y pol-
tico de la sociedad. Pese a ello, la denuncia no era
menos valerosa y hoy constituye un documento ilu-
minador.
Barros demostraba que la asignacin de los puestos
y ascensos militares, como el aprovisionamiento del
ejrcito, se regan por el favoritismo poltico y perso
nal, desembocando todo en la ms rampante inmo-
ralidad y cojitranca inepcia.
Veamos. Desde los tiempos del rgimen provincia:
de Adolfo Alsina, Obligado y Mitre, el aprovisiona-
miento del ejrcito vena hacindose por particulares,
segn el socorrido arbitrio de la licitacin. Por cierto
que quien ofreca precios ms bajos se quedaba con
la autorizacin oficial, y como se trataba infaliblemente
de un amigo poltico y personal de alguno, cuando
no de todos los gobernantes, proceda con librrima
Vol u
- ntad en el cumplimiento de las obligaciones con-
tradas, y quin iba a ponerle el cascabel al gato,

145
si el gato era un gran caudillo electoral, una de las
columnas del partido en el poder!
El sistema debi haberse perfeccionado envidiable-
mente en su tcnica operativa en poco tiempo, pues
ya en la guerra del Paraguay produjo ostentosas for-
tunas privadas salpicando de oro sin duda a ms de
un jefe complaciente.
"Mitre.., no ha tomado un peso de las arcas p-
blicas... pero en su gobierno los robos eran tantos
que a nadie llamaban la atencin. Si en la actualidad
se hacen fortunas inmensas a la sombra del poder,
sas son migajas al lado de las que se hacan por los
ntimos del general cuando Cepeda, cuando Pavn,
cuando el Paraguay. Mitre crea que su honradez
quedaba inmaculada, puesto que l no participaba
de aquella arrebatia". (C. D'Amico: Buenos A ires
y sus hombres.) "Su casa (de Mitre) fue negociada
por agentes y obtenida la suscripcin de proveedores
que mediante el despilfarro de las rentas ganaron
millones". (Carta de Sarmiento a Sarratea, 17-II!-
1869; El Mercurio, 12-IX -1927; E. Wilde: Obras,
t. VIII; Citas de J . N. Mayer en A lberdi y su tiempo.)
D'Amico confirma el dato: ". . .los proveedores, cu-
yas fortunas insolentes se haban hecho a la sombra
de Mitre, regalaron a ste la casa en que hoy est
la opulenta imprenta de La Nacin". (Op. cit.)
Las acusaciones de Barros son tajantes e impeca-
blemente documentadas. Cuando la batalla de Santa
Rosa, en Entre Ros, de las fuerzas oficiales contra las
de Lpez Jordn, el general Rivas pasa al gobierno
un parte falso atribuyndose una victoria que no exis-
te, y sigue despus obrando segn una conduccin
transparentemente antiestratgica. A raz de ello se
eleva una nota al Gobierno Nacional firmada por

146
los principales jefes: Donato Alvarez, J. Viejobueno,
Levalle, Winter, T. Garca, J . Freire, L. M. Campos.
A rengln seguido de la falla militar se consigna la
otra, no menos gorda: "A la mala direccin de las
operaciones se agrega una administracin onerosa de
los intereses de la Provincia, de la cual entrerrianos
que militan en nuestras filas se quejan amargamente,
murmurando no contra el gobierno, pues les consta
que ste paga cuanto consume, sino contra sus repre-
sentantes a quienes culpan de un proceder del cual
el decoro impide entrar en detalles. . .". (A. Barros,
Op. cit.)
Justicia al mrito: el concepto que este archimi-
trista general Rivas mereci a los jefes del ejrcito
destacado en Entre Ros era compartido ampliamente,
al parecer, por Calfucur: "...don Galvn, proveedor
de Baha; ste es uno de los principales ricos; es muy
ladrn. Rivas, otro ladrn de primera clase. El me
da lo que mejor gana le da, no lo que tiene ordenado
por Ud." (J. C. Waither, La conquista del desierto.)
Ya veremos ms adelante que otro alto personaje
poltico llama decoro y amor a !a patria al silencio
guardado por un miembro de la clase dirigente cuan-
do algn colega se ensucia las manos hasta los codos.
Sarmiento era tan honrado como antidemagogo,
segn lo reconocieron y 10 reconocen sus propios ad-
versarios. Por qu exoner a los generales Conesa
y Mitre (Emilio) callando los motivos? Por qu
margin al general Rivas despus de la denuncia, pero
sin abrir proceso contra l? Es que corno "el hon-
rado Lincoln", que se vio obligado a tolerar a un
ministro ladrn y a generales mercachifles (C. San-
burg: Lincoln) l tambin debi callar porque su po-
der tena cortapisas insalvables? Debi ser as, ya que
mas tarde ro tuvo inconveniente en consignar que la

147
mitad del importe del emprstito contrado y gastado
en la represin de Lpez Jordn, haba ido a parar a
los bolsillos de los proveedores.
La cosa vena de lejos. El propio Barros consigna:
"Cuando el general Rosas fue investido con el mando
supremo de la Repblica, el ejrcito que haba ven-
cido al poder espaol y castigado al Brasil... no poda
ser instrumento de un tirano, Rosas lo comprendi
as, y tambin que halagando las pasiones persona-
les. . . tendra a su frente el ejrcito para defenderse
del ejrcito. Un juez, un estanciero, un pen... dis-
tinguindose como buen federal con una delacin in-
fame o una expoliacin inicua, era nombrado capitn
y coronel. . ".
Lo que Barros olvida adrede decir es que Brown,
Pacheco, Guido, Soler, Alvear y tantos ms, milita-
res de las dos guerras que l cita, tambin sostuvieron
con piafante entusiasmo a don Juan Manuel, y que
la flor de 105 generales y coroneles de Rosas Pache-
co, Echage, Urquiza, Prudencio Rosas, Man&ila,
Santa Coloma--- ostentaban con ms garbo sus estan-
cias que sus charreteras.
Un da de 1865 el gobierno de Mitre nombra a
Barros jefe de la Frontera Sur, Parte junto con el
pagador Orom, quien lleva orden de no proceder al
pago del atrasadsimo sueldo de la tropa sino despus
que el jefe saliente, coronel Benito Machado, haga
entrega del mando. Pero Machado, militar mitrsta
desde la bota hasta el kep, se niega a transferir el
cargo si previamente no se realiza el pago. Son in-
tiles los empeos y reiteraciones. Al fin slo personajes
venidos de la capital consiguen hacerlo salir de sus
casillas: "Despus de esto se verific el pago y el se-
or Ororn devolvi en tesorera la cantidad que cons-
ta en los recibos siguientes:

148
 En junio 23 de 1866 $ 255.980
,, 25 ,, ,, ....... ,, 2.500
enero 15 ,, 1867 .......,, 176,753
junio 13 ,, ,........213.1
Total ............$ 648.409
Estos pagos correspondan a sueldos atrasados de
la poca en que era jefe de la fuerza el coronel Ma-
chado; los individuos que figuraban en la lista no
tenan nota de baja, y por tanto no existan ya cuando
aquellas notas se hicieron, y los capitanes as lo de-
claraban. En cuanto al 6 9 escuadrn de la frontera
del sur jams haba existido, como lo dice el comi-
sario Ororn en su nota al ministro de Guerra.
"El Dr. Marcos Paz tuvo sin duda la voluntad de
llevar este asunto a su perfecto esclarecimiento, pero
una parte del ministerio lo resisti. . ." (Mitre, au-
sente en el Paraguay, segua protegiendo al amigo y
copartidario desde lejos).
El coronel Barros cuenta tambin el caso que des-
pus repetir Zeballos. En 1873, el coronel Elia, jefe
de la frontera sur, se asocia con Cipriano Catriel para
llevar un maln de entrecasa contra los caciques Ma-
nuel Grande y Chipitruz, cuyos indios pacficos son
enviados como voluntarios al ejrcito mientras ellos
tienen que ir a hacer una cura de reposo en Martn
Garca. ("Dnde cristianos llevando!" preguntaba
Manuel Grande cuando se vio solo rodeado de agua
y cielo).
Al relatar este mismo hecho el Dr. Zeballos dice
que slo el patriotismo le impide entrar en detalles
no pudendos. As, pues, el apaamiento de las ha-
zaas no historiables de nuestros prceres militares o
civiles en vez de llamarse cobarda cmplice se llama
servicio a la patria...
149
 Este Cipriano Catriel puede ser tomado como mo-
delo del indio corrompido por la civilizacin. Como
su padre y como su hermano, se asociaba a los jefes
cristianos para estafar a los indios y al gobierno a
la vez. Su vecindad en el Azul, donde lleg a tener
casa de ladrillos y usar sbanas, resultaba tan pest-
fera como la de un pantano. Dejaba que sus indios,
con cuyas raciones dadas por el gobierno engordaba
l, saliesen a bolear avestruces, aunque siempre se les
enredaba una vaca, cuando no un cristiano en las
boleadoras. En San Carlos pele como un jaguar, aun-
que haciendo fusilar por la espalda a los indios que
se negaban a luchar contra las tacuaras. En 1874 se
sublev con Mitre y Rivas en defensa de la virginidad
del sufragio. Su propia tribu le ajust las cuentas por
agencia de su hermano Juan Jos que si no era tan
valiente como l le ganaba iCOS en canallera.
Que no era ms pundonorosa la moral de muchos
jefes militares lo dicen algunos de los casos que cita-
mos. Pero seria una injusticia olvidar a Arredondo,
parte integrante del juego de jefes uruguayos que im-
port Mitre Flores, Vedia, Rivas, Gelly y Obes,
Iseas, Sandes con los cuales manej el ejrcito
argentino durante veinte afios. Arredondo, de po-
cas luces y mucho coraje, pintoresco (lleva som-
brero por kep y ltigo por espada) manirroto, sim-
ptico, irresponsable y mitrista ante todo. Confabu-
lado con Mitre en 1874, se presenta al presidente
Sarmiento tosiendo y con el pauelo manchado de
sangre a solicitar, la venia para irse a Cuyo en busca
de salud. Llega a Ro IV, pasa a Mercedes, se com-
plota con los principales jefes, y como el comandante
general, Ivanosky, llave de todo, le resulta inabordable,
lo manda asesinar o lo asesina personalmente y sos-
tiene despus un dilogol por telgrafo con el presi-

150
dente de la nacin, hacindose pasar por Ivanosky y
pidiendo instrucciones respecto a Arredondo... De-
rrotado en Santa Rosa y exonerado del ejrcito y co-
rriendo la liebre, se da un da con que sus amigos
del Congreso han aprobado una ley pagndole por
junto los sueldos de diez aos de servicios.., no
prestados: (1. Fotheringham: La vida de un soldado.)
El coronel . Maldonado, uno de los ms temerarios
y distinguidos jefes de la poca fue tambin un dis-
tinguido asesino. Slo que la eficiencia de sus buenas
amistades le permiti cambiar el pelotn de fusila-
miento por el ascenso a coronel. En 1867 mat de un
golpe de ltigo en la cabeza al mayor Donato Lpez.
Siete aos despus, mat, disparndole a boca de
jarro un tiro en la nuca, al teniente primero Justo P.
Villamayor, (Fotheringham: 2. si.)
Volvamos a la moral administrativa y tctica del
ejrcito en la peor poca de la guerra con el indio.
"Al firmar el contrato ---dice el coronel Barros
el proveedor presenta una fianza por una suma con-
siderable. La falta del cumplimiento del contrato
importa la prdida del valor de la fianza. Este caso
no ha llegado a ocurrir... En este ramo se han hecho
fortunas muy grandes y muy rpidamente, y esto
bastara para comprender que en tales negocios se
cometen grandes fraudes cuya ignorancia y consen-
timiento por parte de la administracin entraa una
insuficiencia absoluta o una disolvente inmoralidad".
La provedura del ejrcito resultaba, ya lo vemos,
un negocin pecuniario para el actuante, pero tam-
bin un negocio poltico para sus protectores oficiales.
"El proveedor activo en el movimiento de sus nego-
cios est en relacin con mucha gente y el capital que
Posee le da un gran ascendiente all donde se halla
establecido. En las luchas electorales dispone as de

151
un importante contingente de votos que, en- beneficio
de sus negocios, pone en favor de los candidatos mi-
nisteriales".
Naturalmente, si el proveedor se mostraba agrade-
cido electoralxnente con el rabadn poltico que lo
amparaba, no se mostraba menos con el jefe militar
que devena su socio: "Toca algn resorte y consigue
que se le d alguna comandancia de campaa". Eso
informa Barros en coincidencia con el dato de Ebelot:
que era frecuente que el proveedor hiciese nombrar los
jefes militares de frontera. Entonces el viento de la
buenaventura soplaba sobre las velas de la conve-
niencia mutua.
Ya vemos; por un lado el negocio de la provedura
de los indios, por otro el de la provedura del ejrcito.
Rosas haba sido el gran inaugurador del primero y
su explotacin aun desde el gobierno, fue una de las
bases de su fortuna miliunanochesca. El fue, desde
sus comienzos, el apostlico partidario de comprar la
paz a los indios cebndolos con una copiosa ddiva,
siempre, claro est, que l hiciese de embudo entre el
gobierno y los indios y que el embudo echase la mitad
del caudal en su alcanca. (Rivera Indarte: Vida de
Juan Manuel de Rosas; General Iriarte: Memorias.)
Una de las causas o pretextos para el maln era el
incumplimiento o el dficit en la entrega de las pen-
siones acordadas. Todava en 1875 Namuncur con
malicia o sin ella protesta contra las chicanas de
los proveedores que entregan yerba o tabaco insufi-
ciente o inservible y se enriquecen "a expensas de la
Nacin y de nuestros intereses, por qu?"
"Sucede a menudo que se produce un escndalo
cualquiera entre los indios. Casi siempre sin razn lle-
van a uno de ellos preso por orden del Comandante
por el concevido plan de apoderarse de el caballo que

152
tiene, que va a poder del Comandante. Por qu hace
el jefe de Frontera esta injusticia. Ser porque no
somos civilizados corno los dems?" (Nota de los
triunviros Manuel Namuncur, Bernardo y A lvarito
Reumay al Presidente A vellaneda, techada el 7 de
diciembre de 1877 y hallada por Ceballos en Salinas
Grandes.)
Llegamos a uno de los problemas capitales de la
guerra de fronteras y la clave mayor de las derrotas
cristianas: el caballo.
Con su consuetudinaria perspicacia Sarmiento habia
visto y advertido ya en 1856 que las fallas referentes
al caballo (mala calidad, mal estado o peor vigilancia)
eran quiz la causa nmero uno del asiduo -fracaso de
la guerra contra el indio.
" Qu ha sucedido en materia de caballos? Que los
mandados a Patagones fueron arrebatados por los in-
dios dos meses despus de haber llegado; que los caba-
llos enviados a Baha Blanca tuvieron igual suerte, y
que si se leen todos los partes de la frontera de un ao
a esta parte, la historia de los caballos es la clave de
todas las desgracias de afuera. Antes de la batalla, los
indios arrebataron los caballos; durante la batalla los
caballos se dispersaron y despus de la batalla no los
hubo para perseguir al enemigo. Se han consumido en
un ao cien mil caballos". (El Nacional, 1856).
Ya aludirnos a la rigurosa educacin y el ceido cui-
dado que el indio concede a su caballo (Luis FRANCO:
Los Grandes Caciques de la Pampa, Ediciones del Can-
dil) no por ternura, ciertamente, sino por inteligente
previsin, pero as y todo, con alta ventaja para cabal-
gadura y cabalgante a la vez. En diametral contraste
con ste, el gaucho, criado en zonas en que los caballos
abundan como los cardos, se preocupa de su caballo
menos que de su rancho, lo que no es decir poco. En

153
 el ejrcito pasa algo infinitamente ms serio e increble.
Sobre que los caballos suministrados por el contratista
no suelen ser de lo mejor, sino con frecuencia lo con-
trario, est la cobarde torpeza y la irresponsabilidad
suicida de la administracin militar, no descuidando
el arma ms decisiva en la guerra del desierto, sino
tratndola como los gusanos tratan a la carroa:
"Cada hombre llega, bozal en mano, y atrapa el que
puede. Para qu cuidarlo si no volver a montarlo?
Si un pobre animal, en el colmo del cansancio, se
niega terminantemente a avanzar, el jinete se repliega
sobre la reserva y cambia de montado, dando como
adis al que abandona, un fuerte talerazo. Si su recado,
demasiado duro o acomodado con harta precipitacin',
ha lastimado el lomo del animal, no se preocupa para
nada; los oficiales.., se habitan a no prestar aten-
cin a un detalle tan comn. Se comprende as que
la caballada mejor elegida ofrezca en poco tiempo el
aspecto de un lamentable conjunto de costillares a la
vista, convunturas inflamadas, lomos desollados" (Ebe-
lot: op. cit.)
He aqu la semblanza esbozada por Mansilla de
nuestro corcel de guerra en la frontera:
"Empecemos porque le falta una oreja, que desfi-
gurndolo le da el mismo antiptico aspecto que
tendra cualquier conocido sin narices. Est siempre
flaco, y si no est flaco tiene una matadura en la
cruz o el lomo; es manco o bichoco, es rengo o lunan-
co, es rabn o tiene una porra enorme en la cola;
cuando no es tuerto tiene una nube; no tiene buen
trote ni buen galope, ni paso ni sobrepaso. Y sin
embargo, todo el que lo encuentra lo monta. Todo el
que alguna vez lo mont le dio duro y parejo hasta
postrarlo. Ah! si los patrios que a millares yacen
sepultados en los campos formando sus osamentas una
154
especie de fauna prediluviana se levantaran como es-
pectros de sus tumbas... y hablaran qu contaran!
Qu ideas no suministraran para la defensa y se-
guridad de las fronteras!". -
A dnde volver la cara si se recuerda que segn
Ramayn, el indio era capaz de transformar un so-
treta en caballo de batalla? (Eduardo Ramayn: Las
caballadas en la guerra del indio.)
Es que con leyendas hericas e himnos a nuestra
prez de concesionarios mayores del coraje pueden ta-
parse tanta sucia crueldad y criminal inepcia?
Pero sigamos. Lo de "la caballera mejor elegida"
del ingeniero francs es slo un tropo. Las de las
fronteras eran casi siempre las peor elegidas porque
as es cmo dejaban el mximun de ganancia al pro-
veedor protegido por el alto mando. Lo dicen as
militares envejecidos en las fronteras.
"La remonta de la caballera recaa en individuos
extraos al ejrcito y como es natural sin otro mvil
que la idea del lucro... No haba fiscalizacin ni vi-
gilancia que bastase para contrarrestarlos... y resul-
taba que el ejrcito jams estaba provisto de buenas
caballadas". (E. Ramayn: Las caballadas en la
guerra del indio.)
"Para el Estado, los peores matungos posibles. Se
compraban de a centenares por quince o veinte pesos.
Qu se poda esperar? El gobierno celebraba un
contrato con el proveedor tal, para la adquisicin de
mil caballos a veinte pesos bolivianos cada uno. El
proveedor ceda su derecho a otro por dieciocho. Este
a otro por dieciseis; y vaya usted a conseguir buenos
caballos para guerra de indios en semejantes condi-
ciones!" (Fotheringham: o. cit.) El comandante
Prado confirma el pico chisme. Y sobre eso: "El
gobierno pagaba anualmente (al indio) un tributo de
155
 8.000 yeguarizos". (T. Caiilet Bois: El fin de una raza
de gigante3.)
Que esta viveza criolla consuma casi Ja mitad de
la renta del pas e inmovilizaba y mantena a ste en
un pantano? Que haba algo peor todava, como lo
era la esclavitud en los fortines y la muerte de cente-
nares o millares de vctimas? Esto importaba dos
cominos a los proveedores y a muchos comandantes de
frontera y a los altos bonetes dirigentes de la alta
poltica, sus protectores!
Tenan razn los indios de despreciar a sus enemigos
de raza y mirarlos como las guilas deben mirar a los
chimangos. Se lee en la V ida de un soldado: "Venan
los caciques a renovar tratados o celebrar cmodos
convenios con el jefe y con aire de vencedores, de
Atilas de la pampa, entraban al escritorio, se sentaban
y se ponan a fumar, mientras el lenguaraz.. porque
hubiera sido asunto infra dignitate por parte de la
majestad pampeana hablar en un lenguaje que odia-
ban, con un representante de un gobierno que des-
preciaban".
Para qu decir que si con el caballo, que costaba
poco se tena tan escaso cuidado, no poda esperar
mejor suerte el soldado, que no costaba nada?
"La mayora de ellos consigna C. Goldney eran
enganchados a la fuerza, para los cuales la licencia
definitiva jams llegaba... y cuando sta era conce-
dida por la superioridad nunca faltaba algn benefac-
tor que rompiera la boleta y respondiera al interesado:
con tina prestando servicio en las tropas".
Los cronistas de hoy, como los de ayer, parecen
creer que con reconocerle generosamente coraje sobra-
do, Jo indemnizaron histricamente al gauchisoldado
de su miseria y su tragedia.
"El soldado expedicionario era un varn en el am-

156
plio sentido de la palabra. Vesta harapos... calzaba
alpargatas*envueltas en cuero con olor pestilente,
denotaba en su rostro sufrimientos estoicos, hambres
caninas". (C. Goldney: op. cit.)
Pero los escoliastas de nuestra historia no se confor-
man con eso y atentos a mantener la leyenda y salvar
los intereses de la tradicin sagrada, buscan a toda
costa presentar al paisano argentino sacrificado en la
frontera india como una criatura posesa de algo como
un sentimiento mstico de patria, como un abanderado
de nuestra civilizacin de crucifijo y dividendo. Nada
ms transparentemente tramposo. En primer lugar, el
gaucho escapaba a la conscripcin o la leva siempre
que poda. y ya cautivo en el uniforme, que saba yita-
licio, soaba en la desercin o la emprenda. O ter-
minaba resignndose a lo que no tena remedio,
endurerindcsc estoicamente en la conformidad, bus-
cando salvar en el coraje sin vaina su ltimo resto de
dignidad humana, tal vez arriesgando con inconsciente
fruicin una vida que era un collar perruno de
humillaciones y miserias.
No era aqulla por cierto, propiamente hablando,
una lucha entre el salvajismo y la civilizacin, o diga-
mos entre dos culturas, ya que como vimos lo normal
en toda poca fue la alianza entre cristianos e indios
contra indios o cristianos. No es ningn secreto que
Calfucur y Namuncur tenan espas y conniventes en
Baha Blanca y el Azul, y tal vez en Buenos Aires,
pues n sus toldos estaban al da de las noticias de
la prensa. Es decir, que muy buenos cristianos de este
lado de los Andes, y slo por cristiano afn de henchir
la bolsa, aliviaban al indio en su cruzada por llevar
el mayor nmero posible de mujeres y nios blancos
para iniciarlos en la cultura de los toldos. Que los
cristianos del otro lado de la Cordillera hacan lo
157
mismo y peor? Esto tambin es cierto. Los chilenos
jugaban a dos puntas y ganaban por las dos: por un
lado haban resuelto casi su problema araucano, en
pie desde los das de Lautaro, exportando a nuestras
pampas su sobrante de lanzas ms filosas; por el otro
estaban poblando sus ralas estancias con vacas de ciu-
dadana o marca argentina...
A cuntas toneladas de plata alcanz lo insumido
por los gobiernos del pas en la guerra contra los
pampas slo en el medio siglo de 1830-1880, contadas
las sumas invertidas por Rosas y sus sucesores en
comprar la paz a los indios, ms lo gastado en el
ejrcito permanente de la frontera y ms todo lo
escamoteado por los indios en vacas y otras menuden-
cias, y los consumido por los incendios que coronaban
cada maln, todo eso para no computar lo que ms
vale y slo pueden pesar las balanzas del infierno: el
martirio de mujeres y nios cautivos y de los derviches
con quepi llamados gauchisoldados.
Chile (es decir sus comerciantes, estancieros, polti-
cos y generales, no su pueblo) resolvi el problema
del indio de Arauco con doble eficacia: se lo sac de
encima envindolo al otro lado de los Andes a cazar
vacas argentinas e hizo el negocio del siglo comprn-
doselas a precios de aves de corral, como los comer-
ciantes del Azul hacan su agosto pagndolos como si
fueran de zorrino los cueros vacunos que el indio no
poda exportar a Chile.
Los Pincheira eran tres hermanitos, chilenos, jefes
de una banda de partidarios del rey, rival de otra de
partidarios de la patria, aunque en 'verdad slo se
trataba de partidarios de las vacas argentinas. En
1829 Juan Antonio Pinchejra hizo caracolear su caba-
llito cerdudo en las calles mismas de la ciudad de
Mendoza. En 1832 el comandante Buines pas los An-
158
des con un millar de indios y rotos en persecusin de
los Pincheira, lleg hasta el Salado de la Pampa seca
y regres arreando treinta mil vacas para costear los
gastos de la expedicin...
En 1876 (carta del 24 de abril a La Repblica), el
coronel Roca, comandante de la frontera de Ro IV,
insiste en la necesidad de una ofensiva a fondo a fin
de cortar de una vez por todas el comercio de vacas
robadas por los indios que hacen los comerciantes del
sur de Chile, Talca, Maule, Concepcin, Valdivia
y Arauco comprndolas a dos o tres pesos fuertes
por cabeza. Roca informa que personas que han ve-
nido de la frontera chilena le han asegurado que
"algunos prohombres de aquel pas no han sido extra-
a este comercio y deben a l sus pinges fortunas".
Roca, por lo visto. ignrraba aii lo que despus
apiendera por experiencia propia: que los prohombres
son precisamente los que hunden ms gustosamente
sus manos en los negocios sucios, que son los ms
fructferos, porque pueden hacerlo a mansalva. Como
que el estanciero chileno ms favorecido por vacas
pampeanas no era poco prohombre: el presidente
Bulnes.
Ya se comprender que en este caso, como ocurre
siempre, la intervencin diplomtica no sirvi absolu-
tamente para nada.
"No puedo comprender deca el canciller de Ave-
llaneda que el estimulo prestado por algunos habi-
tantes del sur de Chile a los salvajes de la pampa para
que les entreguen en cambio de objetos depreciados los
ganados que arrebatan de nuestras fronteras, al favor
del incendio de las poblaciones y el asesinato de sus
moradores, sea una operacin industrial que puede
garantir la Constitucin chilena".
En octubre de 1877, la columna expedicionaria del

159
 comandante T. Garca, detrs de la ya desmedrada
tribu de Catriel, sorprende parte de sta en Treyc6,
muy al oeste de la pampa. Entre los presos figura un
comerciante de Azul que ha ido con dos hermanos
suyos ---todos fervorosos mitristas llevndole cartas
gracias a las cuales el cacique ha logrado gambetear
a tiempo. La tribu est casi en la miseria, tanto que
de ganado slo cuentan con tres lecheras Durham y
un toro. " Qu se haba hecho el tiempo en que los
comerciantes chilenos llegaban a intervalos peridicos
a hacerse cargo en los toldos de millares de cabezas
de ganado". (Ebelot: op. cit.)
El diputado Puelman, en sesin del 18 de julio de
1870, dilo en el Congreso de Chile: "El comercio de
anmales, que es el que ms se hace con los araucanos,
proviene de animales robados en la Argentina. Ulti-
mamente han sido robados all ms de cuarenta mil
animales que son comprados en nuestro pas consciente
de su origen. Decirnos que los ladrones son los indios,
N, nosotros ,rqu seremos?".
Se calcula que slo en 1870 pasaron ms de dos-
cientas mil reses vacunas y yeguarizas a las tierras del
huemul y los porotos. (Flix de San Martn: Ne'u-
oun.)
Y eso, ni con mucho, era lo peor. En el camino de
la truhanera siempre hay un escaln ms bajo que
el otro: "Cuando la industria del maln qued defi-
nitivamente establecida, constituy tambin el inter-
mediario entre los guerreros de la Pampa y los
hacendados de Chile con quienes aquellos comerciaban
el producto de sus rapias. Los cautivos fueron tam-
bin artculo comercial, y vendidos como esclavos,
salvo las mujeres jvenes que los indios se reservaban,
iban a morir trabajando bajo dura servidumbre en los

160
fundos de la nacin trasandina". (Leopoldo Lugones:
El Payador.)
Los pulperos criollos aunque haban nacido en
Galicia, Npoles, Francia o Inglaterra desempea-
ban el papel de avanzadas de la civilizacin cristiana
en el desierto para domesticar a los salvajes, cambin-
doles sus cueros robados por aguardiente y azcar, y
vendindoles informaciones y armas para ayudarles a
defenderse del gobierno usurpador...
Tenemos, pues, que como siempre ha ocurrido
en la historia las clases poseyentes de la Argentina
y Chile, con tal de mantener y aumentar sus privile-
gios y el tamao de sus alcancas, no tuvieron el menor
inconveniente en descender a todos los robos y fraudes,
explotando al indio y al soldado, y sin hacerle asco
siquiera a li rn5 prcer dc las infamias, aqulla que
no puede tener redencin en el purgatorio de la his-
toria: la de cambiar por chirolas la libertad de las
hijas y nios de su propio pueblo, hundindolos en la
condicin de esclavos, es decir, aquella en que el
hombre desciende ms abajo de la bestia.
Comprende el lector por qu este largo pleito con
el indio que condiciona profundamente la vida social
argentina del siglo pasado, con consecuencias que an
padecemos, figura apenas como una ancdota en nues-
tros textos de historia?

161
 (ltPfruLo VIII
EL DERRUMBE

Bajo la presidencia de Avellaneda ocurri algo de

ms trascendencia que todo lo consignado por los
cronistas en cuatro siglos de historia rioplatense: el
descubrimiento de que la Pampa puede llevar no slo
cascos y pezuas sino tambin espigas, y con genero-
sidad igual o mayor. S, la Canan agraria de la mies,
la verdura y la fruta... quin lo hubiera credo? En
efecto, ello se dio pese a la opinin de un sabio de
alta patente como Burmeister, cuyo criterio fue quiz
secretamente sobornado por el inters o el prejuicio de
inveterar la monocultura de la vaca...
Pese a la ahora imprescindible y ya incontenible
necesidad de tierras pacficas, el problema del indio,
que pudo ser resuelto cincuenta aos atrs, an per-
maneca en pie. -
En el captulo anterior vimos cules fueron las mal
disimuladas causas de la hegemona de las tacuaras,
esa epidemia vuelta endemia que pareca presentarse
ms amenazante que nunca. Acaso no trascendi que
en su desaforado engreimiento o en su secreta deses-
peracin, Namuncur estaba albergando en su mollera
araucana la esperanza de entrar en Buenos Aires como
Atila en Roma o los turcos en Constantinopla?...

162
 En 1875 el Dr. Adolfo Alsina, ministro de la guerra,
en perfecto acuerdo con el presidente Avellaneda, se
Convirti en el rgano ejecutor del plan de dar un
largo paso hacia Tierra Adentro, poniendo en juego
los mejores recursos y energas de la nacin y apro-
vechando la ausencia de casus belii externos o civiles,
no menos que la creciente difusin del ferrocarril y el
telgrafo y la reciente presencia del rmington.
Cmo ocurri que los indios parecieron haber al-
canzado entonces su mayor poder destructivo y la
cristiandad rioplatense correr su mayor riesgo?
Haba ms de un detalle significativo.
Ya vimos en el captulo anterior cmo , fue engen-
drndose la invertebrada doctrina de que al indio slo
se lo poda partir usando de cua al indio, e dccii,
sobornando paiie de las tribus para volverlas contra
el resto. Porque nadie pens en otra cosa, esto es,
nadie, ni remotamente pens en civilizar al indio,
queremos decir, prepararlo paulatinamente para su
ingreso en la cristiandad. De ah que en vez de semi-
llas se les mandaba tabaco, en vez de arados, aguar-
diente. Y cuando pedan bueyes corno en la nota de
Epumer se les enviaban curas o uniformes militares.
(Ya vimos tambin que los pampas practicaban la
alfarera, la talabartera, el hilado y el tejido rudi-
mentario y la pequea agricultura, y que el Cacique
Ramn era agricultor, estanciero y platero). Tal vez
todo hubiera sido intil, porque ya los indios, sobre
todo los llamados amigos, estaban muy corrompidos
sobornados y explotados a un tiempo por los
Polticos, los proveedores, los comandantes y los pul-
peros. Aunque la solucin nica, la que salvara a los
indios y los intereses morales de la civilizacin era la
que haba indicado el ms lcido quizs de cuantos
haban intervenido en la guerra-de frontera: "Ser hu-

163
manos con ellos, nada mejor; pero a condicin de
serlo no antes de haberlos vencidos y de haberles hecho
comprender que esa generosidad no era debilidad".
(Ebelot,)
Perfectamente, es lo que nadie haba hecho desde
Rosas, o los que vinieron despus, contestes todos en
comprarle la paz al indio con tal de que les dejara
las manos libres para definir entre ellos sus tortuosos
intereses internos. Y ya vimos que el negociado de
esa paz intermitente haba terminado por prostituir
a compradores y vendedores.
Haba, pues, la decidida voluntad de terminar con
la frontera india, pero surgieron dos opiniones dezcoin
cidentes, dos mtodos, representados por el ministro de
Guerra y el comandante de la rentera de Ro IV,
que fue consultado en la ocasin. Desde luego ambos
estn de acuerdo en la imprescindible necesidad de
terminar con la guerra del desierto y esto slo ya
significaba abandonar la tradicional posicin defensiva.
Slo que Alsina quera hacerlo en tramos sucesivos,
conquistando y poblando zonas cada vez ms avanza-
das, hasta echar al indio al otro lado de la barrera
natural de Ro Negro, o lo que era mejor, obligarlo a
someterse.
El coronel de Ro IV no estaba totalmente de
acuerdo y expona una doctrina que desde el punto
de vista tcnicamente militar y su rpida eficiencia, era
irrebatible.
"El sistema actual de lneas de fuertes. . . y mante-
nerse a la defensiva, avanzando lentamente con la no-
blacin, ya sabemos cules son sus resultados, y cules
sern ms adelante.
"Los fuertes fijos matan la disciplina y diezman las
tropas, y poco y ningn espacio dominan. Para m, el
mayor fuerte y la mejor muralla para guerrear contra

164
 los indios de la Pampa y reducirlos de una vez, es un
regimiento o una fraccin de tropas de las dos armas,
bien montadas, que anden constantemente recorriendo
las guaridas de los indios y aparecindoseles por donde
menos lo piensen.
Yo me comprometera, seor ministro, ante Ci
gobierno y ante el pas, a dejar realizado esto que
dejo expuesto, en dos aos: UflO para prepararme y
otro para ejecutarlo, guardando mientras la paz con
los indios y la ms absoluta reserva sobre las opera-
ciones". (J . M. Olascoaga: La conquista del desierto.
Comisin Nacional de Monumento al T. General
Roca. Bs, As. 1940).
Bien, pero fuera del criterio tcnico haba seguido-
mente entre ambos jefes uia divergencia de otro
carcter y ms honda. A su condicin de poltico y
cvil, Alsina unia la de su clara hombra de bien;
era tambin un tribuno popular y no enteramente
sordo al corazn de las masas. Ms que xitos presti-
giadores, aspira a triunfar con el mximo de provecho
y el mnirnun de gastos econmicos y tambin humanos.
Triunfar, pero evitando el dolor y la destruccin evi-
tables, a indios y a cristianos, porque su programa
confeso no era el de una cacera de reses humanas:
"Si se consigue que las tribus hoy alzadas se rocen
con la civilizacin que va a buscarlas; si se les cumple
con los tratados, en una palabra, si ellas, que slo
aspiran a la satisfaccin (le SUS necesidades fsicas,
palpan la mejora de su modo de vivir puramente
material, puede asegurarse que el sometimiento es
inevitable". 'El Poder Ejecutivo, aleccionado por una
larga experiencia, nada espera de las expediciones a
las tolderas de los salvajes a quemarlas y arrebatarles
sus familias corno ellas queman las poblaciones cris-

165
tianas y cautivan a sus moradores, .". (E. S Zeba-
los: Callzucur.)
Pobres indios. Nunca llegaran a saber lo que tal
vez perdieron con la muerte de un ministro y la lle-
gada de otro! Reza igual para 105 gauchisoldados. En
tren de evitarles el mximun de riesgos Alsina haba
dispuesto el uso de corazas de cuero ("ms buenas
para palanganas". se burla Prado en nombre de la
oficialidad), y el uso de la lanza, que tambin re-
pugnaba al instinto gaucho, aunque el general Paz,
que saba ms que todos nuestros generales juntos, ha
consignado en sus Memorias que la lanza era precisa-
mente el arma que da estilo de alud a la caballera.
Se dir, y con razn, que el salto del pachorrientu
fusil de chispa al rmington traa un cambio funda-
mental, y Roca lo vio mejor que nadie, aceptemos.
Pero si el mtodo de Alsina era defectuoso desde el
punto de vista puramente militar, era profundamente
ms acertado desde el punto general humano, que es
lo que importa. Buscaba evitar sin duda los inconve-
nientes de lanzarse al desierto en un solo envin, con
la inevitable secuela de padecimientos, enfermedades y
muertes que traeria para las tropas que son las que
llevan el peso ms fnebre de la guerra.
En cuanto a Roca no siempre se toma el trabajo de
ocultar que su pensamiento de fondo es el del maln
con rmington en nombre, naturalmente, de la civi-
lizacin cristiana: "A mi juicio el mejor sistema de
concluir con los indios, ya sea extinguindolos o arro-
llndolos al otro lado del Ro Negro, es el de la guerra
ofensiva. . .". (Carta a A lsina. Olascoaga: op. cit.)
Zeballos, agente semioficial de Roca, se encarga
naturalmente de hacer resaltar la eficacia de su desem-
peo y sus medidas: aumento al triple del nmero de
caballos, supresin de la artillera, el bagaje personal,

166
 la coraza hasta volver al soldado "tan liviano como un
indio". Todo esto no es sino la pura verdad, pero ya
veremos despus cmo calumnia y deja en el tintero
la obra de Alsina para dar ms lustre a las charreteras
de Roca.
La verdad es que en el primer momento todo pa-
reci volverse para derrotar la doctrina de Alsina. El
cambio del equipo de generales mitristas Rivas.
Arredondo por jefes 'jvenes y sin mayores habiilda-
des polticas, muy bien representados por Levalle,
trajo un severo inconveniente inicial.
"Hombre consciente de su deber, el coronel Levalle
no poda ser del gusto de Juan Jos Catriel. Su primer
altercado serio sobrevino a consecuencia, de las racio-
nes. El coronel quiso asistir a la distribucin de vveres.
Cont las vacas, midi el aguardiente, pes el tabaco y,
constatando el dficit, exigi severamente qu signifi-
caba eso. El proveedor exigi el recibo del cacique.
El coronel lo tom como prueba de culpabilidad y lo
envi al ministro de guerra. FA incidente hizo ruido.
Nada hubiera podido ser ms desagradable para Ca-
triel. Lo que se le confiscaba era su lista civil. Se
enoj, los altos personajes de la tribu se enojaron,
pero los capitanejos de ltimo rango y la vil multitud
encontraron que las ideas del coronel no eran malas".
(Ebelot: op. cit.)
Ya se ve. De haber estado cualquiera de los jefes
del equipo mitrista ----Conesa, Arredondo. Rivas, Ma-
chado, Ela no hubiera ocurrido semejante escn-
dalo. Dejar en paos menores a un cacique de tal
fuste y a un proveedor sobrado de patacones y de
valimiento social y poltico! Fue un acto ingenuo, pero
de poco amor a la patria, segn la doctrina del doctor
Zeballos: "Si por amor a mi patria no suprimiera
algunas pginas negras de la administracin pblica en

167
las fronteras, y de la conducea de muchos comercian-
tes, se vera que algunos de los feroces alzamientos de
los indios fueron la justa represalia de grandes felonas
de los cristianos. . .". (Caflvucurd.)
Dejemos el amor a la patria del Dr. Zeballos, que
es el amor a los privilegbs de la clase dirigente, de
todos sus miembros, y digamos que en este caso ocurri
al revs. Al revs de Calfucur o Pain, honrados a
su modo en el trato con sus tribus, esta dinasta de
los Catriel, corrompida hasta el hueso en el curso de
su aparcera con los cristianos, traicionaba a su tribu
como aquellos traicionaban a su pueblo. Y 10 que
son las cosas y tanto puede el espritu de clase: Adolfo
Alsina, la mayor vctima de estos manejos, no aprob
la desenvainada fran q ueza del coronel Barros ponin-
dolos al desnudo. (Carta intro-duccin a fronteras y te-
rritorios nacionales.)
La encrucijada en que se vieron el gobierno y sus
tropas fue cosa de sumir el . ombligo a cualquiera.
Catriel y su estado mayo r arrastraron a los suyos al
desierto, al otro da mismo de su pacto de alianza
con el Gobierno Nacional, y lo que debi ser vanguar-
dia de los cristianos contra las tribus rebeldes se troc
en vanguardia y gua de la nueva vlkerwanderung,
como dicen los historiadores de hoy, la mayor de los
tiempos, pues no fue un maln sino una seguidilla de
malones que regres, la primera vez, arreando trescien-
. tas mil reses y cargamentos de negocios saqueados,
para no contar unas quinientas cautivas y unos cen-
tenares de fortinexos y paisanos degollados.
Mucho se regocij la oposicin con las malandanzas
del doctor-comandante y arreci el asedio. Pero no
todo sali a pedir de boca al frente nico de los caci-
ques. Es cierto que en el primer instante el apuro lleg
al pasmo, y Levalle casi solo en Azul pudo caer cau-

168
 tivo. Pero la voluntad de lucha de los nuevos jefes fue
descontando ventajas poco a poco al entrar el 76. El
P de enero %Vintter, en Laguna del Tigre, hace recular
1500 lanzas de Namuncur y Catriel, y recupera dos-
cientas mil reses ma yores, sin contar las ovejas. El din
dos. Villegas, en Tapaiqu, repite en menor escala ci
contragolpe. El 1 9 de marzo, Maldonado rechaza a
2500 lanzas de Rumaycur en Horqueta del Sauce.
Poco despus, dos nuevas tentativas de Namuncur
son frustradas por Donovan. El 18 de marzo, en un
esfuerzo ms desmelenado, tres mil tacuaras de Na-
muncur, Catriel y Pincen, disimulando sus plumeros
en la niebla, atacan el Para gil y Levalie y Maldona-
do, a un jeme del desastre, terminan diciendo la
ltima palabra. Y no mucho despus Alsina ordena
adentrarse cien kilmetros en el desierto. Y al fin
Namuncur se resuelve a conceder la paz y hasta
renunciar a Carhu por slo 200 millones de pesos...
Pero ya es tarde; Carhu est ya en poder del rming-
toti, y adems no hay plata, y con la que exige el
cacique, podra comprarse 200 Namuncurs.
Sin embargo los que vienen son los peores das para
el almanaque oficial. Es cuando Alsina concibe y
ejecuta su discutible idea de atacar a los indios, como
a langosta saltona, con una zanja de cien leguas. Y
la crisis financiera acogota al gobierno. Y la oposicin
aprieta el cerco a tal punto que el ministro de gue-
rra y los fusiles oficiales deben pernoctar sobre las
azoteas esperando el reventn. Es cuando los indios
aprovethan lo mejor que pueden la bolada, descami-
nando las provisiones que enva el gobierno a los
fortines, o dispersando o no dejando pastar a los
caballos de la tropa. La cosa se pone tan negra que
Alsina consulta al jefe de la frontera sobre la nica
salida aparente: la marcha atrs. Levalle opina en

169
contra y Alsina se apoya sobre esa estaca pampa. La
proclama del empecinado pareci una invitacin al
suicidio, aunque sirvi para capear el desastre:
"Camaradas de la divisin del Sur: No tenemos
yerba, no tenemos tabaco, no tenemos pan, ni ropa,
ni recursos, en fin, estamos en la ltima miseria, pe-
ro tenemos deberes que cumplir y los cumpliremos!"
Los cumplieron.
La zanja de Alsina no fue objetada, sino escarnecida,
y no slo por los opositores. Roca, en su libreta de
apuntes, anotaba: " Qu disparate la zanja de Msir,a!
Y Avellaneda lo deja hacer". (D. Schoo Lastra: Ej
indio del desierto)
Y Zeballos, admirador de Roca, cuenta que los gau-
chos zapadores trabajaban "desnudos, mal alimentados
y constantemente a la intemperie La desercin de estos
infelices era una consecuencia natural. .". (Cal ivu-
cur). Eso en cuanto a los medios; en cuanto a los
resultados: "Obra tan costosa empapada con el sudor
de millares de parias argentinos gauchos result
intil".
Los juicios de nuestros publicistas escribas u
hombres pblicos hay que tomarlos con pinzas.
Lo del padecimiento de los zanjeadores no es nove-
dad, puesto que ese es y ser siempre el trato diferido
a las masas por los dirigentes de toda sociedad clasista,
fuera de que el juicio de Ebelot dice que Zeballos
enfatiza adrede y olvida que all hubo cientos de
zanjeadoi'es profesionales y no faltaban desertores que
se enganchaban de nuevo para cobrar otra prima.
Peor les fue a los soldados de Roca, como ya veremos,
pero aqu Zeballos cierra el pico.
Que la zanja no sirvi de nada? Es decir un dispa-
rate a sabiendas. En efecto, no ataj a los indios, que
la burlaban sin esfuerzo, pero an es ms cierto que

170
las vacas robadas se mostraban partidarias de Aisina,
y de cien slo una o ninguna pasaba la zanja. Y ese
fue el comienzo del hambre de los indios, que los de-
rrot ms que las balas.
Y algo de no menor peso. Fuera de que los fortines
que flanqueaban la zanja estaban ligados por telgrafo
entre s y con Azul y Buenos Aires (y aunque los
indios cortaban el hilo, al principio dejaron de hacerlo
al advertir que este corte denunciaba su penetracin
por un punto ubicabie) ocurra que la nueva lnea,
corrindose 20 leguas hacia el oeste, desmoronaba con
ello solo el poder y el terror del desierto, el gran aliado
de las tacuaras: las tolderas se volvan abordables.
Pero vamos al hecho decisivo. Esa lnea ha podido es-
tablecerse porque entre marzo y abril del 76 se ha
producido el primer avance general y coordinado so-
bre el desierto: Nelson llega a Ital; Villegas a Tren-
que Lauquen; Freire a Guamin; Levalle y Maldonado,
y el mismo Alsina, a Carhu, que Calfucur recomen-
dara en su testamento no entregar nunca. La contra-
ofensiva de los indios no ha tenido xito. En octubre
Levalle llega a Salinas Grandes y comunica al go--
bierno: "Hoy sabemos con precisin que Namuncur,
reputado el ms poderoso e influyente cacique de la
Pampa... no es ya ms que un cacique cualquiera,
visto que no cuenta ms que con 1500 lanzas que no
siempre estn dispuestas a obedecerle y que de hoy en
adelante sus guaridas quedarn a merced de las fuer-
zas nacionales".
Ms todava. A lo largo de 1877 se entregan los ca-
ciques Ramn y Manuel Grande. Invadidas sus tol-
deras y copada gran parte de su tribu, Catriel termina
tambin entregndose. Villegas derrota a Pincn y
llega hasta sus toldos. En enero de 1878 Levalle vuelve
a Salinas Grandes y ocupa la metrpoli ranquelina
171
 para siempre, sorprende a Namuncur en Chilo, le
mata 200 indios Y lo obliga a trasladar sus toldos a
Thraru Launquen, 20 leguas ms all, donde el de-
sierto verdadero, sin una gota de agua ni una brizna
de hierba, abre de par en par sus puertas al hambre
y la muerte para cristianos y bestias.
El desierto peleara ahora contra ci indio, al revs
de lo que ocurriera hasta entonces. En efecto, la leja-
na inc6gnita e incalculable, el desierto inmisericorde
para la sed, y el caballo traLraleguas. haban sido el
tridente que el indio esgrima contra los blancos y ras
trillaba sus haberes. El desierto, en que el amanecer
no tiene roco ni pjaros y los ponientes rojeaban como
fraguas y ese caballo sin lti go ni herradura que sal-
vaba mdanos y guadales como jineteado por el demo-
nio. El indio tantalizado por las vacas y las hijas del
huinca haca erizar el pelo de todos, sin excluir el de
los mismos caballos de la civilizacin. Toda moza saba
que la entrada en el desierto era la entrada en una
tumba viva, en un cementerio guardado por Namun-
cur, califa del horror.
Ese prestigio mtico era el que Alsina y Lavalle y
los suyos acababan de chafar. En verdad, ya era tiempo.
pues, pese a todo, el combatiente indio estaba en gran
desventaja. La tragedia del auca, como la de todo
primitivo, era que evolucionaba con ritmo de tortuga,
mientras la civilizacin lo haca con ritmo de vbora.
Desde los das de la colonia vena reboleando sus
boleadoras y sus picas. Evitaba el manejo de las armas
de fuego (que se las hubieran procurado con tanto
gusto como ganancia sus buenos amigos cristianos de
ambos lados de la Cordillera), pues nunca lo aban-
don el terror negro al gualicho de la plvora. Ataca-
ba en medialuna para cerrarse progresivamente en
redor del enemigo como en sus caceras, pero acome-

172
ta sin orden como la jaura acorralando un toro,
aunque pronto a abrirse y desaparecer al menor
contraste, pues confiaba casi totalmente en la ventaja
de la sorpresa y el nmero. El largo de su lanza resul-
taba excesivo en los entreveros y entonces sola saltar
al suelo y combatir a pie, sin riesgo mayor porque, al
revs del caballo gaucho el suyo se quedaba de
plantn o a veces iba y volva con la cola hecha
nudo para servir de estribo en caso de gran apuro.
Eso era todo.
Y todo eso sin alteracin, mientias el cristiano iba
agregando novedad tras novedad: el ferrocarril, el
telgrafo, el rmington. Slo que si ahora los indios
evitaban propiamente el combate, multiplicaban las
emboscadas y los golpes de mano en los lugares y
horas ms imprevisibles. El indio estaba en todas par-
tes y en ninguna. Ni decir que quitar los caballos al
huinca y dejarlo a pie, era su diversin favorita.
Hasta mediados de 1878, la ocupacin de Carhu
fue una pesadilla. A 64 leguas de Azul, la ms prxima
poblacin cristiana, los indios tenan hasta ocasin de
asediarla con un sitio, volante e invisible, cierto, pero
no menos efectivo, Todo ello mientras el gobierno
tambin estaba sitiado por la oposicin que predicaba
como hiciera antes con Sarmiento que el de Ave-
llaneda era el peor gobierno posible y que se haca
imprescindible el golpe de mano revolucionario. La
verdad era que el gobierno hallbase no slo aislado
sino bloqueado en la ciudad portea que, vuelta hacia
Europa, no quera ser capital de la nacin empo-
brecida sino de la provincia opulenta y hegemnica.
As la guerra con el indio tena dos frentes: el del
desierto y el de Buenos Aires, peor ste que aqul.
Pese a todo, el gobierno termin triunfando en ambos
y llevando la frontera hasta el meridiano de las tolde-

173
 ras. Era el comienzo del fin. Con todas sus fallas, la
zanja de Alsina result la fosa de la libertad araucana
y el gran boquete abierto para la presidencia castrense
de Roca.
Alsina muri en diciembre de 1877 y Roca fue
nombrado si sucesor en el ministerio. Slo que los
amigos y admiradores del joven ministro, que surgie-
ron como hongos columbrando sin duda el ascenso
de su estrella poltica, le infirieron tal ringlera de ban-
quetes escalonados q ue no slo lo echaron a la cama
sino al borde de la tumba.
Roca era una. excepcin entre los generales de su
tiempo, o de antes o despus: posea talento militar.
No era un gran estratego como el de Oncativo y Caa-
guaz, pero posea algo infinitamente mejor entre
gentes sin moral poltica ni de la otra: ms astucia
que los zorros del desierto y tanta como Calfucur.
Tenla, pues, largo porvenir por delante.
Repuesto a mediados del 78 de su trombosis gs-
trica puso manos a la primera parte de su plan. Pre-
par la opinin general, puso a sus soldados en con-
diciones ms aceptables, alivindolos un poco de sus
bagajes, y tambin de sus piojos y su hambre y repiti
con mayor eficacia la visita de su antecesor a las tol-
deslas.
En octubre lanz al desierto cinco divisiones en
otros tantos rumbos y metas precisos.
Por encima del propsito menor de evitar los ma-
lones a los pueblos y proteger de paso a las tribus
ya rendidas y a los caciques adictos al gobierno, como
Manuel Grande, el objetivo central era limpiar de
indios el desierto antes de ocupar Chocle Choel y los
pasos de la Cordillera.
Namuncur se haba retirado a Thraru Lanquen,
en el extremo sudoeste del largo cauce del ro extinto
174
que comienza en Salinas Grandes. Sabase que, mal
montado y jaqueado por el comienzo de ayuno de
hombres y bestias, el cacique dispona ya slo de mil
y tantas lanzas, y quiz no todas de obediencia sacra-
mental como antes. No estaban mejor los otros ca-
ciques.
Las operaciones resultaron como poda esperarse,
menos parecidas a una campaa de guerra que a una
vasta requisa policial.
El 26 de noviembre, cumpliendo rdenes recibidas,
Levalle se mueve hacia Thraru Lauquen siguiendo el
camino de los chilenos, es decir, la rastrillada trazada
a lo largo de un siglo por los vacunos y los yeguari-
zos deportados a Chile por las tacuaras. El camino
es rido pero no del todo carecido de agua. Se marcha
siempre destacando patrullas de exploracin, pues se
sabe que los indios acechan desde la faja de caldenes
y algarrobos que flanquean el camino, mantenindose
siempre a la distancia, sin afrontar un slo encuentro
campal, confindolo todo al golpe imprevisto sobre la
tropa y preferentemente sobre sus caballos.
Despus de das de marcha, pueden acampar en
Thraru Lauquen o Laguna de los caranchos. A ll se
anotician que Namuncur y Catriel se han retirado
a la sierra de Lihue Calel, a algunas jornadas hacia
el sudoeste, a travs de un camino de polvo y espinas,
sin una gota de agua, a no ser la charca de Mehuac
o Meada de vaca en que algunos soldados chupan
barro (para no contar los ms sedientos que beben
la muy escasa orina de sus caballos). Llegan al fin a
Lihu Calel y consiguieron cercar al enemigo. Obliga-
dos al combate, los indios luchan con el intenso arrojo
de otros veces, aunque la accin es breve y es fuerza
doblarse ante la superioridad del nmero y del r-
mlngton. Namuncur combatiendo al frente de los

175
 suyos en el peor momento de la suerte, para probar
sus ttulos a la jefatura indiscutida?... No, Namun-
cur como un Rosas o un Pern cualquiera slo
atina a poner a buen recaudo su sagrada persona y
lo que le rodea. En efecto, con la estratgica anti-
cipacin requerida, el tremebundo Pata de piedra
despus del informe de sus espas haba tomado el
portante ocho horas atrs con su familia y favoritos,
llevando los nicos caballos de cuenta, medio a es-
condidas de los suyos. . S, mientras muchos de sus
dependientes aceptaron la lucha, aun adivinando su
prdida, y algunos (Zeballos hallar las osamentas
del cacique Gesenal y su caballo cribadas por las balas
y rodas por los pumas) pelearon como los mejores
das, mientras el ambicioso jefe slo ambicion en la
oasin escape libre, saltando por encima de las ms
puras canalladas: mandar lancear en Ro Negro a
un mensajero suyo, dejar en rehenes a uno de sus
hijos, abandonar a su hija Manuela y a una de sus
esposas.
Las dems batidas en el desmesurado escenario ocu-
pado por los indios desde el noroeste de Buenos
Aires hasta el sur de Crdoba y de Cuyo-- dieron
resultados parecidos o mejores. El intangible e mata-
jable Pincn, en su retiro, no tuvo tiempo de juntar
a los suyos, dispersos por las necesidades del pastoreo,
a fin de ofrecerse a las ejecuciones sumarias del r-
mington. Sorprendido en sus toldos, apenas tuvo tiem-
po de saltar sobre su pingo con su hijo menor en un
brazo; -era un tipo alto y flaco que denunciaba cua-
renta slo de los setenta que llevaba encima, y que
dejando su caballo disparar por una loma se escondi
en un matorral de cortaderas: rastrendolo con perros
lo hall un soldado que le emboc el rmington con-
fundindole con un jaguar, sin equivocarse del todo.
176
 Nahuel Map, el pas del tigre est al extremo
oeste de Leuvoc, en la puerta de la gran travesa
arenosa taraceada de salinas que se abre hasta el Sa-
lado indio, que ms parece llevar sudor o lgrimas
que agua. All se detiene la vegetacin y tambin el
hombre, invadido por una impresin ms lgubre que
la que produce un desfiladero nevado o un cemen-
terio. All fue acorralado el formidable Epumer. Y Ra-
cedo lo trajo maniatado como un cordero listo para
celebrar la Pascua. Pero no: lo echaron de pen de
estancia.
Fuerza es citar, como excepcin solitaria entre los
caciques de largasmentas, el caso de Baigorrita que
sin duda sospech o adivin que la conquista hecha
en nombre de la espada civilizadora y la cruz reden-
tora era el final del maln blanco en grande que
haba comenzado en Chile en el siglo xvii con el
capitn Ponce de Len, cazador de 1300 indios del
Neuqun y sigui en el siglo xviii en la pampa con
el maese de campo Juan de San Martn. Baigorrita
luch sin soltar la lanza ni aun muerto.
El 78 es el ao final del largo reinado de las ta-
cuaras en la Pampa. Los caciques grandes y chicos
que no quedaron para pasto de caranchos y pumas,
se han rendido a la espada y al crucifijo o meditan en
Martn Garca sobre el inconveniente de los cambios
de clima, todos, (con excepcin de Namuncur pr-
fugo ms all del Ro Negro), acorralados por el ham-
bre, pavorizados por el rmington como gozques por
el trueno, sin perros ni caballos porque se los han
comido todos los restos de las tribus dispersos slo
imploraban que se les perdone la vida y se les deje acer-
carse a las tierras de la carne y la yerba...
Segn los datos que el general L. M. Campos le
suministr a Zeballos, entre muertos y prisioneros han
177
 cado 5121 indios. (La conquista de quince mil e-
guas). Sin duda fueron muchos ms, sobre todo si se
cuenta a mujeres y nios entregados a la domesticidad
en masa. Cuntos indios murieron matados por la
sed y el hambre al escapar sin rumbo al estruendo
del rxnington ejecutando a las tolderas desde larga
distancia, perdindose en la travesa sin misericordia
que lleva al Chadi Leuv, el ro ms amargo que e
mar, el jordn pampa o en las soledades de fangales
y mdanos que rodean a Urnilauquen, la inabordable
Laguna de las nieblas o en el pavoroso Huecuv
Map, o Pas del diablo, el reino del polvo con cilicio
de espinas... -
La pampa cimarrona, quince mil leguas cuadradas,
estaba, pues, ya sin huella de indios.
Pero la mentalidad oligrquica, vacuna y castrense
que ha gobernado siempre al pas, personificada esta
vez en Roca, pensaba algo muy distinto: los indios en
pie de guerra a lo largo de ms de un siglo haban
servido para grandes negocios bajo el poncho: ahora,
ya derrocados, eran un puro estorbo. Ya omos la opi-
nin de Roca: "A mi juicio el mejor sistema para
concluir con los indios, sea extinguindolos o arro-
ilndolos...", Quera decir: arrollndolos antes do
extinguiflos. No era su juicio sino el de toda la casta
de los intocables, famlica de leguas cuadradas. La
ocupacin, despus del chafamiento de todos los ca-
ciques, del Ro Negro, llave del trfico de vacas con
Chile? Hubiera bastado Ci envo de un barco con un
regimiento, para ocupar Choele Choel. Era la vieja
e inderrotable idea del capitn Undiano y de Azara
a fines del siglo anterior prohijada por Sarmiento
y otros claros veedores. Ahora doblemente vlida. Y
a mayor abundamiento, que las tribus del llamado
imperio de las manzanas poco o nada tenan que
178
ver con las empresas de los pampas. Era aqul una
especie de austero paraso indio: tierra, majestuosa
e idlica a la vez, del cndor y el huemul, con sus r-
boles excesivos y sus alfombras de frutilla, y su museo
de lagos acopiadores de cielo. Los moradores de sus
valles saban trabajar con sus manos, no precisaban
robar y no robaban, ni hacer la guerra, a menos que
los forzaran a ello. Los caciques Casimiro, Saihueque,
Inacayal, Foyel haban hospedado y protegido a via-
jeros como Munsters, Bejarano, Pancho Moreno. Ms
todava: clavaban la bandera de Belgrano en sus tol-
dos y se oponan a las pretensiones usurpadoras de
los indios chilenos. Y de qu les servira todo eso?
Arrollados por el maln de rmington y crucifijo, tu-
vieron que luchar, aun sabiendo que iban a pura pr-
dida. Los que no murieron y capitularon tampoco
tuvieron mejor suerte.
Todos estos indios estaban predispuestos y dispues-
tos a integrarse a la comunidad argentina por poco
que la civilizacin les hubiese estirado la mano. Pero
no se trataba de eso sino las cosas deben decirse
como son de limpiar de indios la tierra para entre-
garla en las condiciones ms higinicas posibles a los
so?iadores de latifundios.
Haba otra cosa de por medio. El ministro de la
guerra era uno de los pretendientes a la presidencia
prxima. La derrota de los indios, lograda ya, no
haba resultado de alto lucimiento y Roca no haba
actuado personalmente. La expedicin al Ro Negro,
por tierra, con un ejrcito con estado mayor, clarines,
banderas y hasta sotanas y sabios, eso ya era otra
cosa y conferira una aureola casi de hroe al con-
quistador de la Pampa primero y del poder despus.
No haba sucedido as en la conquista del desierto
de 1833? Pero haba que proceder con urgencia. Es

179
 verdad que ya entraba el otoo y que el invierno del
sur era varias veces ms peligroso que el indio ya
des j arretado. Eso importaba poco. El plazo no per-
mita prrroga. La renovacin presidencial estaba pr-
xima, y urga no slo volver con el triunfo sino volver
en la ocasin justa.
Orden del comandante general a los jefes expedi-
cionarios: "aunque le falte algo como los medica-
mentos, que ordeno se le remitan por mensajera, usted
no debe postergar la marcha". (comisin Nacional.
de Monumento a Roca,)
Ya se ve. Lo importante era la promesa de mandar
medicamentos; que stos llegaran despus que el en-
fermo se hubiera agravado o muerto, eso importaba
menos.
Informe mdico del ao 1879: "La estadstica de
estos dos cuerpos de lnea es tremenda, pues arroja
por un cuatrimestre poco ms del 3 % del efectivo.
y es de advertir que esta mortandad no pertenece
toda al cuatrimestre sino ms bien a un mes y medio.
Notar tambin que todos los muertos eran soldados
rasos y reclutas casi todos". (E. Racedo. La conquista
del desierto, C. N. Monumento a Roca). Del ao
1881: "Muchos enfermos estn postrados en lechos de
dolor.., adoleciendo enfermedades que un tratamien-
to de dos o tres das habra podido hacer desaparecer
teniendo los remedios que se necesitan". "Muchas en-
fermedades, pequeas si hubieran sido tratadas
tiempo, se han vuelto crnicas e incurables por la
misma causa". (F. E. Ugarteche. El Tte. General R.
Ortega, cit. por J. A. Portas, Op. cit.).
Dos preguntas: a cuntas medias docenas llegror
las bajas producidas por los indios? A cuntas cen-
tenas las producidas por las enfermedades, las zam-
bullidas en agua helada, el men de mula htica o la

180
huelga de hambre, los garrotazos o planazos discipli-
narios?
Los mdicos o practicantes se atreven a veces a gue-
rrear por el respeto humano en nombre de la econo-
ma: "Es del soldado, lo mismo que del caballo, que
se consigue una suma ms fuerte de trabajo con la
sola condicin de ser bien alimentado. El soldado vale
plata, mucha plata, y es economizar mucho economi-
zar la vida de muchos individuos procurndoles un
bienestar fsico y moral". (Racedo, Op. cit.).
Desgraciadamente el nobilsimo argumento es in-
consistente. El caballo cuesta plata porque hay que
comprarlo, el soldado no, porque la leva es gratuita.
Por eso, en las noches muy fras, como recuerda Prado,
el jinete debe ceder su manta a la cabalgadura.
Bienestar fsico y moral, arguyen los mdicos. Los
buenos galenos, ya se, ve, comulgan con la utopa un-
versal: exigir sentimiento humano a una sociedad de
clases, es decir, organizada para el expolio. Y tan
luego en pro del soldado que, antes de vestir el uni-
forme, debe desnudarse de todo derecho y trocarse
pura herramienta de obediencia. Ya vimos anterior-
mente la gama de advertencias disciplinarias: baquetas,
estaqueaduras, cepos. Agreguemos otra variante no
despreciable: el maniatar al reo y colgarlo a la intem-
perie como un jamn al humo. Era la horca provi-
soria.
Que la indumentaria no era excesivamente cmoda
ni elegante? "No haba dos soldados vestidos de igual
manera. ste llevaba de chirip la manta; aqul ca-
reca de chaquetilla; unos calzaban botas viejas y
torcidas; otros estaban con alpargatas; los de este gru-
po tenan los pies envueltos con pedazos de cueros de
carnero; aquellos otros descalzos". (M. Prado: La
guerra al maln.)

181
 Naturalmente mediaba una rigurosa proporcin en-
tre el indumento, el alimento y el trabajo.
"Diana siempre dos o tres horas antes de aclarar...,
suelta del ganado al pastoreo luego de haberlo ras-
queteado y revisado los cascos. Luego trabajo y car-
neada. Trabajo: pisadero para hacer adobe, zanjeo
en los reductos y en las chacras, construccin de cer-
cos y muros, corte de juncos en las lagunas para los
techos, roturacin de tierra para la siembra y el fo-
rraje. Desayuno: t pampa sin azcar". Men inte-
gral: "algunas yeguas flacas y viejas que se cocinaban
sin sal al calor del fuego hecho con estircol. A las
12.30 horas, trabajo otra vez hasta la lista de la tar-
de". (J . C. Waither: La conquista del desierto, cit. por
J. A. Portas.)
El autor del Martin Fierro describi las bellezas del
fortn solo de odas en 1872. Siete aos despus, en
la campaa del desierto, los rasgos pictricos han me-
jorado apreciablemente y quien lo consigna es un
testigo ocular y con charreteras:
"Aquella pobre gente no dorma, no descansaba, no
coma, careca de ropa y de calzado, en la botica no
se encontraban medicamentos, y en cambio, a la me-
flor palabra de protesta, al menor gesto de cansancio,
funcionaban las estacas, llovan las palizas o los con-
sejos de guerra verbales dictaban la muerte".
"... Qu era morir despus de todo? No se mo-
ra todos los das en aquel infierno de campamento.
colgado del palo por la infraccin ms insignificante,
descoyuntado en las estacas por el menor olvido, des-
hecho en la carrera de baquetas por falta de una
lista; no se mora todos los das de vergenza y de
dolor cuando cualquier mocosuelo por el solo hecho
de ser oficial o clase dragoneante lo agarraba a palos
o a sopapos a un hombre como l, a quien le sobraban

182
coraje y alientos de macho parar dar y prestar?". (I4.
Prado: La guerra al maln.)
Ya se ve: la vida castrense en todo su heroico es-
plendor, el hombre reducido a piltrafa en su carne
y en su espritu o si se prefiere, en un felpudo para
botas militares, cuando no en mula de arado o de
noria.
He aqu un ejemplo ms, entre tantos. Se hace
cargo al coronel Belisie., de tener empleados en ser-
vicio de su hacienda propia: 1) un destacamento en
su estancia; 2) un sargento y cuatro soldados en una
calera; 3) un soldado en la cesta del ro Catalin;
4) varios soldados en la quema de materiales para la
venta; 5) veintitantos soldados trabajando en su es-
tancia so pena de no entregarles la baja ya acordada
por el gobierno... (Mariano Espina, Defensa del
coronel B. 1893. Cit. por J. A. Portas.)
Lo edificante del caso es que este aprovechado co-
ronel no era un mirlo blanco. Los jerarcas de quepis
han tenido o tienen tendencia a incurrir en deslices
semejantes. Basta recordar aqu las denuncias de Sar-
unto sobre el desempeo de los jefes rosistas en el
pas y en el sitio de Montevideo (Campaa en el
Ejrcito Grande.)
Los cronistas de la Conquista del desierto, de uni-
forme o sin l, han ponderado casi siempre no slo
la resignacin altivamente estoica del gauchisoldado y
su firme amor a la disciplina sino su fogoso entusiasmo
por servir a la patria de los terratenientes. Ya vimos
que segn el dato de Zeballos hubo aos en que la
desercin slo alcanzaba al 35 por ciento de la tropa,
entre marzo del 76 y marzo del 77. En el curso del
79, el apego al campamento y las baquetas no aument
visiblemente y es el mismo secretario del comandante
general quien lo consigna:
183
 "La pavura del desierto, que tena impresionada el
alma popular, y las penurias experimentadas por la
tropa desde sus primeras etapas produjeron entre
ellas casos de locura, suicidios, algn conato de re-
vuelta y deserciones. (D. Scho Lastra: El indio del
desierto.) Cundo se oy decir que mi jilguero o un
gaucho se suicidan?
No es sino perfectamente justo que si el trato a los
soldados no pecaba de mimoso, los indios no tenan
derecho a quejarse del que se les dispensara a ellos,
fuera el que fuese. Y no siempre fue de muerte o
crcel.
"Despach6se al cacique Pain, su mujer e hijos
y diez enfermos de viruela, ponindolos en libertad
para que al mismo tiempo conduzcan una nota que
se dirige a Guaiquilin.. .". (M. J . Olascoaga: La
conquista del desierto. Comisin Nacional de Monu-
mentu a Roca.)
Por cierto que el asalto a las tolderas era el mero
embudo dado vuelta del que los indios haban llevado
en otro tiempo a estancias.y pueblos.
"Quien no haya asistido a una de estas expediciones
militares no puede darse cuenta de lo que es un
ataque a las tolderas. En cuanto el trompa da la
seal de ataque, la fuerza se desbanda, se fracciona y
ya cada uno SOlO, o asociado a dos o tres, se lanza
en procura de algn toldo, de alguna tropilla, en
persecucin de un indio que huye o de una familia
que se oculta en la espesura". (M. Prado: La con-
quista de la pampa.)
Lo que sigue, se descuenta: violacin, rapia, muer-
te. Hay algo que los partes se encargan de aclarar
meridianamente. Aunque sigue usndose el lenguaje
heroico, lo que aqu se llama combate es algo perfec-

184
tamente equivalente al combate de una jaura de lobos
con una manada de venados
"Habamos atacado la mismsima toldera de Pm-
cn... Nuestras prdidas hasta entonces se reducan
a un soldado herido levemente. Los indios tuvieron
92 muertos". (M. Prado: La conquista...) Combate
muy parejo como se ve.
",. habiendo batido a los salvajes por tres veces
consecutivas, les he causado 272 bajas de este modo:
43 indios mueitos, 42 de lanza prisioneros; 158 de
chusma; 19 cautivos rescatados... Slo dos heridos
nos cuesta este triunfo". (Olascoaga: op. cit.) Otro
modelo de equilibrio combatiente.
A veces, para asegurar mejor el ahorro de sangre
cristiana, se recurre a una treta gloriosa: se ofrece
un armisticio o la paz sin condiciones a un cacique,
y despus se procede a mansalva. La viveza criolla no
puede ser inferior a la astucia india.
Ni decir que no fueron excepcin los casos en que
la inspiracin insuflada por Roca y sus jefes al ejrci-
to fructific en hazaas que podan enorgullecer de
veras a la civilizacin del rmington y el crucifijo.
Veamos un ejemplo:
"Abrir los ojos y ver en torno carabinas que apun-
tan y afilados sables que pinchan acompaados de
gritos de la soldadesca que sin compasin hiere y mata.
Tengo muy presente aquel espectculo. Vi siete u ocho
moribundos revolcndose en inmensos charcos de san-
g re, otros fueron muertos a poca distancia de los
primeros no logrando escapar ninguno. Recuerdo que
un indio blanco totalmente desnudo corra gambe-
teando a la jaura que lo persegua, hasta llegar a
nuestro jefe, quien presenciaba la escena a corta dis-
tancia; ni uno ni otro pudieron entenderse una pala-
bra: el mayor se fastidi y se dio vuelta encogindose
183
 de hombros; el pobre chino, desesperado y plido
como la muerte, haca ademanes de splica clamando
perdn en su lengua; todo fue intil: un gesto del
jefe bast para que corriera la suerte de sus compa-
fieros. ..". (Cadete X: El campamento 1879. Citado
por J. A. Portas: op. cit.)
Verdad, lector, que este episodio merece un mo-
numento alto como el elevado a Roca?
Cuando insstimos en que desde los das de la Zanja
de Alsina, el desierto se volvi contra los indios, y el
hambre conmenz5 a ser el verdadero vencedor del
indio, no exageramos una higa:
"Los prisioneros se encuentran en el ltimo estado
de pobreza, completamente desnudos y sin ms alimen-
tos que races y cueros viejos que recogan de los toldos
abandonados... Estn flacos, extenuados y hambrien-
tos a la vez, segn manifiestan sus semblantes al ver
la carne que se les da y que devoran casi cruda".
"Inspiran verdadera compasin los ms pequeos,
que agrupados alrededor de los fogones, huyendo del
fro, se quemaban las carnes, ostentando en seguida
grandes y profundas llagas que las haca de muy
difcil curacin". (Racedo: op. cit.)
Que conmiserarse de salvajes, que no crean en Je-
sucristo, es indigno de cristianos civilizados? Sin duda.
Es ms fcil llorar una vez al ao la muerte del que
revivi glorioso al tercer da.
Imposible cerrar este captulo sin una alusin si-
quiera fugaz a un hecho que muchos suponen un
cuento para asustar nios, pero que es, por desgracia
ms verdico que nuestra democracia con dividendos.
Nos referimos a la cacera de indios patagones por
cuenta de los terratenientes del sur, perpetrada (el
ingls Bond se hizo viejo en el oficio, sin jubilarse)
entre fines del siglo anterior y comienzos de ste y

186
denunciada fehacientemente por J. M. Borrero en
La Patagonia trgica y ms antes por Roberto Pair
en La A ustralia A rgentina. No es menos sabido que el
comandante Varela fusil a todos los peones de las
estancias de Santa Cruz que se declararon en huelga
en 1921, si bien les proporcion sepelio gratuito, y que
el presidente Irigoyen y el Congreso de la Nacin se
apresuraron a silenciar el pequeo episodio en home-
naje al intangible honor de nuestras fuerzas armadas.
Pair, en 1899, seal como financiadores de la
cruzada cinegtica contra los patagones a los vecinos
ms respetables --chilenos o gringos de Punta
Arenas. Veinte aos despus Borrero sindica corno el
mirno inspirador del deporte a don Jos Menndez,
patriarca mayor de terratenientes patagnicos, aunque
ya la tradicin tenda a decaer: en algunos casos en
vez de quitarle la vida al indio, se lo amonestaba
quitndole una oreja.
(No precisarnos decir que estos hechos son un mero
corolario de la gloriosa conquista del desierto de 1879
y su no menos glorioso prorrateo entre parientes ,y
amigos)
Barbarie? No, slo que los concesionarios de la
civilizacin y de la religin retoman fcilmente a la
antropofagia en cualquier lugar y poca cuando pre-
cisan eliminar lo que estorba o amenaza su apostolado
de dominio y de lucro, tal como ayer los de la libra ester-
lina en Sudfrica y la India, los del marco en la Europa
nazi y los del dlar hoy en Vietnam y la libra esterlina en
las Malvinas.
Y es que nuestro proletariado, cada vez que tuvo
veleidades de reclamo o huelga, recibi otro trato: en
el Centenario, o en la Semana Trgica, o bajo Uniburu,
Justo, Pern o Aramburu?

187
 CAPTULO IX

LA CACERJA DE LATIFUNDIOS

En un cuento de Tolstoy un propietario de tierras

vende por ms tierras su alma al diablo, quien se
compromete a darle tanta extensin como la que sea
capaz de recorrer a pie en un da. El latifundista se
pone al trote, y cuando despus de horas y horas de
marcha la fatiga lo derrumba al fin, una y otra vez,
se levanta de nuevo a la sola idea de que un paso ms
significa leguas de tierra y sigue andando hasta que
cae para trocarse en tierra.
La parbola fue inventada sin duda para los terra-
tenientes de la estepa, pero les viene como visita de
angel a los de entrecasa, sen vamos a ver.
Ya consignamos que los espaoles y criollos de la
colonia comenzaron a repartirse la tierra como tajadas
de sanda, slo que en proporciones liliputienses, dado
que por un lado el rey las tierras realengas se
declaraba el terrateniente por antonomasia, y por el
otro las lanzas del infiel servan de Coto.
Con la independencia, es decir, la ausencia de co-
rona, las puertas se abren. La idea de fomentar la
riqueza "del pas", dando tierra a los estancieros nace
en 1816 en la cabeza de Alvarez Thomas. Otro miem-

188
bro de la clase dirigente es quien inicia su reparto
en 1819.
El historiador V. F. Lpez ve, y ve con simpata, la
relacin que media entre la paz social lograda en
1821 y el creciente inters britnico en nuestros cueros
y el creciente inters de nuestros estancieros en la
tierra pblica: "Cuando este favor el del comercio
ingls se levantaron, ricos y bien inspirados, al norte
y al sud, nuestros viejos hacendados las Miguens,
Castex, Obligado, Lastra Surez, Anchorena".
Mejor inspirado estuvo el mayordomo de los An-
chorena y socio de N Terrero y L. Dorrego, Juan
Manuel de Rosas, que se enriqueci ensanchando sin
tregua las tierras del consorcio y vendimiando a das
manos como intermediario entre los indios y el go-
bierno (T. de Iriarte: Memorias), arbitrando puertos
propios para el contrabando, organizando el trust del
abasto de carne que la pone a niveles difciles para
los de alpargata. (Jos Ingenieros: Evolucin de las
ideas argentinas.)
El mismo historiador Lpez es quien ha sealado, no
sin acierto, y mucho antes que otros, los principales
errores polticos de Rivadavia: el decreto de 1822,
ccmo ministro del gobierno provincial de Martn Ro-
drguez, autorizando al propio Rivadavia a promover
en Inglaterra una sociedad para la eplotaci6n minera
en el pas, todo ello sin autorizacin de la Legislatura
bonaerense, y su eleccin por el Congreso como pre-
sidente de una repblica an no constituida Errores
graves, o gravsimos, todo lo cual no invalida sus
hazaosas reformas la militar, jubilando generales
desocupados; la religiosa, reduciendo el nmero mani-
rroto de conventos y hectreas conventuales, y, sobre
todo, y pese a todos sus defe tos, el conato de refor-
ma agraria, llamado Ley de Enfiteusis por la cual
189
 declaraba inalienable la tierra pblica y slo alquila-
ble, mediante canon, a los particulares . . Ni decir
que ningn insulto poda sonar peor que tamaa no-
vedad en los odos de los estancieros o aspirantes a
tales. Confiaron en la Providencia catlica y el porve-
nir, sin embargo.
El primer decreto de dicha ley, dei 7 de abril de
1822, prohbe la enajenacin de la tierra pblica. El
del primero de julio autoriza a dar en enfiteusis o
arriendo las tierras pblicas disponibles. Eso dura
hasta la llegada de Dorrego, hombre comprensivo y tal
vez desinteresado, que por comadrera poltica co-
mienza a favorecer a l os ogros tragaleguas, quienes
demuestran la irremediable fatuidad de Rivadavia
con los siguientes macizos argumentos: P) se hacen
conceder, no uno sino dos o ms lotes de extensin
a gusto del consumidor; 2) no pagan canon alguno
39)
subarriendan cobrando la renta que deben al
gobierno; 4?) terminan trocndose en propietarios
como el gusano en mariposa.
En la primera tanda de enfiteutas figuran a la
vanguardia los bonetes militares: A lvear, Daz Vlez,
Pacheco, Rodrguez, Prudencio Rosas, Rauch y por
qu no? Facundo Quiroga. Y desde luego los terrate-
nientes veteranos o pretendientes a tales: Toms y Ni-
cols Anchorena, Francisco, Jos y Felipe Rosas. J . N.
Terrero, F. Arana, F. Escurra, Miuen, Lastra, Irigo-
yen, Basualdo.
Cuando en 1828 llega Lavalle, en vez de tierras co-
mienza a repartir patacones pblicos, a razn de 25.000
por cabeza, entre los jefes de su ejrcito a ttulo de pago
de servicios heroicos a la patria, ( L os servicios eran
ciertos pero su cmputo en chirolas no era propiamente
heroico).
Cuando la historia argentina se vuelva ms larga y
1 Qfl
compleja muchas ancdotas del gobierno de la Santa
Federacin sern olvidadas sin duda, menos sus m-
ritos al ttulo de gran inaugurador del reparto de la
tierra pblica en parcelas desmesuradas, de Amurabi
del latifundio.
"Retenida la tierra en poder del Estado, despus del
decreto de Rivadavia, durante siete arios, abre Rosas
la era del derroche ci 3 de junio de 1832 en que
inicia el derrumbe de la Enfiteusis con un decreto,
poniendo en vigencia otro del gobernador Viamonte,
de fecha 19 de setiembre de 1829 y por el cual se
donan suertes de estancias de media legua de frente
por una y media de fondo en la nueva lnea de fron-
teras en el arroyo Azul, y campos fronterizos de
pertenencia del Estado. . A comenzar de este decreto
la tierra pblica fue entregada a la marchanta en
tres formas distintas: por venta o remate, como pre-
mio a los militares que haban participado en guerra
contra los indios, o en el Paraguay, y con el propsito
de colonizar y llevar poblacin a la nueva lnea de
fronteras".
"Y en la provincia de Buenos Aires, lo mismo que
en los territorios nacionales, la tierra distribuida fue
poco a poco a caer en manos de acaparadores que
nunca colonizaron ni cumplieron en lo ms mnimo
con las obligaciones impuestas por la ley. En cambio
fueron extendiendo sus derechos sobre la provincia
que se convirti en feudo de pocas familias". (Jacinto
Oddone: La burguesa terrat niente argentina.)
Por decreto del 10 de mayo de 1836 se lleva a cabo
la primera gran venta de tierras pblicas hasta enaje-
nar una extensin de 1500 leguas cuadradas. Podr
extraarse que entre los adquirentes ms presurosos
figuren los Anchorena (ex patrones y primos de Ro-

191
 sas), Terrero y Pereira (socios de Rosas) y Pacheco
y Alzaga (generales de Rosas)?
"85 estancieros enfiteutas detentaban 919 leguas de
tierra en cuya posesin haban entrado sin desembolsar
un centavo ni pagar el canon", (E. A. Con: La
verdad sobre la enfiteusis.)
Ms todava. Don Juan Manuel no se andaba con
chicas cuando se trataba de asegurar la adhesin fede-
ral de charreteras, levitas, sotanas y ponchos y echar
al sepulcro o por lo menos a la calle a los herejes
unitarios: las tierras tornadas a los indios en la Cam-
paa del desierto, o a los estancieros de la revolucin
del Sur de 1839, tuvieron ese destino, "El espionaje, la
delacin, el cintillo punz, se premiaron con suertes
de tierra, y elespeculador rapaz, el miliciano de todos
los grados, el barraquero enrolados en las filas del
tirano vieron crecer sus patrimonios a expensas del
Estado .." (G. H. Lestard; Historia de la civilizacin
conmica argentina.)
Naturalmente tan manirrotagenerosidad con los de-
votos de la Santa Federacin no poda olvidar al
nmero uno, es decir, al inventor del sistema. A
propsito nada ms edificante que 10 ocurrido con la
isla Choele Choel en 1833. Segn la Legislatura, Rosas
haba superado a los capitanes de ma yor fama Ale-
jandro Corts. San Martn que slo ganaron batallas
de cuerpo presente. Rosas haba derrotado a los indios
y ocupado la isla nombrada teledirigiendo las opera-
ciones desde las mrgenes del Colorado. Lo declar
no slo "ilustre defensor que engrandeci la Provin-
cia y asegur sus propiedades", sino "Hroe del
desierto", conquistador de millares de leguas de terri-
torio patrio, por eso lo condecora con la isla Choele
Choel como si fuera una medalla. Slo que no contaba
con el pudibundo desinters del paladn, que se apre-

192
sur a contestar: "El infrascripto, anonadado y lleno
del gran rubor que inspira un presente no merecido...
acepta... que la isla se llame General Rosas. ". Eso
si, se permite imponer una pequea condicin aconse-
jada por su irreprimible desprendimiento: "Que h
donacin se conmute con la de otros terrenos qu
hoy son propiedad del Estado, dndole en igual forma
una extensin de cincuenta o sesenta leguas cuadra-
das en cualquier punto de los campos de la provin-
cia... que designe a su eleccin el infrascripto".
Que alguien dir que la permuta de una isla
remota, inundable e inocupable por igual extensin
de las tierras ms gordas tan g ibles, era una maniobra
no indigna de Harpagn, y una desmesurada estafa?
"He podido comprobar dice el Dr. Bartolom
Ronco.' Azul mediante las diligencias de mesura
que se conservan en ci Departamento Topogrfico de
la provincia, cules fueron las concesiones enfituticas
afectadas por el decreto mencionado.. . y una de
ellas era por doce leguas a favor de Miguel Rodrguez
Machado, quien la transfiri ya fundado el Azul, al
general Prudencio Rosas, hermano de Juan Manuel,
y otra, por 32 leguas, era a favor de Eugenio Villa-
nueva, y pas a beneficiar, por la sola voluntad de
Rosas, a su hijo Juan, de modo que hermano e hijo,
se quedaron con 44 leguas.
"Esta afirmacin va -a encontrar seguramente un
eco adverso en la fama de escrupulosidad con que
Rosas manejaba los dineros fiscales.. . que no ha
impedido que las 24 leguas de campo que originaria-
mente y por compra a Julin y Miguel Torres, for-
maban la estancia Los Cerrillos, donde Rosas comen-
z su fortuna, alcanzaran la extensin de ms de 120
leguas durante los aos de su gobierno".
Entre los liberales es de uso fruitivo aludir a las

193
erogaciones latifundarias de la dictadura, mientras
guardan un pudoroso silencio sobre las hazaas pare-
jas del rgimen que la sucedi, es decir, e! de Obligado,
Alsina y Mitre, como que fueron un mero plagio del
rgimen conminado por ellos.
"La cada de la tirana en 1852 no seala ninguna
mejora en el rgimen de las tierras pblicas... ; su-
primida la ley de enfiteusis, la tierra es vendida o
arrendada o donada en vasta escala.
"Consciente o inconscientemente se creaba y fomen-
taba la especulacin, la explotacin del trabajo huma-
no, el salariado, la miseria de quienes para ganarse el
sustento habran de trabajarla en las peores condicio-
nes posibles y por otra fomentaban el bienestar de los
acaparadores.
'1 Podra acaso creer el gobierno que los seores An-
chorena, por ejemplo, trabajaran las 135 leguas que
haban obtenido en enfiteusis y de las que luego fueron
dueos?" (Oddone, op. cit.)
Desde luego Oddone no afirma que 19s Anchorena
robaron tamaa cantidad de tierra sino simplemente
que la escamotearon.
Igual que bajo la hgira rosista, bajo la de Alsina-
Mitre, la tierra se reparta en calidad de aguinaldo
entre los feligreses respetables.
"Las tierras fiscales y enfituticas de la costa del
Salado, Chivilcoy. Azul y Baha Blanca iban a manos
de los paniaguados. La ley dei 30 de octubre de 1855
sobre concesin de tierras en Baha Blanca, la ley 903
del 9 de setiembre del 56 sobre la venta de tierras fis-
cales en la capital bajo el gobierno de Alsina; la ley 142
del 6 de agosto del 57 sobre venta de tierras fiscales
en el interior del Salado; la ley 176 del 15 de octu-
bre dei 57 sobre canon enfitutico; la ley 179 del 16
de octubre del 57 sobre el dominio de tierras fiscales

194
fuera de los ejidos; la ley 240 del 21 de octubre del
58 sobre venta de tierras fiscales al sur de la provin-
cia; la ley 245 del 29 de octubre del 58, sobre venta
de tierras municipales; la ley 290 del 15 de octubre
del 59 sobre venta de tierras pblicas". (J . M. Mayer:
A lberdi y su tiempo.)
No poda ser de otro modo. El gobierno del nuevo
clan representaba los mismos intereses gestionados por
la dictadura y tanto era as que haba incorporado a
su elenco a los representantes ms puros del rgimen
depuesto: Lorenzo Torres, Nicols Anchorena, Vlez
Sarsfield, los hermanos Elizalde, el mismo gobernador
Obligado.
En 1857 se promulg la ley de arrendamiento.
"Art. 13. Ninguna persona o sociedad podr obtener
en arrendamiento ms de tres leguas cuadradas al
interior del Salado y seis al exterior de este ro".
El engaado esta vez no fue el gobierno como en
1822-27, sino el pueblo, pues esta ley, como ocurre
siempre en todo gobierno de clase, fue dada para
ocultar al pueblo los manejos del gobierno al servicio
de la oligarqua. Quines fueron en efecto los nue-
vos pobladores y colonizadores? Los mismsimos del
tiempo de Rosas, los mismos que reincidiran treinta
aos despus, bajo Roca: los Arana, Pacheco, Ortiz
de Rozas, Elizalde, Pereyra, Irigoyen, Lezica (todos ex
rosistas) para no aludir a los Balcarce, Saavedra,
Quintana, Cambaceres, Casares, Bunge, Gainza, Las-
tra, Montes de Oca, Quimo, Santa Mara, Rocha,
Basualdo, Gowland, Piero, Unzu, ni a los fundadores
y denominadores de pueblos: Rocha, Luro, Haedo.
Disfrazados ayer de enfiteutas, hoy de arredantarios,
de colonizadores, de conquistadores del desierto, de
servidores de la civilizacin y el crucifijo, son los
tragaleguas de siempre, los propietarios del gobierno,

195
del ejrcito, de la iglesia, de las vacas y de este desafo-
rado valle de lgrimas que es la Pampa: las garrapa-
tas de la perra suerte del pueblo argentino.
Ya vimos que Mrmol en 1869 denunci que la
guerra contra el Paraguay estaba concertada un ao
antes de acometrsela, como que fue preparada por
las diplomacia inglesa y brasilea cebando la vani-
dad danaidesca de Mitre y la voracidad de los
saladeros y mostradores porteos. Vimos tambin que
a raz de esa guerra el pas descendi a la mayor
impotencia econmica y militar, y con ello a la m-
xima indefensin de la frontera. Los indios mandaban
ms que el gobierno y Calfucur trataba a Mitre como
un lacayo insolente a un amo reblandecido.
No hubo pues, por esos aos, mucha tierra que
repartir, aunque eso afliga poco a los estancieros en
la ocasin, pues haban rehenchido las alforjas como
proveedores de la inverecunda guerra guaran.
En la biografa de Sarmiento hay un pormenor que
tanto sus detractores como sus panegiristas se esme-
ran en pasar por alto: es su proyecto presidencial de
reforma agraria.
Tambin es ms o menos desconocida su preocupa-
cin central por el problema de la tierra. Ya en sus
primeros aos de actuacin en Buenos Aires 1855-
60 haba logrado, despus de no poco ajetreo, que el
gobierno lo autorizara a hacer un ensayo de colonia
agrcola en Chivilcoy. Ms tarde y despus de adver-
tir con pasmo --igual que Mart que el factor n-
mero uno del arrollador desarrollo de los Estados
Unidos era su Ley de tierras que iba convirtiendo en
granjas de no ms de 60 hectreas cada una los
millones de hectreas del desierto, Sarmiento no se
cans de insistir en que el prorrateo del desierto en
reas cultivables por sendas familias de granjeros

196
criollos y gringos era el factor capital de nuestra
liberacin de la colonia y nuestro ascenso al ideal
democrtico del siglo.
"En el vasto campo de instituciones, leyes y siste-
mas que propuso y sostuvo durante tantos aos fueron
las leyes agrarias en las que fue sin atenuacin derro-
tado por las resistencias no obstante que a ningn
asunto consagr tanto estudio". (A. Belin Sarmiento:
Sarmiento anecdtico.)
En su discurso-programa de candidato triunfante a la
presidencia de Ja nacin, Sarmiento dijo en Chivilcoy,
la colonia que l fundara: "Chivilcoy ser el progra-
ma del presidente". "El presidente don Domingo Sar-
miento ser el caudillo de los gauchos convertidos en
pacficos ciudadanos".
Mediante qu? Haba escrito desde Norteamrica:
"Buenos Aires cuenta con nueve o diez mil leguas, '
cuando diez mil propietarios se hayan apoderado de
ellas, qu queda para las generaciones venideras, para
la presente, que no puede comprar una legua? Ten-
dremos un milln de vacas ms y por delante un siglo
para aumentar un milln de habitantes". (A mbas
A mricas.)
Sarmiento no bregaba slo por corregir con el cul-
tivo agrario y el desarrollo industrial el monocultivo de
la vaca, sino y sobre todo por evitar que la demografa
bicorne desplazara a la humana, que la mentalidad
bicorne plasmara el espritu del pas ("las vacas dirigen
la poltica argentina", dijo en 1852) y, lo que no era
menos por evitar a tiempo lo que no pudo lograrsc:
que los terratenientes dejasen al pueblo sin ms agro
que el indispensable para cementerios.
Su ltimo bigrafo testimonia que despus de apa-
drinar la colonia galense del Chubut y aconsejar a los
gobernadores dividir tierras a lo largo de las costas

197
pluviales y martimas y ofrecerlas ("a cada cual su
legtima de globo habitable") a los desposedos criollos
y extranjeros dispuestos a fecundarlas con sus manos,
"propuso una ley de colonizacin siguiendo esas lneas,
pero el Congreso la rechaz". (Allison Bunkley: Lifc
of Sarmiento.) Por qu los cronistas de nuestra his-
toria y los supuestos bigrafos de Sarmiento Lugones,
Rojas, Palcos, Ponce, Glvez, Martnez Estrada no
dicen mu de ese detalle magno? La respuesta es fcil
como un trago de agua: porque constituye tab -para
la cultura terrateniente, porque no debe mentarse la
soga en casa del ahorcado.
Ya veremos Cul fue el mayor motor de su lucha
en los ltimos aos,
Vimos tambin que el problema argentino ms grave
y urgido de solucin bajo la presidencia de Avellaneda
fue el de la guerra con el indio, y ello por dos razones
obvias: no slo porque las tribus, mancomunadas como
en los mejores das de Calfucur, representaban ja
desvastacin intermitente y una valla de mdanos y
lanzas opuesta al desarrollo material y cultural del
pas, sino porque, pese a cualquier atenuante, constitua
el apogeo de la vergenza que un pueblo que setenta
o sesenta aos atrs venci dos ejrcitos ingleses y de-
rrot ms tarde a Espaa y al Brasil, y un da sacrific
decenas de miles de combatientes en el Paraguay, un
pueblo de ms de un milln de habitantes con un
ejrcito que poda esgrimir el ferrocarril, el telgrafo
y el jupiterino rmington, se resignase a seguir pagan-
d tributo de sangre, de vacas y mujeres a cinco o seis
mil cerdudos armados de caas ferradas y piedras
atadas con tientos.
Vimos tambin qu novedad apocalptica signific
para los 'pobres y engredos pampas el final del 78 y
el comienzo del 79. Los abanderados de la civiliza-

198
cin no dieron muestras de llevar ni una gota de mi-
sericordia en el corazn ni tal vez un resto de esa
glndula.
El cristiano crea que el indio era una emboscada
para el cristiano y que nunca era demasiada corta la
distancia entre l y la tradicin, y que estaba ms
manchado de crmenes que el jaguar de pintas...
(Eso mismo crea el indio del cristiano y errado del
todo no iba ninguno de los dos). Lo que menos imagi-
naba el fiel, es que el infiel n6 se crea tal sino un hroe
defendiendo sus dioses y su tierra y perjudicando todo
lo que poda a un usurpador que por cierto no tena
limpias las manos ni la conciencia.
Triunfaron los que crean o simulaban creer
que el indio con sus mujeres y sus nios estaba por de-
bajo del nivel humano como los perros cimarrones de
la Pampa.
Fue vencido el indio despus de un siglo o dos de
hacer pata ancha. De nada le vali ya su caballo que
era como el asta del viento ni su lanza emplumada
que tena el bote del halcn peregrino. El rxnington
era un demonio mucho ms daino que Hucuv. Y el
indio ya no era ms que un mendigo defendindose a
golpes de muleta cuando le daban tiempo.
El pampa debi despedirse de Salinas Grandes, de
Chilohu, de Leuvuc, de Trenel y de sus bosques, esa
toldera verde con su nublado perpetuo y su llovizna
de frescor y rumor. Hu yeron abandonando sus sembra-
dos y sus huertos, y sus muertos despus de comerse de
hambre hasta sus perros, abandonando sus dioses y
sus caldenes sagrados y la dulzura envainada de los
algarrobos, huyendo de las balas que llegaban de dis-
tancias invisibles los que no quedaban escupiendo
el alma por la espalda o la nuca, huyendo del ham-
bre que los humillaba hasta resignarse a la vianda de

199
rata y de zorrino... acurrucndose sobre las hogue-
ras, hasta quemarse y llagarse, tripiemente espoleados
por ci hambre, la desnudez y la helada. (Zeballos:
V iaje. .; Racedo: op. cit.; Olascoaga: op. cit.)
De nada les vali dejar detrs de s centenares de
leguas de polvo, salvando travesas amortajadas de
salinas a trechos, crucificadas de espinas por todas
partes, buscando refugio al otro lado del Chadileuv,
el Jordn indio, o ms lejos an, en la tierra ttem
de la dinasta de los Piedra (cur) donde los rboles,
ms fornidos que torreones se alan a las rocas y los
torrentes para impedir el paso al intruso. Hasta all y
ms all an de las idlicas tierras del Neuqun o del
Nahuel Huapi el implacable dios Rmington hizo
sentir su voz multiplicada por los ecos y el espanto.
(Dnde qued el tiempo en que el ingls Head deca
de los pampas "creo que son los ms lindos hombres
que han existido en el ambiente que los rodea", cuan-
do ellos despreciaban a adversarios que peleaban de
lejos y a mansalva detrs de sus armas de fuego? ... ..
All los indios no vivan de vacas ajenas, no slo
porque reciban raciones del gobierno, sino porque
cultivaban alfalfa, trigo, papas, manzanas y criaban
animales, sin contar que los rebaos de guanacos les
suministraban lana, carne y cueros.
Ya vimos que los caciques de estas tierras no slo
se sentan tan argentinos como el negro Falucho,
cuando menos, sino que habrn dado ayuda a ilustres
viajeros cristianos, De nada les vali todo eso para no
ser cazados como pumas o engaados como nios.
No es que un ,pietismo o un romanticismo fuera de
lu gar y tiempo nos empae la vista hasta el punto de
negar la historia, poniendo en duda los derechos fe-
cundos de la civilizacin sobre la estril barbarie. No
se trata de eso. Pero es que era indispensable despo-
nne'
'uy
seer de su suelo a los antiguos ocupantes, o drselo
por sepultura, en vez de reconocerles el dercho a l
y educarlos socialmente para incomporarlos a la co-
munidad civilizada?
Por otra parte, el pueblo argentino, sacrificado sin
asco durante tantas dcadas en esa disputa acrrima
con el indio, fue l quin entr en posesin de las
tierras dejadas por ste, o le toc una suerte parecida
a la suya, como el catarro se parece a la tos?
Desde el alba de las civilizaciones, o sea, desde la
instauracin de la sociedad dividida en poseyentes y
dirigentes de un lado y desposedos y laborantes del
otro, la clase encimera elabor el derecho, la moral
y la ley en defensa de sus privilegios. El olvido escru-
puloso de tan transparente detalle es la clave mayor
de los venerables dislates de la sociologa hasta hoy.
No faltaron criollos honrados Francisco Ramos
Meja, Alvaro Barros, Lucio Mansilla, el perito More-
no y algn otro que se atrevieron a reconocer que
el indio tambin era un ser humano como los pol-
ticos, los mercaderes o los curas y que como prime-
ros ocupantes del suelo tenan tanto o ms derecho a
l que cualquiera, y tambin a los dems derechos que
la Constitucin acuerda a sus feligreses.
Ya se ve; padecan la ilusin de los filntropos de
todas las pocas que no se resolvieron a ver lo que
la historia ensea: que las leyes no se hicieron para
satisfacer las necesidades de los pueblos sino las de
los que hacen las leyes.
Lo que deba venir era perfectamente previsible,
aunque falt un profeta siquiera de vista corta.
Cmo se iba a acordar derechos de propiedad y Ii-
bertad a los indios extraos a la cristiandad por cul-
tura, religin y sangre, si jams se pens en acordrse-
los realmente y no en ficcin--- a los connacionales

201
pobres, que lo eran por haber sido desposedos a tiem-
po: todo Ci pueblo argentino, empezando por el
gaucho? Cmo poda esperarse otra cosa en esta
tierra de promisin austral donde dos mortales solos,
como los seores Anchorena y Urquiza, exiga cada
uno de ellos un espacio vital de un milln de hectreas
para revolcarse a sus anchas?
Lo que deba ocurrir ocurri&
Las quince mil leguas conquistadas hasta Ro Negro,
ms las veinte de la Patagonia --una extensin equi-
valente a la de varias Suizas, Holandas y Blgicas
juntas---- fueron repartidas como cartas de baraja en
tre compinches.
Que fue imposible hacer que los indios respetasen
las vacas de los terratenientes? Ms difcil fue hacer
que los terratenientes respetasen las tierras del Estado.
Ya con Roca como ministro de guerra y con el ar-
gumento de arbitrar recursos para la expedicin al
Ro Negro, el gobierno de Avellaneda vendi como
saldos de quemazn las tierras que an no estaban
conquistadas. (Ley dei 15 de octubre de 1878). Un
aspirante a labriego, un tal Martnez de Hoz, acudi
patriticamente en a yuda del gobierno (o de la can-
didatura de Roca) y le adelant sin inters ninguno la
suma de 300.000 pesos a cambio de unas cuantas
leguas cuadradas. Cuntas cree el lector? Diez?
Cien? Doscientas? Un poquito ms. Como dijo mil
se le dieron mil.
La mayora de los dems aspirantes, criollos o ex-
tranjeros, no necesitaron comprar. Los militares, ya
realizada la conquista recibieron latifundios de algunas
leguas cuadradas como si fueran escarapelas. Los ma-
rinos se adhirieron al reparto por pura solidaridad
patritica. Roca, el nuevo Hroe del desierto y del

202
poder, fue tres veces ms desinteresado que Rosas y
se conform con slo 20 leguas de cuatro puntas.
Lo que tal vez resulte el mejor servicio prestable
al lector sea demostrar cmo las doctrinas y palabras
de ms convincente acento democrtico han servido
hasta hoy inconscientemente, queremos creerlo
para esconder el fondo que no debe verse y canonizar
el fraude.
Veamos un ejemplo. A fines de 1878, ya totalmente
definida la derrota general de los pampas, el ministro
de guerra, general Roca, enva al desierto, en misin
oficial o semioficial, al Dr. Estanislao Zeballos. Enton-
ces es cuando ste descubre que somos el pas ms
militarizado del mundo los asirios o espartanos de
Sudamrica o sea que casi la mitad o ms de la mitad
del presupuesto de la nacin lo devora el ejrcito.
Olvidando que nuestra democracia fue originaria y
esencialmente castrense, esto es, tutelada por las fuer-
zas armadas y que Rosas se impuso y se inveter
menos por obra de la Mazorca y la propaganda que
por sus numerosos ejrcitos de linea, Zebal.los, traza el
siguiente cuadro estadstico:
Gastos del Ministerio Rentas Generales
A ios de la Guerra
1863 ......$ 3.342.347,28 $ 6.478.682,34
1864 ......,, 2.083.227,68 ,, 7.005.828,15
1867 ... ... 9.292.769,53 ,, 12.040.287,12
1868 ...... ,, 12.496.126,26
1873 ......,, 11.004.050,73 ,, 20.217,237,85
1875 ......,, 10.181.116,46 ,, 17.206.74684

Y comenta: "EA dnde iramos a parar por ese

rumbo? Cmo escapar a la voracidad del pozo
ciego? Las cifras del presupuesto de guerra comienzan

203
a aparecer ms abultadas a medida que se radican
las instituciones No es ste un contrasentido des-
consolador?".
No se trata de opiniones o de puntos de vista. "Es
la estadstica, son los nmeros inconmovibles y elo-
cuentes los que hablan en el precedente cuadro, que
nos alarmara por el porvenir de la Repblica, si nue-
vos planes de frontera no vinieran a derramar la
plcida luz de la esperanza. . ." (La conquista de
15.000 legua..)
En efecto, Zeballos descontaba que, liquidada defi-
nitivamente la guerra con los indios, y sin guerras
exteriores, el presupuesto militar bajara como cre-
ciente cuando cesan las lluvias. Pormenorizaba as.
Las tropas deben hacer grandes plantaciones de maz
y conservar los caballos arano a razn de un caballo
por soldado y no tres. Un orden debido en la adminis-
tracin, con soldados bien equipados, alimentados y
pagos al da se evitaran las deserciones que en 1876-77
alcanzaron al treinta y cinco por ciento del personal de
tropa, con prdida de caballos y fusiles. "El ejrcito
careca de caballos a pesar de los grandes gastos hechos
para adquirirlos". Como el servicio de fronteras que-
dara abolido, lo quedaran tambin los gastos que
ocasionaba. Ocupada la lnea de los ros Negro y
Nuqun, podran ser licenciados 4.000 mil hombres
y 1500 mujeres. Es decir, de 7500 bocas, quedaran
2.000. Una reorganizacin completa del ejrcito sobre
esa base, con los gastos reducidos a la cuarta o quinta
parte, sera la salvacin del presupuesto, o sea de la
nacin misma...
Que sucedi todo lo contrario? Era profetizable.
Pero, como buen poltico burgus, el doctor Zeballos
era un modelo de farisesmo y utopismo a la vez.
Crea rnceramente que la reorganizacin patritica

204
podra ocurrir, y tan luego obrada por manos mi-
litares? Es que ignoraba que, en funcin de ser la
ms desocupada y parsita, ("conglomerado de puros
consumidores", dice una inscripcin egipcia de 3000
aos a. de C.) la gente de armas es tambin la ms
voraz y rapaz? Cmo reducir las pensiones militares
que permiten vivir sin sudar hasta a los biznietos de
un guerrero? Cmo podan prosperar los provedores
y algunos generales de vocacin financiera? Y qu
poltico con sentido comn no buscara la buena vo-
luntad de la gente armada, o, ms frecuentemente aun,
qu general con verdadero sentido estratgico no ad-
vertira la ventaja de aplicarlo ms a la poltica que a
la guerra, segn lo enseaba todo el resto de Latino-
amrica?
Pero no teoricemos. El propio general que remat
a los indios, suprimiendo la frontera interior, se encar-
gara, llegado a la presidencia, de derrotar napole-
nicamente las profecas de Zeballos. No slo no redujo
el ejrcito a 1500 plazas como soaba Zeballos y exiga
Sarmiento, apoyado en el ejemplo yanqui de esa poca
sino que lo elevara a 8000. Motivos? Que el ejrcito
por encima del pueblo como tiene que ser y ha sido
siempre en toda sociedad de clases, el ejrcito, el peor
enemigo de la libertad y del bolsillo de los ciudadanos,
es tambin la mejor herramienta poltica de los gene-
rales con aspiraciones.
Es que no era eso lo que enseaba toda nuestra
historia? La llamada Campaa del desierto, planeada
y ejecutada por Rosas al otro da de su primer go-
bierno, tuvo por meta verdadera, no la conquista del
desierto (que fue abandonado a su suerte despus
de una campa punitoria), sino la del poder absoluto.
Y su defensa, como lo dicen la derrota de la revolu-
cin del 39 en el sur de Buenos Aires y la de la insu-
203
 rreccin general de las provincias en 1841. Qu pas
despus de Caseros? Que los sucesores porteos de
Rosas gastaron la mitad de las rentas, de la aduana
nacional en armarse .. Contra los indios que des-
vastaban los campos, asolaban los pueblos y cautiva-
ban sus mujeres? No, contra la Confederacin.
Como Rosas haba sometido a las provincias en
1840-41 valindose de jefes uruguayos Oribe, Gar-
zn, Mariano Maza, Mitre hizo lo propio, o mejor,
gobernando el ejrcito argentino durante veinte aos
con un estado ma yor uruguayo: Flores, GelIy y Obes,
Rivas, Arredondo, Niceas, Sandes.
Ms todava. En 1852, para mejor luchar contra
las 13 provincias que queran constituir la nacin, se
cre la Guardia Nacional, especie de montonera ciu-
dadana que gan todas las consultas electorales du-
rante muchos aos. Se explica que Mitre, creador del
caudillismo castrense y citadino para oponerlo al de
poncho, hiciese su panegrico en su habitual estilo de
floripondio: "Surgi la nueva entidad civil que fue la
Guardia Nacional, al servicio de la civilizacin y la
libertad; desde all ces el predominio de la campaa
contra la ciudad, se templ la bayoneta, se quebr la
chuza y fue herido de muerte el caudillaje". (No es
verdad que esto no carece de gracia dicho por el gran
caudillo de cuartel y parlamento?)
Pero volvamos a Roca. En los ltimos aos de su
vida, Sarmiento funda un peridico para combatir
los dos aspectos ms temibles de la estrategia aplicada
a la poltica por el nuevo Hroe del desierto: el in-
cremento del ejrcito para derrotar a las chusmas
electorales como antes a los indios, y el reparto dadi -
voso de las tierras con el mismo fin. Es cuando Sar-
miento se niega a presidir la comisin reorganizadora
del ejrcito al informarse que se van a duplicar sus

206
plazas: "Me niego a tener de una pata a la Repblica
mientras ustedes la de-suellan". (Belin Sarmiento: Sar-
flhitfltc) anecdtico). Cuando define a los nuevos y
casi imberbes jefes del ejrcito reorganizado y con-
trolado por uno de los hermanos del presidente desde
la comandancia del arsenal: "Coronelitos con el ba-
bero de cadete al pecho". "El ejrcito no ha servido
durante la administracin de Roca sino para avasallar
las libertades pblicas. . . Agrguese el afn tenaz de
colocar jefes del ejrcito en los gobiernos de provin-
cia". (Slo haba un error, y muy serio en la crtica
de Sarmiento: no el ejrcito de Roca, sino todo ejr-,
cito regular permanente, hasta hoy, ha tenido por fin
ltimo el vasallaje de la libertad popular, no slo para
derrotar al enemigo electoral en las urnas, sino tam-
bin al enemigo de clase en las huelgas o cualquier
otro pecado contra la disciplina social. Todo esto aun-
que el jefe se llame Simn Bolivar, segn lo testimo-
nia el general Miller en sus Memorias.)
Pero Sarmiento, que vena predicando desde haca
dcadas la necesidad de fomentar el desarrollo agro-
industrial para superar la monocultura de la vaca
("la colonia espaola, la tradicin, Rosas, vacas, va-
cas. . .". "Las vacas dirigen la poltica argentina"),
cuando lleg al poder vio mejor que antes cmo y
por quines y para quines se haca la guerra y
ya vimos que no call como otros sino que marc
en la nalga a la ignominia como los encomenderos
marcaban a sus esclavos: "Ese trapo dir con su
desnudez y pobreza a los hijos de los ricos, de los
felices, de los ociosos, que esos millones que po-
seen... se lo deben a esos pobres soldados...
Que la denuncia parece ms la de un agitador
jacobino de 1793 o bolchevique de 1917 que la de
un primer magistrado de la nacin? As es... Diez,
207
 quince afios ms tarde, como meta de su itinerario de
camorras contra la santa tradicin colonial analfa-
betismo, vacas, curas, latifundios, burocracia. le toc
presenciar el reparto de las cosmogrficas tierras qui-
tadas al indio como quien se juega a la taba la he-
rencia de un ausente.
"Mi peticin de tierras ha sido recibida con indi-
ferencia. . El fin poltico era. . . fundar la crtica
que har a su tiempo de la expedicin a Ro Negro
que ha toro dose en un crimen, derrochando toda la
tierra pblica, y regalndola a cada oficial y coman-
dante para comprarles el voto. El almirante Cordero
ha recibido diez leguas por no haber ido y Garmendia
por ser jefe de polica de Tejedor... ". (Epistalario
Sartninto-Posse, t. II.)
No exagera nuestro hombre. La deposesin del pue-
blo argentino de su propia tierra por una pandilla
de atracadores autctonos e internacionales es el cri-
men por antonomasia de nuestra historia y de mucho
ms trascendencia que los degellos de Rosas y las
hecatombes de Mitre en el Paraguay. i El mapa de
pocp menos de media Repblica (una extensin ma-
.
yor que la de Italia y--Espaa untas) desgarrado y
J ugado a la tmbola! Nuestros terratenientes o aspi-
rantes a serlo y sus socios de extramuros debieron sen-
tir esa alegra de los boticarios o los empresarios de
pompas fnebres cuando comienza una peste.
El gaucho y el indio haban luchado a ultranza
entre ellos sin sospechar que a ambos les esperaba el
mismo destino de desposesin y servidumbre, si no te-
nan la suerte de entregar los huesos a tiempo.
Y todo esto ocurra justamente en los aos en que
la emigracin europea, como haba ocurrido en los
Estados Unidos, se volcaba torrencialmente sobre nues-
tras playas (casi un milln de obreros, labriegos y

208
artesanos entre 1882 y 1899) buscando un pedazo
de tierra bruta para redimirla de la esterilidad, y
redimir su vida.
El presidente Roca presenta en 1882 un proyecto
enajenando la tierra pblica por miles de leguas. Y
no es que nadie no vea y denuncie lo que se est
perpetrando legalmente y como el Dios de los terra-
tenientes manda. El discurso de Aristbulo del Valle
en el Congreso combatiendo el proyecto es, corno las
denuncias de Sarmiento, la honradez y la sensatez
dando el grito de alerta para evitar una catstrofe
segura. Pero nadie escucha, nadie, porque la poltica
de las clases poseyentes es y ser siempre un gorda
negocio propio y no un flaco servicio a los desposedos
y por ende predicarles moral a ellas es como predicar
castidad en una expendedora de caricias.
"La provincia d e Buenos Aires d ice del Valle
ha estado barbarizada durante cincuenta aos en con-
secuencia de la legislacin de tierras que ha perrni-
tido constituir fundos de doce, catorce, veinte y cin-
cuenta leguas, haciendo el desierto en su propio suelo,
imposibilitando Ci roce de los hombres, inhabilitando
todos los elementos de civilizacin en su aplicacin
a la campaa, porque la justicia se ejercita en medio
de la despoblacin obstando la educacin, pues no
hay escuela posible cuando estn los nios a veinte
leguas de distancia unos de otros".
En 1884 se vot la ley 1501 para distribuir tierras
entre los cultivadores. Slo que poco despus se tras-
luce que no se trata de rejas de arado sino de sables,
pues, como no lo oculta la ley del 5 de octubre de
1885, los labriegos son los militares que han hecho la
campaa del desierto-
Los beneficiados no pasan de 541. Pero el reparto
alcanza a 4.750.741 hectreas. He aqu despus de
209
 tantos que lo precedieron, ese nuevo modelo de jus.
ticia distributiva:
A los herederos de Adolfo Alsina 15.000 Has.
cada jefe de frontera ....... . 8.000
jefe de batalln ....... . 5.000
sargento mayor ....... . 4.000
capitn ............... 2.500
,, teniente ............... 2.000
subteniente ............. 1.500
,, soldado ............... 100

Ms an; posteriormente, para evitar lagunas u

olvidos, se repartieron otras 2.828.317 hectreas entre
154 personas uniformadas (20 generales, 38 coroneles,
10 comandantes, 2 mayores y... algunos civiles de
vocacin guerrera). (A. Yunque: Caifucur.)
Que todos estos militares y civiles que se decla-
raron herederos de los indios no pensaron, ni en sue-
os, en colonizar ni cultivar una hectrea? Por su-
puesto. Muy por debajo de los araucanos.
Ya vimos que, pese a todo, los indios no vivan
nicamente de. las rentas del maln. "Me hace el
favor de darme 30 yuntas de bueyes para hacer se-
menteras, para atraemos al trabajo. Tambin le su-
plico a V. S. sobre los terrenos.., y para mi respeto
que el Exmo. Seor Presidente y V. S. me den una
escritura firmada para que de esa manera sean los
terrenos respetados de la Nacin". Linjal, 4 de junio
de 1878. (Carta del cacique Epumer a Roca, ministro
de guerra.)
Que el terrateniente argentino de 1880 era mucho
ms enemigo de la agricultura que el indio pampa?
No lo decimos n osotros-sino los hechos.
"Alvaro Barros, por ejemplo, que breg a fondo por
210
el traslado de la frontera, hacendado porteo, senador
en la cmara bonaerense, agtase nervioso en su banca
cuando oye hablar de los progresos de la agricultura".
(E. M. Barba.)
Que el coronel Barros, hombre comprensivo y va-
leroso, que haba denunciado sin eufemismos los pe-
cados contra el cuarto mandamiento de la casta mi-
litar de la poca y haba predicado el deber de jus-
ticia al indio, tuviese como nico ideal el Culto y cul-
tivo de la vaca es una prueba ms de la irremediable
mentalidad cornpeta del estanciero.
Incurriendo en contradicin con su juicio sobre Ca-
simiro y Saihueque, tan favorable, y olvidando del
todo la bellaquera de los cristianos, Zeballos enjuicia
finalmente al indio como un general romano enjui-
ciara a Espartaco, y su pedagoga es esta: "Quitarles
a los pampas el caballo y la lanza y obligarlos a cul-
tivar la tierra con el rmington al pecho. .". (Roca,
que era mejor pedagogo, crea que el indio estaba me-
jor alojado en los buques de la armada y mejor aun
bajo tierra). Si a Zeballos se le hubiera dich9 que
la nica solucin del problema social riuestr era qui-
tarles la tierra y obligarlos a trabajar con sis manos,
rrningtOfl al pecho, a los que sin un tilde de rubor
ni pudor se haban adueado de todo el agro de la
nacin... don Estanislao se hubiera cado de espaldas
Que no hay una pizca de malicia o yerro en nues-
tra estima lo dice el rapto de desesperada indignacin
citado ya que se le escap un da al comandante
Prado, expedicionario del desierto, ante el maln con-
tra la tierra pblica, preguntndose si no hubiera sido
mejor que quedara en poder de Saihueque.
Qu poda importarles eso a los bienaventurados de
nuestro chato olimpo latifundista que arrendando sus
tierras o hacindolas trabajar por manos villanas en-
211
 gordaron tanto que, no cabiendo ya en nuestro pas
se trasladaron a Pars, Biarritz, a la Costa Azul y
otras mecas del placer tarifado.
Las tierras y las vacas seguan trabajando cada ve
ms fructuosamente para su jubilada descendencia.
Veamos un ejemplo.
Don Leonardo Pereyra, uno de los prceres del lati-
fundio, tuvo un da que viajar al paraso y como no
pudo llevarse sus tierras, se vio obligado a repartirlas
entre sus hijos: a uno le dej la estancia. San Simn
(12.000 hectreas), a otro la del Tandil (14.000 Has.),
a otro la de Navas (25.000 Has.), a otro la
Indiana
(15.000 Has.), a otro la de San Rafael (8.000 Has.)
(Jules Huret: La A rgentina.)
Se dijo ya que bajo la presidencia de Avellaneda
se descubri de golpe, como Balboa descubri el Pa-
cfico, que las pampas argentinas, pese a la tradicin
y la Opinin contrarias, podan producir mieses casi
con el mismo exceso que vacas. Y el pas importador
de harinas pas a ser el primer exportador de trigo
y el primer productor de algodn del mundo.
Aguinaldo de oro para los terratenientes! La civi-
lizacin agraria result tan venturosa como la vacuna.
Los due?os de las tierras que la obtuvieron por de-
cenas, cuando no centenas de leguas, de regalo o poco
menos, comenz a arrendarla por hectreas al gran-
jero que la trabajaba con sus manos, o ms frecuen-
temente con las manos alquiladas de los de los desca-
misados, y todo, bajo la gracia del Dios vaticano, iba
a pedir de boca, ya que quien no haba gastado su
plata, y menos su sudor, se quedaba con casi toda la
mascada.
Que para el logro de tanta hermosura la moral
fue forzosamente considerada la Cenicienta de la casa,
claro est, y quedaba olvidada entre el holln y la
212
ceniza. Un ejemplo. Cada vez que ci gobierno pre-
cisaba tierra para obras pblicas deba comprrselas
a los favorecidos por los regalos, o a quienes la com-
praron por uno y la vendan por diez. O empeada
en fomentar la poblacin en los campos desiertos, se
arreglaba con algn terrateniente que reciba el dinero
del trato y despus lo venda a un tercero.
Una muestra entre muchas docenas. En 1893, el
Dr. Lucio V. Lpez cay en el concepto de negra
ingratitud ante la gente de su rango, pues como inter-
ventor en la provincia de Buenos Aires tuvo la des-
graciada ocurrencia de disponer que el juez pusiera
en claro ciertas menudencias un poco turbias. De ello
result que un grupo de gente distinguidsima los
seores Wenceslao Castellanos, Alberto Gorchs, Carlos
Guerrero, Vctor Taillade, Vctor Tyden, Felipe Ha-
riiaos, coronel Carlos Sarmiento, en cordial acuer-
do con las autoridades del Banco Hipotecario, haban
vendido y cobrado al gobierno tierras que siguieron
conservando y usufructuando o vendieron a otros in-
teresados. (Joaqun Muzlera: Recopilacin de leyes
sobre tierras.)
"La colonizacin pas a ser una denominacin mal
aplicada, pero que satisfaca el lxico de la poca...
No desapareci la palabra; por el contrario, ella en-
cubri el rgimen de la explotacin general del agri-
cultor por medio del sistema del arrendamiento".
"La caracterstica de la poca... est dada por la
continuidad del acaparamiento de tierra y por la for-
macin activa en escala creciente de latifundios, que
frenaron a corto plazo la poblacin del pas y la sub-
divisin en chacras de propiedad de los campesinos,
revistiendo carcter desbordante la especulacin y el
favoritismo en la entrega del suelo del dominio pblico
en la dcada de 1880-1890.

213
 la colonizacin en Argentina fue una aspiracin
frustrada... El fenmeno de colonizacin, vasto y
cnrgico con entrega gratuita en propiedad de la tie-
rra al colono, fue un hecho aislado".
"No nos faltaron leyes que dispusieran la donacin
de tierras a los inmigrantes agricultores, pero a poco
que se estudie su aplicacin, todo el instrumento legal
se desmorona...
"En los territorios nacionales y en tierras de pro-
piedad del gobierno federal, el cuadro de los latifun-
dios, que estabilizaran frreamente nuestro fundamen-
tal problema agrario, durante la presidencia de Ave-
llaneda presenta este panorama: a 198 concesiona-
rios se entreg un promedio de 56.115 hectreas por
persona". (Gastn Gori: Inmigracin y colonizacin
en la A rgentina.)
"Leyes de tierras sancionadas con el propsito de
colonizar, pero a cuyo amparo se foment la corrup-
cin, el robo, la explotacin ms inicua, cayendo en
manos de agentes o de compafias de acaparadores
que violndolas por cuanto medio repudiable tuvieron
a mano, jams subdividieron las tierras, jams las
entregaron a ningn colono, formando en cambio los
extensos latifundios conocidos, algunos de los cuales
abarcaban ms de un milln de hectreas". (Oddo-
ne, Op. cit.).
Perfectamente de acuerdo con Oddone. Slo que
l, como Sarmientc, Avellaneda, Jos Hernndez, Aris-
tbulo del Valle, Alem y otros, que se opusieron al
latifundio, se deja la gota ms gorda en el tintero.
Y es que dada la estructura misma de la sociedad
colonial, y el espritu inmaculadamente colonial de
la clase prcer, la apoteosis del latifundio era inevitable.
Empezando: "Las leyes de tierras sancionadas con
el propsito de colonizar. ." Oddone cae, a sabiendas

214
o no, en una mentira ms grande que un latifundio.
Los agentes de la clase poseyente nunca dictan leyes
sino para protegerse a s mismos o a sus comitentes,
salvando a los ojos del honorable pblico todas las
apariencias de la moral, el derecho, el progreso y
los diez mandamientos. Que as se invoca siempre
algn alto mvil patritico, algn austero propsito
de justicia democrtica? Claro, siempre, pero natu-
ralmente para entusiasmar a la clientela electoral y
para que as lo recoja la prensa y as lo escriba la
historia, dos comadronas a su servicio.
Desde el tiempo no ya de los romanos y judos
sino de sumerios y egipcios, es decir, desde el adve-
nimiento de la propiedad privada, se procedi as con
los bienes de la comunidad (minas, bosques, tierras
o dineros del Estado). El ejemplo ms venerable lo
da la Iglesia cristiana del Medioevo que elevando in-
cienso e himnos a la santa pobreza, se qued con la
tercera parte del agro de la cristiandad. Pocos siglos
antes el intento de repartir esas mismas tierras entre los
desposedos le Cost la cabeza a los dos Gracos.
Roca, como Mitre o Rosas, como polticos de clase,
representaban los intereses de la clase poseyente, y
como sta olvidaban los votos de justicia democr-
tica tan fatalmente como los curas sobrealimentados
e infraocupados olvidan el voto de castidad.
Nadie haga que se chupa el dedo. Mientras haya
propidad privada, es decir, mientras haya la posi-
bilidad y facilidad de que los bienes y riquezas comu-
nes puedan pasar a manos particulares creando una
sociedad dividida en jubilados natos y sudadores vi-
talicios, mientras eso ocurra sobre el mundo, el fraude,
el robo y el soborno sern constitucionalmente obli-
gatorios.

215
 CAPTULO XI
ESTRAMBOTE

A Miguel Medunich, en quien nuestras

clases trabajadoras se asoman ya al futuro.

El hombre tiene de suyo no slo instinto sino ham-

bre de conocimiento como la langosta tiene hambre
de verde. Pero su larga servidumbre de seis o siete
mil aos ha terminado amadrinndolo con la mentira.
De ah que le tenga ms miedo a la verdad que las
gitanas a la minifalda o los borrachos al agua comn.
Expliquemos en dos palabras las cosas. Durante
trescientos mil aos o ms de salvajismo y de barbarie
y pese a todas sus calamidades y menguas, los hom-
bres no conocieron la desposesin ni la explotacin:
todos eran dueos de todo y por ende iguales entre s.
La llegada de la civilizacin ---hace seis mil aos
apenas trajo estas dos novedades: con la instau-
racin de la propiedad privada los bienes indivisos de
la comunidad pasaron a una diminuta minora y la
sociedad qued diametralmente dividida en explota-
dores y explotados; por otra parte, un pequeo sector
de la minora desocupada cre la tcnica, la ciencia,
el arte, la filosofa y la escritura, todo lo cual implic
un gran ascenso humano.

216
 Como ya se comprender, el insigne aporte lti-
mamente consignado, no exime a la civilizacin de su
soberbia infamia: el erigirse sobre la desposesin y
explotacin de la aplastante y aplastada mayora
de la sociedad humana. Como la creciente y prodi-
giosa capacidad de produccin de la tcnica humana
vuelve hoy ya intil la explotacin del trabajo, es
decir, del hombre, su mantenimiento obedece slo a
pura devocin a la miopa y al pasado, pues entre
las posesiones de la clase privilegiada est la de un
cerebro occipital.
Desde el alba de la civilizacin, el gran secreto de
la historia es se: por un lado, quei la clase prcer
usurpa los bienes de la comunidad y maneja el go-
bierno y la fuerza armada en defensa de su privilegio,
obligando a los desposedos a ayunar y sudar para
ella; por el otro, ci pensamiento y las instituciones so-
ciales (la moral y las exacciones y confiscaciones, la
religin y los prostbulos, los claustros universitarios y
los carcelarios) todo va estructurndose para dar la
mxima garanta a la estabilidad del rgimen. As es
como el Estado no pertenece al pueblo sino a la clase
dirigente, la patria a los que tienen patrimonio. No
nos extrae, pues, que todo gobierno de clase la
civilizacin hasta hoy no ha conocido otro se el ene-
migo profesional de su propio pueblo. Ms todava: si
sus privilegios peligran, una clase poseyente no trepida
en aliarse al enemigo de afuera contra su propio pue-
blo. (En 1871, los burgueses de Versailles se aliaron
a los alemanes victoriosos para aplastar a los obreros
de la Comuna de Pars, como en 1961 la burguesa
cubana pidi ayuda al tiburn imperialista yanqui
para aplastar a sus paisanos de alpargata.
Un ejemplo clsico. El pueblo romano no slo fue
totalmente desposedo de su tierra por los senadores,

217
 generales y caballeros, sino que fue obligado a pelear
durante siglos a cientos de leguas de sus fronteras y
aplastar a innumerables pueblos para ofrecerlos en
tributo a sus amos sin cobrar una higa por el servicio.
Pues, bien, esta casta poseyente que hizo alfombra del
derecho de los otros pueblos, termin elaborando el
derecho romano para vestir con un manto honorable
el fabuloso monto de sus violaciones y rapias.
Toda la historia de la civilizacin es un esplndido
muestrario de esta antinomia entre la letra y el esp-
ritu, a tal punto que la prdica de las clases moni-
toras guarda con la realidad esa misma relacin que
media entre el lujo del atad y la lgubre miseria del
contenido. En nombre de la desposesin y desprecio
de los bienes terrenos y el amor a los pobres, del Evan-
gelio, el clero cristiano se qued ayer con un tercio
de las tierras de la cristiandad, como hoy con el ms
gordo cupo del haber financiero. En nombre de los
derechos de la Carta Magna, la casta poseyente in-
glesa les quit el piso a los irlandeses, digo, se qued
con sus tierras, se apropi del ocano y desvalij al
resto de los pueblos, tal como hoy lo reeditan, mejo-
rado y ampliado, los amos del dlar, en nombre de
Washington y Lincoln y de la estatua de La libertad
alumbrando el mundo...
Como la ms fornida y urgente necesidad de los
hombres y los pueblos de hoy es tomar conciencia de
los hechos tales como fueron y son, y no como se los
muestran, su primera obligacin es emanciparse de
sus legaas y mirar con sus propios ojos. Qu ver?
Que el prestamista, doblado bajo el fardo de sus aho-
rros, se alivia ofreciendo servicios de filntropo; que
lis cortesana asume aires de esposa metodista; que el
pederasta usa de hoja de parra el escapulario y el car-
celero gasta gorro frico: que la paloma de la coexis-
tencia pacfica empolla huevos de bho y el pulpo de
Wall Street, que sorbe los jugos del mundo, ofrece a
precios de ocasin tnicos para el progreso y servicios
de ngel guardin de la libertad.
Como usamos una lgica rectilnea y no dialctica
para interpretar el proceso de los hechos sociales una
razn esttica y no dinmica frente a una realidad
andante y cambiante no logramos percibir la lgica
de las contradicciones (lo relativo de todo absoluto
y lo transitorio de toda eternidad) tomando a cada
rato el rbano por las hojas.
Herclito, Hegel, Lamarck, Nietzsche parecen haber
existido en vano, pues apenas si sospechamos los ca-
minos y la belleza del devenir. Que los credos y
cultos religiosos, que lo reducen todo a un intercambio
entre un Dios omnipotente y un ente que ha renun-
ciado a su pensar y querer en pro de la plegaria, es
la negacin de la historia y la reduccin del hombre
a gimnasta de la servidumbre? Que la misma escla-
vitud fue progresiva en su hora, ya que aun siendo
vomitable, resultaba preferible a la eliminacin del
cautivo? Que el capitalismo, alzado sobre las ruinas
de la era feudal, que impuls hercleamente en su
hora el progreso humano, se ha trocado en el conce-
sionario de la barbarie moderna y la regresin? Que
la Revolucin Rusa, primer llamado de las masas pro-
letarias a las puertas de la historia, cambi de signo antes
de una dcada, trocndose en el apstol de la conciliacin
de las clases y el statu quo, es decir, no la dictadura tran-
sitoria del proletariado sino la dictadura totalitaria de la
burocracia y su ejrcito. Que el imperialismo del dlar,
carcelero planetario, se ofrece de ngel guardin de la li-
bertad? Que el Papa ayuna con los pobres y regelda
con los ricos?
S, todo eso, apenas golpea un poco nuestra rutina de
219
 obediencia y temor, pero ya comienza a verse claro y se
ver mejor cada da que pase.
Es obvio que durante sesenta siglos o ms las castas
usurpadoras han ejercido doquier con eficacia el mo-
nopolio de la bellaquera y el infundio. Y hoy se nos
muestra en pleno auge la industria publicitaria u or-
ganizacin capitalista de la mentira. No importa. El
est i l o mismo de la actividad y explotacin moderna
va derrotando la modorra secular de las masas, el
hombre quiere dejar de ser rebao evanglico, electo-
ral o castrense. A ello se aade que la filosofa ha sido
ya sacada de las aulas y puesta en los puos del mun-
do. Los viejos mitos en vigencia hasta ayer, comienzan
a formar parte de la paleontologa.
El feligrs de la hora atmica comienza a advertir
que, despus de seis mil aos de praxis civilizante, el
hombre no ha salido de la jungla. Y ms aun: que
en la jungla mecnica y ciberntica el hombre comn
est ms solo y desamparado que en la otra.
La marca montante de violencios y expolios, oficia-
les o p rivados, la decadencia romana de la moral y
del sexo, se exhiben hoy como en la feria. El miedo
al desarrollo de las clases y pueblos subdesarrollados
en China o Cuba derrota todos los esfnteres del
privilegio. Frente a eso se apela al contacto de codos
por encima de todo desacuerdo. La U.N. la O.E.A.
y el sindicato de todas las religiones lo ostentan como
en un mostrador. Lo mejor que tiene hoy la moral
de las castas es la tapa, como en los fretros de rango.
Lo que se busca desesperadamente es la derrota
totalitaria del porvenir, pero todo ser intil, por-
que pese a sus milenios de servidumbre el hombre
histrico sigue teniendo el instinto de la libertad como
el caballo tiene el instinto del galope, sin contar su
sed de humanidad que se parece a la sed de corolas

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de la abeja. Es intil querer sabotear la historia.
Es cierto que los monopolios de Wall Street y sus
congneres se muestran cada vez ms al desnudo como
una conspiracin creciente contra la subsistencia es-
piritual y aun fsica del hombre, la muerte de
Hiroshima, los Kennedy y el Vietnam, y otros
fervores de necrofilia y ocurre a la vez que la
astronmica concentracin de riqueza y poder de las
castas gobernantes mayores la yanqui y la sovi-
tica explica la casi unnime abdicacin del pen-
samiento libre de los concesionarios del oficio de
buscar y publicar la verdad. Pero no importa tampoco
eso. Estn las excepciones de siempre, que han sido
en toda ocasin la levadura de la historia, y est sobre
todo el creciente despertar de la conciencia y la vo-
luntad combativa de los ejrcitos del trabajo y el
ayuno.
-. Estamos llegando a la encrucijada ms peligrosa de
la historia. No nos asusten demasiado las muestras
cada vez ms meridianas del caos y la disolucin.
Nunca se dio el advenimiento de una sociedad nueva
sin la demorada agona de la otra. Y lo que ahora
ofrece el porvenir inmediato no se parece o parecer
a cosa alguna de los evos viejos. Lo que reemplaz a
la decadencia de Roma, o, despus, al feudalismo, no
fue una sociedad nueva, sino una nueva clase, es decir,
un nuevo estilo de explotacin del material humano.
Pero ahora van a quedar abolidas las clases. Lo que
vendr no ser el paraso, pero se parecer menos al
infierno que todo lo visto hasta hoy. Una jubilacin
definitiva de machetes, badajos y dividendos, por lo
pronto. Una transmutacin de todos los valores No
un nuevo modelo de coche o de cohete atmico, sino
una economa, una moral, una convivencia nuevas, un
setnido indito de la vida y la belleza creciente del de-
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 venir un hombre nuevo. Los bosques, las tierras, los
metales, las ideas, las artes, los inventos, toda la crea-
cin natural y la humana trocadas en herramientas de
violencia y servidumbre? El sudor y la sangre del hom-
bre sirviendo aun para acuar monedas? El sistema
circulatorio de las ideas, el sistema respiratorio del
alma humana controlados por la polica y los curas?
Ahora menos que nunca podemos hacer de lo pasado
el mausoleo de la historia. Es obvio que el reino del
gran burgus final, sibarita de la brutalidad y el
expolio se acerca a su misa de requiem, y que las
religiones se acercan a su ete missa est. No es sta la
edad de las masas, como denuncian los fariseos, sino
las vsperas de la edad en que el rebao humano se
transformar en hombres de autonoma plena. (Sin-
tiendo pasar por el cielo a sus hermanos salvajes los
patos domsticos gritan y corren sin poder alzar el
vuelo. Pero el espritu humano no ha perdido el uso
de las alas).
La revelacin no habr bajado del Sina o del Olim-
po esta vez, sino que habr subido desde los bajos
fondos. La insurreccin del fuego subterrneo pari
montaas; la de las masas sumergidas parir el hombre
erguido verticalmente por dentro, no slo por fuera.
Bien conocidos son los ensayos pioneros de esta re-
volucin del trabajo contra el salario, revolucin que
ser mundial o terminar por morir en la atona:
hace medio siglo en Rusia, treinta aos despus en
China. Nuestra Amrica subdesarrollada cuenta con
dos: una fracasada, otra triunfante.
Vale la pena cotejar los casos, pues lo que se des-
prende de ello es una leccin sin par de pedagoga
liberadora.
En Bolivia, en 1952 la insurreccin fue progra-
mada como un tradicional cuartelazo con ayuda del
M. N. R. (Movimiento Nacionalista Revolucionario),
pero intervino el P. O. R. (Partido Obrero Revolu-
cionario trotsquista) y lo que debi ser un golpe de
Estado castrense se troc en una revolucin popular
de la pequea burguesa y la clase obrera y campe-
sina aliadas. El triunfo fue amplio, slo que el co-
mando poltico no cay en en manos del P. O. R.,
es decir del proletariado sino en las de la pequea
burguesa (M. N. R.), que forzada por la presin
de las masas, inici la nacionalizacin de las minas
y la democratizacin de la tierra (todo con gordas
indemnizaciones y reverenciando a los bancos) y de-
ms dolos tradicionales, y tanto que la revolucin
qued en agua de borrajas, y entonces las botas pa-
triticas avanzaron y lo aplastaron todo.
La Revolucin Cubana sigui un itinerario opuesto.
Aunque buscando el respaldo de las masas, comenz
como una rebelin pequeo-burguesa tpica "hu-
manizacin del capital", democracia con la burguesa
de patrona y ama de llaves hasta que las propias
necesidades de la lucha, la convivencia en familia
con los de alpargata, y-,-tal vez la brujulita de
Guevara corrigiendo el rumbo, fueron profundizando
la revolucin: relevo del ejrcito patritico por el
pueblo en armas; despido, sin agradecerles los ser-
vicios prestados, de latifundistas y capitalistas de aden-
tro y afuera; eliminacin masiva de la propiedad pri-
vada y del analfabetismo; ingerencia masiva de obre-
ros y campesinos en la conduccin del gobierno; lucha
en la proa con la ayuda imperialista para el progreso
y en la popa con el guila de Marx empollando huevos
de gallina...
Como se ve, las dos revoluciones tomaron rumbos
limpiamente opuestos: mientras la cubana creci des-
pus de la toma del poder en funcin de su alianza
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 con los pobres de campos y ciudades y la pequea
burguesa pauperizada, contra el capital criollo y el
gringo, en guerra sin sangre, pero sin cuartel, el Mo-
vmiento Nacional Revolucionario de Bolivia termin,
de bracete de la burguesa casera y el dlar, aplastando
a las masas y a la revolucin y ofreciendo la mesa
servida al primer Barrientos disponible.
La revolucin latinoamericana en marcha una
sola como en los das de Bolvar y San Martn tiene
ya en Ernesto Guevara (hroe completo y modernsi-
mo de la decencia, la inteligencia y el coraje sin orillas,
exonerado de Cuba por Escalante y dems hroes de
la ortodoxia pacifista) su bandera y su smbolo. Ms
he aqu que la condicin argentina del Che es un
compromiso tan honroso como duro para los hijos del
Plata. No la traicionemos de ahora en adelante, como
lo traicionamos pasivamente en vida, dejndolo ir solito
por el nico vado que da paso al futuro. No hay ms
rumbo que se marcado por l, y como ello significa la
negacin en sus fundamentos de la sociedad que nos
acogota, es obvio que ninguno de sus sectores poseyentes
puede militar de aliado a menos de ir a la zaga y no
a la cabeza en esta guerra de la independencia defi-
nitiva en que los ejrcitos del trabajo y la inteligencia
pionera se salvarn juntos y por su cuenta, y con ello a
la sociedad entera, o todos quedaremos de inquilinos
del pantano.
Nuestros patriotas con patrimonio declaman aun
una democrtica lnea que va de Mayo a Caseros y
llega hasta nuestros das. Es algo muy hermoso, sin
ms inconveniente que el de no haber existido nunca.
En efecto, la insurreccin iniciada en 1810 en nuestra
Amrica, capitaneada por Miranda, Hidalgo, Moreno,
Bolvar y San Martn que fue una cruzada de las cla-
ses poseyentes en que las masas populares entraban
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slo como carne de can y obediencia. Lo prueba el
hecho de que cuando las masas peruanas se alzaron
con Tupac Amur esas clases del privilegio criollo no
alzaron un dedo.
La historia prepara ya un Veinticinco de Mayo mu-
cho ms patritico que el otro porque el gorro frigio
bajar de nuestro escudo a las cabezas desgreadas y
la igualdad cantada por nuestro himno pasar del
verbo a la carne de todos.

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