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Calderon Bouchet Ruben - Pax Romana

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j&Jbi

1wAK! 1l
m m
Roma, para las inteligencias preocupadas de Oc
cidente, nunca ha podido ser un captulo cerrado
de la historia del mundo ni una empresa poltica
ya terminada en el tiempo. Por el contrario, cada
intento de investigacin del pasado romano es en
realidad una bsqueda de las claves profundas del
bien comn para el mundo de hoy.
Pareciera existir generalizado consenso en los
hombres de la antigua Cristiandad en que Roma
signific algo grande y noble en la historia de la
humanidad y que su desaparicin de los mapas
esconde una magnfica vigencia plena de ensean
zas. Nadie, por ello, se resigna a la presunta muer
te de Roma. Quiz sea porque en cada lectura del
pasado se descubre que en los fundamentos de
toda empresa poltica de restauracin de la cosa
pblica los hombres y las costumbres de Roma vi
ven secretamente.

P \ \ KOVHN %
Rubn Caldern Bouchet, cuya pluma no nece
sita presentacin, nos gua al travs de la trama de
los siglos. Y al terminar su obra, advertimos que
sabemos ms de Roma, pero tambin que compren
demos mejor la realidad que nos rodea. Una lec
tura, entonces, plenamente justificada.

a?
T7

Obras del autor:

Nacionalismo tj revolucin.
Form acin d e la ciudad cristiana.
A pogeo d e la ciudad cristiana.
D ecadencia d e la ciudad cristiana.
La ruptura d el sistema religioso en el siglo XVI.
Las oligarquas financieras contra la monarqua
absoluta.
Esperanza, historia y utopa.
L a contrarrevolucin en Francia.
Tradicin, revolucin y restauracin em el pensa
miento poltico d e don Juan V zqu ez de Mella..
RUBEN CALDERON BOUCHET

Pax Romana
Ensayo para una interpretacin
del poder poltico en Roma

LIBRERIA HUEMUL
BUENOS AIRES
Edicin al cuidado de Csar A. Gigena Lamas,
revisada por el autor.

Impreso en la Argentina
Printed in Argentine
Hecho el depsito que marca la lev 11.723
Editorial Nuevo Orden / Buenos Aires /Argentina
INDICE

I. Los orgenes. Leyenda e historia, 7. Las


circunstancias exteriores, 14. Las fuerzas
interiores, 23. El orden familiar, 31. La
guerra, 37. El idioma, 40. El derecho, 43.
La organizacin primitiva, 44.

II. L a R epblica R o m an a , 47. Los hechos po


lticos, 47. Instituciones polticas, 59. Tri
bunado, 65. Otras magistraturas, 66. Los
cambios en las instituciones, 69. La organi
zacin del dominio hasta las Guerras Pni
cas, 73.

III. L as instituciones de la R epblica , 75. La


Repblica como rgimen, 75. Consulado, 76.
Cuestura, 77. Dictadura, 78. Asamblea cen-
turista, 78. Tribunado, 80. Consilium ple-
bis, 81. Las doce tablas, 82. Tribunado mi
litar, 83. Senado, S3. La constitucin re
publicana, 85. Evolucin de la constitucin
romana, 87. Desarrollo espiritual, 81.

IV. L as guerras pnicas, 95. Cartago, 85. Pri


mera Guerra Pnica, 102. Segunda Guerra
Pnica: Anbal, 106. Los Escipiones, 111.
Estado espiritual de Roma durante las Gue
rras Pnicas, 114. La tercera Guerra Pni
ca, 118.

V. E l o c a s o d e la R epblica R omana , 121.


Las provincias, 121. Los Gracos y la solu
cin agraria, 127. Mario y el movimiento
democrtico, 133. La dictadura de Sila, 136.
Interludio senatorial, principado de Pompevo,
141. Cicern, 147. Catilina, 149.
VI. P ax R o m a n a , 153. Csar, 153. El princi
pado de Augusto, 161. La oposicin bajo
los Csares, 169. La restauracin religiosa,
171.

VII. Sociedad y cultura , 175. La vida familiar,


175. La influencia de la Hlade, 181. La
paradoja de la comedia en el teatro romano,
186. La filosofa en Roma, 192. Las creen
cias religiosas al final de la Repblica, 197.

V III. L a consolacin por la filosofa , 203. S


neca y Nern, 203. El estoicismo de Epic-
teto, 209. La filosofa en los emperadores,
213.
I

LOS ORIGENES

LEYENDA E HISTORIA

Para un espritu como el romano, hondamente


preocupado por las manifestaciones de la divini
dad, la fortuna de Roma, victoriosa heredera del
Imperio Etrusco, estaba ligada a un destino extra
ordinario, as querido por los dioses. Antes que
naciera Virgilio la leyenda de un futuro imperial
inspir a los romanos la conviccin de un porvenir
fuera de serie.
Una suerte de verdad potica estaba adscripta a
la pietas inspirada por la trinidad de Jpiter,
Marte y Quirino, dioses que presidan, desde el
cielo empreo, las funciones espirituales en las que
los romanos superaron a los otros pueblos: sobera
na poltico-religiosa, fuerza militar y productiva
administracin de los bienes materiales.
Muchos historiadores consideraron que el origen
de la leyenda sobre el destino de Roma es mucho
ms elaborado y consciente. Naci cuando Roma
se puso en contacto con la cultura helnica y sta
despert, en los rudos habitantes del Lacio, una
premura de advenedizos por meterse en el cuadro
griego de los ciclos heroicos. Movidos por este de
seo se hicieron un lugar en la epopeya troyana y
se inventaron un antepasado que los ataba para
siempre a las gloriosas estirpes de la Hlade. De

7
csla pretcnsin toma fuerza la epopeya de Eneas
hasta <|iie hall en Virgilio el vate que la puso a la
par de sus antecedentes griegos.
A la lu/. de algunos hechos histricos, hoy mejor
conocidos, y que desearamos con testimonios ms
ahimdanlcs, parece que el problema del helenis
mo romano no puede ya proponerse en los trminos
habituales, lar nocin misma de helenismo estalla.
No es posible oponer como un bloque a otro, Gre
cia a liorna. El anlisis de las dos civilizaciones re
vela un parentesco profundo y estamos obligados
a preguntarnos si el helenismo literario e intelec
liil que conquista la Italia romana a partir del
siglo III antes de Cristo, no despertaba, en una
larga medida, virtualidades que subyacan en un
londo religioso, racial y cultural, pariente del grie
go
Segn esta tesis sostenida por Grimal, Roma no
debi a su sola facundia su incorporacin a los
ciclos helnicos. Era una ciudad satlite de la Hla-
de con anterioridad al siglo IV a. de J. C. y haba
recibido profundas influencias griegas cuando to
dava no era cabeza del Septimontium.
La leyenda es doble: nace de las profundidades
religiosas del mito y surge, con renovada fuerza
v por contagio cultural, de las influencias litera
rias helnicas. No se puede olvidar que el alma
antigua es mucho ms compleja de lo que nuestro
simplismo racionalista nos ensea. Hechos tan de
cididamente histricos como la constitucin del
Imperio Romano estaban, en alguna medida, anun
ciados en la leyenda de Heracles, que los romanos
conocieron y vieron proyectada en la asombrosa
hazaa de Alejandro.
Los historiadores modernos, especialmente aque
llos de los siglos X V III y XIX, abandonaron, tali

i G h im a l , Pierre: L es sicle des Scipions, Pars, Aubier,


1951, pg. 17.

vez demasiado apresuradamente, las obras historio-


grficas romanas. Consideraban que la distancia
temporal que los separ de los acontecimientos re
feridos a la historia primitiva de Roma y la ausen
cia de una crtica testimonial ms cientfica los
haca presa fcil de los prejuicios patriticos y las
tradiciones fabricadas al gusto de las familias no
bles, tanto de origen patricio como plebeyo, que,
luego de quemada Roma por los galos, haban en
trado a saco en las viejas crnicas de la ciudad.
Los nombres de Mommsen v Ettore Pais ilustran
posiciones diversas frente a las tradiciones romanas
dignas de ser sealadas. Mommsen, con paciencia
tudesca, inicia el largo camino de consulta a los
restos arqueolgicos, sin desdear totalmente el
aporte de los antiguos historigrafos. Ettore Pais,
en su famosa Storia critica di Roma durante i primi
tinque secoli, aparecida en los aos 1913-14, con
sidera la tradicin historiogrfica como un cmu
lo de falsedades acumulado por la piedad o la
astucia patritica.
La acribia de la crtica a los testimonios mate
riales existentes ha tenido tiempo, a partir de Etto-
re Pais, de serenarse y advertir el valor de la tra
dicin, sin renunciar por ello a las correcciones
que nacen de un serio cotejo con los datos apor
tados por la zapa de los arquelogos.
Afirm Len Homo2 que el mtodo ms fe
cundo y seguro era el uso cuidadoso de la historio
grafa romana de la poca imperial. Conviene de
cir algo acerca de las fuentes usadas por estos his
toriadores y examinar los justos ttulos de sus tes
timonios.
Tito Licio, Dionisio de Halicarnaso y Diodoro
de Sicilia usaron, en sus respectivas historias, los
trabajos dejados por los analistas Q. Fabio Pictor,

2 H o m o , Len: L a Italia primitiva, Barcelona, Madrid,


Ed. Cervantes, 1926, pg. 9.

9
Catn, Licinio Macer y otros. Es verdad que stos
narraron acontecimientos ocurridos algunos siglos
antes de venir ellos al mundo, pero tenan a su dis
posicin documentos oficiales que ms tarde se
perdieron. Contaron tambin con referencias lite
rarias de viajeros griegos que haban demostrado,
en sus primeros contactos con Roma, un vivo inte
rs por las circunstancias de su desarrollo.
Los observadores griegos vieron con perspicacia
la favorable situacin geopoltica de Roma sobre
la cuenca del Tber y la distancia que la separa
ba del mar Tirreno. La zona dominada por el ro
haba sido justamente apreciada por los etruscos y
como todo hace presumir que haban sido exce
lentes marinos, vieron tambin como un hecho pro
misorio su cercana al mar que, segn la tradicin,
haba tomado de ellos su nombre.
Nada ha llegado hasta nosotros de la historiogra
fa griega sobre la Roma primitiva, a no ser los
fragmentos que Dionisio de Halicarnaso rescat de
un lamentable olvido. Lo mismo puede decirse de
las importantes fuentes historiogrficas etruscas que
los primeros analistas tuvieron oportunidad de con
sultar. Desgraciadamente la desaparicin de estas
ltimas ha sido definitiva y slo nos queda de ellas
la fundada sospecha de su importancia.
Existan tambin documentos de carcter religio
so o poltico cuya redaccin estuvo confiada a los
colegios sacerdotales o a los funcionarios a cargo
de la preparacin de los calendarios o de catlogos
donde se sealaban los acontecimientos ms nota
bles de la vida de la ciudad. Entre esos documentos
pueden sealarse los cantos religiosos ( carmina ),
las reglas que correspondan a los distintos ritos
( indigitamenta ), recopilaciones de leyes de in
negable valor para la historia del derecho, casos
de jurisprudencia asentados en los diferentes liti-
gios por el ms importante tribunal en materia
procesal.

10
De todos estos documentos el ms valioso para
la labor historiogrfica fue el calendario. Fue con
feccionado bajo la direccin de los pontfices que
sealaban en l los das fastos o nefastos relacio
nados con la iniciacin de algn importante negocio
poltico.
Los romanos no tuvieron un diario de sesiones
para registrar los asuntos discutidos en el Senado,
pero existieron tratados, leyes, listas de magistrados
y otros importantes documentos de inters pblico
que pudieron servir a los analistas, junto con los
archivos familiares, elogios fnebres, conmemora
ciones y mementos de toda especie, para recons
truir el pasado de la ciudad.
Fueron todos testimonios frgiles y no siempre
veraces, pero llenos del color y el movimiento vivo
de los hombres de esa poca. Permiten un acerca
miento a sus vidas, aunque no auspicien grandes
ilusiones sobre su valor testimonial en lo que a los
hechos se refiere.
En el ao 320 a. de J. C. los galos incendiaron
la ciudad de liorna. Como la mayor parte de sus
construcciones eran de madera, la Urbe ardi co
mo una tea y en el pavoroso incendio desapareci
la ms antigua documentacin. Lo ms grave no
fue tanto la prdida de los archivos del pueblo
romano, como la posterior reconstruccin que se
hizo del material desaparecido. Los que ahora
existen opinaba Clodio en su Elenco de los tiem
p os fueron hechos contra toda verdad, por ama
nuenses dispuestos a adular a los nuevos amos de
la LTrbe, que deseaban aparecer como pertenecien
tes a las ms antiguas familias
La opinin de Clodio tiene su grano de suspica
cia y probablemente dirige sus dardos contra algu-3

3 P l u t a r c o : Vidas paralelas, Nunia, I. (Hay muchas edi-


ciones castellanas, no todas completas; ver Coleccin Aus
tral. )

11
nos enemigos personales. No todo fue obra del frau
de, pero conviene tener en cuenta la sospecha pa
ra no dar excesivo crdito a los datos aportados
por estas reconstrucciones. Tito Livio advierte que
muchas de las alabanzas y elogios redactados en
ocasin de un funeral eran creaciones literarias y
no obra de historiadores. Los muertos romanos,
como casi todos, al investir la rigidez cadavrica
inauguraban un fcil procerato que la piedad filial
y el respeto religioso no encontraban jams indis
creto.
Las recomendaciones de Tito Livio pueden ser
corroboradas con algunas reflexiones de Cicern
acerca de la mendacidad de tales elogios postumos.
Esto habla a favor de la actitud crtica con que los
romanos de la ilustracin elaboraron su historiogra
fa, pero queda en pie que la historia de Roma
primitiva fue escrita con mucha posterioridad a los
acontecimientos y que la documentacin utilizada
inspira graves reservas.
Puede la historiografa moderna subsanar estas
dificultades y arrojar sobre los primeros pasos de
Roma una luz que permita corregir los defectos
de la versin tradicional?
La operacin es difcil y los materiales histricos
obtenidos por la arqueologa no pueden sustituir
la ausencia de fuentes literarias. La historia y la
leyenda estn ntimamente mezcladas en el naci
miento de Roma y es asunto arduo para el histo
riador separar una cosa de otra, sin poner en peli
gro el vivo tejido del pasado. Conviene no oponer
los como si fueran principios contradictorios y, ma
nejados con precaucin, iluminan el camino inicial
de la urbe latina. Algo informan sobre los hechos
y mucho sobre el espritu que produjo el adveni
miento a la historia de la ciudad que deba sel
la ms grande capital del mundo antiguo y la ca
beza de dos civilizaciones.
Desde la perspectiva de su grandeza se explica,

12

en un nivel de intereses nacionales, la tentacin de


reformar los orgenes de la ciudad del Tber para
encontrar en sus primeros balbuceos histricos los
sntomas premonitorios de su futuro. No obstante
esta reserva de inspiracin racionalista, nos asalta
una duda: Esos sntomas augrales existieron real
mente?
Cmo resistir la tentacin de buscarlos? Pode
mos eximirnos fcilmente de tales preocupaciones?
No nos gustara descubrir en las rsticas aldeas
del Septimontium los principios del futuro im
perio?
Los historiadores modernos, tanto o ms que los
antiguos, se rindieron al sortilegio de este misterio
\ desde Montesquieu hasta Grimal, pasando pol
los grandes poetas como Dante, han intentado,
con distinta suerte e ingenio, explicar las causas
de la grandeza y esplendor de los romanos.
Colocados en el camino de tales reflexiones ad
vertimos que la extraordinaria fortuna del pueblo
romano no pudo llegarle totalmente de afuera. En
alguna medida debieron colaborar con la suerte y
las circunstancias para que stas, tan variadas y ca
prichosas como suelen ser, los sirvieran con una
constancia sin merma durante los siete u ocho si
glos que brill su estrella.
Con el propsito de examinar los justos ttulos
de un destino absolutamente fuera de serie y sin
la tonta ambicin de hallar la explicacin en un
principio nico, ponderaremos los elementos que
integran la materia y la forma de la primitiva ciu
dad apoyndonos en los datos de la moderna histo
riografa o en las referencias legendarias cuando
stas iluminan un aspecto peculiar del espritu ro
mano, til para interpretar sus motivaciones in
ternas.

13
LAS CIRCUNSTANCIAS EXTERIO RES

Roma, como lo haban advertido los griegos, se


form en el marco de una situacin geogrfica ex
cepcional para dominar el centro de la pennsula
itlica. Los etruseos lo deseubieron con anteriori
dad cuando hicieron de estas colinas junto al T-
ber un lugar de asentamiento comercial y poltico.
Las alturas dominaban la cuenca del ro y esta
ban a pocos kilmetros del Tirreno, que no de
gusto fue llamado por ellos Tuscum mari antes
que los romanos extendieran su dominio a todo el
Mediterrneo llamndolo Mare Nostrum.
Podemos admitir, sin gran seguridad, que los
etruseos se establecieron en el Septimontium y
aprovecharon la privilegiada situacin geogrfica
del lugar para ejercer desde all una suerte de do
minio comercial y militar sobre la cuenca del Tber.
Esto seala un hecho que puede entrar como ingre
diente explicativo de la futura grandeza romana,
sin convertirse por ello en nica causa.
No fundaron una ciudad, sino una suerte de fac
tora vigilada por una gua ' "
permita poner su trfico
ratas que infectaban las costas del Tirreno y de los
bandidos refugiados en los bosques del Lacio.
Esta factora, por diversas razones, atrajo a los
pobladores latinos y sabinos, que se fueron insta
lando precariamente en sus cercanas para bene
ficiarse con el trueque de sus productos agrcolas
y ganaderos, contra aquellos que traan en sus
barcos los navegantes etruseos. El lugar se con
virti pronto en una suerte de feria y gente proce
dente de otros pases se instal tambin con alguna
modesta industria.
Los etruseos eligieron la colina que se llam Pa
latina para establecerse. Las otras colinas del Sep
timontium no estaban desiertas. Las excavaciones
prueban la existencia de antiguos pobladores lati-

14
I

nos con excepcin del Quirinal y el Viminal, que


parecen haber sido habitadas por sabinos.
Los latinos, segn conjeturas aceptables, forma
ban una liga poltica econmica dotada de una
cierta coherencia. Es opinin de Homo que inuv
pronto fueron conocidos con el nombre de quin
tes. Esta designacin, reemplazada posteriormente
por la de romanos, se mantuvo mucho tiempo en
la frmulas concisas del ritual jurdico: Aio hunc
hominem meeum esse ex iure quiritium 4.
Ex jure quiritium hace mencin precisa a la
sobrevivencia del nombre arcaico y esto constituye
una prueba del fundamento latino de la poblacin
romana. Por supuesto que tal hecho no significa ne
cesariamente preponderancia racial. Est fuera de
discusin las incesantes mezclas producidas entre
los habitantes del Septimontium, pero no se pue
de negar el aporte decisivo latino a travs de dos
instituciones determinantes en la formacin del
espritu romano: el idioma y el derecho.
Tuvieron los etruscos una influencia comparable?
En verdad sabemos muy poco de ese extrao pue
blo complicado con los orgenes de Roma. De
dnde vinieron? Cul fue su idioma? Preguntas que
se pierden en la oscuridad de las leyendas y que
la arqueologa no ha podido desentraar sin man
tener un amplio juego de hiptesis y conjeturas.
La tradicin, tanto griega como romana, deca
que los etruscos provenan del Asia Menor, con ms
exactitud, de Lidia. Herodoto en sus Historias (I,
94) as lo confirma. No sabemos cules fueron las
fuentes de informacin del Padre de la Historia
y es muy probable que los otros que vinieron a su
zaga hayan tomado su opinin sin preocuparse por
averiguar ms.
De Asia llegaron hasta las costas itlicas por va
martima y se instalaron primeramente en la regin

4 H omo, Len: o. c., pg. 107.

15
de los umbros, donde recibieron el nombre de ti-
rrenos. La leyenda quiere que esta designacin fue
tomada del nombre de uno de sus reyes. Como se
supona que haban llegado a Italia por mar, el
nombre de Tirreno le fue otorgado al mar que bor
deaba la costa occidental de Italia. Por Tito Livio
sabemos que los etruscos lo designaban Tuscum.
La tnica voz discordante en la opinin general
de considerarlos provenientes de Lidia es la de Dio
nisio de Ilalicarnaso. Critic el juicio de sus an
tecesores y afirm que: los etruscos constituyen
un pueblo de gran antigedad, y como su lengua
y sus costumbres lo hacen diferente de los otros
pueblos conocidos, considera conveniente tenerlo
por autctono 5.
Desde un punto de mira estrictamente cientfico
la opinin de Dionisio es la menos aceptable, dado
que an no se ha podido descubrir la existencia de
un pueblo autctono.
En pocas ms recientes se crev descubrir en el
pueblo etruseo una rama de la gran familia de los
invasores indogermnicos. La prosperidad de esta
teora tropieza con una dificultad invencible: la
lengua erusca no corresponde al tronco de las in-
dogermanas. Las investigaciones filolgicas contem
porneas, fundadas en un abundante material epi
grfico y arqueolgico, confirman, aunque con am
plio margen de inseguridad, la opinin tradicional
de la proveniencia ldica.
Los etruscos hicieron algo ms que proponer a los
futuros historiadores el enigma de sus orgenes y
el misterio de su extraa epigrafa. Constituyeron
un vigoroso poder poltico y si no unificaron Italia
bajo su hegemona fue porque tropezaron al sur
con los griegos y los cartagineses y debieron ceder
ante la arremetida de estos poderosos adversarios.

r> B coch , Raymond: Los Etruscos, Buenos Aires, Eudeba,


1963, pg. 7, col. 1.

16
No obstante esta adversidad, la Italia meridional
conoci un largo perodo de dominacin etrusca v
es opinin segura que los primeros pasos del cre
cimiento romano estuvieron bajo su control. Los
latos arqueolgicos permiten suponerlo as y aun
que esto hiera un poco el orgullo nacional romano,
los etruscos, al dominar el centro de la Pennsula
desde el Tirreno al Adritico, dieron a Roma su pri
mera leccin imperial.
Roma, bajo el dominio etrusco, se convirti en
cabeza de una confederacin de ciudades. Esta si
tuacin permiti acentuar el carcter militar de la
ciudad del Tber y la convirti poco a poco en una
capital cuya irradiacin se extendi a todo el Lacio.
A esta poca corresponde el reinado de los Turqu
nos, prolongado segn conjetura plausible, hasta el
510 a. de J. C., en que cesa la reyeca etrusca y se
implanta la Repblica.
Raymond Bloch sostiene que los descubrimien-
los arqueolgicos que se realizan incesantemente
en el suelo de la Urbe permiten precisar nuestra
visin del destino de Roma arcaica. La naturaleza
y el desplazamiento de los objetos descubiertos
muestran la gran extensin de la ciudad a partir
del ao 650 a. de J. C. aproximadamente y la influen
cia etrusca que all predomina. Desde la mitad del
siglo VII hasta promediar el VI, Roma es una urbe
importante que comprende un nmero considerable
de santuarios, aunque de construccin modesta.
A partir del ao 550 la Roma llamada de los Tar-
|uinos asumi el aspecto de una gran metrpoli
elrusca, comparable a las lucomonas vecinas de la
Ktruria meridional c.
Si todo esto es cierto, lo cual no es muy seguro,
el dominio etrusco habra dado a Roma una imbo
rrable leccin de grandeza. As la conjetura arqueo
lgica explica, en alguna medida, la posterior evo-

u Bloch, Raymond: o. c., pg. 16, col. 1.

17
lucin de la ciudad. Los romanos se independizarn
de los etruscos, pero no podrn actuar como si los
etruscos no hubieran hecho de Roma una suerte
de capital.
La leyenda romana se apoder de algunos he
chos histricos que pertenecen en realidad al pue
blo etrusco y los consider como propios, hasta
que, efectivamente, la gravitacin paradigmtica
ce estas gestas integre el patrimonio histrico de
Roma.
Pierre Grimal considera que el encuentro con los
griegos fue todava mucho ms importante para el
ulterior desenvolvimiento de la ciudad de Roma.
Sostiene el historiador francs que Roma, desde el
punto de mira cultural, fue una ciudad satlite del
mundo griego. La tradicin respalda la seriedad de
la tesis v las exploraciones arqueolgicas ms re
cientes a confirman. Un subsuelo muy rico en
restos de artesana griega permite suponer que
desde el siglo VII a. de J. C. hay en Roma una
fuerte presencia helnica .
Reconoce nuestro autor que algunos caracteres
de la concepcin romana de la ciudad y de sus
instituciones polticas, en particular la idea del Es
tado con su religin vinculada al suelo patrio y la
profunda conviccin de la presencia real de los
dioses en el mbito fsico de la urbe, tienen un ori
gen extrao a la ms pura tradicin helnica. Pero
el desarrollo de la organizacin social, la forma que
tuvieron sus instituciones, la presencia del ideal
jurdico sobre el juego de los poderes, traduce sin
equvocos el espritu de la polis griega, para no
sospechar la existencia de una influencia temprana
y vigorosa.
Se pregunta Grimal si es una pura coincidencia
que la expulsin de los Tarquinos se produjera casi
contemporneamente a la deposicin de los Pisis-

7 Grimal , Pierre: o. c., pg. 10.

18
Ilatidas en Atenas. No seala este hecho que, a
un lado y otro del Adritico, similares condiciones
espirituales y econmicas tienden a provocar su
cesos anlogos?
\:o deja de advertir que la cada de los Tarqui
nes est ligada a una situacin tpica del centro de
Italia: el retroceso del podero etrusco y el conse-
i lente levantamiento de los pueblos sometidos a
n dominio. Habra que forzar demasiado la inter
pretacin de los hechos para que los sucesos pade-
i idos por Italia central puedan resistir una compa
racin con la expulsin de la tirana en Atenas.
De cualquier manera la semejanza sealada por
<Irimal tiene un aire de familia que refuerza la
conviccin de hallarnos con sociedades parientas.
Conviene advertir otra diferencia para no caer
cu el exceso de las comparaciones fciles. El ascen
so de los tiranos en las ciudades griegas fue motiva
do por movimientos revolucionarios y stos tomaron
lucrza sobre un fondo de protestas y desencuentros
sociales, inherentes al proceso de la polis griega
bajo el dominio de las oligarquas comerciales. No
leemos noticias que la situacin de los agriculto
res y pastores latinos y sabinos bajo el poder etrus-
co haya padecido algo semejante. Todo hace sos
pechar que en el conflicto que arm a los griegos
contra los etruscos estas poblaciones se mantuvie
ron en cauta expectativa hasta que el debilitamien
to definitivo de sus dominadores les permiti el
golpe liberador.
Sin negar el valor que tuvo el encuentro con los
griegos en el destino de la ciudad romana, co
rresponde acentuar las peculiaridades de la ur
be latina, para no ceder ante los esquemas de
inspiracin sociolgica apoyados en ciertos pare
cidos histricos. La influencia helnica existi mu
cho antes de que los romanos se pusieran en con
tacto con la madre Grecia. Esta influencia fue esen
cialmente cultural, como seala Grimal, y ayud

19

i
mlidio a los romanos para encontrar el camino de
sii propia expresin espiritual. La historia de Ro
ma, como la de Atenas y la de Esparta, tiene un
desarrollo sui generis que debe explicarse en el
mbito de su propia peculiaridad.
Los hechos histricos tienen en el proceso espi
ritual de un pueblo un doble valor, segn sean ges
tas llevadas a buen trmino por ese mismo pueblo
o impactos producidos por la accin de otras na
ciones. En el primer caso forman parte de su propia
expresin espiritual y condicionan el carcter de
sus futuras acciones. En el segundo caso la in
fluencia de otro pueblo puede ser o no estimulante
y provocar as el crecimiento de fuerzas todava
latentes o, en su defecto, causar un desmayo de
esas energas. De cualquier manera tales impactos
exteriores se incorporan vivamente a la historia de
una sociedad y cualifican para siempre las manifes
taciones de su dinamismo histrico.
Me hago cargo del poco valor denotativo que
tienen los trminos cuando nos referimos a una
realidad viviente como es una sociedad de hom
bres. Existen virtualidades que pueden ser acta
lizadas por movimientos provenientes de la misma
sociedad o del choque con otro pueblo. De cual
quier manera condicionan la vida de una nacin y
modifican en algn sentido la modalidad de sus
respuestas.
Un hecho que condicion para siempre la vida
de Roma y la coloc con toda su originalidad en el
seno de la historia, fue la toma del poder por el
patriciado romano a la cada de los Tarquinos. Qu
fue lo que realmente sucedi y qu carcter tuvo
el traspaso de la monarqua etrusca a la Repblica
Romana?
Los que tienen de la historia una visin lineal
fundada en la aceptacin a priori del progreso
indefinido, creen que las sociedades humanas han
partido de las formas ms primitivas y autoritarias

20
de la organizacin hacia una mayor participacin
de la ciudadana en el poder social. Con un pre
juicio de esta naturaleza metido en la cabeza, el
paso de la antigua monarqua etrusca a la Rep
blica aparece con todos los caracteres de una pro
gresista revolucin social. Una monarqua afectada
por la caducidad inherente a un gobierno paterna
lista y conservador es reemplazada por un sistema
ms moderno v en histrica consonancia con las
exigencias de la poca. El esquema resulta clarsi
mo y satisface las esperanzas del ciudadano ilus
trado cine descansa su espritu en la segura ilusin
del progreso.
Si examinamos el suceso con otra ptica se impo
ne en primer lugar una observacin que cambia
totalmente esa rosada perspectiva. La monarqua
romana, si as puede llamarse al gobierno personal
que ejercieron los etruscos sobre la Urbe, no fue
un gobierno nacido de la propia evolucin del pue
blo romano ni respondi a una estructura social de
organizacin arcaica. Fue la expresin autoritaria
de un pueblo ms culto y responda a un sistema
de administracin civil ms moderno, si se lo com
para con aqul que le sucedi.
El cambio poltico no fue tampoco el resultado
de un levantamiento revolucionario que hubiere
partido de la poblacin romana, como consecuencia
de un proceso de desgaste ocasionado por las lu
chas entre etruscos y griegos. La Repblica Romana
no signific un progreso en el sentido moderno
del trmino y todo hace suponer que fue ms bien
un retorno a un ordenamiento social ms primitivo.
Por esa razn, una de sus consecuencias ms inme
diatas fue una palpable limitacin de la actividad
econmica y un avance conservador de los campe
sinos sobre los grupos comerciales c industriales,
lase plebeyos, introducidos por la monarqua
etrusca.
Derrotados los etruscos en una batalla contra

21
los ejrcitos de Cumas en los aledaos del 524 a.
de J. C., se encontraron inmediatamente frente al
levantamiento de las colonias griegas de la Cam-
pania. Ambos sucesos tuvieron repercusin en el
Lacio y los latinos vieron la oportunidad de desli
gar su suerte de un poder que amenazaba derrum
barse por todas partes. Se levantaron contra l v,
apoyados en sus pretensiones de liberacin nacio
nal por los de Cumas, batieron a los etruscos en
la batalla de Aricia.
Es opinin de Len Homo que la rebelin de
los latinos no fue apoyada por Roma. Los romanos
se habran limitado a observar el desenlace para
luego tomar la decisin que ms conviniere a sus
intereses.
Diga lo que quiera la tradicin escribe Homo
se ha deformado en inters de Roma el carcter de
la famosa revolucin del 509, as como se haba
deformado en el perodo anterior la cada de Alba.
Roma no tuvo iniciativa en su liberacin nacional.
Se limit a seguir un movimiento que le vino im
puesto por las circunstancias. s
Se me ocurre que Roma acept el cambio con
disgusto porque pona en peligro, por lo menos de
un modo inmediato, su situacin hegemniea en la
cuenca del Tber. La clase senatorial, formada pol
los grupos propietarios ms antiguos de las siete
colinas, tomaron la iniciativa y se unieron al mo
vimiento. Los conduca un doble inters poltico:
extraer todos los beneficios posibles del hecho y
luchar por sus posiciones econmicas tornando en
sus manos la conduccin de la res publica antes
que lo hicieran los grupos representantes del co
mercio y la industria, ms ligados a la suerte de ,1a
monarqua.
Esto modifica, en alguna medida, el cuadro del
nacimiento de la Repblica romana tal como suele

* Ho m o , Len: o. c., pg. 161.

22
ser presentado por los historiadores progresistas.
Fue una reaccin de pequeos propietarios rurales,
gentlemen farmers si se quiere cubrir con un
nombre menos rstico la coalicin de los chacareros
del Septimontium.
La primera consecuencia, social, de la medida
fue acentuar la separacin entre patricios y plebe
yos. Estos ltimos haban sido beneficiados por la
economa portuaria mantenida por los reyes etrus-
cos y como, en general, eran pobladores reciente
mente ingresados en la ciudad, no tenan el esta
tuto religioso de los antiguos pobladores y por
ende no gozaban del derecho quiritario.
La segunda consecuencia fue poltica y se ma
nifest en una reduccin de la importancia romana
en su proyeccin acl extra. La ciudad, despus
de haber sido cabeza de una confederacin de
ciudades dominadas por los etruscos, se convirti,
durante un cierto tiempo, en un centro urbano ve
nido a menos.
Roma acept su disminucin v diecisiete aos
ms tarde firm una alianza con otras ciudades
latinas donde declaraba que cambiara la posicin
de los cielos y la tierra antes que se alterare la paz
de los firmantes del pacto.
Pero Jos etruscos le haban dado la leccin de la
grandeza y un irnico escepticismo con respecto
al valor de los contratos polticos.

LAS FUERZAS INTERIORES

El hombre antiguo no se preocup demasiado


por eso que los cristianos llamaron la vida interior.
Conocan el valor poltico que tienen las virtudes,
pero no sabemos (pie hayan reflexionado mucho
sobre la economa y el origen de la vida moral.
Pista falta de inters no quit a los viejos romanos

23
|j posesin de una robusta salud tica y de una
vivida tradicin religiosa que poda hacerles pare
cer obvias las reflexiones sobre su proyeccin en
i I alma.
Sus moralistas fueron estudiosos de las costum
bres y se limitaron, en general, a consideraciones
someras cuando no triviales sobre la decadencia
de los buenos hbitos. El hecho de que casi todos
ellos fueron austeros defensores de los usos tradi
cionales seala la ndole conservadora del romano
y su poco gusto por las confesiones.
La ausencia de referencias testimoniales sobre la
vida ntima hace difcil el acceso al alma romana.
Faltan documentos literarios relativos a sus pensa
mientos ms secretos y a sus experiencias persona
les de carcter religioso. Conocemos muchos deta
lles externos de esa religin, el nombre de sus dio
ses, la ndole de sus ritos, la pompa de sus cultos y
la disposicin de sus templos, pero no sabemos nada
del estado interior que esas creencias imponan.
George Dumzil public en 1949 un libro que
intitul L hritage indo-europerne a Rom e y era,
en alguna medida, la culminacin de una serie de
trabajos sobre los mitos, las creencias y los dioses
indogermnicos. Sus reflexiones en torno de la reli
gin romana venan contenidas en un contexto mu
cho ms amplio y trataban de explicar, en su pro
yeccin histrica, el parentesco que tena con la
griega y la de otros pueblos del mismo origen lin
gstico.
Escriba Dumzil: para designar la lengua co
mn de la que proceden tanto los griegos como los
latinos, as como los celtas, germanos, eslavos, hin
des e iranios se ha inventado el nombre extrao,
algebraico, de indoeuropeos, que no hay ninguna
razn para cambiar, porque las otras designaciones
propuestas no valen mucho ms !>.
0 D u m e 7.ii ., C.: L llcritag e nulo iiiropccn u Home, Pars,
Gallimard, 1914, pg. 15.

24
Consideraba tambin que su aporte a la historia
de !a religin romana poda considerarse casi nulo
o por lo menos negativo, ya que solamente puede
haber servido para borrar algunas ilusiones. Pen
saba que, si tena razn, sus trabajos recordaran
a los historiadores de Roma que no se sabe casi
nada sobre los orgenes de esa sociedad privile
giada y que, en el estado actual de las ciencias
histricas, convendra dejar en blanco las pginas
que los manuales dedican a esas lejanas pocas.
En una entrevista que Pierre Sipriot concert con
Dumzil a propsito de la civilizacin romana y
que apareci en un nmero especial de La Table
Ronde, el promotor del coloquio inici su en
cuesta sobre la religin romana refirindose a las
numerosas trazas de una concepcin tripartita del
mundo v de la sociedad que parecan corresponder
a tres funciones esenciales: soberana poltico-reli
giosa; fuerza combatiente y productividad.
Estas tres funciones aparecan presididas por los
tres dioses principales del panten romano: Jpi
ter, Marte v Quirino. Al servicio de esta trada
mayor se encontraban los primeros flmines del
colegio sacerdotal. Sipriot preguntaba a Dumzil
sobre el probable origen de estas divinidades.
La respuesta del especialista comenz con una
referencia a la opinin corriente que adjudica J
piter y Marte al aporte latino y Quirino a la here
dad sabina. El fundamento de esa aseveracin re
posa en el hecho de que los sabinos habran sido
los pobladores de la colina que se llam del Qui
lina!. Dumzil alega contra esta tesis que uno de
los pocos conocimientos serios que se posee de la
lengua sabina obliga a aceptar que ese idioma no
haba guardado el sonido que en latn corresponde
al fonema qu. Sera un caso muy singular que
el nico dios cuyo nombre comienza con qu fue
ra precisamente el que los sabinos no podan ni
saban pronunciar.

25
Aument su perplejidad el descubrimiento de una
inscripcin atribuida a los umbros y relacionada
con las ceremonias religiosas de la ciudad de Igu-
vium. Se lee en ella que esa ciudad reconoca la
proteccin de tres grandes dioses gravovii y que
esta trada comprenda un orden de enumeracin
que era tambin una jerarqua, impuesta por el
nfasis de algunos detalles litrgicos. Esos tres dio
ses eran Jpiter, Marte y un tercero que reciba
el nombre de Vofionus.
Vofionus no es homnimo de Quirinus, pero el
sufijo us en que ambos concluyen permite supo
ner un cierto parentesco lingstico. El descubri
miento indujo a pensar que la existencia de la
trada no era exclusiva de Roma y que el estudio
de sus dioses habla de un clima teolgico comn
a varias ciudades de Italia.
El Jpiter del flamen Dialis, antes de la reli
gin capitolina, era, en la autorizada opinin de
Dumzil, el dios del da, del cielo luminoso. Su sa
cerdote estaba impregnado por la sacralidad del
dios, tanto en los preceptos como en su persona.
Era el encargado de los auspicios que comandaban
la accin poltica. En la evolucin posterior de la
religin romana, en la fase que Dumzil llama ca
pitolina, se reforzaron las prerrogativas de Jpiter
y llamado tambin Capitolino, se convirti en
el garante de la grandeza de la Urbe y en su ver
dadero Rex.
Es efectivamente el dios soberano, el dios de
la ciudad, cuando ella se piensa como una entidad
poltica, con su destino y sus ambiciones con res
pecto al mundo.
La evidencia de la soberana de Jpiter brega
por un sistema religioso coherente y no por esa
polvareda de divinidades que, segn ciertos testi
monios, haran de la religin romana un verdadero
caos. Dumzil explica esta aparente antinomia cuan
do admite en la religin vivida de los romanos un

26
proceso antropomrfico espontneo. Los dioses prin
cipales estn rodeados de fuerzas divinas, de ilu
mina, seales o manifestaciones que el hombre
debe conocer para intuir, a travs de ellas, la
voluntad de quien las dirige.
Tengo la impresin nos dice que tal profu
sin es un brote religioso secundario y que aument
en la medida que la religin romana envejeca. Muy
pronto, en su historia, los romanos presentaron sus
grandes divinidades como si estuvieran rodeadas
de un equipo numeroso de a u x ilia re s.....
Protesta contra la idea de comparar los numina
romanos con eso que las religiones polinesias con
sideran como mana. El numen, de acuerdo con
su etimologa, es un signo visible, un movimiento
de la cabeza o de la mano, por el cual una persona
de gran dignidad hace conocer su voluntad. Detrs
del numen est la persona del dios. Los romanos
tuvieron una idea personal de los dioses y nunca
consideraron que fuesen fuerzas ciegas e irrepre-
sentables.
La palabra deus designa una persona, un gran
dios como Jpiter o una pequea deidad como
mater matuta. Dios es un trmino indoeuropeo
v se encuentra, con variantes, en todas las lenguas
que caen bajo esta designacin. Esta filiacin del
trmino bastara, por s sola, para probar que los
antepasados de los romanos llegaron a Italia con
divinidades personales y con un politesmo del
mismo nivel que el de los indoirnicos.
Antes de dar por terminada la entrevista, Dum-
zil record la conveniencia de no adjudicar a los
dioses romanos rasgos fsicos precisos. Esto explica
la ausencia de una mitologa antropomrfica al es
tilo de la griega. Existi, no obstante, una organi
zacin social divina que se reflej en el ordo sa-
eerdotum.
La religin ha sido siempre un territorio vedado
para quien no participa de la fe tradicional, por

27
oso conviene, aunque slo sea a ttulo de simple
hiptesis, dar a esos poderes invisibles que presi
dan la vida del romano ese carcter de realidad
que le atribuyen todas las civilizaciones.
No importa que no podamos decir, de acuerdo
con testimonios fehacientes, en qu consista esa
realidad.
El romano prestaba gran atencin a todas esas
seales, ' irtan de los poderes in
visibles mantener en constante
vigilancia todos sus movimientos. Esta vigilia dis
ciplin su espritu y afin su conciencia para percibir
la presencia de lo sagrado en todas las actividades
que emprenda. Nada era indiferente a los nu-
mina ni poda sustraerse a su influencia.
I.as fuentes para el estudio de esta religin son,
en primer lugar, Catn, Cicern y Tito Livio. En
segundo lugar, Varrn, San Agustn y Plutarco.
De todos ellos, Catn, por su proximidad a los
orgenes, y Agustn, por su profunda experiencia
religiosa, hubieran sido los mejor sealados para
darnos una idea cabal de la fides romana. Pero
San Agustn estuvo ms atento a refutar que a es
clarecer los contenidos de esa religin y Catn es
taba demasiado preocupado por edificar sus fieles
en Jos aspectos morales de las creencias romanas
y se interes poco por la teologa, si es que efec
tivamente existi una cosa semejante en la civiliza
cin romana.
Cicern, que se ocup en alguna oportunidad de
La naturaleza de los dioses, prometi con ese ttulo
sugestivo ms de lo que pudo cumplir. Despus de
leerlo con la atencin que merece por su facundia
retrica, no hemos avanzado nada en el conoci
miento del panten romano y menos todava en el
d< esa misteriosa experiencia sacral en que debe
consistir el trato del creyente con sus dioses.
Varrn fue hijo de un movimiento cultural de
corte racionalista y en sus Antigedades se muestra

ms como un socilogo que como un hombre de


le. Gracias a l podemos conocer el valor poltico
de la religin romana, sin que nos sea permitido
conocer aquello que Cicern llam su naturaleza.
Ovidio nos leg los Fasti, en donde pas revista
ii las festividades religiosas y a los diversos luga
res donde se realizaban. La descripcin es detalla
da y pulcra. Transmite de primera mano algunas de
las frmulas litrgicas usuales.
Tenemos que conformarnos con referencias ex
teriores del culto y de tal modo que la unin de
las noticias literarias con las epigrficas constituya
mi saber acerca de la religin romana lo ms ins-
Imotivo posible. Podemos conocer casi todo acer
ca del culto, pero muy poco de su espritu profundo
v esto, hasta el punto que muchos han credo que
no lo tena.
No interesa por ahora examinar la influencia que
Invo sobre Roma la mitologa griega ni compren
der hasta dnde los romanos asimilaron su influen
cia. Nos interesan los elementos ms antiguos de
su religin, esos que, segn Dumzil, forman el
fondo indogermano de ambas tradiciones.
Como anticipamos, existi en el panten romano
una deidad suprema: Jpiter, Djovis Pater o dios
del cielo, con una jerarqua semejante a la de Zeus
mitre los helenos. El poder de este dios se mani
festaba a travs de los nmina omnipresentes
que, segn la opinin de Dumzil, eran gestos o
signos del dios, pero de acuerdo con otros estudios
son mensajeros personales, ngeles o daimones, cu
ya buena voluntad se deba conquistar mediante
ritos adecuados10.
Esta profusin de intermediarios complicaba gran
demente la vida religiosa del romano, quien, a
sus preocupaciones mundanas, deba sumar estas

"* C o r b is l h e y , T .: L a religin d e los romanos; Cristo y


las religiones de la tierra.

29
otras de carcter sobrenatural. Haba nmenes re
lacionados con la agricultura, la ganadera y en
general con todos los actos de la vida cotidiana
fueran de ndole personal, familiar o poltica.
Pueblo campesino, su vida transcurra en torno
del hogar domstico y de las faenas rurales. El culto
d Vesta, simbolizado por el fuego y los dioses
lares, constitua, junto con la piedad a los muer
tos tutelares, el momento ms fuerte y constante
de su fe, el menos intelectual y el que con ms
fuerza perdur en los usos y las costumbres del
pueblo.
La familia fue la base social de la Roma primitiva
y en orden a la unidad domstica encontramos un
culto antiqusimo y de particular reciedumbre. La
vida de la comunidad paren tal se desarrollaba en
el hogar, donde arda constantemente la llama vo
tiva de Vesta. La ciudad fue concebida, como en
todos los pueblos indogermnicos, como una pro
yeccin de la familia. En el templo estaba el hogar
comn cuyo fuego sagrado era protegido por los
flnnes y las vestales.
El culto familiar no conclua con el fuego de
Yesa y se prolongaba en otras deidades protecto
ras, genios y penates, que inspiraban ritos v fiestas
propias de la comunidad parental. En la casa es
taba Jano, el espritu de la puerta, habitualmente
representado por dos rostros que miraban hacia
fuera y hacia dentro de la mansin. Haba tambin
un buen nmero de deidades femeninas, hacendo
sas y prcticas, que intervenan en todos los ins
tantes de la vida de la mujer. Lueina asista a las
parturientas y cuidaba de los nios como un ngel
custodio. Cunina se inclinaba sobre la cuna mien
tras el infante dorma, Rumina le enseaba a ma
mar, Statana a caminar y Ossipaga fortaleca sus
huesitos.
San Agustn las record sin mucha ternura para
decirnos que el pueblo de Israel se haba formado

30
sin la asistencia de tantos dioses pueriles, que sus
1lijos se haban casado sin la ayuda de los dioses
conyugales y se haban unido sus hombres y sus
mujeres sin el culto de Prapo u .
Estos mltiples dioses estaban emparentados con
los numina agrarios, que eran tambin del re
sorte del pater familiae. Los rebaos y las tierras
labradas tenan sus protectores celestes. El dueo
de un predio agrcola deba conocer los nombres y
los ritos propiciatorios para preservar sus sembra
dos y los rebaos que pudiere tener, de las diver
sas plagas que los amenazaban. Nada se dejaba al
azar y cada labor era iniciada con una ceremonia
donde se peda el auxilio de la fuerza divina co
rrespondiente.
La vida social, regulada por un culto minucioso
y una entrega activa a la proteccin de tantos dio
ses, no poda dejar de proyectar una benfica dis
ciplina en las actividades del alma. De all nacie
ron los hbitos piadosos, la paciencia, la humildad
y la confiada esperanza que tanto sirvieron para
forjar la templada reciedumbre del carcter ro
mano.
La evolucin posterior de la religin no introdujo
cambios notables en el fondo tradicional de estas
creencias, pero al complicarse los ritos con algunas
fantasas poticas se banalizaron y la afectacin
trajo como consecuencia la supersticin y posterior
mente el escepticismo.

E L ORDEN FAMILIAR

En la familia y en el culto del hogar se form el


temple del romano. All adquiri la consistencia
que deba convertirlo en hombre de costumbres1

11 S an A g u st n : D e C ivtate Dei, IV, 34. (Hay edicin


castellana. Ver la de Biblioteca de Autores Cristianos, bilin
ge.)

31
austeras pero sin rigidez, solidario sin obsecuencias
y siempre dispuesto a oirecer la vida por su comu
nidad sin convertirse nunca en un profesional de
la guerra.
La solidaridad con el grupo comunitario recibi
el nombre de pietas o patriotismo. Cuando se
form la Urbe, los miembros de las familias fun
dadoras extendieron su pietas a toda la ciudad:
Dulce et decorum est pro patria mor.
La educacin recibida por el romano en el seno
de la familia obedeca a una finalidad distinta de
aquella que orient la paideia del joven griego.
Ni los ideales estticos del aristcrata ateniense,
ni la parcialidad castrense del espartano. Su for
macin en el predio rstico tuvo un propsito prc
tico y si se quiere utilitario: cultivar la tierra y de
fenderla con tenacidad de sus enemigos: plagas,
desastres y ataques armados.
Este origen campesino mantiene su sello a lo largo
de toda la historia romana, y cada vez que el giro
de los sucesos los llev a pensar que decaan su
primer movimiento de restauracin fue hacia el
campo, hacia la tierra. El romano vincul sus vir
tudes con la res rustica.
La casa romana conserv su origen agrcola. Te
na un gran patio donde se reciba el agua de las-
lluvias v que tanto recordaba a un corral. Sus
huertas y sus jardines, a las que Grimal ha dedi
cado uno de sus mejores libros, eran la prueba de
sus preferencias campestres.
Las tareas propias del campo robustecan el cuer
po de los jvenes y, sin embellecerlo, le daban la
dureza propia de los ejercicios sostenidos en largas
jornadas de trabajo. No fue el romano un atleta de
estadio ni el concurrente asiduo a los gimnasios.
Alternaba la azada y el pico con la lanza y la es
pada, y adquira en el trato con esos instrumentos
una consistencia frrea y una paciencia de labriego.
No tuvo en sus gestos ni en su apostura la con-

32

ciencia ldica del aristcrata y hasta en sus sacri


ficios heroicos conserv un sentido claro de su va
lor prctico.
Se puede aadir que su educacin no fue el re
sultado de una organizacin racionalizada del pro
ceso formativo del hombre; se impuso al comps
de las exigencias cotidianas de una vida dura. El
campo de sus actividades era el agro y de all pas
al terreno del combate sin perder de vista el prop
sito utilitario de una y otra faena. Esto explica
que el espritu romano no haya cedido nunca a
las solicitaciones de las abstracciones ideolgicas,
ni fue tentado por el deseo de hacer una guerra
sin finalidad poltica precisa.
Fue hombre austero, sobrio y cortante como una
espada, pero supo siempre que la espada es un
instrumento, un medio y no un fin en s misma.
Este pueblo tan combativo fue al mismo tiempo
muy parco en sus elogios a las glorias militares.
No obstante supo siempre que para alcanzar una
paz durable habra que concluir con el enemigo.
En este sentido fue definitivo.
La verdadera filiacin en la familia romana no
quedaba sellada por el acto natural del nacimiento.
Ocho das despus de haber venido al mundo un
nio, se cumpla una ceremonia a la que asistan
los miembros ms importantes del grupo familiar.
En esta oportunidad el nuevo vstago reciba su
nombre propio, que era en realidad el de la gente
( gens ), y un prenombre que se antepona al gen
tilicio. As Csar, que llevaba el nombre personal
de Cayo, perteneca a la gens Julia y a la fa
milia Csar. Cavo Julio Csar constitua su com
pleta filiacin. La mujer llevaba solamente el nom
bro gentilicio: Julia, Tulia o Cornelia. Como esto
se prestaba a grandes confusiones en el seno de
una comunidad tan numerosa, se usaron innumera
bles sobrenombres y diminutivos que permitan la
individualizacin de las muchachas.

33

1
Pese a la triple designacin masculina: Cayo
Julio Csar, Marco Tulio Cicero o Cayo Cornelio
Graco, se podan dar homonimias y esta circunstan
cia explica el recurso al mote, especialmente cuando
se trataba de tocayos por partida triple como fue
el caso de Publio Cornelio Escipin, el destructor
de Cartago, y su homnimo, vencedor de Anbal.
El primero de ellos aadi a sus tres designaciones
usuales la de Emiliano Africano Menor. El resultado
no poda ser ms pomposo ni ms largo, pero ser
va para sealar su catadura militar. E l propsito
de tales frmulas era indicar claramente los grupos
familiares y con ellos la responsabilidad social que
corresponda al que as se denominaba: Erano
nomi lunghi escribe Indro Montanelli posanti
e imponenti, che gi di per se stessi caricavano un
certo numero di doveri sulle spalle del neonato 12.
Un romano que se respetaba era miembro de
una familia y nadie que se sustrajera a sus vnculos
tribales poda ocupar un lugar importante en el
seno de la Repblica. La historia familiar formaba
parte de la realidad espiritual de un hombre v
no poda aspirar a convertirse en una personalidad
de relieve si no estaba adscripto por nacimiento o
adopcin a una importante comunidad gentilicia.
De ella reciba su fuerza y la cohesin de sus re
laciones polticas, a ella peda explicaciones la so
ciedad entera cuando alguno de sus miembros no
responda con valor a las exigencias de su cargo.
El profundo sentido de la educacin familiar
romana no conclua en la adhesin del recin na
cido a un orden histrico de esfuerzos, supona
tambin la recepcin de todas aquellas influencias
espirituales que gravitaban en su formacin. En
las primeras pocas de la Repblica no hubo pe
dagogos esclavos para substituir a los padres, ni

12 M o n t a n e l l i , Indro: Storia d i Roma, Milano, 1955, p


gina 8. ,

34
siquiera maestros pagados: En Roma escribe
Marrou no se confiaba la educacin de un nio
a un esclavo. Es la madre quien lo educa y esto
hasta en las familias de mejor linaje. La madre se
honra permaneciendo en su casa para asegurar el
cumplimiento de este deber sagrado que la con
vierte en servidora de sus hijos 1S.
Si no bastaba la madre, se elega a una parienta
que reuniera los requisitos exigibles para hacerse
responsable de esa tarea. A partir de los diez aos
el nio, en todo lo que haca a su educacin, pa
saba a depender del padre. Los maestros, cuando
los haba, realizaban una funcin dependiente de
la paterna.
Marco Porcio Catn, llamado tambin el Cen
sor, es quizs, una figura excesiva para convocar
su testimonio acerca de la educacin romana, pero,
dado el grado de obstinacin que puso en revivir
las virtudes tradicionales, nos sirve para hacernos
una idea aproximada de lo que pudieron ser tales
usos en la mejor poca de la Urbe.
Narra Plutarco que Catn ense a sus vastagos
las primeras letras, porque no quera que los nios
tuviesen que agradecer a un esclavo tan excelente
enseanza. Luego les dio a conocer las leyes de la
ciudad y los adiestr en el manejo de las armas,
los curti en los ejercicios para que pudieran resis
tir el fro y el calor y vencieran a nado las corrien
tes de los ros. Con su propia mano escribi una
historia de Roma y seal en ella los hechos ms
salientes para que crecieran en la emulacin de las
grandes hazaas. Cuid mucho la delicadeza cor
poral en su relacin con los nios y no compareci
desnudo delante de ellos, como solan hacerlo los
griegos.
El romano de la poca clsica, antes de contagiar-13

13 M a r ro u , H. L.: Historia d e la educacin en la anti


g edad, Buenos Aires, Eudeba, 1965, pg. 283.

35
se de las costumbres helnicas, fue un varn grave
v pudoroso. Un poco solemne, si se quiere, pero
severamente apegado a una estricta diferenciacin
sexual14.
A los diecisis aos el adolescente vesta la toga
viril y se despojaba para siempre de los signos ex
teriores de la infancia. El padre lo colocaba junto
a un amigo, con preferencia alguien que tuviera
cierta importancia en la vida pblica, para que lo
iniciare en el aprendizaje de los negocios.
Un largo servicio militar completaba este primer
ciclo del curriculum romano. Nadie poda iniciar
con provecho una fructuosa carrera de honores
si no haba demostrado en el ejrcito que era dig
no de su sangre.
La educacin familiar tenda a desarrollar en los
jvenes un carcter noble, jorque no slo insista
en el respeto a la tradicin nacional, sino que
acentuaba la fidelidad a las virtudes de la propia
familia. Cada una de las grandes casas romanas
observa Marrou tena ante la vida una actitud
definida, un comportamiento fijo 15. Los padres
trataban que los hijos tomaran en consideracin
tales hbitos y los reprodujeran en sus costumbres.
La crtica moderna suele considerar con cierto
escepticismo la referencia a ciertos hechos reite
rados por los miembros de una misma familia a
travs de dos o tres generaciones, como la famosa
devotio de los Decio, repetida por el padre, un
hijo y un nieto en 340, 295 y 279, respectivamente.
En cada una de estas fechas y en el curso de una
batalla decisiva un Decio se consagr a los dioses
infernales para obtener el triunfo del ejrcito ro
mano. La devotio impona el sacrificio de la
vida en un ofrecimiento expiatorio.145

14 P l u t a r c o : o . c ., Marco Catn, XX.


15 M a rro u , H. I.: o. c., pg. 237.

36
LA GUERRA

Si vis pacem, para bellum decan los roma


nos con lacnica precisin. Saban que es imposible
alcanzar la paz si no se est en condiciones de
luchar para obtenerla. Por esa razn su preparacin
militar fue larga y muy efectiva, pero nunca exclu
siva ni enfticamente belicosa.
Desde que pusieron en pie de guerra un ejrcito,
su arma predilecta fue la infantera. En esto como
en todas las otras faenas manifestaron su condicin
agrcola. Poseyeron una caballera, pero fue en el
ejrcito un elemento de irrupcin y choque. La co
locaban en las alas para golpear desde all a los
enemigos y permitir la accin decisiva de los in
fantes.
La legin de soldados a pie tom su tcnica
de la organizacin de los hoplitas griegos, pero se
distingui de ellos porque, en lugar de constituir
una unidad compacta y nica, se dividi en peque
os cuadros de gran movilidad, pero estrechamen
te soldados entre s, a los que llamaron manipuli.
Estos grupos eran comandados por oficiales subal
ternos que obedecan las rdenes de los tribunos
militares.
El ejrcito no fue profesional hasta la poca de
Mario. El servicio era un deber cvico y afectaba
a todos los ciudadanos por igual. La posicin de
los soldados en las filas no responda a criterios
honorficos, ni se tomaba en cuenta la vanidad o
el honor de las familias ms insignes; se distribua
de acuerdo con necesidades militares y teniendo
en cuenta la veterana mostrada en el ejercicio de
las armas. Los reclutas formaban pelotones ligeros
y eran usados con prudencia en donde podan acos
tumbrarse al peligro y adquirir experiencia sin com
prometer la victoria. La fuerza decisiva de la legin
romana estuvo siempre formada con veteranos.
El ejrcito romano evolucion permanentemente

37
hasta adquirir esa constitucin que fue su caracte
rstica en los ltimos aos de la Repblica y pri
meros del Imperio. Los cambios introducidos en su
organizacin estuvieron ligados al ritmo de las gue
rras sostenidas por la Urbe y las innovaciones se
impusieron cuando el impacto del adversario obli
g a un cambio de tctica. Los galos le ensearon
el uso de la espada y sus choques furiosos a frac
cionar el frente y constituir los manipuli.
Este nuevo ordenamiento del combate dio pro
fundidad a las tropas e impidi la ruptura inme
diata del frente al recibir el golpe de la caballera.
Las guerras con Pirro y con Anbal terminaron su
educacin guerrera y definieron su estrategia. Con
posterioridad a esos encuentros Roma ya no tuvo
enemigos capaces de hacerle cambiar sus dispo
sitivos militares y fue ella quien impuso las condi
ciones en que deban librarse los combates.
La disciplina militar fue seversima y la falta
ms leve era castigada con implacable rapidez.
Los castigos iban desde una simple tunda de palos
hasta la muerte infamante aplicada al desertor o
al cobarde. La sancin poda caer sobre una legin
entera, condenndola a la decimacin, por la cual
era ejecutado un soldado de cada diez. En caso de
sublevacin poda ser pasada totalmente por las
armas y su nombre borrado para siempre de las
listas militares.
Observaba Hegel, en sus L eccion es sobre la filo
sofa ele la historia universal, que la peculiaridad
del Estado romano supona una dura disciplina y
el sacrificio de la personalidad en aras de la aso
ciacin. Segn este filsofo, el Estado romano se
forj en la guerra y esta situacin sell el carcter
aristocrtico de su organizacin poltico-militar: No
existe una unin tica y liberal, sino un estado
violento de subordinacin que deriva de la guerra".
La virtud romana por antonomasia fue la valen
ta, pero no en el sentido individualista y aparatoso

38
le los hroes griegos, segn el testimonio de Ho
mero, sino en su completa integracin con el gru
po tctico.
Creo que Hegel, con el propsito de ilustrar
con un ejemplo histrico sus presupuestos filos
ficos, exager bastante la dureza romana y no dio
su parte a las exigencias del corazn. En su sis
tema Roma encarna un momento del desarrollo
del espritu y de ah nace la hiertica fijeza que
el autor de la Fenomenologa impone a su cuadro
histrico.
La personalidad rgida, a quien vemos rechazar
en la familia y en la gens las relaciones del senti
miento y del corazn, hace en el Estado la inmo
lacin de todo lo concretamente moral, disolvin
dose en una obediencia a una soberana con la cual
cada uno se identifica. 16
Como toda visin monoltica sta de Hegel es
slo parcialmente verdadera. De hecho el romano
coloc, incluso sobre el inters del Estado, la pax
deorum, sin la cual la suerte de la ciudad corra
el peligro de hundirse. Haba que conciliar el
favor de las deidades y para ello convena proce
der de acuerdo con los ritos y reglas tradicionales:
forma conveniente, momento adecuado, lugar de
terminado y personal autorizado. Esta ejercitacin
ritual y el ofrecimiento del sacrificio tiene que mo
ver a los dioses para que obren en inters de la
ciudad 17.
Tal movilizacin de divinidades en favor de un
plan poltico no significaba poner ese propsito
sobre la voluntad de los dioses convocados; por
el contrario, era admitir que slo preocupndose
por la justicia de su causa, los dioses accederan
a defender los intereses de Roma. En buen latn

n> H e g e l , G. W. F .: L eccion es sobre la filosofa d e la


Historia universal, Madrid, Revista de Occidente, 1953, T 9 II,
pg. 105.
17 CoHBISLHEYS O. C., pg. 139.

39
esto significaba poner el ius divinum sobre el
ius civitatis y hace ingresar la piedad patri
tica en el supremo inters de la piedad religiosa.
No se advierte en los usos romanos el ejercicio
de una razn de Estado framente racionalista.
Haba en ese pueblo muchos compromisos religio
sos para que no pusieran todas sus empresas bajo
la proteccin divina y no desearan el amparo de
esa justicia superior.
Los romanos hicieron lo posible para legar a la
posteridad la imagen de un pueblo austero hasta
la rigidez y solamente preocupado por ganar la
guerra. Esta opinin se impone cuando se exami
nan los criterios que predominaron en sus empre
sas blicas, pero no podemos olvidar que esos ac
tos estuvieron siempre al servicio de una poltica.

EL IDIOMA

El latn clsico, en la organizacin de sus fra


ses, tiene la brevedad concisa de un parte militar
y en esta parquedad expresiva particip tanto el
temperamento como la voluntad. Si Csar, en una
demasiado clebre oportunidad, escribi: Veni,
vidi, vinci, no debemos hacernos muchas ilusio
nes sobre la espontaneidad de esa locucin. Hubo
mucho clculo en su laconismo y tal vez la premo
nicin de que estaba hablando para el mrmol. Con
todo reconocemos que el latn prestaba su genio
a este tipo de frases. Haba en l una predisposi
cin natural a la expresin breve y clara.
El papel que Vctor Hugo cumpli en las letras
francesas, Goethe lo asumi para toda la Europa
ilustrada. No hay ningn prestigio universal que
no haya recibido la sancin consagratoria de una
de sus mejores frases. Cuando escribi que la len
gua latina haba sido forjada para grandes me
nesteres, la libr para siempre del oprobio que dos

40
mil aos de teologa haban amontonado sobre su
recuerdo.
Los dignos menesteres para los que fue crea
da la lengua latina no se limit al lxico jurdico
ni. a los epitafios que ornaban los mrmoles de
las tumbas romanas. Desde la poca ms antigua
encontramos en Roma una poesa religiosa muy ru
dimentaria pero de gran expresividad. Este len
guaje rtmico haba sido compuesto para ser acom
paado por las flautas en el culto de los dioses.
El Carmen arvale y el Carmen saliare son,
quiz, los documentos literarios ms viejos que
conocemos del pasado romano.
El culto a los muertos inspir en sus vates lar
gas lamentaciones elegiacas llamadas neniae,
donde se haca el elogio del difunto y se le recor
daba, por si lo hubiere olvidado, algunos detalles
concernientes a la vida de ultratumba. Las ne
niae son lamentos de una rudeza todava brbara,
pero se advierte en ellos la msica que usar Pro-
percio para componer sus elegas amatorias.
Se ha discutido mucho esta vinculacin potica,
en parte porque destruye la leyenda del romano
rgido e insensible. Se trat de hallar los antece
dentes griegos de expresiones tan patticas como
delicadas: los amores de Propercio y Cynthia se
ran la versin romana de las quejas de Safo y
Alceo.
Sin terciar en una discusin que excede mis co
nocimientos, considero, bajo la inspiracin del sim
ple buen sentido, que el estmulo no pudo obrar
el milagro de una creacin de la nada. Los ro
manos tuvieron vocacin lrica y la manifestaron
en los comienzos de su historia literaria. La in
fluencia griega ayud con formas expresivas ms
desarrolladas, al crecimiento de las virtualidades
que estaban latentes en el idioma del Lacio y en
el temperamento de sus habitantes.
El latn, como el italiano actual, fue una lengua

41
particularmente apta para la construccin de ver
sos burlescos y las expresiones verbales de inten
cin satrica. Esto prueba la complejidad del alma
romana y los muchos matices psicolgicos que de
ben considerarse para no exagerar la gravedad de
aquellos varones tan inclinados, en otros aspectos,
a la maledicencia procaz.
De esta veta humorstica naci la fbula atelana,
algo parecida a la comedia beocia, pero adscripta
por la lengua y el espritu a una modalidad tpica
mente latina.
Los epitalamios han reclamado un tono de bro
ma desvergonzada y dieron fcil pbulo a refe
rencias de color muy subido. Esto no debe hacer
nos pensar en la existencia de una sociedad de
costumbres disipadas y cabe, para dar de ellos
una interpretacin adecuada, la ponderacin de
Marcial: Aunque los versos son libres la intencin
de mi conducta es proba.
No conviene exagerar el valor literario de todas
estas composiciones en verso. Fue el contacto con
el mundo griego lo que permiti a los romanos su
perar el carcter popular de la literatura y alcan
zar una expresin culta.
Los primeros pasos de esta transformacin fue
ron dados por los griegos asimilados a la vida ro
mana. Livio Andrnico fue uno de los primeros
en transformar el latn en una lengua potica se
gn los cnones helnicos. Se debi esperar to
dava mucho tiempo para alcanzar el desarrollo
que legaron Lucrecio, Horacio, Ovidio o Virgilio.
La influencia griega no detuvo el proceso de cre
cimiento del genio latino, por el contrario, le sir
vi de estmulo y lo alent en la lnea de su es
piritualidad autctona.

42
EL DERECHO

Los romanos creyeron que su derecho haba


nacido con su ciudad y as lo entendieron tambin
sus historiadores. Desgraciadamente para nuestra
curiosidad, muy poco, por no decir nada, queda
de ese derecho primitivo. No obstante, y por res
pecto a una tradicin venerable, no podemos de
jar esa leyenda a un lado y suponer que el de
recho naci al promediar el perodo clsico de la
Repblica Romana. Conviene admitir que en la
Roma primitiva se incoa un proceso de creacin
jurdica que alcanzar en el futuro su pleno de
sarrollo.
La ausencia de fuentes escritas no testimonia,
necesariamente, por la inexistencia de preocupa
ciones jurdicas. Pudo existir un fuerte derecho con
suetudinario sin que sus usuarios se hubieren pro
puesto codificarlo y asentar una jurisprudencia
por escrito. Villey opina que aqu, como en mu
chos otros pueblos, la prctica ha precedido a la
codificacin ls.
En qu consista esa prctica? Cmo se regu
laba?
Las costumbres y los usos de los grupos fami
liares que habitaban Roma tenan el vigor y la
fuerza de un derecho. Ellos servan de norma al
litigante que reclamaba, ante el Colegio de los
Pontfices, algo que supona pertenecerle.
En sus comienzos el procedimiento fue rudo
y directo. El querellante se presentaba ante el
magistrado que serva de rbitro y declaraba: Aio

18 V i l l e y , M.: El derecho romano, Buenos Aires, Eude-


ba, 1963, pg. 8 col. 2. ( Hay un estudio ms profundo del
mismo autor en C om pendio d e filosofa d el derecho, Pam
plona, Eunsa, 1981, dos tomos. En la misma linea pero apa
rentemente sin contactos, O r t e g a y G a s s e t , Jos: D el im pe
rio romano, Obras completas, tomo VI, pg. 51, Madrid,
Alianza, 1983.

43
meum esse ex jure quiritium. Esta antigua frmula,
conservada por Galo, manifiesta en su concisa bre
vedad la existencia del legendario derecho quiritario.
Ese jure quiritium inclua solamente a las
comunidades gentilicias patricias y a los clientes
que estaban bajo su proteccin familiar. Los ple
beyos estaban fuera de este orden, y no por ra
zones de origen servil, sino porque llegaron a Ro
ma con posterioridad y no gozaban del estatuto re
ligioso de las comunidades fundadoras. Fue la
posesin de un rgido sistema gentilicio lo que fa
voreci el auge de las familias campesinas y les
permiti, con el correr del tiempo, asentar una
cierta prelacia sobre los comerciantes y artesa
nos ingresados a la ciudad con posterioridad.

LA ORGANIZACION PRIMITIVA

El derecho romano nos llev a hablar de la


comunidad gentilicia o simplemente gens. Esta
organizacin familiar, comn a todos los pueblos
indogermnicos, constituy el complejo social ms
representativo del perodo arcaico. Como sus si
milares helnicos, estos grupos estaban vinculados
real o legendariamente a un antepasado comn
y posean, como base econmica de su autonoma,
un territorio llamado pagus y un jefe: el pater
gentis.
La unidad espiritual del grupo es el culto co
mn, la adhesin al antepasado epnimo y el cum
plimiento de las reglas consuetudinarias. El pa
ter gentis encarna una autoridad de tipo reli
gioso que se extiende a cada una de las familias
integrantes de la gens.
El grupo gentil poda tomar bajo su proteccin
a personas que por su nacimiento no pertenecan
a la comunidad. Estos fueron los clientes, cuya
adopcin daba lugar a una ceremonia religiosa

44
mediante la cual se les conceda la proteccin de
los dioses tutelares de la gens y tomaban, para
su uso, el nombre gentilicio. Podan participar del
culto y ocupar el lugar a que los destinaba el ca
beza de la comunidad.
La fuerza social de la gens dependa de su
cohesin interior y del nmero de hogares que
comprenda. El desarrollo poltico de Roma obli
g a estas comunidades a aceptar la religin de
la ciudad. Esto no signific el abandono de sus
propias tradiciones ni su disolucin en el nuevo
ordenamiento poltico. Hasta muy avanzada la
poca imperial, Roma mantuvo la vitalidad de
estos grupos y ningn candidato a una funcin
pblica importante poda alcanzar una posicin si
no lo apoyaba su gens. No obstante la sana
costumbre de vivir en el marco de estas comuni
dades, el Estado romano creci a sus expensas y
dejaron de tener la importancia que haban tenido.
Ue la antigua constitucin monrquica de Roma
se sabe muy poco. La leyenda se apoder muv
pronto de los recuerdos que quedaron y lo que
se puede leer entre lneas se pierden en las bru
mas de las conjeturas.
Se cree que de los siete reyes romanos que
segn la tradicin precedieron el advenimiento de
la Repblica cuatro de ellos: Rmulo, Numa Pom-
pilio, Tulio Ostilio y Anco Marcio pertenecieron
a una supuesta dinasta latina de la que no se tie
ne ninguna noticia cierta. Los otros tres: Tarqui-
no el Antiguo, Servio Tulio y Tarquino el So
berbio habran sido etruscos.
Si se admite la existencia de la reyeca y se asi
mila su papel al que desempearon sus semejan
tes de los pueblos indogermnicos, no es difcil
conjeturar la existencia de un Consejo formado
por los padres gentiles y de una asamblea integra
da por los miembros en edad militar de esas co
aceptando esa farsa de falsa lozana. Los afei-

45
m Senado y la asamblea de los guerreros recibi
el nombre de curiata, porque proceda de una
divisin en treinta curias con un curin a la ca
beza.
Surge la conjetura, nada ms que plausible, que
la monarqua etrusca busc apoyo en los habi
tantes plebeyos para aumentar su poder a expen
sas de las gentes paisanas. Este proceso es gene
ralmente descripto como si fuera parte del movi
miento social que comienza con la toma del poder
por los senadores. Como ya lo dijimos, la insta
lacin de la Repblica tuvo ms bien un carcter
reaccionario y fue provocada, en alguna medida,
por la aproximacin a la plebe iniciada por los
reyes etruscos.
Para hacemos una idea adecuada de este trmi
te conviene distinguir la existencia de dos corrien
tes histricas que suelen mezclar sus aguas en
cuanto no se las discierne con atencin. Haba una
fuerte burguesa comercial y artesanal cuya ex
pansin se apoyaba en la monarqua etrusca y as
piraba a desligarse de la tutela del consejo sena
torial de procedencia patricia. En las ciudades
donde esta fuerza ascendente triunf, se impuso
una constitucin republicana oligrquica. El triun
fo del Senado, por las razones histricas ya consi
deradas, impidi el avance de la oligarqua co
mercial, por lo menos durante un cierto tiempo, y
dio el poder a los grupos pastoriles y agrarios, que
se batan por los fueros de la tradicin.

46
Il

LA REPUBLICA ROMANA

LOS HECHOS POLITICOS

La cada del ltimo monarca etrusco, Tarqui-


no el Soberbio, puso en manos del Senado el go
bierno de Roma. Los acontecimientos que suce
dieron de inmediato a esta situacin no son me
jor conocidos que aquellos que les precedieron.
Complica nuestra interpretacin los esquemas for
jados por los historiadores a la luz de una ptica
demasiado influida por los prejuicios ideolgicos.
Dan la impresin que cada uno de ellos vio de
Roma lo que quera ver y se form de su historia
una interpretacin conforme a sus principios. No
se importunaron mucho por examinar la docu
mentacin existente, con un espritu atento al ca
rcter sui generis de esa realidad.
Para unos, todo ese tiempo est totalmente ocu
pado por las luchas sociales entre una aristocracia
senatorial y una plebe vida por ocupar posicio
nes y alcanzar una representacin poltica ms
conforme a las exigencias de una justicia distribu
tiva. Esta imagen, sostenida con nfasis particular
por el profesor Len B lo ch 1 hace espejar, en la
antigua sociedad romana, los reflejos de una con
tempornea concepcin economicista de la histo-i

i B l o c h , Len: Luchas sociales en la antigua Roma, Bue


nos Aires, Claridad, s. f.

47
ria. No obstante conviene reconocer que el esque
ma de Bloch no tiene una excesiva dureza doctri
naria. En alguna medida su interpretacin de los
hechos es amplia y da lugar a otras opiniones.
Pero los apriorismos terminan por imponerse y
una nocin de clase demasiado gravada por
la acentuacin del status econmico no deja ver
la importancia que tuvo el rgimen familiar en esos
movimientos de ascensos y descensos sociales en
el interior de la sociedad romana.
Dice Bloch que cuando la casta dominante se
troc en una camarilla aristocrtica, empezando a
explotar conscientemente y con xito sus ventajas
materiales cuando sin vacilacin alguna puso sus
plenos poderes polticos al servicio de sus intere
ses econmicos y transform el uso en derecho,
reglamentando el derecho pblico segn las me
didas de sus veleidades dominadoras, entonces de
bi empezar a cundir la oposicin de la clase per
judicada, la plebe 2.
Esta visin del proceso arroja sobre el cuadro
una luz demasiado moderna para no resultar falsa
en sus lneas ms generales. Las explicaciones que
sobre el mismo perodo de la historia ofrece Teo
doro Mommsen, adolecen, quiz, de una prema
tura nostalgia por la gestin imperial de Csar. No
logra hacer entender bien, a pesar del espacio que
dedica a las luchas sociales, cules fueron los
resortes, las fuerzas de cohesin interior, que lle
varon a la Repblica a su indiscutible prelacia
sobre la Italia central y antes que conquistara el
resto de la Pennsula. Si efectivamente hubo una
crisis constante en la distribucin de los poderes
y una lucha sin piedad entre patricios y plebeyos,
no se explica bien cmo esa situacin no gravit
desfavorablemente en la unidad requerida por la
guerra.

2 B loch , Len: o. c ., pg. 45.

48
Cmo podemos superar estos esquemas y com
prender los sucesos desde una perspectiva que
permita apreciar mejor la coherencia poltica de
la clase dirigente y la unidad que logr mantener
en Roma en medio de aquellos conflictos?
Habr que observar su slida proyeccin hacia
afuera y comprender por qu razn sus movimien
tos interiores no comprometieron el empuje de la
empresa poltica.
La expulsin de los etruscos detuvo, sin lugar
a dudas, un proceso ascensional de la poltica ro
mana pero no trajo, como consecuencia inmediata,
una crisis que lesionara para siempre los resortes
del gobierno. La aristocracia senatorial hizo fren
te al vaco dejado por la monarqua y hall en su
experiencia los medios para sostenerse en medio
de la conmocin provocada. Un reflejo de seguridad
la llev a procurarse una palanca ejecutiva que,
sin perder el beneficio de una fuerte centraliza
cin del poder, garantizara la primaca del Senado.
Esta magistratura que reemplazaba al rey en sus
prerrogativas polticas fue ejercida por dos preto
res (cnsules), esto es colegas, que duraban un
ao en el ejercicio de sus funciones civiles, mili
tares y comerciales.
La experiencia haba enseado a los senadores
que ciertos hechos excepcionales podan obligar
a fortalecer an ms la autoridad del ejecutivo y
con este propsito crearon una magistratura via
jera, opcional y extraordinaria, la dictadura. El
dictador no poda prolongar su accin restaurado
ra ms all de la solucin del problema que la
haba hecho surgir. Fue un poder excepcional y
supona a su lado, como contrafuerza equilibra-
dora, la presencia del magister equitum o jefe
de la caballera.
Este auxiliar del dictador era una garanta, para
el orden equestre, de que no surgiera la tenta
cin del poder personal y se tratara ae mantenerse

49
en l con el apoyo, siempre posible, de la Asam
blea Curiata.
Bloch sostiene, sin el alarde de una documen
tacin fehaciente, que el patriciado romano extrajo
su poder del ejercicio de las funciones burocrti
cas que haba ejercido durante la monarqua etrus-
ca. Habra que demostrar que en ese tiempo exis
ti un aparato administrativo lo bantante compli
cado como para formar toda una lite en el ejer
cicio de sus funciones principales. No parece que
la Roma primitiva diera para tanto y todo induce
a pensar que los senadores tuvieron su poder de
la constitucin gentilicia del pueblo. La fuerza
que sostena su autoridad era la de esas comuni
dades intermedias.
El forcejeo poltico y social del estamento sena
torial y el plebeyo se plantea tambin en el terreno
de las comunidades familiares. Esto le da un es
tatuto muy diferente del de la lucha de clases
tal como la plantea el marxismo. Las agrupaciones
gentiles plebeyas tratan de alcanzar posiciones
ventajosas adquiriendo una posicin semejante a
la de los patricios. La lucha no se efecta de
acuerdo con la contraposicin revolucionaria opri
midos y opresores, sino por el deseo de lograr ma
yores privilegios. Es una querella de ambiciones
y no de frustraciones.
Otro aspecto que conviene sealar, para com
prender el carcter de las luchas sociales en la
antigua Roma, es que la pugna por escalar posi
ciones se realiza desde la base familiar y no de
una supuesta atomizacin masiva.
El esquema progresista, ad usum populi, quie
re que frente a la casta dominante se levante la
multitud, la plebe, detentora de una situacin que
auspicia, necesariamente, la rebelda. Conviene
sealar que el trmino plebe seala una catego
ra de ciudadanos que, sin serlo de pleno jure,
gozan de algunos derechos quiritarios y estn em-

50
peados en alcanzar otros a travs de sus agrupa
ciones tribales. No todos los plebeyos son pobres,
ni todos los patricios son ricos. Las situaciones fa
miliares varan como sus fortunas y las condicio
nes que poseen para mejorar su estatuto social.
Los plebeyos no pertenecan de hecho ni de de
recho a las agrupaciones gentilicias tradicionales,
aunque se conocen entre ellos nombres que tienen
sus resabios aristocrticos. As Valerios patricios
y Valerios plebeyos, Cornelios de uno y otro esta
mento, pero, es muy probable, que estos homni
mos sean, por parte de los plebeyos, una suerte
de usurpacin o tal vez el resto de una antigua
situacin de clientes. De cualquier modo es snto
ma de un esnobismo que ratifica el sello ambi
cioso y no revolucionario de las luchas sociales
en la antigua Roma.
Estos ciudadanos libres que formaban la plebe
en general no eran clientes de las viejas familias.
Provenan de diversos lugares de Italia y su cre
cimiento se debi, como opina Rostovtzeff, a tres
causas principales: la importancia comercial de
Roma atrajo pobladores del Lacio y otras regiones
cercanas; la industria desarrollada por el comercio
hizo necesario el aporte de mano de obra artesa-
nal, que se agrup en corporaciones de oficios o
gildas, de acuerdo con su importancia econmica,
y adquiri determinados derechos y privilegios. En
la medida que Roma incorpor a su territorio nue
vos distritos, la aristocracia perteneciente a los pue
blos conquistados pas a formar parte de Roma
en calidad de ciudadanos pero con la condicin de
plebeyos3.
Si as cosas sucedieron de esta manera, resulta
un poco artificial separar las luchas sociales del
contexto de la conquista, porque resultan, en al-

3 R o s t o v t z e f f , M.: R om e, Oxford University Press, 1960.


( Hay traduccin castellana por Editorial Labor.)

51
guna medida, un aspecto de esta ltima. Los con
flictos estamentales, para dar el nombre que co
rresponde, es la crisis inevitable del crecimiento
de Roma.
Cada conquista de la Urbe planteaba un doble
problema: anexionar un territorio e incorporar a
la ciudadana una cantidad nueva de habitantes
que deban integrarse sin poner en peligro la pri
maca de quienes pertenecan a Roma de pleno
jure. Esto explica por qu razn las guerras ex
teriores y las luchas civiles se dieron al mismo
tiempo sin poner en peligro la cohesin interior-
de la poltica romana. Da tambin razn de las
diferentes categoras de plebeyos y de la falta de
sentido de clase que stos tenan.
Dije que Roma no particip con particular en
tusiasmo en la expulsin de los reyes etruscos y
menos todava sus clases populares, que tenan
todas las de ganar con el sostenimiento de una
monarqua progresista. Pero como el Lacio se
comprometi a fondo en esta guerra, Roma no se
pudo desentender de su conexin vital con el te
rritorio latino y la gente que lo poblaba. Entr
tambin en el conflicto y el patriciado comprendi
la necesidad de reparar esa ausencia de espritu
libertario con una nueva versin de los hechos que
fabric ms tarde a designio, convirtindose en
los autores casi exclusivos de aquella liberacin.
Integrar el Lacio y afianzar el prestigio como
sucesores del dominio etrusco fue la primera em
presa poltica que se propusieron los miembros
del Senado romano. Se logr sin grandes dificul
tades, porque la misma necesidad que llevaba a
Roma hacia el Lacio, impulsaba a esta regin a
desear la proteccin militar de Roma. Convertirse
en la cabeza de la confederacin latina fue un mo
vimiento espontneo y casi natural de su gravita
cin geogrfica sobre la cuenca del Tber.
En el ao 449 a. de J. C. los romanos chocaron

52
con los sabinos y luego de infligirles una derrota
lerminante anexaron su territorio e incorporaron a
ttulo de ciudadanos a las principales familias sa
binas. De este modo la suerte de ambos pueblos
qued unida y pudieron enfrentar, solidariamente,
los peligros de algunos vecinos particularmente
empeados en no aceptar el desarrollo de la Ur
be. Las sucesivas guerras contra los habitantes
de Veyes y los Volscos redonde el dominio roma
no sobre el centro de Italia y le permiti exten
derse sobre las costas del Tirreno, el viejo mar
de los etruscos.
Una anexin impona otra y la superacin de un
peligro significaba la aparicin de otro mayor. Los
galos dominaban la parte norte de Italia a partir
del siglo V a. de J. C. y con esa extraordinaria mo
vilidad, caracterstica de la raza celta, ocuparon
un extenso territorio. En los umbrales del siglo IV
los etruscos haban padecido sus reiterados ata
ques y en el 390 llevaron sus depredaciones hacia
la misma Roma, saquendola y convirtindola en
un montn de cenizas.
Demasiado anrquicos para aprovechar polti
camente sus condiciones militares, luego de des
truir la ciudad, se retiraron dejando a los romanos
la absoluta resolucin de que haba que terminar
con ese pueblo de salteadores. La ocasin tard
en presentarse, pero era condicin de la mentali
dad romana no olvidar jams un agravio ni des
cuidar a un presunto enemigo.
No haban concluido de reconstruir la ciudad
cuando iniciaron los trmites pertinentes para dar
a los galos la leccin que la situacin impona.
Reformaron el ejrcito, aumentaron el nmero de
los ciudadanos bajo bandera y construyeron alre
dedor de la ciudad una muralla para protegerla
de otra agresin. La tradicin sostiene que am
bas medidas fueron tomadas durante el reinado
de Servio Tulio, un par de siglos antes, pero la

53
arqueologa se empea en sostener que fue des
pus del incendio de Roma, es decir en pleno
siglo IV.
No haba terminado Roma de dominar el Lacio
cuando se encontr con el peligroso vecindario de
los samnitas, pueblo que ocupaba la regin de la
Campania y cuya capacidad militar Roma advir
ti con harta frecuencia.
En un primer contacto las relaciones fueron pa
cficas y, al parecer, acordaron una suerte de alian
za defensiva frente a la presencia inamistosa de
los galos. Cuando desapareci de las fronteras el
enemigo comn, el Samnio mir con ojos descon
fiados los progresos romanos en torno de su pro
pio suelo. Como estaban bastante ocupados en de
fenderse por el sur de los griegos, los samnitas
no salieron al encuentro de este crecimiento ame
nazador de la Repblica, pero comenzaron a pre
pararse para lo que pudiere suceder.
Los preliminares de esta guerra son confusos.
Ambas potencias contaban con numerosos aliados
entre Jos pueblos del centro de Italia y no todos
muy seguros. La debilidad de las cohesiones ex
plica, ms que ninguna otra cosa, el giro que tom
la guerra, sus cambios de frente, sus modificacio
nes y su movediza diplomacia. Las nicas alian
zas firmes para los romanos fueron aquellas que
haban encontrado en la Urbe una proteccin y
una razn de vida poltica.
En el ao 326 a. de }. C. o 428 de la supuesta
fundacin de Roma, el ejrcito romano se apoder
de la ciudad de Rudra en la frontera de la Cam
pania. Un ao ms tarde penetraron en el Samnio.
Los primeros encuentros fueron favorables a
Roma, pero una hbil emboscada preparada por
los samnitas en el valle de Caudium oblig al
ejrcito romano a rendirse casi sin presentar com
bate. Fue una de las ms amargas humillaciones
de su historia. Las tropas romanas debieron poner-

54
se de rodillas y pasar arrastrndose bajo los yu-
guillos de sus vencedores. Por suerte para Roma,
estos samnitas, aunque rudos luchadores, tenan
una visin del futuro bastante reducida. Creyeron,
con toda inocencia, que ofreciendo a los romanos
una paz ventajosa, stos abandonaran sus prop
sitos de conquista.
La poltica romana aspiraba, ms que a la con
quista, a la seguridad, y los samnitas cometieron
un inmenso error al ofrecer una paz tan generosa
luego de una humillacin sin precedentes. Cuando
lo advirtieron, era demasiado tarde y los roma
nos haban vuelto a penetrar en sus territorios.
La segunda guerra comenz cuatro aos ms
tarde de la humillacin de Caudium y las prime
ras batallas se sucedieron en medio de las deser
ciones de las ciudades que especulaban con el
triunfo de una u otra de las fuerzas en pugna. Los
romanos, conducidos por el mejor de sus genera
les, Lucio Papirio Cursor, fueron ganando terre
no y logrando una serie de objetivos militares que
iban haciendo posible un desenlace triunfal.
Durante las acciones blicas contra el Sainnio,
Roma debi hacer frente a una coalicin etrusca
y en esta situacin se pudo advertir la tremenda
vitalidad del pueblo romano que, atacado por dos
adversarios de gran capacidad les infligi sendas
derrotas. Etruscos y samnitas se vieron obligados
a aceptar la paz impuesta por Roma y buscar la
forma de concertar nuevas alianzas para derrotar
al temible rival.
En el ao 298 los enemigos de Roma creyeron
llegado el momento de terminar con la incmoda
repblica del Tber. Los romanos, que haban
visto con cierta anticipacin venir el peligro, se
lanzaron rpidamente contra cada uno de los miem
bros de la coalicin y antes que stos pudieran
reunir sus fuerzas. En 295 derrotaron a los galos
en la Umbra y los obligaron a retirarse ms all

55
del ro Po. Volvindose hacia los otros aliados,
un poco desconcertados ante la velocidad del ata
que, los derrotaron en un par de batallas ms y
los obligaron a firmar la paz.
Vencida la coalicin, Roma mantuvo un fuerte
control militar en el centro de Italia e incorpor
a la ciudadana romana a los elementos ms asi
milables e importantes de las poblaciones some
tidas. Los territorios fueron convertidos en ager
publicus y dados en propiedad a ciudadanos ro
manos para su explotacin y cultivo.
La historia suele ser parca con respecto a la
procedencia de esos ciudadanos, pero podemos
suponer que muchos de ellos pertenecan a los
mismos pases distribuidos. De este modo se ligaba
el inters de tales propietarios a la suerte de Ro
ma y no se impona a las poblaciones vencidas el
patronato, siempre antiptico, de los vencedores.
Roma se haba extendido por el norte hasta el
ro Po y por el sur lleg a limitar con los estados
griegos. En estas ltimas fronteras encontr el ve
cindario de fuertes poderes polticos cuya sagaci
dad y experiencia no eran inferiores a la suya. Los
griegos no encontraron de su gusto la incmoda
presencia de la Loba y vean con gran recelo el
crecimiento de la Repblica.
La piedra de escndalo fue la ciudad de Tarento.
Roma haba concluido con ella un pacto por el
que se comprometa a no pasar con su flota ms
all del promontorio Lucinio. El compromiso, acep
tado durante el lapso de la guerra contra los sam-
nitas, result ms tarde de una flagrante estupidez.
Impeda a los romanos el acceso al Adritico con
las consecuencias de una lamentable restriccin de
su comercio.
Viol resueltamente su tratado con Tarento y
pas con sus naves mucho ms all del indicado
promontorio. Los tarentinos, directamente amena
zados en sus vas martimas, pidieron la proteccin

56
(le Pirro, rey de Epiro y uno de los mejores gene
rales de la poca.
El clamor de Tarento lo puso en movimiento y
acept convertirse en el protector de esa ciudad
griega amenazada por el poder expansivo de aque
lla inslita Urbe. No obstante las miras de Pirro
son ms ambiciosas y suea con una Italia unida
bajos sus estandartes victoriosos. La destruccin del
ejrcito romano le parece una excelente oportuni
dad para llevar adelante sus proyectos.
Se fij dos objetivos inmediatos. Uno diplomti
co: destruir las alianzas que secundaban el poder
romano y que Pirro crey ms frgiles de lo que
en realidad eran. Otro militar y consista en expug
nar a Roma atacndola en todas partes hasta re
ducirla a defenderse en su propio territorio. Un
ataque directo a la Urbe le pareci la maniobra ms
segura para destruir el sistema de alianzas que po
dan tener los romanos. Vencidos en el campo de
batalla las ciudades tributarias no tardaran en sa
cudir sus yugos.
Pirro crea no sin cierta ingenuidad, que su in-
miscin en los asuntos itlicos no despertara la
sospecha de sus designios imperiales v que los
pueblos aliados a la Loba caeran con facilidad en
sus brazos salvadores.
La realidad no respondi exactamente a sus sue
os y su marcha liberadora no tuvo el esperado
eco en las poblaciones sometidas al dominio roma
no. La confederacin itlica, lejos de romperse, se
mantuvo con firmeza ante el ataque griego.
Faltaba el encuentro armado y Pirro confiaba
en su caballera, en su experiencia militar y en sus
cuerpos de elefantes. Este general griego, con todo
el peso de la gloria macednica en sus espaldas,
no tuvo inconvenientes en ganar todas las batallas
en sus sucesivos encuentros con los romanos, pero
como se fue alejando cada vez ms de sus bases sin
poder destruir el frente enemigo, retorn a Taren-

57
to con el propsito de reclutar nuevos aliados y
reanudar su proyecto.
La guerra recomienza en 279 y Pirro gana una
encarnizada batalla en la que pierde lo mejor de
sus tropas. Fue ese triunfo el que le sugiri la fa
mosa frase: Si ganamos otra batalla como sta,
habremos perdido la guerra.
De vuelta nuevamente a Tarento inicia desde
all negociaciones de paz con el Senado romano.
Los senadores consideran detenidamente las pro
posiciones de Pirro y contestan con sesuda lentitud
que si quiere la paz se retire de Italia.
En el nterin Pirro ha sido convocado por las
ciudades griegas de Sicilia para que enfrente all el
peligro cartagins, y el voluble conquistador ve
abrirse el horizonte de una nueva perspectiva b
lica y cede al encanto de la aventura.
Los romanos aprovechan la ausencia del general
griego y se hacen fuertes en toda Italia y dan un
merecido correctivo a los pueblos que haban apo
yado la campaa de Pirro. Tarento, que lo ve venir,
clama nuevamente por el auxilio del rey de Epiro.
Esta tercera iniciacin de las hostilidades toma
a Pirro bastante desgastado y a los romanos muy
bien instruidos por las derrotas anteriores. El efec
to producido por los elefantes en las primeras ba
tallas ha perdido su eficacia y cuando el general
romano N. Curio Dentato los hace recibir a flecha
zos, los paquidermos emprenden ominosa fuga y
siembran la confusin entre las filas de los solda
dos griegos.
Pirro se despidi de su proyecto de unificar Ita
lia bajo la frula de Epiro y la dej librada a la
hegemona romana. Desde el Rubicn hasta el es
trecho de Messina, la ciudad del Tber qued co
mo duea sin rivales.

58
INSTITUCIONES POLITICAS

Roma fue una repblica aristocrtica y este hecho


poltico da, en gran medida, la clave de su evolu
cin. De haber sido meramente una oligarqua co
mercial como Cartago, la ascensin democrtica
de la plebe hubiese terminado con ella en poco
tiempo. Esto no sucedi por muchas razones que
intentar considerar, pero la primera de todas es
que la aristocracia es un rgimen ms natural y
sano que la oligarqua. El sistema selectivo de las
oligarquas es el dinero y ste nunca crea buenos
hbitos, a no ser que se considere tal la capacidad
adquisitiva.
La aristocracia se funda sobre un talante y una
cualidad y cuando est abierta, como la romana,
al merecimiento de las clases ms populares da a
los ascensos el valor de una autntica jerarqua.
En qu consisti la aristocracia romana y cul
fue su verdadera fuerza?
Responder a esta pregunta mediante una re
flexin puramente abstracta es mal comienzo para
un historiador. En primer lugar porque un rgimen
de gobierno no es nunca el resultado de una espe
culacin ideolgica, sino una situacin histrica
concreta que supone la existencia de energas y
condiciones nicas. En segundo lugar, porque una
definicin clsica de la aristocracia, como el go
bierno de los mejores, no dice nada sobre los valo
res reales en que se apoyan las excelencias de ese
grupo y mucho menos sobre los medios con que
se procura la seleccin de esos mejores.
Ante todo los romanos nunca consideraron el
mejor a quien sobresala por sus condiciones indi
viduales. Una persona poda tener condiciones ex
cepcionales pero la ausencia de arraigo en la so
ciedad, la falta de un ambiente familiar rico y po
deroso, la carencia de relaciones efectivas de amis-
lad, de prestigio, de solidaridad y alianzas familia

59
res haca que la accin de un hombre careciera de
nobleza y certidumbre.
Sin lugar a dudas Temstoeles fue, como persona,
ms talentoso y audaz que Aristides, pero era un
advenedizo, un hombre nuevo. Esta situacin inei
da en su modo de concebir y asumir el poder. Su
posicin en la ciudad era una conquista demasiado
personal para que no la sintiera como propiedad
suya y la tratara en consecuencia. En cambio Aris
tides y con posterioridad el mismo Pericles en el
auge de la democracia ateniense, dependan en
gran parte de su linaje. El poder adquirido por
ellos estaba ligado a un esfuerzo familiar y al pres
tigio de una estirpe para creerlo logrado en las pe
ripecias de una aventura personal.
Cuando Platn especul en torno de la consti
tucin de una repblica paradigmtica, su concep
to de clase dirigente naci de criterios individualis
tas. Por eso insisti tanto en el valor de las insti
tuciones educativas para efectuar la seleccin. Nun
ca tuvo en cuenta el valor selectivo del medio fa
miliar. Si hubiere pensado en su propio caso y en
todos esos recuerdos que con tanta nostalgia lig
a su infancia, no hubiera escrito cosas tan reidas
con la condicin humana como algunas de las que
sostuvo en su clebre repblica.
Roma fue un pueblo formado por familias y es
en el seno de las estirpes donde debemos buscar
el secreto de sus clases dirigentes. El aristcrata
romano no es hijo de la improvisacin y la aven
tura individual. Es resultado de un prolongado es
fuerzo familiar. Sus races se hunden en un suelo
rico en vnculos y tradiciones y esto haca de l,
con pocas o muchas condiciones, un producto pro
fundamente elaborado por las energas histricas
de la raza.
Quizs explique tambin la ausencia de genios
excepcionales y da cuenta y razn de aquella pie
dad profunda que fue la raz del patriotismo ro

60
mano. Hasta Csar no tuvo individuos de una en
vergadura extraordinaria, no obstante pudo vencer
a Pirro y posteriormente a un genio militar como
Anbal, gracias a la tenacidad, al empuje constante,
de una clase dirigente que pona toda su confianza
en las virtudes de la raza.
El error de muchos historiadores en la aprecia
cin de las luchas sociales en la Repblica se pro
duce porque no han sabido apreciar el valor de
las comunidades gentiles y de los grupos fami
liares en la formacin y el ascenso de las grandes
personalidades romanas tanto patricias como ple
beyas.
Nada de concesiones a la buena fortuna de un
hombre aislado, una promocin social sin mritos
en la comunidad respectiva no era concebible.
Cuando un beneficio social cae sobre la plebe en
sentido lato, es siempre a travs de una institucin
defensiva que protege a la muchedumbre en cuan
to tal y nunca en forma de derechos atomizados,
capaces de introducir la anarqua en la conduccin
de los cuerpos polticos.
Las guerras extendieron el poder y la influencia
romana, pero crearon un par de problemas que los
romanos solucionaron de acuerdo con sus usos tra
dicionales. El primero fue el de la anexin de los
pueblos conquistados y el segundo la colonizacin
de las tierras nuevas.
Para comprender las soluciones dadas por Roma,
conviene recordar que no procedi conforme a un
criterio normativo nico. En cada caso tuvo en
cuenta las circunstancias particulares que rodeaban
el hecho y procedi de acuerdo con una prudente
y bien determinada respuesta a la situacin plan
leada.
La versin de un dominio que extiende por todas
partes un modelo jurdico ha sido lanzada por al
gunos historiadores demasiado influenciados por la
consideracin especial del derecho romano. La ver

61
dad es distinta y todo hace suponer que en cada
conquista procedieron de acuerdo con criterios im
puestos por la ocasin poltica.
La anexin de un territorio supona la creacin
de un vnculo, lo ms slido posible entre el pueblo
conquistado y el conquistador. Este vnculo no po
dra existir si todos los colonos asentados en el nue
vo pas no estuvieran sostenidos por la doble fuerza
de la religin y los intereses. Se trataba de no re
nunciar a la colonizacin de las tierras conquis
tadas ni de llenarla de gentes extraas a la suerte
de Roma. Como tampoco contaba con una cantidad
suficiente de patricios para llenar a Italia con po
bladores descendientes de su aristocracia campe
sina, ech mano de la plebe y la convirti as en
una suerte de aristocracia provinciana.
La ausencia de documentos hace que no se pue
da dar una idea bien fundada de los medios arbi
trados para cada caso. Se puede conjeturar que
fue en estas situaciones donde el genio romano se
mostr a la altura de su innegable capacidad pol
tica, de otro modo no se podra explicar la solidez
y la duracin de sus conquistas.
Los patricios eran propietarios de predios rurales.
La libertad de testar les permita conservar la tie
rra en manos de sus descendientes ms indicados.
El assiduus era el heredero, los otros, aunque
pertenecientes por su ascendencia al mismo esta
mento, fueron llamados proletarii.
Los padres romanos tenan inters en asegurar
el porvenir de estos hijos y las tierras conquistadas
como botn de guerra ofrecieron la oportunidad de
una instalacin especialmente buena para los pro
letarii. De esta suerte Roma se adjudicaba dos
triunfos: instalaba su exceso demogrfico fuera de
la Urbe y mantena un vnculo social estable con
los colonos que procedan de sus mejores familias.
Los plebeyos ricos se encontraron muy pronto
en una situacin semejante y disponan de un cre-

62
ciclo nmero de proletarii para colocarlos fuera
de la ciudad. En un comienzo la distribucin entre
unos y otros proletarios se haca totalmente en be
neficio de los patricios, que reciban las mejores
tierras y los lotes ms extensos.
La extensin que corresponda a un proletario
plebeyo estaba determinada por la decisin de la
Asamblea Centuriata. Este era un cuerpo consulti
vo de carcter militar, pero que tena algunas pre
rrogativas relacionadas con asuntos de la con
quista.
La Asamblea Centuriata naci en la Repblica
V su organizacin sigui la evolucin de los cuerpos
militares. Estos, segn uno de los censos ms anti
guos que se conocen, estaban distribuidos de la
siguiente manera: 18 centurias de jinetes constitui
das por personal de patricios y plebeyos en condi
ciones de poder pagar y mantener sus cabalgadu
ras. Las 18 centurias eran consideradas fuera de las
clases que estaban bajo las armas y slo se convo-
cabn en caso de peligro grave.
Los ciudadanos simplemente pudientes formaban
la primera clase constituida por ochenta centurias.
La segunda, tercera y cuarta clase estaban integra
das por veinte centurias cada una y pertenecan a
ellas los ciudadanos de condicin econmica inter
media. Una quinta clase perteneca a los ms po
bres habitantes de Roma y contaba con treinta
centurias.
Este tipo de organizacin pona en manos de los
ciudadanos ms ricos la mayora de los votos de
est asamblea. La eleccin se haca por centurias
y no por cabeza, de tal modo las 18 centurias de
caballera y las ochenta de la primera clase teian
ms votos que todas las otras juntas, aunque sus
centurias no tuvieran cien hombres cada una como
se poda suponer por el nombre.
La Asamblea Centuriata se reuna por convoca
cin expresa del cnsul y otra autoridad con impe-

63
ro. Lo haca de acuerdo con las exigencias de un
ceremonial militar y no cvico. Las facultades de
la Asamblea se extendan al orden legislativo y ju
dicial y llegaba hasta la designacin de los ma
gistrados ms importantes.
Este cuerpo democrtico nominalmente tena el
poder supremo, aunque la decisin estaba en manos
de los ciudadanos ms ricos e influyentes. Para evi
tar la garrulera que nace en todas las asambleas,
se observ en ella un carcter severamente castren
se y sus miembros no podan discutir las medidas
propuestas a su consideracin. Se las aceptaba o
rechazaba sin otro comentario.
No era un grupo deliberativo y deca s o no a
las proposiciones que le someta el cnsul o el pro
pio Senado, pero tal afirmacin o negacin tena
valor de ley o de veto. El Senado ratificaba lo re
sucito por a Asamblea. Esto daba a las decisiones
un itinerario complicado, lleno de cautelas aparen
temente ociosas, pero fundamentalmente tiles para
conservar el equilibrio de las fuerzas republicanas.
El pueblo decida as, en ltima instancia, sobre
las medidas que hacan a su inters pero no le
gislaba, ni aconsejaba, ni discuta. Esto evitaba la
actuacin desordenada de los agitadores que, de
otro modo, no hubiesen tardado en aparecer como
sucedi efectivamente al fin de la Repblica.
La evolucin de este cueqro no habla de una de
mocratizacin progresiva, pero s de un aumento
de poder de las clases medias. No se trat de cam
bios o variaciones ideolgicas, sino de la incorpora
cin de nuevas fuerzas al orden romano. Habra
que considerar si este aumento de poder no sucedi
a un traspaso de la riqueza de un medio social a
otro.
La extensin del imperio prohij negocios y com
binaciones financieras de todo ttulo y stos no be
neficiaron nicamente a la clase senatorial. Se hi
cieron nuevas fortunas y stas hicieron sentir muy

64
pronto su peso en la conduccin de los negocios
pblicos.
Los marxistas pueden hablar de la plebe como
si este estamento constituyese una clase social en
el sentido econmico del trmino, tal como lo exi
ge la jerga revolucionaria. Como hemos dicho en
ms de una ocasin, los plebeyos lucharon para
incorporarse al orden patricio y lo hicieron desde
sus agrupaciones familiares. En esta suerte de ca
rrera por ocupar posiciones ventajosas, hubo plebe-
vos que trataban de subir y otros que trataban de
frenarlos para evitar que al hacerse demasiado f
cil, el ascenso perdiera valor. La importancia de
las comunidades gentiles mantuvo siempre su pres
tigio y no fueron pocos los patricios que se hicie
ron adoptar por una familia plebeya para poder
hacer una exitosa carrera poltica.

TRIBUNADO

En el ao 493 a. de J. C. fue creada una nueva


magistratura que, en alguna medida, resucit pre
rrogativas reales y en otra apareci como un po
der nuevo. Esta potestad recibi el nombre de tri
bunado.
Tuvo su nacimiento en la Asamblea Centuriata,
que destac dos de sus miembros para que sirvieran
de contrapoder a los cnsules. Los tribunos asu
mieron los poderes negativos de la Asamblea y se
limitaron, en sus primeros momentos, a vetar las
decisiones de los cnsules o del Senado. Esto les
permita parar la mquina del gobierno. Prerroga
tiva peligrosa y que oblig a la Asamblea a rodear
la potestad tribunicia de todas aquellas garantas
que le permitieron vivir largos aos y evitar las
malas disposiciones de los perjudicados por sus
vetos. Se les dio un carcter sagrado como a los
antiguos monarcas. Su autoridad escriba Poli-
bio se impona al mismo Senado.

65
En la medida que Roma crezca y los nuevos ciu
dadanos se van incorporando a su derecho, el tri
bunado aumentar sus potestades. En la poca, de'
Cayo y Tiberio Graco lleg a ser una de las magis
traturas ms poderosas y estuvo por encima del
consulado. Los Gracos fueron unos de los primeros
en padecer en carne propia esta hipertrofia del tri
bunado. El porvenir estaba en l, no porque res
pondiera a las exigencias del progresismo revolu
cionario como parecen creer los historiadores de
izquierda, sino porque se coloc en la lnea, del
desarrollo del poder personal, que librar ms tar
de a Roma de la presin de los grupos financieros.
El tribunado surgi para proteger a los ciudada
nos que por sus precarias condiciones econmicas
no podan ser inscriptos en una categora privile
giada. Estos ciudadanos fueron la verdadera plebe
y acostumbran a reunirse con sus tribunos en una
asamblea que se llam Consilium Plebis.
Se impuso la necesidad de redactar un cdigo
que reuniera las leyes para la defensa de esos ciu
dadanos. El Senado destac una comisin de diez
patricios, decem viros, para que se encargara de
la faena. La comisin recopil una serie de mxi
mas jurdicas y las inscribi en doce tablas 1T abu
laran! libellus y que, segn la opinin de Tito
Livio, es la fuente del derecho pblico y privado
de Roma: Fons omnis publici privatique jpris.

OTRAS MAGISTRATURAS
<1 1 .
Las guerras obligaron a Roma a extender su do
minio. La dilatacin del territorio complic el cam
po de la accin militar, administrativa y civil. Hubo
necesidad de crear otras magistraturas para man
tener en pie el aparato estatal y hacer frente a, las
nuevas situaciones. Los magistrados designados fue
ron puestos bajo la potestad de los cnsules y les

66
fueron asignadas funciones muy bien determinadas
para evitar conflictos de jurisdicciones.
Los cnsules dejaron de ser llamados pretores.
Este ltimo ttulo se le dio a un magistrado que
haca las veces de comandante en el ejrcito y de
juez en tiempo de paz. Directamente subordinado
al pretor, aparece el cuestor a cargo de una tarea
complicada con los asuntos financieros y le suceden
los ediles a cuya cuenta corren las cuestiones edi-
licias, puentes y caminos. Los ediles fueron dos y
vendr el tiempo en que el ejercicio de esta fun
cin puede marcar para siempre el xito o el fra
caso de una carrera poltica. A su cargo corra la
direccin de los juegos y espectculos pblicos. La
largueza y liberalidad del edil haca mucho para
su futura promocin a un puesto ms alto en la
jerarqua de la potestad romana.
El aumento de la poblacin y la necesidad de
tener al da los padrones donde figuraban los ciu
dadanos libres, oblig a crear una magistratura es
pecial, la censura. El censor era el encargado de
forjar las listas de las clases y las centurias. Vigi
laba todo lo referente a la moral y las buenas cos
tumbres pblicas. Catn, llamado el Censor, fue
la encarnacin egregia de esta funcin.
La censura se convirti en una de las magistra
turas ms importantes de la Repblica. Como los
cnsules v los tribunos, los censores fueron en n
mero de dos y duraban cinco aos en su mandato.
Posteriormente, y como una consecuencia inevita
ble de esa importancia, se redujo su duracin a die
ciocho meses.
Era un poder peligroso y se deba tener sumo
cuidado en la eleccin del censor. El honor de to
dos los ciudadanos estaba sometido a su juicio y
no escapaba a su competencia ni la vida privada
de los romanos. El era el encargado de asegurar la
situacin jurdica de un miembro de la Repblica

67
f

y no deban ser pocas las tentaciones que acecha


ban a un funcionario de esta naturaleza.
El censor, tena, adems, bajo su frula, en el
orden administrativo, la distribucin del ager pu-
blicus. Cuestin muy delicada y que la Repblica
deba enfrentar para cuidar los intereses que se
debatan en tomo de las tierras. De la prudencia
con que se manejara este problema dependa el
porvenir romano y su influencia en los pases que
oasaban a depender de su imperio.
A propsito de esta cuestin, insistimos en una
observacin que hemos hecho con anterioridad: una
versin puramente econmica del hecho, aunque
puede parecer muy lgica y muy humana tratndo
se de bienes materiales, no sirve por s sola para
explicar el xito poltico de una empresa conquis
tadora. La codicia es una pasin muy extendida
y puede convertirse en causa eficiente de muchas
aventuras, pero la inteligencia con que se procede
en la organizacin de un imperio no se explica ni
camente por el deseo de poseer cosas. Hay algo
ms y esto corresponde a la sagacidad y el tino
poltico que se ponga en equilibrar los intereses y
armonizar la competencia de las ambiciones.
El poder inherente al censor era tremendo. El
Senado crey conveniente rodearlo de controles
para impedir un crecimiento excesivo. El primer re
caudo aparece con claridad en el carcter colegia
do de la censura porque distribua la responsabi
lidad entre dos colegas. Uno de ellos poda vetar
las medidas tomadas por el otro si as lo conside
raba prudente. Las decisiones tomadas de comn
acuerdo no duraban en sus efectos ms all del
perodo correspondiente a la censura. Concluido el
ejercicio del cargo, otro censor poda modificar
las resoluciones adoptadas por su antecesor.
En el ao 100 a. de J. C., mucho despus del
perodo que estoy considerando, la censura, como
consecuencia de las responsabilidades que pesaban

68
sobre ella, se convirti en la ms alta jerarqua a
que poda aspirar un romano.

LOS CAMBIOS EN LAS INSTITUCIONES

La imaginacin plstica de los griegos tena una


tendencia marcada a tipificar las realidades huma
nas y a convertirlas en versiones invariables de un
eidos particular. Este formalismo ha pasado tam
bin a la mentalidad contempornea, aunque en el
interior de un esquema ideolgico, saturado de
evolucionismo. Donde los griegos vieron la reali
zacin de un tipo, nosotros creemos percibir la pro
yeccin de un movimiento progresivo que comien
za en la monarqua y culmina en la democracia, co
mo si el curso inevitable de un gobierno fuera de
la soberana de uno solo a la participacin ison-
mica de todos. Este movimiento conoce el paso,
casi tan fatal como todo el proceso, de una situa
cin intermedia cumplida por la aparicin de las
oligarquas financieras.
Los esquemas histricos, pese a sus apariencias,
suelen ser profundamente falsos en tanto tratan de
encerrar una realidad viviente en las redes de su
prisin conceptual.
Cuando se trata de interpretar la historia romana
conviene poner especial atencin en dos circuns
tancias paralelas: las necesidades polticas que im
pone la conquista y las luchas por prevalecer que
libran los diversos grupos sociales que han hecho
a Roma. La batalla por el poder atenta contra la
unidad impuesta por la conquista. La contradic
cin tiende a encontrar su equilibrio en el fortale
cimiento de la organizacin estatal y el debilita
miento consecuente de los poderes intermedios.
Cualquiera sea el bando que triunfe, la conse
cuencia es siempre la misma. Se puede decir, ya
que la necesidad de esquematizar termina por im-

69
ponerse, que las exigencias de la conquista impuso
la creacin de una serie de medidas que, por su
ndole, tendan a la constitucin de un poder per
sonal unificador y ste, llevado por la fuerza de
su dialctica centralizada, se vio forzado a debi
litar las organizaciones familiares y gentilicias.
El proceso puede verse como un ascenso de la
plebe o como un debilitamiento del patriciado.
Desde el punto de mira de las autnticas conquis
tas humanas esto no significa gran cosa. Los po
bres y menesterosos aumentaban en Roma cada
da y esta situacin haca que se deba contar con
ellos para cualquier aventura poltica. Incluidos en
los cuadros familiares y defendidos por las organi
zaciones patriarcales, actuaron a la sombra de sus
jefes naturales. Cuando fueron multitud y dejaron
de pertenecer a las comunidades gentiles, entraron
en el ejrcito como soldados profesionales o forma
ron parte de las facciones qu seguan la suerte
poltica de un caudillo. Fueron ellos los que sos
tuvieron a Csar y respaldaron la aventura del
poder personal.
As como desaparecieron las comunidades inter
medias fagocitadas por el crecimiento de la orga
nizacin estatal, desaparecieron las magistraturas
que servan de contrapoderes y se sumaron a la
del magistrado nico que figurar, como era de
esperar, como tribuno de la plebe y el encargado
de defender los intereses de la muchedumbre.
Examinemos el proceso en sus races ms remo
tas y observemos el cambio que se produjo cuando
se hizo la distribucin del proletariado urbano sin
tomar en cuenta su pertenencia a los grupos fami
liares o gentiles. A partir del 304 a. de J. C. la cla
sificacin domiciliaria se hizo con criterio pura
mente territorial, y los habitantes, procedieran de
familias patricias o plebeyas, fijaron su domicilio
de acuerdo con una divisin geomtrica de la ciu
dad.

70
En esta nueva lnea se inscribe la organizacin
(le los comicios tribales con Consilium Plebis.
Suerte de asamblea multitudinaria e inorgnica que
vota per capita y no por centurias como suce
da con la antigua organizacin de tipo militar
que conocimos con el nombre de Asamblea Centu-
riata.
Se ha discutido mucho con respecto al origen y
a las prerrogativas de esta nueva asamblea. No
pensamos ser excesivamente lgicos cuando supo
nemos, en la excelente compaa de Len Homo,
que la Asamblea Tribal y el Consilium Plebis
fueron una sola cosa y reemplazaron a la Asamblea
Centuriata cuando se produjo la unin del prole
tariado patricio y plebeyo. En ese preciso momen
to se llam Asamblea Tribal y sus decisiones tu
vieron fuerza de ley para todos los estamentos.
Por ese tiempo la estructura del poder haba
cambiado pasando de los jefes de los grupos gen
tiles a los plutcratas. Estos ltimos fundaban sus
prerrogativas en la posesin de una gran fortuna
personal y no en el apoyo de las antiguas fuerzas
familiares de carcter rural. Esto no significa que
las comunidades gentiles hubieran desaparecido
totalmente. La clientela segua siendo una impor
tante realidad y las alianzas familiares funcionaban
como en sus buenos tiempos.
El paso de la Repblica Senatorial a una pluto
cracia mixta de patricios y plebeyos con fortuna
qued sellado con la Ley Hortensia, que no s por
qu sinrazn algunos historiadores consideran co
mo si fuera un triunfo del pueblo contra la autori
dad de los clanes. Sin duda fue un rudo golpe para
las antiguas organizaciones y, en apariencia, con
solid el poder de la Asamblea Tribal, en realidad
benefici a la oligarqua que a travs de esa asam
blea dispuso de una excelente arma para combatir
la influencia conservadora del Senado.

71
En ese preciso momento la constitucin republi
cana alcanza el punto de equilibrio que tanto ala
barn Polibio y Cicern y que consisti, funda
mentalmente, en una armnica dosificacin de los
intereses personales con el bien comn de la ciudad.
Si consideramos los rasgos jurdicos de esta cons
titucin se nos aparece como un orden legal fun
dado esencialmente en las costumbres y con ten
dencia a poner el estado ciudad bajo el control de
una oligarqua que no ha roto todava los vnculos
con las antiguas organizaciones gentiles. Las fuer
zas familiares dan al conjunto un cierto tono aris
tocrtico que no logra ocultar totalmente el temi
ble poder de las finanzas. Los grandes magistrados
de la Repblica tratan de restar valor a las deci
siones senatoriales y afianzar la presin de las cla
ses medias.
El carcter consuetudinario de la ley romana da
a la constitucin una gran aptitud para acomodar
sus cuadros jurdicos a las exigencias del momento
e imponer as modificaciones y cambios oportunos.
Al mismo tiempo la fidelidad a las costumbres im
pide que esa movilidad se convierta en revolucin
permanente. El romano nunca
valores de la tradicin ni dejo ce sostenerse en
ellos a pesar de su gran oportunismo poltico.
Cicern, que quiz soaba con imitar a sus maes
tros griegos cuando escribi sus reflexiones sobre
la Repblica, al fin se content, como buen roma
no, con hacer el elogio de la constitucin de su
patria. Porque sta, al revs de esas constituciones
que parecan haber salido armadas de la cabeza
de un solo legislador, naci del concurso de mu
chos ingenios y se consolid en el paso secular de
las generaciones.

72
LA ORGANIZACION D EL DOMINIO
HASTA LAS GUERRAS PUNICAS

Luego de la guerra con Pirro, Roma se convirti


en la potencia dominadora de la pennsula itlica
hasta el estrecho de Messina. Pocas ciudades en
la antigedad haban alcanzado tan vasto podero
sin renunciar a una constitucin pensada para el
mbito de un modesto municipio. Esta situacin
debi agudizar su ingenio y su inventiva para
crear las clusulas jurdicas que le permitieran do
minar ese enorme cuerpo poltico.
Las ciudades anexadas lo fueron segn diferen
tes condiciones impuestas en sendos tratados. En
todas ellas Roma se reserv un dominio militar y
financiero que oblig a las ciudades de Italia a
no declarar la guerra a ningn estado extranjero,
ni firmar convenios internacionales, ni acuar mo
neda. En cambio, un tratado, un convenio o una
guerra sostenida por Roma las obligaba a todas.
La moneda romana tuvo curso legal en toda Ita
lia 4.
Estas fueron las medidas ms generales, pero
en cada uno de los casos Roma obr de acuerdo
con la situacin y no segn un modelo vlido para
todos los casos. De esta manera cada una de las
ciudades que entr bajo su dominio en la confede
racin itlica goz un estatuto propio.
La necesidad de hallar algunos rasgos comunes a
estos diversos tratados nos obliga a proceder de
acuerdo con un orden que tome en cuenta las con
cesiones fundamentales hechas por Roma a sus
asociadas. La primera de estas concesiones es el
derecho de ciudadana. Muchas ciudades recibie
ron el pleno derecho a la ciudadana romana, ci-
vitas optime jure, como aquellas que pertenecie-

4 M o m m s e n , T .: Historia d e Roma, Buenos Aires, Joaqun


Gil, 1953, T 9 1, pg. 440.

73
ron al Lacio y a la Sabelia. Otras tuvieron un de
recho de ciudadana sin sufragio. Esto quera decir
que sus habitantes eran ciudadanos romanos y co
mo tales gozaban los privilegios inherentes a su
dignidad y deban cumplir con las obligaciones co
rrespondientes: formaban parte del ejrcito, eran
juzgados, si tenan que serlo, de acuerdo con los
usos legales romanos, pero no podan elegir autori
dades ni ser elegidos.
La ausencia de fuentes documentales para adqui
rir una informacin minuciosa de los diferentes re
gmenes a que estaban sometidas las ciudades com
ponentes del dominio, obliga a proceder con mucha
cautela. Roma no slo procedi de un modo espe
cial frente a cada ciudad, sino que tambin lo hizo
con respecto a los distintos grupos humanos que
componan la poblacin del territorio conquistado.
En general dio la ciudadana a los elementos ms
poderosos y progresistas para ligarlos a su suerte.
Estos nuevos ciudadanos eran asimilados por el
ejrcito y colocados en posiciones que tenan en
cuenta su valor y su dignidad para participar de las
glorias militares.
No domin sobre un mundo uniforme y homo
gneo espiritualmente igualado por una propagan
da de tipo ideolgico. La Italia de esa poca esta
ba constituida por poblaciones muy diferentes y
esto haca difcil la reduccin a un comn denomi
nador. Lamenta Piganiol la prdida de la docu
mentacin que hubiere permitido comprender esa
interesante originalidad. Lo nico que aparece
como ingrediente de uniformidad es el dinero. Su
aparicin acompaa el despertar de los intereses
mercantiles que junto con las influencias helensi-
cas complican, refinan y pervierten los espritus
y las instituciones 5.

5 P ig a n io l : Historia d e Roma, Buenos Aires, Eudeba,


1961, pg. 107.

74
III

LAS INSTITUCIONES
DE LA REPUBLICA
MI

LA REPUBLICA COMO REGIMEN


'.y
Examinamos algunas de las instituciones roma
nas en la medida en que la explicacin de los he
chos histricos as lo impona. Ahora considerare
mos la constitucin republicana en sus principales
rganos con especial atencin a sus funciones y a
los cambios que en ellas se operaron. Cicern haba
sealado que esa constitucin no fue la obra de un
genio solitario, sino la de muchas generaciones que
concurrieron con su laboriosidad y su patriotismo.
Este hecho le quitaba las asperezas de una impro
visacin y la consolidaba con la experiencia hist
rica de los siglos.
La palabra repblica es de origen latino y pue
de descomponerse, etimolgicamente, en res -
cosa y publica. Ambas palabras significan en una
ciudad el mbito de los intereses comunes como
opuesto a los privados. El paso de la monarqua
a la Repblica dado en 509 a. de J. C. signific
un cambio en el detentor de la soberana que tran
sit, al menos en teora, del monarca al pueblo
romano.
No obstante, el pueblo no ejerci por s mismo
y mediante su instalacin en asamblea permanente

75
las prerrogativas con que lo investa su nueva cons
titucin. Lo hizo a travs de tres rganos esen
ciales: Senado, magistraturas y asambleas. Cada
uno de las cuales tuvo su composicin particular y
sufri, a lo largo de la historia republicana, muchas
transformaciones, tanto en la constitucin como
en las funciones.
El primer cambio que se puede observar reside
en el carcter electivo de las magistraturas repu
blicanas y de la responsabilidad que tales funciones
imponan ante el pueblo reunido en asamblea. Si
se examina con alguna atencin, la modificacin no
fue tan grande como parece, porque si bien las
magistraturas monrquicas eran de mayor dura
cin, su responsabilidad ante el soberano, en este
caso el rey, no era menos. Es un prejuicio progre
sista suponer que una soberana que no puede
ejercerse o se ejerce dificientemente a travs de
una asamblea significa un adelanto notable con
respecto a la soberana personal.
Para evitar los inconvenientes de este precario
ejercicio del poder, la Repblica Romana estable
ci el consulado.

CONSULADO

Naci junto con la Repblica y tuvo por prop


sito hacer frente a las necesidades del gobierno con
un fuerte poder central. Los cnsules, en nmero
de dos, fueron elegidos entre los patricios y reem
plazaron al rey en sus funciones polticas por el
tiempo que duraba su mandato que era solamente
de un ao. En el comienzo de la nueva constitucin
se turnaban en el gobierno de la ciudad gobernan
do cada uno durante seis meses, pero cuando la
conquista complic los asuntos del Estado hubo un
cnsul militar y otro administrativo.
Cumplieron funciones ejecutivas, legislativas y

76
judiciales. En razn de estas ltimas fueron llama
rlos pretores, ttulo que equivala al de un juez.
La necesidad de separar el poder judicial de los
otros dos oblig a crear una pretura separada del
consulado.
El carcter anual del mandato consular tena
por propsito evitar la prolongacin del ejercicio
de un poder capaz de tentar la aventura del mo
narquismo. Por una razn semejante se estableci
la colegialidad, tratando de que uno y otro cnsul
se controlaran mutuamente.
La potestad de los cnsules tena otra limitacin
en la llamada provocatio ad populum o apelacin
que se haca ante la Asamblea Curiata cuando se
trataba de la aplicacin de una pena capital a un
ciudadano romano.
Terminado el perodo por el que haban sido
nombrados los cnsules deban dar cuenta de su
administracin ante el Senado y podan ser perse
guidos mediante accin criminal por no haber cum
plido con sus obligaciones.
El poder de los cnsules sufri en el transcurso
del tiempo serias limitaciones y durante un cierto
perodo, entre 445 y 367 a. de J. C., fue suprimido
en beneficio de la censura y el tribunado militar.
Su restablecimiento posterior no signific el retor
no a una situacin anterior ni a la integridad de
sus antiguas funciones. En cuanto a la anualidad
de su duracin fue tambin modificada por causa de
las guerras que impusieron, en muchas ocasiones,
la prrroga de los mandatos militares.

CUESTURA

Los cnsules acostumbraban elegir a dos perso


nas del estamento patricio para que los ayudaran
en la administracin de la hacienda pblica y en
algunos procesos judiciales de cierta importancia.

77
Estos auxiliares fuerou llamados cuestores. Cuando
aument la complejidad de los asuntos del Estado
aument su nmero y finalmente estos magistra
dos fueron elegidos directamente en los comicios
tribales.

DICTADURA

Fue una magistratura de carcter excepcional y


elegida directamente por los cnsules en caso de
un grave peligro pblico. Cuando el dictador asu
ma el cargo cesaban los otros poderes y l per
maneca en su puesto mientras durase el peligro
que haba causado su convocacin. Para prestarle
ayuda en su difcil tarea se encontraba a su lado
el magister equum o jefe de caballera.

ASAMBLEA CENTURIATA

Algo dijimos de su composicin cuando nos refe


rimos a los orgenes de la Repblica. La componan
todos los ciudadanos en condiciones de portar, las
armas y se reuna en el campo de Marte bajo la
presidencia de un cnsul. Las prerrogativas de es
te cuerpo cubran cuestiones legislativas y judicia
les. Existen datos muv precisos con respecto al
nmero de centurias que participaban en la Asam
blea y a los votos que cada clase de centuria tena..
La clasificacin se haca de acuerdo con las rentas
que posean los ciudadanos.
C aballeros (fuera de clase) con ms de cien mil
ases de renta: 18 centurias.
Primera clase: con ms de cien mil ases de renta
anual: 80 centurias.
Segunda clase: con ms de setenta y cinco mil
ases: 20 centurias.

78
Tercera clase: con ms de cincuenta mil ases de
renta: 20 centurias.
Cuarta clase: con ms de veinticinco mil ases de
renta: 20 centurias.
Quinta clase: con ms de once mil ases de renta:
30 centurias.
Fuera de estas categoras militares formaban los
llamados capitii censi, que eran convocados a
filas en caso de peligro muy grave para la ciudad.
La Asamblea slo poda ser convocada por un
magistrado que tuviera imperio: dictador, cnsul o
pretor. Se elega un da que los augurios dieran
por propicio y se la reuna en el campo de Marte
en formacin militar. All el funcionario que haba
pedido la realizacin del acto presentaba ante la
Asamblea la proposicin que quera poner bajo
consideracin rogatio que deba ser aceptada
o rechazada.
La interrogacin se haca por centurias comen
zando por las de los caballeros y concluyendo en
los ciudadanos de quinta clase. La consulta termi
naba cuando el asunto haba sido rechazado o acep
tado por mayora absoluta. De esta manera la cues
tin quedaba terminada si los caballeros y los ciu
dadanos de la primera clase se haban expedido en
completo acuerdo.
Las rogaciones presentadas a la asamblea podan
ser de tres tipos: elegir los grandes magistrados de
la Repblica; aprobar o vetar leyes que decidan
sobre la paz o la guerra; sentencias judiciales que
exigan la convocado ad populum.
La decisin de la Asamblea requera, con poste
rioridad, la auctoritas patruum o ratificacin por
parte del Senado. Sin esto sus resoluciones no
eran vlidas.
La Ley Hortensia, dictada en el ao 287 a. de
J. C., dio el ttulo de Asamblea a la reunin de las
tribus y fueron las resoluciones de este ltimo cuer-

79
po popular las que tuvieron fuerza de ley. De cual
quier modo la Asamblea Centuriata permaneci
como una institucin militar encargada siempre de
votar las leyes concernientes a la paz y a la guerra.
Su composicin fue ms democrtica.

TRIBUNADO

Los tribunos fueron magistrados pertenecientes


a la plebe.
Como los cnsules, existan en nmero de dos
y, en un principio, fueron directamente elegidos por
la Asamblea Centuriata y posteriormente por la de
las tribus.
Tenan potestad de vetar las resoluciones del Se
nado y de los cnsules y hasta tal punto que podan
detener con su sola voluntad todos los resortes del
gobierno. Poder extremadamente peligroso y que
oblig a tomar todas las precauciones posibles pa
ra preservar la vida de unos magistrados tan ex
puestos a la vindicta de los poderosos. Sus perso
nas fueron consideradas sagradas y tenan algunos
de los atributos de los antiguos reyes.
La jurisdiccin del tribuno estaba limitada a la
ciudad. Fuera de ella, los cnsules, y, en caso de
necesidad, los dictadores, asuman la plenitud del
poder pblico.
Slo la dictadura poda suspender la actuacin
del tribuno. Suceda tambin que la falta de unani
midad en las decisiones de ambos tribunos pro
vocaba una interseccin de funciones que vulnera
ba el ejercicio de la potestad tribunicia. Esta in
terferencia poda darse espontneamente o ser
provocada adrede por quienes tenan inters en
que sucediera tal cosa. Pese a estas limitaciones
fue un poder extraordinario y luego de conducir
el ascenso de la plebe, produjo el advenimiento del
poder personal en la figura del emperador.

80
Los proletarios de ambos estamentos, gracias a
la tesonera accin de los tribunos, fueron mejo
rando su situacin dentro y fuera del Estado. A
partir del ao 267 ambos magistrados tuvieron el
derecho de sentarse entre los senadores y un si
glo ms adelante, fue la primera magistratura de
la Repblica.
Para ese tiempo la divisin social de Roma no
responda ms al clsico modelo de patricios y
plebeyos. Era simplemente entre ricos y pobres.
Estos ltimos constituan una decidida mayora v
los tribunos se convirtieron en sus defensores le
gales dando unidad y coordinacin a sus movimien
tos polticos. Con Tiberio y Cayo Graco se advir
ti el enorme poder que alcanzaban los tribunos
cuando saban usar sus prerrogativas para adqui
rir popularidad y prestigio. El temor de que en el
tribunado poda incoarse la restauracin de la mo
narqua, llev a Sila, en el interregno de su reac
cin pro senatorial, a borrarlo de la constitucin
romana. Vuelto a la vida con Pompeyo culmin
en la gestin de Csar y Augusto.
Los tribunos de la plebe fueron asistidos en sus
funciones por ediles de procedencia tambin ple
beya y que, junto a las actividades tradicionales
del edilato, sustituyeron a los tribunos en cuestio
nes de menor cuanta.

CONSILIUM PLEBIS

Se conoce mal la constitucin de esta suerte de


asamblea plebeya y se sabe muy poco de su com
posicin, sus facultades y la modalidad de sus
elecciones. Como en general se confunde a los ple
beyos con aquella parte del pueblo romano que
estaba desposedo de propiedades y derechos, se
incurre fcilmente en error cuando se da de esta
asamblea una interpretacin de tipo revolucionario.

81
Sabemos que en este Consilium se elega a los
tribunos y a los ediles plebeyos. Probablemente la
votacin se haca per capita y las disposiciones
de tales plebiscitos no pasaban de la designacin
de esos funcionarios.

LAS DOCE TABLAS

Muy poco sabemos de la situacin de los plebe


yos con anterioridad al perodo clsico de la Re
pblica. Se supone que el advenimiento del nuevo
rgimen no les fue favorable y, en alguna medida,
les rest algunos privilegios que haban adquirido
durante el perodo de la reyeca etrusca.
Los derechos del patrieiado se relacionaban con
las tradiciones religiosas y fue en ese preciso te
rreno donde las familias plebeyas debieron luchar
con ms tenacidad para poder entrar en los cno
nes sagrados: matrimonio, testamento, adopciones.
Haca falta un cambio en la aplicacin de los mis
terios litrgicos para que las prerrogativas tradicio
nales se abrieran a estos extraos.
Terencio Harza, cuando fue tribuno de la plebe,
propuso, en el ao 451, nombrar una comisin de
diez miembros con el cargo de codificar las leyes
que fueron comunes a patricios y plebeyos y evitar
as el recurso a las costumbres, tan difciles de de
terminar en los casos litigiosos. Estos diez varones,
decem viros, luego de vencer la tenaz resis
tencia de los elementos ms conservadores, pro
pusieron un cdigo en diez tablas, al que sumaron
dos ms, luego que un levantamiento derroc a
uno de ellos, Apio Claudio, que tuvo la pretensin
de erigirse, contra los usos constitucionales, en una
suerte de dictador.

82
TRIBUNADO MILITAR

Decir que la Repblica evolucionaba fatalmente


hacia el Imperio no es una verdad histrica que
se imponga por la observacin de los hechos ni por
el estudio de las instituciones romanas. No obstan
te sucedi que la dominacin alcanzada por Roma
en tan vasto territorio prohij magistrados y hbi
tos de gobierno que con el correr del tiempo faci
litarn la opcin imperial.
Una de esas magistraturas fue el tribunado mili
tar. Fue un jefe que la Repblica pona a la ca
beza de mil hombres y que en sus comienzos es
tuvo directamente bajo las rdenes de los cn
sules.
Los tribunos militares crecieron en nmero en
la misma medida en que el ejrcito aumentaba la
cantidad de soldados incorporados a sus filas. E le
gidos directamente por la Asamblea Centuriata,
se atenda en especial a sus condiciones demostra
das en la guerra y no a su situacin de patricio o
de plebeyo.

SENADO

No se hubiere dicho nada de la Repblica sin


una prolija referencia a la composicin, carcter,
potestad y facultades de esta columna de la cons
titucin romana.
Existi en tiempo de los reyes y cumpla el pa
pel de un Consejo Consultor de la Corona. A par
tir de la declaracin de la Repblica, hecho que
produjo el propio Senado, se convirti en el rgano
principal del gobierno de Roma. De all salieron
las leyes, las magistraturas y los edictos que im
portaban a la vida administrativa del Estado. Las
finanzas de la Repblica estuvieron totalmente en

83
sus manos y quien entiende algo de gobierno, com
prender lo que esto significa.
Durante casi tres siglos, desde la fundacin de
la Repblica, sus miembros fueron trescientos y re
presentaban las comunidades gentiles ms impor
tantes del pas. Posteriormente su reclutamiento
qued librado al juicio de los cnsules y dictado
res, ms tarde al de los censores cuando estos ma
gistrados lograron su mayor podero. Exclusiva
mente patricios hasta el ao 400 a. de J.C., poste
riormente se incorporaron tambin los plebeyos.
El lugar donde los senadores se reunan para
sesionar se llam curia y estuvo ubicado frente
al foro de la ciudad. Para que este cuerpo de gran
des magistrados actuara, deba ser convocado por
un funcionario cum ius agendi cum patribus y
esto slo competa al dictador, los cnsules o pre
tores y posteriormente tambin a los tribunos.
Todo miembro de una magistratura con derecho
a la silla curul pasaba a formar parte del Senado.
Dionisio de Halicamaso asegur que el Senado lo
poda todo en materia de paz y de guerra y que
si bien no haca las leyes, era l quien las prepa
raba y las ratificaba promulgndolas.
Era dueo del tesoro y slo con su autorizacin
se poda extraer fondos para enfrentar un gasto
extraordinario de tal manera que no hubo en Roma
una accin poltica de importancia que no con
tara con su beneplcito.
Las sesiones eran presididas por el princeps se-
natus, dignidad que corresponda al ms antiguo
de sus miembros. Le seguan en orden jerrquico
los que haban ocupado el cargo de cnsules, pre
tores, ediles, tribunos y cuestores.
La sesin comenzaba luego de una consulta a
los dioses a la que suceda la apertura del debate
con una informacin general acerca de los asuntos
de mayor inters pblico y en especial el de aquel
que haba provocado la sesin.

84
Para votar favorablemente una resolucin bas
taba la aprobacin de la mitad de los senadores y
a veces menos. Cuando esa resolucin no sufra el
veto de algn funcionario autorizado para poder
hacerlo se converta en senado consulto.
Durante las luchas civiles en el siglo II a. de J. C.
el Senado fue el centro de la reaccin conservadora.
Abatido en parte por los Gracos y luego por la
reforma del ejrcito debida a Mario, se levant con
Sila y se mantuvo con Pompeyo, para caer nueva
mente bajo el tribunado casi imperial de Csar.
Augusto lo convitri en un instrumento de su po
der personal.
Para ese tiempo el Senado haba cambiado com
pletamente el carcter de su reclutamiento. Su n
mero pasaba los novecientos y haba entre ellos
muchos provincianos que deban a Csar todo
cuanto eran.

LA CONSTITUCION REPUBLICANA

Resulta faena difcil y hasta un poco engaosa


tratar de definir la viva fisonoma de la constitu
cin romana. Fue un sistema de usos y costum
bres no escritas, que, mediante un rgimen de tipo
aristocrtico, ejerci una soberana directa pero
con poderes distintos que se controlaban y limita
ban mutuamente.
Al carcter consuetudinario de sus leyes debi
Roma la continua movilidad de su constitucin y
su gran adaptabilidad a las circunstancias por las
que atraves su historia. El derecho positivo de
Roma fue un instrumento dctil, siempre al servicio
de su crecimiento poltico. Esto le hizo decir a
Ihering, en su Espritu del derecho romano, que
su derecho pblico fue un compuesto de historia
v de estadstica.

85
Pensada para una situacin poltica limitada a
un municipio creci con la expansin de la ciudad
y ampli, al mismo tiempo, los cuadros jurdicos
de todas sus instituciones. Esta aptitud para sa
car las leyes del marco limitado por la religin lo
cal, dio a Roma un lugar especial en el mbito de
la ciudad antigua y le permiti convertirse en la
capital de un sistema poltico nuevo.
Esta elstica adaptabilidad del derecho romano
sirvi para ligar la Urbe a los pueblos vencidos sin
destruir su dignidad ni reducirlos a simples sbdi
tos. Guglielmo Perrero en el prefacio de su Nuova
Storia di Roma asegura que esa historia puede re
sumirse en un gran esfuerzo para adaptar las ins
tituciones de una pequea ciudad aristocrtica a la
tarea casi sobrehumana de regir un gran imperio.
Ferrero, y casi todos los estudiosos que conside
raron la constitucin de Roma, sealaron su aristo-
cratismo. No obstante esa unanimidad, se nos pre
senta una pequea duda en el uso de ese trmino
para distinguir el rgimen romano. La aristocracia
se compadece con la existencia de un esfuerzo edu
cativo que tiende a formar en el aristcrata ciertos
hbitos de conducta que el romano no tuvo muy
en cuenta: distincin en el atuendo, elegancia en
tono de la conversacin, el ejercicio de aptitudes
ldicas en relacin con una gratuidad lujosa, etc.
A pesar de la ausencia de tales preocupaciones,
no se puede decir que la minora dirigente de Roma
haya sido una oligarqua tal como la descripta por
Aristteles en su tratado sobre la Poltica y mucho
menos una democracia.
Los autores de formacin liberal o decididamen
te revolucionaria observan en la evolucin de la
Repblica las seales de un progresivo democra
tismo que advierten, de modo particular, en el ad
venimiento del orden plebeyo al goce de los dere
chos que fueron otrora privilegio de los patricios.
En ms de una oportunidad marqu el carcter

86
familiar que tuvieron estas conquistas y significa
ron ms un ascenso de las comunidades plebeyas
que un descenso de las patricias. La democratiza
cin es un proceso de nivelacin por lo bajo, nun
ca por lo alto. Moral y materialmente hablando,
los plebeyos ganaban sus puestas cuando se hacan
dignos de la condicin de patricios.
El poder efectivo mantenido por las minoras se
haca sentir en las modalidades del sufragio: en
la Asamblea Centuriata los caballeros y la primera
clase de ciudadanos tenan ms votos que todas
las dems y en la Asamblea tribal fueron los pe
queos propietarios los que sumaban una notable
mayora de votos.
Conviene sealar, por ltimo, que no tuvo el
romano una distincin clara en el ejercicio de los
poderes. Las atribuciones ejecutivas, legislativas y
judiciales de los distintos magistrados tenan, pese
a la confusin, un cierto equilibrio y un efectivo
control mutuo en sus funciones. Esto es lo que ad
miraba Montesquieu cuando escribi en su Esprit
d es Lois que el gobierno de Roma fue admirable,

S ue desde su nacimiento, sea por el espritu del


lo, la fuerza del Senado o la autoridad de cier
tos magistrados, estuvo constituido de tal modo, que
todo abuso de poder pudo ser siempre corregido.

EVOLUCION D E LA CONSTITUCION
ROMANA

Sealado el carcter nico del papel desempe


ado por Roma en la configuracin del mundo
antiguo, conviene explicar, en la medida de lo po
sible, el espritu de esa actividad formadora.
Los etruscos dieron a los romanos una leccin
de grandeza que estos nidos pastores del Lacio
recogieron con cuidadosa exactitud. Cada una de

87
las ciudades etruscas reconoca la existencia de una
suerte de rey lukume, cuyas insignias, corona
de oro, toga, cetro y silla curul pregonaban su or
gen divino o por lo menos el de su auctoritas".
Con la cada de la monarqua etrusca el poder
pas al Concilium Patrum y stos trataron, por
todos los medios, de mantener la estructura admi
nistrativa y cultural impuesta por los etruscos. El
lukume fue reemplazado por dos funcionarios des
tacados por el Senado y se trat que la auctori
tas encarnada por ellos y la institucin senatorial
conservaran las insignias y los poderes de su origen
sagrado.
La poblacin qued dividida en dos grupos, no
tanto por la situacin econmica como por el es
tatuto religioso que cada uno de ellos posea. Quie
nes posean los vnculos tradicionales con los dio
ses del lugar gozaban de los derechos y privilegios
que esos lazos religiosos suponan. Tenan tambin
las obligaciones con respecto al gobierno y a la
defensa de la ciudad. Eran los padres de Roma v
su estamento constituy el patriciado.
Las cosas pudieron haber quedado en esa situa
cin si el espritu o el destino de la Urbe no hu
biera llevado a los Padres a requerir el concurso
de la plebe para apoyar su gestin. Esto signific
entrar en transacciones sociales con los recin llega
dos y concederles derechos que la religin reserva
ba para los miembros del populas. Acto indito
en la ciudad antigua y que abri, para el derecho
romano, la perspectiva de una jurisdiccin que rom
pa el fundamento tradicional del culto.
Otro aspecto de la historia romana poco tratado
por los historiadores es que el expansionismo ro
mano favoreci tambin a los pobres y encontr en
las clases menos pudientes una fervorosa participa
cin. Como escribe Mario Atilio Levi en su libro
L a lucha poltica en el mundo antiguo: La carac
terstica de la evolucin poltica romana consisti

88
en la gradual resolucin de las cuestiones polticas
que separaban el patriciado de la plebe, antes in
cluso de que se obtuviese un estado de completa
igualdad jurdica entre las dos comunidades. Anu
lando el problema que Ies tena separado en el de
recho pblico, es decir, sagrado, las dos comuni
dades seguan constituyendo dos capas de la mis
ma ciudadana, provistas de un diferente estado
jurdico y cvico. En efecto, no obstante en el nuevo
orden los plebeyos continuaron sin poder ser ele
gidos para las funciones pblicas y sin tener el
derecho de recproco conmercium et connubium
con el patriciado, para el que ya eran ciudadanos,
aunque seguan siendo, en algunos aspectos, extran
jeros 1.
Al cuerpo de las leyes escritas obtenido por la
plebe para el reconocimiento de su ciudadana se lo
llam Ley d e las d oce tablas. Era un primer esbo
zo de codificacin donde ya se advierte esa auto
noma jurdica que adquirir el derecho romano,
hasta que se convierta en la manifestacin del de
recho por antonomasia.
Al incorporarse a la ciudad con sus derechos y
obligaciones, especialmente aquellas de carcter
militar y poltico, el peso numrico de la plebe
se hizo sentir cada da con ms fuerza. No obs
tante, como lo hemos advertido en diferentes opor
tunidades, no signific una democratizacin de la
constitucin romana en el sentido ateniense. Escribe
Mario Atilio Levi que cuando se super la antigua
distincin entre patricios y plebeyos, que reflejaba
arcaicas formas de la organizacin del Estado, asu
mi la totalidad del poder una capa predominante
de la sociedad romana gracias a la riqueza y a la
posesin de los medios de trabajo: tierra y capitales.
Los nuevos notables, patricios plebeyos, al acceder

1 L e v i, M. A.: L a lucha poltica en el mundo antiguo,


Madrid, Revista de Occidente, 1967, pg. 213.

89
al Senado por el nacimiento o la carrera realizada,
tuvieron en esa asamblea el instrumento de su po
der 2.
El mismo autor explica el carcter sui generis
de la evolucin poltica e institucional de Roma
atribuyndola a sus orgenes mezclados. Cuando
los enemigos de la Loba expandieron la leyenda
del asilo de Rmulo se referan precisamente al
conglomerado cosmopolita que habitaba la ciudad
de las siete colinas al convertirse en refugio de
aquellos que escapaban de sus antiguos hogares
por distintos motivos, pero siempre por haber roto
los lazos que los ataban a la religin ancestral.
Se hace difcil una evolucin tan positiva del
derecho romano a partir de la situacin que haca
de su poblacin algo tan heterclito. Tendemos es
pontneamente a pensar que una capacidad tal
para la apertura se funda en una inteligencia prc
tica ms abierta y en un mejor entendimiento para
los valores de la cosa pblica. Una causa no impi
de el ejercicio de la otra obra y si existi entre los
romanos una actitud intelectual tan aguda para la
organizacin poltica, la mezcla y la heterogenei
dad de sus componentes la madur en la multipli
cidad de sus experiencias.
Levi suma a las razones del mltiple aporte ra
cial el hecho de que los dioses romanos no estaban
emparentados con los hroes vivientes entre los
hombres y por lo tanto no haba quienes descen
dieran directamente de ellos. Ms que antepasados,
fueron fuerzas divinas capaces de colaborar con cual
quiera que tuviera la virtud de la pietas. Por
esa razn el nacimiento no fue tan importante en
Roma, como en las ciudades donde la estirpe des
cendiente de un dios lo era todo. Recordamos la
tenaz oposicin que puso el pueblo de Atenas a su
jefe Pericles, cuando ste quiso hacer reconocer la

2 Ibid.

90
ciudadana del hijo que haba tenido con Aspasia
y .que era, en mucho mayor medida que sus leg
timos, el heredero de sus condiciones espirituales.
Pero Atenas, a pesar de su gran inteligencia y su
democratismo, fue una ciudad cerrada a todos los
que no descendan, por ambos progenitores, de los
padres de la estirpe.
La prctica romana, de la que se deriva la se
paracin del vnculo de ciudadana respecto al del
origen comn y tambin la separacin del concep
to de proteccin divina de un lazo directo entre
las divinidades y una concreta comunidad humana,
representaba en el mundo antiguo una inovacin
no menos revolucionaria que la afirmada por la fi
losofa y la poltica ateniense en el siglo V, cuando
se encontr en la razn humana la fuente de la le
gislacin y de la soberana, que hasta entonces slo
se haba visto en la voluntad divina 3.

DESARROLLO ESPIRITUAL

La mezcla de las poblaciones y sus respectivas


tradiciones religiosas puede haber influido para
que el derecho romano se independizase de su
tradicin y se convirtiera en el fundamento de
un orden jurdico autnomo. Pero aqu no se de
tuvo la evolucin espiritual de Roma y, aunque
en los otros aspectos de su crecimiento no fue
tan original, debemos admitir que, con la ayuda
de Grecia, supo conquistar un lugar algo ms
que decoroso en el terreno de las letras humanas.
Para que los romanos pudieran tener algo com
parable a Homero se precisaron muchos siglos y
un conocimiento cada da ms perfecto de la li
teratura helnica. Tenney Frank, en su libro lla
mado L ife and literatura in the Romn R epublic,

3 Ibid.

91
asegura que cuando los romanos alcanzaron el
estadio de su autoconciencia y sintieron la ne
cesidad de expresarse a s mismos, exista ya en
la literatura griega un alto nivel de desarrollo en
las formas de su expresin. Los romanos, que es
tuvieron siempre en contacto con ese mundo y
admiraban la cultura y la lengua de la Hlade,
supieron aprovechar esa ventajosa proximidad pa
ra acelerar su propia evolucin espiritual.
La influencia helnica parti, como era lgico
esperar, de la Magna Grecia. Es opinin de Pie-
rre Grimal que el acontecimiento determinante
fue la adhesin de Tarento, luego de las doloro
sas guerras sostenidas con Pirro.
Livio Andrnico es, quizs, el primer autor de
origen griego que dej un testimonio literario es
crito en la lengua del Lacio. Us el ritmo satur
niano que, segn los eruditos, se cultivaba en la
poesa oral de los pueblos itlicos. Estos trabajos
de Livio rompen con la tradicin de la poesa an
nima y aparecen segn Grimal revestidos de una
dignidad literaria hasta ese momento desconocida.
Con ellos, es la idea de una cultura intelec
tual la que penetra en la conciencia romana, y de
una ciencia puesta al servicio de la lengua y del
pensamiento que son, precisamente lo que ne
cesita la ciudad
Livio Andrnico haba nacido en Tarento y lle
g a Roma en el ao 272 cuando todava era un
nio y en calidad de esclavo. Para aumentar el
peso de su influencia se ha dicho que fue como
profesor del idioma griego que entr en la Urbe.
Est probado que esto no pasa de una buena in
tencin por parte de algn admirador de sus es
critos. Era esclavo y uno de los tantos de lengua
griega que entraron en Roma por esa poca y se4

4 G r im al, Pierre: L e sicle des Scipions, Pars, Aubier,


1953.

92
convirtieron, cuando tenan cierta cultura, en pe
dagogos, instructores o maestros de lengua.
Livio Andrnico hizo algunas traducciones de
las que no subsistieron ms que fragmentos. Eran
versiones de Homero, y Grimal se admira que
haya elegido un autor que todo romano culto
poda leer en su idioma original. Considera muy
probable que Livio Andrnico, al emprender esa
tarea, aparentemente obvia, buscaba un metro la
tino capaz de hacer frente a la versificacin de
una epopeya. Si eligi la Odisea en lugar de la
Ilada, habr que buscar la explicacin en el ca
rcter mediterrneo que tuvo este poema. Ade
ms, haca eco a la leyenda, muy expandida en
tre los romanos, de que Eneas, uno de los hroes
sobrevivientes de Troya, haba sido el antepasado
de los mellizos fundadores de la Urbe Condita.
Lo que subsiste del trabajo de Livio Andrnico
es poco y en general malo. Pero en los escasos
testimonios que pueden observarse se encuentra
la voluntad del autor de romanizar el panten
griego, dando a los dioses nombres latinos.
Esta traduccin nos dice Grimal lejos de ser
la tentativa pedante y sin porvenir de un maestro
de escuela, es un acontecimiento de enorme impor
tancia en la historia espiritual de Roma. No sig
nifica, como pretenden algunos autores, una inva
sin dominante del helenismo, sino una adaptacin
de la poesa griega a una disposicin ligstica
que la haba merecido. Se inscribe en una tradi
cin que la prepara y la explica 5.
No contento con introducir la epopeya de Ho
mero, salieron de sus manos juegos escnicos que
tuvieron la ocasin de ser representados en algu
nos teatros de Roma.
Muy poco sabemos del teatro helenstico y
cuando se trata de responder por la originalidad

5 C h im a l , Pierre: o. c., pg. 35.

93
de las piezas de Livio Andrnico, se tropieza con
el vaco ms absoluto con respecto a sus antece
dentes. Fueron de l? Fueron simples traduc
ciones de obras anteriores? No sabemos nada.
Si es cierto lo que deca Tito Livio con respecto
a los orgenes del teatro romano, ste habra na
cido de ciertos juegos propios de las pantomimas
etruscas, y su antigedad, segn el testimonio del
gran historiador poda remontarse hasta el 384
a. de J. C.
Esta fecha, por su antigedad, destruye la hip
tesis de un teatro romano totalmente influido por
el griego. Estas piezas se llamaron saturae y
habra que preguntarse, con Grimal, si influyeron
en las adaptaciones intentadas por Livio Andrnico.
Por el momento nos interesa destacar el desa
rrollo del latn escrito. No importa que sus mode
los hayan sido tomados, desde muy temprano, de la
literatura griega. El genio particular de la lengua, su
gusto por las sentencias, asom pronto, y esto prue
ba una vez ms el temple jurdico de sus cultores.
Cicern, en los ltimos aos de la Repblica,
haca el elogio de la elocuencia y consideraba a
Atenas la cuna de las artes oratorias, pero consi
deraba que en muchas cosas nuestros ingenios
llevan ventajas a los de las otras naciones no tanto
por el ornamento retrico de sus discursos cuanto
por la preocupacin del bien pblico que expusie
ron siempre con pocas y enrgicas palabras 6.
En esto consiste el arte del bien decir y bien
escribir: expresar con pocas palabras y muy bien
escogidas lo que pensamos acerca de cualquier
asunto, sin dar lugar a muchas confusiones. La re
trica romana fue siempre fiel a su fondo jurdico
y en esto no hizo ms que abrevar en el hontanar
profundo de la raza.1

11 C ic e r n , M. T.: Dilogos d el orador. (Hay ed icin ca s


te lla n a ).
IV

LAS GUERRAS PUNICAS

CARTAGO

Hija de la antigua Fenicia, recibi el sortilegio


Mediterrneo la influencia legendaria del ciclo tro-
yano y se inscribi, como una cualquiera de las
ciudades griegas, en la mitologa de los hroes
helnicos.
Detrs de la fachada mtica, tributo rendido a
la moda de la poca y tal vez a la necesidad pol
tica de reclamar una herencia cultural prestigiosa,
se ocultaba un fuerte poder financiero de claro
cuo fenicio. El nombre mismo de la ciudad, Kart
Hadach, significaba en lengua pnica la ciudad
nueva. Una suerte de Neapolis como aquella que
los griegos fundaron sobre el Tirreno.
Desgraciadamente para los futuros historiado
res, los romanos la redujeron a polvo y con tanto
entusiasmo que de ella no qued un testimonio
para dar cuenta de sus primeros pasos en el mun
do. En cambio conocemos su fin con un lujo ma
cabro de detalles. Este fin ejemplar y terrible
aleccionar siempre sobre dos aspectos dignos de
ser tomados en cuenta por el historiador: el ca
rcter artificioso de ese imperio exclusivamente
plutocrtico instalado en Numidia por una oli
garqua comercial proveniente de Tiro y Sidn,
y, en segundo lugar, lo que signific, en esa po
ca, un arreglo de cuentas a la romana.

95
Antes de penetrar con alguna atencin en los
detalles del arreglo a la romana, conviene decir
algo sobre el espritu del pueblo cartagins a tra
vs de los escasos testimonios que dej.
El dominio que tuvieron los fenicios sobre Nu-
midia recuerda un poco al que ejercieron los etrus-
cos sobre la Italia central. La diferencia entre uno
y otro radica, principalmente, en la mayor centra
lizacin poltica del podero cartagins. Los etrus-
cos dividieron ms sus fuerzas y junto a Roma
erigieron otras ciudades importantes que obede
can a su potestad. Cartago fue nica y cuando
cay, cay con ella todo el imperio pnico.
Heredera de Tiro y de Sidn, sostuvo el presti
gio comercial e industrial de aquellas grandes
ciudades. Como ellas tuvo un gusto intenso por
las aventuras martimas y la piratera costera, cul
tiv el arte de la prpura y supo unir el culto de
Afrodita con las preocupaciones financieras.
En un rubro de gustos ms caseros se dio con
ingenio a la agricultura y aprovech con talento
las posibilidades del suelo y el clima de Numidia.
Colabor con su intensa produccin agrcola la
mano de obra barata provista por los nativos del
lugar, y, como los cartagineses fueron excelentes
ingenieros, en el despliegue de una frondosa red
de regados, llenaron la regin de huertas y de
jardines donde abundaban los frutos de los pases
tributarios del Mediterrneo: hortalizas, olivos, ci-
tros y una abigarrada profusin de flores ornaban
sus colinas y suban por los mrmoles de sus pa
lacios hasta las azoteas.
Trabajaron los metales y para proveerse de la
materia prima necesaria para el desarrollo de la
industria metalrgica, explotaron con xito las le
janas minas de Espaa en cuyas costas fueron
fundadas algunas factoras.
Para mantener activo el trfico que exiga su co
mercio crearon una poderosa armada y se adue

96
aron de la mitad occidental del Mediterrneo
antes que los romanos pudieran llamarlo Mare
Nostrum.
Una ciudad tan perspicaz no poda mirar a Ita
lia con ojos indiferentes. Pronto descubri las po
sibilidades econmicas de la Pennsula y mantuvo
algunos encuentros armados con griegos y etrus-
cos. Unos y otros advirtieron la peligrosidad de
este enemigo que dominaba el mar y cuyas flotas
incansables rodeaban por todas partes los puertos
de Sicilia. Pirro, llamado por algunas ciudades
griegas de la isla, hizo todo lo que pudo para
alejar a los cartagineses pero le sucedi lo de
siempre: luego de haber ganado unas cuantas ba
tallas perdi finalmente la guerra, como si hubie
ra sido inventado a propsito para ilustrar su le
yenda.
Los navegantes cartagineses figuran entre los
ms audaces de la historia y es fama que sus ex
ploradores bordearon largamente las costas atln
ticas del Africa algunos siglos antes que los por
tugueses. Sus caravanas de camellos no quedaron
a la zaga de sus buques y atravesaban regularmen
te el desierto de Sahara para entrar en contacto con
los legendarios etopes.
A la amplitud de su comercio correspondi una
organizacin financiera adecuada. Conocieron el
papel moneda y supieron respaldar su valor con
el oro que guardaban en sus arcas. El dinero car
tagins logr dominar sin rivales la cuenca occi
dental del Mediterrneo.
Pueblos con menos experiencia comercial y to
dava brbaros en materia de tcnica financiera
no podan competir con ellos y para beneficiarse
con las ventajas de su organizacin entraron en
la esfera de sus intereses, va como tributarios o
como simples clientes o aliados.
Este imperio martimo no fue solamente un po
der financiero; su poderosa armada y su no menos

97
fuerte infantera de marina respaldaban con sus
armas la extensa red de sus intereses. Las ciuda
des tributarias pagaban religiosamente sus impues
tos bajo pena de incurrir en un castigo ejemplar si
se vislumbraba en ellas alguna veleidad libertaria.
Los dirigentes de esta empresa llevaron en Car-
tago una vida cuya magnificencia y esplendor
estaba muy lejos de la austera simplicidad que
tanto alab Catn el Censor en su homenaje al
temple romano. Posean palacios y edificios gigan
tescos, hasta de doce pisos de altura, rodeados de
jardines y con lujosas piletas de natacin donde
se doraban al sol los hijos de estos duros comer
ciantes.
En esas suntuosas residencias vivan estos hom
bres de cuerpos menudos, de rostros aquilinos,
morenos o pelirrojos, pero que manejaban con se
vera competencia sus empresas sin dejarse ablan
dar por las riquezas.
Poco sabemos de sus costumbres y no mucho
ms de su lengua, que perteneci al grupo de las
llamadas semticas, como el hebreo o el rabe.
Los dibujos de vasos y relieves nos los muestran
con sus largas barbas, pero sin bigotes, como para
hacer resaltar an ms los rasgos caprinos de sus
caras.
Fue una sociedad de ricos. Los pobres no slo
pertenecan a otro estamento, sino tambin a otra
raza o a los subproductos decadentes de la pro
pia estirpe, indignos, por falta de aptitud para
mantenerse en la esfera de los que dirigan el
negocio. El tipo humano que cultivaba el cartagins
no estuvo hecho para soportar la pobreza. Poda
aguantarla por momentos, como una imposicin
aciaga del destino, pero luchaba denodadamente
contra ella sin que jams la encontrara digna de
suscitar su admiracin, ni siquiera el reconocimien
to de su dignidad. El pobre que no haca nada
para hacerse rico no era una persona honorable ni

98
encontraba en la sociedad de Cartago una situa
cin decorosa.
Las mujeres, cuando no tenan otro capital que
su belleza, podan dedicarse a la prostitucin sin
desmedro de su respetabilidad. La fortuna ama
sada en ese comercio no era peor considerada que
otra. El dinero estaba bajo la proteccin de Afro
dita y consagraba la suerte de quien lo posea.
Aristteles compar Cartago con la repblica de
los lacedemonios en cuanto a la especializacin
exclusiva de su clase dirigentes: militar en los
espartanos, comercial en los pnicos. Ambos gru
pos humanos vivieron sobre la espalda de una po
blacin extraa a las leyes de la ciudad y esto les
permiti introducir en su gobierno, sin peligro
mayor, un elemento democrtico.
Como Esparta, tuvo una institucin semejante al
eforado, compuesta de ciento cuatro miembros
elegidos entre los personajes ms representativos
de la banca, la industria y el comercio, santa tri
loga cartaginesa y canon infalible para medir
cualidades.
Posey tambin, siempre al decir de Aristteles,
una magistratura anloga a la realeza que estuvo
asistida por un colegio de ancianos o Senado. El
rey tena carcter electivo y el consejo de ancia
nos, encallecido en la concertacin de negocios,
atenda ms las exigencias financieras de la em
presa estatal que a las tradiciones morales o reli
giosas. Los cartagineses creen opinaba el Esta-
girita que en la eleccin de los gobernantes de
be tenerse en cuenta no slo sus cualidades sino
tambin su riqueza. Es imposible que quien no
tiene muchos recursos pueda gobernar bien y ten
ga ocios para hacerlo 1.

1 A r i s t t e l e s : Poltica (Hay variadas ediciones castella


nas. Se recomienda la del Instituto de Estudios Polticos de
Madrid).

99
Es difcil saber lo que opinara Aristteles del
ocio entendido a la manera pnica. La palabra
tuvo, en la escuela de Atenas, un significado filo
sfico de una dignidad desconocida en Cartago.
Denotaba el tiempo que el hombre conceda a su
perfeccionamiento espiritual. El cartagins no co
noci esta inquietud, no tuvieron eso que los la
tinos llamaron otium cum dignitatis. Su vida
fue puro negocio tanto en la dimensin personal
como en aquella ms alta de la poltica. Arist
teles, despus de haber hablado de la necesidad
de poder vacar para gobernar, dice que la ley de
Cartago estim ms la riqueza que la virtud y
esto hace avarienta a toda la ciudad.
De eso se trataba: toda la ciudad era avarienta
y cuando alguien alcanzaba la riqueza era para
tener ms y no para dedicarse a los juegos olm
picos, a la filosofa o simplemente a la pederasta
pedaggica, que era el escaln ms vasto y con
currido de la vida ociosa griega.
El dinero hace al hombre. Si esta mxima, que
nunca ha sido del todo falsa, se aplica con rigor,
no se pueden evitar los inconvenientes provoca
dos por una valoracin tan mezquina de la vida.
Los cartagineses fueron lgicos y cuando una
parte de la poblacin senta envidia de los pode
rosos y esa envidia pona en peligro la concordia
civil, estos ltimos recurran al soborno y enri
quecan a todo probable caudillo de una rebelin
armada. La subversin fue tambin una manera
eficaz de hacer fortuna y convena desarmar las
testas populares sumndolas a la oligarqua.
El medio fue usado con xito para apagar fue
gos revolucionarios y muchas colonias cartagine
sas nacieron de algn conato de guerra civil y cre
cieron para mantener en alto el prestigio de la
riqueza pnica.
Con estas condiciones excepcionales para tener
una vida larga y prspera, los cartagineses pudie-

100
ron haberse mantenido algunos siglos ms en la
cartelera, si Dios no hubiera dado al pueblo roma
no las condiciones que le dio o si le hubiese con
cedido a Cartago todo el dinero que precisaba
para poder cumplir un plan oneroso de sobornos.
Desgraciadamente para los pnicos el dinero se
acab y mal puede uno amar las riquezas si al fi
nal tiene que repartirlas con todos aquellos que
las envidian sin tener condiciones para adquirirlas.
Los cartagineses supieron esto y para enfrentar
situaciones extremas tuvieron su ejrcito y su ar
mada. Cuando conocieron las intenciones y la
capacidad combativa de la Loba advirtieron que
haba que emplearse a fondo. Se trataba de una
nueva fuerza que todava no haba exprirnentado
el cansancio de la saciedad.
Hace unos aos Fayard edit en Francia el li
bro de Jean Paul Brisson Carthague ou Rome?,
en donde este historiador, en la perspectiva de una
visin progresista de la historia, trat de revivir
a la luz de los descubrimientos arqueolgicos y
de algunos nuevos testimonios, los famosos epi
sodios de las Guerras Pnicas. El autor quera que
en esta suerte de antigua guerra mundial, Cartago
fuera la potencia democrtica y Roma la encar
nacin del abominable imperialismo militar.
Pese a las pequeas o grandes trampas que se
esconden en el fondo de una opinin tan moderna
de la historia antigua, algo de esta tajante dico
toma se da en el combate de estos dos pueblos.
Efectivamente para Cartago la guerra haba si
do siempre un medio para alcanzar otros fines y
prefiri la accin diplomtica, que le permita
obtener los mismos resultados con mucho menos
gasto. Cuando una expedicin guerrera se impona,
contrataba mercenarios y bajo la direccin de un
jefe cartagins iniciaba las hostilidades o procu
raba contenerlas cuando ya el adversario haba
iniciado su ofensiva.

101
Simplemente sintetiza Jean Paul Brisson su
jerarqua de valores mantena la guerra en la me
dida de un medio al que se apela solamente cuan
do hace falta sin sentir la necesidad vital de su
ejercicio, jerarqua inversa a la de Roma para
quien la guerra era su razn de ser -.
Confirma su juicio sobre Roma aduciendo que
se trataba de una ciudad militar, tanto por su es
tructura social que distribua la ciudadana en
cinco clases segn el papel que cada una de ellas
desempeaba en r el hecho
de que ninguna hacerse si
no era al trmir prparacin
militar.
La guerra representaba para Roma un elemento
vital y la ciudad se hubiese sentido deshonrada
si hubiera confiado a mercenarios el cuidado de
su obra ms importante. No hacer la guerra era
para Roma condenarse al inmovilismo. Actitud
que los cartagineses no podan entender 23.
Las caractersticas del imperio martimo soste
nido por los cartagineses hablaban claramente de
sus propsitos. Eran puntos de dominio sobre las
costas separados entre s por grandes espacios de
agua que no ofrecan ninguna estabilidad ni se
dejaban cernir por ninguna frontera.

PRIMERA GUERRA PUNICA

La Italia romana terminaba en el estrecho de


Messina y ste no era lo bastante ancho como pa
ra detener el paso de los romanos. Al otro lado
de esta angosta franja de agua se extendan las
tierras feraces de Sicilia, cuyo destino interes
siempre a demasiada gente.

2 B r isso n , Jean Paul: Carthaguc ou Rome?, Pars, Fayard.


3 Ibid.

102
Sicilia era, en su casi totalidad, griega, y quiz
por eso desconoca tanto los beneficios como los
inconvenientes de una unidad poltica sobre el
fraccionamiento en ciudades. Estas estuvieron siem
pre divididas y para poder sostener una indepen
dencia amenazada saban ofrecer sus encantos, con
hbiles meneos diplomticos, a las potencias que
podan ayudarlas en los momentos de mayor
apremio.
Cartago haba puesto sus ojos en Messina, mien
tras vigilaba estrechamente a Siracusa, cuyas ve
leidades hegemnicas se haban hecho sentir aos
antes durante la tirana de Hieron. En esa clebre
oportunidad Messina haba solicitado la ayuda
pnica contra Siracusa. Una vez que la obtuvo y
fue salvada por los cartagineses, no tuvo ms re
medio que tolerar la permanencia de sus salvado
res, que se quedaron en la isla con el propsito
firme de no irse ms.
Esta presencia tan cercana y tan peligrosamente
fuerte alarm a los mamertinos y como Roma es
taba a un paso, con sus legiones siempre listas,
la llamaron en su auxilio.
El Senado romano no era un aparato que se
pona en movimiento por cualquier golpe de aire.
La invitacin de los mamertinos fue recibida con
gravedad y provoc sesudas reflexiones durante
un cierto tiempo. Si se les prestaba ayuda, haba
que disponerse a entrar en guerra con Cartago.
Esto significaba una lucha larga y muy problem
tica en cuanto al resultado; si no se atenda al pe
dido, la presencia de los pnicos en la punta de
la bota era algo poco tranquilizador y cuyo peli
gro aumentara con el tiempo.
I mego de discutir largamente el asunto y medir
sus consecuencias, el Senado acept la responsa
bilidad de la guerra, y las legiones romanas en
traron en movimiento. Se cruz el estrecho y se

103
hizo pie en tierra siciliana. Este fue el comienzo
de la primera Guerra Pnica.
Hieron de Siracusa vio el desembarco romano
y luego las legiones que entraban en combate jun
to a los mamertinos. Comprendi con claridad que
all se jugaba el destino entero de Sicilia. A pesar
de tener una inteligencia poltica de primer or
den, se ofusc y busc la alianza de los cartagi
neses. Unido a las fuerzas pnicas intervino en el
asalto a Messina, pero fue rechazado. El fracaso
le advirti sobre el error de su eleccin y, aban
donando a sus aliados, firm con Roma una paz
por separado.
Los romanos no hacan remilgos cuando entra
ban en juego sus intereses polticos: pactaron con
Siracusa y comprendieron el provecho que podan
sacar de una ciudad notoriamente experta en cues
tiones marinas, especialmente cuando se haba
entrado en guerra contra una talasoeracia del ta
mao de Cartago.
La guerra en Sicilia dur veinte aos, desde el
264 hasta el 241 a. de }. C. En esta larga con
frontacin de fuerzas y de ingenio los romanos
probaron sus grandes condiciones blicas tanto en
acciones de tierra como en el mar. En su cotejo
con la armada cartaginesa comprendieron el valor
de los ingenieros navales de Siracusa la patria
de Arqumedes. Gracias a ellos infligieron a los
pnicos algunas derrotas notables.
Los cartagineses quedaron sorprendidos cuando
fueron abordados por los barcos romanos, que
arrojaban sobre sus buques unas suertes de pon
tones a travs de los cuales la infantera llevaba
la lucha hasta los puentes de sus navios.
El encuentro naval decisivo fue en Marsala y
aunque el resultado de la batalla result incierto,
los cartagineses bajo las rdenes de un Amlcar
que no era el padre de Anbal sufrieron pr
didas irreparables. Obligados a pedir la paz, el

104
general romano Atilio Rgulo les impuso condi
ciones tan duras que los oblig a reanudar las
hostilidades y a pelear hasta el fin.
Felizmente para los pnicos, el ejrcito romano,
siempre conducido por Rgulo, sufri una tremen
da derrota ante la pericia estratgica del merce
nario espartano Xantipo, que los cartagineses ha
ban contratado para esa oportunidad. La batalla
fue cerca de Cartago, en Tnez, y del fuerte ejr
cito de Rgulo slo dos mil hombres pudieron
volver a Roma con la narracin del encuentro.
Fue un mal ao para la Loba y durante un largo
tiempo debi quedarse para lamer sus heridas.
La guerra se reanud en Sicilia, cuando los car
tagineses pusieron sitio a Palermo bajo la direc
cin del general pnico Asdrbal. Esta vez no los
acompa la suerte y ms de veinte mil cartagi
neses quedaron en el campo de batalla.
Fue en esta ocasin cuando apareci en las filas
cartaginesas el primero de los Barca que deba
inmortalizar el nombre de esta famosa familia:
Amlcar. Este capitn crey conveniente cambiar
la tctica seguida hasta ese momento en la lucha
contra Roma e inici una serie de operaciones
ofensivas sobre diversos lugares del litoral italia
no. Estos golpes de comando aumentaron las di
ficultades porque atravesaba la ciudad del Tber.
El Senado estaba aterrado y con las arcas del teso
ro casi exhaustas. Con todo, la guerra no poda
ser contenida y debi apelarse a los grandes re
cursos.
Los hombres ms ricos de Roma probaron una
vez ms que sus intereses estaban estrechamente
ligados a la causa de la Repblica y como sus
fortunas dependan de la buena conduccin de
los negocios pblicos, pusieron todo cuanto te
nan en equipar una nueva escuadra y designaron
para comandarla al cnsul Lutacio Catulo.
En el ao 241 Catulo infligi a la armada car-

105
taginesa una derrota definitiva que la expugn del
Mediterrneo como fuerza combativa. Cartago de
bi pagar a Roma un tributo de 3.200 talentos v
la posicin de Roma en Sicilia fue indiscutida.
La derrota conmovi profundamente a los car
tagineses y hubo en la ciudad una serie de levan
tamientos que hicieron todava ms grande el
desastre. Roma observ estas luchas civiles sin in
tervenir, pero luego se hizo pagar esa neutralidad
exigiendo la entrega de Crcega y Cerdea y mil
doscientos talentos ms para reponer su armada
y asegurar el dominio de la cuenca occidental del
Mediterrneo.

SEGUNDA GUERRA PUNICA: ANIBAL

Amlcar Barca fue el hombre del destino en


cuanto advirti que no se poda continuar la gue
rra en el mar. Roma vigilaba celosamente cual
quier movimiento de su adversario y a la primera
sospecha estaba dispuesta a caer sobre los carta
gineses con todo el peso de su poder.
En el ao 237 Amlcar emprendi por su cuenta
la reconquista de Espaa y se instal en ella para
armar un ejrcito que le permitiera un enfrenta
miento exitoso contra la Loba. Tena consigo a
sus cuatro leoncitos: su yerno Asdrbal y sus tres
hijos: Anbal, Asdrbal y Magn.
La conquista de Espaa escapa de la historia
de la repblica cartaginesa y, en gran medida, de
su espritu. Fue una hazaa particular de la casa
de los Barca. Los cartagineses estaban moralmen
te deshechos y no se atrevan a desafiar a Roma.
La decisin y la organizacin de la segunda Gue
rra Pnica fue privativa de Amlcar y sus inme
diatos sucesores. Estos haban jurado sobre el al
tar de Baal Haman, un demonio particularmente
sangriento, que destruiran a Roma.
Afianzada su situacin en Espaa, los Barca se

106
lanzaron a reclutar huestes para armar un pode
roso ejrcito. Estaban en esa faena cuando muri
Amlcar y lo sucedi en la obra su yerno Asdrii-
bal, que demostr, con los hechos, ser un digno
sucesor de su suegro.
Baal Harnan debe haber sentido una predilec
cin particular por el mayor de los Barca, Anbal.
Cuando en 221 a. de J. C. Asdrbal perece en una
reyerta que la historia no ha podido aclarar, An
bal es elegido como general por sus soldados pa
ra continuar la obra paterna.
Era el hijo mayor de Amlcar y probablemente
naci en el ao 246 a. de J. C. Acompa a su
padre a Espaa cuando apenas tena nueve aos
y a los veinticinco le sucedi en el mando. Se hizo
cargo de ese nuevo estado que Piganiol llam de
los brcidas y con un claro esquema estratgico
inici sus preparativos para llevar la guerra so
bre Roma.
El Senado romano estaba enterado del creci
miento y la peligrosidad de esa nueva fuerza y
trat de detenerla firmando un tratado con Anbal
en el que ste se comprometa a no pasar las fron
teras del ro Ebro.
Cuando se est al servicio de un demonio con
quistador como Baal Haman, los acuerdos son le
tra muerta y no era el mayor de los hijos de Aml
car quien se atara las manos por una promesa
impuesta por la necesidad.
En el ao 218 Anbal asedi la ciudad de Sa-
gunto, aliada de Roma, y dejndola rodeada por
un ejrcito a las rdenes de su hermano Asdr
bal, atraves rpidamente el Ebro y los Pirineos
con un ejrcito de cuarenta mil infantes, nueve
mil jinetes y una treintena de elefantes. Con estas
tropas, donde militaban beros y munidas, realiz
la famosa travesa de los Alpes y se descolg por
el norte de Italia para llevar a la Pennsula su
guerra contra Roma.

107
Todo esto puede decirse en un par de lneas,
pero su realizacin fue una de esas hazaas mili
tares que dejan en la historia una huella imborra
ble y hacen de sus conductores uno de los ms
gloriosos capitanes que se conocen.
El Senado romano, muy sorprendido pero no asus
tado, puso treinta mil infantes y catorce mil jine
tes bajo bandera y los coloc a las rdenes de P-
Comelio Scipio, quien, habiendo sido cnsul en
216, tom el mando de una expedicin contra Ja
Espaa pnica y trat de alcanzar a Anbal en el
valle del Rdano sin poder lograrlo. De retorno
a Italia, se puso al frente de este nuevo ejrcito
y fue derrotado en Tessino por el caudillo carta
gins. Herido en combate, en cuanto se restableci
parti nuevamente a Espaa, donde cumpli las
funciones de pro-cnsul entre los aos 217 y 211.
Muri en una emboscada.
La batalla de Tessino convirti a Anbal en due
o de la Galia Cisalpina y all reclut entre los
galos, siempre mal dispuestos contra Roma, sus
mejores soldados.
T. Sempronius Longus, colega de P. Comelio
Scipio, fue encargado por el Senado de preparar
una expedicin contra Cartago a partir de Sicilia,
pero en vista del desastre fue rpidamente convo
cado a asistir a su colega en la lucha contra An
bal. Se encontr con Scipio en Trebia, pero apura
do por demostrar sus condiciones militares atac
a Anbal sin esperar el apoyo del otro ejrcito.
Derrotado tambin por el general cartagins, desa
pareci de la escena poltica.
El camino a Roma estaba expedito, pero el ge
neral cartagins tuvo que retirarse a sus cuarteles
de invierno y esperar il grido dellacquila mar-
zia antes de iniciar la nueva ofensiva.
En la primavera del 217 dio Anbal la orden
de marcha. Polibio narra los sufrimientos de su
ejrcito en medio de los pantanos y teniendo que

108
\

enfrentar dos veces a los romanos en las llanuras


de Etruria. Su primer encuentro fue con C. Fla-
minius al borde del lago Trasimeno donde el cn
sul romano qued tendido en el campo de bata
lla junto con quince mil de sus soldados.
Roma estaba solamente a treinta kilmetros, pe
ro Anbal advirti que el estado de sus tropas no
le permita poner sitio a una ciudad protegida
entonces por un fuerte recinto amurallado. Se re
tir y mientras reaseguraba la situacin del ejr
cito trat de atraer a su causa a las ciudades de
Italia central. Esperaba un xito semejante al ob
tenido con los galos, pero su diplomacia fracas y
todas las ciudades permanecieron fieles a sus com
promisos con Roma 4.
Los romanos se dieron cuenta de que no podan
dar tregua a su enemigo si no queran perecer.
La conciencia de que no podan derrotar a Anbal
en un combate frontal, los llev a emplear otra
tctica. Se le hizo una guerra de desgaste con el
propsito de dejarlo poco a poco sin soldados. An
bal, que no logr reclutar tropas en Italia central,
s e retir hacia el sur y trat de provocar all un
levantamiento general contra Roma. Tiempo per
dido, el prestigio de la Loba permaneci firme
y el cartagins no pudo alcanzar su objetivo.
Roma intent enfrentarlo nuevamente y, con el
cnsul C. Terentius Varro a la cabeza de sus tro
pas, present batalla en Cannas, donde Anbal
volvi a triunfar, pero sin poder convertir la de
rrota romana en desastre. Vario junt a los fugi
tivos y rehzo las filas de su ejrcito.
La batalla de Cannas figura como una de las
obras maestras del arte militar. Nos ahorraremos
una descripcin, que ha hecho Polibio con mano
diestra, e indicaremos brevemente sus consecuen
cias polticas.
4 Polibio: III, 90 (Hay edicin castellana de su Historia
U niversal).

109
Muchos creen que Anbal perdi el tiempo al
no atacar directamente a Roma luego de Cannas.
Otros sostienen que igualmente a lo sucedido en
Trasimeno no qued en condiciones de comenzar
un sitio. Saba bien que los romanos se jugaran
enteros en la defensa de la ciudad y que antes
de llegar a sus murallas tendra que vencer varios
ataques en los que el vigor y el fanatismo romano
se emplearan a fondo para detenerlo. Esto pro
vocara un deterioro que sera imposible reponer
con prontitud y asegurar as la victoria. Crey ms
prudente esperar y observar si la derrota de Can
nas cambiaba la posicin de los pueblos aliados
a Roma. Mientras tanto pidi refuerzos a Carta-
go, pues necesitaba reponer hombres y materiales.
Roma, cercada por los soldados de Anbal, de
rrotada en Cannas, abandonada por una parte de
las ciudades aliadas que jugaron la carta del cau
dillo cartagins, pas una de las situaciones ms
difciles de su larga historia. La situacin se com
plic cuando Anbal obtuvo el apoyo de Macedo
nia v las falanges griegas comenzaron a invadir
Italia.
Reconozco que los cotejos que suelen hacerse
entre Roma y Cartago son bastante triviales cuan
do no puramente retricos, pero examinando la
situacin provocada por Anbal es difcil resistir
la tentacin y no correr el riesgo de una compa
racin. La guerra ha favorecido a Anbal. Este
tiene en su favor las batallas ganadas y el genio
militar que los romanos no poseen. La iniciativa
blica, el apoyo macednico y el de algunas ciu
dades de Italia son puestas que militan por An
bal. Por lo dems la lucha se dirime en tierra
romana y esto va siempre en perjuicio del dueo
del territorio.
Anbal no cuenta, sin embargo, con el respaldo
de su propia nacin. Esta ausencia se har sen
tir cada da con ms fuerza, y en tanto ese apoyo

110
se haga cada vez ms necesario. Roma, en cam
bio, posee muchos recursos y la fuente inagotable
de su tremenda energa patritica. Como no po
da derrotar a Anbal en un encuentro frontal,
aplic la misma tctica que le haba dado tan ex
celentes resultados al caudillo cartagins, y abri
contra los pnicos un frente en Espaa y otro en
Africa.

LOS ESCIPIONES

La familia Scipio tuvo la gloria de llevar a fe


liz trmino la segunda Guerra Pnica y terminar
con los triunfos de Anbal mediante una estrategia
hbil y al mismo tiempo encarnizada que toma
ron de su adversario.
Publio Cornelio Scipio Africanus fue quien
termin la conquista de la Espaa pnica y que
luego de abrir el frente de Africa bati a Anbal
en la batalla de Zama.
Con anterioridad, el padre de este Escipin que
llevaba idntico nombre, y su hermano Gneo,
haban retomado Sagunto y mantuvieron en el
territorio espaol el prestigio de las armas roma
nas gracias a una permanente vigilia guerrera.
En ella derrotaron, en sucesivos encuentros, a las
tropas cartaginesas apostadas all y cuya misin
era el reclutamiento de soldados para sostener el
ejrcito de Anbal.
Ambos Escipiones murieron en una embosca
da que tendieron los cartagineses por el ao 211
a. de J. C. El Senado romano los reemplaz por
C. Claudius ero, el vencedor de la batalla de
Metaura.
La carrera de Publio Cornelio Scipio Africanus
se inici a raz de la muerte de su padre y en el
preciso momento en que el Senado romano con
voc una asamblea para elegir un pro-cnsul que

111
se encargara de los asuntos espaoles. Como na
die se present como candidato al cumplimiento
de tan difcil misin, un joven de veinticinco aos,
hijo de uno de los generales muertos en la em
boscada, pidi el cargo para si. Era contra la
costumbre, porque el joven Scipio apenas haba
iniciado el curso de los honores y careca de la
experiencia suficiente para que el Senado le con
fiara un cargo de tanta importancia. La Asamblea
se hizo responsable de la designacin y Publio
Comelio Scipio Jnior parti para Espaa con
el grado de pro-cnsul y todos los poderes que le
permitieran emprender las acciones que conside
rara indispensables.
Scipio se apoder de Cartagena, base principal
de las operaciones brcidas, y de all inici con
bro una ofensiva total poniendo en prctica lo
que haba aprendido de su gran adversario. Dice
Polibio que antes de llegar al teatro de las ope
raciones estudi con gran cuidado la topografa
de los sitios que quera atacar, el rgimen de los
vientos, la amplitud de las mareas y todas las po
sibilidades que el terreno poda ofrecer a una
defensa 5.
A sus condiciones guerreras y a su buen cono
cimiento de la ciencia militar de la poca, uni
el encanto de su juventud, de su generosidad y
nobleza. Pronto se granje la adhesin entusiasta
de cuantos tuvieron la oportunidad de servir y
combatir bajo sus rdenes. Esto le facilit tambin
la difcil tarea de conquistar la simpata de los
espaoles, no siempre bien dispuestos para con
el dominador romano.
Un primer encuentro con Asdrbal en los cam
pos de Bailn qued un poco indeciso y las tropas
cartaginesas lograron salir del trance sin grandes
prdidas rehacindose rpidamente para volver al8

8 Ibid., III, 57.

112
ataque en tierras de Andaluca. En una segunda
batalla, Scipio los derrot por completo y tuvo en
sus manos el dominio de Espaa. El Senado roma
no lo convoc a la Urbe y Scipio fue recibido por
el pueblo con muestras de grandes esperanzas.
Contra la opinin de los senadores y de su por
tavoz, Fabio, Scipio sostuvo la tesis de atacar a
los cartagineses en Africa. Los viejos se resistieron
pero la Asamblea apoy el pedido y se le conce
di el mando de las tropas que enfrentaran a los
pnicos en Zama.
La gran batalla final contra Anbal se produjo
en el ao 204 y en ella se encontraron al fin los
dos ms grandes generales de la poca: Anbal
y Scipio. Parece que antes de dirimir el pleito
por la fuerza los dos jefes tuvieron una entre
vista, pero no se lleg a ningn acuerdo.
El combate comenz mal para los cartagineses,
porque Massinisa, jefe nmida y poseedor de una
intrpida caballera, se pas al campo romano con
todas sus huestes. La fuerte ayuda redobl la
audacia de Scipio y le facilit la realizacin de
una maniobra aprendida de Anbal y que consis
ta principalmente en algunos movimientos con
tropas montadas.
La victoria de Zama puso fin a la segunda
Guerra Pnica. Anbal y Scipio concertaron una
paz que si bien no salvaba a Cartago de las duras
condiciones de una franca derrota, garantizaba la
existencia de la ciudad.
La oligarqua cartiginesa perdi, en ese largo
cotejo blico, gran parte de sus antiguas vir
tudes, y el pueblo pnico, que nunca haba teni
do una clase dirigente noble, se vio de pronto
gobernado por un montn de plutcratas que en
vidiaban ms las excelencias de Anbal y le te
nan ms miedo que a los romanos. El Senado
cartagins entr en trato con el de Roma y acus
a Anbal de querer proseguir la guerra sin consi

113
derar sus intereses ni sus opiniones. El resultado
fue un canje miserable por el cual Cartago obte
na una precaria paz a cambio de la cabeza de su
gran caudillo.
Anbal no era hombre de entregar su vida sin
resistencia. Se refugi en Grecia, en donde se con
virti en una suerte de asesor militar del rey An-
tioco. Cuando los romanos derrotaron a Antioco,
Anbal busc refugio en Creta y luego en Bitinia.
Rodeado en todas partes por sus implacables ene
migos se dio muerte ingiriendo un fuerte veneno.
Dice la leyenda que antes de morir habra dicho:
Devolvamos la tranquilidad a los romanos, dado
que no tienen la paciencia de esperar la muerte
de un viejo como yo.

ESTADO ESPIRITUAL DE ROMA


DURANTE LAS GUERRAS PUNICAS

La descripcin de los principales sucesos que


jalonan las luchas entre cartagineses y romanos
dan una versin demasiado apolnea de los hechos.
Decisiones militares tomadas con clara inteligen
cia de los objetivos propuestos, una diplomacia
llevada a buen trmino con astucia y refinamien
to, medidas financieras y comerciales precisas y
perfectamente controladas, estrategia, tctica, es
pionaje, juego de rumores, etc., todo esto habla en
el claro medioda de un lenguaje racional y per
fectamente comprensible para todos.
Fue todo as? O detrs de esta fachada de
factura geomtrica se ocultaba un espritu ms
primitivo y movido por los oscuros daimones de
la religin antigua?
Grimal advierte, en su monografa sobre el tiem
po de los Escipiones, acerca de la existencia de

114
un fondo tenebroso de sacrificios y expiaciones
que hablan tnuy alto en torno de un montn de
fuerzas oscuras en franca contradiccin con el
cuadro de racionalidad militar que hemos des-
cripto.
Hasta las Guerras Pnicas la Repblica romana
se movi en un mbito cultural de intereses que
podemos llamar helensticos. Probablemente el cre
cimiento espiritual de Roma hubiere seguido esta
lnea de desarrollo si los acontecimientos suscita
dos por las Guerras Pnicas, especialmente por
la segunda, no hubiesen removido un fondo mu
cho ms antiguo sacando a la luz las misteriosas
energas de sus tradiciones seculares.
Roma percibi que el mundo griego haba sido
el espectador, a menudo malevolente, de su lucha.
Sus ejrcitos hollaron tierras griegas, sus diplom
ticos tomaron contacto con los reinos orientales y
concertaron alianzas y complicidades. Toda su po
ltica se levant al nivel del helenismo y la invadi
el sentimiento de su propia superioridad, especial
mente cuando pens que Anbal, formado en la
escuela de la estrategia griega, no pudo acabar
con la obstinacin de los pases latinos.. ." .
Este retorno sobre s misma la llev a buscar
en sus creencias ancestrales el vigor espiritual que
necesitaba para restaurar su seguridad y lograr
el triunfo sobre el enemigo. Ya con sacrificios
expiatorios de carcter brutal y arcaico, o bien
con el desarrollo de gneros poticos como el
teatro y la epopeya fenmenos que en apaen
cia son independientes los unos de los otros, y
aun contradictorios, pero todos tienden a probar
que Roma, bajo la presin del peligro extremo,
est en camino de tomar una nueva conciencia
de eso que ella es y de conquistar un lugar origi-6

6 G r im a l , Pierre: L e sicle d es Scipons, Aubier, Pars,


1953, pg. 57.

115
nal en la espiritualidad del mundo mediterrneo 7.
La derrota de Roma en la batalla de Cannas
fue motivo para un reencuentro sobrenatural con
los viejos misterios de la raza. Se busc la causa
religiosa del desastre y se trat de reconquistar la
benevolencia de los dioses ofendidos con un sa
crificio terrible. Dos vrgenes destinadas a con
servar el fuego sagrado de la ciudad haban co
metido el sacrilegio de abandonarse en los brazos
de un amor culpable. Una de ellas se suicid y
la otra fue sepultada viva en una cueva. Su se
ductor recibi de la mano del sumo pontfice una
paliza ritual que le cost la vida.
Para aplacar la irritacin de los dioses y pur
gar el crimen se recurri al sacrificio de seres
humanos. Un galo y una gala, un griego y una
griega, fueron ofrecidos a los daimones para que
su clera cayera sobre los pueblos a que pertene
can ambas parejas.
Paralelamente a estas medidas religiosas, de
probable procedencia etrusca, afirma Grimal que
se envi una embajada a Delfos para obtener del
viejo orculo helnico un consejo y una seguridad
de proteccin.
Roma no poda renunciar totalmente a esta
parte importante de sus tradiciones, aquellas que
haba contrado en su relacin tan positiva con
el helenismo 8.
Aade que esta vinculacin religiosa con Del
fos era tambin de origen etrusco, de manera que
el recurso al santuario debe tomarse como un sal
to atrs en la lnea de sus relaciones culturales
con Grecia.
La religin romana, adems de sus fuentes
etruscas, tena otras que se pierden en los orge
nes de los pueblos latinos. En el ao 217 se de-

7 G r im a l , Pierre: o. c., pg. 70.


8 G r im a l , Pierre: o. c., pg. 71.

116
clar una primavera santa, sacrificio cruento que
consista en el holocausto de todos los hijos varo
nes nacidos en ese ao. Para evitar el dolor de
ese antiguo rito, se lo reemplaz por el destierro
de todos esos nios cuando alcanzaran la edad
en que podan abandonar la ciudad. Ese mismo
ao el dictador Fabio erigi en el Capitolio un
altar al dios Mens, representacin divina de la in
teligencia, que tanta falta haca para poder com
batir la sagacidad de Anbal.
Los dioses eran convocados, como en los ciclos
troyanos, para engrosar las filas de los soldados
\ proteger con fuerzas sobrenaturales a aquellos
que merecan sus favores por la piedad demos
trada. Pero a la inversa de lo que suceda en Ho
mero, las fuerzas llamadas en avuda por los ro
manos pertenecan a un mundo religioso mucho
ms primario y antiguo que aqul de la aristocra
cia olmpica.
La faz nocturna de la Roma demonaca se re
vela en la crueldad de los sacrificios expiatorios.
Si existi en Roma una inclinacin manifiesta por
la serenidad apolnea del racionalismo griego, las
Guerras Pnicas, en el lapso de su duracin, la
hicieron abandonar como a una tentacin peli
grosa. Supona un espejismo paralizador ante los
griegos que armaban los brazos de los enemigos
de Roma.
As las ms graves innovaciones religiosas se
explican, en ltima instancia, no por el auge de
un cosmopolitismo imposible en esos aos de aco
so militar y moral ni por el aturdimiento de los
romanos. Roma estuvo lejos de abandonarse a la
desesperacin y perder la fe en su misin y en su
destino. Fue por el surgir de una conciencia ms
aguda de su personalidad nacional y racial. El mo
vimiento espiritual comenzado por la obra de Livio
Andrnico, el advenimiento de la conciencia itlica
en Roma se contina y se acenta. Solamente que

117
el cuadro se ampla y la patria latina tiende a
convertirse en nica beneficiaria .

LA TERCERA GUERRA PUNICA

La ltima etapa de la guerra contra Cartago no


se inici inmediatamente a la derrota de Zania. Es
probable que la astuta oligarqua cartaginesa haya
pensado que la entrega de su general a los roma
nos era algo absolutamente necesario para asegu
rar la paz al resto de la repblica.
La sociedad pnica haba cambiado mucho du
rante la guerra. Massinisa se haba convertido en
un rey y quera gobernar Numidia sin la proteccin
de Cartago. Proteccin que la derrota sufrida haca
bastante ilusoria. Roma segua los pasos de la ciu
dad fenicia sin bajar la guardia bajo ningn pre
texto.
Cartago restableci, en alguna medida, su co
mercio y, dentro del mutismo aconsejado por las
circunstancias, se reserv para el futuro una pers
pectiva mejor. No poda dejar de pensar que la
suerte de Roma, como sucedi con la suya propia,
conocera tambin un ocaso. Mientras tanto se li
mitaba a observar, desde sus azoteas, la lucha que
la Loba haba emprendido en Macedonia.
Roma lea estos pensamientos en los rostros poco
francos de estos insidiosos adversarios y trat, de
acuerdo con los medios a su alcance, de que los
cartagineses no prosperaran demasiado. La des
confianza y el temor creci a uno y otro lado del
Mediterrneo. Roma crey oportuno apoyar las
pretensiones de Massinisa y se declar partidaria
de un estado numida independiente y aun capaz,
si la historia lo ayudaba, de incorporar a Cartago
bajo su corona.

a G r im a l , Pierre: o. c., pg. 76-77.

118
Antes de terminar la segunda Guerra Pnica
los romanos debieron intervenir en Macedonia e
infligieron a la patria de Alejandro dos desas
tres navales de gran importancia poltica: Egina,
en 210, y Lemos, en 208. A estas operaciones su
cedieron sendas medidas sobre tierras griegas que
pudieran asegurar el xito. En 205 el rey de Ma
cedonia, Filipo, como el padre de Alejandro, con
cert una paz con la Urbe que permiti a sta
atender mejor sus asuntos pendientes con Cartago.
Cartago, en 151 a. de J. C., cansada de las
pretensiones cada da ms apremiantes de los nu-
rnidas, sin pedir la debida autorizacin a Roma,
se arm contra ellos y se aprest para el combate.
Los romanos acudieron con presteza en apoyo del
aliado munida e impusieron a los cartagineses con
diciones de paz tan duras y brutales que stos no
tuvieron ms remedio que luchar contra los ro
manos.
La ciudad se aprest para la defensa y se arm
como pudo para ofrecer una resistencia feroz que
contrastaba notablemente con los hbitos pacficos
y ms bien voluptuosos de sus habitantes. La du
reza romana fue la autora de ese milagro y Publio
Cornelio Scipio Emiliano debi someter la ciudad
a un sitio implacable antes de entrar en ella co
mo triunfador. Tres aos dur la agona de Car
tago V, finalmente vencida, lo que qued de su
poblacin fue vendida como esclava.
No es una de las pginas ms nobles de la his
toria de Roma, pero s aquella que habla con ms
elocuencia de su inclinacin implacable a arreglar
sus asuntos blicos de un modo definitivo.
Escipin Emiliano dej sus tropas para sa
quear libremente la ciudad entre los humeantes
escombros, luego procedi a la distribucin del
botn v envi el navio ms rpido de su flota
para avisar a Roma de la victoria. El viejo Catn
haba muerto sin ver la realizacin de su ms

119
ardiente deseo, pero su sombra debi temblar de
satisfaccin en ese mundo subterrneo donde to
dava deba animarlo su odio implacable. Roma
poda respirar tranquila, las vergonzosas derrotas
que le haba infligido Anbal estaban vengadas 10.

i B b is s o n , Jean Paul: o. e., pg. 372.

120
V

EL OCASO
DE LA REPUBLICA ROMANA

LAS PROVINCIAS

Polibio fue griego. Conviene tener presente es


te hecho cuando se convoca su testimonio en el
proceso histrico de Roma. La Loba fue para l
un estado ciudad y busc la explicacin de su
xito, antes que en cualquier otra parte, en la re
ciedumbre de su constitucin poltica. Como buen
discpulo de Aristteles alab la distribucin de
sus clases y el papel principal que le toc jugar
a los ciudadanos de mediana situacin. Fue un
orden jurdico que tenda al armnico equilibrio
de todas las fuerzas republicanas.
Cuando Polibio estuvo en Roma y permaneci
en esa ciudad como prisionero de guerra, la Rep
blica del Tber, aunque todava llena de recursos
y vitalidad, entraba en el interregno crtico de!
que el general historiador no pudo dar cuenta y
razn, si es que efectivamente percibi la peli-
grosa hondura de la situacin.
La ley, como norma que ajusta y regula las pa
siones de los hombres introduciendo en sus entre
cambios la gracia y el equilibrio, nace de una vi
sin apolnea del orden poltico. Los griegos no

121
haban renunciado a ella y aunque sacudidos por
todos los vientos de la violencia que entr en sus
naciones luego de la epopeya alejandrina, seguan
creyendo que la ciudad estado era el mbito ca
bal donde se poda desarrollar en su plenitud la
vida del hombre.
Los romanos nacieron con otra disposicin es
piritual y la ley signific para ellos, ms que una
regula mores, una concesin para adecuar sus
derechos, una garanta de su efectividad. Por esa
razn la ley vena siempre impuesta por los hechos
que ella tenda a hacer ingresar en el orden de
eso que podemos llamar, provisoriamente, la pax
romana.
La conquista de la cuenca del Mediterrneo
trajo consigo una serie de transformaciones pol
ticas y sociales que hicieron de la vieja constitu
cin republicana un instrumento inadecuado para
dar solucin a los problemas que diariamente pre
sentaba la realidad. Los romanos los fueron resol
viendo como pudieron y en la medida que debie
ron enfrentarlos, sin que nunca cayeran en la ten
tacin de preverlos en el esquema a priori de
ua regimentacin ideolgica.
Los conflictos sociales nacidos en el calor de la
conquista no tuvieron nunca la dureza dialctica
que le presta, muchas veces, la interpelacin mar-
xista. Individuales o colectivos, simples o comple
jos, fueron siempre tensiones de poder y de fuerza
que auspiciaron soluciones en las que se los re
conoca o rechazaba, sin pretender introducir en
el resultado ningn condimento de justicia ideal.
Sabemos que la quimera no fue el fuerte de los
romanos. Tuvieron confianza en la resolucin por
la espada, pero nunca creyeron que ese instrumento
pudiera ser la clave de un dominio verdadero. La
ley tena que venir a transformar la dura imposi
cin del hecho con una situacin conforme a las
exigencias de la vida en comn.

122
Cuando se trat de organizar el estatuto de las
provincias conquistadas, se analizaron las reales
condiciones en que la conquista haba sido hecha
y se tuvo en cuenta la ndole particular de la re
lacin que ese territorio tuvo con Roma. Muchos
de los nuevos estados vasallos pudieron ser incor
porados sin grandes inconvenientes. La confedera
cin romana los admita en calidad de sbditos so
metidos a la ley militar foedus aequum y para
esa ocasin se usaba designar un magistrado es
pecial, con una jerarqua dentro del ejrcito y do
tado de los instrumentos que hicieran falta para
el ejercicio de sus funciones.
Los mandatos militares extraordinarios y las pr
rrogas sucesivas de los mismos sern una exigencia
de gobierno impuesta por la extensin del dominio
y que al fin incidirn negativamente en la suerte
del rgimen republicano. Esas magistraturas, naci
das en las duras necesidades de la guerra, tenan
implcitos muchos elementos de gobierno personal
para que no suscitaran en los elegidos el deseo de
imponer en Roma los criterios que tan buen resul
tado daban en las provincias sometidas. La solucin
imperial es un hecho poltico que surgi de los te
rritorios conquistados y que se volc ms tarde so
bre la misma Urbe como una lgica gravitacin
de ese inmenso cuerpo.
La relacin de Roma con los pases dominados
tiene dos momentos. En una primera fase la ciudad
capital intenta, sin salir del marco republicano, dar
una solucin adecuada a sus extensas posesiones.
Los partidos polticos, de factura puramente eco
nmica, juegan en esa oportunidad el papel de fac
tores negativos. Trenzados en lucha sin cuartel
hacen imposible la solucin al problema. Sus inte
reses sectoriales convierten el gobierno de las pro
vincias en un saqueo permanente y en una lucha
feroz por ver quin roba ms. Las tentativas de
Tiberio y Cayo Graco, la de Livio Druso, como las

123
de Mario y Sila, ilustran con sus sangrientos epi
sodios el desarrollo de este primer momento.
La segunda fase se incoa en la primera y nace
de los instrumentos creados por Roma para soste
ner la organizacin imperial. Se puede decir, con
ms rigor, que es el Imperio mismo, en la persona
de sus hombres representativos quien impone a
Roma el rgimen que debe trocar el saqueo en un
gobierno.
Mario y Sila fueron hombres del Imperio y en
sus respectivas gestiones polticas intervinieron, ya
como jefes de facciones ciudadanas o bien como
generales a la cabeza de sus legiones profesionales.
No impusieron la monarqua porque no tuvieron
el genio para hacerlo o porque fueron impedidos
por sus compromisos partidarios. Puede ser tam
bin que Roma no haba sufrido lo suficiente, a
causa de las guerras civiles, para renunciar a sus
vicios constitucionales.
Antes de examinar la primera fase de este pro
ceso poltico, conviene decir algo ms acerca de las
formas de dominio que Roma adopt en sus pro
vincias. El empirismo prctico de los romanos fue
el mejor elemento de xito. Los pases que haban
estado bajo el dominio de Cartago pasaron al de
Roma sin que aparecieran cambios muy notables
en sus relaciones con ambos poderes. El goberna
dor de la ciudad y el ejrcito a sus rdenes fueron
romanos. Hubo tambin un pretor y un cuestor
encargados de cobrar los tributos que en parte
eran usados para mantener el aparato local de go
bierno y en parte pasaban a integrar el tesoro de
Roma.
Merced al cobro de este tributo la ciudad capi
tal sostuvo sus fuerzas armadas sin ceder a la cos
tumbre griega de hacerlo en nombre de una confe
deracin. Esto explica que la situacin jurdica de
los estados vasallos no fuera la de aliados, sino
la de sbditos.

124
Concepcin extraa a las ideas dominantes en
las ciudades greco-itlicas y adquirida, probable
mente, en las dinastas macednicas de Oriente,
escribe Rostovtzeff L
La explicacin de esta poltica, en la relacin
concreta con Espaa, naci por el hecho de haber
sido la pennsula ibrica una posesin particular de
los Barca. La cosa se complic cuando se trat de
imponer un estatuto a las ciudades de tradicin
helnica. Eran pueblos cultos, muchos de ellos au
tnomos y con un nivel de cultura que Roma ad
miraba.
Algunos de estos estados fueron sumados al do
minio romano en calidad de aliados, pero sin ma
rina ni ejrcito propios. Otros, todava mejor apre
ciados, fueron incorporados en la misma situacin
que las ciudades de Italia. Los hubo tambin el
caso de Siracusa que vieron reemplazada su tira
na local por un gobernante dependiente de Roma,
pero que hizo modificaciones en el rgimen legal
de la ciudad.
El resto de Sicilia fue ordenado de acuerdo con
la jurisprudencia asentada en Siracusa. De esta ma
era Roma mantena sus vasallos en una red de
potestades e intereses muy complicada y al mismo
tiempo muy dctil. Nunca sacrific la variedad
de las situaciones al gusto de la uniformidad im
puesta por el espritu racionalista.
Los romanos se encontraron en el mundo hel
nico luego de haber aceptado gran parte de sus
presupuestos intelectuales. Esto los hizo obrar con
discrecin y gobernar a esos pueblos sin aplastar
bajo el peso de una potestad extraa las costum
bres vernculas.
Roma respet siempre las tradiciones y hasta en
poca de mayor escepticismo tuvo con respecto a
las creencias de sus sbditos un cauteloso cuidado,1

1 Ro sto vtzeff, M.: R om e; Oxford University Press, 1960.

125
que expresaba al mismo tiempo estima de la fe
ajena y temor a los dioses, cualesquiera fuera su
procedencia.
Reconocan a la vida una clara primaca sobre
la obra exclusiva de la razn. No creyeron bueno
ni conveniente entrar a saco en los sentimientos
religiosos bajo el pretexto de que podan ser poco
razonables o simplemente oscuros y salvajes. Si a l
guna vez se metieron a censurar una prctica re
ligiosa, lo hicieron para defender otras aceptadas
por todos, o para evitar se pecara contra la vida,
el decoro o la salud mental. Su choque contra el
cristianismo se hizo en nombre de la tolerancia v
bajo la acusacin de su exclusivismo. El culto mo
notesta era de un Dios nico y los romanos no
podan admitir que se vaciaran sus altares en bene
ficio de ese solo Dios.
Los pueblos que constituyeron el Imperio Roma
no no estaban ligados a la ciudad capital de acuer-
jurdico simple. Exista una
alianzas, vasallajes, asocia
ciones y subordinaciones que solamente la mente
prctica, al mismo tiempo sutil y memoriosa del
romano, poda comprender y reconocer en sus mil
detalles.
Cuando termin la tercera Guerra Pnica, Carta-
go fue tambin anexada a la Repblica Romana y
se convirti en la ciudad cabeza de la provincia
de Africa. Las situaciones claras y distintas forman
parte del lado soleado de las relaciones de Roma
con los pueblos vencidos. Existe tambin un costado
oscuro, sombro, y ste fue acentundose en la
medida que el poder y las tentaciones alimentadas
por las riquezas a disposicin de los magistrados
fueron corrompiendo cada vez ms la moral de los
hombres pblicos. Catn ha sido siempre un ejem
plo demasiado chilln para que no sospechemos
que se consideraba a s mismo como una suerte de
milagro moral. Sus conatos reaccionarios y la insta-

126
lacin a gritos de sus pregonadas virtudes hace
pensar que se trataba de un artculo de lujo, de
una excepcin y no de un caso habitual.
El gobierno de las provincias, en especial de
aquellas que pertenecan al pueblo romano prae-
dio populi romani, era una funcin extraordina
riamente lucrativa. Los funcionarios encargados
de su administracin hallaron en sus tareas la ma
nera ms cmoda de hacer fortuna y como la po
breza, ms que una prueba de santidad, era con
siderada un oprobio, no tenan ningn escrpulo
en volver llenos de oro, aunque hubiesen partido
sin un cobre. Las provincias griegas, que tenan
una larga veterana administrativa, se protegieron
mejor de estos abusos. Apelaban con frecuencia an
te el Senado romano y armaban tal escndalo que
sus quejas fueron muchas veces odas, especialmen
te si coincidan con los agravios polticos que el
Senado poda tener contra esos gobernadores.
En las provincias alejadas, y con poca aptitud
para las querellas litigiosas, las reclamaciones se
perdan en las sordas orejas de los administrado
res y nunca llegaban a donde podan ser recogidas
con fruto. Conviene recordar estas circunstancias
para comprender mejor los sucesos que llevaron
la Repblica a su ocaso.

LOS GRACOS Y LA SOLUCION AGRARIA

Ferrero atribuye los primeros triunfos de Roma


a un factor esencialmente moral: la austeridad de
la clase dirigente. La explicacin, si se mira todo
el curso de la historia romana, es un poco corta.
Sin merma para su prestigio y sin ningn aban
dono en la va ancha de los triunfos, Roma, despus
de las Guerras Pnicas v la conquista de Macedo-
nia, form una mucho ms culta
que el viejo patriciado semirrural y, por supuesto,

127
mucho meaos severa en todo cuanto respecta a las
costumbres, sin ser, por ello, menos agresiva y
dicaz.
Se lia dicho que Grecia conquistada conquist
a sus orgullosos conquistadores y les impuso un
modo de vida y un gusto por los refinamientos que
estaba muy lejos de la sencillez tan vigorosamente
propagada por el viejo Catn el Censor.
I primi trenta anni del secolo secondo avanti
Cristo escribe Guglielmo Ferrer furono per
lItalia una di quelle et felici, in qui anche qui co
mincia con poco capitale pu far fortuna, perch
il tenor di vita, i desideri, lindustria, il comercio,
le idee, laudacia, tutto insomma ingrandisce rapi
damente e insieme
Los males correspondientes a esta situacin no
tardarn en nacer. No haba terminado el siglo
II a. de J. C. cuando los desmanes de la nueva
oligarqua, su codicia desatada y su sentido pura
mente crematstico de la conquista produjeron su
inexorable consecuencia: la pauperizacin de los
ciudadanos comunes, el abandono de los predios
solariegos, la imposibilidad de competir con las
explotaciones agrcolas en gran escala que se hacan
con esclavos y sobre las tierras pblicas.
El problema preocup a los romanos: Cmo se
poda obrar para que esta situacin no destruyera
la Repblica? La medida aparentemente ms sen
sata era el restablecimiento de la clase media agr
cola. Una mirada retrospectiva a las pasadas glo
rias bastaba para atribuir a este estamento todas las
virtudes heroicas y los bienes merecidos por la
ciudad.
Puestos ante el signo manifiesto de la decaden
cia, los ojos se volvan por s solos al pasado y
buscaban solucin en las lecciones de la historia.2

2 F e b r e r o , Guglielmo: Grandezza e decaden za di Roma,


Fratelli Treves, Milano, 1907, t. I (Hay traduccin castella
na, prcticamente inhallable en libreras).

128
Expediente fcil, ilusorio e ingenuo. Los hermanos
Tiberio y Cayo Graco fueron los encargados de
proponerlo a la consideracin del pueblo y de la
clase senatorial. Como promotores fueron tambin
los primeros en recoger la amarga cosecha de esta
falsa solucin.
Bloch deca que si toda la aristocracia hubiera
pensado de la misma manera que los Gracos y no
se hubiere arredrado ante los necesarios sacrificios,
la duracin y vitalidad de la Repblica aristocrtica
habra podido prolongarse por algunos siglos ms.
No obstante, aada a continuacin, volviendo
por los fueros de su esquema marxista, que ese
idealismo solamente se puede encontrar en algunos
individuos. La clase no puede renunciar nunca a
sus intereses y privilegios.
Esta entelequia sociolgica que se llama la clase
asume la responsabilidad de haber desodo la voz
de sus mejores representantes. La profeca de Bloch
tiene el encanto de una admonicin llena de nos
talgia, lo que la hace tambin un poco innecesaria.
Nunca sobremos lo que pudiera haber sucedido de
tener xito la tentativa de los Gracos. Tal vez no
se pueda decir con absoluta certeza que era un
plan descabellado, pero existe la seguridad de (que
muchos factores reales se oponan a su realizacin
y la famosa solucin agraria tena la desgracia de
no ser francamente aceptada ni por sus posibles
beneficiarios, sin hablar, por supuesto, de quienes
la distribucin del ager publieus lastimaba en
sus intereses.
Para los primeros se trata de volver a la gleba,
a la mansera y a la pala. No solamente de gozar
de una propiedad trabajada por otros, sino de la
brar uno mismo la heredad. Esta perspeciva buc
lica no entusiasmaba demasiado a los hombres q u e
se haban acostumbrado a vivir en la ciudad.
Pese a todos mis esfuerzos por hallar en Tiberio
Graco algunos rasgos de inteligencia poltica, no

129
logro alejar de mi mente la imagen de un medio*
crn solemne e infatuado con sus recetas de mo-
ralina agrcola. Sin duda saba hablar bien y, corno-
manejaba con facilidad los temas que agradan a
la gente del pueblo, fue escuchado con pasin.
Los animales feroces deca tienen su guari
da, su lecho, su escondrijo, en cambio los ciudada
nos que combaten y mueren por Roma nada poseen
a no ser el aire y la luz del sol. Se los ve vagando,
sin casa ni hogar, con sus mujeres y sus hijos
Cuando nuestros generales en el fragor de la ba
talla exhortan a los soldados a defender los tem
plos y las tumbas familiares contra el enemigo, no-
se preguntan si queda alguno de esos romanos due
os todava del altar sagrado donde reposan sus
mayores. Estos as llamados dueos del mundo no
son dueos ni de una mota de tierra donde pue
dan ser enterrados y honrados por los suyos. Com
baten y mueren por el lujo y la riqueza ajena.
El plan de reforma agraria propuesto por Tiberio
Graco fue concebido con anterioridad por Cayo
Lelio, quien, en 140 a. de J. C., lo haba presentado
ante el Senado para que fuese considerado por los
padres de la ciudad. El proyecto no pas de all,
hasta que en 134 a Tiberio se le ocurri la idea de
hacerlo votar directamente por la asamblea del
pueblo sin pasar vista al Senado. Era, como escribe
Adcock, un reto a las costumbres. La situacin
empeor cuando el otro tribuno, en ejercicio de
sus funciones, Octavio, vet la proposicin de T i
berio.
El mayor de los Gracos careca de esa pruden
cia que asegura una larga vida y, como tal vez
amaba ms la fama que la existencia, invoc al
pueblo contra su colega de tribunado y lo hizo
deponer por el voto de la plebe 3.

3 Aucock , F. E .: Las ideas y la poltica de Roma, I.E.P.,.


Caracas, 1960.

130
Era un nuevo desafo a la costumbre, adems al
Senado, a la constitucin y al simple buen sentido.
Todos cuantos conservaban un adarme de cordura
poltica lo abandonaron y se encontr solo en lucha
contra la oligarqua cogobernante.
Durante el tiempo de duracin de su mandato
tribunicio estuvo amparado por el carcter sagra
do de su magistratura. Cuando venci su tiempo
trat de hacerse reelegir, pero fue derrotado por
sus opositores y qued as, sin defensa, frente a
los puales del enemigo.
Adcock hace suya la opinin de Last, quien
atribuye a los constitucionalistas haber impedido la
reeleccin de Tiberio y haberlo librado as a un
injusto crimen. Con la muerte de Tiberio se inau
gur en Roma la costumbre nefanda de eliminar
por el asesinato a los opositores ms notables.
La ley agraria no fue derogada, pero su vigencia
se limit a resultados muy pobres por la oposicin
que hall entre los explotadores del ager publi-
cus y el poco entusiasmo que tuvo el proletariado
urbano para reclamar la posesin de sus predios.
Diez aos despus de la muerte de Tiberio, en
el ao 124 a. de J. C., fue elegido tribuno de la
plebe su hermano Cayo Graco. Heredero de las
inquietudes de su mavoral resucit el expediente
que haba sido archivado y en parte por vengar la
muerte de Tiberio y rescatar su memoria del ol
vido y en no pequea parte por satisfacer sus pro
pias convicciones, inici una ruidosa campaa para
que la ley sobre el ager publicus renaciera de
sus cenizas. Ms hbil que Tiberio, tom una serie
de medidas polticas para respaldar sus propsitos.
En primer lugar trat de contrapesar la influen
cia del Senado captndose el apoyo de la clase de
los caballeros equites mediante unas concesio
nes oportunas establecidas en una ley que llam
judiciaria. Esta medida legal creaba en beneficio
de la clase equestre el monopolio de los tribu

131
nales que entendan todo lo concerniente a los de
litos cometidos en provincia. Esto significaba poner
en inanos de los financieros y capitalistas ms re
cientes una poderosa palanca de poder que hasta ese
momento manejaba la antigua oligarqua senatorial.
No conforme con otorgarles este privilegio, Cayo
les hizo conceder las adjudicaciones por cobros de
impuestos. Regalo magnfico opina Len Homo
que el segundo de los Gracos ofreca a los caba
lleros para sumarlos a su causa.
Ambas leyes fueron reforzadas con otras dos que
tendan a asegurarle el apoyo de una clientela
ms amplia y popular: la ley frumentaria y la co
lonial. Una quinta ley conceda la ciudadana ro
mana a todos los habitantes de Italia.
Cayo crey tener a sus enemigos en las manos,
pero el orden senatorial no dorma. Su larga expe
rienda poltica le permiti comprender que la
mejor medida para combatir el prestigio del joven
tribuno era entrar con l en una competencia dema
ggica. Comision a otro tribuno del pueblo, Livio
Druso, para que aumentara el tenor de los ofrec
mientos hechos por Cayo al pueblo sin miedo a las
exageraciones. El pueblo trag el anzuelo y la popu
laridad de ( 'ayo fue reemplazada por la de Druso.
La faccin oligrquica no se content con esta
derrota impuesta a Cayo y busc por todos los
medios la ocasin para librarse de l. Acusado de
haber instigado la muerte de los lictores de Opimio
fue perseguido y asesinado.
Como su hermano Tiberio, caa vctima de las
ideas polticas que haba defendido y de los pro
cedimientos revolucionarios que haba empleado
para asegurar su xito. La ley agraria, herida en
su persona, pero esta vez de muerte, no tard en
seguirlo a la tumba 4.

4 H o m o , Len: Nueva historia d e R om a; Iberia, Barcelo


na, 1949, pg. 152/3.

132
MARIO Y EL MOVIMIENTO DEMOCRATICO

Mario encarn la nueva clase que entr en lucha


contra la aristocracia senatorial y fund el movi
miento que llevara a Roma hasta la solucin mo
nrquica de Csar y Augusto.
De origen oscuro, se desconoca su apellido gen
tilicio, no tuvo otra instruccin que aquella recibi
da en el ejercicio de las armas. Ignoraba el griego,
pero lejos de sentirse disminuido ante quienes lo
saban, tuvo para con ellos un jocoso desdn. No
entendi nunca por qu razn un buen romano per
da el tiempo aprendiendo el idioma de sus es
clavos.
Designado legado en la guerra que llev el ge
neral Metelo contra Yugurta, Mario conquist una
popularidad poco comn e inici desde las filas
una campaa para hacerse elegir cnsul. Los sol
dados todava pertenecan al viejo ejrcito cvico
y como la mayor parte de ellos tenan familiares en
Roma, iniciaron una propaganda epistolar entre sus
parientes para apoyar la candidatura de Mario.
Conducindose en todo de esta manera, Mario
se hizo popular entre los soldados escriba Plu
tarco, Pronto llen el Africa y la misma Roma
con su fama y con su nombre, porque los del ejr
cito escriban a los suyos que no se vera el trmino
de la guerra con Yugurta hasta que Mario no fue
re elegido cnsul 5.
Estas intrigas y otras no menos astutas que los
historiadores cargan a su cuenta hicieron de Mario
un cnsul y con l se form en Roma el partido
democrtico.
Una de las promesas que haba asegurado su
eleccin fue la de concluir la guerra con Yugurta
que Metelo arrastraba de manera lamentable y, lo
que es peor, sospechosa. Mario cnsul se hizo cargo

5 P luta rco: Cayo Mario, XII.

133
del ejrcito y dio cuenta del jefe numida en un
par de golpes felices que tuvieron la virtud de
consolidar su prestigio. Inmediatamente despus
se dio a la faena de convertir el ejrcito cvico en
un ejrcito profesional, incorporando en sus filas
a un proletariado que reclut en cualquier parte y
que hall en la situacin de soldado un aliciente
para conseguir un lugar en el mundo. Al cambiar
la modalidad del reclutamiento hizo del ejrcito
un instrumento que desde ese momento estara al
servicio de los generales felices.
I.ucio Sila, cuestor de Mario y uno de los hroes
en la guerra contra Yugurta, concentr pronto la
mirada de la clase senatorial, que vea en l a
un seguro albacea capaz de librarla de la presin
populista de Mario. Sila era un joven aristcrata
que hasta poco antes de entrar en el ejrcito haba
llevado en Roma una vida de seorito disipado.
En el ejrcito demostr que era digno de sus ante
pasados y muy capaz de convertirse en un autntico
jefe de guerra.
Durante su primer consulado, Mario debi aten
der numerosos peligros que amenazaban las fron
teras del Imperio, especialmente aquellas que linda
ban con las poblaciones germnicas. Mario dio a la
Repblica la seguridad que sta esperaba y la
ciudadana se acostumbr a depender de la espada
de un buen soldado.
Fue el peligro ante las depredaciones cometidas
por los cimbros la que llev a los romanos a elegir
a Mario por segunda vez cnsul, contrariando la
ley que no permita elegir ausentes, y contra aque
lla que prohiba una reeleccin inmediata 6.
Reelecciones ilegales recayeron sobre Mario en
varias oportunidades, de tal modo que las prrro
gas sucesivas de sus mandatos consulares convirti
su gobierno en una suerte de monarqua electiva

e Ibid. Cayo Mario, X II.

134
impuesta por la necesidad de la guerra y que, por
supuesto, ignoraba hipcritamente su nombre.
Era Mario cnsul cuando estall la guerra de
Italia cuyo punto de partida fue en un pueblo de
los Abruzzos, pero que muy pronto se extendi por
todo el centro de la Pennsula. El resto de los
italianos se mantuvo en una expectativa ansiosa y
con la secreta esperanza de que Roma sufriera una
seria derrota para entrar en la contienda.
El Senado, una vez ms, dio muestra de su gran
pericia diplomtica y asegur, en primer lugar, la
adhesin de algunos pueblos indecisos. Luego pas
a considerar la situacin de las ciudades que se
sometieron con facilidad y realz su alianza con
algunos privilegios. Las ms recalcitrantes sufrieron,
frente a los generales romanos, una prolija derrota
que las dej en la imposibilidad de hacer ms
dao a la Repblica.
Mario aprovech el triunfo para proceder con
generosidad con los vencidos y asegur para su
partido el reclutamiento de una amplia clientela
itlica.
La figura de Sila haba crecido peligrosamente
y ya se proyectaba como una sombra amenazadora
sobre el prestigio de Mario. Este se haca viejo y
su gusto por la demagogia lo haba llevado a hacer
concesiones demasiado grandes a sus caudillos po
pulares, quienes, como es de uso, abusaban de sus
poderes. La clase senatorial complotaba para sus
tituirlo y el pueblo mismo lo vea como a una
figura en decadencia.
Los conflictos internos de la Urbe, las intrigas
de sus enemigos y los desatinos de sus lugartenien
tes superaron la autoridad de Mario y minaron la
poca energa que le quedaba. Se dice que para
ese tiempo haba perdido el sueo.
Sila, vencedor de Mitrdates, fue llamado por el
Senado para que pusiera fin a las inquietudes de
Roma, amenazada por la ira y el temor senil del

135
anciano Mario. La entrada de Sila en Roma a la
cabeza de sus tropas y el suicidio de Mario puso
fin a esta primera etapa del movimiento popular.
Sila asumi la dictadura y prolong su mandato
durante diez aos en los cuales trat de devolver
al Senado su majestad y sus prerrogativas.

LA DICTADURA D E SILA

Lucio Cornelio Sila ilustra una situacin poltica


muy especial en la historia de Roma y un talante
humano difcil de comprender para quien ve los
grandes hombres bajo los rasgos que la posteridad
fabrica para ellos. Plutarco, muy prolijo en la reco
pilacin de ancdotas, nos presenta un hombre
muy rico en disposiciones y aptitudes y, al mismo
tiempo, lo bastante complicado para que no llame
la atencin del lector el monstruo que va emer
giendo poco a poco de esa excelente naturaleza.
Descendiente pobre de una familia aristocrtica,
pas su mocedad en diversiones viciosas viviendo
a expensas de algunas cortesanas enamoradas de
su juvenil belleza y su audacia descarada. Esta
doble vertiente de voluptuosidad y arrogancia, de
coraje y disipacin, explica la tenacidad demostra
da en sus aos de soldado, su resistencia sobre
humana para superar las fatigas de la guerra y la
viciosa frecuentacin de la canalla romana en sus
momentos de abandono.
Las malas lenguas de la Urbe dijeron siempre
que debi su fortuna, bastante grande, a una heren
cia que le dej una de sus amantes llamada Nico-
polis. El anecdotario de Sila es enorme y su ex
tensin no guarda proporcin con la inseguridad
de las fuentes de donde emana. Una cosa es segura:
que recibi una cierta cantidad de dinero de pro
cedencia no familiar y esto no tena nada que ver
con hbitos de trabajo y gusto por el ahorro. Ese
dinero le permiti iniciar su carrera poltica y co

136
sechar alguna popularidad por la generosidad con
que manejaba los bienes, fueran privados o p
blicos.
Nombrado cuestor en el ejrcito de Mario, inter
vino activamente en la captura de Yugurta con una
espectacular operacin de comando. Mario no des
confi inmediatamente de l y lo mantuvo como a
uno de sus lugartenientes en las guerras contra
los cimbros y los teutones. Cuando en el 99 a. de
J. C. volvi a Roma, tena conquistada fama de
buen soldado y poda continuar con decoro el cur
so de los honores, pero en lugar de velar por su
prestigio y seguir el camino de la buena fama pre
parado por el rumor pblico, sostiene su leyenda
que pas cuatro aos alternando con prostitutas y
gladiadores, como para probar su versatilidad ama
toria y su versacin en todos los vicios del reper
torio griego.
Su genio chancero, su buen gusto literario, su
educacin artstica y sus conocimientos del mundo
alegre hicieron de l un candidato insustituible
para la magistratura de edil, a cuyo cargo corran
todas las fiestas de la ciudad. Ya edil puso toda su
fantasa al servicio de los espectculos pblicos y
conquist en esas faenas a muchos ciudadanos de
Roma.
Luego de edil, pretor. El curriculum lo exiga
}' tambin la necesidad de componer un poco la
fortuna comprometida en el edilato. La guerra de
Capadocia le permiti llenarse de oro y con l pag
generosamente las deudas contradas y todava le
qued dinero para mantener en Roma un partido
a su servicio.
Es curioso advertir esto ofrece un nuevo aspec
to de la personalidad de Sila que este campen
de los derechos aristocrticos no senta por las per
sonas de su medio social ningn respeto. Tampoco
manifest inclinaciones especiales por la plebe v
as como despreci sus conquistas sociales, no tuvo

137
ningn escrpulo en usar su influencia cuando tuvo
necesidad de ella. En el ao 86 a. de J. C., en
ocasin de la guerra con Mitrdates, present su
candidatura al consulado y logr su designacin.
Cuando se trata de Sila es imposible eludir el
anecdotario. A propsito de su ascensin al consu
lado, se habl muchsimo de sus fructuosas amista
des femeninas. Evidentemente eran especulaciones
tendientes a desdibujar su imagen aunque todas
ellas destacan un hecho muy importante en Ja po
ltica romana y es el de las alianzas familiares. Es
sabido que Sila se cas varias veces y nunca, en
sus relaciones matrimoniales, descuid los vnculos
que podan favorecer su carrera. Su cuarta esposa,
Cecilia Metela, era hija del pontfice mximo y
presidente del Senado. Esto sumaba muchos puntos
a favor de su candidatura y lo converta, pese a los
malos antecedentes, en el hombre fuerte de la oli
garqua senatorial.
Dispuesto a llevar a buen fin la guerra contra
Mitrdates, Sila prepar sus brtulos sin pensar
que el viejo Mario pudiera albergar la ilusin de
conducir l mismo la lucha contra el famoso rey.
Por medio del tribuno Sulpicio Rufo, Mario trat
que la Asamblea de la Plebe revocara la eleccin
de Sila y lo designara a l como general de esa
expedicin. Sila apresur sus disposiciones v se
puso a la cabeza del ejrcito acampado en ola.
Volvi con sus tropas a Roma y depuso a Sulpicio
Rufo hacindolo asesinar por uno de sus hombres
de confianza al que luego mand a decapitar para
que su crimen no quedara impune. Esto es lo que
se llam humor sileano y revelaba la imperturba
ble frialdad con que tomada sus decisiones.
No sabemos si fue tambin un rasgo de humor
negro o una simple equivocacin, pero dej en Ro
ma, como cnsules a Gneo Octavio, representante
del patriciado senatorial, y a Cornelio Cinna como
portavoz de la plebe. No haba llegado a ponerse

138
en contacto con el enemigo, cuando en Roma es
tall la bomba que supona la aproximacin de
estos dos hombres.
La revuelta no es fcil de seguir en todas sus
alternativas. Hubo una fuga de Cinna y un retorno
de Mario a la cabeza de sus legiones. Su entrada
en Roma fue una masacre de senadores y de miem
bros de la vieja nobleza. Proclamado cnsul junto
con Cinna, Mario logr mantenerse en el poder
por dos aos ms, gracias al terror que sembr en
tre sus enemigos.
La guerra contra Mitrdates puso nuevamente de
relieve las condiciones militares de Sila, en quien
se aliaban la fuerza del len y la astucia del zorro,
segn el gusto romano por los cotejos zoolgicos.
Las complicaciones propias de la contienda blica,
sumadas a las querellas intestinas de la ciudad de
Roma, lo obligaron a usar con generosidad de am
bas virtudes. Venci a Mitrdates y tambin a Va
lerio Flaco, quien haba sido enviado por Mario
para reemplazarlo en el ejrcito.
Sin el apoyo de su gobierno haba sido decla
rado rebelde y por ende sin dinero para pagar a
sus legionarios, Sila se vio obligado a vivir sobre
el terreno y tomar en los pases conquistados lo
que precisaba para proseguir la campaa. Atenas
fue minuciosamente saqueada despus de un corto
asedio y con el botn obtenido pag a sus tropas.
Toda Grecia sufri las implacables requisas del
general romano, quien a pesar de su admiracin
por la cultura helnica, no ahorr a sus habitantes
ningn mal trato. Dueo de un respetable tesoro
dio la orden de marchar contra Roma para restau
rar la autoridad senatorial desconocida por Mario
y Cinna.
Ambos cnsules del partido popular se prepa
raron para enfrentar las legiones de Sila. Fue uno
de los encuentros ms sangrientos que se libr en
Roma y en l perecieron ms de cien mil hombres.

139
Mario, antes de caer prisionero y conociendo el
carcter de Sila, se suicid. Su cabeza, arrancada
de su tronco, fue expuesta en el foro romano como
un trofeo del vencedor.
Sila entr en la Urbe en el mes de enero del 81
a. de J. C. y su dictadura se prolong dos aos, en
los que se esforz, vanamente, por restaurar el
prestigio de las instituciones aristocrticas y reba
jar el poder de la plebe. Restaur muy poco, pero
rebaj bastante. El miedo a sus procedimientos su
marios se extendi a todas las clases y mientras se
mantuvo en el poder nadie os reclamar sus de
lechos.
Tuvo las condiciones requeridas para instaurar
la monarqua pero, probablemente, no quiso. Su
ambicin, que no era pequea, se satisfizo con mu
cho menos. En cuanto a las ideas polticas no tras
cendi el mbito constitucional republicano al que
quiso, por un simple reflejo familiar, aristocrtico.
Terminada la reforma escribe Len H om o-
todo estaba dispuesto para el funcionamiento del
nuevo orden. No quedaba ms que un obstculo y
era, precisamente, el poder excepcional que tena
Sila y la situacin ilegal de su prolongada dicta
dura 7.
Gomo crey haber logrado su propsito renunci
a los lictores. Sus ltimos aos los pas en compaa
de una joven belleza llamada Valeria y en la menos
grata de una horrible enfermedad que lo deform
totalmente. Dicen que enfrent la muerte con la
intrpida frialdad con que haba enfrentado todos
los peligros de la vida y las responsabilidades del
poder. Termin de escribir sus memorias y se le
atribuye la confeccin de un epitafio en el que se
alababa de haber pagado siempre sus deudas: a
los que le sirvieron, con servicios; a los que le
ofendieron, con la muerte.

7 H o m o , Len: o. c., pg. 165.

140
IN TERLUDIO SENATORIAL,
PRINCIPADO D E POMPEYO

No haba muerto Sila cuando uno de sus parti


darios, Marco Emilio Lpido, cnsul en el ao 78
a. de J. C., pidi la supresin de casi todas las
medidas tomadas por el dictador.
Fue, por provenir de Lpido, una proposicin
audaz. Se pona en abierta oposicin al Senado y
haca casi insostenible su situacin personal. Pero
la antigua energa de la clase senatorial haba p a
sado y el levantamiento de los campesinos de Etru
ria la oblig a pensar en esa nueva guerra. Lpido,
encargado de sofocarla, se puso a la cabeza de la
rebelin y, poniendo sus tropas de vanguardia,
march contra Roma. No tuvo xito y atacado de
tisis galopante muri durante el sitio de la Urbe.
El orden tan difcilmente logrado por Sila exiga
una espada para poder sostenerse y los hombres
del Senado no eran hombres de guerra. Haca falta
tambin un excelente tino poltico para superar
las convulsiones que agitaban todo el Imperio y
los senadores slo contaban con sus prejuicios.
Otro hombre que inici su carrera militar al
lado de Sila fue Gneo Pompeyo y a l eligi el
Senado para que mantuviera la paz. Pompeyo va
lor la situacin y trat de salvar la Repblica sin
conceder a la oligarqua senatorial ms de lo que
poda exigir.
Como Mario, era un hombre nuevo y entr en
la carrera de honores bajo los mejores auspicios.
Joven, de excelente porte, inteligente y bravo, haba
salvado la patria del peligro que signific el ejr
cito de Quinto Sertorio, antiguo oficial de Mario,
y que se haba levantado en Espaa contra Roma.
Elegido cnsul junto con Marco Licinio Craso
vencedor de Espartaco se aprest a enfrentar
las dificultades de un gobierno que prevea muy
complicado. Su colega Craso, segn se deca en

141
Roma, haba hecho una cuantiosa fortuna compran
do casas incendiadas y sacando de ellas cuanto po
da gracias a un grupo de bomberos especialmente-
entrenados. Era inmensamente rico y slo le faltaba
el lustre militar para aspirar a las ms altas funcio
nes del Estado. El levantamiento de los gladiadores
encabezado por Espartaco le dio la oportunidad de
adquirir ese prestigio e iniciar un curso de honores
respetable.
Pompeyo, como militar, el mejor despus de Sila,
y Craso, como financiero, eran hombres de reali
dades y comprendieron ambos que si Roma quera
sobrevivir tena que dejar de ir a la zaga de una
agrupacin anacrnica que careca del poder real.
El pueblo romano tuvo en Pompeyo un nuevo
dolo y el ilustre general en razn de su simpata
pudo unir a la autoridad de Sila la antigua popula
ridad de Mario. Ya cnsul respondi a las espe
ranzas populares y restableci el tribunado de la
plebe abolido por Sila. De un golpe escriba Car-
copino hizo saltar la pieza maestra de la mquina
oligrquica s.
Para rematar la faena cre los tribunales mixtos
en donde los patricios se hallaban en minora. En
verdad observaba el mismo Carcopino en las
agitaciones del ao 70 a. de J. C. slo Pompeyo
sali ganando. Al reafirmar el poder tribunicio se
asegur los votos de la plebe con el propsito firme
de obtener nuevos comandos extraordinarios.
Dobleg a la oligarqua bajo el control de las
sociedades vectigalias y afloj las riendas a las am
biciones del estamento equestre, generador de
expediciones y conquistas. No se haba extinguido
en el horizonte la sombra del viejo caudillo oligr
quico cuando se proyectaba sobre Roma una nueva
figura imperial!l.

s C a r c o p in o , J.: L a R epblica Romana, en Historia ge


nerar de Gustavo Glotz, pg. 350.
9 Ibid., pg. 359.

142
La ruina del poder senatorial pareca definitiva
mente sellada cuando se present la cuestin del
comercio con Oriente, afectado por la presencia
cada da ms numerosa de los piratas. El proyecto
para eliminar este flagelo fue propuesto por los
comerciantes directamente perjudicados. Haciendo
caso omiso de las consecuencias polticas que po
da tener el plan ideado para destruir la piratera,
se pona en manos de Pompeyo un poder sin pre
cedentes en la historia de la ciudad. Desde las Co
lumnas de Hrcules (Gibraltar) hasta las playas de
Siria y de Ponto se le conceda un mandato ex
traordinario con una jurisdiccin que abarcaba las
costas del Mediterrneo hasta cincuenta millas tie
rra adentro: era el Imperio.
El nombramiento supona una duracin de tres
aos y se pona a la disposicin de Pompeyo un
estado mayor compuesto por veinticinco lugarte
nientes del estamento senatorial con insignias y
atribuciones pretoriales. Se le autorizaba a levan
tar un ejrcito de 120.000 hombres, 70.000 caballos
y 500 naves de guerra. Poda movilizar todos los
recursos de las provincias y pases aliados sin pre
vio consentimiento del Senado. La ciudad de Roma
pona sus fondos pblicos a las rdenes de Pom
peyo.
Como advirti Mommsen, este proyecto de ley
acarreaba, definitivamente la ruina del poder se
natorial, desapareca ante la fuerza de esta nueva
magistratura que asuma tan extraordinaria compe
tencia en los asuntos financieros y militares.
Concluida exitosamente su guerra con los piratas,
el partido que Pompeyo tena en la Urbe se mo
viliz para conseguir una prrroga de sus poderes
militares con el pretexto de que deba terminarse
la guerra contra Mitrdates, que haba quedado sin
resolver y se arrastraba un ao tras otro ocasionando
inconvenientes.
Mamilius, tribuno de la plebe y hombre de Pom-

143
pey, present ante los senadores el nuevo pro
yecto de ley. La reaccin del estamento senatorial,
por lo menos en su primer movimiento, fue de re
chazo. Luego se pens mejor y la reflexin inspir
un gran temor entre los prncipes de la patria. Vol
vieron sobre la primera opinin y votaron en favor
de la prrroga del mandato con la excepcin del
senador Catulo.
Fue as escribe Plutarco como Pompeyo, au
sente, fue hecho seor y dueo de lo que Sila haba
tenido en su poder por la fuerza de las armas y
la efusin de sangre 10.
Plutarco reconoce que el poder personal se iba
imponiendo con segura lentitud, pero como una
necesaria consecuencia de la situacin poltica crea
da por la conquista y las exigencias del gobierno
de ese enorme territorio.
Pero Plutarco fue un historiador y escribi sobre
ese asunto cuando ya haban pasado unos siglos.
Pompeyo, metido en el meollo de los acontecimien
tos, no vio las cosas con la misma nitidez y se limit
a recibir esas prebendas y esos honores sin dar el
paso hacia el poder personal que otro, con ms
genio, hubiera dado. Carcopino hizo un resumen
de la situacin que exime de otros comentarios:
Ningn emperador haba reunido tantos terri
torios, ninguno haba juntado tantas riquezas pa
reca que a su vez esta conquista postulara, para
su propia conservacin, la restauracin de la monar
qua. Pompeyo haba soado en esta consecuencia
de su accin? No es seguro. Toda su conducta lo
revela tal como lo muestra su busto de Mycalsberg:
agudo hasta la sutileza, astuto hasta la perfidia,
pero sin profundidad, orondo y fatuo, con ms va
nidad que ambicin. Por lo dems era demasiado
minucioso y prudente, harto hipcrita para tomar
los acontecimientos del cuello; demasiado satisfe-

10 P l u t a r c o : Pompeyo, XXXIX.

144
cho de s mismo como para no temer que alguna
vez le faltaran los honores con que lo colmaban.
Procedente de la burguesa provinciana, su nobleza
era demasiado reciente para no querer gozar de
todos los triunfos del decoro constitucional dentro
del que haba hecho fortuna y que se le impona
por su majestad. En su ausencia, Csar haba minado
el terreno bajo sus pies y trastornado la situacin n .
Cuando Pompeyo, luego de derrotar a Mitrda-
tes, volvi en triunfo a la ciudad de Roma, hizo
lo que Csar no har en una situacin semejante:
licenci su ejrcito y entr en la Urbe como simple
general republicano que espera de las autoridades
y el pueblo una ovacin triunfal. Con este acto
sell su suerte y, en cierta medida, perfil el carc
ter de eso que se llamar su sistema.
Sin entrar en precisiones rigurosas se puede
afirmar que dicho sistema se redujo a lo que Ci
cern propondr en otra oportunidad para salvar las
instituciones y evitar la guerra civil: el principado.
Qu fue el principado para Cicern? Un rgimen
de compromiso entre la repblica aristocrtica y la
monarqua. El rector, moderador, tutor o procura
dor ser quien tenga en sus manos la potestad eje
cutiva y los destinos del Estado. Especie de rey
constitucional, tiene el perfil equvoco de un en
gendro oratorio e ineficaz. Pompeyo, primer ciuda
dano de Roma, no pudo terminar con las oposicio
nes que mantenan latente la guerra civil.
Advirti que tena las manos atadas por todos
los lazos que lo unan al Senado, pero no estaba en
su ndole querer la nica salida poltica posible en
esa precisa coyuntura. Csar actuaba junto a l
v haca todo lo posible para que no pudiese verla.
Antes de ocuparnos de la solucin veamos mejor
el terreno en que sta se planteaba: en primer lugar
estaba la ciudad de Roma con sus disensiones in

ri C a r c o p in o , J . : o. c ., pg. 590.

145
ternas y el clima de guerra civil creado por las fac
ciones en pugna. Nadie poda hacer carrera sin
hacerse faccioso y entrar, por consecuencia, bajo
la frula de uno de los caudillos que se disputaban
Ja calle.
Ms all de Roma estaba el Imperio. Era una
criatura de la ciudad, producto del esfuerzo roma
no, pero de tal modo crecido que sus necesidades
y exigencias imponan nuevos instrumentos de po
der para satisfacerlas. Las fuerzas que nacieron de
su realidad poltica revierten ahora sobre la misma
Roma y tratarn de obtener de ella un comporta
miento digno del Imperio.
Hemos dicho en ms de una oportunidad que
los partidos romanos no tenan el carcter ideol
gico de sus similares griegos: lo ms parecido
a una idea poltica de que ellos tuvieron noticia
fue el armonioso equilibrio entre los magistrados,
Senado y pueblo, con el Senado como factor prin
cipal 12*.
Cicern, lo ms parecido a un idelogo que se
puede hallar en Roma, no pas, en materia de
ideas polticas, de una fcil apologa del sistema
republicano de su patria: nico que conoca bien
y nico que entendi. Trat de salvarlo como
pudo y propuso para ello el ambiguo expediente
del principado.
Nadie mejor que Cicern puede ilustrarnos sobre
el itinerario intelectual de la lucha de los partidos,
porque como escribi Gastn Boissier: Tena un
pie en todas las agrupaciones. Esto que es un grave
defecto para un hombre poltico, los maliciosos de
su tiempo se lo reprocharon amargamente, es una
virtud para di cronista a causa de que todos los
partidos polticos estuvieron representados en su
correspondencia i:t.

12 Adcock, F. E .: o, c., pg. 92.


B o is s ie r , Gastn: C icern y sus amigos.

146
CICERON

Naci en el ao 106 a. de J. C. y muri asesinado


por orden de Mareo Antonio en el 43 a. de nuestra
era. Aunque de origen provinciano haba nacido
en Arpio, Lacio su vida y su obra pertenecen,
corno su genio, a la ciudad de Roma, donde pas la
mayor parte de su existencia.
Hizo estudios filosficos con Diodoto, un estoico
que ganaba su vida como profesor en la ciudad
del Tber, y asisti tambin a las lecciones de Filn
de Lavissa y de Antoco de Ascaln. Luego de la
Escuela de Gramtica inici el estudio de las leyes
romanas en la casa de un pariente. Cuando termin
su aprendizaje hizo un viaje de instruccin a Gre
cia donde conoci a algunos hombres que trataban,
sin gran xito, de mantener el nivel de la filosofa
clsica.
En Atenas adquiri el lustre que precisaba para
mantener una reputacin de hombre culto y, de
retorno a Roma, tom parte activa en las luchas
polticas como representante del estamento eques-
tre al que sirvi desde las ms altas magistraturas
que la Repblica poda ofrecer a su ambicin.
A lo largo de sus discursos forenses y polticos
destil un eclecticismo acadmico que lo convirti
en el representante romano de todas las medianas,
porque como escriben los Carlyle y lo da a enten
der Boissier: Cicern es un escritor poltico de
gran inters, no porque posea alguna originalidad
de pensamiento, o algn poder de anlisis poltico,
sino porque, a su manera eclctica de aficionado a
la filosofa, asume todos los lugares comunes de
la poltica de su tiempo 14.
Su momento ms importante, en lo que respecta
a la situacin poltica romana, fue durante el prin-

14 C a iil y l e , R . W. y A. J . : A history o f m edieval polticaI


hisiory iu the W est. Blackwood, London, 1950, I, pg. 3.

147
cipado de Pompeyo. Haba en el demasiado c
lebre general una dosis de vanidad advenediza que
satisfaca a Cicern y le permiti convertirse en el
portavoz titular del rgimen. El triunfo de Csar
lo sorprendi y, aunque no fue totalmente ajeno
a la intriga que culmin en su asesinato, no tuvo
en ella participacin muy directa.
Retirado en Tusculum y Astura, compuso para
la posteridad, ayudndose con sus recuerdos y
algunos apuntes de clase, la mayor parte de sus
obras filosficas. Su innegable talento literario le
permita una facilidad en la expresin que en su
vanidad confundi con genio filosfico. Sin esta
ilusin no se explica que haya escrito, cuando haba
pasado con generosidad el mezzo dil eammin,
que sera cosa gloriosa y admirable que los latinos
no necesitramos para nada la filosofa de los
griegos y lo conseguiremos ciertamente, si yo pue
do desarrollar mis planes 15.
Su formacin filosfica explicaba el carcter
eclctico de su doctrina y, aunque carente de ori
ginalidad y fuerza reflexiva, es una fuente de valor
para el conocimiento de los estoicos medios y de
los representantes de la Academia Segunda v Ter
cera cuyas obras no han llegado hasta nosotros.
Aunque Marco Antonio le hubiese dado tiempo pa
ra completar sus designios filosficos nunca hubie
ra pasado de ser ese puente a travs del cual la fi
losofa griega penetr en el mundo romano, o, para
hablar con ms precisin, en el latn escrito.
Estos son los rasgos principales de su fisonoma
acadmica. En su actividad poltica, como ya lo
hemos anticipado, no fue ms original, pero, como
buen romano, fue all donde dio la nota ms alta
de su genio.
Se inici con una valiente oposicin a la dictadura

15 C ic e r n , M. T .: D e oficio, L, 2, 3. (Hay traduccin


castellana).

148
de Sila, cuando, en un minuto de audacia, acept
la defensa de Roscius en contra de Crysogonus,
favorito del dictador. No exhibi en este discurso
ningn programa poltico, pero se dejaba ver en
l esa fuerte repugnancia por la tirana que va a
ser la nica fuerza autntica de su carcter.
La democracia victoriosa no fue para Cicern
mejor que la oligarqua y durante el lapso dominado
por las turbas se sinti molesto como en el apogeo
del dictador senatorial. La demagogia lo aterraba
v frente a los facciosos senta ese vrtigo que ex
plica, en gran parte, la violencia de su lenguaje
cuando apostrofa a quien encarna la anarqua. Ca
tilina le dio la gran oportunidad de su vida y en
sus famosas Catilinarias expuso, con innegable ta
lento, todo el odio que guardaba a los desmanes
revolucionarios.
Cicern no fue nunca un poltico de primer pla
no. Su faena principal, en orden a la consolidacin
de su movimiento, fue nuclear a la clase de los
equestres para fundar sobre ella el principado.
Coalicin sin porvenir que dur el tiempo del pe-
ligro provocado por Catilina y termin cuando pa
s el susto.
Los equestres no constituan un estamento s
lido. Se trataba de personas muy ocupadas en sus
negocios privados. No tenan la tradicin poltica
de la vieja aristocracia ni esa unidad en la envidia
que congrega a las masas.

CATILINA

Durante la conjuracin del famoso Catilina, Ci


cern tuvo la habilidad de poner ante los ojos de
los moderados las calamidades sociales y las vio
lencias econmicas con que amenazaba, real o su
puestamente, Catilina. Su ataque, prescindiendo de
la verdad que pudiera tener, fue eficaz y provoc

149
efectos fulminantes. Todos los que tenan algo que
perder obedecieron a los reflejos movilizados por
Cicern y se nuclearon en torno al orador. Por
un momento Cicern pudo pensar que tena el
destino de Roma en sus manos y se crey el hom
bre destinado a salvar la Repblica.
Pasado el pnico, los equestres se dieron cuen
ta que la solucin fuerte no poda venir de la pres
tigiosa garganta de Marco Tulio y dejaron al ora
dor con sus nostalgias principescas para prestar
apoyo al partido democrtico que se levantaba con
la figura de Csar. Cicern se uni a la vieja oli
garqua senatorial.
Muchas veces se trat de reivindicar la perso
nalidad de Catilina y de paso arrojar algunas man
chas sobre la imagen de Cicern. En verdad tales
intentos no han pasado de alardes ingeniosos sin
mucho apoyo testimonial. Admitimos que nuestro
conocimiento de la conjuracin de Catilina pro
viene directamente de los enemigos del demagogo
y tanto las Catilinarias de Cicern como la narra
cin, no menos famosa, de Salustio, tienen un fuerte
sabor polmico.
No obstante son las nicas fuentes histricas que
se conocen y hay que torcer mucho el hilo de los
acontecimientos para encontrar algo concreto ca
paz de favorecer la reivindicacin de Catilina.
El gobierno democrtico, en la vejez de Mario,
haba dejado en Roma un recuerdo lamentable de
violencias y arbitrariedades. Felizmente para la
memoria del movimiento, la reaccin encabezada
por Sila hizo que al cabo de los aos se pensara en
Mario con verdadera nostalgia y hasta se lamen
tara la desaparicin trgica del viejo caudillo po
pular.
Cuando Sila termin su mandato y dej al Se
nado un poder absoluto, indiviso y aparentemente
durable en materia de legislacin, de administracin
y de justicia, el partido popular pareca muerto.

150
Sila opinaba Momeasen organiz el Estado no
como un dueo de casa, que, no observando otra
regla que las de su propia prudencia, restablece
el orden turbado, sino como un agente de nego
cios que observa los trminos de un contrato 1C.
L o hizo con gran energa, pero sin ninguna ilu
sin en lo que respecta a los resultados de su obra.
Tan poca confianza tuvo el dictador en los miem
bros de la antigua nobleza que se rode de lugar
tenientes pertenecientes al orden equestre y que,
por supuesto, eran trnsfugas de la democracia.
Las arbitrariedades de Mario y de Sila minaron
los fundamentos legales de la convivencia poltica
y quien en esa poca aspirara a ser el primer
ciudadano de Roma deba comenzar por capita
near una cuadrilla de bribones para poder neutra
lizar las bandas enemigas.
Catilina sigui la costumbre y, como lo advierte
Salusio, en una ciudad tan grande y tan relajada
en sus hbitos morales, le fue fcil tener a su lado
una tropa de facinerosos y malvados. Porque
cuantos con sus insolencias, adulterios y glotone
ras haban destrozado su patrimonio; cuantos por
redimir delitos haban contrado crecidas deudas. . .
eran allegados y amigos de Catilina. La influencia
del seductor se hizo sentir de manera particular
entre los jvenes porque segn la pasin que ms
remaba en ellos, a unos presentaba amigas, a otros
compraba perros o caballos, en suma no perdonaba
gasto alguno, ni se avergonzaba por nada, a true
que de tenerlos obligados y seguros para sus pro
psitos 1T.
Salustio describe los componentes de la banda
de Catilina y lo hace bajo el imperio de una no
disimulada indignacin. El propio Catilina reuna
todas las condiciones requeridas para acaudillar

3i M o m m s e n , T .: o . c .: pg. 13-30.
17 S a l u s t io : L a conjuracin d e Catilina, XIV.

151
un movimiento subversivo: era fuerte, audaz, inteli
gente e inescrupuloso y no careca de esa pizca
de locura que hace del demagogo un foco de irre
sistible sugestin. Si a esta conjuncin de virtudes
unimos el descontento general provocado por la
oligarqua de los sacularii (saqueadores) y las
injusticias de todo orden provocadas por la avidez
y el desenfreno de los apetitos, tendremos un pano
rama de la situacin que explicaba la aparicin
de Catilina.*

* Napolen Bonaparte, en su M emorial d e Santa E le


na, nos dej algunas reflexiones que pueden tomarse como
punto de partida para el pleito reivindicatoro de la perso
nalidad de Catilina. Por loco que haya sido pensaba el
Kmperador debe haber tenido un proyecto. Napolen
crea que la faena que se haba propuesto Catilina estaba
en la lnea de Mario. Ms recientemente una apologa del
demagogo estuvo en las manos del historiador italiano
Amato Masnovo en su Rivolta di Catilina.

152
VI

PAX ROMANA

CESA11

Hay en la segunda epstola de Salustio a Csar,


abstraccin hecha de algunas adulaciones que na
da tienen (jue ver con la poltica verdadera, un
par de indicaciones muy concretas sobre la oportu
nidad de un gobierno fuerte que nunca perdern
su vigencia. Salustio pensaba en una monarqua
v si no se le escap el trmino fue por el despres
tigio que las arraigadas costumbres republicanas
haban arrojado sobre el clsico gobierno personal.
Salustio conoca muy bien los vicios de la poca,
tanto por haberlos estudiado en su calidad de cro
nista como por haberlos practicado con generosi
dad en las diversas funciones (pie le toc ejercer.
De todos ellos, el manejo doloso de los bienes fis
cales era el que pareca polticamente ms daino.
Adverta a Csar sobre la necesidad de combatir
la influencia disolvente del dinero en la conduccin
de los asuntos pblicos y especialmente despus
de un triunfo tan resonante como el de la batalla
de Farsalia, porque muchos de sus partidarios no
tardaran en querer hacer fortuna con los despojos
de sus vctimas.
Estas fortunas, productos de las rapias, tenan,
segn el ilustre historiador, un influjo doblemente

153
pernicioso: corrompan el nimo y obstaculizaban,
por su mal ejemplo, la labor de la autoridad res
tauradora.
En nombre de los dioses escriba tomad
el timn del Estado en vuestras manos y poned
trmino a los males engendrados por la codicia L
El gobierno fuerte que llegaba con Csar era,
para Salustio, la nica defensa posible contra las
depredaciones de la oligarqua saqueadora. Las ins
tituciones republicanas no podan nada contra el
poder omnipotente del dinero, y, por causa de las
libertades acordadas a los ciudadanos, amenazaba
con prolongarlo y exasperarlo.
Habris alcanzado el fin si detenis la licencia
de los despilfarros y las rapias, sin apelar a las
antiguas instituciones que nuestras corrompidas
costumbres han tornado ridiculas, sino haciendo
del patrimonio de cada uno el lmite invariable de
los gastos 12.
Hay en estos prrafos dos ideas dignas de rete
ner: la caducidad del ideal republicano como con
secuencia de la prdida de las virtudes que lo hi
cieron posible y la necesidad de un gobierno per
sonal que ataque el mal de Roma en su raz: la
fuerza del dinero.
Sobre la caducidad de las instituciones republi
canas hemos dicho algo en captulos anteriores.
Conviene que ahora examinemos el nacimiento
de la idea monrquica, recordando que uno y otro
proceso se cumplen casi paralelamente, porque en
la misma medida que se tomaba conciencia de los
males insuperables que amenazaban la Repblica, se
preparaban los remedios para superar la situacin.
La solucin se impuso al modo romano. No
fue el resultado de una fra elaboracin constitu
cional, sino la consecuencia de un prolongado co

1 S a l u s t io : Epstola IP, V9.


2 Ibid.

154
tejo armado, que tom como base elementos insti
tucionales probados en la faena poltica y que ha
ban sido impuestos por las circunstancias. Estos
elementos fueron, como ya lo recordamos, la pro
rrogacin de los mandatos militares y la creacin
de gobiernos provinciales revestidos del imperium
completo.
Ambas medidas estuvieron exigidas por la con
quista y se tomaron, en sus comienzos, con el pro
psito de ser aplicadas nicamente en los territo
rios ocupados por las armas romanas. Posterior
mente, cuando las luchas entre las facciones haban
llevado el caos a la misma ciudad de Roma, fueron
tambin usados para dirimir los problemas susci
tados por la guerra civil.
No resulta exceso interpretativo suponer que la
salud lleg a la Urbe por la mediacin del poder
militar y los rganos polticos nacidos de la con
quista. Fue el Imperio el que se impuso a Roma, le
dio una forma de gobierno y la design su capital.
Pompeyo fue un hombre del Imperio, pero no
tuvo el valor, el ingenio o la audacia requerida
para imponerse a los rdenes estamentales que go
bernaban Roma.
Csar, durante el tiempo en que Pompeyo com
bata en Asia, era apenas el jefe de una faccin
que degeneraba da a da en una simple agrupa
cin de conspiradores. Lo nico imperial que po
da exhibir en esa poca eran sus deudas. Crecer
a la sombra de Pompeyo y Craso y cuando se con
vierta en jefe de legiones y en un experto soldado,
demostrar que nunca fue indigno de haberlas
contrado.
Roma, como cualquier otra ciudad antigua, es
taba organizada en torno de principios legales que
dependan exclusivamente de su estatuto religioso.
Cuando las viejas frmulas usuales de su derecho
se independizaron de las creencias tradicionales y
comenzaron a convertirse en principios universales

155
de convivencia ordenada, el derecho romano ad
quiri la fisonoma jurdica que deba convertirlo
en fundamento de un derecho universal.
Este nuevo orden jurdico debi muchos de
sus principios a la filosofa estoica y, en general, al
pensamiento helenstico, pero sigui siendo roma
no en todo aquello que tuvo de jurdico en sen
tido estricto. Fue en ese nivel donde el realismo
latino hall sus expresiones ms felices.
Es un hecho que la ley romana rompi el molde
estrecho de la comunidad religiosa en la que naci.
Pudo extenderse a otros pueblos y a otras naciones
sin perder su romana especificidad. Se puede decir,
sin caer en paradojas, que se hizo ms universal
en la misma medida que fue cada da ms romana.
Los pueblos sometidos escriba Fustel de Cou-
langes slo llegaron a constituir un pueblo orga
nizado cuando conquistaron los derechos y las ins
tituciones que Roma pudo guardar para s. Tuvie
ron que ingresar, para conseguirlo, en la ciudad
romana, hacerse sitio en ella, apretarse, transfor
marla a ella tambin para hacer de ellos y de Ro
ma un mismo cuerpo 3.
Este proceso no hubiera podido realizarse si
Roma no hubiese sido capaz de abandonar sus
prejuicios religiosos tradicionales y abrirse a la
posibilidad de fundar un estatuto jurdico vlido
para otros pueblos. Este paso fue, a la manera ro
mana, un autntico desarrollo racional de las vir
tualidades latentes en su cultura. De cualquier
manera result imprescindible para que los habi
tantes del Imperio se incorporaran a la ciudadana
romana.
Csar fue un lcido elemento en la realizacin
prctica de esta faena y toda su obra lleva el se
llo, tpicamente racionalista, de una suerte de des-

;i F u s t e l d e C o u l a n g e s , Numa Dionisio: L a C iudad An


tigua; Buenos Aires, s/f., pg. 519.

156
potismo ilustrado. El fue quien condujo a Roma,
amenazada por la guerra civil, a transformarse
en la cabeza de una gran unidad poltica y, al
mismo tiempo, el que encontr los medios ade
cuados para que pudiera darse ese cambio.
El fenmeno de la monarqua cesariana no
importa que oficialmente no fuera reconocida co
mo tal est vinculado a la transformacin de la
ciudad antigua en una nueva organizacin racio
nal de convivencia poltica. Otra de las causas
secundarias, pero importante en la realizacin del
nuevo orden, fue la oligarqua financiera.
El manejo del dinero tiene mucho de matem
tico, de decididamente abstracto y racionalista,
para que no induzca a sus cultores a soluciones
polticas que estn en la lnea de sus tendencias.
No creo, con esta afirmacin, sostener el criterio
de quienes hacen de la economa el fundamento
explicativo de todos los cambios producidos en
la sociedad. Una cosa es la economa y otra, bas
tante diferente, las preferencias valorativas im
puestas por los criterios econmicos. Se trata de
opciones asumidas en el campo del espritu y no
de exigencias impuestas por las necesidades de
la produccin. Los hombres habituados al manejo
de los asuntos financieros tienen marcada dispo
sicin a imponer a todas sus actividades la ndole
de sus esquemas mentales. La vieja aristocracia
romana aunque fundamentalmente influida por
la nueva situacin se senta todava ligada a los
antiguos intereses religiosos, y crea, contra los
nuevos poderes, que ella encarnaba la voluntad
de los antepasados. Nunca logr comprender que
la ciudadana poda ser una cosa independiente
del culto a los muertos y a los dioses tribales.
Csar, a pesar de pertenecer por su linaje al
ms viejo patriciado romano, era, intelectualmen
te, un hombre nuevo. Comprendi no solamente
el poder de las finanzas, sino los peligros que traa

157
su intromisin en los asuntos polticos. Instinti
vamente busc el apoyo de las clases populares
y trat de encauzar la energa del capitalismo
romano con el propsito de hacer coincidir sus
intereses con la poltica que impona el momento
histrico.
A su retorno de las Galias escribe Fowler
tratar de fundir todos los partidos en un gobier
no racional y activo. Procurar hacer comprender
a los ciudadanos lo que realmente haba llegado
a ser el Imperio Romano y descubrirles as los
principios capaces de inspirar un gobierno feliz
y sabio 4.
No conviene, cuando se habla de poltica, de
jarse llevar por el espejismo de ciertas frases. Csar
no fue un soador y jams entr en su cerebro
la idea de creer que un plan poltico tena por
propsito la felicidad o la dicha de la gente. Fue
un aventurero de gran raza con el instinto certero
de aquello que es magnfico. Comprendi, en
cuanto se puso a reflexionar seriamente en la cosa
pblica, que haba que terminar con los aventu
reros menores empeados en sucios jueguitos sin
porvenir. Roma deba ser la cabeza de la Oiku-
mene. Este propsito alejandrino era muy propio
del hombre que haba llorado frente a la estatua
del Macedonio, porque a los cuarenta aos cum
plidos no haba logrado ni un modesto mandato
militar.
Si tentados por el gusto de los esquemas fciles
intentramos colocar a Csar en una de esas op
ciones antitticas impuestas por el pensamiento
revolucionario: izquierda, derecha; reaccin, re
volucin, nos veramos en serias dificultades para
determinar una ubicacin precisa sin llenarla de
advertencias y aclaraciones.

4 F o w l e r , VVa b ije n : Jules Csar; Payot, Pars, 1931, p


gina 166.

158
Colocado frente a los ms rabiosos defensores
del estatuto republicano como Catn de Utica,
Marco Bruto y a veces el mismo Cicern, Csar
aparece en una posicin francamente innovadora
y hasta podra merecer el calificativo de revolu
cionaria si tales trminos no estuvieran definitiva
mente adscriptos a ciertas disyuntivas que el hom
bre antiguo no conoci. Considerado en su lucha
contra el poder disolvente de la oligarqua comer
cial y teniendo en cuenta su claro deseo de res
taurar la majestad del gobierno, aparece como
un hombre de derecha.
En verdad le toc tener que poner un poco
de cordura en medio del desenfreno. Su combate
ms importante fue, como ya lo dijimos, contra
la influencia antipoltica del dinero. Csar cono
ca el valor del oro y nunca ahorr esfuerzos pa
ra conseguirlo donde estuviera, pero supo tam
bin que el poder no puede reposar exclusiva
mente en l y, cosa todava ms importante, com
prendi que el soberano deba estar por encima
de los intereses financieros para evitar la influen
cia corruptora del soborno.
La presin infinitamente perniciosa, en el or
den material y moral de las grandes riquezas, fue
detenida con medidas inmediatas y planes polti
cos a largo plazo, pero que concurran a tapar
las fuentes de las acumulaciones ilegtimas de los
capitales. Hay que convenir que a pesar de todos
los abusos del absolutismo, se descubre, en la
primera parte de la poca imperial, un progreso
constante de la prosperidad general y una ten
dencia a mejorar las condiciones de la moralidad
pblica en las esferas gobernantes 5.
Las oligarquas nunca han podido constituir un
gobierno propiamente dicho, y cuando la aristo
cracia de la sangre verdadero gobierno de Roma

5 Ibicl., pg. 279.

159
en la edad de oro de la Repblica es substituida
por las promociones de los advenedizos, enrique
cidas con los despojos de los pueblos conquista
dos, Roma, aunque constitucionalmente sigui
siendo una repblica aristocrtica, vio sus leyes
sometidas a una violacin permanente, y aunque
las provincias no conocieron en la misma medida
los conflictos desatados por la pasin partidaria,
se vieron sometidas a un saqueo profesional y sis
temtico.
Fue para terminar con esta situacin que Csar
estableci el carcter oficial de los cargos pbli
cos y convirti a los pases conquistados en partes
integrantes de un cuerpo poltico nico. Esta
nueva idea hizo estallar el marco de la ciudad
antigua y abri el horizonte de una nocin de
Estado que el mundo griego no conoci.
Los procnsules y propretores de la poca de
Sila escribi Mommsem eran esencialmente so
beranos en el radio de sus jurisdicciones y no se
hallaban fiscalizados por nadie. Los de la poca
de Csar fueron servidores bien disciplinados de
un severo monarca a quien la unidad y el carcter
vitalicio de su poder colocaban en una relacin
ms natural y ms tolerable con respecto a sus
sbditos numerosos y pequeos
tiranos que se sucedan en los mandos aos tras.
aos 6.
Suetonio que nunca dio pruebas de ser un
lince anotaba en su crnica sobre el gobierno
de Csar que ste no concedi la abolicin de las
deudas, tal como lo esperaba su clientela ms de
mocrtica, pero decret que los deudores pagaran
segn la estimacin de sus propiedades y confor
me al precio de esos bienes antes de a guerra
civil, y que se deducira del capital todo cuanto

> M o m m s e n , T .: E l mundo d e los Csares, l'.C .li., M xi


co, 1945, pg. 11.

160
se hubiese pagado en dinero o en promesas es
critas a ttulo usurario. Con esta disposicin hizo
desaparecer una cuarta parte de las deudas 7.
Esta poltica econmica revelaba la sensatez del
gobernante. Su lucha fue contra la usura, no con
tra la propiedad, ni contra el capital. Su oposicin
a la oligarqua de los llamados sacularii se de
tiene en el justo lmite de un equilibrado respeto
por las fuerzas econmicas.
Que aspir a la monarqua? Que este deseo
Je vino por su frecuentacin con los reinos epgo
nos de la conquista de Alejandro? Ambas pre
guntas pueden ser contestadas afirmativamente pe
ro no sin recaudos. Los que han estudiado seria
mente a Csar no dudaron que su aspiracin fue
instaurar la monarqua y aunque nunca us el t
tulo de rey, tan mal sonante en las orejas roma
nas, tuvo todos los poderes de un autcrata.
Se podra aadir, de acuerdo con la opinin
de Warden Fowler, que en su aspecto puramente
constitucional su gestin fue un xito completo,
porque dej impresa su voluntad sobre el mundo
romano para el resto de su historia.

E L PRINCIPADO DE AUGUSTO

Muchos historiadores han escrito con mano


maestra el ascenso de Augusto a la direccin de
la poltica romana. Repetir lo que est tan bien
narrado en los libros de tantos escritores puede
parecer una faena superflua. Quiz sea as, pero
cuando uno se encuentra, por razones de oficio
y de gusto, en la tarea de comprender las causas
que llevaron a la constitucin del Imperio Roma
no, no se puede resistir la tentacin de dar la in
terpretacin que los hechos nos sugieren.

" S u e t o n io , Csar, en Vida d e los d o ce Csares. (Hay


Imenas versiones castellanas completas de esta obra.)

161
Admito que no se puede quitar ni aadir nada a.
la figura del continuador de Csar que ya no
haya sido dicho, pero tratar de ubicarlo en la
perspectiva de una visin personal de la historia
romana ayuda a esclarecer su significado.
Lo primero que llama la atencin cuando se
estudia el siglo de Augusto es el carcter racional,
fro y reflexivo del poder que se impone sobre
todos los pases cubiertos bajo el dominio de Ro
ma. El orden poltico que naci de las exigen
cias prcticas de la conquista tuvo por padre un
clculo tcnico ejecutado con toda minuciosidad.
Su relacin con las tradiciones antiguas vino im
puesto por una razn de Estado o, en el mejor
de los casos, por eso que los filsofos escpticos
llamaron la defensa de la vida, pero no tuvo
mucho que ver con la pasin religiosa o la fe
vivida.
Formado por razas diferentes, unidas sus partes
por esa violencia metdica, en todo momento due
a de s misma, el Imperio, aunque tom fuerzas
del pasado, se impuso como una solucin impues
ta por la sagacidad de una poltica bien pensada.
Fue un triunfo de la razn prctica.
El instrumento racional de ese triunfo fue, sin
lugar a dudas, la nueva idea del derecho que los
romanos supieron imponer a las viejas frmulas de
convivencia. Este orden jurdico se extendi a to
dos los campos de la cultura v supo sellarlos con
la marca de su racionalismo legal: religin, ar
tes y costumbres quedaron impregnadas de ritua
lismo jurdico y nada importante escap de las
exigencias de esta voluntad ordenadora.
Augusto presidi esta faena, pero hasta tal pun
to su funcin fue solidaria de ella que puede ser
considerado su principal actor, por la importan
cia que tuvo su capacidad configuradora.
La trayectoria pblica de Augusto, desde que
asumi la herencia de Csar, hasta su muerte, tiene

162
el carcter reflexivo, lgico e implacable de una
fra y metdica inteligencia poltica. Nada escap
de su control ni de su terrible eficacia gobernativa.
El racionalismo romano tiene en l a su represen
tacin ms egregia, porque si en algo se distingui
del racionalismo griego es por su orientacin ha
cia la poltica. En este campo de actividad prob
su repudio por las quimeras y su inclinacin na
tural hacia las realidades.
Augusto hered de Csar una guerra civil y una
clara voluntad de imperio. Ambas cosas lo lleva
ron a comprender que para pasar de la Repblica
a la monarqua deba asociar las aspiraciones au-
toerticas de su predecesor con los prejuicios re
publicanos de sus compatriotas. Cuando hall la
frmula adecuada, supo gobernar como un sobe
rano absoluto, bajo el manto de un austero censor
republicano.
El fracaso de Csar y las dificultades que debi
superar para conquistar el poder, lo aleccionaron
acerca de los medios que deba emplear para im
poner la solucin que la situacin poltica exiga.
Esto le impuso, durante el largo lapso de su as
censo y de su apogeo, un juego doble, no muy dig
no si se mide con los parmetros de una moral
caballeresca, pero que tuvo xito. Como era natu
ralmente hipcrita no le cost mucho simular un
gran respeto por las viejas frmulas constituciona
les y deslizar bajo ellas el contrabando de la au
tocracia.
Siempre atento a los hechos y muy sensible a
las lecciones de la historia, impuso su proyecto y
por varios siglos fue el rgimen posible para soste
ner la vida del Imperio Romano.
En este utilitarismo vio Vctor Garthausen el pa
rentesco entre el Imperio Romano y el britnico:
De todos los imperios de los ltimos tiempos, Gran
Bretaa es el nico que puede compararse con el
Imperio Romano. Su constitucin se desarroll de

163
-

manera totalmente diferente de la de los estados


continentales y conserv mucha mayor diversidad.
Es en razn de este mismo espritu conservador
que el ingls puede ser comparado con el romano 8.
Con todas sus perfecciones el rgimen inaugura
do por Augusto tuvo numerosos defectos que con
el transcurso del tiempo probaran su malignidad.
E l primero de esos defectos provena de su origen:
el poder militar. El levantamiento en armas de las
legiones ser la sombra que acompaar a todos
los emperadores hasta el fin de su destino. Augus
to trat de paliar el peligro cubrindolo con una
fachada legal de tipo republicano, pero cuando
los cotos constitucionales probaron su inoperaneia,
el nudo poder militar surgi de las bambalinas y
mostr el verdadero rostro del cesarisino: una m
quina impuesta por la guerra y que absorba con
su potestad a todas las otras instituciones.
Augusto no quiso mostrar el cuo marcial de su
poder y aparent fundarlo sobre el principio jur
dico de la delegacin. La soberana resida en la
Asamblea Popular, pero en virtud de la Lex Re
gia sta delegaba en un magistrado el ejercicio
de la autoridad poltica.
Siglos ms tarde el Cdigo de Justiniano expresa
todava esta pretensin: en virtud de la antigua lev
llamada regia, todo el derecho y la potestad del
pueblo romano han sido transferidos al emperador.
A este pretendido fundamento legal, Augusto
aadi una sombra de poder civil constituida por
el Senado. Es opinin de Suetonio que el nmero
excesivo de los senadores haca de este cuerpo una
extraa y confusa reunin. Haba ms de mil y
entre ellos muchos eran cabalmente indignos de
tal jerarqua. Augusto juraba que haba dado al
Senado sus proporciones y esplendor antiguos; en

8 G a r t h a u s e n , Vctor: The Romn E m pire com parad


with m odern England.

164
verdad lo haba convertido en un instrumento al
servicio del gobierno personal.
Janus fue un dios romano y tena por misin
guardar la puerta de la casa. Este dios bifronte es
el signo tentador para representar el carcter de
la poltica romana, que nunca pudo contemplar el
futuro sin tener los ojos puestos en el pasado. Esto
explica por qu razn Augusto nunca se present
como un innovador, sino como restaurador. Y aun
que renov casi todo, en sus discursos no se cansa
ba de repetir que su misin era devolver a Roma
el esplendor perdido. Velleius Paterculus se hace
eco de esta pretensin cuando afirma en su Histo
ria Rovxana que todo lo que los hombres pueden
pedir a los dioses, todo lo que los dioses pueden
acordar a los hombres, todo lo que los votos pueden
desear, todo lo que la felicidad puede realizar de
ms completo, todo esto lo procur Augusto al Es
tado romano y al universo entero. Las discordias
civiles sofocadas despus de veinte aos, las gue
rras externas apagadas, la paz devuelta, el furor
de los combates en todas partes apaciguados. La
fuerza restituida a las leyes, la autoridad a los jui
cios, la majestad al Senado, las antiguas magistra
turas reinstaladas en su antiguo p od ero... los
brazos devueltos a la agricultura, el respeto a la
religin, la seguridad a los ciudadanos, la confianza
a todas las propiedades. La legislacin sufri sa
bias reformas, fueron promulgadas leyes saluda
bles, el recenso del Senado se hizo sin rigor, pero
con justa severidad. Las exhortaciones del prnci
pe obligaron a los primeros ciudadanos, a los hom
bres ms distinguidos por sus triunfos y honores,
a trabajar por el embellecimiento de Roma 9.
Si se prescinde de la exageracin del apologista,
se advierte el propsito de crear una sugestin
restauradora, de promover la idea de un retorno

9 V e l l e iu s P a t e r c u l u s : Historia Romana; II, 89.

165
triunfante hacia el esplendor de la Repblica. To
do ha sido devuelto, restituido, reconstruido. La
Repblica entera, con sus virtudes antaonas, sus
fuerzas renovadas renace de sus cenizas al con
juro mgico del emperador Augusto.
Decret el retorno a la juventud y a las viejas
costumbres, a la simplicidad de Catn el Censor,
a la decencia de Lucrecia. Las viejas suripantas
del teatro republicano sonren con sus bocas sin
dientes y exhiben sus piernas marchitas como
aceptando esta farsa de falsa lozana. Los afei
tes impuestos por el Prncipe no ocultan las inju
rias del tiempo y bajo la pintura se descubre el
verdadero rostro de los actores: no son jvenes
ni estn sanos. El aparato montado por Csar du
rar, pero ms por la inercia de un mundo vido de
seguridad que por la fuerza del entusiasmo.
Same permitido pidi Augusto afirmar la
Repblica en estado permanente de esplendor y
seguridad. Habr conseguido la recompensa que
ambiciono, si se considera su felicidad obra ma,
y si puedo alabarme, al morir, de haberla estable
cido sobre bases inmutables 10.
El tono enftico del prrafo no debe hacernos
olvidar que Augusto supo enfrentar a los que bus
caban motivos para rerse con una autoridad jams
discutida. Su intencin de instaurar la Repblica
en estado de esplendor permanente es una frase
que, por supuesto, no puede ser tomada al pie de
la letra, pero saba movilizar el pasado al servicio
del presente y esto, para los romanos que saban
leer entre lneas, era importante.
Ningn romano inteligente ignoraba que el pa
sado estaba bien muerto y que los decretos remo-
zadores de Augusto caan en las orejas de un pas
viejo y escptico, pero en la medida que podan
comprender las intenciones de Augusto las apro-

10 S u e t o n io : o. c . , pg. XXVII.

166
baban, aunque en el fuero ntimo se rieran un poco
de la imposible pretensin del emperador.
Es difcil saber si Augusto adverta con lucidez
lo que poda haber de falso en su sistema. Su em
peo en mantener la vigencia de los valores fene
cidos tiene algo de conmovedor y puso en esta ta
rea una sinceridad que logr triunfar de su propia
hipocresa.
Decret la vigencia de instituciones que Roma
ya haba abandonado en el camino y reforz la
polica para que nadie pudiere tomar en broma su
intencin restauradora. Senado, tribunado, pontifi
cado y comicios seguan funcionando. Es cierto
que en sus movimientos no exista el calor de los
viejos tiempos, pero en cambio tenan una perfec
cin que haca pensar de inmediato en los hilos
que los unan al sistema central.
El tribunado fue ejercido por el propio Empera
dor y sin ninguna de las restricciones que tuvo
durante la Repblica: anualidad, colegialidad v
carcter urbano. El imperio proconsular, antao
limitado a los pases que se hallaban bajo la ley
marcial, se hizo extensivo a todo el dominio con
la inclusin de Roma. Con esta medida la ciudad
pas a integrar el Imperio y se convirti en presa
de su propia conquista. El sumo pontificado tam
bin fue asumido por Augusto a la muerte de L-
pido. Con esta medida resucit la identificacin
del trono y el altar.
Declarado cnsul vitalicio y dueo de las prin
cipales magistraturas, quiso transmitir el poder a
un heredero de su eleccin. Ninguna de las leyes
republicanas autorizaba esta medida, de modo que
debi hacerse sin recurrir a ningn antecedente
jurdico. Escriba Len Homo que el problema
de la sucesin no tena solucin legal. Cmo hacer
hereditaria una magistratura viajera? Cmo trans
mitir a voluntad un poder delegado?
Augusto logr su propsito por dos procedi-

167
mientos conjugados: una designacin moral ligada
a la herencia, fuera natural o adoptiva, y una aso
ciacin anticipada al poder imperial bajo la forma
de co-regencia. En estas condiciones, el heredero
designado por el parentesco se converta en la se
gunda persona del reino. Desaparecido el empe
rador, tena en sus manos todos los resortes del
poder. El Senado se hallara frente a una situacin
de hecho contra la cual no podra hacer nada. La
eleccin del co-regente como emperador sera una
carta obligada, reducida a una formalidad pura y
simple u .
Augusto fue hombre de hechos, no importa que
haya escrito que haba transferido su gobierno a
manos del Senado y del pueblo romano y que no
haba aceptado ninguna funcin contraria a la
constitucin; tena en sus manos el ejrcito y las
finanzas, lo dems discurra por s solo.
Los historiadores de Roma no se han engaado
a este respecto y afirmaron con Dion Cassio que el
poder del pueblo y del Senado pasaron a las ma
nos de Augusto que los us a su antojo. Tcito
confirm esta opinin con palabras que resumen la
cuestin:
Despojado Lpido del poder y muerto Anto
nio, no quedaba al partido de los Julios otro jefe
que Csar (por Octavio Augusto), el cual dejando
el nombre de triunviro, presentse como cnsul y
contentse, para defender a la plebe, con el poder
tribunicio. Cuando sedujo al ejrcito con sus ddi
vas, al pueblo con las distribuciones de trigo y a
todos con la dulzura de la paz, comenz a levan
tarse poco a poco y atribuirse lo que sola es
tar a cargo del Senado, de los magistrados y de
las leyes.
Nadie se le opona, pues los ms valerosos ciu
dadanos haban sucumbido en las guerras civiles1

11 H omo, Len: Auguste; Payot, Pars, 1935, pg. 123.

168
y los dems, entre los nobles, cuanto ms dciles
i la servidumbre tanto ms se elevaban en honores
y riquezas; engrandecidos en este gnero de cosas,
preferan lo presente que era seguro a lo pasado
que era peligroso 12.
La paz fue el beneficio que obtuvo Roma a
cambio del sometimiento a la voluntad de Augusto.
En los citados prrafos de Tcito no se oculta una
embozada crtica al rgimen inaugurado por el
Prncipe. Qu propona Tcito a cambio?
En verdad, nada. En Roma no existi una opo
sicin sistemtica al orden imperial y al decir
sistemtica pienso en una oposicin organizada,
con un plan y un sistema de ideas coherentes.

LA OPOSICION BAJO LOS CESARES

Los sucesores de Augusto continuaron su polti


ca de pacificacin. Esto no significa que Roma
abandon para siempre su tarea de ser un imperio;
quiere decir que sus nuevas guerras tuvieron por
finalidad asegurar los beneficios de la paz a todas
sus posesiones y consolidar, con algunas incursio
nes punitivas, la seguridad de las fronteras.
Este nuevo orden naci de la razn poltica y
slo acept de las tradiciones religiosas todo cuan
to poda confirmarlo. Se vio a lo largo del Imperio
el ajustado funcionamiento de la mquina adminis
trativa que aseguraba la prosperidad.
Los hombres de negocios aumentaron sus ganan
cias, los campesinos y los artesanos contaron con
caminos seguros para llevar sus productos a las
ferias. El advenimiento de esta era de paz apareci
ante los ojos de todos como una epifana. Las vie
jas frmulas consagradas al elogio de las divinida
des pasaron a formar parte del rito de adulacin al
emperador.

12 T c i t o , Anales, I; II..

169
La ciudad de Halicarnaso, tierra de Herodoto
segn la tradicin, celebr a Csar Augusto como
al padre de la tierra y como al ms sabio de la
raza humana, cuya sabidura no slo ha satisfecho,
sino que ha excedido los ruegos de todos. Csar
naci para la salvacin del mundo, y su nacimiento
puede ser tenido como el comienzo de la vida y de
la existencia iy.
Estos encomios no se limitaban a panegricos
ocasionales e improvisados con el propsito de con
seguir algn beneficio, apuntaban a constituir una
suerte de sincretismo religioso para consolidar el
sistema sobre una base indiscutible.
El genio del emperador era objeto de un culto
al servicio de la unidad poltica. Todos los pases
de la cuenca del Mediterrneo deseaban esa unifi
cacin y la fe en el emperador apareca como
el fundamento tangible de ese culto.
Pocas veces en la historia se ha logrado la reali
zacin de una empresa poltica tan vasta y variada
como el Imperio Romano y con tanto xito. Tasta
ese momento la situacin del mundo greco-latino,
no haba estado tan cerca de alcanzar el deside
rtum de sus aspiraciones. Por primera vez un po
der consciente de sus propsitos construy un or
den de convivencia en el cual hasta las tradiciones
religiosas fueron reflexivamente asumidas para ser
vir un objetivo poltico. Lo que tal vez falt en
ese imperio fue la vida. Su poltica, por mucho que
se empeara en resucitar con fomentos oficiales las
bases morales del orden pblico, destac con ma
yor nitidez la diferencia que haba entre un romano
de la poca de oro de la Repblica y ese otro que
pareca fabricado en las oficinas imperiales.
Una circunstancia favoreci esta empresa: la fal
ta de espritu revolucionario en el racionalismo ro
mano. Los movimientos polticos nunca tuvieron13

13 G a r t h a u se n , V.: o. c.

170
t'l propsito de construir una utopa y siempre es
tuvieron comprometidos con intereses conservado
res.
En este aspecto de la vida romana predominaba
una base religiosa arcaica, una innata desconfianza
al poder destructivo del tiempo y una suerte de
complacencia instintiva en la seguridad de los re
tornos. El imperio no encontr una oposicin ca
paz de elaborar un rgimen que se le opusiera.
Hubo descontentos, pero stos se detenan en la
figura personal del emperador y si pensaban sa
carlo, era para poner otro en las mismas condicio
nes, aunque mejor dispuesto para con ellos.
A este despotismo inquieto y poco seguro es
criba toissier respondi una oposicin indecisa,
disimulada, ms molesta que eficaz, sin consisten
eia y sin principios 14.
Lo que qued de esta oposicin: panfletos, sti
ras, literatura de alusiones y lecturas pblicas con
veladas referencias crticas al Csar de turno, no
testimonia por la existencia de una lucha partida
ria, sino simplemente por deseos muy concretos de
verse libre de la persona de tal o cual emperador.
Esto permiti al Imperio durar muchos aos y que
fuera, de acuerdo con la famosa boutade de Bar-
bey dAurevilly, una monarqua absoluta limitada
por el asesinato.

LA RESTAURACION RELIGIOSA

El carcter conservador del rgimen se expres


en el deseo, bastante ingenuo, de resucitar el casi
fenecido panten romano. Con este santo prop
sito Augusto moviliz todos los resortes del poder
y mancomun a los mejores espritus de la poca

14 B o is s ie r , Gastn: L opposition so m les Csars; Hachet-


ie, Pars, 8'1 edicin, pg. 63.

171
/
para que colaborasen en la tarea de insuflar un
poco de sangre a las deidades romanas.
La vieja religin era muy formalista y se expre
s con preferencia en las manifestaciones exteriores
del culto. Resucitar las antiguas liturgias, remozar
las con los dudosos recursos del teatro, fue una
cuestin de arqueologa ms que de fe.
Otro aspecto esencial de la religin romana fue
su carcter poltico. Esto permiti que la faena res
tauradora no tuviera que vencer grandes dificulta
des para hacerla ingresar en el programa de re
construccin social emprendido por Augusto. Esto
tambin explica como escriba Boissier en un
libro dedicado a la religin romana porque razn
no fueron los devotos, sino los polticos, y aun
aquellos que no crean en nada, los que ms y
mejor encomiaron la religin romana. Cicern, que
no poda ocultar la risa cuando pasaba frente a
uno de sus colegas en el Colegio de Augures,
hizo un elogio de la religin donde exalta su valor
pragmtico: Si se compara el pueblo romano con
todos los otros pueblos, se ver que ellos lo igua
lan o superan en todo, pero Roma vale ms por
el culto que da a los dioses. Gracias a eso vencieron
al mundo entero 15.
En religin como en poltica Roma no volva la
espalda al pasado; por el contrario estuvo siempre
en la tarea de hacerlo servir al presente. El estoi
cismo, en esa poca el sistema filosfico ms ex
tendido por el Imperio, aspir a conciliar en su teo
loga la razn con la fe y lo hizo en una sntesis ms
utilitaria que especulativa y en donde prob, con
razones polticas, el valor de la religin popular 16.
Todas estas tentativas estuvieron animadas por
la accin de los emperadores que pensaban, como

15 B o is s ie r , Gastn: L a religin rom aine; Hachette, Pars,


7^ edicin, pg. 36.
16 F r ie d l a n d e r : L a sociedad rom ana, F. C. E .f Mxico,
1947, p. 1001.

172
\

lblibio, que si la Repblica estuviera formada por


sabios, las religiones seran intiles. La inconstancia
de las multitudes, sus malas pasiones, sus cleras
locas, han obligado a los gobernantes a recurrir,
para frenarla, a los terrores desconocidos, a las fic
ciones espantables, a todas las amenazas de los
abisnlos infernales.
Cicern en sus escritos sobre la adivinacin ex
presa una opinin semejante que pone en evidencia
el carcter ilustrado de la poca imperial: la adi
vinacin considerada en s misma es una quimera,
pero en buenas manos pu 1 grandes ser-
vicios al Estado porque asambleas
cometer estupideces l7.
Este pragmatismo no es conciliable con la fe y
nos explica la intrnseca discordia que divida el
alma de los contemporneos de Augusto cuando
pretendan, de acuerdo con la palabra de orden
del emperador, volver a los antiguos cultos. Como
no podan sustraerse totalmente a las frivolidades
v al escepticismo imperantes caan en la incohe
rencia entre lo que predicaban por exhortacin
oficial y lo que hacan en su vida diaria.
Fue en la obra de Virgilio donde la voz de Au
gusto tuvo su acento ms sincero y esto porque el
poeta mantuano no dijo sino aquello que sala de
su corazn. Es verdad que toda su poesa estaba
impregnada de ciencia y cultura: la lengua, la es
tructura del verso, el conocimiento de la religin
y de la patria, el manejo de los lugares poticos,
pero como amaba todo eso, su palabra tiene una
sinceridad que se opone fuertemente a cualquier
obra pa de pura reconstruccin erudita.
Donde perda pie escriba Brasillach es en
esas complicadas aguas donde la poltica y la re
ligin se juntaban. As cuando peda a los paisa
nos que volvieran a los campos abandonados, haca

17 B o issler , G.: o . c ., pg. 51.

173
de los trabajos de la tierra y de la paz buclica
un cuadro tan manifiestamente falso, como ador
nado de los ms tontos colores mitolgicos ls.
Por poco que se compare la E n eida con los glan
des poemas picos de Homero se comprender que
Virgilio trabaj sobre un material sabiamente esco
gido y no con tradiciones religiosas pertenecientes
a una fuerte y viva fe popular.
Los perodos finales de una cultura se caracteri
zan por la prdida de la fe. En su lugar la razn
trata de substituir el entusiasmo, la inspiracin
divina o lo que fuere que haya en el fondo de las
religiones, por las pasiones partidarias, ideolgicas
o simplemente conservadoras. Si se observa bien,
este proceso admite dos formas de realizacin: una
reaccionaria, clasicista, que con los ojos puestos
en las condiciones que hicieron en otrora la gran
deza del pueblo, lucha por reconstruirlas racio
nalmente. La otra tendencia es revolucionaria ahis
trica, utpica. Pretende una sustitucin completa
de la realidad social por un modelo de fabricacin
racional.
Grecia conoci ambas formas del racionalismo,
Roma slo la primera. El gobierno de Augusto es,
en todos sus aspectos, la ilustracin cabal de una
restauracin conservadora.
El 19 de agosto del ao 14 de la era cristiana, el
emperador entr en agona a raz de una enferme
dad que lo atac en ola. Velleius Paterculus nos
transmiti sus supuestas ltimas palabras. Verdade
ras o no, son el agudo eplogo de su obra de go
bierno.
He representado bien la comedia de la vida?
Termin repitiendo en griego la frase con que
se cerraban los espectculos teatrales: Si estis
contentos, aplaudid al autor.

18 B r a s il l a c h , Robert: Oeuvres com plts; t. V II, Pr


sence de Virgile.

174
Vil

SOCIEDAD Y CULTURA

LA VIDA FAMILIAR

La asociacin de ambos trminos, sociedad y


cultura, hace clara referencia a un aspecto consti
tucional de la vida romana y a otro que supone
una serie de medios, sabiamente dosificados, para
alcanzar la realizacin de un ideal humano. Co
menzaremos nuestra investigacin por la vida fa
miliar y por ende por la situacin de la mujer en
el seno de la sociedad romana.
Cuando la historia del hombre en la tierra es
vista en la lnea de un progresismo indefinido, que
supone la emancipacin de la mujer de los cuadros
tradicionales, las instituciones sociales antiguas apa
recen con los trazos informes de un embrin en
va de desarrollo que apenas deja adivinar los ras
gos de su futura perfeccin. Parece obvio sealar
que sta no es la mejor perspectiva para compren
der eso que cada poca tuvo de valioso.
Si se observa la cermica etrusca y los variados
dibujos que la adornan, se comprender fcilmente
que una civilizacin que haba hecho del comercio
su actividad favorita, no poda descuidar el atuen
do de las mujeres ni dejar de adornarlas con la
pulcritud de una esmerada delicadeza. Se encuen
tran all los primorosos tocados que tanto llamaron
la atencin en los vasos cretenses y una presencia

175
constante de las mujeres en las ceremonias y ban
quetes de una refinada vida social. Una vez nts
se impone la seguridad de que un mundo dado
fundamentalmente a los negocios convierte a la mu
jer en uno de sus ms preciados ornamentos.
Si se pasa de la cermica a las escenas esculpidas
en las piedras tumbales, se observa nuevamente el
lugar de privilegio que ocupaba la mujer y la im
portancia que debieron tener en la vida social de
los etruscos. Se tiene la impresin, de acuerdo con
los mejores etrusclogos, que la mujer era el cen
tro indiscutido de la vida social y que reinaba sin
sombras en el seno de la familia.
Tito Livio, en una referencia que hace sobre el
origen de los Tarquinos, se detiene a relatarnos la
leyenda de Tanaquil, la mujer de quien sera Tai-
quino el Antiguo y a cuya carrera ascendente
habra colaborado de un modo decisivo. No sola
mente el primero de los Tarquinos debi su as
censo a la habilidad de Tanaquil, sino que fue
ella, siempre segn Tito Livio, la que promovi
la llegada al trono del sucesor de su marido, Ser
vio Tulio.
Verdad o ficcin potica, esta referencia brega
por la importancia que tuvo la mujer no solamente
en los lmites de la casa familiar, sino tambin en
las relaciones de la vida pblica.
El fuego sagrado de la ciudad de Roma estuvo
custodiado por las vrgenes llamada vestales. Qu
relacin exista entre la conservacin de la virgini
dad y la vigilancia de la llama votiva? No sabe
mos. Los vnculos son misteriosos y se pierden en
la noche de los tiempos. Existe un poder en el
fuego sagrado y en la virginidad que ningn con
tacto impuro debe manchar. La violacin del voto
de virginidad traa como castigo un terrible supli
cio. Hay una prefiguracin de la Virgen Santsi
ma en la pureza de esas jvenes consagradas al
culto de la ciudad?

176
\

Existan otras fiestas religiosas destinadas ex


clusivamente a las mujeres y cuyas ceremonias
estaban vedadas a los hombres. Una de ellas era
la de la buena diosa, quien, segn la leyenda,
haba matado a su marido, una suerte de fauno,
luego de haber bebido vino. En esta fiesta las da
mas empinaban el codo y se desquitaban de la
abstinencia a que las someta la disciplina fami
liar. Un amigo de la psicologa freudiana podra
ver en ella una especie de sublimacin religiosa
del deseo de matar al marido.
Haba otra donde se bailaba alrededor de un os
tentoso falo que estaba destinada, segn San Agus
tn, a favorecer las siembras.
Y esto se haca no en privado, donde fuera ms
verecundo, sino en pblico, triunfando aqu la car
nal torpeza. Este impdico miembro, durante las
festividades de Libero, era colocado con grande
honor en carrozas y paseado primeramente del
campo a las encrucijadas y luego hasta la ciudad.
En la villa llamada Lavinio, se dedicaba todo un
mes a festejar a Libero. Sobre este miembro, una
madre de familia, elegida entre las ms irrepro
chables, colocaba pblicamente una corona .
Muchas de estas licencias litrgicas estaban des
tinadas a desencadenar ciertas pasiones de la fe
mineidad que de otro modo habra que tolerarlas
en ocasiones y situaciones menos adecuadas. Los ro
manos llamaron impatientia muliebris a esa in
capacidad que suelen tener las mujeres de refre
nar sus impulsos y trataron, en todo momento, de
ofrecerles una salida sacra, porque, segn el crite
rio antiguo, proceda de una fuerza misteriosa.
En la misma fundacin de Roma aparece el nom
bre de Larentia como aquella que recogi a R-
mulo y Remo y los cri entre los famosos pastores
que robaron las majadas de Hrcules.1

1 S an A g u s t n : D e Civitate Dei, V II, 21.

177
Normalmente la mujer era el centro de ese p e
q u e o estado constituido por la familia heril, El
pater reinaba como un soberano sobre los hijos e
hijas no casadas, sobre los nietos, los clientes y
los esclavos. No obstante este gran poder, los otros
miembros de la casa tenan sus derechos y prerro
gativas. La mujer pod'
muebles e inmuebles
hermanos. La soberana paterna no era discutida
y la ley le otorgaba el carcter de un verdadero juez
con respecto a sus allegados. Poda castigar, agra
ciar o dar la muerte si lo encontraba necesario.
Pero no poda usar de ese poder sin reunir el con
sejo de la familia.
El casamiento de una hija significaba que el pa
dre abandonaba la potestad que ejerca sobre ella
y la transfera al marido. En latn se deca que
pasaba de la mano del padre a la mano del marido
y dependa de este ltimo como una hija.
Los patricios romanos tuvieron una forma de
matrimonio solemne que se llam conferratio
y que se realizaba en presencia de diez testigos,
luego de un sacrificio y una consulta a los auspi
cios. Los esposos compartan una torta de trigo
duro fareus libum como smbolo de la vida
en comn. Esta ceremonia le daba al matrimonio
su sentido pblico y religioso.
Entre los plebeyos las costumbres fueron ms rea
listas y se acomodaron a situaciones de mayor cru
deza. Una de las formas comunes del matrimonio
entre gente de menor cuanta fue la consuma-
tio o simple uso. La muchacha abandonaba la
casa paterna y se iba a la del marido. Pasado un
ao quedaba en poder de este ltimo de acuerdo
con el principio jurdico de que en los bienes
muebles la posesin vale el ttulo. Esta situacin
legal tena su contraparte: si la mujer abandonaba
durante tres noches seguidas el hogar del marido,
volva de nuevo a la casa de su padre.

178
Otra forma matrimonial fue la compra que se
efectuaba comnmente en dos actos: el padre aban
donaba su potestad sobre la hija, la emancipaba.
En otras palabras la dejaba en la calle. El esposo,
apiadado de la situacin de la muchacha, peda
a sta si quera pasar a estar bajo su proteccin.
Si aceptaba, pasaba a vivir con el marido.
I.os matrimonios plebeyos fueron meramente ci
viles, en cambio los patricios reconocan formas
tradicionales religiosas. Un ciudadano romano no
poda casarse con una mujer cuyos padres no tu
vieran el privilegio de esa ciudadana. Junto a es
ta limitacin prohibitiva del matrimonio estaban
los impedimentos por consanguinidad que se exten
dan, en los comienzos de la Repblica, a un grado
de parentesco bastante lejano. Ms adelante se ate
nu un poco y durante la poca imperial se redujo
todava mucho ms.
La edad fijada por la ley para la contraccin del
matrimonio era de doce aos para la mujer y de
veinte para los varones. Estos ltimos podan hacer
lo a partir del momento que reciban la toga viril,
que era a los diecisiete aos. Fue uso largamente
aceptado en las clases altas que la muchacha pro
metida en matrimonio a un joven ingresara a la fa
milia del marido a partir de los siete aos, con
el propsito de educarse en las costumbres que
deban ser las suyas. All completaba su educa
cin: aprenda a leer, a escribir, a contar y recitar
versos. Adems, todas las artes que eran menester
para hacer de ella un ama de casa hacendosa. Hilar
v tejer eran las ocupaciones ms importantes en la
vida de la mujer y las que permitan dar a la seo
ra de casa el ttulo honorable de summa lanifica.
Segn una antigua tradicin, cuyo origen re
monta hasta Rmulo, haba tres motivos funda
mentales para repudiar a la esposa: el adulterio, la
provocacin de un aborto o la fabricacin de un
doble juego de llaves para abrir la despensa.

179
Algunos historiadores opinan que el matrimonio
llamado por confaerratio era indisoluble, pero
resulta que exista una ceremonia la difaerratio
que disolva el vnculo impuesto por la primera.
Esto solamente se aplicaba en el caso en que la
mujer hubiese sido condenada a muerte por el con
sejo familiar.
Los contratos civiles permitan el divorcio y para
que ste se produjera bastaba la voluntad del ma
rido expresada en una expulsin pura y llana: Da
me las llaves de la casa, toma tus brtulos y vete.
As de simple. Con todo no parece probable
que esta decisin se tomara sin reunir el consejo
de la familia y explicar ante l las verdaderas cau
sas del repudio. No podemos olvidar que las unio
nes matrimoniales solan ser verdaderas alianzas
familiares y no era faena fcil deshacerse de una
muchacha que tuviera excelentes apoyos en su
propia familia.
Legalmente la mujer dependa del marido y ste
poda hacer todas aquellas cosas que le estaban
prohibido a ella bajo pena de repudio y a veces
de muerte.
El hogar es el reino de la mujer, all es la do
mina o duea. En las casas importantes est
eximida del trabajo servil y slo hila o teje rodeada
por sus servidoras. No vive encerrada en el gi~
neceo y puede salir a la calle, dndole aviso a su
marido del lugar a donde va. Fuera de la casa
porta la stela matronalis y se hace acompaar
por algunas servidoras, cuyo cortejo da cuenta de
la dignidad del ama. En la calle se le cede la ve
reda y est totalmente prohibido tocarla, aun cuan
do comparezca ante un juez para responder de la
comisin de un delito.
Es cierto que no puede repudiar a su marido
por las razones indicadas ms arriba, pero el adul
terio en Roma no era fcil y el marido engaado
puede matar impunemente a su rival si lo encuen-

180
Ira in fraganti. Estas dificultades y peligros, una
existencia realizada a la vista de tantos servidores,
I lacen de la monogamia un carta obligada.
La posicin de la mujer en la casa, lejos de
disminuir, se acentu en la poca imperial y su
importancia fue disipando la potestad discrecio
nal del marido. Poda disponer de su dote y en los
llamados matrimonios libres, frecuentes durante el
Imperio, la mujer retena la propiedad de todos sus
bienes y el marido no intervena para nada en su
administracin a no ser que ella as lo consintiera.
Existen numerosas referencias a matrimonios
polticos hechos con una mujer de condicin so
cial superior a la del marido y que signific para
este ltimo un adelanto en su clasificacin jerr
quica.
Por qu no quiero casarme con una mujer
rica? se preguntaba Marcial. Porque no siento
el menor deseo de convertirme en la esposa de
mi esposa.

LA INFLUENCIA DE LA HELADE

Es un hecho que Roma sufri desde sus comien


zos la influencia de la cultura griega. Las expresio
nes de la civilizacin helnica la ayudaron a en
contrar su propia forma espiritual. As la literatura
clsica aceler la evolucin del latn y le permiti
acceder, en poco tiempo, a sus formas ms altas
y refinadas de expresin.
No siempre esa influencia fue beneficiosa y mu
chas costumbres de la Hlade decadente incidie
ron perjudicialmente en los cambios de la mentali
dad romana.
En captulos anteriores nos hemos referido a la
tesis de Grimal con respecto a los comienzos de
la helenizacin de Roma. Esa tesis correga, en
alguna medida, la opinin corriente que tenda a
exagerar el aporte griego.

181
Para el historiador francs toda la cultura griega
se presentaba como un sistema de pensamiento
muy prximo a las tendencias profundas de Roma.
Ambas civilizaciones revelaban un innegable pa
rentesco, por esa razn su encuentro, durante los
sucesos blicos del siglo III a. de J. C. despiertan
posibilidades y potencias latentes, tanto mejor
advertidas por los romanos cuanto ms respondan
a tendencias ntimas de esa sntesis psicolgica,
racial y cultural que llamamos Roma y en donde
se unen, aunque en diferentes proporciones, ele
mentos parecidos a los que constituyen la sntesis
griega 2.
Para Grimal, Roma fue una ciudad helnica tanto
por sus constitutivos tnicos como por sus aspira
ciones culturales. El estudio de la literatura romana
durante la edad de oro de la Repblica lo confirma
en esta sospecha.
Ante todo est el modelo griego. Responda o
no a eso que Grimal llama las aspiraciones ms
profundas del alma romana, se encuentra all al
alcance de los artistas, con todo su vigor expresivo,
para sealarles cmo deben desarrollar sus propios
trabajos. Los romanos conocieron estos modelos
durante las guerras realizadas en Sicilia. En cada
una de las ciudades de la isla haba un teatro y, en
ellos, los soldados romanos tuvieron la oportunidad
de ver representadas las escenas ms conocidas del
drama tico y las improvisaciones y pantomimas
a que eran muy aficionados los sicilianos. Sin duda
haba en los romanos una disposicin espiritual que
haca eco a estas creaciones del espritu helnico
y muy pronto las exigencias de la demanda des
pertaron los ingenios capaces de emular las obras
griegas con otras semejantes escritas en el idioma
del Lacio.

2 G r im a l , P ierre: L e sicle des Scipions, E d . citad a, p


ginas 16/17.

182
Tarea larga y que no estuvo libre de inconve
nientes. El latn evolucion con gran rapidez para
alcanzar las finezas expresivas del modelo. Esta
evolucin exagerada tuvo sus riesgos: idiotismos,
greguecismos, atentados a la sintaxis natural de
la lengua, fueron el precio pagado por los prime
ros escritores latinos para evitar la monotona de
una lengua todava muy rstica. El latn aguant
el cambio y pronto estuvo en condiciones, si no
de superar a su modelo, de crear obras originales
que respondan mejor, en el fondo y en la forma, a
su idiosincrasia.
Grimal, trocndose en advocatus diaboli de
su propia tesis, nos aconseja dejar momentneamen
te a un lado el helenismo latente que pudiera exis
tir en el alma romana y observar la influencia ex
terior que tuvo Grecia en el desarrollo de la espi
ritualidad latina.
La Grecia contempornea de las Guerras Pnicas
ofrece al historiador dos rostros. Uno de ellos,
vuelto hacia el pasado, vive de la nostalgia y el
recuerdo; el otro miraba hacia el futuro y tena
su sede en la Magna Grecia. Este ltimo es el que
los romanos conocieron mejor y del que recibieron
una influencia no ya libresca, sino viva.
La ola parti de Magna Grecia y el aconteci
miento que la puso en marcha fue la toma de Ta
lento en 272 a. de J. C. Fue la ciudad de Livio
Andrnico, el primero de los autores latinos cono
cidos. Desgraciadamente para nuestro conocimien
to de los primeros pasos literarios de Roma, Livio
Andrnico es apenas un nombre. Debemos esperar
el advenimiento de Nevius para encontrar un au
tor del que sobrevivieron algunos fragmentos en
lxicos posteriores. Nevius no fue un poeta, apenas
un gramtico que compona versos con prolija pe
ricia sintctica. En sus dramas us con abundan
cia la mtrica griega, no as en un poema pico
que dedic al triunfo sobre Cartago, que escri-

183
bi en ritmo saturniano y en perfecto acuerdo con
la tradicin de los cantos religiosos romanos.
La idea que Roma fue fundada por troyanos que
haban escapado de la destruccin de su ciudad
parece haber nacido en Sicilia. Era una justifica
cin ingenua de la derrota padecida por los grie
gos de la isla frente a esa advenediza que entraba
con tanto mpetu en el escenario histrico.
El fino helenismo de los romanos sufri un lar
go eclipse cuando Anbal invadi Italia y llev sus
ejrcitos contra la Urbe. Hubo un movimiento de
retorno hacia las fuentes etruscas y latinas; Roma
abomin, temporariamente, del embrujo helnico.
Luego de las guerras con Macedonia todo vuelve
a su cauce y los vencedores de Cartago, de Anbal,
de Filipo y de Antoco juran por los dioses del
Olimpo y sienten en sus almas la mesura apolnea.
La helenizacin de las clases cultivadas era un
hecho irreversible. No se poda ser un hombre cul
to si no se tena conocimiento de la literatura y la
filosofa griega y no se manejaba su lengua con
cierta holgura. Los romanos estaban convencidos
que la lengua de los griegos posea esa fluidez y
una riqueza expresiva que los latinos nunca po
dran alcanzar.
De esta certeza naci la idea de ensear el latn
en cursos paralelos con el griego. Esta manera de
estudiar la gramtica se prolong a lo largo de la
historia imperial y pas a formar parte de los usos
pedaggicos de nuestra civilizacin, hasta un pun
to en que podemos afirmar, sin temor ni temblor,
que su abandono es una de las causas ms impor
tantes de nuestro deterioro cultural. Catn el Cen
sor encarn la reaccin contra el helenismo y su
actitud desconfiada frente a la influencia griega re
velaba la mentalidad del chacarero latino. No se
crea por esto que Catn era hombre de criterio es
trecho e incapaz de apreciar las obras del espritu.
Era fundamentalmente un romano en el momento

184
ni que toda Grecia flirteaba con Cartago y se haca
necesario volver por los fueros de las propias tra
diciones para oponerse a ese sortilegio debilitador.
Catn tampoco crea mucho en el valor de las
conquistas y las anexiones. Pensaba que Roma te
na bastante con ser la cabeza de Italia y hablaba,
como escribe Grimal, en nombre de una tica muy
coherente y perfectamente comprensible para la
aristocracia rstica y para los propietarios del Lacio.
Frente a Catn, Grimal coloca la figura de los
Escipiones, tan animados como el Censor por la fe
en Roma, pero con exigencias de expansin y con
quistas que anunciaban ya el pensamiento imperial
de la poca de Csar y Augusto.
Si Catn representa el espritu de los propie
tarios rurales y la fuerte cohesin de la ciudad
municipio, los Escipiones reclaman para s la inter
pretacin del pensamiento helnico que, venido
de Etruria y de la Magna Grecia, form la con
ciencia romana y le dio los medios para expresarse.
Catn y el grupo encabezado por los Escipiones
encarnan, respectivamente, las dos corrientes en
que se divide el espritu de Roma: la tradicional
y agrcola que hall en los Gracos su ltima expre
sin poltica y la corriente imperial, helenstica,
que se abri paso en el atardecer de la Repblica
y floreci con el Imperio.
Las guerras del siglo II a. de J. C. pusieron en
movimiento ambas fuerzas, como si Roma, frente
a la agresin pnica, hubiera tenido necesidad de
recogerse sobre s misma y buscar en las tuerzas
religiosas la raz de su alma ancestral. Vencidos
los cartagineses, se lanz hacia adelante para con
quistar el mbito poltico donde se disolvera su
antigua personalidad, para dar nacimiento a esa
liorna que Jpiter, Marte y Quirino queran impo
ner sobre la cuenca del Mediterrneo. Roma, ca
beza del Imperio, es el anuncio de esa otra Roma
que ser la cabeza de la Iglesia Catlica.

185
Grimal cree que lo helenstico formaba tambin
parte de la tradicin romana autntica. En esta
afirmacin quiz convenga distinguir dos aspectos:
uno constituido por los elementos religiosos y tni
cos comunes a la ciudad del Lacio v a los pueblos
griegos; el otro depende del proceso de racionali
zacin sufrido por la cultura helnica y que se co
noce con el nombre de helenismo propiamente dicho.
Hav un origen comn en los pueblos greco-latinos
que explica ciertas semejanzas en sus creencias,
en sus costumbres y en sus respectivas trayectorias.
Pero hay tambin un proceso de extensin cultu
ral, perfectamente consciente, que se extiende por
toda la cuenca del Mediterrneo, cuyo impacto Ro
ma sufri a igual que otras ciudades, aunque con
una capacidad receptiva en razn directa de su
energa histrica.
Esto aceler la maduracin de su ritmo evoluti
vo, pero despert, al mismo tiempo, la fuerte pro
testa de sentimientos todava vigorosos v que en
contraban su alimento en las fuentes de la religin
nacional. Esta reaccin explica la existencia de C a
tn el Censor y tambin la hibridacin que pade
cieron ciertas obras de arte romanas, hasta que las-
formas expresivas helensticas completaron su tarea
de adaptarse a la romanidad.
Conviene sealar tambin que tanto la tradicin
religiosa griega como la romana no conocieron en
sus criterios artsticos la rigidez de una forma hie-
rtica fija. La gran libertad expresiva de que dieron
muestra fue uno de los mejores legados que hizo
el arte antiguo a la civilizacin latino cristiana.

LA PARADOJA DE LA COMEDIA EN EL
TEATRO ROMANO

El origen de la comedia tica es tan religioso


como el de la tragedia. Ambas nacieron de los
coros dionisacos, pero una y otra evolucionaron

186
de distinta manera y en total acuerdo con los gus
tos que predominaron en los diversos estamentos
sociales.
La tragedia fue expresin de la aristocracia y co
mo tal tradujo los sentimientos del hombre egregio
sometido a la fatalidad de un destino adverso. La
comedia tuvo sus adeptos entre el pueblo y la
burguesa ciudadana.
Se puede decir, sin exageracin, que Roma no
tuvo nunca una verdadera aristocracia. Falt a su
clase dirigente esa educacin esttica que impona
en todos los actos del hombre la elegancia sobre
la utilidad. Roma fue, desde su comienzo, gober
nada por un campesinado pragmtico y poco amigo
de cultivar bellas posturas y gestos heroicos. Aqui-
les no hubiera podido ser un hroe romano. Su pun
donor personal lo haca incomprensible para un
pueblo que pona la solidaridad patritica por en
cima de cualquier actitud anrquica, por hermosa
(jue fuera. El romano no am el bello gesto pol
lo que pudiere tener de bello, lo honr cuando traa
consigo un contenido que poda ser til al orden
social.
Esta disposicin del nimo romano explica la
diferencia entre la gravitas latina y la sofrosi-
na griega. La gravitas impone reserva en las
expresiones temperamentales por razones de co
mando. Nace del arte de mandar, de la guerra si
se quiere, no del teatro. La gravitas est muy
lejos de ser cmica, pero tampoco es trgica. No
se presta para la risa, pero no impone ese terror
sagrado que emana del hroe griego acosado por
ibris de su propia desmesura. La gravitas es
simplemente la posesin de s mismo que debe
tener siempre el jefe frente a sus subalternos.
En la tragedia griega el que pierde el control
de las fuerzas demonacas que conmueven al esp
ritu entra en el terreno tenebroso de la violencia
trgica y convoca contra l las potencias ciegas

187
del destino. El que pierde la gravedad del talante
que conviene a un jefe en una situacin de peligro
slo provoca un efecto cmico.
Esto quiz pueda explicar por qu razn la co
media tuvo ms xito que la tragedia en el teatro
romano. El hecho que hayan sobrevivido veinti-
siete piezas cmicas anteriores al siglo primero de
nuestra era es un indicio del valor que se les con
cedi. D e las tragedias representadas en ese tiem
po apenas si subsisten algunos pocos ttulos y una
docena de fragmentos recogidos por los gramticos
para uso de los escolares.
Livio Andrnico y Nevius fueron los primeros
en adaptar las comedias griegas al gusto romano.
Estas adaptaciones imponan un par de recaudos:
hacer que los lances demasiado exticos fueran com
prensibles para el pblico romano y conservar la
atmsfera griega para no ofender la gravitas ro
mana.
AI romano le gust rer, y hasta admita hacer
lo a expensas de su gravedad y dentro de los lmites
que permita el decoro. Guando la comedia falt
a las exigencias de este requisito y llev sus bro
mas hasta vulnerar la autoridad, tanto el come
diante como el comedigrafo pagaron con el des
tierro, y a veces con la vida, su falta de contencin.
Nevius sufri un percance de esta naturaleza
cuando escribi, en uso de una libertad de lenguaje
que las costumbres toleraban, un verso cuya equi-
vocidad permita una interpretacin insultante para
el cnsul Metellus:
Fato Metelli Romae fiunt cnsules.
La palabra fato tiene doble sentido: puede
significar el destino o la desgracia. Segn uno u
otro, la frase puede ser un insulto o una simple
constatacin. Como el verso fue dicho en plena
guerra, Nevius olvid el valor poltico de la gra
vitas consular. Fue encarcelado y ms tarde des
terrado de Roma.

188
La evolucin que sigue la comedia en el curso
de la historia romana obedece a un destino im
puesto por su mismo origen. Como se trata de una
forma vulgar del drama y, en alguna medida, pro
pia del espritu popular, cuando las clases patri
cias fueron perdiendo el control de la situacin
poltica y la burguesa se afianz en el poder, la
comedia se fue imponiendo y se hizo cada vez
ms grosera.
En la poca imperial la tragedia haba desapa
recido casi por completo del teatro romano. La
atelana y el mimo haban reemplazado los viejos
juegos escnicos y, a travs de Plauto y Terencio,
continuaron las farsas de Menandro.
Estas expresiones del teatro popular latino tenan
orgenes remotos. La atelana proceda de Campa-
nia y era una suerte de representacin improvisada
a la manera de los juegos de Polichinela. La accin
corra a cargo de cuatro personajes graciosos que
encarnaban sendos tipos de la fauna popular: Papo,
el viejo de buen sentido; Dosene, un jorobado char
latn y en oportunidades, sabio; Buco, el tragn,
y Maco el tonto.
Con estos cuatro personajes se realizaba una ac
cin cmica que, sin grandes pretensiones y mucha
sal gruesa, haca rer a un pblico con pocas exi
gencias.
El mimo era una especie de farsa que tena en
Roma muy viejas races y sus antecedentes se ex
tendan por toda la Italia meridional, prestndose
su juego a escenas humorsticas de todo calibre.
El que se estil en Roma durante el ocaso de la
Repblica y el Imperio no perteneca al gnero
ms refinado. Se trataba de pantomimas muy tos
cas en las que se faltaba alegremente el respeto
a todo el mundo. Burlas a las costumbres femeni
nas y masculinas con una dosis de obscenidades
bastante cargada, pero que aseguraba el xito entre
los marineros, menestrales y antiguos soldados que

189
componan la clientela habitual de los teatros sub
urbanos. Se hacan alusiones a los hombres pblicos
sin que escapara a ellas ni el emperador.
Se recuerda la escena cmica llevada al teatro
por Dato, donde se aluda al parricidio cometido
por Nern.
La comedia se fue perdiendo en la medida que
el teatro se dirigi a un pblico cada vez ms
vasto. La necesidad de impresionar a las muche
dumbres con escenas realistas oblig a ampliar
fastuosamente los escenarios, montar mquinas y
aparatos capaces de producir los efectos buscados
por el escengrafo, ms atento a provocar el pavor,
el espanto, que a producir obras de mrito est
tico. E l ingenio se agot en la invencin de tramo
yas y el arte del dilogo cedi el paso al puro es
pectculo visual.
No podemos cerrar este comentario sobre la co
media romana sin referirnos brevemente a la per
sonalidad de Terencio y Plauto.
Terencio, segundo de los grandes comedigrafos
romanos, haba nacido en Cartago y con toda pro
babilidad era de origen pnico. Hay quienes sos
tienen que pudo ser numida. Slo sabemos que
entr en Roma en calidad de esclavo, pero liber
tado por el senador C. Terentius Lucanus, pas a
pertenecer a su familia cuyo nombre inmortaliz
con su obra.
Como Livio Andrnieo adquiri en Roma toda
su cultura y se impregn del helenismo que fue la
consecuencia intelectual de las guerras pnicas y
especialmente de la conquista de Grecia. Muchos
eruditos suponen que algunas de las escenas de su
teatro fueron escritas por nobles romanos adscrip-
tos al crculo helenizante de los Escipiones y que
por razones de gravitas no se atrevan a presen
tar con sus nombres. Como quiera que haya sido,
esta opinin refleja un hecho, y es que Terencio
encarn la disposicin comn a un amplio grupo

190
de hombres que pertenecan a los estamentos ms
cultos de la ciudad.
Se ha discutido tambin la originalidad de
su obra y en esta discusin est comprometida la
independencia de la inspiracin romana con res
pecto a sus modelos griegos. Las diferencias exis
tentes entre Terencio y Plauto y el uso que ambos
hicieron, aunque con matices muy personales, de
algunos recursos cmicos tradicionales, sealan la
originalidad de los dos autores. Indican tambin
que la comedia romana, pese a todo lo que pudo
tomar en prstamo a la de Atenas, no era un
simple calco.
La comedia de Plauto, nacida durante los aos
de la guerra contra Cartago, tiene un carcter to
dava ms romano que la de Terencio. Este um
bro de Sarsinas era hombre de negocios y em
prendi el camino del teatro para restaurar una
fortuna perdida en el comercio.
El teatro de Plauto escriba Grmal no es
griego. Concede un amplio lugar no slo a lo ro
mano, sino tambin a lo italiano. Detalles de cos
tumbres, de instituciones, incluso de topografa,
muestran que las escenas, a pesar de los nombres
griegos de sus personajes, concesin a la gravi
tas, estn pensando en un ambiente romano 3.
Romana es tambin la intencin de Plauto, y
moralizante, en el sentido en que lo entenda el
viejo Catn: dar a los romanos la conciencia de
su responsabilidad patritica y poner lo helnico
como ejemplo pernicioso de individualismo. Plan
to imita a los griegos, pero se sirve de ellos para
edificar el nimo romano. Su posicin espiritual
se encuentra en el cruce de los caminos que van
por los Escipiones al helenismo y por Catn al
tradicionalismo moralizador de la Repblica. El
Imperio, como un ro caudal, naci de estas dos
fuentes v de ambas dependi su duracin y su xito.
3 G ju m a l , Pierre: o. c., pg. 94.

191
LA FILOSOFIA EN ROMA

El mundo romano no mostr una especial apti


tud para comprender y cultivar ese fenmeno cul
tural que fue la filosofa clsica en Atenas. Slo
se conoci en Roma la filosofa correspondiente
al perodo helenstico y podemos decir que la
robusta salud social del romano reaccion con vi
gor contra el racionalismo individualista de este
producto de la decadencia griega. Por supuesto
fue Catn el Censor el primero que se hizo eco
de este sentimiento de repulsa y pidi la expul
sin de la ciudad de Roma de los filsofos Di-
genes, Carneades y Filolao. Como es fcil de
ducir fue un Escipin quien se opuso a esta m e
dida y prest su casa y su prestigio para acoger
la filosofa en la persona de Panecio.
Las viejas ciudades helnicas estaban llenas de
filsofos y la fama de la ciudad del Tber no
tard en atraer sobre ella una banda de intelec
tuales griegos, cuyos pintorescos atuendos pare
can estar en proporcin inversa con su importan
cia espiritual. Los romanos tomaban de ellos lo
que mejor se avena con sus intereses prcticos,
limitndose al estudio de las doctrinas relaciona
das coh la vida moral.
Varrn es el primero de los romanos que, sin
ser precisamente un filsofo, volc en numerosos
tratados una asombrosa erudicin que hablaba
alto de su gran capacidad para el estudio y de
su insaciable curiosidad. Escribi muchos libros,
pero pocos han llegado hasta nosotros y permiten
formarnos una idea de los extraos caminos que
poda recorrer la filosofa en la mente de un
romano.
Despus de Varrn la filosofa encarn en los
ltimos representantes de la Repblica, cuya fi
gura ms representativa fue la de Catn de tica.
Rigurosamente pedantes y muy amargados por el

192
sesgo que tomaba la poltica romana, no escri
bieron nada pero afectaban en los negocios te
rrenos una cierta displicencia estoica.
El menos estoico de todos ellos fue Cicern y,
al mismo tiempo, el nico que tradujo por escrito
sus inquietudes filosficas. No fue, para hablar
con propiedad, un pensador sistemtico. Le gus
taba escribir y esto dice todo acerca de la versa
tilidad con que acogi los temas ms variados y
las influencias espirituales ms diferentes sin lo
grar integrarlas en un cuerpo original de doctri
na. San Agustn se refiri a l con encomio, por
la influencia especial que ejerci en su formacin
ese libro de Marco Tulio que se llam Hortcnsio.
Desgraciadamente para nuestra curiosidad el
libro se ha perdido, pero no creo pecar contra la
filosofa si conjeturo que no debe ser muy su
perior a los otros que de l nos quedan. San
Agustn era un lector vido y una lectura sola
sugerirle muchas ideas que atribua con genero
sidad al libro ledo. Esta actitud del santo doctor
nos permite sospechar que concedi al Hortensio
mucho ms de lo que el genio de Cicern puso
en l.
Los otros cultores republicanos de la filosofa
fueron menos felices y carecieron de posteridad
conocida. Dos de ellos, Bruto y Cacius, intervi
nieron demasiado activamente en el asesinato de
Csar. Esto malquist la filosofa con los here
deros del dictador. Desde ese momento fueron
sospechosos de abrigar ideas contrarias al Estado.
Slo con los Antoninos la filosofa ocupar una
parte de los ocios del emperador: ligeramente epi
crea con Adriano, se har nuevamente estoica
con Marco Aurelio.
El romano comn nunca la mir con buenos
ojos, la encontraba demasiado griega y adscripta
a usos y costumbres de los que abominaba en
aras de la gravitas tradicional. La admiti

193
cuando la prdida de la fe en los antiguos dioses
fue casi un hecho y el emperador, como deca
Elvio Prisco, deba poder entregarse a los nego
cios polticos bien armado espiritualmente contra
los golpes del destino.
As se busc en ella un arma contra la irracio
nalidad de la suerte, por esa razn entr en la
inteligencia a la muerte de la religin, pero im
puso su necesidad. Las preferencias por e! estoi
cismo nacieron del temperamento activo del ro
mano. Quintiliano deca que el hombre cvico
es verdaderamente sabio cuando se entrega a la
administracin del Estado y no a vanas refle
xiones.
Qu filsofo ha intervenido como juez en un
proceso o como ciudadano en una asamblea del
pueblo? Cul se ha ocupado del gobierno para
poder dar reglas y consejos?
Estas dos preguntas de Quintiliano traducen
mejor que cualquier otro comentario el pensa
miento del hombre de accin frente a eso que
consideraba las vanidades de la filosofa. Ade
ms deja traslucir la sospecha de que tal entrega
a las cuestiones ociosas del pensamiento es mala
de por s.
Contemporneo de Cicern fue Tito Lucrecio
Caro. Naci en la Campania por el ao 95 a. de
J. C., segn la cronologa de San Jernimo, y se
dio muerte con un veneno cuarenta y cuatro aos
despus. Este gran poeta latino no fue total
mente romano, ni por el nacimiento, ni por el es
pritu, aunque fuese el latn su patria lingua.
Heredero de la tradicin potica de Ennius, no
se preocup, como su coetneo Catulo, por mo
dificar la mtrica de los versos e introducir en el
arte nuevos refinamientos. Tom la tarea de ver
sificar como un instrumento didctico para trans
mitir sus ideas. No obstante, debe reconocrsele
un gran talento literario, y si no hubiere sido por

194
la pedantera pedaggica, habra podido legar al
gunas magnficas elegas y no ese chorro inaca
bable de versos que se llam De rerum natura.
De cualquier modo, el famoso poema de Lucre
cio muestra, aqu y all, las pruebas de que fue
hecho por un poeta y no slo por el empedernido
reconstructor de la filosofa de Epicuro.
Lucrecio adopt el epicureismo y pretendi
conciliar el materialismo de Demcrito v Leucipo
con las enseanzas que sobre el placer haban
predicado los filsofos de la escuela de Cvrene.
El sincretismo tena su originalidad v ms que a
una moral hedonista tenda a conseguir un temple
de nimo que no desesperase frente a los dolo
res de la muerte y, en particular, ante las ame
nazas de las sanciones ultraterrenas enseadas
por la tradicin religiosa. El libro de Lucrecio
fue un modelo de moral sin religin, pero nunca
neg la existencia de los dioses.
La conciliacin de su tesmo terico y de su
atesmo prctico naca del concepto muv parti
cular que tena acerca de la naturaleza de los
dioses. La esfrica perfeccin de que gozaban los
seres divinos les impeda ocuparse de otra cosa
que no fuera el goce de la plenitud vital que po
sean. Esto los haca definitivamente epicreos
y no tenamos por qu temer que se ocuparan de
nuestras pobres almas para atormentarlas en las
regiones infernales.
La orientacin prctica de la inteligencia ro
mana explica por qu razn la filosofa, como la
poesa y la historia, eran instrumentalmente usa
das para reforzar el arte de la retrica. En la
elocuencia vea el romano la utilidad de todos
estos saberes y la completa realizacin del hom
bre culto.
En el ao 93 a. de J. C. se abri en Roma la
primera escuela de oratoria latina donde ense
L. Plocio Galo, cliente de la casa de Mario. Es

195
curioso advertir que esta primera escuela de re
trica, contra lo que poda esperarse, se apar
taba de la tradicin griega y denotaba una mar
cada predileccin por los asuntos de inters
inmediato.
La Retrica a Erenio es uno de los pocos ma
nuales que ha sobrevivido al naufragio de este
arte. Probablemente este libro perteneci a uno
de los alumnos de Plocio Galo. En l se aconse
ja, con claro realismo, que las cuestiones de tipo
Orestes y Clitemnestra hay que reemplazarlas por
asuntos que tengan directa relacin con la vida
romana: cuestiones de derecho penal, comercial o
martimo.
Repetimos, esta enseanza no exclua la poe
sa, la supona. La lectura y explicacin de los
poetas era una indispensable iniciacin para que
el nio adquiriera conciencia del ritmo de la len
gua. La filosofa vena despus para dar al ora
dor un cierto horizonte intelectual v la oportu
nidad de lucirse con citas adecuadas. Tambin
tenda a agudizar el ingenio en la argumentacin
coherente.
Este pragmatismo romano nos instruye sobre
los lmites en que debemos aceptar el tema de la
fascinacin que Grecia pudo ejercer sobre sus
fieros conquistadores. La influencia helnica au
ment en los ltimos aos de la Repblica y la
filosofa didctica propia de los exponentes del
helenismo ejerci en la mente romana un efecto
bastante nocivo.
Como estas reflexiones sobre la cultura romana
tienen el propsito de hacer notar los elementos
que posteriormente ingresaron en la civilizacin
latino-cristiana, conviene advertir el carcter li
bre que tuvieron todas estas creaciones cultura
les. Los greco-latinos, en sentido muy diverso de
los hebreos y posteriormente de los musulmanes,
dejaron sus expresiones artsticas y cientficas li-

196
bradas a un ejercicio que se rega segn criterios
propios y no a imposiciones provenientes de la
religin. La cultura greco-latina no fue sacral en
sentido estricto y esta libertad de su actividad es
piritual la transmiti a la civilizacin que la
sucedi.

LAS CREENCIAS RELIGIOSAS


AL FINAL D E LA REPUBLICA

Cualquiera que visitaba Roma durante el siglo


primero a. de J. C. poda observar que la Urbe
mantena en todo su esplendor el culto de los
antiguos dioses. Los templos dedicados a las
numerosas festividades pblicas eran muy con
curridos. Una impresionante cantidad de colegios
sacerdotales se encargaba de mantener en vilo
los cultos de esta abigarrada poblacin sobrena
tural.
Jpiter, como siempre, encabezaba el cortejo
de los dioses, y los templos levantados en su honor
adornaban los puntos ms importantes de la ciu
dad. En el Capitolio estaba el de Jpiter Pere-
trius, en la Va Sacra el de Jpiter Stator, en el
Palatino el de Jpiter Victor y haba un templo
en la isla del Tber dedicado a Jpiter Jurarius.
Neptuno haba consolidado su prestigio des
pus de las guerras pnicas y el agradecimiento
romano se manifest en varios templos dedicados
a su honor. El ms importante se levant en el
campo de Marte y hubo otros, de menor fuste,
en diferentes partes de la ciudad.
Marte, divinidad privilegiada y una de las pri
meras adscriptas a la gloria de Roma, tena todo
un campo consagrado a su culto y un gran tem
plo sobre la Va Appia. En el mismo campo de
Marte se erigi tambin un santuario para Apolo.

197
Si nos atenemos al nmero de los edificios de
dicados, luego de Jpiter, la divinidad ms ve
nerada de Roma fue Juno. Sobre el Arx exista
un templo llamado de Juno Moneta. En el campo
de Marte estaba el de Juno Reina y el de Juno
Sospita. En el monte Esquilino el dedicado a Juno
Lucina.
Mercurio, Minerva, Diana, Ceres y Venus eran
especialmente venerados por los romanos y cada
uno de ellos tena sus santuarios. No enumera
remos los templos dedicados a los hroes divini
zados ni a las numerosas abstracciones, como la
Concordia, la Fides, la Fortuna, la Mente, la Pie
dad y la Victoria. No faltaban los santuarios mo
destos dedicados a divinidades menos notorias ni
los monumentos recordatorios que hablaban de
una piedad difundida y copiosa. Haba altares
dedicados al dios desconocido que, como su ho
mnimo de Atenas, apuntaba a una divinidad
cualquiera que pudiese haber eludido el conoci
miento de esa constante y tenaz preocupacin re
ligiosa.
Las fiestas el hombre antiguo no conoci eso
que nosotros llamamos fiestas cvicas fueron
siempre religiosas y ocupaban una buena parte del
ao. Basta leer el calendario religioso para po
der apreciar todo el tiempo que se reservaba al
culto. Existan fiestas ordinarias y fiestas extra
ordinarias. Entre estas ltimas sobresalieron los
triunfos. En ellos se exaltaba al mismo tiempo
la patria y la religin cuando el general victo
rioso ofreca en el altar de la ciudad los laureles
y las vctimas que llevaba consigo.
Un nmero tan grande de dioses exiga un ce
remonial vasto y minucioso y para su realizacin
estaban consagrados los colegios sacerdotales, unas
asociaciones que se llamaron sodalidades y no po
cos sacerdotes no colegiados. Los colegios sacer
dotales fueron cuatro: el de los pontfices, a la

198
cabeza del culto oficial, y cuyo origen remontaba
a Numa. Sila aument el nmero de los pont
fices, que lleg a ser de quince miembros. La
misin propia de este colegio fue cuidar el culto
pblico de la ciudad. Defenda la religin de
las innovaciones y del abandono que suele ser
su triste consecuencia. El sumo pontfice tena
su cargo por vida y concentraba en su persona
todos los poderes del colegio pontifical.
A este colegio lo suceda en importancia el de
los Augures, una institucin cuyo nacimiento se
pierde en la leyenda. El nmero de sus compo
nentes aument tambin por iniciativa de Sila, que
pretenda reforzar con esta medida las institucio
nes tradicionales. La Repblica, ya en su ocaso,
conoci un colegio de quince augures, no muy
convencidos del valor de su extraa ciencia ni
muy seguros en la ejecucin de sus ritos, pero
con la certeza de su valor poltico. Asistan a los
magistrados de la ciudad e interpretaban los sig
ns favorables o desfavorables que lean en las
entraas de las aves y que servan de presagio
para iniciar o desistir de una empresa. El colegio
tena una reunin mensual de carcter ordinario,
pero el Senado poda convocarlo para una sesin
extraordinaria si as lo crea necesario.
El Colegio de los Quindecenviros Sacris Fa-
eiundis remontaba su prosapia hasta los prime
ros reyes de Roma. En sus comienzos no tuvo el
nombre que adopt, probablemente, durante el
gobierno de Sila, al elevarse a quince el nmero
de sus miembros. Tena en su gobierno el culto
de los dioses que no pertenecan a la nacin ro
mana. Consultaba los libros Sibilinos y en la
misma medida que se extendi el dominio de
Roma se ampli su jurisdiccin.
Tena el poder de abrir el panten romano a
las divinidades extranjeras, vigilar el culto de esas
divinidades recientemente incorporadas y estable -

199
cer las reglas para asimilarlas a las costumbres
romanas.
El cuarto colegio sacerdotal era el de los F e
riales, de origen tan arcaico como los otros y a
cuya competencia incumban las declaraciones de
guerra, tratados de paz, alianzas y armisticios.
Haba otras asociaciones religiosas que lleva
ban el nombre de Sodalidades. Se conocen cua
tro: la de los Lupercales, cuya fiesta anual era ru
bricada con un sacrificio en una gruta llamada
antro del Lupercal y luego en una carrera alrededor
del Palatino. Era tambin un culto arcaico y aso
ciado con las divinidades de la tierra.
La sodalidad de los Hermanos Arvales era to
dava nrs vieja y estaba ligada al culto de la
tierra nutricia y de la Dea Dia, cuya fiesta anual
caa en el mes de enero.
La sodalidad de los Salianos tena las fiestas
dedicadas a Marte durante el mes de marzo. D i
riga las danzas armadas v presida la purifica
cin de los instrumentos de guerra: el armilus-
trium.
Hubo una ltima sodalidad llamada de los
Titianos que deba su nombre al rey sabino Ti-
tius Tatius. Tena por misin perpetuar el culto
de los dioses sabinos.
Junto a estas asociaciones existieron tambin
grupos sacerdotales destinados a un culto espe
cial. El ms famoso fue el de los Flmines, que
dependan del sumo pontfice y cuya tarea era
la conservacin del culto a los grandes dioses de
la ciudad: Jpiter, Marte y Quirino. Hubo otros
flmines dedicados a otras divinidades menores.
Aulo Gelio en sus N oches ticas hace una deta
liada descripcin de la vida que llevaban los fl
mines dedicados a Jpiter. Tan minuciosas eran
las prescripciones y las reglas a las que deban
someter sus conductas, que slo recordarlas era
una tortura.

200
En este cuadro de la religin romana convie
ne recordar el Colegio de las Vestales. Eran vr
genes consagradas a mantener permanentemente
encendido el fuego de Vesta. Vivan en una co
munidad bajo la direccin espiritual de la Gran
Vestal y estaban totalmente retiradas del mundo.
Si llegaban a violar su voto de castidad eran con
denadas a muerte por el sumo pontfice, quien
las haca sepultar vivas.
Este aparato religioso se mantena en pie hacia
el fin de la Repblica, pero como escribe Len
Homo: se practicaba, pero ya no se crea. El
mismo autor seala ese escepticismo como una
prueba del debilitamiento de la tradicin 4.

* H o m o , L e o n : D e la Rome paenne a la Rome chrtienne,


Lafont, Paris, 1950, p. 35.

201
.*! '
Vili

LA CONSOLACION POR LA FILOSOFIA

SENECA Y NERON

No se conoce con exactitud el ao en que S


neca vino al mundo, pero se sabe que naci en
Crdoba, la ciudad andaluza engrandecida por
el pretor Marcelo y en donde la familia del fu
turo filsofo llevaba algunos aos de permanen
cia. Su padre llev el nombre Marco Anneo S
neca. El gentilicio Anneo marcaba su antigedad
con demasiada insistencia para que los genealo-
gistas no lo hallaran sospechoso. La madre se
llam Helvia y, segn se dijo, fue algo pariente
de Marco Tubo Cicern.
Este parentesco testimonia por la herencia re
trica de nuestro Lucio Anneo Sneca. Su padre
haba sido maestro en Crdoba y tena fama de
orador elocuente. Esta fama le hizo encontrar un
poco chato el ambiente cordobs para el desarro
llo de sus condiciones. Lucio era todava un nio
cuando Marco decidi ejercer su oficio en la
Urbe.
Con su padre comenz los estudios literarios y
asisti ms tarde a las clases de Higinio, Cestio
y Assinio Galo. Atrado por la filosofa, se dedic
con entusiasmo a seguir las lecciones de la escue
la de Atalo. E l cultivo de esta disciplina lo ilus
tr sobre todos los tpicos usados por los orado-

203
res, pero al mismo tiempo le inspir un ideal
tico a cuyas normas trat de ajustar su vida.
Observars escribe en la Epstola cvm que
la mayor parte de los que oyen filosofa, asisten
a la escuela como a sitio de recreo. No tienen la
pretensin de abandonar ningn vicio ni se pro
ponen ningn modelo para ordenar su vidas, sino
que buscan solamente el agrado de los odos.
De la retrica como arte extrajo su primer dolor
cuando incurri en la envidia de Calgula y en
la persecucin que desat contra l Mesalina. Ms
tarde, durante el reinado de Claudio, fue acusa
do de haber abusado de la inocencia de Julia,
y desterrado a la isla de Crcega. All debi re
currir a todos los consuelos espirituales de la fi
losofa para combatir el horror de la soledad du
rante los nueve aos que dur su exilio.
Otra vuelta de la voluble fortuna lo llev nue
vamente a la corte imperial. La emperatriz Agri-
pina puso bajo su cuidado la educacin de Nern
y uno de sus primeros trabajos oratorios fue re
dactar el elogio fnebre del difunto emperador
Claudio. Su discpulo Nern lo pronunci con
gran nfasis delante de todos los grandes magis
trados de la ciudad. Nadie ignoraba que Claudio
haba sido envenenado por Agripina y advertan
el cmico contraste entre el lgubre asesinato per
petrado por la madre del orador y los engolados
pensamientos fnebres redactados por el profe
sor de retrica.
Sneca era sobrio en cuanto a la alimentacin
y a la expresin de sus emociones, pero lo era
mucho menos en el manejo de la sintaxis latina
y muy pronto otros literatos que aspiraban a ocu
par su puesto lo acusaron de corromper el gusto
del joven Nern ensendole a escribir en un es
tilo muy afectado.
El verdadero carcter de Nern no pas inad
vertido a su maestro, y en alguna oportunidad

204
dijo a sus amigos que amaestraba un len. Su
nfasis lo llev a exagerar bastante la ndole de
su real discpulo, que era apenas un degenerado.
Los primeros pasos del gobierno de Nern fue
ron discretamente buenos, y es opinin de mu
chos que esta provisoria bondad fue por influencia
de Sneca.
La locura latente en el alma del emperador apa
reci luego que hizo asesinar a su madre. Los
historiadores dicen que Sneca no tuvo nada que
ver con este crimen, ni con otros que le sucedie
ron. Probablemente asqueado por el giro que to
maba la vesania de Nern y puesto sobre aviso a
raz del asesinato de Burro, se retir a una villa
de la Campania, donde pas sus ltimos aos
dedicado a escribir sus reflexiones y a consolar
se de los emperadores.
De este modo evit, por un tiempo, el clima
malsano de la corte, pero no pudo hacer que Ne
rn no se preocupara por su existencia. Haba
sido un hombre demasiado notorio para que el
emperador lo olvidara con facilidad y haba fre
cuentado largo tiempo la mente de Nern para
que ste no temiera su irona.
Para esa poca Nern se haba declarado dios,
y, aunque su fsico no lo dispona favorablemente
para ese papel, pues era un mozo de piernas d
biles, de cuerpo adiposo y un rostro abotagado y
sin fuerza, lo haba adoptado para que el nuevo
cargo lo librara para siempre de remordimientos
y problemas de conciencia.
Teraputica estrafalaria pero no totalmente re
ida con el concepto moderno de las transferen
cias psicolgicas. En realidad se cur de todo
cuanto poda quedar en l de humano y su lo
cura entr en un plan de realizaciones heroicas
de las que no exclua un cierto humor negro.
Soaba con un gran templo eregido a su genio
y una ampliacin no menos grandiosa del urba-

205
nismo romano. Cuando estall el famoso incen
dio de la ciudad, los habitantes, que conocan
sus inquietudes arquitectnicas y algunos de los
extraos vericuetos de su mente, pensaron que
poda ser l el autor del horrible siniestro. Nun
ca se logr saber dnde estaba el culpable, pero
como el pueblo peda uno a grandes alaridos,
Nern crey conveniente hallarlo y lo ms pronto
posible.
Ignoramos las razones que lo llevaron a elegir
a los cristianos como vctimas para desempear
el papel de incendiarios. Era una secta poco nu
merosa y como afirmaba Tcito, sus adeptos per
tenecan a cuanto hay de criminal e infame en
la ciudad de Roma 1.
Hecha la eleccin resultaron excelentes chivos
emisarios y pudieron servir en otras oportunida
des clebres para distraer la atencin pblica de
algunos asuntos que el Estado prefera mantener
bajo capa.
Purgada la culpa del incendio con el sacrificio
de los cristianos, Nern se dio con vigor, y no
sin talento, a la transformacin urbanstica de Ro
ma. En esta tarea lo sorprendi la muerte de su
mujer, Popea. Segn unos falleci como conse
cuencia de un aborto y segn otros el aborto fue
provocado por una patada en el vientre que le
haba dado su divino esposo. Sea como fuere,
Nern la sinti mucho y llor pblicamente sobre
su cadver.
El luto no ha sido hecho para los dioses, y como
Nern no olvidaba jams su divina condicin,
prosigui con entusiasmo la construccin del tem
plo a su genio. Estaba en estos menesteres cuan
do se descubri la conspiracin que pretenda po
ner en su sitio al senador Calpurnio Pisn.

1 T c it o : Anales, XV, 44.

206
Natal, que odiaba a Sneca, lo acus de estar
tambin en la intriga y el emperador lo conden
a muerte. Tcito afirma que Sneca no tuvo nada
que ver con la conjuracin de Cayo Calpurnio
Pisn y que tal complicidad slo existi en la
mente de Natal. Otros suponen que hubo una
conversacin entre Sneca y Natal acerca de Pi
sn y durante ella se pronunciaron palabras que
el cerebro de Nern y el espanto de Natal con
sideraron comprometedoras. La verdad no se co
noce y ste es uno de los tantos misterios que la
historia guarda en sus cajones secretos.
El filsofo supo enfrentar la muerte con calma
estoica y aprovech la oportunidad para dar su
ltima leccin de filosofa y afirmar la imagen
con que quiso pasar a la posteridad.
En qu consisti la enseanza de Sneca y
qu valor tuvo su pensamiento? Si pretendemos
indagar la importancia terica del senequismo,
debemos admitir que la filosofa de Sneca no
tiene mtodo y carece de una arquitectura siste
mtica capaz de colocarlo entre los grandes pen
sadores del mundo antiguo.
Fue un gran escritor, a veces brillante, a veces
afectado, pero en todo momento sabe traducir
con fidelidad el estado espiritual de su poca. Es
un testigo excelente para conocer el mundo en
que le toc vivir y en el que desempe el papel
de director de conciencias.
La tnica de sus reflexiones est dada en sus
Epstolas morales. En ellas, por momentos con
gran felicidad, une el tono familiar y directo con
la reflexin doctrinaria. Sus propsitos son prc
ticos y trata de ensear el recogimiento y la li
bertad en una vida retirada, sin apegos, y me
lanclica.
Recgete en ti mismo cuanto puedas; busca a
aquellos que puedan hacerte mejor y recibe tam
bin a quienes tu puedas mejorar. Esto es re-

207
cproco, los hombres aprenden cuando ensean 2.
Son los consejos de un profesor desengaado
pero fiel a su oficio. La poca es dura para quien
goz los favores del poder y se ve ahora en la
soledad de un retiro forzoso. Sneca admite que
se pueden dar lecciones pblicas pero nadie es
capaz de comprenderte, exceptuando uno o dos,
y a stos tendrs que formarlos 3.
El pensamiento de Sneca no tiene, como el de
Epicuro, su hontanar en un temperamento cae
dizo. El tono recogido e ntimo que adopta nace
de la situacin que vive, no de sus entraas. S
neca fue hombre bien dotado para la vida y no
tuvo espontneamente los gustos que la necesi
dad le oblig a adoptar.
Sus adversarios le atribuan una fuerte incli
nacin a los placeres de la mesa v del tlamo.
Por mucha malevolencia que hayan puesto en es
ta acusacin, no se la puede poner totalmente en
duda. La posicin que logr, la fortuna que
amas, la importancia social que tuvo, bregan por
el vigor de su personalidad. Sus reflexiones fue
ron una compensacin y un refugio.
Muchos de sus aforismos con respecto a los
beneficios de la vida simple o del retorno a la
naturalidad primitiva son tpicos literarios y te
mas para ejercicios de estilo y en su pluma de
latan ms decepcin que desprecio por las co
modidades y los refinamientos de la civilizacin.
En su ltimo retiro campestre no careca de nada
y cuando se suicid por orden de Nern, lo hizo
en un bao que no hubiese tenido nada que en
vidiar al de Petronio, que pasaba por ser el r
bitro de la elegancia en ese momento.
La libertad se abriga bajo el techo de paja,
como ahora la esclavitud bajo el oro y el mrmol 4.

2 S n e c a : Epstolas M orales, VII.


3 Ibid.
4 SNECA: o. c., Ep. 90.

208

a
Esto era mucho ms cierto de lo que hoy esta
mos dispuestos a creer, porque efectivamente la
vigilancia manitica del emperador se haca sentir
mucho ms sobre sus allegados que sobre la pobre
gente que viva lejos del trono.
Si su filosofa trat de ser un consuelo para un
tiempo en que se despreci a los hombres, no es
de extraar que la exposicin de sus pensamientos,
invariable en cuanto al tono dominante, siga los
movimientos de un nimo muy sensible a los cam
bios humorales. Esto explica su eclecticismo y las
numerosas contradicciones que se encuentran a lo
largo de sus escritos. No es raro leer en ellos una
exaltacin de la solidaridad, luego de haber acon
sejado el alejamiento de todo trato social.
La filosofa sirvi de consuelo y a esta exigencia
pragmtica pleg el orden de sus sentencias. Es
intil buscar un principio espiritual que sirva de
fundamento ontologico a todo su edificio concep
tual. Su fsica es, al mismo tiempo, una suerte de
teologa y el concepto de dios, como mente del
universo, razn, logos y fuego sutil, es algo ms
imaginado que concebido y posee todos los atri
butos de una metfora potica.
La tica es bsqueda del equilibrio anmico y
se logra acallando las pasiones bajo el dominio de
una razn resignada, desesperada, y vanamente
empeada en hallar una esperanza en un mundo
donde no hay nada que esperar.

EL ESTOICISM O DE EPICTETO

Nern fue un punto crucial en esa primera fase


de la filosofa como consolacin, porque realiz,
de un modo egregio, el tipo de emperador de quin
la filosofa deba consolar. Sneca, que haba co
nocido a Calgula, rindi a ambos el tributo de su
melanclico desprecio. Lo dice con claridad en su
tratado sobre la ira, cuando afirma que en la corte,

209
la nica posibilidad de llegar a viejo consiste en
la aptitud para sonrer entre los insultos y las
injurias.
Cayo Mussonio Rufo tuvo mejor suerte o mejor
disposicin para sobrevivir que Sneca. Nern se
content con echarlo de la ciudad a la que volvi
ms tarde llamado por Tito, que sinti por l un
gran aprecio.
Los escpticos dicen que Tito no cometi mu
chos errores porque vivi poco y slo su corta vida
explica la buena imagen que dej en la historia.
Queda firme como recuerdo de su paso por la
magistratura imperial su generosidad y su mag
nanimidad. Para los que piensan en la suerte co
rrida por Jerusaln cuando fue ocupada por Tito
en el 70 de nuestra era, tales afirmaciones pueden
parecer exageradas, pero en tal apreciacin no se
puede desestimar una razn de oficio. En Jerusa
ln fue un general al frente de un ejrcito para
sofocar una sublevacin, en Roma fue un gober
nante. No se puede pedir en ambos casos las mis
mas virtudes y los mismos criterios.
Amaba a su pueblo y esto no quiere decir que
amara a todo el mundo. Lo demostr en ese par
de aos que sucedi a su padre en el trono de
los csares. Durante su gobierno se sucedieron va
rias calamidades que pusieron a prueba su buena
disposicin. A raz de un nuevo incendio que de
vast la ciudad tom numerosas medidas de ca
rcter social para aliviar la suerte de los menos
favorecidos. Una epidemia que asol a toda Italia
y la erupcin del Vesubio que sepult la ciudad
de Pompeya lo obligaron a prodigarse en socorro
de las vctimas. Hizo todo cuanto estuvo en sus
manos para reparar los daos causados por estas
calamidades. No slo pag con el tesoro pblico,
sino que perdi la vida asistiendo personalmente
a los afectados por la peste.
Mussonio Rufo fue amigo suyo y goz de su

210

I
estimacin. No sabemos mucho ms acerca de este
filsofo, porque su capacidad expresiva, como la
de Scrates, se gast totalmente en conversaciones
privadas. No escribi nada. Su discpulo Epicteto
logr amplia fama y una larga posteridad gracias
al arte de dictar, en breves sentencias, los prin
cipios fundamentales de la filosofa que aprendi
de los labios de Mussonio Rufo.
Epicteto dijo que Mussonio era estoico y llevaba
una vida muy austera, poco usual en su poca.
Estimaba que el cuerpo deba ser sometido a una
dura disciplina para que no se opusiera al ejercicio
de las virtudes. Y lo que fue ms notable, sigui
sus propios consejos.
Epicteto fue de origen griego. Haba nacido en
el pueblo de Hierpolis, en Frigia, en las cercanas
del ao 50 de nuestra era. Lleg a Roma como
esclavo del jefe del cuerpo de guardias de Nern,
pero a la muerte de su amo recuper la libertad
y ejerci el oficio de filsofo en la capital del im
perio, hasta que Domiciano, sucesor de Tito, expul
s a todo el gremio del radio de Roma.
Domiciano fue todo lo contrario de su hermano
Tito y esta disparidad de disposiciones se acentu
con el tiempo. Los primeros aos de su gobierno
fueron severos, y aunque muy rgidos, perfecta
mente soportables. Cuidaba de las costumbres p
blicas y privadas como un censor de la poca re
publicana, pero su desconfianza no descansaba ja
ms. El ejercicio minucioso de la sospecha lo llev
a ver conjuras por todas partes. Para evitar lo
que consideraba una consecuencia fatal de toda
rebelin, aument su aparato represivo y llev has
ta la extravagancia la intervencin policial.
Se hizo llamar Seor y Dios nuestro y como
los filsofos administraban el Olimpo con otro cri
terio los expuls de Roma. Plizo degollar a los cris
tianos por impiedad, porque si bien rezaban por
l, no admitan que fuese divino.

211
Como todos se sentan amenazados, en la medida
que aumentaba su locura, crecan las conjuras.
Una de ellas tuvo xito y Domiciano, luego de de
fenderse con energa, cay a los pies de sus ene
migos cribado a pualadas.
Se puede decir que el poder tena en Roma
mala sombra y exiga por parte del soberano una
vigilancia que generalmente resultaba ruinosa para
sus nervios. De diez emperadores que se cuentan
hasta Domiciano, siete murieron asesinados y al
gunos casi locos.
Esta situacin exiga, por parte de los hombres
que, en alguna medida, participaban del poder, una
gran circunspeccin y de aquellos que tenan con
diciones para la reflexin, el cultivo de pensamien
tos que los fortalecieran contra los azares y los
caprichos del favor imperial.
Epicteto, que conoci a Nern y luego a Domi
ciano, se consol en la escuela estoica de Musso-
nio Rufo y, aunque tampoco escribi nada, uno de
sus discpulos, Flavio Arriano de Nicomedia, reco
pil sus enseanzas y public tres libros que llevan
el nombre de su maestro. Estos tres libros son:
L as diatribas, Las homilas y el Encridion. Slo
poseemos cuatro captulos de L as diatribas y todo
el Encridion para hacernos una idea aproximada
del estoicismo sostenido por Epicteto.
Como la de Sneca su intencin es prctica y
poco importante desde el punto de mira especula
tivo. Dios es el alma del mundo y el universo m-
sico su cuerpo. Como todos somos porciones de
ese universo, Dios est siempre con nosotros cua
lesquiera sea el lugar donde nos encontremos.
Para comprender la Providencia basta fijar la
atencin en la armona del cosmos y en el orden
que reina en nuestra naturaleza, cuando tenemos la
sabidura de someterla a nuestra razn.
Si Dios es la razn de todo, y nosotros sus partes,
racionalizar los apetitos y dominar las pasiones es.

212
el camino para ponerse de acuerdo con Dios, y por
eso mismo, con la propia naturaleza. La receta
pareca infalible y todo consista en acertar con la
voluntad divina: Sabes que si te adhieres a Dios,
atravesars la vida con seguridad. Unirse a Dios
es querer lo que El quiere, y no querer lo que El
no quiere 5.
No obstante la aparente transparencia del prin
cipio, Epieteto saba que no es cosa fcil ser hom
bre y todava ms difcil ser un filsofo: Grande
es la lucha, pero divina la obra. El fin es el rei
nado de la libertad, la serenidad, la ataraxia. Para
lograrlo hay que invocar el nombre de Dios.
Lo que depende de nosotros debe ser hecho con
la mejor voluntad y en la clara inteligencia de que
debemos obrar conforme a la razn. Lo que no
depende de nosotros como las enfermedades, la
muerte, Nern o Domiciano, tiene que ser aguan
tado con firmeza y serenidad. Dios sabe para qu
nos enva tales males y conviene descansar en la
seguridad de que son para nuestro bien.

LA FILO SO FIA EN LOS EMPERADORES


Con Sneca, Mussonio Rufo y Epieteto la filo
sofa consol a sus cultores de la sombra imperial;
con Marco Aurelio es el emperador quien recurrir
a la filosofa para consolarse del ejercicio del
imperio.
El advenimiento al trono de Mareo Aurelio fue
precedido por una sucesin de gobernantes que
pueden ser considerados entre los mejores que
tuvo Roma despus de Augusto.
A la muerte de Domiciano, el Senado aprovech
la oportunidad, que no sola tener con frecuencia,
de elegir un emperador a su gusto. El cargo le
toc a Marco Coccio Nerva. Un viejo jurista que
gustaba, sin gran talento, de escribir versos. Como

B E p jc t e t o : Diatribas, IV, 1, 91, 99.

213
Nerva era ya viejo, estaba achacoso y no poda du
rar mucho tiempo, fue elegido sin protestas.
Sus contemporneos tal vez lo hubieren aguan
tado ms, pero los dioses le dieron slo dos aos-
para enderezar los entuertos dejados por su pre
decesor. Sus medidas de gobierno fueron sagaces
y, en general, muy generosas y bien inspiradas,
pero la ms inteligente de todas ellas fue la de
elegir un sucesor en la persona de Trajano, un ge
neral oriundo de Espaa que comandaba las le
giones destacadas en la Germania.
Trajano gobern durante 19 aos, del 98 al 117
de nuestra era. En ese lapso reorganiz militar y
administrativamente el imperio. Se ha dicho que
con Trajano Roma lleg al punto culminante de
su poder, pero tambin que fue en ese tiempo
cuanto la potencia romana revel la magnitud de
los problemas que ya no poda resolver.
Trajano, que comprenda todo, se sobrepuso y
dio cuenta de su tarea sin caer en la tentacin de
la amargura, ni apelar a los refinamientos de la
filosofa. Era un hombre de armas enrgico y sen
cillo, y posea, adems, una clara inteligencia de
estadista.
Su sucesor, Adriano, mantuvo sus puestas y la
vieja mquina imperial sigui andando hasta su
descomposicin durante el gobierno de Antonino
Po. Era pariente de Trajano y como l, nacido en
Espaa. No s si stas fueron las causas que lo
llevaron al trono una vez fallecido Trajano, o, como
aseguran las malas lenguas, el hecho ventajoso de
haberlo reemplazado en el lecho de su esposa Plo-
tina que facilit su acceso al poder. Con o sin
adulterio, Plotina sinti por Adriano una inclina
cin muy acentuada y no fue ajena a su designa
cin, pues Trajano no lo haba hecho su heredero,
ya por olvido o como un reproche a su deslealtad.
Cuarenta aos tena Adriano cuando se hizo car
go del imperio en el ao 117 y sesenta cuando

214
muri en 138. Durante esos veinte aos el impe
rio ser beneficiado con los frutos de su actividad
incesante, esclarecida por la luz de una gran in
teligencia. Adriano aqu se descubre el punto
en que podra discrepar de Trajano crey con
veniente renunciar a la ya larga guerra que Roma
libraba contra Armenia. Retir los soldados de la
frontera persa y renunci a sostener la conquista
de esa regin. Los partidarios de la paz alabaron
su sabidura poltica, pero muchos soldados, for
mados en la dura disciplina de Trajano, vieron en
estas medidas un signo de debilidad lamentable.
No fue el nico motivo de disgusto que Adriano
dio a los hombres de armas. Toda su personalidad
delataba al intelectual y al helenista empecinado.
Amaba la msica, las matemticas, las artes plsti
cas y la filosofa. Le gustaba escribir y rodearse
de poetas y pensadores con los que pasaba mu
chas horas de su vida. Esta inclinacin al ocio
no rest eficacia a su labor como gobernante, ni
disminuy su resistencia fsica, ni sus aptitudes mi
litares. Simplemente lo apart del trato con su
ejrcito y se convirti en un ser extrao al mundo
castrense que sostena con sus armas el imperio.
Adriano supo hacerlo todo bien, y, sin embargo,
en todo lo que hizo puso un sello de melancola,
una tristeza tan compleja y refinada, que no se
puede menos que ver en su personalidad como em
perador el anuncio de la decadencia. Su ltima
obra fue la construccin de su propia tumba: la
mole Hadriani, hoy castillo de SantAngelo. La
literatura latina conserv de l unos versos exqui
sitos que hablan con nostalgia del alma abandona
da a la soledad de la muerte:
Animula vagula, blandula
Hospes comesque corporis
Quae nunc habibis in loca,
Pallidula, rigida, nudula,
Nec, ut soles dabis iocos.

215
Cuando despus de una enfermedad larga y do-
lorosa se sinti morir, tuvo antojo de ver el mar.
All muri, consumido por un sentimiento que
nunca pudo expresar en toda su plenitud, frente
al mar donde haba crecido el Imperio.
Como no dej hijos, le sucedi en el trono T.
Aelius Adrianus Antonino Pius, que haba adop
tado, conforme con el uso sucesorio impuesto por
Nerva. Luego de las sombras nubes de los lti
mos das de Adriano, la figura solar de Antonino
Po trajo al imperio veintitrs aos de paz, entre
138 hasta el 161, en que se extingui.
Fue como un da claro y apacible en el que
apenas se vean las nubes acumuladas en el hori
zonte y que presagiaban futuras agitaciones en las
fronteras. Hombre bondadoso, de carcter pater
nal, se preocup ms por legislar con justicia que
por fortalecer el aparato del Estado. Los resul
tados de su bonhoma aparecieron a su muerte y
fue su sucesor Marco Aurelio, quien tuvo que salir
en expediciones guerreras para sostener los lindes
que se caan por todas partes.
No era, precisamente, la persona ms indicada
para este oficio militar y sus condiciones de inte
lectual tuvieron que sufrir una ruda tortura para
poder atender las exigencias del oficio. Este con
flicto entre su vocacin y aquello que la suerte
le impuso encontr una salida en la filosofa.
Marco Aurelio haba sido adoptado por Adriano
y era hijo de Antonio Vero y Domizia Lucilla.
Aunque nacido en Roma, descenda de espaoles
como los Antoninos. En el ao 130, cuando apenas
tena nueve aos, lo adopt su abuelo paterno
Marco Antonio Vero y a la muerte de este ltimo,
acaecida seis aos despus, Adriano lo reconoci
como suyo. Antes de morir se lo recomend a An
tonino Po como sucesor, mandato que ste cum
pli con piedad ejemplar.
Adriano lo llam Verissimo, como si la ndole

216
<[ue demostr desde nio fuera la expresin cabal
de aquello que sugera su gentilicio. La educacin
de Marco Aurelio corri a cargo del retrico Corne-
lio Frontn, erudito poseedor de una extraordinaria
cultura literaria.
Frontn trat de formar el alma y el estilo del
joven discpulo de acuerdo con los cnones de una
extraa pedagoga gramatical de su invencin. Es
curioso observar cmo esta ciencia, aparentemen
te tan distante de la tica, poda, en virtud de
una gimnasia permanente y exclusiva, convertirse
en prctica de la inteligencia y en norma de
conducta.
La enseanza de Frontn consista en una prolija
lectura de los autores antiguos, con especial dedi
cacin al ordenamiento sintctico de los perodos.
El alumno deba modelar su diccin y su estilo li
terario en la parfrasis de esos escritores. Deba
eludir los neologismos y dar a su vocabulario una
patina de antigedad que lo hiciera aparecer como
obra clsica.
Este sistema pedaggico era ms un prejuicio
que el resultado de una reflexin sobre el arte de
ensear. Se crea firmemente que los antiguos ha
ban dado la leccin insuperable y los contempor
neos slo podan demostrar su capacidad imitn
dolos.
No obstante su ausencia de originalidad, el am
biente cultural del siglo n de nuestra era se im
pone con una suerte de hipertrofia productiva que
vena anuncindose desde el siglo anterior, cuan
do Sneca escriba que se trabajaba en una at
msfera de intemperancia literaria.
Raras veces nos aseguraba Parabeni la devo
cin a la ciencia y el ardor por el estudio encon
trar elogios ms encendidos que en las Cartas de
Plinio o en los escritos de Marco Aurelio. Explica
ba el poder que tena la retrica sobre los espri
tus, por el esfuerzo que haba que desplegar para

217
aprender a hablar y a escribir de acuerdo con las
exigencias de ese arte. Esta faena terminaba por
absorber en rida ejercitacin toda la actividad
de un estudioso 6.
Fue el siglo de Apuleyo y de Luciano, genios
fosforescentes, de una versatilidad slo compara
ble a su vaco espiritual. Todos los gneros litera
rios fueron manejados por Apuleyo con una facili
dad que lindaba con la garrulera. Luciano aspir
a una universalidad semejante en el pastiche y
la emulacin. Con todo fue un espritu mucho ms
crtico que el de Apuleyo y su mordacidad en
contr en las producciones de la poca un mag
nfico campo para ejercitarse.
El maestro Frontn mantuvo con Marco Aure
lio una larga correspondencia que es fuente irreem
plazable para estudiar la pedagoga de los ret
ricos y, al mismo tiempo, para comprender los
esfuerzos hechos por nuestro Verissimo para
librarse del vaco de aquella erudicin pedantes
ca, en cuanto descubri el manantial de la filosofa.
Escriba Marco Aurelio a su maestro en el ao
146 que an no haba hecho el trabajo que le
solicitara, no porque tuviese demasiadas ocupa
ciones, sino porque se hallaba sumergido en la
lectura de Arstides cuyo libro ya me pone con
tento, ya disgustado de m mismo. Contento cuan
do me ensea a ser virtuoso, disgustado cuando
me muestra lo lejos que me encuentro del ideal
que me propone.
La influencia de Rstico, un estoico que por
su severidad estaba muy cerca del corazn de
Marco Aurelio, termin por enemistarlo con la re
trica. En sus R ecuerdos nos dice que por l re
nunci al estudio de la poesa y la elegancia y
encontr la simplicidad y la naturalidad en su

6 P a h a b e n i : V italia Im periale, Milano 1938, pginas


430/431.

218
forma de expresin. La lectura de Epicteto com
plet su conversin y el futuro emperador hall
el camino por donde deba transitar su espritu,
guiado por la ejemplaridad del esclavo exiliado v
enfermo.
La ruptura con Frontn en un hombre de sen
timientos tan delicados como Marco Aurelio no
se tradujo en separacin rencorosa. Siempre ma
nifest un gran agradecimiento al hombre que le
haba enseado a odiar la tirana y a ocuparse
del espritu ms que del cuerpo. Al mismo tiempo
agradeca a los dioses no haber hecho grandes
progresos en el arte de la retrica, en el que
habra insistido, si no hubiere descubierto que
tena mejores condiciones 7.
La muerte de Antonino Po ocurrida el 7 de
marzo de 161 lo puso al frente del gobierno. De
acuerdo con la voluntad postuma de Adriano de
ba compartir el trono con Lucio Vero, cuya be
lleza afeminada corra pareja con su nimo exan
ge y su refinada inteligencia. Lucio no tuvo
necesidad de consolarse del poder, porque lo dej
totalmente en manos de Marco Aurelio. Se con
tent con brillar y cometer de vez en cuando
algn error lamentable que el emperador filsofo
procuraba enmendar con estoica paciencia.
Sera un error creer que Marco Aurelio fue un
gran estadista. Sin lugar a dudas tuvo muchas
virtudes que durante su gobierno pudieron brillar
en servicio de los hombres. Pero estas nobles dis
posiciones no bastaban para hacer de l un go
bernante en toda la extensin de la palabra. Haba
asimilado buenas enseanzas y, como no careca
de talento, se las arregl para resolver con discre
cin los graves problemas que impona el mando.
Si su nimo fue uno de aquellos que crecen
con el castigo, la Providencia le impuso tantas ca-

" M a r c o Au r e l io : Ricordi, I, 17.

219
lamidades como le hacan falta para probar su es
toicismo: asalto de los brbaros en las fronteras,
pestes, terremotos, inundaciones, sequas, motines,
rebeliones de tropas y dificultades financieras. Na
da falt para templar su paciencia y probar su
ecuanimidad. Tuyo que realizar las tareas ms
contrarias a su ndole, improvisndose soldado
contra su salud delicada; soberano diligente y enr
gico contra su inclinacin al ocio y a la apata.
Debi interesarse en todo lo que no le interesaba
y vivir durante aos en los lugares donde nunca
hubiere querido estar.
Durante su exilio militar en las fronteras de
Hungra escribi sus pensamientos ms ntimos y
busc consuelo en el cultivo de esa filosofa que
tanta desconfianza haba inspirado a sus antece
sores.
Poco queda de los trabajos literarios que se le
atribuyen. Algunos fragmentos de los Discursos,
un copioso epistolario no siempre genuino y ese
libro, sin duda su obra maestra, que conocemos en
espaol con el ttulo de Soliloquios y al que los
italianos llaman Ricordi.
Lo escribi en griego y segn Renn es muy
probable que en esa poca Marco Aurelio llevase
una suerte de diario ntimo, donde escriba en
griego algunas mximas que le servan para sos
tenerse en la lucha, las reminiscencias de sus au
tores favoritos y los trozos de los moralistas que
mejor hablaban a su corazn. Los principios que
le haban ayudado en la jornada, y, a veces, los
consejos que su conciencia escrupulosa crea obli
gacin darse 8.
En estos Solilocjuios, cuya edicin italiana tengo
entre mis manos, es donde se puede hallar la sa
bidura que extrajo de su experiencia y que le sir-

8 R en n , E .: M arco Aurelio e la fin e dil m ondo antico


Milano, 197, pgs. 141-42.

220
vi de consuelo en las amargas calamidades que
colmaron su existencia.
Estos pensamientos no tienen la indiscrecin de
un diario ntimo; constituyen los jalones de un
preciso itinerario intelectual que, sin caer nunca
en lo anecdtico, sabe mantenerse con clsica con
tencin en los lmites del inters universal.
El tono predominante es melanclico y manifiesta
una profunda voluntad de no dejarse dominar pol
la desesperacin. La duracin de la vida es corta
v el cuerpo cosa mudable. El sentido se turba con
facilidad y nuestra salud se corrompe. El alma es
un torbellino, la fortuna incierta y la fama injusta.
La vida es lucha y peregrinacin. El nico alivio
postumo es el olvido. Slo la filosofa puede ofre
cernos su precario consuelo.
Cul puede ser el sentido de una existencia
que sale tan mal parada de su primer encuentro
con una filosofa consoladora?
El acuerdo con la razn. A simple vista la co
sa no es tan probable, a juzgar por lo que termina
mos de leer, pero todo es cuestin de perspectiva.
Si la observacin de la realidad nos revela el cur
so delirante de los sucesos, conviene entrar en s
mismo con el propsito de prepararnos un terreno
libre y ancho para vacar a gusto en el mundo de
la mente.
Ahora reinan el cambio y la lucha. Tal situa
cin debe ser tomada como se presenta. La vida
ntima es la roca segura donde se rompen sin
herirnos las olas del destino. Resistimos mejor a
las cosas si las conocemos en su esencia y sabemos
cul es el lugar que ocupan en el universo y el
tiempo que estn destinadas a durar.
Entonces podemos tener una justa valoracin de
los acontecimientos y no caer en la necedad de
pelear por cosas sin valor. Las tristezas que trae
ia vida son soportables si llamamos a nuestro so
corro los altos principios de la filosofa. La vida

221
en la corte es madrasta pero la filosofa es madre.
La razn es una y universal. Todos participamos
de ella con nuestra inteligencia. El culto de la
razn nos devolver la paz interior, nos har soli
darios con los otros hombres y nos pondr en ar
mona con los dioses.
Todos los hombres tenemos gustos diferentes
escriba: a unos les place unas cosas a otros,
otras. A m me gusta tener una mente sana que
observe todo con ojos benignos y acoja la realidad
en su valor. El universo tiene una armona y la
salvacin consiste en conocer la esencia de las co
sas, saber cul es la materia y cul es la causa
para poder obrar con justicia y vivir la verdad.
Es posible alcanzar cierta felicidad si nuestra
alma permanece indiferente frente a lo que es in
diferente y examina todo en su relacin al orden
del universo. Una sola cosa permanece: Dios. To
do reside ah, el resto, est o no en tu poder, es
cadver y humo.
La sabidura es el nico refugio del hombre,
quien no sabe lo que es el mundo ignora su pro
pio destino. Para descubrir el sentido eterno de
las cosas no hay que perder el tiempo indagando
sobre naturalezas caducas: contempla el curso de
las estrellas y medita siempre en el perenne cam
bio que afecta a los elementos. Tales pensamientos
purifican el alma de la fealdad de la vida terrena.
Para entender esta cura de alma por la con
templacin de los astros, tal como aconsejaba
Marco Aurelio, es preciso conocer el misticismo
csmico que lo anima. El cielo estaba poblado
por seres espirituales, cuya eterna complacencia
se manifestaba en el desplazamiento regular y
armonioso de as estrellas.
Marco Aurelio pareca encarnar al viejo dios de
fensor de las puertas romanas, porque, mientras
hilaba estos pensamientos, cumpla con seriedad
su oficio imperial. Cuando tena que hacer la gue-

222
rra ]a haca bien, pero esto no le impeda, en la
soledad de su retiro, escribir frases como sta:
Una araa, cuando ha capturado una mosca, cree
haber hecho algo grande. As tambin el que ha
capturado un srmata. Ni la una ni el otro piensan
que son dos ladrones.
Qu era l mismo?
El emperador de los romanos. Esto no le deca
gran cosa, por esa razn cuando Avidio Cassio se
sublev con sus tropas y se proclam emperador,
Marco trat de llegar rpidamente a un acuerdo
con l. Juzg que si Roma as lo deseaba, Cassio
poda asumir la potestad del imperio. El Senado
rechaz la proposicin de Marco Aurelio y ste,
contra su gusto, tuvo que salir al encuentro de su
rebelde concurrente.
Cassio fue asesinado por un oficial de su propio
squito y cuando Marco volvi a Roma despus
del incidente, se le tribut un triunfo. La mez
quindad de esta gloria militar no pas inadvertida
ante los ojos del lcido emperador. Acept el so
lemne agasajo como una prueba ms de las inco
herencias del destino y asoci a ella a su hijo
Cmodo.
Muri antes de poder valorar en toda su mise
ria las condiciones del joven Cmodo. Las malas
lenguas decan que su mujer, Faustina, lo haba
engendrado con un gladiador. La vocacin de
Cmodo corrobor siempre este infundio, am ms
el circo que el gobierno. Nunca filsofo alguno ha
creado algo tan ajeno a la vida del espritu co
mo la personalidad de este payaso siniestro.
Marco Aurelio muri en un campamento militar
cercano al sitio donde se levant ms tarde la
ciudad de Viena. De golpe se sinti seriamente
enfermo y tuvo la seguridad que se mora. Duran
te cinco das permaneci en su lecho sin probar
un bocado. Al da sexto se levant con dificul-

223
tad, present a Cmodo ante sus tropas y se vi ti
vi a tender para no levantarse ms.
Roma record su figura con una columna y .....
estatua ecuestre que se levant en la Pia/./.n ( o
lonna. Ms tarde sobre esa misma columna. C
romanos pusieron al Apstol San Pablo.
Montado a caballo y con el gesto del domimi
dor universal, no se adecuaba al carcter de IVIm
co Aurelio. Pero poda presentrselo, sin ......... .
cabo para la funcin de gobierno, entregado a la
faena de su meditacin sin esperanza?

224

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