SILVA SANCHEZ - Primera Leccción Derecho Penal
SILVA SANCHEZ - Primera Leccción Derecho Penal
SILVA SANCHEZ - Primera Leccción Derecho Penal
1. Introducción [arriba] -
Después pasaron muchas cosas. Entre ellas, acabé el curso (y Santiago se afeitó
la poblada barba que hasta entonces llevaba), finalicé luego la carrera de
Derecho, me doctoré y obtuve la Titularidad y luego la Cátedra, siempre al lado
de Santiago Mir. Trece años -de 1978 a 1990- en los que, obviamente, los
recuerdos son legión. Pero, si ahora tuviera que quedarme con uno, éste sería el
de una conversación sobre actos preparatorios y otros temas de teoría del delito
(en realidad, un examen final aplazado) que tuvo lugar una tarde del mes de
julio de 1978 en la terraza de su piso de Travesera de las Corts, con Francesca
como testigo más o menos voluntario. Un escenario de proximidad familiar, con
el Derecho penal como argumento.
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pienso también en cómo iniciaría yo ahora a un principiante en los rudimentos
del Derecho penal. Ello sería, más o menos, así…
Querido estudiante:
5. Estas cuatro asociaciones de ideas que uno tiene intuitivamente cuando oye
hablar de Derecho penal son correctas. Ciertamente, el Derecho penal se ocupa
de castigos, es decir, de males que se imponen a un sujeto como reacción a un
hecho que se ha producido. Aunque también es verdad, desde luego, que en la
sociedad se dan castigos al margen del Derecho penal. En la familia, los padres
castigan en ocasiones a los hijos pequeños dejándoles sin ver la televisión; en la
escuela, lo hace el profesor con algunos alumnos a quienes impone más
deberes; incluso la pandilla de amigos lo hace, excluyendo a ciertos miembros
de la fiesta que organiza. Y no se piense que todos los castigos que se dan en
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sociedad al margen del Derecho penal son siempre relativamente leves, como
los indicados. En el caso extremo, el hijo de una víctima del terrorismo que mata
al dirigente político de un partido al que vincula con los actos terroristas le está
castigando. La venganza, un tema eterno de la literatura y el cine, constituye
una forma de castigo. Por tanto, la vinculación del Derecho penal con el castigo
es correcta, siempre que se tenga en cuenta que el fenómeno social del castigo
no se agota, ni mucho menos, en el Derecho penal. Es más, siempre que se
advierta que ni siquiera puede afirmarse que el Derecho penal se asocie a los
castigos más graves que se dan en una sociedad.
6. El castigo es, por lo demás, algo distinto de la reparación del daño. Esta, por
sí sola, no se considera un castigo. Así, si los padres obligan al hijo pequeño a
abonar con el dinero de su hucha el importe de la bombilla que aquél rompió, no
le están castigando. Como tampoco castiga un amigo que exige a otro que le ha
abollado la motocicleta que corra con los gastos del taller. En general, la opción
por el castigo -que no se opone a que, además, se indemnice el daño causado-
responde a la idea de que lo que ha pasado no se puede resolver pagando los
daños.
8. Así pues, si resulta difícil delimitar el Derecho penal con la ayuda de la idea
de castigo e incluso con la de responsabilidad, veamos si ello es posible
recurriendo a las otras ideas; por ejemplo, a la idea de delito. Ciertamente, aquí
sí se encuentran algunos elementos que sirven para la distinción. La palabra
delito la asociamos a los hechos dañosos para otros o a las infracciones de
reglas de convivencia más graves que podemos imaginar: asesinatos, lesiones,
agresiones sexuales, robos violentos, estafas, etc. De modo que parece claro
que el Derecho penal se ocupa del castigo de los responsables de hechos muy
graves que llamamos delitos. Aunque ciertamente todavía no haya quedado muy
claro en donde reside la gravedad específica de los delitos frente a otros hechos,
ni tampoco, desde luego, dónde se debe trazar la frontera entre lo que es
delictivo y lo que no lo es; piénsese por ejemplo en la delimitación de los delitos
contra la Hacienda Pública, contra el medio ambiente, contra los mercados
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financieros, etc.
1. Pese a todo lo dicho, lo cierto es que con lo anterior todavía no tenemos una
imagen lo suficientemente precisa del Derecho penal. Aunque es verdad que los
elementos de castigo, responsabilidad, delito y juicio son fundamentales, hay
algo que planea por encima de todos ellos: las leyes. Cuáles son los delitos,
quiénes pueden ser hechos responsables de ellos, con qué castigos debe
responderse a los delitos cometidos y cómo debe juzgarse todo lo anterior nos lo
dicen, al menos en principio, las leyes: textos escritos, divididos en partes
numeradas, a los que se remiten los jueces y de los que parecen obtener la
autoridad necesaria para sus sentencias.
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ciertamente los derechos penales anglosajones las han ido incorporando
progresivamente.
3. Las leyes, pues, proporcionan a los jueces los criterios básicos para
administrar los castigos. La cuestión es si, además, nos dicen algo a los
ciudadanos. En general pensamos que sí. De modo que, aunque de entrada
parece que las leyes penales se dirigen a los jueces, se suele entender que
contienen normas que, por su parte, tienen como destinatarios también a los
ciudadanos en general. Así, al juez le dicen expresamente que castigue a quien
mate a otro, o a quien robe. Al ciudadano, en cambio, le dicen implícitamente
que en nuestra sociedad existe la regla de no matar o robar y, a la vez, le
interpelan para que no mate o no robe. Esto último es muy importante, porque
quien lo acepte ha de llegar necesariamente a la siguiente conclusión: las leyes
penales no sólo pretenden dar criterios al juez para que éste decida en una
situación en la que ya se ha producido el daño. También se dirigen, aunque de
modo implícito e indirecto, al ciudadano antes de que haya tenido lugar daño
alguno. Ello lo hacen en un doble sentido. Por un lado, le informan
genéricamente de cuáles son las reglas del juego social, para que sepa a qué
atenerse: le indican qué es lo que, en teoría, puede esperar de los demás y los
demás esperan de él, así como qué puede y qué no puede esperar que pase en
función de lo que él haga. Por otro lado, tratan de convencerle de que se ajuste
a esas reglas: de una parte, mediante el elemento de convicción que se deriva
de su propio contenido y del hecho de que la ley las ha recogido y calificado
como especialmente importantes; de otra parte, mediante el instrumento de la
amenaza de la pena. Las leyes penales informan, pues, de las reglas
fundamentales que rigen la convivencia social, de los mínimos que debe
respetar quien participe de la misma y, a la vez, tratan de dar razones para
ajustarse a lo que disponen.
4. Ahora bien, uno podría preguntarse de dónde salen esas reglas a las que
tiene que obedecer si quiere evitar un castigo. Por qué precisamente tienen que
definir esa conducta que él querría realizar como delito, por qué calificarle a él
de responsable, por qué amenazarle precisamente con ese castigo y no con otro
más leve. Y por qué, en cambio, esa otra conducta del vecino, que tanto le
molesta, no aparece en la lista. Una respuesta posible sería, sencillamente, que
ello es así porque la mayoría de los parlamentarios elegidos por los ciudadanos
lo han decidido de ese modo. Pero, entonces, todavía cabría pensar si es que
acaso éstos tienen la capacidad de convertir cualquier conducta en delictiva,
hacer de cualquier persona un responsable e imponerle el castigo que quieran.
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aunque la mayoría así lo entendiera. A la vez, también entendemos que hay
conductas que deberían ser castigadas incluso aunque la mayoría pensara lo
contrario. En Derecho penal se acoge esta idea, aludiendo a que sólo pueden ser
castigadas conductas peligrosas o lesivas para un bien jurídico, lo que remite a
un criterio de merecimiento de protección en principio ajeno a la pura voluntad
de la mayoría.
6. Pero también es cierto que esta idea se matiza con otra: aunque hay
conductas que en sí merecerían ser castigadas, seguramente no tiene mucho
sentido hacerlo si se puede conseguir el efecto de su reducción a límites
razonables sin necesidad de recurrir al Derecho penal (a esto se alude entre
nosotros con la expresión principio de subsidiariedad).
8. Todas estas cuestiones no tienen que ver de entrada con la lógica de los
votos, sino sobre todo con la lógica de lo justo, de lo razonable, de lo prudente.
Así, parece que todos los puntos a los que se acaba de aludir no son cuestión de
puras decisiones (actos de voluntad), de manera que igual podrían ser de otro
modo, sino que también tienen que ver con actos de reconocimiento de lo que
es justo hacer en cada caso. Con todo, en las últimas décadas parece irse
configurando una cierta opinión dominante que vendría a decir lo siguiente: no
es posible determinar de modo general qué y quién debe ser castigado ni con
qué penas, así que lo decisivo será aquí el consenso. Y la expresión fundamental
del consenso son las mayorías parlamentarias. Claro está que las mayorías
parlamentarias no pueden hacer cualquier cosa, tampoco en Derecho penal.
Sólo pueden hacer lo que cabe en el marco de la Constitución correspondiente;
pero a su vez la Constitución de cada país no sería otra cosa que la expresión
del consenso básico de una sociedad. Con lo que quedaría intacto el principio
establecido.
9. En efecto, todavía cabría plantearse por qué una Constitución impide una
determinada decisión parlamentaria en materia de Derecho penal y qué ocurriría
si la Constitución de un determinado país en un determinado momento no lo
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impidiera. En realidad, no es necesario plantear las cosas en términos
hipotéticos. La “constitución” de Nigeria no impide una ley que establece la pena
de muerte por lapidación para una mujer por la concepción extramatrimonial de
un hijo; las constituciones de muchos países no impiden castigar penalmente los
actos en que se manifiesta la libertad religiosa o ideológica; etc. De modo que la
alusión a “la Constitución” no deja de ser una respuesta cómoda que parte de
pensar sólo en países que tienen “constituciones” con un tenor determinado, y
que son, además, interpretadas en el contexto de una tradición cuyo contenido
es anterior a la propia existencia de dichas leyes fundamentales.
10. De lo anterior se desprendería, en todo caso, que hay que concluir que
resulta imposible efectuar afirmación alguna desde un país y un momento
determinado con respecto a otro país y otro momento determinado. Es decir,
que la determinación de qué sea delito, quién deba ser hecho responsable y con
qué pena se deba reaccionar contra él sería una cuestión relativa en términos
espaciales y temporales.
11. Evidentemente, esta opinión no es específica del Derecho penal, sino que se
enmarca en una postura más general acerca del Derecho y de la moral que
puede denominarse relativismo o no cognoscitivismo. Dicho en pocas palabras,
esta opinión, muy difundida, viene a señalar lo siguiente: dado que no es posible
determinar objetivamente qué es lo bueno ni lo justo, las ideas de bondad y de
justicia no pueden sino reconducirse a una convención más o menos difundida y
estable. Lo mismo valdría para el ámbito de los delitos, los sujetos responsables
y las penas: convenciones más o menos estables y difundidas, sin mayores
pretensiones.
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o mal, y en cuanto al modo de reaccionar contra un mal, que son bastante
“objetivas”.
13. De lo que se trata, en fin, es de poner de relieve que, aunque es cierto que
el Derecho penal es cosa de leyes, no es sólo cosa de leyes, sino también de
Justicia. Y que hay aspectos del castigo justo que no están en las leyes o incluso
están mal resueltos en las leyes.
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somos libres. Si todos estamos determinados a hacer lo que hacemos, entonces
también quien delinquió estaba determinado irremisiblemente a delinquir. Ahora
bien, sin libertad tampoco tenía sentido el castigo. De lo que se trataba era de
neutralizar las causas que determinaban al sujeto a delinquir. Y eso se pretendió
mediante las denominadas medidas de seguridad, que habrían de sustituir a las
penas, y que consistirían en tratamientos psiquiátricos, intervenciones sociales
terapéuticas, etc.
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considerarse condición suficiente, ni de lo uno ni de lo otro.
7. Así sucede cuando alguien que obró de modo libre lo hizo, sin embargo, en
una situación excepcional de presión: por ejemplo, quien lesiona a un tercero en
un contexto de peligro para su salud, o quien no interviene para salvar a otro
por hallarse inmerso en un conflicto de conciencia. En tales casos, cabe la
posibilidad de que se decida disculpar al sujeto libre, esto es, no hacerle
responsable.
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11. En la práctica, ello puede conducir a poner en tela de juicio el propio hecho
de castigar una determinada conducta, o el de castigarla con sanciones de una
determinada magnitud, o, al menos, la procedencia de ejecutar la sanción
impuesta (de hacer cumplir la condena en su integridad). Contra lo que pudiera
parecer, por tanto, el castigo no es algo obvio.
2. Por ello, con respecto a los males procedentes de conductas humanas cabe
distinguir entre medios de prevención fácticos y medios de prevención
comunicativos. Los primeros pretenden evitar el mal mediante mecanismos
causales, impidiendo la propia posibilidad física de realización del hecho o
neutralizando sus efectos lesivos. Los segundos pretenden prevenirlo mediante
mecanismos motivacionales, esto es, influyendo sobre el proceso deliberativo
que podría concluir en la decisión de ejecutar el hecho lesivo. Así, son medios
técnicos de prevención de males procedentes de conductas humanas, por
ejemplo, el recurso a cámaras para la videovigilancia; la instalación de airbags o
cinturones de seguridad en los automóviles; la disposición de alarmas u otros
mecanismos antirrobo en las viviendas; la introducción de passwords o firewords
anti-hacker en las instalaciones informáticas; la instalación del sistema alcolock
en los automóviles, que exige que el conductor sople en un alcoholímetro
conectado al encendido del vehículo, de modo que si supera la tasa de
alcoholemia dicho vehículo no se pone en marcha; etc.. Pero también la
aplicación de la llamada castración química (en realidad, administración de
medicamentos inhibidores de la líbido) a sujetos con riesgo de violencia sexual.
O, asimismo, la actividad administrativa de autorización, inspección y control de
determinadas actividades. En cambio, son medios comunicativos de prevención
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la educación en valores morales; las campañas publicitarias sobre los daños
propios o ajenos que se derivan naturalmente de la realización de conductas
arriesgadas (por ejemplo, en materia de conducción de automóviles); el anuncio
de premios para quien realice conductas positivas; e incluso la provocación de
emociones favorables al cumplimiento de las normas (aunque esto plantea el
problema de la naturaleza de las emociones). En particular, son medios
comunicativos de prevención las normas sociales o jurídicas de contenido
sancionatorio, que transmiten la grave desvaloración de determinados hechos, a
la vez que anuncian las consecuencias (de exclusión, de reparación de daños, de
sanciones administrativas o penales) que las correspondientes instancias
impondrán al infractor de aquellas normas.
3. Una observación rápida de la realidad que nos rodea pone de relieve que en
nuestra sociedad se da una combinación de mecanismos fácticos y
comunicativos de prevención. Y, con independencia de que cabe discutir la
medida en que debe tener lugar dicha combinación, no parece que un modelo
unilateral que prescindiera de uno de los referidos grupos de mecanismos
resultara satisfactorio. Frente a los mecanismos fácticos, los mecanismos
comunicativos (entre los que se cuenta el Derecho penal) suponen una
maximización de la libertad individual, pues -razonándose por qué el hecho debe
ser desvalorado y anunciándose el castigo- se deja, con todo, en manos del
ciudadano la decisión de realizar o no el referido hecho. Cabe que las vías
fácticas, que pretenden impedir la propia ejecución física del hecho lesivo (o, en
todo caso, su ejecución con aprovechamiento para quien lo realiza), resulten
además, en ocasiones, incluso peligrosas para el propio bien que pretenden
proteger. Sin embargo, en otros casos, los medios técnicos de prevención
pueden resultar altamente eficientes, esto es, producir más beneficios que
costes a la sociedad y ser, por ello, recomendables.
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incidirían sobre el sujeto si éste realizara alguna de las conductas positivas.
Tales consecuencias anunciadas pueden tener, además, una doble naturaleza:
en el caso de los hechos lesivos, puede tratarse de consecuencias autolesivas (o
lesivas para personas próximas) o de consecuencias negativas de índole
reactiva; en el caso de los hechos positivos, puede tratarse de consecuencias
autobeneficiosas (o beneficiosas para personas próximas) o de consecuencias
positivas de índole reactiva.
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su cumplimiento se halla en esa necesidad de homogeneizar. Así, por ejemplo,
es indiferente que se circule por la derecha o por la izquierda de la carretera,
siempre y cuando todos -y de modo constante- lo hagan por el mismo lado.
Según una opinión, en realidad todas las normas sociales tendrían esta
naturaleza. Cumplirían, por tanto, una función meramente técnica: serían
“manuales de instrucciones para la vida social”, en los que se reflejaría cómo
funciona una determinada sociedad. Con todo, la más extendida es la opinión
que entiende que muchas normas sociales no se limitan a ser orientaciones de
tipo técnico para la vida en sociedad, sino que incorporan un contenido de valor
adicional al de procurar una mera homogeneización. Estas normas parten de la
consideración de determinados estados de cosas como bienes y pretenden
orientar la conducta de las personas a la realización de estos bienes y, en última
instancia, hacia el bien común.
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Depende del modo en que una determinada sociedad se ha constituido,
generando espacios de consenso, y, a la vez, se halla fuertemente condicionado
por la tradición en la que esa sociedad se enmarca.
2. Al igual que ocurre con las normas sociales, la determinación del contenido de
las normas jurídicas está sujeta a la dinámica de tradición y cambio. Por tanto,
estas normas tienen un contenido variable en márgenes no necesariamente
estrechos. Ello, sin embargo, por las mismas razones dadas más arriba, no
debería conducir a entender que es absolutamente relativo o disponible.
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administrativas) y penales (cuyo refuerzo tiene lugar mediante penas).
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prevención mediante instrumentos jurídico-penales. Ahora bien, ante
determinados hechos lesivos, por su trascendencia más allá de lo privado,
porque seguirían siendo temidos por las víctimas potenciales aunque se les
garantizara de antemano la “compensación integral”, o por la imposibilidad de
garantizar precisamente dicha compensación perfecta, la prevención jurídico-
civil de naturaleza compensatoria no parece suficiente.
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exigencia de tributación por la realización de determinadas actividades.
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formales del principio de legalidad muestran sólo diferencias de grado con
respecto al principio de legalidad penal. Sin embargo, es necesario apuntar
también la existencia de algunas diferencias que trascienden a lo meramente
gradual.
3. Pese a todo, no existe un criterio claro que permita determinar los ámbitos
respectivos del Derecho penal y el Derecho administrativo sancionador. Por ello,
durante algún tiempo fue común que los movimientos despenalizadores
propusieran el recurso al Derecho administrativo como alternativa al penal. Y, en
los últimos años, lo frecuente es justo lo contrario: que conductas constitutivas
inicialmente de ilícitos administrativos estén pasando a ser calificadas como
conductas punibles. En la frontera, la opción por lo uno o por lo otro, en
realidad, puede responder a consideraciones estratégicas de política jurídica.
Aunque lo que esto pone de relieve es que, fuera del Derecho penal nuclear,
existe todo un campo de ilícitos penales no sustancialmente distintos de los
ilícitos administrativos. A éstos deberían asignarse consecuencias jurídico-
penales no sustancialmente distintas (en su dimensión fáctica) de las propias del
Derecho administrativo.
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precisamente, determinar cuál es la zona de frontera. Así, por ejemplo, durante
los años setenta del S.XX fue objeto de debate si el hurto de poca entidad
(llamado “de bagatela”) -en particular, el producido en grandes almacenes de
autoservicio- debía ser despenalizado para pasar a constituir un ilícito civil o, en
su caso, una infracción administrativa. La propuesta fue mayoritariamente
rechazada por entenderse que menospreciaba el intenso contenido ético-social
de cualquier hurto, como atentado contra la propiedad que pone en cuestión un
principio básico de nuestra organización social. Es decir, por entender que el
hurto en ningún caso se hallaba fuera del núcleo del Derecho penal. Con todo, el
debate se replantea periódicamente y sigue estando de actualidad en nuestros
días.
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