Alimentos Con Historia PDF
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Edita: Mercasa
Paseo de La Habana, 180. 28036 Madrid
www.mercasa.es
Arroz ............................................................................................................................................................................................. 23
Legumbres .................................................................................................................................................................................... 47
Helados ......................................................................................................................................................................................... 95
Cultura alimentaria
José Ramón Sempere. Presidente de Mercasa
M
ercasa tiene, de cara al futuro, un objetivo estratégico básico: liderar la aportación de valor a la cadena alimentaria,
potenciando la Red de Mercas, con excelencia en la gestión, facilitando la competitividad, la alimentación salu-
dable, la transparencia y la responsabilidad social. Todo ello, bajo el paraguas de los Objetivos de Desarrollo
Sostenible (ODS) que marca la Agenda 2030 de Naciones Unidas.
Nuestro compromiso con estos objetivos se extiende por toda la actividad de Mercasa y nos lleva a considerar también
que la creación y divulgación del conocimiento sobre la cadena alimentaria es una herramienta más, y de primer orden, en
la aportación de valor.
Con esta intención surge la idea de iniciar una nueva aventura editorial, bajo el sello común de “Cultura alimentaria”,
que nace con este primer título Alimentos con historia y la previsión de ir abordando, a medida que sea posible, nuevos
temas en el futuro.
Entre las varias acepciones de la palabra cultura que recoge el diccionario de la Real Academia Española, hay una que la
define como “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial
en una época, grupo social, etcétera”.
Si partimos de esa definición y le añadimos el adjetivo alimentaria, tenemos el marco perfecto en el que queremos si-
tuarnos.
En cuanto a la dimensión del concepto, está claro que cuando hablamos de cultura alimentaria estamos hablando de
todos los aspectos que inciden en la producción, la transformación, el comercio y el consumo de alimentos.
Porque cultura es agronomía, gestión y explotación de los recursos naturales, sostenibilidad, economía, comercio, nu-
trición, educación, gastronomía y también, hay que decirlo, el sabor y el gusto por los alimentos, además del uso social de
compartir la hora de comer, dentro y fuera del ámbito familiar.
Todo ello, en nuestro caso, reforzado por los hábitos propios de otra cultura, la mediterránea, que tiene vínculos muy
potentes compartidos con la cultura alimentaria.
Los tiempos modernos en que vivimos, en términos generales, llevan por un lado hacia la segmentación extrema del es-
tudio y el enfoque de la realidad; coincidiendo, por paradójico que resulte, con una simplificación también extrema en la di-
vulgación del conocimiento y las ideas, resumido todo ello en mensajes cortos, impulsos de consumo rápido, que en muchas
ocasiones se divulgan, perciben, consumen y olvidan a velocidad de vértigo, con una dificultad cada vez mayor para dejar
poso y terminar convirtiéndose con ello en cultura.
En esta realidad incuestionable y todavía en evolución se empiezan a notar, sin embargo, tendencias paralelas que apues-
tan por impulsos que en términos de comunicación podemos considerar transmedia: pensamiento reposado, contrastado,
explicado con la extensión necesaria, y divulgado en soportes que no renuncian a ninguna alternativa: editando libros y pu-
blicaciones periódicas, realizando audiovisuales, aprovechando las múltiples opciones que ofrecen las redes sociales.
Todo es útil para poner en valor la cultura alimentaria. Como también es importante que la observación del presente y
la predicción del futuro tengan siempre en cuenta de dónde venimos.
A ello quiere contribuir la edición de este libro Alimentos con historia, en el que su autor, Ismael Díaz Yubero, convertido
él mismo con su experiencia en un referente de cultura alimentaria, explica con detalle los orígenes y evolución de cada ali-
mento, en unos textos ilustrados con carteles publicitarios de la colección de Carlos Velasco, que son también un referente
destacado de la cultura alimentaria y comercial previa a la transformación audiovisual y tecnológica del mundo.
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a mayoría de los estudios sobre la historia de la alimentación acaban concluyendo, de una u otra forma, que en re-
alidad se trata siempre de una historia del hambre, de las dificultades históricas hasta tiempos recientes –y aún hoy
en muchas zonas del mundo– para acceder con regularidad a alimentos suficientes y razonables para una vida sa-
ludable.
A lo largo de la historia, con sus matices pero en todas las épocas y partes del mundo, las mayoritarias clases populares
han tenido que enfrentarse siempre al dominio de las élites minoritarias y poderosas para poder alimentarse.
Ya sea luchando por el acceso a la tierra y la posibilidad de cultivar, ya sea vendiendo su fuerza de trabajo en duras con-
diciones como proletariado industrial, la cuestión era que comer, lo que se dice comer en condiciones, históricamente era un
privilegio de las clases más pudientes.
Una realidad que, a pesar del progreso de las últimas décadas, ni puede darse por resuelta con carácter universal en todos
los países ni siquiera en todos los grupos sociales dentro de los países con mayor nivel de renta general.
Esta dimensión económica y social de la historia de la alimentación tiene también, en consecuencia, un reflejo directo
en la historia propia de los alimentos y de su combinación a la hora de cocinarlos.
En este punto, la historia de la alimentación, de los alimentos y en lo que llamamos gastronomía se transforma en una
historia del ingenio y la imaginación para sacar de donde no hay, multiplicar recursos escasos y conseguir que sea cierta la
afirmación solidaria, muy escuchada en los hogares españoles, de que donde comen cuatro, comen cinco.
Por todo ello, cuando como en este libro de Ismael Díaz Yubero se aborda la historia de los alimentos, comprobamos la
enorme capacidad de experimentación de todas las sociedades con las plantas y los animales, por resumir en estas dos grandes
familias todo lo que se puede obtener de la tierra y el mar para llevarse a la boca.
Experimentación y globalización. Porque otra gran evidencia que se desprende de la historia de los alimentos es la gran
facilidad con que han viajado por el mundo de la mano de guerras, conquistas y aventuras de todo tipo y en todas las épo-
cas.
Y adaptación, porque siempre que el clima y las condiciones agronómicas lo permitían, la producción de los alimentos
se fue extendiendo por el mundo, aun con plantas, árboles y animales inicialmente extraños en muchas zonas.
Y donde no era posible obtenerlos de forma directa, para eso estaban las grandes rutas comerciales transcontinentales
y nuevamente la imaginación para conservar y transportar alimentos perecederos antes del frío industrial.
La historia de los alimentos está llena, por tanto, de referencias cruzadas con los acontecimientos generales de la huma-
nidad. Ismael Díaz Yubero, uno de los mayores y mejores divulgadores españoles sobre alimentación, nos ofrece en este libro
información más que abundante, con miles de pequeñas historias que despiertan nuestra curiosidad y nos ilustran sobre qué
hay detrás de cada alimento.
Ilustración en forma de texto que se ve reforzada con las ilustraciones en forma de carteles publicitarios a lo largo del
libro, procedentes de la colección del profesor Carlos Velasco, que ha dedicado buena parte de su vida a recopilar ejemplos
maravillosos de la época dorada de la publicidad impresa, desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX con la llegada
de la televisión y otros soportes audiovisuales.
Como responsable de las publicaciones de Mercasa, es un orgullo poder compartir con ellos esta iniciativa editorial, que
pretende abrir un nuevo territorio de conocimiento y divulgación sobre todo aquello que, en la más amplia acepción del tér-
mino, pueda considerarse cultura alimentaria.
Del trigo al pan y otras harinas
Pan BOMBÓN
[1953]. Papel offset y litografía sobre cartulina. 69,5 x 49 cm.
10 Alimentos con historia
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uando la humanidad ya disponía de frutas, verduras, cereales, legumbres, carne, pescado, salazones, quesos, aceite
y vino, todavía no tenía pan. Conocía los cereales y además sabía que para utilizarlos había que molerlos, porque
el aparato digestivo humano digiere muy mal los granos que se recogían de plantas que crecían y se desarrollaban
espontáneamente, pero transformados en harina son perfectamente asimilables y por eso su utilización en papillas, diluidos
en agua, fue un alimento muy temprano de la humanidad.
Unos cinco o seis mil años antes de nuestra era se produjo una mutación del trigo silvestre, que hizo que las espigas tu-
vieran unos granos más grandes. Sucedió en Mesopotamia, en la franja comprendida entre el Tigris y el Eúfrates, en lo que
hoy conocemos como Irak. Los agricultores utilizaron estos granos para plantarlos y domesticar la especie, perpetuando su
cultivo. La siembra de las nuevas semillas se extendió por Siria, Jordania y Turquía, y como por entonces también se domes-
ticaron las primeras especies animales, especialmente ovejas y cabras, se produjo el asentamiento de pueblos que hasta en-
tonces habían sido nómadas. Los granos de cereales se impusieron hasta el punto de que, según algunos historiadores, nuestra
dentición, que es exclusiva del ser humano, tiene caracteres de los animales carnívoros, pero también de los granívoros.
La proximidad relativa al valle del Nilo hizo que el trigo no tardase mucho en encontrar un hábitat propicio,
porque la fertilidad de estas tierras, favorecidas por las crecidas del río, hizo que este cereal se desarrollase y mejorase
en sus cualidades organolépticas. Desde Egipto pasó a las civilizaciones del Egeo, que pronto comprendieron que su
importancia merecía un tratamiento especial, y los griegos lo pusieron bajo la protección de la diosa Deméter. Desde
allí, merced a las relaciones comerciales que ya existían, llegó a Roma, en donde se encomendó a la diosa Ceres su pro-
tección y, como el resultado fue satisfactorio, el trigo y los otros granos de la familia fueron clasificados desde entonces
como cereales.
Según García Curado en su libro Al pan, pan, una cosa es el cereal, otra el pan y otra la levadura, y mantiene que estos
tres descubrimientos, que son importantísimos en la historia de la humanidad, están separados en el tiempo por “muchísimos
miles de años”. Todo parece indicar que desde que se empezó a cultivar el trigo hasta que se consiguió el primer pan, pasaron
nada menos que veinte mil años, pero durante este tiempo el cereal apuntó maneras para alcanzar el privilegio de ser pan, lo
que se traduce en los diferentes y variados intentos que hizo la humanidad para conseguirlo.
Es casi seguro que los granos de trigo machacados con una piedra y diluida la harina resultante en agua constituyesen
una papilla comestible y apreciada. Como el cereal se conserva muy bien y podía almacenarse con la única condición de co-
locarlo en un sitio seco, pasó a ser alimento habitual de las sociedades que lo cultivaban. Es muy posible que alguna papilla
se secase y que adquiriese consistencia suficiente como para poder ser cogida con los dedos e ingerida directamente. El pro-
ducto gustó, las gachas iniciales, colocadas al sol, seguramente sobre una piedra o en un recipiente de base ancha, puesto en
cenizas aún calientes, se convirtiese en la primera torta que, aunque ha pasado mucho tiempo, fue muy similar a las que hoy
siguen apreciándose y elaborándose en algunas tribus africanas, que por otra parte son muy similares a los actuales lavash
árabes, las pitas griegas, los roti indios, las tortillas mexicanas o el carasau sardo.
El paso de gachas a panes planos y muy delgados se extendió pronto, porque además de ser muy nutritivos tenían la
ventaja de que podían transportarse fácilmente. Hay una cita en la Biblia que relata la orden de Abraham a su esposa que li-
teralmente dice: “Amasa flor de trigo con leche y cuécela al rescoldo de unas brasas”, que es una referencia sucinta a una
comida que estaba muy extendida en aquellos tiempos. Seguramente el método se fue perfeccionando y es posible que al
elaborar cerveza, que en definitiva en su origen era un pan líquido, se hiciese partiendo de una papilla densa, casi sólida y sin
haberlo buscado se produjese una fermentación, con lo que la masa creció y tras calentarla se apreció que su sabor era más
agradable, que había cambiado la textura y el producto resultante era más esponjoso.
se han encontrado panes en tumbas diversas y entre ellas destaca la del faraón Mentuhotep II. También de la misma época
son los restos de una panadería encontrada en las proximidades de la Esfinge de Guiza.
Las tierras próximas a la ribera del Nilo, las que se inundaban periódicamente y se enriquecían con la materia orgánica
incorporada, fueron básicas para que el cultivo de diversos cereales, y sobre todo de trigo, fuese una fuente de alimentos. En
esta incipiente agricultura se produjeron mutaciones, se fijaron tipos, se seleccionaron y perfeccionaron variedades y desde
allí se difundió el trigo y la producción de pan por todo el mundo. Diversos jeroglíficos y algunas esculturas, generalmente
de bronce, reproducen diferentes tareas agrícolas, de amasado y de venta de panes. El calendario egipcio tiene tres divisiones
que son ajet (inundación), peret (siembra) y shemu (recolección), lo que demuestra la dependencia que tenían las producciones
en la alimentación e incluso en la vida económica y social.
Los egipcios además descubrieron, y describieron, que aunque se hacían panes con diversos cereales los mejores eran los
de trigo y después los de centeno, porque tenían la posibilidad, debido a su contenido en gluten, de evitar que los gases for-
mados durante el proceso, basado en la fermentación, se escapasen y se pudiesen formar las burbujas interiores, los “ojos”
que hacían que los panes elaborados con estos cereales fuesen más blandos y esponjosos. Había diversidad de panes, porque
además de los básicos, que consumían las clases más bajas, también los había que se elaboraban con otros cereales, sobre
todo mijo, centeno o cebada, y además existía la posibilidad de encontrar en las más señaladas fiestas refinadas piezas enri-
quecidas con miel, leche o huevos.
Más tarde, los egipcios transmitieron el secreto de la panificación a los judíos, que produjeron una especie de hogaza re-
donda, a la que se le atribuía un importante significado religioso. El panadero gozaba de gran prestigio, sobre todo el que
gestionaba el horno público, que era responsable de la calidad de la masa madre que estaba a disposición de los diferentes
panaderos.
Grecia y Roma
Cuatrocientos años antes de Cristo no se sembraba trigo en Grecia, por lo que el alimento que les habían enseñado a hacer
los egipcios era elaborado casi exclusivamente con cebada y solo en contadas ocasiones, para las clases más altas, empleaban
trigo procedente de Egipto o de Sicilia. La doctrina de Solón, fomentando el culto a Deméter y en definitiva a la agricultura,
propició el cultivo de trigo y la elaboración de nuevos tipos de pan, más sabrosos, esponjosos y apetecibles, tanto que se
pensó que los dioses merecían participar de este nuevo alimento y con el aceite y el vino, que ya eran tradicionales, se les
ofrecía en algunos rituales.
La fermentación se impuso como práctica habitual, pero tardó en hacerlo, porque como expresó Herodoto 450 años
antes de Cristo todavía existía una importante prevención frente a los alimentos fermentados, que se consideraban como un
estado previo al de la putrefacción. Para contrarrestar el temor alaba los resultados obtenidos con el pan en Egipto, en donde
habían conseguido dominar los efectos de los responsables de la fermentación, es decir las levaduras.
Con el tiempo también en Grecia se convirtió el pan en alimento fundamental, como lo demuestran comentarios de di-
ferentes autores como Ateneo de Náucratis, que habla de la importancia que tenían los panaderos en una sociedad que debía
estarles agradecida. Theanos fue un importante panadero, convertido en figura pública, al que mencionan siempre con respeto
y a veces con admiración Aristófanes, Antífanes, Platón y otros sabios del momento. El pan se había convertido ya en un ali-
mento fundamental, del que se habla y se ensalza a elaboraciones especiales, como hace Arquestrato de Gela, que en su libro
Hedypatheia, que significa Vida de lujuria, ensalza las virtudes alimentarias del pan de centeno que se hacía en Lesbos.
Imitaron a los egipcios en la construcción de hornos, e incluso los perfeccionaron, con la aportación de una abertura
frontal que facilitaba la introducción de diferentes piezas. Maza o matza era un pan plano y el más frecuente. Se hacía con
cebada y era el que todos los días alimentaba al pueblo, pero había otras posibilidades como el artos, típico de las festividades;
el keibanitos que menciona Aristófanes; el boletus, que tenía forma de seta de ancho pie y redondeado sombrero; el streptice,
de forma alargada, y otros muchos más, hasta 72 según Ateneo de Náucratis que escribió el Banquete de los eruditos, un
relato novelado sobre el mundo literario helénico, en el que alude a diversos personajes, unas veces auténticos como Galeno
o Plutarco y otras ficticios, que dan sus recetas.
Entre esas recetas figura una de Crisipo de Tiana, seguramente como homenaje a su publicación Artokopikos, que es un
tratado sobre el pan, su utilización y la descripción de diferentes tipos como el plakon que es pan hecho con harina de centeno,
queso y miel, los kiribanes, que imitaban en su forma a los senos de Afrodita, el empetas con forma de zapato, o el mulloi de
Siracusa, hecho con harina de trigo y semillas de sésamo y forma del aparato genital femenino, que pretende ser un homenaje
a Deméter y a su hija Perséfone.
Hay que destacar que algunos de estos panes eran dulces y antecesores de lo que hoy conocemos como pasteles. El más
célebre de los panes griegos según Arquestrato de Gela era tan blanco que “a la etérea nieve vence en candor” pero, tras tan
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calidad, y con el far más fino, que se llamó farina, se hizo el panis candidus, que era mucho mejor, pero como las malas inten-
ciones han existido siempre fue necesario aplicar un programa de seguridad y salud alimentaria, para lo que se crearon los
edilus curulus, una especie de inspectores que vigilaban la calidad y el peso y, ya de paso, controlaban que se hubiesen pagado
los impuestos por los panaderos.
Aulo Cornelio Celso, un romano que vivió a principios de nuestra era, en tiempos de Augusto, fue un enciclopedista
que escribió de casi todo el saber de su tiempo, como retórica, arte militar, agricultura, derecho y algunas cosas más, pero de
su obra, que es citada por muchos autores, solo se conservan ocho tomos, que están dedicados a la medicina y divididos de
acuerdo con la organización hipocrática en farmacología, cirugía y dieta, y en esta última parte hace referencia a las diferentes
clases de pan, que se había convertido en un elemento diferenciador de la estratificada sociedad romana.
El pan más valorado era el siliginis, el de segunda calidad era el siligio y el de las clases más humildes el similago. En el
siglo I después de Cristo, Plinio el Viejo cuenta que los panes de cereales se habían extendido por todo el Imperio y que los
galos e ibéricos incorporaban espuma de cerveza (es decir, la levadura que ha subido a la superficie del líquido durante la fer-
mentación de la cerveza). Afirma además que los de la Galia son famosos por su ligereza. Esto demuestra que hubo, durante
muchos años, un vínculo entre la producción de pan y la de cerveza, porque en definitiva en ambos casos los ingredientes
fundamentales son harina de cereal, agua y levadura.
La forma de los panes que se han encontrado en Pompeya y en otras excavaciones se parecía, en peso y tamaño, a las ac-
tuales hogazas castellanas. Se hacían mediante cuatro cortes diametrales formando ocho canteros que se unían en el centro,
lo que facilitaba el reparto y, según los más poéticos, imitaban los ocho pétalos de las flores. Enseguida, debido a la creatividad
de los panaderos, aparecieron en el mercado los soligineus, que se hacían con harina muy fina, y el picenum, en el que se
incluían frutas y se amasaba con una mezcla de leche y miel para formar una especie de galletas, que tenían queso y las lla-
maban placenta, de las que seguramente derivan las almojábanas, primero castellanas y hoy hispanoamericanas, que tomaron
su nombre del placer que pretendían proporcionar al comensal.
Después se dio nombre a las piezas por su forma, por el establecimiento de venta o por el destino festivo o ritual para
el que se horneaban. Un antecedente de los chuscos españoles, que adquirieron importancia máxima en España a mediados
del siglo pasado, fueron los panis militaris, que se hacían de tal forma que durasen mucho tiempo comestibles y no se endu-
reciesen demasiado, lo que facilitaba el abastecimiento de las tropas. El pan ya se había convertido en el alimento más em-
blemático de todos. Por eso era obligación de las autoridades el abastecimiento al pueblo y por ello la construcción de hornos
se hizo obligada en cualquier sitio en el que existiese un núcleo de población. De hecho, esta costumbre se impuso a veces
apoyada por pragmáticas u otro tipo de leyes y ha continuado hasta hace relativamente poco tiempo en España.
La llegada de los cristianos a Roma supuso un nuevo acontecimiento en la historia del pan. Los primeros cristianos
fueron esclavos, y además perseguidos, por lo que su alimentación era la que correspondía a las clases más bajas. El pan que
consumieron era de cebada y hay claras referencias a que fue el utilizado en las celebraciones eucarísticas, que siempre reme-
moraron la Última Cena, en la que Jesucristo según una antigua costumbre judía repartió el pan entre sus apóstoles. Cuenta
la historia que san Patroclo sobrevivió al martirio gracias a un pan de cebada, al que acompañó con una salmuera.
Para los cristianos, que cada día eran más y llegaron a ser dominantes en el Imperio, el pan se instituyó como símbolo
de vida y se convirtió en alimento del cuerpo, símbolo de fraternidad y además alimento del alma. Según avanzaba la nueva
religión se iba imponiendo el trigo como cereal exclusivo para la elaboración de las hostias y preferente para la alimentación
de los cristianos. En la religión politeísta romana hostia significaba “ser que se sacrifica en honor de los dioses”, y a este símbolo
recurrió el cristianismo para ofrecer el sacrificio incruento. La hostia de los católicos es de trigo ácimo, los ortodoxos utilizan
pan con levadura y los protestantes utilizan pan sin leudar, pero en todos los casos el pan tiene un significado especial, porque
Cristo es el pan de la vida y su significado es básico en todas las religiones que tuvieron su origen en el cristianismo.
Pronto se observó el paralelismo existente entre el ciclo del trigo y el de la vida humana y el pan adquirió carácter sagrado,
al considerar al grano una metáfora del ser humano, que nace, muere y resucita al año siguiente. Más tarde se consideró a la
fermentación, a la levadura, como un reflejo de la fertilidad, porque hacía posible que con un poco de masa madre se pudiese
conseguir repetibles masas panarias. Compartir el pan se convirtió en un signo de civilización y sobre todo de paz. De com-
partir el pan procede la palabra compañero y en todas las civilizaciones, todas las celebraciones importantes se sustancian en
un banquete, en el que el pan está necesariamente presente.
que fueron auténticos precursores en la elaboración de tan estimado alimento, pero como la guerra y el mercado eran más
importantes para ellos que el asentamiento y la colonización, no se fijaron demasiado las producciones agrarias. Fue la ne-
cesidad de los romanos por abastecer a sus tropas, difundidas por la mayor parte del mundo entonces conocido, lo que hizo
que se fomentase la producción de cereales, sobre todo de trigo, hasta el punto de que algunos escritores llamaron a la pe-
nínsula, que por entonces estaba poco poblada, el granero de Roma.
Los romanos encontraron una importante fuente de riqueza que Plinio el Viejo elogió en las Laudes Hispaniae y que
textualmente traducido dice así: “Exceptuando las fabulosas regiones de la India, debo colocar a Hispania o al menos todo
su borde costero en lugar privilegiado. Es verdad que en parte es pobre, pero allá donde es fértil produce en abundancia ce-
reales, aceite, vino, caballos y metales de todo género, en lo cual la Galia va a la par, pero Hispania la vence por el esparto de
sus desiertos, por la lapis specularis (piedra especular con la que se fabricaron los primeros espejos), por la belleza de sus co-
lorantes, por su ánimo para el trabajo, por sus fuertes esclavos, por la resistencia de sus hombres y por su vehemente corazón”.
Hace un especial elogio de la Bética, sobre todo del territorio comprendido entre los ríos Anas (Guadiana) y Betis (Guadal-
quivir), del que además valora la posibilidad de ser navegado hasta “ochocientos estadios tierra adentro”, lo que equivale a
más de cien kilómetros.
Los núcleos productivos se fueron convirtiendo en ciudades y en ellas se desarrolló una importante actividad económica
y científica, como se recoge en el epigrama de Marcial que poéticamente alude a “los dos Sénecas y al incomparable Lucano,
de los que habla la elocuente Corduba, se regocija de su Canio la alegre Gades y Emérita de su querido Daciano…”. Todo
ello supone además que en estas localidades (Córdoba, Cádiz, Mérida) la alimentación se había mejorado y al pan tenían ac-
ceso todos los habitantes. Se desarrolla una forma de vida que imita a la de la ciudad de Roma, con sus costumbres, alimen-
tación y otras particularidades, entre las que no era la menos importante la extensión de la ciudadanía romana a todas las
personas libres del Imperio romano, aunque finalmente Caracalla abolió este privilegio.
Dominación árabe
Cuando llegaron los árabes se encontraron una población con unas ideas alimentarias poco evolucionadas. El pan abierto
servía de plato en el que se depositaba la comida, que generalmente procedía de una olla familiar monótona, aunque en oca-
siones y en el caso de las familias poderosas había ciertos refinamientos. Los asados, siempre acompañados por pan, tenían
Del trigo al pan y otras harinas 15
La insuficiencia de trigo hizo que la utilización de otros cereales, aun cuando no estuviesen en perfectas condiciones de
sanidad, diese lugar a intoxicaciones importantes. En ocasiones eran casi endémicas de determinadas regiones, como el ergo-
tismo o “fuego de san Antonio” en amplias comarcas centroeuropeas, causado por un hongo parásito de diferentes plantas,
pero sobre todo del centeno. También en España y sobre todo en Galicia, en donde el centeno fue el cereal más cultivado y
empleado en la elaboración de pan, esta enfermedad tuvo importantes consecuencias, como lo demuestra el hecho de que se
llegó a considerar enfermedad más lesiva que la propia lepra, porque en los casos extremos, además de provocar alucinaciones
y desvaríos, “las extremidades van desprendiéndose, lisiando y matando a los enfermos, que solo pueden rezar y llevar amuletos”,
lo que hizo que en 1214 se fundase en Castrojeriz el convento de san Antón, para dar amparo a los enfermos de este mal.
A mediados y finales de la Edad Media empiezan a formarse importantes ciudades, en las que ya no solo viven agricul-
tores, porque los artesanos de todos los gremios y otros profesionales que no tienen acceso directo a la tierra necesitan abas-
tecerse de alimentos, especialmente de pan, por lo que exigen que se protejan sus derechos en cuanto se refiere a cantidad,
calidad y precio. La profesión de panadero se hace importante, porque aunque al principio nace, en muchos casos, con el fin
de ser meros distribuidores de los hornos de cocción, propiedad de señores feudales o de conventos y abadías religiosas, poco
a poco fueron haciéndose propietarios y fijando la ubicación en las zonas pobladas para facilitar el abastecimiento. Con
objeto de hacer más atractiva la profesión tenían ciertos privilegios, como exenciones fiscales, abastecimiento subvencionado
de combustible y la posibilidad de trabajar por la noche, lo que estaba prohibido para los demás. A cambio debían cumplir
unos requisitos en cuanto a tamaño y peso de cada pieza, por lo que se han encontrado algunas marcas en las paredes de las
iglesias en las que se fijaban las dimensiones, para que el público pudiese comprobar que la mercancía adquirida estaba en
regla.
Era práctica común que cada familia amasase sus panes y que diferenciándolos con un sello los llevasen a un horno
común, en el que cocían todos juntos, pero a partir del siglo XII se instalan las primeras tahonas con carácter profesional y
se crean los primeros gremios de panaderos de los que hay constancia, que en general defendían sus intereses frente a los de
los molineros. También se promulgan leyes, muchas veces con carácter local, que regulan la molturación del grano, producción
y venta de pan con diferencias geográficas notables, porque aunque predominaba la producción rural en toda España la com-
posición de la sociedad no era homogénea, ya que mientras en el interior de la península abundaban los agricultores, que
producían trigo para elaborar su propio pan, cada vez eran más los que en los grandes núcleos de población tenían que ad-
quirirlo.
La población del norte de Europa iba creciendo y como su disponibilidad de cereales era escasa fue necesario establecer
unas corrientes comerciales desde los puertos mediterráneos a los países del Báltico, y curiosamente Ámsterdam se convirtió
en punto básico del comercio, hasta el punto de que se le llamó el granero de Europa, aunque la procedencia del cereal co-
mercializado estuviese mucho más al sur. En ciertos países, como Inglaterra, se crearon ligas comerciales por separado para
centeno y trigo, pero en general el comercio de cereales se estableció para toda clase de granos.
El pan en América
Cuando los primeros españoles llegaron a América solo disponían de un poco de galleta de pan, durísima y según parece
agusanada. El pan, que en sus tierras de origen había sido siempre su alimento principal, no existía en la forma en que ellos
lo concebían, pero la necesidad de comer todos los días les hizo buscar alimentos sustituyentes. Uno importante fueron unas
piezas ácimas, hechas con un cereal desconocido hasta entonces al que los aborígenes denominaban maíz. Pronto se dieron
cuenta que habrían de adaptarse a este nuevo alimento, como lo demuestra el hecho de que Cristóbal Colón nombra al maíz
en su diario de navegación cuando todavía no ha pasado un mes desde el descubrimiento de las nuevas tierras, concretamente
el 5 de noviembre de 1492.
Cuenta una leyenda que en el fondo de un saco que había contenido arroz y del que solo quedaban unos granos encon-
traron una semilla de trigo, que se sembró y que de esa unidad se obtuvo una espiga que fue el origen de una importante
producción en México. En los siguientes viajes hay certeza documental de que llegó trigo y centeno, que se destinaron a una
producción que fue muy generosa, por lo que enseguida se empezó a consumir el alimento con el que los colonizadores es-
taban familiarizados. Seguidamente se hicieron los primeros molinos y los primeros panes americanos llegaron a los indígenas,
que lo apreciaron mucho y lo incluyeron habitualmente en su alimentación.
Tampoco tardó mucho en llegar el maíz al continente europeo y, aunque en principio fue rechazado, por considerarlo
un alimento para el ganado, pronto hubo que recurrir a él. Parece ser que las primeras utilizaciones fueron mezclando su
harina con la de trigo, cuando esta escaseaba, y poco a poco fue haciéndose habitual la mistura gallega, la polenta italiana, el
porridge inglés y otros panes que, a pesar de que nunca fueron tan apreciados como los hechos con harina de trigo, servían
para paliar efectos de hambres relativamente extendidas y a veces con intensidad.
Del trigo al pan y otras harinas 17
Europa seguía teniendo déficit, porque aunque el oficio de panadero ya estaba consolidado era frecuente la falta de
cereales panificables. Sirva como ejemplo que cuando Parmentier empezó a difundir la patata se pensó en ella para elaborar
harina panificable, por lo que participó en la creación de una Escuela de Panadería, a cuya inauguración asistió Benjamin
Franklin, que en aquel momento era embajador de Estados Unidos en Francia, porque el valor estratégico del pan, y por
ende de los molinos, era tal que el mismo Parmentier sugirió que debían ser considerados como un “instrumento de guerra”,
por lo que no podían ser propiedad particular y debían estar en posesión de los dirigentes de la nación.
Napoleón dedicó especial interés al abastecimiento de las tropas y de la población en general, especialmente en lo que se
refiere al azúcar, a la mantequilla, por lo que indujo a la creación de la margarina como sustitutivo, y al pan, por lo que creó un
cuerpo de panaderos militares que tenía encomendada la misión de que no faltase nunca el pan a la tropa y que además se co-
ciese dos veces al día, para que estuviera siempre en perfectas condiciones. A pesar de los esfuerzos del emperador, la invasión
de Rusia fue un fracaso por las heladas y por la dificultad de hacer llegar los alimentos, y sobre todo pan, a las tropas.
Pero también, como casi siempre sucede, hubo resistencia a los avances, porque siempre ha habido gente para todo.
Como muestra, un político de la época afirmó que era una vergüenza que la mujer de un trabajador tuviera que ir a la pana-
dería, porque “no había escena más hermosa que una mujer pulcra y ágil atizando el fuego y horneando su propio pan”. Ade-
más, en su opinión, se iba a perder una visión tan hermosa para el marido como la imagen de la esposa con la frente perlada
de sudor. Se salvó porque en aquella época las asociaciones feministas eran escasas y poco combativas.
Del trigo al pan y otras harinas 19
Pero la falta de pan, o simplemente el miedo a no tenerlo, es un problema que sigue sobrevolando la historia de la hu-
manidad. Manzoni en I promessi sposi cuenta el asalto a un horno de Milán durante una época de carestía del pan; a finales
del siglo XVIII se produce la Revolución francesa por la falta de pan; en Perú hubo una huelga de panaderos en la que se
quejaban por la falta de trigo y terminó reivindicando mejoras sociales, que fueron la base aducida con frecuencia de los mo-
vimientos revolucionarios de América Latina, y durante la Guerra de Secesión, Abraham Lincoln vaticinó el triunfo de los
ejércitos del norte mediante la frase “bread spells victory” (pan significa victoria) porque disponían de trigo, mientras que en
el sur el cultivo predominante era el algodón.
En Europa se fue imponiendo el cultivo de trigo sobre otros cereales, que se habían preferido por sus mejores rendi-
mientos o por la mejor adaptación a suelos pobres, pero los avances tecnológicos hicieron que mejorasen los resultados y
Rusia se convirtió en la segunda mitad del siglo XIX en el principal abastecedor de trigo, procedente de sus entonces regiones
Ucrania y Crimea, y en toda Europa se fue imponiendo el pan de trigo en detrimento de los de otros cereales, como centeno,
avena o cebada. A finales de este siglo se presentó, en la Exposición Universal de Filadelfia, una levadura que se conservaba
sin necesidad de tenerla refrigerada, que se activaba por el contacto con el agua. Se había patentado bajo el nombre de Active
Dry Yeast y tanto en América como en Europa impulsó la panadería industrial, que hasta entonces había dependido total-
mente de la llamada “masa madre”.
La revolución industrial mejoró las condiciones de producción e hizo que el alimento básico fuese más asequible. Se des-
cubrió que saturando el horno de humedad, mediante vapor, en las primeras fases de la cocción se obtenía una pieza de corteza
crujiente y otros muchos tipos más, que después se han internacionalizado como el pan de Viena, la baguette y la posibilidad de,
mediante un dispositivo inventado en Estados Unidos, poder cortar el pan en rebanadas y de envasarlo al mismo tiempo, para
que no se endurezca. En un congreso celebrado en Praga en 1927 por la Asociación Internacional de Panadería, se llega a la
conclusión de que el pan puede ser un excelente medio de administración de las vitaminas, que se acababan de descubrir. Y pa-
ralelamente a la diversificación se produjeron cambios en los hornos que, aunque siguieron calentándose directamente con leña,
fueron incorporando otros combustibles. En Alemania, a mediados del siglo XIX, se empezó a calentar con vapor, lo que
permitió acortar el tiempo y obtener mayores rendimientos. Se inventó el horno de solería móvil, que es simplemente una chapa
en la que se colocan todos los panes, que permite que se cuezan al mismo tiempo y que el manejo sea mucho más sencillo.
En la URSS primero y después en otros países se aplicó un método que permitía, simplemente insuflando aire, que el
pan tuviese más volumen. En España, posiblemente porque inyectar aire era más complicado, se permitió que las barras de
pan de un kilo pudiesen pesar ochocientos gramos. Se aceleró el proceso de fermentación aumentando la temperatura y uti-
lizando lo que se dio en llamar levaduras químicas, se inventó el pan de molde y en Alemania idearon un pan, en forma de
flauta, que permitía introducir en su interior una salchicha embadurnada con salsa de mostaza. En Estados Unidos se di-
fundió el consumo de hamburguesas, con mostaza, salsa de tomate y otras pomadas a las que se les añadían rodajas de pickles,
que son pepinillos en vinagre con un toque dulce, para lo que fue necesario idear un pan casi esférico y de tamaño adecuado,
al que por encima se le ponían granos de lo que nosotros llamábamos ajonjolí y que desde entonces se llamó sésamo. Estos
nuevos tipos supusieron la sustitución de algunas elaboraciones tradicionales y la casi desaparición de la hogaza, que había
sido el tipo de pan más frecuente de los elaborados en España.
El pan en España
Presenta infinidad de formas, porque la diversidad del tratamiento de precocción, y la misma cocción, hace que el resultado
final sea muy variable. En la actualidad en España se acercan a los trescientos, que pueden ser más si les añadimos todos los
panes, festivos y rituales, que se elaboran en determinadas fiestas u ocasiones. Esta característica no es exclusiva de los panes
españoles, porque el hecho se repite en todo el mundo. Durante muchos años en el hall de la FAO, en Roma, existió un
Museo del Pan, en el que se exponían ejemplares procedentes de todos los países. Estaban protegidos por un barniz y acom-
pañados por una ficha descriptiva, en la que se hacían constar todas las cualidades interesantes. Los había de todos los
cereales, formas y diferentes procesos de elaboración.
Los “sellos”, que identificaban las labores de cada panadero, recibían nombres diferentes en las distintas regiones (“sen-
yaladors” en Cataluña, “cocedores” en Castilla, “pintas” en Andalucía y “marcadores” en muchos sitios). Eran un método his-
tórico de declarar la autoría de cada pieza, pero no solo servían para reconocerlas, sino que también eran adornos que
representaban flores, figuras de animales o geométricas, temas religiosos, iniciales o diferentes leyendas. En algunas ocasiones
se usaban agujas, colocadas de tal forma que al pinchar la masa dejaban una impronta en forma de dibujo, al mismo tiempo
que evitaban que subiese demasiado la miga durante la cocción.
Otro instrumento curioso, que se usó en Castilla hasta mediados del siglo XX, fue la “tarja”, palabra de la que procede
“tarjeta”. La tarja del pan era un simple prisma de madera, de sección cuadrangular, una especie de listón de una longitud de-
20 Alimentos con historia
finida (generalmente de medio metro), con cuatro esquinas. En principio servía para anotar, con una muesca, cada hogaza
de pan que se retiraba de la panadería. Cuando se completaba una arista se continuaba con la siguiente, hasta terminar las
cuatro. Entonces el panadero contaba las muescas y lo descontaba de los kilogramos de trigo que le había entregado el agri-
cultor. Cada hogaza de un kilo equivalía a un kilo de trigo, porque el beneficio del panadero era la propiedad del salvado y
el rendimiento superior a una unidad de peso de la harina sobre el pan. Más adelante, debido a la existencia de familias que
no eran agricultores, se sustituyó el intercambio de trigo por pan y se contabilizó en dinero, que generalmente se pagaba al
finalizar el mes, cuando se percibía el salario.
La propiedad de ser fácilmente moldeable para darle a la masa la forma buscada hace que el pan pueda ser objeto deco-
rativo. Animales de todas clases, plantas, evocación de la fertilidad, etc. La práctica es antigua, tanto que ya el poeta Marcial,
en sus Epigramas, narraba el caso de un patricio que mandaba hacer panes con formas procaces, generalmente órganos ge-
nitales masculinos y femeninos, que su amante se deleitaba ingiriéndolos.
La representación de estos órganos es tan antigua que
se cree que muchas (que aún continúan haciéndose) datan
de la época precristiana y tenían como objeto exaltar la fer-
tilidad. En Laguardia (Álava) se siguen elaborando, el día
de San Blas, el “cachete” y la “rosca”, que simulan a los ge-
nitales masculino y femenino. La celebración consiste en
dar a los niños unos panes de forma fálica, con los que
deben romper las roscas que llevan las niñas. El “señorito”,
típico de Cantabria, y la “paloma”, de La Rioja, tienen tam-
bién forma fálica y en Navarra, la “taja” aparenta el órgano
genital femenino. Similar origen y simbolismo tienen el
“bollo” y la “bolla”, que se preparan en algunas localidades
asturianas con motivo del día de San Marcos.
Las figuras de animales son muy habituales y algunos
de los panes se siguen utilizando en determinadas fechas,
como sucede con el “pan lagarto”, que se hace anualmente
para conmemorar la hazaña que lleva a cabo un héroe
(pastor, guerrero, santo, etc., según su lugar de origen, por-
que es costumbre en diversos pueblos de España y tam-
bién en algunos países sudamericanos) que destruye a un
dragón cuya figura reproduce el pan. En algunas ocasiones
el animal exterminado es una serpiente y, posiblemente
por las connotaciones que puede tener el recuerdo, se de-
nomina “anguila”, “congrio” o “congria” al pan elaborado con
esta forma. El gallo, la paloma, el pez o el conejo son fre-
cuentemente plasmados en pan, representando general-
mente signos cristianos. Espigas, flores (sobre todo rosas),
árboles, frutas y algunas hortalizas (principalmente alca-
chofas) son las imágenes más reproducidas del reino ve- Congreso Internacional de Panadería
getal y su finalidad es reivindicar la buena cosecha u MADRID-SEVILLA. T. Adan. [1951]. Papel litografiado. 70 x 50 cm.
ofrecer un tributo, en el caso de las flores, por los bienes
recibidos.
Las “monas de Pascua” hoy son casi siempre de chocolate, pero originariamente eran de pan, las “opillas” y “piperopillas”
vascas, los “karapaixos”, las “culecas” o los “hornazos” tienen al huevo como elemento fundamental. Eran regalos normalmente
ligados a la Pascua, aunque en ocasiones se hacían también fuera de esas fechas para obsequiar los abuelos a los nietos o los
padrinos a los ahijados, incluyendo un huevo por cada año que cumplía el destinatario. Hay también panes votivos, que pue-
den representar órganos u objetos muy concretos que se ofrecen a un santo o divinidad como consecuencia de alguna curación
o de algún favor recibido. Según la tradición, los “panecillos de san Antón” hacen que el que los guarde durante todo el año
no tenga ningún problema económico y los “de san Blas”, comidos en la fecha en la que se celebra la festividad, impiden que
se sufran enfermedades que afecten a la garganta. Hay panes de boda, que a veces se repartían entre los menesterosos de la
localidad, de bautizos y de entierro, que servían para obsequiar a los asistentes y, finalmente, el pan es el alimento en el que
Cristo se encarna, para ser comido por los feligreses en la más importante de las celebraciones católicas.
Del trigo al pan y otras harinas 21
Arroz EL PAELLERO
Benetúser. VALENCIA. [1950]. Cartulina offset. 45,3 x 32,5 cm.
24 Alimentos con historia
E
s incierto el origen del arroz, porque los historiadores le atribuyen cunas diferentes. Para unos fue la India en tanto
que otros señalan a China. Formosa, Filipinas y Java también tienen sus partidarios. En todos los países enumerados
siempre se centra la producción en humedales, temporales o permanentes, pero siempre se asegura que las raíces de
este cereal, en su versión salvaje, se desarrollan sumergidas en el agua. Analizadas las diferentes opiniones, y sin intención de
juzgar las razones en las que se asientan las opiniones de los diferentes autores, las teorías que más se aproximan a fijar el
origen en los estuarios de los grandes ríos asiáticos están más justificadas, porque su ciclo biológico se adapta muy bien a las
condiciones de temperatura y humedad que se dan en estas zonas.
Otra discusión se centra en el punto en el que se cultivó por primera vez, pero esto es más fácil de determinar porque
el hallazgo de semillas, y con la ayuda del carbono 14, determinó que el arroz existente en unos cuencos encontrados en la
provincia de Zhejiang data de 6.000 años antes de Cristo, pero excavaciones posteriores elevan hasta los años 7800 a 8200
la antigüedad del conjunto de unos granos de arroz encontrados en la provincia de Hunan, en una vasija, lo que hace creer
que es arroz cultivado. Lo que supone que, aunque en distintas regiones, los arqueólogos han llegado a la conclusión, por lo
menos por ahora, de que el cultivo comienza en China y que desde allí se extendió a la India, a las pendientes del Himalaya
y al resto de los países con los que estaban establecidas relaciones comerciales en los que se daban las condiciones climáticas
apropiadas. Hay constancia del cultivo temprano en Mesopotamia, Persia, Etiopía y Egipto, pero a Europa llegó mucho más
tarde porque, a pesar de que algunos autores como Megás-
tenes, que en tiempos de Alejandro Magno visitó la India,
alabó la alimentación y describió que en los banquetes co-
locaban delante de cada comensal un bol lleno de arroz,
que era la base de la comida, las técnicas de cultivo medi-
terráneas no estaban muy adaptadas a las que necesita el
arroz, por lo que las siembras se concentraron en muy
pocas comarcas y, además, el precio del producto final no
era atractivo, pero fue por entonces cuando lo conocieron
y describieron autores tan importantes como Aristóbulo
de Casandra o Teofastro, que en su obra Historia de las
plantas califica al arroz de planta desconocida, rara y forá-
nea, con la que es posible obtener una bebida fermentada.
Aristófanes describe poéticamente la receta de una es-
pecie de albóndiga de arroz, similar a los actuales arancini
típicos de Mesina, y Estrabón en su Geografía hace referencia
a los lugares en los que se cultiva este cereal, a su uso como
alimento fundamental de la India y a una bebida que se hace
con su harina. Hay una interesante referencia de un general
macedonio que describe cómo antes de una batalla tuvo que
alimentar a sus soldados con arroz, sésamo y dátiles, pro-
ductos abundantes en las regiones afganas del bajo Eúfrates.
También Sófocles hace referencia al arroz procedente
de Etiopía y Dioscórides habla del arroz en su obra, pero no
muy favorablemente porque asegura que causa constipación
intestinal. Ateneo de Náucatris en la descripción del Ban-
quete de los eruditos describe un pastel en el que uno de sus
componentes importantes es un alimento, recién llegado,
que se llama arroz y que hay que moler previamente. Tam-
Arroz SOS bién Plinio y Columela aluden al arroz, pero más que como
VALENCIA. Bonastre. [1932]. Papel barba con tinta china. alimento como astringente o emoliente y alaban la efectivi-
22 x 16 cm. dad que tiene en el tratamiento de algunas afecciones.
Con el tiempo, el mercado del arroz se hace cada vez
más importante y se extiende el cultivo. Desde Siria, Palestina, Cisjordania y otras zonas limítrofes llega el arroz a Egipto,
en donde encuentra condiciones muy apropiadas para su desarrollo, y desde allí se importa el cultivo por los países árabes
de la costa oriental, pasa a Argelia y después llega a la costa occidental, con centro de producción en Senegal, desde donde
se difunde la técnica de cultivo a la parte occidental del continente africano.
Hay una teoría de Rodríguez Navas que afirma que el arroz llegó a la península ibérica desde Egipto, en tiempos de To-
Arroz 25
lomeo, es decir en el siglo II antes de Cristo. Plinio, en cambio, sostiene en su Naturalis Historia que la primera llegada del
arroz a Occidente se difundió, aunque sin éxito, por toda el área mediterránea procedente de Grecia y que en Italia pudo
tener cierta importancia. Como muestra, en el recetario de Apicio apareció la fécula de arroz para hacer, o más bien para
ligar, algunas salsas, pero casi todas las alusiones romanas a este nuevo cereal se refieren a su utilización en medicina, para la
elaboración de agua de arroz, obtenida por decocciones o infusiones, indicada contra los desarreglos intestinales, o en forma
de emplastos, cataplasmas y pomadas, pero como la efectividad no fue excesiva y había otros productos que lo sustituían
con ventaja en esta utilización, en relativamente pocos años desapareció del área mediterránea, aunque los merovingios
todavía intentaron, aunque sin éxito perdurable, su implantación en los humedales de la Camarga.
Con la conquista de la península fue avanzando el cultivo del arroz por los humedales españoles y a finales del siglo XV
llegó a Aragón. Desde allí se trasladó a la Lombardía y al Piamonte por la llanura padana. En 1475, el duque Gian Galeazzo
Sforza regala al duque de Ferrara un saco de arroz que llevaba adjunta una nota que decía: “Alimento extremadamente interesante
y merecedor de ser cultivado”. La verdadera difusión del arroz en el norte de Italia se produce a principios del siglo XVI, cuando
los Sforza del Milanesado promueven medidas para facilitar el cultivo, que hasta entonces había tenido ciertas prohibiciones.
En el año 1500 se estima que había unas 5.000 hectáreas de arrozales y en 1550, según un censo hecho durante la dominación
española, se habían multiplicado por diez y extendido por las actuales provincias de Verona, Mantua y Vicenza.
La implantación del arroz en el sur de Italia siguió líneas muy diferentes. Llegó a Nápoles llevado por los aragoneses,
por lo que se le conoció como arroz de ultramar o arroz de Spagna, pero al principio no tuvo mucho éxito porque se estableció
una especie de competición con la pasta y ganó esta. Se cultivó con éxito en Crotone, Santa Eufemmia y Castellammare,
pero el mercado no respondió, porque aunque se aceptaron sus propiedades de buen alimento, de dar sensación de saciedad
y de ser barato, se utilizó como medicamento, porque la Escuela Salernitana, ubicada en el monasterio de Monte Cassino,
que en aquel momento estaba en la cumbre de la valoración como centro especializado en las ciencias médicas, lo aconsejaba
en muchas recetas de medicamentos e incluso en enfermos terminales. Era el alimento aconsejado casi con exclusividad en
casos de enfermedad, es decir se asoció su utilización a salud precaria y quizás por esto era rechazado por los sanos. Pero el
arroz volvió un día, bien entrado el siglo XVII, a la Campania traído por los cocineros franceses, enriquecido en preparaciones
diversas y además con la particularidad de tener sitio en todas las mesas, desde las más pobres a las más sofisticadas, como
ocurre con muchas de las especialidades napolitanas, sobre todo pasta y pizza, que triunfan como metáfora del igualitarismo,
porque en esta región es ley que la buena cocina debe ser igual para todos.
Los primeros usos culinarios del arroz fueron en forma de harina o de sémolas, y todo hace suponer que su utilización
más frecuente era sobre todo por las clases menos pudientes, que lo empleaban como sustitutivo del trigo en diversas ollas,
que poco a poco se fueron prestigiando al acompañar a carnes de aves o de cordero y, sobre todo, al ser ingrediente en platos
elaborados con los productos de matanza. Más tarde el manjar blanco se consideró una preparación de alta cocina, que con-
sistía en la cocción de pechugas de pollo o gallina, acompañadas de arroz y de leche de almendras, en su versión más noble,
y de vaca, oveja o cabra en las más modestas, aunque en los dos casos espolvoreadas con azúcar blanco, lo que daban al plato
una imagen de festivo.
El éxito español en la introducción del arroz en Italia, y luego en Francia, es discutible, pero lo que nadie discute es la autoría
de la introducción en América. Se cuenta que el primer saco de arroz que llegó a México llevaba mezclados algunos granos de
trigo, que fueron los primeros que se sembraron y el origen del prestigio de este país centroamericano en la producción y selección
del trigo, pero además pronto se dieron cuenta los primeros colonizadores de que era necesario abastecerse de las semillas de
arroz, porque el comestible no podía germinar por el tratamiento al que necesariamente había que someterlo en el descascarillado.
El terreno pantanoso que rodeaba a la capital del Imperio azteca era muy favorable para el cultivo del arroz, y en las milpas y en
su entorno se sembraron y desarrollaron las primeras plantas de arroz, que además se mostraron muy productivas.
Aunque esta fue la más temprana, hubo otras vías de penetración del arroz. Algunas muy normales como la que lo llevó
desde el Algarve portugués a Brasil y otros curiosas y hasta difícilmente creíbles como la que afirma que llegó desde Mada-
gascar a Massachusetts, en donde el arroz sigue siendo producto muy cultivado y fomentado, llegando al punto de hacer
anualmente concursos de diversos platos y entre ellos de paella. El caso es que fue muy útil en muchos países americanos,
porque además de ser un alimento muy interesante por su relativamente fácil cultivo, la cosecha es muy segura al depender
menos que otras de las condiciones climáticas del año, y sobre todo por sus aplicaciones culinarias y la posibilidad de utilizarlo
frecuentemente en la alimentación diaria, lo que tenía especial valor cuando la posibilidad de obtener alimentos variados era
limitada, por estas razones forma parte de los platos tradicionales de muchos países americanos. En América, en la actualidad,
el cultivo solo tiene importancia económica en Estados Unidos, Brasil y Perú, pero está presente, casi siempre unido a las
alubias, en los platos más significativos de bastantes países.
Una de las características que facilitaron el avance de esta producción fue su propiedad de desarrollarse en terrenos pan-
tanosos, lo que hace que en ellos sea prácticamente la única producción posible, pero precisamente esta característica es tam-
bién la razón por la que históricamente fue contestada su producción, porque pronto se observó que allí donde se producía
arroz, y era necesario mantener los terrenos inundados, la incidencia de ciertas enfermedades era muy superior a la de co-
marcas vecinas en las que los cultivos eran de secano.
zales causaba muertes, ya que los vapores corruptos que exhalan los arroces contagian a los moradores”. A pesar de todo la
medida no debió tener demasiado éxito, porque cada cierto tiempo había que volver a prohibir este cultivo, como se deduce
de las disposiciones promulgadas por Martín “el Humano” y por Alfonso “el Magnánimo”, referidas a diferentes localidades
pero incluyendo siempre Valencia, y para no ser reiterativos en la relación de prohibiciones y limitaciones terminamos con
Carlos V, el I de España y la reina doña Juana, que también limitaron el cultivo. La malaria, el paludismo y las tercianas eran
los nombres con los que se conocía la enfermedad ligada al cultivo de este cereal. Para los médicos de la época, el contagio
de las tercianas era consecuencia del agua pútrida, cuyos malos olores eran el vehículo del mal, porque hasta el siglo XIX no
se relacionó al mosquito Anopheles con el paludismo. El caso es que se creó una importante controversia, porque una vez re-
conocida la importancia económica y alimentaria del arroz y la difícil sustitución de su cultivo, había que elegir entre prescindir
de sus ventajas o aumentar los riegos de enfermedad y el consecuente incremento de la mortalidad.
Arroz SOS
VALENCIA. [1930]. Cartulina litografiada. 23 x 31,8 cm.
Los que más se aproximaban a la realidad mantenían que si bien existía el problema sanitario, este era menor si se cul-
tivaba el arroz, porque su producción exige un cierto movimiento de las aguas de inundación y si este no se produce, perma-
necen estancadas, lo que facilita el desarrollo del mosquito. Tuvo que mediar el rey, que por entonces era Jaime I “el
Conquistador”, dictando otra sentencia más, que afectaba a la Plana castellonense y la decisión fue para prohibir su cultivo.
El problema no era solo español y como muestra en Italia hubo una polémica muy similar, que obligó a que Antonio de
Zúñiga y Sotomayor, marqués de Ayamonte y gobernador del Milanesado, prohibiese el cultivo de arroz a distancia inferior
a seis kilómetros de Milán.
En el año 1797, Antonio José Cavanilles publicó su obra Observaciones sobre la Historia Natural, Geografía, Agricultura,
Población y Frutos del Reyno de Valencia, en la que emprendió un feroz ataque al cultivo del arroz, acompañando el texto con
diversos cuadros estadísticos, en los que las cifras demostraban que la morbilidad y la mortalidad eran mucho más altas en
los municipios en los que se cultivaba el arroz.
La prohibición de cultivo, que pedía Cavanilles, chocó primero con la imperiosidad de alimentar a una población nece-
sitada y luego con una producción económicamente interesante, que suponía una fuente importante de riqueza. Lo que sí
ocurrió es que se limitó el cultivo a los llamados “cotos arroceros”. Para ello, la Administración definió, en un decreto de 1860,
los términos municipales en los que se podía cultivar y delimitó los terrenos habilitados para esta producción. Se dejó la
28 Alimentos con historia
puerta abierta para posibles y futuras ampliaciones, pero la posibilidad de conseguir nuevos cotos era difícil y la tramitación
muy complicada. De esta forma se pretendía alcanzar dos fines, que en gran parte se consiguieron, porque se empezó a con-
trolar la difusión del paludismo, que ya tenía identificada su transmisión por el mosquito Anopheles, por lo que ya era posible
combatirlo, y se aseguró una buena rentabilidad a la producción. Se vino abajo el anhelo de Cavanilles, que años antes había
suspirado porque: “Nunca permita el gobierno, ni tan siquiera Dios, que se introduzca de nuevo un enemigo tan terrible de
la salud y de la humanidad”.
Los valencianos, que habían desobedecido las disposiciones de los reyes, tampoco hicieron demasiado caso a las regula-
ciones de la Administración y las producciones clandestinas “fuera de coto” siguieron existiendo y aumentando cuando el
mercado era favorable. A esta situación hace referencia una copla popular que se cantaba en valenciano y traducida libremente
dice: “Alberique se ha hecho muy rico/ jugando a la lotería/ y con las buenas añadas/ del arroz fuera de coto”.
Es cierto que esta riqueza era posible a un alto coste, como asegura un refrán de la comarca de la Ribera Alta, que dice:
“Si vols viure poc i fer-te ric, ves-t’en a Alberic; si en vols més, a Massalavés”, que más o menos quiere decir: “Si quieres vivir
poco y hacerte rico vete a Alberique y si quieres más a Masalavés”. Como seguía habiendo partidarios y detractores del cultivo
del arroz, cuando se producía algún desmán, lo que era frecuente, enseguida surgían voces clamando y como ejemplo la del
gobernador Diego de los Ríos, que en 1857 se sorprendía de la extensión alcanzada aquel año por los arrozales ilegales, lo
que le hizo afirmar: “Ha sido el año del desorden, de la injusticia, de la desolación y de la anarquía contra las hermosas
huertas y los arbolados y contra la salud pública”.
También es cierto que la rentabilidad no era siempre igual, porque aunque la producción de arroz no tiene la dependencia
climatológica de otras producciones y las cosechas, es decir la oferta, eran muy constantes y la demanda interior relativamente
estable, hay un factor exterior que alteraba considerablemente el mercado, debido al valor estratégico que tiene el arroz como
alimento.
En 1869 se abre el canal de Suez, lo que facilita la llegada a Europa del arroz procedente de los países orientales, por lo
que la bajada de precios fue importante, hasta el punto de que se resintió notablemente la producción, sobre todo en Italia,
pero esta situación cambió con la Primera Guerra Mundial en la que el producto se revalorizó. Aunque en medio hubo un
periodo en el que predominó la incertidumbre sobre el futuro de este cultivo, un poco más tarde, la crisis económica de 1933
volvió a interferir en la claridad del mercado, que cambió sustancialmente y de forma definitiva hasta ahora, cuando en 1952
la Guerra de Corea limita las exportaciones de este país y suben los precios. La actuación de la Unión Europea ha sido fa-
vorable para esta producción y para el mercado, especialmente para Italia y España.
En Cataluña se inició este cultivo en el siglo XVII, por los monjes de la Tinenza de Benifazá, en el paraje conocido
como la Carroba, en el límite con Aragón y la Comunidad Valenciana, pero la mayor extensión está situada en el Delta del
Ebro, en donde se inició a mediados del siglo XIX y se desarrolló tras la puesta en servicio del Canal de la Izquierda del
Ebro, inaugurado por Alfonso XIII en 1912. Fue necesario poner en cultivo tierras yermas, que nunca habían sido produc-
tivas, y al amparo del buen precio del arroz en el mercado nacional e internacional se produjo una importante mejora en la
comarca.
España es el segundo país productor de arroz de Europa, tras Italia. Se producen unas 750.000 toneladas anuales de
arroz y, como solo consumimos una tercera parte y exportamos el resto, somos relativamente importantes en el comercio
europeo, en el que también figuramos como importadores de unas 70.000 toneladas, traídas sobre todo de Italia y Grecia.
El cultivo está concentrado en Andalucía, que es la comunidad que produce mayor cantidad con el 40% del total, le sigue
Extremadura con el 23%, la Comunidad Valenciana con el 15,5%, Cataluña con el 15% y Aragón con solo un 5,75%. Las si-
guientes son Murcia y Castilla-La Mancha, que producen muy poco, pero que tienen el honor de participar con los municipios
de Calasparra, Moratalla y Hellín en la Denominación de Origen Calasparra, que fue la primera que se otorgó en España.
agua, etc., y como además pueden cruzarse los parámetros clasificatorios el resultado final es que hay infinidad de clasifica-
ciones. Las más seguidas son por la forma del grano, que los divide en los de grano largo, que es entre tres y cinco veces más
largo que ancho, que tiene la propiedad de cocer suelto y una vez cocido ni se pega ni se “pasa”, pero requieren mucho tiempo
y gran cantidad de agua para su cocción. Las variedades más conocidas son la basmati, puntal, thaibonet y ferrini, que son
muy ricos en amilasa y pobres en amilopectina, por lo que en la cocción quedan sueltos y enteros, es decir no se “pasan”, y
por ello son ideales en la preparación de platos de arroz blanco, guarniciones y ensaladas.
Los arroces de grano medio, aproximadamente el doble de largo que de ancho, son muy apropiados para la cocina tra-
dicional española, por la particularidad de absorber agua y sobre todo aromas y sabores de los otros componentes durante
la cocción. A este grupo pertenece, el italiano carnaroli y la nueva variedad conocida como marisma. Los arroces de grano
corto son de forma casi esférica y sus granos se adhieren entre si durante la cocción, lo que equivale a una necesaria y cuidadosa
vigilancia durante el proceso de cocinado. Son variedades de este grupo bomba, senia y bahía. Son imprescindibles en la
cocina oriental para la preparación del sushi los arroces glutinosos, los que hacen posible que durante la cocción, se unan los
granos entre sí, por la alta proporción de almidón, formando un conjunto perfectamente moldeable. Este arroz que se conoce
también como mochi o dulce fue exclusivo de Laos y China, aunque en la actualidad se está expandiendo a otras regiones,
como consecuencia de la cada vez mayor participación de la cocina oriental en América y Europa.
Aunque el sabor del arroz es muy poco intenso se han detectado casi cien compuestos volátiles. En los arroces en los
que están en mayor proporción se conocen como aromáticos y los más famosos son el basmati, el thai y el jazmín.
La mayoría de los arroces son de color blanco, pero hay algunas excepciones como el arroz dorado, que cuenta la leyenda
que en China estaba reservado para uso exclusivo de los emperadores. Se empiezan a producir en Europa, sobre todo en
Italia, en donde otra variedad, la venere de color morado oscuro, casi negro, está ocupando lugar en la alta cocina. Hay arroces
rojos que deben su coloración a la presencia en la cutícula interna de antocianos y para aprovechar sus ventajas estos arroces
se consumen integrales, es decir con el salvado También se están produciendo, por modificaciones genéticas, arroces de color
amarillo intenso, ricos en carotenos, conocido como golden rice, que se utilizan en regiones en las que hay deficiencia de esta
provitamina. Hay también un arroz obtenido por modificación genética muy rico en vitamina A, por lo que se están culti-
vando, y empleando con buenos resultados, en zonas en las que la deficiencia de este oligoelemento es endémica.
Con el nombre de arroz salvaje se conoce la semilla de una gramínea acuática del género Zizania (cizaña), que crece en
los terrenos pantanosos de la región de los Grandes Lagos que comparten Canadá y Estados Unidos. No es arroz, pero suele
combinarse con él, y cocinarse y servirse como tal, es de textura un punto crujiente y tiene un ligero sabor que recuerda a al-
gunos frutos secos, como la nuez o la avellana.
Hay que tener en cuenta que el arroz que ofrece la naturaleza está recubierto de unas capas que en las presentaciones
occidentales son eliminadas, mediante un proceso de descascarillado para quitar el salvado, y finalmente, tras un pulido por
abrasión, dan la imagen final del grano blanco y brillante. Aunque en los países orientales siempre se consumieron los arroces
integrales, cada vez encuentran más adictos en Occidente. Conocidos también como “arroces cargo”, son granos solamente
descascarillados y sin pulir, que conservan una parte importante de salvado, en donde se acumulan vitaminas y minerales, y
además aportan una interesante cantidad de fibra.
También se comercializan arroces tratados, conocidos como vaporizados o parboiled, que son sometidos a la acción del
vapor de agua y por este proceso parte de las vitaminas y minerales del salvado pasan al almidón del grano. Esta técnica, tra-
dicionalmente utilizada en India y Pakistán, fue la causa de que la incidencia del beriberi fuese muy baja en estos países, aun
cuando la alimentación de muchos de sus habitantes era exclusivamente de arroz. Este tratamiento es diferente al que sufre
el arroz precocido o precocinado, que es el que se obtiene mediante una cocción parcial y un secado posterior con objeto de
acortar los tiempos de cocinado.
Arroz en la cocina
Las primeras utilizaciones del arroz fueron como sustituto del trigo, porque su imagen era inferior y porque era más barato.
La base de la cocina española está en las ollas, pucheros, peroles, marmitas, etc., en donde se cocían los recursos de los que
se disponía y en estos humildes recipientes se introdujo el arroz como un componente más. No tardó en ganarse un sitio y
32 Alimentos con historia
por eso se le cita como ingrediente de muy antiguas recetas. Las más antiguas de nuestra cocina son las recogidas en el, ya
mencionado, manuscrito anónimo del siglo XIII traducido por Ambrosio Huici Miranda, que recoge los platos de la época
almohade. En este texto figuran recetas de “hechura de arroz cocido con agua”, “receta de arroz disuelto en azúcar”, “harisa de
arroz” y “receta de arroz con miel”, lo que hace suponer que la llegada del arroz a España fue consecuencia de la necesidad de
disponer de un producto que ya era muy conocido por nuestros invasores.
También aparece el arroz en los primeros libros españoles de recetas, en concreto en el Sent Soví y en el Llibre de coch de
Ruperto de Nola, en el que describe el morterol d´arrós y algunas recetas como el arrós amb brou de carn y arrós en cassola al
forn, que son antecesoras próximas de recetas que han perdurado hasta hace muy pocos años, en las que el arroz pasa a ser
el componente principal, al que con cierta frecuencia se acompañaba de azafrán.
El uso de los arroces en la cocina española se generalizó, como lo prueba su presencia en las recetas de todos los libros
de cocina que se publicaron a partir del siglo XVII. Diego Granado en el Libro del arte de cozina de 1614, Hernández de
Maceras, Martínez Montiño en el Nuevo arte de cocina, Juan de Altimiras y algunos otros autores consideran al manjar blanco
como el principal plato en el que interviene el arroz y además, poco a poco, van apareciendo otras preparaciones, en las que
se va haciendo sitio por ser muy apropiado para acompañar a casi todos los otros ingredientes disponibles.
Lorenzo Millo, que es el escritor que más ha publicado sobre el arroz, hace un excelente análisis de la utilización del
arroz en la cocina valenciana, en donde comienza como sustituto del trigo, en el que fue plato tradicional el blat picat, y como
se comportó muy bien con los productos del cerdo, que acompañaban al trigo de la preparación original, el arrós picat empezó
a ser comida diaria de los valencianos rurales, que en aquellos momentos eran casi todos. Se cocinaba siempre en olla y el
plato más característico de esta época es el arrós amb fesols y naps (arroz con judías y nabos), que se seguía acompañando con
matanza, enseguida empezaron a utilizarse otros vegetales, como las acelgas o los cardillos, a los que a veces se unían algún
producto del cerdo y sobre todo la botifarra de ceba (morcilla de cebolla).
Las ollicas fueron una importante referencia de la cocina levantina y en función de la disponibilidad de ingredientes
surgieron diversas presentaciones, como la olla gitana, que es vegetariana, la de cardillos, la de invierno, la churra, que mezcla
carne de cerdo y cordero, la de músico elaborada para cumplir el requisito de alimentar a los componentes de las bandas que
amenizaban las fiestas de los pueblos, o el giraboix de Jijona, del que en una coplilla se decía que si la reina conociese el
giraboix, de Madrid iría (a Jijona) aunque fuese andando. Aunque los productos de matanza eran esenciales en la elaboración,
en algunas ocasiones se utilizaban anátidas, sobre todo patos y fochas, y aunque no se modifica el recipiente en el que se ela-
bora el plato, pasa a denominarse perol de coltvert (pato azulón) o de fotja (focha).
Era costumbre rural valenciana celebrar las fiestas del patrón con calderas, que eran una comida comunal, elaborada en
recipientes muy grandes, a la que tenía acceso todo el mundo. Los componentes del plato eran legumbres, hortalizas, arroz
y productos del cerdo, y como recuerdo de esta costumbre sigue habiendo un dicho: “¿Es que hi ha hui calderes?”, que se
traduce por “¿Es que hoy hay calderas?”, cuando se junta una gran multitud sin un motivo que lo justifique.
En etapas posteriores empezaron a hacerse los calderos familiares, es decir, en recipientes pequeños. Como ejemplo, los
pescadores empezaron a cocinar los pescados poco comerciales, por supuesto con arroz, y así nació el caldero de peix, que es
un claro antecedente del arroz a banda, con el que conviven los calderos de sepia o de cualquier otro pescado del que hubiese
abundancia.
La cazuela, que era siempre de barro, fue el siguiente recipiente utilizado, pero se introduce una diferencia en el modo
de utilizarla, porque puede ser directamente al fuego, en cuyo caso se usan cazuelas de paredes altas, o al horno, para lo que
se emplean cazuelas de mucho diámetro y escaso fondo. Cuenta Millo que los arroces al horno se comenzaban en las cocinas
domésticas y se terminaban en el horno panadero, que muchas veces tenía carácter público y de uso por todos los vecinos de
la localidad, aunque si esta era grande había hornos de barriada, por lo que se necesitaba hacer un recorrido, que hacía que
el nombre de estos platos fuese arrós passejat (arroz paseado), independientemente de los ingredientes empleados, que por
otra parte siempre tenían en común arroz, garbanzos, diversas hortalizas, carne de gallina, chacinas y una cabeza de ajo
entera, colocada en el centro, que servía como adorno. Se podían utilizar muchos más ingredientes y, por citar solo uno, se
hizo famoso el arroz con pasas de Denia.
Los arroces al horno se impusieron y se especializaron para celebrar fiestas como la cazuela de Nadal, la de san Blas, con
pilota o el arroz con costra, que todavía siguen teniendo sus adeptos y amantes de las costumbres que siguen disfrutando de
estos excelentes platos.
Un nuevo recipiente se impuso. Fue la paella y, aunque el nombre no se había generalizado, a finales del siglo XVIII ya
habla de ella Pascual Martínez, en su publicación Rahonament y coloqui del Nèlo el Tripero. Hacia 1835 vino Richard Ford a
España y entre las referencias gastronómicas describe el pollastre valenciá, del que dice que es difícil de elaborar porque: “La
gracia del plato está en que el arroz esté suelto y separado, no como ocurre cuando se hace en cazuela y tapado”.
Arroz 33
Cambió la cocción, dejó de ser tumultuosa, las capas de cereal son escasas y, además, solo es en medio acuoso en la
primera parte del proceso, porque se termina casi en seco y con los granos, que han absorbido el agua y los jugos de los demás
componentes, quedando sueltos y separados unos granos de otros. Hoy la paella es un emblema de nuestra cocina, que
además se ha ido perfeccionando, aunque al mismo tiempo haya elaboraciones oportunistas, que se valen del prestigio de un
plato muy noble, que en puridad solo exige calidad del arroz, finura del agua, ingredientes oportunos y necesariamente co-
herentes, además de la ciencia y experiencia de quienes la elaboran.
La receta de la paella
No hay receta estricta de paella, porque en la paella caben casi todos los ingredientes y como muestra transcribo la opinión
de Azorín, alicantino, natural de Monóvar, que por lo tanto conocía muy bien la paella, que sin duda fue plato frecuente de
su alimentación. Decía que “para que una paella sea máxima debe tener: anguila, salmonetes, jamón y longaniza”. Verdade-
ramente es un criterio atrevido, porque con excepción de la anguila los demás ingredientes no suelen estar presentes pero,
sobre todo, si una paella tiene esos componentes, es evidente que no es armónica y esta es la primera condición que hay que
pedirle a este plato. En las recetas de paellas pueden estar presentes todos los pescados, todos los mariscos, casi todas las
carnes y los productos de casi todos los animales domésticos y de caza, todas las hortalizas, incluidos ajos y cebollas, quizás
porque, como dice Ignasi Domenec, “la paella es un plato simbólico en el que tienen digna representación todos los comestibles
que produce la tierra, el aire y los mares”. Exagera un poco, porque no está mal tener presente que es necesario que, lo que se
incluya, sea consecuente con lo que queremos obtener, que no puede ser otra cosa que apreciar positivamente el resultado
final del plato.
Es posible que el que más se acerca a lo que debe ser el espíritu de la paella sea Josep Pla, que en una ocasión, en la
tertulia posterior a una comida en la que la paella fue el plato principal, dijo: “Después de tantas discusiones y tantas pruebas
hechas, he llegado a la conclusión de que los mejores arroces son los monográficos”. La posibilidad de hacer arroces “mono-
gráficos” es una buena condición, pero incluso si no lo son, puede ser un plato excelente, siempre que sea congruente.
El resultado final es conseguir la textura ideal, con los granos sueltos, embebidos de líquido, que su aroma esté en perfecta
armonía de los ingredientes que han donado su esencia al conjunto y el sabor, que ha de ser específico de cada elaboración,
a lo que habría que añadir el color que, aunque no seamos exigentes con él, debe dejarnos entrever los ingredientes utiliza-
dos.
Es condición fundamental que el arroz no se haya compactado, que cada grano esté íntegro y separado de los demás.
Quizás la definición más rotunda de esta cualidad la dio Borges un día que estaba acompañado de María Kodama, fue in-
terrumpido por una periodista de Televisión Española, que observó que tenían delante un plato de paella, para preguntarle
su opinión sobre el plato y el escritor le contestó: “Me parece que está bien porque cada grano ha mantenido su individua-
lidad”.
Pastas alimenticias
C
uando el hombre aprendió a cultivar cereales, molerlos para transformarlos en harina, mezclarla con agua y secarla
al sol para mejorar su conservación, nacieron el pan, la cerveza y la pasta. Es verdad que no todo fue al mismo
tiempo, ni en el mismo sitio, pero la harina más o menos humedecida y convenientemente elaborada es el origen
de estos tres alimentos.
Hace entre 7.000 y 8.000 años la región más desarrollada del planeta era Mesopotamia, en la franja comprendida entre
los ríos Tigris y Éufrates y las tierras contiguas por ambos lados, en un amplio territorio, climatológica y edafológicamente
favorecido, que hoy pertenece a Irak. En este lugar se empezó a cultivar la tierra, sobre todo para incrementar la producción
de pastos, favoreciendo el crecimiento de las hierbas, que eran aprovechados por rebaños de diferentes especies. Una de las
hierbas sufrió una mutación, consistente en un aumento del tamaño de las espigas que encerraban semillas mucho más gran-
des que las que daba la planta original. Los nuevos granos conocidos como almidoneros han aparecido en excavaciones, unas
veces carbonizados, otras partidos y en pocas ocasiones íntegros. También se ha encontrado su impronta en vasijas de barro,
en yacimientos estudiados en Irak septentrional, que datan de unos 6.700 años antes de Cristo. Por entonces el cultivo se
extendió por Siria, Jordania y Turquía, lo que fue causa de que en esta zona se produjesen los primeros asentamientos hu-
manos, porque sus moradores ya no necesitaban seguir siendo nómadas al encontrar alimento suficiente en las proximidades
de su hogar.
Poco después llegó el trigo al valle del Nilo, en donde la fertilidad de las tierras, aprovechando las periódicas pero incon-
troladas crecidas del río, permitía que se alcanzasen altos rendimientos, pero como los efectos eran muy diferentes, de unos
años a otros, le pedían a Osiris, dios de los cereales, la regularidad de las inundaciones. De Egipto pasó a las nacientes civi-
lizaciones occidentales, que le dieron tanta importancia al producto que enseguida los griegos lo pusieron bajo protección
de la diosa Deméter, y los romanos, siguiendo el ejemplo, bajo la de Ceres, de quien procede el nombre de cereales que ampara
a una parte de la familia de las gramíneas y de un trigo primitivo, el farro, del que se obtuvo la farina.
Según García Curado, “una cosa es el cereal, otra el pan y otra la levadura, fenómenos que están separados en el tiempo
por muchísimos miles de años”. Esta aseveración se sustenta sobre la afirmación de Eckert que asegura que desde que se em-
pezó a cultivar el trigo hasta que se fabricó el primer pan, pasaron muchos años. La forma inicial de consumir el trigo fue
machacándolo y mezclándolo con agua, obteniendo una especie de papilla, los pultes o gachas, que constituía la comida más
frecuente, incluso en los pueblos relativamente avanzados como era el egipcio. Más tarde, con esta papilla se hicieron unas
tortas, que se cocieron sobre piedras previamente calentadas sobre fuego, y en este sentido se entiende la cita de la Biblia que
cuenta que Abraham se dirigió a su esposa para pedirle que “amase flor de trigo con leche y la cueza al rescoldo de unas
brasas”, para poder agasajar al ángel que el Cielo le envió.
Es curioso que esta forma de aprovechar los cereales es la misma que, muchos años después, se demostró que utilizaron
los incas y los mayas con el maíz y aún hoy pueden encontrarse procesos de elaboración muy similares en algunas tribus
africanas. Desgraciadamente, estas tortas no eran muy apetecibles, porque además de insípidas enseguida se ponían duras,
por lo que durante mucho tiempo coincidieron las papillas crudas y las cocidas sobre piedras.
Enseguida el trigo escaló posiciones en el aprecio de los romanos, aunque el primer intento de comerlo entero, y crudo,
había dado malos resultados, por su particularidad de que se digiere mal, hasta el punto de que para poder ser considerado
un alimento fue necesario primero recurrir a su molienda. Cuando esto se produjo regularmente, los parabienes se multipli-
caron desde todos los ángulos del conocimiento y al crecer la oferta, que iba desde las gachas al pan pasando por diversas
presentaciones de las tortas, que pudieron desembocar en las primitivas pastas, se convirtió en un alimento principal y muy
extendido.
mericanas (azteca, mexica, etc.) y las sudamericanas, sobre todo la maya, porque aunque su protagonismo en esta actividad
llegó más tarde a la discusión, también tienen algo que decir, porque el papel de la pasta en la alimentación de las culturas
citadas, y de algunas otras, pronto fue importante, por lo que no es de interés proclamar a un inventor y acusar a los otros
de haberle copiado. Además está claro que el cereal inicialmente utilizado fue diferente en los distintos lugares, y mientras
en Oriente se usó preferentemente el arroz y el mijo, en América lo fue el maíz y en el Mediterráneo el trigo.
Se duda, y con razón, del protagonismo de Marco Polo en el mundo de la pasta. Fue un héroe en un momento dado,
pero la reconstrucción de los hechos ha sido determinante, y se ha concluido que tiene muy poco o nada que ver con el con-
sumo de pasta en Italia y en el mundo. Marco Polo era miembro de una familia asentada en Venecia, que en aquellos mo-
mentos era el más importante puerto comercial del mundo. Los hermanos Mafeo y Nicolás Polo, acompañados de su sobrino
Marco, que entonces tenía quince años, partieron en 1270 hacia Oriente visitando Armenia, Persia y Afganistán, recorriendo
toda la Ruta de la Seda hasta llegar a Mongolia y China, con la finalidad de buscar nuevas mercancías con las que comerciar.
Las narraciones afirman que Marco Polo permaneció más de veinte años al servicio de Kublai Kan, emperador de Mon-
golia y China, llegando a ser gobernador durante tres años de la ciudad china de Yangzhou y volviendo a Venecia en 1295,
cuando tenía cuarenta años, y como todavía estaba en edad de guerrear y Venecia estaba en permanentes conflictos bélicos
con Génova, Marco Polo participó en una de las batallas en la que fue hecho prisionero. Compartió celda con Rustichello
de Pisa, escritor de romances, que decidió relatar las aventuras que le contaba su compañero de celda y los manuscritos tu-
vieron tanto éxito que se tradujeron a diferentes idiomas, con especial difusión de la publicación francesa que se tituló Livre
des merveilles. Hay referencias contradictorias en cuanto a la credibilidad de la publicación, porque mientras unos aseguran
que tuvo mucha, otros opinan que solo se consideró una fantasía, como lo demuestra el hecho de que cuando Marco Polo,
ya anciano, paseaba por Venecia los niños le rodeaban y, a coro, solicitaban al abuelo que les contase otra mentira.
El gran mérito de Marco Polo fue relatar y a veces documentar sus viajes, por lo que en esa época, e incluso muchos
años después, estuvo de moda y, según cuentan los italianos, cuando Cristóbal Colón emprendió el viaje a América en su
equipaje estaba un manuscrito de Marco Polo titulado Il Millione, en el que se relatan aventuras asombrosas y en lo que se
refiere a la pasta, entre otras cosas, dice: “En esta provincia los árboles tenían harina y les diré cómo. Sepan que tienen árboles
muy gruesos y muy grandes, que tienen la corteza delgada, y dentro de ellos están llenos de harina, y con esa harina se hacen
pan y otros manjares como los que hacemos con la harina de trigo, y se hacen lasañas que son muy buenas y que comí muchas
veces”.
Es posible que Marco Polo nunca llegase a China y para algunos que ni siquiera existiese, pero lo que no cabe duda es
que durante mucho tiempo Los viajes de Marco Polo fueron una de las principales publicaciones de la ya inventada imprenta
y uno de los libros de mayor influencia en la literatura universal.
recetas de raviolis. En el texto de De honesta voluptate et valetudine pueden leerse consideraciones interesantísimas y una de
ellas textualmente dice: “No hay razón para que debamos preferir los sabores de nuestros antepasados, porque aunque nos
superaron en todas las artes, en el sabor somos imbatibles”, y curiosamente hoy, después de casi seis siglos, la consideración
de Platina está en vigor y seguramente seguirá estándolo cuando pasen otros seis siglos.
El consumo de pasta empezó a generalizarse en el siglo XV, cuando los artesanos elaboradores se fueron implantando
en diversas ciudades, entre las que destacaron Nápoles, en el sur, y Génova, en el norte, en donde se crearon los primeros
gremios de elaboradores de pasta. Pronto se independizaron de los hornos de panadería, como lo atestigua la Regolazione
dell’Arte dei Maestri Fidelari (Regulación del arte de los maestros de los fideos) que se publicó en Savona en 1574.
En el siglo XVI, la pasta se hace comida frecuente de gente humilde y diversos monasterios la introducen con frecuencia
en las comidas de caridad que suministraban a los necesitados. En algunas poblaciones, el crecimiento del censo y cosechas
poco favorables por sequía o plagas favorecieron que la pasta se convirtiese en un alimento frecuente. La situación se fue ge-
neralizando, haciendo a la pasta protagonista señalado de la alimentación de muchas regiones de Italia, como en Nápoles,
en donde a principios del siglo XVII el problema de abastecimiento se agravó, por lo que se generalizó el consumo de pasta
larga y hueca, que se comenzó a conocer como macheroni.
Industrialización de la pasta
En el siglo XVIII, en 1740, las autoridades de Venecia concedieron a Paolo Adami la licencia para abrir la primera factoría
de pasta, tras presentar un proyecto en el que utilizaba maquinaria muy primitiva, que en esencia era una gran prensa de
hierro con la que se amasaba la pasta, accionada por obreros que necesariamente tenían que ser jóvenes y fuertes, porque
exigía un gran esfuerzo. En 1763, el duque de Parma, Ferdinando de Bourbon, le otorgó a Stefano Lucciardi de Sarzana el
derecho a un monopolio durante diez años para la producción de pasta seca, con la obligación de abastecer a la ciudad de
Parma. Y como suele suceder en Italia, en 1766 se produjo un milagro, porque el cuerpo sin vida de san Esteban, que fue un
judío converso, de lengua griega, lapidado en Egipto en el siglo I de nuestra era, se encuentra en una artesa para el amasado
de pan, y se convierte en el santo patrono de los fabricantes de pasta.
Hasta entonces la pasta se obtenía en grandes artesas, mezclando harina y agua. Se amasaba con los pies, pisándola re-
petidamente, lo que implicaba, además de falta de higiene, que las cantidades elaboradas eran limitadas, pero en 1823, Fran-
cesco I de las Dos Sicilias contrató al ingeniero Cesare Spadaccini para modernizar la producción de pasta y propuso un
sistema basado en el uomo di bronzo (hombre de bronce), un mecanismo que sustituía al “abominable uso de amasar con el
pie”. Se creó la primera empresa, que disponía de almacenes para el grano y locales para la desecación, y aunque muy pronto
la empresa fracasó por una drástica reducción de la financiación, enseguida se crearon nuevas industrias, en las que la meca-
nización perfeccionó el proceso, homogeneizando las características del producto durante el amasado. También se implantó
un nuevo artilugio, una semoladora (semolatrice o marsellesa) introducida por Francia, con lo que se reducía drásticamente
el número de personas necesarias, al mismo tiempo que se aumentaba la producción. Y según un sindicalista de la época
este fue el motivo para que en Torre Annunziata, localidad próxima a Nápoles, explotase la revolución. Los obreros tomaron
la fábrica y durante cinco días se dedicaron a destruir todas las instalaciones, pero una vez superada la crisis laboral se volvió
a la actividad, aunque con muchos menos empleados.
En 1933, los hermanos Braibanti modifican definitivamente el proceso con la introducción de la prensa continua, la ma-
quinaria totalmente metálica, el uso de la prensa hidráulica y de la electricidad.
Tipos de pasta
Antes de la unidad de Italia la pasta ya está fuertemente implantada en todo el territorio y Nápoles reconocida como su
capital. En el críptico lenguaje diplomático, Camilo de Cavour envía un mensaje al embajador piamontés en París en el que
le comunica que las naranjas están a punto de madurar, pero los macarrones no están todavía para ser comidos, que en leguaje
popular quiere decir que Sicilia (las naranjas) ya está dispuesta a la anexión, pero Nápoles (los macarrones) todavía no está
dispuesta.
Aunque lasaña, ravioli y vermicelli eran ya elaboraciones conocidas, la realidad es que la imagen de la pasta era funda-
mentalmente los macarrones. Los fabricantes de pasta recibían el apelativo en función de la especialidad y lasagnare, vermicellai
y fidellai era como se conocía a los fabricantes de lasaña, vermicellis o fideos, que generalmente se elaboraban con pasta fresca,
porque aunque hay referencias antiguas a las elaboraciones de pasta seca desde que, según los sicilianos, Al-Idrisi aportó la
pasta a la gastronomía, todavía no se habían popularizado los spaghetti, diminutivo de spago, término que significa “cordones”,
porque su producción era muy escasa, artesana y limitada a algunas pequeñas industrias que los publicitaban como “fetucina
Pastas alimenticias 41
seca procedente de la Sicilia árabe, que se producía en el sur de Italia”. En 1824, el poeta y comediógrafo napolitano Antonio
Viviani publica una ópera titulada Los macarrones de Nápoles en la que aparece por primera vez en un escrito la palabra
spaghetti.
Uno de los méritos importantes de los italianos ha sido comprender que, para comercializar la pasta por todo el mundo,
era necesario un proceso de secado que no alterase en exceso sus propiedades organolépticas. Tradicionalmente la pasta la
elaboraba un artesano, il pastaio, y se secaba de manera natural, colgada y sujeta a varillas metálicas y, como los italianos son
muy tradicionales, las primeras pastas secas no tuvieron la aceptación de los gourmets, ni en general del público, porque se
secaban al aire libre, lo que daba lugar a irregularidad en las características organolépticas del producto, debido a que si la
temperatura era elevada se secaban demasiado rápidamente y se rompían, pero si el proceso era lento, por la humedad am-
biental, se contaminaban con hongos.
El comienzo de la elaboración de pasta seca hizo que se considerase a Nápoles la capital de la pasta, porque además de
disponer de un excelente trigo duro, muy conveniente para elaborar la pasta seca, contaba con agua de calidad que durante
el proceso de cocción da a la pasta una elasticidad y textura únicas. Muy cerca está la localidad de Gragnano, en la llamada
“Colina mágica”, en donde aseguran que por mucho calor que haga siempre corre una brisa fresca, por la alternativa de los
vientos secos “pontinos” y los cálidos y húmedos “vesubianos” que favorecen la obtención de una calidad ottima de la pasta.
LA FLECHA
VALLADOLID. [1900]. Papel litografiado y barnizado. 32 x 45 cm.
Por esos tiempos llegó a Estados Unidos de América un importante número de emigrantes italianos y se cree que, a
través de un cocinero napolitano, los espaguetis llegaron a la mesa del presidente Thomas Jefferson. Le gustaron tanto que
se convirtió en un admirador y los pedía con tanta frecuencia que un proveedor de la presidencia de la nueva nación importó
de Italia la primera máquina para que se pudieran obtener en condiciones óptimas.
No obstante, la producción de pasta seca en general, y de espaguetis en particular, seguía siendo minoritaria a finales del
siglo XIX, como lo demuestra el más importante de los recetarios italianos, que se considera básico en el conocimiento de
la gastronomía, titulado La scienza in cucina e l´arte de mangiare bene, de Pellegrino Artusi, publicado en 1891, en el que de
unas 800 recetas solamente ocho en la primera edición y hasta diez en las siguientes correspondían a esta pasta seca, que to-
davía no había desbancado a la fresca tradicional.
42 Alimentos con historia
La pasta seca se elabora con sémola de trigo duro, que tiene la particularidad de que al molerse no se transforma en
harina, porque se rompe en pequeños fragmentos y se convierte en “semolina”, que tiene una textura y un sabor característicos.
También se puede secar la pasta elaborada con trigos blandos, aunque la calidad difiere y es muy difícil conseguir que, tras
la cocción, dispongamos de una buena pasta “al dente”. Por esto, aunque está permitida su elaboración en otros países, en
Italia la legislación exige que necesariamente se haga con trigos duros. Gragnano es punto clave en la elaboración de la pasta,
hasta el punto de que la que allí se hace, que por otra parte no presenta grandes diferencias con las demás, puede acogerse a
una indicación geográfica protegida. Uno de los puntos críticos del proceso de elaboración de pasta seca, a nivel industrial,
determinantes en la calidad del producto final es el secado, que es la operación mediante la cual se elimina parte del contenido
en humedad de la masa, por medio de la aplicación de calor y ventilación, para conseguir la necesaria plasticidad, pero sobre
todo porque permite que la pasta se pueda conservar sin cuidados especiales, y transportarla a cualquier lugar del mundo,
lo que muy bien utilizado por los fabricantes ha permitido su difusión universal.
Durante el siglo XX, el consumo de pasta seca se extendió rápidamente en la sociedad, se puso de moda y alabar las excelencias
de los platos con ella elaborada se convirtió en un signo de distinción. Los espaguetis jugaron un papel importante, porque fueron
una novedad, aunque de producción limitada, ya que fue necesario disponer de prensas poderosas y máquinas de extrusión, lo
que solo estaba al alcance de empresas capitalizadas, capaces de hacer inversiones importantes en maquinaria y en publicidad.
LA SEQUEDANA
Valderrey. LEÓN. [1920]. Papel litografiado y barnizado. 15,3 x 21,3 cm.
El empleo de salsas hizo que la pasta, que siempre se había comido directamente con las manos, necesitase de un adita-
mento especial y el resultado fue una modificación del tenedor clásico, que hasta entonces había tenido dos puntas pero no
eran suficientes para que los largos espaguetis se enrollasen adecuadamente, y la solución pasó por añadir dos puntas, alar-
garlas y curvarlas. Enseguida se dieron las instrucciones para su empleo, que consisten en comer la nueva y larga pasta solo
con el tenedor, sin cortarla con el cuchillo y sin la ayuda de la cuchara. Para que la operación sea perfecta el cubierto debe
colocarse ligeramente inclinado, casi horizontal, coger pocos espaguetis a la vez, girar en sentido de las agujas del reloj y
formar un bocado moderado, sin que cuelguen unidades excesivamente largas. La forma de comer la pasta sorprendía tanto
que Julio Camba, que consideró que era necesaria una habilidad especial, escribió a la vuelta de un viaje a Italia: “Si ustedes
ensayan el procedimiento, lograrán comer sus espaguetis de una manera decorosa y al mismo tiempo distraerán a los vecinos
de mesa con un bonito número de circo”.
Tradicionalmente el trigo duro se cultivaba en las tierras más cálidas del sur de Italia, especialmente en torno a Nápoles
y la Puglia. En las ciudades del norte, más frías, se producía harina más fina para elaborar pan y bollería. En el período de
entreguerras, Mussolini, en su empeño de hacer a Italia autosuficiente, ordenó que el trigo duro se cultivara también en el
norte, especialmente en la llanura de Lombardía, y hoy se cultiva en toda Italia. Sin embargo, el mejor trigo es el que crece a
más de mil metros sobre el nivel del mar, ya que el frío protege al grano de las plagas y no es necesario el uso de pesticidas,
pero en resumen el trigo duro, que siempre tuvo un cultivo geográficamente limitado, se difundió por todo el territorio ita-
liano, pero la producción siguió siendo insuficiente, por lo que era necesario hacer importaciones de trigo, sobre todo de
Rusia de donde se traía el más valorado de todos, que se cargaba en el puerto de Taganrog y con este nombre se hacía la
pasta más selecta, la destinada a la exportación a Estados Unidos, pero en 1917, a causa de la revolución bolchevique, las
importaciones procedentes de Rusia se redujeron drásticamente, por lo que se recurrió a trigo procedente de Francia. Subió
el precio y voces discordantes con el gobierno clamaban contra el alto costo de las importaciones de trigo duro, cuando en
Italia se producía suficiente trigo blando para abastecer el mercado, lo que pronto se convirtió en lema del fascismo.
sarrolla el escepticismo irónico y sentimental que impide el necesario entusiasmo. Del consumo de pasta derivan pesimismo,
inactividad nostálgica y neutralidad”. Por si no fuese suficiente, en el manifiesto se dice literalmente: “Queremos glorificar la
guerra, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructivo de los libertarios y las ideas hermosas por las que un hombre
muere”. No cabe duda de que esta proclama desarrolla muy bien el pensamiento fascista referido a la alimentación y la gas-
tronomía, pero además la abolición de la pasta mejora el comercio exterior, al limitar sus importaciones y favorecer a la in-
dustria italiana del arroz.
El odio fascista a la pasta, personalizado en Marinetti y respaldado por el Duce, fue motivo primero de una importante
controversia y después de una guerra declarada. La pasta era la culpable de todos los males y para ello como templo gastro-
nómico crearon en Turín La Taverna del Santopalato (La Taberna del Santo Paladar), en la que servían platos extravagantes
mientras sonaba música de Wagner y en la que no era posible encontrar pasta, ni cuchillos, ni tenedores. Se creó una especie
de sección femenina, a la que tres millones de señoras italianas se apuntaron, para difundir los libros de su líder Fernanda
Momigliano que había elaborado un prontuario de lo que debía ser la cocina. Massaie Rurali (Amas de Casa Rurales) se lla-
maron, y tenían la consigna de hacer todo lo posible por demostrar que sin pasta se era mucho más feliz. En esta faceta hubo
un cierto paralelismo con la Sección Femenina de la Falange española, pero con ventaja para nuestras compatriotas, que ellas
sí supieron hacer un gran libro de cocina, especialmente adaptado a tiempos de penuria, en el que las pastas ocuparon el
sitio que les correspondía.
Finalmente, Marinetti se vio obligado a ceder en sus impulsos antipasta, porque se difundió una fotografía suya, tomada
en el famoso restaurante Biffi de Milán, en el momento de devorar con avidez un plato de espaguetis. La fotografía se difundió
acompañada de una poesía satírica, que relata las ideas del político y que termina diciendo: “Poi se scoppre Marinetti/ che
divora gli spaghetti”. Hoy, como dice Ennio Flaiano, “delante de un plato de espaguetis, los habitantes de la península se reco-
nocen italianos, como se reconocen los ingleses ante una taza de té. Ni el servicio militar, ni el sufragio universal ejercen
tanto poder unificante”.
La pasta en España
La pasta llegó a España más o menos cuando a Italia, incluso un poco antes si consideramos que uno de los divulgadores
principales en Sicilia fue Al-Idrisi, que era de familia malagueña. Los husos (fidawus), bolitas (al-muhammis), bolas medianas
(zabzin), fideos (aletría), formigos, gurullos, etc., tienen su origen en la cocina andalusí.
Por otra parte, la Iberia siempre se distinguió por la calidad de sus trigos duros y por la cantidad producida, que hicieron
que fuese considerada granero de Roma. Pero pasó mucho tiempo hasta que Diego Granados, en el siglo XVII, mencionara
la pasta por primera vez en un recetario español que además, al menos en este sector, es copia literal de recetas italianas. Pos-
teriores recetarios de Altimiras, Martínez Montiño, marqués de Villena y el resto de autores anteriores al siglo XIX no nom-
bran la pasta, salvo en el caso de los fideos, siempre cocidos, de elaboración casera y como ingrediente de caldos, porque
evidentemente no era producto que se pudiera encontrar en el comercio.
En 1837, Mariano de Rementería publica El manual del cocinero, en el que aparecen cuatro recetas de pasta. Dos son
sopas de macarrones, una de ellas acabada al horno, y otras dos de fideos, una en caldo de carne y otra cocidos en leche, con
huevos batidos y azúcar. Ni siquiera en La cuynera catalana, publicado a finales del siglo XIX, a pesar de que Cataluña fue
la región española pionera en el consumo de pasta, y empezaron a aparecer recetas en periódicos y revistas ilustradas, en las
que se hace referencia a macarrones en timbal, en costrada, al horno con embutidos, queso rallado y gratinados, y algunas
más modernas todavía como la de “rabioles rellenos de carne y algún vegetal”. A finales del siglo, Ángel Muro afirma: “En
Madrid se venden macarrones muy malos y como no sean de casa de Prats o de Lhardy, yo por mi parte prefiero entonces
que se los coma otro”. Teodoro Bardají, en la recopilación que hizo en 1928 de recetas publicadas en la revista Unión del Arte
Culinario, que se concretó en el libro Índice culinario, tampoco les presta ninguna atención. Acababan entonces de nacer los
llamados canelones Rossini, que nunca conoció el músico, que aparecieron a principios del siglo XX, creados por Ignacio
Domenech, y que fueron durante mucho tiempo plato dominical obligado de la burguesía catalana y atractivo de los más
modernos restaurantes barceloneses de la época. De por entonces son también las cazuelas de fideos, típicas catalanas, y aún
46 Alimentos con historia
más tardías las fideuás levantinas, que primero se hicieron con productos de la matanza y más tarde se modernizaron con
marisco como ingrediente único y como plato casero, también triunfó en la hostelería las cazuelas de fideos con almejas y al-
gunos otros platos cuya base es la pasta y que nacieron casi siempre a orillas del Mediterráneo.
Karlos Arguiñano y Sofía Loren hicieron en los años ochenta del pasado siglo una impactante campaña de publicidad
de Pastas Gallo para convencernos de sus ventajas y bondades. La pasta se puso de moda y lo que era comida de pobres, de
asilos y de cuarteles se convirtió en plato deseado por la infancia, los deportistas y por los que cuidan su alimentación.
Creatividad y diseño
En 1984, que por razones laborales trasladé mi domicilio a Roma, me sorprendió que en los ambientes próximos al mundo
de la alimentación narraban con todos los detalles que una famosa fábrica de pasta había ofrecido un millón de dólares a Pi-
ninfarina por el diseño de un modelo de rigatoni, que es una pasta exteriormente estriada que se parece a los macarrones. El
diseñador aceptó y tras un cierto periodo presentó un boceto de su idea. Había aplanado la base para que se adaptase mejor
a la rustidera, había profundizado las estrías para que penetrase mejor la salsa de tomate y había introducido dos paredes
diametrales, que se cruzaban por debajo del centro de la luz de la pasta, para que el aroma de la albahaca, del pesto, se dejase
sentir mejor, y aunque había más mejoras, referirlas todas podía ser interminable. El caso es que el anuncio suscitó una im-
portante polémica, que transcendió a los medios de comunicación y todos, prensa, radio y televisión, se hicieron eco del
debate. Algunos criticaban lo excesivo de la retribución, otros dudaban sobre la exactitud de las razones en las que se fundaba
Pininfarina, no faltó quien creyó que se estaba traicionando a la tradición y algunos creyeron que era una broma. La polémica
duró mucho y cuando ya se estaba diluyendo, el gerente de la firma tuvo una intervención en televisión, con un cuaderno y
un bolígrafo pasó revista de lo que se había publicado, lo evaluó en liras (entonces no había euros) y del coste que habría
tenido una campaña de anuncios que seguramente habrían despertado menos pasiones. El resultado era tan favorable a los
intereses de la empresa que se fue satisfechísimo de la idea y de la organización de la polémica. Parece que las cosas no fueron
exactamente así y que nunca hubo tal campaña, que la había imaginado un profesor de marketing y que puso como ejemplo
a sus alumnos, pero una vez más “se non e vero e ben trovato”.
Parece que la idea del profesor caló hondo, porque en el país en el que se elabora la mejor pasta, y en el que están los me-
jores diseñadores, no cabía otra posibilidad que intentar que prestigiados creadores diseñasen modelos de pasta. Giorgetto
Giugiaro diseñó muchos de los coches más importantes del siglo XX, de las marcas Ferrari, BMW, Lancia, Lamborghini,
Maserati, Fiat, Renault, Lotus y algunos otros, y por encargo en 1983 creó el marille, que es un bucle de pasta. “Parece una
ola que ya rompió, mientras otras se cierran por detrás creando dos tubos pegados. El diseño tiene el movimiento de un au-
tógrafo. También parece que se hubiera congelado algo que estaba por desencadenar. Marille es liso por fuera y tiene estrías
por dentro, como las armas de fuego, a diferencia de los rigatoni que están rayados por fuera”, pero el proyecto no tuvo el
éxito que se esperaba, por lo que se recurrió a Philippe Stark para inventar otra pasta, a la que antes de nacer se la bautizó
en la campaña promocional con el nombre de mandala, que el creador explicó en una conferencia que dio en la Universidad
de Harvard con las siguientes palabras: “¿Cómo puedo hacer una pasta que sea 10% de pasta y 90% de aire? Se puede hacer
un tubo, que tiene el 90% de aire, pero cuando la pasta se cocina el tubo se colapsa. Por eso pensé en hacer un tubo con un
muelle central para permitir que la pasta se mantuviera abierta. Como los estadounidenses y los franceses siempre cocinan
demasiado la pasta, hice dos alas que tienen el doble espesor que el tubo, de modo que aun cuando la cocinen demasiado, el
80% de la pasta seguirá estando al dente”. Añadió que para documentarse le preguntó a un nutricionista aspectos relativos a
la pasta, que resumió diciendo que era un alimento muy bien balanceado, lo que el diseñador resumió en el pensamiento
que tuvo en ese momento que fue: “La pasta es el yin y el yang”.
La línea está abierta y sobre todo la idea de que la promoción de la pasta y su sitio en el mercado merece esfuerzos, que
hay que reconocer que los italianos, aunque no estemos seguros de que hayan sido ellos los que han inventado la pasta, la
saben aplicar mejor que nadie, lo que además lleva aparejado que el amor a sus productos sea tan profundo, que es el único
país de Europa en el que la implantación de las cadenas de comida rápida, sobre todo de hamburgueserías, es muy limitada.
Es curioso que, en los últimos años, los artistas han mostrado un gran interés por la pasta y una muestra es el trabajo del
inglés Georges L. Legendre, que ha creado 92 tipos de pasta que aparecen en el libro Pasta by design, publicado primero en el
Reino Unido y después en otros ocho países más. El libro es una descripción morfológica ilustrada por diagramas en 3D y
acompañada de ecuaciones. En el año 2010, el cocinero Jacob Kenedy y la ilustradora Caz Hildebrand publicaron The Geometry
of pasta, en el que con visión más artística que culinaria documentan 100 recetas de pasta y en ambas publicaciones se tiende
a crear un halo de modernidad y de lujo que coloca a la pasta en un plano muy elevado en el mundo alimentario, lo que a
juicio de Jorge Benítez es una forma de armonizar las matemáticas y los recetarios de pasta en un conjunto geométrico.
¡Qué bien comercializan los italianos sus alimentos y cuánto tenemos los españoles que aprender de ellos!
Legumbres
C
uando los medios eran escasos, las limitaciones muchas y la tecnología productiva aún no se había inventado, la
humanidad se alimentaba de aquello que la naturaleza ponía a su alcance. No era demasiado, porque aunque su
generosidad es manifiesta, es necesario que previamente se pongan los medios para poder recoger los frutos que
nos ofrece. Uno de los primeros dones que ofreció la naturaleza a nuestros antepasados fueron las semillas, con las que las
plantas se reproducen, y, de todas ellas, las más fáciles de obtener fueron las de las legumbres, o al menos eso parece indicar
su nombre, porque la palabra procede de “lego”, que significa reunir, recoger o recolectar.
Cuando se tiene hambre, la observación de los fenómenos naturales es meticulosa, sobre todo en lo que se refiere a la
posibilidad de obtener algo de ellos. La imaginación, que en estas circunstancias es especialmente fecunda, contribuyó a su
uso muy temprano, porque enseguida los primeros pobladores se percataron de la diversificada utilidad de los alimentos.
Los granos se podían comer en verde, y si no lo han hecho nunca prueben a comer unos garbanzos cuando todavía están
tiernos, recién cogidos de la planta o a probar las judías verdes crudas, con su vaina, que al partirla “chasca” y al masticarla
tiene textura crujiente. No es que quiera introducir una moda de vanguardia gastronómica, pero sí la recomiendo para tener
un mejor conocimiento de estos alimentos, de su historia y de las aplicaciones que han tenido en la alimentación humana.
Cuando las semillas maduran observaron que se podían conservar fácilmente, sin que perdiesen sus propiedades orga-
nolépticas, y de este hecho dan fe el descubrimiento en excavaciones arqueológicas de distintos depósitos de semillas, que
no solo se han encontrado en enterramientos funerarios, porque también hay referencias de almacenes más o menos grandes
y, aunque esto es otra historia, con un alto poder de germinación, aunque por ellas hayan pasado bastantes miles de años.
Una vez maduras las semillas se podían comer directamente, aunque resultasen duras, pero esta particularidad no es
demasiado grave cuando se tiene hambre y buenos dientes, como lo demuestra que esta práctica fue de aplicación temprana
por nuestros antepasados, que además pronto descubrieron que molida y con agua se formaba una pasta que en crudo era
beneficiosa para el organismo. Fue más tarde cuando se descubrió que esta mezcla calentada, colocándola sobre piedras pues-
tas previamente al fuego, formaba una especie de galleta que, si además fermentaba previamente, se parecía bastante al pan
que se podía hacer con los cereales. Un poco después se alcanzó la cúspide de la técnica culinaria. Fue cuando se procedió a
su cocción, se mezcló con otros alimentos y se descubrió un importantísimo pilar de la alimentación, que tuvo repercusión
mundial, en nuestro caso en forma de cocido, en el de los franceses pot-au-feu y antes en las diferentes ollas de egipcios,
griegos, romanos, chinos, aztecas o incas; porque garbanzos, lentejas, soja o alubias, según los casos, fueron básicas en la ali-
mentación de casi todas las culturas. Y lo siguen siendo porque, aunque en algunos periodos históricos se nos hayan olvidado,
las legumbres siguen jugando un importante papel nutricional, a veces de formas muy diferentes a las originales, o quizás no
tanto, porque a los granos germinados, que hoy están presentes en nuestras ensaladas, seguro que tampoco se les hizo ascos
en las dietas de las culturas primitivas.
Otra cosa que se descubrió pronto fue que las legumbres, tras ingerirlas, dejaban plenamente satisfecho, quitaban el
hambre, o sea que tenían lo que hoy llamamos poder saciante, y que, por si fuera poco, los que se alimentaban con ellas se
desarrollaban bien y estaban bien nutridos, porque su contenido en proteínas es suficientemente alto y, si se combinan con
cereales, están cubiertas todas las necesidades en aminoácidos esenciales, aunque esto ni siquiera lo de las proteínas lo sabían,
pero eran suficientemente perspicaces como para observar que eran beneficiosas para calmar el hambre, para nutrirse e incluso
para disfrutar de los platos que con ellas se podían hacer.
El número de leguminosas descritas está muy próximo a 20.000, porque sus diversas variedades han permitido que las
haya adaptadas a las condiciones ecológicas más diversas, por lo que están presentes en todos los continentes, en los diferentes
climas, incluso en los más extremos, porque pueden encontrarse en los trópicos, en las zonas templadas y en las frías, a nivel
del mar y a alturas considerables, casi inaccesibles, como lo demuestra la catalogación de especies hasta ahora desconocidas
que han sido descritas por recientes expediciones a los Andes, en zonas áridas y en otras casi acuáticas.
A pesar de lo anterior es muy pequeño el número de especies que se utilizan en la alimentación humana actual. Además,
la tendencia es a disminuir, porque muchas que fueron utilizadas hasta no hace muchos años, como las almortas o las vezas,
hoy han sido sustituidas por las cuatro legumbres básicas, que son lentejas, garbanzos, alubias y soja, aunque no son las
únicas que siguen consumiéndose ya que, por ejemplo, las habas y los guisantes tienen importancia en nuestra alimentación,
sobre todo como hortalizas, en verde.
En los inicios de la agricultura de las diferentes regiones hay una constante asociación de cultivos de cereales y legumi-
nosas, tanto que los primeros datos de que se dispone, que proceden del Cercano Oriente, hablan de la recolección de trigo,
cebada, lentejas y guisantes como cosecha preferencial para poder subsistir posteriormente a los graves momentos de penuria
de alimentos. Hay restos fósiles de estas cuatro semillas que se estima que son de hace diez mil años, que en algunos casos
aparecen mezcladas, aunque con predominio de unas u otras, en función de las características climáticas y edafológicas de
los lugares de procedencia.
Tras la primera etapa de búsqueda y recolección de especies comienzan los cultivos específicos. Parece que las especies
más valoradas fueron los cereales y la presencia, entre ellos, de leguminosas era frecuentemente considerada como malas
hierbas. No se debió tardar mucho en apreciar que las producciones de cereales eran mayores cuando se producían en com-
pañía de leguminosas, que tienen la particularidad de (por la simbiosis con los rizobium) aportar nitrógeno, que con frecuencia
era el elemento limitante para el desarrollo de las cosechas, especialmente de las primitivas, y se volvió otra vez a la siembra
conjunta, pero sobre todo a la alternada, práctica que se ha venido haciendo en España y que todavía se hace, aunque el
empleo generalizado de abonos ha hecho que pierda interés.
La facilidad de almacenamiento y su prolongada conservación se dan en todas las regiones y por eso proceden de la
misma época, más o menos, los diferentes yacimientos arqueológicos encontrados en los poblados lacustres del norte de Eu-
ropa, en diferentes áreas cálidas próximas al trópico, en las cercanías de la costa o en terrenos del interior, incluso en los ele-
vados sobre el nivel del mar, en los que las leguminosas son componentes constantes en los hallazgos, con la particularidad
de que en algunos casos, tras proceder a su siembra, se ha manifestado que todavía algunos ejemplares son capaces de ger-
minar. En las montañas de Kurdistán, en las excavaciones de Jarno, se han encontrado legumbres que se estima que datan
de unos 7.000 años antes de Cristo, y en Halicar, en Turquía, en los granos de guisantes y lentejas se ha determinado, por el
método del carbono radiactivo, que se recolectaron hace aproximadamente 5.500 años.
Hace 8.000 años los cultivos de las cuatro especies mencionadas ya estaban perfectamente separados y se empieza a
tener constancia de que por entonces los egipcios ya utilizaban los garbanzos. Hasta el cuarto milenio antes de Cristo no se
tiene en cuenta el cultivo de las habas, lo que también parece que comienza en Egipto. También en América hace unos 6.000
años que, según las investigaciones, se empezaron a cultivar las alubias, precediendo en casi mil años al cultivo regular del
maíz, que todavía en algunas regiones del norte de México, y en Asturias en el caso de las fabes de enrame, siguen siendo
objeto de cultivo conjunto.
y a ofrecer diferentes recetas, con tallos de cardo, con castañas o con puerros. Merecieron la atención de los sabios más pres-
tigiados, que en sus respectivas ramas de la ciencia dieron consejos para conservarlas, como es el caso de Catón sobre su
cultivo y recolección o de Columela, que enunció las reglas que deben seguirse para evitar que el gorgojo ataque y merme
gravemente las cosechas.
El consumo en Europa, sobre todo en los países mediterráneos, se extendió ampliamente, aunque no faltaron los de-
tractores, como el doctor Luis de Lobera, que fue médico de Carlos I, que advertía a quien comiese lentejas “que está apto a
ser cuaternario y está apto a ser leproso”, y además, por si fuese poco, aseguraba que la ingesta le convertiría en melancólico.
A pesar de las palabras del ilustre médico hubo muchas otras opiniones favorables, que alabaron sus propiedades preventivas
y curativas de diversas enfermedades y sobre todo se hicieron referencias a su eficacia en el tratamiento de la anemia, que se
debe a su composición en hierro como después se demostró. Algunos autores aludieron también a sus efectos afrodisiacos,
que fuentes científicas actuales lo han relacionado con su composición en zinc.
La gastronomía española es rica en platos de lentejas. Son famosas las “viudas” o vegetarianas, aunque es frecuente su
consumo con productos nobles de la matanza del cerdo, pero también con los más humildes, como cuando se guisan con
oreja o con pestorejo, o con caza, sobre todo con perdiz, y recientemente se han puesto de moda, y con éxito, guisadas con
gambas al ajillo. La cocina francesa las prefiere en ensalada o en puré y en Italia, en donde su consumo es bajo, son sin
embargo plato obligatorio de la cena de despedida del año, en il cenone, porque dice la tradición que cuantas más se coman
en el momento en el que un año se une con el siguiente, más dinero se va a tener. Finalmente recordar que las lentejas de
Mona Jiménez fueron el menú que durante una temporada, en la década de los setenta del pasado siglo, sirvió para que po-
líticos españoles de ideologías muy diferentes se sentaran a una misma mesa y contribuyesen a facilitar la Transición.
porque si se echaban por el derecho se perdía la eficacia del remedio. También se les atribuyeron poderes afrodisíacos, porque
en el siglo XV se pensaba que su consumo era causante de priapismo. Esta leyenda nació en Europa y se extendió a los países
árabes, en los que se transmitía una receta de garbanzos cocidos con cebollas muy finamente cortadas y miel, que se debía
tomar cuando finalizaban los calores estivales para proporcionar al hombre la necesaria potencia sexual durante todo el in-
vierno. Con el mismo fin se recomendaba el consumo de garbanzos cocidos en leche de camella y aderezada la mezcla con
miel, porque a estos tres alimentos se les sigue atribuyendo, en el mundo árabe, algunas virtudes genésicas.
A España los trajeron los cartagineses y, según parece, fue el general Asdrúbal el que los difundió porque no toleraba
que, en tiempos de paz, el ocio cundiese entre sus tropas por los muchos peligros que acarreaba, lo que hacía que los soldados
se dedicasen a cultivos variados y entre ellos los garbanzos, que exigen mucha mano de obra durante la recolección. En las
proximidades de Cartagena surgió un núcleo rural conocido como El Garbanzal y muy cerca otra población, que tenía como
principal actividad la minería y recibió el nombre de La Herrería. Como casi siempre sucede, los vecinos de los dos pueblos
limítrofes tenían frecuentes enfrentamientos, que corrigió muchos años después el general Prim, haciendo un único municipio
que se llamó, y se llama, La Unión.
Se extendió el cultivo por toda España y se convirtió en un alimento fundamental como protagonista del cocido, en sus
diferentes versiones porque en cada región, en cada pueblo y casi en cada casa se hacía con receta propia. La significación de
este plato es muy interesante. Está presente en todas las cocinas hispanas, porque primero la adefina, de origen judío y con
muy pocas variaciones adoptada por las culturas árabe y cristiana, fue antecedente de la “olla podrida” y de los muchísimos
pucheros, ollas, calderos, marmitas y escudillas que siempre tenían como elemento común los garbanzos, a los que en unos
casos acompañaban las carnes y chacinas de cerdo, en otros las de cordero, en otras muchas lo que hubiera y en todos los
casos, sobre todo en los días de fiestas, las carnes de aves.
Su consumo se hizo muy frecuente, casi diario, porque era el alimento barato del que podía disponer todo el mundo.
Luego se marcaban las diferencias en la mesa, con la disponibilidad de ingredientes que acompañan a la legumbre, según las
posibilidades económicas de cada hogar. Cuando los descubrimientos en alimentación identificaron los principios inmediatos,
las vitaminas y los minerales, se combatió la monotonía alimentaria, y a la pasta en Italia, a las patatas en Alemania y a los
garbanzos en España les salieron detractores, que recomendaban una dieta proteica y grasa, similar a la de los ingleses o a la
de los americanos, es decir todo lo contrario a lo que opinan los nutriólogos en la actualidad, que juzgan con sus loas a la
dieta mediterránea que propugna el consumo de carbohidratos, y como vehículo a las legumbres como aporte fundamental
a la ingesta calórica.
Benito Pérez Galdós, apodado El garbancero, en un histórico discurso anunció en palabras textuales: “…y ahora os voy
a probar que la culpa de todos nuestros males está en el cocido”. No probó nada, ni tampoco consiguió un sustitutivo capaz
de acabar con el hambre, bastante identificada con la sociedad en la que le tocó vivir, y ni mucho menos acabó con el cocido,
que en los años de penuria se hizo todavía más indispensable. Pasó el tiempo y España se hizo rica e insensible a las virtudes
del cocido y de los garbanzos, que hacía poco tiempo había ensalzado Pepe Blanco en la letra de la canción “Cocidito madri-
leño”. El cocido dejó de ser comida diaria, el precio de los garbanzos disminuyó, paralelamente a la demanda. De consumo
diario pasó a ser un recurso de un plato festivo, de lujo, con la presencia de muy variadas carnes y chacinas, que una sociedad
transformada ya no necesitaba para renovar energías. En familia o con los amigos, completo, con todas sus calorías, sus hi-
dratos de carbono, sus grasas y sus proteínas, se convirtió en una comida excepcional, porque además del coste exige tiempo,
del que hay que disponer primero para prepararlo y después para poder disfrutar con su ingestión en la obligada sobremesa,
que es casi perfecta cuando una partida de mus o de dominó es el broche que cierra la tarde.
el relato se contó que cuando volvió a la tierra, para hacer creíble la aventura en el inframundo, se encerró en un sótano
durante varios días, sin luz ni alimentación, y cuando reapareció estaba tan débil y demacrado que sus alumnos y seguidores
se creyeron a pies juntillas su periplo. Nieves Concostrina en Polvo eres asegura que su odio a las habas era porque, por su
forma, le recordaban a las partes íntimas femeninas y porque estaba convencido de que comer habas era como comerte a tu
padre. El odio de Pitágoras a las habas era tal que una vez que huía de los enemigos que le perseguían llegó a un campo de
habas y prefirió la muerte a poner los pies en tan maldita plantación, en la que sin duda estaban presentes las almas de los
difuntos que también podrían causarle males irreparables. Pero la realidad es que, a pesar de los esfuerzos del sabio, poco a
poco las habas fueron haciéndose sitio en las mesas romanas y su cultivo empezó a ser rentable, tanto es así que la gens Fabia
(cultivadores de habas) se convirtió en una de las familias más ricas y poderosas de Roma en el siglo V antes de Cristo, y
entre los nombres que surgieron haciendo referencia a esta legumbre están Fabián, Fabio y Fabiola.
Su consumo fue creciendo por los escasos cuidados que necesita la planta, los beneficios que ocasiona en el suelo, que
hoy se sabe que se deben a la fijación de nitrógeno, pero que entonces se achacaban a la emisión de influjos positivos que
recibía el siguiente cultivo, y sobre todo porque las cosechas pueden ser generosas en los climas mediterráneos, en los que
los alimentos nunca han sobrado. Todo ello contribuyó a que poco a poco se fuese consolidando su producción, para ser
consumidas en verde, como hortaliza; cocidas, una vez secas; con o sin algún complemento cárnico o molidas, para hacer
pan con su harina.
Fabada CAMPANAL
Gijón. ASTURIAS. J. Sánchez Merino. [1936-1939]. Papel tela con grabado. 44 x 63,5 cm.
La fama de las habas siempre estuvo empañada por la circunstancia de que en algunas personas su ingesta ocasiona una
anemia, con crisis hemolíticas graves. La causa se descubrió muchos años después, cuando se identificaron dos componentes
de la legumbre que son la vicina y la convicina, que cuando no son metabolizadas por la enzima glucosa-6-fosfato deshidro-
genasa, que algunas personas no pueden producir, actúan como potentes oxidantes y se produce destrucción de eritrocitos.
Siempre extrañó que la enfermedad la padeciesen casi siempre los hombres y muy pocas veces las mujeres, hasta que se des-
cubrió que el gen que codifica esta enzima está en el cromosoma X y, como las hembras tienen dos cromosomas X y los ma-
chos uno X y uno Y, las posibilidades de padecer la enfermedad son superiores.
54 Alimentos con historia
Las habas son estupendas cuando no se tiene fabismo, que es como se llama la enfermedad citada. Una preparación tra-
dicional son los “michirones” (habas secas) murcianos, acompañados de chacinas, pero aunque esta forma de consumirlas es
ya muy poco frecuente, están tomando cada vez más fama las habitas frescas, tiernas, pequeñas y recién recolectadas, que
acompañadas con dos huevos fritos y unas lonchas de jamón ibérico, pasadas por la sartén, constituyen un delicioso plato,
que condensa las virtudes que puede buscar el más exigente de los gastrónomos.
Otra leguminosa que puede causar problemas de salud es la almorta, el peligro no es por deficiencia fisiológica, ni
por hipersensibilidad a algún componente. La razón está en la ingesta excesiva, por lo que su aparición está ligada a te-
rritorios en los que la escasez de alimentos es debida casi siempre a condiciones climáticas o edafológicas extremas, en
las que el Lathyrus sativus, que es el nombre científico de la almorta o guija, es capaz de crecer y por eso su prevalencia
es importante en algunas zonas de la India, en Etiopía y en determinadas regiones de Latinoamérica. Ha habido épocas
en las que también se han sentido sus efectos en la cuenca mediterránea, casi siempre por razones económicas, porque
su precio en el mercado es bajo y en España, en concreto, tuvo importancia en los años del hambre, en la posguerra. La
toxicidad se manifiesta cuando el consumo de almortas es elevado, lo que supone que la disponibilidad de otros alimentos
es limitada. En estas circunstancias un aminoácido, próximo en su composición al ácido glutámico, deja sentir sus
efectos, causando importantes lesiones en el aparato locomotor que se manifiestan por paraplejia, temblores y defor-
maciones en la columna vertebral. La incidencia considerable hizo que en 1944 se prohibiese en España su utilización
en la alimentación humana y, como esta prohibición sigue estando en vigor, solo puede comercializarse con destino a
alimentación animal.
A pesar de la prohibición se sigue consumiendo, sobre todo en Castilla-La Mancha, pero como ya no constituye la
base alimentaria de nadie, el diagnóstico de latirismo en España es inexistente. El plato, prácticamente el único, que se
hace con la harina de esta legumbre son “las gachas”, de las que existen muchas recetas, pero en esencia todas se hacen en
sartén, preferiblemente en campo abierto y a ser posible sobre hoguera de sarmientos. Se pone aceite de oliva, mejor
virgen, una cabeza de ajos, pimiento choricero seco y agua, cuando la mezcla está bien caliente se añaden unas cucharadas
de harina de almortas que enseguida se espesan y entonces se añaden torreznos, chorizo, tocino o cualquier otra chacina
de la matanza del cerdo. Se deja reposar el tiempo necesario para no quemarse, y enseguida se comienza a probar el plato
por el sistema de “cucharada y paso atrás”. Enseguida se inician los comentarios sobre lo bueno que está, lo bien que le
van los torreznos y lo bien que entra en las frías mañanas invernales, sobre todo cuando constituyen el almuerzo previo
a una cacería.
Nota importante: como están prohibidas no deben comerse, pero si se anima a ser un transgresor, va a poder disfrutar
de un plato sorprendente.
Garcilaso de la Vega en Los comentarios reales, publicados en 1609, describe tres tipos de habichuelas, a las que llama así
“porque parecen habas, salvo que son más pequeñas y que se llaman purutu”, y Gonzalo Fernández de Oviedo en Historia
general y natural de las Indias asegura que en la provincia de Nagrando (actualmente Nicaragua) ha visto “coger a centenares
las anegas de estos fesoles”. El mismo autor comenta su variabilidad porque “además de los comunes hay otros de simiente
amarilla y otros pintados de pecas”.
Cuando llegaron a España se adaptaron inmediatamente a la cocina, amparadas por los comentarios de los científicos,
que aseguraron que su valor era grande como fuente de nutrientes, pero durante muchos años estuvieron por detrás de los
garbanzos en la valoración popular, hasta que en las regiones menos áridas, con una cierta pluviometría, a partir del siglo
XVII empezaron a cultivarse las alubias y a formar parte de las gastronomía popular. Se cultivaron habichuelas en Andalucía,
fesols en Valencia, mongetes en Cataluña, caparrones en la ribera del Ebro, alubias en Galicia y fabes en Asturias, y así sur-
gieron los peroles andaluces, las cazuelas murcianas, las olletas valencianas, las escudellas catalanas, los potes gallegos y las
fabadas asturianas, porque aunque la tradición dice que don Pelayo derrotó a los moros que querían invadir Asturias tras
invitar a sus huestes a una fabada, la realidad es que por entonces la fabada no existía, tal como la concebimos hoy, si acaso
la fabada de Covadonga se hizo con habas, que en bable también se llaman fabes, aunque en cualquiera de los casos el guiso
fue suficientemente contundente como para que los invasores comprendieran que era mejor quedarse un poco más al sur de
Asturias que seguir adelante frente a los habitantes de aquel territorio.
He dejado para el final a las dos variedades asturianas, porque por su calidad merecen cerrar esta historia. Las fabes de
enrame no se cultivaron hasta finales del siglo XIX o principios del XX, aunque a principios de este siglo Jovellanos describe
unas fabes, que todavía estaban sin fijar en sus características y su utilización en ollas, potajes y pucheros era ocasional, como
sustitutas de los garbanzos, que eran la legumbre de consumo generalizado por aquellas épocas. La prueba está en que Clarín,
que describe minuciosamente las costumbres y los alimentos asturianos, no las nombra en La Regenta (1884). Ni a las fabes,
ni a la fabada que nació con la aparición de la burguesía, de la clase media, porque los ricos despreciaban el plato y los más
humildes, que no disponían de un trozo de huerta para cultivarlas, no tenían acceso a este plato. Tardó en generalizarse el
consumo, pero hoy es el plato más significado de la cocina asturiana y una gran especialidad de la cocina española. El secreto
de su auge está en la legumbre, porque es una judía buenísima, excelente para cocinarla de la manera tradicional, con compango
de matanza, en la versión más recia del plato, pero también para acompañar a moluscos como las almejas, a crustáceos como
el centollo, el bogavante o las nécoras y a algunas especialidades como el foie. Tiene indicación geográfica protegida y un ex-
celente mercado que las cotiza a muy buen precio.
También en Asturias se producen las alubias verdinas, que para unos son originarias de Llanes, en donde se recolectaban
los años en los que los fríos tempranos no las dejaban madurar, y para otros proceden de Francia, de donde las trajo en 1920
el hijo de los condes de Vega del Sella, pero independientemente de su origen hoy está fijada como una alubia pequeña, alar-
gada, plana y de color verde pálido. Su suavidad hace necesario que se cocine con alimentos ligeros, casi siempre mariscos.
Hay bastantes legumbres para elegir e infinidad de posibilidades de combinarlas. En cualquiera de las formas es muy
recomendable que estén presentes en nuestra dieta al menos tres veces por semana. Si lo hacemos así todos los españoles, se
va a producir una importante aproximación a los consumos establecidos por la dieta mediterránea, que los tenemos un poco
olvidados.
Frutas y frutos
T
odas las plantas tienen un fruto, que solamente es un estadio intermedio entre la floración y la germinación de las
semillas en el ciclo de reproducción de todos los vegetales. Lo que sucede es que se manifiestan de muy variadas
formas y composiciones. En el centro de cada flor está el ovario, que una vez fecundado se convierte en la promesa
de una nueva planta, de tal forma que generalmente las paredes se convierten en el fruto comestible y los óvulos en las
semillas, que perpetúan la especie.
El fruto también es efímero, más o menos, pero en un momento determinado si antes no ha sido comido por un mamí-
fero, ave o cualquiera de los animales que forman la gran familia zoológica y que cumplen un importante papel en la super-
vivencia de la especie, caerá al suelo, quizás lo transporte el agua o el viento y en algunos casos se desarrollará la planta y
continuará el ciclo. Pero si esto sucede la propagación será muy limitada y por eso la naturaleza ha programado que cualquiera
de los animales que la coma, pueda convertirse en un huésped intermediario que ayude a la difusión de la especie. En el me-
canismo de difusión influye el atractivo que tenga ese fruto para los diferentes huéspedes intermediarios. Solo cuando es es-
pecialmente apetecible para el hombre adquiere la consideración, más o menos comercial, de fruta.
Algunos estudiosos aseguran que el ser humano en sus primeras etapas era sobre todo cazador, pero cada vez se acepta
más la teoría de que fundamentalmente era “cazado” por muchos depredadores, y que su alimento principal, inicialmente,
fueron sobre todo las semillas en diferentes presentaciones, algunas de ellas son las que consideramos frutas.
El problema es que no hay una clasificación única de las frutas. A veces se diferencian drupas, de bayas, otras frutas de
hueso, de pepita y de cada uno de estos grandes grupos salen muchísimos subgrupos, que intentan acoger a todo lo que con-
sideramos como fruta porque cumple, aunque no siempre, dos condiciones generales, que son las de ser dulces y la de que
nos las comemos. Después consideraremos si la fresa, el higo, la sandía, el melón o el kivano son realmente frutas o no lo
son, pero sea como sea la realidad es que cumplen el papel que permite que, salvo cuando nos ponemos excesivamente me-
ticulosos, y recurrimos a otras denominaciones como aquenios, balaustas y otros términos, podamos llamarlas, y con acep-
tación general, frutas.
en Oceanía o en África eran bastante diferentes y si a ello sumamos la diversidad de climas y suelos, la listas pueden ser va-
riopintas e interminables.
Quizás deberíamos plantearnos en qué momento comenzaron a cultivarse las plantas y, por lo tanto, a mejorar los ren-
dimientos de aquellas que nos proporcionan fruta, pero es muy posible que nos sirviera de muy poco, e incluso que enseguida
llegáramos a la conclusión que el proceso continúa, porque de cuando en cuando aparecen nuevas frutas que hasta fecha re-
ciente eran salvajes, o por lo menos limitadas en su cultivo a regiones muy concretas. Es cierto que entre ellas nos encontra-
ríamos muchos nombres de frutas no muy conocidas fuera de su zona de origen, pero quizás nos sorprenda que algunas son
de difusión muy reciente, como el kiwi, que hasta mediados del siglo pasado solo existía en China, desde donde llegó a Nueva
Zelanda, según unos llevada por misioneros y según otros por una profesora, que se fue de vacaciones a China y trajo semillas
de lo que se denominaron grosellas, a las que a veces se les añadía el apellido de “chinas”. Con este nombre las plantó un agri-
cultor llamado Hayward Wright y en 1952 se enviaron al Covent Garden, de Londres, 20 cajas del fruto, que por su parecido
con el perfil, color y tacto del pájaro autóctono de Nueva Zelanda llamado kiwi se las bautizó con este nombre. Es curiosa
la gran difusión que ha tenido esta fruta, que no se caracteriza por la excepcionalidad de sus propiedades organolépticas,
pero que ha sido muy bien promocionada por sus propiedades dietéticas, por la acción favorable en la función intestinal, por
su riqueza en vitamina C y por su color, casi exclusivo entre las frutas, lo que la hace imprescindible en cualquier macedonia
o tarta de frutas, a las que mejora estéticamente.
que el conocimiento genético de las plantas ha permitido que la selección sea mucho más eficaz y, además, que se busquen
variedades nuevas constantemente, que aporten algún factor que las revalorice como su resistencia a plagas, a la salinidad, la
precocidad, el acortamiento del proceso productivo o cualquier otro factor, que hacen que cada año aparezcan nuevas varie-
dades en el mercado, y que las que en su momento fueron nuevas, en unos pocos años hayan quedado obsoletas. En segundo
lugar, el perfeccionamiento de los sistemas de conservación y transporte ha facilitado que la comercialización pueda terminar
a mucha distancia de la producción, por lo que un consumo tradicional muy ligado a la proximidad, en el tiempo y en el es-
pacio, hoy se ha convertido en una oferta muy diversificada, que ofrece la posibilidad de conocer nuevas frutas.
Las especies de consumo tradicional comparten espacio con otras que han llegado recientemente y que han conquistado
una cierta cuota de mercado, como es el caso del kiwi, el aguacate, el mango o los nuevos cítricos, y además muy pronto lle-
garán otras que apenas han asomado como el litchi, el logan, el goji o el noni, que generalmente se promocionan aludiendo
a sus virtudes nutricionales, preventivas, curativas y con frecuencia también afrodisiacas.
Es bueno, por supuesto, que cada vez dispongamos de mayor diversidad, que cada año se prolongue el periodo de co-
mercialización de casi todas las frutas, que la industrialización nos ofrezca nuevas posibilidades de consumirlas, que cada
vez las empleemos mejor y les saquemos más provecho, pero también es cierto que esto lleva aparejado que desaparezcan
muchas variedades que tuvieron, en tiempos pasados, una gran importancia y que es muy posible que en el futuro busquemos
alguno de los factores que nos ofrecieron. Un caso típico es el de la naranja sanguina, que durante muchos años fue de con-
sumo muy frecuente en España, pero la aparición de nuevas variedades más productivas, o más precoces, hizo que casi de-
sapareciera, aunque algunas de sus propiedades y en concreto el color rojo intenso, debido a su contenido en pigmentantes
a los que se les ha descubierto efectos antioxidantes, hace que hoy se vuelvan a demandar. Algo parecido ha sucedido con al-
gunas variedades de manzanas, que van siendo sustituidas por otras que cada año irrumpen en nuestros mercados. No es-
tamos en absoluto en contra de las nuevas variedades, porque nos aportan calidad y cualidades que el mercado acepta, estamos
claramente a su favor, pero también lo estamos de intentar que no se pierda ninguna variedad, que se formen bancos de ger-
moplasma para que, cuando sea necesario, las podamos emplear como mejoradoras.
Familias frutales
Hay muchas clasificaciones de las frutas y todas son criticadas, con razón, y ninguna mejora a las anteriores tanto como para
conseguir que sea de aceptación general, aunque quizás la más aceptada es la que recurre a criterios tan simples como la de
dar preferencia, sobre los demás caracteres, a la conformación de las semillas, y de esta forma se hacen tres grandes grupos
64 Alimentos con historia
que son las frutas de pepita, las de hueso y las de grano. Por supuesto que no es completa y por eso hay otras que también
son de uso frecuente, como son las que las reúnen en tropicales, del bosque, cítricas, etc., o las que diferencia las climatéricas,
porque continúan su maduración una vez recolectadas, y no climatéricas, porque una vez recolectadas no continúan trans-
formando nutrientes y por lo tanto se para la maduración.
Como nuestra intención es dar un repaso general a las más utilizadas en nuestra alimentación, vamos a proceder mez-
clando las clasificaciones, para poder analizar las que nos interesan, a costa de ser conscientes que nuestro criterio no es ni
muy científico ni muy ortodoxo.
tivadas, sobre todo en el levante español y especialmente en las provincias de Alicante y Murcia. Tiene denominación de
origen la uva embolsada de Vinalopó y las de Espuña, que acogen a las tradicionales de Aledo, Totana y Alhama de Murcia.
La última fruta de este grupo es el níspero, del que existen dos líneas, la europea de escaso interés y la japonesa que se
cultiva especialmente en Alicante, en donde hay una denominación de origen que acoge a los nísperos de Callosa d´Ensarriá,
en donde se cultivan las variedades algería, algar, bernia, tanaka y nadal. Está creciendo la valoración de esta fruta, que
también se está industrializando, envasándola en almíbar.
Frutas de hueso
La característica que une a este grupo de frutas es que tienen la semilla encerrada en un endocarpio, que se va endureciendo
con la evolución del fruto y termina completamente esclerificado, rodeado de un mesocarpio carnoso que es la parte comes-
tible. Pertenecen al género Prunus y tienen la particularidad común de ser muy sabrosas y refrescantes. Su maduración se
produce al final de la primavera y durante el verano, aunque algunas, como las cerezas, se están cultivando en invernadero y
se pueden recolectar al final del invierno o al principio de la primavera. Deben recolectarse maduras y su conservación en
fresco no es fácil ni prolongada, por lo que son consideradas como frutas de estación. Son excelentes para la producción de
mermeladas porque el punto de acidez que aportan es muy apetecible. En almíbar se conserva muy bien el melocotón, pero
no sucede lo mismo con el resto de las frutas de este grupo. La desecación es otra forma de conservación frecuente, que se
lleva a efecto con las ciruelas pasas y los orejones de albaricoque y melocotón. Son también interesantes los licores que se
elaboran con estas frutas.
El nombre científico del melocotón es Prunus pérsica, que alude a su origen geográfico. Aunque el país más productor
es China, el norte del Mediterráneo y especialmente Italia y España se distinguen por la cantidad producida y sobre todo
por su calidad. La variedad nectarina, que es un melocotón de piel lisa, es cada vez más demandada y por lo tanto más pro-
ducida. Los melocotones se suelen clasificar atendiendo a la dureza de su pulpa, a la vellosidad de su piel, al color de la carne
que puede ser blanca, amarilla o roja, a la adherencia de la carne al hueso, por el origen, diferenciándose entre europeos (prin-
cipalmente tardíos) y americanos (casi siempre precoces) y por el momento de recolección, como precoces, de estación y tar-
díos. Algunos tipos de melocotón están en recesión como los de pulpa blanca y especialmente las abrideras, en tanto que
otros están en alza como las paraguayas y las platerinas, de reciente aparición en el mercado.
La llegada temprana al mercado es un factor muy buscado por los productores y los comerciantes, porque la demanda
es mucho mayor que en estación, aunque suelen ser mejores. También se valoran los tardíos, con alguna exquisitez especial,
como la que aporta el melocotón de Calanda, que tiene denominación de origen, porque a su calidad une la característica de
que se produce con variedades locales y que se cultiva embolsado, para protegerlo de plagas y tormentas y controlar su ma-
duración. El consumo de melocotones en España está próximo a 5 kilos por habitante y año. La zona productora más im-
portante es Cataluña, sobre todo la provincia de Lérida, seguida de Andalucía, Aragón y la Comunidad Valenciana.
Al albaricoque se le conoce con el nombre científico de Prunus armeniaca porque durante mucho tiempo se creyó que
su origen estaba en Armenia, en donde por cierto se producen unos albaricoques excelentes, pero posteriores investigaciones
científicas han demostrado que procede de China, desde donde llegó a las riberas del mar Caspio y desde allí a Grecia, Roma,
España y por supuesto a Armenia.
La producción se concentra en Murcia y la Comunidad Valenciana, con el 75% de total nacional. El periodo de produc-
ción va desde primeros de mayo a finales de julio y, fuera de estos meses, solo se produce alguna pequeña cantidad en abril
y en agosto. Las variedades tradicionales, como bulida, moniquí, paviot, comparten espacio con las nuevas, que con frecuencia
se implantan primero en una determinada zona, como el real fino en Mula y Pliego o el mauricio en la vega media de Murcia,
desde donde después se extienden por toda la zona productora.
La cereza, Prunus avium, debe su apellido a la importancia que en su difusión tuvieron al principio las aves, que consu-
mían el fruto y dispersaban las semillas. Procede de Asia y también su producción se concentra a finales de primavera y prin-
cipio de verano. Aunque es cierto que la llegada a España fue de la mano de los romanos, la difusión del cultivo se produjo
en los tiempos de la dominación árabe, que apreciaban mucho el sabor de la fruta y la belleza de la floración y del fruto, al
que consideraron digno de ser imitado en la joyería y orfebrería.
Extremadura y Aragón son las principales zonas productoras de cerezas, seguidas de Cataluña. La “picota”, que puede
obtenerse de distintas variedades, como el ambrunés, pico negro, pico colorado o pico limón, se diferencia del resto de las ce-
rezas porque puede comercializarse sin pedúnculo sin que se resienta la calidad, mientras que en las cerezas normales no es
posible porque su eliminación da lugar a una herida en la inserción, que limita mucho su duración comercial. Las cerezas
del Jerte tienen denominación de origen y las de la montaña de Alicante indicación geográfica protegida.
La ciruela es originaria de Persia y de las riberas del mar Negro. Su nombre científico es Prunus domestica, en alusión a
66 Alimentos con historia
lo pronto que se adaptó el cultivo a las tierras en las que se iban asentando las diferentes culturas. Hay muchas variedades
de esta fruta en tamaño, forma, color y textura de la pulpa. La gran diversidad hace que su presencia en el mercado sea más
prolongada que la de las otras frutas de hueso, extendiéndose desde mayo hasta octubre. Las principales regiones productoras
son Andalucía, Murcia y la Comunidad Valenciana. Algunas variedades se cultivan por el buen resultado que ofrecen tras
la desecación, como sucede con las ciruelas de California, que se exportan a todo el mundo, otras por sus características para
producir mermeladas y cada vez se busca más el tamaño y la diferencia de colores, pero hay una variedad que se conserva
con dificultad, es pequeña, no es precoz ni tardía porque se recolecta en la mitad de la estación, y su color muy poco atractivo.
Es la denominada Reina Claudia, que es de una calidad excelente, de un sabor intenso y de un aroma inigualable, por lo que
sigue siendo la más apreciada por los consumidores.
Los cítricos
Cada español consume al año aproximadamente unos 16 kilos de naranjas, unos 15 de mandarinas y 2 de limones. El prestigio
de los cítricos españoles es considerable y la exportación alcanza cifras importantes. La naranja fue exportación fundamental
durante los años de la posguerra y siempre una importante fuente de divisas. En la actualidad, el producto más exportado
en valor y cantidad es la mandarina. Alemania y Francia son los principales importadores (casi el 50% del total) y el incre-
mento más importante porcentualmente se da en Suecia, Estados Unidos y Polonia.
Las naranjas proceden de China y se dice que su origen data de hace unos veinte millones de años. Desde entonces han
sufrido importantes variaciones, tanto por la selección natural como por las hibridaciones. Espontáneas durante muchos
años y actualmente casi siempre dirigidas por los avances genéticos que se han producido. Hay un documento que asegura
que el emperador Ta Yu en el siglo XXIII antes de Cristo hizo obligatorio que una parte de los impuestos se pagase en na-
ranjas. Las primeras noticias occidentales son de Teofastro que la denominó Malus medica, lo que podía traducirse como
manzana curativa, a la que ensalzaba por sus propiedades sanitarias y aromáticas. Años después, Virgilio la recomendó por
sus propiedades antirreumáticas y como antídoto de venenos, y Galeno elogió las virtudes de su corteza como tónico esto-
Frutas y frutos 67
macal. Seguramente en todos los casos se referían a naranjas amargas, que llegaron con los moros a Andalucía con destino
ornamental y que son las antecesoras de las que se siguen exportando a Inglaterra, con destino a la elaboración de la mejor
mermelada que se hace en el mundo
La primera cita española a la naranja se debe a san Isidoro de Sevilla, que la menciona en sus Etimologías, y Abú Zacarías
y El Albéitar, árabes españoles, hacen elogio de su cultivo, de sus flores, de su fruto y de los remedios que se conseguían con
el aceite de naranjo, para lo que explicaban el sistema para extraerlo, que ha seguido estando en vigor hasta hace relativamente
poco tiempo. Todas estas referencias se refieren al naranjo amargo y la primera que hay sobre el cultivo de la fruta dulce es
de primeros del siglo XVI, aunque su cultivo siguió siendo moderado. A principios del siglo XIX, por sucesivos injertos se
obtuvo en Carcagente una variedad de naranjo de gran calidad y de fácil cultivo, que se extendió rápidamente por la región.
En 1848 se empiezan a exportar naranjas a Francia y en 1863 a Inglaterra, enseguida a Alemania y luego al resto de Europa,
y en la actualidad también a países de otros continentes.
Las variedades navel, selecta, común, blanca selecta, sanguina se han ido sustituyendo por la washington, la navelate, la
navelina y la thompson, la new hall, la delta seedless, etc., y otras muchas más, porque las variedades a las que han dado lugar
los injertos del naranjo primigenio a finales del siglo pasado superaban las 125.
También ha cambiado la estacionalidad y salvo en agosto y septiembre, que hay que recurrir a la importación, todos los
meses hay disponible en el mercado naranja nacional, que se produce en sus tres cuartas partes en la Comunidad Valenciana
y el resto procede de Andalucía, Cataluña y pequeñas proporciones de otras comunidades.
La mandarina tardó más tiempo en llegar a España. En 1845, el conde de Ripalda promueve a través de la Sociedad Eco-
nómica de Amigos del País la aclimatación de injertos, pero hasta veinte años después no se empezaron a producir las primeras
con destino a la comercialización. Hoy superan, aunque ligeramente, las cifras de producción y de exportación de las naranjas.
Las variedades más apreciadas y, por lo tanto, más cultivadas son la okitsu/owari y la clausellina, pertenecientes ambas
al tipo satsuma, y marisol, oronules, clemenpons y clemenules (la más cultivada) entre las clementinas, pero también hay
nuevos híbridos, difíciles de clasificar como la ortanique, que son muy tardías, la fortune o la clemenvilla, también conocida
como nova, que gana mercado de forma importante, hasta el punto de ser la segunda variedad más cultivada, después de la
clemenules. La presencia en el mercado comienza en octubre y termina en abril.
El limón fue primordialmente considerado como medicina y de esta forma descrito por los predecesores de la medicina ac-
tual, como Dioscórides, Galeno o Teofrasto, y todavía hoy sigue siendo recomendado por los médicos para combatir ciertas do-
lencias y para prevenir algunos males. La producción más abundante está en Murcia, a la que siguen la Comunidad Valenciana
y Andalucía, pero pueden encontrarse plantaciones en otros lugares y algunas muy prestigiadas en su producción, como los li-
mones de Cantabria, los gallegos o, lo que es más sorprendente, los procedentes del valle del Tiétar de la provincia de Ávila.
Aunque la mejor época de producción es de abril a junio, se recolectan durante todo el año, debido a la adaptación a
nuestro clima y a la aparición de nuevas variedades. Quizás por eso somos el tercer país productor mundial, por detrás de
Estados Unidos y de Italia. Las variedades más cultivadas son el verna, primofiori y eureka. Con los tallos tiernos rebozados,
y pasados por la sartén, se prepara en Murcia un postre muy interesante conocido como paparajotes.
La lima fue frecuente en España, pero la producción ha disminuido y se ha hecho tan poco conocida que incluso, a
veces, se confunde con el limón verde. Hay muchas variedades en cuanto a forma y en cuanto a nivel de azúcar. Su destino
más frecuente es la coctelería, y por su intenso aroma se utiliza como aromatizante en repostería. La cocina oriental también
la emplea en la preparación de algunos platos salados.
El consumo de pomelo en España es muy escaso y una gran parte de nuestra producción, que no es muy abundante, se
destina a la exportación. No se conoce con exactitud su origen, aunque son bastantes los que opinan que procede de un
cruce entre la naranja y un cítrico denominado pummelo, originario de Barbados. Se clasifica por el color de su pulpa en
blanco, rosa y rojo y las variedades más producidas son el ruby red, el red marsch, el red seedless y el thompson.
Han aparecido nuevos cítricos en el mercado, con todavía escasa incidencia, como el yuzú, muy empleado en coctelería
o como infusión; el pomelo chino, dulce y de vesículas muy grandes, que puede pesar varios kilos; la mano de Buda, que
tiene forma de dedos; el calamondín, que se cultiva como planta ornamental sobre todo; el caviar cítrico, que se usa en alta
gastronomía por sus vesículas esféricas, que recuerdan en su forma al caviar y que dan un toque aromático y de color; el
kumquat, que se come entero, con piel o en confitura y es muy aromático y agradable.
Las frutas-hortalizas
Este grupo recoge un conjunto heterogéneo en el que se encuadran el melón, la sandía, la fresa, el fresón, la frambuesa, las
grosellas y en general todos los llamados frutos del bosque. Su característica común es que se producen en plantas de bajo
porte, a veces rastreras, y por eso su producción tiene cierta similitud con la de las hortalizas.
68 Alimentos con historia
El melón tiene su origen en África y desde allí se difunde por Europa y Asia primero, y después por el resto del mundo.
Su época de producción es muy larga y además se ha prolongado últimamente con los cultivos en invernadero o bajo plástico.
Los primeros producidos en España aparecen en el mercado a finales del invierno, son muy aromáticos aunque poco sabrosos
y su consumo ideal es al iniciar las comidas o en los desayunos. Cantaloup, cherentais y ogén, y aunque con características
un tanto particulares se puede encuadrar en este grupo al amarillo liso canario, son los más conocidos. El melón de verano
o reticulado también se conoce como “escrito” o “mochuelo” por las características de su piel. A este grupo pertenece el melón
de Villaconejos, variedad que en España se produce en diversas regiones durante el verano y en invierno se cultiva, con fre-
cuencia por españoles, en el hemisferio sur americano y sobre todo en Brasil. En octubre aparecen en el mercado los llamados
de invierno, entre los que destacan las variedades tendral o de Elche y el negro gigante de Villaconejos, que por su gran
tamaño, excesivamente grande, está en recesión, pero que con frecuencia ocupa un surco en las explotaciones con destino
exclusivo al consumo del agricultor.
La sandía procede de Egipto y su aprecio fue muy alto por los primeros cultivadores que se establecieron en las orillas
del Nilo. Cuando los israelitas fueron expulsados de este país añoraron las sandías, que se habían acostumbrado a consumir.
Es una fruta típica de verano y muy valorada por su poder refrescante, que se produce sobre todo en Andalucía y la Comu-
nidad Valenciana. La aparición de variedades apirenas (sin pepitas) y el buen precio al que sale al mercado han hecho que
su consumo aumente.
La fresa es de origen europeo, y en su forma salvaje se puede encontrar espontánea en las laderas de los montes norteños.
Su sabor es intensísimo y su aroma maravilloso y estas características, aunque aminoradas, siguen estando presentes cuando
se cultivan, aunque esta práctica es cada vez menos frecuente, porque su difícil mecanización hace que su producción sea
muy pequeña. Aranjuez fue un punto de difusión de esta fruta, que se cultivó cuando los reyes localizaron en esta ciudad su
residencia de verano. En este mismo lugar se adaptó una fruta similar, que llegó de América, hace poco tiempo relativamente,
que se conoce como fresón. Casi el 90% del producido en España es en la provincia de Huelva y la exportación creciente,
que comienza en enero y se prolonga hasta la entrada del verano. Los frutos son cada vez mayores, más sabrosos y jugosos
y, aunque sus propiedades gustativas están lejanas a las de las fresas, es una fruta cada vez más apreciada. Su protagonismo,
que fue casi exclusivo, lo está compartiendo en los últimos años con los llamados berries en su zona de cultivo, que son un
amplio grupo en el que están encuadrados frambuesa, moras, grosellas, arándanos y otras frutas del bosque.
Frutas carnosas
Es un grupo mal delimitado y en el que con frecuencia se incorporan algunas frutas de difícil clasificación, pero hay otras
que son fijas como el plátano y el higo, a las que nosotros vamos a añadir la granada, el kiwi y los kakis.
El plátano procede de Indochina. Desde allí pasó a la India, en donde lo descubrieron las tropas de Alejandro Magno
que lo trajeron a Europa, pero por sus exigencias climáticas no encontró condiciones apropiadas, excepto en las islas ibéricas
más occidentales, es decir Canarias, Madeira y Azores. Desde allí saltó a América y en el centro y en el sur de este continente
se adaptó perfectamente, hasta el punto de haber sido la base de la economía de algunos países y seguir siendo una importante
materia prima en la cocina y en la economía.
Hay grandes diferencias en cuanto a cualidades organolépticas, tamaño y utilización, pero en lo que respecta a nuestros
gustos el plátano canario es excepcional, aunque menos espectacular en su forma y tamaño que algunas variedades centroa-
mericanas. El nombre científico (Musa paradisiaca) y sobre todo el apellido es indicativo de la calidad de esta fruta. Es ne-
cesario recolectarlo en verde (es una fruta climatérica) para que llegue en condiciones idóneas a los mercados de la península
y del resto de Europa. La variedad cultivada en España, en Canarias en concreto, es la denominada pequeña enana y sin
duda es la más sabrosa y mejor de todas las producidas. Tiene indicación geográfica protegida.
También el higo procede de Asia y su cultivo se difundió pronto por toda la cuenca mediterránea, porque siempre se le
apreció la particularidad de conservarse muy bien por deshidratación, que en algunas variedades se produce en el árbol, antes
de que se recolecte y en otras se somete a desecación, por soleado o utilizando corrientes de aire seco. Cuenta la historia (o
mejor la leyenda) que Rómulo y Remo fueron alimentados por la loba que encontró el refugio ideal debajo de una higuera.
La maduración debe producirse enteramente en el árbol, porque cuando la recolección se hace antes de tiempo no llega a
madurar. La zona de producción en España es muy dispersa, porque se cultiva en todas las regiones y entre las variedades
mejor valoradas están la Fraga, Burjasot y cuello de dama. Algunas higueras tienen la particularidad de tener dos floraciones,
son las brevales, que en primavera producen las brevas y en una floración posterior los higos, que maduran en verano.
El granado es un árbol emblemático y su fruta mucho más, ya que con frecuencia da nombre a poblaciones y está repre-
sentada en escudos y banderas de distante situación geográfica. El fruto, que fue ensalzado por el profeta Mahoma que dijo
a su pueblo “come granada porque su zumo purgará tus humores de la envidia y del odio”, es apreciado sobre todo en los
Frutas y frutos 69
Frutas tropicales
Este grupo es un “cajón de sastre” en el que incluimos las plantas de origen tropical, o mejor subtropical, que se han adaptado
en su cultivo a alguna región española y sobre todo a Canarias y a la Costa Tropical, nombre con el que se conoce a las zonas
marítimas de las provincias de Granada y Málaga, en donde se cultivan diversas frutas, como aguacate, chirimoya y mango
sobre todo y en pequeñas cantidades otras como la guayaba, papaya, litchi, kivano, carambola, etc.
Se ha cuestionado que el aguacate sea clasificado como fruta y realmente le faltan dos de las cualidades fundamentales
que tienen todas las que hemos examinado hasta ahora. Son el dulzor y la acidez, y además su consumo no es como postre,
porque preferentemente forma parte de platos salados. También se diferencia por el alto contenido en grasa, que ha hecho
que se le conozca como “la mantequilla vegetal”, pero la realidad es que popularmente, a todos los efectos, es considerado
como una fruta.
Aunque llegó a España poco después del descubrimiento de América, su cultivo es bastante reciente, porque su utilización
principal fue como árbol ornamental y el consumo de sus frutos ocasional, siempre en las proximidades del punto de pro-
ducción. Lo que pasa es que casi esto mismo sucedía en su región de origen, en Centroamérica. Se cuenta que el aguacate se
hizo popular cuando una gran empresa frutera creó una leyenda en torno suyo, que consistió en atribuirle un valor afrodisiaco,
afirmando que el significado ahuacalt, que es como se le denomina en algún idioma precolombino, se corresponde con tes-
tículo, lo que podría ser cierto por su forma, pero no hay ningún documento que lo pruebe. Lo difundieron a través de una
importante cadena de hoteles, a los que durante una temporada se lo ofrecieron gratis, con la única condición de que debería
estar presente en el plato más caro de la carta de los restaurantes y además hicieron una excelente propaganda. De esta forma,
en poco tiempo, el aguacate pasó a ser muy conocido y apreciado, tanto en América como en Europa. Por eso, y puesto que
70 Alimentos con historia
ya estaba aclimatado en Canarias y en la Costa Tropical, España se convirtió en el primer país europeo productor de aguacates.
Está en el mercado durante casi todo el año porque las diferentes variedades (hass, fuerte y bacon) cubren una gran parte
del calendario.
La chirimoya es el otro gran producto tropical, pero las circunstancias que rodean a su cultivo difieren bastante de las
del aguacate. En primer lugar su producción está limitada a los meses de invierno y, además, la dificultad de su comerciali-
zación reside en la escasa capacidad que tiene esta fruta para mantenerse comestible. Es un producto muy perecedero, por
lo que el envío a largas distancias y, por lo tanto, la exportación está muy limitada.
Se dice de la chirimoya que “no aguanta la nieve, pero le gusta verla”, lo que sucede en su región de origen (Ecuador,
Bolivia, Perú, Chile) porque se cultiva a considerable altura, a la vista, aunque suficientemente alejada de las cumbres andinas
cubiertas permanentemente de nieve. En España se cultiva a nivel del mar, pero la proximidad de Sierra Nevada permite
que desde sus zonas de cultivo se vea perfectamente el Veleta, nevado casi todo el año. La buena selección de variedades y el
cuidadoso cultivo hacen que la calidad de la chirimoya española sea excelente, porque es muy dulce y porque tiene muy pocas
pepitas. Las principales variedades son fina de Jete y campa. Tiene denominación de origen.
El mango es de origen asiático y su cultivo en la India está muy arraigado. En el siglo XVI los portugueses lo llevaron a
Brasil y se extendió por toda la zona cálida americana. A mediados del pasado siglo llegó a la Costa Tropical, pero no fue
hasta hace unos veinte años cuando su cultivo se empezó a hacer rentable, por la utilización de mejores técnicas agronómicas
y por la adaptación de nuevas variedades, que además cada vez tiene más carne y menos hueso. Las variedades más utilizadas
son la osteen, la tommy atkins, la kent y la palme roja. La denominación de “manga” se aplica a algunas variedades de esta
fruta, que se conocen así localmente, cuando el hueso es poco voluminoso y escasamente fibroso.
Además de los dátiles, de los que hay gran variedad y de mucha calidad en la provincia de Alicante, con mercado local
muy desarrollado en Elche, hay bastantes más frutas subtropicales, algunas en expansión, aunque limitada, como la feijoa,
la guayaba, la papaya que en la Costa Tropical difícilmente llega a madurar bien por falta de temperatura, litchis, kivano, ba-
baco, carambola, y algunas que se cultivan en climas más fríos como las serbas, las endrinas o las acerolas. Además nos llegan
algunas otras especies de importación, aunque nunca en grandes cantidades, como los cocos, la piña tropical, physalis, las
bayas de goji, etc.
T
odas las hortalizas fueron antes plantas silvestres, que tuvieron su origen en muy diversas regiones del universo,
cada una con un clima y un suelo distintos. Cuando se las cultivó, en huertos, es cuando empezaron a ser hortalizas,
pero como su utilización estuvo condicionada por la disponibilidad de otros alimentos, por eso la trascendencia
que tuvieron en la alimentación de los diferentes pueblos es muy variada y su utilización en las cocinas primitivas muy di-
versa.
La globalización, que no siempre es mala, es responsable de que la mayoría de ellas se cultive y se consuma en casi todos
los países del mundo, y los conocimientos en dietética y nutrición han hecho que cada vez sean más apreciadas por los múl-
tiples beneficios que proporcionan. Están admitidas y recomendadas en todos los regímenes, con la particularidad de que
cuanto más cuidadosos son con la salud, cuanto más perfeccionistas son, mayor es la cantidad y la frecuencia con la que re-
comiendan que se consuman.
El concepto no es universal, porque no todas las culturas tienen una idea única de lo que son las hortalizas, ni está muy
claro el término con el que se las designa, porque ciñéndonos exclusivamente a la denominación española el concepto se su-
perpone muchas veces con el de verduras. Son dos nombres distintos, con significado diferente, que sin embargo amparan
un mismo producto. No todas son producidas en huertas, ni todas son verdes, pero con cualquiera de las dos denominaciones
se alude a una idea bien definida, hasta el punto de que llegan a ser, en la práctica, casi sinónimas.
Vegetales fueron los primeros alimentos que según el antropólogo Marvin Harris comió el hombre, pero este autor re-
conoce que el paso al consumo, adicional, de alimentos de origen animal, que desempeñan funciones biológicas diferentes
en el ser humano, es un importante avance en el desarrollo de la especie. Cuando los vegetales empezaron a cultivarse, que
fue un hecho posterior en la cronología, se consumían raíces, tallos, hojas, frutos o semillas, pero poco a poco se fue produ-
ciendo una especialización de las aplicaciones que cada vegetal tenía y, de esta forma, los cereales se dedicaron a la producción
de grano principalmente, de los árboles se consumieron sus frutos y de algunas plantas anuales se aprovechó aquello que se
consideró más apetecible o necesario, que en cada caso era diferente, y por eso de la lechuga se aprovechan las hojas, del nabo
la raíz, de la berenjena el fruto, etc.
Historia de la berenjena…
La berenjena es una hortaliza interesante, de antiquísimo
cultivo y origen indio, que se cultivaba con éxito en el es-
tado de Assam. Los comerciantes árabes la llevaron al
NITRATO DE CHILE norte de África y, acostumbrados a su consumo, se cultivó
MADRID. [1933]. Papel litografiado. 58,3 x 42 cm. en las nuevas tierras conquistadas. De esta forma llegó a
España y después se difundió por toda Europa. Su aco-
gida por los españoles no fue al principio muy favorable, seguramente porque la mala utilización, o el empleo de variedades
no comestibles, hizo que adquiriera fama de provocar múltiples enfermedades y entre ellas epilepsia y locura, por lo que
su utilización se limitó en principio a la decoración de jardines, en los que se apreció mucho por la belleza de sus flores y
por sus frutos de coloraciones intensas y formas globosas atrayentes. La primera descripción en castellano está en el Can-
cionero de Baena, que se publicó en el siglo XV, y en este documento ya se considera a la berenjena como un fruto intere-
sante.
Para entonces ya se había difundido ampliamente en el mundo árabe. Su preparación más frecuente se conocía como
“al-baraniya”, que significa cierto manjar y que en castellano se tradujo por alboronía, aunque algunos autores afirman
que su nombre viene de haber sido plato señero en las bodas de la princesa Al-Buran con el califa abasí Al-Mamún, boda
en la que ofició como cocinero un músico y poeta de origen iraquí conocido como Ziryab (El Mirlo), que venía de la
lejana corte de Bagdad en donde sus poesías, algo subidas de tono, habían dejado de gustar cuando se las dedicó a la fa-
vorita del sultán.
En aquella época, el mundo occidental ponía todavía reparos a la berenjena. En Francia se la conocía como pomme de
Sodome, aunque no está nada claro que la denominación se debiese al uso que se le daba, y en su clasificación botánica se la
llamó primero Solanum insanum. En Italia, el nombre la mela insana (manzana insana) se convirtió en melanzana, aunque
más tarde Linneo mejoró su clasificación pasando a ponerla el apellido de melongena.
Las primeras referencias al pisto manchego hablan de que en su composición intervenían berenjena, cebolla y ajo, y que
se consumía como plato de temporada en verano. Su consumo estaba limitado al ámbito rural, en donde se le consideró una
excelente base para acompañar a los huevos fritos, al jamón o a otras chacinas, si de estos nobles ingredientes se disponía, y
en su ausencia tiene la virtud de ser una buena razón para justificar el reiterado uso del pan mojado en la salsa, de donde
procede el término “moje”, que sigue vigente en algunas comarcas manchegas.
Hortalizas y verduras 77
… Y de la alcachofa
Hace tanto tiempo que hay alcachofas en la región mediterránea que algunos autores la consideran tan autóctona como el
cardo borriquero, del que es parienta próxima. Parece, sin embargo, que la obtención de las variedades productivas, las técnicas
de cultivo y su utilización en la cocina son, como tantas otras cosas, una parte del legado árabe. Árabe es el origen de las pa-
labras que designan esta hortaliza en Italia, Francia y España, y árabe es la palabra “alcaucil” que significa cabecita y es como
se la conoce todavía en Andalucía y en una gran parte del Mediterráneo español.
Los españoles llevamos la alcachofa a América, pero no fue una de las hortalizas bien aceptadas, por lo que su cultivo
decreció y ni siquiera en la actualidad es cultivo preferente en ninguno de los países que forman el continente, aunque tiende
a crecer la producción sobre todo en Estados Unidos, México, Chile y Perú, que, aunque no es un país muy consumidor, las
exporta.
La alcachofa se empezó a cultivar en Francia en el siglo XVI, y según cuentan fue Catalina de Médici una gran consu-
midora. Al parecer, en su corte se puso de moda un plato denominado beatilles en el que a la alcachofa se le unían riñones,
mollejas de cordero y crestas de gallo, que tenía la propiedad según contaban las damas de la corte, en voz baja o cubriendo
su boca con el abanico, que su efecto predisponiendo a los placeres sexuales era superior al de cualquier elixir de amor.
Su valor nutricional, sus ventajas dietéticas y algunas propiedades, como su valor colagogo, colerético y diurético, hacen
que la alcachofa sea cada día más valorada por las diferentes cocinas. Es una hortaliza claramente mediterránea y, por este
orden, Italia, España y Egipto son los principales productores y exportadores.
El amor médico dice: “Oh, ensalada de tomates/ que coloradas mejillas/ dulces y a un tiempo picantes”. Lo que significa que
empezaban a ser aceptados.
Una disposición de la Corona española obligó a que todas las plantas traídas del Nuevo Mundo se difundiesen por los
nuevos territorios, y de esta forma el tomate llegó al norte de África, en donde tuvo una gran aceptación. También los españoles
lo hicimos llegar a Nápoles, en donde su cocción se impuso, con el nombre de salsa española, en la elaboración de guisos y
en los platos de pasta. Los revolucionarios franceses lo difundieron en variadas preparaciones, entusiasmados con su color
rojo, aunque la burguesía por el mismo motivo tardó en aceptarlo. En Estados Unidos tardó bastante más en implantarse,
porque fue hacia 1850 cuando el presidente Jefferson, que fue un gran defensor de esta hortaliza, declarase que todas las no-
ches lo cenaba crudo y unos años después Henry Heinz creó el kétchup, que enseguida se convirtió en su salsa nacional.
Tampoco fue sencilla la penetración del pimiento en los mercados europeos, aunque su aprecio fue inmediato a su co-
nocimiento, hasta el punto de que a la vuelta del primer viaje de Colón lo ofreció a los reyes junto con el maíz, el tomate y la
vainilla. Despertó interés según se desprende del comentario de Fernández de Oviedo, que aseguró que la gente no come sin
él y se encuentra muy sana. Describió el fruto como “unas vaynas huecas y coloradas de muy fino color tan grandes como un
dedo de lungo y grueso”. Su uso era muy amplio en variados platos, incluso según cuenta Bernal Díaz del Castillo en los cal-
deros que hacían para alimentarse con los prisioneros, porque de uno de ellos estuvo a punto de formar parte, concretamente
en Cholula, aunque tuvieron la suerte de que tropas que llegaron en su ayuda les salvaron, pero ya tenían preparadas grandes
ollas con sal, pimientos y tomates dispuestas para cocinarlos, como pudieron ver por los restos de brazos y piernas de otros
prisioneros menos afortunados.
Bartolomé de las Casas decía que “sin chile no creen que están comiendo”, y Francisco Cervantes de Salazar, un toledano,
catedrático en Salamanca y luego en la Universidad de México, aludió a su utilización como especia, “porque es caliente,
ayuda a la digestión y a la cámara, es apetitoso, de manera que los guisados y salsas se hacen con él y hay unos que queman
más que otros”. José Acosta dudó de su beneficiosa utilidad, porque aunque reconocía que comido con moderación ayuda al
estómago en la digestión, “si se consume en exceso quema al entrar y al salir y es perjudicial a la salud de los mozos y mayor-
mente al alma porque provoca sensualidad”.
Pedro Mártir de Anglería y Nicolás Monardes cantaron sus virtudes nutricionales y los efectos positivos que ellos creían
que tenía el pimiento para la salud, lo que, unido a la particularidad de su cualidad pungente, fue determinante en su difusión
especialmente para sazonar alimentos y para producir un importante cambio en la chacinería española, que a partir de en-
tonces empezó a utilizarlo en embutidos y hacer posible la aparición de los nuevos chorizos, que dejaron de ser pardos para
adquirir los tonos rojizos que los caracterizan.
Coincidió el uso del pimiento molido, del pimentón, con la salida de sefardíes y árabes que se asentaron en Constanti-
nopla, en donde el comercio de las especias tenía su principal sede. Los comerciantes de procedencia ibérica aportaron un
nuevo producto, lo que dio lugar a que al pimentón, difundido por todo el mundo por mercaderes genoveses y venecianos,
que también se concentraban en Constantinopla, se le conociese como “pimienta turca”.
Tardó un poco más en llegar a Hungría, en donde recibió el nombre de paprika, pero se implantó de tal forma que llegó
a ser creencia de una gran parte de la población mundial, incluso de parte de la húngara, que el pimiento es originario de
este país, a lo que ha contribuido el diseño de un logotipo que representa a un muñeco formado por pimientos con los colores
de su bandera. Hoy, el pimiento es más que una hortaliza, que un alimento, porque el pimentón es un condimento y a uno
y a otro se les han enumerado numerosas virtudes, como la de facilitar la digestión por su actividad en aumentar la producción
de saliva y de jugos gástricos, por su acción en el incremento del flujo sanguíneo, por su eficacia en el tratamiento de problemas
reumáticos, por ayudar a la limpieza del aparato respiratorio y porque su principio activo, la capsacina, ha probado su eficacia
frente a determinadas células cancerígenas.
Historia de la patata
La más antigua fuente escrita que habla de la patata se debe a Gonzalo Jiménez de Quesada que, cuando remontó el río
Magdalena en el poblado de Sorocotá, conoció un alimento que era de “buen sabor y regalo”. Era el año 1537 cuando se des-
cubrió que en la sabana de Bogotá, los autóctonos se alimentaban en base a un producto que llamaban “ionza” o “iomuy”, y
que posiblemente fueran dos distintos, aunque muy próximos, como lo son la patata y la batata, pero en cualquier caso, en
la norma que dicta el Cabildo de Santiago del Nuevo Extremo en 1546, entre las siembras que obligatoriamente habían de
hacerse estaban las papas. Años más tarde, en 1552, Francisco López de Gómara en su Historia general de las Indias cita que
“… la gente vive en el Collao por cientos de años y comen ciertas raíces similares a las trufas que ellos llaman papas…”
Después, la Crónica de Perú de Pedro Cieza de León, editada en Sevilla en 1553, resalta su importancia y dice que “queda
tan tierno por dentro como castaña cocida; no tiene cáscara ni cuesco más que lo que tiene la turma de tierra; porque también
Hortalizas y verduras 79
en las regiones de clima más frío, porque solo llegaban a la mesa en verano. En el área mediterránea el consumo era también
estacional y poco frecuente, aunque en este caso el factor limitante no era tanto la dificultad de producción como el escaso
aprecio que, con algunas excepciones, como los espárragos, tenían las hortalizas en general, porque se consumían casi siempre
como recurso, cuando no se disponía de otros alimentos considerados más nutritivos.
Los libros de cocina que se editaron en los siglos XVII, XVIII y XIX hacen escasa referencia a las diferentes hortalizas.
Martínez Montiño, Diego Granado, el marqués de Villena o Hernández de Maceras apenas las nombran. Juan de Altamiras,
que subtitula a su Nuevo arte de cocina con sacado de la escuela de la experiencia económica, dedica un poco más de espacio y
considera como dignas de formar parte de algunos platos a algunas hortalizas, pero en cualquier caso el capítulo titulado
“De todo género de yerbas” es mucho menos prolijo que los dedicados a otros alimentos. Un poco más atención les presta
Antonio Salsete, seudónimo que se supone de un eclesiástico navarro, en El cocinero religioso, sobre todo a las berenjenas,
pero tampoco se excede a pesar de que el libro está dedicado a la cocina modesta, por lo que no abundan los platos suntuosos
o festivos.
Cuando los hermanos Boutelou, jardineros del Botánico de Madrid, escribieron a principios del siglo XIX el Tratado
de la huerta tuvieron críticas muy variadas. Algunas por desviarse de su función de embellecer el paisaje y otras por dedicar
sus esfuerzos a tan secundaria materia. También obtuvieron algunas alabanzas, pero sobre todo lo que consiguieron fue con-
tribuir a que se difundiese una actividad que podía practicarse en el medio rural y en muchas de las zonas de las ciudades de
entonces, en las que abundaban los pequeños terrenos que podían dedicarse al cultivo hortícola, lo que podía solucionar si-
tuaciones deficitarias de alimentación en muchos lugares y así sucedió con frecuencia, como consecuencia de la difusión de
determinadas hortalizas que hasta entonces eran poco conocidas, porque aunque hacía tiempo que habían llegado a España
procedentes de América, hasta entonces el cultivo y el consumo de tomate, pimiento o patata no se había generalizado.
“Comer verdura y echar mala ventura” era un dicho bastante generalizado, extraído del libro Medicina española contenida
en proverbios de Juan Soropán de Rieros, ilustre médico español. Como además otros galenos y hombres de ciencia eran de
la misma opinión, se recurría a este refrán para contrarrestar los efectos que podía tener otro dicho castellano que asegura
que “la verdura siempre cura” que, aunque tampoco es verdad, la ciencia y la experiencia han demostrado que sí previene de
enfermedades, sobre todo de las ligadas al consumo excesivo de grasa y proteínas.
España se ha convertido en una potencia mundial en la producción de hortalizas, detrás de Estados Unidos y China,
que disponen de extensiones de cultivo muy superiores, pero superamos ampliamente a los demás países, por ello todos los
europeos, sin excepción, son importadores de nuestros productos, que además son perfectamente competitivos con otros
productores como Holanda en los productos obtenidos en invernaderos e Italia, que compagina producciones de invernadero
y bajo plástico. Nuestros productos tienen además la ventaja de la oportunidad, porque nuestras máximas producciones se
recolectan en invierno, cuando la competencia es más baja y cuando más necesidades hay de vitaminas en los países cen-
troeuropeos, en los que los inviernos muy fríos favorecen la difusión de catarros y epidemias gripales, que son muy conve-
nientes prevenir con vitaminas.
Las hortalizas españolas son el 28% de la producción final agrícola y el 17% de la agraria, con tendencia a aumentar
anualmente estas cifras. La exportación de hortalizas se incrementa interanualmente en cifras de alrededor del 11% en valor
y un 10% en volumen, totalizando casi 5.000 millones de euros y 4,6 millones de toneladas de producto. Las principales
hortalizas exportadas son tomate, pimiento y lechuga. Las perspectivas de crecimiento y de diversificación de productos son
muy buenas y respondidas eficazmente por la producción, que se adapta perfectamente a la demanda creciente.
L
a leche fue siempre en el mundo occidental sinónimo de salud, riqueza y fecundidad; por eso se representa al dios
Zeus alimentándose con leche de cabra, se asegura que Babilonia es la tierra prometida en la que fluyen ríos de leche
y miel e Hipócrates describe los grandes beneficios nutricionales y curativos de la leche, sola o mezclada con otros
alimentos. Pero, independientemente de leyendas y testimonios variados, es evidente que la leche fue siempre un alimento
fundamental, porque su consumo, en sus diferentes presentaciones, estuvo siempre muy generalizado. Es casi seguro que la
primera vez que se consumió leche no materna fue procedente de alguna cabra u oveja salvaje, a la que antes de sacrificarla
se la ordeñó. Este hecho pudo ser determinante del interés en domesticar especies, que proporcionaban diferentes elementos
necesarios, sobre todo en las economías de subsistencia, de las sociedades poco evolucionadas. Seguramente esto aconteció
en el Neolítico y es muy probable que fuese en alguna tribu nómada.
No se tiene seguridad del momento en que se procedió a domesticar ovejas y cabras. Ni siquiera hay unanimidad en
cuál fue la primera especie, pero todo hace suponer que fue en el Mediterráneo Oriental, hace alrededor de unos 9.000 años.
Consta que unos 2.000 años antes de Cristo se plasmó en documentos, encontrados en el noroeste de Anatolia, la importancia
que tenía el comercio de la leche. También hay pruebas de que los excedentes se dedicaban a la producción de quesos y leches
fermentadas, que alargaban las posibilidades de consumo, porque una característica importante de la leche es su facilidad de
conservación por sistemas primitivos, gracias a la posibilidad de cuajarla, desuerarla y por lo tanto concentrarla.
Tampoco hay unanimidad en el primer producto lácteo elaborado. Algunos piensan que fue el resultado de guardar la
leche en recipientes elaborados con los estómagos de animales lactantes, pero la verdad es que el producto obtenido tanto
pudo derivar en la producción del primer queso como del primer yogur o kéfir, o kumis, que difieren en la microbiología im-
perante en el ambiente, porque en el caso del yogur se produce una fermentación láctica y en caso del kéfir y kumis es láctico
alcohólica.
Pero también pudo ser, más o menos por la misma época, cuando se elaboraron los antecesores de los actuales mazun,
que se hace en Armenia, o del dahi indio, del masslo, que se hace en Irán o incluso el filmjolk sueco o el giooddon de Cerdeña,
porque de todos ellos hay literatura suficiente que los ensalza por sus propiedades nutricionales y curativas, como lo hace
Dioscórides con el dahi, empleado para combatir los males del hígado y los del pulmón, o los efectos positivos de todas estas
leches fermentadas como depurativas y beneficiosas para el buen funcionamiento del aparato digestivo que hacen muy dife-
rentes autores.
El yogur es la que más se conoce en el mundo occidental. Su origen está en Turquía y Bulgaria y su difusión se debe a
los descubrimientos de Ylia Metschnikoff, un sabio bastante irascible, que en alguna ocasión lanzó un tintero contra un in-
vestigador que no estaba de acuerdo con sus teorías, lo que no fue impedimento para que se le concediese el Premio Nobel
de Medicina, en 1908, y por lo tanto hacerse famoso. Proclamó las ventajas de este producto, debidas a la acción del Lacto-
bacilus bulgaricus, que en contacto con la leche hacía posible que la actividad de péptidos, aminoácidos, lípidos, lactosa y en-
zimas en el intestino se incrementase, aumentando la digestibilidad, debido a la modificación de la flora intestinal, que se
transforma inhibiendo la acción de microorganismos indeseables. Más tarde se descubrió que la acción bacteriana descom-
pone parte de la lactosa en galactosa y glucosa, lo que hace posible que en el caso de los alactásicos sea más fácil la digestión
del yogur, en comparación con la de la leche.
Los primeros yogures que estudió el investigador búlgaro se elaboraron con leche de oveja, que en la región de origen
sigue considerándose como el auténtico, pero nuevos descubrimientos han demostrado que en el elaborado con leche de
vaca se origina una mayor cantidad de acetaldehído, que contribuye a aumentar el sabor y el aroma del producto. Además
se han obtenido cepas que crecen mejor, y son más productivas, cultivadas en leche de vaca que si se siembran en leches de
oveja. Todo ello ha contribuido a la difusión internacional de este producto, que en algunos países tiene un consumo solo li-
geramente inferior al de la leche líquida, a lo que han colaborado las diferentes presentaciones, adicionado de sabores a frutas,
la elaboración de batidos, bebidas, helados y de postres variados e incluso la admisión legal, en este grupo, de los yogures
pasteurizados, a pesar de que se ha eliminado la flora bacteriana, pero tienen la particularidad de conservarse fuera de la
cadena del frío y por lo tanto facilitar su consumo.
Otro producto en expansión es el kéfir, que se obtiene con la colaboración de unas semillas gelatinosas que actúan como
agente fermentador, dando lugar a un líquido, que se bebe directamente, que tiene un muy moderado contenido alcohólico
y que además es efervescente. Precisamente en estas características se basa la difusión de su consumo en Occidente, aunque
sin alcanzar los niveles que tiene en los países del Cáucaso, en los que se considera imprescindible para evitar anemias y para
prevenir y curar gran parte de los trastornos gastrointestinales.
Cuenta la historia que Gengis Khan alimentaba a su ejército invencible con kumis, otra bebida similar, aunque en aquellos
tiempos se identificaba más con la cerveza por su contenido alcohólico. En la actualidad sigue siendo producto fundamental
en los sanatorios de los países pertenecientes a la antigua Rusia para combatir la tuberculosis o al menos para paliar sus efec-
tos.
Leche y productos lácteos 87
El futuro de estos productos y de sus derivados es muy prometedor porque su consideración como alimento funcional
o nutracéutico está cada vez más recomendada, porque es muy sencillo, añadiéndole fibra soluble, que se le pueda considerar
como un alimento simbiótico, por la conjunción de las funciones prebióticas y probióticas. Las investigaciones continúan y
los avances son considerables en el descubrimiento de las propiedades favorables.
La mantequilla y la nata
Posiblemente el transporte de la leche, o simplemente el reposo, contribuyó a la separación de la grasa y a la formación de la
nata, proporcionando un alimento distinto, que además es casi seguro que muy pronto se procedió a batirlo, dando lugar a
la mantequilla, que aparece cuando se produce la inversión de fases y la emulsión de grasa en agua se transforma en una
emulsión de agua en grasa, al ir concentrándose esta.
Su utilización en Mesopotamia está documentada desde hace unos 9.000 años y hay representaciones indias que de-
muestran que se utilizaba como ofrenda a los dioses, además de haberse encontrado documentos de la medicina ayurvédica
que recomiendan su uso en los casos de desnutrición y en algunos trastornos digestivos. Hay muchas referencias, aunque
posteriores, de su uso por los pobladores de los territorios que hoy se corresponden con el norte de Rusia, con las tribus de
los países nórdicos y con los celtas. En la Edad Media ya se hizo una clasificación muy interesante de las diferentes cocinas
por la utilización de la grasa. Se hicieron tres grupos en los que predominaba la láctea, la procedente del vacuno o del cerdo
y la de origen vegetal, que era exclusivamente aceite de oliva. Aunque las cosas han cambiado, limitándose mucho el uso en
la cocina de las grasas obtenidas directamente de las canales, la mantequilla, en gran parte, ha sido sustituida por margarinas
y la del aceite de oliva complementada con grasas procedentes de semillas de diferentes vegetales, la realidad es que la base
de la cocina francesa es la mantequilla, en tanto que en los países ribereños del Mediterráneo el aceite de oliva ha sido y sigue
siendo la grasa preferida.
El consumo está muy influido por esta circunstancia. En España apenas se utiliza la mantequilla para cocinar y su uso
untada en pan o como ingrediente repostero es muy limitado; apenas consumimos unos 300 gramos por habitante y año,
mientras que en Francia se consumen unos 8 kilos. En este país hay diferentes formas de elaborar la mantequilla, lo que hace
que aparezcan sabores diferentes y que, además, puedan encontrarse diversas texturas y consistencias, según las proporciones
de grasas libres, grasas cristalizadas y glomérulos, que condicionan el uso al que se les destina. Por otra parte, cualquiera de
ellas puede someterse a un proceso de fermentación, en el que la formación de diacetilo condiciona la intensidad de sabor.
En India y en bastantes países de su área geográfica se elabora a partir de la mantequilla un producto llamado ghee, que
en esencia es exclusivamente la parte grasa de la leche, una vez eliminada el agua por evaporación y los sólidos lácteos por
decantación, subsiguiente a un proceso de calentamiento continuado y una clarificación final. Es la principal grasa utilizada
en la cocina aunque, de la misma forma que está ocurriendo en el mundo occidental, cada vez va siendo sustituida en mayor
proporción por margarinas, elaboradas sobre todo a partir de grasas vegetales hidrogenadas.
El consumo de nata, en cambio, tiende a incrementarse tanto en repostería como en la cocina, para lo que se elaboran
diferentes presentaciones con variados contenidos grasos y distintas texturas, que dan como resultado su comercialización
en forma líquida, más o menos viscosa e incluso con aire inyectado, y cuando esto sucede se la conoce como nata montada.
La denominada “mantequilla de Soria”, que tiene denominación de origen, es en realidad una nata sometida a un batido es-
pecial, a la que se le adiciona azúcar, estabilizantes y a veces colorantes que hacen que sea un producto artesano, muy agradable
y característico.
La leche en polvo
Es un producto mucho más moderno que los anteriores, que tiene su origen cuando a principios del siglo XIX se hizo pasar
la leche en una capa muy fina entre unos cilindros calentados, que hacían casi inmediata la evaporación del agua, quedando
una película de sustancia sólida, que posteriormente se procedía a moler, obteniendo de esa forma la primera leche en polvo,
que posteriormente se reconstituía añadiéndola agua. El proceso, denominado Hattmaker o roller, llevaba aparejado una im-
portante caramelización de la lactosa y la aparición de un color pardo, que daban al producto un aspecto un tanto achoco-
latado o malteado. Poco a poco el proceso se fue perfeccionando y más tarde sustituido por unas torres en las que corrientes
de aire caliente deshidratan, casi instantáneamente, las pequeñas gotas de leche inyectadas en forma de espray.
En la década de los setenta del siglo pasado se produjeron en la Unión Europea, que entonces se conocía como Mercado
Común, importantes excedentes de leche que era necesario conservar, para lo que se procedía a convertirla en mantequilla y
leche en polvo, lo que hizo decir a un comisario que la medida había dado lugar a la formación de “lagos de mantequilla y de
montañas de leche en polvo”. En esos momentos fue necesario transformar al primer producto en su propio sucedáneo, es
88 Alimentos con historia
decir en margarina, y dedicar una importante parte de polvo a la alimentación animal, al mismo precio por kilo (para lo que
se necesitaban unos diez litros para fabricarlo) que el que se pagaba por cada litro utilizado. Para evitar competencias con el
mercado normal se procedía a desnaturalizar el producto, añadiendo alfalfa deshidratada y molida, que no afectaba a su con-
sumo por los animales, pero daba un aspecto poco agradable para el consumo humano si se intentaba reconstituir. El problema
no era muy grave si se utilizaba para la fabricación de alimentos como chocolate o galletas, porque entonces era difícil apreciar
las partículas de alfalfa, sobre todo si se procedía a centrifugarla previamente. Fue necesario adicionar además unas dosis de
fenoftaleína para que, si se añadían unas gotas de un álcali, se tiñese el producto de un color rojo, con lo que se detectaba el
fraude, que tuvo una cierta importancia.
La utilización de leche en polvo en la elaboración de productos transformados, como pastelería industrial, postres e in-
cluso helados, es muy frecuente en el mundo desarrollado, en tanto que la reconstitución y consumo como leche líquida es
habitual en países deficitarios, casi siempre en fase de desarrollo, en donde además es un eficaz remedio contra el hambre y
la malnutrición, porque se puede proporcionar enriquecida con determinadas vitaminas o minerales en los que la población
pueda ser deficitaria. En estos casos es fundamental vigilar la calidad sanitaria del agua de reconstitución, porque en caso de
estar contaminada, la leche resultante de la hidratación es un magnífico medio de cultivo de las colonias de microorganismos
que, aunque no muestran patogenia cuando la concentración no es muy alta, pueden causar graves problemas sanitarios si
se concentran excesivamente. En la ayuda alimentaria se han producido importantes problemas de disentería al emplear agua
contaminada y dejar que pasase un cierto tiempo entre la reconstitución y el consumo.
Excepcionalmente se consume leche reconstituida en determinadas áreas de países desarrollados, tal como sucede en
Canarias, en donde al problema de la insularidad se une el hecho de que el censo de ganado vacuno es muy bajo. En estos
casos se procede a reconstituir la leche en plantas especializadas, similares a centrales lecheras, y a elaborar en muchos casos
leches dietéticas, lo que se consigue, por ejemplo, sustituyendo la grasa láctea por aceite de oliva.
Leche y productos lácteos 89
En 1966 se publica el Reglamento de Centrales Lecheras, en el que se establecen unas concesiones por capitales de pro-
vincias, al mismo tiempo que se da un plazo para eliminar las explotaciones ganaderas de los núcleos urbanos. La leche pas-
teurizada empieza a ser el producto básico de las nuevas industrias. En poco tiempo evolucionan los envases, pasando de las
botellas de vidrio a la utilización de los primeros prismas de cartón. La leche pasteurizada se impuso, disminuyó la incidencia
de zoonosis transmisibles y paralelamente se produjo la introducción de otras técnicas como la homogeneización de la grasa,
lo que transformó la imagen del producto que dejó de hacer nata, pero el contenido graso era similar al de la leche que se
había consumido hasta entonces, aunque al separarse en una capa superior fuese más evidente.
El problema es que la duración de la leche pasteurizada es limitado, lo que fue determinante para que las centrales
lecheras pronto optaran preferentemente por la elaboración de leches esterilizadas de larga duración y más tarde por un pro-
ceso intermedio de calentamiento, conocido como Ultra High Temperature (UHT) o uperización que ha sido el que defini-
tivamente se ha impuesto en el mercado de la leche líquida, reduciendo a cifras marginales otros tratamientos, como los
utilizados para la elaboración de leche concentrada, evaporada, condensada o en polvo con destino a la alimentación directa.
La diversificación de la leche adicionándola de nutrientes o de sabores es notable, pero el consumo está muy estabilizado
en todo el mundo. Lo mismo sucede en España en lo que respecta a las cifras totales consumidas por habitante y año, pero
tiende a incrementarse el consumo de leche semidesnatada, que es el más alto de todos los tipos que hay en el mercado, algo
menos el de desnatada, crece el de leches enriquecidas y disminuye el de leche entera. Casi la totalidad de la leche se somete
a procesos de esterilización, en tanto que la leche pasteurizada no llega a ser ni siquiera del tres por ciento del total. La mala
política que han seguido las industrias lácteas, inclinándose por la producción de leche estéril, nos deja bastante indefensos
frente a las importaciones, que ya están aumentando desde la desaparición de las cuotas lácteas, porque aunque se nos ha
quitado el tope de producción, tenemos que sufrir, y por otra parte aprovecharnos, de la competencia de la leche procedente
de otros países.
La producción de queso
Cuajar la leche fue una práctica temprana de la civilización todavía incipiente, que seguramente se produjo de forma más o
menos simultánea en diversas regiones del planeta. Muy pronto se observó que los nutrientes se acumulaban en la parte
sólida, dando lugar a lo que más tarde se llamó “tajadas de leche”, a las que se alude en la literatura clásica española como si-
nónimo de queso y con referencia a la carne de la que, no obstante, se consideraban solo un sucedáneo.
Pero, aunque el hecho de cuajar la leche fue generalizado en las diferentes regiones, la frecuencia con la que se hacía
estuvo desde el principio influida por la existencia de ganado, que a su vez la condicionaba la abundancia de pastos. Nunca
fue Iberia especialmente rica en censo ganadero y, además, las especies lecheras que siempre dominaron fueron la ovina y la
caprina, que tradicionalmente no se caracterizaron por la abundancia de sus producciones. Por estas razones no tuvo el
queso la importancia en nuestros ancestros alimentarios que tuvo en otros países centroeuropeos, en los que la tradición y
la diversidad productora pronto fueron notables.
Tradicionalmente, hasta hace unos cincuenta años, hemos sido poco productores. Los quesos de vaca se producían casi
exclusivamente en la Cornisa Cantábrica, los de oveja con demasiada frecuencia imitaban al manchego y a sus tipos, que era
el que se producía en las dos Castillas, y los de cabra eran, casi en su totalidad, de producción artesana estacional. Muchas
veces eran el recurso utilizado para conservar la leche y pocas veces se cuidaban suficientemente las producciones. Una ex-
cepción fue Canarias, en donde los quesos de cabra y a veces de oveja eran cuidados de una manera especial y muy bien va-
lorados, pero incluso en la Cornisa Cantábrica, en donde la leche era abundante, fueron considerados un producto de recurso,
hasta la relativamente reciente apreciación de algunas de las variedades de quesos gallegos, asturianos, cántabros, vascos y
navarros.
La industria moderna era ajena a la producción de queso y cuando alguna lo hacía era mezclando leches, imitando al
manchego o elaborando los llamados “tipos de merienda”, que a imitación de algunos quesos holandeses tenían forma de
barra, como el Gouda, o de bola, como el Edam.
Con el desarrollo económico del último tercio del siglo pasado empezaron a llegar quesos importados y a apreciarse la
posibilidad de poner en el mercado quesos propios. Al final de la década de los sesenta se editó el primer Catálogo de Quesos
Españoles, rescatando algunos que prácticamente habían desaparecido. Se describió por primera vez la torta del Casar, que
hasta entonces era un queso considerado “averiado”, y así se le denominaba, por la dificultad de comercializarlo. Aunque es
cierto que ya por entonces era apreciado por los pastores y los ganaderos extremeños, solamente aparecía, sin saber bien por
qué, en las primaveras muy lluviosas y en cantidades limitadas. Posteriormente, el proceso tecnológico y los conocimientos
bacteriológicos hicieron que hoy la producción de quesos proteolizados sea práctica corriente y que a las tortas del Casar y
de la Serena le hayan salido competidores.
Leche y productos lácteos 91
con hierbas aromáticas, en presentaciones muy variadas y con una calidad cada vez mayor. Están apareciendo otros nuevos
e incluso los hay que se consideran clásicos y sin embargo son recientes, como sucede con el “cendrat” catalán o el queso de
cabra de Murcia al vino. Otro fenómeno que se está produciendo es la recuperación de quesos que durante un tiempo se de-
jaron de elaborar, como el del Tronchón, y de otros que solo se conocían localmente, como la ya mencionada torta del Casar,
que aunque se han convertido en clásicos son relativamente recientes.
DANONE
BARCELONA. Zsolt. [1950]. Papel litografiado sobre cartón. 48 x 33 cm.
94 Alimentos con historia
TARTA ROLL
Vila. [1968]. Papel offset. 49,3 x 34,7 cm.
96 Alimentos con historia
S
egún un estudio de la Universidad de Brock, en Canadá, la temperatura de los alimentos afecta a la intensidad y a
los matices del sabor. Es evidente que también afecta al aroma y por supuesto a la textura e incluso al color; en re-
sumen, afecta a todos los aspectos sensoriales. Por estos motivos, aunque en principio lo que se buscaba en el helado
era su particularidad refrescante, la historia de este alimento está muy ligada a todas las propiedades organolépticas del pro-
ducto, lo que ha hecho posible siempre que en los avances en su conocimiento, aunque algunas veces poco conscientemente,
se hayan tenido en cuenta estos factores. Específicamente: la intensidad y duración del sabor de los alimentos astringentes
se intensifica con la temperatura; en los amargos, el frío aumenta su amargor y disminuye la duración de la sensación; en los
agrios, la intensidad aumenta con la temperatura así como la duración y, por el contrario, la intensidad del sabor de los ali-
mentos dulces no se modifica con la temperatura, aunque el frío retrasa el tiempo para alcanzar la percepción máxima de
sabor.
la principal utilización. Aunque su uso decayó durante algunos siglos, con el Renacimiento se recuperó su uso con fines te-
rapéuticos y se perfeccionó la forma de emplearla, como se expone en la obra de un médico valenciano llamado Francisco
Franco titulada Tratado de la nieve y del uso della, publicada en 1569. Dos años más tarde, Monardes publicó el Libro que
trata de la Nieve y sus propiedades; y del modo que se ha de tener en el bever enfriado con ella; y de los otros modos que ay de
enfriar. El principal uso de la nieve, así conservada, fue para la sintomatología febril de las entonces frecuentes epidemias de
cólera, para combatir las congestiones cerebrales ocasionadas por meningitis, detener hemorragias, como antiinflamatorio
en traumatismos y como lenitivo de los dolores.
Hay referencias, un poco posteriores, de que llegaban a Valencia unos dos millones de kilos de nieve al año y de que
desde Alicante se embarcaba nieve con destino a Ibiza y a algunas ciudades del norte de África, en las que la vida refinada
en los veranos calurosos demandaba alimentos refrescantes. Por otra parte, la existencia de albuferas y humedales en cuyos
alrededores los mosquitos propagaban enfermedades, en cuya terapia se recomendaba con éxito la utilización del frío para
combatir la sintomatología y sobre todo las fiebres, hizo que el consumo fuese importante en el reino valenciano, como co-
rrespondía a su nivel de desarrollo económico y cultural.
El helado, ya bastante parecido al que hoy conocemos, se extendió de sur a norte y al comenzar el siglo XVI, los helados
hechos en el sur de España y el Algarve llegaron hasta la India llevados por los portugueses y desde Sicilia a Florencia,
Génova, Venecia, Milán, París y a todas las cortes europeas. Especial importancia tuvieron las nuevas técnicas desarrolladas
en Nápoles en donde el virrey, un español llamado Esteban Carrillo Salcedo, escribió: “Parece que todos nacen con la inte-
ligencia y el instinto de elaborar excelentes sorbetes”. Tanto le gustaban que se hizo famoso porque exigía que estuviesen
siempre presentes en su mesa.
Hay una referencia, muchas veces mencionada por diferentes autores, que atribuye la elaboración de helados al encargo
que hizo en Florencia Cósimo I, de la familia de los Médici, a distintos elaboradores para que creasen un postre especial.
Fue un agricultor llamado Ruggeri, que elaboró su preparación con jugo de fruta dulce y hielo, el que ganó el premio esta-
blecido. En vista del éxito se difundió la costumbre de concurrir a los premios con elaboraciones frías y fue un tal Bernardo,
conocido como Buontalenti, sin que se sepa muy bien si este era su apodo o su apellido, especializado hasta entonces en la
fabricación de fuegos artificiales, el que consiguió los mejores helados que elaboraba con una crema para la que utilizó lo que
entonces se tenía como una especia, que era azúcar procedente de América, adonde unos años antes la habían llevado los es-
pañoles. El éxito de estos helados se popularizó cuando en una recepción que el gran duque celebró en 1565, en honor de
Felipe II, rey de España, Nápoles y Sicilia, a la que asistieron importantes personalidades, los comentarios orales y escritos
enviados por los embajadores a sus respectivos reyes alabaron el sorprendente y excelente postre que había entusiasmado al
frugal y todopoderoso rey español.
El impulso francés
Catalina de Médici fue una noble italiana que se casó con Enrique II, hijo de Francisco I de Francia. Fue madre de tres reyes:
Francisco II, Carlos IX y Enrique III, y durante estos reinados tuvo funciones políticas diferentes porque, aunque en esos
años el país estuvo en guerras civiles y, sobre todo, religiosas constantes, siempre tuvo muy presentes sus funciones como
reina, en lo que se refiere a mantener y mejorar el prestigio protocolario que ya había alcanzado Francia. Llevó de Italia co-
cineros, pasteleros, expertos en vinos y servidores de la mesa, y aprovechando sus conocimientos celebró infinitas fiestas y
banquetes, porque consideró que eran el escaparate que mostraba al mundo su poder y el de la monarquía francesa.
Consiguió con estas prácticas hacer que la cocina francesa fuese el modelo que ha perdurado a través de los siglos y,
entre otras cosas, introducir el helado en las mesas que tenían vocación de ser importantes. Las demás monarquías intentaron
conseguir las deliciosas recetas. Catalina las guardó celosamente, pero los encargados de las cocinas de los reyes fueron in-
vestigando, hasta llegar a imitaciones suficientemente buenas. A pesar de lo anterior se dice que el éxito culinario total, en lo
que se refiere a los helados, no se consiguió hasta que una nieta de Catalina se casó con un príncipe inglés y como regalo es-
pecial llevó a su nueva patria la fórmula original.
Pasaron casi cien años en los que el helado, casi siempre acompañado del apellido “italiano”, fue conquistando mesas de
monarcas y de nobles, e incluso se asomó a las de la burguesía más importante, pero su elaboración y consumo seguían
siendo minoritarios.
Francesco Procopio Cutó fue un pescador y agricultor siciliano que durante su niñez había elaborado helados con zumos
de fruta y nieve, y como esta actividad le gustaba más que la siembra, la recolección de cereales y que las capturas pesqueras,
empezó a fabricar helados en Palermo con la ayuda de su abuelo, que inventó un artilugio que facilitaba la elaboración.
Cuando el aparato estuvo perfeccionado, en 1674, se fue a París, en donde se estableció en el llamado “Café Procope”, una
vez afrancesado su nombre y cambiado su apellido Cutó por el de Coltelli, que suena más italiano, quizás por añoranza de
Helados 99
Difusión mundial
La primera referencia que hay de la elaboración de helados en América es la que se refiere a la señora Barbara Jansen, esposa
del gobernador de Maryland, cuando en 1774 todavía era territorio de dominación inglesa. La dama tenía afición a celebrar
fiestas en su residencia y en los meses estivales servía helados a los invitados, aconsejada y ayudada por un cocinero italiano
que había vivido en París, capital por aquel entonces de la gastronomía mundial e importante centro de difusión culinaria,
porque los éxitos se trasladaban casi inmediatamente a las principales ciudades europeas y a Norteamérica. En concreto el
helado irrumpió con rapidez en la sociedad americana, por su buena imagen y quizás ayudados por el presidente George
Washington, que se los hacía servir en su residencia de Mount Vernon. Poco a poco, en algunas casas privilegiadas primero
y en establecimientos especializados después, el helado se fue “democratizando” y diversos establecimientos lo empezaron a
vender al gran público, aunque continuó siendo estacional, porque solo se fabricaban y vendían durante el verano. Recién
iniciado el siglo XIX se inauguró una gran heladería en Filadelfia, que se hizo famosa como “Ice Cream House”, que tuvo la
osadía de venderlos también en los crudos inviernos. A pesar de los malos augurios iniciales consiguió, con esfuerzo y per-
severancia, que el producto se vendiese durante todo el año.
Algunas veces por la transformación de las antiguas botillerías, y otras por la nueva creación de negocios en las grandes
ciudades, aparecieron establecimientos en los que se podían adquirir helados, horchata y algunas bebidas heladas de diversa
composición a las que se denominó granizadas y, como el verano es duro y los refrescos apetecibles, en los cafés se puso de
moda la leche merengada, un antecedente de la moderna heladería que consiste en una mezcla de leche, clara de huevo, azúcar
y canela, que al enfriarse adquiere una textura que recuerda a la nieve, a la que Pérez Galdós se refiere como refresco favorito
de algunos protagonistas de Fortunata y Jacinta y todo hace suponer que el autor se escondía tras ellos para ensalzar las ma-
ravillas del invento.
Helados 101
Hasta finales del siglo XIX, los helados se vendían exclusivamente en establecimientos especializados, que fueron primero
cafés, más tarde restaurantes y después heladerías, pero siempre era necesario, para consumirlos, ir hasta los locales en los
que los helados se fabricaban. Pero por entonces, según unos en Londres, otros creen que en Estados Unidos y bastantes
que en Hungría, a alguien se le ocurrió hacer un cono hueco de barquillo en el que se podían colocar porciones de helado,
pero aunque su creador sea desconocido, el primero en registrar el “barquillo” o “cono gelato” fue el italiano Italo Marchionni,
en 1903. Tardó un poco en tener éxito, pero hay referencias de que en la Feria Internacional de San Luis, en Missouri, cele-
brada en 1904, entre un heladero americano llamado Arnold Fornachou y un panadero sirio, que hacía una especie de obleas,
llamado Ernest Hamwi decidieron que, colocando el helado entre dos piezas de las que hacía el panadero, se podía seguir
visitando la exposición mientras se degustaba un helado y, como la imagen resultaba glamurosa, las damas primero y los ca-
balleros después decidieron pasear y seguir observando las novedades mostradas en la exposición mientras la lengua acariciaba
el helado y se combatía el calor.
El cono se convirtió en el recipiente ideal para comercializar el helado y en un importante distintivo de los heladeros ar-
tesanos. La industria no estaba dispuesta a estar excluida del invento, pero para ello era obligado que cucurucho y helado
fueran un solo producto, almacenable en congeladores, en los que se mantuviesen sin que se perdieran sus propiedades. No
fue hasta 1928 cuando un fabricante de Texas consiguió un cono en el que se acoplaba el helado con estas características, sin
que se ablandase, y para comercializarlo creó una compañía que se fue haciendo importante, tanto que mereció la suficiente
atención de Nestlé como para comprarla en 1991 y competir así con Unilever, que ya había adquirido una pequeña fábrica
napolitana, llamada Spica, que había registrado la marca Cornetto en 1960.
para colocarse en las rutas comerciales, casi siempre fuera de las ciudades y poder ofrecer un refrescante producto a los co-
merciantes que seguían las prolongadas rutas. Es muy posible que su elaboración fuera tan simple como la de verter sobre
nieve o hielo un zumo, más o menos dulce y más o menos concentrado, que una vez compactado se ofrecía al consumidor,
pero este sistema de ventas decayó y no he encontrado ninguna referencia de su existencia hasta principios del siglo pasado,
cuando se empezaron a comercializar las barras de hielo y el heladero, raspando en la barra, conseguía apelmazar una porción
que iba introduciendo en un molde en el que previamente había colocado una varilla de madera. Había conseguido fabricar
un “polo”, sobre el que vertía un sirope muy coloreado de fresa, naranja, limón o menta, que el hielo absorbía y a un precio
muy bajo te servían el helado.
Todavía en los años cincuenta del siglo pasado en la provincia de Madrid, en las fiestas de los pueblos pude disfrutar de
este producto y treinta años más tarde, sin ninguna innovación, pude volver a comprar uno de naranja en un pueblo del in-
terior de México, aunque no demasiado alejado de la capital. Es una reminiscencia de carácter local, pero todavía en Roma
se puede encontrar un interesante helado llamado grattacheca, que consiste en hielo triturado sobre el que se vierte sirope.
Los hay de varios gustos y entre ellos son muy recomendables los de amarena, que es una cereza salvaje, ligeramente amarga,
pero también están muy buenos los de menta o de tamarindo.
Los propietarios de la incipiente industria heladera, casi siempre italianos, enseguida intuyeron las ventajas, acercando
la mercancía al comprador mediante el uso de carritos para vender sus productos de forma ambulante en los parques, calles
y plazas. Las mujeres elaboraban los helados en los obradores y los maridos se encargaban de transportarlos y venderlos en
los puntos más transitados de las ciudades y de los pueblos. Al principio se vendían en conchas o en vasos, pero con el tiempo
aparecieron las obleas de barquillo, de distintas formas y tamaños. Aquellos primeros carritos, de tracción humana o animal,
se extendieron por todo el mundo y con el desarrollo de la industria del hielo y de la del automóvil, los vehículos a tracción
se motorizaron y se convirtieron en un componente, habitual y universal, de los veranos en los países cálidos y también en
algunos más frescos, como en Inglaterra, en donde se popularizaron los llamados “hokey pokey”, en alusión a la repetición de
la propina que servía el heladero italiano, que lo era casi siempre, diciendo “eccone un poco”. Hoy casi han desaparecido por la
competencia de las grandes marcas y por disposiciones municipales, que regulan excesivamente este comercio, impidiendo
la ubicación de los carritos en las proximidades de establecimientos abiertos al público.
Se abrieron las primeras heladerías industriales, en las que los recipientes metálicos, en los que se ponía la mezcla que
se elegía, se enfriaban por compresión de gases. A los recipientes, colocados en posición vertical, se les hacía girar mediante
un motor. Pronto empezaron a diversificarse los ingredientes y a obtener nuevos sabores. Contribuyeron a la difusión del
helado los italianos, que abrieron muchos locales en los que despachaban conos y desde los que, ayudados por carritos de
unos tres o cuatro depósitos, les permitían diversificar oferta, casi siempre con las especialidades de helados de mantecado,
nata y chocolate. Circulaban las calles de las ciudades, primero europeas y luego también americanas, y era frecuente que la
demanda de helados fuese suficiente para que estuviesen parados hasta una hora en el mismo punto. En España, los alumnos
más aplicados fueron levantinos y especialmente los de la provincia de Alicante, casi siempre originalmente turroneros, que
encontraron una mercancía muy fácilmente vendible en los meses estivales.
A mitad del siglo XIX empieza la verdadera historia del helado actual, cuando un ganadero que tenía dificultades para
vender la leche, que es considerada como la materia prima fundamental para la fabricación de helados industriales, invirtió en
el negocio. Su idea, que plasmó “a lo grande” creando una moderna industria muy mecanizada y capaz de abastecer, con la opor-
tuna red de comercialización, mercados lejanos, tuvo tanto éxito que pronto fue imitada por nuevos emprendedores. A partir
de ese momento se suceden las innovaciones a ritmo trepidante, porque se adivinó que un producto tan demandado iba a ser
una considerable fuente de riqueza. Polo, cucurucho de barquillo, barra de helado, ice cream soda, copa sundae, significadora de
fiesta, propiciaron grandes avances comerciales. Principalmente fueron italianos, americanos o italoamericanos los que creyeron
en el negocio, e hicieron que el helado se convirtiese en el producto de consumo frecuente y en un sector económico pujante.
la leche en polvo, el suero, el azúcar y en su caso la glucosa. Con estas materias primas, que se añaden a la temperatura am-
biente, se comienza la fabricación, posteriormente comienza el calentamiento, a unos 50-60 ºC para adicionar la grasa y fi-
nalmente el resto de los ingredientes. Cuando la pasta es homogénea se procede a la pasteurización o, si lo que se pretende
es la eliminación total de gérmenes, a la esterilización. A continuación se homogeniza la pasta para obtener un glóbulo graso
de tamaño uniforme en la emulsión, se incorpora aire, se procede al enfriado para conseguir la cristalización de las grasas y
después a la maduración, que va a posibilitar que el batido sea perfecto y conseguir que el helado tenga una fusión uniforme
al sufrir los efectos de la temperatura ambiente.
Con el curioso nombre de overrun se conoce al proceso de incorporación de aire en el helado. El aire no es un ingrediente,
pero es un componente importantísimo en la calidad del producto final, porque juega un papel fundamental en la textura,
sobre todo en la dureza, la suavidad y el derretido. Dependiendo de la composición del helado (materias primas, tipo de
grasa y estabilidad de la emulsión), de la temperatura y del proceso de batido, la cantidad de aire que admite un helado es
variable, pudiendo llegar a aumentar el volumen hasta un 120%, con la particularidad de que el aire afina la suavidad del
producto y si se consigue que las burbujas sean muy pequeñas, la calidad mejora. En estas circunstancias los fabricantes han
encontrado la fórmula de aumentar el volumen y los consumidores están contentos, porque se aprecia mejor la calidad final
del producto, porque si la cantidad de aire incorporado es baja, la textura del producto es dura y su suavidad escasa. Tras la
incorporación del aire se vuelve a batir la mezcla y se procede a la congelación, que va a hacer que se pase de un estado líquido
a semisólido, lo que se debe hacer con una bajada drástica de la temperatura, para que los cristales de hielo sean lo más pe-
queños posible. A la salida del congelador se procede al envasado y mediante la conservación en cámaras de muy baja tem-
peratura se produce al endurecimiento, lo que se consigue a temperaturas próximas a -40 ºC.
Datos del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente informan de que en 2015 los españoles consu-
mieron un total de 126,3 millones de kilogramos de helado. Cifra un 1,69% superior a la de 2014 y, aunque las previsiones
siempre son arriesgadas, la tendencia es a crecer porque según Jiménez Soler, miembro de la Academia de Neurociencia y
Educación, los helados producen sensaciones placenteras, lo que potencia la demanda, porque las fórmulas casi mágicas de
modernos ingredientes proporcionan un “efecto opiáceo que genera, a su vez, un estado de bienestar llegando a reducir el
estrés y la ansiedad”. De hecho, uno de los datos que más destaca un informe de Frigo es que el 71,8% de los españoles afirma
que “comer un helado es concederse a sí mismo un momento de respiro”. Por otra parte, el factor sociológico es determinante
porque su origen está asociado a la bonanza económica, colocándose como un producto elitista y, quizá por eso, la diversidad
y la creatividad son cada vez más importantes. Un fabricante italiano asegura que la palabra clave es calidad, pero que junto
a ella debe estar el concepto de fantasía sin límites.
La fantasía no falta. Y nos sorprende, por su composición con helados variados como los de fabada, los de foie o los de
sardinas en aceite, por la forma de hacerlos atrayentes, como la de un inglés que ha hecho que la reacción química que hace
que algunas medusas sean luminosas pueda reproducirse en los helados y que su luz sea una poderosa imagen de bienestar,
sobre todo si la publicidad presenta al helado disfrutado en una noche cálida, en un chill out situado entre palmeras. Tampoco
les falta fantasía a los grandes cocineros españoles. Como ejemplo merece citarse el postre que baila, de El Celler de Can Roca,
que es un helado de masa madre, con textura de flan, que se sirve sobre una masa de pan en plena fermentación.
PRONTA
[1920]. Chapa lisa. 29 x 34 cm.
Carne de vacuno
ENERGIL
BARCELONA. C.A. [1929]. Papel cuché litografiado sobre cartón. 42 x 31,5 cm.
108 Alimentos con historia
S
eguramente fue por intuición, pero todo parece indicar que, desde los tiempos más primitivos, cuando había carne
siempre se prefería a cualquier otro alimento. La ciencia nos ha demostrado luego que el valor nutricional de este
producto es muy alto, que sus proteínas tienen un gran valor biológico, lo que significa que se aprovechan mejor y
que aportan aminoácidos que no se encuentran fácilmente en otros alimentos. También es muy posible que pronto se ob-
servase que la carne es lo más parecido a los tejidos que forman el cuerpo humano, y enseguida se produjo un convencimiento
general de que de lo que se come se cría, aunque fuese bastante después cuando este pensamiento tomó cuerpo como afo-
rismo.
Salvo casos como los anteriormente relatados, el consumo de carne de vacuno fue muy escaso e incluso llegó a estar pe-
nado, y a este respecto, ya en la Roma republicana, se produjo una famosa sentencia del Senado por la que se castigaba se-
veramente a un ciudadano por haber sacrificado un buey de labranza con la intención de guisar su carne. Aunque en la época
imperial hubo mayor tolerancia, la costumbre de comer carne fue muy criticada y atribuida, en exclusiva, a algunos bárbaros
del norte como los galos que, según relata Posidonio en sus Historias, más que comer devoraban grandes trozos de carne, y
además practicaban algunas costumbres extrañas, como tirar por su espalda los huesos roídos o pelearse por los mejores
trozos para demostrar la supremacía, mientras los bardos amenizaban la velada.
En casi ninguna de las civilizaciones primitivas fue abundante la carne de vacuno, lo que seguramente influyó en que en
algunas fuese muy apreciada y reservada para el consumo de las clases sociales más altas, de los soldados o de los atletas,
pero poco a poco se fue comprobando que sus efectos nutricionales, cuando se comía con mesura, eran favorables para la
salud, lo que se refleja en el relato de Heródoto que nos cuenta que el rey Cambises decidió ampliar los límites de Persia,
por lo que dedicó su actividad a la conquista de nuevos territorios. Cuando llegó a lo que actualmente es Etiopía, le preguntó
el depuesto rey local cuáles eran los alimentos habituales de los persas y hasta qué edad vivían. Cambises le contestó que co-
mían sobre todo pan y vino, y que algunos llegaban a cumplir ochenta años. Devolvió la pregunta al etíope, que le contestó:
“Nosotros comemos carne y bebemos leche y son muchos los etíopes que llegan a cumplir ciento veinte años”. No se sabe
muy bien si Heródoto exageró, si el etíope mintió o si, además de la alimentación, había algunos otros factores que fueron
Carne de vacuno 111
determinantes en su longevidad, pero lo que sí está claro es que los valores positivos de la carne en el organismo fueron va-
lorados, y descritos, hace muchos años.
Centrándonos en Hispania, no hay documentos que hagan referencia al consumo de carne de vacuno, en cambio hay
testimonios que aseguran que era frecuente el consumo de carne de cerdo. Algunos autores cuentan que la carne más con-
sumida era de ganado lanar y cabrío, opinión sustentada por Estrabón, que dijo que los habitantes de las montañas del centro
de Iberia “comen principalmente carne de cabrón”. Según fue pasando el tiempo, la carne de vacuno mejoró en su apreciación,
hasta el punto de que en la España medieval se hizo relativamente frecuente el consumo de carnes de vacuno en celebraciones
rituales del tipo del “toro nupcial”, del que existe iconografía desde el siglo XIII, que puede apreciarse por ejemplo en Las
Cantigas de Santa María, de Alfonso X “el Sabio”, y en algunos otros festejos a los que hacen referencia diversos autores como
Ángel Álvarez de Miranda, Julio Caro Baroja o Manuel Delgado Ruiz, que opinan que lo que se buscaba fundamentalmente
era la transmisión al receptor de la potencia genésica que se obtenía por la ingestión en crudo y en caliente de las vísceras,
sobre todo de los testículos, del animal recién sacrificado. En algunos festejos actuales, como son el denominado toro de San
Juan, en Coria, o el toro de Tordesillas, se siguen cortando los testículos del toro inmediatamente después de morir, como
trofeo y con objeto de su disfrute gastronómico.
terior, necesariamente potente para la tracción, y se redondearon los tercios posteriores, que son más apropiados para la pro-
ducción de carne. Hay algunos autores que estiman que esta medida fue el origen del desarrollo de muchas de nuestras razas,
como la retinta, la avileña, la berrenda o la morucha, aunque tampoco se hiciera demasiado por los ganaderos para aumentar
las producciones individuales porque, al disponer de grandes extensiones de terreno, era más importante que no se presentasen
muchas complicaciones en la explotación que incluso el mismo rendimiento.
En Francia, las posibilidades de disponer de carne de vacuno eran mayores, por lo que el consumo era frecuente. Por
eso los carniceros, que ejercían su profesión con espíritu gremial, se denominaban maîtres bouchers y gozaban de grandes pri-
vilegios. Mientras en Madrid se celebraba el jueves lardero más bien con escasos recursos, y con consumo fundamental de
productos grasos del cerdo, en París se hacía una procesión cívica en la que el protagonista era un buey, adornado con guir-
naldas y coronado de flores, sobre el que iba montado un niño, que simbolizaba el amor. Detrás iban los acompañantes to-
cando música y entonando cánticos. Cuando la comitiva llegaba al Ayuntamiento, los directivos del gremio de carniceros
eran recibidos y agasajados por el alcalde, que en el mismo momento era invitado a la fiesta en la que se sacrificaba el buey y
se procedía a consumirlo.
El valor nutricional de las carnes en general y del vacuno en particular ha sido bastante discutido. Mientras para unos
eran alimentos fríos y húmedos, para otros eran secos y calientes, para algunos creaban humores favorables y otros conside-
raban que eran flemosos. La mayoría de los autores, sin embargo, ha considerado siempre a la carne como un alimento sano,
nutritivo y de mucho provecho, muy útil para tratar determinadas enfermedades y necesario para el crecimiento. A veces, las
limitaciones del consumo se hacían porque la carne era considerada como excesivamente provechosa, y por ese motivo san
Isidoro dice en De ecclesiasticis officiis: “No se prohíben las carnes porque sean malas para los monjes, sino porque engendran
la lujuria y despiertan los vicios en el hombre”.
Siempre se controló la edad de sacrificio de los terneros, porque se consideró que la carne muy joven no era apta para el
consumo. Por eso hay referencias en la legislación española al hecho de que para poder sacrificar a los terneros era necesario
que hubiesen cumplido treinta días, esperar a que se les hubiese desprendido el ombligo, exigir que la cola hubiese crecido
bastante para llegar a los corvejones, al número de dientes de leche que debían tener o a la presencia de algún diente perma-
nente. Todo hace pensar, sin embargo, que el consumo de carne joven de vacuno, la conocida como de ternera o terneros asa-
deros, casi siempre sacrificados en la propia explotación, estaba reservada a unos pocos, que la distribuían en un círculo muy
allegado de personas.
Tampoco el vacuno mayor era de consumo frecuente y mucho menos por todas las clases sociales. Hay una ordenanza
de Pedro II que determina que el cuello de las vacas fuese para el cocinero mayor, los corazones para el copero (sumiller) y
la cabeza para el cebadero y el cetrero, que eran los encargados de cebar al ganado y adiestrar a las aves de cetrería. Del resto
de la canal no se dice nada, pero se supone que los destinatarios de su consumo estaban perfectamente previstos. Era también
frecuente que una parte considerable de la canal, y especialmente determinadas y selectas piezas, se conservase, sobre todo
por proceso de acecinado. Solo en circunstancias muy especiales llegaba a la carnicería, de forma prevista (fiestas populares,
celebraciones) u ocasional (fractura de algún miembro o cualquier otro accidente).
Es curioso que en la riqueza del idioma castellano no haya apenas palabras para designar a los animales vacunos jóvenes
con destino a carnización. Ternero es prácticamente la única palabra que existe para designarlos desde el nacimiento hasta
que alcanzan la edad adulta. Algunos términos como añojo, eral, utrero o novillo son utilizados para designar a animales
vivos y especialmente destinados a la lidia, pero solo muy tardíamente estas palabras han sido incorporadas al léxico carnicero,
y en concreto añojo no aparece hasta que en los años setenta del pasado siglo se establece por el Ministerio de Agricultura
una prima para el cebo de animales de menos de un año y medio, al que se le define como tipo carnicero.
El vacuno mayor, al que Sanz Egaña denomina con los términos de “buey y vacas cutrales”, era casi siempre procedente
del desvieje y por eso era frecuente que proporcionase una carne oscura, firme, correosa, dura y de sabor no siempre agradable.
Siempre tuvo mala prensa, tanto que Lope de Vega, en una de sus comedias, pone en boca de alguno de sus personajes una
calificación despectiva para ella:
Flaca sois carne a fe mía;
no sois comprada en el rastro
si no en la carnicería.
Pero esta valoración continuó vigente hasta bastante después de terminada la Guerra Civil, porque salvo excepciones en
España solo disponíamos de carne de animales de desvieje, o de “terneras blancas”, que eran con frecuencia las procedentes
del sacrificio clandestino, o de animales que al no poderse cebar por falta de recursos se llevaban “accidentados” al matadero
para poder ser comercializados. Eran carnes blancas, muy tiernas, poco hechas e insípidas, pero realmente tenían la consi-
deración de un plato distinguido, con destino preferente a enfermos o a personas de muy alto poder adquisitivo.
Las vísceras, en cambio, iban destinadas generalmente a la alimentación de los menos pudientes. Es curioso que sea en
Carne de vacuno 113
La transformación de la producción
de carne
Las producciones europeas son fundamentalmente intensi-
vas, las de Sudamérica extensivas y en América del Norte se
dan los dos sistemas de explotación, y de estas posibilidades
ha surgido un mercado mundial muy diferente. En el conti-
nente americano no había ganado vacuno. Todo el censo ac-
tual, que es muy numeroso, se forma sobre la base del ganado
que llevamos los europeos. Como los españoles fuimos los
primeros que llegamos y los primeros que desembarcamos
ganado, tuvimos unas oportunidades que no supimos apro-
CARNICERÍA VIRGEN vechar, a pesar de que según parece el primer ganadero de va-
[1920]. Papel litografiado. 24,2 x 18,2 cm. cuno que hubo en América fue Hernán Cortés.
En el nuevo continente había pastos muy abundantes
y en algunas zonas permanentes, lo que no sucedía en Europa porque unas veces por exceso de calor y falta de agua los
pastos desaparecen en una parte del año, en tanto que en otras ocasiones las excesivamente bajas temperaturas del invierno
no permiten el aprovechamiento directo de los pastos. Parece que los primeros animales de la especie bovina (siete vacas y
un toro) que llegaron a Argentina, fueron llevados por Juan de Salazar de Espinosa, a mediados del siglo XVI, y un poco
después Juan de Garay, que fundó Buenos Aires, llevó desde Paraguay otras 500 cabezas de ganado, que soltó en la Pampa.
Encontraron un hábitat excelente, se asilvestraron en las grandes extensiones disponibles y se multiplicaron, de tal forma
que según relato del jesuita Cayetano Cataneo, comentando la forma de comer la carne de vacuno en Argentina a principios
del siglo XVIII, dice textualmente: “Matan una vaca o un toro, y mientras unos lo degüellan, otros lo desuellan y otros lo
descuartizan (…). Enseguida encienden una fogata y con palos se hace cada uno un asador, en el que ensartan tres o cuatro
pedazos de carne que, aunque está humeando todavía, para ellos está bastante tierna. Enseguida clavan los asadores en la
tierra alrededor del fuego, inclinados hacia la llama y ellos se sientan en rueda sobre el suelo. En menos de un cuarto de hora,
cuando la carne apenas está tostada, se la devoran por dura que esté y por más que eche sangre por todas partes. No pasa
una o dos horas sin que la hayan digerido y estén tan hambrientos como antes, y si no están impedidos por tener que caminar
o cualquier otra ocupación, vuelven, como si estuvieran en ayunas, a la misma función”.
Continúa el jesuita el relato con las siguientes palabras: “Para enviar cincuenta mil pieles a Europa matan ochenta mil
toros, porque no todas las pieles son de medida. Y una vez que los mataron, fuera del cuero y a lo sumo de la lengua, que
utilizan, dejan todo lo demás. Otros por puro placer y sin necesidad van y matan millares de toros, vacas, terneros y sacando
solo la lengua, abandonan todo el resto en el campo. Mayor estrago hacen los que van a buscar grasa (…). Estos, hecha una
copiosa mortandad de aquellos animales, sacan de aquí y allí un poco de gordura, y cuando han cargado bien sus carros, se
vuelven sin cuidarse de lo demás”.
Corrobora lo anterior otro eclesiástico, fray Pedro José de las Parras, que sorprendido por la gran disponibilidad de
carne escribió a mediados del siglo XVIII: “Vi también en diversos días matar dos mil toros y novillos, para quitarles sebo
y grasa, quedando la carne por los campos (…), de modo que yo he visto matar un solo hombre ciento veintisiete toros.
(…) Aprovechan, como se ha dicho, el sebo, la grasa y las lenguas y queda lo demás por la campaña...”.
Carne de vacuno 115
En aquellos momentos todos, o casi todos, los animales eran de origen ibérico y el censo no se limitaba a la actual Ar-
gentina, porque en menos proporción hay testimonios similares en otros muchos lugares del continente. La raza predominante
era la criolla, que se había hecho partiendo de sangre de animales fundamentalmente retintos, pero unos años más tarde, no
muchos, el panorama cambió radicalmente. A América del Sur llegaron efectivos principalmente de hereford, angus y short-
horn, y en América del Norte, además de estas mismas razas, se expandió el cebú, que luego también se implantó sobre todo
en regiones en las que hay humedales, desde América Central hasta Argentina.
La riqueza ganadera fue inmensa, hasta el punto de que se calcula que en Argentina había a principios del siglo XX
unos 40 millones de cabezas, pero su utilización era muy limitada, apenas los cueros, las lenguas en ocasiones y las mollejas
casi siempre, pero el valor comercial de la carne era casi nulo, porque no había nadie que lo comprase, hasta que no fue posible
disponer del transporte frigorífico, que permitió la exportación, primero a Inglaterra y luego al resto de Europa.
América, del norte y del sur, dominó el comercio de la carne, que empezó a poderse exportar cuando se dominó la técnica
del frío. Se crearon mataderos (frigoríficos, en “argentino”) y barcos perfectamente dotados para enviar las carnes a Europa
y lo mismo sucedió en el entorno de Chicago, en donde los mataderos fueron una auténtica revolución en las producciones
ganaderas e industriales, que extendieron su actividad sobre todo por el Corn Belt. Avanzó la tecnología, cambiaron las viejas
instalaciones europeas basadas sobre todo en la inspección de las carnes, pero de espaldas a la productividad, y el consumo
de carne de vacuno evolucionó de forma importante, con la exportación de latas de carne en conserva y más tarde con las
carnes refrigeradas o congeladas. La carne fue fuente fundamental de ingresos para algunos países del sur y motivo de orga-
nización productiva de una parte importante del centro de Estados Unidos, que planificó sus producciones de maíz y de
soja con destino al cebo de terneros, aunque finalmente las principales especies consumidoras hayan sido el porcino y las
aves.
Su valor biológico es elevado, porque están presentes todos los aminoácidos esenciales y la digestibilidad es alta en las carnes
jóvenes y poco grasas, en tanto que se dificulta el vaciamiento gástrico cuando el porcentaje de grasa es considerable. Sin
embargo, este parámetro es muy variable, dependiendo de la edad del animal y del estado de la carne, lo que es necesario
tener en cuenta y buscar carnes magras (terneras jóvenes y piezas poco grasas, como solomillo) cuando los niveles de colesterol
o de triglicéridos del consumidor son elevados. El problema se soluciona, en parte, si se consumen productos cárnicos die-
téticos, transformados en el proceso de elaboración, en los que el contenido en grasa es bajo o si se ha sustituido la grasa ori-
ginal por otras grasas, que pueden ser incluso de origen vegetal.
Hemos dejado para el final los minerales, aunque no vamos a hacer una descripción de todos ellos, y de la importancia
de su aporte por la carne de vacuno, sí vamos a prestar especial atención al hierro, que además de encontrarse en alta pro-
porción, aunque dependiendo de la edad del animal, ya que es mayor en las carnes hechas de animales adultos, las llamadas
“carnes rojas”, y en algunas piezas como el hígado, el bazo y la médula ósea, hay otra circunstancia importante y es que su ab-
sorción es alta. Se presenta en forma hemínica combinado con una proteína específica, la ferritina, y su absorción es directa,
en mucho mayor proporción que cuando el hierro se presenta en forma iónica, procedente de los alimentos de origen vegetal.
Es un componente estructural de la hemoglobina, que desempeña un papel fundamental en el transporte de oxígeno en el
organismo.
La carne de vacuno es rica en zinc, mineral al que cada vez se le da más importancia, porque se está descubriendo que
juega un importante papel en la fisiología del organismo. Su deficiencia ocasiona un cuadro caracterizado por retraso en el
crecimiento, hipogonadismo, dificultad de cicatrización de las heridas y una pérdida importante del sentido del gusto. Cuando
se produce una situación metabólica en la que la absorción del zinc está dificultada, aparece una acrodermatitis enteropática,
que puede ser mortal, y que solo se trata eficazmente con la administración de sales de zinc y con una ingesta elevada de
carne y sobre todo de sangre, preferentemente de cerdo (en forma de morcillas) o de vacuno.
de buey, que ha vuelto a producirse después de que durante unos años desapareciese del mercado. Algunos restaurantes es-
pecializados sirven estas carnes tras una maduración que llega a durar seis meses y cuando esto sucede, las opiniones son
muy diversas, aunque con tendencia a dominar la de los partidarios de las maduraciones prolongadas.
Desgraciadamente, el carnicero, que asesora sobre la pieza ideal para cada destino, la forma de elaboración y que además
da consejos muy prácticos, está perdiendo importancia. Aunque es insustituible su función, es conveniente que, cuando ad-
quiramos carne envasada, exijamos que se nos proporcione toda la información posible para poder aprovechar y disfrutar de
un producto que se ha ganado, y con todo el mérito, la consideración mundial de alimento de alta gastronomía.
Desinfectantes ZOOGAMA
Porriño. PONTEVEDRA. Viza. [1950]. Papel litografiado. 67,5 x 47,5 cm.
120 Alimentos con historia
S
egún parece y aunque los conocimientos evolucionan, porque están sometidos a nuevos descubrimientos que ponen
en duda los principios tradicionales de la ciencia, el Homo sapiens es oriundo de las altiplanicies de Asia Central y
desde allí se difundió a otros continentes, y entre ellos al europeo, aunque hay quien piensa que a Europa llegó desde
África y sus razonamientos son dignos de tenerse en cuenta. Fue en el periodo Cuaternario, y dentro de este, en el Neolítico
o de la piedra pulimentada, cuando comenzó a domesticar animales, seguramente antes de proceder a los primeros cultivos
agrícolas.
La difusión de la especie humana y la conquista de nuevos territorios fueron paralelos a la domesticación de las diferentes
especies animales, por lo que diferentes autores se han fijado en las migraciones para buscar los troncos primitivos de las es-
pecies animales domesticadas. Las circunstancias climáticas y geológicas desempeñan un papel importante en la dinámica
de la distribución humana, que explican la aparición de especies similares en zonas hoy separadas, o la adaptación de las es-
pecies a los cambios climáticos que se han producido a través de la historia, con especial importancia del periodo glacial.
Tras las glaciaciones se produjeron importantes cambios en el mundo y especialmente en Europa, porque el aumento
de las temperaturas modificó los ecosistemas, disminuyó la extensión de los bosques y se desarrollaron praderas de gramíneas,
lo que favoreció la expansión de los artiodáctilos (animales con número par de dedos) y en concreto del suborden Ruminantia,
al que pertenecen los vacunos, ovinos y caprinos, en los que se produjeron modificaciones en su sistema digestivo, desarro-
llando una particular relación simbiótica con microorganismos que ayudan a degradar y digerir alimentos fibrosos, de escasa
riqueza nutricional.
Ovinos y caprinos
En concreto, el género Ovis se divide en tres formas ovinas salvajes, que son el Ovis musimon o muflón, del sur de Europa y
Asia Menor, el Ovis vignei o urial, del Sudeste Asiático, y el Ovis ammon o argali, de Asia Central, considerados por Hilend-
leder los enlaces entre las actuales ovejas domésticas y sus más remotos antepasados. De este género proceden todas las
ovejas que actualmente existen en los diferentes lugares del mundo, entre las que destacan las ovejas europeas y sus formas
derivadas de otros continentes, representadas sobre todo por la oveja merina, las ovejas africanas de pelo y las ovejas asiáticas
de cola grasa, de las que las más importantes descendientes son la karakul, la awassi y la assaf.
En lo que respecta a las cabras, aunque hay tres géneros que son Capra, Hemitragus y Pseudois, todas las razas actuales
descienden de la primera, con la particularidad de que todas son fértiles entre sí, en tanto que son infecundos los cruces
entre las dos últimas, que solo están representadas por algunas cabras salvajes.
Hay fundadas razones para creer que la oveja fue el primer animal domesticado, porque en él se dan dos factores fun-
damentales. El primero es su utilidad por la diversidad de producciones (carne, leche, lana y pieles) y además su carácter pa-
cífico facilita el manejo. La forma de vida más extendida era el nomadismo y otra cualidad adicional de este animal es el
gregarismo, lo que facilitaba grandemente su explotación y además el seguimiento de caravanas.
Con la domesticación todos los animales, y entre ellos los ovinos, sufren profundas modificaciones en su carácter, tamaño,
conformación, color de la capa y en general en todos los factores exteriores, pero al mismo tiempo en las funciones fisiológicas,
lo que lleva aparejado las especializaciones en las diferentes producciones. Esto hace que se diversifiquen los tipos y que apa-
rezcan distintas razas, pero con la particularidad de que si por cualquier circunstancia se alejan del control humano, vuelven
a aparecer características ancestrales, lo que explica que en algunos casos se tengan como animales salvajes a los procedentes
de explotaciones domésticas que se han asilvestrado o, mejor dicho, que han vuelto a recuperar algunas características propias
que el hombre había modificado en el largo proceso de domesticación.
El ganado caprino ha constituido históricamente explotaciones extensivas, a las que se les ofrecía pastos marginales, que
no podían ser aprovechados por el ganado vacuno o el ovino. Pero también se compartieron, y se comparten, terrenos de
pastos, porque es frecuente la presencia de algunos ejemplares de cabras en los rebaños de ovejas, debido a que “hacen andar”.
Además, el concepto de los ecologistas ha variado, porque lo que se consideró el principal enemigo forestal se ha convertido
en un eficaz aliado, que bien utilizado es excelente arma para la limpieza de montes. En cualquier caso, las explotaciones in-
tensivas no se generalizaron hasta después de la Segunda Guerra Mundial y solo en una parte geográfica relativamente pe-
queña. Paralelamente se produce una importante selección, fijándose nuevas razas que en general se han especializado en la
producción de leche, por la revalorización de los quesos, aunque la valoración de las carnes de los animales jóvenes, mientras
son lechales, es cada vez más apreciada por los gastrónomos más exigentes.
No es lo mismo un cordero que un cabrito, pero óvidos y cápridos son dos subfamilias de la familia Bovidae, con la que
están muy entroncadas, hasta el punto de que existen ciertas formas que han sido tomadas como intermedias entre el vacuno
y el ovino, como es el caso del denominado toro almizclero o toro de Bisam, en el que se dan ejemplares con solo dos cuar-
terones en las mamas, y otras que presentan características comunes al caprino y al ovino, como son las ovejas de pelo, y
Carne de ovino y caprino 121
entre ellas están la actualmente explotada en Canarias, la black belly de Barbados, las pelibueys de Cuba y algunas ovejas de
pelo de Colombia y Venezuela.
La frecuencia de hallazgos arqueológicos con restos de estas especies en diferentes excavaciones de la península ibérica
demuestra que la adaptación de distintas poblaciones a diferentes suelos y altitudes fue amplia y que la importancia que
tuvo en las más antiguas sociedades, distribuidas por muy diferentes regiones, fue grande.
que era buena productora de carne y de leche y en menor proporción de lana, aunque bien valorada, y riberiega o churra, de
lana basta, de fibra larga, pero muy apreciada para algunas aplicaciones textiles y buena productora de carne y de leche.
nuncias que mencionan que las canales de gato estaban colgadas, para que se oreasen, en las puertas de algunas tabernas, lo
que indica que su consumo, aunque prohibido, no era una práctica secreta y además que, si se consumía en las tabernas y
mesones, es de suponer que también se hiciese en domicilios.
minos, carreteras, autovías y autopistas, de las que todavía quedan vestigios, a veces excesivamente reivindicados por ciclistas,
ecoturistas y ecologistas.
Una serie de circunstancias desfavorables, como la pérdida del monopolio español en la producción de lana merina, la
cada vez mayor competencia con otras lanas a veces procedentes de ovejas cruzadas con merino español, la cada vez mayor
potencia de la industria transformadora que pretende, y con frecuencia consigue, bajar los precios de la materia prima y la
cada vez mayor incidencia de los impuestos, reales o municipales, hace que la Mesta pierda bastantes de los privilegios, sobre
todo fiscales, de los que gozó anteriormente y estas circunstancias hicieron que se produjese la decadencia y posterior desa-
parición, en el año 1836, de esta criticada organización que fue importante en el desarrollo económico del reino de España.
Productos VITULARIAZOL
SALAMANCA. [1951]. Cartulina litografiada. 33,8 x 37 cm.
compren cien carneros moruecos finos y se envíen al presidente, oidores y oficiales que residen en la ciudad de México de
Nueva España”.
La Mesta pasó a Nueva España en el siglo XVI y el ganado merino se distribuyó por todo el continente colonizado por
los españoles, que estaban más preocupados por la producción de carne, lo que hizo que las lanas, según el padre Acosta, “se
dejaron en un tiempo perder del todo hasta que se pusieron los obrajes en los que se hacen paños y brazadas, que han sido
de gran socorro en aquella tierra”. Además del merino se enviaron ejemplares de dos agrupaciones raciales existentes en el
archipiélago canario, una de lana basta y otra de pelo, carente de lana, y con descendientes de estas procedencias y de alguna
más, y con los cruces entre ellas, aparecieron las razas criollas, hoy consideradas como autóctonas por los diferentes países
por los que se difundieron.
Polvos VOOL
MADRID. [1930]. Papel cuché litografiado. 16,5 x 23 cm.
Para Europa, la exportación de merino seguía prohibida, pero se realizaron envíos clandestinos para Francia, a los que
se unieron animales comprados por los hermanos Gil Hernán, a requerimiento del embajador monsieur Vaugouyon, con los
que en Rambouillet se formó un rebaño, cuyo lote fundacional estaba compuesto por 318 ovejas, 41 carneros y 7 mansos
(castrados), identificado con lo que hoy se conoce como merino precoz. El Tratado de Basilea, que puso fin a la Guerra de
Convención, obligó a España a entregar a Francia mil ovejas y cien carneros anuales durante cinco años consecutivos. Alemania
solicitó de España ganado merino y Carlos III ordenó que se le enviasen 92 carneros y 128 ovejas de su propia ganadería.
Aunque estos dos hechos fueron importantes, hubo muchos más, y unas veces por transacciones comerciales, otras por dotes
de casamiento a princesas españolas y otras no se sabe muy bien por qué, la raza merina se distribuyó por todo el mundo.
Merino precoz o rambouillet, merino de Arles y merino del este intervinieron en la formación de las razas berrinchon
du cher e île de France. El ganado que envió Carlos III a Alemania sirvió para crear el rebaño electoral, llamado así porque
era propiedad del gran elector de Sajonia y con esta base se creó la raza landschaf, que significa oveja del terreno, y más tarde
la fleischshaf, que significa oveja de carne. En Estados Unidos se formó el merino Vermont y el delaine, que fueron la base
de la difusión de esta raza en Australia, y con ejemplares procedentes de Australia se crearon en Inglaterra las razas corriedale,
targhee y polwarth, dedicadas fundamentalmente a la producción de carne.
Se puede decir que el original merino español es base importantísima de las producciones cárnicas ovinas distribuidas
por todo el mundo. Se da la circunstancia de que el merino se sigue utilizando como base de formación de nuevas razas y
como ejemplo nos vamos a limitar a la creación de la raza dohne en Sudáfrica (en 1966), desde donde se está difundiendo
por otros países, como Australia, Nueva Zelanda, Argentina, Chile y Uruguay, por su gran rusticidad, finura de la lana y
producción de carne.
Carne de ovino y caprino 127
observancia de determinadas prácticas en el sacrificio y carnización. Tras la expulsión de los practicantes de ambas religiones,
unas veces fueron sustituidos por nuevos carniceros cristianos y otras veces se produjo la conversión o adaptación de los ya
existentes a las nuevas normas, y es a partir de entonces cuando las carnicerías se generalizaron.
En una etapa posterior, con objeto de asegurar la sanidad de los alimentos pero también para evitar prácticas fraudulentas,
se crearon y regularon los mataderos, que hicieron obligatorio el sacrificio de los animales en locales específicos e inspeccio-
nados. A pesar de ello, en muchos núcleos rurales españoles, el sacrificio de “ganado menor” se siguió haciendo en las casas
particulares, sobre todo cuando en el pueblo no había ni matadero ni carnicerías, lo que no era una excepción.
La forma de consumir la carne inicialmente fue asada, cortada en piezas más o menos grandes y colocadas directamente
sobre rescoldo, de lo que nos ha quedado como muestra el somarro, que aunque ya es casi desconocido fue una interesante
forma de conservar la carne, porque al perder humedad se podía mantener durante prolongados periodos, y por supuesto
los actuales asados, aunque con la diferencia de que en un principio se hicieron sobre brasas con o sin lámina metálica inter-
puesta, luego se utilizaron los hornos en los que se cocía el pan y actualmente se asan en hornos especializados, en los que
están reguladas temperatura y humedad e incluso controladas sus curvas para conseguir el punto exacto.
La cocción corresponde a una etapa posterior, en la que la preparación de los alimentos era sobre todo en la olla, en la
que se mezclaban los diversos productos disponibles con las legumbres, y especialmente garbanzos, como protagonista prin-
cipal, hortalizas, que fueron cambiando con el tiempo y en parte desplazadas por las que llegaron de ultramar, es decir patatas,
pimientos y tomates, y las carnes disponibles, casi siempre en salazón y solo ocasionalmente frescas, en cuyo caso el carnero
era muy apreciado. Esta preparación es la base de los cocidos, pucheros, ollas, calderos, cazuelas, marmitas, peroles y en
general de una gran parte de nuestra cocina tradicional.
La olla, a la que hace referencia El Quijote, es muy demostrativa de la alimentación de la época, porque era comida casi
diaria y la expresión de que había algo más de vaca que de carnero significa que las posibilidades económicas no eran grandes,
porque el carnero era bastante más valorado que la vaca. También en cocción se preparaban platos especiales en los que la
carne era la auténtica protagonista. Es el caso de las calderetas, de las que una reminiscencia son las festivas, con las que se
celebraban acontecimientos especiales y en las que los componentes diferentes a la carne eran minoritarios, como eran las
ollas de boda, que es el origen de la tradicional “olla podrida”, que en principio se le llamó olla poderida o poderosa, y que
indica precisamente la importancia que tiene la carne en la preparación. Fue el plato más importante con los que Camacho
celebró sus bodas.
Otro guiso de carne fue en su origen los “duelos y quebrantos”, que tenía como componente principal la oveja que, por
accidente o muerte natural, llevaban los pastores después de unos días de pastoreo, casi siempre en fin de semana, a la hacienda
para justificarse ante el propietario La moderna composición de este plato a base de huevos y chacinas es muy posterior, se-
guramente del siglo XIX. También eran frecuentes las calderetas, que en algunos casos se hacían durante las fiestas locales,
que generalmente terminaban con una comida con la participación de todos los habitantes del pueblo. Las localidades que
disponían de recursos podían adquirir una res brava, que tras la “corrida”, primero por las calles y luego en plaza cerrada, era
consumida por todos los habitantes. Cuando las posibilidades económicas eran menores se procedía a la adquisición de al-
gunos carneros, con los que no se podía disfrutar de la celebración taurina pero sí del guiso. También se hacían “calderetas
de caridad”, generalmente en fiestas religiosas, y en ellas se preparaban guisos con ovejas o carneros para dar de comer a los
más necesitados.
En los domicilios particulares también eran frecuentes las calderetas, pero solo en las denominadas “casas grandes”, pro-
piedad de las familias ricas, en las que según algunos recetarios eran preparadas con motivo de los cumpleaños, bautizos y
otras festividades. Eran más frecuentes en los entierros, en los que los más allegados al fallecido debían invitar a comer a los
parientes y amigos que llegaban de otras localidades para acompañar al difunto. Una reminiscencia de este plato es el zikiro,
que se hace en Navarra, en el valle del Baztán, que se elaboraba, según la tradición, con la carne de un chivo. Cuenta Sarobe
Pueyo que en una ocasión, ante la inminencia del fallecimiento del abuelo, que ya había entrado en coma, el ama de casa em-
pezó a preparar el plato y su olor, que era muy agradable, llegó hasta el enfermo, que preguntó la razón de tan atrayente
aroma, a lo que la cocinera contestó: “Usted a lo suyo, padre”, esperando que su tardanza en morir no retrasase demasiado la
comida. En la actualidad esta antigua costumbre ha sido sustituida por una comida, al principio comunitaria y hoy colectiva,
pero en grupos más reducidos, que se celebra en las fiestas de algunas localidades de este valle y que se conoce con el nombre
de zikiro jate, con la particularidad de que el cabrito se ha sustituido por cordero.
Los clásicos de la literatura gastronómica española dedican especial atención al cordero. De las recetas de Ruperto de
Nola destacan el “carnero adobado” y la “dobladura de carnero”; Diego Granados da interesantísimas recetas de diferentes
piezas y entre ellas son muy interesantes las de la “cabezuela de cabrito” y las “colas de carnero”, pero además da normas de
cómo debe hacerse el despiece, como el marqués de Villena, aunque este recomienda, reiteradamente, que el cabrito no se
corte porque debe asarse entero. El arcipreste de Hita, Hernández de Maceras, Juan de Altimiras, Martínez Montiño y en
Carne de ovino y caprino 129
Aunque exportamos mayormente lechales, también importamos, sobre todo en Navidad y Pascua, corderos relativamente
grandes desde el Reino Unido, aunque su origen a veces es neozelandés. La carne que importamos es bastante distinta a la
nuestra y está preparada para hacer platos muy diferentes a los nuestros tradicionales, como el cordero a la menta, fuertemente
saborizado, el “gigot aux haricot”, un asado que comenzó siendo un guiso denominado “haricot de moutón”, que era muy pa-
recido a nuestras ollas tradicionales, o el carré de la cocina francesa, con gran cantidad de hierbas aromáticas para disimular
el sabor proporcionado por el mayor contenido graso de estas carnes.
Las carnes producidas en España están muy adaptadas a nuestros gustos, tanto cuando son lechales como cuando se les
ha cebado para alcanzar mayores pesos. Lechazo de Castilla y León, Ternasco de Aragón, Cordero de Extremadura, comer-
cializado con la marca “Corderex”, Cordero Manchego y Cordero de Navarra son denominaciones de origen o indicaciones
geográficas protegidas que se caracterizan por exigentes controles, que requieren una alimentación muy natural y que garan-
tizan la calidad de las carnes que comercializan.
El cerdo, su carne y sus chacinas
D
e todos los animales domésticos, el más discutido es el cerdo. Es el que ha tenido más detractores pero también
más defensores, con la particularidad de que su rechazo es sobre todo colectivo, porque ha sido prohibido por
dos de las principales religiones monoteístas: la mahometana, que considera a su carne impura, y la judía, que
según los preceptos del Levítico la excluye de los alimentos casher. En esta misma línea se pronunció el hinduismo, pero solo
para ciertas clases sociales, porque el dvija, hombre de casta superior, no podía comer carne de cerdo ni setas, y si lo hacía se
degradaba inmediatamente.
Hay muchas referencias históricas sobre la importancia que tuvo designar al cerdo como símbolo de la cultura y de la
religión cristianas, pero quizás la más famosa de todas es la redactada por Quevedo, que refiriéndose a Góngora redactó los
versos que en su época fueron considerados como los más insultantes y por eso, más que por su calidad literaria, han trans-
cendido en el tiempo: “Yo te untaré mis obras con tocino/porque no me los muerdas Gongorilla”.
Las opiniones sobre el cerdo, las exposiciones a favor o en contra de este animal, e incluso los silencios, eran determinantes
en la catalogación de las personas y por eso se comentó que el recetario de Ruperto de Nola incluía muy pocas recetas en las
que la carne de cerdo estuviera presente, que en cambio fueron abundantes en los de Altimiras y el marqués de Villena y
medianamente presentes en el Manual de cocina de Martínez Montiño, lo que dio lugar a suposiciones persistentes sobre la
pureza de raza de cada autor.
La realidad es que ni árabes ni judíos aceptan el consumo de esta carne, mientras que por el contrario los cristianos le
reconocen sus valores, que en determinados momentos se han utilizado como símbolo y patrimonio de la cristiandad. Por
razones diferentes el cerdo y sus productos son una parte del legado que nos dejaron las primeras civilizaciones, porque del
aprecio del jabalí, antecesor del cerdo, hay testimonios arqueológicos muy antiguos.
Se sabe que hacia el año 7000 antes de Cristo ya se había iniciado la domesticación en Oriente Próximo, y de que en la
Edad de Bronce, el cerdo era una especie que de manera habitual contribuía a la alimentación humana. En las culturas oc-
cidentales, y en concreto en la helénica y en la romana, hay muchos y variados testimonios de su importancia y valoración
muy positiva que tuvo siempre como uno de los recursos alimenticios más interesantes.
Todas las especies domésticas han aportado servicios variados, porque además de la carne, la leche, los huevos o el trabajo
han sido producciones complementarias. La única excepción que solo ha aportado carne ha sido el cerdo, pero esta producción
ha tenido algunas particularidades que han hecho imprescindible su explotación, porque además de que el cerdo tiene la
particularidad de que sus partos son múltiples y que su velocidad de crecimiento es considerable, su carne es distinta, porque
tiene una capacidad especial de almacenar grasa, en depósitos y entre sus fibras musculares, con más especialización que
ninguna otra, por lo que es la mejor para someterla a muchos y variados procesos de conservación, lo que ha hecho posible
disponer de las chacinas, base de la ingesta proteica de una gran parte de la humanidad.
En algún momento se pensó que introduciendo la carne en algunos reservorios naturales se favorecía su transporte y
también que determinados tejidos adiposos como el epiplón y el mesenterio, que además tenían bastante grasa de constitución,
facilitaban la conservación por la creación de un medio anaeróbico que impide o al menos dificulta crecimientos bacterianos
aerobios, y con estos elementos se crearon los primeros embutidos que los romanos denominaron farciminas, término pro-
cedente del verbo farcio, que significa rellenar o embutir.
El plato más significado de la cultura griega, el que se reservaba para las grandes celebraciones, era el koiridion, una
especie de cerdo relleno, ante el que en una ocasión Aristófanes se preguntó: “¿Qué otro plato podría ser mejor para el hom-
bre?” Se produjeron múltiples respuestas y entre ellas las de figuras de la talla de Eurípides y Platón que aludieron y alabaron
al cerdo en diversas manifestaciones literarias en forma de poesías, piezas teatrales, ensayos e incluso en profundos análisis
filosóficos. Virgilio, Juvenal y sobre todo Galeno, que por aquellos tiempos era la máxima figura en el conocimiento del
cuerpo humano y de sus funciones, también cantaron la importante contribución del cerdo a la cultura, a la alimentación y
a la salud, e incluso diferenciaron las propiedades que tenía según la edad y el estado de carnes.
Porcófilos y porcófobos
Sin contar las motivaciones religiosas no hay ningún alimento que haya sido más discutido, con la particularidad de que la
discusión ha llegado a autores de nivel intelectual muy alto. Algunos consideraron que el cerdo producía una carne indigesta,
134 Alimentos con historia
Cerdos celtas
Hasta la llegada masiva de las razas precoces a mediados del siglo pasado hubo distintas razas pertenecientes al tronco celta,
distribuidas por el norte de la península, que en su mayoría han desaparecido, como el chato vitoriano, extendido por todo
el País Vasco, Cantabria y norte de Burgos; el baztanés, que se explotaba en el valle del Baztán; el lermeño, que tomó el
nombre de Lerma porque esta villa era el centro de comercialización de la raza; el molinés, de Molina de Aragón, comercia-
lizado en el mercado de esta ciudad y extendido por todas las localidades del señorío; el alistano de Zamora y el de Vich,
que siempre tuvo el prestigio de ser muy importante en la calidad de los famosos salchichones de esta localidad.
Hoy quedan tres grupos raciales que gracias a la labor de los gobiernos autonómicos están en expansión. Son el celta
genuino que tiene su hábitat en Galicia, el gochu astur-celta, de Asturias, que llegó a considerarse desaparecido y el euskal
txerría que tiene sus ancestros en el chato vitoriano y que con mucho éxito se está recuperando en el País Vasco.
El hábitat de estas razas es atlántico y su explotación estuvo siempre muy ligada a la tierra en régimen semiextensivo,
con aprovechamiento frecuente de las producciones de la explotación, castañas, bellotas de roble, hayucos, hierba, de las es-
pecies agrícolas cultivadas exclusivamente para alimentar a los cerdos como berzas, nabos o remolacha y de los residuos de
la alimentación humana. En la actualidad se pretende finalizar el cebo en los “soutos” (bosques de castaños) y “carballeiras”
(bosques de roble), a semejanza de la montanera del cerdo ibérico para alcanzar el máximo de calidad.
En el mismo grupo racial están incluidas muchas razas francesas, entre las que destacan la craonesa, normanda, bretona,
vosguiana, alsaciana, meusiana y champanesa. En Bélgica las más conocidas son la ardanesa, la flamenca y la hesbignon, en
Dinamarca siempre tuvieron mucho aprecio la jutland y la seeland, que a pesar de su pequeño tamaño se les valoraba mucho
su capacidad prolífica y su rusticidad. En Alemania hay descendientes de gran talla extendidos por la Niedersachsen y por
Baviera. Hay además ejemplares de origen celta en Austria, Hungría, Polonia y en Portugal, en donde se conocen como
porcos bizarros.
El tronco ibérico
Aunque las teorías son muchas y muy variadas en lo que se refiere al origen del cerdo ibérico, el Ministerio de Agricultura
opinó en su momento que la agrupación ibérica es la consecuencia del cruce del jabalí europeo (Sus scrofa) con el jabalí me-
diterráneo (Sus mediterraneus).
Esta agrupación racial se extendió por todos los países de Europa y África del área mediterránea y, concretamente en
España, al sur de la referida línea recta que partiendo de la desembocadura del Miño llega hasta Valencia. El asentamiento
136 Alimentos con historia
se hizo muy lentamente porque la adaptación al medio no fue uniforme y en consecuencia aparecieron algunas diferencias
importantes.
Las características principales de este cerdo están en que se ha adaptado muy bien a la dehesa y sobre todo que es capaz
de producir una calidad de carne inigualable por la facilidad con la que forma grasa y por su particular forma de acumular
grasa entre sus fibras musculares.
Además de las características reseñadas que son comunes a todas las razas, subrazas, variedades o “soleras”, hay algunas
características notablemente distintas, tanto en los aspectos externos como en la variabilidad genética que presentan. Dentro
de estas agrupaciones, solo en los casos correspondientes a núcleos o ganaderías de cerdo ibérico completamente cerrados
(sin introducción de ningún reproductor de origen externo) estaríamos ante la posible denominación de estirpe o línea de
cerdo ibérico, pertenecientes a las diferentes razas que forman el tronco ibérico.
Cada vez se valoran más los productos del cerdo ibérico puro y cebado en montanera, aunque algunos términos equívocos
como pata negra, recebo, campo, bodega, etc., se hayan creado seguramente con buenas intenciones, pero con utilización
posterior desleal.
ESTEBAN ARNEDO
Pamplona. NAVARRA. [1910]. Chapa en relieve. 16 x 35,7 cm.
Las principales líneas raciales son el negro lampiño, caracterizado por la ausencia casi total de cerdas. Su precocidad es
intermedia y tiene una cierta tendencia al engrasamiento excesivo. Su área de expansión se extiende por la vega del Guadiana,
el valle de la Serena y en menor proporción por el de Los Pedroches. También hay numerosos ejemplares en Portugal. Las
principales estirpes son la guadyerbas y campanario. El negro entrepelado es muy precoz en comparación con otras razas
ibéricas, con menor tendencia al engrasamiento que el lampiño. Está extendido por la sierra de Córdoba. El retinto es la raza
más extendida con tonalidades variables que van desde muy oscura a un color canela un poco oscurecido. El esqueleto es
fino, especialmente en la parte distal de las extremidades, la cabeza es ancha, bien proporcionada y las orejas ligeramente
caídas. Las canales son bastante magras y tiene muy buen comportamiento en pastoreo. Está distribuido por toda Extrema-
dura.
La retinta portuguesa, que es la raza más abundante en Portugal, es más alargada, con las orejas muy grandes y las ex-
tremidades un poco más gruesas. Destacan la estirpe caldeira, que ha participado en la definición racial de importantes ga-
naderías españolas. Torbiscal es una raza nueva, formada en el Casón del Encinar en Oropesa (Toledo), finca propiedad de
la Administración, procede del cruzamiento de dos variedades portuguesas (caldeira y ervideira) y dos españolas (guadyerbas
y campanario), intentando aprovechar las mejores condiciones de cada una y habiéndose conseguido una mayor prolificidad,
más alzada y longitud y un buen nivel de resistencia en el pastoreo. La capa es colorada con diferentes tonalidades que van
desde la clara a la muy oscura y con abundantes cerdas. Tiene el inconveniente de la escasa finura de caña y en algunas oca-
siones manchas despigmentadas.
El manchado de Jabugo en su origen fue consecuencia del cruce de ejemplares negros y colorados ibéricos con otros de
razas foráneas. Es exclusivo de la sierra de Huelva y su censo es muy escaso y estabilizado, o con una ligera tendencia a de-
El cerdo, su carne y sus chacinas 137
crecer, debido a su poca productividad y a la frecuente pigmentación blanca de las extremidades que le deprecian comercial-
mente, aunque esto no afecte a la calidad de los jamones. Del rubio andaluz hay muy pocos ejemplares en España, en donde
se distinguen dos agrupaciones diferentes que son el dorado gaditano de coloración amarillenta y brillante y el cano campiñés
de coloración blanquecina. En Portugal destaca la estirpe ervideira que ha colaborado en la formación del torbiscal.
El porc negre de Mallorca hace años estuvo presente en las cuatro mayores Islas Baleares; el chato murciano, que fue
materia prima importante para industrias chacineras, y el cochino negro canario, que conserva algunas características raciales
muy interesantes, aunque su importancia censal sea limitada, son razas en cuya formación intervino el cerdo ibérico, aunque
la proporción está mal delimitada. Están en recuperación, especialmente el chato murciano que cuenta con la ventaja de una
importante industria chacinera en su área de expansión.
La matanza
Las referencias históricas dejan claro que la práctica de la matanza era patrimonio de todas las culturas y aunque en principio
tuvo carácter popular, practicada en el sacrificio de todas las especies, poco a poco se fue concretando en el cerdo. Precisamente
por esa particularidad de poder conservarse con tecnologías muy primitivas, se convirtió en el elemento fundamental de la
alimentación humana tradicional, proporcionando las proteínas necesarias para subsistir durante todo el año.
138 Alimentos con historia
La matanza era una fiesta que reunía determinados aspectos rituales, como las consultas a la luna, que en forma de baile
se convirtieron posteriormente en las jotas, alrededor de los productos de la matanza, antes de que un sacerdote procediera a
su bendición, que garantizaba la buena conservación, el entierro de las pezuñas, la quema de la primera sangre tras el degüello
con un hierro candente, como reminiscencia de lo que fue ofrecimiento a los dioses. Muchas de estas prácticas, que tienen
origen precristiano, hoy se siguen haciendo transformadas en homenaje a diferentes figuras de vírgenes o santos del calendario
y especialmente a san Antón, san Blas y la Virgen Candelaria, aunque el elenco es larguísimo y como muestra transcribo un
párrafo de Xosé Ramón Mariño Ferro: “A san Sebastián del Pico Sacro y a san Tirso de Castrofeito (Coruña) les ofrecen
patas de cerdo que luego se subastan. Patas y cabezas de cerdo, jamones, etc., son entregados a san Jorge de Cereixo como
ofrendas de lo mejor de la casa. A san Benito de Fefiñans le ofrecen carne de cerdo y a san Antonio de Herbón, lacones”.
El momento ideal de sacrificio era el otoño y el invierno por dos razones hoy ya superadas. La primera es porque en las
formas de explotación extensiva, prácticamente la totalidad de la alimentación del cerdo era con residuos de la alimentación
humana y el aprovechamiento de los recursos que habían sido abundantes durante el verano con los productos de la huerta
y todavía lo seguían siendo en otoño. Al principio del invierno se podían complementar con los cereales recolectados en la
explotación, con el salvado y otros subproductos procedentes de la molienda del trigo o con las patatas tardías y, por otra
parte, la conservación y maduración de las chacinas es mejor con temperaturas frías.
El sacrificio de los cerdos, que en general eran muy grandes, con pesos próximos a los 200 kg, exigía la colaboración de
varias personas porque se resiste a salir de la cochiquera, a ser trasladado e izado a la banca de sacrificio y porque, además,
debía estar bien sujeto para que en los estertores de la agonía no cayese al suelo. El matarife o matachín, que normalmente
era un habilidoso voluntario de la localidad, pero que en algunos casos era un especialista retribuido por su función, era el
encargado de dirigir la operación, al que los participantes debían obedecer.
Una vez muerto el animal se procedía a recoger la sangre, que posteriormente se empleaba en la elaboración de las mor-
cillas, y se chamuscaba la canal para hacer desaparecer los pelos, que en el cerdo son especialmente gruesos. El cerdo colocado
sobre una mesa o sobre una artesa, en la que se le había escaldado, ya estaba en disposición de someterse a una especie de
afeitado, utilizando trozos de teja de borde cortante que facilitan la depilación.
A continuación se procedía a eviscerarlo, haciendo una incisión recta que seguía una línea imaginaria entre la garganta
y el pubis. En seguida se extraían los intestinos, que inmediatamente se lavaban para que estuviesen dispuestos para el proceso
de embutición, y el hígado, que frecuentemente servía para invitar a los participantes en el acto, aderezado con pimentón y
refrito en una sartén, en la que ya se había preparado previamente cebolla bien troceada. Se colgaba la canal entera, por las
patas traseras, se extraía el resto de las vísceras, se tomaba la muestra para que el veterinario determinase la ausencia de
triquina y se dejaba la canal toda la noche en oreo, para que las carnes adquiriesen la conveniente textura, se desangrasen
bien y pudiesen ser manipuladas mejor al día siguiente.
El segundo día muy temprano se procedía al despiece, lo que exige que se hayan preparado oportunamente las artesas,
los aderezos y las tripas para embutir. El matarife procedía al destazado de la canal, obteniendo distintas piezas y algunos
recortes, que posteriormente van a ser utilizados en la elaboración de embutidos. El jamón es la pieza fundamental, la de
más calidad y una vez salado se destina a un largo proceso de maduración. La paletilla es otra importante pieza, que gene-
ralmente se somete a una maduración similar pero más corta. El lomo, que destaca por su gran calidad, generalmente se so-
mete a embutido y curación. Las masas musculares se destinan a la elaboración de embutidos.
Otras piezas importantes son las manos, que se pueden consumir frescas o en salazón, y el codillo, que solo se separaba
cuando el corte del jamón no era con pata, como por ejemplo los gallegos, y en cambio quedaba en la pieza siempre que se
practicaba el corte serrano que era, y es, el más frecuente. Se separaban también la oreja, el morro, el rabo y la careta que,
aunque a veces se picaban, la utilización más frecuente es en salazón, para poderse añadir a guisos. La punta de las costillas
normalmente se sala y adoba, aunque en algunas regiones se emplean para embutir en el botillo, butelo y productos similares.
La manta de tocino tradicionalmente se salaba, pero en la actualidad casi siempre se pica para la elaboración de todo tipo de
embutidos, curados y cocidos. La panceta, que es el tocino entreverado en el que alterna capas de tejido adiposo y muscular,
puede entrar en la composición de los embutidos, utilizarse como torreznos o salarse como bacón. La manteca procede de
la fundición de las pellas de grasa, sobre todo las de la cavidad abdominal. Al fundirse se separa una parte sólida, que se
conoce como chicharrones.
Una vez separadas las piezas y recibida la autorización del veterinario, se procede a elaborar los diferentes productos,
haciendo las masas y dando a cada pieza el tratamiento correcto, en cuanto a amasado y sazonado, tiempos adecuados para
los cocidos como la morcilla, disposición de las capas de sal y de las piezas cárnicas para las salazones, preparación de las
embutidoras, etc.
Cuando la labor se ha terminado, se procedía a degustar “la prueba de matanza”, que es una preparación hecha con los
recortes musculares bien picados, generalmente adobados, como si se fuese a embutir y servidos con migas, huevos fritos, ta-
El cerdo, su carne y sus chacinas 139
La montanera
Para que exista la chacinería del cerdo ibérico de bellota, y como rey de ella el jamón, es necesario que se den tres circunstancias
fundamentales, que son la existencia de una raza, de la dehesa y de una tecnología muy específica. El cerdo ibérico se puede
tener en cualquier sitio, solo hace falta llevarlo y cuidarlo adecuadamente; la tecnología, que aunque siempre ha sido depen-
diente de unas condiciones meteorológicas, que a su vez condicionan la existencia de una microbiología muy especial, se
puede reproducir en cualquier lugar porque temperatura, humedad, luz, etc., se pueden conseguir fácilmente y las levaduras,
hongos y bacterias que influyen en la maduración se pueden cultivar y sembrar allá en donde haga falta. Se pueden incluso
trasladar las bellotas, pero lo que no se puede reproducir es el medio en el que el cerdo ibérico encuentra los alimentos que
son imprescindibles, en un deambular diario y prolongado, necesario para que las carnes tengan la composición y las cuali-
dades organolépticas para obtener, al final del proceso, el jamón y los embutidos que se producen cuando el animal ha pastado
en la dehesa y ha encontrado en ella las bellotas y los otros componentes de la dieta que hacen posible unas carnes perfecta-
mente diferenciadas.
140 Alimentos con historia
La dehesa es un ecosistema escaso, que se ha conseguido solo en una parte de España y de Portugal después de muchos
años y de una labor continuada que tiende a disminuir en su extensión y en la densidad de pies por unidad de superficie. La
dehesa arbolada, poblada de encinas, alcornoques, robles y quejigos es un ecosistema perfecto, en el que forman el conjunto
de los árboles, los pastos, la flora y una variada fauna formada por insectos, reptiles, aves, mamíferos silvestres y domésticos
y todo en un ecotipo en el que no sobra nada pero en el que tampoco falta nada, porque todos los elementos se complementan
dando lugar a un nicho ecológico excepcional.
El término deriva de “defesa” en romance, y el “adefesado” (adehesado) se realiza en una economía feudal, con una es-
tructura social y unas relaciones de clase determinadas, con la finalidad de transformar o adaptar el bosque mediterráneo
inicial a unas producciones agrosilvopastoriles, porque la dehesa tiene su origen en las concesiones territoriales, generalmente
en extensiones muy grandes o al menos notables, amparadas en la promulgación de fueros y cartas-puebla y su utilización
tradicional, aunque poco a poco ha ido derivando a finalidades productivas ganaderas, como lo demuestra la definición que
del término da la Real Academia de la Lengua: “Tierra generalmente acotada y por lo común destinada a pastos”.
Pero la dehesa ha estado sometida a las circunstancias económicas y por eso dice Alberto Oliart que el hombre, en su
momento, “desbrozó y eliminó el monte bajo allá donde la tierra podía ser labrada y cultivada. Se labraban todos los años
por quintas partes para mantenerlas limpias y guiaba, desde el matorral originario, los pies que se convertirían en árboles y
majadeaba con las ovejas”, que en su opinión es la especie que “hace” la dehesa. Pero la dehesa es muy desigual, porque refleja
la mayor o menor acción del hombre, que determina la forma de explotación y que da lugar a conformaciones muy diferentes,
que van desde explotaciones muy parecidas al bosque mediterráneo original a los diferentes paisajes agrarios actuales, con-
dicionados por la mayor o menor presencia de árboles y con muy variados niveles de estratos herbáceos y arbustivos y, lógi-
camente, con rendimientos muy variados de suelo y vuelo.
RUCA
GRANADA. [1950]. Cartulina offset. 16 x 24,5 cm.
Las explotaciones arboladas por encinas (Quercus rotundifolia Lam), alcornoques (Quercus suber L.), quejigos (Quercus
faginea L.) o rebollo (Quercus pyrenaica Wild), a los que pueden acompañar otras agrupaciones arbóreas como castaños (Cas-
tanea sativa), algunos arbustos como lentiscos (Piastacia lentiscus), brezos (Erica arborea) y hierbas variadas de los géneros
gramíneas y leguminosas, tienen como finalidad principal la cría animal, casi siempre con predominio del porcino, aunque
en determinados casos puede tener una importancia superior la caza, la obtención de corcho en los alcornocales o la de
pastos para ovejas de ordeño, tal como sucede por ejemplo en muchas ganaderías de La Serena.
El cerdo, su carne y sus chacinas 141
La producción de bellotas está distribuida en el tiempo entre primeros de octubre, que es cuando comienza a madurar
la del quejigo, a la que sigue la de encina, que dará sus frutos hasta finales de febrero, en tanto que el alcornoque divide su
producción en tres periodos, que dan lugar a las bellotas sanmigueleñas, que maduran a finales de septiembre, a las martinencas,
que aparecen en noviembre, por san Martín, y finalmente las tardías o palomeras que pueden llegar hasta marzo.
La diversidad es por lo tanto muy grande y, aunque el Ministerio de Agricultura la definió en 1977 como “terreno arbolado
adulto cuyas copas cubren del 5 al 20% de la superficie y que se utiliza principalmente para el pastoreo”, en la terminología agraria,
y en la económica, el término dehesa se emplea también para fincas con una proporción inferior de arbolado, e incluso sin él.
Si sumamos la superficie de monte abierto y de monte leñoso, entendiendo por tal el terreno con árboles de porte acha-
parrado, que cubren más del 20% de la superficie, tenemos que el total de monte pastable estaba cifrado en el año 2009 en
3.910.000 hectáreas, pero si nos limitamos al monte adehesado en el sentido estricto solamente tendríamos 2.522.000 hec-
táreas, a las que habría que añadir 1.500.000 que hay en la región portuguesa del Alentejo.
Como consecuencia de todo lo anterior, según apreciación y comunicación personal de Alberto Oliart, en un año muy
bueno la montanera puede llegar a cebar hasta 350.000 cerdos, que proporcionan hasta 700.000 jamones, y un año malo la
bellota producida llega difícilmente a cebar 150.000 animales, que equivalen a 300.000 jamones. Si sumásemos el potencial
productivo de Portugal, la cifra total de piezas de jamones de bellota que pueden llegar a disfrutarse, en el mejor de los casos,
es de un millón de jamones de cerdo ibérico producidos en montanera.
Lo ideal es que un animal en montanera haya repuesto unos 60 kilos (algo más de 5 arrobas) durante un periodo de
tres o cuatro meses que debe durar la montanera, entre octubre y marzo, lo que supone que habrá comido unos 550 kilos
de bellota, además de otros frutos, raíces, hierbas, caracoles e incluso algunos reptiles, como corresponde al carácter omnívoro
de este animal que en los últimos días de cebo puede llegar a engordar hasta un kilo diario.
Si cuando se acaba la bellota, en febrero-marzo, o cuando la explotación no ha dado suficiente fruto, los animales todavía
no han alcanzado el peso de sacrificio, o no han repuesto las cuatro arrobas mínimas reglamentarias, se pueden terminar los
animales con piensos en los que predominen los cereales y las leguminosas, pero en cualquier caso han tenido que hacer en
montanera un mínimo de 27,5 kilos, y en este caso pueden comercializarse los jamones como de recebo. La pérdida de
calidad, con el sistema de recebo, es proporcional a la duración de la fase en la que no participa la bellota. Según Forero Viz-
caíno, unos 80 días después de haber comido bellota, las carnes del cerdo han perdido las propiedades positivas que aporta
y a estos efectos, a partir de ese momento, ya no hay diferencia entre el cerdo que estuvo en montanera tres meses antes y el
que nunca lo estuvo, porque las grasas acumuladas no son estáticas, se van movilizando y sustituyendo por las procedentes
de los alimentos últimamente ingeridos.
Cuando el engorde se hace a base de pienso compuesto, es necesario que el animal tenga como mínimo diez meses en
el momento del sacrificio y en este caso, si se hace en estabulación, los animales serán de cebo intensivo y si se hace en pastoreo,
con amplias superficies a disposición de los animales, con separación de las zonas de pienso y agua, pueden denominarse de
cebo extensivo o de campo. En muchos casos los animales que se destinan a este tipo de producción son cruces de ibérico y
duroc, a veces con predominio de sangre procedente de esta raza y casi siempre se comercializan con la calificación de “pata
negra”, lo que obliga a muy poco en lo que respecta a la calidad del producto que detenta el calificativo, porque puede ser que
ni sea de ibérico, ni haya comido bellota en su vida, ni que se haya sometido a un proceso de curación adecuado.
es muy alto, el pico o punta de costillas, el falso secreto, conocido también como “engaño”, porque por su forma puede con-
fundirse con el auténtico secreto, las lágrimas que son los músculos intercostales, las castañuelas o castañetas, que son las
glándulas salivares, y otras muchas más de consumo casi exclusivo de los matarifes o gente próxima a ellos como el pico de
papada, la carne aparto, los labios o el violín.
LA FLORIDA
CASTELLÓN, VALENCIA, MURCIA. [1950]. Papel offset. 22 x 15,9 cm.
146 Alimentos con historia
A
ve que vuela a la cazuela”, y como casi todas vuelan, pues casi todas son comestibles. Es verdad que no todas vuelan
igual. Ni igual de rápido, ni igual de alto, pero para cada una hay un sistema idóneo de captura y como el hambre
hace desarrollar el ingenio, métodos variados se utilizaron desde muy pronto para poder disponer de una carne
relativamente fácil de conseguir.
Otra cosa fue el consumo de huevos que, salvo excepciones, se acumulaban en primavera, que es cuando las aves, influidas
en su ciclo reproductivo por la luz y la temperatura, concentraban su puesta en esos meses y después no volvía a haber huevos
hasta el año siguiente.
Pero capturar aves y recolectar huevos tenía sus dificultades y, por eso, avispados hombres primitivos decidieron do-
mesticarlas y de esta forma facilitar el consumo de dos alimentos que desde la más remota antigüedad se consolidaron como
interesantes, como muy interesantes, porque sus efectos reparadores se dejaban sentir enseguida, aunque todavía no se tuviese
ni idea de los que eran las proteínas, las calorías o las vitaminas y el concepto de minerales estaba muy alejado de lo que hoy
entendemos como su función en la nutrición.
Fueron muchas las aves que se intentaron domesticar, seguramente casi todas, pero respondieron de diferente manera
y se utilizaron para diferentes funciones. Por eso no es correcto hablar de avicultura, porque si nos referimos a las gallinas
únicamente, deberíamos hablar de gallinocultura, si hablamos de palomas es la colombicultura (o la colombofilia, si se trata
de mensajeras). La pavicultura trata de la cría de los pavos y si criamos codornices estamos dedicados a la coturnicultura, si
es a los patos es paticultura y si hablamos de faisanes nos referiríamos a la faisanicultura. Hay otras ramas de esta amplia ac-
tividad que están dedicadas a la obtención de diferentes aves canoras o de pelea o incluso en países asiáticos a actividades
pesqueras, como es el caso de los cormoranes utilizados, tras colocarles un anillo en el cuello, a la captura de peces.
La domesticación
Es seguro que en principio las gallinas fueron aves de caza. También que los pollitos, recién nacidos, fueron recolectados y
aprovechando su escasa facilidad para el vuelo recluidos en espacios en los que se los alimentaba parcialmente y se dejaba
que aprovechasen los recursos naturales, para poder obtener en su edad adulta huevos y carne. Una vez domesticada la gallina,
lo que según la mayoría de los documentos ocurrió en India, la especie se extendió y persas y asirios disfrutaron de sus cua-
lidades; los egipcios consiguieron incubar artificialmente, aprovechando rescoldos de lumbres y colocando los huevos a dis-
tancias apropiadas.
Los griegos, aunque su mayor afición era la cría de gallos de pelea, para lo que buscaban ejemplares de alto porte y fuertes
picos y espolones, y después los romanos fueron los primeros que ya basaron la producción en las propiedades productivas,
la describieron como una actividad ornamental y luego lucrativa, hasta el punto de que fue objeto de interés de autores tan
reconocidos como Varrón, Plinio o Columela, que difundió una serie de preceptos, como es el de poner a la gallina clueca
Huevos, pollos y otras aves 147
un número impar de huevos, que debe iniciar la incubación con la luna en cuarto creciente, elegir huevos más redondos si
queremos obtener hembras o puntiagudos si pretendemos conseguir machos. Tampoco Varrón se quedó atrás dando con-
sejos, y entre ellos recomienda que si queremos gallinas fecundas “hay que observar su plumaje, el color y brillo de las
plumas y la forma de la cabeza, que debe de ser gruesa, y la cresta ancha y alta”. También opina sobre los gallos, que deben
elegirse los “… que sean lascivos, estos se reconocen por sus músculos fuertes, cresta roja, ojos rojos, patas cortas, espolones
largos, cola grande y abundante plumaje”, y, aunque el romano no lo diga, por el comportamiento del gallo con las gallinas.
La aportación de Plinio a la avicultura es muy interesante, porque cuenta en el siguiente relato cómo la incubación podía
lograrse sin la colaboración de la gallina: “Julia Augusta, embarazada de Tiberio César, deseando vivamente parir un varón,
recurrió a un conjuro usual entre muchachas: calentaba un huevo en su seno y cuando tenía que dejarlo se lo entregaba a un
ama para que lo mantuviera en el suyo, a fin de que no perdiera calor, y, según dicen, no realizó el conjuro en vano (ya que
nació un pollo macho, como fue su hijo). De ahí, tal vez, se ha derivado el reciente hallazgo de mantener los huevos calientes
en un lugar abrigado entre paja, con un calor moderado; un hombre les da la vuelta y salen todos a la vez y en el día previsto”.
Los romanos trajeron la avicultura a España y algunos de los consejos de los sabios romanos todavía están presentes en
las creencias de los avicultores rurales españoles y en concreto el de iniciar la incubación en cuarto creciente, que sigue siendo
una práctica generalizada, pero con anterioridad se han encontrado representaciones pictóricas de origen fenicio en las que
se representan animales de corral y concretamente gallinas, palomas y conejos. También se sabe que un plato preferido por
Amílcar Barca y Aníbal era la “puls púnica”, que se hacía con huevos, queso fresco, harina y miel.
no ponen tantos huevos, ni tan grandes, ni engordan tanto ni son tan sabrosas y viven menos tiempo que las otras”. Hay
otras afirmaciones curiosas, y más creíbles, que aseguran que “si las gallinas son tratadas como se debe, y están cerca de donde
se pueden vender ellas y los huevos, dan tanta ganancia como una oveja, y no dan tanto trabajo ni costo”. Está tomado de un
escrito de 1513 y, aunque en la actualidad el juicio puede ser muy objetado, lo importante es el hecho de que la gallina siempre
fue bien considerada y realmente fue una producción económicamente interesante, en un medio rural en el que se alimentaban
de hierbas y granos de producción prácticamente espontánea, lo que era una ventaja cuando la disponibilidad de recursos
alimenticios no era excesiva.
Una importante figura de la avicultura española fue don Salvador Castelló, que consiguió que se incrementase el rendi-
miento de las razas autóctonas, que además en algunos casos se rebelaron como muy productivas; difundió el empleo de las
incubadoras artificiales, con lo que se amplió la posibilidad de selección, al hacer posible que si era necesario se incubasen
todos los huevos de las reproductoras elegidas. Creó la Escuela de Avicultura en Arenys de Mar, que pronto mereció la dis-
tinción de real, que disponía de una granja anexa en la que se produjo una importante selección y difusión, por toda España,
de animales mucho más productivos que los que hasta entonces se habían explotado.
El interés creció y como consecuencia se publicaron diversas revistas dedicadas al tema. La primera fue La Avicultura
Práctica y después Mundo Avícola, Temas Avícolas y Selecciones Avícolas, entre otras.
Se diseñaron y construyeron gallineros cerrados, se estudiaron las necesidades alimenticias de las gallinas y se las alimentó
racionalmente, aunque con motivo de la Primera Guerra Mundial se produjo un importante desabastecimiento de cereales,
se empezaron a utilizar las vitaminas, recién descubiertas, y las producciones aumentaron. En 1921 se descubrió la posibilidad,
y las ventajas, de aplicar la técnica de sexaje en pollitos recién nacidos y de esta forma separar la cría de machos y hembras,
dedicando los primeros a la producción de carne y las pollitas a la producción de huevos, lo que supuso un importante avance
en la especialización de las explotaciones.
La importancia de la avicultura
de puesta
La producción de huevos en España fue en 2009 de 894
millones de docenas, lo que supuso un auténtico récord,
sorprendente entonces y hoy fácilmente superable. Lo que
crea una cierta inestabilidad en el mercado porque el con-
sumo es bastante estable y los desajustes en la producción
crean importantes problemas de precios. La más fácil co-
rrección de los excesos se hace mediante exportaciones, que
pueden llegar a ser importantes, y en el caso de los huevos
mediante la elaboración de ovoproductos. Somos el primer
país productor de la Unión Europea, aunque algunos años
nos superan Francia o Alemania. Detrás están Italia y Po-
lonia y a distancia considerable el resto de los países. La
tendencia general es al autoabastecimiento, porque la ex-
portación es muy competitiva al pretender colocar los ex-
cedentes al mismo tiempo y en el mismo mercado que
otros países competidores.
De los datos anteriores se sacan bastantes conclusio-
nes. La primera es que las diferencias de producción, entre
unos años y otros, se deben a que los precios son fluctuan-
tes y esta circunstancia está en función del precio del mer-
cado internacional, porque aunque es verdad que casi todas
las importaciones y exportaciones son intracomunitarias,
la concentración de explotaciones y, por tanto, de produc-
ción y las fluctuaciones de precios permiten que la de-
manda esté suficientemente abastecida y que haya un
mercado extracomunitario que con frecuencia actúa como
COMERCIAL AVÍCOLA DE IMPORTACIÓN eliminador de excedentes. Según datos del Ministerio de
MADRID. [1961]. Papel litografiado. 64 x 43,2 cm. Agricultura, los precios medios referidos a toneladas de
huevos cáscara en un año pueden pasar, y han pasado, de
1.100 a 900 euros, con una bajada superior al 20%, un porcentaje altísimo, sobre todo para una producción tan aquilatada
en costos de producción y en rendimiento económico.
También tiene importancia, aunque menos, el precio de las materias primas para pienso, sobre todo el de los cereales,
que en su conjunto oscila paralelamente al precio del maíz. La concentración de la producción en Estados Unidos, Brasil y
Argentina hace que las malas o buenas cosechas tengan una importante repercusión en el mercado, que con frecuencia tam-
bién está influido por las especulaciones comerciales o por decisiones políticas de destinar una parte, más o menos grande,
a la producción de biocarburantes o a otros usos diferentes a la alimentación animal.
La producción de ovoproductos, sobre todo de huevo pasteurizado y huevo en polvo, es cada vez más uniforme porque,
lo que nació para aprovechar los huevos que no se consumían frescos, se va consolidando como una actividad regular debido
a que la utilización de estos productos es cada vez más constante, como ingredientes fijos de la industria alimentaria.
Otra conclusión importante que se obtiene de las cifras anteriores es que paralelamente a la evolución de los precios de
los piensos, que constituyen hasta un 80% de los costos de explotación, se producen importantes cambios en el censo de po-
nedoras, que se reflejan en el número de explotaciones productivas y en el número de personas dedicadas a esta actividad.
Como ejemplo, según datos del Ministerio de Agricultura, el 1 de abril de 2011 el número de explotaciones de aves de puesta
era de 1.299, y justo un año después había desaparecido un 17%, para quedar reducidas a 1.080. Hay que hacer constar que
la disminución de censo no fue paralela, porque al mismo tiempo que unas desaparecen, en general las más pequeñas, tienden
a crecer otras, en general las más grandes, aunque esta circunstancia también tiene sus problemas, por la cada vez mayor
concentración de la producción.
El consumo de huevos per cápita en España es de unos 15 kilos por año, por lo que, teniendo en cuenta que aproxima-
damente un kilo equivale a 16 unidades, supone unos 240 huevos, que son un poco menos de los que como media pone una
gallina al año. La cifra es oscilante porque, aunque es cierto que se producen variaciones considerables en función de los
precios y de la situación económica general, tienen mucha importancia las recomendaciones médicas, que durante muchos
Huevos, pollos y otras aves 153
años fueron restrictivas sobre todo por la creencia de que eran los principales causantes de la hipercolesterolemia, pero hoy
superadas estas teorías, la permisividad de su consumo ha crecido y paralelamente ha aumentado la ingesta y aunque no
hemos recuperado la cifra de 1987, que llegó a ser de 300 huevos por persona y año, para descender a menos de 200 a finales
del siglo pasado, estamos en torno a las 250 unidades lo que es muy acorde con la cifra recomendada en una dieta sana y
equilibrada.
La avicultura de carne
Representa aproximadamente el 5,5% de la producción final agraria y el 15% de la producción final ganadera y, si a ello su-
mamos las cifras de la avicultura de puesta, llegamos al 8% de la agraria y al 22% de la ganadera, lo que supone que supera a
todos los sectores agrarios productivos, con excepción del porcino.
Los aspectos explicitados en la economía de las explotaciones de puesta son perfectamente válidos para las de carne, con
la particularidad de que los ciclos de precios en esta especialidad son más cortos, porque el tiempo que se tarda en conseguir
pollos comerciales es más corto que en conseguir producción de huevos, por lo que la sensibilidad del mercado a las fluctua-
ciones de precios es todavía mayor. Además, si bien el capítulo de alimentación es el principal input en ambos casos, todavía
lo es mayor en el caso de las explotaciones de carne y, como los precios de los piensos son bastante oscilantes y el más variable
de todos los costos, los riesgos que se corren son superiores, si consideramos la rentabilidad a corto.
Si bien el pollo de carne es el principal componente de este capítulo, con casi 9.000 granjas, también hay explotaciones
de pavos, palomas, perdices, faisanes, patos, ocas, avestruces y pintadas, hasta sumar un total de 14.000 granjas, aunque es
cierto que las explotaciones de estas aves son en general más pequeñas, menos tecnificadas y sobre todo menos productivas.
Cuantificada la producción en toneladas se obtienen alrededor de 1,35 millones de toneladas, de las que unos 1,2 millones
(el 85%) son de pollo y el resto de las demás especies.
En el ámbito europeo somos tras Reino Unido los segundos productores. La UE en su conjunto es el cuarto productor
tras Estados Unidos, China y Brasil. Nuestra posición en el mercado internacional es cambiante, porque aunque durante
bastantes años hemos sido claramente exportadores, ha habido años en los que fuimos deficitarios porque las importaciones
han superado a las exportaciones. Podemos decir que en conjunto tendemos a autoabastecernos, evitando exportaciones que
generalmente hay que hacer a precios bajos y limitando importaciones, que generalmente tienen como finalidad principal
equilibrar mercados.
El consumo per cápita de carne de ave está en torno a los 25 kilos al año, lo que supone un ligero descenso en los últimos
años, tras unas décadas continuadas de crecimiento. La caída del consumo, que estimamos coyuntural, se ha producido en
las aves diferentes al broiler.
También la carne de ave tiene su papel en la industria alimentaria. Hay especialidades cárnicas que se elaboran exclusi-
vamente con pollo, con pavo o con otras especies por razones dietéticas o simplemente para satisfacer demandas crecientes,
que tienden a preferir la carne de ave sobre la de vacuno, cerdo y otras.
Los ovoproductos ofrecen la ventaja de tener una composición prácticamente constante, una calidad microbiológica ga-
rantizada, una gran versatilidad de utilización y muy fácil conservación, empleo y dosificación, lo que hace que su utilización
sea creciente. Se presentan en forma de yema, de clara, que también tiene utilización en usos diferentes a los alimentarios, y
sobre todo mezcladas la clara y la yema, que es el producto más utilizado y batido, pasteurizado y envasado, en tetrabrick,
se le conoce generalmente como “huevina”.
bles y varios aditivos. En lo que se refiere a la carne de pollo, si quiere disfrutar de verdad recurra a un pollo con denominación
de origen, de Aragón, de Galicia, de Cataluña o de caserío vasco y si quiere rizar el rizo, tendrá que esperar hasta Navidad,
pero entonces podrá encontrar un capón de Villalba, que le dejará un agradable recuerdo y un buen sabor para todo el año.
H
ay investigadores que aseguran que el primer alimento que comió el hombre fue la carne, otros creen que fueron
hierbas, o sus frutos o sus semillas, e incluso no faltan expertos que creen que fueron los mariscos, porque se
han encontrado conchas de moluscos que fueron consumidos por el hombre de Neardental y por el sapiens en
diferentes lugares del planeta, hace nada menos que 150.000 años. El último descubrimiento, que es español, fue realizado
por técnicos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en la cueva Bajondillo en Torremolinos y data más o menos
de esa época.
No sé si tiene mucha importancia sumergirse en fechas con este fin, porque es muy posible que dependiendo del lugar en el
que estuviese el Homo sapiens, e incluso antes de ser sapiens, recurriese a algo tan imprescindible como alimentarse y el que habitaba
en regiones frías, de escasa vegetación comiese carne, el que se desarrollara en zonas más feraces, como la cuenca mediterránea,
comiese frutas salvajes y el que nació en el litoral aprovechase los moluscos y los crustáceos que llegaban con las mareas. Lo que
es menos discutible es que las conchas de los crustáceos fueron un importante instrumento que les brindó la naturaleza, para uti-
lizarlas como cucharas y es muy posible que también como cuchillos para poder tener más fácil acceso a algunos alimentos.
Enseguida se encontraron las ventajas de comer pescado y también los inconvenientes, porque pronto se transmitieron
leyendas que les atribuían propiedades nutricionales o curativas, pero como también hubo algunas intoxicaciones apareció
la de un pez, al que llamaron Cado, que salía del agua, se cubría de plantas aromáticas y se lanzaba sobre las brasas, en las
que se habían cocinado otros alimentos, con lo que adquiría un apetecible aspecto, pero los consumidores que se aprovechaban
de este alimento, que suponían que les brindaba la naturaleza, morían enseguida como consecuencia de los venenos que
había transmitido. Esta leyenda, como casi todas, tiene varias versiones y alguna, la más horripilante de todas, asegura que
se comía a los fetos de las mujeres embarazadas y otras, un poco más suaves, aunque también tienen lo suyo, narraban que
el pez se adueñaba de la forma y las propiedades del que se lo había comido, para cometer acciones malvadas contra los se-
mejantes, convirtiendo al comensal en delincuente.
También en Oriente se practicó la pesca desde la antigüedad. Según parece, las primeras redes, fijadas a tierra y exten-
didas sobre el cauce de los ríos, se extendieron en China y el primer anzuelo metálico lo hizo la emperatriz Zingo, con una
aguja de coser que sujetó con una cuerda muy fina (hecha con hilos extraídos de su vestido de seda) a una caña de bambú
y como cebo utilizó granos de arroz cocidos. En Japón, además de crear el sushi, que es de invención más moderna, siempre
se tuvo en muy alta estima al pescado de muy variadas especies, que se consumió casi siempre crudo y, según relatan las
crónicas de la época, casi siempre acompañando a arroz cocido. Hay constancia de que el cultivo de carpas en arrozales,
que es práctica originaria de esta región, estuvo muy extendido, tanto que se hicieron unos auténticos expertos y más tarde
difundieron piscifactorías de esta especie en muchos países y entre otros por Centroeuropa, donde este pez tiene una apre-
ciación especial.
que hizo comprender al pescador que el contacto del pez con los vascos había sido prolongado, porque en otro caso no habría
aprendido el idioma. Esta historieta, o más bien cuento, pretende reivindicar la primacía, con respecto a los vikingos, en la
pesca del bacalao porque también los vascos presumen de que empezaron a pescarlo muy pronto, pero la realidad es que no
fue hasta el siglo XV. En esa época, deseosos de incrementar las capturas para abastecer a la demanda, los vascos iban cada
vez más lejos, hasta el punto de que se ha dicho que llegaron a América con anterioridad a Cristóbal Colón, pero guardaron
el secreto de las cantidades de peces obtenidos y del lugar de su captura, que se cree que fue en las costas de Terranova, para
evitar competencias de pescadores de otras procedencias.
Los portugueses afirman, y en este caso está bien documentada la afirmación, que la introducción del bacalao en Europa
se debe a Gaspar de Corte Real, que fue el primero que hizo una descripción científica de este pez en el año 1500. Además,
agregan que la descripción del pez y sus costumbres tuvo como base el estudio detallado de un importante banco de este
pescado en aguas de Terranova, en el Atlántico Norte, que inicialmente fue bautizada como Terra Nova del bacalhau. El ma-
rino portugués estuvo acompañado por Didrik Pining, noruego, Hans Pothorst, danés, y Johannes Scolvus, un navegante
legendario que por aquella época fue protagonista de muchas aventuras, que según algún autor fue quien enseñó a Colón la
ruta para llegar a América.
Los alemanes también se lanzaron a buscar bacalao y los ingleses a continuación. Hay leyendas variadas que cuentan
que descubrieron, además de los bancos de Terranova, las costas de América con anterioridad a Colón. Siempre hay leyendas,
que mientras sean eso no importan mucho, pero que en un momento determinado es frecuente que se quieran convertir en
historia, y a partir de ese momento las siguientes generaciones terminan creyéndoselas. La realidad es, y esto es historia de
la buena, que sobre 1450 en las proximidades de Terranova coinciden barcos vascos, daneses, portugueses, ingleses y de otras
nacionalidades buscando bacalao, no solo por su carne, porque además su aceite, extraído del hígado, era un importante sub-
producto que combatía enfermedades, sobre todo el raquitismo, que por aquellas fechas estaba muy extendido.
Lo que no es leyenda, porque está bien documentado, es que los vascos crearon una considerable flota palangranera,
que además crearon algunas empresas comercializadoras del bacalao, que hicieron llegar a todos los puntos de la península.
Se modificó el proceso de salazón y en eso se obtuvo ventaja, frente a las principales empresas competidoras asentadas
en los países nórdicos, que tenían dificultad para disponer de sal, que además, debido a su carácter higroscópico y a la
alta humedad ambiental, no permitía que se consiguiesen ni el sabor ni la textura que se obtenían cuando las bacaladas
se secaban en la provincia de Soria, aprovechando los secos aires del Moncayo. A la difusión del bacalao en esta etapa
contribuyó el endurecimiento de la prohibición de consumir carne los viernes durante toda la Cuaresma y algunos días
más, lo que hacía casi obligado comer pescado y lo único que llegaba a la España interior eran los desecados, que eran ex-
clusivamente el bacalao, algunas especies afines, como el pejepalo o la truchuela, las sardinas de bota, de barril o “arencadas”
y el congrio.
A los vascos les salieron competidores, porque el norte de la costa Este americana estaba muy concurrido por esta especie
íctica. Quizás el competidor más famoso fue el genovés Giovanni Cabotto, que se nacionalizó inglés y convirtió la pesca del
bacalao en una importante riqueza para su nuevo país. Más tarde, en 1534 se descubrió la desembocadura del río San
Lorenzo, y un francés llamado Cartier plantó una cruz y reclamó todo el territorio para Francia, a pesar de que, como él
mismo contó, encontró allí “más de un millar de pesqueros vascos”. Terranova, Nueva Escocia, Nueva Inglaterra y Massa-
chusetts se desarrollaron gracias al bacalao, que sirvió para que se creasen secaderos, se fertilizasen con sus despojos las pe-
dregosas tierras de Nueva Inglaterra y se emitiesen monedas en las que en una de las caras figuraba este pez como homenaje
a su importancia económica. Boston se convirtió en la capital del mercado del bacalao, tanto que en el ayuntamiento se
decoró el techo con un gran pescado disecado. Cristalizaron lucrativos negocios, se abrieron bancos amparados en su comercio
y se creyó que esta riqueza era interminable, tanto que muchos años después, en 1885, el Ministerio de Agricultura canadiense
afirmaba: “...a menos que el orden de la naturaleza sea subvertido, nuestras pesquerías seguirán siendo fértiles durante muchos
siglos más”.
Pero, aunque la gran fertilidad y la escasez de depredadores hacía prever que el manifiesto canadiense iba a profetizar
una gran verdad, desgraciadamente no contaron con el depredador más distinguido: el hombre. Se perfeccionaron los métodos
de pesca, de forma que se empezó a notar una importante disminución, primero del censo y luego de las capturas. Fue ne-
cesario establecer limitaciones, asignando cuotas máximas y estableciendo vedas, que son las principales armas utilizadas
para preservar a esta especie y evitar que se extinga.
El atún
Fue el gran competidor del bacalao, aunque no durante demasiado tiempo y además hubo diferencias importantes, porque
mientras el bacalao procedía de aguas lejanas, el atún se pescaba en nuestras costas y sobre todo en las proximidades del Es-
trecho de Gibraltar. La mayor diferencia no era de abastecimiento sino de propiedad del pescado, porque hace cuatrocientos
años los recursos de aguas costeras eran propiedad real, y en consecuencia el monarca era el dueño de las concesiones, que
se hacían generalmente a la nobleza, como pago de servicios prestados a la Corona. Los ducados de Lerma, Medinaceli y
Medina Sidonia dispusieron de concesiones importantes que les permitieron ingentes ingresos obtenidos de los atunes pes-
cados en almadrabas, que se destinaban en parte al consumo fresco, pero sobre todo a la elaboración de salazones. Conil,
Zahara de los Atunes, Barbate, Sancti Petri y algunos otros puntos situados entre Almería y Cataluña dispusieron de alma-
drabas y en torno a ellas se produjo el desarrollo una economía floreciente, aunque con una gran diferencia entre las distintas
clases sociales.
La almadraba creó puestos de trabajo más o menos fijos en la pesca, en la salazón y en el comercio, y a su sombra se hi-
cieron documentos regulando los derechos y las obligaciones de los trabajadores, entre ellos algunos referentes a salarios y
horarios, se desarrolló la industria salazonera y se perfeccionó un método de pesca que en la actualidad es valorado positi-
vamente por organismos internacionales como un sistema sostenible de pesca, mucho más favorable para la conservación de
164 Alimentos con historia
la especie que los más evolucionados con detección de bancos, seguimiento y capturas con redes de mucha longitud y anchura
que permiten llegar a notables profundidades.
Una figura de la época en la que se inició la pesca, más o menos evolucionada, fueron las “Listas del mar”. Por ellas se
otorgaba a los pescadores la posibilidad de pescar, lo que necesariamente tenían que hacer con medios muy precarios y a
cambio, los que en ellas se apuntaban, estaban a disposición de la Corona para servir como marineros en las flotas de guerra
por el tiempo que fuese necesario. Se desarrollaron las artes de arrastre, las redes de enmalle, las jábegas y los boliches, y
donde fue posible sistemas específicos, como las encañizadas del Mar Menor, las nasas para anguilas y lisas de la Albufera
valenciana o los cercotes del delta del Ebro, pero en casi todos los casos las capturas debían comercializarse en las proximidades
y, cuando por cualquier motivo, como la abundancia de pescados en las costeras, hundían los precios no quedaba más remedio
que devolver la pesca al mar o emplearla en el abonado de tierras de cultivo.
Contrariamente a lo que pudiera deducirse de la explicación anterior, el número de especies pesqueras era grande. Los
libros de cocina de la época nos hablan del sollo (esturión), róbalo, lubina, dorada, dentón, sábalo, céfalo, albur, besugo, mer-
luza, escórpora, rodaballo, raya, morena, congrio, calamar, jibia, sepia, pulpo y algunas otras especies que se intentaban co-
mercializar secándolas al aire, salpresándolas, escabechándolas o anchovándolas, que fue un sistema relativamente frecuente
de salado, prensado y maduración.
El pescado congelado
Pasaron muchos años hasta que se inventaron los frigoríficos y durante ese tiempo el consumo de pescado fue muy irregular,
porque el fresco solo se consumía con asiduidad en las costas o como mucho en las proximidades de ríos. En el interior solo
era posible comer pescado salado, que era exclusivamente bacalao y especies afines, sardinas en salazón a las que se comer-
cializaba con el nombre de “arenques” y en alguna ocasión congrio salado. La Corte y los muy ricos disponían de pescado
traído a lomos de caballerías hasta Madrid, en donde llegaba en condiciones límite, por lo que era necesario proceder a su
adobo, salsearlo o tapar los aromas y sabores con limón en gajos incrustados en los lomos, como hasta hace poco se hacía
con el besugo al horno o echando unas gotas de zumo de limón.
El uso del frío empezó a ser práctica común, pero todavía transcurrió un cierto tiempo hasta que el pescado empezase
a ser frecuente en las mesas españolas, porque durante la posguerra, y algunos años después, el pescado que llegaba a las
mesas era escaso y muy poco variado. Para colmo los pescados azules, que eran los más frecuentes, no gozaban de buena
consideración entre la clase médica y además nuestra flota tampoco estaba muy tecnificada, por lo que las capturas eran de
proximidad. Hasta que se inventaron los buques factorías y el transporte ganó en agilidad y rapidez no fue habitual el con-
sumo de pescado fresco en la España interior.
En el siglo XVI se encargó un proyecto al italiano Juan Bautista Antonelli para hacer navegable el río Tajo, desde Toledo
a Lisboa, con objeto de facilitar el comercio y la salida al mar, pero las dificultades fueron tantas que no llegó a cristalizar. El
proyecto tuvo muchas opiniones contrarias y, calificado de demencial, hizo que a su autor se le conociese como “el loco An-
tonelli”, pero es muy posible que si el proyecto se hubiese llevado a cabo, el abastecimiento de pescado de la Corte y segura-
mente de todo el interior peninsular habría sido mucho mejor.
Paralelamente a todo lo anterior, y teniendo en cuenta que los pescados siempre fueron un alimento muy apreciado, se
hicieron esfuerzos para poder disponer de ellos con facilidad, sin tener que recurrir al complejo proceso de la pesca. Como
ya hemos contado, se cree que los chinos fueron los primeros que utilizaron unas ciertas técnicas para cultivar el pescado y
hay constancia de que, unos 600 años antes de nuestra era, se escribe en China el primer tratado en el que se concreta cómo
se deben cuidar las carpas para obtener máximas producciones y, entre otras cosas, se detallan las medidas que deben tomarse
para evitar la propagación de enfermedades.
El cultivo de moluscos
La inmovilidad de los moluscos hizo posible que su cultivo se adelantase al de los crustáceos y al de las demás especies pis-
cícolas. Hay referencias a estanques en los que se “criaban” ostras, pero todo hace suponer que solamente se mantenían durante
el tiempo necesario para consumirlas, aunque años más tarde, hacia el 100 a.C., Sergio Orata, en estanques instalados en la
costa adriática, consiguió un crecimiento significativo en cautividad.
A mediados del siglo XIII, un irlandés llamado Patrick Walton que había naufragado llegó a una isla deshabitada y tuvo
que buscar los recursos necesarios para subsistir. Colocó unos palos en la orilla para hacer un entramado que le facilitara la
captura de pescados cuando, al bajar la marea, algunos ejemplares se quedaran atrapados en sus rudimentarias redes. Observó
que sobre el entramado de palos se posaron mejillones, que crecían más y mejor que los que estaban siempre sumergidos.
Aunque no se sabe muy bien hasta qué punto su descubrimiento fue posteriormente aplicado, porque hay teorías contra-
dictorias, la realidad es que se difundió el descubrimiento y el irlandés es considerado como el “inventor” de la metilicultura.
La experiencia de Walton y sobre todo la facilidad de su cultivo a partir de larvas recolectadas hicieron que la producción
se extendiese por casi todos los mares. En España en concreto, las primeras experiencias se hicieron en la primera década del
siglo pasado en las costas catalanas, pero como los resultados no fueron suficientemente buenos, las técnicas empleadas se
trasladaron a las Rías Bajas y más concretamente a la de Arosa por iniciativa del empresario Ozores Saavedra, que en 1945
cambió el sistema inicial sobre estacas por el actual de bateas, obteniendo un gran éxito y, aunque Arosa sigue siendo la prin-
cipal productora, también se cultiva el mejillón en las costas de Ares, Muro, Pontevedra y Vigo. En los últimos años la pro-
ducción, que sigue concentrándose en Galicia, está desarrollándose también en las costas andaluzas y en la desembocadura
del Ebro.
Aunque China es el primer productor, es en España en donde se han alcanzado los niveles más altos de calidad y segu-
ridad alimentaria, por lo que nos hemos convertido en el primer exportador. Cifras inferiores a la mitad de lo que nosotros
producimos se obtienen en Holanda, Francia e Italia y, aunque en menor proporción, empiezan a tener cierta importancia
las producciones de Grecia y de Inglaterra.
Las ostras, que como ya hemos visto fueron una de las primeras especies cultivadas, presentaron bastantes problemas,
difícilmente explicados entonces y que hoy sabemos que se deben a las condiciones del agua en que se crían, la cantidad de
plancton y las temperaturas, por lo que, aunque nunca se abandonó su cultivo totalmente, se produjeron fracasos importantes
166 Alimentos con historia
a lo largo del siglo XIX cuando se intentó la producción controlada. Entre los intentos que se hicieron sin que los acompañase
el éxito, se citan los de la costa de Pomerania en Alemania, los de Zelanda en la costa holandesa, los franceses en aguas me-
diterráneas, los de Venecia, los de Inglaterra y los de España en la costa gallega, concretamente en Ortigueira.
El perfeccionamiento de la recogida de semillas mediante tejas conteniendo cal fue un importante avance en la instalación
de las nuevas explotaciones, creadas para completar la vida del molusco hasta tamaño comercial, pero no fue suficiente para
hacer posible la explotación generalizada, por lo que se sucedieron nuevos fracasos en Estados Unidos y en Australia, debido
a que el sistema era dependiente de la existencia de bancos naturales, que con frecuencia se agotaban o contaminaban. En
1920, el centro de investigación de Milford obtuvo puestas inducidas y se crearon las primeras “hatcheries”, lo que unido a
la importación de ostras Crasostrea gigas procedentes de Japón, que se adaptan muy bien al cultivo, fueron el comienzo de
una nueva etapa, que hace que la práctica totalidad de las ostras que se consumen en el mundo sean cultivadas.
China es el primer productor mundial, pero los exportadores de tecnología y sobre todo de semillas son los japoneses.
Francia es el segundo productor y el principal abastecedor de huevos y larvas a las granjas más avanzadas del mundo. La
producción española es muy limitada, apenas el 0,1% de la producción mundial, aunque la variedad explotada, la Ostrea
edulis, que es plana, es de muy buena calidad.
También se cultivan almejas, vieiras, zamburiñas, berberechos y abalón (oreja de mar) mediante variados sistemas (viveros
fijos, viveros flotantes o bateas) con resultados prometedores, pero todavía con un desarrollo comercial limitado.
Se está empezando a cultivar el pulpo a partir de paralarvas recolectadas en el mar. El Instituto Oceanográfico de Vigo
ha inducido la reproducción y se espera que con ello baje la mortalidad, que es el principal problema de esta explotación en
las primeras edades, porque otras condiciones que presenta la especie, como velocidad de crecimiento e índice de transfor-
mación, son muy favorables.
Los crustáceos
Los primeros que se cultivaron fueron los bogavantes a finales del siglo XIX. Los intentos iniciales se llevaron a cabo en Es-
tados Unidos, pero los resultados fueron poco favorables, por la altísima mortalidad y por el canibalismo. Después se intentó
con la langosta y en 1930 con los langostinos. En España se obtuvieron experimentalmente los primeros ejemplares de lan-
gostinos en 1962, aunque los altos costes y la competencia de los producidos en China, Perú y Ecuador en sistema semi-
intensivo, con frecuencia en manglares, sin grandes costes de instalación y aprovechando la temperatura templada de las
aguas, que es muy favorable para el langostino, hicieron que la explotación en nuestras costas no fuese viable.
Recientemente se están produciendo langostinos en Medina del Campo, en la provincia de Valladolid, aprovechando
las aguas de consumo local debidamente tratadas y añadiendo sal del Mar Rojo. La gran ventaja de su localización está en la
imposibilidad de transmisión de enfermedades por las aguas marinas, en las que hay importantes contaminaciones bióticas
y gérmenes de enfermedades transmisibles. La explotación es en ciclo cerrado, utilizando reproductores SPF (specific pathogen
free) en piscinas en las que se controla la temperatura, la salinidad y la iluminación, lo que permite un crecimiento suficien-
temente rápido como para conseguir el tamaño comercial en un periodo inferior al año y con tendencia a reducirse. Se han
empezado a comercializar en 2014 y es de suponer que la apreciación de la calidad, sobre todo de la frescura, que fue la
razón por lo que la instalación de esta empresa, de capital extranjero, se hizo en España haga viable y próspera esta innovadora
técnica.
Una actividad acuícola con cierto interés comercial es el emplazamiento de algunos crustáceos (langosta, bogavante, cen-
tollo, buey de mar, nécora) en cetáreas, con la finalidad de que los tamaños pequeños se hagan comerciales mediante alimen-
tación controlada, o simplemente para el mantenimiento, lo que permite sacarlos al mercado en los momentos de precio
favorable, como Navidades, etc.
El cultivo de pescados
Durante los años del Imperio romano se desarrolló una interesante producción aprovechando las especies que llegaban a la
desembocadura del Tíber. En concreto hay testimonios de que morenas y lampreas se cebaron en piletas construidas en re-
sidencias de los patricios romanos, y se cuenta que el general Lucius Murena hizo un estanque que producía unos pescados
de tal calidad que la demanda fue tan grande que pudo elevar continuadamente los precios, lo que le proporcionó beneficios
que sorprendieron a todo el mundo.
En lo que se refiere a España, los romanos observaron que en la desembocadura del Guadalquivir se daban condiciones
óptimas para construir los llamados “corrales”, consistentes en muros de piedra que sobrepasaba el agua en las mareas altas,
quedando atrapados los peces que habían sido atraídos mediante cebos. Se evitaba el retorno al mar y se procedía a engordar
Pescados y mariscos 167
Productos CORONA
MURCIA. [1950]. Cartulina offset. 47,7 x 32,7 cm.
170 Alimentos con historia
L
a mayoría de los alimentos que se producen en el mundo son perecederos. Además, su obtención está condicionada
por la estacionalidad. Esta circunstancia se debe a que unas veces las cosechas se recolectan durante un periodo re-
lativamente corto de tiempo y otras a que la presencia de especies animales comestibles, peces, aves e incluso mamí-
feros, solo es posible en unos determinados momentos porque son migrantes. En algunos casos la producción de leche está
condicionada por las parideras y la de huevos por el alargamiento de los días.
Las cosas cambian, y por eso hoy es posible producir tomates durante todo el año, criar pescados en piscifactorías, que
las vacas produzcan mucha más leche que la necesaria para criar al ternero y que las gallinas pongan muchos huevos y no ex-
clusivamente los necesarios para perpetuar la especie, pero durante mucho tiempo no fue así y era necesario recurrir a técnicas
de conservación. Con algunas se conseguía que se pudiese consumir el producto durante todo el año, enlazando cosecha
con cosecha y así nacen las salazones, ahumados, desecaciones, las fermentaciones y algunas otras técnicas, que ya conocían
griegos y romanos, por citar solo las civilizaciones que más han influido en nuestra cultura y en nuestra alimentación. Pero
los productos sometidos a estos procesos tenían una duración relativamente corta, porque pasado un cierto tiempo se volvían
incomestibles, por las variaciones evolutivas en sus cualidades organolépticas o simplemente se pudrían como consecuencia
de la actuación de microorganismos, o de parásitos, que hacían que los alimentos conservados se estropeasen.
Fue necesario que pasasen muchos años para que se identificase la presencia de formas vivas, a las se designó como ver-
mículos o animáculos, responsables de las alteraciones. Kichner fue el primero que lo observó, al examinar alimentos en des-
composición, y fue quien bautizó así a unos microorganismos que aseguraba que eran los culpables de que los alimentos se
estropeasen. Todavía en el siglo XVII, el holandés Anton van Leeuwenhoek, que acababa de descubrir el microscopio, observó
organismos vivos en diferentes productos y describió e incluso dibujó por primera vez unas bacterias, pero todos creían que
aparecían por generación espontánea y, aunque algunos llegaron a suponer que tenían capacidad de reproducirse, no hubo
nadie capaz de refutar la teoría de su generación en los propios alimentos.
El italiano Lázaro Spallanzani, que era un sacerdote católico, supuso que esos microorganismos llegaban al alimento
porque ya existían anteriormente, y demostró que el calentamiento puede evitar la aparición de los minúsculos seres, culpables
de la destrucción de muchos alimentos, que eran muy necesarios porque la escasez de recursos hacía que el hambre estuviese
bastante generalizada. Llegó a demostrar que el calentamiento para hacer estéril un alimento (trabajaba con infusiones) era
variable, y que después de calentar, como no cerraba herméticamente el envase del experimento, podía haber nuevas conta-
minaciones por nuevos organismos, que podían llegar por el aire. Otro sacerdote y también católico, inglés de nacionalidad,
refutó las teorías de Spallanzani, en enconadas discusiones no siempre científicas, asegurando que con el calor lo que se des-
truía no eran las esporas como afirmaba, era el “principio de vida”, que nunca definió. A pesar de los avances se siguió creyendo
que la presencia de animáculos en los alimentos era por generación espontánea.
A finales del siglo XVIII, el hijo de un pastelero francés, Nicolás Appert, que también era pastelero y cocinero, logró
conservar alimentos en frascos de boca ancha, para lo que los introducía en agua hirviendo durante seis horas, pasadas estas
cerraba los frascos herméticamente y los volvía a hervir durante otras seis horas, con lo que el producto se conservaba. Por
su descubrimiento ganó un premio de 12.000 francos y, además de publicar en 1810 L’art de conserver pendant plusiers annés
toutes les substances anímals et végétables, fundó la primera fábrica industrial de conservas. Aunque él lo insinuó, la teoría que
prevaleció es que el resultado de la conservación no era la muerte de los microorganismos por el calor, sino la eliminación
del aire del envase. Disconforme con la opinión de los sabios, que le consideraban un simple cocinero, afirmó que “su método
de conservación no era teoría, sino el fruto de sus sueños, sus reflexiones, sus investigaciones y numerosos experimentos”.
Entrado el siglo XIX se llegó al convencimiento de que todas las enfermedades contagiosas y todos los procesos de fer-
mentación eran causados por organismos vivos. Se recurrió al microscopio, para entonces ya bastante evolucionado, para
descubrirlos e identificarlos, y bien avanzado el siglo, en 1860, Pasteur dio a conocer avances en materia de esterilización de
los alimentos, que fueron aplicados por la todavía incipiente industria conservera. Solo entonces se refutó definitivamente la
teoría que durante muchos años estuvo vigente de la generación espontánea. Años más tarde, Robert Koch y sus discípulos
introdujeron técnicas de laboratorio, reproducción de colonias, cultivo en medio sólido, etc., y empezó el desarrollo de la mi-
crobiología alimentaria, que es la base de la actual industria conservera.
transformaba en jugo, se añadía huevo, cebolla y zanahoria y se pasaba por el horno y así se publicitaba que debía hacerse,
pero la realidad es que lo más frecuente fue que las amas de casa se limitasen a servir la carne como salía de la lata, o como
mucho a añadir unas patatas cocidas. La carne australiana tenía una sola virtud, pero muy importante, porque el precio era
inferior a la mitad del de la carne fresca, sobre todo después de una epidemia que afectó a la ganadería inglesa y que hizo que
la carne de vacuno autóctono fuese muy cara. El año 1866, en el que empezó la importación, se trajeron 7.300 kilos de Aus-
tralia y cinco años más tarde la cifra se había elevado hasta 10 millones de kilos.
Las importaciones de carne australiana fueron muy importantes, hasta que en Estados Unidos termina la Guerra de
Secesión y se superaron las consecuencias, porque entonces las producciones americanas de carne enlatada empiezan a llegar
a Europa, al poco tiempo se unieron las de pescado, sobre todo de salmón y ostras, y algo más tarde se desarrolló un floreciente
comercio de frutas y hortalizas conservadas, que al principio fueron una especialidad casi exclusivamente norteamericana,
aunque por entonces los franceses ya enlataban con asiduidad sardinas, salmón y guisantes.
Poco a poco se fueron solventando los problemas, porque se descubrió que añadiendo cloruro de calcio el punto de ebu-
llición se elevaba, lo que facilitó que se acortase el proceso de fabricación y que paralelamente se abaratasen costos.
En una fábrica de Baltimore se patentó un sistema de esterilización con vapor a presión que daba mucha mayor garantía
de seguridad. Otro problema importante era el cierre de los envases de hojalata, que era totalmente manual, se necesitaban
prensas de remaches y soldadoras de las junturas laterales y el resultado no era siempre óptimo, porque con cierta frecuencia
aparecían “poros”, que terminaron evitándose mediante la utilización de un barniz en el interior de la lata, que además impedía
el contacto del alimento con el metal. Mejoró mucho el sistema, pero no del todo, porque fue a finales del siglo XIX cuando
se produce la fabricación de envases con las junturas solapadas, que se patenta junto con una mezcla de gomas que asegura
la juntura casi perfecta de los extremos de la lata. Aparecen nuevas gamas de productos enlatados y otra vez Estados Unidos
está en la vanguardia con botes de sopas, envases de maíz cocido, purés de tomate, hortalizas cocidas y leche condensada,
que empiezan a ser productos que se pueden adquirir fácilmente en los comercios tradicionales.
Pero hasta el último tercio del siglo XIX la elaboración de los enlatados se hacía artesanalmente. Fue en 1876 cuando
se inaugura una fábrica, en Chicago, muy mecanizada y con líneas de montaje que contribuyó a disminuir los costos, a
mejorar la calidad del producto final y sobre todo a elevar el nivel de la seguridad alimentaria. La mecanización se impone,
pero en todos los terrenos, porque comienzan las recogidas mecanizadas de las cosechas, la eliminación de las vainas en las
hortalizas de grano, primero con dos máquinas diferentes y finalmente con una sola que lo hacía todo, el lavado automático
de las raíces y tubérculos, máquinas que lavan, deshuesan, pelan, parten y trocean la fruta.
Los avances fueron mucho más lentos en lo que se refiere a la mecanización del proceso del pescado, porque es un producto
más difícil de manipular, y debido a ello surgieron muchos inconvenientes, que solo podían solventarse a mano, e incluso
todavía hay algunos que no están totalmente resueltos. Para disminuir costos se recurrió en Estados Unidos a la utilización
de mano de obra extranjera, sobre todo de chinos, pero cuando en 1882 se prohibió la libre emigración, se inventó lo que dio
en llamarse el iron chink, o “el chino mecánico”, que no era nada más que una mecanización bastante automatizada.
Apareció un nuevo producto en el mercado, de origen y diseño irlandés, pero producido en los territorios de ultramar.
Se le llamó corned beef y se posicionó en los mercados europeos, de tal forma que todavía sigue encontrándose, aunque en
proporciones limitadas. La lata es característica, con forma de tronco de pirámide cuadrangular, y el producto interior es
una mezcla, de color rosado, en la que se confunden carne y grasa. La empresa Liebig, de capital alemán con participación
inglesa, se instaló en Uruguay en 1863, en la localidad de Villa Independencia, que más tarde pasó a llamarse Villa Fray
Bentos, y desde este punto se produjo una corriente considerable de latas de carne con destino a Europa. Más tarde cambió
de nombre la factoría y las latas se comercializaron bajo la firma Anglo, porque se había producido un trasvase de propiedad
a los ingleses. La empresa creció y Argentina, Paraguay y algunos puntos de África se integraron en ella.
Algunas circunstancias fueron muy favorables a este comercio. Entre ellas que en diversos países durante las dos guerras
mundiales se racionó la carne fresca, en tanto que la enlatada se incluía en las cartillas de racionamiento o se podía adquirir
con cierta facilidad en el mercado libre. La empresa compatibilizó la exportación de latas con la de carne refrigerada y fue tal
su potencial productivo que entre sus exportaciones se llegaron a contar 500 toneladas de extracto de carne, obtenido de las
piezas y recortes no utilizables directamente, que se enviaban a Europa en barriles para ser procesados en destino.
La influencia de este producto en Inglaterra llegó a tal nivel que, aunque inicialmente era para las clases con menor
poder adquisitivo, ha llegado a integrarse definitivamente en la gastronomía, hasta el punto que el príncipe Carlos en una
visita a Uruguay en 1999, para dejar patente la importancia que el producto tuvo en el Reino Unido, y aunque en menor
proporción en toda Europa, dijo: “Crecí comiendo corned beef”. Algunas empresas continúan la producción y en la actualidad
se sigue haciendo en Uruguay, Brasil, Estados Unidos (hay una firma muy potente en Baltimore), en China y en algunos
países más.
Surgieron imitaciones, como el briskef beef, en el que se indicaba que la carne procedía de la zona del pecho y falda de
las vacas, el corned mutton hecho de carne de cordero, el corned beef continental, el corned beef rápido, el corned pork, naturalmente
hecho con cerdo, y otros productos similares. Las conservas de carne han perdido importancia, ya no tienen la que tuvieron,
ni la que han alcanzado las de pescado y las de vegetales, pero todavía hay productos de alta gama que se siguen comerciali-
zando enlatados, como es el caso del jamón cocido, tipo York, y de algunas preparaciones de foie de oca y pato.
tienen en países con climas más fríos. No obstante, siguen siendo objeto de conserva y su importancia es notable. General-
mente se presentan al natural, aunque hay algunas preparaciones especiales, que quizás deban considerarse como platos pre-
parados.
Las habas han incrementado su presencia en el mercado, con tendencia al envasado de los tamaños más pequeños, que
son más tiernos y de sabor más apreciado. La denominada baby se está imponiendo entre los consumidores, a pesar de que
los precios pueden ser altos. Se presentan peladas o sin pelar.
La competencia de los congelados ha afectado al consumo de judías verdes en conserva, que cada vez se consumen menos.
Hay diferentes presentaciones que afectan a la forma y variedad, distinguiéndose entre planas o redondas, enteras o cortadas.
El espárrago es una de las estrellas de la industria conservera. El espárrago blanco con Denominación de Origen Navarra
es una maravilla, hasta el punto de haber consumidores que lo prefieren al fresco. Está incrementándose el consumo de es-
párragos verdes, que pueden estar protegidos por la DO Huétor-Tájar. Además de estas especialidades pueden encontrarse
en el mercado espárragos no amparados por las denominaciones, a veces procedentes de climas cálidos, como Tailandia,
China, Perú, Ecuador, etc., de calidad inferior. Se presenta entero, puntas, tallos y pasta.
Se comercializan otras muchas más conservas vegetales, algunas excelentes como las aceitunas, que pueden tener deno-
minación, la aloreña por ejemplo o la manzanilla, que sin tener denominación es un puntal importante de nuestras expor-
taciones. El cardo y la borraja en conserva van ganando prestigio. Además del champiñón se conservan cada vez más setas,
y lo mismo sucede con grelos, acelgas, zanahorias, espinacas, alcaparras, berenjenas de Almagro (con DO), algunas trufas,
sobre todo de verano, etc. Entre las frutas en conserva la estrella es el melocotón, que se presenta entero o en mitades, en al-
míbar o al natural. También se conservan otros frutos en su jugo, pero la principal producción es la mermelada, inicialmente
con protagonismo de albaricoque y ciruela, confituras, compotas, y otras preparaciones de diversas frutas, en presentaciones
variadas, recurriéndose a veces a la utilización de otros alimentos, condimentos y especias para lograr conservas más sofisti-
cadas, que disfrutan de demanda generalizada.
franceses en lo que respecta a este sector durante buena parte del siglo XIX, se fue transfiriendo a los industriales gallegos
y las sardinas, que hasta entonces se habían comercializado muchas veces con etiqueta francesa, empezaron a hacerlo con la
española, que a veces se acompañaba con la bandera roja y gualda para que quedara clara su procedencia.
Merece atención el caso de Salvador Massó Palau, que había llegado a Boeu en 1816 como comerciante de salazones y
como sus descendientes continuaron con su labor, la firma Massó se convirtió en la empresa más grande e importante de
Europa. El negocio se extendió y se crearon nuevas factorías en Cangas de Morrazo, Avilés y Barbate. Para asegurar el futuro
se diversificaron actividades y se produjo su participación en empresas pesqueras que asegurasen el abastecimiento, como se
puede observar en el Museo Massó, que en 1932 se inauguró en Boeu, en el que se muestran cartas de navegación, cuadros,
mapas, libros antiguos y todo tipo de objetos relacionados con la pesca y la industrialización.
Las costas levantinas se especializaron en la industria salazonera y nunca entraron en el mundo conservero de una
manera significativa. Tardó en incorporarse a este mundo Andalucía, unas cuatro décadas, porque hasta 1879 no aparece la
primera fábrica de conservas de pescado. Fue en Cádiz, unos diez años después la segunda en Ayamonte y un poco más
tarde la tercera en Isla Cristina. Todas ellas tenían como actividad exclusiva la conserva de atún, con destino casi único al
mercado italiano. Para controlar la producción y el comercio llegaron italianos, que se llevaban el atún de almadraba en sal-
muera o en aceite, en barriles o en latas grandes, y de esta forma se comercializaban unos 20.000 atunes, lo que significaba
el 20-25% de las capturas en almadrabas y aproximadamente 1,2 millones de kilos anuales. Hasta entonces, en 1879, no se
conocía en Cádiz y Huelva otra conservación del atún que no fuera la salazón, pero en poco tiempo, en la última década del
siglo XIX y en la primera del XX, se desarrolló la industria conservera andaluza de pescado.
Diversos hechos importantes incidieron en el sector. El primero fue que los italianos buscaron otros lugares para abas-
tecerse, porque el precio del atún fresco creció notablemente y el del el atún en aceite se estancó. El segundo fue que el
mercado de la sardina empezaba a ser muy importante, las producciones se diversificaron y las exportaciones españolas, que
hasta entonces habían sido gallegas casi en su totalidad, fueron sustituidas, en cantidades variables según los años, pero siem-
pre entre un 18 y un 26%, por la industria andaluza, en gran parte debidas a la sardina, pero también al atún que ya se ela-
boraba en latas de conserva.
En 1909 se produjo la primera crisis sardinera en Galicia, porque la sardina desapareció como antes lo había hecho de
Bretaña. Los conserveros gallegos se trasladaron al litoral onubense, que se convirtió en un centro importantísimo de la pro-
ducción de conservas españolas. Cádiz, que se especializó en las conservas de atún, tardó más en despegar, porque no lo hizo
hasta la segunda década del siglo pasado, debido a un nuevo tratado hispanoitaliano que facilitaba la exportación, a las ex-
celentes campañas que tuvieron en esa década las almadrabas y a la Guerra Mundial, que incrementó la necesidad de abas-
tecimientos, sobre todo con alimentos conservables. Pero no siempre soplaron vientos favorables, porque la entrada de Italia
en el conflicto impidió que nuestro principal cliente siguiese importando atún.
La industria se tecnificó y aparecieron las grandes firmas de Ayamonte y de Isla Cristina, entre las que destacan Pérez
Hermanos, Martín Cabet, Pérez y Mila, etc., que tenían más de 100 trabajadores y producían más de un millón de kilos al
año cada una. En 1925, la capturas de sardinas y atún disminuyen notablemente, aunque mejoró la competitividad de la
conserva de atún La situación no duró mucho porque pronto aparecieron en el mercado las nuevas empresas niponas y ame-
ricanas, que estaban mejor tecnificadas y producían a menores costes. La hegemonía española que había tenido Andalucía,
superando puntualmente a Galicia y al conjunto de la producción pesquera de Cantabria, Asturias y el País Vasco, duró
poco tiempo y se pasaron años malos en conservas de sardinas y atún, porque disminuyó la rentabilidad, consecuentemente
la capitalización y la puesta al día de las instalaciones fabriles, que tardaron mucho en recuperarse.
Hasta el año 1936 la industria de la conserva española tuvo un periodo de expansión, porque la flota vasca del bonito
tomó impulso gracias a la innovación de la pesca con cebo vivo, la incorporación del vapor y el diésel, pero la llegada de los
tiempos de la autarquía, con el aislamiento internacional, dio lugar a la escasez de materias primas auxiliares, lo que hizo
que las empresas conserveras pasaran momentos muy difíciles.
A principios de los años cuarenta se extendió el cultivo del mejillón gracias a la acción de los hermanos Ozores Saavedra,
que instalaron las primeras bateas en Vilanova de Arosa, y surgieron nuevos empresarios conserveros que apostaron por
este molusco como un producto interesante. Afortunadamente acertaron.
Fueron muy duros los años de la posguerra. Los alimentos no abundaban, sus precios eran bajos para los productores y
altísimos para una parte muy importante de la población. Disponer de una lata de sardinas era un privilegio que no podía
alcanzarse con frecuencia, pero afortunadamente estos tiempos pasaron y se produjo la transformación económica de España,
con fuerte crecimiento económico y demográfico por lo que el sector se recuperó, al menos parcialmente. Se buscaron nuevos
caladeros, se botó el primer buque congelador, el Lemos, en 1961 y se procedió a modificaciones profundas en la tecnología,
la seguridad alimentaria, la investigación, el desarrollo de los nuevos conocimientos y la internalización de los mercados im-
puestas por la modernidad, que exigía unos niveles de costos de producción bastante más bajos.
Conservas de carnes, pescados y vegetales 179
Aceite LA GIRALDA
SEVILLA. [1950]. Cartulina litografiada y troquelada. 33 x 22,7 cm.
182 Alimentos con historia
E
l olivo es un árbol legendario, muy valorado en todas las culturas mediterráneas porque de sus frutos se extrae una
grasa que es alimento, pero que también puede usarse como condimento, cosmético, bálsamo, medicina y combus-
tible, lo que en las sociedades poco evolucionadas era un auténtico tesoro, porque difícilmente se puede encontrar
una producción que tenga tantas aplicaciones y tan importantes.
Las leyendas son variadas y con frecuencia le otorgan carácter sagrado. Los griegos contaron que en una discusión entre
Poseidón y Palas Atenea se propusieron hacer algo que fuese de mucha utilidad para la humanidad. El dios inventó el caballo
y quedó muy satisfecho y con razón, pero la diosa se propuso mejorar e inventó un árbol, al que le encomendó la misión de
producir frutos útiles para todos y surgió el olivo. Los dos presentaron su creación y no se pusieron de acuerdo en quién era
el ganador. Apelaron a Zeus, el dios supremo, que estudió detenidamente las ventajas de los inventos y, tras pensárselo
mucho, optó por declarar vencedora a Palas y en su honor fundó la ciudad de Atenas.
Jerjes, muchos años después, aprovechándose de las circunstancias y de la colaboración de otras ciudades griegas,
que estaban hartas de que la Acrópolis impusiese sus leyes y se beneficiase mediante pillaje de la inferior capacidad
bélica de los aliados, arrasó e incendió Atenas haciendo desaparecer casi todo, pero entre las ruinas y la desolación so-
brevivió un árbol que estaba colocado ante el templo de Erecteión. Esa misma primavera floreció y seis lunas más tarde
dio fruto. Por haber sobrevivido al incendio se le consideró símbolo de la fuerza, por su productividad de la riqueza,
por la renovación de sus brotes de la inmortalidad, y con todas estas propiedades es lógico que con sus ramas se coronase
a los héroes.
Aceites EL COCINERO
Úbeda. JAÉN. [1910]. Chapa en relieve. 20 x 37,8 cm.
Palas Atenea, la diosa griega, que en Roma adoptó los nombres de Minerva y Ceres, fue a quien se le encomendó la agri-
cultura, la industria y las artes. La invocación de ella era frecuente por los que cultivaban la tierra, además de por los indus-
triales y los artistas. Se instituyeron ceremonias agrarias, que continuaron en costumbres, algunas todavía actuales, como la
de pasar una rama de olivo por la reja del arado cuando se empieza a roturar una tierra. Se practica en algunos países medi-
terráneos y, aunque es cierto que ya no se invoca a la diosa, se encomienda la demanda de una buena cosecha a alguna virgen
o santo que con frecuencia es el que ejerce como patrón de la localidad.
También los cristianos dieron un significado sacro al olivo y, además, muy temprano, porque cuenta la leyenda que
cuando se murió Adán, un ángel descendió del cielo y entregó tres semillas a su hijo primogénito, Seth, con el encargo de
que las colocara en los labios de su progenitor antes de proceder al enterramiento. Así lo hizo y a la primavera siguiente na-
cieron tres plantitas de la tumba, que fueron un cedro, un ciprés y un olivo. Cada árbol tiene un significado importante en
la cristiandad, pero en concreto del olivo se obtiene el óleo, que significa el espíritu de Dios, por lo que está presente en
diversas ceremonias que continúan practicándose.
Aceite de oliva 183
El impulso de Roma
El olivo se empezó a cultivar regularmente hace unos 6.000 años, aunque con anterioridad se obtenía el fruto del acebuche,
como lo demuestran los restos fósiles que se han encontrado en muy diferentes puntos, tales como en Mongardino, en Italia,
en el norte de África y en diferentes excavaciones de núcleos poblacionales de la Edad del Bronce. Según todos los indicios
parece que nació en Asia Menor, más concretamente entre Asiria y Babilonia.
Pero fue Roma la que difundió el olivo en todas sus posesiones, que prácticamente se superpusieron con el mundo oc-
cidental civilizado, y entre ellas llegó a Hispania, porque para los romanos ocupantes de las tierras conquistadas era muy
importante disponer de esta grasa, lo que hizo que la práctica se extendiese por toda la región mediterránea. Su importancia
temprana se hace evidente en los frescos de Herculano, en las aceitunas conservadas por la lava en Pompeya, en la presencia
en ajuares mortuorios, entre los que destaca la representación de una corona de olivo, cuyas hojas son de oro, encontrada
en la tumba de una noble dama del siglo IV antes de Cristo; estatuas de héroes y atletas coronados con olivo, cerámicas
que representan olivos, labores de recogida o prensa, referencias literarias como la que se hace en la Odisea al “gran olivo”,
en el que está tallada una cama que solo conocían Ulises y su esposa, o la de Virgilio, que recomienda alimentarse de acei-
tunas “que son fructuosas y carnosas y están destinadas a la paz”, y, como testimonio basado en razones técnicas, el del
español Columela, que no dudó en darle un trato preferente con su frase “Olea prima arborum est”, o los manuales de oli-
vicultura de Catón (De re rustica y De agricultura) y finalmente las referencias de Apicio en su De re coquinaria al aceite de
oliva, que interviene en la elaboración de variadas salsas, a las aceitunas en diferentes presentaciones en salmuera o en con-
serva y casi siempre aromatizadas con variadas hierbas del campo y otros productos que están presentes en los aderezos
que se siguen practicando.
Llegó pronto al norte de África, más o menos al mismo tiempo que a Roma, como lo demuestran los recientes hallazgos
en la antigua ciudad de Ebla, muy próxima a la actual Alepo, en el norte de Siria, pero su cultivo y desarrollo se difundió
desde Roma, que necesitaba abastecerse de aceite. La dinastía de los Severos, de origen africano, fomentó la producción,
como lo demuestran las inscripciones de Henchir Mettich, en las que se pide a los agricultores que se instalen en tierras in-
cultas y que planten olivos. En Israel, la tecnología fue muy avanzada para su época, con la invención de una prensa de palanca
larga que facilitaba la extracción del aceite y la clasificación de los cultivos, en función de las variedades como gadol, katán y
beinoni, según el tamaño del fruto, de mayor a menor.
A medida que avanzaba la conquista romana era más difícil el abastecimiento desde el centro del imperio. Para mantener
los territorios era necesario establecer destacamentos militares, a los que había que alimentar, por lo que los alimentos básicos,
entre los que estaban los cereales, el vino y el aceite, se fueron fomentando mediante la promoción de su cultivo. Las produc-
ciones crecieron, incluso por encima de las necesidades de los habitantes y de los ocupantes, y además había preferencia de
abastecimiento a Roma, que se había convertido en gran ciudad y consumía mucho más que lo que se producía en sus alre-
dedores. Se crearon rutas comerciales, en las que algunos autores ven el origen del desarrollo del comercio alimentario de
Occidente. En lo que se refiere al aceite, la Bética se convirtió en la primera región abastecedora, lo que originó que para tras-
ladar el aceite se construyean unas naves, denominadas “onerarie”, especialmente preparadas para el transporte de ánforas.
Llegaron muchas a la metrópoli, tantas que, como descubrió recientemente Dressel, el monte Testaccio, en pleno corazón
de la actual Roma, está formado por restos de vasijas portadoras de aceite de la Bética.
José María Blázquez ha hecho un excelente trabajo recopilando datos que manifiestan que el aceite español no solo llegó
a la capital, porque también se han descubierto restos de ánforas en diferentes provincias del Imperio romano, como en la
Germania. Concretamente en Köln (Colonia) se han encontrado abundantes restos de vasijas con inscripciones hispanas.
Corduba (Córdoba), Cárdula (Almodóvar del Río), Détumo (Posadas), Astigi (Écija), Celti (Peñaflor), Axati (Lora del Río),
Canaria (Alcolea del Río), Naeva (Cantillana), Ilipa Magna (Alcalá del Río) e Híspalis (Sevilla) son inscripciones frecuentes
en los envases que sirvieron para abastecer a Roma, y a algunas de sus colonias, con el excelente aceite bético.
El uso del aceite dejó de ser fundamentalmente alimentario, por lo que su demanda solamente crecía cuando se producían
epidemias de peste, bastante frecuente, que tenían casi como única medida terapéutica eficaz a la limpieza. En esos momentos
aumentaba el consumo de un producto que se hacía con aceite, al que se le denominó jabón, y fue la más eficaz de las “me-
dicinas” de la época utilizadas contra la epidemia. Parece que el origen del nuevo desinfectante está en Savona, de donde
deriva el nombre del producto, pero también consta que en Sevilla existió una importante fábrica que abasteció eficazmente
a una parte importante de al-Ándalus.
También se utilizó el aceite de oliva con fines religiosos, para la elaboración de “óleos” y para el alumbrado de los templos,
pero en un determinado momento el descenso de la producción fue notable en España y en general en toda la cuenca me-
diterránea. Con la llegada de los árabes cambió notablemente la producción de aceite, porque se había convertido en su grasa
preferida y con frecuencia única. Trajeron nuevas técnicas de cultivo, procedentes del norte de África, y en las regiones en
las que se asentaban fomentaban las plantaciones de olivares. Sin embargo, los cristianos declararon al olivar como un signo
de dominación y por eso, cuando recuperaban territorios, procedían con cierta frecuencia, como describe Juan de Mena, a
la tala de olivares, con la finalidad de imponer la grasa de cerdo, que era aval de la catolicidad.
Pero poco a poco se empezó a convivir con el olivar, porque sus ventajas eran muchas y, cuando en 1492 se descubrió
América, una de las primeras plantas que llegó al nuevo continente fue el olivo. La adaptación fue lenta y todavía el ámbito
de cultivo está limitado a unas pocas regiones, pero existen árboles centenarios en Estados Unidos y en México, y reciente-
mente se están haciendo nuevas e importantes plantaciones en algunas áreas, como en California, en Chile y en Argentina,
y ante las protestas de los que la consideran una planta invasora se aduce que su cultivo es ancestral.
Hoy el aceite de oliva es la grasa más valorada y por ese motivo las plantaciones están aumentando en toda el área en la
que es posible el desarrollo del olivo, porque aunque en su momento fue verdad la aseveración de Georges Duhamel de que
“el Mediterráneo acaba donde el olivo deja de crecer”, los avances científicos hacen posible que el área de cultivo se haya ex-
tendido considerablemente, y hoy hay olivares y con explotaciones muy productivas y crecientes en extensión en China, en
Vietnam, en Oceanía meridional y en toda América, que se unen al norte de África y al sur de Europa para conseguir que el
olivo esté presente en todos los continentes.
Significado religioso
En las ceremonias mortuorias griegas se le proporcionaban al difunto los bienes que había valorado en vida, para que pudiera
disfrutar de ellos eternamente. Por ello se han encontrado vestigios de muy diferentes alimentos, pero solo hay uno que mul-
tiplica su protagonismo y es, precisamente, el aceite de oliva, que se ha encontrado en vasos decorados (lequitos) con pasajes
de la vida del fallecido y, además, formando parte de los afeites con los que se le maquilló y conservó, e incluso a veces en pe-
queñas vasijas, como componente de ungüentos y perfumes. La unción no fue exclusividad griega, porque también, y quizás
antes, egipcios, babilonios y cananeos la habían utilizado para santificar a los muertos. La costumbre se generalizó, y aún
hoy la religión católica la sigue practicando en algunos sacramentos.
Aunque las referencias cristianas son muy numerosas, hay coincidencia en que las primeras están en el segundo libro de
la Biblia, en el Éxodo, que narra la esclavitud de los hebreos en el antiguo Egipto y su liberación por Moisés, que los condujo
a la “tierra prometida”. En él se dice que: “El Señor dijo a Moisés: Toma perfumes de gran precio, cinco kilos de mirra en
grano, dos kilos y medio de cinamono, dos kilos y medio de caña de olor, cinco kilos de acacia y tres litros y medio de aceite
de oliva. Con estos ingredientes harás el aceite de la unción santa”. El mismo libro se refiere a la utilización del aceite de oliva
en las ceremonias de unciones sacerdotales en los siguientes términos: “También ungirás a Aarón y a sus hijos, y los consa-
grarás para que estén a mi servicio como sacerdotes. A los israelitas les dirás: Este será el aceite de unción en todas vuestras
generaciones”.
Aceite de oliva 185
Combustible
Hace menos de un siglo que el aceite de oliva era todavía el más importante medio de iluminación de una gran parte de la
España rural. La llegada y generalización de la luz eléctrica acabó con esta función, para la que se empleaban los aceites con
más acidez o los que se habían oxidado, y su denominación generalizada era la de “lampantes”. Las primeras lámparas de
aceite que se conocen son fenicias. Eran pequeñas, apenas tenían capacidad para unos centímetros y si la mecha no fallaba,
tenían autonomía para una o dos horas. Eran de diversos materiales, pero principalmente de cerámica o de bronce y se dife-
renciaban por su utilización colocándolas sobre una superficie plana o para poderse colgar de la pared. Los egipcios eligieron
a los aceites de más calidad para utilizar en las lámparas sagradas, para hacer más generosa la ofrenda y porque observaron
que la llama era más amarilla y más luminosa.
Los griegos, que generalizaron su uso, hicieron del aceite el principal elemento de la iluminación pública y hay relatos
que describen que cuando se acudía invitado a un “simposium”, que era como se llamaban entonces los banquetes, cada uno
llevaba su lámpara y se tenía a gala ser propietario de la que más iluminaba, la que tenía más puntos de luz y la mejor
186 Alimentos con historia
El mejor cosmético
Los egipcios, que fueron muy cuidadosos de su higiene personal, para poder quitar las impurezas de la piel utilizaban arcilla
o cenizas, pero el problema era que actuaban llevándose por delante una parte de la capa protectora y a veces hasta la epi-
dermis, por lo que para paliar el problema se utilizaba aceite de oliva, que pronto se convirtió en un cosmético reconfortante
y simple, pero muy eficaz, para devolver la textura y suavidad de la piel. Los efectos se deben a que la protegen frente a factores
ambientales externos y, además, facilitan una más rápida regeneración de las membranas celulares.
Se cree que fueron los griegos los primeros, pero la realidad es que en todas las culturas de aquella época se procedió a
aromatizar los ungüentos que tenían como base al aceite de oliva, al que se añadían muy variadas sustancias como hierbas
aromáticas, mirra, azafrán o esencia destilada de flores. En papiros egipcios, en tablillas micénicas, en tumbas de Tebas, en
murales de Pompeya y en variados documentos griegos, romanos y árabes se han encontrado dibujos, gráficos, pinturas, re-
cetas, consejos, alabanzas y notas de agradecimiento a los “aceites de vida”, capaces de rejuvenecer el cuerpo y el espíritu, re-
generando las células y dando elasticidad a los músculos.
En la higiene, en el deporte, en la guerra y en el amor estaba presente el aceite, a disposición de los que practicaban diferentes
actividades. A los atletas los protegía del sol, del calor, entonaba los músculos y paliaba las consecuencias de las caídas. A los
gladiadores les permitía tener el cuerpo más resbaladizo y flexible, los más presumidos se valían de su ayuda para mejorar su
imagen y los amantes disfrutaban de la suavidad que proporciona a los cuerpos. Los mejores productos se reciclaban, sobre
todo los que utilizaban los atletas, que eran importantes consumidores, como indica una referencia de Plinio, que se queja de
la cantidad de sextercios que era necesario pagar para hacerse con las raspaduras de aceite y sudor procedentes de la piel de los
atletas, obtenidas con el uso de un instrumento especial llamado “estrigilo”, que raspando sobre la piel facilitaba la obtención
del ungüento, que posteriormente se reciclaba, porque era muy apreciado por su utilidad como emplasto y emoliente.
Aceite de oliva 187
En el siglo VII cuando se inventó el jabón en Savona, ciudad de Liguria, en Italia, de donde el producto tomó el nombre,
el aceite tuvo otra vez un momento de gloria porque su uso fue muy importante en la perfección de la higiene y en el control
de enfermedades epidémicas. El jabón sustituyó a los emplastos, que hasta entonces se hacían con arenas finas y cenizas de
madera. Con la misma fórmula con la que se hizo el jabón original, se ha seguido fabricando en las regiones olivareras, hasta
hace muy pocos años e incluso, en estos momentos, hay tiendas especializadas en la venta de jabones hechos artesanalmente,
con aceite de oliva y sosa, con diseños originales y empleando en su confección diferentes armas y lo cierto es que los efectos
de estos jabones artesanos, que tienen su público, son muy satisfactorios.
Son muchos los productos de belleza que en la actualidad llevan en su composición aceite de oliva. Mascarillas, cremas
hidratantes, exfoliantes, preparados para conseguir paliar el efecto de las arrugas, para que las pestañas sean más fuertes,
para suavizar las manos o para diversos tratamientos capilares son productos de uso muy frecuente. También se han empezado
a utilizar, o quizás a redescubrir, sistemas integrados de belleza que se asientan en una moderna forma de cuidar el cuerpo:
la oleoterapia.
Alimento y condimento
Seguramente, el aceite de oliva no fue la primera grasa que utilizó el hombre, porque primero dispuso de la que se encontraba
en las entrañas de los animales que cazaba, pero es muy probable que también observase enseguida que cuando los frutos
de los acebuches maduraban suficientemente soltaban una sustancia grasa y entonces, en cada una de las culturas medite-
rráneas en las que el árbol crecía espontáneamente, alguien decidió concentrar el líquido oleoso y de esta forma se dispuso
de un antecedente del aceite de oliva que mejoraba el sabor de los platos y que con pan constituía un excelente desayuno o
el complemento de una comida que por entonces no solían ser muy abundantes. No hay demasiados testimonios escritos
de recetas ancestrales, pero de cada país hay algunas, y en casi todas ellas figura el aceite como uno de los ingredientes, pero
curiosamente se utiliza en muy pequeñas cantidades con el fin de saborizar, de condimentar el plato, es decir, en cantidades
pequeñas, tanto por su precio como por un cierto respeto a su aplicación fundamental, que era su empleo sagrado. Fue más
tarde cuando se percataron de las virtudes culinarias y gastronómicas de este producto, lo que, unido a la prohibición por
algunas religiones de consumir carne de cerdo, hizo que el aceite de oliva fuese la grasa más importante del Mediterráneo.
188 Alimentos con historia
Los griegos fueron muy dados a su utilización, especialmente para hacer salsas, a las que hace alusión Arquestrato. Con
aceite de oliva hicieron la “salsa blanca”, que era una emulsión utilizable en todo tipo de platos. Los atenienses introdujeron huevo
y crearon la “salsa amarilla”, en la que algunos han visto un antecedente de la mahonesa. Los etruscos lo aromatizaron con hierbas
y especias, y los romanos desarrollaron una interesante cocina con el aceite, porque se distinguieron calidades y variedades en
los destinados a usos alimentarios. Primero Arquestrato, en Grecia, y luego Apicio, en Roma, muestran en su obra variadas
recetas con aceite de oliva. En concreto las de este último autor han sido recogidas por Almudena Villegas en su obra Aceite de
oliva y cocina antigua. La cocina de Apicio en Roma, que recrea con acierto y elegancia lo que se cree que fue esta cocina.
Hay diversos testimonios que hablan de la regulación comercial en Roma del aceite de oliva. Es cierto que son pocos los
que tienen aplicación general y que casi todos están limitados en su ámbito, unas veces temporal y otras territorial. El comercio
estaba controlado por la administración romana, pero tampoco está muy clara la organización y la regulación. Algunos
opinan que había una annona militaris, lo que significa que todo el aceite se utilizaba en el abastecimiento de los soldados,
pero también hay quien cree, como Remesal, que demuestra la existencia de un praefectus annonae ad oleum afrum et hispania
recendendum, es decir una persona con un cargo público encargada de regular el flujo del aceite que llegaba a toda la población.
De hecho hay constancia de que en tal puesto estuvo destinado Ulpius Saturnius Posesor. Fue durante el reinado de Marco
Aurelio. Esta teoría que mantiene el carácter general de la regulación del comercio está reforzada por la enumeración de los
privilegios otorgados por los emperadores a los negotiatores olearii, de los que dependía la regulación del comercio con España.
No debió durar mucho esta organización porque años más tarde, durante el reinado de Diocleciano, el aceite español se des-
tinó exclusivamente a abastecer al ejército e incluso se vigiló, para que no fuera excesivo, el consumo de los productores y co-
merciantes, limitando las cantidades de las que podía disponerse libremente para el consumo familiar. En las recetas de
cocina encontradas en Roma se hacen frecuentes alusiones al aceite español, al que se valoraba muy bien, como en el caso de
la preparación del libúrnico, que se hacía añadiendo al aceite trigo perfumado, hojas tiernas de laurel y sal. También entraba
el aceite de Hispania en otras recetas, como la de vegetales picados y fritos, la de pollo leucoromus, la de habas a la apiciana,
con albondiguillas de carne de cerdo, en el garum, con una especialidad muy valorada que era el oleogarum, y en otras salsas
con muchas especias. Hay una receta curiosa de una práctica, hoy desaparecida pero que en aquellos momentos debió ser
de frecuente utilización, que se refiere a la conservación de aceitunas en salazón sumergidas en aceite.
También se debe a los romanos la primera clasificación de los aceites por sus propiedades organolépticas, que tampoco
difiere demasiado de la actual. El oleum ex albis ulivis se obtenía de aceitunas todavía verdes, sin terminar la maduración, por
lo que su color era verde intenso y de sabores muy potentes; el viride se obtenía de las aceitunas que comenzaban a virar en
su color, por el envero, asomando ya el negro; el maturum se obtenía de aceitunas totalmente maduradas; el caducum procedía
de frutos sobremadurados, que no se habían recolectado en su momento y se habían recogido del suelo, y el cibarium era un
aceite de inferior calidad, destinado al consumo de los esclavos, que debía tener unas condiciones muy similares al que tiene
el que hoy conocemos como lampante. En todos ellos existían categorías, pero el más apreciado era el que se obtenía de las
aceitunas ya maduras, justo antes de ennegrecerse totalmente, que previamente a la extracción se mantenían unos días rociadas
con sal. También se encuentran algunos testimonios que hablan de un aceite de calidad superior, que se obtenía por presión
suave de aceitunas maduras, que aunque su uso estaba reservado para ser utilizado como medicina, hay referencias que ase-
guran que su excelente calidad era apreciada en las mesas más ilustres.
La caída del Imperio romano, tras el avance de los invasores procedentes del norte de Europa, hizo que la producción
de aceite de oliva disminuyese muchísimo y, por tanto, su empleo en la cocina. Aunque hay testimonios de su uso por los vi-
sigodos, la realidad es que son poco más que ocasionales, lo que cambió totalmente con la llegada de los árabes, que revalo-
rizaron otra vez esta producción hispánica. El uso preferente del aceite de oliva por las sociedades árabes y judías es obvio,
pero eso no significa que el consumo de grasa de cerdo fuese prioritario o exclusivo en las poblaciones cristianas, porque de-
pendía de la ubicación en la que se encontrasen y de las características de las explotaciones agrarias, porque había zonas de
grandes latifundios en los que predominaban los cultivos cerealistas, el viñedo y el olivar, en los que prácticamente la ganadería
porcina no existía y la obtención de sebos de ovino o vacuno era muy limitada, porque apenas se comía su carne, lo que hizo
que el consumo de aceite de oliva fuese general en diferentes zonas geográficas independientemente de que la dominación
fuera árabe o cristiana.
Pero también es cierto que en una gran parte de España solo las clases altas y los clérigos, que con frecuencia poseían
olivares en las abadías, tenían acceso al aceite. Se cuenta que en los monasterios diariamente se distribuía a cada monje una
ración para sazonar las comidas, lo que les permitía disponer de suficiente cantidad, “sin despilfarro ni codicia”. Llegó algún
momento en el que había tan poco que fue necesario restringirlo a usos litúrgicos exclusivamente. La ceremonia principal de
la distribución se practicaba el Jueves Santo, día en el que se consagraba y se distribuía a todas las iglesias de la diócesis, que
debían administrarlo para que durase todo el año, sin que faltase nunca, ni para los óleos ni para los candiles que lucían en
los altares, que únicamente podían ser alimentados con aceite de oliva. Su escasez y el deseo de tener acceso al aceite pueden
Aceite de oliva 189
que contradice las teorías que durante mucho tiempo estuvieron vigentes que aseguraban que el aceite de oliva era indigesto,
que tenía un sabor excesivamente fuerte, lo que en parte era verdad, y que para combatir los problemas cardiocirculatorios
eran mejores los aceites de semillas por su alto contenido en ácidos grasos poliinsaturados, lo que la ciencia ha demostrado
que es absolutamente falso. A los profesores Keys y Grande Covián se debe, en gran parte, el desmentido de estos asertos
porque la realidad es que el aceite de oliva por su composición en ácido oleico, monoinsaturado, y en los poliinsaturados
omega-3 y omega-6, que son nutrientes necesarios en pequeñas cantidades que el organismo no puede sintetizar, es la grasa
que de todas las existentes ofrece las condiciones más favorables para el metabolismo.
Tiene un alto contenido en antioxidantes y en concreto en polifenoles y en tocoferol, y además tiene fitoestrógenos, es-
teroles que dificultan la absorción intestinal del colesterol, alcoholes terpénicos, colorantes de alto poder antioxidante como
las clorofilas, abundantes en los aceites procedentes de aceitunas de recogida temprana, y los carotenos, una provitamina que
está en mayor proporción en los aceites de aceitunas maduradas, y escualeno, que inhibe la síntesis de colesterol y es necesario
para que la piel no envejezca, y una serie de sustancias todavía no bien conocidas, pero con efectos positivos importantes en
el sistema digestivo y hepatobiliar, en el cadiovascular, reduciendo la activación de las plaquetas y la oxidación de las lipopro-
teínas de baja densidad (colesterol malo) y al tiempo favoreciendo la formación de las de alta densidad (colesterol bueno),
ralentizando la absorción de la glucosa y algunas otras más de las que con frecuencia nos llega conocimiento de que se acaban
de descubrir en prestigiosos laboratorios de todo el mundo.
Pero todavía quedan incógnitas sobre cómo se produce y hasta dónde llega el efecto beneficioso que produce el aceite
de oliva en la salud, que previsiblemente se resolverán en los próximos años porque son muchas las investigaciones que sobre
este alimento se están realizando en muchos centros de investigación distribuidos por todo el mundo, que buscan razones
biomédicas que expliquen mejor las razones por las que el aceite de oliva es una excelente fuente natural de salud.
Con estas propiedades el aceite de oliva se ha convertido en una grasa muy demandada, sobre todo por la cocina de van-
guardia, y en estas circunstancias es normal que su producción esté aumentando. Diversos países, con variadas gastronomías,
como China, Estados Unidos, Argentina o Australia procuran producir en cantidades crecientes tan valiosa grasa, mediante
sistemas de explotación intensiva, con alta densidad de árboles por hectárea, hasta tres mil plantas por hectárea, y con cui-
dadosos tratamientos para abonar correctamente a los árboles y evitar la aparición de enfermedades que mermen las pro-
ducciones, lo que exige tratamientos sistemáticos. Estos sistemas de producción se imponen en el mundo, pero al mismo
tiempo hay una demanda creciente de aceites ecológicos, producidos por el sistema tradicional practicado en el área medi-
terránea, que es la región natural y climatológicamente más favorecida, la que tiene mayores ventajas productivas y donde es
de suponer que, a pesar de la creciente competencia, se siga produciendo la mayor parte del aceite de oliva.
mercado, por lo que los países de la Unión Europea, que son nuestros principales compradores, Estados Unidos, que es
donde se practican los precios más altos, y los países orientales, en donde están las mayores expectativas de crecimiento del
mercado, han hecho que nuestro aceite envasado sea el más comercializado, superando en cantidad, aunque todavía no en
precio, al italiano.
Se ha producido el sorpasso, lo que tiene mucho mérito porque al rival hay que reconocerle que ha sido el más importante
promotor del aceite de oliva de calidad en el mundo. Ya somos el máximo productor y el máximo exportador, pero es necesario
que cuidemos algunos aspectos para que nuestra posición se consolide y que nos convirtamos en dominantes del mercado
en todos los aspectos, lo que pasa por disminuir la exportación de graneles y de envasados en garrafas de gran tamaño. Es
necesario cuidar mucho la calidad, publicitar nuestras denominaciones de origen y dar a conocer la riqueza varietal que apor-
tan nuestros muy diferentes aceites y sobre todo los de picual, arbequina, hojiblanca y cornicabra, difundiendo la aplicación
de nuestros varietales a los diferentes platos, no a los tradicionales españoles como la fritura o las ensaladas, pero sí a los
platos elaborados en los países de destino, de la misma forma que sucede con el maridaje de los vinos.
No son problema las nuevas plantaciones en los diferentes países, incluido el nuestro, porque los incrementos de la de-
manda van a superar a los de la oferta. Es cierto que en algún año, que sea muy favorable climatológicamente, podemos
superar los récords actuales y llegar hasta los dos millones de toneladas, lo que acarreará problemas de bajada de precios, fi-
nancieros, de logística y de capacidad de almacenamiento, pero será solo transitoriamente y a cambio tendrá la contrapartida
favorable de consolidar nuestra posición como indiscutibles líderes mundiales.
Tenemos dos amenazas, ocasionadas por la posibilidad de que el cambio climático nos afecte en exceso por la posible
influencia de sequías continuadas y la posibilidad de que la Xilella fastidiosa, que está ya presente en nuestros olivares, tenga
un efecto superior al esperado. Además de la obligatoriedad de eliminar todas las plantas que se encuentren en un radio de
cien metros de las infectadas, impuesta por la Unión Europea, es necesario combatir a los vectores mediante lucha biológica,
y a la bacteria con péptidos antimicrobianos o con virus que la destruyan mediante tratamientos biológicos, lo que debe ser
objeto de estudio continuado y, aunque ya se están obteniendo los primeros resultados positivos, es necesario persistir para
poder erradicar la plaga.
Azúcar, miel, dulces y repostería
LA FORTUNA
MADRID. [1917]. Papel litografiado. 48,2 x 34,7 cm.
194 Alimentos con historia
A
unque todavía hay teorías diversas en cuanto al número de sabores que el ser humano puede percibir, lo que está
perfectamente claro es que uno de ellos es el dulce, que se percibe, sobre todo, a través de las papilas gustativas que
están situadas en la punta de la lengua, pero lo curioso es que no se conocen ni la fisiología, ni el modelo científico
que expliquen el mecanismo de la percepción.
Sí se sabe que la apetencia de este sabor es diferente, incluso muy diferente, entre unas personas y otras, y también, y
esto es muy importante porque el marketing se impone, que hay una evolución en la valoración de la apreciación de este
sabor que está muy afectada por la edad. Gusta en los niños recién nacidos, que cuando se les acerca algo dulce, por ejemplo
un chupete con azúcar, modifican la expresión de la cara, mostrando un gesto risueño y además si estaban llorando se callan,
que es un síntoma muy significativo de su complacencia. Cuando el niño llega a la edad de 9 años, aprecia muy favorablemente
el sabor dulce y hasta los 15 tiene una preferencia por él. Después se va diluyendo poco a poco, en las edades adultas se
valora menos, pero cuando se llega a la tercera edad, otra vez se produce una evolución positiva en la curva de apreciación.
El sabor dulce se aprecia principalmente a través de los hidratos de carbono simples, de los glúcidos, lo que conocemos
como azúcares, representados sobre todo por la sacarosa, aunque hay más, como la fructosa y la lactosa que, como sus
nombres indican, entran en la composición de frutas y de lácteos respectivamente. Hay otros compuestos químicos que tam-
bién tienen sabor dulce como algunos aldehídos y cetonas, algunos alcoholes y algunos aminoácidos, como la alanina, la
glicina y la serina y, aprovechando esta circunstancia, la industria química ha creado una serie de transmisores del sabor
dulce, de edulcorantes que hoy están presentes en muchos de los pasteles, helados, batidos, “chuches”, etc.
LA INGLESA
BARCELONA. [1910]. Chapa litografiada en relieve. 28,7 x 38,3 cm.
Azúcar, miel, dulces y repostería 195
como por ejemplo en esas gotas de “miel” que exudan algunas variedades de higos cuando están muy maduros. Es muy posible
que también se apreciase pronto en los exudados, en las melazas de algunas plantas, unas veces hierbas como la redescubierta
stevia, otras veces de árboles como en la savia del arce, a veces en unas cañas y en algunas flores y, además, tampoco se tardó
demasiado en apreciar que algunos insectos, como las abejas, concentraban el sabor y elaboraban la miel. Fue precisamente
este producto el que primero se empezó a utilizar regularmente para el consumo de los jerarcas y en la farmacopea, posibi-
litando la ingesta de algunos componentes muy amargos, o en la medicina, porque pronto se apreció que tenía un efecto po-
sitivo en la recuperación de fuerzas de los enfermos.
Muchos años después se descubrió la posibilidad de obtener un producto cristalizado de sabor dulce de una hierba, la
caña de azúcar, que todo indica que es originaria de Nueva Guinea, en donde inicialmente era una hierba de porte mucho
más reducido del que tiene actualmente. Pasó después a Java y a Sumatra y desde allí a la India. Algunas noticias sobre la
existencia de un “producto excepcional” llegaron a China y el emperador Tai Hung, que vivió 17 siglos antes de nuestra era,
envió una misión a la región de Bengala para que estudiase el producto que proporcionaba tan excelente sabor y, sobre todo,
para que aprendiese el noble arte de extraer los jugos y concentrarlos hasta convertirlos en azúcar.
Los chinos copiaron el sistema, lo perfeccionaron y hay noticias de que enseguida empezaron a cristalizar los jugos. Los
hindúes tardaron un poco más, porque las primeras noticias sobre este producto se mencionan en el Ayurveda, en donde
están escritas las bases de la medicina hindú. Hubo un cierto culto a las cañas productoras del azúcar, porque además de ex-
plicar la posibilidad de extraer de ellas el jugo dulce, se consideraron ideales para hacer una corona con la que distinguir a los
hombres ilustres. Unos 1.000 años después un autor indio, llamado Valmiki, escribió el Ramayana y en esta epopeya histórica
describe una fiesta en la que se ofrecieron dulces, jarabes y segmentos de cañas de azúcar, para que los invitados pudieran
masticarlos entre plato y plato.
Unos 500 años antes de Cristo los árabes instalaron en Creta una fábrica para extraer azúcar y, poco después, los persas
describieron un “junco que da miel sin necesidad de abejas”. Cuando el general Nearchos llegó a Oriente Medio descubrió
que la caña de azúcar era de cultivo amplio. De Persia pasó a Siria, desde allí a Egipto, en donde se cree que los alquimistas
perfeccionaron el proceso de obtención, y allí lo aprendieron los romanos que, aunque limitado a usos exclusivamente me-
dicinales, son descritos por Galeno y Varrón unos cristales de múltiples propiedades, conocidos con el nombre de “sacha-
ron”.
Los árabes utilizaron el azúcar en la elaboración de postres de sabor muy apreciado, aunque reservados para las clases
más altas, pero cada vez de mayor difusión hasta, con el tiempo, hacerse popular. El cultivo de la caña pasó el Estrecho y se
extendió por la Costa del Sol y por el Levante español. En al-Andalus se cultivó ampliamente y de sus aplicaciones hace re-
ferencias repetidas Abu Zacarías y en el Levante, concretamente en Valencia, el rey Jaime I “el Conquistador” concede privi-
legios de plantaciones que, con objeto de extender la producción, estaban exentas de pagar impuestos.
Fue también por entonces cuando los cruzados encontraron el producto en Tierra Santa. Refirieron sus propiedades
tanto para la preparación de dulces como para combatir variadas enfermedades, entre ellas el “mal de amores”, y aunque se
hicieron muchas pruebas para aclimatar el cultivo de la caña a los países centroeuropeos, el resultado fue siempre negativo.
Hubo que seguir importando azúcar, cada vez más cara, hasta el punto de que una cotización del mercado de Londres indica
que una libra costaba dos chelines, lo que en términos actuales puede traducirse por la necesidad de emplear varios meses
(entre tres y cuatro) del salario de un trabajador para poder adquirir algo menos de medio kilo.
En Sicilia, Grecia y el sur de España siguió creciendo la producción y en las islas Canarias se implantó en fincas cultivadas
por el alcaide de La Torre de Agaete, utilizando unas tierras cedidas por la Corona. También llegó el cultivo a Madeira y
desde las islas españolas y portuguesas se trasladó la caña a América, que por aquel entonces se acababa de descubrir. No
prosperó el cultivo en todos los puntos en los que se intentó aclimatar, pero ya en 1503 se publicaron algunos testimonios
que aseguran que en Santo Domingo había plantaciones productivas y según fray Bartolomé de las Casas, el primer trapiche,
aunque rústico, se construyó en 1506.
El azúcar se convirtió en objeto de deseo y, aunque empezó a llegar a Europa procedente de las nuevas tierras, los precios
siguieron siendo altos y la aceptación por médicos y consumidores muy buena. Salvo algunas excepciones como la del médico,
químico y alquimista Joseph du Chesne, que aseguró que: “El azúcar bajo su blancura esconde una gran negrura y bajo su
dulzor una acrimonia comparable a la del aguarrás”. Pero el caso fue que la demanda creciente hizo que el cultivo se extendiese
por toda América del Sur. Fue un elemento importante de colonización, que sirvió para crear poblaciones, a veces explotando
esclavos negros, y en ocasiones indios, pero también para extender la civilización y, a este respecto, es muy digna de tenerse
en cuenta la labor de las congregaciones religiosas, sobre todo de los jesuitas, en la implantación de “las misiones”, que sirvieron
para crear pueblos, para extender la cultura y para ser base de actuales ciudades.
La nueva riqueza, o mejor dicho el nuevo comercio de la riqueza, fue objeto de importantes cambios productivos y co-
merciales. Con mucha frecuencia la explotación fue esquilmante con la tierra y en algunas islas caribeñas se produjo la de-
196 Alimentos con historia
forestación casi total para plantar la nueva hierba, como por ejemplo en Barbados, Antigua y gran parte de Tobago, y des-
piadada con los obreros, realmente esclavos, que cada vez llegaban en mayor cantidad procedentes de África. Algunos países
fomentaron este comercio humano y otros lo toleraron, aunque poco a poco fue rechazado por los países europeos y por los
que se fueron constituyendo en el norte de América. En cualquier caso, supuso una importantísima corriente migratoria,
denigrante desde el punto de vista humano pero transcendente en la realidad humana, económica y social del nuevo conti-
nente. Asimismo, el azúcar fue determinante en la construcción de infraestructuras, ferrocarriles y carreteras, y en la creación
y concentración de empresas productoras.
En un memorándum sobre la industria azucarera cubana, redactado por Noel Deerr, se estima que a América llegaron
unos veinte millones de esclavos que, aunque en parte trabajaron en plantaciones de tabaco, algodón y cacao y algunos en
minería, tuvieron como actividad muy mayoritaria la producción de azúcar. A ello contribuyó la protección a la población
autóctona que practicaron algunos conquistadores y sobre todo parte del clero, como por ejemplo fray Bartolomé de las
Casas, que sin embargo no fue tan generoso con los negros africanos.
Tras un tiempo más o menos prolongado las explotaciones decayeron y solo en Cuba, en donde ha bajado mucho en los
últimos años; en Santo Domingo, donde ha sucedido algo similar, y en Brasil, en donde la producción se mantiene e incluso
crece, tiene hoy importancia la producción de azúcar. Tras Brasil, que es el primer productor mundial, está la India que pro-
duce la mitad y después, aunque a mucha distancia, China, que solo produce una quinta parte de lo que se obtiene en Brasil.
En este país, la utilización de la caña para obtener bioetanol hace que las perspectivas sean favorables a su cultivo.
Algunos autores identifican al panadero con el pastelero, pero son bastantes más los que consideran que fueron dos
oficios distintos, aunque es muy posible que cuando las masas harinosas endulzadas se empezaron a consumir, una vez
cocidas pasasen por los hornos, que en aquellos momentos eran de uso alimentario exclusivo de los panaderos, y así parece
desprenderse de algunos pasajes de la Biblia, aunque todo hace suponer que para entonces ya se hubiesen consumido muy
variados dulces, elaborados por la simple adición de miel primero y azúcar después a distintas semillas, a frutos secos, a mez-
clas crudas de harinas con agua, a zumos o a compotas de frutas y posiblemente también a otros alimentos, porque no
estaban tan diferenciados como ahora los alimentos dulces y los salados.
En Roma y en Grecia se descubrió la propiedad de la miel para conservar los alimentos para evitar la putrefacción. Por
este motivo, cuando Alejandro Magno murió en Egipto, 323 años antes de Cristo, se procedió al traslado de su cadáver su-
mergido en miel. También consta su utilización en la conservación de frutas, creándose de esta forma unas confituras de las
EL ROMERO
Cifuentes. GUADALAJARA. [1920]. Chapa en relieve. 17,5 x 34,5 cm.
que existen algunas fórmulas que especifican que había que cocer las frutas, enteras si eran de tamaño pequeño y troceadas
si eran grandes, con la misma cantidad de miel. El sabor dulce se fue apreciando poco a poco y aparecen las primeras recetas
con nombre propio como el mulsum, que era un vino muy endulzado, hasta el punto que llegaba a tener la densidad de una
miel fluida; la tripartina, que se hacía con huevos batidos, leche y miel, y el globus, que era una especie de buñuelo que se
hacía mezclando harina con miel, o con agua y azúcar, para después freír la pasta. Pero su uso no fue muy generalizado,
como lo demuestra el hecho de que en los textos de Apicio no hay ninguna receta de postres dulces.
Los árabes fueron los que mejor dominaron la utilización de la miel primero y del azúcar después en la elaboración de
postres. Primero los hicieron en su tierra de origen, en donde los cruzados descubrieron sus calidades, pero la falta de dis-
ponibilidad de azúcar hizo que las referencias a los postres quedasen en meras anécdotas, por la dificultad de elaborar pro-
ductos similares en Europa.
frutas. El arnadí es un postre que se elabora en Valencia hecho con calabaza o boniato cocidos y almendras. Los sorbetes,
que son de origen árabe en su elaboración y en el término que sirve para designarlos, se han convertido en una producción
universal. La pastelería árabe se sigue haciendo en Granada, en el barrio del Albaicín, en donde un establecimiento elabora
cuernos de gacela, que son una maravillosa mezcla de mazapán con agua de azahar; briwats, que se hacen con pasta brick,
sésamo, almendras y miel; baklava, que son una acertada conjunción de pistachos y miel, y algunos bollos y tartaletas que
tienen como fin acercar la pastelería del mundo árabe, que tanto ha influido en nuestra repostería actual.
La dulcería mosaica también tuvo su importancia, porque en las celebraciones judías son frecuentes los dulces y de sus
fiestas nos quedaron los letuarios de membrillo, que son antecesores de todas las mermeladas, porque la palabra procede del
sefardí portugués, en el que “marmelo” es la palabra utilizada para designar al membrillo. También tienen origen judío las
hojuelas, los buñuelos y los pasteles de pasas. Una parte importante de esta repostería se ha perdido, pero recientemente en
la judería de Hervás (Cáceres) encontré un establecimiento dedicado a elaboraciones culinarias judías, en el que abundaban
los dulces, por cierto excelentes, muy similares a los que se pueden encontrar en Turquía o Grecia, países en los que todavía
quedan colonias de sefardíes procedentes de España.
De la unión de la repostería árabe y judía con la española nos han quedado recetas de jaleas, de aloa o aloja, de variados
confites, y de muchas de las piezas en las que almendras y miel son elementos fundamentales.
La elaboración de obleas con destino a la consagración en la misa, es decir las hostias, fue otra importante causa de crea-
ción de golosinas, porque los mismos que las elaboraban, se unieron y alcanzaron cierta importancia, hasta el punto de que
en Francia se creó el gremio de los obloiers. Además de su elaboración principal también hicieron algunas preparaciones dis-
tintas, a veces similares a las que los panaderos habían empezado a hacer, sobre todo con destino a las fiestas locales o para
algunas celebraciones religiosas.
La repostería conventual que se desarrolló a continuación tiene una importante parte de sus raíces en las celebraciones
que se hacían con motivo de las visitas de autoridades, religiosas o civiles, a los conventos con objeto de agasajar a los visitantes,
o con motivo de la fiesta en honor del santo patrón, por lo que en algunos casos los dulces tienen carácter estacional. Es muy
posible que la elaboración de las obleas fuese origen del nacimiento de muchas cocinas monacales, pero sobre todo la dispo-
nibilidad de variadas materias primas, como almendras, miel, harina, frutas y algún otro componente, dio lugar al nacimiento
de una repostería monacal, que con frecuencia conserva nombres religiosos como los huesos de santo, pellizcos de monjas,
yemas de santa Teresa o de san Leandro, tocinos de cielo, suspiros de monja, etc. En la actualidad, la repostería monacal se
ha convertido en un auténtico tesoro de nuestra gastronomía, que guarda fórmulas y elaboraciones ancestrales de una gran
variedad. Todos los años coincidiendo con algunas fiestas señaladas, como Navidad o Pascua de Resurrección, se comercia-
lizan en ferias y exposiciones populares algunos de los dulces y la demanda, creciente, hace que cada vez sea mayor y más va-
riada la oferta.
Un último pilar de nuestra repostería podemos calificarlo como los “dulces de recurso”, que curiosamente son muy simi-
lares en toda España. Por una parte están las masas cocidas u horneadas, que muchas veces se producen con la colaboración
de los hornos de pan, existentes en casi todos los pueblos. A ellos se llevaban los bizcochos, que no siempre fueron dulces,
porque su primera función fue conseguir que su duración fuese prolongada, para poder comerse durante las largas travesías
marinas o en los desplazamientos trashumantes con el ganado, que obligaban a abastecerse parcialmente con las viandas de
partida. Además de los bizcochos nacen muchas especialidades en las que interviene la manteca de cerdo. Los mantecados
iniciales se van diversificando, a veces dándoles formas esponjosas y otras compactándolos para prolongar su duración. Se
recurre a la ayuda de frutos secos que generalmente se amasan con la harina, a algunas frutas frescas o confitadas y a algunas
semillas, recolectadas directamente en el campo como las de hinojo o matalahúva.
Otra referencia importante la forman las masas fritas, entre las que nos encontramos los pestiños, bartolillos, canutillos
y las hojuelas o flores que, aunque típicas de La Mancha, también se elaboraban en regiones alejadas. En su composición en-
tran fundamentalmente harina y agua y su elaboración consiste en darles la forma oportuna y variada, friéndolas a continua-
ción en aceite.
En otro grupo podríamos encuadrar a los picatostes, hechos con pan frito al que se le añade azúcar y a veces canela; a
las torrijas, que parten de pan duro, porque en aquellos tiempos se aprovechaba todo en España, y en todas partes también,
como lo demuestra la elaboración del pain perdu francés o de los pudins ingleses. No muy lejanos están los churros y las
porras, de trascendencia internacional y en estos momentos muy difundidos en otros países, especialmente en Japón y China.
Para aprovechar la nata que se formaba cuando la leche no estaba homogeneizada, se crearon unas excelentes galletas
que tenían gran similitud, en su composición, con las que hoy conocemos como pastas danesas.
Con el nombre de pasteles se elaboraron hasta final del siglo XIX, y principios del XX, unas preparaciones que funda-
mentalmente consistían en una masa panaria, que en su interior encerraba distintos guisos, generalmente hechos con carnes
variadas. Aunque algunas preparaciones fueron famosas y valoradas, como el pastel de gigote de liebre, su prestigio decayó
200 Alimentos con historia
por los frecuentes fraudes, aunque curiosamente hasta no hace mucho tiempo se podía encontrar en las pastelerías madrileñas
un producto denominado aguja de ternera que era muy interesante. El pastel de Cierva murciano es una muy interesante
elaboración que todavía goza de gran prestigio y que tiene su historia, que refiere que se elaboró con técnica similar a la del
pastel de carne hojaldrado, tradicional de la región, en una comida a la que asistió Juan de la Cierva Peñafiel y, como este po-
lítico murciano alabó el postre, el cocinero bautizó con su nombre la elaboración.
En línea con lo anterior están las empanadas, que se hacían en muchas regiones españolas, aunque las gallegas fueron
las que alcanzaron el máximo prestigio. Casi siempre son saladas, de pescado o de carne, pero hay una empanada deliciosa
que se hace con manzanas y cuando son de la variedad reineta, y si están bien hechas, la conjunción de los sabores, dulce,
ácido y salado, hace que se consiga un excelente postre.
Aunque hay noticias de recetas dulces anteriores, como las que Ruperto de Nola refiere del manjar blanco, de la fruta
de mazapán o de la “fruta llamada ravioles a la catalana”, además del pastelón de cidra verde y de los ñoclos de masa dulce,
entre otros, fue cuando se conoció bien el uso de la levadura en el siglo XVII cuando este hecho hace que el desarrollo de la
pastelería, a partir de entonces, sea grande. Los bollos tradicionales se esponjan y aparecen los brioches y en general elabo-
raciones más ligeras que son recogidas en diversos textos de cocina y, por citar solo los españoles, Miguel de Baeza escribe
en 1592 en Toledo Los cuatro libros del arte de confitar, y poco después Luis Vallés en su obra Regalo de la vida humana muestra
la estrecha relación existente entre la confitería y gastronomía con la medicina y la dietética. Los libros de Martínez Montiño
(Arte de cocina, pastelería y conservería), los de Diego Granado, Domingo Hernández de Maceras, Juan de Altimiras o Juan
de la Mata, que en 1786 publica Arte de repostería, con el siguiente subtítulo “En que se contiene todo género de dulces secos
y en líquido, bizcochos, turrones, natas, bebidas heladas y de todos los géneros”, durante mucho tiempo fueron un importante
referente de la repostería española.
En el siglo XVI llega procedente de México, primero a España y después se difunde por todo el mundo, el chocolate,
que ha sido el verdadero revulsivo de la pastelería universal. Es cierto que su incorporación a la pastelería fue pausada, que
el primer consumo fue como bebida, que más tarde se empleó en la elaboración de concentrados de alto valor energético, de
esta forma nacen las tabletas y los bombones, y que más tarde se empiezan a elaborar dulces muy variados, empezando por
pasteles y tartas, continuando por elaboraciones más ligeras y llegándose incluso a elaborar figuras, que en algunos casos
constituyen verdaderas esculturas. La repostería actual no se concibe sin la utilización de este producto, que es polivalente,
que se puede presentar en distintas texturas, con diferentes colores y que armoniza perfectamente con bizcochos, hojaldres,
frutos secos, frutas confitadas o frescas, con licores y hasta con diferentes especias.
Hay que hacer constar que la llegada de los reyes de las casas de Austria y de Borbón, de procedencia extranjera, hicieron
posible la llegada de cocineros foráneos, que difundieron sus recetas y técnicas culinarias en la Corte primero, en la nobleza
después, más tarde en la burguesía y finalmente en el pueblo, mixtificando pero también enriqueciendo nuestra repostería.
La elaboración de caramelos, palabra que procede de canna melis (caña de azúcar) en las casas fue frecuente, pero la producción
y la comercialización se realizan bien entrado el siglo XX.
colomba o el pan d´oro. Un poco después aparece el tiramisú, que según una leyenda tiene su origen en una casa de lenocinio,
en la que la madama, muy preocupada por sus clientes, los recuperaba con un dulce de su creación. Hay otro excelente postre
italiano, siciliano concretamente, que recuerda a nuestros canutillos, aunque el relleno se hace con ricotta (requesón), son los
cannoli, que compiten con las “casattas” que son un semifreddo muy interesante.
Los panaderos vieneses avisaron a las autoridades del hecho de que, cuando ellos empezaban a trabajar, se oían unos
raros ruidos en el subsuelo, que investigados resultaron ser producidos por los turcos que querían conquistar, socavándola
por la noche, la capital del Imperio austrohúngaro. Gracias a ellos, que los oyeron porque trabajaban hasta la madrugada
para abastecer de pan a la población, se les derrota y en conmemoración del hecho se crea un bollo con forma de media luna,
el croissant, que más tarde la emperatriz María Antonieta, que era de nacionalidad austriaca, difundió en París, en donde
gustó mucho, lo que años después aprovechó un aventurero, August Zang, para crear una boulangerie especializada en la ela-
boración de este producto, que adquirió nacionalidad francesa y difundió su imagen por todo el mundo.
Mantecados de ESTEPA
SEVILLA. [1950]. Papel offset (prueba de imprenta). 40,5 x 50,3 cm.
Años más tarde, el cocinero del príncipe de Metternich, al que muchos consideran el padre de Europa actual, crea la
torta Sacher, que todavía sigue produciéndose en dos versiones muy similares, aunque con pleitos constantes entre los he-
rederos de los que la crearon y los de los que adquirieron sus derechos, pero en cualquiera de los casos, una visita a Viena
siempre va acompañada de un café con este excelente producto, que se exporta diariamente a todo el mundo.
Los alemanes son golosos y la diversidad de dulces es grande. Hay muchos de creación muy antigua y hay una cierta
tendencia a reproducir figuras aprovechando la plasticidad del mazapán, de las masas o del chocolate. Es el caso de los Leb-
kuchen, con figuras alegóricas que en su origen fueron paganas y hoy son con frecuencia cristianas. También reproducen fi-
guras los Stollen, que son preferentemente navideñas. Las berlinesas son unos bollos rellenos de mermelada de ciruelas y los
troncos de Navidad, hechos con chocolate y frutas confitadas, son junto con los pasteles de la Selva Negra, que son un biz-
cocho bañado en licor de cerezas, cubierto de frutas y bañado de chocolate, muy representativos de la repostería alemana.
Mucho más moderna y muy apreciada es la tarta de ruibarbo, una excelente preparación de interesantes contrastes que sor-
prende por teñir la boca de un color que oscila entre el rojo y el azul.
La historia de la pastelería portuguesa es muy similar a la española. Tienen elaboraciones de origen árabe como por
ejemplo los famosos pasteles de Belem, que son deliciosos, o las queijadas de Sintra, que algunos creen que en ellas se dejan
202 Alimentos con historia
notar influencias judías. Los pingos de tocha, que recuerdan a las gotas de cera que caen de los cirios, nacieron en el monasterio
de Santa Clara de Amarante, están elaborados únicamente con yema de huevo y azúcar, como nuestras yemas de santa Teresa
o de san Leandro. Con frutos secos, canela y miel se hacen las rochas, de formas irregulares, y las queijadas de Madeira tienen
en su composición una importante cantidad de queso.
EL ALMENDRO
ALICANTE. Virgili. [1950]. Cartulina offset. 25 x 34,8 cm.
Azúcar, miel, dulces y repostería 203
muy populares las rosquillas de Potes, en cuya composición entra un excelente orujo, las pantortillas de Reinosa, las
corbatas de Unquera, los frisuelos de Liébana, los merdosos que llevan sangre de cerdo y no son de aspecto agradable,
pero su sabor y textura son estupendos, y los sacristanes de Liérganes.
– País Vasco: Su repostería es muy variada como se puede apreciar en los bizcochos de Vergara, en los peregrinos de
Oñate, las mantecadas baracaldesitas, el bizcocho de Mendaro, el pastel vasco, los canutillos de hojaldre rellenos de
crema pastelera, los almendrados, el franchipán de origen vascofrancés y los vasquitos y las neskitas vitorianas, que
constituyen un delicioso y variado surtido, al que habría que añadir las tejas y los cigarrillos de Tolosa. Además son
muy frecuentes las elaboraciones, caseras o de los txokos, de preparaciones tales como la mamiya o gatxatua y la int-
xaursalsa, que se hace con nueces, canela y leche.
– Navarra: Tiene unos postres muy interesantes, entre los que destacan las alpargatas de Estella, una especie de milhojas
con almendras molidas, los canutillos de Sumbilla, las hojas de parra que son una masa frita, los katalabrós, que son
dulces típicos de boda, los cafareles de Tudela, que como las almojábanas, que las hacen muy bien, son de origen
árabe. Mantecados, rosquillas, amarguillos, sequillos, almendrados y mostachones completan el elenco, al que con-
vendría añadir los postres caseros, como la cuajada de leche de oveja, el arroz con leche y la leche frita, que en esta
región alcanza una finura y elegancia incomparables.
– La Rioja: Golmajo, en La Rioja, significa goloso y las pastelerías recibieron el nombre de golmajerías y todavía puede
verse en Logroño alguna con este nombre. Hay una gran variedad de dulces, entre los que destacan los fardelejos de
Arnedo, rellenos de crema; las torrijas de Nestares; las juanguilas de Quel, típicas de Semana Santa; las cañas de
Cervera del Río Alhama; la hojarasca, que es una masa frita, y una variada oferta de los llamados postres de cocina.
En la Sierra de Cameros, en Soto, se hace un mazapán excelente. Es menos contundente que el de Toledo, porque en
su composición entra fécula, pero el resultado final es estupendo.
– Aragón: Tiene uno de los postres más originales de España, los crespillos, que se hacen con tallos tiernos de borrajas,
rebozados en una masa ligera de harina y agua, y una vez fritos se espolvorean con azúcar y canela. Entre los dulces
más destacados están los refollaos de Ayerbe, las tortas de yema de Leciñena, las tortas de alma, rellenas de confitura
de calabaza, las cajicas de Tauste, parecidas a las magdalenas, los augaperros de Bujaraloz, el millazo de Bielsa, los
emborrachados de Fuente Jalón, los empanadones de cabello de ángel de los Monegros y las trenzas de Almudévar,
a los que habría que añadir un excelente pastel ruso que se hace en Huesca.
– Cataluña: Compagina muy bien los dulces ancestrales, como las peras del bon cristiá, típicas de Alella, los panets de
san Ignasi, las atmellas de Llum, el pa de pessic, la ginestada, descrita en los más antiguos manuales de cocina, los pa-
nolis mal fet o la burmia de higos, con los más avanzados productos de la pastelería moderna para conseguir, con
nombres antiguos, perfectas elaboraciones muy del gusto actual, como ha sucedido con las cocas, los pastis del pare,
los gimbalets, el manjar blanco o los carquinyolis. El postre de músico, que en una pastelería de Lleida presentan
sobre obleas de chocolate, y la crema catalana son excelentes.
– Islas Baleares: De todos los dulces españoles el más conocido en el mundo es la ensaimada. Sola o rellena de cabello
de ángel, mermelada, sobre todo si es de albaricoque, nata, crema o chocolate batido es una maravilla. Menos conocido
pero muy interesante es el flaó, típico de Menorca, en el que se mezclan sabores tan variados como el del queso, hier-
babuena, matalahúva y los característicos del flan. Se hacen excelentes cocas, con nombre propio (de queso, albaricoque,
minutera, de las monjas de la Concepción, de Saler, etc.), garronets del papa, coixins imperiales, sequillos, buñuelos,
ous moll, cansaladillas, flaonets, etc.
– Comunidad Valenciana: Junto con Andalucía y Murcia es donde más se refleja la influencia árabe en casi todo y, por
supuesto, en la pastelería. Los turrones, de Jijona o de Alicante, constituyen un concentrado de sabores y aromas, con
una textura particular en cada caso, que les da una personalidad especial. El arnadí es de origen árabe, aunque algunos
opinan que es judío, que se hace con calabaza o boniato y almendras además de otros ingredientes. Los piulets y tro-
nadors son el origen de unas frutas de mazapán. También se hacen pastisset de boniato, puntas de diamante, azcá-
rragas, codoñates, mostachones y fartons, que son imprescindibles para acompañar a la horchata.
– Región de Murcia: Con los brotes de limonero, rebozados, fritos y adicionados de azúcar y canela, se hacen los papa-
rajotes, que son un postre inolvidable por el sabor que transmite el tallo. Hay unos bollos llamados cordiales, otros
amores que si se rellenan de merengue tenemos los cuernos. Los currucos de almendra son otra interesante opción,
la fanfarrona es árabe en su elaboración y recuerda mucho al alajú. Los suspiros de monja se hacen con clara de huevo
batida, la toña es una torta de aceite, nueces y miel, los nuégados, los higos fritos se rebozan previamente y el arrope
con calabazate es de excelente recuerdo.
– Andalucía: El tamaño de esta comunidad hace que haya una gran diversidad de especialidades reposteras. Los piono-
nos, que hicieron las monjas para el papa Pío IX, son una maravilla y el tocino de cielo, que hicieron otras monjas
204 Alimentos con historia
para aprovechar las yemas de huevo que sobraban en las bodegas jerezanas, otra delicia. Las yemas de san Leandro,
de Sevilla, un concentrado de sabor, los almendrados, borrachos, borrachuelos, la carne de membrillo, los alfajores,
polvorones, mantecados de Estepa, piñonates, roscos de vino, la torta real de Cartaya, los cuajados de Montefrío, los
madroños de Antequera y otros cientos de elaboraciones que sorprenden por su diversidad.
– Canarias: Tiene una repostería muy particular, en la que destacan las quesadillas herreñas; el alférez, que es típico de
Gran Canaria y se hace con miel de palma y almendras; la tortilla de carnaval, típica de Lanzarote; los marquesotes
se hacen en la isla de La Palma y son bizcochos almibarados; el frangollo es un bizcocho con almendras y pasas; los
muslos de señorita son de masa frita; el bienmesabe se hace con almendras, azúcar y yema de huevo y se sirve en
copas. El bizcochón de naranja, las tirijalas, un pirulí hecho con miel, la mermelada de tuno que es singular y una
gran variedad de rosquetes (pequeños roscos) son también especialidades de estas islas.
– Extremadura: Hay muchos dulces elaborados con miel, lo que denota que es una repostería muy antigua. Melojas,
piñonates, nuégados, gañotes, pestiños, candelillas, navezuelas y rosquillas de alfajor se caracterizan por usar, y en
cantidad, la miel. También hay dulces sin este alimento, como los alfeñiques, la técula-mécula de Olivenza, los turcos
de Jerez de los Caballeros, las flores, la hojaldrada de almendra, los huesillos de Cáceres, los huevos rellenos en dulce
de Trujillo, las roscas escaldadas, los roscos blancos, las tenquillas fritas, tortas de chicharrones, las perrunillas, los
cucuruchos de Montijo, los bollos dormidos y una importante industria turronera, en Castuera, caracterizan a esta
región.
– Castilla-La Mancha: El dulce más característico es el mazapán toledano, que es de una excelente calidad. Su elaboración
es muy cuidada y además es materia prima para la elaboración de otros productos, como las marquesitas, la sopa de
almendra o los pasteles de gloria. Hay variedad de dulces de sartén o de horno, como los bollos de aceite, los bollos
dormidos del Corpus toledano, los nochebuenos con chicharrones, los mantecados, las hojuelas o flores, a las que se
les añade miel, los cortadillos de Cazalegas y los canutos de Valdepeñas. Tienen personalidad las tortas de Alcázar
con las que se hacen las bizcochás, los borrachos de Guadalajara y el alajú de Cuenca.
– Castilla y León: La repostería conventual tiene especial importancia en esta región, porque muchas de las especialidades
nacieron en conventos o abadías, aunque en la actualidad se hagan en muy variadas industrias, como es el caso de las
yemas de santa Teresa, nicanores de Boñar, bollos maimones, de origen judío, con los que se inicia el banquete nupcial,
tarta de trucha, lazos de san Guillermo, mantecados de Astorga, ponche segoviano, paciencias de Almazán, mante-
quilla de Soria, empiñonados de Zamora, almendras de Briviesca, higos imperiales, guisadillas de monja, rosquillas
de santa Clara, tarta de san Marcos y roscos de Osorno son interesantes opciones.
– Comunidad de Madrid: Muchos de los dulces que se consumen en Madrid no son exclusivos y, con frecuencia, ni si-
quiera originales de la región, pero hay algunos que sí lo son como las rosquillas listas y tontas de san Isidro, las de
la Tía Javiera de Villarejo de Salvanés, los panecillos de san Antón, la corona de la Almudena y las almendras ga-
rrapiñadas de Alcalá de Henares. Hay otros compartidos como los buñuelos de viento, los huesos de santo, el roscón
de reyes, los pestiños, los bartolillos, los merengues y las milhojas, los barquillos y aunque los churros sean ya inter-
nacionales, es seguro que no hay ningún sitio en el mundo en donde se aprecien y se consuman tanto como en Ma-
drid.
La pastelería actual
La pastelería ha evolucionado muchísimo porque las posibilidades de conseguir que las materias primas respondan muy
bien a los deseos del pastelero son mucho mayores. Se puede jugar con la temperatura trabajando desde los 196 ºC bajo
cero a temperaturas tan elevadas como se quiera, se pueden controlar los tiempos perfectamente y hacer cambiar temperaturas
preestablecidas. Es posible regular densidades, emulsiones, introducir aire o gases más o menos inertes, disponer de colores
alimentarios, de espumantes y de antiespumantes, de reforzantes del aroma o del sabor, de edulcorantes variados, naturales
o sintéticos y, además, todo ello con cierta facilidad, simplemente programando actuaciones de unos instrumentos o máquinas
perfectamente robotizadas. En grandes túneles, en líneas continuas, en envasadoras automáticas y con la seguridad de con-
servación prolongada del producto final. Se pueden hacer pasteles para diabéticos, para alactásicos, para celiacos, para niños,
para jóvenes, para ancianos, para enfermos y para convalecientes, y además perfectamente seguros.
En estas circunstancias es normal que hayan aparecido grandes pasteleros en todos los países y que grandes industrias
hayan decidido participar en un negocio que siempre fue fundamentalmente artesanal. Sigue habiendo artesanos, y muy
buenos, en España concretamente, para no extendernos demasiado, vamos a citar a dos figuras extraordinarias, que son Oriol
Balaguer y Paco Torreblanca, pero la presentación, textura, aromas, sabores y colores de sus pasteles son muy distintos a los
que se podían hacer veinticinco años atrás.
Azúcar, miel, dulces y repostería 205
Condimento SALSAFRÁN
Novelda. ALICANTE. [1950]. Papel cuché en relieve offset sobre cartulina. 36,5 x 25 cm.
208 Alimentos con historia
L
a intensidad aromática y sápida de algunas plantas, concentrada en sus frutos, semillas, hojas o raíces, hace que uti-
lizadas en pequeñas cantidades cambien de forma rotunda el aroma y el sabor de cualquier preparación culinaria.
El descubrimiento de esta particularidad es antiquísimo, por lo que se tienen noticias ancestrales de la utilización
de las especias en la alimentación.
La utilización no fue desde un principio exclusivamente alimentaria, porque hay referencias literarias muy antiguas de
que en las culturas orientales, especialmente en China y Egipto, se utilizaron diferentes partes de plantas aromáticas en los
ungüentos que las clases más altas se aplicaban tras el baño, en los perfumes más caros, en los inciensos que se quemaban en
templos y palacios, en las medicinas que recetaban los médicos y en las cremas que se aplicaban como bálsamo en los cadáveres
para prolongar su conservación y para hacer más placentero el tránsito a la otra vida.
Es evidente que la evolución en el uso de estos principios sápidos y aromáticos ha sido constante. Se ha producido una
importante evolución en los productos utilizados, en la producción, preparación y en la forma de utilizarlos, porque aunque
son elementos comunes en casi todas las culturas, la producción es muy heterogénea. Aunque griegos y romanos siempre
utilizaron plantas labiadas, la realidad es que siempre se tuvieron muy en cuenta las propiedades de las especias que llegaban
de Oriente que, además de tener unas cualidades intrínsecas importantes, con cierta frecuencia venían acompañadas de le-
yendas y relatos que ensalzaban los efectos taumatúrgicos que tenían en diferentes pueblos y culturas.
Los asirios aseguraron que cuando Dios creó el mundo, mientras meditaba cómo hacerlo, se sirvió una copa de vino de
sésamo y el resultado fue excelente, aunque modernas civilizaciones contemporáneas y pensadores de variadas tendencias y
especialización no son partidarios de creerse la leyenda, y aseguran que Dios se pudo haber esmerado un poco más para que
su obra fuese perfecta y hasta hay quien cree que, si en vez de sésamo se hubiese bebido un buen vino, el resultado final
habría sido mejor. Pero sin entrar en más leyendas, que aunque sean muy antiguas también pueden estar muy influidas por
fines comerciales, hay bastantes referencias a los efectos causantes con respecto a la sabiduría, la intuición, los criterios, la
salud y por supuesto al sexo que tienen una doble vertiente, predisponiendo a las mujeres y favoreciendo, a veces hasta límites
insospechados, las prestaciones masculinas.
El esplendor oriental coincidió con el decaimiento europeo y más concretamente de Bizancio, lo que hace que decaiga
notablemente el comercio de las especias y en general de todas las mercaderías consideradas como lujosas, pero a finales del
siglo X, en el año 992, la República de Venecia firma un tratado con Bizancio por el que obtiene una sustancial rebaja en los
impuestos que deben pagar los barcos por atravesar el estrecho de los Dardanelos, a cambio de la labor de su armada en la
represión de las actuaciones corsarias. Como consecuencia de ello, Alepo, El Cairo, Keiruan y Palermo, todos ellos dominados
por los islamitas, son visitados con mayor frecuencia y los comerciantes venecianos aprovechan la circunstancia para reforzar
el comercio. En Basora, en la desembocadura del Éufrates, Tiro, Damasco y otros puertos importantes aparecen estableci-
mientos de capital veneciano, que son los lugares elegidos para establecer el comercio de especias, y en general de productos
de lujo, que llegaban a Europa procedentes de muy diversos puntos de la geografía mundial. Samarkanda es un punto im-
portante por el que pasa la ruta de las especias que atraviesa los extensos desiertos asiáticos. La comercialización sigue estando
en manos de los árabes, pero los comerciantes venecianos establecen importantes nexos que facilitan el comercio.
Goa, Malaca, Ceylán, Timor, Molucas, Java, Sumatra, Borneo y algunos otros puertos se convierten en nuevos puntos
abastecedores de especias, que hacen a Portugal el nuevo líder del mercado de tan preciados productos. El oligopolio desata
sentimientos no muy amistosos de las otras potencias europeas, que además veían con terror que los nuevos territorios con-
quistados por los portugueses estaban siendo, con resultados esperanzadores, cultivados con especias que hasta entonces
habían tenido puntos de producción desperdigados por el continente y las islas. Para hacernos una idea del negocio, hay una
referencia documentada que refiere que un cargamento de clavo, que en las Molucas se pagó a dos ducados la libra, en Londres
se vendió a 1.700 ducados, aunque queda claro que eso sucedió tras una larga y peligrosa travesía.
a la diabetes, además se ha apreciado su utilización en la disminución de los niveles de colesterol y triglicéridos. Algunos na-
turistas recomiendan la ingestión diaria de una cucharada de canela en polvo mezclada con miel.
La nuez moscada es oriunda de las islas Molucas (actualmente territorio indonesio) que durante mucho tiempo fueron
conocidas como las islas de las Especias. El árbol productor es la Myristica fragans. En la actualidad, además de en Indonesia,
se cultiva en el Caribe, sobre todo en Granada y en Nueva Guinea. Su fruto se comercializa como dos especias diferentes,
que son la nuez moscada o endospermo del fruto y el macis, que es la parte externa, que aunque tiene propiedades similares
es un poco más amargo, pero su tono anaranjado hace que se prefiera en ciertas preparaciones a las que les va bien un toque
de color, como en algunos purés y en ciertas salsas. Nuez moscada y macis se usan sobre todo en la cocina holandesa, en la
que se aprecia casi siempre el aroma y el sabor de esta especia. Es condimento frecuente en la industria cárnica, especialmente
en los embutidos cocidos, sobre todo en las salchichas, e indispensable en las de tipo weisswurtz alemanas.
La nuez moscada la utilizaron los romanos, por su aroma intenso, como una forma de incienso y durante la Edad Media
se usó para combatir la peste. En la actualidad, la industria farmacéutica emplea el aceite de nuez moscada en la elaboración
de medicamentos para tratar trastornos respiratorios y digestivos y como, además, su sabor es agradable es frecuente su pre-
sencia en jarabes contra la tos. A dosis altas presenta una cierta toxicidad, con efectos alucinógenos similares a los de la ma-
rihuana.
Los botones florales de una planta mirtácea, el Syzygium aromaticum, se conocen como clavo o como clavo oloroso. Su
recolección debe hacerse antes de que se abra la flor, pero hay que dejar pasar cierto tiempo para que adquiera el aroma, de
tal forma que deben sucederse una etapa en la que es de color gris claro, después verde y cuando aparecen tonos rojos, y
tiene una longitud aproximada de unos dos centímetros, es el momento de recoger el clavo, que siempre fue especia muy va-
lorada. La planta fue durante mucho tiempo de producción exclusiva de las islas Molucas, pero en el siglo XVIII Francia lo
introdujo en Mauricio y en la actualidad se produce también en Brasil, Zanzíbar, Guyana y Las Antillas. Su utilización en
Roma fue muy generalizada, con escándalo de Plinio que aseguró que “no hay año que la India no le drene al Imperio romano
cincuenta millones de sextercios”. Para hacernos una idea de su valor en la antigüedad, se estima que un kilo de clavo costaba
el equivalente a siete gramos de oro.
En la cocina se utiliza en la elaboración de salsas, algunas industriales como el ketchup y la Worcestershire, para saborizar
algunas carnes, sobre todo asadas, en guisos de legumbres y especialmente en repostería y en postres caseros como, por ejem-
plo, clavando una unidad en una manzana que se va a asar. Son muy típicas las galletas inglesas de jengibre y clavo. También
se emplea en licores y en vinos calentados (ponches) para combatir el frío, y en Indonesia hacen un cigarrillo, llamado kretek,
que lo fuman y aseguran “que pone”.
Durante muchos años se ha utilizado en infusión para combatir el dolor de muelas, y cuando este era muy intenso po-
niendo un clavo junto a la pieza afectada. En la actualidad se sigue usando para este fin en la elaboración de fármacos por el
efecto del eugenol, principio activo del clavo, como analgésico, antibacteriano, antiinflamatorio y anestésico. Tiene efectos
carminativos, mejora el peristaltismo y se utiliza para combatir vómitos y diarreas. Su utilización en aromaterapia es consi-
derable.
La pimienta es el fruto seco de una planta trepadora, Piper nigrum, originaria de las costas del sudeste de la India, aunque
en la actualidad se produce también en Brasil y en Malasia. Es la reina de las especias, conocida y representada por los
egipcios, muy valorada por los romanos y objeto de comercio intenso desde la Edad Media, sigue siendo la especia de uso
más frecuente y la más extendida por todo el mundo.
Si se deja que el fruto madure y se seque, se obtiene la pimienta negra, que es la de sabor más intenso y más picante; si
a ese mismo grano se le quita la piel remojando en una solución salina, que inicialmente era agua de mar, tenemos la pimienta
blanca, que es más picante y menos aromática, y si se recoge antes de que madure conseguimos la pimienta verde, que es de
sabor intenso y un punto acre.
El uso de la pimienta es casi exclusivamente culinario, pero no todas las pimientas tienen la misma aplicación, porque
mientras la negra puede usarse en todo tipo de comidas, dulces y saladas, y en charcutería, la blanca va mejor en salsas blancas,
platos de huevos, sopas ligeras o mayonesas, y la verde va muy bien con carnes asadas o cocidas.
Con el nombre de pimienta rosa se comercializan los granos de un arbusto originario de Brasil. Aunque no es propia-
mente una pimienta, fue puesta de moda por los cocineros de la Nouvelle Cuisine en la década de los ochenta del siglo pasado.
Su sabor es picante y menos aromático, pero tiene la ventaja de que su color hace que se la utilice en diversos platos, como
por ejemplo en la mermelada de fresas salvajes a la pimienta, que es un referente de las delicatessen.
Como pimienta de Sechuán se conoce al fruto de un fresno espinoso, que es ligeramente picante, aromática y con un re-
gusto a limón, y como pimienta roja de Jamaica, o dioica, se conoce a una baya de tamaño ligeramente superior a la pimienta,
con sabor que recuerda al clavo, la canela, la nuez moscada y a la pimienta negra, por lo que también se la denomina de las
cuatro especias y se ha puesto de moda, quizás por ser una contribución de la modernidad al mundo de las especias. Se usa
216 Alimentos con historia
en Inglaterra en algunos estofados, verduras encurtidas y en ciertas recetas de tartas y pudins, en Alemania en la elaboración
de embutidos y en los pasteles aromáticos de Navidad, en la cocina danesa como saborizante del smorrebrod y en Francia es
conocida por ser ingrediente fundamental en el queso de Moutier. En España no tiene una aplicación obligada en ningún
plato específico, aunque a veces aparece en sofisticadas elaboraciones o en recetas de cocineros innovadores. Finalmente, la
pimienta de cayena es una mezcla de diferentes tipos de guindillas molidas, a la que se le atribuye propiedades beneficiosas
contra la diabetes, la hipertensión y algunos tipos de cáncer.
Cada vez se tiende más al uso de mezclas de especias y de hierbas aromáticas. Un ejemplo de ello es el curry, nombre
con el que los ingleses designaron una mezcla de especias con la que en India preparan platos húmedos o con salsa. Ha ter-
minado siendo un nombre de una mezcla desconocida en la India y comercializada en Occidente. Ras el Hanut es una crea-
ción marroquí que no responde a una fórmula fija, porque cada comerciante tiene la suya; el shichimi japonés lleva algas y
corteza de naranja, junto con variadas especias. Hay más, y además puede haber muchas más porque las posibilidades de
mezclarlas es ilimitada.
El histórico azafrán
Se obtiene por medios muy primitivos, siempre manuales, de siembra, cultivo, recolección, mondado, secado y envasado, que
exigen mucha mano de obra y además muy especializada, que condicionan mucho el precio final de la mercancía y da lugar
a una fuerte competencia, por los costos más bajos en otros países, que solo puede ser superada, y de hecho lo es, por la ex-
celente calidad del azafrán español, que es el líder de este mercado en prestigio y cotización.
Su primera utilización fue como colorante de tejidos, pero pronto se le descubrieron ventajas terapéuticas. Entre las
muchas que se le han descrito son especialmente señaladas las de estimular el apetito, favorecer la digestión por su actividad
eupéctica, ser tranquilizante e incluso sedante, muy recomendado en los casos de excitación, calmar el desasosiego infantil y
el insomnio de adultos, mitigar los cólicos y los dolores de los desarreglos ováricos, ser antiespasmódico, imprescindible en la
elaboración del láudano, mezclado con leche materna, curar las infecciones oculares y algunas virtudes más. Dioscórides le
descubrió, por si fuese poco, efectos afrodisíacos, porque observó que “tanto en hombres como en mujeres estimula la lujuria”.
Estas virtudes, su agradable sabor y su aroma penetrante fueron razones suficientes para que el cultivo del azafrán se
extendiera por los países orientales, especialmente Turquía y la India, pero también por Europa. Se plantó en Suiza, en el
Tirol e incluso en Gran Bretaña, a donde llegó en tiempos de Eduardo III, según cuenta la historia, en el interior de un
bastón hueco que un peregrino llevó, a modo contrabandista, desde Oriente hasta Walden. Causó sensación y desde entonces
se hace, con carácter ritual, un típico “bizcocho de azafrán”, que lleva también clavo, macis, canela, agua de rosas, alcaravea,
azúcar, leche, levadura, harina y huevos, logrando esa textura, que recuerda a los adoquines, tan apreciada por los ingleses.
Las dificultades de cultivo y las condiciones climáticas, que condicionan la floración, han hecho que el azafrán casi de-
saparezca de Europa, excepto en algunas comarcas italianas, en las proximidades de la ciudad de L´Aquila; en Francia, en
donde sigue produciéndose en Loiret, y por supuesto en España. Se extendió por La Mancha y por Aragón, desde el So-
montano hasta Teruel, y floreció un importante y permanente mercado en Valencia, en una lonja que en algunos momentos
llegó a almacenar hasta 45.000 kilos. A ella acudían aragoneses y manchegos, hasta que la llegada del ferrocarril facilitó la
comercialización y las ventas directas se impusieron. Las propiedades del azafrán residen en tres principios activos que son
la crocina, la picrocrocina y el safranal, que caracterizan el color y el aroma, cualidades que se pueden cuantificar analíticamente
y, por lo tanto, determinar las cotizaciones que los diferentes azafranes tienen en el mercado. La riqueza en estos principios
hace que el más completo, apreciado y, en consecuencia, más caro sea el azafrán español.
La utilización del azafrán está muy extendida. Su uso es necesario en paellas, en la gallina en pepitoria, en los platos de
pescado, como los clásicos mero o rape en amarillo, en la bullabesa francesa, y en general en todas las sopas mediterráneas
de pescado, en las zarzuelas, en la elaboración del pan de azafrán –conmemorativo del día de santa Lucía en Suecia–, en el
rissoto a la milanesa o en la preparación de algunos licores, como el Chartreuse amarillo. En arroces y dulces en la India y en
el café mezclado con cardamomo en Arabia Saudí. También tiene sitio en las preparaciones culinarias imaginativas, como la
Especias y condimentos 217
dos atributos. Unos son apropiados para carnes rojas o blancas, otros para pescados, para determinados guisos, para aderezar
suavemente ensaladas o para hacer un buen alioli. Los ajos morados de Las Pedroñeras tienen denominación de origen y los
finos de Chinchón, aunque de escasa producción, son los mejores del mundo.
A ningún alimento se le han atribuido tantas virtudes higiénicas y sanitarias como al ajo. Se le utilizó como medicamento
para combatir la peste, la ronquera y la tos. Se usó para hacer caer las verrugas y como vermífugo. A estas y otras virtudes
terapéuticas se añade que pronto se descubrió que, además de saborizar los alimentos, prolongaba su conservación. No hace
mucho descubrió el doctor Stoll, médico suizo ganador del Premio Nobel en 1940, que en la composición del ajo entra un
componente organosulfurado, volátil e inodoro que tiene efectos antisépticos, fungicidas y bactericidas denominado aliina
o garlicina, que es un antibiótico que cuando se pone en contacto con el aire, al triturarlo o cortarlo, se convierte en la alicina,
responsable del olor característico y del resto de las propiedades particulares del ajo.
Es un elemento fundamental de la cocina mediterránea y especialmente de la española y de la provenzal. Llegó a utilizarse
con exceso y quizás por eso Julio Camba dijo que “la cocina española está llena de ajo y de preocupaciones religiosas”. No
puede faltar en el ajoblanco, ni en los asados al ajo cabañil, ni en el alioli, ni en las gambas al ajillo, ni en el ajoarriero, ni en
las añoradas angulas, en cazuelitas o en ensaladas, y además es muy recomendable un toque de ajo en casi todos los guisos,
y en muchos asados, sobre todo si llevan cebolla que, como dice el refrán, le dijo al ajo: “tú siempre a mi lado, majo”.
Chocolates LA ESPAÑA
MADRID. J. Barreira. [1920]. Cartulina y papel impreso litografiado. 45,2 x 27,7 cm.
220 Alimentos con historia
A
unque algunas teorías sostienen que el árbol del cacao tiene su origen en Mesoamérica, todo parece indicar que
procede de las cuencas del Amazonas y el Orinoco, en donde se dan circunstancias apropiadas para su desarrollo.
Desde allí se extendió, por los pájaros que transportaron las semillas o por las rutas comerciales establecidas por
las diferentes civilizaciones aborígenes, por diversas zonas de América. Exige luz, pero no aguanta el sol directo, porque ne-
cesita la sombra propia de las selvas tropicales. Cuando se cultiva es necesario que crezca debajo de unos arbustos, como las
plataneras que le van muy bien, y cuando el árbol es adulto agradece la sombra de unos aguacates u otros árboles de similar
talle. Necesita calor y humedad, pero con moderación, porque no tolera los excesos y su área de crecimiento está limitada
por los paralelos 22 y 21, por lo que hace que su zona de cultivo sea la comprendida entre Cuba por el norte y las islas de
Reunión y Madagascar por el sur, y en estos territorios de América, África y Asia es donde, en la actualidad, se produce este
fruto.
En una vasija que se estima que data del año 1750 antes de Cristo, encontrada por investigadores mexicanos del Instituto
Nacional de Antropología e Historia en Veracruz, había restos de una bebida elaborada con cacao y más o menos de entonces
son descubrimientos similares en Belice y en Puerto Escondido (Honduras) que indican que el consumo de bebidas elabo-
radas con semillas de cacao era frecuente. Estos descubrimientos refuerzan, y adelantan en el tiempo, la teoría del profesor
Henderson, de la Universidad de Cornell, que aseguraba que se inició el consumo hacia el año 1100 antes de Cristo.
Rituales religiosos
En aquellos momentos el cultivo del cacao se había extendido, porque los mayas creían que les alimentaría después de la
muerte, por lo que se celebraban rituales religiosos en las diferentes etapas del cultivo. En la siembra se sacrificaba a un perro
autóctono, al que se le manchaba la piel con cacao, además los cultivadores, antes de sembrar, debían estar durante trece días
sin ninguna actividad sexual y la decimocuarta noche debían yacer con sus esposas y a continuación proceder a sembrar.
Había más rituales, como las danzas de guerreros emplumados y los oficios de los sacerdotes, en pleitesía a la diosa del ali-
mento (Tonacacihuatl) y a del agua (Chalchiuhtlicue). Las ceremonias eran diversas en diferentes partes del territorio, porque
a veces tenían carácter local, pero en general consistían en regar con sangre de aves, o humana, las tierras que iban a ser cul-
tivadas con cacao.
En la región americana de origen del cacao se sucedieron desde hace más de dos milenios unas civilizaciones que se de-
sarrollan, mezclan, se consolidan y desaparecen. Una de estas culturas que apenas tenía dos siglos existía cuando los españoles
llegaron a México. Eran los mexicas o aztecas de Atzlán, que se habían instalado en el lago de Texcoco, a unos 2.200 metros
de altitud sobre el nivel del mar, en donde edificaron lentamente una magnífica ciudad, conocida como México-Tenochtitlan,
desde donde extendieron su dominio por el continente, desde las estepas desérticas del norte a las tierras cálidas del sur y
desde el Pacífico hasta el Caribe, llegando a tener sometidos, según los cronistas de Indias, a más de 370 pueblos.
Chocolate 221
Jerónimo Aguilar,
protagonista de la historia
del chocolate
El primer contacto de un español con el cho-
colate fue en 1502, cuando Colón en su
cuarto viaje llega a Guanaja, a la que bautizó
como Isla de los Pinos. Salieron a recibirle
en una canoa muy grande 25 remeros y un
jefe que, ricamente ataviado con un manto
bordado y un precioso tocado de plumas,
sube al barco de Cristóbal Colón, le hace va-
riados regalos y le manifiesta su intención de
comerciar, porque le ofrecen unas descono- COLA CAO
cidas habas marrones como moneda de Tusell. [1960]. Chapa lisa. 35 x 24,5 cm.
cambio. Con estas mismas semillas y muy
ceremoniosamente elaboran una bebida, que
le ofrecen a Colón y al resto de la tripulación. Era la primera vez que unos españoles probaban el chocolate, pero no les
satisfizo e incluso lo despreciaron por encontrar la pócima amarga, agria y picante y, sin más referencias escritas, prosiguieron
su camino para conocer y conquistar nuevas tierras.
En una expedición de 1511, en un viaje entre Darién y Santo Domingo, se produjo un naufragio cerca de Yucatán. Uno
de los navegantes era un fraile ecijano llamado Jerónimo Aguilar, que se salvó pero fue hecho prisionero por unos indios. Tuvo
que realizar las funciones que le encomendaban sus captores en plantaciones de cacao, lo que hizo que aprendiese muchas
cosas sobre la almendra que produce este árbol. Cuando Aguilar llega ante Cortés, después de ocho años de vivir como esclavo
de los mayas, su aspecto era el característico de un indio, según relata Bernal Díaz del Castillo. Había aprendido maya, por lo
que su papel como traductor en la empresa conquistadora fue relevante, porque hizo posible el entendimiento de la que era
“gran cacica, hija de grandes caciques y señora de vasallos”, llamada Malintzin, bautizada como Marina y famosa como Malinche,
que hablaba los idiomas náhuatl y maya, utilizados para las conversaciones con los pobladores de las tierras recién conocidas.
Cuando Malinche aprendió español, Aguilar pasa a un segundo plano o a un primero en otra faceta, porque su labor fue fun-
damental para la difusión del chocolate en el mundo. Se instaló en la ciudad de México, en donde enseñó a los españoles lo
que había aprendido sobre el cultivo del árbol, el tratamiento de la almendra y la elaboración del chocolate. Animado porque
sus conocimientos eran apreciados y porque la nueva bebida empezaba a gustar a sus compatriotas, envió cacao y una receta
de chocolate al abad del Monasterio de Piedra, que a la sazón era Antonio de Álvaro, que lo dio a probar a los monjes del ce-
222 Alimentos con historia
Chocolate primitivo
La preparación de la bebida exigía un ritual especial, que comenzaba con el tueste de las habas, su trituración, la formación
de una pasta y la mezcla con agua. Después se calentaba, para que la manteca del cacao subiese a la superficie, cuando esto
sucedía se quitaba la espuma, se volvía a espumar y se añadían diferentes ingredientes, como guindilla, harina de maíz (ixim),
vainilla y otros componentes. En alguno de los escasos documentos maya, casi siempre pinturas, se describen diversas formas
de elaborar la bebida, más o menos espesa, con variable cantidad de espuma y en algunos casos con adición de miel (hikoth),
que daba lugar a una bebida de sabor muy diferente al habitual.
El resultado gustaba mucho a todos los aztecas, pero no tanto a los españoles, sobre todo a algunos, como al soldado
Benzo, al que le parecía que “la bebida era más apropiada para tirar a los cerdos que para ser consumida por los hombres”.
Tampoco le gustó el chocolate a Gonzalo Fernández de Oviedo, que lo encontró aborrecible cuando lo probó, acompañado
con su habitual condimento de achiote, y entre las propiedades de este licor asegura que “dejaba a los indios los labios, la
boca y el bigote rojos, como si hubieran estado bebiendo sangre”.
A pesar de todo, poco a poco se fue imponiendo el consumo de chocolate entre los españoles. Influyó que el vino era,
en los territorios peninsulares, bebida frecuente y casi obligada, pero ante su ausencia fue aceptado por los soldados españoles,
obligados con frecuencia a largas y penosas marchas que encontraron en el chocolate nuevas virtudes, como lo atestigua el
Chocolate 223
comentario recogido de las memorias de un soldado perteneciente a un batallón que había terminado con éxito una larguísima
excursión por terrenos muy montañosos: “Cuando se ha bebido, se puede viajar todo el día sin fatiga y sin tener necesidad
de alimento”.
Las habas de cacao, aunque no fueron las únicas semillas utilizadas como moneda, sí fueron las más frecuentes y valo-
radas, según Francisco Oviedo, entre los nicaraos, que eran los pobladores de la actual Nicaragua: “Un conejo valía unas diez
de esas almendras, ocho chicozapotes valían cuatro almendras, un esclavo más o menos cien y los servicios de una prostituta
ocho o diez, según lo que acuerden”. Estas monedas no fueron, por lo menos al principio, suficientemente apreciadas por
Hernán Cortés, pero cuando se dio cuenta de la importancia que podían tener, consiguió que Moctezuma le regalase una
plantación de maíz, frijoles y cacao llamada Manialtepec, que era de las más apreciadas, convirtiéndola de este modo en una
especie de banca, de la que podía sacar dinero para cambiarlo por oro. La entrada de Cortés en el sistema monetario azteca
queda plasmada en la carta que envió al emperador Carlos I, en la que describía las habas de cacao con las siguientes palabras:
“Es un fruto, como de almendras, que venden molida y tienenla en tanto que se trata por moneda en toda la tierra y con ella
se compran todas las cosas necesarias”. Aunque pronto se impuso el dinero en la versión española, no faltaron las alabanzas
como la de Pedro Mártir de Anglería, que dijo: “¡Oh feliz moneda!, no solo es una bebida útil y deliciosa, sino que no permite
la avaricia, ya que no puede conservarse largo tiempo”. El comentario anterior es ampliado con otras apreciaciones interesantes,
como el hecho de que para obtener este dinero no hace falta abrir las entrañas de la tierra, ni acudir para obtenerlo a los
hombres avariciosos, ya que “no es dinero riesgoso, porque crece en los árboles”.
crates sobre los humores (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra) y el concepto básico de la nutrición no difería demasiado
del que habían enunciado griegos y romanos, y que había concretado Galeno en que los alimentos y los medicamentos eran
fríos o calientes y húmedos o secos. Además, no se podían aceptar fácilmente los beneficios que los aztecas aseguraban que
tenía el chocolate sobre el organismo, porque la historia enseña que las teorías de los vencedores son siempre más acertadas
que las de los vencidos.
Cuentan Sophie y Michael D. Coe, en el que seguramente es el mejor libro que se ha escrito sobre la historia del chocolate,
que para investigar sus efectos sobre la salud, Felipe II envió a su protomédico, Francisco Hernández, para que indagase sobre
los conocimientos de los indígenas, sobre una farmacopea que se basaba en la utilización de plantas desconocidas y que al
mismo tiempo investigase sobre los conceptos médicos y sobre los nuevos alimentos que los españoles comían a diario, y entre
ellos del chocolate. La primera descripción del enviado sobre el cacao decía que esta semilla es de naturaleza “templada”, pero
se inclina hacia lo “frío y húmedo”, por lo que las bebidas hechas con cacao son buenas cuando hace calor y para curar fiebres.
De su informe también se desprende que, como para hacer el chocolate se emplean también especias que son de naturaleza
caliente, “calienta el estómago, perfuma el aliento, alivia los dolores intestinales y los cólicos y combate el envenenamiento”.
Más adelante informa que la afición creciente de los españoles por esta bebida es porque también “excita el apetito venéreo”.
Se aceptaba el nuevo producto, aunque las razones por las que se hacía no quedaban suficientemente claras a juicio de
los científicos europeos de la época, pero en un tratado de los alimentos del nuevo mundo publicado por Juan de Cárdenas
en 1591 se aclara que si el cacao está tostado, molido y mezclado con un poco de atole (harina de maíz), “engorda y es sus-
tancioso, ayuda a la digestión y hace que la gente se sienta contenta y fuerte”. Para que quede claro asegura que en el chocolate
hay tres partes. La primera es “fría, seca y terrosa”. La segunda, que es aceitosa, es “cálida y húmeda”, y la última parte es “muy
caliente”. El resumen final es que la compleja composición hace que el chocolate tenga propiedades que le hacen recomendable
en muchas aplicaciones terapéuticas, para diversas enfermedades y, además, es aplicable con éxito en diferentes estados nu-
tricionales.
Aunque algunos médicos siguieron atribuyendo al cacao, y al chocolate, la culpa de obstrucciones, opilaciones e hidro-
pesías, en poco tiempo el chocolate se había convertido en una medicina, en un remedio del tradicional sistema humoral
que todavía seguía vigente. Además, para evitar problemas religiosos, se consideraba que ya estaba completamente desprovisto
del significado espiritual que tenía entre los infieles. El chocolate ya se había introducido en Europa y para ello se emplearon
dos líneas muy importantes, que fueron los intercambios entre diferentes monasterios que se comunicaban, al principio en
riguroso secreto, la fórmula para poder disfrutar de tan sana bebida y las cortes europeas, en donde se asentaba la nobleza y
se asomaba la burguesía naciente. Se había dado al chocolate fama de alimento sano, pero lo que se apreciaba sobre todo era
su muy agradable sabor y las propiedades estimulantes, que se le atribuyeron desde un principio, fueron motivo de que los
caballeros ofreciesen chocolate a las nobles damas, que generalmente agradecían el detalle.
Difusión de su prestigio
El chocolate, que había sido bebida de élite entre los autóctonos mesoamericanos, se había convertido en bebida apreciada y
habitual entre la incipiente clase alta española asentada en América, y empezaba a serlo entre la realeza y la nobleza de las
cortes europeas, porque ya estaba presente en banquetes cortesanos, recepciones y besamanos, que eran actos frecuentes
para asistencia y regocijo de los que intentaban encontrar sitio en las élites. Sobre todo de los que presumían de haberlo con-
seguido, porque una buena forma de demostrarlo era ofrecer la nueva bebida en los círculos más restringidos, pero muy nu-
merosos, de amistades y de esta forma no tardó demasiado en convertirse en una bebida muy popular, aunque no perdió su
halo de elegancia, por lo que fue necesario crear un menaje diferente y, sin entrar en detalles, nuevas formas de platos, tazas,
cucharas, cucharillas, pinzas, etc., que con frecuencia recibían el apellido de “chocolateras”. Merece reseñarse el invento de la
mancerina, que fue creación del marqués de Mancera, virrey del Perú entre 1639 y 1648, que escandalizado porque una
dama que asistía a una recepción en el palacio se derramase el chocolate en su lujoso vestido, encargó a un orfebre de Lima
que fabricase en cerámica un plato con un anillo elevado en el centro, en el que se encajaba la jícara, para que no se deslizase.
Aunque algunos opinan que la causa del invento residió en el hecho de que al virrey le temblaba la mano y se le derramaba
el chocolate, la mancerina tuvo tanto éxito que se impuso en todas las cortes europeas, elaborado en porcelana o en metales
nobles, como signo de distinción.
Controversia religiosa
El chocolate se difundió de tal manera entre la creciente colonia española en América, que se consumía incluso en las iglesias
durante las ceremonias religiosas. La práctica se hizo tan frecuente que el obispo de Chiapas, Bernardo de Salazar, se vio
Chocolate 225
El chocolate en Europa
Aunque Girolamo Benzoni, que publicó Novae novi orbis historiae sobre el descubrimiento de América, libro en el que se
aludía al cacao y al chocolate, y un poco más tarde Pietro Martire d´Anghiera, más conocido como Pedro Mártir de Anglería,
también hace variadas alusiones al cacao y a la bebida que con esta semilla se elabora en México y en España, hay una teoría
Chocolate 227
que asegura que el chocolate fue llevado a Italia por Emanuel Filiberto de Saboya, capitán general del ejército español que
volvió a su tierra de origen tras la victoria en la batalla de San Quintín contra los franceses. Otra teoría afirma que realmente
llegó cuando Catalina de Austria, hija de Felipe II, se casó con Carlo Emmanuele I, duque de Saboya, pero también hay
quien cree que estas dos hipótesis, que tienen un origen saboyano, no son ciertas, porque en realidad fue a principios del
siglo XVII cuando lo introdujo en Italia Antonio Carletti, que siempre presumió de tener la fórmula auténtica porque se la
habían enseñado a hacer los españoles.
Más tarde Francesco Redi alababa el chocolate hecho en Toscana, que consistía en “añadir a la perfección española cierto
toque de elegancia exquisita, debido a la novedad de introducir en la composición cáscara fresca de cidras y limones y el de-
licadísimo olor del jazmín”. Con estos componentes, más vainilla y ámbar gris, fue elaborado el denominado y famoso “cho-
colate al jazmín” del gran duque de Toscana Cósimo III, que aunque presumió de ser “el parangón de la pureza” y predicar la
abstinencia, que incluso impuso a sus súbditos con muy elevados impuestos para el que la rompiese, era un gran tragón, que
invitaba a grandes banquetes a extranjeros de diversos países para que publicasen el refinamiento de su mesa, pero a los que
nunca podían asistir, salvo alguna excepción de personas muy fieles, como Redi, ninguno de sus súbditos.
Un poco más tarde lo conocieron en Francia, como consecuencia de la boda del rey Luis XIII con Ana de Austria, hija
de Felipe III, y allí gustó tanto que los testimonios de ilustres damas, como Ninon de Lenclos y la marquesa de Sevigné,
ayudaron a popularizar el producto, que seguía llegando a través de España, hasta que a finales de siglo el almirante D´Estrées
comenzó a llevar cacao desde la isla de Martinica. La consagración de la bebida se produjo cuando, para conseguir la gra-
duación en la Sorbona, el alumno Foucault presentó la tesis titulada Ad chocolate usos salubris. Gustó tanto el trabajo que el
presidente del tribunal afirmó que “esta bebida, bien hecha, resulta una confección tan noble que, más que el néctar o la am-
brosía, es la auténtica bebida de los dioses”.
En 1666 se autoriza por intermediación del cardenal Mazarino la venta de chocolate en exclusiva a David Chaliou como
“licor, en tabletas o en cajas”, y aunque la comercialización se generaliza no faltan algunas críticas al nuevo producto, entre
ellas las de la marquesa de Sevigné que, inconstante en sus juicios, a veces achacaba al chocolate los efectos negativos de co-
piosas comidas, pero por entonces Carlos Linneo, que estaba haciendo la clasificación científica de las plantas, decidió que
el cacao se llamaría Theobroma cacao, y teobroma significa nada menos que alimento de los dioses y, como el científico tenía
muy buena fama, las críticas a este alimento empezaron a ser muy comedidas, en tanto que las virtudes se magnificaron. Se
sofisticó el chocolate, comenzaron a añadirle de todo, incluso ámbar, que tuvo mucho éxito, porque Brillat-Savarin atribuyó
a esta preparación “efectos tónicos e hilarantes”. Hay que aclarar que el ámbar al que nos referimos no es la resina fosilizada,
sino al denominado ámbar gris, que se obtiene recolectándolo del mar, en el que aparece flotando porque es una secreción
producida por algunas variedades de ballenas. Su sabor es dulzón, un poco terroso y el aroma muy intenso, por lo que,
aunque ha desaparecido del chocolate, se sigue utilizando en la elaboración de perfumes.
Las preparaciones del producto eran diferentes en España y en Francia. La española era densa, porque se hacía raspando
la tableta con un cuchillo y poniendo las raspaduras en agua, que se llevaban a ebullición removiendo continuamente. Cuando
empezaba a hervir, se retiraba del fuego y tras un ligero enfriamiento se volvía a calentar. Cuantas más veces se repetía la
operación más evaporación había, más denso quedaba el chocolate y más al gusto español, que siempre fue partidario de “las
cosas claras y el chocolate espeso”. La elaboración francesa era más ligera y líquida, porque se hervía una sola vez, o como
máximo dos, y la presencia de las especias que lo acompañaban, especialmente vainilla y canela, se hacía notar desvirtuando,
en opinión de los españoles de la época, el auténtico sabor del chocolate.
Johann Georg Volckammer fue un médico, botánico y naturalista que escribió un tratado que tituló Flora norobergensis.
Llevó a Alemania el chocolate que había conocido en Nápoles e intentó introducirlo, pero a pesar de su prestigio no tuvo de-
masiado éxito, quizás por la influencia de la cuñada de Luis XIV, Ana Isabel Carlota de Baviera, que había residido en Francia
y lo conoció con anterioridad. Su juicio sobre las bebidas exóticas fue determinante, porque aseguró: “No tomo ni chocolate,
ni café, ni té. No puedo sufrir estas drogas extranjeras”, y aprovechó la ocasión para criticar a su hijo Felipe, duque de Orleans,
que se había afrancesado y disfrutaba con el chocolate. Pero incluso los alemanes sucumbieron, porque terminaron entusias-
mados con el chocolate y con sus supuestas virtudes afrodisiacas, que se dejaban notar especialmente por la taza que se tomaban
cada noche. El gobierno vio en esta práctica culinaria la posibilidad de recaudar fondos y gravó al chocolate con un impuesto
que, aunque retrasó la difusión del producto, no impidió que poco a poco fuese penetrando en la sociedad alemana.
A Austria la costumbre de tomar chocolate llegó como consecuencia de los matrimonios de los Habsburgo con las prin-
cesas españolas, que lo exigieron en la corte de Viena, y desde allí pasó a otras naciones, sobre todo a Hungría, Holanda,
Bélgica y Suiza que, con el tiempo, se convirtieron en países elaboradores de prestigiados chocolates.
Los primeros ingleses que tuvieron contacto con el cacao fueron piratas, que en 1579 asaltaron un galeón español y que-
maron su carga, que era una verdadera fortuna, porque confundieron las habas de cacao con cagarrutas de ovejas. Tardó en
llegar el chocolate a Inglaterra, porque no hay constancia de ello hasta 1657, y tampoco penetró demasiado, porque al prin-
228 Alimentos con historia
cipio se le consideró una extravagancia limitada a las clases más altas, pero en 1674 el dueño de un establecimiento, en el
que ya se vendía café y tabaco, obsequia a los parroquianos con pasteles “a la española” y el resultado fue tan bueno que la
clientela aumentó considerablemente. Creció la afición a la nueva bebida y unos años después su consumo era frecuente, pri-
mero en los nuevos locales de Londres y más tarde en todo el territorio de la Corona. Un hecho curioso es que las medidas
para pesar el chocolate se adaptaron al sistema inglés, de tal forma que la libra y la media libra, que a su vez se dividían en
onzas, se impusieron en la industria y el comercio de toda Europa.
Desde Inglaterra llegó a las colonias inglesas de América del Norte y entonces cayeron en la cuenta que el producto era
originario de la vecina nación mexicana, por lo que a finales del siglo XVII se celebró una convención entre Massachusetts
y México en la que se preparó la base para crear una importante línea de comercialización, que ha estado vigente hasta hace
relativamente poco tiempo.
El chocolate no tuvo éxito, y sigue sin tenerlo, en Asia. Dicen que solo uno de cada cien chinos come regularmente cho-
colate y lo mismo sucede en casi todos los países del continente, con la sola excepción de Filipinas, en donde pronto se co-
menzó el cultivo y el consumo, favorecidos por el barco que hacía el trayecto Manila-Acapulco, que estrechó de forma notable
las relaciones de la sociedad novohispana que se había asentado en los dos países.
este producto porque al comenzar el siglo XIX, un holandés llamado Van Houten patentó un sistema para hacer chocolate
en polvo, con muy bajo contenido en grasa. Para que tuviese una alta solubilidad, en agua o en leche, lo trató con sales alcalinas
y surgió el denominado “chocolate tipo holandés”, que revolucionó el mercado, porque su precio era muy competitivo.
Una pequeña fábrica que se había instalado en Bristol fue reconvertida por el nieto del fundador, que mecanizó el proceso
y elaboró unas barras de chocolate que le convirtieron en el mayor fabricante del mundo, aunque en competencia constante
con otro industrial, también inglés, llamado John Cadbury, que comenzó en el mundo del té y amplió el negocio al chocolate.
Comenzó a hacer bombones para comercialización directa y decoró las cajas con una litografía de su hija Jessica, con un
gatito en los brazos, que tuvieron una gran aceptación y se convirtieron en el regalo ideal en muchas ocasiones, y en concreto
en el día de san Valentín, al que por aquellos años se le proclamó patrón de los enamorados.
Chocolates NESTLÉ
[1950]. Papel cuché litografiado troquelado y en relieve sobre cartón. 17,5 x 24 cm.
François Louis Callier, natural de Suiza, aprendió a hacer chocolate en la empresa Caffarel, ubicada en Turín, y en 1819
abrió la primera fábrica en Vevey, cerca del lago Leman. Unos años más tarde, Phillipe Suchard montó la primera fábrica
que dispuso de una moderna y muy eficaz máquina mezcladora. También en Suiza, Daniel Peter se asoció con un químico
llamado Henri Nestlé, que estaba especializado en el proceso de producir leche en polvo, y entre los dos produjeron el primer
chocolate con leche en el año 1879. Ese mismo año, Rodolphe Lindt inventó “la concha”, que era un receptáculo en el que se
molía el cacao, machacado por dos grandes conos de granito que hacían que la pasta de chocolate fuese mucho más suave y
fina. El invento propició la aparición de los chocolates refinados y acabó con los terrosos que se hacían hasta entonces. Había
nacido el chocolate fondant, pero no fue hasta unos años más tarde cuando Jean Tobler patentó el toblerone, que fue un ver-
dadero acontecimiento de magnífica acogida. Estos hechos, unidos a la capacidad financiera de los suizos, colocaron a su in-
dustria chocolatera a la cabeza del mundo.
Estados Unidos no podía quedarse atrás y surgió el imperio fundado por Milton Hershey. Pronto fue el primer com-
prador de cacao del mundo, montó en Filadelfia las granjas para que le proporcionasen la leche necesaria, y en Cuba el ingenio
azucarero para su exclusivo abastecimiento, que llevaba el producto a Matanzas y a La Habana en un ferrocarril de su pro-
piedad, que tras la expropiación por Castro continuó y continúa funcionando en la actualidad. La producción creció mucho
y Hershey dedicó una parte importante de sus beneficios a estudiar y difundir las propiedades nutricionales del chocolate.
230 Alimentos con historia
E
l agua es un excelente disolvente de muchos integrantes de los alimentos. El simple contacto de principios sápidos
y aromáticos con el agua hace que se produzca una cesión de alguna de las propiedades sensoriales de la hierba,
hoja, raíz, semilla o fruto al agua y que el producto resultante pueda ser una agradable bebida. Si el agua está fría,
o a la temperatura ambiente, el proceso es muy lento y además muy incompleto, pero si el agua está caliente, o se calienta
tras ponerse en contacto con la planta o alguna de sus partes, se produce una migración al agua de los compuestos orgánicos,
y por lo tanto de sus propiedades, y este es el origen de las infusiones, tisanas, pociones, pócimas, brebajes, mejunjes y de-
cocciones.
El resultado de este intercambio ha sido aprovechado por todas las culturas, aunque como es lógico obteniendo el pro-
ducto final a partir de los vegetales disponibles, que varían en función de la zona. A partir de ellos se han creado bebidas re-
frescantes y multitud de infusiones con finalidades terapéuticas, unas veces con efectividad alta, otras no tanto, pero casi
siempre unas gotas de leyenda o de atribuciones mágicas hacían que su difusión y valoración alcanzasen niveles notables.
Muchas de las infusiones tienen su propia leyenda, en algunos casos compartida, porque es muy frecuente que por la
acción de la gravedad, o del viento, unas hojas cayesen en un recipiente con agua caliente y que la divinidad de turno, la
princesa o el emperador tuviesen el privilegio de disfrutar de los aromas y sabores y en algunos casos curarse, además, de la
grave dolencia que los médicos de la época no fueran capaces de sanar, a pesar de haber aplicado todos los remedios conoci-
dos.
Historia del té
Cuenta la historia que en la edad de oro de los Tres Augustos de China, que era un grado de distinción superior del que
solo gozaban algunos emperadores, hubo uno llamado Shen Nung, vivió entre el 2737 y el 2697 antes de Cristo y antes
había sido un dios, que había decidido favorecer a la humanidad. Para ello se dispuso a llevar una vida terrenal, lo que le
facilitó la creación nada menos que del arroz, el trigo, el mijo, el sorgo y la soja, y al ver los resultados de sus inventos le entró
tanta alegría que decidió descansar a la sombra de unos arbustos que abundaban por los alrededores de su mansión. Ordenó
a sus súbditos que le acondicionasen el lugar y que le calentasen agua para asegurarse de que la transmisión de miasmas
sería imposible cuando se despertase y decidiese saciar su sed. Mientras tanto, el emperador se dispuso a componer un
poema dedicado a la naturaleza, que según dijeron sus amados súbditos le quedó muy bonito, y cuando despertó observó
que el agua, en la que sobrenadaban tres hojitas caídas desde el arbusto que había protegido su siesta, tenía un precioso color
dorado. Acercó el agua a sus labios, experimentó un enorme placer e inmediatamente se dispuso a seguir beneficiando a la
humanidad con sus enormes conocimientos difundiendo la bebida, y estos hechos hicieron que se le conociese como “El
agricultor del cielo”.
El té, porque esa era la infusión que encantó al emperador, se convirtió en la bebida más apreciada de China y cada chino
de las clases más altas procuraba tener siempre unas hojitas, perfectamente conservadas, para poder disponer de tan mara-
villosa bebida, pero como China es muy grande y no todos los climas son propicios para el crecimiento del arbolito, a algunas
regiones no llegaba, por lo que un prestigioso general que en el siglo III antes de Cristo estaba destinado al norte del país,
tuvo que escribir a un sobrino suyo para que le enviase té recién recolectado, porque era lo único que podría hacer que dejase
de estar triste y deprimido. La infusión tuvo tal efecto que el militar recuperó su ánimo y vitalidad y se lo contó a un médico
amigo suyo, que se lo recetó a todos los enfermos para que mejorase su estado de ánimo y su capacidad de concentración. La
carta de agradecimiento del militar al sobrino, y las recetas del sabio médico, son las primeras referencias escritas al té de las
que se dispone.
El té dejó de ser un privilegio exclusivo de la oligarquía cuando los médicos empezaron a recetarlo como medicina, que
se prescribía en curiosas y detalladas recetas, en las que se explicaba la forma de disponer de las hojas verdes y tiernas pro-
cedentes de plantas que crecían espontáneamente. Como las recetas fueron cada vez más frecuentes pronto faltó el té salvaje,
por lo que los agricultores empezaron a cultivarlo y ellos mismos procedieron a la desecación, que prolonga la utilización
para comercializarlo primero en polvo y más tarde compactado en pastillas prensadas, que se convirtieron en materia de
trueque con diferentes productos que hicieron llegar a China comerciantes de diferentes países, algunos lejanos como Turquía.
llevó a hacer la promesa de no dormir nunca para poder estar toda la noche meditando sobre la forma de difundir las ense-
ñanzas budistas. Un día estaba tan agotado que se durmió y en su sueño evocó a todas las mujeres que había amado antes
de su dedicación exclusiva a la religión. Al despertar estaba tan apesadumbrado que se cortó los párpados, y en el lugar en el
que cayeron aparecieron dos plantas desconocidas. Masticó las hojas y a partir de entonces ya nunca más se durmió y nada
interfería su dedicación a los textos sagrados, lo que le llevó a difundirlos por todo Japón y, tras las proclamas religiosas a sus
seguidores, les explicaba las propiedades del té. Convenció a los japoneses y el té fue adoptado por el budismo zen, que poco
a poco se fue implantando en el país.
El té se fue difundiendo por China, India y Japón, pero sobre todo en su región de origen, en donde crecía espontá-
neamente y además se cultivaba, es decir en el sur de China, en donde ya estaba muy difundido porque ya no era solo me-
dicina, también era una bebida apreciada cuando se bebía con fines placenteros. Contribuyó a ello la dinastía Tang que
reinó entre los años 618 y 906 y durante ese periodo se promocionó el consumo y se publicó un libro escrito por Lu Yu,
conocido como “el santo de China del té”, titulado Cha Ching, que escrito en forma poética deja traslucir claras influencias
taoístas. El libro tuvo tal éxito que se difundió como el Libro sagrado del té, y a partir de entonces la forma en que debe pre-
pararse y servirse se convirtió en el modelo del orden y la armonía que debe reinar en todos los aspectos de la convivencia
y es el claro antecesor de toda la parafernalia que el té ha significado en Japón, practicada y difundida por los monjes del
budismo zen.
El proceso se perfeccionó cuando en el año 729 el emperador Shomu invitó a su palacio a cien monjes budistas y per-
sonalmente les sirvió té. Les gustó tanto que se encargó a Dengyo Daishi, uno de los monjes invitados que había estudiado
en China, que se encargase de encontrar semillas y una vez obtenidas las plantó en terrenos del monasterio. Cinco años des-
pués se invitó al sucesor del emperador que les había dado a conocer la bebida a una ceremonia y degustación de té elaborado
con hojas de plantas desarrolladas en Japón y Saga, que así se llamaba el mandatario, ordenó que el té se difundiese, para lo
que determinó que se cultivase en las cinco provincias cercanas a la capital. Pero sucedió que las relaciones de Japón y China,
que siempre habían sido buenas, se estropearon y el admirado y demandado producto chino dejó de ser apreciado y consu-
mido en la corte japonesa, y casi simultáneamente en todo Japón.
En tiempos de la dinastía Tang la forma de consumo más frecuente era hervir las hojas de té y machacarlas después para
234 Alimentos con historia
formar, con la ayuda de zumo de ciruelas, una pasta que se prensaba conformando pastillas, que se secaban al horno y para
su utilización final se procedía a triturarlas y hervir el polvo resultante. A la cocción se añadía jengibre, piel de naranja, clavo,
menta y otros productos que aportaban sabor. Con estas prácticas se amplió el comercio y surgieron especialidades, casi
siempre en base a los saborizantes, que se procuraba que fueran muy sutiles, y entre los más utilizados estaban las flores de
jazmín, sus aceites esenciales, la flor de loto y la de crisantemo.
En torno al té se desarrolló una variada industria y como ejemplo la de la porcelana, que era imprescindible en el servicio,
se perfeccionó mucho, de manera que se convirtió en un importante activo de la economía, porque alcanzó tal prestigio in-
ternacional que era demandada por las clases más altas de todos los países del mundo. El té ya no era solo una bebida ni una
medicina, porque se había convertido en el vehículo de la espiritualidad y de la trascendencia, lo que el poeta Wang Yu-
Chang definió como “algo que llega al fondo del alma, como una llamada directa con esa delicada aspereza que recuerda al
gusto de un buen consejo”, y para el filósofo So Tung-Pa “el poder de la pureza del té desafía lo corrupto y hace al hombre
virtuoso”.
El budismo se convirtió en un magnífico embajador del té y como la religión ya estaba introducida en Japón, aprove-
chando que las relaciones entre los dos imperios orientales habían mejorado, Japón se convirtió en el modelo de los rituales
relacionados con el té, al mismo tiempo que fueron perdiéndose en China, por lo que en vista del éxito ceremonial los japo-
neses desarrollaron un protocolo muy complejo, que fue un modelo imitado y admirado en el mundo occidental, aunque
nunca conseguido plenamente, porque aunque se disponía de los instrumentos, y claro está del té, necesarios para la cere-
monia, nunca se pudo imitar la espiritualidad de la que se impregnan los súbditos del Imperio del Sol Naciente, porque no
se ha sabido reflejar el silencioso interludio durante el que huéspedes y anfitrión se revitalizan espiritualmente para poder
alcanzar un especial estado de armonía con el universo.
Cuando muere Kublai Khan comienza a gobernar la dinastía Ming, que duró desde 1386 hasta 1643. Por su carácter
aislacionista, por considerar a China el país más importante del mundo y a los chinos como seres superiores a todos los
demás en los aspectos económicos, culturales y espirituales, dieron lugar a un cierto aislamiento intentando recuperar los
valores ancestrales y entre ellos la tradicional ceremonia del té, para lo que fomentó todos los aspectos relacionados con ella,
como la fabricación de finísimas porcelanas, las más perfectas que se han fabricado nunca.
En 1644 alcanzan el poder los manchúes, que establecieron la dinastía Quing que estuvo en el poder hasta 1912 y en
este periodo se progresó en el cultivo y tratamiento del té, lo que dio como resultado, entre otras cosas, la consagración del
té verde y la comercialización del té oolong y del té negro, pero a pesar de los esfuerzos nunca más volvió el té a alcanzar en
China la importancia que tuvo socialmente, porque aunque se convirtió en la bebida popular preferida y por supuesto la
más consumida hasta la actualidad, se perdieron los componentes de espiritualidad y poesía necesarios para que fuese con-
siderado el más refinado de los elixires.
El té llega a Europa
Venecia fue el punto comercial de contacto de Europa con Oriente. Allí llegaban sedas, tintes, especias y otros exóticos
tesoros, y por supuesto el té, pero no debió tener una buena acogida inicial, porque no mereció la atención de los cronistas
ni de los escritores hasta que en 1559 Giovanni Battista Ramusio publicó el libro Delle navegationi e viaggi, en el que se
reunían los grandes viajes y los descubrimientos interesantes. Lo publicó en tres volúmenes y en el último se hacen referencias
al té, pero matizando que era un producto famoso en China y no muy apreciado en Venecia.
Cuando Vasco de Gama llega a China se estableció una nueva ruta comercial que tenía su punto de partida en Macao,
hasta donde además de los portugueses establecieron vínculos comerciales españoles, ingleses y holandeses, y el té (clasificado
ya como Camellia sinensis, en honor de Josef Camell) empezó a llegar a Europa. Como los negocios fueron provechosos, se
crearon puntos de contacto con una gran parte de los territorios orientales, en los que además de los productos tradicionales
había té y como los nativos lo apreciaban mucho se amplió su importación, porque la alta sociedad europea se aficionó a la
nueva infusión. Pero la apreciación fue desigual, porque mientras en Inglaterra y Rusia el té tuvo una gran aceptación, en
España, Alemania, Francia, Italia y Portugal la acogida no fue muy favorable.
A mediados del siglo XVII ya había algunos establecimientos en las grandes capitales europeas que servían café, pero
fue en Londres en 1657 cuando Thomas Garroway empieza a servir té en su local, y para animar a los clientes expuso un
cartel en el que se podían leer sus efectos beneficiosos, que eran capaces de “Activar el cuerpo, aliviar los dolores de cabeza y
la pesadez, eliminar las obstrucciones del bazo, depurar los riñones eliminando los cálculos, facilitar la respiración, proteger
de los sueños pesados, alertar el cerebro y reforzar la memoria”. Ciertamente los ingleses se convencieron de sus ventajas y
se convirtieron en fervientes admiradores.
La Compañía Holandesa de las Indias Orientales fue el principal importador de té para Europa, pero los incrementos
de los precios, considerados abusivos, animaron a los ingleses a hacer su propia compañía comercial importadora, que tuvo
que dotar a sus barcos de armamento suficiente para defenderse de los piratas. El coste del transporte era muy alto, pero
aunque compensaba por haberse roto el monopolio holandés, los ingleses decidieron que había que equilibrar la balanza co-
mercial con China, porque era francamente desfavorable debido a que las importaciones de seda, porcelana y té tenían un
coste muy superior a las exportaciones de lana y algunos otros productos, por lo que hicieron un plan para aficionar a los
chinos al opio hindú, que los ingleses explotaban en la India. Tuvo éxito la medida y la balanza comercial se inclinó notable-
mente a favor de Inglaterra, hasta el punto de que, aludiendo a los estragos que el consumo de opio causaba entre la población
china, en el año 1800 se prohibió su comercio.
Los ingleses hicieron caso omiso de la orden imperial y siguieron enviando opio por diversos conductos, hasta el punto
de que en 1839 las autoridades chinas confiscaron veinte mil cajas de opio. Como a los ingleses la medida no les sentó muy
bien, procedieron a atacar algunos puertos chinos, iniciándose así la primera de las cuatro guerras del opio, que siempre las
comenzaban los ingleses y perdían los chinos, por lo que al firmar cada uno de los armisticios eran obligados a pagar indem-
nizaciones cada vez mayores, que además eran acompañadas de algunas medidas complementarias, como la bajada de aran-
celes y el derecho a la libre circulación de los ciudadanos ingleses por el territorio chino.
Además, aprovechando las circunstancias, se decidió plantar té en India con resultado muy favorable, por lo que China
dejó de ser imprescindible en el suministro de té, cuyo consumo ya estaba muy arraigado en la sociedad inglesa y además
provisto de un elegante ceremonial en el que tuvo influencia la duquesa Ana de Bedford, a la que se atribuye la costumbre
del “tea five o´clok”, que comenzó celebrando con sus amistades y terminó siendo una práctica primero londinense y después
de toda Inglaterra. La realidad es que el té se comenzaba a consumir con el “early morning tea”, al que seguía el “nice cup of tea”,
y además del que puso de moda la duquesa se terminaba con el “high tea” o té superior.
236 Alimentos con historia
El té en Rusia
Aunque unos cosacos que habían estado en China proclamaron las excelencias del té, el producto no llegó a Rusia hasta que
en 1618 el embajador chino regaló al zar Alexis varios cofres de té, pero su consumo quedó limitado a la corte y ocasional-
mente a algunos miembros de la nobleza porque, entre otras cosas, los productos chinos no llegaron a Rusia hasta que se
firmó el Tratado de Nerchinsk, por el que se establecieron las fronteras entre los dos países y se inició el comercio con cierta
regularidad. Los chinos exigieron que las transacciones se realizasen exclusivamente en el puesto fronterizo de Usk Kayaktha,
que dista 1.000 km de Pekín y 5.000 de Moscú. Para llegar allí había que transportar la mercancía a lomos de mulas hasta
donde era posible, para sustituirlas por camellos al llegar al desierto del Gobi. La travesía era dura y por las noches había que
acampar y encender hogueras para combatir el fuego. El humo que producían impregnaba al té, que al llegar a destino tenía
un sabor ahumado muy apreciado por los rusos. Cuando por fin se llegaba a destino se producía el intercambio, sobre todo
de pieles rusas por té y seda chinos. Según las crónicas de la época se tardaba más de un año entre ir y volver desde la frontera
hasta las zonas productoras de té. La consecuencia era que el producto era carísimo y solamente asequible por los más ricos,
aunque afortunadamente la construcción del ferrocarril transiberiano en 1880 permitió la disminución de los precios. Desde
entonces el pueblo ruso se convirtió en un gran consumidor de té y sigue siéndolo en la actualidad.
El té en la India británica
Robert Bruce y su hermano Charles habían asegurado que en la India se podía producir té, pero no se les hizo mucho caso
y, aunque se enviaron muestras al jardín botánico de Calcuta, se tardó mucho en pensar que se pudiese competir con el té
chino. Algunos años después varios agricultores demostraron que el arbolito se daba bien en la zona de Assam, por lo que
comenzó la llamada “fiebre del té”. Se envió una muestra en el barco de Calcuta que llegaba a Londres, fue catada o/y alabada
por los expertos. A partir de ese momento comenzó el gran negocio del té hindú.
Assam, Darjeeling y las montañas del interior fueron, y son, tierras propicias para este cultivo. Por aquellos tiempos
coincidió que los cultivos de café en Ceilán habían sido arrasados por una plaga, por lo que se optó por sustituirlos con té.
El éxito fue tan grande que hoy Sri Lanka se ha convertido en un gran productor.
En 1947 la India se independizó, pero la costumbre inglesa de tomar té permanece.
El té en Norteamérica
En el año 1650, cuando todavía Nueva Ámsterdam no se había convertido en Nueva York, el gobernador pidió un cargamento
de té para hacer que su consumo llegase a los colonos y esa es la primera referencia de la llegada del té a América. Su consumo
se extendió por diferentes ciudades y concretamente en Boston se popularizó, pero precisamente en esta ciudad en el año
1773 se produjo un motín de colonos, iniciado por un grupo conocido como “Los hijos de la libertad”, para protestar por los
elevados aranceles con los que se gravaba el producto. Algunos, que se disfrazaron de indios, consiguieron llegar al barco en
el que había un importante cargamento y lo tiraron al agua. Inglaterra tomó represalias y lo que había sido una simple protesta
se convirtió en el Boston tea party, que fue el motivo por el que se desencadenó la guerra de la independencia y el nacimiento
de los Estados Unidos de América.
No está muy claro si fue este el motivo por el que Estados Unidos nunca fue consumidor de té y prefirió siempre el café,
pero la realidad es que el consumo sigue siendo muy bajo, aunque es de hacer notar que se produjeron en 1904 dos hechos
que han condicionado el consumo de té en el mundo occidental. El primero fue la idea de Thomas Sullivan de envasar mues-
tras de té en pequeñas bolsitas de muselina, lo que facilitó su utilización, de tal forma que la comercialización de esta pre-
sentación se generalizó. El segundo es que durante la feria mundial celebrada en San Luis, un inglés llamado Richard
Blenchynden pretendía vender bebidas de té procedente de la India, pero como el calor era sofocante no tuvo ningún éxito
hasta que se le ocurrió servirlo con hielo. El éxito fue tan grande que lo que parecía una horrible idea, se convirtió en una
costumbre, aplicada enseguida por la industria de refrescos y difundida por casi todo el mundo.
Té HORNIMAN
GRAN BRETAÑA. [1930]. Chapa lisa. 17 x 49,5 cm.
Inculca la pureza y la armonía, el misterio de la caridad mutua y el romanticismo del orden social”. La ceremonia del té se
describe con especial cuidado porque transmite los elementos esenciales de la belleza artística y de la filosofía japonesa, com-
binando cuatro ideas básicas que son la armonía, el respeto a los demás, la pureza de corazón y de espíritu y la tranquilidad.
Su conclusión es que “el té es más que una idealización, porque llega a ser una religión del arte de vivir”.
Está claro que hoy no se tienen presentes las aseveraciones de este autor, salvo en contadas ocasiones en Japón en domi-
cilios privados o en casas de té, en ceremonias que duran hasta cuatro horas, pero no es menos cierto que han contribuido a
difundir su consumo y sobre todo a guardar, durante toda la vida, una fidelidad a la bebida que hace que tomar té sea muy
importante en la vida de sus admiradores.
(copto). El prior no se creyó mucho lo de la posesión, por lo que achacó la causa más a los efectos de alguna hierba que a la
intervención diabólica. Fueron al monte en donde pastaban los animales y el religioso observó la existencia de unos arbustos,
de los que recogió semillas para preparar una infusión que suministró a los monjes. El efecto fue inmediato y gracias a ella
lograron renovar sus energías y rezar continuamente.
mentó la actividad de los establecimientos de Turquía y Persia con las siguientes palabras: “Sus poetas e historiadores se
sientan en altas sillas, desde las que pronuncian elocuentes discursos y explican un repertorio de historias, seguidas atenta-
mente por los asistentes”.
El café en América
Aunque como ya hemos dicho todo hace suponer que fueron los portugueses los primeros que plantaron cafetos en América,
concretamente en Brasil, los franceses afirman que fue llevado a América por Gabriel Mathieu de Clieu, que embarcó en
Nantes en 1723 con unas cuantas plantas de café dentro de una caja de madera, cuya tapa era de vidrio transparente para
que retuviese bien el calor. El viaje fue un desastre, pues sufrieron el ataque de piratas, la acción de las tormentas y muchos
días de calma chicha que retrasaron la llegada a puerto, por lo que hubo que racionar el agua, hasta el punto de que tuvo que
compartir su escasa ración con el único arbusto de café que todavía no había muerto. Llegaron a Martinica, trasplantó el
cafeto y durante tres años no se separó del arbolito, que poco a poco fue creciendo, hasta que por fin, en 1726, obtuvo la pri-
mera cosecha (aproximadamente un kilo de granos), que distribuyó entre los vecinos. Cincuenta años después, cuando ya
Linneo había clasificado a la planta como Coffea arabica, había en Martinica más de dieciocho millones de cafetos, pero para
entonces su cultivo ya se había desarrollado en Las Antillas españolas y Jamaica, y después también en Santo Domingo,
Haití, Cuba, Costa Rica, Guatemala, Venezuela, Colombia y México. Más tarde llegaron variedades de Java, procedentes de
las que los españoles habían llevado a Filipinas, propagándose las plantaciones. Junto con la caña de azúcar, el cacao, la vainilla,
el algodón, el tabaco, etc., se convirtió en una auténtica riqueza, base del comercio exterior español, que contribuyó a mantener
una economía que empezaba a ser crítica.
Desde Inglaterra pasó a Estados Unidos, aunque es posible que con anterioridad hubiese alguna tentativa holandesa
(no se sabe bien si directamente desde Europa o debida a sefardíes holandeses procedentes de Brasil) de implantar un esta-
blecimiento comercial, en 1664, en el que se alternase la venta del café en grano con la elaboración de infusiones, concreta-
mente en la antigua Nueva York, que por entonces todavía se llamaba Nueva Ámsterdam. Los primeros cafés con la
concepción del viejo continente se abren en Boston (“The British Coffee House”), en Nueva York (“The King´s Arms”) y un
poco más tarde en Filadelfia. Tardó en entrar el café en este país, pero en este momento es el máximo consumidor del mundo.
con coatíes (uchunaríes, en aymara), que al fin y al cabo, zoológicamente, no están muy separados de la civeta. Bastante más
lejos están los jacús, que es un ave brasileña con la que se sigue el mismo procedimiento de obtención, y el procedente de los
elefantes de Tailandia en donde Efe Dikin, un empresario canadiense, sigue el mismo procedimiento para comercializar café
con la marca “Black Ivory”.
Otras infusiones
La característica común es que liberan principios aromáticos en contacto con el agua caliente y esta particularidad ha sido
aprovechada por los médicos, chamanes y brujos para aprovecharlas con la intención de prevenir riesgos, de curar enferme-
dades, enamorar al que las ingería u otras acciones ocultas y no siempre autorizadas, por lo que en distintos momentos
algunas han sido condenadas por diferentes religiones y consideradas bebidas diabólicas. En el Renacimiento, cuando se re-
descubrieron documentos escritos por Aristóteles, de su discípulo Teofrasto, a quien se le atribuye la redacción del primer
herbolario descrito en su libro Sistema Naturae, y de Dioscórides, cuya obra De materia medica alcanzó una amplia difusión
y se convirtió en el principal manual de farmacopea en la Edad Media, se generalizó el uso de infusiones porque el prestigio
de los tres autores eclipsó las leyendas de quienes no las habían usado con fines respetables. Durante esta época, muchas ór-
denes religiosas procedieron a cultivar hierbas con fines curativos en sus huertos, en una cierta imitación de los templarios
de los que ya se tiene noticias de que en el año 1095 cultivaban bardana, angélica, caléndula, diente de león, mejorana y man-
drágora, que utilizaban con fines curativos y muchas veces en infusión.
La realidad es que a todas estas plantas, y a muchas más, que se han utilizado en algún momento se les ha descubierto
algún uso, y a las que no se les ha descubierto todavía hay botánicos que opinan que se les descubrirán en el futuro.
Los efectos positivos de la manzanilla en afecciones digestivas, en inflamaciones oculares o en la limpieza de heridas son
proverbiales; la menta es antiespasmódica, los cardos y la alcachofa, que son de la misma familia, colagogos y coleréticos, el
tilo es tranquilizante, los diferentes tipos de anís (matalahúga y estrellado) facilitan la digestión y son expectorantes, el boldo
tiene efectos positivos en el metabolismo hepático, la valeriana es tranquilizante, los pétalos de rosa laxantes, la albahaca an-
tiinflamatoria, el cardamomo digestivo, el tomillo antiséptico, el té de roca (Jasonia glutinosa, que no es té) es digestivo, el
azahar es tranquilizante, el poleo es sedante, expectorante y antiespasmódico, la hierbabuena facilita la digestión y es com-
ponente esencial junto con el té auténtico del llamado “té moruno”, la hierba luisa combate los gases y es eficaz para tratar el
insomnio, la llamada mate o hierba mate, según los argentinos y los uruguayos, que presumen de ser los originarios y por
eso se llama Ilex paraguayensis, aseguran que aumenta el colesterol bueno, regula el funcionamiento cardiovascular, retarda
el envejecimiento y además es energizante, lo que está comprobado por la presencia de mateína, que es lo mismo que la
cafeína. El rooibos, de origen sudafricano, tiene la propiedad de facilitar la digestión, de ser muy rico en antioxidantes, de no
tener cafeína, ser un excelente antibacteriano en las infecciones bucales y además tener un precioso color rojo.
Gaseosas y refrescos
LA CASERA
[1950]. Cartulina litografiada. 33,8 x 23,8 cm.
246 Alimentos con historia
A
veces nos complicamos la vida buscando tres pies al gato, porque es evidente que a poco que se mire casi todos tie-
nen cuatro. Por mucho que nos esforcemos en inventarnos historias, el primer refresco que hubo no lo inventó
nadie, porque sin ninguna duda fue el agua y esta existía en todos los lugares de nuestro mundo mucho antes de
que existiese la humanidad.
Lo que se inventó más tarde fue la sofisticación, aunque tampoco mucho después, porque es casi seguro que a veces solo
se podía acceder a aguas que tenían mal sabor y para beberlas no estaba mal aprovechar algunos de los sabores variadísimos
que están distribuidos por toda la naturaleza. Chinos, egipcios, griegos, romanos, lapones, batusis y adamawa-ubangi, que
como todos ustedes saben habitan en África Central, tenían desde siempre sus refrescos particulares, disfrutaban de ellos,
no les daban importancia y estaban al alcance de todo el mundo. No todos igual, porque los lapones estaban muy satisfechos
de tener pocas veces sed y en cambio los egipcios en verano tenían una constante manía de estar bebiendo, pero como
entonces no existían las botellitas, que tienen un sitio reservado para colocarlas en la mochila, se veían obligados cuando
atravesaban el desierto, que no es que lo hiciesen todos los días pero a veces sí, a llevar agua en envases, que al no ser herméticos
permitían que se contaminase el agua. Por eso hay referencias de que el regaliz paliaba los malos sabores, lo que evitaba tener
que prescindir del líquido elemento.
Lo que sí es cierto es que el concepto de refresco estuvo unido durante mucho tiempo, y todavía lo sigue estando, al de
las aguas carbonatadas, que la naturaleza ofrece en diversos lugares. Los romanos ya conocían fuentes de aguas naturalmente
carbonatadas y efervescentes, que eran transportadas a largas distancias en recipientes sellados para que no perdieran la bus-
cada propiedad. Solo podían adquirirlas personas muy ricas o las que vivían cerca de las fuentes, que podían disfrutarlas sin
ningún costo. Los efectos favorables en el aparato digestivo fueron apreciados muy pronto, por lo que su utilización adquirió
fama como eficaz tratamiento de problemas estomacales.
Uno de esos sitios era ya conocido en la Edad del Bronce, pero fue muchos años más tarde cuando se le dio el nombre
de “el manantial de soda”, por su riqueza en bicarbonato de sodio. Está en Selters, en el land o estado de Hesse, y se empezó
a hacer famoso en el siglo XVI, pero por entonces el que quería beber esta agua no tenía más remedio que desplazarse a la
fuente de la que manaba.
Hay intentos muy antiguos de carbonatar el agua, pero los primeros que tuvieron un cierto éxito datan del siglo XVI,
aunque como los conocimientos de la producción de ácido carbónico eran deficientes, a pesar de que se intentaba reproducir
los efectos, era casi imposible repetir el producto con las mismas cualidades organolépticas y, en consecuencia, el nivel de
carbonatación de las aguas que se pretendían obtener era muy irregular.
Con el desarrollo de la industria de los envases se empezó a comercializar agua y hay datos de que en 1787 se exportaron
más de un millón de botellas desde las proximidades del manantial de Seltz. Su composición natural es compleja porque
tiene sulfatos, carbonatos y fosfatos, que se combinan con sodio, amonio, potasio, litio, bario, estroncio, hierro, magnesio,
manganeso, aluminio y silicio, dando lugar a un considerable número de componentes. Por entonces, un químico sueco lla-
mado Torbern Bergman, que era profesor de la Universidad de Upsala, descubrió que el agua se podía carbonatar artificial-
mente, lo que le permitió producir un apreciado bien que ya empezaba a tener mercado. Fue a finales del siglo XVIII cuando
Priestley y poco después Bergman tienen un éxito importante en la saturación del agua con anhídrido carbónico que permitía
que, siempre que se cerrase bien el envase, permaneciese efervescente.
Al principio se comercializó como medicina porque su ingesta, tras las frecuentes epidemias de cólera, disminuía la fre-
cuencia de vómitos, activaba la micción y calmaba contracciones de músculos e intestinos. La revista Boletín de Medicina, Ci-
rugía y Farmacia, que luego se fusionó con La Gaceta Médica para dar lugar a Siglo Médico, era considerada como de altísimo
nivel científico, porque en ella escribían los más prestigiosos doctores. En 1838, un artículo afirmó que el agua de Seltz “ejerce
una acción particular sobre la membrana del estómago y de los intestinos, porque su principio volátil les da tono cuando se
hallan debilitados, restablece y vigoriza sus funciones y de ahí viene que después de un uso continuado de esta agua, la di-
gestión que antes era lenta, se efectúa después con facilidad, disuelve los humores biliosos y viscosos que la entorpecen y res-
tablece el vientre al estado corriente disipando la languidez y la melancolía”.
Su uso como refresco era secundario, pero en la misma revista, en el mismo número en el que se ensalzaban sus propie-
dades terapéuticas descritas, también hacía la mención de que el “agua de Seltz con jarabe es un refresco muy grato”. No era
un producto barato, incluso hay comentarios que lo consideran caro, por lo que su consumo diario era casi exclusivo de las
clases pudientes, pero como la imagen del agua con gas seguía siendo vista como una bebida saludable, las primeras tiendas
de refrescos fueron las boticas antiguas y las modernas farmacias. El proceso necesario para carbonatar el agua y hacer los
jarabes para darles sabor estaba basado en métodos con los que los farmacéuticos ya estaban familiarizados. Fue entonces
cuando empezaron a añadir ingredientes que pensaban eran benéficos para la salud, por ejemplo zarzaparrilla para curar la
sífilis o el ácido fosfórico para evitar la apoplejía. También se utilizaron para enmascarar el sabor de medicinas que procedentes
muchas veces de extractos naturales de plantas eran con frecuencia demasiado amargas. Y como no había limitaciones legales
Gaseosas y refrescos 247
un acidulante, casi siempre ácido tartárico, y en el otro un gasificante, que siempre era bicarbonato sódico. La técnica es
sencilla, ya que solamente hay que añadir los dos sobres en un recipiente con agua y el resultado es que se produce eferves-
cencia, que es el efecto buscado.
Al producto se le atribuyeron efectos medicinales, pero sobre todo se convirtió en una agradable y barata forma de dis-
frutar de una bebida. Se empezó a comercializar en las farmacias, que no pudieron evitar, aunque lo intentaron, que también
se vendiese en establecimientos de alimentación. Se bautizaron como sodas refrescantes, polvos refrescantes y polvos gasíferos
entre otras denominaciones, pero al final terminaron conociéndose por su nombre comercial, como Poncil, Sidral, Bragulat,
Armisén o El Tigre, y con el nombre genérico de litines, lo que se debe a una elaboración francesa que incluía altas cantidades
de litio, elemento al que se le atribuían beneficiosas propiedades en la curación de distintas enfermedades.
Es curioso observar en los envases la reproducción de las medallas que obtuvieron en concursos internacionales e incluso
en algún caso presumir, como Armisén, de haber sido declarado de utilidad pública, mediante una disposición de 5 de marzo
de 1883. Muchas marcas en su publicidad y en el etiquetado hacían referencia a su sabor agradable, a la seguridad de su hi-
giene, a que nunca habían sido denunciados en los tribunales, a sus propiedades digestivas, antivomitivas, desinfectantes y
aperitivas, a asegurar que “eran superiores a cualquier magnesia extranjera”, que no contenían materias peligrosas para la salud
o a la ausencia de edulcorantes, como la sacarina, y en estas condiciones el consumo del producto se generalizó, porque
además se ofrecía con sabores de albaricoque, manís, café, grosella, limón, mandarina, manzana, menta, naranja, piña o
plátano, etc., por lo que en Estados Unidos llegó a haber más de setenta sabores diferentes de los llamados sidlitz powders.
Gaseosa LA PITUSA
MADRID. [1950]. Chapa lisa. 49,5 x 69,5 cm.
peligroso. En la vejiga se generaba el gas y al apretarla, el gas pasaba a ponerse en contacto con el agua. De esta forma se
obtuvo una bebida con burbujas y nació un antecesor de lo que más tarde se llamaría sifón.
Las aguas que buscaba todo el mundo eran las que tenían gas, pero no era fácil que el gas permaneciese en el envase,
porque con frecuencia y con todos los sistemas de cierre, incluido el corcho que fue el que más se utilizó, se escapaba el gas
y, además, una vez abierta la botella se perdía rápidamente, por lo que el agua quedaba sin este importante componente. La
solución, aunque la patentó Antoine Perpigná, está comprobado que la encontró el inventor M. Savaresse, que introdujo
una válvula en un tubo que se cerraba por la presión del gas, pero que podía abrirse a voluntad simplemente accionando una
palanca. El invento tuvo éxito en muchos países y en todos ellos se empezó a introducir, mediante este sencillo sistema, ácido
carbónico en el agua, para que le proporcionara burbujas durante un largo periodo.
Se acababa de inventar lo que se dio en llamar el “agua de Seltz artificial”, de la que se aseguraba que tenía las mismas ca-
racterísticas, y aún mejores, que la original por lo que el aparato, al que se le llamó “seltzógeno”, era sencillo, sólido, fácil de
llenar, de manejar y se transportaba cómodamente. El invento consistía en dos recipientes de vidrio unidos por un tubo, de
tal forma que en uno podía introducirse ácido tartárico y bicarbonato y en el otro el agua que se quería gasificar, lo que
ocurría cuando se abría la válvula que dejaba penetrar agua sobre los polvos, generándose así gas carbónico, que pasaba por
el tubo que ponía en contacto a los dos recipientes, produciendo la mezcla de agua y gas. El aparato tuvo éxito, pero fue poco
duradero porque a finales del siglo XIX un nuevo invento hizo que la industria del agua con gas evolucionase. Se acababa
de inventar el gas carbónico líquido, lo que se conseguía sometiéndolo a una fuerte presión, con lo que se licuaba.
Se empezaron a comercializar unas bombonas especialmente fabricadas para aguantar la presión que, adaptadas a un
sistema industrial bastante simple, constituían por sí mismas una fábrica de bebidas gaseosas. La sencillez, acompañada de
la buena demanda, hizo que las fábricas, que prácticamente consistían en una saturadora y una llenadora que distribuía el
agua ya carbonatada, se multiplicasen porque, aunque exigían algunas medidas de seguridad para evitar explosiones, no eran
demasiado difíciles de instalar. Una vez conseguida la saturación del agua con gas carbónico, se idearon infinidad de bebidas
refrescantes con muy diversos sabores, aunque el más apreciado fue el que tenía sabor a limón. Por eso a estas bebidas se les
dio el nombre genérico de limonadas, que curiosamente podían ser de muchos sabores, aunque casi siempre lo eran de fru-
tas.
Su utilización principal seguía siendo terapéutica, pero pronto se empezó a considerar su función como refrescante y a
alguien se le ocurrió mezclarlas con vino, especialmente con el tinto, para que su excesivo grado alcohólico pudiese ser rebajado
cuando lo pedían las señoras, luego se convirtió en la bebida de las meriendas, de las comidas campestres y de las romerías,
y finalmente se descubrió que los efectos positivos sobre el vermú, que era la bebida de moda en la transición del siglo XIX
al XX, permitían estar mucho más tiempo sentado en el bar, porque apurar el vaso necesitaba calma.
El sifón se convirtió en bebida indispensable y además en un signo de españolidad, porque como cantaba La Chelito en
el estribillo de la canción titulada La chula tanguista: “Yo no sé beber coñac, ni chartrés, ni cuantró, ni champán... ¡vino tinto
con sifón!”, y a los niños se les enseñaba a beber sifón con algo de vino tinto y después vino tinto con sifón.
La fabricación de sifón era muy fácil, por lo que las empresas elaboradoras proliferaron de tal forma que en cada pueblo
español, por pequeño que fuese, había un lugar en donde se elaboraban los sifones, siempre rellenables y con nombres curiosos,
que con frecuencia hacían referencia a sus propiedades digestivas. Como muestra todavía se puede encontrar una botella en
la que, aunque borroso, se distingue perfectamente su marca comercial, que era nada menos que “El Eructo”.
Uno de los sistemas de cierre que más han perdurado es el llamado “tapón mecánico”, que aunque no sea frecuente se
sigue utilizando en algunas gaseosas y en algunas cervezas de alta gama. Se hace con porcelana, a su alrededor se coloca un
disco de goma sujetado por una especie de asa metálica, que une el tapón al cuello de la botella.
Otro sistema que persistió en el mercado exclusivamente para gaseosas fue el llamado de “la bola” o tapón Codd, que
fue patentado por Hiram Codd en Inglaterra en 1872. Consistía en una bolita de cristal a la que la presión de la bebida car-
bonatada empujaba contra la goma, que se encontraba insertada en el cuello de la botella. Para beber no había más que em-
pujar la bolita hacia abajo, consiguiendo que permaneciese inmóvil en una cámara, que formaba el mismo cristal. Se
inventaron artilugios para desplazar la bolita, pero lo más común y el que más éxito tuvo era hacerlo con el dedo meñique.
El llenado de estas botellas tenía que hacerse boca abajo, y muchos envases desaparecían porque los niños, que entonces no
disponían de juguetes en exceso, las rompían para hacerse con la bolita interior y poder jugar al gua.
Una solución definitiva, aunque tardó en imponerse, fue el tapón corona, tradicionalmente conocido como “chapa”. Lo
inventó un irlandés llamado William Painter en 1892. El tapón resiste la presión del gas contenido en la botella y para co-
locarlo solo se necesita una máquina, muy simple y por lo tanto muy barata, que también patentó el mismo inventor. El pro-
blema se presentaba cuando se abrían las botellas, lo que tampoco era fácil, y otra vez el mismo irlandés fue el creador del
abrebotellas, en un diseño muy similar al que hoy se sigue usando.
La ventaja de este sistema es que ya no era necesario rellenar sifones, ni manipular polvos para disponer de agua con gas
y, como además era fácil edulcorarla y añadir sabores variados, se crearon una serie de empresas que tuvieron éxito en casi
todos los países de mundo. El nuevo producto se comercializó con el nombre genérico “fuente de soda” y los sabores que se
ofertaron fueron sobre todo de frutas. Solo faltaba atribuirles propiedades en el tratamiento de diversos males o, simplemente,
propiedades digestivas y así nacieron gaseosas que tuvieron un inicio esplendoroso. Algunas de las cuales todavía se siguen
comercializando, como la colombiana Kola Román distribuida desde 1865, la ecuatoriana Fioravanti o la mexicana Toni-
Col, originalmente conocida como Tony-Co, producida en 1887; pero enseguida se crearon muchas bebidas, que en Estados
Unidos solían denominarse elixires, que poco a poco fueron colonizando el mercado.
carbonatadas, decidió participar en el sector y crear una pequeña empresa en Ginebra, pero pronto Suiza se le quedó pequeña
y se trasladó a Londres para seguir con su actividad. Creó J. Schweppe & Co, empresa que comercializó en 1835 el primer
refresco de limón del mundo y muchos años más tarde, casi cien, la empresa decidió competir con refrescos de naranja, que
ya eran comercializados por otras empresas. Pero el verdadero éxito de Schweppe lo obtuvo cuando se enteró de que los in-
gleses, y sobre todo los militares que estaban en la India, tomaban un refresco que se elaboraba con quinina, pero como el
sabor es muy amargo había que matizarlo con limón, para lo que era muy apropiada el agua carbonatada, de la que Jacob era
un excelente elaborador. Los soldados que regresaban de la India ya no necesitaban tomar el mejunje para evitar la malaria,
pero aprendieron que si se mezclaba con ginebra se obtenía una bebida que tenía las propiedades de ser “larga, viva y ligera”,
y el gin-tonic se consolidó, a lo que contribuyó el rey Guillermo IV que lo elogió, lo que hizo que alcanzase especial prestigio.
A continuación fue difundiéndose por todo el mundo, aunque de forma pausada, porque a España no llegó hasta 1957, pero
en el tiempo transcurrido desde entonces nos hemos convertido en el país que, según diferentes estadísticas, es el máximo
consumidor del mundo de agua tónica y de forma paralela ha crecido el consumo de ginebra.
Bebidas isotónicas
Históricamente, las bebidas isotónicas tenían como finalidad evitar las muertes por deshidratación extrema que se producía
por diarreas en las epidemias de cólera, y en esta utilidad el agua de arroz tenía un efecto positivo, por su contenido en
almidón y su posterior desdoblamiento en glucosa una vez ingerida.
Tienen como objetivo favorecer la hidratación, al mismo tiempo que reponen los electrolitos que el organismo gasta du-
rante la realización de esfuerzos. En su composición, además de agua, entran hidratos de carbono y las oportunas sales mi-
nerales. En su composición incluyen sodio, normalmente en forma de bicarbonato, potasio, otros minerales y sacarosa o
glucosa. Estos componentes sólidos tienen la función de facilitar la absorción de agua por el organismo, lo que es especial-
mente importante cuando por alta actividad física, o por cualquier causa, se ha producido una pérdida importante.
Nacieron como bebidas para uso de deportistas, ya que fueron diseñadas para reemplazar el agua y los minerales perdidos
por el sudor y la respiración al realizar actividades físicas intensas y sobre todo continuadas, por lo que son verdaderamente
útiles especialmente en climas calurosos y en las horas centrales del día. Tienen la particularidad de que ayudan a la recupe-
ración tras el esfuerzo, pero además mejoran el rendimiento durante el mismo, porque al aportar glucosa previenen su bajada
en sangre, que se traduce en hipoglucemias (conocidas en el argot deportivo como pájaras) porque los azúcares, al estar di-
sueltos en agua, pasan muy rápidamente del aparato digestivo a la sangre.
La composición de las aguas isotónicas es muy variable en función de las marcas, por lo que pueden encontrarse en ellas
diferentes nutrientes, que si son demasiados pueden dificultar la absorción rápida del agua, lo que debe ser su particularidad
principal. Pueden contener aminoácidos, dipéptidos y vitamina C, algunas del grupo B y por supuesto saborizantes y colo-
rantes que cumplen funciones organolépticas, pero en ningún caso pueden llevar gas carbónico, porque su acumulación
puede provocar molestias durante el ejercicio. Es importante también el contenido en azúcares, que son necesarios para
evitar las bajadas de glucosa en sangre, pero si su composición es elevada se produce un aporte calórico adicional. En la ac-
tualidad hay bebidas isotónicas light, exentas de azúcares, para los deportistas que han de tener controlada la glucemia.
Aunque su efecto es especialmente positivo cuando se realizan esfuerzos de larga duración, en la actualidad su consumo se
ha generalizado por los practicantes de muchas actividades deportivas y por personas que generalmente cuidan la ingesta de
sales minerales.
La bebida isotónica más difundida es Aquarius, del grupo Coca-Cola, que se presentó por primera vez en Japón, en
donde ya existían bebidas que con el sobrenombre de deportivas y generalmente hipotónicas (con escaso contenido en sales
minerales) eran utilizadas por los practicantes de deportes que exigían esfuerzo continuado. En España se introdujo en 1991,
pero su consumo se difundió a partir del año siguiente, cuando la empresa consiguió que fuese considerada bebida oficial de
los Juegos Olímpicos de 1992, celebrados en Barcelona.
La marca ha ligado siempre el consumo a la salud, pero aunque inicialmente estaba indicada solo para deportistas,
después se recomendó como ideal para todo tipo de deshidrataciones o para prevenir su posibilidad y el consumo se ha ge-
neralizado. La oferta de aguas isotónicas tiende a ampliarse, por lo que pueden encontrarse en el mercado diferentes refe-
rencias, entre las que destacan Isostar, Powerade, Gatorade y San Miguel 0,0, entre otras.
LA ZARAGOZANA, S.A.
ZARAGOZA. Antor. [1930]. Chapa en relieve. 33 x 30 cm.
258 Alimentos con historia
T
odo hace suponer que en alguna ocasión se mojó la harina de algún cereal y por la presencia de levaduras que exis-
ten, y han existido siempre en todo el mundo, se produjo una fermentación. Como no estaban las cosas para tirar
nada, se la bebieron y de esta forma se inventó la primitiva cerveza.
La deducción es sencilla, pero siempre que nos referimos a la historia de algún alimento, parece obligado indicar el punto
exacto en el que sucedió por primera vez y esto ya es más complicado. Además confundimos el hecho con su descripción, o
al menos su referencia documental, por eso casi siempre terminamos refiriéndonos a las escrituras jeroglíficas descubiertas
en las tumbas de los faraones egipcios, lo que se debe a que fue el sitio en el que más se escribía por entonces y además, como
la lectura no es demasiado fácil, interviene la imaginación y, por ejemplo, una mano de la que salen granos de cereales puede
significar que se está sembrando, cocinando, haciendo cerveza o pan, o que se hace un homenaje a los dioses, o que se paga
un tributo, o que el muerto era muy generoso y distribuía su riqueza entre los necesitados, pero lo más probable es que el
sencillo hecho de que fermentara una harina mojada pudo suceder, y es muy probable que así fuese, en diversos lugares del
planeta, en los que espontáneamente creciesen cereales, es decir casi todo el mundo, si acaso con la excepción de los polos,
que por otra parte no es seguro que hayan estado siempre así de helados, porque esto del cambio climático es algo que ya
existía antes de que naciéramos nosotros.
Lo que es cierto es que todos los alimentos, y la cerveza lo es, tienen leyendas y, en este caso, las más antiguas son
sumerias, por eso es por lo que se atribuye a esta civilización la invención de la cerveza. Pero sus vecinos, los egipcios, recu-
rrieron nada menos que a Osiris, con lo cual se le da un origen divino. Le atribuyen la particularidad de haber sido él quien
enseñó a sembrar los cereales para obtener de ellos el máximo rendimiento y a partir de ese hecho, según las leyendas, se ela-
boraron unas excelentes cervezas, con las que los faraones obsequiaron a todas las divinidades y a los monarcas de los alre-
dedores, en ocasiones un poco antes de empezar una guerra por la posesión de los territorios colindantes. Tuvo beneplácito
general la refrescante bebida, porque algunos pidieron la receta y otros encargaron a los sabios de su corte que imitasen la
producción de tan maravilloso líquido. Hay un hecho constatado a favor de esta teoría, que es la producción abundante de
cereales en las tierras bañadas, y a veces anegadas, por el Nilo que es un río de muy largo recorrido, y en la zona conocida
como Nilo Azul, que está en territorio de lo que hoy es Sudán, es donde se han encontrado las primeras referencias del siglo
LXX antes de Cristo.
Dioniso fue el dios del vino de los griegos, pero al mismo tiempo se le considera inventor y promotor de la cerveza, y
Baco, que es el mismo dios pero en versión romana, hizo lo propio en los dominios en los que se veneraba su figura, hasta el
punto de que los tracios aseguraban que antes de ser dios del vino lo fue de la cerveza.
También se hizo cerveza en Hispania, como lo demuestran restos encontrados en el valle de Ambrona, en la provincia
de Soria. A raíz de este descubrimiento, que tuvo lugar en 2002, se celebró en Barcelona en 2004 el Congreso Internacional
de la Cerveza en la Prehistoria y la Antigüedad, en el que se hizo saber al mundo entero que en la cueva barcelonesa de Can
Sadurní se descubrió una cerveza del Neolítico Antiguo que se había elaborado hacía unos 5.000 años. De aproximadamente
la misma época es el “kiu”, una especie de cerveza que hacían los chinos con trigo, cebada, mijo y arroz. También es muy
antigua otra bebida hecha con trigo encontrada en la Britania, y una “chicha” que hacían los incas a partir de maíz.
Las anteriores citas nos sirven para tener claro que la cerveza se produjo en diferentes lugares del mundo, sin que unos
pueblos conociesen los hallazgos acontecidos a muchos kilómetros de distancia y que cada cual, según convenga, se puede
atribuir la invención absoluta.
Difusión de la cerveza en
Europa
A pesar de este concepto, muy extendido, Plinio
asegura que los habitantes de Europa occidental,
sobre todo donde no se cultivaba la vid, consu-
mían una bebida que se hacía con trigo y agua,
aunque según las regiones presentaba importantes
particularidades. La fabricación se extendió pri-
mero por los territorios con raíces celtas y más
tarde por los pueblos escandinavos, que la hicie-
MUY FRÍA ron su bebida preferida, la utilizaron para celebrar
[1930]. Cartulina con tinta china y pintura. 28,4 x 22,2 cm. sus triunfos bélicos y la introdujeron en la cele-
bración de algunas ceremonias religiosas.
El consumo de cerveza en el área no mediterránea se consolidó e incluso surgieron leyendas como la nórdica que cuenta
que el dios del mar, que se llamaba Aegir, hizo cerveza, se la dio a los demás dioses y les explicó cómo se hacía. Odín contó
el secreto a los mortales y tanto gustó que en el Kalevala, que es la epopeya nacional finlandesa, puede leerse que “es bebida
para gente juiciosa, da alegría a las mujeres, humor ingenioso a los hombres, regocija a los piadosos y hace brincar a los
locos”.
En Centroeuropa es Gambrinus el personaje fundamental convertido en figura de referencia cuando se quieren contar
las vicisitudes de la cerveza. No está claro quién fue, porque según unos fue el rey Juan I ( Jan Primus), aunque hay dudas
de los territorios en los que ejerció. Según unos autores pudo ser en Flandes y según otros en Borgoña. Tampoco se ha de-
limitado el momento, pero en eso hay más coincidencia entre los que creen que fue en el siglo XII y los que lo retrasan solo
en un siglo. La forma en que la descubrió también varía, porque hay quien afirma que fue un pacto con el diablo y otros que
fue la bondad de un personaje curioso, un enano, en el que según el poeta alemán Burkart Waldis se reencarnaron Osiris y
su hermana Isis, quienes le enseñaron cómo producir una bebida alcohólica sin utilizar uvas.
Otra versión cuenta que Gambrinus era un joven aprendiz de vidriero, que se enamoró de una hermosa joven, Flandrine,
que le rechazó. Como es obligado en estos casos, y frecuente en aquellos tiempos, decidió suicidarse y cuando estaba a punto
se le apareció el diablo, al que le dio tanta pena que le otorgó a cambio de su alma, naturalmente, un don que le haría ganar
el amor de Flandrine y, de no ser así, le enseñaría cómo poder olvidar ese pesar. El don demoníaco convirtió a Gambrinus
en un magnífico bailarín y músico, pero Flandrine siguió sin ver en su pretendiente suficientes encantos. Nuestro joven no
soportaba el rechazo y dolido de amor decidió, antes de quitarse la vida, exigir el cumplimiento del pacto. El diablo le ofreció
la segunda opción, que consistió en enseñarle el arte de fabricar cerveza y mientras la fabricaba, y cuando la bebía, descubrió
que ya no recordaba el dolor, ni la tristeza ni, mucho menos, a Flandrine.
Cerveza 261
Cervezas de abadía
Carlomagno, que fue el rey de los francos a finales del siglo VIII y principios del IX, creó el Imperio carolingio y amplió
sus posesiones en territorios eslavos, latinos y sajones. También intentó reconquistar España que ya estaba dominada
por los árabes, aunque en Roncesvalles tuvo problemas que le aconsejaron retirarse. Dice Pierre Riché que Carlomagno
“... disfrutó de un destino excepcional, y por la dirección de su reinado, por sus conquistas, legislación y legendaria estatura
marcó profundamente la historia de Europa Occidental”, y en lo que respecta al mundo de la cerveza, fue impulsor de la
fundación de monasterios en los territorios conquistados, encomendando la función a diversas órdenes religiosas, que
dispusieron de la concesión de grandes extensiones productivas, en las que cultivaron diferentes alimentos y entre ellos
los cereales.
Según unos porque no podían vender todos los cereales y según otros porque las aguas sin depurar eran dañinas, deci-
dieron destinar los excedentes a fabricar cerveza en las abadías, que eran centros de cultivo en los que se mejoraron las técnicas
productivas y transformadoras de alimentos. Entre otros productos se fomenta y mejora la producción de cerveza. Se da la
circunstancia de que en estos centros se construyeron cavas, en las que se mantenía una temperatura constante con la que se
conservaban bien los alimentos y, además, observaron que en la fabricación de cerveza se produjo un importante cambio
porque, sin que los monjes lo supieran, la tradicional fermentación a altas temperaturas que daba lugar a la cerveza conocida
como “ale”, y única producida hasta entonces, cambió en las abadías al producirse fermentaciones a bajas temperaturas, que
dieron lugar a una cerveza distinta conocida como “lager”. El cambio se debía a que las levaduras eran distintas y las que
crecen a temperatura menor hacen más largo el proceso fermentativo, pero a cambio producen una cerveza de mayor calidad.
Mientras en el continente se impuso el nuevo sistema, en las islas británicas prefirieron continuar con su cerveza tradicional,
menos amarga que las de nueva elaboración.
Tras la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, que duró desde 1337 a 1453, los ingleses aceptan la adición
del lúpulo a la cerveza y distinguen dos elaboraciones, que son la tradicional llamada “ale” y la moderna que se conoce como
“beer”, aunque la distinción tuvo duración temporal y pasado un cierto tiempo los dos términos se convirtieron en sinónimos.
En un momento determinado, durante el siglo XVI, el término “beer” se emplea para las cervezas de Londres que se consi-
deran suaves, oscuras y maduradas durante largos periodos de tiempo, en contraposición a las “ales” de provincia que se ca-
racterizan por ser pesadas, claras y presentadas al consumidor como más jóvenes, con menores periodos de maduración.
Tanta importancia alcanzó la cerveza que aparecieron nuevos oficios, porque a los productores y comercializadores se unieron
los conocedores de cerveza y en este último sector los catadores, llamados ale-conner, daban su veredicto sobre el producto
que se ponía en el mercado. Tuvieron su prestigio, tanto que en alguna ocasión Shakespeare en sus obras se refirió a este
oficio que ejerció su padre. Un acontecimiento importante fue la aparición de la cerveza “porter”, que se creó en 1721. Muy
oscura, debido al tostado intenso de la malta, estaba destinada al principio al consumo de los porteadores del río Támesis,
se terminó aceptando como una cerveza muy popular y con considerable demanda.
En el continente europeo también se producen cambios. Las cuevas, en donde la temperatura además de ser muy cons-
tante es más baja, son el lugar elegido para la producción, por lo que esta construcción se generalizó en los monasterios me-
dievales, en los que apareció un nuevo tipo de cerveza, que fermenta preferentemente en el fondo de las cubas, que es la
cerveza tipo ”lager” o de baja fermentación, que debe su nombre según unos a la parte de la cuba en la que se inicia la fer-
mentación y según otros a la temperatura más baja, lo que también es importante en la actuación de las cepas de levadura.
La procedencia del término no tiene demasiada importancia, pero puede ser objeto de discusión prolongada, e incluso pro-
longadísima, entre amantes de las cervezas.
La cerveza en España
Aunque hay algunas referencias históricas al consumo de cerveza en la Cornisa Cantábrica, en donde se la denominaba “zit-
hum”, y también alguna en Al-Ándalus, en donde, como el vino, estaba prohibida, pero en los casos en los que la ley se trans-
gredía se prefería el zumo de la uva, fue Carlos I, en su faceta de V, el que hizo que el consumo de la cerveza se introdujese
en España. En su corte había algunos maestros cerveceros, encargados del suministro de esta bebida, producida aprovechando
la calidad de las aguas del río Manzanares, y cuando se retiró al monasterio de Yuste, encargó a Enrique van der Duysen que
le construyera una fábrica de cerveza para poder disponer siempre de ella. El ejemplo se extendió y primero en Madrid y
luego en Santander se construyeron las instalaciones necesarias para elaborar cerveza. A finales del siglo XVII había en Ma-
drid dos fábricas, que eran monopolio del Estado aunque cedido y explotado por familias madrileñas. El monopolio duró
hasta que tras la Guerra de la Independencia se instalaron más factorías e incluso se llegó a pensar, a mediados del siglo
XIX, que la cerveza podía convertirse en competidora de los vinos, porque las fábricas madrileñas, que ya eran seis, producían
15 millones de litros anuales.
llamó Kaitakushi y unos años después se unió con otra fábrica, Kirin, propiedad de un noruego, formando una gran empresa
con el nombre de Japan Brewery Company.
La colonización de la India por los ingleses hizo que muy pronto se crease un mercado exportador desde Gran Bretaña,
pero el resultado no fue muy positivo porque la “porter” no aguantaba la duración del viaje, los calores y las tormentas marinas,
por lo que casi siempre llegaba agriada y enmohecida. En 1790 se creó un nuevo tipo de cerveza que superaba los viajes y
que se denominó Indian pale ale, y en 1820 se fundó la primera cervecería auténticamente india en Kasauli, que patentó la
marca Lion, que da nombre a una cerveza que puede encontrarse todavía en el norte de India, aunque su importancia es pe-
queña en comparación con el consumo de otras cervezas elaboradas por modernas compañías.
En Filipinas, en el año 1890, un criollo de origen español llamado Enrique María Barretto de Ycaza compró, a unos
frailes agustinos recoletos, un convento con una pequeña cervecería artesana, y fundó una moderna factoría en el barrio de
San Miguel, situado en los arrabales de Manila, y así se llamó y se sigue llamando esta cerveza. El resultado fue buenísimo,
se dice que por la calidad del agua utilizada, por lo que se difundió el consumo de cerveza no solo en Filipinas, sino que se
exportó a todos los países del Sudeste Asiático, en donde todavía sigue siendo la marca más comercializada.
CRUZ BLANCA
Santander (CANTABRIA). [1963]. Papel cuché litografría sobre cartón. 29,7 x 39,5 cm.
A finales del siglo XVIII se funda, por el capitán Arthur Phillips, una colonia británica en lo que hoy es Sidney, y casi
al mismo tiempo se crea una cervecería en Parramata, localidad que hoy está incorporada a la capital de Australia. Como
hecho curioso y debido a la falta de lúpulo, que no se podía cultivar y que cuando se traía de las zonas productoras europeas
llegaba en malas condiciones, se aromatizaba la cerveza con alquequenje (Phisallis peruviana).
Un personaje interesantísimo fue Francisco de Paula Marín, español de Jerez de la Frontera, que llegó a Hawai, en donde
hizo de todo. Era un excelente botánico que introdujo en estas islas el cultivo de café, naranjas, melocotones, melones, maíz,
tabaco, lechugas y prácticamente todos los vegetales interesantes que hasta entonces eran desconocidos, pero sobre todo la
piña tropical, que hoy es símbolo mundial de Hawai. Además ejerció como médico naturalista por su conocimiento de las
plantas, creó un periódico, crio caballos e hizo una destilería. Tenido por un gran benefactor fue consejero del rey Kameha-
meha I, que le nombró capitán de la armada hawaiana. Hizo muchas más cosas que se salen de este capítulo, pero por lo que
tiene sitio aquí es porque en 1812 puso en marcha la primera fábrica cervecera de las islas.
En África, en Egipto concretamente, se empezaron a hacer cervezas, sucesoras de las ancestrales históricas, hacia el siglo
264 Alimentos con historia
El proceso de elaboración
En lo sustancial no ha habido grandes cambios en la elaboración de la cerveza, porque las materias primas siguen siendo el
agua y un cereal, preparadas oportunamente para conseguir una fermentación que transforma los hidratos de carbono en al-
cohol por medio de un agente biológico, las levaduras, que aunque hoy se conocen y durante tiempo solo se intuían, siguen
siendo las mismas. Para mejorar su sabor y aroma se han utilizado diferentes saborizantes, como frutas, miel, plantas aromáticas,
Cerveza 265
especias, etc., y aunque es cierto que se ha impuesto un relativamente nuevo ingrediente, que es el lúpulo, en algunas regiones
se han mantenido y en otras incluso se están volviendo a utilizar algunas plantas aromáticas que parecían olvidadas.
Lo que sí ha sucedido es que el proceso se ha tecnificado y por eso hoy se pueden controlar muy bien las características
de las materias primas, se pueden cultivar, reproducir y mezclar las levaduras, y es posible medir diferentes factores, como la
calidad del grano, el grosor de la molienda, el desarrollo de la germinación, etc., que antes debían hacerse a ojo de buen
maestro cervecero. El control de temperaturas y tiempos hoy es prácticamente perfecto, lo que redunda directamente, además
de en la calidad, en la normalización de los productos de cada empresa, que son obligadamente uniformes.
El proceso comienza con la elección del cereal, preferentemente cebada, aunque en ocasiones se utiliza trigo o mezcla de
dos o más cereales. El primer paso es el malteado, que consiste en hacer germinar los granos, lo que se hace introduciéndolos
primero en agua fría y después extendiéndolos para que por efecto de la humedad y el calor aparezcan las raicillas y actúen
las enzimas que desdoblan el almidón en azúcares. En este momento el grano cambia de nombre y ya no es cebada, porque
se ha convertido en “malta verde”. La germinación se para mediante secado, reduciendo la humedad por debajo del 5%, y a
continuación se eleva la temperatura para proceder al tostado, que variará en su intensidad dependiendo del tipo de cerveza
que queramos obtener. Cuanto más fuerte sea el tostado más oscura será la cerveza y cuanto más lento sea mayor será la for-
mación de aromas, debido a las transformaciones de azúcares y aminoácidos.
Hay que señalar que el malteado puede hacerse en la misma planta elaboradora, pero que también es posible adquirir
la malta a empresas especializadas, lo que cada día es más frecuente y facilita la adquisición de diferentes maltas en función
de la cerveza a elaborar. En la fábrica de cerveza se muele el producto y se pone en maceración, mezclándolo con agua caliente
para extraer los azúcares mediante procesos enzimáticos. De la temperatura y la duración de este proceso dependerán el tipo
y la calidad de la cerveza obtenida. Se distinguen dos posibilidades que son la infusión, calentando hasta 70 ºC, la forma
ideal para las cervezas “ale” que suele durar unas dos horas, y la decocción a más alta temperatura, que suele llevarse a ebullición
al menos una parte de la mezcla. La duración del calentamiento es variable, generalmente más prolongada y se hace en el
caso de las cervezas tipo “lager”. El líquido resultante es el mosto, que es necesario filtrar para eliminar los restos sólidos.
Una vez limpio, el mosto se lleva a una caldera, donde se calienta a ebullición junto con el lúpulo, normalmente añadiendo
diferentes variedades en distintos momentos, por lo que este paso se conoce como lupulización, y durante el que se obtendrá
el amargor y aroma típicos de la cerveza. Tradicionalmente este paso se hacía en grandes calderas de cobre, que con frecuencia
han sido la representación de la elaboración de la cerveza.
Durante la ebullición se produce la coagulación de algunas partículas, por lo que es necesario proceder al filtrado, aunque
en la actualidad la eliminación de residuos suele hacerse por centripetado. Como la temperatura es todavía alta se procede
al enfriado, para lograr que las levaduras estén en condiciones para cumplir su función.
La transformación más importante se produce durante la fermentación, que es cuando los azúcares se convierten en al-
cohol y anhídrido carbónico. Tres son los factores que van a condicionar las características del producto final. El primero es
la composición del mosto, además las levaduras utilizadas y finalmente las condiciones de temperatura, tiempo y presión en
las que se produce la fermentación. La temperatura va a determinar el tipo de cerveza, porque si es baja (menos de 9 ºC) ob-
tendremos cervezas tipo “lager”, que es la que se produce generalmente en España, pero si la fermentación es a alta temperatura,
el proceso es más corto y se obtienen cervezas tipo “ale”, que son cervezas típicamente inglesas. Las denominadas cervezas de
abadía tienen más cuerpo, color más oscuro y más intensidad de sabor. En las de fermentación espontánea, recuperadas en
los últimos años, no se añaden levaduras, porque actúan las del medio ambiente, pero la fermentación es igual.
Una vez finalizado el proceso se filtra para limpiarla y clarificarla y ya se puede envasar en barriles, botellas de vidrio o
botes metálicos para poder comercializarla.
El agua
Aproximadamente, con pequeñas variaciones entre unas cervezas y otras, el 90% de su composición es agua. Esta es la razón
por la que desde un principio se fue muy cuidadoso con la calidad de este ingrediente, y por la que las cerveceras se instalaban
en las márgenes de los ríos o en las proximidades de manantiales que proporcionasen en abundancia agua potable, lo más
pura posible y por supuesto sin ningún aroma, sabor o color que alterase la calidad del producto final. Microbiológicamente
pura, sin exceso de sales y exenta de materia orgánica son las condiciones esenciales que se exigían y se exigen a todas las
aguas con las que se elaboran cervezas.
En muchas referencias antiguas a la calidad de la cerveza, lo primero que se consideraba era la influencia del agua y, en
muchos casos, precisamente a este factor se atribuía la aceptación. Hoy se sabe que las sales influyen en las reacciones enzi-
máticas y coloidales y es frecuente que los cerveceros procedan a tratar el agua, eliminando todos los componentes minerales
y añadiendo a continuación aquellos que se estiman oportunos para el tipo de cerveza buscado.
266 Alimentos con historia
En El libro de oro de la cerveza, editado por Cerveceros de España, se especifica que los sulfatos contribuyen a dar un
sabor seco a la cerveza y que el sodio y el potasio proporcionan un sabor salado, y el calcio precipita los fosfatos, reduce el
pH e incrementa el nitrógeno asimilable por las levaduras, mejorando la floculación y por tanto la limpidez del producto
final. Para la elaboración de cervezas ligeras, tipo “pilsen”, se utilizan aguas “blandas”, con muy bajo contenido en calcio, que
puede ser más alto en las cervezas oscuras, pero en general se exige para casi todas las cervezas que están entre los dos tipos
descritos un nivel de calcio constante para controlar el nivel del pH que favorezca la acción enzimática de las levaduras y que
conserve al máximo los polifenoles, porque contribuyen al sabor.
Para conseguir la composición buscada se procede a la descarbonatación para reducir la alcalinidad (bicarbonatos), o la
desmineralización para reducir iones. Por electrodiálisis y electrodiálisis inversa se elimina o se concentran sales y por ósmosis
se eliminan sales y materia orgánica. El cloro se elimina mediante la filtración.
Hoy se da la circunstancia de que una misma marca puede elaborar cerveza en diversas localidades que disponen de
aguas distintas y ello hace necesario proceder a la normalización de la composición, para conseguir que la calidad de la cerveza
sea uniforme independientemente del lugar en el que se fabricó.
La cebada y el malteado
Aunque se pueden fabricar y de hecho se fabrican cervezas con cualquier cereal, es la cebada la que por su composición se
ha impuesto en casi todo el mundo, porque es el grano más rico en almidón y además proporciona las proteínas necesarias
para la alimentación de las levaduras. Pero no todas las cebadas tienen la misma composición y por lo tanto no todas tienen
las propiedades buscadas por los cerveceros, que por cierto no son iguales en todos los casos. Se distingue entre cebada cer-
vecera, de grano grueso, uniforme, de color amarillo claro y exento de contaminaciones, clasificada como de dos carreras, y
la cebada caballar, destinada a la alimentación animal. El grano debe estar bien maduro, tener baja humedad, inferior al 10%,
un alto contenido en almidón, para que por la acción de las enzimas se desdoble en azúcares y estos se transformen en
alcohol, y un tamaño mínimo, que se estima que debe ser superior a 2,8 milímetros.
Para elaborar la cerveza se procede al malteado, que es un proceso que comienza con la germinación del grano, lo
que se consigue remojándolo en agua, con la precaución de que la cantidad sea adecuada, porque si se pone demasiada
se asfixia el grano, y que la temperatura no sea muy alta, pero tampoco muy baja, porque la absorción de agua se hace
más lentamente. Lo ideal son 12-14 ºC. Cuando la cantidad de agua absorbida es suficiente, germina el grano y al
mismo tiempo se desdobla el almidón. En ese momento se detiene la germinación reduciendo la humedad mediante
aire caliente y se procede al tostado, que si es intenso producirá cervezas oscuras y más rubias si es ligero. Según la in-
tensidad de tostado, que es ligero para obtener maltas pale para las cervezas más rubias, y según aumenta se denominan
viena, pilsner o lager, munich, whiaky, rauchmalz, caramelo, cristal, chocolate y negra, que son diferentes tipos comerciales
de cerveza. Con el malteado se consigue que los granos de cebada puedan molerse fácilmente y se facilita la actividad
de las enzimas.
Lúpulo
El lúpulo (Humulus lupulus) es una planta trepadora dioica, que se utilizó en la antigüedad para tratar diversas dolencias, es-
pecialmente problemas de riñón y para conciliar el sueño, como refiere Plinio el Viejo en su Historia natural. Produce flores
masculinas y femeninas y estas, antes de ser fecundadas, son las que utilizó hace casi mil años Hildegarda de Bingen para
aromatizar la cerveza y las que con prioridad se siguen utilizando. El principio activo es la lupulina, que aporta aromas y un
sabor amargo que contrarresta el dulzón producido por el desdoblamiento del almidón. La lupulina está presente en una
resina y formada por ácidos, por aceites esenciales, identificados por cromatografía en número superior a 250, por taninos
que tienen la particularidad de prolongar la vida de la cerveza y por un potente fitoestrógeno.
En el lenguaje cervecero se distinguen tres tipos de lúpulo, que son los amargos, los aromáticos y los mixtos. La variedad
y el frescor del lúpulo influyen mucho en la calidad final de la cerveza. Las formas de uso son en extracto, pellet, que es la
forma más generalizada, o en polvo, pero en cualquier caso debe conservarse cuidadosamente y siempre en frigorífico para
que se mantenga la actividad de sus componentes.
Las levaduras
La cerveza tiene su origen en la mezcla de agua y la harina de un cereal. Exactamente lo mismo que el más sagrado de los
alimentos: el pan. La mayor diferencia surge porque en el pan predomina la harina sobre el agua y en la cerveza el agua sobre
Cerveza 267
tvleteren, Saint Sixtus y Schaapskooi, Abadía, etc. También atienden a una subcategorización basada en las peculiaridades
de su elaboración. Según esta, las cervezas ale podrían dividirse en: mild ale, que no es amarga; bitter ale, que sí lo es; pale
ale, translúcida, con poco lúpulo; Indian Pale Ale, brown ale y old ale o envejecida. Pertenecen a este grupo la stout, que es
negra, cremosa, amarga y ácida y pueden ser secas y dulces, y la porter, que es una cerveza ligera, tostada o negra.
SAN MIGUEL
LÉRIDA. [1953]. Chapa en relieve. 34,5 x 49,5 cm.
Vino
Vinos MONTROY
BARCELONA. [1958]. Chapa litografiada en relieve. 41,5 x 31,5 cm.
272 Alimentos con historia
E
n la historia de casi todos los alimentos hay alguna referencia a una actuación divina que propició su aparición, pero
no hay ninguno que tenga una base tan justificada como el vino, obtenido de una fruta convertida en zumo que, sin
que nadie intervenga, solamente dejando pasar un cierto tiempo y sin que cambie su aspecto, sufre tan profundas
modificaciones en sus propiedades que llegan hasta el punto de poder modificar el comportamiento humano. Esta concepción
referente al carácter “milagroso” del vino hace que su historia entronque con las diferentes religiones orientales y occidentales,
hasta ser símbolo importante, mantenido en la actualidad, de la religión católica.
Quizás por este motivo la historia del vino es mucho más amplia que la de los demás alimentos y tan profusa que José
Peñín afirma “que escribir la historia del vino es como intentar vaciar el mar vaso a vaso”, y dicho esto nos regala un volumen
de más de quinientas páginas, de una impresionante erudición, en el que pasa revista a las circunstancias que han rodeado
a esta bebida.
Hay historia, historias, historietas, leyendas y cuentos que tienen por protagonista al vino y algunas veces se mezclan de
tal forma que es difícil separar lo sucedido de lo inventado, pero en general, en todos los casos, se le trata con respeto y muchas
veces con admiración, porque el vino da para mucho y ha sido, es y será una importante fuente de satisfacción y de placer.
Cuenta una leyenda oriental que los dioses, para premiar la buena labor del rey Yemshid, hicieron caer a sus pies unas
semillas que llevaba un pájaro en el pico. El rey, que era muy feliz junto a su esposa, plantó las semillas y cuando la planta
fructificó, una extraña y grave enfermedad afectó a su compañera. Aunque por la corte pasaron las personas más sabias, nin-
guna encontró un remedio, por lo que el rey en un último intento exprimió los frutos y dejó al sol el líquido obtenido. En-
seguida empezó a “hervir”, y pasado un cierto tiempo se lo hizo beber a la reina, a la que una alegría interior le afectó
intensamente, recuperó el habla que había perdido y una sonrisa profunda se hizo visible en sus labios, hasta el punto de
que de cuando en cuando solicitaba otra copita que continuase con la terapia iniciada. No parece cierto que cantase “desde
Santurce a Bilbao”, pero aseguraron los que la oyeron que entonó unos alegres cánticos que recordaron al soniquete que se
deja sentir cuando la amistad se exalta. El caso es que se curó, que cada día libaba el nuevo líquido con moderación, que su
vida fue muy larga y que la experiencia, que sirvió a muchos habitantes de aquel reino, fue cantada por músicos y poetas, que
llamaron al producto Darou é sahah, que quiere decir vino en el idioma de los monarcas de este reino que estuvo situado en
lo que hoy conocemos como Mesopotamia.
Los registros arqueológicos más antiguos, encontrados en diferentes puntos de la región del Cáucaso, datan de hace más
de 8.000 y menos de 9.000 años, aunque hay algunos que creen que entre los hallazgos de Ohalo (en las proximidades del
mar de Galilea), quizá el más antiguo de todos los yacimientos arqueológicos, ya hay evidencia de que 20.000 años antes de
Cristo había vino, aunque lo que no se sabe es si era obtenido por voluntad humana o era, simplemente, consecuencia de la
fermentación espontánea del zumo del fruto de la vid.
Hay que tener en cuenta que la fermentación de líquidos en cuya composición entra el azúcar no es exclusiva de la uva,
porque moras, frambuesas, cerezas y otros muchos frutos también pueden fermentar y producirse alcohol, que es el compo-
nente químico que caracteriza al vino, pero hay una circunstancia diferencial entre el fruto de la vid y los demás frutos,
porque la cantidad de zumo y la concentración de azúcares juegan a favor de que haya sido la uva, casi con exclusividad a
través de la historia, la protagonista de esta bebida.
La Epopeya de Gilgamesh, el Código de Hammurabi, el Antiguo Testamento, en el Libro de Los Jueces, la Biblia, que en el
Génesis relata la historia de Noé, al que la tradición considera precursor y protagonista de una de las mejores borracheras,
son muy antiguos testimonios escritos. Hay otras muchas referencias más, que tienen en común la consideración de que el
vino es un alimento con connotaciones religiosas, a veces místicas y con alguna frecuencia poéticas, pero en un momento
determinado, en cada una de las culturas, el vino deja de ser una imagen para convertirse en realidad, en un alimento que se
puede producir, con el que se pueden obtener ganancias, por el que merece la pena pagar dinero y con el que se pueden
celebrar muy diversos acontecimientos, religiosos y civiles, muchas veces ligados a la historia de la humanidad.
Cronológicamente, los primeros degustadores de vino fueron los sumerios, los originales arios, que además de llevar sus
conocimientos por los alrededores de su cuna, también llegaron hasta el norte de la India y por eso aparece en la literatura
védica una referencia a una bebida procedente de la drahska (viña en sánscrito). Desde allí, el cultivo de la vid llegó a China
en donde fue muy valorado y diferenciado en función de su calidad, como lo demuestra una poesía que recoge el hecho de
que un vendimiador afanoso por rentabilizar la cosecha vinificó antes de tiempo y el resultado es que terminó derramando
lágrimas sobre un vino malísimo.
ANÓNIMO
Antal. [1950]. Cartulina con acuarela. 19,8 x 23,5 cm.
Vinos egipcios
En Egipto solo podían tener viñedos los faraones, los sacerdotes y los altos dignatarios, a los que se exigía que no retirasen
todo el fruto porque una parte debía quedar en la cepa, porque era propiedad de los dioses que con esta ofrenda garantizaban
la futura cosecha. Aparecen escenas de plantaciones, de vendimias, de elaboración de vino y de su conservación en frescos,
en inscripciones de las tumbas y en documentos administrativos, e incluso alguna etiqueta adherida a ánforas, que refieren
las cualidades del líquido contenido. Las tumbas de Kenamon y Senefer, dos nobles que vivieron en el siglo XVI antes de
Cristo, encontradas en la necrópolis de Tebas, son un buen reflejo de la consideración en que se tenía al vino y de la impor-
tancia del cultivo de la vid, que en algunos momentos fue, tras los cereales, el cultivo más importante. La elaboración alcanzó
274 Alimentos con historia
niveles de cierta perfección, como lo demuestran las prensas utilizadas, los envases de barro impermeabilizados con una es-
pecie de betún que confería según algunos testimonios un cierto sabor al vino, el sellado de las vasijas para prolongar la con-
servación y la clasificación del vino por calidades que podía recibir diferentes valoraciones, desde el simplemente “bueno”
hasta el “ocho veces bueno”.
En una inscripción encontrada en la tumba de un alto mandatario, llamado Pahari, aparece una frase atribuida a una
mujer que dice: “Dadme dieciocho copas de vino que quiero emborracharme porque mis entrañas están tan secas como la
paja”, es evidente que quería mojarse internamente con vino, pero también puede deducirse que buscaba algo más, porque
los banquetes se habían convertido en una fiesta dedicada a la gula, pero también a la lujuria, aunque algunos moralistas re-
comendaban que en estos actos no se mirase demasiado a las mujeres ajenas. Los vinos más apreciados eran los dulces, ob-
tenidos mediante soleado de las uvas, y los más ácidos estaban depreciados y destinados a las clases más bajas, que lo
compartían con la cerveza. Es conveniente señalar que Osiris fue la divinidad del vino, antecesor por muchas características
paralelas de lo que luego fue Dioniso en Grecia.
Los griegos y sus antecesores, aqueos, dorios, ageos y pelasgos, responsables de las civilizaciones cretense y micénica, tu-
vieron al vino como bebida preferente. Homero y Hesíodo hacen repetidas referencias al vino, el primero cuando cuenta las
hazañas de los héroes y el segundo cuando refiere, con carácter científico, la situación de la agricultura de la época. Siempre
se tuvo un alto concepto del vino en Grecia y además sabían distinguir. De hecho había una clasificación de los mostos
porque diferenciaban el de yema y el de prensa.
El vino en Grecia
Hay una diferencia importante entre la propiedad de los viñedos en Egipto, que correspondía a faraones, sacerdotes y
élite económica, y en Grecia, en donde la propiedad era de los campesinos. Es posible que este hecho, que suponía el
cultivo en parcelas relativamente pequeñas que debían cuidar mucho para que el vino obtenido fuese de calidad porque
en ello iba el prestigio y la economía familiar, sea determinante en la evolución de los vinos griegos, que tenían como
dios protector a Dioniso, al que Hesíodo llamó “el de los cien nombres” porque todo parece indicar que fue también el
Sabacio de los frigios o el Soma de los arios. Dioniso era hijo de conspicuos progenitores, de Zeus y de Sémele, es decir
un dios importante, que tenía a su cargo prioritariamente el vino y la vendimia y compartía competencias en la agricultura
y el teatro, al que generalmente se representa rodeado de náyades, ninfas y sátiros coronados con pámpanos de los que
cuelgan vistosos racimos de uvas. A este dios estaban dedicadas las fiestas dionisíacas, que se celebraban en marzo para
recibir el vino nuevo, momento en el que las borracheras no estaban mal vistas, siempre que fuesen esporádicas, pero
también se le recordaba en los simposios, que traducido literalmente significa beber en compañía, en los que las libaciones
eran abundantes, generalmente mezclado con agua, preferiblemente de mar, pero también con hierbas, frutos o resina,
que además actúan como conservantes, que es la función inicial en los actuales retsina, que hoy disfrutan de denomina-
ción de origen protegida, para diferenciarlos de la imitación australiana que puede denominarse vino resinado, pero
nunca retsina.
Tanto Aristóteles como Galeno se aplicaron en aconsejar el consumo de vino, que en su opinión era bueno para prevenir
y combatir diversas enfermedades, además de favorecer estados anímicos positivos. Platón fue más estricto y recomendó que
se legislase la prohibición de su consumo a los menores de 18 años, pero consideraba que era “sacramento y diversión para
los hombres de edad, como remedio para el rigor de la vejez”, e Hipócrates concluyó que el vino es antiséptico, antipirético
y diurético, pero nunca debe tomarse caliente porque “provoca imbecilidad”.
Algunos vinos griegos, además del ya mencionado retsina, que se sigue haciendo, fueron famosos en su momento, como
el de la isla de Chios, en el Egeo oriental, el de Lesbos, del que era destacado productor el hermano de la poetisa Safo, o el
de Pramnio, citado en la Ilíada. Pero hubo muchos más, que se exportaron a todo el mundo entonces conocido y Peñín ase-
gura que el primer vino que se bebió en Borgoña fue griego, como indican los hallazgos arqueológicos encontrados en Vix,
al norte de esta región, en una tumba, concretamente en una crátera que sorprende por su gran tamaño (más de metro y
medio de alto, más de 200 kg de peso y una capacidad próxima a los 1.200 litros), hecha de bronce y con bajorrelieves bor-
deando la boca que representan caballos y soldados griegos.
sideró que estas fiestas eran escandalosas y dañosas para el orden social y moral, porque tenían un profundo significado
erótico y escasamente religioso, ya que se bebía vino de forma desmedida con el fin de que los participantes se sintiesen de-
sinhibidos para poder llevar a cabo actos poco pudorosos. En algunos casos tenían, además, connotaciones conspiratorias
contra el poder establecido, por lo que los que las practicaban fueron infractores de la disposición Senatus Consultum de
Bacchanalibus y condenados hasta con pena de muerte, aunque es cierto que la rigurosa ley tuvo corta vida, no se sabe si
porque se derogó o porque se olvidó, que es lo más probable, quizás porque ya se practicaba el principio de que “la justicia
de enero es rigurosa, la de febrero ya es otra cosa”. Las bacanales, poco a poco, fueron disminuyendo hasta desaparecer y
quedar como una referencia histórica, que está muy bien plasmada en las pinturas muy posteriores, sobre todo las de
Tiziano y algunas de Bellini.
En el siglo segundo después de Cristo el Imperio romano alcanzó su máxima dimensión, porque desde el sur de Britania
hasta el norte de África, incluida toda la costa mediterránea y Egipto, estaban bajo su potestad. En el mundo del vino tiene
un especial significado la Galia, porque en los alrededores de Narbona se hicieron importantes plantaciones y porque apro-
vechando la navegabilidad del río Garona pudo llegar el vino a la costa atlántica y plantarse viñedos en Burdigala (actual
Burdeos) y en Borgoña. También el vino y a continuación los sarmientos destinados a nuevas plantaciones ascendieron por
el Ródano, aprovechando que las corrientes fluviales son excelentes vías para el comercio de un producto tan preciado como
el vino, que ya era de amplio consumo en Roma y en los alrededores de la capital del imperio. Disfrutar del vino fue un em-
blema utilizado por los colonizadores para hacer comprender a los pobladores de las tierras conquistadas que la nueva civi-
lización tenía importantes ventajas sobre la suya.
La decadencia del Imperio romano se concretó en una grave crisis moral, económica, militar y política. La consecuencia
fue una drástica disminución de la población, un abandono de las producciones y entre ellas de la de vino, que cuantitativa
y cualitativamente descendió. Fueron unos siglos oscuros en los que más por causas internas que por la acción de los bárbaros
sumieron al sur de Europa en una situación de profunda pobreza.
EMILIO MORALES
Manzanares. CIUDAD REAL. Antal. [1910]. Chapa litografiada en relieve. 36,5 x 50,5 cm.
Vino 277
El vino y el cristianismo
Cuando Cristo transformó el agua en vino en las bodas de Caná aprueba el consumo de vino en las festividades y cuando
alza la copa en la Última Cena, e identifica al vino con su sangre, crea un nexo que ya va a estar siempre presente en la religión
católica. La iglesia ha fomentado la producción y el consumo de vino de forma más o menos activa a lo largo de toda la
historia, y de acuerdo con el historiador Hugh Johnson, “más que por las necesidades de mantener la clientela, la conservación
de la viticultura se debió al cristianismo”.
Cuenta que el párroco de una población de la Borgoña, en el sermón de las fiestas de un año que la cosecha había sido
desastrosa, tras comentar la influencia que tuvieron obispos y monjes en la formación de los grandes pagos y hacer un repaso
de las grandes homilías que referentes al vino se habían pronunciado, animó a los agricultores con el siguiente razonamiento:
“La Iglesia necesita vino para celebrar la misa y, como la Iglesia es eterna, el oficio de viticultor durará hasta el final de los
tiempos”. La anécdota no tendría más valor si no reflejase que, precisamente, ha tenido una gran importancia en la historia
del vino, porque precisamente la celebración de las misas fue razón suficiente para que en todos los monasterios que se fueron
creando por toda Europa, se dedicase una parte del terreno al cultivo de la vid y para cerrar el ciclo se instalaron bodegas
que, por otra parte, se esmeraron en la producción y difundieron sus técnicas entre los vecinos.
Este mismo razonamiento hay que aplicarlo a la colonización de América, porque la difusión de la religión católica se
manifestaba en las ceremonias y, de todas ellas, la que se celebraba con mayor frecuencia era la misa, para lo que era necesario
disponer de vino para consagrarlo. Es obligado que el vino sea de buena calidad, que esté sin adulterar y por ese motivo se
cuenta que un cardenal francés exigía para celebrar la misa que el vino fuese de una prestigiosa marca, y por tanto bueno,
pero muy caro, aunque merecía el esfuerzo porque él no podía permitirse poner un gesto de desagrado delante del Señor.
El vino, además de consagrarse, también se bebía diariamente en las comidas de muchos monasterios. Concretamente
en los de la orden de Cluny estaba reglada la cantidad a beber, que no era escasa, porque había que compensar el esfuerzo
de estos monjes que tenían fama de ser muy trabajadores. Priorato, Ribeira Sacra, Saint Emilion, Dom Perignon, Tantum
Ergum, Châteauneuf du Pâpe y otros muchos nombres más son alusiones actuales a la importancia que en la difusión del
vino tuvo la Iglesia católica.
El vino en España
Hay diferentes teorías sobre el inicio del cultivo de la vid en España, aunque está demostrado que en la península existieron
desde hace unos 5.000 años al menos ejemplares de Vitis sylvestris, la teoría más fundamentada es la que atribuye a los fenicios
su cultivo hace unos 3.000 años, cuando fundaron primero Gadir (Cádiz) y poco después Xera ( Jerez). El clima templado
de la región favoreció las plantaciones y los vinos obtenidos, que eran dulces y con cuerpo, de alta calidad y muy del gusto
de los consumidores, tuvieron éxito por lo que los fenicios los utilizaron como un importante producto de sus transacciones
comerciales, prodigadas entonces entre los territorios habitados al norte y al sur del estrecho de Gibraltar.
Las plantaciones se extendieron preferentemente por el litoral mediterráneo, y Malaka, Sexi y Abdera (Málaga, Almuñécar
y Adra) pronto se hicieron notar por la calidad de sus vinos. Algo más tarde la producción de vino llegó a Denia, a Ibiza,
que hasta la llegada de los fenicios estaba deshabitada, y a Tarragona, en donde encontraron óptimas condiciones para el de-
sarrollo del viñedo. También se difundió el cultivo en el interior de la península, aunque de forma mucho más limitada, se-
guramente porque las deficientes vías de comunicación no favorecían la comercialización del vino. Albacete, el valle del
Guadiana, Cuenca, campiñas meridionales del Duero y Tierra de Campos son territorios en los que hay constancia docu-
mental de que se produjo el vino hacia el año 600 antes de Cristo.
Cuando se empezó a elaborar vino en España hacía muchos años que era bebida habitual en Creta, Sicilia o el norte de
África por ejemplo, pero enseguida su prestigio se impuso. Los primeros fueron los vinos de Tarragona, colonizada en el
año 218 antes de Cristo por Escipión y enseguida proveedora del Lazio, en donde valoraron muy positivamente su calidad,
a la que Plinio aludió en alguna ocasión. Más tarde la producción se extendió por otras regiones ibéricas, y con éxito, como
lo demuestran los elogiosos comentarios de Marcial, Pomponio Mela y Séneca. Especial interés tienen los de Columela, ro-
mano nacido en Cádiz que escribió De re rustica, excelente libro en el que entre otras muchas cosas cuenta el caso de la finca
que cultivaba un tío suyo, que en las proximidades de Jerez había aclimatado cepas romanas, entre ellas la falerno y algunas
de origen toscano, con las que obtenía muy buenos vinos que alcanzaron un gran prestigio en Roma, a donde se destinaba
una importante parte de la producción.
Hay división de opiniones en lo que respecta al comportamiento de vándalos, alanos y suevos, es decir los bárbaros con
el viñedo. Muchos autores creen que al no conocer el vino su actuación fue negativa, aunque Caballero Bonald en su intere-
santísimo Breviario del vino cuenta que fueron muy respetuosos con las plantaciones y concretamente los vándalos promul-
garon severas represalias contra “los que entraran a saco en las viñas o se anticiparan a los vendimiadores hurtando las uvas”.
278 Alimentos con historia
Pero con independencia de los diferentes criterios, el resultado fue bastante negativo para el cultivo de la vid y la producción
de vino.
San Isidoro de Sevilla en el libro XVII de sus Etimologías describe veintitrés variedades de uva y unos cincuenta años
después, cuando llegaron los árabes, que a pesar de la prohibición coránica con respecto al consumo de vino perfeccionaron
el cultivo, trajeron más variedades y disfrutaron del vino como puede apreciarse en diversas poesías y especialmente en las
de Al-Mutamid. “Regalo divino al corazón atribulado”, “bálsamo para aliviar el tedio” o “manera de conseguir que el cuerpo
tenga apariencia de alma” son definiciones de diferentes autores arábigo-andaluces.
Los hebreos fueron menos explícitos en cantar las excelencias del vino, pero en cambio fueron importantes productores
en algunas zonas que, como cita Peñín, llegaron a tener la propiedad de alrededor del setenta por ciento de los viñedos de
Calatayud y Borja. También fueron buenos elaboradores como el navarro Ben Menir, proveedor de vino a la corte del rey, y
excelentes comerciantes que lo difundieron por gran parte de la península. Las limitaciones al consumo, que primero fueron
drásticas, poco a poco se fueron suavizando (aunque siempre con estricto cuidado de las cantidades ingeridas), hasta incluir
el vino en algunas ceremonias, como en el sabbat, que comienza con una bendición recitada ante una copa de vino.
El vino en América
A finales del siglo XV y principios del XVI, el vino era más que un complemento de la dieta, era un alimento casi necesario
para las personas que hacían un esfuerzo físico notable. Un cantero de pan mojado en vino era un reconstituyente frecuente
y unos vasos de vino en la comida era obligada parte del salario que se pagaba a los obreros. Fue recomendado, para que so-
breviviesen a la travesía, suministrarlo a los tripulantes de las naves que se dirigían a América. Cuando se llegaba a las tierras
recién descubiertas la exigencia de vino seguía siendo normal, pero allí era difícil proporcionarlo por las circunstancias de la
navegación de aquellos tiempos.
El clero también necesitaba vino para poder ejercer su misión evangelizadora y la consecuencia es que enseguida se em-
pezó a cultivar la vid. Las primeras vides, seguramente procedentes de las islas Canarias, en donde hacían escala los barcos,
se pusieron sin demasiado orden y además los mismos que las llevaban era frecuente que las abandonaran para poder con-
quistar otras tierras, pero en 1519 la Casa de la Contratación de Indias de Sevilla proporcionó los plantones y dio las ins-
trucciones para su cultivo, comenzando así la difusión de la vid en América. La primera plantación regular fue en La Española,
pero el resultado no fue bueno, seguramente porque por el clima, excesivamente cálido y lluvioso, las plantas crecían muy
deprisa, sin parada invernal, y no fructificaban.
A partir de sarmientos de estas plantas y de plantas cultivadas, peninsulares o canarias, se extendió el cultivo a zonas de
clima menos tropical. También se consiguieron nuevas vides a partir de pepitas de uva. Hacia el hemisferio norte, en México,
el cultivo tuvo éxito y según fray Motolinia la planta “echa muy largos tallos y carga muchos racimos, con uvas que se comen
verdes, con ellas se hace vinagre y algunos han hecho vino”. No tardó en extenderse el cultivo, hasta el punto de superar la
capacidad de consumo en algunos países y, como el coste de producción era competitivo, se empezó a mandar vino a España,
lo que ocasionó protestas de los productores españoles que indujeron a Felipe II en 1595 a frenar la expansión de los viñedos
en el virreinato de Perú, al que entonces pertenecía Chile, pero con la muerte del rey y la entrada del nuevo siglo los controles
se relajaron de tal forma que a comienzos del siglo XVII hay constancia de que Hernán de Montenegro expandió la viticultura
por toda la región andina.
Según Pinney, los españoles en 1568 plantaron vides en Carolina del Sur y más tarde, fray Junípero Serra inició una
memorable expedición desde Loreto, al sur de la Baja California, en México hasta San Francisco, en la Nueva California,
fundando varias misiones y cultivando en ellas siempre el viñedo. Los valles de Sonoma y San Diego disponen actualmente
de explotaciones punteras en la enología mundial, que tienen su origen en las referidas plantaciones. El cultivo de la vid se
extendió hasta llegar a Ontario y a la península del Niágara, en donde hoy también se produce vino.
Procedentes de plantones o de pepitas, cultivadas o de crecimiento espontáneo, la vid también se extendió por el centro
y el sur del continente y en estos momentos hay plantaciones de vid en México, Guatemala, Honduras, Ecuador, Colombia,
Venezuela, Perú, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Argentina y Chile, sobre todo en estas dos últimas naciones en las que el vino
ocupa un lugar destacado en su economía.
dedicarse al vino de Jerez”. El poeta y dramaturgo americano Thomas Stearns Eliot escribió: “Todo lo que una persona de
buen gusto puede apetecer es una o dos copas de jerez seco antes de las comidas”, y para finalizar (dejamos para otra ocasión
a los autores españoles, para que no se nos acuse de chauvinismo), una cita de Victor Hugo: “Viva el vino de Jerez. Jerez es
una ciudad que debería estar en el Paraíso”.
A finales del siglo XVIII, el vino de Jerez era todavía muy distinto al actual, porque la crianza estaba considerada como
una práctica especulativa y por lo tanto solo se podían comercializar vinos del año, a los que se podía “fortalecer” añadién-
doles alcohol vínico para aumentar el grado y facilitar el transporte. En 1775 se produjo un pleito entre los comercializadores,
que pedían poder envejecer los vinos, y los agricultores que se oponían. El pleito fue fallado a favor de los comercializadores,
lo que dio lugar a que se estableciese el sistema actual de producción mediante soleras y criaderas, que es un importante
factor diferencial de estos vinos. La “fortificación” fue práctica que continúo vigente, ocasionando que la gama de vinos de
Jerez que hoy existe, sea mucho más amplia y que los vinos sean muy estables, lo que favoreció de nuevo al comercio y
facilitó la implantación de nuevas empresas como Williams, Terry, Sandeman, Osborne, Domeq, Humbert y otras, casi
todas ellas de procedencia inglesa, que presionaron al gobierno de su país para que bajara un impuesto a la importación
que se conocía como las “accisas”. Consiguieron una rebaja de “dos duros por bota” y la exportación aumentó de forma muy
importante a partir de este privilegio que tuvo lugar en 1825. Ante estas perspectivas se invirtió en la actividad por algunos
indianos, casi todos de origen vasco, que habían hecho fortuna en América y eligieron colocar sus capitales en Jerez. Este
hecho tuvo una gran importancia en la evolución de las características del jerez, porque la autorización del envejecimiento
dio lugar a la elaboración de los vinos por el sistema actual, que ha prestigiado y diferenciado a este vino del resto de los
producidos en el mundo. La generalización del sistema de criaderas y soleras es el origen de la amplia gama de vinos que
hoy conocemos, que fueron establecidos a principios del siglo XIX, cuando definitivamente se fijaron los tipos hoy exis-
tentes.
A principios del siglo XVIII había en el marco de Jerez 23 variedades de uva, pero se impuso la palomino que se llama
listán en Sanlúcar, palomina blanca en Jerez, Trebujena y Arcos, pajarete, tempranilla, orgazuela, etc., hasta ser la única de-
dicada a la elaboración de los vinos secos de Jerez, junto con la pedro ximénez y la moscatel destinadas a la elaboración de
los vinos dulces. Las características de la palomino son ideales para la elaboración de vinos generosos, porque mantiene sus
cualidades sensoriales sin que interfieran el proceso de crianza biológica cuando se destina a fino, ni el de la crianza oxidativa
en el caso de los olorosos, amontillados y palos cortados.
En Jerez hay dos tipos de bodegas. Las primitivas, a las que se conoce con el nombre de moriscas, son edificios bajos y
con capacidad limitada, especialmente aptas para la elaboración de vinos dulces, del año, que tienen poco futuro y que ade-
más al estar, en general, dentro de los cascos urbanos o se transforman o son devoradas por el urbanismo. En algunos do-
cumentos se habla también de las bodegas de conventos, que eran pequeñas edificaciones preparadas para la elaboración
de cosechas cortas y, generalmente, edificadas en terrenos de la orden propietaria. Las bodegas catedrales, denominación
que parece ser que se utilizó por primera vez por Richard Ford y que están descritas en una poesía que dice: “Anchas naves
de altos techos / que apoyan ricas maderas / y cien pilares derechos, abiertos como palmeras”. Son edificios de amplia o
amplísima planta, generalmente rectangular, cubiertos por tejados a dos aguas, sustentados por columnas que le dan un
cierto parecido con las catedrales, lo que también ha contribuido a que se les conozca como los templos de la producción
de Jerez.
Lo que más diferencia a los vinos de Jerez de los del resto del mundo es el proceso de crianza, que comienza cuando en
el mes de enero el vino, ya terminada la fermentación, ha precipitado. En ese momento, un catador los clasifica y los más
limpios en nariz y en boca se destinan, en principio, a la elaboración de finos y manzanillas que, al revés de casi todos los
demás vinos que se crían en envases herméticamente cerrados, se colocan en botas en las que queda un espacio libre, de apro-
ximadamente “dos puños”, que está en contacto con el aire, lo que hace que espontáneamente aparezca un “velo de flor”,
formado principalmente por levaduras, que le aísla del aire. Este velo de flor es responsable de la crianza biológica, que le da
sus peculiares características sensoriales. Para afinar el vino y darle las propiedades buscadas se procede a colocar las botas
del vino nuevas en la parte más alta de la pila y se va trasvasando vino hasta la hilera más cercana al suelo, la “solera”, que es
la que contiene el vino de más edad y en la que termina el proceso. De esta forma los vinos de edades más avanzadas, y de
mejor calidad, van transfiriendo sus calidades a los más nuevos. Cuando el vino está terminado en su crianza se produce la
“saca”, que consiste en la extracción del vino dispuesto para su comercialización. La palabra “saca” permaneció en inglés (sherry
sack) para designar al vino recién importado.
Hoy ya no ocupa el sitio que tuvo durante unos cuantos siglos la extensión de viñedo en el marco de Jerez, porque ha
disminuido notablemente, hasta el punto de que en la actualidad solo se cultiva vid en una cuarta parte de la extensión que
tenía hace solo treinta años, pero su prestigio sigue siendo alto y en los últimos años la demanda, sobre todo en Estados
Unidos, está dando algunas muestras de recuperación.
282 Alimentos con historia
El vino de Oporto
El cultivo de la vid en las márgenes del Duero es muy antiguo. Lo introdujeron los romanos 200 años antes de Cristo. Fue
de consumo local hasta que tras la creación del reino de Portugal, en 1143, comenzó una tímida exportación de un vino
ligero, de no mucho grado y no demasiado prestigio frente a los vinos mediterráneos, más dulces, con más grado y más
densos, pero el comercio con Inglaterra fue creciendo y los intercambios con bacalao salado fueron considerables. Viana do
Castelo era el puerto comercial utilizado, aprovechando el amplio estuario que forma el río en su desembocadura. A los
vinos del Duero se unieron los del Miño y el producto exportado recibía en Inglaterra el nombre de tinto de Portugal. En
aquellos momentos los vinos más valorados por los ingleses eran los de Jerez, Canarias, Alicante, Málaga y el fondón de Ri-
badavia, pero enfrentamientos políticos repercutieron en los tratados comerciales y Madeira y Oporto empezaron a tener
sitio en este mercado, en detrimento de los vinos de Tenerife y de Ribadavia. Un poco más tarde, un enfrentamiento entre
ingleses y franceses hizo que Carlos II de Inglaterra penalizase con impuestos la importación de vinos procedentes de Francia
y los comerciantes ingleses optaron por comprar más en Portugal, en donde además algunas de las empresas comercializadoras
eran de capital inglés, pero exigieron que los vinos tuvieran más cuerpo, más grado, que fuesen más “robustos” y observaron
que estas cualidades se podían encontrar en las escarpadas laderas del Alto Duero.
La falta de comunicaciones no permitía el traslado del vino hasta el puerto de Viana do Castelo, pero por vía fluvial se
podía transportar fácilmente hasta el “porto” de la desembocadura del río, al que la actual ciudad de Oporto debe su nombre.
Desde allí iban a Inglaterra sin complicaciones especiales en el transporte. Los comerciantes ingleses que hasta entonces
habían operado en Viana, se trasladaron a Oporto (en inglés Port) y los vinos tomaron el nombre de la ciudad desde donde
eran exportados.
Para asegurar que los vinos iban a soportar el transporte por mar se procedía a un “encabezado” añadiendo alcohol vínico.
Taylor, Sandeman, Ofley y otros comerciantes ingleses, que en algunos casos habían sido con anterioridad comerciantes de
paño, crearon sus bodegas. El comercio del oporto se hizo tan rentable y competitivo que vinos de calidad inferior, a menudo
adulterados, se hacían pasar por el artículo genuino, lo que contribuía a darle mala fama. Este hecho impulsó al marqués de
Pombal a fundar en 1756 la Compañía General de Agricultura de Vinos del Alto Duero, y a demarcar el área de producción
del auténtico vino de Oporto. Después se obtuvo la denominación de origen, lo que contribuyó a que el oporto se convirtiese
en un prestigioso vino, producido en Portugal y promocionado en, y por, Inglaterra, haciendo que en la actualidad sea uno
de los más prestigiosos. Este vino tuvo la primera denominación de origen controlada (DOC) del mundo.
El champagne
Siempre hubo vinos espumosos. Homero los cita en la Ilíada, César y Cleopatra celebraban sus encuentros con vinum tirillant,
Virgilio habla del spumantem planteram. También en España se producía en la antigüedad, como lo demuestran los comen-
tarios de Francesc Eiximenis en su libro publicado en el siglo XIV Lo crestiá (El cristiano), hay un capítulo titulado “Cómo
usar bien la bebida y la comida” en el que habla del vino burbujeante, que en diferentes zonas vitivinícolas se obtenía simple-
mente introduciendo un racimo de uvas en un recipiente con vino, produciendo una fermentación rápida, con desprendi-
miento carbónico. El problema es que estos vinos se obtenían en el momento y su mantenimiento durante un cierto tiempo
era imposible. Imposible hasta que Dom Perignon, un monje benedictino de la abadía de Hautvillers, se empeñó en embotellar
un vino espumoso.
El trabajo comenzaba en el viñedo eligiendo las uvas, que algunos creen que eran solo pinot noir y otros niegan la ex-
clusividad de esta variedad porque creen que mezclaba diversas castas, pero en cualquier caso para que el mosto no tomase
color inmediatamente después de prensado lo separaba de los hollejos, lo dejaba fermentar primero y reposar después, hasta
que con la luna llena de marzo embotellaba el vino que contenía todavía residuos de azúcar no transformados en alcohol, lo
que en cambio sucedía en el interior de la botella y se conseguían vinos espumosos. Fueron muchas las botellas que estallaron
en sus manos. Eran botellas esféricas, de vidrio fino, pero por entonces (hacia 1730) los ingleses empezaron a comercializar
su botella de vidrio resistente, y aprovechando que alguien le indicó que con corcho catalán se podían hacer unos tapones
que era posible fijarlos con una mordaza al reborde del cuello de la botella, consiguió que explotasen muchas menos y que
los tapones no se desprendieran.
Surgieron muchos críticos que creían que Dom Pierre Perignon no había inventado nada nuevo (aunque consiguió que
sus botellas se vendieran carísimas, aproximadamente su precio era el de cuatro jornales) y que realmente el champagne se
inventó cuando Chaptal (el de la chaptalización) relacionó la adición de azúcar con la presión del vino sobre el vidrio de la
botella y se consiguió que añadiendo dosis controladas se produjese una segunda fermentación, que es el verdadero pilar en
el que se basa el método champanés, pero en cualquier caso Dom Perignon, que revalorizó el vino de la región, es un personaje
histórico, casi legendario, cuya fama ha transcendido en todo el mundo.
Vino 283
bodegas importantes: Murrieta, Hurtado de Amézaga, Bilbaínas, López de Heredia, Compañía Vinícola del Norte de España
(Cune), etc., que se convirtieron en modelo productivo. Llegaron enólogos e ingenieros agrónomos galos y el vino de La
Rioja tomó caracteres franceses, que además crearon un nexo de unión constante con Burdeos. En 1866 concurrieron vinos
riojanos a la Exposición Vinícola de Burdeos y ganaron tres medallas, dos de bronce y una de plata conseguida por Marqués
de Riscal.
Entre la mitad y finales del segundo tercio del siglo XIX, repetidos ataques de oídio disminuyeron considerablemente
la cosecha de vino de Burdeos. Afortunadamente se consiguió atajar el problema con la invención del “caldo bordelés”, hecho
con sulfato de cobre y cal, pero mientras la demanda de vino riojano por los bodegueros franceses creció notablemente, para
poder atender la demanda de vinos muy posicionados en el mercado mundial. Inmediatamente después de dominar esta
plaga apareció otra, de efectos mucho más graves, fue la filoxera, un puñetero insecto que destruyó, en muy poco tiempo, los
viñedos del sur de Francia provocando un espectacular aumento de la exportación de vinos españoles y la consecuente ex-
pansión del viñedo en nuestro país, sobre todo del riojano. La plaga llegó a España, primero a Gerona, después a Málaga y
enseguida apareció un foco en la frontera con Portugal, en la cuenca del Duero.
Bodegas J. ROBERT
Sitges. BARCELONA. J. Vidal. [1940]. Papel litografiado. 33,7 x 48 cm.
El mapa enológico español cambió sustancialmente, beneficiándose de la situación las regiones todavía libres de la plaga
y entre ellas La Rioja, lo que hizo que los vinicultores bordeleses optasen primero por adquirir vinos, después organizar
redes comerciales y finalmente por fundar bodegas en torno a la estación de ferrocarril de Haro, lo que suponía la seguridad
de enlaces ferroviarios y además había luz eléctrica, porque fue la primera población española en contar con ella. “Ya estamos
en Haro, que se ven las luces” fue una especie de himno del que se presumió por la comarca, y la electricidad facilitó el de-
sarrollo vitivinícola de la zona, propició la creación de la Estación Enológica de Haro.
Se crearon nuevas bodegas, como Franco-Españolas, y sobre todo se reformaron las ya existentes, adaptándolas a los
modernos avances de la enología. Las crianzas, reservas y añadas se generalizaron. El negocio era floreciente, la demanda
creciente, interior y para exportación, los precios sugestivos. En Charing Croos, en el corazón de Londres, se funda Bilbainas
London Ltd y la alhóndiga de Bilbao no paraba de pedir la llegada de nuevas partidas. Los agricultores respondieron incre-
mentando las producciones y lo hicieron tanto que la oferta se disparó, por lo que a finales del siglo XIX se produjo una im-
portante reducción de los precios.
Vino 285
Por desgracia, en 1899 la filoxera llega a La Rioja, a Sajazarra concretamente, y desde allí se extendió, pero por fortuna
el retraso permitió tomar algunas medidas, como crear tres viveros de simiente resistente a la filoxera ubicados en Rioja Alta,
Media y Baja respectivamente. También se pudo gestionar la autorización de plantas americanas resistentes al parásito, que
utilizadas convenientemente como injertos solucionaron una importante parte del problema, porque aunque hubo resistencia
a las nuevas plantaciones, e incluso se destruyeron algunas por la violenta acción de grupos de agricultores, la realidad es que
acabó imponiéndose la cordura. La Diputación propició la producción de estacas americanas en sus propios viveros, y dio
créditos subvencionados a los viticultores para efectuar el cambio. Los fondos necesarios para afrontar estos gastos provenían
de una emisión de letras de participación con un interés bajo, lo que tuvo la ventaja de hacer sentir a los riojanos que el
viñedo y el vino es de todos los habitantes de la región, no solo de los viticultores y de las bodegas. Desde entonces así lo
sienten todos, independientemente de su actividad o profesión.
Crianza, desarrollo y
envejecimiento de los vinos
El tonel de madera fue un recipiente muy utilizado
para el transporte de los vinos, que tenían en este
envase la más frecuente forma de comercialización
desde que se observó que superaba en utilidad al
ánfora de barro, porque era más resistente a las ro-
turas y permitía hacer recipientes de mayor capaci-
dad. La primera cita conocida es de Plinio el Viejo,
que hace una referencia a la forma en la que los cel-
tas transportaban los alimentos. Además del vino
otros productos, como el aceite, los pescados en sa-
lazón, la sal, el azúcar y algunos más, encontraron
en el tonel la forma habitual de envasado, sobre
CASA AMORÓS todo para los envíos marítimos, hasta el punto de
Cartagena. MURCIA. G. Camps. [1930]. Cartulina. 43 x 33 cm. que la capacidad de los barcos, el tonelaje, se medía
por el número de unidades que podían transportar.
Más tarde otros materiales, entre ellos el acero, se convirtieron en el recipiente más utilizado y las barricas de madera
quedan exclusivamente para facilitar la crianza de los vinos, que en Francia habían dado un excelente resultado porque mejora
sus propiedades organolépticas. Tanto es así que en la práctica hay solo dos tipos de barrica, que son la bordelesa, con 225
litros de capacidad, y la borgoña, o borgoñona, que llega a los 300, aunque la utilización de esta última es muy inferior.
Castaño, pino, acacia, cerezo, fresno, haya, roble e incluso caoba, según cuentan, para algunos vinos de Jerez se emplearon
para el transporte. Pero las barricas de madera no son exclusivamente envases, porque participan activamente en la vida del
vino y contribuyen a que se modifiquen y mejoren sus características, dependiendo de las cualidades de la madera. Por eso,
la elección de la adecuada se ha convertido en un problema fundamental en la complicada aspiración de cualquier bodeguero
que quiera elaborar un vino de muy alta calidad, que solo se va a obtener, por supuesto, cuando se parte de vinos muy buenos,
a los que además se les cría en recipientes con una determinada resistencia física a la filtración, una perfecta estanquidad y
suficiente resistencia al desarrollo microbiano, para que se produzca una perfecta conjunción basada, por parte de la madera
en origen, en edad, curado o secado, corte y espesor de la duela, domado de la barrica, juntura de las duelas, tipo de tostado
y lavado de la barrica nueva. Por parte del vino intervienen la variedad de uva, el grado alcohólico, la acidez, la composición
en fenoles, y por parte del bodeguero en el buen manejo y oportunidad del taponado, rellenado, trasiegas, condiciones am-
bientales adecuadas y vida útil de la barrica. Para conseguir el efecto deseado se han probado muchas maderas, pero en la
práctica los robles americanos en su mayoría y los franceses de diferentes procedencias en menor proporción reúnen las con-
diciones buscadas.
El problema de las barricas es que tienen una vida corta para la crianza de los vinos selectos de mesa como burdeos,
rioja, ribera del Duero, etc., y que además son muy caras, por lo que a alguien se le ocurrió que si en envases inertes, de acero
inoxidable por ejemplo, se añadían virutas o “pellets” de roble, se podía obtener el mismo efecto, en menos tiempo y a un
precio mucho menor. La discusión está muy generalizada y no vamos a entrar en ella, pero por el momento los grandes bo-
degueros presumen de utilizar exclusivamente barricas de roble.
Vino 287
Avances tecnológicos
En la elaboración del vino siempre influyeron las condiciones atmosféricas en todo el proceso, pero especialmente en los días
en los que se iniciaba la fermentación, que era mucho más tumultuosa y rápida si las temperaturas eran elevadas que si eran
frescas. Como consecuencia, la calidad del vino ya estaba condicionada durante todo el proceso productivo y sobre todo en
el resultado final. La fermentación controlada, en lo que se refiere a temperatura y tiempo, ha sido determinante en la mejora
de la calidad de todos los vinos del mundo. Quizás ha sido el factor más determinante, pero ha habido otros, porque hoy se
conoce mucho mejor la composición y la evolución de los componentes durante el proceso de maduración, por lo que puede
determinarse con muchos más elementos de juicio el momento idóneo de la vendimia, incluso para cada variedad de uva,
para cada finca o para cada parte de una misma finca.
Se conoce mucho mejor a los agentes biológicos de la fermentación, se puede analizar la composición del vino durante
todo el proceso, lo que va a ser utilísimo para realizar oportunamente las diferentes labores enológicas. La estabilidad del
vino, que durante mucho tiempo fue el factor más limitante de la comercialización, sobre todo cuando se hacía por mar, hoy
está perfectamente controlada, y todo ello ha supuesto la regularidad en las calidades de una misma marca durante todo el
año y las mismas cualidades fundamentales durante sucesivas cosechas, que a pesar de todo están influidas por diferentes
factores y sobre todo los climatológicos, que todavía no han sido dominados. Es la razón de ser de las añadas, de la diferencia
de la calidad final y de las variaciones en las propiedades organolépticas entre las diferentes cosechas.
También ha influido en la calidad la mayor disponibilidad de uva, en cantidad, en características, porque cada vez es po-
sible disponer de más variedades autóctonas o procedentes de otras regiones, lo que facilita la práctica de los “coupages”. El
resultado final es que disponemos de mayor diversidad de vinos, que además responden con seguridad a las características
buscadas por cada consumidor en cada momento y en cada circunstancia.
Pero en la valoración de los vinos, tanto local como internacional, intervienen otros muchos factores y sobre todo los
que se pueden concretar en el concepto de “moda”, pero en él inciden muchas circunstancias. Algunas son de carácter general,
como por ejemplo el diseño de botellas, etiquetas y embalajes, que en absoluto son baladíes, o la publicidad, porque aunque
siempre se ha pensado que por los sistemas ortodoxos el efecto sobre la demanda es pequeño, no cabe duda de que la opinión
de los prescriptores es muy grande y de los que entre ellos son calificados como “gurús”, determinantes del éxito internacional
de las denominaciones y de las marcas. También es fundamental el concepto nutricional, dietético y saludable que se tiene
de los vinos, hasta el punto de diferenciar claramente a los fanáticos, que a favor o en contra, atribuyen al vino propiedades
definitivas como fuente de salud o de los peores males de la humanidad.
En España se ha producido una disminución de consumo, prolongada y considerable, que parece que ha tocado fondo.
Aunque no se espera que el consumo vuelva a crecer significativamente, sí hay una reactivación del consumo mundial, lo que
favorece nuestra posición, porque somos el país con más extensión de viñedo, en 2013 fuimos por primera vez el máximo
productor y volveremos a serlo además con carácter permanente en los próximos años. También somos el país más exportador
en cantidad.
Ahora solo nos falta aprovecharnos de nuestra privilegiada situación, mejorar nuestra imagen en contenido y en presen-
tación, lo que ya está sucediendo con los éxitos en concursos, en catas, con la valoración de prescriptores y los criterios de los
“gurús”, porque nunca habíamos pensado que entre los vinos que para Wine Spectator, para Parker y para otros prescriptores
merecen la máxima puntuación, hubiese varios vinos españoles y que cada año sean algunos más.
Aguardientes y licores
Ponche EL ESPAÑOL
Jerez de la Frontera. CÁDIZ. Mangrell. [1910]. Cartulina entelada litografiada. 41 x 29 cm.
290 Alimentos con historia
C
uando los primeros seres humanos se dan cuenta de la importancia que tienen los alimentos para su pervivencia,
surge la curiosidad por conocerlos mejor y poco a poco van descubriendo muchas cosas y aspiran a conocer muchas
más, y en esa tarea continúan. Aunque es verdad que se profundiza en el conocimiento y que aún nos faltan bas-
tantes cosas por conocer, el comienzo del conocimiento de los alimentos es muy temprano y se ha producido en todas las
sociedades y en las diferentes culturas, porque extraer lo mejor de cada producto es una constante, y más todavía si lo que
se busca es el espíritu de cada alimento. Conseguir los jugos, extraer las harinas, beber la sangre de los animales cazados, or-
deñar a las hembras son actividades que están en la misma línea que siguieron los primeros que buscaron la esencia de los
alimentos, que en el caso de las bebidas alcohólicas es el agua de vida.
Aunque hay alguna referencia de que los chinos, en el siglo VIII antes de Cristo, destilaron agua de mar para hacerla
potable e incluso algunos creen, aunque son pocos, que también lo hicieron con bebidas alcohólicas obtenidas del arroz, la
primera referencia fiable es que fueron los griegos, apoyándose en los enunciados de Aristóteles sobre la forma y la sustancia
expuesta para explicar la posibilidad de potabilizar el agua marina, los que enunciaron las primeras hipótesis de obtener y
poder utilizar el “alma” de los vinos.
La Historia comienza en Alejandría en el periodo helenístico, tras haber elaborado perfumes a partir de flores, a las que
se les extraía su esencia. Hay un manuscrito en la Biblioteca de San Marcos, escrito por una tal Cleopatra, que no era em-
peratriz, en el que detalla la actividad de María “la Judía”, conocida también como “la Profetisa”, a la que se le atribuye la in-
vención de un aparato llamado “tribikos”, antecesor del baño María, que creó con el fin de separar los distintos líquidos de
una mezcla en función de los diferentes puntos de evaporación, es decir la destilación. El aparato se perfeccionó por un al-
quimista, con toques de mago y brujo, llamado Zósimo de Panópolis, al que ayudó su hermana Theosebeia, que vivieron al
final del siglo III y principios del IV. Publicó un libro, titulado Sobre los instrumentos y los hornos, en el que describe con
dibujos y anotaciones un aparato que consta de tres tubos de cobre o bronce, de codo y medio de longitud, que encajan en
un receptor que está destinado a recoger, enfriar y licuar los vapores procedentes de un recipiente, en el que se calienta el lí-
quido que se quiere destilar. Es decir, un primitivo alambique o alquitara, que más tarde fue perfeccionado por Sinesio, in-
teresante sabio que empeñó toda su vida en convertir diversos metales en oro con la ayuda del crisol y en lograr el agua de
la inmortalidad. Fue Yabir ibn Hayyan, conocido como Geber, el inventor en el siglo VIII del “agua regia” que disuelve el oro,
y del “agua fuerte” que disuelve la plata, y además hace una alusión al “agua viva”, sin duda alcohol, que según decía disuelve
la razón.
Los alquimistas atribuyeron propiedades mágicas al producto destilado, que creían que en parte eran comunicadas por
el fuego del que procedían. Además distinguían el licor obtenido en función del tiempo que se tardaba en conseguirlo y afir-
maban que cuanto más tiempo tardaba en recolectarse, tenía mejores cualidades y proporcionaba mayor energía a quien lo
bebía.
La alquimia nació en Alejandría y se desarrolló posteriormente en el mundo islámico, en donde se utilizó con gran pro-
fusión sobre todo para obtener la esencia de las flores, como lo demuestra que el califa Al-Mamoun exigiese los impuestos
en agua de rosas y se asegura que anualmente recogía treinta mil frascos. La capital del mundo árabe occidental se localizaba
entonces en Córdoba y allí se disfruta de una vida placentera, en la que tienen cabida los perfumes, elixires y ungüentos ob-
tenidos por los sabios alquimistas que se trasladan a esta ciudad andaluza. La alquimia penetra en la Europa mediterránea,
y a este respecto conviene señalar la enorme importancia que tuvo la Escuela de Traductores de Toledo, que tradujo los do-
cumentos fundamentales producidos por los sabios árabes. Consecuencia de ello se produce la destilación de los vinos, que
según los italianos se debe a un médico llamado Salernus, que en la Escuela de Salerno obtiene por primera vez alcohol.
Los españoles, y el mundo en general, atribuyen este hecho a Arnaldo de Vilanova, médico valenciano muy prestigioso
que atendió a papas y reyes, alquimista, filósofo y alumno primero y profesor después de la Universidad de Montpellier. Fue
un auténtico sabio que siempre consideró que su principal mérito fue armonizar su actividad con cristianos, judíos y musul-
manes, ya que por aquellos años Valencia era un crisol de culturas, donde vivían en paz todas las razas y religiones. Como
consecuencia de la destilación consiguió el aqua ardens, que consideró “la porción más sutil del vino”, a la que se refiere en su
libro titulado Conservatio juventute preservatio senectute. Fue el maestro del mallorquín Raimundo Lulio, que consagró el
nombre de alcohol, que proviene del árabe al-kuhl, para el espíritu del vino y opinó que el aguardiente era bueno para el co-
razón, para calmar los dolores, mejorar la gota y curar los cólicos. Esta opinión fue compartida por la inmensa mayoría de
los médicos españoles y de otros países de Europa hasta bien entrado el siglo XIX. También en los mismos años hubo un
catalán llamado Juan de la Rupescissa, que era franciscano, joaquinista, teólogo, misionero, proclamador de profecías apo-
calípticas que nunca se cumplieron y alquimista. Escribió Consideraciones sobre la quinta esencia, que consideraba la posibilidad
de que con el destilado se prolongase la vida y, como desiderátum, conseguir la eterna juventud. Está claro que España tuvo
una importante labor en los inicios de la obtención del alcohol.
La destilación se había convertido en un objetivo bastante generalizado y por eso surgieron algunos autores en diversos
Aguardientes y licores 291
países europeos que trataron el tema. Uno de ellos fue Hieronymus Brunschwig, que escribió un tratado dividido en dos partes,
Liber de arte destillandi de simplicibus y Liber de arte destillandi de compositis, en el que trata de la obtención del alcohol a partir
del vino y de quinta essentia en forma de aceites aromáticos a partir de flores, raíces y plantas enteras. Un poco más tarde, Philipp
Ulstad escribió Coelum philosophorum seu de secretis naturae liber (abreviado Cielo de los filósofos), en el que denominaba a la
quinta esencia del vino como “oro potable”. A finales del siglo XVI, Geronimo Rossi, médico del papa Clemente VII, escribió
De destillatione liber y Johan Segismund Elsholtz publicó ya en el siglo XVII Destillatoria curiosa, sobre los experimentos
que realizó con minerales y vegetales.
Brandy EXCELSIOR
Jerez de la Frontera. CÁDIZ. [1950]. Cartulina litografiada. 33,5 x 43 cm.
Según algunos autores, al-kulh significa antimonio en árabe y el nombre de este metaloide se atribuye al hecho de que
se creía que, utilizado en pequeñas cantidades, hacía engordar a quien lo ingería, pero una comunidad de monjes abusó de
su consumo y se murieron todos, por lo que este producto empezó a llamarse antimonio o antimonjes. Esta teoría anticlerical
se atribuye a Basilio Valentino, que a su vez la tomó de un monje benedictino conocido como Constantino “el Africano”, pero
ha sido rechazada por los lingüistas y por los historiadores, que atribuyen al antimonio valores ocultos como la propiedad
de convertir el cobre, fundido en un crisol, en oro y así se describe en una de las versiones de Las mil y una noches.
El aguardiente
Un día que Arnaldo de Vilanova buscaba la forma de extraer el alma del vino, introdujo el contenido de una cántara en una
alquitara. Calentó el recipiente y al poco tiempo empezó a caer en el recolector un agua limpia y clara, que probó cuidado-
samente y descubrió que tenía un sabor intenso y un aroma agradable. Se lo dio a probar a los alumnos y ayudantes y coin-
cidieron en afirmar que era el “agua de vida”, lo que les llenó de alegría, por el descubrimiento y por los efectos que el nuevo
líquido causaba. Más contentos que unas Pascuas, observaron que cuando el fuego se aproximaba, el líquido se inflamaba,
como por arte de magia, como no había sucedido nunca antes con ningún líquido, con lo que surgió la denominación de
292 Alimentos con historia
“agua ardiente”, y como el procedimiento de extracción había sido algo parecido al que los árabes le habían comunicado que
hacían para obtener el kohol, una especie de colirio que se utilizaba para paliar los efectos de la excesiva luminosidad del de-
sierto, decidieron llamarle así, lo que unido al artículo “al” árabe dio lugar al alcohol.
La utilización exclusiva del alcohol durante toda la Edad Media fue con fines médicos y hasta el siglo XVI no se inició
su “uso de boca” y tuvo tanto éxito que se instalaron destilerías en diversos lugares y, en concreto, Felipe II creó en El Escorial
la torre filosofal, en la que según P. Sigüenza había “un claustrillo o patinejo que sirve a la botica, en el que se ven extrañas
maneras de destilatorios, nuevos modos de alambiques, unos de metal y otros de vidrio con los que se hacen mil pruebas
con fuerza del arte y el fuego, con lo que se descubren entrañas y secretos y se ven a los ojos pruebas de cosas maravillosas”.
Hay pruebas de que en el año 1600, la Compañía de Jesús dedicó una notable atención a los aguardientes, que utilizaban
para “consuelo de los que sufren” y, casi consecuencia lógica, dedican una parte de sus recursos intelectuales al estudio de
nuevas materias alcohólicas y búsqueda de técnicas innovadoras en el campo de la destilación.
La aceptación fue grande y, como el procedimiento era sencillo, pronto se difundió la obtención de los aguardientes.
Tampoco tardó mucho en percatarse algún gobernante de que se podía gravar con un pequeño impuesto, que fue creciendo
según se difundía su aplicación porque era una fuente, desconocida hasta entonces, que servía para abastecer a las arcas de
municipios, provincias, gobiernos y reinos. Está claro que los productores también se percataron de que había dos formas
de destilar. Una era legal, comunicada a la autoridad competente, la otra era oculta e ilegal, que no pagaba impuestos, pero
que se comercializaba bien porque la demanda era grande.
De la obtención ilegal de aguardiente se han derivado muchas intoxicaciones alimentarias, seguramente más que de nin-
gún otro producto, porque aunque pronto se reguló la composición que debían tener los productos comercializados, en unos
casos no se controlaban y en otros no había ni conocimientos, ni medios suficientes para comprobar que la elaboración se
hacía conforme a lo legislado, lo que posibilitó las producciones adulteradas o faltas de los cuidados necesarios para que los
líquidos obtenidos, y luego comercializados, tuvieran la necesaria garantía de calidad.
No todo el producto destilado es aprovechable como aguardiente, porque las primeras fracciones, las obtenidas al co-
mienzo de la destilación, llamadas “cabezas”, están formadas por compuestos volátiles procedentes del producto destilado,
que cuando se concentran pueden ser tóxicos, además de proporcionar sabores y aromas particulares. La última parte de los
destilados, llamadas “colas”, son componentes químicos que evaporan a altas temperaturas y que también pueden tener sabores
y aromas anormales y en algunos casos un cierto riesgo de toxicidad. Por este motivo tan solo la parte central de un destilado,
conocida como “corazón”, debe utilizarse como aguardiente, pero para separar cabezas y colas hay que tener un conocimiento
perfecto del proceso y regular los tiempos y temperaturas adecuadamente. Es decir se necesita experiencia, pero no solo esto,
porque también hay que ser suficientemente generoso para no tener la tentación de agregar parte de las cabezas y colas, que
así tienen más valor que si se comercializan por separado del aguardiente.
Inicialmente la producción de alcohol, y en consecuencia de aguardiente, solo se hacía en los países vitivinícolas, pero
como el precio era elevado, otros países que no producían vino idearon la forma de obtener la preciada materia prima a partir
de cereales, patatas, remolacha, caña de azúcar, melazas, frutas, etc., y de esta forma surgen diversidad de aguardientes,
variadas calidades, tipos distintos y denominaciones, hasta el punto de que todos los países tienen al menos uno, y en algunos
casos bastantes aguardientes diferentes.
Ya en el siglo XVIII, Eduardo Adam contribuyó a perfeccionar las destilaciones mediante un sistema de vasos escalo-
nados con sucesivas rectificaciones. Casi simultáneamente, Coffey y Cellier Blomental consiguieron métodos de destilación
continua, y alcoholes cada vez más puros, lo que significa que sus efectos eran menos perniciosos para la salud, pero al mismo
tiempo eran menos sápidos y aromáticos, por lo que se recurrió a la ayuda de especias, raíces, plantas aromáticas o flores,
que casi siempre se acompañan con azúcar para obtener nuevos licores, que muchas veces nacieron en abadías o monasterios,
como el benedictine o el charteuse, u otros muy variados, como el que presentó Savonarola como aqua ardens composita, en
el que flores y plantas aromáticas se utilizaban en gran número y considerables cantidades para dar originalidad al licor. Sur-
gieron muchos más con diferentes nombres y como muestra merece citarse el italiano centerbe, que sigue comercializándose
y, como su nombre indica, tiene en su composición cien hierbas diferentes, y en la etiqueta se hace constar que tiene nada
menos que 80 grados alcohólicos.
A las bebidas obtenidas de los alcoholes naturales, aptas para uso de boca, se las conoce genéricamente como bebidas
espirituosas, con independencia de la materia prima de procedencia, sistema de fabricación, país de origen, etc., y son some-
tidas a un complejo proceso, que en grandes líneas consiste en rebajar el grado alcohólico mediante adición de agua de calidad
química y microbiológica autorizada, edulcoración con azúcares naturales, mezclas, ensamblados o blended, para obtener la
calidad buscada y asegurar las mismas características, maduración o envejecimiento, aromatización, coloración y maceración.
No todos estos procesos son necesarios, porque van a depender del producto final buscado, pero están reconocidos y admi-
tidos, aunque las legislaciones concretas pueden limitar unos y hacer obligatorios otros.
Aguardientes y licores 293
Aguardientes de vino
Los destilados procedentes del vino aparecieron en el
siglo XIII, pero se popularizaron en el siglo XVI,
cuando los holandeses comenzaron a comercializar
una bebida con el nombre de Brandewijn, Bernewyn o
Brannten Wein, que en distintos idiomas significa vino
quemado, de donde se deriva la palabra inglesa brandy,
que se ha internacionalizado para referirse a los licores
obtenidos a partir del vino. Holanda fue siempre un
país con vocación comercializadora, pero con pocas
posibilidades de producir aguardiente con materias
primas enológicas obtenidas en su territorio, por eso
cuando vio la posibilidad de vender licores (caros),
sobre todo en Inglaterra, y de comprar aguardiente
(barato), sobre todo en España, se convirtió en un im-
portante intermediario.
Se partía de los llamados “vinos de quema”, que
eran vinos que se destinaban a la destilación por no
reunir las calidades apropiadas para el consumo di-
recto. La destilación se hacía en zonas productoras, ge-
neralmente excedentarias y sobre todo en La Mancha,
en donde este producto comenzó a llamarse “holandas”,
para indicar el destino y, aunque el mercado ha cam-
biado, se sigue manteniendo el término, consagrado
además por la legislación enológica, en la que se esta-
blecen las condiciones que debe cumplir. Inglaterra
marcó las condiciones del destilado y cuando descu-
brió que en los brandys atrasados, que se conservaban
en barricas, se producía un proceso de oxidación que Licores FARAÓN
mejoraba el sabor y el aroma, exigió y consiguió que VALENCIA. J. Sanchís. [1930]. Cartulina litografiada. 36,5 x 26 cm.
este tipo se impusiese, y se generalizase, para casi todas
las variedades de brandy que se producen en el mundo.
Los aguardientes que se obtienen del vino se conocen como aguardientes y como orujos si proceden de los residuos de
la vinificación. En los dos casos eran, y todavía son, denominados aguardientes blancos. Entre ellos están los orujos españoles,
el marc y el fine (franceses), la grappa italiana y otros menos conocidos, que generalmente se consumen en el lugar de origen,
pero que con frecuencia son de extraordinaria calidad.
España fue el primer país en el que se destiló el vino. Como además somos históricamente un buen productor y las
zonas viníferas están repartidas por todo el país, es lógico que hayamos sido pioneros en la producción de aguardientes.
Rute, Ojén, Cazalla, Liébana, Betanzos, Ribadumia, Ulla, Portomarín, etc., son localidades famosas por sus elaboraciones,
que siempre comenzaron siendo solo aguardiente obtenido de los orujos de donde toman el otro nombre. En la actualidad
se hacen elaboraciones muy diversas de aguardientes compuestos con la intervención de muy diferentes productos, desde las
hierbas a las flores, pasando por el café, el chocolate o la yema de huevo. Pero, salvo excepciones, el orujo español no ha tenido
la calidad debida y ello por dos razones fundamentales, que son la ilegalidad de los productores que no estaban dispuestos
a pagar las tasas establecidas y por el escaso cuidado que en muchos casos se prestaba a la destilación. El resultado fue que
siempre se dispuso de un aguardiente barato destinado a las clases inferiores, en general a los obreros agrícolas o industriales.
Como consecuencia se produjeron frecuentes intoxicaciones por su ingesta, que a veces tuvieron una importante repercusión,
como en los casos en que se hicieron adulteraciones con metílico, aprovechando que este alcohol, con destino a uso industrial,
tenía un precio inferior o recogiendo la cabeza de destilados de orujo con alto contenido en alcohol metílico y en aldehídos,
ésteres, éteres y cetonas, procedentes de los raspones que en su día fueron soporte de las uvas porque, como madera que es,
su riqueza sobre todo en alcohol metílico es muy grande.
En la actualidad esta situación está totalmente superada y los orujos de las localidades antes enunciadas son de excelente
calidad, capaces de competir con los más prestigiados marcs, entre los que están los de champán, de gewürztraminer, de la
Provenza, Aquitania o Côtes du Rhône o el fine de la Marne, con las grapas italianas o con las bagaceiras portuguesas.
294 Alimentos con historia
a través de internet, en donde se anuncian diez presentaciones con un precio de al menos 6.000 euros cada botella. El récord
lo tiene un Remy Martin Louis XIII, que se cotiza en el entorno de los 22.000 euros cada envase.
Armañac
La región de Armagnac está situada en la vertiente norte de los Pirineos y en ella se produce un aguardiente que, aunque en
sus comienzos se destinaba en buena parte a la elaboración de coñac, ha adquirido fama y prestigio suficiente como para ser
muy valorado. Su elaboración es paralela a la del coñac, pero con algunas diferencias. La más importante es que solo se destila
una vez, con lo que, aunque se le achaca que pierde grado alcohólico y finura, gana en aromas primarios. Hay otras diferencias
como en la estructura y textura de los terrenos de cultivo, o en el tipo de roble, en este caso de Monlezun, en el que se envejece,
que al ser de grano más grueso permite que se acorte el proceso. Tiene muchas similitudes con el coñac y entre ellas que la
uva principalmente empleada es en ambos casos la folle blanche y que ambos licores han prestigiado a Francia, que es sin
duda el país que tiene la mejor imagen de calidad para estos productos. Aunque el armagnac (armañac) presume de ser más
antiguo en la elaboración que el coñac y en tener como figura emblemática a D´Artagnan, el aguerrido mosquetero gascón
que además sabía disfrutar de los encantos de la vida.
El brandy español
Cuando se empezó a elaborar se conocía y etiquetaba como coñac. A su imagen y semejanza se hizo al principio, aunque en
1910 Cognac consiguió la denominación de origen y con justicia ha pedido y conseguido que no se pudiese llamar así al
licor español, que aun siendo similar tiene importantes diferencias. Como ejemplo de lo mal que sentó en España la prohi-
bición francesa, en la vigésimo segunda edición del Diccionario de la Real Academia Española dice a propósito de la palabra
brandy: “Nombre que, por razones legales, se da hoy comercialmente a los tipos de coñac elaborados fuera de Francia y a
otros aguardientes”, lo que no dejaba de ser una visión muy curiosa de nuestros académicos. Tras algunos intentos de seguir
la estela del coñac, para lo que se buscó un nombre apropiado que estuviese entre el que nos prohibían los franceses y el re-
comendado por los expertos, que era brandy y no lo conocía nadie, se constituyó un jurado en 1950 y entre sus miembros
estaba nada menos que José María Pemán. Las propuestas fueron múltiples y se optó por jeriñac, aunque como alguien ad-
virtió que la ñ no existía en muchos idiomas se propuso también jerinac. Como la situación económica, social y política no
era óptima y no había muchas cosas que se pudiesen criticar sin que actuase la censura, se encontró un filón en el término y
se multiplicaron los chistes y bromas. Repetidamente se oyó la de un señor que llegaba a un bar, pedía por favor un jeriñac
y el camarero le contestaba “Sí, al fondo, a la derecha”. No hay que aclarar que la propuesta no triunfó, los bodegueros em-
pezaron a etiquetar al producto como brandy y poco a poco el término se impuso.
La producción se concentró en Jerez, aunque había marcas en diferentes lugares, como Málaga, Cataluña, Murcia, Dai-
miel y otros pueblos de La Mancha en donde además se hacían holandas para muchas firmas extranjeras y españolas. Los
productores de brandy aprendieron a hacerlo muy bien, casi todos viajando a Charente, aunque no se renunció al añejamiento
en toneles jerezanos y el resultado es que el producto mejoró mucho. Se le otorgó una denominación específica al brandy de
Jerez, que se hizo un sitio en el mercado español y en el mundial, porque se exportó bastante sobre todo a Filipinas, que
continúa siendo el primer importador, y a los países hispanoamericanos. Aunque se sigue elaborando en otras regiones, el
brandy de Jerez es la bebida espirituosa más importante de cuantas se elaboran en España, con un volumen de producción
en torno a los 60 millones de botellas al año, de las cuales un 60% aproximadamente se consume en el mercado nacional y
un 40% se exporta.
Espirituosos de frutas
De la misma forma que de la uva se obtiene el vino, de la manzana se obtiene la sidra, porque en principio de cualquier zumo
de fruta se puede conseguir que fermente y el azúcar se transforme en alcohol. En la práctica, el problema reside en la calidad
del producto obtenido y además en el coste, que puede ser muy elevado.
El calvados se obtiene de la sidra y aunque su creación es francesa el nombre procede de un barco español, “El Salvador”,
que naufragó en las costas normandas y al lugar, por deformación, se le llamó primero Calvador y después Calvados, lugar
apropiado para el cultivo del manzano y para la obtención de aguardiente de sidra. Es un excelente licor, que durante mucho
tiempo fue de consumo casi exclusivo en Bretaña y Normandía, pero durante la Primera Guerra Mundial, normandos y
bretones se proveyeron de calvados para combatir los fríos, lo que ayudó a difundir el producto y más tarde, en la belle époque,
se puso de moda en París, utilizado en una versión del mazagran, similar a nuestro carajillo, para animar al café.
296 Alimentos con historia
También se hace aguardiente de sidra en Estados Unidos, en donde se le conoce como applejack, que presenta dos ela-
boraciones muy distintas, porque la destilación en un caso es por el sistema tradicional y en el otro se hace congelando la
sidra a -20 ºC bajo cero, y como el punto de congelación del agua y el alcohol es muy diferente, se separan los componentes
en una especie de destilación en frío.
Asturias y el País Vasco también son productores de sidra y en los dos sitios se hace aguardiente de manzana, pero sin
demasiado éxito a pesar de que puede ser excelente, como el desaparecido Colloto, del que disponía de unas cuantas botellas
Adrián Piera procedentes de una empresa familiar. Las administraba muy bien, pero en un cumpleaños tuve la oportunidad
de disfrutarlo y garantizo que era excelente.
El kirsch es un aguardiente de cerezas amargas, entre las que una variedad, la maraska, da lugar a un aguardiente especial
conocido como marrasquino. Francia y Suiza son los principales productores y en España se ha empezado a elaborar un
aguardiente de cerezas en el valle del Jerte, seco y muy aromático, que está teniendo mucho éxito.
En algunos países de Centroeuropa hacen aguardiente de albaricoque, que comercializan con el nombre de apricot o de
barack, que cuando es húngaro se conoce como barak palinka. En Inglaterra se elabora un apricot brandy con albaricoques en
maceración que se utiliza bastante en coctelería. Con ciruelas se hace el slivovitz, que era la bebida de la antigua Yugoslavia
y hoy se sigue valorando muy bien en los países que en su día la conformaron.
Los anises
Los anises merecen especial atención porque, aunque el consumo está en retroceso, sigue siendo bebida típica de muchos
países y entre ellos España, Francia, Grecia, Turquía y en general en la mayoría de los países mediterráneos. La utilización
de los aguardientes anisados, por destilación o maceración en aguardiente vínico, tiene un origen medicinal, porque las pro-
piedades del anís hacen que se recomendase en algunos procesos intestinales, en casos de digestiones difíciles, para atajar in-
fecciones, como se pretendió hacer con el cólera en 1884, e incluso para “ablandar” los catarros. La realidad es que el anís en
su doble procedencia, Pimpinella anisum e Illicium verum, conocido como anís estrellado o badiana, tiene comprobados
efectos eupépticos. La utilización del anís en medicina inicialmente fue con frecuencia con el vino como excipiente, pero
cuando comienza la destilación de los alcoholes, la unión de ambos productos fue inmediata.
El anís puede destilarse partiendo de alcohol vínico, al que se le agregan granos de anís, o añadiendo al alcohol ya destilado
granos de anís en maceración, o un jarabe elaborado con una cocción de las semillas. Chinchón, Ojén, Rute, Cazalla, Tarra-
gona, etc., fueron importantes puntos de producción de anís. Surgieron marcas como La Praviana, Las Cadenas, Chinchón,
Machaquito, La Asturiana, El Mono, que nació en Badalona pero el nombre está inspirado en Monóvar (Alicante) en donde
se elaboraba anís y la epidemia de cólera de finales del siglo XIX respetó a la población, a diferencia de los pueblos limítrofes.
Apocopando el nombre, se pedía una copa de “mono” y el propietario de la fassina de Badalona diseñó una etiqueta con un
gran mono. Una circunstancia curiosa contribuyó a difundir el consumo, que fue el diseño de una botella con picos que,
además de diferenciar la bebida, terminó siendo un folclórico instrumento musical, que los expertos aseguran que debe
tocarse con una cuchara.
El consumo de anís se generalizó en España. Fue durante muchos años la bebida alcohólica preferida y con ella se “mataba
el gusanillo” en las zonas rurales, o simplemente se desayunaba, como se cuenta que se hacía en Madrid en donde una porra
o un churro se embebían de anís para poder comenzar la jornada laboral. Los más refinados tomaban “palomitas” de aperitivo
a imitación de lo que los franceses hacían con Pernod, o a media tarde con un azucarillo. El anís perduró en el consumo,
entre otras cosas porque se hicieron diversos tipos con graduaciones muy variables, desde los ligeros anisetes que no llegan
a los 20º alcohólicos hasta el Chinchón de cápsula morada que alcanza los 74º alcohólicos, pero poco a poco se fue sustitu-
yendo por el brandy, cuando todavía se llamaba coñac, y el “sol y sombra” fue recomendado final de las comidas. Especialmente
si habían sido copiosas, porque era, o al menos así se creía, la mejor forma de hacer la digestión.
Las bebidas anisadas tienen la ventaja de que pueden admitir aromas y sabores de especias, flores, hierbas aromáticas y
el resultado es la profusión de bebidas que se producen. Con anís, canela y corteza de nuez moscado se popularizó el Marie
Brizard, que tomó el nombre de su inventora y cuentan que se convirtió en la bebida preferida de madame Pompadour. Con
fórmulas secretas se elaboraron el Pernod y el pastís, que tenían tanto grados que se diluían con agua. Con anís y ajenjo se
elaboró la absenta, “el Hada Verde” que hizo adictos a artistas tan valorados como Toulouse-Lautrec o Van Gogh, hasta que
fue prohibida, aunque no con éxito rotundo, por sus efectos negativos sobre el sistema nervioso. En Italia se impuso la sam-
buca, que es un anís aromatizado con semillas de sauco y que se sigue tomando como digestivo en Roma, en donde si se
añade un grano de café tostado recibe el nombre de sambuca con mosca, alternado con los amaros y con la grapa. En Turquía,
y con venta en todo los países del Mediterráneo oriental, se elabora el raki, que utiliza anís estrellado, y en Grecia hacen dos
tipos de anís que son el ouzo, que diluido en agua se consume como aperitivo, y la mastika, que también lleva regaliz y resina
Aguardientes y licores 297
El tequila
La elaboración de licores a partir del agave es antigua
y entre ellos tuvo especial importancia el mezcal, una
bebida fermentada de variada riqueza alcohólica. Fue
a finales del siglo XVII cuando se establece una facto- Anís VENCEDOR
ría en Tequila, que es una localidad del estado de Ja- ZARAGOZA. Mangrell. [1930]. Cartulina litografiada. 49,5 x 34,7 cm.
lisco, en donde se prestigió un aguardiente procedente
del agave azul, que tiene denominación de origen y que puede elaborarse en los estados de Jalisco y Tamaulipas y en parte
de los de Nayarit, Guanajuato y Michoacán. Las plantas se recolectan aproximadamente a los diez años, una vez desprovistas
de las hojas mediante la “jima” se obtiene el corazón del agave, que tiene la apariencia de una gran piña. Se someten a un pro-
ceso de cocción con vapor a presión, mediante el cual los hidratos de carbono complejos se transforman en fructosa y sacarosa,
incluidas en una especie de jarabe que se enriquece con azúcar o melazas de caña y se procede a inducir su fermentación.
Una vez obtenidos los mostos comienza la destilación y a continuación la crianza, de la que según lo prolongada que sea se
obtiene el tequila blanco (o plata), joven (oro), reposado, añejo y extraañejo. El término reserva no está reglado y en general
lo emplean las casas comerciales para las calidades supremas de los tequilas de prolongada crianza. Es una bebida en auge,
cada vez más extendida y exportada que además tiene la propiedad de comportarse muy bien en coctelería.
Ginebra
El origen de la ginebra se remonta al siglo XVI, cuando Franz de le Boë, conocido como Silvyus, catedrático de Medicina
de la Universidad de Leiden (Holanda), elaboró por primera vez un producto llamado jenever, hecho con aguardiente, en el
Aguardientes y licores 299
que maceró bayas de enebro, cardamomo y angélica, que recetó como diurético. Como el producto gustó y se abarataron
costes sustituyendo el alcohol vínico por el de cereales, la ginebra holandesa llegó a todo el mundo, como mercancía o como
bebida de avituallamiento de los marineros, aprovechando que la expansión comercial holandesa era muy amplia en esos
años de finales del siglo XVI y principio del XVII.
En 1689, el holandés Guillermo de Orange accede al trono de Inglaterra y los ingleses, que ya conocían la bebida,
acortaron el nombre llamándola simplemente “gin”. Se transformó el proceso porque mientras los holandeses la elaboraban
con aguardiente de cereales, conocido como vino de malta, con recuerdos sápidos a los granos de origen, los ingleses per-
feccionaron la destilación hasta conseguir un aguardiente muy neutro, sin sabor, porque de dárselo se encargó a las bayas
de enebro, que se siguen utilizando, y la producción y el consumo se extendieron, pero la calidad disminuyó. Tanto que
en 1736, y ante los problemas causados, se prohibió la fabricación, venta y consumo mediante la disposición conocida
como Gin Act. La consecuencia fue que proliferaron las destilerías clandestinas, hasta el punto que, según un documento
oficial, en Londres se vendía ginebra clandestina en una de cada cinco casas, aprovechando que el alcohol no pagaba im-
puestos, por lo que cerveza y ginebra tenían un precio muy similar, pero como es lógico si la calidad de la cerveza podía
ser buena, lo normal es que la de la ginebra fuera detestable, por lo que su consumo produjo repetidas y graves intoxica-
ciones.
Para corregir la situación se legisló el pago de impuestos y se reforzó la vigilancia. La decisión fue positiva, porque
se reguló la fabricación y se instalaron excelente destilerías, que prestigiaron la nueva ginebra conocida como London
Dry, que se convirtió en la mejor del mundo. Aprovechando la circunstancia exigieron la utilización de agua de Londres,
lo que significaba la limitación de la elaboración al término municipal. En el barrio de Chelsea se instaló, a principios
del siglo XIX, la Beefeater, que puso como imagen en la etiqueta la figura de los soldados que guardan la Torre de Lon-
dres.
Allí donde llegaban los ingleses exigían el consumo de ginebra y por eso se inventó el gin-tonic, que tenía como misión,
merced a la quinina que caracteriza al agua tónica, contener la malaria de los soldados y civiles ingleses en la India.
En el siglo XVIII, como consecuencia del Tratado de Utrech, Menorca fue ocupada por los ingleses, que exigieron el
suministro de ginebra, pero como no había alcohol de cereales empezaron a fabricarla con alcohol vínico y, de esta forma,
nació una de las mejores ginebras del mundo, la Xoriguer.
Ron
Aunque hay quien afirma que los árabes destilaron melaza de caña en la costa granadina y produjeron el primer ron del
mundo, la realidad es que la historia comienza cuando en el segundo viaje de Cristóbal Colón se llevó caña de azúcar a Amé-
rica, porque fue en las recién descubiertas tierras en donde se empezó a hacer esta bebida.
Parece ser que fueron esclavos negros los que dejaron fermentar el guarapo (jugo de la caña de azúcar), que les alegraba
y reponía, pero no se sabe muy bien dónde comenzó a producirse el destilado. Son varias las islas antillanas en las que se
asegura que comenzó a elaborarse, pero lo que está claro es que la palabra ron se menciona por primera vez en 1650, en do-
cumentos fechados en Barbados, para referirse a la bebida que elaboraban los colonos ingleses. Richard Ligon describe esta
bebida y afirma que es infernalmente fuerte, tanto que también se conoce como kill devil (mata diablo) y rumbuillon en los
territorios de colonización inglesa y en los de habla francesa rhum o rum, que es como aparece en una orden de 1661 del go-
bernador general de Jamaica.
El ron fue en poco tiempo la bebida del Caribe y de los visitantes, incluidos piratas, bucaneros, corsarios y filibusteros,
y se convirtió en un factor económico de importancia durante los siglos XVII y XVIII para Barbados, Haití, Cuba, Ja-
maica, Guadalupe, Martinica, Trinidad, Puerto Rico y en general para todos los territorios en los que se producía caña
de azúcar, debido a que la exportación a Europa fue creciendo, hasta el punto de que la competencia fue tan grande que
en Francia se prohibió en 1713 la importación, que estuvo en vigor durante cincuenta años, para proteger a los destilados
vínicos autóctonos. También se exportó a Estados Unidos, hasta que se establecieron destilerías en Nueva York y en
Nueva Inglaterra, desde donde una parte se enviaba a África, para ser cambiado generalmente por esclavos y en ocasiones
por oro o marfil.
Hay diversos tipos de ron, aunque todos proceden de la caña de azúcar. Se pueden resumir en el que se empezó a
producir a finales del siglo XIX, cuando cayó el precio del azúcar y se aprovechó el jugo de caña fermentado, conocido como
rhum agricole, y el que se obtiene de las melazas conocido como ron industrial. También influyen el alambique utilizado, dis-
continuo en las islas de habla francesa o continuo en Cuba, el envejecimiento en roble, etc., y el resultado final es que hay
tres tipos fundamentales: ron sin envejecer, que es transparente y se conoce como blanco, ron con caramelo para darle color
llamado dorado, y el viejo, mantenido en barrica entre tres y seis años, que es el más preciado.
300 Alimentos con historia
Whisky
Dicen los escoceses que fueron los celtas los que les transmitieron
la forma de hacer el whisky y los irlandeses, que también se con-
sideran los creadores de la bebida, dicen que fue san Patricio, que
vivió a finales del siglo IV y principios del V, el primero que hizo
whiskey, porque ellos lo escriben con una “e” añadida. Para reforzar
la paternidad del licor añaden que san Kevin, monje irlandés del
siglo VI, aprendió a destilar cereales en Egipto y que en la abadía
en la que oficiaba enseñó a los discípulos a elaborar tan preciada
bebida.
La primera referencia escrita al licor, todavía denominado
aqua vitae, se hace en 1495, en el Registro del Tesoro Escocés, en
donde hay un apunte de “seis fanegas de malta de fray Juan Cor
para destilar, que equivalen a unas 1.500 ánforas”. Como en el caso
de los demás aguardientes su fin era terapéutico, pero los desma-
nes hicieron que se encargase al Colegio de Médicos de regular la
producción y el consumo. Entre otras medidas de promoción se
lo hicieron llegar a los ingleses, que se entusiasmaron con la nueva
bebida. Las destilaciones clandestinas que eludían impuestos au-
mentaron y hacía 1700 se encomendó a los agentes fiscales que
controlasen el comercio e Inglaterra por un lado, Escocia por otro
Rhum NEGRITA e Irlanda por su cuenta intentaron solucionar el problema, y aun-
Gelida. BARCELONA. [1920]. Cartulina litografiada en que en 1736 se ejecutó en Edimburgo a Andrew Wilson, impor-
relieve. 32 x 16 cm. tante contrabandista de whisky, y en esos años se detuvo a Mark
Eunson, miembro de la iglesia presbiteriana que guardaba el
whisky ilegal en el púlpito, no fue hasta 1823 cuando se unificó la legislación y se acabó con el problema, o por lo menos con
la mayor parte, aunque algunos gastrónomos británicos presumen de disponer de unas botellas clandestinas que les hacen
para su consumo exclusivo en las Highlands de Escocia.
Para hacer whisky, dicen los escoceses que hay que vigilar la calidad de las materias primas, que son agua, cereales, turba
y aire. El agua ha de ser purísima, de manantial, aunque en la actualidad se purifica. La cebada, que es el cereal elegido, tiene
que ser escocesa si el whisky es escocés, irlandesa si es irlandés e inglesa si es inglés, aunque Escocia que es el mayor productor
mundial importe cantidades importantes de cebada para cubrir su déficit productivo, pero en todos los casos es importante
el malteado, para que el almidón se haga soluble, se desdoble en azúcares y posteriormente estos se conviertan en alcohol. La
turba tiene muchas funciones que comienzan cuando filtra el agua, continúan cuando se usa para calentar los secaderos de
la cebada, en el proceso de malteado, porque da un aroma especial, y el aire limpio de las zonas en donde se ubican las des-
tilerías es el último factor que interviene en la calidad.
Hay dos tipos de whisky. Uno llamado “whisky de grano”, que se obtiene de cereales sin maltear, destilado en alambiques
continuos, y otro “de malta”, que se deja envejecer entre ocho y quince años y puede comercializarse directamente o mezclado
con el de grano y conocido como blended, que es el más consumido en el mundo. Por países se distinguen diversos tipos de
whisky y los más importantes, según Carlos Delgado, son:
– Whisky escocés. El más consumido, se caracteriza por su doble o triple destilación. Debe envejecerse en barricas de
Aguardientes y licores 301
roble y se distinguen dos tipos principales, que son el Highland, suave, intenso y aromático, y los Lowland, sabrosos,
ligeros y menos aromáticos.
– Whisky irlandés. Necesita tres destilaciones, por lo que es suave y delicado. Se envejece en barricas de roble durante
al menos siete años, que durante mucho tiempo se exigió que hubiesen contenido vino de Jerez. En la actualidad se
sigue apreciando la maduración en ellas.
– Whisky canadiense. Está fabricado con maíz y centeno y envejecido en roble durante tres años como mínimo.
– Whisky norteamericano. El cereal fundamental es el maíz, complementado con trigo, cebada o centeno. Hay distintos
tipos, de los que los más importantes son el bourbon, elaborado en Kentucky, y el Tennessee whiskey, que debe filtrarse
en carbón de arce, lo que le da un sabor y aroma especiales. Durante la Ley Seca, que duró de 1920 a 1933, todas las
ventas de alcohol fueron prohibidas en el país, pero el gobierno federal hizo una excepción para el whisky. Podía ser
comercializado si era prescrito por un médico y se vendía en las farmacias con licencia. Durante este tiempo, la cadena
de farmacias Walgreens pasó de 20 establecimientos a cerca de 400.
Hay más whiskys, entre los que destaca el japonés, que es muy similar al de Escocia; el galés, que utiliza un método de
destilación que es exclusivo y patentado, y el español, de tipo escocés con diversas elaboraciones como el Doble V, de Domeq,
y sobre todo el Dyc, que se hace en Palazuelos de Eresma (Segovia) desde 1959.
Otros licores
A partir del aguardiente y de los licores descritos se han hecho infinidad de combinaciones con éxito diverso y algunas muy
interesantes como la ratafía gerundense, que es un licor de nueces con historia, que tiene sus raíces en la copa que se tomaba
cuando se hacía un trato y al darse la mano se pronunciaba “rata fiat” (trato hecho); los ponches, el triple seco, con sabor a
naranja, Licor 43, licor de Valvanera, típico de La Rioja; el catalán Aromas de Montserrat, el calisay y otras elaboraciones de
difusión limitada. Entre los extranjeros destacan cointreau, muy utilizado en coctelería; curaçao; grand marnier, licor de
mandarina belga sobre base de coñac; baileys, hecho con whisky; el tía María; los amaros y amaretos italianos, etc., pero se
están produciendo cambios importantes porque cada vez tienen menos cabida los llamados artesanales.
La calidad, que muchas veces estuvo ligada a las palabras “casero”, “artesano” y otros términos que intentaban indicar que
eran productos selectos, pero que con frecuencia se podían sustituir por “clandestinos”, ha dado muchos problemas en la
salud. Lo que el consumidor busca es que se le garantice que las materias primas utilizadas son seguras, que los controles se
han realizado convenientemente y que haya detrás una firma que responda de la calidad.
Este libro ha sido impreso en septiembre de 2019 sobre papel estucado certificado por el Consejo
de Administración Forestal (Forest Stewardship Council, FSC en sus siglas en inglés), procedente de
fuentes responsabilizadas del consumo sostenible de madera y papel, en 150 g/m2 para las páginas
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