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staff
Directores
María Soledad Costantini | Leandro Pinkler
Editor General
Leandro Pinkler
Sección Letras
Editora
María Eugenia Romero
Asistencia
Eugenia Cesana | Ismael Pinkler
Fotografías
María Gabriela Pellegrini
Diseño
Adriana Manfredi - Agustina Zwiener
Producción Editorial
María Eugenia Romero
Impreso en
Gráfica Polar
Buenos Aires, Argentina.
Web Master
Alejandro Loredo Zuleta
Colaboran en este número Guillermo Sucari, Pablo Maurette, Esteban Ierardo, Olivia
Cattedra, María del Carmen Calvo, María Eugenia Romero, Andrea Paula De Vita,
Valentín Romero, Francisco García Bazán, Bernardo Nante, María Zambrano.
Aspectos de lo femenino
70 Con voz de mujer
Por María del Carmen Calvo
80 La amenaza de Lulú. Las fuerzas elementales
del principio femenino en la vida moderna
Por María Eugenia Romero
88 La tradición musulmana y la interpretación de lo femenino
Por Andrea Paula De Vita
thesaurus
144 El rey y el cadáver
Extracto de los cuentos de Heinrich Zimmer
152 El Jefe Seattle
editorial
Cada uno de nosotros es un símbolo –sýmbolon– de ser humano por haber sido seccio-
nado de uno en dos. ( Platón Banquete 191 d 5 ).
La frase conlleva toda una serie de significados y nos sirve a la vez como una
descripción sintética de lo que la palabra símbolo significa etimológicamente.
Sýmbolon en griego deriva del verbo symbállein : arrojar –bállein– conjuntamente,
por el prefijo sym. Y esta expresión tiene su origen en el hecho concreto de que
para indicar que alguien tenía una función, como una contraseña, se partía un
objeto por la mitad– una tablilla, una cerámica, una vértebra animal –y se daba
cada mitad a dos personas. Al volverse a poner juntas, como la forma de partirse
marca claramente la pertenencia de una a otra, se atestiguaba la autenticidad
de quien la traía. Así al mostrar una parte, el sýmbolon, tiene que unirse con la
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otra para precisar su mutua relación en la unidad que las contiene. Del mismo
modo la imagen platónica muestra que cada ser humano es un sýmbolon del ser
humano primordial en su integridad que fue partido en dos, y por eso tenemos el
deseo de integrarnos eróticamente. El mito del Uno que se convirtió en dos tiene
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muchas versiones –como la del Brihadaranyaka Upanishad en la tradición de la
India– y describe de forma nuclear la esencia de lo simbólico como acto de unión
de lo que está disperso, recordándonos tanto la marca de nuestra fragmentación
constitutiva como nuestro deseo de unidad.
Leandro Pinkler
Abril de 2010
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La presencia de la diosa
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Guillermo Sucari: Historia (UBA). Miembro del grupo de investigación del Centro
de Estudios Ariadna.
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A la Tierra, Madre Universal, cantaré, la de buenos fundamentos,
primigenia, que alimenta todo cuanto sobre la tierra existe;
tanto lo que por el suelo divino camina como lo que el ponto recorre
y cuanto vuela: todo ello se alimenta de tu riqueza.
Gracias a ti se vuelven los hombres ricos en hijos y frutos, augusta;
de ti depende el darles la prosperidad y el quitársela a los mortales hombres.
colectivas, práctica que era habitual durante el Neolítico. La mayoría de los ente-
rramientos tenían forma de huevo o seguían la figura del triángulo púbico, con
pasillos interiores que salían a patios que dibujan en su recorrido el perfil de una
madre con las piernas abiertas como en posición de parto. Así la tumba era con-
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cebida como la matriz generativa en la que el muerto era colocado en posición
fetal, como quien queda esperando nacer.
En los sepulcros, la Diosa Madre es expresión de la unidad integradora de la
vida y la muerte en un ciclo común de nacimiento, muerte y regeneración, que
el hombre antiguo supo percibir e integrar en un mismo plano cósmico, en el
cual la muerte es preludio de un nacimiento y en el que rige una sola ley: la de la
materia, por la cual todo es perecedero, solo la tierra es eterna.
Para Marija Gimbutas, quien ha dirigido personalmente durante veinte años ex-
cavaciones arqueológicas en buena parte del territorio europeo, la evidencia no
solo está dada por lo hallado, sino también y a veces de modo mucho más signi-
ficativo, por lo no hallado: “No hay huellas en el arte paleolítico de figuras mas-
culinas ni del papel paterno en el proceso de procreación”, afirma la arqueóloga.
Aunque menos concluyentes, encontramos entre los especialistas una opinión
común en tres cuestiones fundamentales: la omnipresencia divina de lo femeni-
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Venus de Willendorf
no, la vasta propagación de su culto y la evidente subordinación de lo masculino
a lo femenino.
En la religión minoica que floreció en Creta durante la Edad de Bronce podemos
constatar este predominio. Antes de la llegada de los griegos a la isla no hallamos
ningún indicio de ciudades amuralladas, ni de armas de ningún tipo. Del mismo
modo las policromáticas imágenes decorativas halladas, en ningún caso repre-
sentan escenas de guerra, por lo contrario, el legado de los exquisitos artistas
minoicos abunda en motivos naturistas. Tampoco encontramos imágenes que
representen deidades masculinas, en cambio se reconoce claramente a la diosa
serpiente y el culto al toro, animales asociados a las fases lunares, a los ciclos de
la vegetación, a la fertilidad de la tierra, en suma, toda una simbología propia del
sistema mitológico de la Diosa Madre. La serpiente al mudar su piel es símbolo
de la continua regeneración de la naturaleza, del permanente ritmo creador de la
vida; a veces representada como ouroboros, la serpiente que se rodea a sí misma
y devora su propia cola, simboliza la eterna rueda de la vida, la continuidad más
allá de la muerte.
En las escenas retratadas predomina de forma notable la presencia de mujeres
en procesiones, sacrificios, danzas, lo que parece otorgar a la civilización creten-
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se todos los rasgos propios de una cultura de tipo matriarcal. Con las evidencias
que contamos no podemos decir mucho más que esto. La carencia de textos de la
época no permite que sea desplazado al ámbito político o social el incuestionable
predominio de lo femenino comprobado en el plano simbólico. Resulta forzado a
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Tal cual lo advirtieron estudiosos como Walter Otto, Mircea Eliade o Karl Kerén-
yi, todos los acontecimientos del hombre de la antigüedad seguían el curso de
sus más sagradas creencias. Antes que todos ellos, así también lo entendió el
jurista y antropólogo suizo Johann Jacob Bachofen (1815-1887), quien, con sus
estudios basados fundamentalmente en la interpretación de los mitos, acuñó la
teoría del matriarcado en su obra publicada en 1861, Das Mutterrecht, traducido
como El derecho materno, sacando a la luz el lugar que la mujer ocupaba en el
mundo antiguo.
Su lúcida investigación se abrió paso en un camino inexplorado hasta entonces,
dando respuestas a preguntas que en su tiempo aún no habían sido formuladas,
por lo que su particular enfoque encontró reacciones de lo más diversas, desde la
más absoluta indiferencia y rechazo, hasta adhesiones tales como la de Friedrich
Engels en su obra Origen de la familia, la propiedad privada y el estado que reco-
nocía que sus investigaciones eran “una revolución completa” para cualquier
estudio de la historia de la familia.
Como estudioso de la historia de las leyes –era profesor de Historia del Dere-
cho Romano en la Universidad de Basilea, ciudad donde también ejerció como
juez– Bachofen sabía que en el derecho romano se había organizado la jerarquía
patriarcal ya consagrada en Occidente. Pero también advirtió, y en ello radica la
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zado por los hombres, más dedicados a la caza y a la guerra; o también tomando
la definitiva decisión de asentarse y establecerse en un territorio. Abundan los re-
latos míticos con referencias al papel de la mujer poniendo punto final a la forma
de vida nómade. Muchas ciudades deben sus nombres a mujeres que han sido
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verdaderas heroínas en su fundación; quizás el caso más célebre es el de Roma,
como se llamaba la cautiva troyana que llega hasta las orillas del Tíber integrando
el grupo que desde Troya había partido con Eneas. Cansada de andar errante y
con la firme intención de poner término a su viaje, la joven Roma convence al
resto de las cautivas que prendan fuego a las naves, lo que determinó la perma-
nencia de todos en el monte Palatino, asentamiento original de lo que sería la
ciudad de Roma, que conserva en su nombre el homenaje a su mítica heroína.
En el pasaje de una fase a la siguiente, tuvo lugar la más curiosa y estereoti-
pada figura que dio el fenómeno matriarcal: las Amazonas, quienes a menu-
do son citadas como una formación típica del poder matriarcal, pero por el
contrario, son su desviación extrema, surgidas como consecuencia de aquel
hetairismo, son el resultado de la natural reacción al estado de sometimiento
en que se encontraba la mujer.
El fenómeno amazónico no pertenece a ningún pueblo en particular, es más
bien un hecho histórico que se halla en los orígenes de los pueblos antiguos, sin
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Deméter
tener una exclusiva localización, pues hay testimonios de la existencia de grupos
de amazonas en las montañas del Cáucaso, en Tracia, en Africa, en la región del
Danubio. El nombre griego amazón significa “que no tiene pecho”, nombre que
deriva de la costumbre de cortarle un seno para facilitar el uso del arco. Víctimas
de aquel estado de promiscuidad primitiva, las mujeres sojuzgadas y abusadas
por los hombres, se organizan en bandas armadas. Han alcanzado el extremo
más radical asumiendo la más varonil de las empresas: la guerra, que solo aban-
donarán al reencontrarse con su vocación natural, la maternidad, ahora regulada
bajo el marco protector del matrimonio, que rompe el poder masculino y amplía
los límites del derecho materno hasta constituir un nuevo estado de derecho, el
de la ginecocracia.
Decíamos que la diosa rectora de la fase matriarcal es Deméter, la diosa nutricia
que propicia los granos y enseña a los hombres los secretos de la vida agrícola,
tal como se relata en el Himno a Deméter. La etimología que carga su nombre da
cuentas por sí sola de su naturaleza: métēr, término griego que es traducido por
“madre”, y el primer componente De- se asocia con Gê, que significa “Tierra”.
En torno a la figura de esta Tierra Madre se conforma el culto de misterio más
sagrado del mundo antiguo, que durante más de mil años tuvo su sede en la ciu-
dad de Eleusis, próxima a Atenas. Allí todos los años se evocaba el reencuentro
de Deméter con su hija Perséfone, quién regresaba del inframundo, a donde
había sido raptada por Hades. La reunión de las dos diosas, madre e hija, al
tiempo que era una metáfora de los ciclos anuales de la vegetación, celebraba en
la travesía de Perséfone, la recíproca relación de la vida y la muerte en un eterno
ciclo cósmico.
Los llamados cultos de misterio tienen su fundamento en las prácticas cultuales
relacionadas con la creencia en la Diosa Madre como deidad rectora de la exis-
tencia. Estos rituales han sido los más importantes de la antigüedad y también
los más característicos del paganismo. Desde luego, los de Eleusis no fueron
los únicos. Los más antiguos parecen corresponder a la religión egipcia con los
rituales de iniciación vinculados a Isis y Osiris y también los mitraicos de origen
indoiranio. Todos ellos mantuvieron plena vigencia en tiempos del imperio ro-
mano hasta que el cristianismo, ya firmemente arraigado en Occidente derribó
todos los cultos paganos en el siglo IV.
En la mitología y en la lengua griega advertimos la reunión que convoca a la tie-
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rra, los dioses y las leyes. La misma palabra nómos que viene a designar la “ley”,
también refería a los campos que se repartían para el pastoreo; el término krités
que traducimos por “juez”, de donde deriva “criterio”, proviene de la “criba”,
utensilio para separar los granos. Asimismo, Deméter, la diosa que ha enseñado
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a los hombres el don de la agricultura es también Thesmófora, la diosa legisla-
dora, pues de la tierra no solo brotaron los frutos, también surgió la ley. Todos
los años, durante tres días las esposas de la Hélade celebraban los misterios de
las Thesmoforias, festividades exclusivas para mujeres. Allí se evocaban las bodas
infernales de Perséfone con Hades y en esa ocasión Deméter, la Diosa Madre,
revelaba los thesmoi, los preceptos de la vida civil y el matrimonio, asociados a la
agricultura, pues la semilla que se hunde y al morir entrega su fruto, es metáfora
del descenso de Perséfone, su unión matrimonial, y luego su regreso es la vida
que brota de la tierra. La agricultura y la ley matrimonial surgen del mismo seno
y forman parte del mismo período histórico y cultural. Una no puede ser pensa-
da sin la otra, afirmación que es posible verificar en Aristóteles que nos dice que
la relación matrimonial carecía de un término propio que la nombrara, de hecho
el que él utiliza es sýzeuxis, que alude a los animales sujetados por el mismo yugo
(Política 1253 b).
Aún sin contar en su tiempo con las evidencias arqueológicas que más tarde da-
rían sustento a su investigación, Bachofen comprendió que sin el lenguaje de los
mitos todo el legado del mundo antiguo sería poco menos que incomprensible,
y se valió de ellos para señalar un orden más arcaico donde sitúa los orígenes de
nuestra cultura.
En la lectura particular de dos mitos, Bachofen halla el tránsito del antiguo ma-
triarcado al patriarcado. El primero de ellos es un curioso relato que se remonta
a los tiempos míticos de Cécrope, primer rey de Atenas, que da cuenta de la
disputa de los dioses Atenea y Posidón por el dominio de la ciudad. La diosa
hizo brotar de la tierra un olivo y el dios con su tridente abrió una fuente en la
acrópolis. Había que decidir cual de los dos sería el símbolo a adoptar por la ciu-
dad y en consecuencia qué dios sería su protector. Para dirimir la cuestión, Zeus
designó a los doce dioses olímpicos como árbitros, quienes se inclinaron a favor
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las Amazonas derrotado por Teseo. Allí, sobre los despojos del poder femenino
vencido se hunde en el ocaso el antiguo derecho de la tierra.
Apolo y Atenea en la tragedia de Esquilo, representan el mundo olímpico, so-
lar, luminoso y masculino. Son los dioses jóvenes que defienden el derecho del
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padre frente a las primitivas erinias, representantes del derecho materno. Para
ellos Orestes no ha cometido crimen, por el contrario ha obrado en defensa de la
inviolabilidad del nuevo derecho paterno. La diosa Atenea decide con su voto la
sentencia a favor de Orestes.
En La Orestía, se invierten los símbolos y la procreadora vitalidad femenina que-
da subordinada al patriarcado que los dioses consagran, tal como Apolo lo pro-
clama en un pasaje revelador: “No es la que llaman madre la que engendra al
hijo, sino que es solo la nodriza del embrión recién sembrado. Engendra el que
fecunda, mientras que ella solo conserva el brote” (v. 658).
La relación madre-hijo es una relación material, en tanto la madre, como la tie-
rra, es portadora de vida y de alimento. Ella es quien da la vida y el hombre es su
criatura. Esta ley primordial de predominio de lo femenino sobre lo masculino
fue la que naturalmente culminó en la ginecocracia. En cambio la paternidad no
es perceptible desde lo sensorial, su relación con el hijo es netamente espiritual.
Al instaurarse el patriarcado el hombre se aleja de la naturaleza, se libera de la
materia y se proyecta hacia lo trascendente, quizás para disolver el terror que
dejaba al desnudo la fragilidad de la existencia.
Esto es lo que Bachofen considera la consumación apolínea del patriarcado, la
definitiva superación del antiguo derecho telúrico. El principio apolíneo ha con-
frontado aquí con el demétrico y en esta instancia de apogeo olímpico, Apolo
guía hacia una paternidad, que si bien no niega a la madre, acaba por transfor-
mar los lazos filiales, de modo que ahora resulta concebible una figura novedosa:
la adopción2, porque la unión padre-hijo lejos de ser una unión material, resulta
una creación espiritual sujeta a un marco jurídico.
Sin dejar de lado la compleja perspectiva de la historia, podemos afirmar que Occi-
dente, desde sus mismos orígenes, ha asumido la definitiva imposición del patriar-
cado que triunfal se extiende a lo largo de la inmensa variedad del mundo griego,
desde los reinos micénicos de mediados del segundo milenio hasta las singulares
poléis de la época clásica; pasando luego por el cosmopolita helenismo hasta llegar a
Roma, donde encuentra un orden jurídico absoluto en el derecho imperial que pro-
pagó la ley paterna (patria potestas) de un modo riguroso a todos los órdenes de la
existencia, para por fin con el cristianismo, alcanzar la suprema elevación del espí-
ritu que entroniza en el cielo al nuevo soberano del mundo: el Dios Padre celestial.
Definitivamente la sede de la divinidad se elevó de la tierra al éter, del nivel
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Pero llegados a este punto cabe preguntarnos ¿cómo se dio semejante transfor-
mación? ¿Surgió del mismo seno de aquellas comunidades de pueblos agrícolas
que durante la primera mitad del Neolítico habían florecido a lo largo del conti-
nente europeo, o fue impuesta desde afuera?
Es posible rastrear históricamente este fenómeno y encontrar respuestas a estas
preguntas. Sucesivas oleadas de pueblos nómades provenientes de los confines
orientales de Europa, a partir del quinto milenio y a lo largo de tres mil años
sacudieron la vida pacífica de estas comunidades. El núcleo originario de esta
migración parece situarse en las estepas rusas que se encuentran entre los ríos
Dniéper y Volga. Son los llamados indoeuropeos, diversos pueblos emparentados
entre sí por una lengua y una cultura en común.
En Oriente podemos rastrear un fenómeno similar. Tribus semíticas provenien-
tes del desierto sirio-arábigo, se fueron desplazando en busca de tierras fértiles
hacia la Mesopotomia, donde se instalaron durante el tercer milenio. Los pri-
meros fueron los acadios quienes con la superioridad bélica que significó el uso
del arco y la flecha, lograron controlar rápidamente la región, integrándose a la
rica cultura sumeria preexistente y llegando a alcanzar, bajo el reinado de Sargón
I, el “Señor de las Cuatro Partes del Mundo”, el control de las ciudades del sur
mesopotámico.
Al considerar el modo impetuoso y concluyente con que se instauró la estructura
social patriarcal –tal como la encontramos hacia mediados del segundo milenio
en los reinos micénicos– se especula con la idea de que esta imposición fue el
fruto de una conquista sobre un sistema anterior que acabó aniquilado. Esta ha
sido la posición sostenida por Gimbutas, para quién la conquista de los indo-
europeos3 fue a tal punto violenta que significó la extinción de las culturas ma-
triarcales. La evidencia para Gimbutas está dada por los hallazgos arqueológicos
de armas, en especial hachas y puñales, que se encontraron a partir de estas
incursiones. Efectivamente los indoeuropeos tenían prácticas guerreras, y la do-
mesticación del caballo junto a la utilización de carros les significó una decisiva
ventaja al tiempo que les permitió una rápida expansión.
Tanto los invasores indoeuropeos como los semitas impusieron sus creencias.
Los conquistadores eran tribus guerreras que rendían culto a dioses celestiales
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que contaban con los poderosos atributos del relámpago, el trueno, el sol, en
fin, una mitología muy distinta a la de los pueblos de agricultores invadidos,
que durante miles de años habían vivido en una estrecha proximidad con la
tierra y la naturaleza.
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La Edad de Hierro trajo consigo profundos cambios en la vida de aquellas comu-
nidades que se vieron afectadas por la irrupción semita e indoeuropea, que cual
agitada ola se desplaza de este a oeste por Oriente y Europa durante el segundo
milenio. Los hombres descubren su poder en la fuerza de la guerra y se lanzan
a la conquista del mundo que les circunda. A medida que se van sintiendo más
poderosos, advierten que los antiguos cultos de la tierra ya no interpretan su
nuevo destino.
El eje simbólico se desplaza de los niveles más profundos de la naturaleza al
ideal heroico de la guerra, provocando una inversión del sistema mitológico pre-
existente, una verdadera sustitución de cultos: la tierra, el toro lunar y la luna
son símbolos que se derrumban ante las fuerzas del cielo, el león y el sol. El
primitivo toro cretense que en la danza ritual de la fertilidad era montado por
las sacerdotisas de la Diosa Madre,
tal como queda atestiguado en pin-
turas halladas en Cnossos (Creta),
queda destronado por el masculi-
no héroe solar que encarna Teseo y
que da muerte al minotauro en el
centro del laberinto.
Tanto las cosmogonías babilónicas
como el Génesis bíblico completan
una nueva dimensión sagrada que
se remonta al origen, a partir de un
principio ordenador masculino que
crea la vida. En estos relatos la po-
tencia femenina no conduce a una
prolífica divinidad tal como era la
Diosa Madre, sino más bien al caos
indiferenciado y disolvente anterior
a la creación. Es Yahvé venciendo
a la serpiente Ráhab (Libro de Job,
26:12-13) o a la bestia Leviatán (Sal-
mos 74:14), es Marduk dando muer-
te a la monstruosa Tiamat (Enuma
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taron sobre antiguas fiestas agrarias paganas. La fiesta de las antorchas que se
celebraba a principios de febrero, en tiempos de la siembra, se convirtió a finales
del siglo V en la fiesta de la Candelaria, que todos los 2 de febrero evoca la pre-
sentación en el templo de la Virgen con el niño a cuarenta días de su nacimiento.
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También la Asunción de la Virgen quedó establecida en el calendario en una
fecha coincidente con las fiestas que en tiempos de cosecha eran consagradas a
Ceres/Deméter. Seguramente en aquellos comienzos resultaba muy difícil dis-
tinguir entre la estatuilla de Isis con el niño Horus en brazos de la figura materna
de la Virgen María. La nueva Madre de Dios era la síntesis de todas las Diosas
Madres precedentes.
Entonces cabe preguntarse, como Campbell lo hace, si tras la gran variedad de
divinidades femeninas acaso sea posible hallar una línea que trazada desde fines
del Paleolítico, haya llegado a través de los milenios, hasta los mismos cultos
marianos de la América conquistada.
No pensamos esto en términos de la evolución histórica que de un sistema re-
ligioso haya conducido a otro sistema religioso, sino más bien como la concu-
rrencia de un complejo entramado simbólico que, desplegado diacrónicamente,
resultó ser un factor multiplicador de encuentros míticos superpuestos.
Arraigado desde los tiempos más remotos, el culto de lo femenino ha sido un
signo recurrente de la historia, un mitema, una figura primordial que se ha des-
plazado de mito en mito adoptando diferentes aspectos y conservando a pesar de
su lejanía, un significado que le ha sido propio, original, y que siempre reencon-
tró a lo largo del tiempo.
Bibliografia
Textos antiguos
Esquilo, La Orestía.
Heródoto, Historia.
Plutarco, Isis y Osiris.
Himnos Homéricos.
Apuleyo, El asno de oro.
1. Las erinias, son las furias aladas con serpientes por cabelleras que provienen de épocas arcaicas y habitan el
inframundo, como servidoras de la diké, la justicia divina, estos demonios femeninos encarnan la venganza y son
el brazo ejecutor y garantes implacables del orden divino en el mundo, tal como lo afirmaba Heráclito: “El sol no
traspasará sus medidas; si no las Erinias, asistentes de Dike [justicia], lo descubrirán”. Vuelven a la tierra únicamen-
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Una aproximación
al mito de Hécate
Pablo Maurette: (Buenos Aires, 1979). Licenciado en Filosofía por la Universidad de Bue-
nos Aires (2002). Máster en Estudios Bizantinos y de Antigüedad Tardía por la Univer-
sidad de Londres, Royal Holloway College (2005). Actualmente doctorando en Literatura
elhilodeariadna
Comparada en la Universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill. Autor de diversos ar-
tículos sobre neoplatonismo antiguo, medieval y renacentista. Tradujo “El antro de las
ninfas en la Odisea” y “Puntos de partida hacia los inteligibles” de Porfirio (Losada). In-
trodujo “Anatomía de la Melancolía” de Robert Burton (Ed. Winograd).
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elhilodeariadna
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deberá salir a medianoche cubierto con un hábito azul oscuro, darse un baño
purificador en el río y luego, llegado a un sitio secreto que Medea le indica pero
que el poeta no nos revela, tendrá que cavar una fosa poco profunda sobre la cual
derramará la sangre de una oveja negra recién degollada, junto con una libación
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de leche y miel. Acto seguido Jasón escuchará pasos y ladridos de los perros que
acompañan a la diosa en sus macabras teofanías. Jasón deberá evitar cometer el
error curiositatis de Orfeo, o de Pyche, y mantendrá la vista fija en la fosa. Si osare
mirar a la diosa, en vez de recibir su gracia será objeto de su furia desatada. A
diferencia de Jasón, el lector sí presencia el momento cumbre de la aparición. Se
trata de los treinta versos más impactantes de la poesía helenística.
El sol se sumerge detrás de las montañas de Etiopía, la Noche comienza a prepa-
rar sus corceles y Jasón, furtivo como un gato, atraviesa la oscuridad encapucha-
do en un hábito azul. Llega al sitio indicado, realiza el sacrificio y entre los humos
pestíferos del holocausto, espera la epifanía de la diosa que no tarda en llegar.
Escoltada por una jauría de perros que ladran y aúllan, Hécate aparece coronada
de serpientes haciendo temblar la tierra a su paso. Jasón, aterrorizado, contiene
su curiosidad y no se da vuelta. La diosa lo ayudará al día siguiente. Jasón pasa
las pruebas y se lleva consigo de vuelta a Grecia el vellocino y a Medea. El trágico
porvenir del joven matrimonio no tiene cabida en la narrativa de Apolonio, cons-
ciente quizás de que luego de Eurípides poco quedaba para decir acerca del final
demente y filicida de la sacerdotisa de Hécate. Unos siglos más tarde Séneca,
que adolecía de imprudencia estética, produciría una reelaboración de la tragedia
prescindible y redundante.
La Hécate de Apolonio ayuda a Jasón a superar pruebas viriles, la Hécate de
Teócrito, en cambio, asiste en cuestiones de magia erótica. El idilio segundo de
Teócrito cuenta la historia de una mujer despechada que decide acudir a Hécate
para vengarse de un ex amante ingrato. El retrato descarnado y brutal de una mu-
jer que ha enloquecido a causa del rechazo y el abandono de un hombre refiere
soslayadamente, es claro, a la tragedia de Medea. Simaita, la bruja de Teócrito,
se enamora a primera vista de Delfis, un atleta de miembros elásticos y piel
broncínea, y logra iniciar con él una relación tórrida, pero breve, a la que Delfis
pone punto final sin aviso ni explicación. Simaita entonces decide pedir la ayuda
de Hécate para preparar una poción que haga volver a Delfis a sus brazos y lo
enamore para siempre. La diosa acude una vez más en la oscuridad de la noche,
rodeada de perros en un despliegue de terror sacro similar al de la Argonáutica.
La Hécate de Teócrito se revela ante la bruja en el cruce de tres caminos. Ya en
el siglo V a.C. era común encontrar hecateos en cruces de caminos y en trivia, de
aquí la costumbre de representar a la diosa con tres cabezas, o tres cuerpos. Se-
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gún Pausanias fue Alcamene el primer artista en esculpir estas imágenes triples
de Hécate, que los atenienses denominaban “Hécate Epipirgidia.” Las tres caras
de Hécate pueden hacer alusión a las tres regiones sobre las que la diosa tiene
control, según Hesíodo (tierra, cielo y mar), a las tres edades de la mujer de-
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marcadas por la procreación (doncella,
mujer y anciana), o a las tres fases de
la luna (creciente, llena y menguante).
Luego de la teofanía Simaita le confiesa
a su sirvienta que si el hechizo no fun-
ciona recurrirá a otras hierbas nocivas
y envenenará a Delfis. Si bien Hécate
no parece quedar involucrada con el
maléfico plan b de Simaita, queda cla-
ro que la frontera entre magia amorosa
y magia negra es cada vez más difusa.
Pero para apreciar en detalle cómo la
diosa asistente, mediadora, terrorífica
y noctámbula se convirtió en patrona
de las brujas y madre de todos los ma-
les es preciso detenerse en la antigüe-
dad tardía.
En Los Oráculos Caldeos, una enigmáti-
ca obra escrita en el siglo II d.C., según
se cree, por un tal Juliano el Teúrgo, la
figura de Hécate adquiere una serie de
connotaciones por demás novedosas
y cuyo sentido es harto difícil de des-
entrañar. La diosa sigue desempeñan-
do el rol de mediadora entre mundos
disímiles, portadora de las llaves del
mundo de los muertos y del reino de
los cielos, pero en esta nueva narrativa
sincrética y artificiosa Hécate se con-
vierte también en la encarnación del
Alma del Mundo que Platón había in-
troducido como concepto mítico en el
Timeo. Para comprender mejor a qué
se referían estos magos y filósofos de
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Por Esteban Ierardo
Afrodita.
Y los poderes de la diosa del amor.
tudios Ariadna. Ha dictado numerosos cursos sobre filosofía, filosofía del arte, mitología
y literatura. Creador de la página cultural www.temakel.com. Autor de novelas, libros de
poesía y el libro de ensayos: El agua y el trueno. Ensayos sobre arte, naturaleza y filosofía,
Buenos Aires, ed. Prometeo.
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I
II
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baila, la lavan y tejen su vestido. Afrodita es la diosa “amiga de las sonrisas” (phi-
lommeidés). Es la áurea Afrodita porque resplandece con su corona y sus collares
de oro. Hace afables a las personas. Da encanto, endulza y suaviza el carácter.
Y su hechizo no puede ser resistido en su reino más característico: la liberación
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de la pasión sexual, el impulso erótico, el placer del sexo como fuerza vital ajena
a las convenciones que aprisionan el deseo en límites represivos. La pulsión eró-
tica signada por una restricción continua termina por mutarse en displacer. Pero
la diosa es la preservación del goce y el éxtasis sensual. El amor como experiencia
real y no como cumplimiento de un acuerdo previo. Por eso su amor es lo opues-
to del pacto matrimonial, del afecto estable y monogámico entre conyugues, mo-
delo representado por Hera, esposa de Zeus; es decir: es lo contrario del amor
que, muchas veces, es por compromiso a una norma vincular y no por pasión. Y
la promoción afrodisíaca de lo amoroso no debe ser confundida tampoco con la
modalidad platónica, cristiana o romántica del amor como estado de excelsitud
espiritual. El amor de la diosa siempre se derrama en la sexualidad física como
origen y medio; pero esta mediación corporal, como veremos luego, no supone
en modo alguno la atracción sexual agotada en una dinámica puramente instin-
tiva o biológica.
Y si Afrodita se somete en apariencia al lazo conyugal sólo es para corroerlo con
la osadía de la infidelidad, y la práctica erotizante del amor clandestino. Así se
casa con Hefesto, el dios herrero y cojo. Pero rápido se convierte en amante de
Ares, dios colérico de la guerra, de origen tracio.
Una de las pasiones amorosas más exaltadas de la diosa es la que experimenta
por Adonis. Cuando Mirra es convertida en árbol, de su vientre de madera nace
un bello y divino niño. Afrodita lo recoge. Pero además del desdén por la fide-
lidad matrimonial, también es parte del talante de la diosa la ausencia de todo
celo maternal. Lo entrega entonces a Perséfone. Pero ésta después se niega a
devolverlo. Zeus actúa como juez. Y decreta que el joven permanezca un tercio
de cada año con la esposa de Hades, hija de Deméter, y otros dos tercios con
Afrodita. Malherido por un jabalí, Adonis muere víctima de los celos de Ares.
Los “jardines de Adonis” de gran importancia en el culto oriental, se vinculan
también con la diosa.
Afrodita tiene un lazo esencial con Eros e Hímero. En la versión hesiódica, Eros
es un poder cosmogónico, fuerza primitiva involucrada en la expansión y cohe-
sión del mundo creado. Fuerza de la amplitud cósmica como también lo recuer-
da Erixímaco en su discurso en el Simposium platónico. En la trama mítica de
la diosa, Eros es el deseo amoroso, pulsión deseante que repite la integración
placentera de los sexos. Hímero es el anhelo del ser amado. Pero Afrodita tras-
elhilodeariadna
44
gante. En Hesíodo es madre de Harmonía, y ella le sirve en su deseo de unión o
armónica coincidencia de los amantes.
El pensamiento platónico, a través del ya aludido Simposium, interviene para di-
versificar la esencia y destino de la diosa. El filósofo de la Idea del Bien distingue
entre la Afrodita Urania, la nacida del cielo, diosa del amor puro e hija de Dione,
y la Afrodita Pandemo, Afrodita popular, diosa del amor vulgar. Dione es tam-
bién madre de la diosa según lo que canta Homero en el libro V de la Ilíada, una
deidad oracular original en Dódona, donde luego impondrá uno de sus cultos el
Zeus ligado a funciones rituales adivinatorias.
Y la diosa auspicia la extraña simbiosis para el hombre moderno entre prostitu-
ción y lo ritual y sagrado. Píndaro recuerda que Afrodita influye en las hieródu-
las, “siervas sagradas” (eufemismo para prostituta); “las doncellas hospitalarias”,
que entregan la miel de sus cuerpos deseables como acto de tributo religioso al
amor sexual que la diosa propicia. Es el culto a la Afrodita Pandemo en Corinto.
elhilodeariadna
III
flor, posible remisión al sagrado jardín de las Hespérides, el jardín como la na-
turaleza de la vida florecida. A un lado, el viento del Oeste, Céfiro, abrazado a la
ninfa de la brisa, Cloris, su esposa (Flora para los romanos), sopla y empuja a la
mujer sagrada para que, luego de su nacimiento de la espuma y entre lluvia de
47
flores, se acerque a sus primeros lugares de culto. Del otro lado, la espera una
de las Horas, ninfas de las estaciones. Esta es la ninfa de la primavera. Viste un
traje floreado. En su cuello pende una guirnalda de mirto, planta emblemática de
la diosa. La ninfa espera a la hija de la espuma para cubrirla con un manto. Los
misterios de Venus deben permanecer ocultos. Su comprensión como sustrato
mítico profundo depende de desciframientos simbólicos, incisivas intuiciones
de significados filosóficos replegados bajo la superficie de la iconografía y el re-
lato mítico.
En una primera interpretación, la Venus botticelliana expresa la Venus huma-
nitas: la síntesis de la unidad en el mundo sensible, y el suprasensible. En el
mundo natural la presencia de la diosa une en armonía la tierra, el cielo y el aire.
Pero desde la preceptiva neoplatónica, paradigma filosófico en Botticelli y la Flo-
rencia del Quatroccento, la belleza visible es cuerda extendida hacia la bella Idea
inteligible. La Idea de lo bello que, a su vez, se conjuga en equilibro con el amor
y la verdad. Amor aquí no de la sensualidad exaltada sino de un influjo puro o
suprasensible. Simbolismo en el que vibra el eco recuperado, por el paganismo
renacentista en las postrimerías de la edad media, del pensamiento platónico
en el que lo bello, el eros y la verdad se compenetran en unidad inescindible. El
modelo del rostro de la diosa pudo ser el de Simonetta Vespucci, de admirada
belleza, retratada por Piero di Cósimo, y exaltada en la Stanze de Poliziano. Pero
lo decisivo es el dejo melancólico de la diosa. Melancolía como invitación velada
a la contemplación intimista de los secretos de la deidad. Y, más allá, el conjunto
del cuerpo púdico y estilizado, la cabellera vital y el rostro apacible y melancólico,
vibra en la gracia. La gracia como manifestación de un pliegue de significado
espiritual no directamente perceptible.
El pudor es motivo iconográfico de la antigüedad pagana que, como un Pathos-
formeln de los estudios iconográficos de Aby Warburg, transmite un pathos dio-
nisiaco, un motivo visual que intensifica una expresión vital. La provocación eró-
tica por el ocultamiento pudoroso. Motivo procedente de una de las expresiones
escultóricas más célebres y prototípicas de la diosa, la Afrodita Cnidea o Afrodita
de Cnido. Obra del escultor Praxíteles tallada en Atenas por el 360 a.C. La diosa
se apresta, o ya ha consumado, el baño ritual de las Eleusiadas. Su epíteto de
Cnidia es por el pedido de los habitantes de esta ciudad de una diosa no abier-
tamente desnuda sino envuelta en un recato púdico y severo. Origen del gesto
elhilodeariadna
delicado que vela la sensualidad erógena del pubis. Además de la lograda fuerza
del erotismo por la sugerencia, Praxíteles recalca las formas curvilíneas del cuer-
po, formas que exhalan una sensación de dinamismo o movimiento en perfil
sinuoso, en “S” (herencia del contrapposto iniciado por Policleto); dinamismo
48
profundizado en la estatuaria helenística (el grupo del Laocoonte de Agesandro,
Polidoro y Atenodoro de Rodas, hacia el 150 a.C., como ejemplo preclaro). El
cuerpo en movimiento es efecto de la sorpresa que nace en la diosa al ser descu-
bierta. Entonces se inclina y caen sus vestiduras sobre una hydria o gran ánfora
para el agua. A lo que sigue el gesto delicado de recato que vela la intimidad. Este
arquetipo de la Venus pudorosa es el comienzo de largas secuencias de variacio-
nes posteriores. En la pintura, la diosa inspira variaciones célebres en El Ticiano,
Giorgione, o Velázquez con su Venus ante al espejo.
Y la diosa no sólo consiente en inmovilizarse en sus duplicados escultóricos,
idealizantes y simbólicos. También preside el proceso contrario: de la estatua
(evocación estática de la vida idealizada) a su efectiva vitalización. Núcleo del pro-
tagonismo de Afrodita en el mito de Pigmalión y Galatea. El escultor se enamora
de la belleza inmóvil de una escultura. Pero la diosa usará un don de la meta-
morfosis para convertir lo inmóvil en prolongación de su belleza viva y graciosa.
Detrás del acto que encastra mito y arte, lo afrodisíaco actúa como poder que
hechiza y devuelve a lo masculino (o lo femenino) al placer erótico como pasión
sensual. Pasión que reanima la vida.
IV
diosa que pone el amor en los corazones humanos y que produce la perfecta ar-
monía y unidad en los grandes periodos mundiales” 3. En un gran movimiento
circular y gradual del universo, Amor o Afrodita es la etapa o periodo en el que
prevalece la fuerza de la reunificación de lo que separa desde la discordia, desde
49
las disgregaciones tanáticas, incitadas por Ares, dios de la guerra, la violencia y la
destructividad por tanto. La unidad del Amor, desde la contradicción u oposición,
con la discordia que separa. La unidad de los opuestos Afrodita-Ares. Boticelli
también plasmó pictóricamente este encuentro en su Venus y Marte (1483), don-
de el dios de la guerra duerme y la diosa despierta parece dominar con su mirada
la integración o conciliación con su contrario.
Si la diosa del amor puede actuar en lo cosmológico (y no sólo en la interacción
humana como suele entenderse), y re-unir a través de su complementación con su
opuesto Ares, es porque la diosa no se encierra en la pureza del bien que afirma
la vida sin contaminarse con sus opuestos. Afrodita es ambivalente. Y su ambiva-
lencia la entrega a la contaminación de lo más puro de sí. Sus momentos de amor,
paz, ternura y goce liberador se mezclan o contaminan con la envidia (hacia la
belleza de Psique), la destrucción o venganza del que no atiende a su deseo (Hi-
pólito); su influencia nefasta sobre mujeres trágicas (Helena, Medea, Fedra); o su
contaminación con los conflictos que destruyen la armonía por su partidismo en la
Guerra de Troya, o su puja con Perséfone por la retención de Adonis.
El amor de Afrodita como poder intensificador de la atracción y re-unión entre
los seres aumenta su fuerza, precisamente, porque la diosa atraviesa y supera su
opuesto dentro de sí, sus propias actitudes destructivas de desamor.
Afrodita se identifica con plantas arquetípicas de su culto: la rosa, el mirto, la
mirra (en razón a su protagonismo en el mito de Adonis). Adonis morirá, pero
para luego renacer. Una indicación de la identificación de la diosa con lo terrestre
de la renovación cíclica y estacional de la vida. La forma arcaica de intuición de
la vida como renacimiento y superación de la muerte es el eterno retorno de la
primavera. Y en ciertas costumbres de los griegos antiguos, el mirto, planta de
la diosa, como señala Robert Graves, testimonia la gravitación de Afrodita en los
ciclos de reinicio sin fin de la vida: “Los emigrantes griegos llevaban ramas de
mirto cuando se proponían una nueva colonia, como para decir: ‘El viejo ciclo ha
terminado; esperamos iniciar uno nuevo con el furor de la diosa del Amor, que
gobierna el mar’ ” 4.
Los dioses enlazados desde su narratividad mítica con la vegetación pertenecen
al simbolismo universal del renacimiento. De la vida restaurada tras los ciclos
estacionales en los que otoño e invierno suponen muerte y retracción, y la prima-
vera el nuevo comienzo. Precisamente en la pintura emblemática de Botticelli la
elhilodeariadna
diosa es cubierta por el manto en el que la envuelve una de las Horas, la ninfa de
la primavera. Confirmación en la intersección de mito e imagen pictórica de la
diosa del Amor como aliada de la restauración cíclica de lo vivo (como Perséfone-
Deméter, Cibeles, Isis-Osiris, o Dioniso).
50
El amor de la diosa asegura la unidad desde los contrarios como observamos a
propósito de Empédocles. Pero también, de forma velada, reconcilia el cuerpo y
sus sentidos y órganos de placer, la piel y la caricia, las zonas erógenas, con el
amor erótico como universalidad espiritual. Espiritualidad es la conciencia abierta
a lo universal. El placer como afirmación universal de la vida es la espiritualidad
por el goce y el eros, no por la adoración de una deidad sin cuerpo e inmaterial.
El placer primero sensual que enciende la diosa entonces, se reconcilia y con-
funde con el placer elevado a una vida universal que trasciende el vínculo sexual
y físico como tal. Nuevamente, en el simbolismo pagano de Botticcelli, la diosa
se mueve hacia sus lugares de adoración, atraviesa el mar, y finalmente absorbe
el poder vegetal y regenerador a través del manto de la ninfa de la primavera. Y
todo este proceso es movido por el soplido de Céfiro y Cloris. Divinidades unidas
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K
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52
Bibliografía
ROBERT GRAVES, La diosa blanca. Historia comparada del mito poético, Buenos
Aires, ed. Losada.
R. GRAVES, Los mitos griegos, Madrid, ed. Alianza.
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Buenos Aires, Eudeba.
LUCRECIO, De rerum natura, edición bilingüe, traducción de Lisandro Alvarado y
estudio preliminar de Ángel Cappelletti, Caracas-Venezuela, Universidad Simón
Bolívar.
1. “Cuando los días primaverales despiertan y el fructífero hálito del Céfiro nace nuevamente, primero las aves del
día anuncian, oh diosa, tu llegada, emocionadas de tu poder. Las fuerzas saltan en exuberantes pastos y atraviesan
nadando veloces ríos. Cada una te sigue a donde lo llevas, presa del encanto. En el mar, en las montañas, en ríos
indómitos, en las frondosas mansiones de los pájaros, en el verdor de los campos, tú colmas el corazón de todas con
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dulce amor y consigues que se procreen ardientemente”, Lucrecio, De rerum natura (1,10 y sigs.), citado en Walter
Otto, Los dioses de Grecia. La imagen de lo divino a la luz del espíritu griego, Buenos Aires, Eudeba, p. 79.
2. Píndaro, Fragmento 122, citado en W. Otto, Los dioses de Grecia….op.cit., p. 82.
3. W. Otto, Los dioses de Grecia…, op. cit, p. 85.
4. Robert Graves, La diosa blanca. Historia comparada del mito poético, Buenos Aires, Losada, p. 333.
53
Por Olivia Cattedra1
Saranyû,
la impetuosa
1. Investigadora de CONICET.
54
elhilodeariadna
55
a partir de la maduración del hinduismo como tal, es posible realizar una
lectura metafísica clásica3 del símbolo de la Trimurti; ésta tendrá que ver con el
aspecto concreto, por así decir, personal, de la Realidad Absoluta: Brahman sa-
guna o Ishvara. El Absoluto, llamado saguna implica la noción de posee gunas o
cualidades, es decir, ya indica un nivel de ser del cual se puede predicar, describir
y definir. En cuanto a sus cualidades, ellas expresan su función de crear, sostener
y transformar el mundo.
Para las reflexiones que continuaran esta exposición, será conveniente repasar
los distintos planos de interpretación que ofrece la tradición india en su conjun-
to. Brahman saguna se corresponde en el plano devocional con el Señor, Ishvara.
Para la hermenéutica del advaita, derivada de Gaudapâda, la devoción constituye
un camino de realización inferior4.
Aun así y, bajo una interpretación “inclusivista”5 de la tradición india, exégesis que
contempla considerar los puntos de vista en su conjunto y complementariamente,
resulta que, al asimilar, por así decir, datos o elementos de las escuelas sâmkhya6
con su clasificación del Ser en el principio masculino (purusa) como conciencia y
el femenino (prakriti) como actividad, esta triple forma de lo divino, considerada
“masculina” poseerá una contraparte femenina7. La misma cubre todas las formas
posibles de consideración de la ecuación prakriti-mâyâ9.el principio del Señor, se-
cundario, cual díada, respecto del Brahman Nirguna y preñado en si mismo de la
dualidad purusa-prakriti, reconoce en este segundo termino una dinámica triple.
Tal complejidad queda indicada en los mitos y explicitada en la filosofía.
Particularmente, en la exposición clásica del Vedânta. Sobre esta tradición el Dr.
García Bazán observa cuan versátil, elusiva y atrapante es la recurrente presencia
de la noción de mâyâ en Sankara, y por consiguiente explica: “Hay, en efecto, en
el conjunto de escritos de nuestro autor una mâyâ avyakta, pero tambien vyakta;
hay una mâyâ que es ajñâna y avidyâ, pero también otra que es ilusión y que es
“poder divino”. Existen también los poderes que se le asignan, la vikshepa-shakti
y la âvriti-shakti, los tres guna y el “misterio de mâyâ”, como una totalidad que
envuelve e inquieta al hombre. ¿Cómo se podrá introducir un orden lógico en
tan variado vocabulario sobre un mismo tema, pero que al mismo tiempo tenga
relación con nuestras categorías de pensamiento…?”10. Naturalmente, la respues-
ta se encuentra en el mito y en el símbolo, y aquí trataremos de ejemplificarlo a
través del ciclo de Saranyû.
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Diosa Sarasvati
ción…”11. El mito de las diosas “SAR” es substancial para insistir en la idea de lo
femenino como el ingreso de la dualidad creativa12 Veremos el despliegue de este
mito, en una relectura de la clásica exposición de Kramrisch13, que a continua-
ción resumiremos y comentaremos.
Saranyû o Saranya, como la nombra Wilkins14, es una diosa indoeuropea. Para
Kinsley15, se trata de una diosa menor. Su ciclo mítico nos introduce en los temas
del descenso, la dualidad, la experiencia autoprovocada, la humanidad, la muerte
y la sombra. Su analogía con la Sita del Râmâyâna y Helena de Troya fue amplia-
mente estudiada16. Ambas, Saranyû y Helena, son madres o hermanas de los
Asvins o Dioscuros. Saranyû es la que corre, por el cielo brillante (svar). Cuando
ya no soporta a su esposo, huye y deja a su sombra: Saramâ17. El mito de Saranyû
derivará en una reiterada presentación de la triple Diosa: la misma Saranyû, su
sombra Saramâ y Sarasvatî, la consorte de Brahma. Con sus tres formas, la diosa
nos confronta movilizándonos, actuando con grandeza y velocidad. Una de sus
formas, corre a la existencia desde el Creador, desde la misma fuente, sólo para
retornar y ser aceptada nuevamente entre los dioses.
El nombre Saranyû, de la raíz SAR, aquella que corre. La raíz también sugiere
fluidez, velocidad y poder.
No tiene imágenes, no se la describe y no se evoca su forma, acaso porque esen-
cialmente es la matriz informe de todas las formas. Ella es aquello que hace,
diosa prístina, sin encarnación. Pura fuerza y diligencia insinúa un poder sin
paralelos que la zambulle dentro de las situaciones que ella misma crea. En este
sentido, y en el plano humano, sugiere la auto encarnación constante y particula-
rizada de las propias vivencias autogeneradas18. Es fundamental aclarar que tales
vivencias o experiencias tienen la función de liberar la acumulación kármica19
bajo la forma de una apertura que permite concretar el conocimiento.
En ocasiones, la diosa aparenta adquirir forma humana, la de una joven mujer,
forma que desde luego y en tanto apariencia, no retiene o que bien cambia en el
curso de su historia.
El Rig Veda la asimila a Saramâ, su sombra de quien se dice que es la consorte
irregular de Indra y la madre de los perros. Saranyû y Saramâ posee una pre-
sencia controvertida en los himnos del Rig Veda; y a ellas se les suma la tercera,
Sarasvatî. La consorte de Brahma es conocida primero como un río del cielo y
de la tierra. En tanto río, es femenino y corre, retomando el significado de la raíz
elhilodeariadna
SAR. Conecta el cielo y la tierra, pero al igual que la sabiduría que simboliza,
se desvanece en el plano terrestre. Sarasvatî, la diosa río, fluye desde los Vedas
dentro de los Purânas y hasta el día presente de la realización espiritual. En una
dimensión más concreta el culto de Sarasvatî da señales tempranas y claras del
58
establecimiento de los indoeuropeos
en una particular zona geográfica al
norte del Punjab20. Sin embargo, en
la actualidad, es curioso observar que
en el nivel de la tierra, en el Punjab,
el mismísimo río Sarasvatî, tal el caso
de la sabiduría en la edad oscura, ha
perdido su potencia: desapareció en el
desierto.
Como primer aspecto, se dice que la
misma Saranyû es hija de Tavistri21, el
dios-arquitecto que moldea el cosmos
y los seres vivientes.
Su hermano es Visvarûpâ, probable-
mente su gemelo23; éste, así como lo
indica su nombre, posee todas las for-
mas. El simbolismo de la pareja no
escatima implicancias y mientras que Saranyû representa el flujo infinito de la
energía disponible, su hermano esposo otorga forma y delimitación. El dios tie-
ne tres cabezas que lo habrían destinado a regir sobre los tres reinos del cosmos:
cielo, tierra y espacio intermedio. Sin embargo, comienzan los problemas del
juego del mundo. Aunque el dios es perfecto y completo, tal como era en forma,
guarda para sí todo su poder. No lo comunica ni propaga incurriendo de este
modo en el estancamiento y en el delito de acumulación, que vulnera y ofende
el principio de interdependencia y circulación de la vida, reiterando la dificultad
planteada por Vrtra, el dragón que retiene las aguas en las nubes, clásico enemi-
go de Indra.
La ofensa es grave pues al guardarse su poder, privó al cosmos de sostén.
Justamente su capacidad para alcanzar la perfección de todas las formas, y no
ofrendarla, le acarrea su derrota.
En este detalle se esconde otra enseñanza constante de la espiritualidad hindú: lo
que alcanza su perfección, debe donarla, no puede guardarla para sí24.
Un nuevo combate de Indra, el nuevo dios creador, abierto a repartir todos los te-
soros escondidos, para que el mundo pudiera compartir y gozarlos, provoca que
elhilodeariadna
el rey del cielo arroje al caos la triple cabeza de Visvarûpâ, desarmando su forma
perfecta aunque detenida y estática. Prosigue refiriendo Kramrish25
Saranyû, la hermana de Visvarûpâ, muestra una naturaleza claramente diferente.
Aquí, la dualidad marca la oposición. La diosa no se detiene ni acumula: corre y
59
Indra
fluye, de la fuente –su padre– a la creación –el mundo–. El mito prosigue rela-
tando como en uno de sus avances, se zambulle en el matrimonio.
La boda fue dirigida por Tvastr. “El momento elegido para la ceremonia coincidió
con el amanecer de la creación, y todo el mundo fue invitado para la ocasión. Su
esposo sería Vivasvat, el Radiante”26. Este dios, luminoso e iluminado, represen-
ta el fuego de la mente, el poeta arquetípico: a través de sus mensajeros envió el
fuego al hombre. La irradiación de Vivasvat proviene del Cielo pero ilumina la
Tierra. Análogamente, la luz de la mente proviene del mundo espiritual y debe-
ría iluminar la acción terrena.
“Él, es inmortal por naturaleza, y retiene su naturaleza inmortal en la tierra
siempre y cuando actúe como sacerdote”27. Es decir, en la medida en que su
acción perpetúe el orden ritual, justo y sagrado.
“Al casarse con el Saranyû, Vivasvat ingresó en la luz de la creación tal como ésta
brilla en el cielo y en la tierra. Sus primeros hijos fueron, otra vez, gemelos….La
fraternidad gemela es un índice que tiende a representar las dos posibilidades
que surgen dentro de toda existencia: una tiene por forma la perfección, comple-
tamente finiquitada, un fin en sí misma, sin futuro, y por lo tanto, condenada.
La única posibilidad para esta forma finiquitada es retornar al caos”28. Este fue el
elhilodeariadna
Pero la pasión de Yamî era pasión sensible, y así se dirigía al aspecto mortal y
finito de Yama.
Ella no aceptó su otra naturaleza, la inmortal, representada por el fuego de la
creación. En efecto, Yama es también y al mismo tiempo, Agni el fuego: un
61
fuego que consume y que no puede ser consumido, recuperando en esta doble
significación al fuego de la muerte y fuego del amor; de ahí que arda en ambas
puertas de la vida30; en la entrada como la pasión que une. En el simbolismo
de la pira funeraria, que sólo consume lo transitorio donde Yama retiene su
inmortalidad divina.
Poco más se sabe de Yamî, presa de una profunda amargura cuando su pasión
carnal no tuvo respuesta, convoca como herencia para la humanidad la desazón
la locura del sinsentido cuando se busca lo que no es. De este modo, Yama y Yamî
no llegaron a ser los padres de la raza humana, asombroso honor que quedo en
manos de Vivasvat, quien se une a la sombra31 de Saranyû: Saramâ. El dios creyó
que Saramâ era Saranyû y se unió a ella. De aquí nació Manu.
Entretanto Saranyû volvió a engendrar. Nuevamente gemelos. Como ya se señaló
y es clave reiterar, he aquí la reiteración del símbolo de la duplicidad incesante
que desciende en juegos de dualidades infinitas hacia la multiplicidad.
Los dioses alejaron y escondieron a Saranyû por protección frente a Vivasvat, cuyo
resplandor ya no podía tolerar, de modo que la diosa pudiera completar su designio
y retornar a la fuente de su ser, y es en este ascenso, que era también un camino de
retorno, donde da la luz a los médicos del cielo: los Asvins. Uno nació en la tierra,
el otro en el cielo. En esta nueva y superior otra instancia, la generación de los sana-
dores ultima su función y corona su mito “…luego de esto, los dioses la apartaron y
ya no se supo nada más de la diosa del conocimiento y la compasión…”32
Luminosos, los dioses de la medicina reiteran el recorrido vertical del espacio
intermedio para sanar y salvar a la futura humanidad.
Tal como expresa Kramrisch, el amanecer de la creación se abre con fallas, de-
cepciones, rechazos, y repliegues. “…De los dos hijos de Tavistri, el que da forma
a todos los seres, su hijo Visvarûpâ en la perfección de su forma encontró el fin.
Su triple cabeza decapitada fue arrojada por Indra, un dios creador más joven.
Saranyû otorga su impetuosidad y velocidad a su hija Yamî que traslada estas
urgencias a la carne y a la sangre: no hay liberación para ella, sólo asombro y
sufrimiento. Yama muere, pero deja su cuerpo mortal en la tierra, mientras él se
eleva en una radiación dorada y verde del árbol que hay en el descanso del cielo.
Saranyû vive a través de la agonía de Yamî y la elección de Yama. Ella debió com-
prender que el sufrimiento es parte de la pasión y que la muerte es el precio de la
inmortalidad. Pero esta lección es demasiado fuerte para que los dioses permitan
elhilodeariadna
y además se vincula claramente con la posterior diosa del habla, Vâc, quien será,
tardíamente, identificada con Sarasvatî, la tercera forma de esta diosa triple.
Un nuevo dato nos informa que, en su camino, Saramâ, diosa de la sombra atra-
viesa el río Rasâ nacido del cielo. La imagen es muy sugestiva, dado que este río,
63
cuyo nombre sugiere el ámbito sensorial37, es un río que circunvala el cielo y la
tierra, separando el mundo de los hombres y dioses por un lado del “no-espacio”
o “inexistencia” del mundo demoníaco38. Dicho de otro modo, la sombra cruza el
plano sensorial y sensitivo e ingresa en el no ser.
La tercera forma, Sarasvatî, sentada sobre un loto blanco, a veces con dos y
otras con ocho brazos37, muestra la síntesis conciente y luminosa de las formas
presenta la unión del poder y de la inteligencia que presiden el surgimiento
de la creación organizada. Bajo este aspecto se la entiende como la consorte,
shakti, del dios creador: Brahmâ. Por esto mismo, rige sobre el conocimiento,
las artes y la música. Su función es inspirar y enseñar. Desde luego y como ya
se ha destacado, la etimología del nombre Sarasvatî recurre al símbolo de la
raíz SAR y el sustantivo saras, que significa fluir. He aquí la principal función
de la sabiduría: el fluir.
Sarasvatî se presenta relacionada don la limpieza y fertilidad que aportan las
aguas así como el poder sacral de las mismas. La abundancia y la limpieza que
estas conllevan siempre resulta sanadora, de ahí la relación de Sarasvatî con las
antiguas técnicas de sanación sin olvidar, naturalmente, que la sabiduría es la
mejor medicina, y por eso, se la relaciona además con los Asvins, los médicos
celestes, a quien ya habíamos contemplado como hijos de Saranyû.
En los días consagrados a Sarasvatî no se leen libros ni se toca música, estos
son depositados en el altar como descanso y, a la vez, ofrenda. Sarasvatî es fre-
cuentemente representada sobre un cisne, animal que es su soporte y, que a la
vez, representa el poder del discernimiento, debido que gracias a su contextura y
particular forma de sorber el líquido al alimentarse, puede distinguir las gotas de
agua pura o de leche presentes en las aguas contaminadas.
El ciclo especifico de Sarasvatî reconoce diversas etapas, al menos la védica y la
posterior, en pleno apogeo del hinduismo medieval donde Sarasvatî ha dejando
atrás el ciclo de Saranyû. En esta época encontramos a Brahmâ el dios que re-
presenta la creación con una segunda consorte, y se trata de Vâc, la diosa de la
palabra, antigua conocida del Rig Veda. Ella es el vehiculo del conocimiento y una
de sus formas es el Himno Triple o Himno al sol, el Gayatri.
Ambas consortes son, en muchos momentos, identificadas, lo cual queda claro
dentro de las implicancias simbólicas pues, en ambos casos, tanto Sarasvatî y
Vâc, la sabiduría y la palabra, deben acompañar el acto creador o mejor dicho,
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65
2. Stella Kramrisch
3. Es decir, vedânta.
4. Cf. GK III.16
5. Clásicamente atribuida a P. Hacker y continuada por S. Radhakrishnan, y muchos otros autores. Radhakrish-
nan sostiene la presencia de una religión universal dentro o por debajo de cada religión particular y se entiende
que tal religión sale a la vista como consecuencia del estudio de las religiones y filosofías particulares. Mientras
que el potencial para tal universalidad esta reconocido en todas las tradiciones, realmente es el Hinduismo y
dentro de él, el Advaita Vedânta, es la tradición que ofrece un marco de pensamiento que esta realmente capaci-
tado para albergar dentro de si la convergencia ultima de todas las enseñanzas religiosas y filosóficas centrales.,
proveyendo de este modo una base y contexto ejemplar para los trabajos de orden comparado y o síntesis religio-
sas. Esta misma idea es la que conducirá a Hacker a establecer el criterio de inclusividad del pensamiento indio.
Ahora bien, el tema es cómo y desde dónde se estudia el pensamiento de la India. Cf. W. Halbfass, “India and the
Comparative Method”, en Philosophy East and West, Vol. 35, No. 1, Jan. 985, pp. 3 -15
6. Recordemos que ya estamos en plena época de la síntesis escolástica de las darsana.
7. Considerar paralelamente a Krishna medieval de los pûrana que, cuando se identifica con el Absoluto, se
divide a si mismo en masculino y femenino, purusa y prakriti, cf. Kinsley, David Kinsley, Hindu Goddesses, Univ.
opf California Press, California, 1988
p. 58
8. Cf. Stella Kramrisch, “The Indian Great goddess”, en History of Religions, Vol. 14, num.4, (May, 1973), pp.
235-265.
9. Cf. F. García Bazán, Neoplatonismo y Vedânta I, la doctrina de la materia en Plotino y Sankara, De Palma, Bs. As.
1982; particularmente p. 138 n. 26; estos términos se refieren a mâyâ (aspecto cósmico) idéntico a avidyâ (aspecto
subjetivo), comprendidas ambas en su función de causa material del mundo, particularmente, en su estado
potencial causal no manifiesto, de ahí, avyakta; este poder se despliega “proyectivamente” , en el ámbito cósmico
como el poder divino del Señor tal como la ilusión ofrecida por el gran Mago o Ilusionista; y que justamente al
proyectarse se diferencia (vikshepa) en sus tres grandes modalidades (guna)
10. Cf. Stella Kramrisch, o.c.
11. La particular relación del ciclo de Saranyû con el tema de la dualidad puede verse en el articulo de Wendy
Doniger dedicado especialmente a explorar los diversos aspectos de la dualidad a través de Saranyû a quien pre-
senta tanto como antecesora y como derivada de los arquetipos de Sita y Helena, ambas proyectoras de sombras,
fantasmas y reflejos, aunque en el caso de sita para preservar su integridad y pureza, y en el caso de Helena para
disimular su trasgresión y adulterio. Es notable también la relación de Saranyû y de Helena vía el símbolo de los
gemelos, ya que recordemos, Helena es hermana de Castor y Pólux, los Dióscuros del mundo griego, paralelos
a los Asvins. Cf. Wendy Doniger “Sita and Helen, Ahalya and Alemena, a comparative study,” in History of Reli-
gion, Vol. 37, no. 1, Ag. 1997, pp. 21-49. Valga la siguiente acotación: Wendy Doniger y Wendy D. O’Flaherty es la
misma autora, que ha firmado sus trabajos de modo distinto en diversos momentos.
12. Cf. Stella Kramrisch, o.c.p. 255
13. Cf. Mitologia Hindú, ed. en castellano por Edicomunicaciones, Barcelona 1998, primera edición en inglés
1900
14. Cf. David Kinsley, Hindu Goddesses, Univ. opf California Press, California, 1988
15. Cf. Otto Skutsch, “Helen, Her Name and Nature”, en Journal of Hellenistic Studies, Vol. 107, (1987), pp. 188-193
16. La consorte irregular de Indra, y diosa de los perros, muchas veces colabora con Indra y aparece en varios de
sus himnos, Cf. La edición de W. O Flaherty, Penguin Books, Great Britain 1981, The Rig Veda, p. 44, 45, 155, 245,
donde aparecen los perros de Saramâ en el himno funerario de Yama y los Ancestros, custodios de las puertas
infernales y en un rol paralelo al del Cancerbero (10.14.10), y luego en el himno 3.31.6 del Rig Veda, donde Sara-
elhilodeariadna
mâ es la que encuentra y abre caminos y en 10.108 como ayudante de Indra para vencer a los Panis y finalmente
en 7.55 con el hechizo del sueño.
17. Coincidimos en este caso con la explicación de Zimmer en cuanto a la dinámica de los enigmas propuestos
por el espectro en el relato medieval El Rey y el Cadáver, ed. Marymar, Buenos Aires, 1980
66
18. Prârabhda karma
19. Cf. Kinsley op. cit. p. 55ss.
20. Tambien llamado visvakarma, según Wilkins, op. cit. p. 66; literalmente, el que hace (karma) todo (visva).
21. Como se advierte, el tema de los gemelos, reiterado a lo largo de todo el ciclo mítico, está mostrando el ingre-
so de la dualidad, que en su descenso y progresión multiplicadora, pasa de dualidad a multiplicidad en el plano
de las formas y de lo múltiple.
22. Justamente ésta es luna de las enseñanzas implícitas en el símbolo en la diosa tántrica Chinnamastâ, la
descabezada.
23. Cf. Kramrisch, o.c. p. 235
24. Cf. Kramrisch o.c. p.237
25. Ib. P. 238
26. IB. p.238
27. Cf. F. García Bazán F. García Bazán, Neoplatonismo y Vedânta, Ed. Depalma Bs. As. 1982, p. 161 n; coinciden-
temente véase Píndaro: “¿Qué es el hombre?, la sombra de un sueño…”
28. Vg. Kramrisch , op. cit. p. 238
29. Cf. I. Culianu, “La femme céleste et son ombre: contribution a l’Etude d’un mythologéme gnostique”, en
Numen, Vol 23., Fasc. 1, (1976), pp. 191-209 ; O. Skutsch, op. Cit.; el aspecto metafísico de la sombra o reflejo apa-
rece en el vedânta, ver Upadesasâhasrî, II.18; 29-49. La noción metafísica está incluida en los términos âbhâsa,
praticchâyâ y châyâ; cf. F. García Bazán, op. cit. , p. 161 n.
30. Ib.
31. Cf. Kramrisch, op. cit. p. 238-9
32. Ib.p. 240
33. Cf. O’Flaherty, The origin of evil in Hindu Mythology, Delhi reim. 1988
34. Edición de O Flaherty, ya citada, p. 151
35. Cf. Monier Williams, op. Cit. p. 869
36. Cf. Wendy O’Flaherty, The Rig Veda,op.cit. , en el himno X.121 y sus anotaciones, en op.cit. p. 28 y 29; tam-
bién aparece el simbolismo del rio Rasâ en Rig Veda, 10.108.2
37. Como es sabido, la multiplicidad de brazos en las divinidades hindúes sugieren la omnipotencia del dios o la
diosa descripto; en este caso, el numero ocho es significativo y se relaciona con el ámbito del mundo intermedio,
que en el hombre implica el cuerpo sutil y toda la dimensión psíquica. Es esta la que debe sostener la mayor
intensidad del trabajo espiritual justamente por estar influida tanto por las fuerzas celestes como la terrestre.
Por otra parte, el nacimiento de los Asvins ocurre, justamente, en este espacio intermedio quedando como se
ha dicho, uno en el cielo y otro en la tierra, de ahí que haya medicinas celestes y terrestres así como sanaciones
anímicas “terrestres” o físicas y otras “sutiles” o espirituales. En forma semejante se despliega el simbolismo
de Cástor y Pólux. El simbolismo del ocho en relación al espacio intermedio ha sido estudiado por R. Guénon y
otros autores y es un simbolismo frecuente y recurrente en las mitologías de las diversas tradiciones, como por
ejemplo, en las ocho dakinis del budismo o las ocho columnas de los templos y catedrales.
38. A. Danielou, Hindu Polytheism, ed. New York, 1964.
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Aspectos de lo femenino
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María del Carmen Calvo | María Eugenia Romero | Andrea Paula De Vita
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Por María del Carmen Calvo
María del Carmen Calvo: psicóloga. Fue profesora de la carrera de Psicología (UBA) y
actualmente tiene a su cargo el Posgrado sobre “Mapas Complejos de la Subjetividad”
elhilodeariadna
“Aquella criatura del sexo femenino, ya apresada entre las coordenadas de la era
cristiana y de la Europa del siglo XX, aquel pedacito de carne color de rosa que
lloraba dentro de una cuna azul, me obliga a plantearme una serie de preguntas
tanto más temibles cuanto que parecen banales…”1
Siendo niña clava sus ojos curiosos en el rostro de su madre, sacando de su fondo
una identidad que remodelará durante la vida entera. Tendrá que ir hacia sus entra-
ñas tatuadas por siglos de dolor, sometimiento y renuncia. Tendrá que entrar en su
época actual y sentir la rebeldía ciega, el capricho ofendido y la crispada impotencia
de sus años, hasta surgir de sus propias cenizas, si es que el cielo la asiste. “Madre,
madre, vuelve a erigir la casa y bordemos la historia, vuelve a contar mi vida”2.
Será primero a imagen de su madre y sabrá llevar el saber de sus deudas, sus
traiciones y sus venganzas. Aunque nadie lo vea, sus células cantarán el eco de
un lejano cautiverio, deslizado en las nanas que mecieron su cuna. “Alguien can-
ta una canción del color del nacimiento: / por el estribillo pasa la loca con su corona
plateada. / Yo no miro nunca el interior de los cantos. / Siempre en el fondo, hay una
reina muerta”3.
Cuando florezcan sus racimos se tentará sin rumbo por otro mundo. Aún sin
saberlo, cada mañana estirará la mano hacia un padre siempre extraño, lejano
y huidizo, pues no está hecho de leche materna ni de nidos de mujer. Viajará
detrás del padre y encontrará su rostro en algunos tramos, para equivocar luego
su inteligencia en falsas pistas y en peores señales. “Como una textura de luz en la
mano que se hundía, como en la blanca tierra… padre mío de ojos azules!...”4 Cami-
nará un desierto para seguir buscándolo como toda hija, como nuestra Electra,
como nuestra madre, como nosotras mismas. Y lo irá encontrando, al mismo
paso en que descubrirá los mundos que la separaron de él.
“Es una vieja historia… la nuestra. La de mi padre y la mía. Amor, amor-odio son la
más común y más universal de las experiencias. Pero nunca hay dos iguales, cada una
es como una huella dactilar de la vida… Todo él, todo… Me he imaginado, a través de
su engaño, de la frustración de la ausencia, del dolor de conocer demasiado bien, lo que
otros estarían haciendo, diciendo y sintiendo en los vacíos de mi testimonio… Pero yo
elhilodeariadna
Por el medio del camino florecido, pomposa irá ella de fuerza juvenil. Su matriz
generativa incesante e insistente, buscará realizarse en un hijo o en todas las
pasiones que la embaracen. “Y sin embargo es extraño pero apenas anhelo tener
hijos. Esta insaciable necesidad de escribir algo antes de morir, este sentido de la breve-
73
dad, de la febrilidad de la vida que me devora, que hace que me agarre desesperada-
mente al acantilado, a mi ancla… Y entonces siento el dolor, un dolor como de parto
que fue remitiendo lentamente mientras yo seguía allí, echada, presidiendo como una
luz vacilante, como una madre llena de solicitud, por encima de los fragmentos dis-
persos de mi cuerpo”.14 Marguerite Duras se sumará al camino, “en la vida llega un
momento y creo que es fatal, al que no se puede escapar, en que todo se pone en duda:
el matrimonio, los amigos, sobre todo los amigos de la pareja. El hijo, no. El hijo nunca
se pone en duda.”15
Parturienta y puérpera una y mil veces, si su psiquis no se lanza a labrar la arcilla
de la vida para que crezcan retoños en su este y en su oeste, se embota y agota, se
cierra y se atasca, se carcome por no saber quién es: germinal por triunfo y por
destino. Sabiduría que se amasa con los años, sólo su visión retrospectiva podrá
sostener su luz incesante para crear el porvenir, como lúcida avanzó Marguerite
Duras sobre sí misma, “muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho
años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro em-
prendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí…Ese envejecimiento fue
brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno…En lugar de horrorizarme seguí
la evolución de ese envejecimiento…Sabía, también, que no me equivocaba, que un día
aminoraría y emprendería su curso normal…Tengo un rostro destruido”16.
De no avanzar sobre su luz, se marchitará mucho antes del final y marchitada
elhilodeariadna
que existe una manera de atravesar el espejo, Kitty. Supongamos que el cristal se volvió
tenue como la gasa, de manera que podemos pasar a través de él. ¡Si ahora mismo se
está convirtiendo en una especie de niebla! Será bastante fácil atravesarlo…. ¡Oh, qué
divertido va a ser cuando me vean aquí a través del espejo y no puedan agarrarme!19
75
¿Cómo volver a su fuente, cuando el
laberinto del infierno trama su ira y la
hace hablarnos en la voz de lady Ma-
cbeth? ¿La reconoceremos en el tan
lejano eco de nuestra Julieta buscando
a su Romeo? ¿Y la veremos ser la Eva
que inocula un saber desorbitado o una
María que sostiene con sus ojos tanto
el dolor como la cruz? Sagrado instante
en que lo femenino, suelta un hijo al
mundo y vela su sueño hasta el final.
Primero con su vientre, luego con sus
pechos, también con sus manos, más
tarde con sus palabras y después con su
anhelo y su recuerdo.
¿Y cuándo su voz toma el rostro de
Odette y arrastra a su hombre hacia el
letargo y la desesperación? Lejana apa-
rece nuestra Beatriz que conduce con
su amor florentino, el hilo del infierno
de quien por ella muere. Y más lejos, es desde el alma femenina que Madame
Edouarda de Bataille, en la cima de su deseo maltrecho, lo lleva hacia las puertas
de Dios. Como Lolita llevará a su hombre hacia la degradación enfermiza. O
Emma deshace sus sueños en insatisfacción desvariada.
Por si sus palabras quedaran sin imágenes, la hemos visto en el rostro de la
Piedad de Miguel Ángel, en esa mirada que le supo pintar Leonardo, en la pre-
sencia que le dio Rembrandt y cada uno y todos, hasta Picasso geométrico con
ella y Kupka entre sus verticales sutiles. Ni qué decir florecida en el amor de Dalí
a Gala, reluciente y adornada con Klimt, partida de dolor con Schiele; sagrada
siempre, infernal muchas veces, golpeada y sufriente otras, con Frida Kahlo para
no olvidarnos.
Si su esencia fuese imperceptible, la música nos la trae gloriosa siendo Aída,
Madame Butterfly, Coppelia, Carmen o la Reina de la Noche y su hija Pamina.
¿Qué diríamos hoy que ya no fue dicho, que no fue retratado o que no se hizo
elhilodeariadna
melodía sagrada? Tan solo nos queda seguir cosiendo sus voces y sus rostros para
volver a dar a luz en la diversidad de ellas, a un mismo rostro y a una misma voz20.
Su naturaleza está conformada por hebras sagradas. Conserva la gran sabiduría
de todas sus fibras de ancestros, más una zona matricial que la vuelve construc-
76
tora de vida, ángel de la existencia,
asistente de todo lo que crece, labra-
dora de maravillosas cocciones. Mien-
tras se mantenga en su ser, mientras
tenga la lealtad a su naturaleza, podrá
devenir en la mujer que es, por don y
destino de sus entrañas.
Ser voraz la enferma, ser posesiva la
derrota, ser egocéntrica humilla su na-
turaleza, ser ciega y perezosa respecto
del conocimiento degrada la inteligen-
cia potencial de su matricial naturale-
za, no dar le resta identidad femenina,
no tejer lazos generosamente le quita
sentido a su existencia. Hacerse devo-
rar la pierde y permitir que la humillen
o la degraden a estas horas del mundo,
le roba misión a su existencia.
La tierra grita hoy por su presencia or-
denadora y ella se esconde, por su ca-
pricho ignorante, por su sometimiento milenario y por las traiciones a su natu-
raleza receptiva y germinal. Pasiva sin sentido a veces, como guerrera impulsiva
otras, su camino se pierde. Un único riesgo debe correr: ser quien es21. Devenir
mujer y para ello, conectarse con decisión a todas las mujeres que huyeron de los
mitos que podían catapultarlas a una santidad que está muy lejos o a un infierno
que fue su eterno calvario.
Saber quiénes la precedieron y libraron las batallas de su época para que ella
suba en esa estela y se sostenga receptiva y activa en ese fluido existencial, que la
volverá día a día más digna consigo misma. “Os he dicho durante el transcurso de
esta conferencia que Shakespeare tenía una hermana… Vive, porque los grandes poetas
no mueren; son presencias continuas, sólo necesitan la oportunidad de andar entre
nosotros hechos carne. Porque yo creo que si vivimos aproximadamente otro siglo, me
refiero a la vida común, que es la vida verdadera, no a las pequeñas vidas separadas
que vivimos como individuos, y si cada una de nosotras tiene quinientas libras al año
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1. Yourcenar, M: Recordatorios., Alfaguara, España, 2002, Pág. 15.
2. Orozco, O: Relámpagos de lo Invisible. Antología, FCE, Argentina, 1997
3. Pizarnik, A: “Ojos Primitivos”, en: Textos de Sombra y Últimos Poemas., Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1985.
4. Pizarnik, A.: Ibidem.
5. Gordimer, N: El nombre de mi Hijo. Ed. Norma, Colombia, 1991.
6. Shakespeare, W.: “Romeo y Julieta. Acto Segundo, escena 2, voz de Julieta”, en: Tragedias, RBA editores, Barce-
lona, 1994.
7. Yourcenar, M.: Fuegos. Alfaguara, México, 1992, p. 31.
8. Calvo, M: “La vida es un juego”, en: Un viaje hacia el espíritu. Ed. De A, Buenos Aires, 2008, p. 73.
9. Estamos haciendo referencia al concepto de orden plegado, en referencia a las mónadas de Leibniz. Se puede
consultar el tema en: Deleuze, G.: El pliegue. Leibniz y el Barroco. Ed. Paidós, Barcelona, 1989.
10. Pizarnik, A.: “Tangible Ausencia”, en: Ob. cit.
11. Borges, J.L.: “El fin”, en: La Moneda de Hierro. Obras Completas. Emecé, Buenos Aires, 1996.
12. Shakespeare, W.: “Acto I. Escena tercera, la voz de lady Macbeth”, en: Macbeth. Ed. Cátedra, Madrid, 1992.
13. Lispector, C.: La hora de la estrella. Siruela, Madrid, 2000, pp. 18-23.
14. Forrester, V.: Virginia Woolf: El vicio absurdo. Ed. Ultramar, Barcelona, 1988, p. 108.
15. Duras, M.: Escribir. Tusquets, Barcelona, 2000, p. 23.
16. Duras, M.: El Amante. Tusquets, Buenos Aires, 2004.
17. Yourcenar, M.: Fuegos. Ob. cit., p. 100.
18. El concepto está desarrollado como “matriz germinal”. Seminarios de M. Calvo. Septiembre, 2009.
En: www.ruedasdelavida.com
19. Carroll, L: Alicia en el País de las Maravillas. Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2000, p 126-127.
20. Deleuze, G.: Repetición y Diferencia. Amorrortu, Buenos Aires, 2002. . Del mismo autor y Guattari, F.: Mil
Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Ed. Pre-textos, España, 1994, Cap.10.
21. Guattari, F.: Caosmosis. Manantial, Buenos Aires, 1996.
22. Woolf, V.: Un cuarto propio. Ediciones de Bolsillo, España, 1997.
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79
Por María Eugenia Romero
lamente un ser más alto, sobrehumano, sino que manifiesta, más aún, vive una
exigencia moral incondicional.”4
La vitalidad irrefrenable que es Lulú provoca un choque con los valores huma-
nos y sociales burgueses. Para Lulú no hay valor universalmente obligatorio y la
82
incondicionalidad de su pretensión no está ligada a ninguna idea. El postulado
moral es ella misma, su “naturaleza”, indefinible. Lulú es entonces una protesta
viviente contra las inversiones de la moral objetivada predicada en inmoralidad.
Wedekind vuelve esta “extrañeza” mucho más eficaz al rechazar el modelo na-
turalista en favor de un tratamiento simbolista de la tragedia. No hay en la obra
“ni psicología palpable, ni diálogos discursivos que pretendan aclarar un suceso,
ni el enredo planificado de las tradicionales cábalas e intrigas. Los diálogos de
Wedekind van a contrapelo; todos hablan a todos. Los personajes son instintivos,
no calculadores. Y donde existe un plan, como en el caso del Dr Schön, todos los
cálculos quedan aniquilados ante la sola corporalidad de Lulú ...”5
No se puede comprender esta obra bajo un concepto naturalista psicológico que
siga la carrera de Lulú sino que el drama se estructura en base a dos principios
antagónicos –el deseo crudo y abisal frente a la moral burguesa– . Siempre un
polo tiene que fracasar.
La obra se compone, como dijimos, de dos partes.
En la primera, Espíritu de la tierra, cada acto termina con la muerte de un hom-
bre (o con su retirada de escena en el caso de Escerny) y la victoria de Lulú. Sin
embargo vemos a Lulú frente al deseo desde la perspectiva masculina individual
encarnada por los maridos de Lulú que proyectan en ella su propio deseo: Goll,
el médico impotente voyeur, Schwarz, el pintor romántico ilusionista, Escerny el
príncipe autoritario y masoquista, Schön el empresario cínico inmoral.
En la segunda parte, La Caja de Pandora Lulú se enfrenta al deseo desde una
perspectiva social, dentro del marco de la producción capitalista: explotación pro-
ductiva de la fuerza sexual del trabajo de Lulú en el teatro –Alwa que la obliga a
bailar–, o al final, como prostituta en el burdel. Y como absoluta objetivación de
la sexualidad pura por la ciencia.
La referencia a Pandora, la figura mitológica que entrega a los hombres, en su
caja –en relación simbólica con la sexualidad– todos los males del mundo da
cuenta de este aspecto social. Lulú muere al final de la obra en manos de Jack the
Ripper, figura histórica, asesino y violador serial, que justifica sus crímenes por
la “investigación” científica de la sexualidad. La fuerza femenina de Lulú es final-
mente vencida –o vengada– por el hombre. Jack es el único que logra dominar
este principio femenino matándolo y destruyéndolo, y en otro nivel de sentido,
es el que salva a los hombres de los males que surgen de la sexualidad femenina,
elhilodeariadna
me siento de ti!
Genio: Tú te igualas al espíritu al que entiendes,/ ¡no a mí! (Desaparece)
(vs 485-513)7.
84
Este fracaso de Fausto ante el Espíritu de la Tierra se relaciona con el mito del
matriarcado (das Mutterecht). Cuando el Emperador le pide a Fausto y Mefis-
tófeles que le presente a Paris y Helena, pareja que representa al amor como
principio en sí, Mefistófeles se excusa alegando ser un demonio cristiano (en
una sociedad patriarcal), mientras que ellos pertenecen a otro infierno y para
presentarlos necesitaría descender a las “madres”.
El matriarcado es un tipo de sociedad original, no jerárquica, previa a las ins-
tituciones y a la ley, cuya sexualidad comprende el hetarismo. Esto alude a un
principio femenino telúrico, creador que integra y que pone en movimiento a
las fuerzas vitales más elementales. Este aspecto será retomado en Lulú aunque
resulte escandaloso para el siglo XIX, sociedad capitalista y patriarcal basada en
el orden de la ley.
El Espíritu de la tierra aparece también en “El Canto de la danza” en Así habló
Zarathustra de Nietzsche, otra de las fuentes de Wedekind, especialmente para
La caja de Pandora. Aquí Zarathustra, que canta mientras danzan Cupido y las
jóvenes, es capaz de ver a la Vida a los ojos. Es decir, puede respetar, celebrar e
integrar a su propia vida el principio vital elemental. Esta es la capacidad sobre-
humana que Nietzsche espera de las generaciones futuras. Wedekind parte de
esta idea y la desarrolla. Apela entre otras cosas a la danza, siempre presente en
la obra (los hombres siempre le piden a Lulú que baile) pero muestra hombres
limitados en la sociedad de fin del siglo XIX donde no son ni pueden ser super-
hombres.
Otros elementos que marcan esta dirección son la presencia del circo y el disfraz
de Lulú de Arlequín.
El circo pertenece a la baja cultura y era muy popular en la época. Representa un
espectáculo ligado al placer corporal: hay cuerpos, músculos, fuerza, animales.
En fin, vida y cuerpos reales.
En el prólogo del Espíritu de la tierra se presenta un domador de animales que
habla de los personajes del drama comparándolos a cada uno con un animal.
Goll es un oso, Lulú, una serpiente, Schön un tigre. Wedekind, incorporando
elementos que copian lingüística y estructuralmente los números del circo de
varieté, logra llevar más vida al teatro, mientras socaba al naturalismo, mostran-
do al mismo tiempo el artificio de la representación y acercándose al deseo del
pueblo de divertirse en el teatro.
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Bibliografía
1. Todas las referencias de esta obra pertenecen a: Wedekind, Frank, Lulú. Espíritu de la tierra y La caja de Pandora,
Ed. Cátedra, Madrid, 1993, Traducción y Edición a cargo de Juan Andrés Requena.
2. Dramaturgo alemán, 1864-1918
3. En la teoría junguiana el ánima representa la parte femenina del varón mientras que el ánimus es la parte mas-
culina de la mujer
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4. Emrich, Wilhelm. “Frank Wedekind: La tragedia de Lulú”. En: Protesta y Promesa, Ed. Alfa, Barcelona 1985, pp
155-156.
5. Mayer Hans, “Dalila como vamp burguesa”. En: Historia maldita de la literatura, Ed. Taurus, Madrid,1977, p. 121.
6. En nuestra versión castellana traducido por “Genio”.
7. Goethe,J.W, Fausto. Barcelona, Ed. Bruguera, 1984, trad. De Pedro Gálvez, p 26-28
87
Por Andrea Paula De Vita
La tradición musulmana
y la interpretación de lo femenino
elhilodeariadna
89
La mujer en la tradición coránica
donde las mujeres no eran más que objetos de uso e intercambio y, en un tiempo
en el cual los círculos religiosos alegaban sobre si la mujer era un ser humano
con alma propia o no, el Islam proclamó: “Oh, humanidad! Nosotros los creamos a
partir de un solo par, de un hombre y de una mujer” (Corán 49:13). Otra asora afir-
90
ma: “Y El creó las parejas, el macho y la hembra. De una gota de esperma eyaculada”
(53: 45-46) y, “¿Piensa acaso el hombre que será dejado libre? No fue en su origen una
gota de esperma eyaculada? Que luego se convirtió en coágulo del cual Dios lo creó y lo
perfeccionó: del cual hizo los sexos, el macho y la hembra” (75: 36-39). Mujer y varón,
dos seres humanos sexualmente diferenciados, creados por Dios de una única
fuente, están ligados entre sí, no sólo en virtud de su mismo origen sino también
a raíz de su correlatividad e interdependencia sexual, según se afirma en varios
versos del Corán, que determinan que la intención de Dios fue la creación de
una dualidad complementaria. Un vivo sentido de esta interdependencia se re-
conoce en las sociedades islámicas a través del rol determinante de la mujer para
mantener el bienestar físico, emocional, moral y espiritual de la umma. Para la
tradición islámica la sexualidad es un signo de la bondad y gracia de Dios con la
humanidad, como lo muestra el siguiente pasaje coránico: “Y entre sus signos está
el de haberos creado esposas, de vuestra misma especie, para que conviviéseis con ellas
y os vinculó con el amor y la piedad. Por cierto hay signos para los sensatos” (30:21).
Para reafirmar lo precedente, debe tenerse presente que en el contexto de la
creación humana, encontramos la utilización del sustantivo zaujj para describir
el vínculo entre varón y mujer, esto es, compañero/a de cada uno. Este término
refiere en lo cotidiano al par, por ejemplo “un par de zapatos”. Es decir, no sólo
elhilodeariadna
91
ambas partes son necesarias para completarse, sino que el perfecto funciona-
miento de cada una de ellas requiere la presencia de la otra. Si bien el término
azwaj (plural de zauj) empleado en el texto sagrado para referirse a los esposos
y esposas es bien conocido en las sociedades musulmanas, se emplea también
el término zaujain (forma dual de zauj) para el hombre y la mujer al describir el
proceso de la creación3.
En el Corán existen muchos preceptos relacionados con la regulación de la rela-
ción hombre-mujer en tanto pares. La suposición que sustenta estos preceptos
es que si la mujer y el hombre pueden lograr justicia en su relación matrimonial,
que es la base de la familia, entonces también pueden lograr justicia dentro de la
umma y por tanto, en el mundo. Casi todos admiten que el texto de la sura 4:34
está dirigido a los esposos, pero hay que señalar que está dirigido a los ar-rijal”
(los hombres) y a las an-nisa (mujeres). El versículo se refiere a todos los hom-
bres y mujeres de la comunidad islámica, indicado más claramente cuando se
hace referencia a las acciones que se deben cumplir. Se encuentra la forma plural
y no la dual, que pone de manifiesto que estos deberes y funciones tienen que ver
con la función de la umma. La palabra clave de este texto es qawwamun que ha
tenido diversas traducciones como “protector”, “amo”, “señor” o “encargado de
la mujer”. Sin embargo qawwamun quiere decir “el que gana el pan” o “aquel que
provee un medio para la subsistencia”. Por ello podríamos pensar que el hombre
debe tener la capacidad para proveer lo necesario y es, en todo caso, una declara-
elhilodeariadna
92
ción normativa que pertenece al concepto islámico de la división del trabajo en
una estructura familiar.
Como muy bien lo describe Riffat Hassan en el artículo señalado, el pasaje si-
guiente comienza con un “por lo tanto”. Si el hombre cumple con la función
que se le ha asignado, esto es la de ser proveedor, la mujer entonces cumplirá
también con sus obligaciones. La mayoría de las traducciones describen esta
obligación como “obediencia al esposo”. La palabra salihat que se traduce como
“virtuosamente obediente” está relacionada con la palabra salahiat “capacidad”
o “potencialidad” y no “obediencia”. La palabra qanitat que sigue a salihat que es
también traducida como “obediente” se relaciona con una bolsa para llevar agua
de un lugar a otro sin derramarla. Si la especial capacidad de la mujer es la de
tener hijos, es entonces como una bolsa con agua que debe llegar sin pérdida
alguna a su destino. Son dos funciones complementarias, necesarias para man-
tener el balance en cualquier sociedad. Como solo la mujer puede tener hijos
–función cuya importancia en la supervivencia de cualquier comunidad no pue-
de cuestionarse– ella no debe tener la obligación de ganarse el pan, sino que esta
función, dentro de la umma, le corresponde al varón, aunque no sea su esposo.
Sin embargo, cuando se abordan y se discuten temas relacionados con la mujer,
se advierten notables divergencias no sólo entre el Islam normativo y la práctica
islámica, sino también entre las enseñanzas coránicas y la propia tradición. En
este punto no podemos dejar de mencionar que estas contradicciones emergie-
ron y persisten por la aceptación de que la primera creación de Dios fue el varón
y no la mujer y que fue ésta el agente principal de la pérdida del paraíso. Rápida-
mente el lector advertirá que esta última frase, se corresponde con el Génesis y
no con el Corán que, como hemos visto muy brevemente, se expresa en términos
de paridad. No obstante, el verso coránico “Él es quien os creó a partir de una única
persona! Y de ella sacó a su pareja para descanso para ella!” (7:39:189), del que pa-
recería inferirse que el varón es creado en primer lugar y de él, posteriormente
la mujer, es el texto cuya lectura y exégesis ha suscitado polémicas históricas y
posiciones inflexibles respecto de la supuesta inferioridad femenina. El conoci-
miento de Génesis 2 (entre otros textos de la tradición judeo-cristiana) en este
caso referente a la creación de la mujer, formó parte y tuvo un impacto formativo
a través de los canales de penetración cultural que se conocen suficientemente4.
Podemos observar que se superponen en el texto los dos relatos bíblicos respecto
elhilodeariadna
de la creación, que el Corán hizo suyo, aunque con variantes dignas de destacar.
De entre ellas, una de las más significativas en relación con el Génesis 3:6, que
relata el diálogo entre la serpiente y Eva en el jardín del Edén, que precede a la
acción de comer la fruta prohibida por la pareja en el jardín del Eden, en el Co-
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rán Shaitán (Satanás) no tiene un diálogo exclusivo con la compañera de Adán,
ya que en dos de los tres pasajes que se refieren a este episodio, principalmente
en la sura 2:35 -39 y en la 7:19-25, se asevera que fue Shaitán, el que insistió en
desobedecer la recomendación divina de no comer la fruta prohibida. Este acto
de desobediencia de la pareja transcurre en el jardín (al-jannah) como un acto
conjunto sin ningún tipo de referencia o de responsabilidad exclusiva de uno
sobre el otro. Claramente el relato coránico de la desobediencia, y no caída, di-
fiere significativamente del relato bíblico determinando importantes diferencias
teológicas y doctrinales en relación con la tradición judeo-cristiana, a pesar de
pertenecer al mismo tronco abrahámico. El rechazo de Shaitán a obedecer el
mandato de Dios de inclinarse en sumisión frente a Adán se debe a que, como
él, es una criatura de fuego y es elementalmente superior a Adán, que es de ba-
rro (7:11ss). Cuando Dios lo condena por su arrogancia y le ordena partir en un
estado de deshonra, Shaitán desafía a Dios: él le probará que Adán y su progenie
son indignos del honor y la preferencia de Dios, siendo desagradecidos, débiles y
fáciles de tentar. Shaitán solicita a Dios la suspensión de su castigo hasta el “día
del juicio final”. No solo le es otorgada esta suspensión sino que Dios le pide que
utilice toda su astucia y su fuerza para tentar a los seres humanos y comprobar si
éstos lo siguen. Comienza así un drama cósmico, que implica la oposición entre
los principios del bien y del mal, oposición que los hombres deberán elegir ejer-
ciendo su autonomía. La narración coránica, en la que no vamos a detenernos
aquí, se concentra en la elección que debe hacer la humanidad al confrontar las
alternativas presentadas por Dios y por Shaitán, ya que el relato coránico de la
desobediencia no tiene que ver con la aparición del primer hombre en la tierra,
sino con el pasaje o transición de un estado a otro de conciencia: la de ser libre.
Su primer acto de desobediencia fue su primer acto de libre elección.
La experiencia sufí
Cada discurso esculpe y recrea el mundo según sus prioridades, sus fines y sus
intereses. Cada discurso recrea los cuerpos, femenino y masculino, los sacra-
liza o los devasta, los condena y los redime. Así, la teología se vio confrontada
con aquellas experiencias de los sufíes. Para ellos, la distinción entre humano
elhilodeariadna
al acercarse el alba, le ruega que le cuente un cuento porque tal vez ese día sea la
última vez que lo pueda escuchar. Esa “última vez” será propuesta noche tras no-
che, mil y una veces, gracias al talento de la narradora y a su arte de interrumpir
el relato en el momento oportuno para demorar su pena de muerte. En la milési-
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K 97
1. Para más detalles sobre la formación del texto coránica véase mi artículo “la tradición textual en el Islam: el Corán
y la sunna”, en Cuadernos de Teología, vol. XXV (2006), pp 179-187.
2. Cada una de las azoras o capítulos del texto coránico comienza con la invocación inicial y ritual conocida como
basmala: “En el nombre de Dios, el compasivo, el muy compasivo/misericordioso“, mediante la apelación de dos
de sus nombres ar-Rahman ar-Rahim. Con ello se subraya que, cualquiera que sea la importancia de las leyes y re-
comendaciones reveladas por Él o promulgadas en su Nombre, Él perdonará a quien no transgreda sus órdenes. El
Dios del Islam, el Dios de Abraham, Moisés y Jacob es un Dios de la compasión y la misericordia, lo que no siempre
ha de recordarse convenientemente aún cuando Él sea también, según el Corán, severo a la hora de castigar. Y en
su compasión actúa como lo haría no un padre, sino una madre, lo que queda perfectamente puesto de relieve por
la raíz verbal que subyace a estos nombres y que comparten (rhm), a la que es inherente el significado de compa-
sión maternal (rahim, que designa el útero materno) ya sea genérica (en el primer caso) o puntual (en el segundo).
3. Al respecto véase el muy interesente análisis exegético que hace Riffat Hassan que nosotros seguimos en “Pers-
pectiva islámica” en Mujer, religión y sexualidad, págs. 105-140. Cf. También Nagel, T., The History of Islamic Theology
26ss. y Busse, H., Islam, Judaism and Christianity. Theological and Historical Affiliations,46ss.
4. Recuérdese que esta región no estaba al margen del mundo civilizado conocido. Persia y Bizancio, los dos gran-
des imperios que en ese entonces se disputaban su dominio, no podían permitir el surgimiento de un nuevo
competidor independiente que, en alguna forma, pudiera afectar sus intereses. El control de las rutas caravaneras
y su flujo de mercancías entre el Lejano Oriente así como en Europa, era el objetivo de estos imperios. Dada, sin
embargo, la impenetrabilidad del desierto y el alto riesgo de que ejércitos no habituados a él pudieran ser fácil-
mente aniquilados por la belicosidad beduina, el control de estas rutas se dejaba en manos de aliados estratégicos
especialmente contratados para ello. Recuérdense, por ejemplo, los llamados “estados tapones” de los lajmíes y los
gazaníes en el norte de la Península Arábiga, representantes de los intereses persas y bizantinos respectivamente.
En este punto, debe destacarse que los gazaníes, cristianos monofisitas y los lajmíes, cristianos nestorianos, fueron
el canal de penetración no solo político, sino también religioso a través de los cuales el Islam tomó contacto con las
tradiciones vetero y neotestamentaria.
5. En W. J. Austin, Soufis d’Andalousie (Ruh al-Quds) de Ibn Arabi, París, Sindbad, 1979, p. 31.
6. En W. J. Austin, p. 39s.
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El simbolismo de lo femenino
en las tradiciones sagradas
y en la literatura
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Goethe, Fausto II
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racional, ella encierra en sí una sabiduría oculta. Pero para que esta sabiduría se
nos revele y pierda así su carácter impulsivo y compulsivo, es necesario entablar
un diálogo con ella. Este arduo trabajo es el que permite vislumbrar la secreta
intención de la vida que se nos muestra –como dice en el Libro Rojo– cuando
el sentido del espíritu de los tiempos y el sinsentido de la no racionalidad de la
profundidad convergen y se integran creando otro orden conforme a un supra-
sentido que trasciende a ambos.
En última instancia, al tratarse de un arquetipo, estamos hablando de un princi-
pio femenino cosmológico en la psique humana, del cual ésta participa. De ahí
que sea a su vez principio psíquico. Es sobre todo un arquetipo de relación, con
lo cual hacemos explícita su naturaleza erótica correspondiente, como veremos,
a varios niveles. Es la que mueve a lo desconocido y por ello lleva a la salvación
o a la perdición. Es la posibilidad redentora dentro de la psique humana que se
abre al misterio.
Como buen hermeneuta simbólico nos ofrece varios contextos para comprender
de qué se trata el concepto que nos ocupa: In somnium Scipionis de Macrobio, la
filosofía clásica china (anima = p’o o gui), la historia de la literatura (Fausto, La
Divina Comedia, Sueño de Polifilio, etc.), y también conformando la parte femeni-
na de las syzygias divinas, parejas andróginas de dioses: mitologías primitivas,
gnosticismo, principios yin y yang, etc., y lo que nos interesa puntualmente: en
la alquimia como sol y luna.
Podemos establecer entonces, –mutatis mutandis– algunas correspondencias
simbólicas considerando dos de estos contextos. Uno de ellos es el Fausto de
Goethe y el otro el gnosticismo. Lo que sigue es un intento de comprenderla
mediante los diferentes grados en que se personifica. Margarita correspondería
a Eva (grado de relación impulsiva: instintivo, biológico, maternal, de fertilidad).
Helena, aunque con cierta salvedad, (grado de relación romántica, sexual, estéti-
ca e individual). María (grado de relación celestial, espiritual y devocional) y por
último Sofía –que Goethe denomina ewige Weibe, lo eterno femenino– (expre-
sión de la sapientia Dei).
Históricamente, el culto a la mujer –como vimos ya respecto de lo femenino en
el Fausto de Goethe o como puede verse en la Beatrice de Dante– es el intento
moderno de unificación de los opuestos, como en el cristianismo el culto de Dios
y en el budismo el culto del sí-mismo, pero fundamentado en un polidemonis-
elhilodeariadna
Bibliografía
1. Jung C.G.: “Sobre los Arquetipos de lo Inconsciente Colectivo” en Los Arquetipos y lo Inconsciente Colectivo, vol
9/I, Madrid, Trotta, 2002, # 56.
2. Evola, J.: “La Separación Sol y Luna” en La Tradición Hermética, Martínez Roca, Barcelona, 1975, p. 57.
3. Jung, C.G.: “Las personificaciones de los opuestos” en Mysterium Coniunctionis, vol 14, Trotta, Madrid, 2002,
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#163. Aquí cita Jung en la nota 244 la declaración del alquimista Mylius: “Nosotros colocamos el alma del mundo
principalmente en el Sol.”
4. Eliade, M.: “La Luna y la Mística Lunar” en Tratado de Historia de las Religiones, Cristiandad, Madrid, 1981, p. 279.
5. Jung, C.G.: “Las Personificaciones de los Opuestos” en Mysterium Coniunctionis, op. cit., #150.
6. Jung, C.G.: “Psicología de la Transferencia” en La Práctica de la Psicoterapia, vol 16, Trotta, Madrid, 2006, #483.
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Por Francisco García Bazán (CONICET-UK)
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II. La gnosis de los gnósticos y la aventura dramática de Sofía.
nea de sus atributos. Tampoco es posible que la imagen transparente del Padre se
oscurezca, es Totalidad única de luz y si alguno de sus aspectos se debilitara sus
consecuencias abarcarían a la Plenitud toda, ya que en cada característica reside
la totalidad bajo un punto de vista parcial. Se trata de la norma natural del uno-
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todo invadido por la libertad de que gozan los seres pleromáticos, personales y
eternos, comunicados o abiertos entre sí, como las tres divinas personas supre-
mas, en las que se integran por el Hijo.
124
estos miembros suyos hayan sido rescatados y reunidos, será el fin del mundo
–por este motivo en este plano de la economía liberadora cósmica dice Ireneo que
llaman a la madre Sofía Ajamoth, es decir, en plural, puesto que se ocupa de to-
das sus parcelas espirituales que tiene que reunir–. Pero este diseño providencial
inferior reflejo del de la Madre superior, Amor o seno del Padre, involucra una
tarea compleja que implica la creación del mundo y del hombre por el artesano
demiurgo y la desaparición del mal, que aleja de la divinidad una y trina.
Será el demiurgo –hijo ocultado y separado de sí por su madre Sofía, porque
como vástago prematuro la avergüenza–, creador fatuo e ignorante, el que se
dedicará a la tarea de crear un mundo. Un producto delirante que es el resultado
de la actividad de una mente vacua, necia y prepotente. Un mundo que proviene
del vacío y retornará a la nada. En esta instancia del mito nuevamente la inter-
vención de Sofía actuando como providencia inferior dirigirá el designio univer-
sal en un doble plano: a) orientando inconscientemente al demiurgo para que
conforme su obra viviente espaciotemporal y material a un modelo superior que
le permitirá que el desarrollo cósmico esté al servicio de la salvación de cuanto
hay de espiritual escondido en el universo constituido de materia pasional y ele-
mental, el que desafía a la liberación y b) de manera más activa, para que intervi-
niendo directamente en la plasmación del hombre en el Paraíso a los materiales
burdos y sutiles aportados por los ángeles o servidores del demiurgo, de natura-
leza material (hílica) y animal (psíquica), que permiten que el hombre se mueva,
pero no se yerga, le insufle el soplo o hálito de vida amorosa que encerraba en su
interior. Por el súbito resplandor y la palabra articulada la obra humana formada,
los ángeles quedarán admirados y su jefe por envidia ideará el pretexto de la ten-
tación de Eva por la serpiente, con el fin de que el demiurgo obtuso y prepotente
al ver desobedecidos sus mandatos, los arroje de sus dominios celestiales, así el
verdadero “príncipe de este mundo” imagina con su ardid que su imperio sobre
el hombre y su universo mundanal no tendrá conclusión, pues mientras haya
espíritu preso en el cosmos, gran animal viviente, él persistirá con su maligna y
hegemónica arrogancia. Pretensión inútil del “dominador del cosmos”, pues la
Sofía primera desde la altura infinita del seno paterno, como Providencia supe-
rior estará animando en la Ogdóada a su aspecto de Sabiduría inferior para que
los vástagos dispersos, las chispas de Amor, retornen a ella, completen el cuerpo
de luz total y entren todos juntos en el Pleroma, produciendo la disolución del
elhilodeariadna
de lo que se acaba de escribir: «En el comienzo Dios (los dioses) creó los cielos
y la tierra». La expresión “creó” (bará) incluye la potencia productora de una
Divinidad que encierra en su interioridad, “en el principio” (be-re§it), la Palabra
que crea. Se trata de tres principios personales en unidad, no de tres moda-
126
lidades –concepción modalista– de un Uno. El funcionamiento autónomo de
cada uno de los principios lo confirma. Por eso con familiaridad en las exégesis
judías de su época y superando las polémicas sobre los “dos poderes en el cielo”
que las posteriores exégesis rabínicas han acallado, en defensa canónica del mo-
noteísmo, el prólogo juanino sostiene: «En el principio (en arkhé) era la Palabra
(Lógos) y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios (theós)… Y sin ella nada
se produjo» (Jn 1, 1-3).
En el mismo comienzo de las múltiples exégesis concurrentes se denuncia la
riqueza del pasaje y con ella la ambigüedad que delata la naturaleza de la Palabra-
Logos/Sabiduría-Sophía, porque su naturaleza intermediaria, el lazo del Amor,
por una parte, en el seno paterno está con Dios; pero por otra, está nutriendo a la
Palabra para que esté junto a Dios sosteniendo la convivencia interiormente, con
la totalidad de su potencia, pero no proyectándola hacia fuera. Esta ambivalencia
saca a la economía divina de sus relaciones completas en el núcleo familiar y la
arroja a una aventura inesperada, la expansión creadora.
Las consecuencias de la fuga del centro de lo inmanifestable y distinto – que
clama en la naturaleza del hombre y que es a lo que aspira íntimamente –ha
quedado acuñado como la aventura de Sofía y la desventura paralela del hombre
pneumático en la literatura religiosa de Occidente–. Porque se trata en general
del espacio que se abre entre el amor falso y el verdadero amor y las consecuen-
cias que desata su confusión: alejamiento de lo divino y doloroso peregrinaje en
la oscuridad.
Si la Palabra/Sabiduría plena de amor hubiera seguido espontáneamente cum-
pliendo su rito de entrega total al Padre como una parte del Pleroma en concierto
matrimonial de acuerdo con su peculiaridad andrógina, el Amor/Vida/Espíritu
insuflado completamente en la existencia paterna y filial, no hubiera tenido mo-
dificación. Pero la detención de Sofía en el ejercicio amoroso normal la llevó a
querer modificar la condición de la agápe, como se ofrece en la divinidad Padre y
en la divinidad Hijo, inseparables en tal sentido de la divinidad Madre/Espíritu.
Porque como reflejo libre, pero andrógino, de esta última en el Hijo se alejó de lo
divino, originó el mal que es lo opuesto al bien –bien es aquello hacia lo que todo
tiende y, por oposición, mal aquello de lo que todo se aleja–, generó las pasiones,
trastornó al Pleroma, originó la posibilidad del mundo inseguro, atomizado y
transitorio y comenzó el sufrimiento humano de la búsqueda insaciable de la
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Bibliografia
Fuentes:
Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1967.
Biblia hebraica, R. Kittel (ed.), Württembergische Bibelanstalt, Stuttgart, 1937.
Novum Testamentum Graece et Latine, Württembergische Bibelanstalt, 25Stuttgart,
1963.
Filón de Alejandría, La confusión de las lenguas y La migración de Abrahán, trad.,
intr. y notas de F. García Bazán, en Obras Completas de Filón de Alejandría II, J.P.
Martín (ed.), Madrid, Trotta (en prensa)
F. GARCÍA BAZÁN, La gnosis eterna. Antología de textos gnósticos griegos, latinos y
Coptos I, Trotta, Madrid, 2003.
F. GARCÍA BAZÁN, La gnosis eterna. Antología de textos gnósticos griegos, latinos y
coptos II. Pistis Sophía/Fe Sabiduría, Trotta, Madrid, 2007.
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Por Bernardo Nante
Bernardo Nante: Doctor en Filosofía. Profesor titular en las Cátedras de Mitología General
y Comparada, Escuela de Estudios Orientales; Filosofía de la Religión, Facultad de Filoso-
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fía; Universidad del Salvador. Profesor Investigador en áreas vinculadas al estudio de las
religiones, filosofía comparada de Oriente y Occidente y de la articulación entre psicolo-
gía, religión y filosofía. Disertante en numerosos seminarios nacionales e internaciona-
les. Presidente de la Fundación para la Vocación Humana (www.vocacionhumana.org).
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“Todo lo transitorio
No es más que símbolo;
Lo Imperfecto
Aquí halla su acabamiento;
Lo inefable,
Aquí se torna acto;
Lo Eterno Femenino
Nos lleva a lo alto”.
En efecto, los versos del Fausto, en poético acuerdo con lo anterior, dan a enten-
der no sólo que en el símbolo se comprende aquello que en la vida transitoria
sucede, por así decirlo, “ciegamente”, sino que el símbolo proporciona la clave
de aquello que perfecciona lo imperfecto. En otras palabras, el símbolo no es
sólo “cifra”, clave que desentraña lo que está oculto, sino también o, por ello mis-
mo, dynamis, potencia de realización, fuerza eficiente y transformadora. Pero hay
más; pues paradójicamente el símbolo es o radica en lo transitorio mismo; el se-
creto de una verdadera sabiduría consiste en ver en lo transitorio, en lo efímero,
el símbolo. En este sentido, puede afirmarse que el Fausto mismo es un sugestivo
sistema simbólico; en definitiva, un “mito” que intenta mostrar el símbolo en lo
transitorio y, más aún, que allí en donde su dynamis se torna evidente, en donde
elhilodeariadna
to puede dar lugar a lo más Alto y, acaso, el acceso a lo más Alto requiere de un
paso consciente y doloroso por lo más bajo.
Por cierto, detenerse en el alcance de estas influencias que tanta literatura críti-
ca –no pocas veces contradictoria– ha producido, es una tarea imposible y acaso
133
estéril. No obstante, a modo de esquema didáctico obsérvese que, malgré Goethe,
un cierto romanticismo, aunque irónicamente matizado, se advierte, por ejem-
plo, en el estado de ánimo que caracteriza inicialmente a Fausto que podría re-
sumirse con el término “Weltschmerz”. Aunque acuñado recién en 1827 por Jean
Paul quien se inspiró en Byron, Weltschmerz entendido como “dolor del mundo”
expresa el pesimismo y el sentimiento de melancolía que una persona experi-
menta al entender que el mundo físico real nunca podrá equipararse al mundo
anhelado. Pero en Goethe tal melancolía manifiesta, por una parte, un trasfondo
antiguo y hermético; se trata del temple de ánimo de raigambre metafísico que
excede el encierro de una neurosis subjetivista y una mirada nihilista, pues tal
melancolía, sabiamente asumida, puede poner en movimiento un camino de
reintegración espiritual.
Tal dolor de Fausto lo lleva a tensarse en un doble camino que lo impulsa hacia
el cielo y hacia la tierra por igual; por ello, el Señor confía que la tentación de Me-
fistófeles fracasará en su propósito último, pues según sus palabras: “un hombre
bueno en su oscuro impulso/permanece consciente del recto camino” (Fausto I 328 y 9).5
Pero, por otro lado, en algún sentido tal estado anímico es “moderno”, pues aquí
y allá se advierte una distancia crítica, que se evidencia en una mirada humorís-
tica o al menos irónica hacia los mismos saberes que nos abren al misterio. Así
el “Prólogo en el Cielo”, de donde hemos extraído la cita anterior, aunque pleno
de gravedad, no está exento de ironía; el aprecio recíproco entre el Señor y Mefis-
tófeles sugiere la más extrema coincidentia oppositorum, la conciliación de lo más
Alto y de lo más bajo, aunque está expresado en un tono sutilmente humorístico.
Basta como ejemplo el breve monólogo de Mefistófeles, quien luego de visitar
al Señor reconoce que de tanto en tanto le causa placer ver “al Viejo” y por ello
se guarda bien de romper con Él. La intensidad y seriedad no es disminuida por
el humor, sino que profundiza la mirada simbólica. El humor se anticipa al es-
cepticismo del hombre moderno reacio e incapaz ante la gravedad del misterio
simbólico, pues el humor da satisfacción al ridículo de toda visión concretista de
lo simbólico y da a entender que la ficción es “historia verdadera” si se la sabe
leer más allá de su literalidad, e incluso más allá de su carácter meramente litera-
rio. No se olvide que para Goethe el arte verdadero permite que lo ideal se torne
realidad perceptible. El propio “Preludio en el Teatro”, a través de los tres puntos
de vista representados por el Director, el Poeta y el Bufón muestran, entre otras
elhilodeariadna
136
embargo, lo “eterno femenino” no deja de manifestarse en las formas oscuras.
Por cierto, en el estudio de Goethe sobre las pinturas de Polignoto en la Lesché
de Delfos, leemos el siguiente texto referido a Helena:
“Desde su juventud, objeto de veneración y de deseo, ella excita las más violentas pa-
siones en el mundo heroico, impone a sus pretendientes una eterna sumisión; ella es
tomada, desposada, raptada y reconquistada. Encanta y a la vez hace perecer, seduce
a la vejez y a la juventud, desarma a su esposo ávido de venganza; primero objeto de
una guerra mortal, aparece ahora como el más bello premio de la victoria (…). Los
griegos parecen haber estado encantados por el recuerdo de Helena. E incluso cuando
de tanto en tanto el sentimiento de legítima reprobación que suscitaba la inmoralidad
de su conducta daba nacimiento a relatos que le eran desfavorables, la mostraban mal-
tratada por su esposo o padeciendo el suplicio reservado a los más infames canallas; la
hallamos sin embargo, ya en Homero, en la situación de feliz esposa y ama de casa. Y
así, luego de largos años de controversias, Eurípides merece el reconocimiento de todos
los griegos cuando la representa como justificada, incluso como del todo inocente y da
así satisfacción a esa exigencia ineluctable de la conciencia civilizada que reclama el
acuerdo de la belleza y la moralidad”.13
El “alma bella” como personificación de la moral más elevada y de las cualida-
des estéticas, no es una idea ausente en el Fausto. Como bien señaló Norton,14
la idea de “alma bella” que ejemplifica la búsqueda secularizada de un modelo
ético ajeno a una moralidad teocéntrica atraviesa todo el siglo xviii, manifiesta sus
antecedentes modernos en Shaftesbury (1671 – 1713) y desemboca en el ciclo de
ensayos de Schiller sobre la educación estética. Pero Goethe no ha secularizado lo
espiritual, sino que aspiró a sacralizar el arte. El “alma bella” mueve, como dice el
texto, las más violentas pasiones; la historia de Margarita comienza en la cocina
de la bruja; allí ve la belleza femenina ideal que es Helena (Fausto I, 2429-40).
Puede verse entonces que el camino ascendente no tiene la forma de una escalera
recta, sino que pasa por extremas polaridades, por vaivenes que hacen peligrar
la obra pues en la materia todo puede confundirse. Fausto es movido por un alto
amor, pero su abordaje y los medios de los que toma mano son oscuros, de allí
que su propio anhelo se prostituya. Más adelante se queja de que esa imagen
bella lo distrajo de su verdadera búsqueda (Fausto I 3220-42) y de que lo llevó a lo
bajo. Pero Margarita como tal no es ni una simple pecadora, una mera “Eva”, ni
tampoco una doncella ingenua seducida por un canalla; tema este último tratado
elhilodeariadna
lleva a lo Alto”. Ese correlato, más allá de tal banalización, hace del matrimonio
la expresión simbólica más evidente de la conciliación de opuestos en donde ello
se torna posible. Cuando Wagner, en el laboratorio alquímico, ante la aparición
del homúnculo, ser espiritual carente de cuerpo grosero, se pregunta cómo es
138
posible que pese a la estrecha unión entre alma y cuerpo, éstos se amargan la
vida entre sí sin cesar; Mefistófeles parece desviar la atención diciendo: “¡Alto
ahí! Yo quisiera mejor preguntar:¿por qué marido y mujer se llevan tan mal?”.16
Más allá de la ironía, Mefistófeles está dando una clave simbólica, la dificultosa
unión de los opuestos, se debe abordar desde la unión del hombre y la mujer;
por ello, el homúnculo buscará su cuerpo en una infructuosa unión con lo fe-
menino. Y el matrimonio alquímico tiene como propósito engendrar el “filius
philosophorum”, el “hijo de los filósofos”. Pero en el Fausto, como es de esperar,
tales frutos matrimoniales fracasan. Si con Margarita el fruto de su unión con
Fausto terminó en un abominable asesinato, con Helena la inmadurez de la
unión generará una muerte temprana. Euphorion, hijo de la unión entre Fausto
y Helena, morirá por su arrebatado deseo de unión erótica y tal desgracia devol-
verá a Helena al Hades, de donde Fausto la rescató. Pero aún antes de evocar el
fantasma de Helena, muere incendiado el “mancebo conductor” (Knabe Lenker)
que Goethe consideraba equivalente a Euphorion, pues tal puer eternus, tal re-
presentación de la Poesía romántica, creativa e imberbe, aspira a vivir más allá
del tiempo y del espacio. No obstante, tal forma de vida no puede encarnarse
pues no halla la unión madura que ello requiere. El propio homúnculo, aunque
llame a Wagner “papá”, es una suerte de hijo de esa unión fallida con el fantas-
ma de Helena.Como puede observarse, con el transcurso del texto, el impulso
hacia lo insondable, terrenal y celestial, va tornándose en Fausto unilateralmente
mundano, hasta convertirse en materialista. Su inconsciencia lo hace cómplice
o acaso instigador involuntario del crimen de Philemon y Baucis. Baucis, voz de
lo femenino, sabe del ansia de poder de Fausto, aunque Philemon ve la obra de
Fausto con admiración.
Al final del Acto V del Fausto II, con motivo del crimen, se presentan las cuatro
mujeres canosas que son flagelo (Escasez, Deuda, Inquietud y Miseria), pero
Fausto, por ser poderoso, sólo se ve afectado por La Inquietud, Sorge, quien lo
atormentará y dejará ciego. Y en esa ceguera surge la luz y así Fausto decide
llevar a cabo su obra, aunque esta vez, parece concebirla en beneficio de una hu-
manidad que ansía la libertad. Tal entrega le procura la felicidad de un momento
fugaz y lo lleva a decir antes de morir “Detente, pues ¡eres tan bello!”, lo que hace
suponer erróneamente a Mefistófeles que ha ganado la apuesta y que puede lle-
var el alma de Fausto al Infierno.
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1. Alles Vergängliche / Ist nur ein Gleichnis;/ Das Unzulängliche/ Hier wird’s Ereignis;/Das Unbeschreibliche,/ Hier ist’s
getan;/ Das Ewig-Weibliche/ Zieht uns hinan. (12104-12111). Consigo mi traducción del texto aunque soy consciente
de que ninguna de las variantes “aceptables” es satisfactoria.
2. Tal es la explicación que Goethe da a Eckermann el 6 de junio de 1831.
3. Harold Jantz, “The Place of the ‘Eternal-womanly” in Goethe’s Faust Drama”, PMLA Modern Language Associa-
tion, Vol. 68, nr. 4 (sep. 1953), pág. 791.
4. Goethe, J.W. von, Werke, ed. Erich Trunz, Hamburger Ausgabe, Hamburg: Wegner, 1948 – 64,, vol 12, pág. 471y
470: vol. 13 pág. 305.
5. Cuando no indiquemos lo contrario, citamos los textos correspondientes de la edición castellana de Fausto, trad.
José Roviralta, Madrid, Cátedra, 1998. Aunque los contrastamos con el original alemán y consignamos la nume-
ración canónica.
6. No es el lugar para justificar esta cuestión. Pese a que no es el abordaje habitual a la obra de Goethe, existe una
apreciable bibliografía sobre el tema. Basta mencionar el ya clásico estudio de Ronald D. Gray, Goethe the Alchemist.
A study of alchemical symbolism in Goethe’ s literary and scientific Works. Cambridge,Cambridge University Press,
1952.
7. Cfr. Fausto I 402.
8. Fausto I 427. Por cierto no trataré aquí las importantes cuestiones terminológicas relacionadas con el uso que
Goethe le da a los diversos términos para ‘imagen’, ‘signo’, ‘símbolo’, etc.
9. Harold Jantz, Op. Cit., pág. 793. Cfr. Fausto I, 455- 459.
10. Fausto I, 1236.
11. Por cierto, Goethe recrea libremente los personajes mitológicos. Téngase en cuenta que no puedo presentar
todas las figuras de lo femenino en el Fausto y tampoco señalar los sutiles aportes de cada una al “eterno femenino”.
12. Jaeger, Werner, Paideia: los ideales dela cultura griega, México, FCE, 1974, pág. 585. Plotino escribió: “la
belleza es asimismo el bien” Enn., I, vi, 6.
13. Citado por Henri Lichtenberger en Goethe, Faust, Paris, Ed. Montaigne, 1932, vol II, pág. xxv.
14. Robert E.Norton, The Beautiful Soul: Aesthetic Morality in theEighteenth Century, London: Cornell Univ. Press,
1995, passim.
15. Neil M. Flax, “The Presence of the Sign in Goethe’ s Faust” , PMLA Modern Language Association, Vol. 98, No.
2 (Mar., 1983), pág. 190
16. Fausto II, 6898 – 9.
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thesaurus
El rey y el cadáver
Extracto de los cuentos de Heinrich Zimmer
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el rey había salido con un pequeño séquito de sus jóvenes caballeros para
dedicar un día a la caza en el bosque; sir Gawain estaba entre ellos. El terreno
les era familiar, y no tenían ninguna expectativa de acontecimientos milagrosos.
Entonces el rey picó espuelas y se adelantó un corto trecho, y de pronto levantó
un corpulento ciervo. Se lanzó tras él, y cuando había cabalgado apenas media
milla lo abatió. Desmontó, ató el caballo a un árbol, desenvainó su cuchillo de
caza y comenzó a preparar la pieza. Pero cuando estaba agachado sobre su presa
en un pequeño parche de musgo, se percató de que alguien lo estaba observan-
do; y cuando levantó los ojos advirtió delante de él un bien armado caballero de
aspecto repulsivo, “en gran manera recio y de grande fuerza”.
“Sed bien hallado, rey Arturo”, dijo el hombre corpulento, hicísteisme afrenta
muchos años ha, y cumplidamente he de vengarla; vuestros días son contados”.
Amenazado así de muerte inmediata, el rey respondió prestamente con el repro-
che de que el otro no ganaría mucho honor con tal hazaña. “Vos estáis armado,
y yo sólo vestido de verde”. Pidió conocer el nombre del retador.
“Mi nombre”, dijo el hombre, “es Gromer Somer Jouner”. Ese nombre nada
significó para el rey.
El argumento del rey, empero, había tocado un punto delicado del honor caba-
lleresco, y por eso el hombrón armado se vio forzado a ceder un poco, no por
completo, pero sí algo. Y la condición que impuso para dejar marcharse al rey
constituye el tema y la trama de este grotesco romance.
Sir Gromer Somer Jouner exigió que su indefensa víctima jurara regresar el mis-
mo lugar el mismo día del año siguiente, desarmado como ahora –vestido sólo
con su jubón verde de cazador– y trayendo como rescate por su vida la respuesta
a la siguiente adivinanza: “¿Qué es lo que una mujer más desea en el mundo?”
El rey dio su palabra, y regresó muy abatido a reunirse con sus caballeros. Sir
Gawain, su sobrino, advirtió la pena de su rostro y lo llevó aparte para pregun-
tarle qué había sucedido. El rey le explicó su secreto. Deliberaron juntos, mien-
tras cabalgaban un poco alejados del resto, y pronto Gawain hizo una respuesta
excelente.
“Haced que apresten vuestro caballo para un viaje por países extraños, y a quien-
quiera que encontrareis, hombre o mujer, preguntadle qué piensa del enigma.
Y yo cabalgaré en otra dirección e indagaré a todo hombre y mujer y veré qué
obtengo, y anotaré todas las respuestas en un libro”.
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Faltaba todavía un mes. El rey, inquieto a pesar del número de respuestas reuni-
das, picó espuelas otra vez, y se aventuró en el bosque de Inglewood, y allí se
encontró con la bruja más fea que la humanidad había visto nunca: cara berme-
ja, nariz llena de mocos, boca ancha, dientes amarillo y que asomaban sobre el
labio, un pescuezo largo y flaco, tetas pesadas y caídas. Llevaba sobre la espalda
un laúd y montaba un palafrén ricamente ensillado. Era un espectáculo invero-
símil ver un ser tan horroroso cabalgando tan donosamente.
Enderezó directamente su caballo hacia el rey, le dio la bienvenida y le dijo sin
rodeos que ninguna de las respuestas que él y Gawain habían encontrado le se-
ría de ayuda. “Si no os ayudo, teneos por muerto.”, dijo. “Concededme sólo una
cosa, oh rey, y yo garantizaré vuestra vida; de lo contrario, perderéis la cabeza”.
“¿Qué queréis decir, señora?”, preguntó el rey. “Decidme a qué os referís y por
qué está mi vida en vuestras manos, y os prometo lo que queráis”. “Vive Dios
que tenéis que darme uno de vuestros caballeros para que se case conmigo; su
nombre es sir Gawain. Os propongo un pacto; si mi respuesta no os salva la vida,
mi deseo será vano; pero si mi respuesta os salva, me concederéis ser la esposa
de Gawain. Elegid ya, y pronto, porque así tiene que ser. O muerto sois”. “¡Santa
María!” dijo el rey, “no puedo, otorgaros el ordenar a sir Gawain que se case con
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vos. Eso depende sólo de él”. “Bueno”, dijo ella, “volved ahora a vuestro palacio y
hablad palabras persuasivas a sir Gawain. Aunque fea, soy alegre”. “¡Ay de mí!”,
dijo él, “la desgracia pende sobre mí”.
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El rey Arturo regresó a su castillo, y su sobrino Gawain respondió cortésmente.
“De buena gana elegiría estar muerto yo y no vos. Me casaré con ella, y volveré a
casarme, aunque fuera un demonio tan feo como Belcebú; de otra guisa, no sería
vuestro amigo”. “¡Vive Dios, Gawain!”, dijo entonces el rey Arturo, “de todos los
caballeros que jamás vi, vos sois la flor”.
Doña Ragnell era el nombre de la bruja. Cuando el rey Arturo volvió y le comu-
nicó su promesa y la de su sobrino, replicó: “Señor, ahora sabréis lo que las mu-
jeres más desean de cuanto existe; respecto de los hombres deseamos, más que
cualquier cosa, tener la soberanía”.
Y luego dijo al rey que el descomunal caballero se encolerizaría cuando oyera
esto. “Y maldecirá a la que te enseñó esto, porque habrá perdido su tiempo.”
El rey Arturo galopó a través del cieno, el yermo y los marjales para llegar a su
cita con sir Gromer Somer Joure; y en el momento en que llegó al lugar señalado,
encontró al otro ante sí.
“Venid, oh rey”, dijo el retador armado, “veamos ahora cuál será vuestra respuesta”.
El rey Arturo sacó sus dos libros y los presentó, con la esperanza de que alguna
de las respuestas conseguidas fuera suficiente y él y su sobrino quedaran libera-
dos del desagradable compromiso.
Sir Gromer revisó las respuestas, una a una. “A fe, rey”, dijo “que sois hombre
muerto”.
“Aguardad, sir Gromer”, dijo el rey, “tengo una respuesta más”. Sir Gromer se
detuvo para escuchar. “Por sobre todas las cosas”, dijo el rey, “las mujeres desean
la soberanía, porque eso es lo que les place, y eso es lo que más desean”.
“Y a la que os lo contó, sir Arturo, pido a Dios que la pueda ver ardiendo en
una hoguera, porque fue mi hermana, doña Ragnell, esa vieja hechicera, Dios
la confunda… pues de lo contrario yo habría podido sojuzgaros… Tened muy
buenos días”. El excéntrico caballero venía albergando desde mucho tiempo este
rencor contra el rey Arturo porque éste le había despojado otrora de sus tierras y
se las había dado “con grande afrenta” a sir Gawain. Pero ahora había perdido la
oportunidad para vengarse, de modo que se retiró airado, ya que nunca volverá a
tener la suerte de encontrar desarmado a su enemigo.
El rey Arturo encaminó su caballo hacia la llanura, y pronto se encontró otra vez
con doña Ragnell. “Rey, me alegro de que os haya ido bien: yo os dije lo que su-
cedería. Y ahora, puesto que os salvé la vida, Gawain tiene que casarse conmigo.
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Y el rey tenía gran vergüenza por ella; pero cuando llegaron a la corte y todos se
preguntaban con mucho asombro de dónde había salido un ser tan feo, el caba-
llero sir Gawain se adelantó sin señal ninguna de rechazo y virilmente se prestó
a los esponsales.
Todas las damas de la corte y todos los caballeros estaban muy apenados por sir
Gawain; y las damas lloraban en sus cámaras porque él tuviera que casarse con
semejante esperpento; tan fea y horrible era. Tenía dos dientes que eran como
colmillos de jabalí, de ambos lados de la boca, largos como de un palmo grande,
y un colmillo apuntaba hacia arriba y el otro hacia abajo; y tenía una boca ancha y
cercada de espesas cerdas. Tampoco se conformaba con una boda modesta y sin
solemnidades (como quería la reina), sino que insistió en una misa solemne de
esponsales y un gran banquete en el gran salón de la corte, con todo el mundo
presente. En el banquete se despachó tres capones, otros tantos chorlitos y varios
platos distintos de carne de vaca, desgarrándolos a todos con sus largos colmillos
y uñas, hasta que sólo quedaron los huesos. Sir Kay, el compañero de sir Gawain,
comentó: “Quienquiera que bese a esta dama, debe temer que se lo devuelva”. Y
la novia siguió engullendo así hasta que se acabó la carne.
Esa noche, en el lecho, sir Gawain no pudo al principio decidirse a dar vuelta su
rostro para quedar frente al hocico poco apetitoso de su consorte. Pero después
de un rato ella dijo: “¡Ah, sir Gawain, puesto que soy casada con vos, mostradme
vuestra cortesía en el lecho. Si yo hubiera sido hermosa, no os comportarías de
esta manera; no hacéis cuenta ninguna del lazo conyugal. Por consideración a
Arturo, besadme por lo menos; os lo ruego, hacedlo por mí. ¡Vamos, mostrad lo
apasionado que podéis ser!”
El cumplido caballero y leal sobrino del rey apeló a todo su coraje y gentile-
za. “Haré más”, dijo con toda amabilidad, “haré más que besaros simplemente,
¡voto a Dios!” Y se dio vuelta hacia ella. Y vio que era la mujer más soberanamen-
te hermosa que jamás había visto nadie.
Ella dijo: “¿Cuál es vuestro deseo?”
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“¡Ah, señora mía! Soy muy digno de reproche; no caí en la cuenta. Ahora os mos-
tráis hermosa ante mis ojos, en tanto que hoy fuiste la alimaña más fea que mis
ojos jamás contemplaron. Que seáis así, señora, me agrada mucho”.
“Señor”, dijo ella, “mi belleza no durará. Podéis tenerme así, pero tan sólo la
mitad del espacio del día. Y por eso es un engorro, y vos debéis elegir si preferís
tenerme hermosa de noche y fea de día ante los ojos de todos los hombres, o
hermosa de día y fea de noche”.
“¡Ay!”, replicó Gawain, “la elección es difícil. Teneros hermosa de noche y sólo
entonces, apenará mi corazón; pero si decidiera teneros hermosa de día, enton-
ces, de noche, tendré un lecho de pedernal. Quisiera elegir lo mejor; sin embar-
go, no sé que decir. Querida señora, que sea como vos más lo deseéis; dejo la
elección en vuestras manos. Mi cuerpo y mis bienes, mi corazón y todo lo demás,
son vuestros, para hacer de ellos lo que queráis, tomarlos o dejarlos; ¡así lo juro
ante Dios!”
“¡Ah, loado sea Dios, cortés caballero!”, dijo la dama, “Bienhadado seáis entre
todos los caballeros del mundo, porque ahora quedo libre de mi encantamiento,
y me tendréis hermosa y atrayente de día y de noche”.
Y entonces refirió a su deleitado esposo cómo su madrastra (¡Dios tenga piedad
de su alma!) la había encantado mediante sus artes nigrománticas; y cómo había
sido condenada a permanecer bajo esa figura repugnante hasta que el mejor
caballero de Inglaterra se casara con ella y le transfiera la soberanía de todo su
cuerpo y sus bienes. “Así fue cómo se me deformó”, dijo. “Y vos, señor y caba-
llero, cortesano Gawain, me habéis dado sin condiciones la soberanía. Besadme,
caballero, ahora mismo, os lo ruego; alegraos y holgaos”. Y entonces se gozaron
ambos de muy buen grado.
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El Jefe Seattle
Carta
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El Jefe Seattle fue uno de los voceros de los últimos portavoces del orden moral Pa-
leolítico. Alrededor de 1852, el gobierno de Estados Unidos mostró interés en comprar
tierras tribales para ciudadanos que querían asentarse, y Jefe Seattle escribió una
maravillosa carta en respuesta.
El Presidente en Washington dice que quiere comprar nuestra tierra. Pero, ¿cómo
se puede comprar o vender el cielo? ¿O la tierra? La idea nos resulta extraña. Si no so-
mos dueños de la frescura del aire o el brillo del agua, ¿cómo podríais comprarlos?
Para mi pueblo, cada parte de esta tierra es sagrada. Cada brillante aguja de pino,
cada costa arenosa, cada niebla en el bosque oscuro, cada arroyo, cada insecto
que zumba. Todos son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo.
Conocemos la savia que corre por los árboles como conocemos la sangre que
corre por nuestras venas. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros.
Las flores perfumadas son nuestras hermanas. El oso, el venado, el gran águila,
son nuestros hermanos. Las rocas, la hierba del prado, el calor en el cuerpo del
caballo, y el hombre, todo pertenece a la misma familia.
El agua resplandeciente que corre en arroyos y ríos no es sólo agua, sino san-
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bién. Esta tierra es preciosa para nosotros. Una cosa sabemos: sólo hay un Dios.
Ningún hombre, sea hombre Rojo o Blanco, puede apartarse, permanecer indi-
ferente. Después de todo, somos hermanos.
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dossier María Zambrano
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Por María Zambrano
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el viernes 13 de noviembre de 2009 se realizó en el malba literatura,
en el ámbito de actividades del Centro de Estudios Ariadna, unas jornadas de-
dicadas a la obra de la pensadora española María Zambrano, (1904- 1991,Vélez
Málaga). En esa oportunidad estuvieron presentes Juan Fernando Ortega Muñoz
(de la Fundación María Zambrano de Vélez Málaga), Francisco García Bazán,
Mercedes Gómez Blesa, Sara Sánchez Riva y otros investigadores que han ex-
puesto diversos aspectos de la obra de Zambrano.
La autora, discípula de Ortega y Gasset y de Xavier Zubiri, logró desarrollar un
pensamiento singular que ha trascendido los límites de la filosofía académica
convencional para internarse en la dimensión profunda de la experiencia viven-
cial de lo sagrado. En términos del Dr. Francisco García Bazán:
Maria Zambrano ha podido realizar una amplia trayectoria que lanzada desde el
agotamiento de la filosofía occidental concretada en una filosofía sierva del intelecto
en el Medioevo y de la razón en los tiempos modernos, hasta caer en la sinrazón de los
positivismos varios, ha llegado a rescatar un horizonte de pensamiento integrador que
permitió en algún momento el diálogo de las filosofías de Oriente y Occidente viniendo
a incorporarse en la cadena de los pensadores contemporáneos que podemos denominar
esotéricos y tradicionalistas (René Guénon, Mircea Eliade, C.G. Jung, Elémire Zolla)….
(v. “La mirada poética de María Zambrano: calas pitagóricas, neoplatónicas y
gnósticas” ponencia en las Jornadas María Zambrano del Malba Literatura).
De tal manera presentamos este texto en este volumen como un homenaje a una
mujer que se ha consagrado al pensamiento. En estas páginas, conforme a la
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Una cosmogonía moderna
Un poeta de nuestro tiempo, una de esas figuras en que el espirítu órfico cumple
su piadosa tarea terrestre, Rainer María Rilke, ha mantenido, a lo largo de su no
larga pero plural vida, un culto ardiente a la doncellez. Culto a la virginidad, a
la muchacha muerta sin ascender a mujer y que halla su complemento en otro
culto dirigido con igual constancia a las “amantes”. Doncellas muertas, amantes
desgraciadas; tal es el aspecto con que la mujer se ofrece a un Orfeo moderno,
encargado de salvar la unidad del mundo.
Rilke cree en la muerte más que en la vida, lo cual quiere decir que siente la vida
como parte de la unidad que se integra con la muerte y no sabemos si con algo
más. Vida es instante, tiempo roto y disperso, superficie del misterio; muerte,
adentramiento en ese misterio, revelación de espacios indefinidos y de seres y
criaturas transustanciados. La muerte es la transustanciación, la transfiguración
de la vida. Rilke es uno de los representantes, quizá el más brillante por ser el
más puro, de esa rara especie portadora de una fe que solo en la poesía ha en-
contrado su forma. Fe que durante siglos vivió enlazada con el Cristianismo y
que tras de esfuerzos dolorosos se ha mostrado con figura propia en los últimos
tiempos de la madura Europa. Fe en la transformación, metamorfosis o transfi-
guración en que renacen las poéticas creencias de algunas religiones orientales y
de ciertos mitos griegos, como el mismo de Orfeo que al fin descubriera el poeta,
espejo salvador de su soledad sin descanso.
Si esta fe en la metamorfosis, o transfiguración, que ha corrido la suerte de andar
en varias diferentes religiones y mitos poéticos para al fin asomar tímida y dolo-
rosamente en estos últimos tiempos, ha llegado ha constituirse en fe separada,
es cosa por demás problemática. Quizá ande rondando con la Filosofía de la
Existencia, quizá con la Razón Histórica, quizá aceche a la Filosofía de la Perso-
na y hasta a la Teoría de los Valores. Quizá el gran parto del tiempo nuevo sea
llevar al primer piano del saber y de la conciencia esa fe implícita en toda gran
religión y poesía. Y a su cuenta deban ponerse parte del éxito de doctrinas tales
como marxismo y freudismo, y aun historicismo, que parecen haber cobrado
su aliento en una esperanza de transformación o metamorfosis. Transformar el
mundo real, las condiciones objetivas de la vida, es la promesa y exigencia del
marxismo frente a todo “idealismo” que –según su aseveración– pretende sola-
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Eloísa. Tal es el nombre de una hazaña y de una especie; hay hazañas que con-
quistan un modo de ser. Bajo los nombres esclarecidos pululan criaturas os-
curas, anónimos seres que cobran nombre por la gracia de quien supo llevar
a cabo la hazaña. Ningún héroe combate para sí solo; su pasión sería entonces
declinable, y no lo es. El héroe que no inventa su pasión tiene que aceptarla, for-
zado siempre por una exigencia que llamamos fatal, porque excede del término
de una vida humana; es lo humano en algunos de sus aspectos o necesidades que
impele a ser realizado. Las hazañas históricas solo tienen sentido como nudos
que se desatan para todos, dejando modos de ser libres, haciendo asequible para
muchos lo antes cerrado, en virtud de la pasión de alguno. Así Eloísa padeció un
destino, al que acabó venciendo.
Mucho y largamente gimió bajo su peso. Eloísa sintió de modo muy agudo lo
incomprensible de su destino. Parece haber sucedido así casi siempre. Cuando
más profundo es el destino que pesa sobre una vida humana, la conciencia lo
encuentra más indescifrable y ha de aceptarlo como un misterio. El conocimien-
to del destino adviene después de que se consume. Entonces, desatado el nudo
terrible por el padecer, salta de pronto el sentido íntimo; se hace visible, se ha
transformado en conciencia. Mas quien lo condujo por su vida hasta la concien-
cia lo apuró en el padecer oscuro, atravesado, eso si, por presentimientos. El
destino jamás se hace visible del todo para quien lo padece. Es el ángel con quien
Jacob lucha toda la noche y que sólo consiente ser visto a la madrugada.
¿Y por qué yo? –se pregunta el elegido–. La historia traza su cárcel de circunstan-
cias; ellas son las que exigen el cumplimiento de determinadas hazañas liberta-
doras. Pero la determinación histórica resulta mucho más amplia y menos deter-
minada de lo necesario para que la designación individual sea explicada. Y esta
elección del destino es más enigmática cuando la pasión no excede de la intimidad
y dentro de ella se consuma el drama y la libertad subsiguiente. De ahí, también,
lo oculto de los padeceres y logros de la mujer; no han trascendido los linderos
de lo meramente íntimo y personal; no han llegado, a lo histórico ni a lo objetivo.
Así Eloísa se muestra sin consuelo en su padecer de tantos días iguales. Su
martirio fue en esto también típicamente femenino, por la paciencia que hubo
de desplegar como si la paciencia hubiera sido desde siempre el heroismo es-
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pecífico de la mujer.
¿Cuál fue la hazaña de Eloísa, la que le da nombre perdurable y conquista sede
para un modo femenino de ser? Fue la mujer que sin desprenderse de su alma, la
salvó entregándola a lo que parece ser su contrario: la libertad. El alma solamente
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se salva entregándose; tal parece ser su destino desde siempre. Mas el ser humano
persigue la libertad, y su progreso efectivo es el que se verifica adentrándose en
ella. Y sucede que una de las resistencias más duras en este adentramiento en la
libertad es el que le pone el alma con un modo de ser propio, que es esclavitud. Y
de ahí el drama de la cultura de Occidente, donde el hombre ha tenido más clara
y visible la imagen de la libertad. Eloísa en su pasión vive este drama y ofrece por
su hazaña un modo de ser mujer sumamente fascinante e infinitamente noble:
se ha entregado a la libertad por la esclavitud. Ella lo sabe cuanto es posible: sabe
único su amor, siente único a su amado y su amante, singular personaje en quien
podrían descubrirse todos los heroismos y las torpezas del varón occidental.
Aparece claro que el destino que hizo de Eloísa una protagonista de la historia
de la mujer y del amor, se verificara en ese tiempo. El desarrollo de la cultura
occidental había llegado al punto de madurez en que tal drama tenía que mani-
festarse, tomando cuerpo el conflicto que latía en sus entrañas.
La cultura occidental lleva como impulso supremo la decisión del hombre que se
lanza a serlo, adentrándose en la libertad. Audacia metafísica bien singular. La fe
cristiana, revelación de la libertad, apoyada en el pensamiento griego, permite este
intento del máximo humanismo. El hombre creado a imagen y semejanza de Dios,
directamente salido de su mano, tenía el derecho de existir como hombre, que nin-
guna otra religión le había conferido. Religiones todas de la metamorfosis o de la
aniquilación en que lo humano quedaba sin existencia verdadera. El cristianismo
ofrece una imagen del primer hombre, un hombre originario que ha recibido su
ser de Dios, a diferencia de todas las genealogías de los relatos sagrados y poéticos
de las religiones orientales. Según ellas el hombre es un ser híbrido, ambiguo
producto sin pureza de seres extrahumanos. Jehová era el Dios que ha conferido al
hombre su ser puro, originario, y Cristo, al adquirir figura y padecer humanos, fija
definitivamente esta ambigua y huidiza condición de la extraña criatura.
Y así, en la civilización nacida bajo las creencias cristianas, el hombre se lanza
frenéticamente hacia su libertad, como si por primera vez en el mundo todo el
caudal de su esperanza quedara al descubierto. La soledad no era ya desamparo,
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como al final del Mundo antiguo, sino soledad creadora, imagen de la nada de
donde Dios creó el mundo. El hombre se lanzó a la creación desde su nada; nun-
ca la nihilidad ha sido tan fecunda, fuente de mayor ímpetu de existencia.
Pero es el hombre solamente quien así vive. A pesar de que la Iglesia Católica, en
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uno de sus primeros Concilios, decidiera –por mayoría de votos– la posesión de
un alma por la mujer, la igualdad metafísica no se verificó. Diríase que, en efec-
to, la mujer se supo dueña de un alma y se identificó con ella, pero no se supo
espíritu, afán creador. No participó de la furia varonil por la existencia, ni, por
lo tanto, de su soledad. El alma nunca está sola. Por el contrario, ya Aristóteles
dice que “el alma es en cierto modo todas las cosas” y “que es como una mano”.
Espacio de límites desconocidos donde pueden entrar todas las clases de seres,
los diferentes géneros de realidad, en contacto con todas las cosas a condición de
no lanzarse como el espíritu, o el “animus”, a buscar la libertad.
El hombre estaba solo y a su lado la mujer era el signo más claro e insoslayable
de la persistencia de ese mundo del alma y de las realidades que no viven en la
libertad. Si el espíritu creador es divino, el mundo del alma –de la mujer– es
sagrado, es decir no revelado. Mundo anterior al “logos”, entra en contacto con
el “logos” mediante el ofrecimiento de sus entrañas para que en ellas se realice;
se haga corpórea realidad; carne y alma.
La mujer no participaba en la libertad del varón medieval; tampoco había partici-
pado en el descubrimiento del “logos” que la Filosofía hiciera en Grecia; ajena al
mundo del “logos”, llevaba la perduración del mundo anterior y tendría que ser
la máxima resistencia para la masculina libertad y su infinito anhelo de existir.
Así el varón ha de crear también a la mujer, poniéndola al servicio de su volun-
tad. Beatriz, la mediadora, la más clara imagen de la “dama”, es una idea para la
que sirvió de “materia” la Beatriz real. Bajo el amor platónico del caballero y de
la poesia medieval, se deja sentir que la mujer es sólo el símbolo del querer mas-
culino; la unidad ideal que el ánimo varonil necesita para desplegar su ímpetu.
La dama lejana e inasequible unifica los tumultuosos instintos y ofrece un objeto
en cuyo nombre el varón se atreverá a querer lo que de modo directo tal vez no
podría. Imagen que por su atracción pone “fuera de sí” al varón, que se lanza a
existir. El amor de la dama sostiene la voluntad metafísica del varón.
La mujer queda encerrada por el hombre dentro de una imagen sagrada. En ella
se aparta, y se conserva a un tiempo, esa realidad persistente indefinible y reacia.
Una manera, quizá la más bella y creadora que tiene el hombre de tratar con lo
sagrado –extraño e indefinible– es reducirlo a una imagen... El proyectar una
realidad en imagen es una manera de preservarse de ella, alejándola. Pero con
esa ambivalencia propia de lo sagrado, la imagen que lo aleja mantiene al mismo
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Eloísa, mujer real
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Fundación Arte Vivo