Textos Realismo
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A las ocho le dijo Antoñona que don Luis iba a venir, y Pepita, que hablaba de morirse, que tenía
los ojos encendidos y los párpados un poquito inflamados de llorar, y que estaba bastante
despeinada, no pensó desde entonces sino en componerse y arreglarse para recibir a don Luis. Se
lavó la cara con agua tibia para que el estrago del llanto desapareciese hasta el punto preciso de
no afear, mas no para que no quedasen huellas de que había llorado; se compuso el pelo de
suerte que no denunciaba estudio cuidadoso, sino que mostraba cierto artístico y gentil descuido,
sin rayar en desorden, lo cual hubiera sido poco decoroso; se pulió las uñas, y como no era propio
recibir en bata a don Luis, se vistió un traje sencillo de casa. En suma, miró instintivamente a que
todos los pormenores de tocador concurriesen a hacerla parecer más bonita y aseada, sin que se
trasluciera el menor indicio del arte, del trabajo y del tiempo gastados en aquellos perfiles, sino
que todo ello resplandeciera como obra natural, don gratuito; como algo que persistía en ella, a
pesar del olvido de sí misma, causado por la vehemencia de los afectos.
Según hemos llegado a averiguar, Pepita empleó más de una hora en estas faenas de tocador, que
habían de sentirse solo por los efectos. Después se dio el postrer 1 retoque y vistazo al espejo con
satisfacción mal disimulada. Y, por último, a eso de las nueve y media, tomando una palmatoria 2,
bajó a la sala donde estaba el Niño Jesús. Encendió primero las velas del altarito, que estaban
apagadas; vio con cierta pena que las flores yacían marchitas; pidió perdón a la devota imagen
por haberla tenido desatendida mucho tiempo, y, postrándose de hinojos 3, y a solas, oró con todo
su corazón y con aquella confianza y franqueza que inspira quien está de huésped en casa desde
hace muchos años.
b) Señala los temas típicos de la novela realista que están presentes en este pasaje de
Pepita Jiménez.
c) Comenta los rasgos del lenguaje de la novela costumbrista a partir del análisis de la
lengua empleada en el fragmento.
d) Analiza la psicología del personaje femenino. Indica qué rasgos de su carácter se pueden
deducir por su comportamiento.
Con los ojos fijos en el suelo, sin quejarse ya, Sabel permanecía parada, y su mano derecha
tentaba suavemente su hombro izquierdo, en el cual debía de tener alguna dolorosa contusión.
En voz baja y lastimera, pero con suma energía, pronunció sin mirar al señorito:
—Busque quien le haga la cena…, y quien esté aquí… Yo me voy, me voy, me voy, me voy… —y
lo repetía obstinadamente, sin entonación, como el que afirma una cosa natural e inevitable.
—Que me voy, que me voy… A mi casita pobre… ¡Quién me trajo aquí! ¡Ay, mi madre de mi
alma!
—Pues a hacer la cena enseguida. Voy a ver si volvieron ya las otras muchachas para que te
ayuden. La Sabia está ahí fuera: te puede encender la lumbre.
b) Señala las características propias del naturalismo que aparecen en este texto.
Cuando, en época de cosecha, contemplaba el tío Barret los cuadros de distinto cultivo en que
estaban divididas sus tierras, no podía contener un sentimiento de orgullo, y mirando los altos
trigos, las coles con su cogollo de rizada blonda 1, los melones asomando el verde lomo a flor de
tierra o los pimientos o tomates medio ocultos por el follaje, alababa la bondad de sus campos y
los esfuerzos de todos sus antecesores al bajarlos mejor que los demás de la huerta.
Toda la sangre de sus abuelos estaba allí. Cinco o seis generaciones de Barret habían pasado su
vida labrando la misma tierra, volviéndola al revés, medicinando sus entrañas con ardoroso
estiércol, cuidando de que no decreciera su jugo vital, acariciando y peinando con el azadón y la
reja todos aquellos terrones, de los cuales no había uno que no estuviera regado con el sudor y la
sangre de la familia.
Mucho quería el labrador a su mujer, y hasta le perdonaba la tontería de haberle dado cuatro
hijas y ningún hijo que le ayudase en sus tareas; no amaba menos a las cuatro muchachas, unos
ángeles de Dios, que se pasaban el día cantando y cosiendo a la puerta de la barraca, y algunas
veces se metían en los campos para descansar un poco a su pobre padre; pero la pasión suprema
del tío Barret, el amor de sus amores, eran aquellas tierras, sobre las cuales había pasado
monótona y silenciosa la historia de su familia. Hacía muchos años, muchos —en los tiempos que
el tío Tomba, un anciano casi ciego que guardaba el pobre rebaño de un carnicero de Alborava,
iba por el mundo, en la partida del Fraile, disparando trabucazos contra franceses–, y estas tierras
fueron de los religiosos de San Miguel de los Reyes, unos buenos señores, gordos, lustrosos,
dicharacheros, que no mostraban gran prisa en el cobro de los arrendamientos, dándose por
satisfechos con que por la tarde, al pasar por la barraca, los recibiera la abuela, que era entonces
una real moza, obsequiándolos con hondas jícaras 2 de chocolate y las primicias de los frutales.
Antes, mucho antes, había sido el propietario de todo aquello un gran señor, que al morir
depositó sus pecados y sus fincas en el seno de la comunidad; y ahora, ¡ay!, pertenecían a don
Salvador, un vejete de Valencia, que era el tormento del tío Barret, pues hasta en sueños se le
aparecía. […] No podía haber encontrado Barret peor amo. Gozaba en toda la huerta de una fama
detestable, pues rara era la partida de ella donde no tuviese tierras. Todas las tardes, envuelto en
una vieja capa, que llevaba hasta en primavera, con aspecto sórdido de mendigo y gestos hostiles
que dejaba a su espalda, iba por las sendas visitando a los colonos. Era la tenacidad del avaro que
desea estar en contacto a todas horas con sus propiedades, la pegajosidad del usurero que
siempre tiene cuentas pendientes que arreglar. Los perros ladraban al verle de lejos, como si se
aproximase la muerte; los niños le miraban enfurruñados; los hombres se escondían para evitar
penosas excusas, y las mujeres salían a la puerta de la barraca con la vista en el suelo y la mentira
a punto para rogar a don Salvador que tuviese paciencia, contestando con lágrimas a sus bufidos
y amenazas.
b) Compara la actitud que tiene ante las tierras el protagonista del fragmento, el tío Barret, y
la que posee el dueño real, don Salvador.
c) Explica las diferencias de tono entre la descripción de las tierras y la descripción de don
Salvador.