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Hostigados

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Hostigados

violencia y arbitrariedad policial


en los barrios populares

FINANCIADO
POR LA
UNIÓN
EUROPEA
Fotos de Nahuel Alfonso
Las imágenes fueron tomadas en los barrios Villa 1-11-14, Villa 15- Ciudad Oculta
y Villa 20 Lugano, en la ciudad de Buenos Aires, durante 2015 y 2016.
02 Fotos
por Nahuel Alfonso

11 1. Desigualdad y violencia policial


19 2. Control de la libre circulación
y del espacio público
38 3. Prácticas extorsivas, amenazas
y armado de causas
59 4. Abusos, golpizas y torturas
73 5. Jóvenes desaparecidos
80 6. Reducir la violencia
83 Lautaro. Ensayo fotográfico
por M.A.F.I.A

93 Bibliografía
96 Sobre esta publicación
1
Desigualdad y
violencia policial
-
Las relaciones entre policías y jóvenes
como un problema
-
012
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

1. Desigualdad
y violencia policial

Prefectos que detienen a dos jóvenes, amenazan con tirarlos al Riachuelo y los so-
meten a un simulacro de fusilamiento. Gendarmes que, ametralladora en mano, or-
denan a los adolescentes que después de las diez de la noche se recluyan en sus
casas. Policías chaqueños que no dejan salir a una comunidad Qom de su propio
barrio. Un pedido de documentos en Córdoba que siguió con robos y golpes a un
joven que terminó preso. Policías santafesinos acusados de desaparecer a tres jó-
venes cuyos cuerpos fueron encontrados flotando en las aguas del río Paraná. Un
suicidio en una comisaría mendocina después de una detención policial. Policías
bonaerenses que tienen fotos de chicos en sus celulares y tablets, los extorsionan,
los obligan a subirse a patrulleros sin identificación y les arman causas penales.

Las expresiones de la violencia policial son múltiples y tienen distintas intensidades.


Aunque en los últimos años hubo avances importantes en la lucha contra distintas
formas de discriminación, la estigmatización de los barrios pobres y de los jóvenes
que los habitan no disminuyó y, en algunas prácticas, parece haberse intensificado.

Las organizaciones que registran, visibilizan y denuncian estas diferentes si-


tuaciones las denominan hostigamiento policial. No se trata de una categoría
analítica o científica. Pero, como fenómeno, delimita al conjunto de prácticas
que constituyen las relaciones entre efectivos de las fuerzas de seguridad y los
habitantes de los barrios pobres. Son formas de abuso cotidianas que integran
las rutinas burocráticas de las fuerzas de seguridad y que rara vez se observan
en barrios de clase media o alta donde no serían toleradas. En ocasiones pue-
den ser persecutorias, es decir, reiteradas sobre las mismas personas, y esca-
lar en los niveles de violencia hasta llegar a situaciones de graves violaciones
de los derechos humanos.
013
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

El abanico de prácticas no es una lista cerrada: incluye detenciones reiteradas


y arbitrarias, amenazas, insultos, maltrato físico, robo o rotura de pertenencias;
en algunos casos involucra formas más graves de abuso físico como torturas
y lesiones graves -en ciertas ocasiones provocadas por armas de fuego- y de
arbitrariedad policial, como el armado de causas penales. El elemento extor-
sivo también está presente en muchas de estas interacciones. Eventualmente
pueden dar lugar a casos extremos de violencia policial, como ejecuciones o
desapariciones forzadas.

El foco principal del hostigamiento son los jóvenes varones pobres. También hay
algunas formas específicas que victimizan a mujeres jóvenes. Y existen casos de
hostigamiento a personas adultas y hasta a familias enteras.

En el marco del proyecto Violencia institucional: hacia la implementación de po-


líticas de prevención en la Argentina, el Centro de Estudios Legales y Sociales
(CELS), el Colectivo de Investigación y Acción Jurídica (CIAJ), la Cátedra de Cri-
minología de la Facultad de Derecho Universidad Nacional de Mar del Plata, el
Equipo de Antropología Jurídica de la Facultad de Filosofía y Letras de la Univer-
sidad de Buenos Aires (UBA), la Cátedra de Criminología y Control Social de la
Universidad Nacional de Rosario (UNR) con la Fundación Igualar, el equipo de
investigación de la Asociación Pensamiento Penal (APP) Chaco y Xumek docu-
mentaron y analizaron este fenómeno.

Por las características de estas prácticas y las relaciones que las posibilitan, el
registro sistemático del hostigamiento policial es dificultoso. Es casi imposible
mostrar la magnitud del fenómeno a partir de indicadores cuantitativos directos.
Por eso, se vuelve imprescindible recurrir a instrumentos cualitativos. Esta publi-
cación toma como punto de partida el trabajo de campo realizado por los equi-
pos de investigación de los organismos mencionados en Ciudad Autónoma de
Buenos Aires (CABA), conurbano bonaerense, La Plata, Mar del Plata, Rosario,
Mendoza y Resistencia (Chaco).

Sólo a partir de registrar y reconocer estas prácticas se pueden empezar


a discutir las urgentes medidas que tienen que tomar las autoridades para
prevenirlas y solucionarlas.
014
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Las relaciones entre policías y jóvenes como un problema


El fenómeno del miedo al delito y las demandas por mayor seguridad se intensifi-
caron desde mediados de la década de 1990 hasta convertirse en uno de los temas
principales y permanentes de las agendas políticas y mediáticas. Esta preocupación
social y política no implicó que las problemáticas ligadas al delito y la violencia fueran
abordadas teniendo en cuenta los efectos sobre grupos históricamente maltratados
y discriminados. Antes bien, primaron enfoques punitivos y soluciones efectistas y
demagógicas que, muchas veces, agravaron los problemas de seguridad.

En los últimos años, como respuesta esta-


tal a estas demandas se produjo un aumento
exponencial del número de policías en la ma-
yor parte de las jurisdicciones del país. Solo
Esta preocupación
en la provincia de Buenos Aires, entre 2005
social y política y 2015, los efectivos pasaron de ser 45 mil a
no implicó que las aproximadamente 90 mil. Según esas cifras,
problemáticas ligadas la tasa de agentes cada cien mil habitantes
al delito y la violencia en territorio bonaerense estaría en el orden
fueran abordadas de los 530, tasa que supera el promedio re-
teniendo en cuenta gistrado por la Oficina de Naciones Unidas
los efectos sobre contra la Droga y el Delito (UNODC, en in-
grupos históricamente glés) en los diferentes países que informan
maltratados y este dato. El promedio en los países regis-
discriminados. trados varía en torno a los 250-300 efecti-
vos cada 100 mil habitantes. En la Argentina,
para 2014, la tasa indicaba 794,9.

En este contexto, se multiplicaron los operativos de saturación o de interven-


ción territorial que implican la presencia masiva de efectivos en barrios pobres
por períodos de tiempo variables. Cercados por el pedido de documentos cons-
tante y los repetidos controles vehiculares, el aumento de las interacciones entre
policías y jóvenes los encierra cada vez más en sus barrios y les dificulta la circu-
lación por otras zonas de las ciudades.

Desde el punto de vista policial, estas intervenciones territoriales son definidas


como herramientas para la prevención del delito, pero en la práctica parecen
015
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

150 mil
Operativos de personas fueron
control poblacional interceptadas
Durante tres meses
en Capital Federal
y conurbano 450
sólo 450 personas
resultaron detenidas
(0,3%)

cumplir otro papel ligado, en el mejor de los casos, al control poblacional. Se trata
de la manifestación de un modo de pensar las políticas de seguridad que se foca-
liza en el control en los barrios y territorios que habitan las clases populares. Así,
se toman medidas que no afectan las dinámicas estructurales de los fenómenos
delictivos que se dice perseguir pero que sí funcionan como modo de gobierno
de los sectores populares mediante el empleo de las fuerzas federales y locales.

Los datos oficiales lo demuestran. Según el propio Ministerio de Seguridad de la Na-


ción, en sus tres meses de funcionamiento, en los operativos de control poblacional
implementados en CABA y Gran Buenos Aires (o AMBA) las fuerzas de seguridad
interceptaron a 150.000 personas, de las cuales 450 resultaron detenidas por dis-
tintos motivos, en su mayoría evadidos de la Justicia que portaban documentación
falsa y que tenían estupefacientes 1. Es decir: sólo dieron un resultado relacionado
con algún tipo de delito en el 0,3 por ciento de los casos. A estos números hay que
agregarles las interceptaciones informales que no quedan registradas.

El hostigamiento policial debe ser pensado en las fronteras porosas entre lo legal
y lo ilegal, lo formal y lo informal. La violencia y el hostigamiento resultan de la
arbitrariedad en el ejercicio del poder policial; esto supone la puesta en juego de
normas, disposiciones y prácticas que no siempre son ilegales en sí mismas pero
que se utilizan de manera discriminatoria, abusiva y extorsiva.

En buena medida, la persistencia y la sistematicidad de los abusos son causadas


por esta forma de pensar la seguridad, por la relación de la policía con los barrios
pobres, por la ausencia de control sobre la facultad de los agentes para detener y
por la falta de protocolización del trabajo policial. Cabe mencionar aquí, también,

1. “En tres meses hubo 450 detenciones”, diario La Nación, 21 de agosto de 2016. http://www.lanacion.
com.ar/1930157-en-tres-meses-hubo-450-detenciones
016
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

que las fuerzas de seguridad, en términos generales, no atravesaron un proceso


de democratización y profesionalización al finalizar la última dictadura cívico-mili-
tar. El Estado argentino aún tiene pendiente el cumplimiento de la sentencia con-
denatoria de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) por la
detención arbitraria y la muerte de Walter Bulacio en 1991. Este fallo reafirmó la
obligación estatal de adoptar medidas para evitar la repetición de hechos como
los que llevaron a la muerte de Bulacio tras su paso por una comisaría luego
de una detención policial sin orden judicial. La Corte se pronunció acerca de la
obligación del Estado de adecuar y modernizar las legislaciones y normativas
que habilitan facultades de detener personas para identificación o averiguación
de antecedentes o por hechos que no son delitos (contravenciones y faltas), así
como las que dan lugar a prácticas no normadas que resultan condiciones de
posibilidad de las detenciones arbitrarias de personas, como las razzias.

A trece años de la decisión de la Corte IDH, las detenciones ilegales -e inclu-


sive las razzias policiales- siguen ocurriendo en distintos puntos del país tal
como refleja esta publicación. Se trata de un problema que se agrava por la
persistencia de normas que le otorgan facultades a las fuerzas de seguridad
en forma vaga para detener a personas sin orden judicial y por fuera de los su-
puestos de flagrancia. Tanto en el nivel federal como en el ámbito de las provin-
cias existen normas de diverso rango -muchas de ellas vigentes antes de que
se incluyera en el bloque constitucional argentino a los pactos internacionales
de Derechos Humanos- que habilitan a la policía a detener por varias horas a
cualquier persona para identificarla. Aunque en los últimos años los registros
de las detenciones por averiguación de identidad (DAI) disminuyeron en algu-
nas jurisdicciones, el análisis de las actas muestra que siguen siendo usadas
como recurso que habilita la arbitrariedad policial.

En la Ciudad Autónoma de Buenos, entre 2012 y 2014, se registraron 7.458 de-


tenciones por averiguación de identidad, según la Policía Federal. Sólo un 2% de
estas detenciones derivó en una causa penal. Un 98% de las personas detenidas
fueron liberadas sin que se les iniciara una causa, es decir, sin que se identificara
algún delito o un pedido de captura luego de la detención.
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

7.458
Detenciones por averiguación de
identidad realizadas entre 2012 y 2014
en la ciudad de Buenos Aires

2%
derivó en una causa penal

98%
de las personas fueron liberadas sin
que se les iniciara una causa
018
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Este panorama se agrava, aún más, con decisiones recientes que afectan de ma-
nera negativa la vigencia de derechos en el ámbito de la Ciudad de Buenos Ai-
res. Por un lado, el fallo Vera de diciembre de 2015, donde el Tribunal Superior
de Justicia de la ciudad habilitó a la policía a detener sin orden judicial sin más
motivo que la averiguación de identidad bajo supuestas facultades implícitas; es
decir, por fuera de cualquier norma
que explícitamente le otorgue esas fa-
cultades y sin límites o controles como
los de la ley 23.950 que regula la de-
Sin embargo, el tención por averiguación de identidad.
Los jueces que fallaron en este sentido
hostigamiento omitieron analizar los estándares fija-
policial es un dos por la Corte IDH y las obligacio-
problema que no es nes asumidas por el Estado Argentino
percibido como tal en el caso Bulacio vs. Argentina . De
hecho, omitieron por completo la exis-
por las autoridades.
tencia del Sistema Interamericano de
Derechos Humanos y las obligaciones
del Estado argentino. Por otra parte, el
Protocolo de actuación para la realización de allanamientos y requisas personales
del Ministerio de Seguridad de la Nación habilitó, en contradicción con el Código
Procesal Penal de la Nación, a las fuerzas de seguridad a detener y realizar requi-
sas sin orden judicial a partir del olfato policial y de información anónima.

No quedan dudas de que las prácticas abusivas de las fuerzas de seguridad


hacia los jóvenes en los barrios pobres, de mayor o menor grado de violencia
física y psicológica, son una característica de las jurisdicciones abordadas por
esta publicación, y de otros lugares con fuerzas policiales especialmente pro-
blemáticas como Córdoba o Chubut. Sin embargo, el hostigamiento policial es
un problema que no es percibido como tal por las autoridades políticas, con
excepciones que, en general, involucran a funcionarios u oficinas que no tienen
atribuciones sobre las fuerzas policiales.

Con esta publicación buscamos visibilizar un conjunto de prácticas cotidianas


que afectan los derechos de los jóvenes que viven en los barrios populares e in-
tervenir en los debates sobre la pendiente democratización tanto de las fuerzas
policiales como de las políticas de seguridad.
2
Control de la libre
circulación y del
espacio público
-
Los supuestos saberes policiales
La prohibición de hábitos
El verdugueo
Naturalización de las injusticias
-
020
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

2. Control de la libre circulación


y del espacio público

Desde el pedido de documentos en la calle, pasando por la prohibición arbitraria


de gorras, capuchas, mochilas o zapatillas, hasta el amplio repertorio de insultos,
burlas y humillaciones que los jóvenes llaman “verdugueo”, existen un conjunto
de prácticas policiales que recortan la libertad de circulación y el uso del espacio
público de los jóvenes de las clases populares. Solos o reunidos en placitas, can-
chas o en la esquina del barrio, muchos de ellos son víctimas a diario de distintas
formas de control. Algunas de estas prácticas, que llevan adelante las distintas
fuerzas de seguridad, tienen respaldo normativo.

Muchas otras descansan en ese respaldo para transformarse en formas de abu-


so y humillación. Todas se presentan bajo la excusa de la prevención del delito
y están encolumnadas detrás de la premisa del “orden público”. Son interaccio-
nes que emiten mensajes y refuerzan cotidianamente una distribución de roles y
lugares a ocupar, es decir, un orden social. A la vez, afirman la autoridad de los
efectivos en el territorio.

Uno de los fenómenos que se reitera, y de manera más extendida en los barrios
pobres, son las interceptaciones policiales, las demoras y las detenciones sin or-
den judicial en las que no hay una situación de delito flagrante. A pesar de ocurrir
en las calles, a cualquier hora y a la vista de todos, la gran mayoría se vuelven
invisibles porque quedan por fuera de todo registro. Solo se pueden reconstruir a
partir de los relatos de quienes son víctimas y de otros actores que forman parte
de la trama barrial.
021
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Las detenciones por averiguación de identidad son una herramienta legal que
habilita la discrecionalidad del poder policial: en la práctica, los efectivos de las
distintas fuerzas usan el pedido de documentos para actualizar la relación de
poder, iniciar requisas, regular o prohibir hábitos. El uso discrecional y discrimi-
natorio de las detenciones por averiguación de identidad configura una forma de
hostigamiento que puede recaer sobre
cualquier joven en esos barrios y que
además abre la puerta a otras formas
de abuso policial. Entre 2013 y 2014,
Las detenciones por el Observatorio de Políticas de Segu-
averiguación de identidad ridad de la provincia de Buenos Aires
son una herramienta entrevistó a 600 jóvenes de entre 14 y

legal que habilita la 24 años de sectores bajos y medios de


la ciudad de La Plata. El 28% de los
discrecionalidad del poder
encuestados había sido parado al-
policial: en la práctica, los guna vez por la policía. El porcentaje
efectivos de las distintas aumentó al 35% cuando se hizo foco
fuerzas usan el pedido sólo en aquellos provenientes de los
de documentos para sectores populares. Entre estos jó-
actualizar la relación de venes, un 46% había sido demorado
sólo una vez, un 16%, dos veces, y un
poder, iniciar requisas,
38%, más de dos veces. Estas inter-
regular o prohibir hábitos. ceptaciones son la puerta de entrada a
relaciones conflictivas entre policías y
jóvenes que pueden derivar en formas
de violencia o en la extorsión: casi un 11% de estos chicos fueron golpeados du-
rante la detención y a un 10% de los encuestados los agentes les pidieron dinero
a cambio de ser liberados.

Esta encuesta evidencia, también, los sesgos de clase del hostigamiento policial:
los jóvenes de los sectores más pobres respondieron haber sido detenidos más
veces, con mayor intensidad e invasión de su privacidad y fueron golpeados insul-
tados y extorsionados con mayor frecuencia que aquellos de los sectores medios.

La tendencia se replica en la ciudad Mar del Plata, donde el Centro Municipal de


Análisis Estratégico del Delito (CeMAED) encuestó, en 2015, a jóvenes de entre
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

15 y 17 años. De 808 adolescentes, el 36% contó haber sido interceptado alguna


vez por la policía. Un 29% manifestó haber sufrido “maltrato verbal” durante la
detención y un 14% dijo haber sido víctima de maltrato físico.

En las villas y barriadas del sur de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires un modo
frecuente de realizar las interceptaciones son los controles vehiculares recurren-
tes que llevan adelante Prefectura y Gendarmería Nacional. Los agentes obligan a
los jóvenes a bajar del vehículo, les piden documentos, los hacen parar contra la
pared, los requisan y sacan fotos de sus pertenencias. Si a estas irregularidades
se suman los empujones y maltratos, el procedimiento, al final, nada se asemeja a
un mero control vehicular. Para algunos el control viene acompañado de un “pea-
je” obligatorio. Un chico que trabaja como delivery en una villa porteña contó que
cada vez que lo paraban tenía que entregar sus propinas diarias.

En Mendoza, el equipo de investigación de la Asociación para la promoción y pro-


tección de los derechos humanos, Xumek, y la Cátedra de Derechos Humanos de
la Facultad de Derechos de la UNCuyo, encuestaron a 155 jóvenes de escuelas
secundarias. Casi el 50% de los jóvenes provenientes de los sectores populares
habían sido detenidos entre 5 y más de 10 veces. Ese porcentaje se achicó para
los de los sectores medios: un 11% de ellos había sido detenido, solo una vez.
Más de la mitad de los provenientes de los sectores más pobres que respondie-
ron la encuesta contaron haber sido hostigados por la policía.

Los supuestos saberes policiales


Cuando se les pregunta a los policías por qué paran en las calles a determina-
dos jóvenes para identificarlos, ellos recurren a una frase que sintetiza algo que
creen una herramienta eficaz para reconocer potenciales delincuentes con solo
mirarlos: el “olfato policial”. Según los agentes, se trata de una destreza que no
se aprende en la instrucción formal sino a través de la experiencia y que les per-
mite identificar aquello que llaman “la actitud sospechosa”. Sin embargo, el “ol-
fato policial” es una noción que los policías usan para reivindicarse a sí mismos
porque brinda una aparente justificación para cualquier tipo de intervención. En
verdad, este supuesto “saber policial” es una puerta abierta a la arbitrariedad.

“Con la experiencia uno se da cuenta, como miran, como caminan, vos te das
cuenta”, contó un policía de la provincia de Chaco al referirse a esta supuesta
023
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

habilidad. Un ex comisario mendocino coincidió: “el 80% de los delitos son co-
metidos por personas que pueden identificarse por determinadas características
en la forma de vestir. Por ejemplo: gorra, zapatillas deportivas. En los autos en los
que se desplazan: autos modificados, con vidrios polarizados”.

En los testimonios policiales aquellos indicios que despiertan sospechas suelen


aparecer relacionados a actitudes y conductas más que a características fenotí-
picas o a marcadores de extracción social. Pero en la práctica, las demoras por
averiguación de identidad que se desprenden del “olfato policial” están fuerte-
mente atravesadas por estos prejuicios.

“Cuando interceptamos a una persona lo hacemos en base al olfato policial. Les


pedimos documentos y procedemos a revisarlos… la elección surge del hecho
de que si pasaron dos veces por el mismo lugar y está la persona en actitud sos-
pechosa, si cuando ellos pasan los miran y se persiguen”, dijo un integrante del
Comando de Prevención Comunitaria de La Plata.

En la provincia de Buenos Aires, las Detenciones por Averiguación de Identidad


(DAI) están reguladas por la ley 13 482 que dice que la policía puede detener úni-
camente “cuando sea necesario conocer su identidad, en circunstancias que ra-
zonablemente lo justifiquen, y se niega a identificarse o no tiene la documentación
que la acredita”. Sin embargo, bajo la forma de averiguación de identidad sigue
vigente la averiguación de antecedentes.

Para la policía, “identificar” a una persona significa establecer si tiene o no an-


tecedentes. Los “antecedentes” podrían ser pedidos de captura o algún otro
impedimento legal o simplemente conflictos anteriores con la ley de la persona
demorada, cuya existencia en principio no sería causal para una detención. La
policía tiene los medios como para “identificar” a una persona en el lugar de la in-
terceptación, por lo tanto, la decisión de trasladar a las dependencias policiales a
quienes no tienen orden de captura ni algún otro impedimento legal es una suerte
de castigo sin delito, una práctica de hostigamiento propiamente dicho.

El mismo policía platense explicó paso a paso el procedimiento que empieza con
un pedido de documentos y termina en una detención sin orden judicial: “Por ahí,
sirena, se frena la moto, se identifica, papeles, documento, se tira caja. Caja es
modular y pasar los datos por radio. Si tiene antecedentes salta ahí, se baja a de-
pendencia y se pide la plana del por qué tiene pedido de antecedentes”.
024
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Córdoba
fin de semana de razzia

Agustín jugaba a la pelota con amigos en la esquina de su casa. Hugo


esperaba el colectivo. Diego y Emanuel lavaban el auto en la calle. Esas
eran las actividades que estos jóvenes de la ciudad de Córdoba estaban
haciendo cuando vieron llegar a los patrulleros de la policía de la provincia
para detenerlos1. El fin de semana del 2 y 3 de mayo de 2015 las fuerzas
de seguridad locales detuvieron a 342 adultos durante un operativo de
control a gran escala que buscó espectacularidad.

Con el Código de Faltas en la mano, los agentes desplegaron once


“puestos de detención” en los barrios periféricos. El método se repetía
en todos los puestos: levantaban a los jóvenes y los llevaban a distintas
sedes policiales. Ninguno había cometido un delito. El 63,46% -217 casos-
no registraban antecedentes penales ni contravencionales al momento de
los operativos. Casi todos pasaron un promedio de doce horas presos.
Además, fueron encerrados 109 menores cuyas detenciones no fueron
informadas por la Policía al correspondiente Juzgado Penal Juvenil ni a
la Secretaría de la Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF) pese a que la
legislación vigente así lo exige.
El operativo fue una verdadera razzia. La policía cordobesa llegó a detener
a 85 personas en un mismo lugar y a 77 personas en otro. “Pórtense
bien, no salgan a la calle, porque estos operativos van a seguir hasta las
elecciones”, les advertían los agentes a los jóvenes presos.
Frente a la amenaza a la libertad de circulación y la probabilidad de que
se repitan los operativos y las detenciones arbitrarias masivas, el abogado
Hugo Seleme, en representación del Programa de Ética y Teoría Política
de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC)
presentó un hábeas corpus colectivo preventivo. Colectivo: porque fue
interpuesto a favor de todos los jóvenes residentes en los barrios

1 “Cuando preguntaba por qué estaba preso, me hacían callar con un chirlo”, Archivo Infojus
Noticias, 4 de mayo de 2015.
025
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

periféricos de la capital cordobesa. Y preventivo: porque buscaba revisar


la legalidad de la práctica para evitar que se repitan las razzias en el futuro.
Casi de inmediato, el juez de control Gustavo Reinaldi ordenó que de
manera “urgente” la fuerza detallara cuántas personas había detenido ese
fin de semana, dónde y los motivos.
“Hasta la fecha, no se han vuelto a registrar operativos con similares
características (...) aunque las detenciones arbitrarias sistemáticas y
selectivas por aplicación del Código de Faltas siguen vigentes”, señalan
en el informe “El control judicial de las políticas de seguridad a través del
hábeas corpus” del Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales de la
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UNC (2015).
Las razzias de mayo de 2015 son la evidencia del incumplimiento del
fallo “Bulacio” de la CorteIDH y el ejemplo extremo de lo que ocurre en
la provincia de Córdoba donde, desde 1994 hasta abril de 2016, rigió el
Código de Faltas, una legislación que avalaba las detenciones por actitud
“sospechosa” o simple “merodeo”. Distintos estudios y las denuncias
públicas de las organizaciones sociales confirmaron que el Código se
aplicaba de manera discriminatoria sobre jóvenes pobres de los barrios
excluidos. Los jóvenes eran encarcelados, sin intervención judicial, por
la ropa que llevaban puesta o por cómo se movían en la ciudad. Esta
práctica era sistemática. Sólo en la ciudad de Córdoba, en 2009, se
produjeron 27.000 detenciones por la aplicación del Código de Faltas, en
2010, 37.000 y, en 2011, a 42.700.
En los últimos años la “Marcha de la Gorra”, una movilización convocada
por múltiples organizaciones cordobesas cada 20 de noviembre, empujó
la visibilización de los casos de hostigamiento policial en la provincia.
Desde abril de 2016 el Código de Faltas dejó de estar en vigencia y fue
reemplazado por el Código de Convivencia Ciudadana, que sostiene
algunas de las figuras que habilitan estas prácticas policiales arbitrarias.
026
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Mendoza
detenciones y razzias

En la provincia de Mendoza siguen vigentes normas que permiten detener


en una celda hasta por doce horas y sin orden judicial a una persona con
el único motivo de conocer sus datos personales. Xumek tuvo acceso a
los registros del libro de aprehendidos y detenidos de la comisaría 9 del
departamento de Guaymallén y analizó las detenciones en el lapso de
un año. Desde el 3 de mayo de 2013 hasta el 3 de mayo de 2014, casi el
40% de un total de 2 174 anotaciones correspondían a detenciones por
averiguación de antecedentes. El 97% de las personas mayores y el 90%
de los menores detenidos recuperaron rápidamente la libertad ya que no
habían cometido ningún delito.

La amplia mayoría de los detenidos en ese período por averiguación de


antecedentes eran varones. El 76% de los mayores de edad osciló entre
los 18 y 29 años y el 49% de los menores tenía entre 15 y 17 años.

Del mismo análisis, llama la atención la cantidad de detenciones masivas


en una misma comisaría en el lapso de un año, lo que podría denominarse
razzias. 113 veces los policías detuvieron a dos personas juntas y hay
casos de detenciones de hasta nueve personas.
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Chaco
hostigamiento a militantes de movimientos
sociales y comunidades indígenas

A nivel nacional, las relaciones conflictivas entre policías y jóvenes pobres


comparten características pero a la vez tienen matices locales. En
Chaco, se presentan algunas situaciones que le brindan características
particulares al hostigamiento.

Allí, los movimientos sociales tienen un alto nivel de presencia territorial.


Llegan a coordinar barrios enteros mediante la organización cooperativa
de tareas, artes y oficios. En ese contexto, llevar una remera o una gorra
de determinado movimiento social puede convertirse en la excusa para
que los policías frenen en las calles a los jóvenes o les pidan documentos.

En el barrio Cacique Pelayo, habitado casi en su totalidad por el pueblo


Qom, en la periferia de la ciudad de Resistencia, los vecinos relataron
casos de hostigamiento en donde la discriminación está focalizada en la
etnia. A los integrantes de la comunidad los policías les dicen que “hable
bien” o los insultan por ser indígenas.

Por otra parte, estas comunidades sufren una casi prohibición de salir
del barrio. Los habitantes de Cacique Pelayo contaron que cuando salen
los policías les piden documentación y los amenazan con detenerlos. La
práctica se hizo tan habitual y extendida que los jóvenes no quieren salir
del barrio para no tener problemas con la policía.

Este accionar discriminatorio y otras situaciones de violencia institucional


vinculadas al acceso al sistema de salud y a la educación generan un
elevado grado de frustración en los habitantes de la comunidad. Uno de
los entrevistados preguntó a los investigadores que trabajaron en Chaco:
“Ustedes que saben más… yo quiero saber si esto nos pasa solo a
nosotros, y si es porque somos indios”.
028
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

La prohibición de hábitos
Reunirse con otros en una esquina, estar en la calle en determinados horarios,
usar gorra o capucha, jugar ciertos juegos está prohibido, de manera arbitraria,
en algunos barrios. Las fuerzas de seguridad decidieron la proscripción de ciertas
costumbres de los jóvenes, aun cuando no son delitos ni contravenciones.

Este tipo de regulación de hábitos “in-


civilizados” parece ser característico
de las fuerzas federales -como Gen-
darmería y Prefectura- que intervienen
en algunas barriadas específicas. Estas
Las fuerzas de fuerzas tienen una impronta militarizada
seguridad decidieron y llegan al lugar con la misión implícita o
explícita de “poner orden”. Esto significa
la proscripción de
prevenir delitos, pero también es inter-
ciertas costumbres pretado por los agentes como un modo
de los jóvenes, aun de imponer su autoridad y ordenar las
cuando no son delitos interacciones en el espacio público se-
ni contravenciones. gún sus propios criterios. En este reor-
denamiento los jóvenes se vuelven es-
pecialmente vulnerables.

En el barrio Centenario de Mar del Pla-


ta, la llegada de la Prefectura como fuerza nueva tuvo como uno de sus ejes
desalentar y/o prohibir las juntas, es decir, la reunión de grupos de jóvenes en
las esquinas o plazas. Si se encontraban reunidos, los agentes los abordaban
y disolvían los grupos.

Para los jóvenes, la esquina del barrio representa un espacio de encuentro, donde
se producen y reproducen los vínculos entre ellos. Sin embargo, para algunos ve-
cinos estas juntas son uno de los aspectos que crean las condiciones para que el
delito se produzca. En palabras de un vecino: “los pibes no se pueden juntar más
desde que está Prefectura”.

En el mismo sentido, se implementan medidas que recortan la libertad de circula-


ción en ciertos horarios o situaciones. En la práctica se impone, así, una especie
de “toque de queda”. Ante determinados hechos de violencia entre jóvenes y po-
licías, los efectivos obligan a todas las personas a retirarse del espacio público y
recluirse en sus casas, incluso exhibiendo sus armas de fuego.
029
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

En Mar del Plata, con la llegada de la Prefectura también arribó la prohibición


de que los jóvenes circulen por las noches. Con el tiempo, estos controles
fueron mermando.

En la misma línea, en las villas porteñas,


la implementación del Operativo Cintu-
rón Sur y la llegada de Gendarmería Na-
cional, significó este tipo de prohibicio-
Existe un ensañamiento nes.“Venían ya con la metra en la mano
particular con la ropa que y te decían andate a tu casa, ya son las
suelen usar los jóvenes. diez de la noche y hasta las diez de la
Gorras, mochilas, noche nomás podés estar acá”.
capuchas o zapatillas, La trasgresión de estas prohibiciones
en ciertas ocasiones, arbitrarias puede derivar en hechos de
están prohibidas. violencia policial más graves. Un joven
de una villa porteña compartió el relato
de cuando fue detenido contra la pared
junto a otros por el solo motivo de estar
en la calle después del horario permitido: “Una vez nos tuvieron así a cinco y se
paseaban por atrás nuestro con un palo. No con la macana, con un palo y tenías
que fruncir todo porque te daban en la espalda. Y nos cagó a palos”. Mientras les
pegaban, los agentes le preguntaban qué estaban haciendo ahí a esa hora.

Por otra parte, existe un ensañamiento particular con la ropa que suelen usar
los jóvenes. Gorras, mochilas, capuchas o zapatillas, en ciertas ocasiones,
están prohibidas.

Estas prohibiciones alcanzan hasta algunos juegos como el parkour y el “50”,


una variante de la clásica “escondida”. Asimismo, otras actividades que podrían
ser definidas como travesuras juveniles, como escaparse de la escuela, “robar”
nueces del árbol de una vecina o incendiar una heladera abandonada pueden ser
interpretadas por los efectivos como “incivilidades” y perseguidas con una inten-
sidad desproporcionada. Los agentes pueden llegar a correr a los jóvenes con
armas de fuego en mano para interceptarlos, requisarlos. En Mar del Plata, cinco
patrulleros, con un mínimo de diez prefectos, llegaron a intervenir en la persecu-
ción de cuatro chicos. ¿El delito? Habían “robado” mandarinas de un árbol.
030
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Diez prefectos y ochenta


policías federales

En el barrio porteño de Barracas, en la Villa 21-24, se dio un episodio


en abril de 2016 del que fueron víctimas no solo jóvenes del barrio
sino también dos docentes de la Casa de la Cultura que funciona
allí. El espacio es uno de los lugares con mayor visibilidad del barrio y
está ubicado en la zona considerada céntrica de la villa. Mientras se
proyectaba una película, un grupo de adolescentes de entre 14 y 15
años estaban reunidos en la vereda de enfrente escuchando música en
la puerta de la casa de uno de ellos. Cuatro efectivos de Prefectura los
abordaron de manera violenta. Querían que se retiraran y se fueran a sus
casas. Para eso los pusieron contra las rejas, les pegaron e insultaron.
Nahuel, uno de los trabajadores de la Casa de la Cultura, vio la escena e
intervino. “No les pegués, de última pediles los documentos“, les dijo a los
agentes. Un prefecto le respondió: “Cerrá el orto sindicalista de mierda,
no te metás”. A partir de ahí se trabó una discusión a la que se sumaron
otros diez prefectos. Cuando terminó la pelea verbal, Nahuel fue en
busca de Eugenia, su compañera de trabajo, para hablar con los jóvenes
golpeados y sus madres que se habían acercado. Les recomendaron que
fueran a sus casas por si la Prefectura llamaba a otras fuerzas. En ese
momento, retomaron la discusión y uno de los prefectos empujó a uno
de los chicos que se quejaba del trato violento que habían recibido solo
por estar sentados escuchando música. Nahuel volvió a intervenir y el
agente le preguntó: “¿Y cuando uno de estos villeros de mierda te robe el
celular a vos o a ella?”. En ese momento llegaron unos ochenta efectivos
de la Policía Federal. Los agentes los sometieron a una requisa al grito
de “¡contra la pared!”. Los patearon, golpearon y manosearon. Eugenia
terminó “en corpiño”. Varias veces les pidieron a los policías que se
identificaran, ya que no tenían su identificación a la vista. Finalmente, frente
a la insistencia, un sargento le mostró su identificación.
031
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Regulación de ilegalismos
Para los policías, ciertas irregularidades se convierten en una oportunidad para la
extorsión. Ocurre con el consumo de marihuana en espacios públicos o con los
pedidos reiterados de papeles vehiculares, especialmente en el caso de las mo-
tos. En muchas situaciones los jóvenes no tienen la documentación por diversos
motivos. Puede ser que sean motos prestadas, robadas o adquiridas de manera
informal. O bien no cuentan con el seguro, o los jóvenes circulan sin casco. Estas
irregularidades habilitan la interceptación policial, que en la mayoría de los casos
no se convierte en una detención y no queda registrada.

La madre de un joven de Florencio Varela, al sur del conurbano bonaerense, pa-


rado varias veces en la calle, relató cómo funciona este mecanismo de extorsión.
Cuando le secuestraron la moto a su hijo y ella lo fue a buscar a la comisaría, los
policías “negociaron” la devolución y la libertad del chico a cambio de $1 300.

Las irregularidades son también la excusa para ejercer otras formas de abuso
policial. Como en el caso de Kevin, un joven de 17 años de un barrio del noroeste
del Gran Buenos Aires. El viernes 4 de noviembre de 2015 Kevin fue con su moto
hasta una carnicería a 15 cuadras de su casa. La moto había sido comprada por
su hermana mayor a través de Facebook. Tenía los papeles en regla pero no había
hecho aún el cambio de titularidad. En el camino a la carnicería, un móvil de la
Policía Bonaerense se le tiró encima para interceptarlo. Bajaron dos efectivos: un
varón y una mujer. El chico los conocía del barrio. Le pidieron que se apoyara en
el patrullero con las manos hacia atrás. Kevin obedeció. Una vecina, que observó
la situación le avisó a la madre del joven que se acercó hasta el lugar. Una vez
allí les preguntó a los policías qué sucedía y éstos le respondieron que “estaban
averiguando los números de la moto”. Como los policías decían que no se podían
ver los números, la madre de Kevin se ofreció a ir a buscar los papeles a su casa.
Cuando volvió, el móvil ya se había llevado a su hijo. La mujer fue hasta la comi-
saría y ahí no sabían nada del chico, que llegó varias horas después. Contó que lo
detuvieron y lo “pasearon” en el móvil policial por el barrio para exponerlo a la mi-
rada de todos. Mientras tanto, lo verdugueaban. Una vez en la comisaría, comen-
zaron a sacarle fotos. No le explicaron para qué eran, ni si lo acusaban de algún
hecho. Le preguntaron sus datos, le pidieron que respondiera “sin mirarlos”. Cada
tanto, “cuando anotaban cosas”, lo hacían salir de la sala y esperar en un rincón
que está al lado de las celdas. Cuando por fin lo liberaron, retuvieron su moto por-
032
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

que, según le dijeron, necesitaban “hacerle una pericia”. Le dijeron a la madre del
joven que podría pasar a retirarla en dos días pero cuando fue, la supuesta pericia
se había demorado dos días más. A pesar de que la moto no estaba involucrada
en ningún hecho y tenía los papeles en regla, nunca se la devolvieron.

Provocaciones y desafíos

Los policías muchas veces se comportan como una banda de jóvenes.


Retoman o reproducen ciertos códigos cuando interactúan con ellos,
como escupir el piso o “buscar un mano a mano”. En los barrios de los
partidos bonaerenses de Moreno y Florencio Varela una explicación
que encuentran algunos referentes barriales para estos fenómenos es
el hecho de que muchas veces los policías son, ellos mismos, jóvenes
de esos barrios. No solo conocen los códigos sino que arrastran
conflictos, broncas o relaciones personales conflictivas que luego son re-
enmarcadas como conflictos entre la autoridad y los jóvenes.

El verdugueo
Negro de mierda, pelotudo, hijo de puta: existe un amplio repertorio de insultos,
burlas y humillaciones a través de los cuales los efectivos de las fuerzas de se-
guridad se dirigen a los jóvenes. El nombre popular que se le da a esta variante
de hostigamiento es “verdugueo”. Se trata de una forma abusiva instalada que no
trasciende ni da lugar a denuncias. Es parte de las interacciones diarias y se ob-
serva en distintas escalas de violencia policial. Puede limitarse a la violencia ver-
bal, pero en otras ocasiones escala hasta transformarse en amenazas o violencia
física, con distintos niveles de gravedad.
033
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

“Vas a terminar como tu hermano”, “cuando cumplas la mayoría de edad, te va-


mos a detener y no salís más”, amenazan los policías. Las frases demuestran un
conocimiento de los jóvenes, sus núcleos familiares y trayectorias. También, la
amenaza puede buscar infundir miedo y que desistan de denunciar hechos gra-
ves. “Si hacés denuncia, te mato”.

El verdugueo puede ir acompañado de la ostentación de armas de fuego. “Ense-


guida te sacan fierro”, contó un joven de una villa porteña para narrar esta forma
de intimidación y demostración de poder.

Estas intervenciones temerarias, y por fuera de todo protocolo, a veces no hacen


más que incrementar los niveles de violencia. Otro habitante de una villa porteña
contó que durante una pelea entre dos bandas, llegó un agente de la Policía Me-
tropolitana y los apuntó con un arma. “¿Cómo vas a venir con el arma? ¿Qué locu-
ra, no? La situación no ameritaba que la Metropolitana sacara el arma”, reflexionó
el chico entrevistado.

El verdugueo acompaña algunas detenciones con órdenes arbitrarias, situacio-


nes que muchas veces incluyen violencia física. Por ejemplo, cuando los requisan
a veces los esposan o les exigen que se coloquen en determinada posición. En
este marco también se dan situaciones de violencia como golpes, palazos, el “pi-
sotón con los borcegos”, “un par de coscorrones”, “piñas en la cara y el cuerpo”,
“patadas en el piso”, “cachetadas” en móviles y comisarías y en lugares públicos.

En Chaco, solo en el barrio Mate Cosido, de 32 entrevistados más de la mitad


contó haber sufrido algún tipo de violencia por parte de la policía durante una de-
tención: golpes de puño, patadas, golpes con un palo y tirones de pelo.

Los jóvenes también relataron situaciones de destrucción y/o robo de las perte-
nencias personales en el marco de interceptaciones. “Me revisaron, me pegaron
y me sacaron las cosas. Me sacaron la plata, el teléfono y los cigarros, se los
llevaron. Lo sacaron ellos, lo pusieron ahí y me dijeron ‘andate’. Me tuve que ir
y se quedaron con las cosas. ‘¿Y mis cosas?’ le digo. ‘Son mías ahora’”, dijo un
adolescente bonaerense.

Estas prácticas violentas son aplicadas, por ejemplo, a los jóvenes que con-
sumen marihuana. Las víctimas contaron que los obligan a “tragar la pipa o el
porro”. En otros casos dijeron que los efectivos de seguridad les rompen o roban
los elementos necesarios para fumar. Por ejemplo, los papeles para armar un
034
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

cigarro. Cuando se trata de pequeñas cantidades de drogas, los agentes las sus-
traen sin llevar adelante el operativo correspondiente. No siguen ningún protoco-
lo formal. Entonces, los jóvenes creen que “se lo fuman ellos” ya que en ningún
lado queda asentado qué cantidad de droga se secuestró, a quién, dónde y en el
marco de qué operativo.

Violencia sexual

El verdugueo está focalizado en los varones jóvenes, sin embargo


los agentes también ejercen violencia verbal hacia las mujeres con
expresiones machistas. “Qué linda que estás, mamita”, le dijo un policía
del Cuerpo de Prevención Barrial de la Villa 21 a una nena de 14 años.
La madre de la chica lo enfrentó diciéndole: “Vos no estás acá para venir
a decirles piropos a las chicas (...) si vos estás de servicio tenés que
respetar a la gente”. El agente terminó pidiéndole disculpas.

Los varones también son víctimas de acoso sexual por parte


de determinados policías. Cuentan situaciones en las que los
agentes, cuando están patrullando, les hacen propuestas sexuales
a modo de extorsión o frente a alguna irregularidad. Para contar
estas situaciones, en Rosario, los jóvenes dicen que los policías la
“pitodurean” o “se hacen los novios”.
035
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Chaco
más de mil denuncias en menos de un año
denuncias recibidas por la Secretaría de DDHH, Provincia de Chaco
enero 2015 - mayo 2016

3% 11%
derecho a la vivienda niños/as en riesgo

8%
violencia de género 18%
abusos asesoramiento / otros
bulling

4%
8% desalojos
persecución
laboral

4% 35%
hostigamiento comisarías apremios
policial

2%
discriminación

2% 5%
atención médica a detenidos
traslados

Casi el 40% del total de las denuncias recibidas por la Secretaría de


Derechos Humanos de la Provincia de Chaco en las localidades de
Resistencia, Fontana y Barranqueras entre enero de 2015 y mayo de
2016 son por apremios y por prácticas que podríamos agrupar bajo la
categoría de hostigamiento policial. En la provincia de Chaco existe, desde
2006, una Fiscalía en lo Penal Especial en Derechos Humanos. Para fines
de abril de 2016 tramitaban en esta sede judicial 1.133 causas contra
funcionarios policiales en la provincia del Chaco. La magnitud de la cifra
queda al desnudo cuando se compara con las causas de este tipo que
tramitan en fiscalías ordinarias chaqueñas que oscilan entre las 4 y las
200 como máximo. Para adquirir la verdadera dimensión de los datos es
necesario tener en cuenta la cantidad de efectivos policiales que prestan
servicio activo en toda la provincia, un número que no supera los 6.700.

Fuente: Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia de Chaco.


Los datos corresponden al periodo comprendido entre enero de 2015 y mayo de 2016.
036
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Naturalización
de las injusticias

Estas formas de hostigamiento policial aparecen naturalizadas por quienes


las vivencian como parte de relaciones cotidianas entre las fuerzas de seguri-
dad y los jóvenes. No se trata de una naturalización de las violencias, porque
los jóvenes y sus familias reconocen el carácter abusivo de estas prácticas y
las narran con notable claridad. Se trata más bien de una naturalización de la
injusticia o de la impunidad.

Ante un hecho de hostigamiento, las víctimas y quienes las rodean muchas ve-
ces deciden no denunciar o visibilizar en base a experiencias anteriores ligadas al
miedo, a las represalias o simplemente a la falta de respuesta desde las agencias
estatales, incluso las judiciales. En ese sentido, hay una serie de situaciones que
no llegan a tomarse como “casos” y, así, quedan invisibilizadas.

Frente a lo que reconocen como un abuso, se termina imponiendo la dificultad


e imposibilidad de vehiculizar la denuncia. “No va a pasar nada si ya está todo
arreglado” es la frase que se escucha ante la pregunta de por qué no se denuncia.

Estos hechos quedan registrados en la memoria barrial como un secreto a voces


compartido entre los vecinos. Violencias sin demandas, ni denuncias y por ende
sin respuestas estatales de asistencia como contrapartida. Así, las bajas judicia-
lización y denuncia en los organismos de control de los hechos de hostigamiento
están vinculadas, muchas veces, con la baja cantidad de antecedentes de casos
públicos en los que denunciar el hostigamiento haya tenido consecuencias en
cuanto al control, la sanción y la reparación.

Esta situación ilumina, al mismo tiempo, la falta de mecanismos efectivos de pro-


tección para denunciantes y testigos. Y en muchos casos también se evidencia el
desconocimiento de instituciones estatales a las que recurrir en busca de aseso-
ramiento y/o acompañamiento.
037
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Violencia institucional
y falta de acceso a la salud
A Elías lo balearon durante una detención por averiguación de identidad
en la Villa 21-24 de Barracas en 2014. Uno de los policías que lo detuvo
para pedirle documentos disparó su arma cuando el amigo de Elías salió
corriendo. En ese momento, tenía 25 años. Los disparos le perforaron la
vejiga y el intestino. Desde entonces depende de una bolsita sanitaria.
Nunca hizo la denuncia por lo que pasó. Cree que es parte de los riesgos
con los que puede convivir.
Meses después de ese episodio, en abril de 2015, Elías estaba en la
puerta de su casa cuando desde una camioneta de la Prefectura le
preguntaron si había visto pasar a una moto. Él respondió que sí y señaló
la dirección hacia donde se había ido el vehículo. Al rato, el móvil volvió
para detenerlo como sospechoso del robo de esa moto.
Lo detuvieron bajo la figura de averiguación de antecedentes: pasó cuatro
días preso en la comisaría 32. Durante la detención ilegal, lo golpearon. Fue
trasladado a la Alcaldía para exponer en sede judicial. Después, lo liberaron en el
barrio de Lugano a las 3 de la mañana. Tuvo que volver a su casa caminando, de
madrugada y con frío en una distancia de más de diez kilómetros.
Elías y sus familiares contaron el caso recién cuando fueron hasta la
sede del Programa ATAJO del Ministerio Público Fiscal que funciona en
el barrio. Buscaban asistencia para pedir las bolsas de colostomía que
el joven necesita por las heridas de la balacera. Como no tienen dinero
para comprarlas, el joven estaba usando unas bolsas de residuos y, por
eso, sufría de infecciones.
Hasta ese momento ni Elías ni su familia habían contado a un actor
institucional las violencias sufridas. Sólo y recién a partir de esta demanda de
asistencia en asuntos de salud es que la trama institucional pudo tomar nota
de los hechos y comenzar a gestionar diversas formas de intervención.
El caso de Elías ilustra las diversas violencias a las que está expuesto
un joven en una villa. Todas violencias que refieren a diferentes
responsabilidades del Estado: la violencia policial, la falta de recursos
hospitalarios y la desarticulación de las agencias del Estado en el territorio.
3
Prácticas extorsivas,
amenazas y armado
de causas
-
Violencia, extorsión y robos durante
las investigaciones policiales
Inteligencia ilegal
Las causas armadas
-
039
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

3. Prácticas extorsivas,
amenazas y armado de causas

Existen un conjunto de prácticas policiales arbitrarias e ilegales que desbordan


los límites del verdugueo, las amenazas y las extorsiones. Son acciones y proce-
dimientos abusivos y violentos que se agravan hasta dar lugar a violaciones de los
derechos humanos.

Cualquier joven de un barrio está potencialmente expuesto a este tipo de prácti-


cas. Sin embargo, la mayoría de las víctimas son aquellos que tienen trayectorias
delictivas intermitentes o permanentes. Esta condición los hace más vulnerables
al hostigamiento en tanto están socialmente desacreditados.

En estos casos pareciera desdibujarse la distinción clara entre policías y jóvenes


como dos grupos homogéneos y enfrentados. Tanto unos como otros pueden
aparecer involucrados en hechos delictivos. Pero no hay que perder de vista que
existe una asimetría de poder entre adultos investidos de autoridad estatal y legí-
timos portadores de armas de fuego y los jóvenes.

“Brigadas” y allanamientos: violencia, extorsión


y robos durante las investigaciones policiales
Sin identificación, ni uniforme policial, con autos de civil y vidrios polarizados, por
los barrios circulan las denominadas “Brigadas” que dependen de la División Bri-
gadas de Prevención de la Policía Federal Argentina o, en la provincia de Buenos
Aires, de las Direcciones Departamentales de Investigaciones (DDI). A pesar de
que, en teoría, son las encargadas de investigar delitos como homicidios, robos
de autos o tramas de narcotráfico, muchas veces aparecen vinculadas a extor-
siones y robos bajo el pretexto de “tareas de investigación”. En el relato de los
jóvenes, las Brigadas están asociadas al peligro, como si fuesen una trampa en la
que no hay que caer.
040
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

En un barrio de La Plata, en mayo de 2016, circulaba el rumor de que policías de ci-


vil se movían en un auto Honda Civic y paraban a jóvenes de manera irregular. Dos
chicos que iban al kiosco a comprar cigarrillos fueron interceptados por ese auto.
Como ellos no se detuvieron, desde la ventanilla se asomaron dos hombres que les
mostraron un arma y les dijeron: “Somos de narcotráfico”. Sin exhibir ningún tipo
de acreditación, se bajaron del auto y los
revisaron. Les dijeron que buscaban a uno
de ellos, al que requisaron y le sacaron 300
pesos y su teléfono celular. A uno de ellos
La violencia que se lo dejaron ir y al otro le ordenaron que los
despliega durante llevara hasta su casa. Una vez en la casa
los allanamientos en del chico, le informaron a la madre y a su
los barrios populares pareja que iban a detenerlo, pero que “la
es desmedida. Los situación se podría arreglar por otros me-
dios”. Los policías de civil sacaron fotogra-
miembros de las
fías en la casa con el argumento de que se
familias y habitantes trataba de “un aporte a la investigación”.
del hogar no sólo Cuando la pareja de la madre les explicó
son víctimas de que eran una familia de trabajadores y que
hostigamiento verbal no tenían dinero, los hombres decidieron
y maltrato físico, sino irse. Antes, se despidieron del joven con

también de robos por un mensaje: “la próxima vez que te vea te


llevamos”. Dos semanas después, el pa-
parte de las fuerzas
drastro del joven se encontró en la calle
de seguridad. con estos efectivos policiales y le volvieron
a pedir dinero. Uno de ellos estaba usando
el teléfono que le había sacado al chico.

La violencia que se despliega durante los allanamientos en los barrios populares


es desmedida. Los miembros de las familias y habitantes del hogar no sólo son
víctimas de hostigamiento verbal y maltrato físico, sino también de robos por par-
te de las fuerzas de seguridad. En ocasiones estos abusos se desarrollan cuando
los agentes van a una casa para verificar el paradero de algún joven en condición
de libertad provisional. Los agentes no ahorran golpes, maltratos, insultos, roturas
de objetos y amenazas.
041
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

En el marco de un allanamiento por la investigación de un homicidio, la madre


de uno de los jóvenes buscados contó que la Policía Federal ingresó a su casa
en la Villa 21 sin presentarse, ni mostrar una orden judicial para allanar. Entraron
de noche cuando todavía no había amanecido. Los tiraron al piso, los patearon
y esposaron. Al marido de la mujer, que tenía un brazo roto, también. A los hijos
los metieron en el baño por la fuerza y les preguntaron bajo amenaza: “¿Quién se
hace cargo? Hablen o los llevamos a los tres’”. Nunca les dijeron de qué se los
acusaba. Los policías se llevaron detenidos a los tres varones jóvenes de la fami-
lia que tenían entre 18 y 22 años. Por lo que los agentes hablaban entre ellos, el
resto del grupo familiar supo que eran sospechosos de un asesinato. Los policías
también se llevaron los ahorros de la mujer y su marido -un jubilado y una ama de
casa- y tres teléfonos celulares.

Otro adolescente de 16 años de una villa porteña contó que la Gendarmería


“lo sacó” de su casa cuando buscaban a otra persona. “Venía de jugar a la
pelota, venía con un pantalón del Barcelona y una remera roja. Supuestamente
para ellos estaba vestido así el chorro, supuestamente estaba vestido como yo.
Me agarraron, me sacaron de mi casa”, relató. El chico estaba comiendo y los
agentes lo llevaron hasta el pasillo donde empezaron a pegarle. Sus familiares
y vecinos lo defendieron: agentes y vecinos terminaron a las piñas. A los pocos
días el joven se cruzó con uno de los efectivos y el funcionario le quiso robar un
camperón y un reloj.
042
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Rosario
Castigo sin proceso judicial
Lucas vive en la periferia de Rosario. En la entrevista para esta
investigación, tenía la cara hinchada y vendas en la frente. Él dijo que
había tenido un accidente con la moto. Después, ante la insistencia de
los investigadores, contó que detrás de esas marcas habían estado los
puños de los gendarmes. Fue en junio de 2014, tras el desembarco y la
ocupación territorial de esta fuerza nacional en la ciudad santafesina.
Lucas contó que estaba con un amigo en un descampado en el fondo
del barrio e intentaron robarle una bicicleta a un hombre. De repente
aparecieron cuatro gendarmes. Su amigo logró esconderse y escapar,
mientras tanto los efectivos lo obligaron a él a devolver la bicicleta
robada. Después de eso vinieron golpes con la cachiporra y culatazos
en la cara y en todo el cuerpo. El amigo de Lucas logró avisarle a la
familia. Cuando una tía llegó, los agentes estaban limpiándole la sangre
de la cara y le dijeron que el chico se había caído. En un momento se
desmayó y perdió el conocimiento, por lo que no se acuerda nada más.
Según le contaron sus familiares, los gendarmes llevaron a Lucas hasta
su casa y luego sus tíos lo trasladaron en un remis al hospital. En el
hospital dijeron que había tenido un accidente en moto.

Cuando se despertó, Lucas estaba sorprendido de que no le hubieran


abierto una causa penal por la tentativa de robo. Él no se animó a
denunciar a los gendarmes por miedo a “perder”, que le armen una
causa en su contra. Según él mismo dijo, hubiera preferido enfrentar al
Poder Judicial y no la golpiza de los gendarmes.
043
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Hostigamiento reiterado y extorsión


La desaparición de Luciano Arruga en el partido de La Matanza, al oeste del co-
nurbano bonaerense, puso en evidencia la existencia de casos de hostigamiento
policial focalizado sobre algunos jóvenes en particular de forma extendida en el
tiempo. Antes de desaparecer en 2009, Luciano había sido detenido en reiteradas
ocasiones, amenazado y torturado en una sede policial. Tenía 16 años.

En otros casos -no en el de Luciano en


particular- la puerta de entrada para el
hostigamiento reiterado son las situa-
ciones de conflicto con la ley penal que
atraviesan algunos jóvenes. Su participa-
la puerta de entrada
ción en delitos de distinto tipo y magnitud
para el hostigamiento constituye una vulnerabilidad específica
reiterado son las que es aprovechada por los policías para
situaciones de su beneficio personal.
conflicto con la ley En el marco de una causa contra policías
penal que atraviesan bonaerenses por hostigamiento, F.S. de
algunos jóvenes 16 años contó que en 2014 agentes de la
comisaría de Marcos Paz lo llevaron a la
sede policial varias veces. En algunas de
ellas por haber estado involucrado en al-
gún hecho delictivo y en otras, con la excusa de que tenía que participar en una
rueda de reconocimiento que, luego, no se hacía. Siempre lo llevaban los mismos:
cuatro oficiales que andaban patrullando por la ciudad. Al principio no lo maltra-
taban y le aconsejaban que fuera a la escuela, pero luego comenzaron a agredirlo
sin motivo. F.S tenía miedo de salir de su casa. No quería que lo llevaran a la co-
misaría y le pegaran.

Estos casos de hostigamiento reiterado pueden tener desenlaces fatales.

Axel tenía 22 años y vivía en el barrio Villa La Rana, en San Martín. Una tarde de
marzo de 2014 iba en auto cuando se cruzó con dos conocidos que le pidieron
que los acercara hasta la estación Florida para tomar el tren. Axel accedió y a los
pocos metros, los frenaron agentes en un móvil policial que decidieron llevarlos a
la comisaría 2° de Villa Ballester por “averiguación de antecedentes”. Cuando la
044
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

madre de Axel llegó a la dependencia policial a buscarlo, los policías le pregunta-


ron qué hacía su hijo con esos “delincuentes” y le exigieron 30 mil pesos a cambio
de la liberación. Axel recuperó la libertad, pero su madre se negó a pagar.

Los meses que siguieron a esa detención se convirtieron en escenas de hostiga-


miento y extorsión para Axel, un chico que no tenía antecedentes penales ni una
trayectoria delictiva. Lo detenían en la calle con la excusa de pedirle los papeles
del auto y también lo llamaban para pedirle plata. Comenzó a ser hostigado por
un policía conocido como “Romeo Santos” o “Rambito”, famoso en la zona por su
violencia y sus vínculos extorsivos.

Axel tenía miedo. Su familia decidió hacer la denuncia a una organización de la


zona, que propuso hacer un recurso de amparo, pero el joven se negó por temor
a represalias. El miedo aumentó cuando “Rambito” asesinó a Fabián, un conocido
de Axel, rematándolo cuando ya lo tenía reducido en el suelo. Al poco tiempo, el
7 de agosto de 2014, Axel y otro joven fueron baleados cuando, según la versión
policial, los sorprendieron mientras intentaban realizar una “entradera”. Axel que-
dó gravemente herido y a las pocas horas falleció en el hospital. La familia supo lo
que había pasado después de que murió. Nadie entiende cómo Axel, que no tenía
antecedentes ni trayectoria delictiva, pudo involucrarse en una “entradera”.

Chaco: hostigados de jóvenes,


asesinados de adultos
En la provincia de Chaco dos casos iluminan cómo las historias de hostigamiento
pueden terminar con la muerte de las víctimas. En las vidas de Cristian Gonzalez
y Ángel Verón la violencia institucional acompaña el transcurso vital de manera
progresiva producto del encono personal que se genera en la dinámica cotidiana.
Si bien estas dos personas al momento de su muerte no eran jóvenes, lo cierto es
que el hostigamiento se proyectaba de manera retrospectiva en su historial bio-
gráfico. Ambos, antes jóvenes hostigados, hoy son adultos muertos.

A Cristian Gonzalez, de 45 años, lo detuvieron efectivos de la comisaría seccional


undécima del Barrio Provincias Unidas, la noche del 24 de diciembre de 2015 en
vísperas de navidad. Según la policía, un vecino lo había acusado de haber tira-
do piedras a la luneta trasera de un auto estacionado en el barrio San Cayetano,
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Resistencia. Horas más tarde, a las once de la mañana del 25 de diciembre, a


Cristian lo encontraron muerto a la vera de la ruta provincial 13, a la altura del kiló-
metro 35 en la localidad de Cote Lai. Estaba golpeado y tenía marcas y cicatrices
que indicaban que tiempo antes había sufrido apremios y torturas: cortes, magu-
lladuras y marcas de haber sido quemado con cigarrillos. El ingreso a la comisaría
había sido registrado bajo la causa Nº 130/177-2802-E/15, caratulada “S/ SU-
PUESTO DAÑO”. Según el registro policial, Cristian permaneció en la comisaría
hasta las 9:25 del viernes cuando fue trasladado en un patrullero hacia la División
de Antecedentes Personales. El informe del cuerpo médico forense determinó
que la muerte había sido entre las 8 y las 11 de la mañana de ese mismo día. La
investigación judicial, mediante los registros de GPS, determinó que un móvil po-
licial había circulado por la zona donde apareció el cadáver. Todo el personal que
se encontraba de turno en la comisaría fue detenido: diez policías, tres de ellos en
carácter de autores y siete en carácter de encubridores. El caso fue derivado a la
fiscalía especializada en Derechos Humanos que continuó la investigación. Tam-
bién tomó intervención en el caso el Comité de Prevención de la Tortura. La causa
judicial reveló que antes de aparecer muerto en la ruta, Cristian era una persona
conocida por los policías que lo definían como un “molesto”. Lo habían detenido
varias veces y también golpeado. Al cierre de esta publicación había tres policías
detenidos por “homicidio agravado”. El caso todavía no llegó a juicio.

Ángel Daniel Verón tenía 43 años al momento de su muerte. Antes había sido
detenido 23 veces en un lapso de dos años. Era un campesino dedicado a la
cría de chanchos que había sido desalojado junto con su esposa y sus diez hijos.
Por su situación habitacional, Ángel recorrió reparticiones del Estado sin obtener
respuesta, hasta que decidió armar una carpa al frente de la casa de gobierno
provincial. A partir de ahí se convirtió en un referente social y se unieron a él va-
rias familias. Así se conformó una agrupación dentro de la multisectorial (MTD)
llamada “No al Desalojo”. El 24 de septiembre del 2015, esta agrupación hizo un
corte parcial en la ruta nacional 11. Pasadas las 18 horas llegó al lugar personal
policial de la comisaría cuarta, la División de Infantería y el Cuerpo de Operacio-
nes Especiales (COE). Estaban dispuestos a reprimir la protesta. Ante la presen-
cia policial, la agrupación decidió replegarse y volver a sus viviendas. Pero los
policías comenzaron a perseguirlos. En ese contexto, detuvieron a Ángel junto a
su hermano Rogelio. Distintos testigos contaron que fueron arrastrados hasta un
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

camión policial, golpeados con patadas y palos. La familia perdió contacto con
los dos hermanos hasta que al día siguiente hicieron una presentación judicial y
les informaron que Ángel estaba hospitalizado en Resistencia. Cuando su esposa
fue a verlo, lo encontró esposado a la camilla en estado de coma inducido. Le
dijeron que había llegado “con las tripas afuera” producto de una grave herida en
el abdomen. El 19 de octubre, casi un mes después de la represión, Ángel mu-
rió. Las versiones oficiales apuntaban a “causas naturales” porque el certificado
de defunción emitido por el hospital Perrando habló de una “enfermedad” como
causal de fallecimiento. Cuando se exhumó el cuerpo, se supo que Ángel murió
por los golpes que recibió al momento y durante su detención. Tenía una herida
quirúrgica preexistente, que se agravó por efecto de la golpiza.

En la investigación quedó comprobado que Ángel antes de morir había sido


víctima del hostigamiento policial: seguimiento de móviles policiales para ame-
drentarlo, constante solicitud de identificación, agresiones verbales y hasta un
allanamiento irregular de su casa.

La difusión del caso provocó la renuncia del entonces ministro de Gobierno,


Javier Oteo, así como del secretario de Seguridad, Marcelo Churin y el jefe de
Policía, Gustavo Peña.

Jóvenes y familias vigilados y amenazados

—La última vez que me peleé me dijo la policía:


“Ya vas a cumplir 18, te queda un mes”

— ¿Y cómo saben la fecha de tu cumpleaños?

— No sé

Rodrigo tiene 17 años y vive en Moreno, al oeste del conurbano bonaerense.


Él, como otros tantos jóvenes, es “monitoreado” por los policías en espera
del momento en que cumplan la mayoría de edad y puedan ser castigados
como adultos. Esta es otra de las formas que adopta el hostigamiento. Se tra-
ta de una amenaza bastante común, en especial hacia aquellos que tienen
conflictos con la ley. En Morón, algunas dependencias policiales tienen a la
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

vista del público listas con nombres de jóvenes y las fechas de sus cumpleaños.
En Rosario, dos jóvenes narraron cómo los agentes los amenazaban: cuando
cumplieran la mayoría de edad los iban a buscar para responsabilizarlos de un
delito. Ante esas amenazas, para dejar a su familia tranquila se presentaron de
manera espontánea en Tribunales. Como eran punibles porque tenían más de 16
años, el juez de menores dispuso que se los alojara en un instituto de detención
cerrado. Los jóvenes pasaron, primero, por la Comisaría 2da de Rosario donde
los golpearon y humillaron. A las pocas horas fueron trasladados al instituto y la
revisión médica se hizo ante personal penitenciario con funciones de seguridad
en el instituto y por el personal policial que realizó el traslado.

Muchas veces este fenómeno tiene otras características: el hostigamiento no es


producido por un grupo de policías particulares, sino por diferentes grupos a lo
largo de un período prolongado de tiempo, a veces durante años. La vulnerabi-
lidad extrema de estas familias, en general vinculadas o sospechadas de estar
vinculadas con el delito, las vuelve candidatas a este tipo de violencias.

El caso de la familia Láinez

La familia Láinez vivía en el barrio La Rana del partido bonaerense de San


Martín. Su caso es paradigmático para ilustrar las consecuencias de un
hostigamiento reiterado y sostenido en el tiempo sobre un grupo familiar
sobre el que recae la violencia policial en distintas formas.

Los Láinez tenían cinco hijos: Martín, Diego, Juan, Francisco y Ariel. En un
lapso de cinco años uno murió, dos están detenidos en cárceles y otros
dos cumplen prisión domiciliaria con graves secuelas físicas a causa de
balas policiales.

En enero de 2010, Francisco, de 15 años, fue herido durante una


persecución policial. Una vez reducido en el piso, los policías le dispararon
para rematarlo. No lo lograron, pero lo dejaron hemipléjico. Primero quedó
detenido, acusado de estar vinculado a un homicidio, luego fue liberado.
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Un mes después la policía allanó la casa de los Láinez y detuvo a


Diego, de 18 años, y a Juan, de 17. Los acusaron de la muerte de un
joven ocurrida pocos días antes en un barrio cercano. La familia dijo
que eran inocentes y en el barrio todos sabían que ellos no habían sido
responsables de ese crimen. Los detuvieron a partir de las declaraciones
de un único vecino del barrio que, según la familia, era un transa. Diego
fue trasladado a un penal y luego condenado a cadena perpetua. Juan,
por ser menor de edad, fue a un internado de menores, donde estuvo
más de tres años. En mayo de 2013, pocos días antes de salir en libertad,
sufrió un paro cardiorrespiratorio y murió en el hospital de la localidad de
Dolores. Ese mismo año, Martín, de 23 años, fue sorprendido cuando
robaba junto a su primo Rubén. La policía mató a Rubén y Martín fue
detenido. Hoy cumple una condena. También en 2013, Ariel, que tenía 15
años, fue baleado por un policía de civil que lo acusó de querer robarle
en una estación de servicio. El relato del policía indica que Ariel le disparó
reiteradas veces, aunque nunca encontraron su arma. Los disparos del
policía le rompieron la tibia y el peroné a Ariel. Todavía arrastra las secuelas
de esa balacera. Firmó un juicio abreviado por el que fue condenado a
cinco años de prisión y hoy cumple prisión domiciliaria.

La familia Láinez sostiene que desde hace años la policía Bonaerense


y otros actores del barrio construyeron una “fama”. Según ese estigma,
todos los hermanos integrarían una banda, y por eso son sospechosos
de cualquier cosa que ocurra. En el lapso de estos cinco años sufrieron
allanamientos donde buscaban a alguno de los hermanos Laínez
acusándolos de distintos hechos aún cuando ellos ya estaban detenidos
desde hacía tiempo.
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Inteligencia ilegal
En la calle o en sus casas, aunque los jóvenes no lo sepan los policías les toman
fotos, de manera secreta, que muchas veces exhiben en las comisarías a la vista
de todos. En otras ocasiones los fotografían durante detenciones que no quedan
registradas. En todos los casos: lo hacen sin orden y control judicial. Esta infor-
mación recolectada ilegalmente por los efectivos policiales bajo el supuesto de la
investigación y esclarecimiento de delitos puede ser utilizada para ese fin, pero
también para producir pruebas falsas y desviar investigaciones o simplemente
para amenazar o extorsionar a jóvenes.

Esta práctica tiene una historia antigua. Parece ser un remedo deslucido de la vie-
ja tradición de cuño peligrosista que la Policía adaptó con la “vuelta al mundo” y
la “galería de ladrones”, a fines del siglo XIX, en las que se exhibía a los detenidos
en todas las comisarías de la Ciudad y también se los fotografiaba (“escrachaba”,
se decía por entonces en lunfardo). Una tradición que se vio revisitada en la zona
norte del Gran Buenos Aires en los primeros años 2000. La investigación por el
crimen de Guillermo “Nuni’” Ríos permitió conocer que un grupo de policías y ex
policías ligados a una comisaría de Don Torcuato y a una agencia de seguridad
privada llevaban un cuaderno con fotos y datos de jóvenes detenidos o demora-
dos y golpeados en más de una ocasión, e incluso algunos de ellos muertos en
falsos enfrentamientos.

En 2005, el Colectivo de Investigación y Acción Jurídica (CIAJ), la Asociación


Miguel Bru y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La Plata
realizaron una presentación judicial que derivó en una medida cautelar. Tras
verificar que en la mayoría de las comisarías de La Plata existían registros fo-
tográficos ilegales se ordenó la destrucción de los “álbumes de fotos” y que se
elaboraran normas para regular la confección y uso de imágenes. A pesar de
este antecedente, estas prácticas ilegales continúan.

En Morón, por ejemplo, los jóvenes contaron que cuando son demorados y tras-
ladados a dependencias policiales, les toman fotos, en particular de los tatuajes,
pero no queda ningún registro de todo es ese movimiento.
050
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Los álbumes de fotos eran una costum-


bre ilegal de las comisarías bonaerenses
pero al menos tenían una presencia mate-
rial en las dependencias. Por eso se pudo
En lo cotidiano, la constatar su existencia. Sin embargo, en
capacidad policial los últimos años el avance de las tecnolo-
de “armar causas” gía complejizó la posibilidad de denunciar
es un elemento estas formas de inteligencia ilegal. Las
cámaras de seguridad, el uso de los ce-
que se convierte en
lulares y tablets personales de los policías
amenaza latente para registrar y almacenar imágenes digi-
para muchos jóvenes talizadas de los jóvenes implican un nivel
aún mayor de informalidad y más capaci-
dad de invisibilizar la gestión y circulación
de esas imágenes.

Al mismo tiempo, hoy es común que los policías usen como prueba imágenes
que los propios jóvenes suben a redes sociales como Facebook. Lo hacen de
manera ilegal para producir reconocimientos o identificaciones por fuera del
procedimiento. Hubo casos en los que funcionarios judiciales convalidaron el
uso de estas imágenes.

En San Martín, la madre de un joven de 20 años contó que un policía le mostró


desde su propio celular varias imágenes de su hijo tomadas en la calle y jugando
con su sobrina en el patio de su casa. Según la mujer, había incluso fotos del joven
cuando era menor. Es decir, habían sido tomadas tres o cuatro años antes.

Las causas armadas


A las causas penales en las que la policía inventa un delito inexistente o involucra
a inocentes en un hecho existente, en los barrios se las llama “causas armadas”
o, también, “empapelar”. Los casos más comunes son el “plantado” de armas o
drogas. Muchas veces la punta del ovillo es la manipulación y armado de prue-
bas. En lo cotidiano, la capacidad policial de “armar causas” es un elemento que
se convierte en amenaza latente para muchos jóvenes.
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

En los últimos años aumentó la cantidad de denuncias y consultas por este tipo
de casos. Cuando la policía “arma causas”, los familiares y vecinos perciben el
hecho como una arbitrariedad insoportable y rompen con cierta naturalización de
la injusticia que existe en estos barrios. Este tipo de abusos se denuncia y visibili-
za más que otros que son tanto o más graves.

Para la Policía Bonaerense se trata de un recurso para “sacarse de encima” a los


jóvenes que “molestan”. Por ejemplo, aquellos que saben que están vinculados
al mundo del delito pero no les pueden atribuir ningún hecho en concreto. O bien
porque son jóvenes que conocen de cerca el funcionamiento ilegal de la policía.
También para resolver conflictos personales con ciertos jóvenes. O para suplir las
falencias del ineficiente desempeño policial durante la investigación, sobre todo
cuando se trata de casos conmocionantes en los que existe presión social, políti-
ca y/o mediática para encontrar una resolución rápida.

La matriz del armado de causas


Los “buches”- como se conoce en la jerga popular a conocidos de las fuerzas
de seguridad que les proveen información y que por ello se dice que “trabajan”
para la policía-, las denuncias que la policía califica de anónimas y los testigos
que no se identifican por temor a represalias suelen ser la punta del ovillo de la
ficción de un expediente penal inventado e injusto. Estas denuncias anónimas
y la información que aportan los buches son, muchas veces, la columna ver-
tebral de las causas armadas.

Los informantes a partir de los cuales se estructuran estas causas judiciales,


en general, no son testigos presenciales de los hechos que se investigan sino
que transmiten a la policía la información que “circula” en el barrio. Cuentan
lo que “se sabe” o “lo que todos saben”. En términos probatorios, se trata de
información de baja calidad.

No es una práctica uniforme, aunque es posible encontrar elementos comunes.


Las causas suelen seguir dos caminos. En primer lugar, la policía se entrevista
con las víctimas o testigos presenciales del hecho y les exhibe “álbumes de fo-
tos” de jóvenes de la zona. Muchas veces puede dirigir estos “reconocimientos”,
aprovechándose de que las víctimas o sus familiares se encuentran en estados
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

emocionales permeables a sugerencias, señalando o marcando las fotos de los


jóvenes a los que les quieren atribuir el hecho. En segundo lugar, en otras opor-
tunidades la policía es quien lleva directamente esta información al fiscal y pide
el allanamiento del domicilio del joven sospechado y su detención. En general, el
fiscal de instrucción y el juez no ponen ningún reparo. Luego de la detención, se
ordena la “rueda de reconocimiento” con los testigos y víctimas. En los casos en
los que antes se mostraron fotos, estos reconocimientos están contaminados por
la exhibición anterior. En otros casos, la policía utiliza técnicas para direccionar a
los testigos a que elijan a una determinada persona. Otra práctica frecuente es
mostrarle a la víctima del delito a alguien que está preso en la misma comisaría
para forzar la identificación, habilitando en estos casos el “reconocimiento” del
agresor inducido por la policía ilegalmente.

Las consecuencias más graves de estas prácticas se explican por la connivencia


o convalidación judicial de estas actuaciones policiales ilegales. Es grave y viola-
torio de múltiples derechos que inocentes sean sometidos a condenas a prisión
por varios años –inclusive a cadenas perpetuas- por malicia o imprudencia de las
agencias del sistema penal.

Condenado a perpetua
por una causa armada
Antonio tenía 18 años y vivía en Villa Palito, La Matanza. Para 2013,
Antonio consumía paco y, junto a otros jóvenes, eran “conocidos” por
el jefe de calle de la comisaría 1° de San Justo. Había sido detenido y
verdugueado por ese policía.

La noche del 22 de noviembre de 2013 cuatro jóvenes abordaron un


colectivo de la línea 97 armados y robaron a los pasajeros. Entre ellos,
había un policía, al que le sacaron su arma reglamentaria. Antes de
escapar, los jóvenes mataron al chofer a tiros.
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

El jefe de calle fue hasta el lugar y tomó a su cargo la investigación. Sin


esperar al fiscal, sólo entrevistó a uno de los testigos: el policía al que le
habían robado el arma. Juntos fueron hasta la Villa Palito, donde hicieron
“tareas de inteligencia con la gente del lugar”. Los vecinos supuestamente
señalaron a los cuatro responsables, entre ellos Antonio.

Los policías no dejaron constancia de los datos de esas personas


alegando que los vecinos tenían “miedo a los delincuentes”.

Así, la investigación se estructuró con el relato del policía al que le habían


sacado el arma y con dudosos testimonios de vecinos no identificados.
Sin ninguna orden judicial ni tampoco registro de la medida, al policía-
testigo le exhibieron fotos de jóvenes del barrio que estaban guardadas en
una computadora en la dependencia policial. El policía-testigo reconoció
a Antonio, de quien había imágenes en la comisaría, como uno de los
jóvenes que le robó. Dos días más tarde, durante una pericia, describió al
autor del hecho con los mismos rasgos físicos de Antonio. La descripción
había cambiado con respecto a la que había dado en un principio:
en su primer relato, el joven tenía cabellos oscuros pero, después de
ver las fotos, dijo que tenía reflejos. Luego, participó en una rueda de
reconocimiento, esta vez ordenada por el fiscal, en la que identificó a
Antonio. A pesar de que otros testigos del barrio aportaron datos sobre
los supuestos autores reales del hecho, la fiscalía nunca siguió otras
líneas de investigación y el Tribunal Oral valoró estas pruebas basadas en
testigos anónimos y versiones policiales. Antonio fue condenado a prisión
perpetua. En cambio, los otros tres jóvenes también sindicados como
responsables, que tenían un proceso aparte porque eran menores de
edad, fueron absueltos por el Tribunal de Responsabilidad Penal Juvenil
de La Matanza ante las graves irregularidades cometidas por la policía en
el curso de la investigación. Antonio no tuvo la posibilidad de una defensa
sólida que evidenciara estas irregularidades.
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

“Vengo a arruinar a un guacho”

El cuerpo de Miguel estaba golpeado de manera salvaje cuando ingresó a


un hospital el 23 de mayo de 2015. Vivía en Moreno, provincia de Buenos
Aires y atravesaba problemas de consumo de drogas. El último recuerdo
que tenía era el de una persona gatillándole en la cabeza con un arma. La
bala no había salido.
Mientras Miguel todavía estaba en estado de semiconciencia e internado,
se presentó un policía y les dijo a los familiares que el joven estaba
detenido por un robo. A las pocas horas, la policía se llevó a Miguel, que
todavía estaba recuperándose de los golpes, y lo dejaron detenido en una
comisaría de Moreno.
Pocos días después, Ana, la madre de Miguel, y Yamil, su hermano, estaban
esperando el colectivo para ir a visitarlo cuando vieron desde el interior de una
comisaría que una persona conocida como “el Bocha” los señalaba con la
mano. Bocha es conocido en el barrio por participar en la venta minorista de
drogas y es hijo de un jefe policial de la zona. Luego de ser señalados, un grupo
de policías se acercó a ellos y los acusó de “estar huyendo” y se llevaron a Yamil
hasta la comisaría. Una vez ahí, Bocha acusó a Yamil de haber baleado el frente
de su casa. En el barrio “se sabe” que había sido otra persona. Ante los gritos de
Ana, Bocha le respondió: “ahora vas a ver cómo te arruino a tu guacho”.
Al rato, llegó a la comisaría otro joven del barrio, apodado “el Rubio”. Entró a
los gritos: “Vengo a arruinar a un guacho”. Rubio dio el nombre de Yamil como
responsable de la balacera. Yamil negó toda responsabilidad y hay testigos
que aseguran que estaba en su casa en el momento en que sucedió.
La familia de Yamil contó que días antes, el joven, que consume marihuana,
había tenido una pelea con Bocha, quien era su proveedor. Hoy, Yamil sigue
detenido acusado de robo agravado y tentativa de homicidio. Se enfrenta a la
posibilidad de un castigo de 20 años de prisión. La defensora oficial de Yamil
dijo que observó “muchas irregularidades” en la causa. Miguel también sigue
también detenido y se negó a firmar un juicio abreviado con una pena de 7
años de prisión. El joven sostiene que él no robó nada y que fue víctima de
un intento de asesinato que no fue investigado.
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Reclutamiento y otras formas


de extorsión policial
Uno de los aspectos más oscuros del hostigamiento policial a jóvenes aparece
cuando las relaciones extorsivas se inscriben en prácticas delictivas toleradas,
promovidas y/o explotadas por efectivos policiales. Este fenómeno ha sido de-
nunciado en varias oportunidades como “reclutamiento de jóvenes por parte de
la policía para delinquir”. Hasta el momento no pudo ser probado judicialmente
porque ninguno de los involucrados quiere visibilizar este fenómeno y no hay in-
vestigaciones judiciales o administrativas que profundicen las denuncias.

Entre 2008 y 2009, distintos casos emergieron para dar cuenta del problema. El
defensor penal juvenil de La Plata, Julián Axat, y el juez Luis Arias denunciaron
que niños y adolescentes eran usados por organizaciones criminales que incluían
a efectivos de la Policía Bonaerense.

La desaparición de Luciano Arruga en 2009 también desnudó parte del entra-


mado de estas prácticas. Luciano era hostigado por los efectivos del Destaca-
mento de Lomas del Mirador, en La Matanza. Su madre contó que el adoles-
cente le había dicho que policías le habían ofrecido trabajar para ellos, pero que
“cuanto menos supiera del tema”, mejor. En el marco de la causa que investigó
su desaparición distintos testimonios mencionan a un tal “Loco Roque” que
iba al barrio donde vivía Luciano en un auto Fiat 128 Super Europa, se reunía
con los jóvenes en la plaza y les ofrecía “ir a robar”. La fiscal pudo identificar a
Roque, que resultó ser un imputado por hechos de robo agravado en conjunto
con dos jóvenes. Si bien en el barrio se suponía que era policía, sería en reali-
dad hermano de un efectivo policial.

Otra denuncia que puso en evidencia este mecanismo fue iniciada en 2009 por el
propio ministro de Seguridad de la provincia, el actual fiscal federal Carlos Stor-
nelli. Allí se indicó que jóvenes de La Matanza y Lomas de Zamora habrían sido
reclutados por la policía para cometer actos delictivos. También en esa causa hay
una denuncia correspondiente al partido de San Isidro, que tiene un nivel mayor
de detalle. En marzo de 2010 un joven denunció ante la Auditoría de Asuntos In-
ternos que lo detuvieron sin motivo, le retuvieron el vehículo y lo alojaron siete ho-
ras en la comisaría 9° de San Isidro, en la localidad de Boulogne. El mismo joven
había sido detenido por hurto dos meses antes por la misma dependencia. Los
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

propios policías le sugirieron que se contactara con un tal Pedro Avio para poder
recuperar el auto. Primero, Avio le pidió dinero a cambio, pero luego comenzó a
ofrecerle “unos trabajos”. El hombre se encargaría de que “le liberen la zona”. Ante
la denuncia realizada por el joven, Asuntos Internos se constituyó en la dependen-
cia policial. Allí verificaron que en ningún registro figuraba el secuestro del auto del
joven, sin embargo el vehículo estaba en la comisaría, sin faja de seguridad ni ele-
mento alguno que lo señalara como vehículo secuestrado. El comisario dijo que el
auto había participado “de una infracción de tránsito”. El joven tuvo que mudarse
porque después de su denuncia vió al jefe de calle de la comisaría de Boulogne
merodeando tres veces en un mismo día en su auto particular. Avio fue identifica-
do como un policía retirado que “actualmente es informante de la policía”.

El reclutamiento policial de jóvenes parece funcionar a través de intermediarios que


no pertenecen a la fuerza policial pero que tienen estrechos contactos con ella.

Los policías hostigadores


El “Cheto Britez” y “Romeo Santos” en San Martín, “El Siberiano” en Vicente López
y San Isidro o “Cansino” en el barrio Carlos Gardel, de Morón, son algunos de los
nombres o apodos de policías célebres por su violencia y por entablar relaciones
de hostigamiento con jóvenes. Son como celebridades locales que aparecen en
los relatos identificados con el hostigamiento pero también con los negocios ile-
gales que manejan. A la vez, estas figuras parecen convertirse en nombres fantas-
males: sus apodos aparecen mencionados en casos en los que no participaron, o
simplemente se sospecha su sombra detrás de determinados hechos.

Muchas veces estos policías aparecen asociados a la figura del “jefe de calle”,
aunque no siempre cumplen este rol. Para los distintos actores barriales el jefe
de calle es el encargado de manejar la recaudación ilegal que todas las comi-
sarías centralizan y también es el mediador principal con el mundo del delito
y de los informantes. “Mitad policía, mitad chorro”, lo describió un empleado
municipal de Morón.

“El Siberiano” es uno de estos policías renombrados. Su zona de acción principal


estaba, al momento de la investigación, en los partidos de Vicente López y San
Isidro, en la zona norte del Gran Buenos Aires, y especialmente en la Villa Melo.
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

El Siberiano llegó a los diarios en mayo de 2015 cuando una investigación judicial
desbarató a una banda de policías de la localidad de Munro que extorsionaba
comerciantes y protegía la venta de drogas en la zona. Las notas periodísticas se
hicieron eco de que el principal detenido, jefe de calle de la comisaría de Munro,
tenía como socio a un tal Siberiano. “Un policía que tiene los ojos claros” y que
“apretaba a los pibes que andaban robando y regulaban la venta de drogas en
distintos barrios, como la Villa Melo”1 lo describió la cobertura mediática. En los
barrios por los que pasó se lo acusa de distintos crímenes graves: el asesinato a
patadas de un joven de la Villa Melo, la muerte de un narco cuyo cuerpo fue “ti-
rado” a la jurisdicción vecina de San Martín, la balacera a un compañero que no
quiso pagarle 10 mil pesos, e incluso prácticas de “reclutamiento” y extorsión a
jóvenes que delinquen. También se lo acusa de proveer chalecos antibalas y ar-
mas a jóvenes para que salgan a robar.

Al Siberiano también se lo acusa de armar causas. Andrés, un joven de Villa Melo,


fue víctima de diversas acciones de hostigamiento hasta que en 2013, cuando
tenía 21 años, fue condenado a 29 años de prisión por el asesinato de la hermana
de un fiscal de San Isidro, en una causa plagada de irregularidades en la que solo
se tuvo en cuenta tres testimonios de testigos de identidad reservada aportados a
la investigación por el Siberiano, sin tomar en consideración otras pericias. Antes
de caer preso el policía hostigador le había advertido en la calle: “te voy a armar
otra causa”. El rol del Poder Judicial como condición de posibilidad de estas prác-
ticas de hostigamiento es subrayado por la defensora oficial de Andrés, quien
señala que “si el Siberiano es el Siberiano es porque lo dejan ser el Siberiano”.

“http://www.infonews.com/nota/197744/unos-policias-dirigian-el-delito-desde”Unos policías dirigían el


delito desde un pool”, Infonews, 3 de mayo de 2015.
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

El sur de la ciudad de Buenos Aires:


tierra de hostigamiento
Durante su primer año de trabajo en la Villa 21 -24 el Programa de
Acceso Comunitario a la Justicia del Ministerio Público Fiscal (Plan
ATAJO) tramitó, asesoró y/o derivó 18 denuncias formales y/o consultas
vinculadas al desempeño de las fuerzas de seguridad. Fueron casos
de violencia institucional de distinta intensidad y gravedad. Uno de ellos
fue el homicidio de un joven durante un intento de robo en manos de
un agente de la Policía Federal. Otro fue el de un joven herido de bala
y, luego, amenazado por agentes de la Policía Federal en el sector “la
cascotera” del barrio. Otros dos casos denunciaron detenciones violentas
con golpes, exhibición y disparos de arma de fuego efectuados por
personal de Gendarmería Nacional en el sector Zavaleta. Entre estas
denuncias también hay detenciones sin motivo por parte de la Prefectura
y detenciones y golpizas en manos del personal de la Comisaría 32. La
mayoría de las denuncias que llegan a ATAJO refieren a allanamientos
realizados por el grupo GEOF y personal “antidrogas” de la Policía Federal,
Prefectura Nacional y Policía Metropolitana.

En el material informativo “Jóvenes y Fuerzas de Seguridad” se detallan


distintas formas del hostigamiento policial: detenciones reiteradas por
averiguación de identidad, requisas sin motivo aparente, verdugueos,
retención del documento de identidad, privación ilegítima de la
libertad, armado de causas, obligar a los detenidos a subirse a móviles
sin identificación o pasearlos en patrullero, tomarles declaración,
mantenerlos incomunicados, hacerlos examinar por personal no médico,
sacarles fotos y exhibirlas.
4
Abusos, golpizas
y torturas
-
La Prefectura Naval Argentina
Violencia policial contra niñas, niños y adolescentes
-
060
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

4. Abusos, golpizas
y torturas

En las comisarías de todo el país, las violencias hacia las personas detenidas son
parte de las rutinas de los agentes policiales desde hace décadas. Los maltratos
que comienzan en la calle con la interceptación continúan durante el traslado en
móviles policiales y el paso por la comisaría. También en las garitas que sirven
como postas de las fuerzas de seguridad federales como Gendarmería o Prefec-
tura Naval los jóvenes de las villas porteñas denuncian que “los encierran para
molerlos a palos”.

Golpes de puño en todo el cuerpo, trompadas, patadas, esposas, gas pimienta,


picana eléctrica, simulacros de fusilamientos y amenazas explícitas de muerte:
son algunas de las formas que adopta la violencia institucional cuando los jóvenes
de los barrios pobres están bajo custodia. A la violencia física y psicológica se
suma la ausencia de asistencia médica, la denegación de visitas, el impedimento
de contacto con familiares y el acceso a alimentos.

“La nueva moda de Prefectura”


En septiembre de 2016, la denuncia pública de La Garganta Poderosa sobre las
torturas sufridas por dos jóvenes iluminó la actuación de la Prefectura Naval Ar-
gentina (PNA) en el barrio porteño de Barracas. Las violencias estatales desple-
gadas contra Ezequiel Villanueva Moya, de 15 años, e Iván Navarro, de 18, que
fueron desde la detención arbitraria hasta dos simulacros de fusilamiento no son
un caso aislado. En las villas y barrios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires va-
rios jóvenes relatan una modalidad del ejercicio policial que manifiesta una forma
extrema de hostigamiento: fueron secuestrados por un lapso indeterminado de
tiempo. Se trata de detenciones de las que no queda ningún tipo de registro for-
061
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

mal y todos los relatos apuntan a este mis-


mo actor institucional: Prefectura. En la villa
21-24 los vecinos hablan de estos secues-
tros como la “nueva moda de la Prefectura”.
En las villas y barrios de
Ciertos jóvenes son trasladados a un des-
la Ciudad Autónoma campado detrás de la cancha de Huracán
de Buenos Aires varios para golpearlos y torturarlos. “Les ponen un
jóvenes relatan una buzo en la cabeza, los re cagan a palos y
modalidad del ejercicio los dejan tirados en el Hospital”, contó un
policial que manifiesta joven del lugar. Esta modalidad parece re-
petirse en otras actuaciones.
una forma extrema de
hostigamiento: fueron
secuestrados por un Justicia por garganta propia
lapso indeterminado La Policía Federal detuvo a Ezequiel Villa-
de tiempo. nueva Moya, de 15 años el sábado 24 de
septiembre de 2016. Iván Navarro, de 18,
vecino y amigo del chico, se acercó para
saber qué estaba pasando y de inmediato,
los agentes le pidieron documento y lo requisaron. Minutos después, llegaron al
lugar cinco móviles de la Prefectura Naval con más de 20 prefectos. A los dos
jóvenes los esposaron y trasladaron hacia un destacamento de esta fuerza, en
Osvaldo Cruz e Iguazú. A Ezequiel los agentes lo llevaron al interior de la garita,
donde lo golpearon y amenazaron. Mientras tanto, arriba de uno de los móviles,
Iván también recibió una paliza. Trompadas en la cara, palazos en las piernas
para los dos. Después de esta primera sesión de tortura, los dos jóvenes fueron
trasladados a un descampado frente al Riachuelo. Los golpes y las torturas se re-
pitieron. Se sumaron las amenazas de tirarlos al agua putrefacta. “¿Saben nadar?
¿Tienen calor? Los vamos a tirar al agua”, los amenazaban los agentes. También
les preguntaban si sabían rezar: “Dale, un Padre Nuestro para que no te mate,
dale”. Los bastonazos siguieron durante varios minutos hasta que comenzaron
los simulacros de fusilamiento. A Ezequiel un agente le disparó a centímetros de
la cabeza. Después fue el turno de Iván: “¿Dónde querés el tiro? ¿En qué rodilla?”.
Mientras dos de los prefectos los amenazaban con sus armas y un cuchillo, el res-
to de los agentes escuchaba música y festejaba lo que sus compañeros hacían.
062
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Antes de que los liberaran, los jóvenes fueron víctimas de otro simulacro de fusila-
miento. “Corran por sus vidas y no miren para atrás”, les dijo uno de los prefectos
mientras les apuntaba. La denuncia pública del caso visibilizó la situación y siete
prefectos fueron detenidos después de estos hechos graves.

Además de denunciar en sede policial, Iván fue a un programa de televisión a


contar las torturas que había sufrido. Cuando volvió al barrio, tras esa aparición
pública, un prefecto volvió a perseguirlo y hostigarlo.

Durante varios días, el Ministerio de Seguridad no se pronunció y delegó el mane-


jo de la información en la propia Prefectura. Después de dos semanas y un acto
en el barrio del que participaron las víctimas y distintos organismos de derechos
humanos, el Ministerio de Seguridad de la Nación emitió una declaración infor-
mando que los prefectos “involucrados en el aberrante suceso” (Leandro Antú-
nez, Eduardo Sandoval, Osvaldo Ertel, Ramón Falcón, Yamil Marsilli, Félix Demi-
randa y Orlando Benitez) habían sido dados de baja. Algunos días después, seis
de los prefectos fueron procesados.

Cuatro días preso por defender a otro pibe


Emiliano Ulloa, de 27 años, volvía en bicicleta de su trabajo hacia su casa, en el
barrio Catalinas Sur de La Boca, cuando vio que un grupo de agentes de Prefec-
tura habían detenido a un joven. Era alrededor de las 20 del 20 de julio de 2015.
Al chico detenido, lo tenían en el piso esposado y le estaban pateando la cabeza.
Cuando Emiliano intervino para frenar la paliza, la respuesta de los prefectos fue
bajarlo de la bici, ponerle la capucha y golpearlo a él también. “Vos ya fuiste, acá
perdiste”, le decían. También amenazaron con tirarlo al Riachuelo: “No te preo-
cupes que tu mamá te va a encontrar dentro de tres días cuando aparezcas en el
Riachuelo con un tiro en la nuca”. Emiliano tuvo miedo de morir. “Empecé a pen-
sar que estar detenido no era lo más terrible comparado con lo que podían llegar
a hacer”, dijo tiempo después. Lo arrastraron por el piso y siguieron golpeando. El
joven, que trabaja como ayudante de cocina en un restaurante en Florida y Santa
Fe, supo que los otros chicos estaba sospechados de haber robado un celular y
una gorra. Los agentes lo acusaban de cómplice y querían que los otros lo incri-
minaran, pero ninguno lo hizo. La propia víctima del robo le dijo a los prefectos
que él no tenía nada que ver. A Emiliano se lo llevaron en un patrullero donde pudo
063
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

avisar por celular a su familia que lo estaban trasladando a la comisaría 24.

Lo que empezó con una intervención en defensa de otro joven terminó con una
causa en su contra como “robo en poblado y en banda”. Emiliano estuvo cuatro
días preso en dos comisarías. Primero en la comisaría 24, donde hizo los trámites
de ingreso pero los agentes le dijeron que
ahí “no lo podían tener”. Después lo lleva-
ron a la comisaría 30 de Barracas y, luego,
a Tribunales, donde contó que había sido
Si a mí no me maltratado, un médico certificó los golpes
y se abrió otra causa contra los prefectos
siguieron pegando por “apremios ilegales”. Lo liberaron a la
fue porque ellos madrugada en Lugano, lejos de su casa.
sabían que estaba Tuvo que pagar una caución de $6.000.

toda mi familia afuera “Creo que la presencia de mi familia me


salvó porque la realidad es que adentro
de una comisaría uno está a merced de
lo que le quieran hacer. Si a mí no me si-
guieron pegando fue porque ellos sabían que estaba toda mi familia afuera”, dijo
Emiliano una vez liberado. La pesadilla de una causa armada duró varios meses:
recién fue sobreseído en febrero de 2016. “Cuando llegó la Prefectura al barrio por
ahí algunos de los vecinos sentimos una especie de tranquilidad o una especie
de que los manejos ya no eran los mismos pero la realidad es que unos cuantos
meses después todo volvió a la triste normalidad. Otra vez la fuerza de seguridad
maltratando a los pibes en la calle, otra vez en las detenciones mucha violencia.
La verdad que cuando veo cualquiera fuerza de seguridad me produce lo mismo.
Me produce rechazo”. El expediente por apremios en el que Emiliano es víctima
no avanzó. “Yo siempre supe que las fuerzas de seguridad hacen esas cosas pero
cuando te lo hacen sentir en carne propia, en vivo y en directo, te das cuenta de lo
que son capaces”, reflexionó.
064
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

“Violencia policial sobre niños, niñas y adolescentes


en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires”
La Procuraduría de Violencia Institucional (Procuvin), que depende del Ministerio
Público Fiscal, relevó las denuncias realizadas por niños, niñas y adolescentes en
la instancia de ingreso al Centro de Admisión y Derivación (CAD) de la Secretaría
Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENNAF). Se trata de hechos de vio-
lencia por parte de fuerzas policiales y de seguridad ocurridos en el ámbito de la
Ciudad de Buenos Aires entre enero y septiembre de 2015. Estas denuncias son
apenas la punta del iceberg de la problemática. No todos los casos de jóvenes
violentados por las fuerzas de seguridad dan lugar a una causa judicial abierta y a
una derivación a estos organismos.

Las denuncias se concentran en la zona sur de la ciudad: los barrios de Parque


Patricios, La Boca, Barracas y Nueva Pompeya. La comisaría de la Comuna 4
ubicada en esa zona reúne nada menos que el 82% del total de las denuncias. De
las fuerzas de seguridad con jurisdicción en la Ciudad de Buenos Aires, la Policía
Federal es la institución con mayor cantidad de denuncias en el periodo exami-
nado (75%), la mayor cantidad de ellas se concentra (52%) en las comisarías con
jurisdicción en los barrios de la zona sur. La Policía Metropolitana, con jurisdicción
en las Comunas 4, 12 y 15, es la fuerza que le sigue en cantidad de denuncias
(14%) presentando, además, una distribución similar. Mientras que, los agentes
de GNA y PNA destinados al Operativo Cinturón Sur acumulan el restante 14% de
las denuncias.(Los totales suman más del 100% por haber casos en los que se
denuncia a más de una institución).

Casi la totalidad de las víctimas son varones (92%). Llama la atención el caso de
un nene de 10 años. La mayor cantidad de víctimas se registra entre los 16 y 17
años (67%). Otro dato relevante es que 9 de cada 10 son argentinos y el 87% con-
taba con documento al momento de su detención.

En la mayoría de los casos, se denuncia haber recibido golpes al momento de la


detención (95%). Otras formas de violencia que aparecen en las denuncias son:
la utilización de esposas como instrumento de hostigamiento y producción de
dolor y el amedrentamiento con armas de fuego. “Culetazos”, apuntando con el
arma cargada, amenazando con disparar o bien efectuando disparos para produ-
cir inhibición al momento de la detención. También se mencionan los acosos, la
065
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

toma de fotografías, las requisas vejatorias, la desvinculación familiar y la negativa


a explicar a los jóvenes sus derechos al momento de la detención. Asimismo, se
destacan por su extrema gravedad la aplicación de picana eléctrica (4 casos) y la
utilización de gas pimienta (2 casos) por parte de fuerzas federales.

Las denuncias no se limitan al momento de la detención. Las situaciones de tras-


lado desde el lugar de aprehensión hasta el centro de derivación, hospital o cen-
tro de salud según corresponda, también aparecen en los relatos de los niños,
niñas y adolescentes. En 2015 se registraron 20 denuncias por alojamiento en
establecimientos no permitidos para menores de edad tanto en comisarías de la
PFA (12) y Policía Metropolitana (2) como en “garitas” de Gendarmería (5) y Pre-
fectura Nacional (1).

Las niñas y adolescentes que denunciaron hechos de violencia policial obligan a


poner el foco sobre el tenor de los insultos y malos tratos que recibieron al mo-
mento de su detención. Algunas jóvenes se vieron obligadas a solicitar ser requi-
sadas por una oficial mujer. A la violencia institucional se sumó en estos casos la
violencia machista perpetrada tanto por oficiales varones como mujeres.

La mayoría de las causas iniciadas en años anteriores han sido archivadas o se


encuentra reservadas, según el informe de Procuvin. De las 75 denuncias hechas
en 2013, 54% han sido archivadas, 35%, reservadas, 7% continúan en trámite y
del 4% restante no se poseen datos. Mientras que, de las 225 denuncias efectua-
das en 2014, 39% han sido archivadas, 36% reservadas, 21% continúan en trá-
mite y del 4% restante no se dispone de datos. En este sentido, el alto porcentaje
de causas archivadas puede colaborar a desalentar futuras denuncias en lo que
atañe al accionar de las fuerzas de seguridad.
066
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Análisis de denuncias por accionar violento de las


fuerzas de seguridad sobre niños, niñas y adolescentes
en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires
Procuraduría de Violencia Institucional
Ministerio Público Fiscal
ene-sep 2015

378 víctimas
género edad

8% 4%
mujeres (32) 9-13 años

29%
14 y 15 años

92% 67%
varones (346) 16 y 17 años
067
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Santa Fe
los números de la violencia policial
En Santa Fe, el Ministerio Público de la Defensa elabora su propio
Registro Provincial de Casos de Tortura, Tratos Crueles, Inhumanos y/o
Degradantes, Abuso Policial y Malas Prácticas y demás afectaciones de
Derechos Humanos de los demás componentes del Sistema Judicial.
Durante 2015, sólo en la circunscripción judicial de Rosario, se relevaron
un total de 274 víctimas de violencia institucional, 407 casos de torturas
y 15 casos de ejecuciones extrajudiciales. De las víctimas de violencia
institucional, 237 fueron varones y 20 mujeres. El 68% eran varones de
hasta 28 años. El informe coincide con lo que señalan otros estudios: las
víctimas de la violencia institucional son los chicos que promedian los
19 años. En cuanto a los victimarios, en la casi totalidad de los casos la
responsabilidad es atribuida a distintas áreas de la policía provincial, en su
mayoría de comisarías y del Comando Radioeléctrico (CRE). Sólo el 4%
de casos corresponde a Gendarmería.

Buenos Aires
las torturas de la Bonaerense
Entre enero de 2010 y agosto de 2015, la Defensoría de Casación de la
provincia de Buenos Aires registró 3 117 denuncias por maltratos contra la
Policía Bonaerense. Estas denuncias son recolectadas por los defensores
oficiales en sus entrevistas con los detenidos.

Denuncias por maltratos contra la Policía Bonaerense realizadas por


personas privadas de libertad ante defensores oficiales, 2010-2015

Año 2010 2011 2012 2013 2014 2015*


Denuncias 482 462 702 579 603 289

Fuente: Defensoría de Casación de la Provincia de Buenos Aires.


* Los datos corresponden al período enero-agosto.
068
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Buenos Aires
maltratados por ser pibes
En el marco de la causa que investigó la desaparición de Luciano Arruga,
otro joven detenido durante meses en la Comisaría 8° de La Matanza en
2009 contó en su declaración detalles del funcionamiento del castigo físico
y psicológico a los detenidos. Según su testimonio, los policías les pegaban
a los chicos menores y no a los adultos. En “muchas oportunidades se ha
maltratado a los pibes, se los ha querido engarronar por delitos que no han
cometido”, dijo en relación al armado de causas. Habló de verdugueo, de
dificultades para acceder a la atención sanitaria en casos de enfermedades:
“cuando pedís un remedio te hacen la guerra”. El mismo joven contó que vio
chicos que quedaron en el piso sin aire por golpes en la panza.

Mendoza
una detención fatal
Uno de los casos más extremos que se recolectó para esta investigación
tuvo consecuencias fatales y ocurrió en Mendoza. En la capital de esa
provincia, Ariel Vélez Cañizares pasó por alto con su moto un control policial
el 21 de enero de 2014 por la tarde. Los agentes lo detuvieron y trasladaron
a la comisaría 9 de Guaymallén. Un par de horas después, lo encontraron
muerto colgado con su pantalón de las rejas del calabozo donde estaba
alojado. Ese día uno de los hijos de Ariel debía ser operado quirúrgicamente
y eso lo tenía preocupado. La familia de Ariel no se explica cómo el joven que
no tenía antecedentes penales terminó preso y, menos aún, encuentra una
respuesta para el supuesto suicidio. En el marco de la investigación por su
muerte una necropsia psicológica arrojó que el joven tenía una fuerte relación
de afecto con su familia y no tenía tendencias suicidas. Una de las personas
detenidas en la comisaría ese día contó que escuchó gritos y después un
silencio total. Después de eso, los policías le dieron libertad inmediata al resto
de las personas detenidas en la delegación. No quedó nadie.
La causa judicial que investiga este caso aún está caratulada como
“averiguación de muerte”. La familia, que se constituyó como querellante a
través de Xumek, no está conforme con la actuación de la fiscalía.
069
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

El juicio por las torturas que sufrió Luciano Arruga


El caso de Luciano Arruga, joven de La Matanza de 16 años desaparecido por
más de cinco años, además de evidenciar las tramas del reclutamiento policial
es paradigmático para dar cuenta de cómo el hostigamiento policial sostenido, la
violencia física y psicológica se convierten en torturas.

Desde el momento de su desaparición, el 31 de enero de 2009, la familia de Lu-


ciano denunció las múltiples detenciones de las que había sido víctima. El 17 de
octubre de 2014, Luciano fue encontrado enterrado como NN en el cementerio
de la Chacarita y se pudo saber que había fallecido el 1 de febrero de 2009 en
circunstancias que están siendo investigadas por la justicia federal.

Durante una de las detenciones arbitrarias e ilegales previas a la desaparición,


Luciano fue torturado por agentes de policía del Destacamento de Lomas del
Mirador, en la localidad bonaerense de La Matanza. El 22 de septiembre de
2008, fue llevado allí, a pesar de que en ese lugar no se podía alojar a dete-
nidos, menos aún a adolescentes. Los policías lo mantuvieron alrededor de
nueve horas detenido y aislado. El teniente primero de la Policía Bonaerense
Julio Diego Torales, a cargo del Destacamento, no lo dejó ver ni hablar con su
madre, Mónica Alegre, o su hermana, Vanesa Orieta. Ambas habían acudido
cuando se enteraron de la detención.

Siete años después de los hechos, tras varios reveses judiciales y la resistencia
explícita de los operadores judiciales a investigar las torturas, el caso llegó a jui-
cio ante el Tribunal Oral Criminal 3 de La Matanza en mayo de 2015. Durante el
debate oral quedó comprobado que Torales lo golpeó en el rostro y en el cuerpo
mientras otro funcionario policial lo retenía. Además, le dio de comer un sándwich
escupido y lo amenazó con llevarlo a la Comisaría 8ª de Lomas del Mirador “con
todos violines”; según el policía allí estaría alojado con hombres que podrían abu-
sar sexualmente de él. Cuando finalmente fue liberado, los testigos y el médico de
guardia del Policlínico de San Justo constataron sus lesiones.

En un primer momento la fiscal Celia Cejas había calificado estos hechos como
“severidades”, una figura que supone una intensidad menor del sufrimiento que
la tortura. Para lograr una calificación acorde a lo ocurrido, la APDH - La Matanza
070
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

y el CELS consideraron necesario el uso de estándares de los sistemas de pro-


tección de derechos humanos, que establecen los factores que se deben tener
en cuenta para evaluar la gravedad de los daños ocasionados a las víctimas. La
Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos sostienen que para
determinar la intensidad del sufrimiento deben analizarse las características de
los tratos infligidos (duración, modo de producción, efectos físicos y mentales) y
las características de la víctima (edad, sexo, estado de salud). La calificación de la
fiscal no tenía en cuenta una cuestión fundamental: la psiquis de Luciano, quien,
siendo un adolescente, no pudo salir ileso de los distintos métodos de violencia
que sufrió durante la detención.

Durante el juicio oral, probar las torturas fue complejo porque no había testigos
presenciales y tampoco podían realizarse peritajes al cuerpo. Por todo esto, fue-
ron fundamentales los testimonios de su familia, del médico del Policlínico de San
Justo y de las personas que lo habían visto luego de esa detención. A través de
esos relatos, se pudo determinar que Luciano fue torturado: su sufrimiento psico-
lógico y las consecuencias que trajo en su trayectoria esa detención violenta. Esta
dimensión de lo sucedido no hubiese salido a la luz si el juicio se hubiese centrado
sólo en el análisis de las lesiones corporales, como suele ocurrir.

Su pertenencia a un sector social discriminado y su edad lo hacían especialmente


vulnerable. Las humillaciones y el desprecio del que fue víctima mientras estuvo
recluido afectaron su integridad y sentido de la dignidad para siempre. Todos
estos elementos permitieron comprender que se estaba ante un caso de tortura.
El 15 de mayo de 2015 el Tribunal en lo Criminal 3 de La Matanza se explayó en la
sentencia sobre estos estándares del Sistema Interamericano de Derechos Hu-
manos en materia de tortura y definió reglas concretas que dan mayor claridad
sobre la definición de los actos que la constituyen. En la sentencia, los jueces
Diana Nora Volpicina, Gustavo Navarrine y Liliana Logroño valorizaron la voz de
los testigos y decidieron condenar a diez años de prisión a Julio Torales como
autor de las torturas. El 11 de febrero de 2016, la Sala IV del Tribunal de Casación
de la provincia de Buenos Aires rechazó el recurso interpuesto por la defensa de
Torales, confirmando la decisión del tribunal.
071
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Córdoba
un pedido de documentos
que terminó en tortura y cárcel

Alen Valdivia salía de un bar del centro de Córdoba la madrugada del


miércoles 18 de mayo de 2016 cuando se cruzó con policías que estaban
pidiendo documentos en la calle. Alen tiene 22 años y es un joven de clase
media que se dedica a la organización de eventos y a la gastronomía.
No es cordobés, estaba por ahí de paseo. Los agentes provinciales le
pidieron que se identifique pero el chico no llevaba su documento: tenía
una foto de su pasaporte en el celular. Cuando sacó el aparato para
mostrársela, uno de los policías se lo arrebató de las manos. “Esto ahora
es mío, callate la boca porque te vamos a cagar a palos”, lo amenazaron.
Alen le pidió el teléfono pero los policías se negaron. Después, le sacaron
la mochila donde llevaba objetos personales como perfume, ropa y una
máquina de afeitar. Alen le preguntó por qué hacían eso y sus respuestas
fueron golpes. El joven terminó en el piso forcejeando con alrededor de
cinco agentes. Uno de ellos le había sacado los $2 000 que llevaba en la
billetera y, también, lo amenazó de muerte. A la fuerza, lo metieron en un
patrullero donde lo ahorcaron con una soga. Mientras Alen preguntaba
por qué le hacían lo que le estaban haciendo. Esposado, recibió golpes,
trompadas y más golpes: Alen terminó con la boca sangrando y con el
ojo lastimado. Lo “pasearon” por distintos lugares de la capital cordobesa.
En un momento que el móvil frenó, el chico se escapó. “Pensé que me
iban a matar realmente”, contaría después del episodio. Cuando salió del
patrullero, se desvaneció por los golpes que le habían dado. Los agentes
lo volvieron a agarrar y la paliza se repitió. “Ahora cuando vayamos a
la comisaría no vas a decir nada de lo que te pasó porque te vamos a
matar”, le decían. Una vez en la dependencia policial Alen contó que los
agentes le habían robado, pidió hacer una llamada “porque tenía derecho”
y se la negaron. Lo encerraron en una celda. Horas más tarde llegó un
fiscal al que le contó sobre los maltratos pero el funcionario judicial no
hizo nada y se fue. A otra funcionaria judicial Alen le dio el teléfono de sus
padres para que los llamara: no lo hizo.
072
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Lastimado como estaba lo llevaron a un penal cordobés donde estuvo


tres días. El chico tuvo que pedirle a otro preso que le avisara a sus padres
que estaba detenido en esa provincia. “Te quitan el ser, ya me habían
quitado todo lo material que tenía, me habían cagado a trompadas (...) y
ya no sabés que está bien porque que la policía te cague a trompadas,
te robe todo y encima te lleven preso por nada es como raro”, contaría
un tiempo después. “Me crucé con un montón de gente que quizás
había vivido una experiencia similar, a la mía o peores. Me encontré con
muchísima gente que estaba ahí por nada”, recordaría.

Alen no se olvida cómo los policías le decían que lo iban a matar. A


veces tiene pesadillas donde unos agentes lo ahorcan como lo hicieron
aquellos que lo detuvieron en mayo de 2016. “Como que uno va por la
vida pensando que la policía hace el bien y por ahí es todo lo contrario”,
analizaría ya en libertad. La causa por los golpes y las torturas de los
que fue víctima Alen, al cierre de esta publicación, aún se encontraba
en etapa de investigación.
5
Jóvenes
desaparecidos
-
La desaparición forzada como forma
extrema de encubrimiento
-
074
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

5. Jóvenes
desaparecidos

Uno de los fenómenos de violencia institucional más preocupantes en la Argen-


tina es la desaparición forzada como método policial extremo para garantizar el
encubrimiento y/o evitar o entorpecer investigaciones sobre abusos y otras for-
mas de violencia cotidiana de la policía sobre los jóvenes pobres. Aparece como
el último eslabón de una cadena de prácticas violentas.

En los años 2000, se registraron casos en los que se comprobó o se sospecha la


participación de efectivos policiales. La desaparición de Luciano Arruga es quizás
una de las más emblemáticas. Historias similares se pueden rastrear a lo largo y
ancho del país: Elías Gorosito, de 19 años, en Paraná, provincia de Entre Ríos;
Iván Torres de 26 años en Comodoro Rivadavia, provincia de Chubut; Daniel Sola-
no, de 26 años, en Choele Choel, provincia de Río Negro y Facundo Rivera Alegre,
de 19 años, en la ciudad de Córdoba.

Estos casos se agregan a otros ocurridos durante la década de 1990 que responden
a patrones similares. El más conocido es Miguel Ángel Bru, de 23 años, desapareci-
do el 17 de agosto de 1993 en la ciudad de La Plata quien, según se pudo establecer
a partir de diversos testimonios, fue torturado hasta la muerte en la comisaría novena
de esa ciudad. Su cuerpo nunca apareció. En diciembre de 1990, Andrés Nuñez fue
secuestrado por un grupo de policías bonaerenses quienes lo torturaron, lo asesina-
ron y ocultaron su cuerpo que fue encontrado cinco años después.

A diferencia de las desapariciones forzadas durante el terrorismo de Estado, da-


das en un contexto de violaciones masivas de los derechos humanos y centrali-
zadas desde el propio Poder Ejecutivo, estas situaciones muestran patrones que
son consecuencia de prácticas sistemáticas de abuso policial y de formas de
negligencia, indiferencia, inacción y/o complicidad judicial y política en diferentes
075
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

jurisdicciones del país. Estas prácti-


cas son posibilitadas por los amplios
márgenes de autonomía policial, por
la degradación de la profesión policial
En muchos de estos y por la ausencia de un gobierno po-
casos la antesala de lítico de las fuerzas que las conduzca
la desaparición fueron y controle y de un sistema de justicia

episodios anteriores de que investigue y sancione adecuada-


mente. La desaparición de jóvenes,
hostigamiento policial
asimismo, constituye un ominoso
como golpes, torturas, mensaje hacia otros jóvenes de los
detenciones arbitrarias barrios populares, así como para los
o extorsiones para forzar familiares de las víctimas, amigos y
a cometer delitos. testigos, que sufren amenazas y dis-
tintas formas de intimidación.

El análisis de los casos de desapa-


rición forzada permite presumir que
existen regularidades entre ellos. El primer elemento común está vinculado a las
características de las víctimas que las vuelven especialmente vulnerables al hos-
tigamiento policial. Siempre se trata de varones jóvenes de sectores pobres. Es-
tas circunstancias personales, junto con otras que se registran en algunos casos
–como las detenciones reiteradas por consumo de drogas– se traducen en un
aumento de la frecuencia del contacto de las víctimas con las fuerzas policiales y
en una gran vulnerabilidad frente al abuso policial.

En segundo lugar, la desaparición aparece como una forma extrema de encubri-


miento corporativo tras una escalada de prácticas violentas: un último recurso
para procurar la impunidad de las relaciones abusivas que las policías establecen
con los jóvenes. En muchos de estos casos la antesala de la desaparición fueron
episodios anteriores de hostigamiento policial como golpes, torturas, detencio-
nes arbitrarias o extorsiones para forzar a cometer delitos.

Las secuencias de acciones que culminan en desaparición se repiten en los re-


latos de los testigos. Las escenas son calcadas: un móvil policial que intercepta
o “levanta” a la víctima en la calle, pero cuya detención no queda registrada en
comisarías o destacamentos.
076
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

La desaparición del cuerpo de la víctima es una práctica que en sí misma conlle-


va a la construcción de un marco de impunidad. Se trata, entonces, de borrar las
huellas de la violencia anterior y, de este modo, evitar la posibilidad de investi-
gaciones posteriores. Esta práctica se repite en otras acciones policiales como,
por ejemplo, el incendio de calabozos como modo de incinerar cuerpos para
simular un accidente que justifique la muerte y, al mismo tiempo, para borrar las
huellas de la violencia y torturas.

El tercer elemento en común en los


casos de desaparición reside en los
modos en que se llevan adelante las
investigaciones judiciales. Estos casos
Estos casos ponen de ponen de manifiesto la incapacidad del
manifiesto la incapacidad Estado y un déficit estructural del sis-
tema de administración de justicia para
del Estado y un déficit
resolver hechos que implican tramas
estructural del sistema de de encubrimientos policiales, políticos
administración de justicia y/o judiciales. En el caso de Luciano
Arruga, por ejemplo, los funcionarios
para resolver hechos
de la justicia a cargo de las investiga-
que implican tramas de ciones iniciales no tuvieron recaudos
encubrimientos policiales, mínimos como apartar de la investi-
gación a las instituciones policiales
políticos y/o judiciales. sospechadas. El resultado fue que la
investigación quedó en manos de la
propia fuerza sospechada, lo que habi-
litó la introducción de hipótesis falsas,
el descarte de otras que orientarían la investigación hacia la responsabilidad po-
licial y, en términos generales, la construcción de una versión de la propia policía
sobre los hechos, que procuró proteger a los agentes potencialmente involucra-
dos. La versión policial es retomada y sostenida por la justicia como fundamento
para tomar decisiones como, por ejemplo, desviar la investigación a otras jurisdic-
ciones o provincias, con lo cual se pierden tiempos críticos para la investigación.

En cuarto lugar, se registran situaciones de amenazas y amedrentamiento de tes-


tigos, amigos y familiares de las víctimas, quienes reciben llamadas telefónicas,
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

agentes policiales merodean por sus hogares o, directamente, sufren atentados


como disparos en sus domicilios. El caso de Elías Gorosito en Entre Ríos ilustra
esta cuarta característica común. Su familia no sólo ha sufrido la desaparición del
joven y las amenazas policiales durante la investigación de este caso. Además,
dos hermanos de Elías murieron en circunstancias en las que se sospecha la in-
tervención de fuerzas de seguridad provinciales.

La ausencia de reformas profundas y sostenidas de los sistemas de seguridad y


justicia del país posibilita que ocurran tanto los abusos policiales cotidianos con-
tra los jóvenes como las desapariciones.

Los hechos de desaparición, si bien extraordinarios, no pueden ser considerados


anómalos: son el resultado de las prácticas de violencia que habitualmente no tienen
consecuencias negativas para las carreras de quienes las despliegan. Más bien ocu-
rre lo contrario: son formas de reafirmar la autoridad policial en los territorios. Si tales
prácticas no están sujetas a controles (internos, externos, judiciales, políticos) ni tienen
como consecuencia sanciones oportunas y efectivas, configuran la trama que puede
desembocar en los peores extremos. En la medida en que los casos no son esclareci-
dos, la desaparición se consolida como una forma efectiva de garantizar la impunidad.
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CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Los desaparecidos aparecidos


en el Paraná
En los últimos años se registraron en Rosario una serie de casos de
jóvenes desaparecidos que llama especialmente la atención. Todos
estuvieron ausentes por distintos lapsos de tiempo, buscados por sus
familias y luego aparecieron flotando en las aguas del río Paraná. En todos
la policía de la provincia de Santa Fe tuvo algún nivel de implicancia.

A Franco Casco su familia lo buscó durante 23 días. Tenía 20 años y había


viajado desde Florencio Varela, en el sur del conurbano bonaerense, hasta
Rosario para visitar a unos familiares. Después de que su desaparición se
hizo mediática y su familia empujó una movilización junto a organizaciones
locales para pedir que el gobierno santafesino intensificara su búsqueda,
apareció flotando en el Paraná el 31 de octubre de 2014. Lo identificaron
gracias a un tatuaje en su brazo con el nombre de su hijo pequeño,
Thiago. Antes de desaparecer, el 6 de octubre de ese año había sido
detenido por la policía de la Comisaría 7ma.

Hasta el hallazgo del cuerpo, los policías de la comisaría, fiscales y


funcionarios del gobierno provincial aseguraban que Franco había sido
liberado y que se lo había visto deambulando por la calle. La causa tramita
en el fuero federal bajo la figura de desaparición forzada de persona.
Todavía no hay policías imputados pero todo apunta a la responsabilidad
del personal de la 7ma. Elsa Casco, su madre, murió en el camino de la
búsqueda de justicia.

La madrugada del 14 de agosto de 2015 Gerardo “Pichón” Escobar, de


23 años, salió del boliche La Tienda, en el centro rosarino, y nunca más se
lo vio. Una cámara de seguridad registró cómo el patovica Cristian Vivas
lo golpeaba en el suelo. Una semana después su cadáver fue encontrado
en el río Paraná. La investigación, que ahora se lleva adelante en el fuero
federal bajo la carátula de desaparición forzada, siguió la pista policial en
un comienzo. Según esta hipótesis a Pichón lo levantó un patrullero de la
079
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Comisaría 3ra, que realizaba operativos en conjunto con la seguridad del


boliche, lo llevaron a la seccional, lo golpearon y torturaron hasta matarlo.
Luego, lo tiraron al río. Por su desaparición estuvieron detenidos dos
policías, Luis Alberto Noya y Maximiliano Amicelli, que hacían adicionales
en el boliche. También estaban presos tres patovicas del local bailable:
Cristian Vivas, César Ampuero y José Carlino. Por el momento, fueron
sobreseídos pero la investigación por la desaparición de Pichón continúa.

Alejandro Ponce tenía 23 años cuando no sobrevivió a una persecución


policial el 30 de octubre de 2015. Según la versión policial, había robado
junto a su hermano a unos jóvenes en la zona del parque que está junto
al río y por eso los persiguieron. El hermano, que logró escapar, contó
que en la corrida ambos se tiraron al río Paraná y cuando quisieron
volver a tierra él pudo subir pero para Alejandro, que no sabía nadar,
fue más difícil. La policía le tiró piedras y no lo ayudó a salir del agua. Su
hermano fue detenido y llevado a la Comisaría 3ra, donde le dijeron que
Alejandro se había fugado.

El cuerpo del chico de 23 años fue encontrado tres días después flotando
en las aguas del Paraná en el mismo lugar donde se ahogó. El fiscal que
lleva adelante la investigación, Miguel Moreno creyó en la versión policial
y estuvo a punto de cerrar la causa. La madre de Alejandro se presentó
como querellante y logró que eso no ocurriera.
6
Reducir
la violencia
-
La falta de respuesta estatal al problema
del hostigamiento policial a los jóvenes
-
081
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

6. Reducir
la violencia

Ante las diversas situaciones relatadas en este informe, cabe preguntarse por las
formas en las que el Estado en sus diferentes niveles -nacional, provincial, munici-
pal- aborda o responde a la problemática de las relaciones abusivas entre policías
y jóvenes de los barrios pobres.

El resultado del mapeo de las políticas destinadas a trabajar sobre estas relacio-
nes conflictivas, en la ciudad de Buenos Aires y las provincias de Buenos Aires,
Chaco, Mendoza y Santa Fe, fue desolador. No existen estrategias específicas
para abordar este problema por parte de las autoridades con responsabilidad
política sobre la seguridad, es decir por parte de los ministerios o secretarías de
seguridad. Es más, el conjunto de situaciones que se relatan en este informe ni
siquiera es visualizado como un problema por las autoridades ni por los policías.
La cuestión para ellos, en todo caso, es la “delincuencia juvenil” y la única solu-
ción es más policía.

En otras áreas del Estado, existen agencias o programas que asumen el proble-
ma pero que no tienen una injerencia directa sobre las fuerzas de seguridad. En
el mejor de los casos pueden actuar recibiendo denuncias, visibilizando algunos
fenómenos, acompañando a algunas víctimas o colaborando en investigaciones
penales. Finalmente, existen operadores de otras políticas públicas que no tienen
que ver con la temática pero que, por interés y compromiso individual, terminan
interviniendo para mediar entre los policías y los jóvenes, sin contar con respaldo
institucional y a riesgo de exponerse a represalias de las fuerzas de seguridad. En
resumen: el Estado no lo asume como problema, no existen políticas específicas
y las mejores iniciativas son dispersas, fragmentarias o voluntaristas y, por todo
ello, de escaso impacto.
082
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

Resulta urgente que las autoridades reconozcan el problema e implementen po-


líticas para comenzar a resolverlo. Las medidas a tomar atraviesan distintos as-
pectos de las políticas de seguridad e incluyen, entre otras:

• reformas normativas para adecuar las facultades policiales a los estándares


exigidos por la Corte IDH

• producción sistemática de datos estadísticos y otros tipos de información que


permitan conocer y monitorear los patrones de violencia policial

• capacitación policial continua (incluyendo la formación inicial) orientada a mo-


dificar las relaciones entre los efectivos policiales y los jóvenes y que trabaje so-
bre otras formas de construcción de autoridad en estos barrios que se alejen de
los modos abusivos y arbitrarios

• desarrollo de dispositivos de control de los policías en el territorio, con instancias


accesibles para hacer denuncias y con recursos para proteger a quienes las realicen

Por otra parte, es cada vez más evidente que muchas manifestaciones del hos-
tigamiento policial no son formas encapsuladas de abuso, sino que se integran
en tramas de violencia más amplias, a las que retroalimentan. En lugar de ser un
factor que contribuye a la seguridad y a la protección, esta violencia policial es
un engranaje fundamental de una violencia social más amplia. Por esto la pre-
vención de los abusos policiales hacia los jóvenes debe enmarcarse en políticas
más generales de reducción de la violencia en estos barrios, a través de la pre-
sencia permanente de distintos recursos y agencias del Estado que excedan a
las fuerzas de seguridad.
083
Lautaro
CELS hostigados violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares

ensayo fotográfico
POR M.A.F.I.A
Movimiento Argentino de Fotógrafxs
Intedependientes Autoconvocados

El 14 de marzo de 2016, Lautaro Blengio, de 17 años fue secuestrado y tortu-


rado por la policía en Miramar, provincia de Buenos Aires. Lautaro es militante
LGBTIQ y en ese momento era presidente del centro de estudiantes de su
colegio. Fue obligado a subir a un auto y llevado al Vivero Dunícola Florentino
Ameghino. Ahí dos policías lo encapucharon, lo golpearon, lo tajearon con una
navaja, lo quemaron con cigarrillos y lo amenazaron de muerte: “ahí te voy
a fusilar”, le dijeron. En los meses anteriores, Lautaro había sido hostigado y
amenazado por policías en distintas oportunidades.
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Para profundizar

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provincial-una-fuerza-seguridad-nacional-barrio-ciudad-rosario-dacf150281-
2014-12/123456789-0abc-defg1820-51fcanirtcod
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Esta investigación se enmarca en el proyecto “Violencia institucional: hacia la imple-
mentación de políticas de prevención en la Argentina” financiado por la Unión Europea y
ejecutado por: Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Asociación por los Derechos
en Salud Mental (ADESAM), Asociación Pensamiento Penal (APP), Asociación para la
Promoción y Protección de los Derechos Humanos (Xumek), Colectivo de Acción Jurídica
(CIAJ) y Coordinadora de Trabajo Carcelario (CTC). El proyecto se propone contribuir a:
reforzar el papel de la sociedad civil en la protección de los derechos humanos y la promo-
ción de políticas públicas democráticas e inclusivas y fortalecer a los organismos estatales
responsables por el diseño e implementación de políticas públicas con impacto sobre la
prevención y sanción de la violencia.

Centro de Estudios Legales y Sociales – CELS


Coordinación del proyecto: Paula Litvachky
Coordinación de la línea sobre violencia policial: Manuel Tufró

Publicación
Redacción: María Florencia Alcaraz
Diseño: Mariana Migueles
Edición de fotografía: Jazmín Tesone
Foto de tapa: M.A.F.I.A. Movimiento Argentino de Fotógrafxs Intedependientes Autoconvocados

Investigación
Colectivo de Investigación y Acción Jurídica (CIAJ): Ana Inés Mangano, Sofía Caravelos,
Analía Carrillo, Martín Massa, Carolina Salvador, Elisa Corzo
Asociación Pensamiento Penal (APP) y Universidad Nacional de Mar del Plata:
Belén Falduti, Cynthia Répoli, Natacha Mateo, Guillermina Laitano, Tobías Schleider,
Gabriel Bombini, Juan Tapia
Asociación Pensamiento Penal (APP) Chaco: Sergio Paulo Pereyra, Kevin Boss Nielsen.
Xumek: Lucas Lecour, Gonzalo Evangelista
Equipo de Antropología Política y Jurídica – Universidad de Buenos Aires: María Victoria
Pita, Florencia Corbelle, Ludmila Schoenle, Martín Locarnini
Cátedra de Criminología y Control Social – Universidad Nacional de Rosario: Eugenia Cozzi,
María Eugenia Mistura, Enrique Font, Marcelo Marasca, Marcia López Martin, Luciana Torres,
Natalia Agusti, Laura Fernández, Florencia Sánchez, Virginia Herrero, Leandro Luque
Fundación Igualar – Rosario: Agustín Parisi
Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS): Florencia Brescia, Juliana Miranda,
Florencia Sotelo, Victoria Darraidou, Agustina Lloret, Ignacio Bollier

Agradecemos a María Victoria Pita por sus lecturas y aportes.


Dedicamos esta publicación a la memoria de Mario Bosch.

Al escribir este texto intentamos hacerlo con un lenguaje inclusivo. Sin embargo, para
facilitar su lectura, no recurrimos a recursos como ‘@’, ‘x’ o las barras ‘os/as’. Deseamos
que se tenga en cuenta esta aclaración en aquellos casos en los que no pudimos evitar el
genérico masculino.

--
Asociación Civil Centro de Estudios Legales y Sociales
Hostigados : violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares. - 1a ed. - Ciudad
Autónoma de Buenos Aires : Centro de Estudios Legales y Sociales-CELS, 2016.
Libro digital, PDF
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-29080-7-2
1. Violencia Institucional. CDD 303.6091732
--

Centro de Estudios Legales y Sociales


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Tel/fax: +54 11 4334-4200
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