EP Material para Primera Parcial
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ASUNCION”
Departamento de Pastoral
Universitaria
ETICA PERSONAL
- BIOETICA -
I N D I C E
PÁGINA
INTRODUCCION……………………………………………….……
VI. EXPERIMENTACION
HUMANA…………………………………………………………...
BIOETICA Y DISTURBIOS
VII. SEXUALES………………………..
CONCLUSION……………………………………………………..
BIBLIOGRAFIA…………………………………………………….
INTRODUCCION
Paradójicamente, estas mismas culturas han colocado al hombre de nuestro tiempo ante serias
amenazas a su misma vida y a sus valores más profundos. Somos conscientes de que tiene el
hombre posee la capacidad de autodestruir la propia especie. Capacidad que se acrecienta con
las guerras, la ecología y sus desequilibrios, o la genética moderna; ésta última si las dejasen
libradas a la inercia de un desarrollo caótico y no se trata por todos los medios de tomar las
opciones adecuadas para que el extraordinario progreso de la ciencia y de la tecnología podría no
llevarnos por caminos más humanizadores.
¿Qué es vida?, ¿Qué es muerte? ¿Todo lo que es posible técnicamente debe ser aplicado al
hombre tan precipitadamente y sin reflexión en profundidad sobre sus alcances y consecuencias?.
Dicho más sencillamente: ¿Todo lo que el hombre puede hacer, conviene hacerlo, debe hacerlo?
Todos estos temas plantean desde hace, tiempo problemas deontológico, éticos y legales que
preocupan seriamente a médicos, juristas, sociólogos y teólogos.
La Iglesia, “experta en humanidad”, ofrece a los hombres de hoy lo más precioso que ella les
puede dar: ante estos desafíos una visión integral del hombre, como “imagen de Dios y redimido
por siempre en Jesucristo”, y por eso mismo con una dignidad y valor insustituibles, que merece,
por tanto, un “respeto infinito”. De ahí que la vida del hombre, de todo hombre, es “sagrada”,
desde el momento mismo de su concepción hasta su muerte. La vida pertenece solamente a Dios
y ningún ser humano puede disponer libremente de ella.
El encuentro con otro ser humano y las relaciones humanas en general, penetran profundamente
en la estructura de la persona humana y constituyen en gran parte el camino de la realización.
Fuera de la sociedad, el hombre no se realiza como tal, ya que su ser no se agota en su sola
relación con la naturaleza. Necesita encontrarse con otros seres idénticos a él, otras personas en
quienes percibe su propio rostro, porque son continuación y prolongación suya. Sólo en el
encuentro con los otros adquiere el hombre plena conciencia de sí mismo y consigue construir su
propio ser.
Esta forma de ser del hombre, necesaria y única en el orden existencial, se traduce en instituciones
concretas de orden social. Son las sociedades, las asociaciones y en último término la sociedad
misma, que no es otra cosa que el trasfondo común de las diversas instituciones de carácter
colectivo y comunitario.
Para que pueda darse una comunicación verdadera es necesario que las personas descubran en el
otro un “Tú” y se relacionen entre sí como otros “Yo”, como alguien, como personas:
Sólo a partir de esa convivencia, de esa relación en la que somos personas, es posible entrar en
diálogo, en colaboración, en contradicción y competencia con otros. Para el bien o para el mal, el
hombre se encuentra con los demás.
Sin embargo se puede contemplar al otro como un obstáculo en la carrera productiva, en la lucha
por el reconocimiento y en la competitividad. Se le puede vislumbrar como un enemigo hostil,
como un rival, como una amenaza, como en elemento distorsionador de mi paz provisional.
Entonces el otro es reducido, simplificado, es descartable.
En la vida pública, como en la vida privada el hombre queda a menudo reducido solo a un
instrumento manipulado para fines personales. Algunas formas más comunes son:
a) La esclavitud.
b) La prostitución. Entre las que hay muchos menores, además de esclavos y esclavas
sexuales.
e) El funcionario mecánico.
Estas cinco formas de manipulación del hombre deben ser profundizadas analizando cómo se dan
en nuestra realidad y ampliando con diversas otras formas.
Cuando se convierte al otro en un objeto, se violenta su ser. Unicamente se lo acepta tal cual es
cuando se lo considera como una persona, como un “Tú”.
La persona es un Yo-sujeto, inviolable, libre, creativo y responsable, más aún, el hombre es
persona encarnada en un cuerpo e inmersa en un proyecto histórico y constitutivamente
comunitario.
El hombre es persona cuando hay un “Yo” que le trata como a un “Tú”; cuando aparece una
relación interpersonal.
2. RELACION INTERPERSONAL
El otro que está enfrente, es el primer dato que determina y modifica el significado del yo
personal, y de esta manera orienta el ejercicio de la libertad. Ciertamente, en el encuentro
personal el yo es incitado a modificarse hasta el punto de aceptar la originalidad, la libertad y la
personalidad del “Tú”.
Es necesario descubrir en el otro un “Tú” y relacionarse con él como alguien, para que pueda
existir una convivencia interpersonal. Pero no basta con eso. Es necesario, además, que el Yo se
manifieste en cuanto “Yo”. Únicamente habrá un “Tú”, si existe un “Yo”.
Papel Social
A veces el Yo se manifiesta en la convivencia como un papel social que se debe realizar ya sea por
presión externa o por convencimiento personal. Todos sentimos que estamos llamados a realizar
un papel en la sociedad, sea desde el punto de vista profesional, como desde el psicológico.
Es necesario tener en cuenta que en la vida social todos nosotros tenemos un “status” concreto,
que corresponde a nuestro “rol social”. Esto es necesario y bueno.
Lo malo es cuando el Yo nunca se manifiesta en la línea personal, sino que lo hace en la línea del
papel social; o, lo que es peor, cuando las formas personales asumen solo un papel social, y
pierden su autenticidad personal, su identidad propia.
Si los que forman parte de un grupo o comunidad no hacen más que desempeñar papeles sociales,
es difícil que se pueda dar una convivencia interpersonal. Será un “drama”, se carecerá de lo vital,
de lo cordial, de lo íntimo.
La máscara
En ocasiones el “Yo” se presenta delante de un Tú no de una manera real, sino como mera
apariencia. Es el complejo del fariseísmo; esto es, una inautenticidad total; es lo que se llama
“Máscara” que puede entenderse en un sentido físico o en un sentido existencial; aquella no es
más que la consecuencia de ésta.
Cuando el Yo se manifiesta como máscara en la convivencia, los “Tú” adoptan una postura esencial
ante él; en un enmascaramiento simultáneo, ser lo que él es para los demás.
Como consecuencia de estas actitudes, tendremos una comunidad que vive como máscara, una
convivencia inauténtica e inhumana.
c) Apertura: debe salir de su “Yoísmo”. El hombre es un ser abierto, tiene que vivir en la
apertura.
d) Bajo la mirada del “Tú” divino. Toda relación del Yo con el Tú se hace a través de la
relación con el Tú divino. Si uno no se abre al otro (el prójimo), no podrá tampoco
encontrar al Otro (Dios).
No basta con el descubrimiento del otro como un “Tú”. No basta con la manifestación del Yo
como auténtico “Yo”. Para que exista una comunidad es necesaria la aparición del “nosotros”.
La alteridad es el fondo común del que emergen los otros, con quienes tenemos que caminar en
nuestra vida, pues son la concreta inmediatez.
Querámoslo o no, nos encontramos participando en un gran juego en el que unos y otros
disponemos del mismo espacio: el alimento, el puesto social, el lugar del trabajo, el mismo aire
que respiramos. Son elementos que pertenecen al “nosotros”.
Este nosotros implica tener que aceptar los mismos derechos de cada uno a disfrutar de la parcela
de mundo que les corresponde.
Esta tolerancia supone el aceptar al otro tal cual es, asumiéndolo en su circunstancia concreta. La
delimitación del campo de cada uno permite asegurar al otro el ámbito de libertad que le
corresponde sin recurrir a la violencia, sino dando cauce a la fidelidad y confianza.
El nosotros es necesario para el ejercicio de la propia libertad. Sin los otros sería imposible la
existencia humana sobre la tierra, puesto que todo cuanto poseemos -cuerpo, educación, cultura,
mundo- lo recibimos de ellos. La presencia del otro en nuestra vida, lejos de destruirnos, nos
realiza y nos libera.
II. ETICA DE LA INTIMIDAD
PERSONAL
Cada forma de acción humana está ligada a la persona, revela el misterio de sí mismo a los demás.
La persona transparenta en su palabra, en su corporeidad, aquello que es: hace presente su
historia.
La intimidad es aquél campo reservado en que nadie puede entrar sin ser libremente
introducidos. Es la parte mía y del prójimo que los otros no ven, que cada uno desea mantenerlo
en secreto.
Para entender la exigencia de respeto de su intimidad que pide la persona, hemos de partir de la
experiencia o vivencia del fenómeno de lo íntimo. En este sentido el lenguaje tiene una función de
introducción y de revelación de esa experiencia. Todos conocemos expresiones como éstas:
“Somos amigos íntimos”, “Aquí reina una atmósfera de intimidad”, etc.
Paralelamente a estas expresiones existen otras en las cuales lo íntimo dice relación a una sola
persona: “Mis pensamientos y mis sentimientos más íntimos”, etc.
Es decir, la realidad de la intimidad puede ser constatada tanto a nivel personal como a nivel
interpersonal.
a) Un círculo íntimo que comprende varias personas, pero no una cantidad exagerada No se
podrá decir jamás que una reunión masiva tenga un carácter íntimo.
Existe una atmósfera de confianza, dentro del cual el Yo y el Tú, rodeados de la intimidad, se
confían mutuamente sus secretos personales y los saben seguros.
Esta intimidad es necesaria para la persona. El hombre normal es siempre y al mismo tiempo
apertura y recogimiento.
Para mantener la intimidad es necesario poseer cierto secreto, en lo más profundo no solo del
“tener”, sino del “ser”. El secreto se identifica con el misterio mismo de la persona.
De este modo podemos definir la intimidad personal como un secreto personal; mejor, como el
secreto de la personalidad propia del Yo.
El concepto de la intimidad está ligado al concepto del pudor, que tiene la función de proteger a la
persona frente a cualquier especie de peligro, sea físico o espiritual, de la misma esfera íntima. El
aspecto virtuoso del pudor expresa la protección total de la dignidad de la persona. Entran dos
componentes:
a) El derecho a la protección de la esfera íntima propia del cuerpo y del alma;
b) El deber de respeto de la esfera íntima de otros contra cualquier agresión (también de los
mass-media), contra las seducciones, las exhibiciones, etc.
- Vigilancia psicológica: A través del abuso de los test de personalidad para obtener
cualquier tipo de empleo o trabajo. Así, en ocasión de obtener ese puesto, la persona se ve
prácticamente obligada a revelar aspectos de su intimidad.
4. LA ERA DE LA INDISCRECION
La sociedad actual tiene una característica peculiar: la intimidad de la persona está amenazada de
diversas maneras.
La tensión entre derecho a la intimidad y derecho a la información no pueden entenderse sin
hacer referencia a un dato de primaria importancia: la necesidad de salvaguardar la libertad
personal.
La libertad consiste fundamentalmente en poder elegir el ámbito concreto que se desea dar a la
acción. Si cualquier acción humana tuviese obligatoriamente trascendencia pública, no se podría
ya hablar de libertad. Una cosa es el aislamiento egoísta y otra la legítima reserva, que en nada
atenta contra los derechos de los demás.
a) Por la publicidad.
c) Por la fuerza de los Mass-media, que roban la vida privada de las personas.
5. EL DIALOGO INTERPERSONAL
Hemos tratado de analizar dos elementos importantes de la realidad personal y comunitaria del
hombre: su realidad íntima y al mismo tiempo su apertura. La veracidad y la mentira (o falsedad)
tienen su rol en la manifestación del hombre, en su palabra, en sus opciones, en sus elecciones. El
hombre se hace veraz, capaz de confianza, o de lo contrario camina hacia la destrucción de su
unidad interna, con una consecuente incapacidad de mantener relaciones honestas con su
entorno y consigo mismo.
Esta relación no debemos considerarla como un agregado, como algo accidental, sino como
condición existencial de la persona. Por tanto, coincidimos en afirmar que el hombre convive, y
por tanto la relación Yo / Tú le es constitutiva.
Sólo a partir de esa convivencia, de esa relación en la que somos persona, podemos entrar en
diálogo y en colaboración, en intercambio de opiniones y en competencia sana con otros.
Podemos encontrarnos para el bien o para el mal.
Esta relación Yo/Tú es encuentro entre sujetos, cara a cara. Cuando un hombre encuentra a otro,
no lo puede reducir a objeto, no lo puede juzgar desde sí mismo, no lo puede considerar como un
medio; si así lo hiciere el “encuentro” no se realizaría plenamente.
Sólo en el diálogo, en el Tú que se abre al Yo, de manera libre, consciente y responsable, es posible
una verdadera humanización.
Este diálogo no se agota en las palabras; sino supone también las obras, toda la exterioridad que lo
expresa.
Es necesario describir el hecho del diálogo para que distingamos su forma auténtica de su forma
inauténtica.
- El diálogo es siempre entre dos personas; el diálogo entre grupos no altera esa estructura,
ya que puede hacerse entre portavoces. Cuando todos hablan a la vez, no hay quien escuche, no
hay diálogo.
- El auténtico diálogo compromete; por eso eludimos a veces hablar sobre ciertos temas o
con determinadas personas; y tenemos terror ante el compromiso serio.
Resulta difícil hacer una exposición de todo el conjunto de actitudes que integran la vida del
diálogo interpersonal. Sin embargo, podemos resaltar las siguientes actitudes como pilares
básicos para una comunicación interpersonal:
- Servicio, aceptando la definición del hombre como “ser para los demás”.
- Igualdad, como valoración del hombre en su radical y unitario valor frente a todos los
“muros de clase” creados por la injusticia y creadores de injusticia.
- Acogida, de todo hombre, sobre todo del marginado, para lograr la amistad, que es la
estructura fundamental de la relación propia de persona a persona.
La actitud dialógica debe abarcar todo el contenido de la vida humana. Allí donde existe
comunicación de personas, se puede y se debe hablar de diálogo: generacional, de estructuras,
de grupos, religioso, etc.
“Que nuestra palabra esté en conformidad con nuestro pensamiento es una de las exigencias
morales elementales. En caso contrario, la vida en sociedad se tornaría
imposible. Esta, en efecto, está fundada en la confianza mutua, la cual no podría reinar
sino a condición de que uno no se vea en la obligación de poner en duda o de tratar de verificar
exteriormente cada afirmación y cada promesa de los demás”
IGNACE LEPP.
Hoy día mucha gente piensa que ya no se puede confiar en nadie; pero hay que repetir con toda
claridad que sin un mínimum de confianza en los demás la vida humana, las relaciones serían
intolerables. El hombre cree en la medida en que confía en la sinceridad y en los conocimientos
del otro. Confiar es apoyarse de alguna manera en el otro, en su sinceridad y en su bondad, en
sus conocimientos; pero eso es siempre una aventura, un riesgo, una hazaña y por eso dirigir al
otro la palabra es siempre invitarlo a una aventura. La confianza es el único camino para entrar
en el mundo de las personas: sólo por la confianza es posible tratar a una persona como persona.
Y el hombre tiene una gran necesidad de intimar con otras personas, alguien con quien compartir
aspiraciones e inquietudes, penas y alegrías, su libertad y responsabilidad, su bondad, sus
actitudes, su modo de pensar y sus intenciones, lo que se da con los mejores amigos y los
familiares más íntimos.
Se plantea aquí el tema fundamental de la verdad. “¿Y qué es la verdad?”, había preguntado ya
Pilatos a Jesús. Es ésta la pregunta más importante que todo hombre debe contestar y averiguar;
sobre todo la verdad última acerca de su destino y el del mundo.
b) La verdad en las palabras, que es expresar con claridad y sinceridad lo que uno piensa (o
como dice LEPP “conformidad entre palabra y pensamiento”).
c) La verdad en la acción, que es encarnar en la vida aquello que uno piensa y dice:
es la coherencia de vida, la autenticidad, la transparencia.
En una palabra, es el testimonio de vida, que es la última garantía de lo que uno dice con palabras.
Este testimonio únicamente se capta y se aprecia por una larga convivencia, donde la misma vida
es garantía de la sinceridad y autenticidad.
Por tanto, la verdad es un elemento indispensable para la comunicación entre las personas. Sólo
en un ambiente de confianza se puede hablar y entonces se hace posible una apertura a la
colaboración, al encuentro personal, a la amistad.
1. LA VERDAD HOY
Nuestra época se caracteriza por ser eminentemente científica y tecnológica. Todo lo que tiene el
calificativo de “científico” adquiere prestigio y valor; al contrario, negar ese calificativo a algo es
desvalorizarlo, decir que está superado, que no sirve.
En una palabra, se absolutizan verdades parciales, fragmentarias y no se llega a una verdad íntegra
sobre la totalidad de la vida humana y su sentido. Entonces en lugar de una verdad que libera (“La
verdad les hará libres” Jn. 8, 32); se llega a una verdad que esclaviza, porque fanatiza. El hombre
de hoy parece moverse entre el delirio, la angustia y la indiferencia frente a la verdad.
Delirio por la exaltación hasta el fanatismo de una verdad parcial, a la que se atribuye un
significado inútilmente revelador y salvífico, de modo que el hombre queda atrapado en una
pseudo-verdad. Piénsese, por ejemplo, en las varias formas de fundamentalismos modernos y en
las actitudes radicales de algunas sectas.
Angustia por el envilecimiento paralizador debido a una confianza traicionada. Confianza puesta
en una verdad que no da sentido a la vida ni realiza plenamente al hombre, por lo cual éste tiene
que comenzar a buscar siempre de nuevo.
Indiferencia del hombre desilusionado, que vuelve de nuevo sobre sí mismo, pero no a la
profundidad trascendente de su espíritu, al fondo de su interioridad y su núcleo invisible, sino al
pequeño mundo de la vulgaridad y mezquindad de sus intereses, sin grandes ideales ni proyectos,
en una zona de apatía y falsedad.
2. VERACIDAD Y MENTIRA
Entre tantas riquezas que posee el hombre se encuentra la capacidad de expresar y comunicar los
pensamientos y afectos mediante la palabra. Cuando se trata de expresar un juicio, usar
rectamente el entendimiento y el lenguaje, ordenándolos a su finalidad, el hombre ha de vencer
dos tendencias a la desviación:
2.1. VERACIDAD
La necesidad de la veracidad para la vida social es una cosa obvia: sin la confianza no es posible
una convivencia sana entre los hombres; sería imposible la vida en comunidad, sin una cierta
seguridad de que no todos nos engañan. Es posible que alguno mienta sobre todo. Es posible
que muchos mientan sobre algo; pero una sociedad en la que todos mintiesen sobre todo sería
insostenible.
Por otra parte, es evidente que la mentira revela por sí misma la falta de una autenticidad de vida
que toda persona decente debería tener, y con mayor razón un cristiano. La persona recta,
sincera, coherente, no necesita esconder nada y por tanto no necesita mentir. Su vida es
transparente. El que miente siempre quiere ocultar algo que no anda bien en su propio
comportamiento.
Vaya como ejemplo el hecho de que algunos padres piensan que a veces no queda más remedio
que mentir a los hijos. Pero el día en que un hijo descubra que sus padres le mienten, perderá
irremediablemente esa confianza y apoyo en sus padres, tan necesarios para orientar su vida.
Sin embargo, otra cosa muy distinta es cómo se dice la verdad, la forma en que se revela una
verdad importante, por ejemplo, a un enfermo terminal, a fin de hacerle conocer su estado de
salud. Y eso puede variar de acuerdo a las circunstancias y madurez del enfermo.
Con esto no se quiere hacer de la verdad una obligación absoluta que no admitiría excepciones.
En este sentido el dicho popular afirma que “no toda verdad es buena para decirla”.
El alma de una moral cristiana auténtica es la caridad, la generosidad con el otro, el respeto
profundo por su valor y dignidad. Hay verdades cuya revelación podría herir la intimidad del otro.
Como dice I. Lepp:
La valoración moral de decir la verdad depende del hecho de que la palabra es acto de
comunicación, y por tanto un acto de caridad. Existe una deuda general hacia el prójimo y esta
deuda comprende poner a su disposición aquello que poseemos en nuestra mente.
Pero pueden existir situaciones en las que decir la verdad puede ser contrario a la caridad, puede
hacer mal al que la escucha. En ciertas situaciones, la prudencia manda esperar el momento
oportuno para obrar.
Normalmente, será suficiente no decir nada, pero si somos interrogados, alguna cosa se debe
responder. Entonces la respuesta debe mirar primeramente al bien del otro.
De todos modos, para el hombre de hoy sigue teniendo vigencia la veracidad como actitud ética
global.
Por tanto la veracidad es la virtud que inclina a la persona a decir la verdad y a manifestarla al
exterior, con sus acciones y palabras, tal como es interiormente. El Catecismo de la Iglesia Católica
la define como “la virtud que consiste en mostrarse verás en los propios actos y en decir la verdad
en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía” (n.2668).
a) La voluntad de verdad que penetre todo el actuar humano y que dé sentido al respeto
ante los demás hombres.
Hay dificultades provenientes del enfermo, tanto de su capacidad intelectual por las disminuciones
de la enfermedad como por la situación afectiva. No es raro que el enfermo sea incapaz de
comprender algunas informaciones de carácter técnico; sin embargo ello no debería impedir dar
una idea suficiente de la situación.
Una información adecuada supone el conocimiento de cada enfermo, de sus expectativas, sus
deseos; ahora bien, este conocimiento solo es posible cuando cuenta con condiciones objetivas y
con disponibilidad y capacidad para la escucha por parte del profesional, elementos que se aúnan
raramente en la práctica.
2.2. MENTIRA
Lo opuesto a la verdad es la mentira. La mentira es el rechazo de la verdad debida.
La verdad rechaza el pacto con la falsedad, excluye toda doblez, repudia el engaño; es decir
rechaza la “mentira” como antítesis y contradicción de sí mismo.
El hombre vive en una estrecha relación con la verdad; no es indiferente a la misma. Una vez
conocida se encuentra en él una tendencial inclinación a vivirla.
El hombre es fiel a la verdad, en la “palabra según verdad”, que él pronuncia para sí mismo y para
los demás. Ante todo para sí mismo, porque es la primera relación interior consigo mismo. Por
esto la primera mentira es la simulación o disimular la verdad para uno mismo. Toda mentira es
siempre un autoengaño, que disocia a la persona en sí misma.
Por otro lado, la mentira atenta contra el significado mismo de la palabra. Ninguna interioridad es
transparente por sí misma, sino por la mediación simbólica del lenguaje. Este tiene como
finalidad intrínseca ser vehículo del pensamiento.
La mentira traiciona la confianza y la promesa que toda palabra-signo expresa para el otro con
efectos socialmente destructores. Ella (la mentira) puede tener formas diversas:
- La calumnia, que atribuye al prójimo un defecto, erro, pecado, delito falso y conocido
como tal, es de por sí y per se grave, siempre pecaminoso porque va contra la justicia, el
amor/caridad y exige reparación.
- Juicio temerario, o difamación interna, es también grave
Concluimos que toda mentira atenta contra este crédito de la palabra. Viola la promesa, es un
abuso de confianza que aleja a las personas y alienta la ruptura de los vínculos sociales. La mentira
engaña al otro con consecuencias socialmente envilecedoras. En el mundo de la mentira no
puede reinar el amor, si no hay verdad, no hay amor.
3. EL SECRETO
Mientras el principio general de la moral que debe regular la comunicación entre los hombres, es
el deber de donarse a los otros a través de la puesta a disposición de nuestros conocimientos, hay
situaciones en las cuales el conocimiento del que disponemos no puede ser accesible para los
otros. Se trata, por tanto, de una excepción al principio general y su contenido se llama “secreto”.
Ciertamente no todos nuestros contenidos mentales deben ser siempre comunicados a cualquiera.
El secreto es algo que, por principio, no debe ser comunicado; no debe ser considerado disponible
para los demás.
No tenemos derecho a conocerlo, no podemos tener noticias referentes a la vida privada del
prójimo; entre éstas se hallan aquellas no conocidas, y que pueden dañar la buena imagen de
alguien. Tales noticias podrían referirse a serios defectos morales, pero también a defectos físicos
o psíquicos, o en general a cosas que en un preciso ámbito social sean consideradas
desagradables, aunque en sí mismos nosotros no los consideremos como tal.
Estas noticias debemos considerarlas no transmisibles, a menos que sean conocidas dentro del
grupo en el cual el interesado se mueve. Esto es exigido por la caridad, y deriva de la naturaleza
misma de la noticia. Violar tal secreto es conocido con el término de detracción; esto es atentar
contra la buena fama del otro diciendo cosas verdaderas. La calumnia por el contrario, es un
deliberado atentado a la buena fama del otro a través de una acusación falsa.
3.2. SECRETO PROMETIDO
Es frecuente que uno comunique a un amigo o confidente alguna cosa, bajo el explícito vínculo del
secreto. A menudo es la simple necesidad de desahogarse, de manifestar una emoción, de pedir
un parecer. En cualquier caso, si yo aseguro al otro mi compromiso de mantener el secreto,
quiere decir que acepto recibir una noticia que no es comunicable a otro. Cualquiera sea el
contenido de la noticia, nace un pacto de fidelidad que debe ser respetado; el deber del secreto
nace en este caso no del contenido de la comunicación, que puede ser insignificante, sino de la
promesa de fidelidad en la relación de las personas.
Con la expresión “profesional” se entiende una comunicación que yo hago a una persona experta
en un determinado ámbito del conocimiento, con el objeto de obtener la ayuda de su experiencia
o profesionalidad. Aquí no existe ninguna relación de amistad o de conocimiento mutuos, o por lo
menos no es relevante que exista. Yo comunico a otro mi problema, o defecto, o enfermedad o
cualquier dificultad que solo no podría resolverlo. Exclusivamente busco un servicio profesional
que necesito. El profesional es el experto que recibe una comunicación sólo para hacer un
servicio preciso y nada más. Tal comunicación está vinculada por un pacto implícito o explícito que
limita una posterior transmisión. El secreto profesional es algo radicalmente distinto a los
precedentes tipos de secretos; éste es fruto de un pacto, y su observancia es una obligación de
estricta justicia.
Conviene, por tanto, que cada miembro de la sociedad en el momento de necesidad pueda acudir
con toda confianza a ellos. Esto vale de modo particular para las profesiones que admiten el
ejercicio concreto de un derecho social y jurídicamente reconocido.
La capacidad de confiar en un profesional permite a quien necesita el poder dirigirse al él con la
certeza de que su condición privada no termine siendo de dominio público.
La tutela del secreto profesional es, por tanto, esencial no sólo para la persona particular, sino
para la vida social en general. Esta es la razón por la cual el derecho tutela tal secreto, al menos
para algunas profesiones esenciales.
Por su particular problematicidad, conviene oportuno hacer referencia a estos dos aspectos
profesionales.
En el caso del médico, que “debe garantizar el secreto total sobre todas las informaciones
recogidas y sobre las indagaciones realizadas con el paciente” y además no puede “colaborar en la
constitución de bancos electrónicos de datos médicos que puedan poner en peligro o debilitar el
derecho del paciente a la reserva, a la seguridad y a la protección de su vida privada”.
Es particular también el caso del secreto bancario, que si por una parte constituye una garantía en
un compromiso económico y operativo de personas y organismos varios, no puede ciertamente
convertirse en pretexto o cobertura de evasiones fiscales o de los delitos más diversos
(terrorismo, criminalidad organizada, acciones mafiosas); por lo cual parece legítima la injerencia
de la administración pública, aunque con modalidades bien reguladas por la ley
Desde un punto de vista sistemático esto hace parte también del “secreto profesional”: yo cuento
un secreto al confesor, precisamente con el objetivo de recibir un servicio suyo, que no puedo
obtener de otro; es decir, la absolución y el perdón. Este secreto no conoce ninguna razón de
violabilidad, por graves que sean las circunstancias: ni por el bien común, ni por el bien del
penitente, ni por el bien del confesor mismo. El pacto en este caso comprende también la
cláusula “a costo de la vida”. La razón de esta situación debe buscarse en el hecho de que el
pecado es siempre algo “vergonzoso”.
Siendo la salvación eterna el bien supremo, inconmensurable con cualquier bien terreno, no
puede existir razón que dispense del vínculo del secreto. Cualquier violación o solamente la
existencia de sospecha o sombra sobre la inviolabilidad del sigilo sacramental, sería grave daño
para la salvación de las personas.
1. DEFINICION DE BIOETICA
También puede definirse así: “El estudio de las cuestiones éticas relacionadas con el derecho a la
vida. La vida entendida no sólo como subsistir, sino también como existir de una manera digna de
la persona humana”.
La bioética se ocupa de relacionar la ética y la biología; los valores éticos y los datos biológicos. Su
objetivo es enseñar cómo usar el conocimiento en el ámbito de lo científico-biológico. El instinto
no es suficiente para la sobrevivencia; se debe elaborar una ciencia de la sobrevivencia.
Como parte de la ética teológica, la bioética tendrá que tener en cuenta la relación de la conducta
humana en este campo con la manifestación del Reino de Dios y cómo a través de sus actos y
actitudes toda la persona humana, individual y socialmente considerada, va respondiendo al
diálogo con Dios que en Cristo y por el Espíritu Santo le concede los dones de la vida y del amor
a) Inicio de la vida
b) La media de la vida
c) Fin de la vida humana
Todos los derechos humanos se fundamentan en uno: el derecho a la propia vida, ya que sin él,
todos los demás pierden su validez, y por lo tanto, si afirmamos que todo hombre, por el hecho
de serlo, es sujeto de determinados derechos inalienables, hemos de concluir que la vida es el
primero de ellos y que a nadie se le puede arrebatar desde el primer instante en que tenga vida
humana, hasta el último suspiro antes de morir y perderla.
En este contexto, esa unidad total que es el hombre recibe la vida como un don de Dios (EV 34). Y
es muy distinto considerar la vida como un regalo precioso que hay que cuidarla y fructificarla, que
considerarla como una carga, que no hay más remedio que irla arrastrando penosamente.
Por ser el hombre totalmente obra del Creador, sólo Dios es dueño de la vida humana (Job 12,10),
y sólo El puede disponer de su destino (Dt 32,29). Ningún hombre puede disponer de la vida de
los demás y ni siquiera de la suya.
Esta valoración positiva de la vida que aparece ya en la creación misma del hombre como
“imagen y semejanza”, viene confirmada por la Alianza de Dios con su pueblo, por el
hecho de la encarnación del Verbo y la redención obrada por Cristo en la cruz.
De ahí la dignidad inherente a toda vida humana y la consiguiente necesidad de respetarla con
especial urgencia.
Que toda vida humana merece ser defendida y respetada por todos los miembros de la
comunidad es uno de los principios más fundamentales y más evidentes en todas las culturas.
El valor sagrado de toda vida humana constituye la base y soporte para que cualquier otro
valor moral pueda desarrollarse en su proyección personal y social. Y ello nos impone una
vigilancia muy especial para no comprometerlo y sacrificarlo de cualquier manera.
Respetar de verdad la vida consiste en un responsable “hacer vivir” y promover la vida del
otro. Con mayor razón en estos momentos en que los progresos científicos y tecnológicos
plantean delicados desafíos a la vida misma de todo ser humano y hay que tener mucha
sensibilidad para advertir todo lo que pueda ser una manipulación del carácter sagrado de la
misma.
En una palabra, el valor y la dignidad de la persona serán los criterios últimos para
discernir el aspecto ético de la vida humana. Será ético toda actitud, acción o comportamiento
que respete, favorezca, promueva y haga crecer la verdadera vida; por el contrario, no será
ético el que obstaculice, lesione o destruya la vida.
La antropología bíblica presenta una visión profundamente unitaria del hombre. Se trata del
hombre “todo entero”, cuerpo y espíritu (unidad psico-somática), mente, corazón y manos; la
persona concreta, que vive aquí y ahora, “de carne y huesos”.
Cuando la Biblia habla del cuerpo, se refiere a toda la persona. Así, por ejemplo, cuando Jesús en
la última cena dice: “Este es mi cuerpo que se entrega por ustedes”, no ofrece simplemente su
cuerpo físico, sino todo su ser. Hoy diríamos ésta es mi vida, ésta es mi persona, éste soy yo que
me entrego por ustedes. Lo mismo se podría decir cuando habla del espíritu; no se alude
solamente una parte del hombre, sino a la persona en su totalidad. Así, por ejemplo, cuando Jesús
expresa en la cruz: “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”, equivale a que toda su vida, lo
más precioso que tiene, confiaba totalmente en manos de Dios: se abandona completamente,
con total disponibilidad ante el Padre.
La concepción dualista del hombre, según la cual el alma y el cuerpo eran dos elementos casi
separados y con un marcado desprecio por la parte corporal que tan profundamente ha marcado y
de alguna manera sigue influyendo en nuestra mentalidad occidental, tiene evidentemente otras
fuentes que no son las bíblicas.
Ya Pío XII resaltaba esta profunda unidad al señalar que “el científico aprende a considerar el
cuerpo humano como un mecanismo de alta precisión, cuyos elementos se apoyan uno sobre otro
y se encadenan uno al otro; el lugar y las características de esos elementos dependen del todo y
están al servicio de su existencia y de sus funciones. Pero esta concepción se aplica aún más al
alma, cuyos delicados engranajes se hallan reunidos con mucho mayor cuidado. Las diversas
facultades y funciones químicas se insertan en el conjunto del ser espiritual y se subordinan a su
finalidad”.
Porque el cuerpo es creación de Dios, la moral cristiana exige a todo hombre y especialmente a los
científicos que se ocupan de él, un gran respeto al cuerpo. El cuerpo humano fue asumido por el
Verbo encarnado y además tendrá parte en la redención definitiva del hombre.
EN RESUMEN, la idea de persona pone de relieve la condición encarnada del hombre, la que
se manifiesta en su realidad corporal, lugar de experiencia de la relación consigo mismo, con los
otros, con el mundo y con Dios. En el lenguaje corriente se usa a menudo el término “vida” sin
determinaciones, entendiendo con esto la vida humana. Se identifica vida humana con vida física
del hombre.
a) Lo que le circunda, que él los aprehende con los sentidos, y que lo transforma con la
introducción de otros elementos.
b) Los vivientes (animales - vegetales).
c) Su propia corporeidad, que se le impone a través del dolor y de la experiencia del límite,
pero que es fuente de alegría y de encuentros interpersonales.
La denuncia de una cultura anti-vida frente a la cual hay que promover una cultura de la vida, ha
sido una de las constantes en el pensamiento de la Iglesia.
“Ha nacido una mentalidad contra la vida”, nos recuerda Familiaris Consortio, en el Nº 30. Esta
es producto de la angustia ante el futuro de la humanidad, de un mundo cruel. De sociedades
donde algunos piensan que son los únicos destinatarios (de la vida) y excluyen a los demás, a los
que imponen métodos y programas de anticoncepción, esterilización y aborto procurado.
Detrás hay una profunda crisis de la cultura, múltiples dificultades existenciales y relacionales,
agravadas por la realidad de una sociedad muy compleja con situaciones de pobreza, injusticia y
exasperación.
La sociedad actual está orientada por el tener, por una mentalidad productiva y consumista. Por
ello, aquellas vidas que no resultan rentables y productivas, no cuentan. El compromiso ético
lleva a defender el derecho a la vida del niño no nacido, del anciano, del enfermo, del
marginado, del minusválido, de todo ser humano. Y lleva, además, a la responsabilidad de
esforzarse por crear condiciones positivas que promuevan el respeto a la dignidad de todas las
personas, especialmente de los más débiles y desprotegidos.
“La Iglesia cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don
espléndido del Dios de la bondad. Contra el pesimismo y el egoísmo que ofuscan al mundo, la
Iglesia está a favor de la vida; y en cada vida humana sabe descubrir el esplendor de aquél “sí”, de
aquél “amén” que es Cristo mismo. Al “no” que invade y aflige al mundo, contrapone este “Sí”
viviente, defendiendo de este modo al hombre y al mundo de cuantos acechan y rebajan la vida”
(FC 30)
Aunque la bioética como moral médica nació en el ámbito confesional cristiano, en la actualidad se
ha extendido a campos no relacionados a lo religioso: comisiones parlamentarias de bioética,
comités hospitalarios de bioética, etc. El problema, muy discutido, de la fundamentación de la
bioética civil, en realidad se confunde con el de la fundamentación de la ética filosófica.
Sin embargo, se ha llegado al consenso de que es bioéticamente correcto actuar haciendo el bien a
los demás, el respeto hacia su libertad y el comportarse justamente con los otros, es decir, los
principios de beneficencia, autonomía y justicia.
En el ámbito médico este principio obliga al profesional sanitario a poner el máximo empeño en
atender al paciente y a hacer cuanto pueda para mejorar la salud, de la forma que el profesional
considere más adecuada. Este es el primer principio de la deontología médica.
Relacionado con el anterior está el principio de “no maleficencia”, que sería más obligatorio y del
cual se derivarían normas concretas como el “no matar”, “no causar dolor innecesario”, ”no
incapacitar física o psicológicamente”, etc.
6.2. PRINCIPIO DE AUTONOMIA
Se basa en la convicción que el ser humano debe estar libre de todo control exterior y ser
respetado en sus decisiones vitales básicas. Significa que la persona es un sujeto y no un objeto
propiedad del médico o del hospital. Esto significa que el paciente debe ser correctamente
informado, dentro de sus posibilidades, de su situación y de las posibles alternativas de
tratamiento que se le pueden aplicar. Deben respetarse las decisiones de pacientes competentes,
después de una adecuada información.
Como ambos principios no son absolutos, pueden surgir conflictos entre los principios de
beneficencia y el de autonomía. Ejemplo: Los Testigos de Jehová, que prohíben a sus adeptos la
transfusión de la sangre.
En estos casos deberá aplicarse lo que dice la moral fundamental sobre conflictos de deberes o de
valores. Normalmente prevalece el principio de autonomía sobre el de beneficencia.
La bioética se plantea con frecuencia el tema de la distribución de los recursos médicos cada vez
más costosos y escasos en relación al número de pacientes. El principio de justicia considera que
un cierto nivel de servicios debe estar a disposición de todos, aunque esto no significa que todo
enfermo tenga derecho a la tecnología de punta.
No para fundamentar la bioética, sino para ayudar a un discernimiento con el fin de encontrar una
salida éticamente aceptable cuando nos encontramos con situaciones conflictivas, la moral
católica ha utilizado siempre una serie de principios éticos.
- que la intención sea buena u honesta, es decir que la voluntad se dirija al efecto bueno;
- que exista una razón proporcionadamente grave que justifique la tolerancia del efecto
malo: esta razón suele ser el efecto bueno que primariamente se consigue con el acto.
”La parte está al servicio del todo”. El bien de la parte queda subordinado al bien del todo. El
todo es determinante para la parte y puede disponer de ella en interés suyo. En virtud de este
principio el médico puede amputar la pierna de un paciente con gangrena, aunque esto sea una
mutilación, a fin de salvarle la vida.
Otras veces, se dan situaciones en las que se tiene que elegir entre dos acciones y ambas
conllevan pecado, o sea cree pecar tanto si se realiza la acción, como si deja de hacerlo (omisión).
Si la persona que tiene una conciencia perpleja puede suspender la acción, deberá hacerlo para
informarse mejor. Si urge el actuar, deberá elegir la mejor atendiendo a la jerarquía y la
urgencia de los valores, evitando transgredir la ley natural más bien que una ley positiva.
En el caso de que no se pueda discernir cuál es el valor más importante y/o urgente,
elíjase el valor que se quiera, sabiendo que entonces no habrá pecado, pues en tales
circunstancias falta la libertad que se requiere para que haya pecado formal.
Indudablemente se dará una trasgresión material u objetiva de uno de los deberes, pero esto no
será pecaminoso porque en el caso de conciencia perpleja no se puede evitar.