Revista Estudios Publicos 44
Revista Estudios Publicos 44
Revista Estudios Publicos 44
I. El Antiguo Testamento
(Salmo 8, 2ab.4-10)
(Job 9, 19-24)
LA ENCÍCLICA
CENTESIMUS ANNUS
Patricio Astorquiza*
1. Introducción
1
Concilio Vat. II. Gaudium et spes, N°s 11-72.
LA ENCÍCLICA CENTESIMUS ANNUS 21
2
León XIII, Enc. Rerum novarum, N° 132.
22 ESTUDIOS PÚBLICOS
"no existe verdadera solución para la cuestión social fuera del Evangelio".3
Este punto lo volveremos a tocar más adelante; baste por ahora decir que es
igualmente posible concordar con algunos otros aspectos de la enseñanza
pontificia, aun cuando no se profese la fe católica implicada en esta afir-
mación.
La Encíclica Rerum novarum, en esencia, llama la atención sobre unos
pocos puntos fundamentales. El primero es la dignidad del trabajador y de su
trabajo. Por el hecho de ser una persona. El segundo es la importancia
fundamental de la propiedad privada, debidamente ordenada al bien común.
Luego destaca también el derecho humano a crear asociaciones profesionales
de empresarios o trabajadores. En cuarto y quinto lugar están las condiciones
adecuadas de trabajo -horarios, salud, etc.- y el salario ligado al digno
sustento del operario y su familia. El Papa añade también que las estructuras
laborales no perjudiquen las relaciones con Dios, y permitan cumplir debi-
damente los deberes religiosos.
Estamos siguiendo en líneas generales el resumen de Rerum novarum
que hace Juan Pablo II, con un propósito implícito pero bastante aparente:
remover la impresión muy extendida de que la Iglesia, desde el comienzo, ha
dirigido su doctrina social contra los empresarios y la libre iniciativa, fa-
voreciendo diversas formas de intervencionismo. De hecho, el Papa actual
hace notar que León XIII rechaza expresamente el socialismo, mientras que
sólo presenta objeciones contra los extremos en que caía entonces (y podría
caer también ahora, añade Juan Pablo II) un liberalismo que no admitiera la
acción reguladora de un Estado, que tutela las reglas básicas del juego. Añade
el Papa que por razones obvias, cuando se habla de tutelar derechos funda-
mentales, quienes se benefician más inmediatamente de esta protección sue-
len ser los sectores más débiles de la sociedad.
Todo lo dicho no quita que Rerum novarum fuera una Encíclica en
defensa de los pobres, apelando a lo que entonces llamaba "amistad", que une
a todos los seres humanos en un destino común, y que hoy en día suele
denominarse "solidaridad". A la vez -recuerda Juan Pablo II- no es cierto
que León XIII y la Iglesia después piensen que la solución de la cuestión
social deba provenir de un Estado intervencionista y omnipotente. Insiste la
Encíclica, ya entonces, que el individuo, la familia y la sociedad son ante-
riores al Estado.4 El Papa León XIII, de hecho, anticipa con gran certeza
las consecuencias negativas en el campo político, social y económico de las
soluciones "socialistas", entendidas como estatistas y colectivistas.
3
Juan Pablo II, Enc. Centesimus annus, N° 5.
4
Cfr. León XIII, Enc. Rerum novarum N°s 101, 104, 130.
LA ENCÍCLICA CENTESIMUS ANNUS 23
5
Juan Pablo II, Enc. Centesimus annus, N° 16.
24 ESTUDIOS PÚBLICOS
los demás. Testigo de ello, piensa el Papa, son las dos terribles guerras
mundiales de este siglo, la carrera armamentista, los grupos extremistas, etc.
El capítulo II de la Encíclica termina en una nota cautamente optimis-
ta, moderada, como se verá más adelante, pero ligeramente más positiva que
la anterior Encíclica Sollicitudo rei socialis.
El capítulo III sigue con un análisis del año 1989, que evidente-
mente llena de esperanza a Juan Pablo II. Recalca el papel que ha tocado
jugar a la Iglesia en la caída de los regímenes comunistas, al mantener
permanentemente "que todo hombre -sean cuales sean sus convicciones
personales- lleva dentro de sí la imagen de Dios y, por tanto, merece respe-
to".6 La defensa de estos principios costó muchos actos heroicos a las
autoridades eclesiásticas, individuos y comunidades cristianas, pero dio por
fin su fruto.
¿Puede extraerse una lección humana más amplia del año 1989, o
puede todo achacarse a la prevalencia del sistema de mercado sobre las
economías centralizadas? Juan Pablo II considera que el derrumbe comunista
se debe a varios factores, y él se atreve a señalar los que le parecen más
relevantes. El factor decisivo que puso en marcha los cambios (hace referencia
a Polonia) fue la violación de los derechos del trabajador, en nombre de una
dictadura del proletariado. Es de notar además que el derrumbe se obtuvo por
medio de una lucha pacífica. El segundo factor, la influencia económica, "es
consecuencia de la violación de los derechos humanos a la iniciativa, a la
propiedad y a la libertad en el sector de la economía".7 Añade a continuación
que es un error tratar de comprender al hombre considerándolo sólo desde el
lado económico o clase social; los hombres viven en culturas, que plasman
las actitudes que asumen ante las grandes realidades como el nacer, amar,
trabajar, morir. Por último, dice el Pontífice, los regímenes comunistas
provocaron un gran vacío espiritual que también hizo crisis: "El marxismo
había prometido desenraizar del corazón humano la necesidad de Dios; pero
los resultados han demostrado que no es posible lograrlos sin trastrocar ese
mismo corazón.8
6
Juan Pablo II, ibídem N° 23.
7
Ibídem N° 24.
8
Ibídem.
LA ENCÍCLICA CENTESIMUS ANNUS 25
la Encíclica, y que por otra parte se dan a veces por conocidas dentro de la
doctrina social de la Iglesia, o de anteriores documentos de este mismo Papa.
Intentaremos catalogar y resumir algunos de estos planteamientos.
9
Cfr. Juan Pablo II, Ene. Laborem exercens, N° 14
10
Cfr. Juan Pablo II, Ene. Sollicitudo reí socialis, N° 36
11
Ibídem.
26 ESTUDIOS PÚBLICOS
15
Concilio Vaticano II, Cons. ap. Gaudium et spes, N°s 69, 71.
28 ESTUDIOS PÚBLICOS
16
Enc. Centesimus annus, N° 32.
17
Ibídem N° 32.
18
Ibídem.
LA ENCÍCLICA CENTESIMUS ANNUS 29
c) La economía de mercado
19
Ibídem N° 33.
20
Ibídem N° 34.
21
Ibídem N° 35.
30 ESTUDIOS PÚBLICOS
22
Ibídem N° 42.
23
Cfr. también Juan Pablo II, Enc. Laborem exercens, N° 7.
LA ENCÍCLICA CENTESIMUS ANNUS 31
27
Pío XI, Enc. Quadragesimo anno.
28
Juan Pablo II, Enc. Centesimus annus, N° 48.
LA ENCÍCLICA CENTESIMUS ANNUS 33
29
Ibídem N° 58.
34 ESTUDIOS PÚBLICOS
6. Conclusión
32
Ibídem N° 25.
36 ESTUDIOS PÚBLICOS
fines, que encauzan los triunfos temporales hacia los triunfos eternos. No son
estas sus palabras textuales, ya que sólo estamos resumiendo en grandes
líneas el final de la Encíclica.
La Iglesia tampoco pretende presentarse ante el mundo moderno como
una ideología más, con soluciones absolutas para las múltiples variables de
la actividad humana. "Al no ser ideológica, la fe cristiana no pretende
encuadrar en un rígido esquema la cambiante realidad sociopolítica".33 A la
vez, la Iglesia flamea, como un estandarte que se alza sobre los diferentes
períodos de la historia humana, presentando a todos el hombre de siempre,
creado a imagen y semejanza de Dios. Por eso debe ser necesariamente, para
el bien de todos, firme en proclamar los derechos fundamentales de este
hombre imperecedero: "El derecho a la vida, del que forma parte integrante
el derecho del hijo a crecer bajo el corazón de la madre, después de haber sido
concebido; el derecho a vivir en una familia unida y en un ambiente moral,
favorable al desarrollo de la propia personalidad; el derecho a madurar la
propia inteligencia y la propia libertad, a través de la búsqueda y el conoci-
miento de la verdad; el derecho a participar del trabajo para valorar los bienes
de la tierra, y recabar el sustento propio y el de los seres queridos; el derecho
a fundar libremente una familia, a acoger y educar a los hijos, haciendo uso
responsable de la propia sexualidad. Fuente y síntesis de estos derechos es,
en cierto sentido, la libertad religiosa, entendida como derecho a vivir en la
verdad de la propia fe y en conformidad con la dignidad trascendente de la
propia persona".34
Y por último, la Iglesia recuerda al hombre de hoy un gran secreto, que
ella contiene y comunica: "Para conocer al hombre, el verdadero hombre, el
hombre integral, hay que conocer a Dios".35 Para dar un sentido pleno al
desarrollo hay que emplearlo como espléndida plataforma de santificación,
que permita un más pleno encuentro con Dios Creador, con Dios Redentor,
con Dios Santificador. Hay que saber soñar sueños de verdad, de belleza y
de virtud, y dar sentido ulterior al desarrollo haciéndolos realidad en todo el
mundo. Hay que saber salvar al hombre que triunfa de las dos enfermedades:
la arrogancia y la prepotencia, pero no por la vía negativa del rechazo, sino
ofreciéndole en el modelo de Cristo una alternativa mejor.
A punto de terminar, dice el Papa: "Al concluir esta Encíclica doy
gracias de nuevo a Dios omnipotente, porque ha dado a su Iglesia la luz y la
33
Ibídem N° 46.
34
Ibídem N° 47.
35
Paulo VI, Discurso del 7-XII-1965.
LA ENCÍCLICA CENTESIMUS ANNUS 37
36
Juan Pablo II, Centesimus annus, N° 62.
ENSAYO
A. VISION GENERAL
B. ASPECTOS ESCOGIDOS
Política
más las personas influidas por los contactos personales y por el ejemplo
personal que por las presentaciones a través de los medios de comunicación.
Un problema interesante es el grado en que el cristianismo
evangélico es inherentemente apolítico. Como sucede con otras
confesiones, la politización y la orientación que tome probablemente
dependerán del contexto. Una parte del impacto político del evangelismo no
es directa ni abierta, sino que está simplemente implícita en su énfasis en el
individuo, en la organización voluntaria y en la separación de la Iglesia y el
Estado. En América Latina la ruptura de la unión orgánica entre la Iglesia y
la sociedad, presagiada por el evangelismo, debe considerarse en sí una
revolución. Significa que el lugar central de la Iglesia Católica Romana,
simbolizada arquitecturalmente por su ubicación en la plaza principal, ha
llegado a ser una fachada más que una realidad.
En todo caso, el ámbito político de América Latina ha quedado
relegado, en la mente de la mayoría, a una arena en la cual las élites
políticas compiten por el poder. La supervivencia importa mucho más que
la actividad política, como lo indica la facilidad con que los grupos
supuestamente radicales, como las comunidades de base, se apartan de los
fines políticos. El punto de vista más corriente de los evangélicos respecto
de los asuntos políticos es el rechazo de la politiquería por ser corrupta y
egoísta. Es una convicción compartida ampliamente por los no creyentes.
Esto significa que cuando los evangélicos realmente emergen políticamente,
lo hacen para adquirir una voz propia y para proponer una moral antes que
un programa.
A veces la presencia evangélica emergente es bastante mínima, y su
importancia consiste exclusivamente en no haberse producido nunca antes.
Es lo que sucede tanto en Colombia como en Perú, en donde la población
evangélica alcanza, respectivamente, alrededor del 5% y el 8%. En
Colombia hay actualmente dos diputados que representan los intereses
evangélicos, y uno de ellos, el reverendo Héctor Prado, declara que los
evangélicos "no pretenden ejercer el poder político como tal..., sino más
bien... ejercer una influencia benéfica en general y lograr una verdadera
libertad religiosa y derechos iguales para todos los ciudadanos". En Perú,
Jeffrey Klaiber (América, 8-15 de septiembre, 1990) describe a los
evangélicos como personas que buscan alguna manera de tener voz propia.
Este intento de tener su propia voz atrajo la atención internacional y causó
furor en el propio Perú, porque ayudó a disminuir las posibilidades de Mario
Vargas Llosa como candidato del ala derechista libertaria. Cuando Fujimori,
católico, se enfrentó a Vargas Llosa, agnóstico, el reverendo Carlos García
(bautista) preguntó a Fujimori si los evangélicos podían tener algún lugar
48 ESTUDIOS PÚBLICOS
Importaciones culturales
Culturas no latinas
La familia
Movilidad social
David Martin y Roberto Méndez. Por cierto, la responsabilidad por lo escrito es sólo de los
autores.
ARTURO FONTAINE TALAVERA. Licenciado en Filosofía, Universidad de Chile. M.A. y
M. Phil. en Filosofía, Universidad de Columbia. Profesor, Instituto de Ciencia Política, Univer-
sidad Católica de Chile. Director del Centro de Estudios Públicos.
HARALD BEYER . Economista. Universidad de Chile. Investigador del Centro de Estu-
dios Públicos y profesor de la Escuela de Economía y Administración, Universidad de Chile.
Introducción
bre 1990”, Serie Documentos de Trabajo, 151 (febrero 1991). Este estudio es representativo de
la población que habita en las ciudades de Santiago, Valparaíso, Viña del Mar, Antofagasta,
Concepción y Talcahuano, las que concentran el 47% de la población del país. Véase también,
Centro de Estudios Públicos, “Estudio Social y de Opinión Pública. Octubre 1991”, Serie
Documentos de Trabajo, 170 (diciembre 1991).
ARTURO FONTAINE TALAVERA Y HARALD BEYER 3
2
R. Poblete, C. Galilea y P. von Drop, Imagen de la Iglesia y religiosidad de los
chilenos (Santiago: Centro Bellarmino, 1980).
3 Centro de Estudios Públicos, febrero 1991, op. cit.
4
Al respecto, véase R. Poblete y C. Galilea, Movimiento Pentecostal e Iglesia Católi-
ca en Medios Populares, (Santiago: Bellarmino, 1984). Acerca de la preocupación de la Iglesia
Católica sobre el tema, véase P. Francisco Sampedro N., c.m. y otros, Pentecostalismo, Sectas
y Pastoral, (Santiago: Comisión Nacional de Ecumenismo Area Eclesial; Conferencia Episco-
pal de Chile, 1989).
5 David Martin, Tongues of Fire, (Oxford: Basil Blackwell, 1990), p. 24.
4 ESTUDIOS PÚBLICOS
6 Hay mucho de la historia de los evangélicos chilenos que está por escribirse. Vale la
pena consultar el libro de Ignacio Vergara, El Protestantismo en Chile, (Santiago: Editorial del
Pacífico, 1962); W. C. Hoover, Historia del Avivamiento Pentecostal en Chile, (Valparaíso:
Imprenta Excelsior, 1948). La breve reseña ha sido escrita a partir de la literatura sobre el tema
y, principalmente, de las conversaciones sostenidas con los señores Raymond Valenzuela,
Arturo Chacón y Arturo Valenzuela, a quienes agradecemos su colaboración.
ARTURO FONTAINE TALAVERA Y HARALD BEYER 5
Bellarmino, 1988).
10 Centro de Estudios Públicos, op. cit.
11 Peter Berger, The Capitalist Revolution, (New York: Basic Books, 1986.). David
13 Max Weber, The Protestant Ethic and The Spirit of Capitalism, (New York: Charles
24
Christian Lalive D’Epinay, op. cit., p. 180.
25 Christian Lalive D’Epinay, op. cit., p. 188.
26 Christian Lalive D’Epinay, op. cit., p. 189.
10 ESTUDIOS PÚBLICOS
chilena de hoy? ¿De qué manera y por qué afecta el modo de pensar de las
personas que se unen a él?
Estas interrogantes no podrán ser analizadas en este estudio de corte
cuantitativo. Sólo esperamos que sirva de antecedente preliminar y que
motive investigaciones más exhaustivas, en particular, de tipo cualitativo
que puedan hacerse cargo de cuestiones más de fondo. Este trabajo, aparte
de cuantificar el fenómeno del evangelismo urbano chileno, aporta un mapa
de las opiniones religiosas, morales, de cultura económica y políticas del
pueblo pentecostal en contraste con las del resto de la población. De este
modo se quiere contribuir a aquilatar el peso que tiene para alguien “comen-
zar a caminar en el Evangelio”. Los últimos datos censales son de 1970, ya
que posteriormente se dejó de empadronar a la población según religión.
Nuestra encuesta representa a la población de las grandes ciudades en las
que se concentra el 47% de la población total del país. A diferencia de la
encuesta de Lalive D’Epinay, se han recogido las opiniones del pueblo
evangélico y no sólo de sus pastores.34
1. Consideraciones metodológicas
Los datos que se entregan más adelante fueron recogidos entre los
días 7 y 28 de diciembre de 1990 a través de un cuestionario aplicado a
1.185 personas, de 18 años y más, de los centros urbanos de Antofagasta,
Valparaíso y Viña del Mar, Gran Santiago, Concepción y Talcahuano. En
estos lugares habita el 47% de la población del país. El propósito de la
investigación, llevada a cabo en la fecha antes mencionada, era conocer,
precisa y confiablemente, las preocupaciones, inquietudes y valoraciones de
una proporción importante de los chilenos respecto de temas políticos,
económicos y sociales.
La selección de los entrevistados se realizó a través de un muestreo
trietápico probabilístico y aleatorio, en el cual no hubo reemplazo de ningu-
na especie. Las respuestas obtenidas en dicho estudio representaban con
más o menos 3,5 puntos porcentuales, a un nivel de confianza del 95%, las
actitudes y percepciones de la población hacia los temas incluidos en el
34 Estudios anteriores como los de Portes (1968); Behrman (1969); Aldunate (1970);
CIDU (1971) y Tennekes (1971) no son aleatorios como el que aquí presentamos, sino
dirigidos a grupos específicos definidos apriorísticamente. Acerca de estos trabajos, véase
Hans Tennekes, El movimiento pentecostal en la sociedad chilena, (Amsterdam: Sub-facultad
de Antropología Cultural de la Universidad Libre de Amsterdam e Iquique: Centro de Investi-
gación de la Realidad del Norte, CIREN, 1985).
ARTURO FONTAINE TALAVERA Y HARALD BEYER 13
estudio se encuentra en: Centro de Estudios Públicos, op. cit., pp. 4-24.
36
Las Iglesias que conforman lo que se entenderá por evangélicos en este estudio son
las siguientes: Evangélica Pentecostal (7,7%); Metodista Pentecostal (3%); Adventista, Bau-
tista, Metodista y quienes marcaron “otra Iglesia Cristiana” (menos del 2% cada una). Bajo el
concepto “otras religiones” se agrupó a los Testigos de Jehová (2%); Mormones (1,1%); y
otras religiones no cristianas, Luteranos, Anglicanos, y Judíos (menos de 1% cada uno). Estas
cifras corresponden al estudio de octubre de 1991.
37 Para la encuesta CEP-Adimark de diciembre de 1990 se emplea la denominación 1,
Otra religión
0,6%
Evangélica
16,0%
Otra religión
3,4%
Católica
74,7% Sin religión
6,8%
Evangélica
15,1%
38
Esta cifra es concordante con estimaciones anteriores. Véase Humberto Lagos y
Arturo Chacón, Los evangélicos en Chile: Una lectura sociológica, (Ediciones Literatura
Americana Reunida, Programa Evangélico de Estudios Socio-Religiosos, 1987), en especial p.
33 y David Martin, op. cit. p. 51.
ARTURO FONTAINE TALAVERA Y HARALD BEYER 15
Católicos
A lo menos una
vez por semana
17,2%
Evangélicos
A lo menos una
vez por semana
44,4%
Nunca o casi
nunca
25,4%
De vez en
cuando
30,2%
16 ESTUDIOS PÚBLICOS
Católicos
Menos de una
vez a la Una vez a la
semana semana o más
66,1% 20,0%
Nunca o casi
nunca
13,9%
Evangélicos
Una vez a la
semana o más
48,4%
Nunca o casi
Menos de una nunca
vez a la 16,7%
semana
34,9%
Evangélicos
8,6%
Católicos
61,0%
Otras religiones
30,4%
39
Véase Centro de Estudios Públicos, “Estudio Social y de Opinión Pública. Abril-
mayo 1988”, Serie Documentos de Trabajo, 102 (junio 1988), pp. 132-133.
ARTURO FONTAINE TALAVERA Y HARALD BEYER 19
Católico no
observante 59,3%
Evangélico
10,2%
observante
Evangélico no
11,8%
observante
Católico no
observante
61,0%
Católico
observante
12,6%
Otra/sin religión
10,4%
Protestante no Protestante
observante observante
8,9% 7,1%
Católico
15,0%
observante
Católico no
59,8%
observante
Evangélico
7,3%
observante
Evangélico no
observante 7,8%
40
Las variaciones superiores al margen de error que se observan entre diciembre de
1990 y octubre de 1991, en cuanto a la distribución de género y etárea, deben atribuirse a las
características del estudio aleatorio en que se basan.
22 ESTUDIOS PÚBLICOS
Católicos observantes
Bajo
21,1%
Medio
67,4%
Alto
11,5%
Evangélicos observantes
Bajo
56,2%
Medio
42,8% Alto
1,0%
24 ESTUDIOS PÚBLICOS
Católicos observantes
Bajo
22,5%
Medio
59,1%
Alto
18,4%
Evangélicos observantes
Bajo
48,0%
Medio
48,3%
Alto
3,7%
Católicos observantes
Independientes
38%
Con contrato
de trabajo
62%
Evangélicos observantes
Independientes
77%
Con contrato
de trabajo
23%
26 ESTUDIOS PÚBLICOS
Todos los días casi todos los días 52,9 87,2 84,8
Más de una vez a la semana 11,9 7,5 5,1
Un par de veces al mes 8,4 4,3 9,2
A veces, cuando tiene problemas 18,1 1,0 0,2
No reza 8,1 0,0 0,7
menos una vez por semana y, es por tanto, en el sentido de esta investiga-
ción, observante. De los que se dicen católicos, el 20% es observante. En
cambio, de los que se dicen evangélicos, un 48,4% va a la Iglesia a lo menos
una vez por semana. Las iglesias evangélicas logran atraer al templo a uno
de cada dos evangélicos, aproximadamente. La Iglesia Católica a uno de
cada cinco católicos, aproximadamente.
Esto hace pensar que los evangélicos —en parte por ser religión de
minoría— tienden a ser más activos y comprometidos con su iglesia que
los católicos. Muchos de estos son católicos porque fueron bautizados,
pero su catolicismo es más un sustrato cultural y una pertenencia tradicio-
nal, que una conducta de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia Católi-
ca. Con todo, sólo un 13,7% de los católicos dice ir a la iglesia “nunca o
casi nunca“. Por lo tanto, el grueso de los católicos aunque no asiste a
misa semanalmente mantiene, en grados diversos, vínculos con la Iglesia.
En tal sentido, la pertenencia al catolicismo sigue siendo ampliamente ma-
yoritaria.
Entre los evangélicos también se da una pertenencia laxa. Probable-
mente ella esté vinculada a una población evangélica que practica su culto
de modo intermitente.
La existencia de una amplia mayoría que cree en Dios y le atribuye
gran importancia en su vida, el alto porcentaje que cree en el Más Allá y
reza todos los días refleja una profunda y difundida inquietud religiosa en el
pueblo chileno. La proporción tanto menor que va a la iglesia en forma
regular, unido a lo anterior, indica que hay una sed de Dios no canalizada
por las religiones institucionalizadas.
4. Cuestiones morales
CUADRO Nº 15.1 ¿EN SU OPINIÓN, DEBE EXISTIR EN CHILE UNA LEY QUE PERMITA EL
DIVORCIO?
En ningún caso
debiera autorizarlo 25,5 24,5 52,4 34,1 35,9
Debiera autorizarlo en
algunos casos 73,7 73,0 45,5 65,7 63,0
No se debe
permitir el aborto 49,2 58,2 82,3 61,6 65,7
Se debe permitir sólo
en casos especiales,
calificados 44,7 40,9 17,6 32,3 28,7
Se debe permitir a
toda mujer que lo desee 5,0 0,7 0,1 5,0 4,0
CUADRO Nº 17.2 ¿QUÉ ACTITUD PIENSA USTED QUE DEBE TENERSE FRENTE A UN
ENFERMO INCURABLE QUE SUFRE GRANDES PADECIMIENTOS?
Admisible provocarle
muerte si él y familiares
están de acuerdo 21,1 17,8 10,8 18,1 17,7
Nunca es admisible
provocarle muerte 75,4 81,1 75,2 81,5 80,2
CUADRO Nº 18.2 ¿ESTIMA USTED ACEPTABLE QUE LAS PAREJAS USEN ANTICONCEPTIVOS
(POR EJEMPLO PÍLDORAS O PRESERVATIVOS) PARA PREVENIR EL
EMBARAZO?
CUADRO Nº 19.2 ¿ESTIMA QUE ES MORALMENTE ACEPTABLE QUE LOS JÓVENES TENGAN
RELACIONES SEXUALES ANTES DEL MATRIMONIO SIEMPRE Y CUANDO
HAYA AMOR?
CUADRO Nº 21.2 ¿ESTIMA QUE ES MORALMENTE ACEPTABLE QUE LOS JÓVENES TENGAN
RELACIONES SEXUALES ANTES DEL MATRIMONIO SIEMPRE Y CUANDO
HAYA AMOR?
Es aceptable 63.7 66.2 61.4 77.1 56.2 38.6 92.0 61.3 60.2 74.3 62.3 69.9 51.0
No es
aceptable 33.7 31.6 35.6 21.8 40.3 56.1 8.0 35.2 38.0 25.2 34.2 28.3 45.1
No sabe,
no responde 2.6 2.2 3.0 1.1 3.5 5.4 0.0 3.5 1.8 0.5 3.5 1.8 3.9
41
Véase monseñor Carlos Oviedo Cavada, Arzobispo de Santiago, “Moral, juventud y
sociedad permisiva”, Arzobispado de Santiago, 24 de septiembre de 1991.
42 Véase Carmen Galilea, El pentecostal. Testimonio y experiencia de Dios (Santiago:
5. El tema político
43 Para una visión crítica de las relaciones del gobierno del general Pinochet y los
6. Cultura Económica
44
Max Weber, “Religious Rejections of the World and Their Directions”, en H.H.
Gerth & C. Wright Mills, op. cit., p. 337.
45 Véase Peter Berger, op. cit.
42 ESTUDIOS PÚBLICOS
CUADRO Nº 31.1 ¿CUÁLES CREE USTED QUE SON LAS CAUSAS MÁS FRECUENTES DE QUE
EXISTAN PERSONAS POBRES?
(Dos menciones)
CUADRO Nº 32.1 ¿CUÁLES CREE USTED QUE SON LOS FACTORES MÁS IMPORTANTES EN
EL ÉXITO ECONÓMICO DE LAS PERSONAS?
(Dos menciones)
parece introducir una nueva ética del trabajo”. Este argumento se basa en el
valor del trabajo, el cual, de acuerdo a nuestro autor, no alcanzaría entre los
evangélicos (tampoco entre los metodistas y bautistas) el valor religioso que
habría tenido para los puritanos. Da como prueba que los pastores que
trabajan aspiran a liberarse de ello para poder dedicar todo su tiempo a “la
obra de Dios”, y estiman que lo contrario es “servir a dos señores”.
Sin embargo, y sin querer entrar en disquisiciones teológicas, los
datos señalan claramente que para el pueblo evangélico el éxito económico
se explica, en importante medida, por la fe en Dios. Es decir, de hecho se da
la vinculación entre progreso material y favor de Dios. Por lo tanto, y más
allá de las diferencias teológicas, hay base para pensar que puede estar
operando aquí una concepción cuyo efecto práctico es análogo al que We-
ber encontrara en el ethos protestante que estudió. Por cierto, esta cuestión
exige una investigación más acuciosa.
Tennekes afirma que “reviste gran trascendencia determinar si el
mensaje de esta creencia involucra o no una ‘ética protestante’, definiendo
esta última como la idea de que el progreso material es algo que se debe
perseguir ya que constituye una demostración de la gracia de Dios. Willems
opina que tal concepción está implícita en el mensaje pentecostal, y consi-
dera que ella explica en buena medida la expansión de esta fe en Chile y
Brasil... La experiencia acumulada durante nuestra estada en Chile induce a
pensar que el mensaje pentecostal hace concebir la esperanza de superar la
situación de pobreza y de inferioridad social en que está sumida la mayor
parte de los fieles. Continuamente, las predicaciones hacen referencia a que
el progreso material es una bendición de Dios, que éste reserva a cada
creyente que quiera de veras iniciar una vida nueva. El Señor puede poner a
prueba la fe y fortaleza de su fiel, pero si se tiene confianza, las dificultades
serán superadas y se tendrá éxito”. Los resultados de la investigación de
Tennekes en esta materia son plenamente concordantes con los de este
trabajo. Por otra parte, según Tennekes “la casi totalidad de los pentecos-
tales encuestados —y el 44% de los que no profesaban esta religión—
contestaron afirmativamente cuando se les preguntó si acaso creían que los
evangélicos en general tenían más posibilidades que el resto de la gente de
mejorar su situación general”.47
La hipótesis planteada se reafirma con las investigaciones cualitati-
vas de Carmen Galilea, quien halló entre los evangélicos una fuerte valora-
ción del “testimonio de la vida diaria” como factor de propagación de su
la dependencia, estilo CEPAL de los años 60, explica esta posición. Por eso
se esmera en sostener que, aunque se diera, en verdad, la promoción indivi-
dual de los pentecostales, ello no necesariamente conllevaría “el acrecenta-
miento de la riqueza nacional y el desarrollo del país”.51 Si uno despoja a
Lalive D’Epinay de su teoría económica se queda con una visión más
positiva acerca de las posibilidades de promoción social y económica de los
evangélicos. Sobre todo, si se supone, además, en vigor una institucionali-
dad económica de libre mercado.
Tanto los estudios de Lalive D’Epinay como los de Carmen Galilea
prueban que muchas de las opiniones que aquí se presentan son armónicas
con la praxis de los evangélicos chilenos. La tendencia prevaleciente sería
más bien a la coherencia entre ideales y actitudes que a la inconsistencia
entre unos y otros. El evangelismo configura una mentalidad que modifica
la conducta a partir de los valores y juicios reseñados.
Si esto es así, en cuanto el sistema económico ofrezca oportunidades,
los pentecostales deberían estar equipados para lograr un buen éxito econó-
mico relativo. El ethos pentecostal contribuye, en tal sentido, a la movilidad
social de los sectores más pobres y desintegrados. Por cierto que, como
anota Lalive D’Epinay, la inflación crónica y la pobreza extrema hace muy
difícil que el control del consumo se transforme en ahorro. Es claro que una
estructura económica que entrabe el desarrollo de los pobres no permite
echar bases para un ascenso social claramente perceptible aunque se dé el
ethos más propicio para ello. Tampoco es posible inferir la existencia de un
espíritu de empresa capitalista a partir del porcentaje relativamente alto de
evangélicos que se ganan la vida sin contrato de trabajo formal como
trabajadores independientes. Porque los niveles de vida de esos sectores, en
general subempleados, son de mera subsistencia, y están muy por debajo de
la condición del obrero. Su actividad mercantil o de servicios no alcanza a
sustentar un proceso de acumulación racional del tipo capitalista. Viven “a
salto de mata”.
Con todo, no cabe duda que el estilo de vida disciplinado y austero
del pentecostal, su rechazo al “gozo espontáneo de la vida” facilita el
aprovechamiento “racional” de las oportunidades de trabajo, consumo y
ahorro que la sociedad ofrezca. La difusión de este ethos produce un tipo de
trabajador más responsable, con una vida familiar más ordenada y un patrón
de consumo previsible, lo cual tiende a mejorar su condición socio-econó-
mica. Por otra parte, las investigaciones de Hernando De Soto y otros
51
Christian Lalive D’Epinay, op. cit., p. 94.
ARTURO FONTAINE TALAVERA Y HARALD BEYER 49
52
Hernando De Soto, El Otro Sendero, (Perú: Instituto Libertad y Democracia, Edito-
rial El Barranco, 1986); Arturo Fontaine Talavera, “Hernando De Soto: El Otro Sendero”;
Hernando De Soto, “Por Qué Importa la Economía Informal”; Hernando De Soto, Manuel
Mora y Araujo, Manfred Max-Neef, Cristián Larroulet y Víctor Tokman, Mesa Redonda
“Sector Informal, Economía Popular y Mercados Abiertos”; Enrique Ghersi, “El Costo de la
Legalidad”; Manuel Mora y Araujo y Felipe Noguera, “La Economía Informal en la Argentina:
Resultados de una Investigación Sistemática”, todos en Estudios Públicos Nº 30 (Otoño 1988).
53 Dicho proyecto, de hecho, está ya en marcha en el Centro de Estudios Públicos.
54
Con esto no queremos decir que esta hipótesis se deduzca de los datos. Se trata
simplemente de una interpretación posible y no única que nos parece necesario explorar en
investigaciones futuras.
50 ESTUDIOS PÚBLICOS
hombres adultos. Por otra parte, la vida social de los hombres tiende a
cerrarse entre sí, aunque estén casados. Actividades como el fútbol son
pasatiempos principalmente de hombres, y a los cuales sigue, con frecuen-
cia, la cerveza, el vino y la fiesta fuera de la casa y sin la señora. A menudo
la convivencia y el matrimonio (de hecho o de derecho) resultan una conse-
cuencia de un embarazo no querido, y el hombre no asume después el papel
de proveedor con sentido de responsabilidad.
La conversión evangélica y la pertenencia a una comunidad cerrada
y envolvente de personas abstemias, implica una redefinición de la noción
de masculinidad. Desde luego, la vida social se hará en pareja e, incluso,
con los niños. El templo pasa a ser el centro de toda la vida social. En
seguida, la prescindencia del alcohol automáticamente corta el lazo del
hombre con sus amigos de antes, con su vida anterior, y marca sin ambigüe-
dades el inicio de la nueva vida, la del hombre que “empieza a caminar en el
Evangelio”.
Este “hombre nuevo” puede asumir valores que tradicionalmente
han pertenecido al mundo de lo femenino.55 Gracias a su pertenencia a una
iglesia evangélica, el hombre se vuelve, por ejemplo, más pacífico y se
compromete más con la suerte de sus hijos. Por ello mismo, es “domesti-
cado por la mujer”, es decir, se hace un proveedor responsable.
Los efectos económicos del comportamiento evangélico derivan, fun-
damentalmente, de esta redefinición de la masculinidad en medios populares,
redefinición a partir de la cual cambia drásticamente la vida de familia.
La fe en la Palabra de Dios, tal como brota de los Evangelios,
permite configurar un modelo de familia y ponerlo en práctica al interior de
una pequeña comunidad que le sirve de amparo y protección. La estrictez en
materias de moral sexual forma parte de esto mismo. Ello se hace posible, a
pesar de que la programación de los medios audiovisuales, en general,
apunta en otro sentido, porque, por una parte, la comunidad evangélica es
comprehensiva de las diversas facetas de la vida social y, por otra, porque
resulta perfectamente funcional a los requerimientos de personas que se
mueven en una “economía de la sobrevivencia”.
55
Han escrito apuntando en esta misma dirección David Martin, op. cit. Véanse
especialmente pp. 38, 44-45, 181-184 y 284-285; Elizabeth Brusco: “The Household Basis of
Evangelical Religion and the Reformation of Machismo in Colombia”. Ph.D. diss., City Uni-
versity of New York, 1986 [Citado por David Martin en op. cit.] y John Burdick, “Gossip and
Secrecy: Women’s Articulation of Domestic Conflict in Three Religions of Urban Brazil”,
Sociological Analysis, Vol. 5, Nº 2, (verano 1990). Respecto de Chile, las investigaciones ya
citadas de Lalive D’Epinay y Galilea aluden a la importancia del ordenamiento familiar en la
vida de los pentecostales.
ARTURO FONTAINE TALAVERA Y HARALD BEYER 51
8. A modo de conclusión:
Puntos salientes de la información recogida
LA ACTITUD CONSERVADORA*
Roger Scruton**
** Capítulo primero del libro del autor, The Meaning of Conservatism (Harmondsworth,
Middlesex, Inglaterra: Penguin Books, 1980). Traducido y reproducido con la debida autoriza-
ción.
** Profesor de Filosofía de la Universidad de Londres. Abogado y ensayista. Autor
de The Art and Imagination y The Aesthetics of Architecture; colaborador frecuente de En-
counter, Cambridge Review y The Times Literary Supplement. Sus ensayos “La arquitectura de
lo horizontal” y “La dificultad de la semiótica” fueron recogidos en los números 14 y 23,
respectivamente, de Estudios Públicos.
Estudios Públicos, 44 (primavera 1991).
2 ESTUDIOS PÚBLICOS
l La necesidad de contar con una organización política para el sentir con servador fue
formulada en fomma enérgica por Burke, quien, a pesar de ser un Whig, habl ó y escribió antes
que se fommaran las lealtades modernas a los partidos. Por lo tanto, generalmente se le
considera como “Padre Fundador” del Partido Con servador. Precisamente, un asunto que se
discute entre los historiadores es cuándo ll egó a formarse ese partido. Al suponer que no se
formó antes de 1832, como partido propiamente tal, confío en lo que dice Norman Gash en
Politics in the Age of Peel (Londres, 1952), y en lo que dice Lord Blake en The Conservative
Party from Peel to Churchill. Si uso la palabra “Conservador” en lo que sigue, es para
referirme al Partido Conservador, a menos que el contexto indique una referencia a l a
disgregada asociación que lo precedió. Asimismo, Conservador con letra mayúscul a se refiere
al partido; con minúscula, al sistema de opiniones que dicho partido pueda o no incorporar.
ROGER SCRUTON 3
Libertad y moderación
2
Véase, por ejemplo, Sir Karl Popper, The Open Society and Its En emies, (Prince-
ton, 1950).
3 Jonn Locke, Two Treaties of Government, P. Laslett ed. (Carnbridge, 1960); y
Un ejemplo
Libertad e instituciones
El deseo de conservar
vida; en tanto deseen dar vida será para perpetuar aquella que tienen. En
esa intrincada urdimbre de individuo y sociedad reside la “voluntad de
vivir” que constituye el conservadurismo.
En ocasiones se afirma (y no sólo lo hacen los socialistas) que la
trama de la sociedad británica (y por el momento doy por sentado que
hablamos de la sociedad británica) se estaría desintegrando, que el país se
encuentra en decadencia, privado de todo aquello que constituye la fuerza y
l a vitalidad de una nación autónoma. ¿Cómo, entonces, puede uno ser
conservador si no queda nada que conservar sino ruinas?
Este escepticismo extremo puede tomar muchas formas, desde las visio-
nes apocalípticas de Nietzsche y Spengler, hasta el parloteo más doméstico que
acompaña el planeamiento de la “nueva sociedad”, cuya piedra fundacional, sin
embargo, parece estar siempre traspapelada. Pero sea cual sea la forma, con
seguridad ésta carecerá de interés práctico. Una sociedad o nación es efectiva-
mente una especie de organismo (y también muchísimo más que un organis-
mo); por lo tanto, tendrá que llevar el estigma de la mortalidad. Sin embargo,
¿no es acaso un consejo absurdo indicarle a un hombre enfermo que—en el
interés del “nuevo mundo” que aguarda para reemplazarle—haga el favor de
apurar su trance hacia la muerte? Incluso en el momento de la muerte persiste la
voluntad de vivir y esa voluntad desea la restauración de la vida. Una sociedad,
al igual que un hombre, puede sobrellevar la enfermedad e incluso florecer con
la muerte. Si un conservador es también un restaurador, ello se debe a que vive
muy allegado a l a sociedad y percibe en carne propia la enfermedad que infecta
el orden común. ¿Cómo, entonces, puede fallar en dirigir su mirada hacia el
estado de salud a partir del cual las cosas han ido decayendo? La revolución es
ahora algo impensable: es como asesinar a una madre enferma por pura impa-
ciencia ante la necesidad de arrancarle del vientre un supuesto bebé. Desde
luego hay conservadores que en casos extremos han optado por la vía de la
revolución. Pero en el vacío resultante, los hombres se ven disociados, desorien-
tados, incompletos. El resultado es derramamiento de sangre, y sólo después se
inicia el lento trabajo de restauración de un simulacro del estado que fue
destruido. Es natural, en consecuencia, que la revolución sea algo que nunca
defenderé y ni siquiera consideraré en lo que sigue.
El deseo de conservar es compatible con toda forma de cambio
siempre y cuando ese cambio sea también una continuidad. Hace no
mucho se afirmó con cierta fuerza que el proceso de cambio en la vida
política se había tornado “hiperactivo”.4 La sobreestimulación de aquella
parte superficial del ser del hombre que constituye la suma de sus visiones
articuladas ha llevado a una profusión, a lo ancho de toda la esfera públi-
ca, de una percepción de que todo puede y debe ser cambiado, y esa
percepción se ha visto acompañada de proposiciones de reforma y de
estrategias políticas montadas por aquellos que están dentro de las institu-
ciones y también por aquellos que carecen de toda institución y que,
debido a ello, pueden amen azar su existencia misma. La enfermedad es
de aquellas que todo conservador seguirá de cerca, intentando, primero,
identificar su naturaleza. El mundo se ha vuelto particularmente “obstina-
do”, y en cada rincón de la sociedad se urge a personas que no tienen ni el
deseo ni la capacidad de reflexionar sobre el bien social para que elijan
alguna receta favorita para su materialización. Incluso una institución
como la Iglesia Católica ha caído víctima de la moda reformadora y,
siendo incapaz de tomar las palabras de Cristo a Simón Pedro en su
egoísta sentido luterano, ha perdido en parte las costumbres, las ceremo-
nias y la juiciosa capacidad de maniobrar que la capacitaba para permane-
cer aparentemente inalterable en medio del cambio mundanal, apelando a
cada hombre con una voz de inmutable autoridad. La Iglesia, una institu-
ción que posee un objetivo que no es de este mundo y que sólo está en este
mundo, ¡se vende a sí misma como una “causa social”! Difícilmente
puede sorprendernos que el resultado no sea solamente un moralismo
vacío sino también una teología irrisoria.
Política y propósito
la sociología alemana del siglo XIX) entre Cesellschaft y Gemein schaft (cf. F. Toennies,
Gemeinschaft und Gesellschaft, traducción: Commun ity and Society [Nueva York, 1963]). El
argumento de esta sección puede encon trarse en forma más elaborada en “Rationalism in
Politics” de Michael Oakeshott, Cambridge Journal. Vol. 1, 1947/1948, pp 81-9B, 145157, y
en On lf ornan Conduct (Londres, 1975)
ROGER SCRUTON 13
Objeciones inmediatas
6
Edmund Burke, Reflections on the Revolution in France (Londres, 1960).
ENSAYO
EL PENSAMIENTO CONSERVADOR
DE ALBERTO EDWARDS
Renato Cristi*
1
Alberto Edwards, La fronda aristocrática (Santiago: Universitaria, 1982),
p. 14.
2Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los
siglos XIX y XX (Santiago: Universitaria, 1986), p. 13.
3Ibídem, p. 45.
4 Karl Mannheim, "Conservative Thought". From Karl Mannheim, ed. por Kurt
Wolff (Nueva York: Oxford University Press, 1971), pp. 157-158.
EL PENSAMIENTO CONSERVADOR DE ALBERTO EDWARDS 143
5
Simón Collier, Ideas and Politics of Chilean Independence (Cambridge:
Cambridge University Press, 1967), p. 129.
6
Ibídem, p. 132.
144 ESTUDIOS PÚBLICOS
7
Alberto Edwards, El gobierno de don Manuel Montt. 1851-1861 (Santiago:
Nascimento, 1932), p. 238.
8
Ibídem, p. 238.
EL PENSAMIENTO CONSERVADOR DE ALBERTO EDWARDS 145
equivoca al pensar que con ello favorecía sus intereses sociales. Por el
contrario, Edwards estima que un Estado fuerte, autoritario, pero no
oligárquico, es la mejor defensa de los intereses aristocráticos y expresa su
propia convicción cuando afirma que "para los estadistas conservadores (...)
el ideal era un absolutismo superior a la sociedad, y aun a los elementos que
le daban fuerza" .9
Esta continuidad en la polémica que Edwards sostiene contra el libera-
lismo en su afirmación de la idea de autoridad no es incompatible con una
evolución en su manera de ver las cosas, que implica, a su vez, una fuerte
revisión de sus compromisos políticos. Esto es natural en una actividad
política y literaria que se extiende por lo menos desde 1903, fecha de su
primera publicación importante, hasta su muerte, en 1932. Distingo así dos
etapas en la evolución de su pensamiento. La primera se define por una
búsqueda de la forma política que mejor exprese y contribuya a la consolida-
ción del predominio social de la aristocracia. En Chile ese predominio supone
el desarrollo sin trabas de la actividad comercial. Ahora bien, Edwards
determina que la forma política de una sociedad mercantil libre implica un
reforzamiento de la autoridad estatal. Ello se ha logrado por medio de la
dictadura legal de los presidentes, representada en su mejor forma por Prieto,
Bulnes y Montt, aunque Edwards también apoya la idea de un parlamentaris-
mo a la inglesa, es decir, encabezado por un Gabinete fuerte. El pensamiento
que lo guía se funda en el ideario conservador-liberal de una serie de pensa-
dores que intentan una análoga síntesis de las nociones de libertad y orden.
La segunda etapa involucra una radicalización de su postura. Edwards
observa con aprensión cómo en 1920 el potencial democrático del parlamen-
tarismo se actualiza al permitir el acceso de la clase media al poder político.
La entrada de los militares a la escena política en 1924 le demuestra que el
desafío de las clases subordinadas que ahora ascienden tendrán que con-
trarrestarse con una dictadura de nuevo cuño. En 1927, cuando asume el
poder supremo el Coronel Ibáñez, Edwards no busca ya insertar este expe-
rimento político en la tradición chilena. Esta estaba determinada fundamen-
talmente por lo que Edwards denomina la fuerza "espiritual" de la aristocra-
cia. Pero el liberalismo democrático ha socavado esa fuerza espiritual y es
causa de la decadencia aristocrática y de su pérdida de legitimidad. El "gran
servicio" que presta Ibáñez es "la reconstrucción radical del hecho de la
autoridad".10 El reconocimiento del puro "hecho de la autoridad" es necesa-
rio en vista de la carencia del apoyo que ha brindado tradicionalmente la
9
Ibídem, p. 403.
10
Edwards, La fronda aristocrática, p. 279.
146 ESTUDIOS PÚBLICOS
11
Cf. Carl Schmitt, Politische Theologie (Munich y Leipzig: Duncker &
Humblot, 1934), p. 83.
12
Cf. Cristian Gazmuri, "La influencia de O. Spengler en el pensamiento
histórico de Alberto Edwards V.", Perspectiva de Alberto Edwards V., edit. por María
Ignacia Alamos et al. (Santiago: Aconcagua, 1976), p. 71.
EL PENSAMIENTO CONSERVADOR DE ALBERTO EDWARDS 147
20
Cf. Renato Cristi y Carlos Ruiz, "Pensamiento Conservador en Chile (1903-
1974)", Revista Opciones, 9 (1986), p. 122.
21
Alberto Edwards, Bosquejo histórico de los partidos políticos chilenos
(Santiago: del Pacífico, 1976), p. 10.
150 ESTUDIOS PÚBLICOS
28
Ibídem, 13 de agosto, 1912.
29
Edwards, La organización política de Chile, p. 115.
152 ESTUDIOS PÚBLICOS
30
Alberto Edwards, "Discurso", Convención del Partido Nacional (1910),
p. 46.
31 Ibídem, p. 46.
32 Ibídem, p. 48.
33 Ibídem, p. 48. Cf.
Luis Diez del Corral, El liberalismo doctrinario (Madrid:
Instituto de Estudios Públicos, 1973), p. 120.
34
Ibídem, pp. 48-49.
EL PENSAMIENTO CONSERVADOR DE ALBERTO EDWARDS 153
35
Edwards, La organización política de Chile, p. 37.
36
Ibídem, p. 38.
EL PENSAMIENTO CONSERVADOR DE ALBERTO EDWARDS 155
37 Ibídem,p. 41.
38Ibídem, p. 38.
39Ibídem, p. 39.
40Ibídem, p. 49.
41 Cf. Gertrude Matyoka Yeager, Barros Arana's Historia General de Chile:
Politics, History and National Identify (Fort Worth: Texas Christian University Press,
1981), pp. 122-123.
42Edwards, La organización política de Chile, p. 55.
43Ibídem, p. 57.
156 ESTUDIOS PÚBLICOS
de los casos (...) una fuerza moral poderosa (...) podrá organizar o mol-
dear".44 Este período es visto por Edwards como una época fluctuante, de
"espontánea anarquía", y movida por "el deseo de establecer un régimen
constitucional".45 Lo que se busca, en verdad, es reemplazar la soberanía
personal de un dictador por la soberanía impersonal de una constitución. Pero
el curso histórico va a indicar que la falta de un liderazgo efectivo por parte
de una cabeza política va a impedir que una institucionalidad estable armonice
las divergencias que comienzan a notarse en el seno de la aristocracia.
Edwards no puede dejar de ver que ésta es fundamentalmente homogénea.
Nota "la similitud de intereses y tendencias, los lazos de parentesco" que
estrechan "espontáneamente a las clases conservadoras".46 Sin embargo, se
empiezan a delinear dos claras tendencias divergentes "cuya lucha formó por
largos años la esencia de nuestra historia política". Estas representan, por una
pane, "el espíritu conservador y tradicionalista", y por otra parte, "el ideal
revolucionario y democrático".47 La facción liberal-democrática se reunió en
torno a este último ideal.
La facción liberal buscaba esencialmente un gobierno constitucional,
es decir, uno limitado por la ley y respetuoso de la libertad individual.48
Inicialmente en su reacción a la dictadura de O'Higgins, la aristocracia en su
totalidad adoptó una postura liberal. Pero esto no duró mucho tiempo. El
debilitamiento de la autoridad ejecutiva pronto dio cabida a una intensa lucha
faccional. La aristocracia se dividió entre pelucones y pipiólos. El peluconismo
reunió a los grandes propietarios de la tierra, a los estanqueros y a los restos
del o'higginismo. La base social de los segundos era aquel sector aristocrá-
tico compuesto de "espíritus inquietos y sin consistencia, tribunos y conspi-
radores, ideólogos los unos, simples ambiciosos los más",49 es decir, los
intelectuales. Movidos por un utopismo libertario, éstos tenían "una fe ciega
en la virtud de las leyes escritas",50 lo que dio lugar a una serie de ensayos
constitucionales que aceleraron el desorden y la confusión. Es interesante
notar que Edwards tiene conciencia de la novedad del análisis social sobre el
que intenta fundar su estudio histórico. Los historiadores de este período, nos
44 Ibídem, p. 59.
45 Ibídem, pp. 62-63.
46Ibídem, p. 60.
47Ibídem, p. 62.
48Cf. Collier, Ideas and Politics of Chilean Independence, p. 304.
49 Edwards, La organización política de Chile, p. 62.
50Ibídem, p. 64.
EL PENSAMIENTO CONSERVADOR DE ALBERTO EDWARDS 157
51
Ibídem, p. 62.
52
Ibídem, p. 103.
53
Ibídem, p. 103.
158 ESTUDIOS PÚBLICOS
un medio para expresar sus convicciones políticas. Tiene razón Gazmuri, por
ejemplo, cuando afirma que Edwards es laxo en su aplicación de las catego-
rías spenglerianas a la historia de Chile. Me parece, sin embargo, más
importante notar la profunda influencia que ejerce Spengler, como pensador
conservador revolucionario, en el ideario político de Edwards. Esta influen-
cia la reconoce el propio Edwards. En un artículo, que se publica en Atenea
en 1925, confiesa: "Este libro [de Spengler] en cierto modo ha revolucionado
mi espíritu. Veo las cosas de otra manera después de haberlo leído".61
Ciertamente Edwards absorbe el sentimiento de desastre inminente que exuda
Spengler. "En épocas como la nuestra (...) la civilización y la vida misma
carecen para todos de sentido exacto; (...) el porvenir se nos antoja una
catástrofe o una quimera (...)"62 A la vez, capta y absorbe el giro revolucio-
nario de las tesis conservadoras de Spengler. Aunque el conservantismo
revolucionario es un movimiento típicamente alemán, Edwards aplica al caso
chileno lo sustancial de su ideario, tal como lo expresa Spengler. Desarrollaré
esta tesis con más detalle en la cuarta parte de este trabajo.
En 1920 Alessandri asume la presidencia y confirma la "derrota del
patriciado".63 Una nueva fuerza social, externa al sistema vigente, ingresa a
la escena política: la clase media. La atención de Edwards se concentra
particularmente en un segmento de aquella clase, lo que llama "la clase media
intelectual". Esta subclase es el agente social que mueve el cambio político.
Su origen se debe al "progreso de la industria, del comercio, de la adminis-
tración y de la enseñanza, junto con las transformaciones espirituales en el
sentido igualitario y urbano que caracterizan a la época". Pero de todos estos
factores el que tiene más peso es la educación. Edwards responsabiliza al
liberalismo chileno por el desarrollo artificial de una educación secundaria
"erudita y libresca", que desprecia la enseñanza técnica y científica. Si a ella
se suma "el desprecio hereditario de la raza por el trabajo manual y aun por
el comercio", el resultado es ese segmento pequeño-burgués que vive "mu-
riéndose de hambre y almacenando silenciosamente sus rencores". Junto a
este segmento mesocrático aparecen otros "de formación más natural y
robusta". Piensa Edwards en aquel sector ligado a la industria y al comercio.
Pero al igual que el "proletariado intelectual" de las ciudades, este segmento
ahora expresa pueden ser las mismas, pero la nueva situación que enfrenta
Chile, situación de "revoluciones trascendentales, de movimientos enérgicos,
decisivos y sin matices", lo conducen por una senda muy distinta. Existe
prueba testimonial que Edwards, un año más tarde y con posterioridad al
golpe militar de septiembre, intenta persuadir a uno de los líderes de la
revolución en el sentido de tomar posturas más enérgicas y decisionistas. El
general Carlos Sáez da la siguiente cuenta de la visita que recibiera de
Edwards en diciembre de 1924: "Sólo una vez tuve, en el mes de diciembre,
una entrevista con un hombre verdaderamente patriota y de talento, que me
dispensó el honor de una visita. Me refiero a don Alberto Edwards. Como
Diógenes, el señor Edwards buscaba en aquellos días un hombre capaz de
comprender las exigencias del momento histórico que estábamos viviendo.
'Esto no sirve, mayor -me dijo al despedirse, después de una larga conver-
sación-, aquí hace falta el hombre capaz de realizar la obra que ustedes han
comenzado con mucho patriotismo, pero sin plan alguno. Es preciso dar con
el hombre. Sin eso, perderán el tiempo' ",68 Hay que tomar en cuenta que el
manifiesto militar del 11 de septiembre señalaba: "No hemos alzado ni
alzaremos un caudillo, porque nuestra obra debe ser de todos y para todos".69
A los ojos de Edwards esto debía constituir un grave error político.
El testimonio del general Sáez, revelador de un aspecto cuasi-
conspiratorio en la actividad política de Edwards, muestra la dirección que
había tomado su ideario político. No se equivoca cuando observa que el
rápido ascenso del coronel Ibáñez a la cúspide de la jerarquía militar corres-
ponde a lo anhelado por Edwards. En sus Memorias escribe: "El Comité
revolucionario que preparó el asalto del 23 de enero había reconocido al
mayor Grove por jefe de esa empresa atrevida. Grove cedió el puesto al
camarada más antiguo, dejando el paso libre al comandante Ibáñez. Fue así
como entró en escena el hombre tan patrióticamente esperado por don Alber-
to Edwards".70 A partir de este momento, Ibáñez, ocupando el cargo de
Ministro de la Guerra, se convierte en la figura decisiva de la política chilena.
No es accidental que en el momento en que Ibáñez afirme definitivamente su
posición dentro del gobierno, Edwards inicie una estrecha colaboración per-
sonal con él. El 20 de noviembre de 1926, al entrar en funciones el Ministerio
Rivas-Matte, Edwards jura como Ministro de Hacienda. Con la formación de
este Ministerio el coronel Ibáñez da el golpe de autoridad decisivo que
Ibáñez, Edwards, quien ha salido del gobierno con la caída del Ministerio
Rivas-Matte, se reincorpora a la administración pública en posiciones de
cierto rango. En agosto de 1927 se le nombra Jefe del Departamento de
Geografía Administrativa del Ministerio del Interior, y en 1929 es designado
representante chileno en la Exposición de Sevilla. De vuelta en Chile, en
1930, se le nombra Conservador del Registro Civil. Desde octubre de ese año
hasta el 28 de abril de 1931 forma parte del gabinete de Ibáñez como Ministro
de Educación.76
El testimonio del general Sáez y un Memorándum redactado por
Edwards mismo y publicado en El Mercurio el 10 de abril de 1932, pocos
días después de su muerte, iluminan su estrecho compromiso político con la
dictadura de Ibáñez. En el Memorándum, un documento fundamentalmente
apologético, Edwards intenta distanciarse del régimen político y financiero
impuesto por el gobierno de Ibáñez. Contiene su visión crítica del manejo de
las finanzas públicas y un cierto escepticismo por "el socialismo de Estado"
vigente. Considera a este último un "régimen muy caro" y aconseja una
drástica reducción del gasto fiscal. En sus innumerables reuniones con Ibáñez
le sugiere el nombramiento de Pedro Blanquier por "sus ideas individualistas
en economía social". Edwards reconoce que ha llegado el momento de "ser
individualistas por necesidad". Una de tales entrevistas revela la confianza y
el respeto que inspira Edwards en Ibáñez. En un momento, a solas, Ibáñez le
dice: "Don Alberto (...), es Ud. el hombre que más [confianza] me inspira;
no me abandone (...) Tengo en Ud. tanta confianza como si fuera mi padre".77
El relato de Sáez involucra a Edwards a partir de los primeros días de
julio de 1931, en los últimos instantes del gabinete presidido por Froedden.
Para la solución de esa crisis ministerial, Ibáñez solicita el consejo de Edwards.
En contradicción con lo expresado por Edwards en su Memorándum, Sáez
señala que la recomendación que Ibáñez recibe de Edwards es la siguiente:
su Ministerio debe quedar constituido por militares. Ibáñez, y luego Edwards
mismo en un encuentro personal, le indican a Sáez que este es el contenido
de su recomendación. "El hecho es ése: don Alberto Edwards habló al
Presidente de un Ministerio militar (...) Se trataba, según él, de 'una opera-
ción quirúrgica', y para eso podía ser suficiente la mano firme de un mili-
3. Edwards: liberal-conservador
Esta primera época del pensamiento de Edwards está cruzada por una cues-
tión fundamental: ¿dónde se encuentra el fundamento de la autoridad?, ¿sobre
qué base reposa la autoridad política?, ¿qué fuerzas sociales sostienen la
superestructura estatal? Esta cuestión está determinada, obviamente, por la
necesidad de asegurar la legitimidad del régimen parlamentario que se im-
pone tras la derrota de Balmaceda en 1891. En su respuesta se observa el
timbre conservador de su pensamiento. La autoridad "reposa en el apoyo de
una alta clase social, unida y poderosa";88 "el eje principal de la política
conservadora [es] el apoyo de las clases dirigentes rodeando al Ejecutivo";89
"la fuerza de la organización chilena no residía tan sólo en la gran autoridad
de los presidentes, sino en el apoyo moral e inerte de una sociedad sana,
unida, afecta al orden por sentimientos e intereses".90
La autoridad, en segundo lugar, es esencialmente autoridad estatal; es
decir, centro de poder político autónomo, cabeza o cumbre suprema que se
alza por encima del poder fundante de la aristocracia. Su modelo es el
instaurado por Portales. Ve a Portales como capaz de "agrupar las fuerzas
sociales en torno de un poder vigoroso";91 su primer pensamiento fue "el de
fortalecer el Ejecutivo, otorgándole casi todos los poderes del Estado"; los
constituyentes de 1833 le dieron al país lo que necesitaba: "una cabeza
fuerte".92 Este segundo aspecto está determinado esta vez por la desilusión
que sufre Edwards con la forma política que adopta el régimen pos-
balmacedista. El parlamentarismo ha permitido que se desdibuje la línea que
separa al Estado de la sociedad civil. La aristocracia, la fuerza social en que
se apoya una autoridad estatal separada e independiente, ha adoptado un
espíritu de fronda y se ha instalado en la cima del poder. Esto significa la
disolución del núcleo político -la figura del Presidente- en que se concentra-
ban las fuerzas sociales. Son los presidentes chilenos los que consolidan la
integración aristocrática, lo que a su vez asegura la integración de los círculos
sociales que se le subordinan.
Es esencial, según Edwards, mantener la separación de los planos de
acción social y política. Si en el plano social el predominio de la aristocracia
chilena es absoluto, la pretensión de expresar ese dominio políticamente tiene
un efecto desintegrador. El régimen oligárquico, es decir, el predominio
88 Ibídem, p. 34.
89 Edwards, Bosquejo histórico de los partidos políticos chilenos, p. 61.
90Edwards, El gobierno de don Manuel Montt, p. 403.
91 Edwards, Bosquejo histórico de los partidos políticos chilenos, pp. 31-32.
92 Ibídem, p. 35.
EL PENSAMIENTO CONSERVADOR DE ALBERTO EDWARDS 169
sal concreto. Por eso es que liberales como como Lastarria encuentran su
tarea prácticamente hecha. Su argumento no requiere sino mostración histó-
rica: apuntar hacia 1810. Los liberales chilenos del siglo pasado escriben
historias de Chile y ganan el argumento en forma convincente. Pero a la vez
esta fácil victoria condena al liberalismo a la superficialidad.
Posiblemente la característica más notable del liberalismo chileno es
la síntesis que realiza con la legitimidad democrática, que se asienta en Chile
con una fuerza irresistible. Lo reconoce Edwards en el siguiente texto: "Así
como la revolución democrática de Europa hubo de respetar en las formas si
no en el fondo la legitimidad monárquica, para imponerse, nuestros consti-
tuyentes debieron asimismo poner a la cabeza de las instituciones el recono-
cimiento de la soberanía del pueblo. En la práctica un dogma podía valer
tanto como el otro, pero así y todo, el estadista ha de tener en cuenta las
creencias dominantes, por absurdas que ellas sean".95 Sin embargo, su rea-
lismo le permite ver que aunque "la legitimidad teórica ha continuado siendo
en la América Latina la voluntad popular, (...) aquí como en Roma, la
usurpación de esa voluntad, incapaz de manifestarse e imponerse, ha llegado
a ser la regla casi sin excepción".96 El conservantismo de Edwards sólo
rechaza la versión chilena del liberalismo con su compromiso con la demo-
cracia y la soberanía popular. Su versión es perfectamente compatible con el
liberalismo clásico de Hume y Burke, de Constant y Tocqueville. El Edwards
de esta primera época no tendría reparos en subscribir la autodefinición
política de Lord Macaulay ante el parlamento inglés: "Por myself, Sir, I hope
that I am at once a Liberal an a Conservative Politician",97
4. Edwards: conservador-revolucionario
de liderazgo carismático. "El estadista nato está siempre más allá de la verdad
y la falsedad".103
La predilección por la historia como canal de expresión de sus ideas
políticas es posiblemente el rasgo que marca la peculiaridad de Spengler
dentro del movimiento conservador revolucionario. En el primer volumen de
La decadencia de Occidente, Spengler distingue entre "forma y ley", es decir,
entre "imagen y concepto, símbolo y fórmula".104 Ley, concepto y fórmula
constituyen el lenguaje de las ciencias naturales, en tanto que forma, imagen
y símbolo el de las ciencias históricas. El dentista natural busca reproducir
imitativamente el curso natural de los eventos y desarrolla así lo que Spengler
denomina "morfología sistemática". El historiador, en cambio, interpreta,
busca el sentido de las cosas, realiza una verdadera fisonomía, es decir, juzga
el carácter interno por las apariencias externas. El principio interno o alma
que intenta descubrir la historiografía en tanto que "morfología orgánica",105
se manifiesta externamente en instituciones culturales y políticas, estilos
arquitectónicos, organizaciones económicas. La historia misma no es sino la
manifestación ciega y necesaria de ese principio interno. "La reproducción
imitativa, el trabajo historiográfico con fechas y cantidades es sólo medio y
no un fin".106 Lo que guía a Spengler es el intento de descubrir el alma que
dirige el movimiento de la historia, que vivifica y sostiene la cultura de un
pueblo, y que muere cuando una cultura declina y deviene civilización. En
el segundo volumen de La decadencia de Occidente queda claramente a la
vista el sentido de la obra de Spengler. Su elaboración historiográfica, de
valor altamente conjetural por lo demás, aparece allí como el vehículo de un
pensamiento histórico cuya manifestación más definida y completa es la
política. "Denominamos 'historia' al curso existencial humano en tanto que
movimiento, generación, estamento, pueblo, nación. 'Política' es el modo
como este curso existencial se manifiesta, crece y triunfa sobre otros cursos
vitales".107 Esta identidad entre historia y política en Spengler justifica su
elección de la historiografía como el medio más adecuado para exponer su
pensamiento conservador.
Edwards, para quien también la historiografía constituye el canal
predilecto para la exposición de sus ideales políticos, es perfectamente fiel a
103
Ibídem, vol. II, p. 548.
104
Oswald Spengler, Der Untergang des Abendlandes, vol. I: Gestalt und
Wirklichkeit (Munich: Beck, 1923), p. 136.
105
Ibídem, vol. I, p. 134.
106
Ibídem, vol. I, p. 136.
107
Ibídem, vol. II, p. 545.
EL PENSAMIENTO CONSERVADOR DE ALBERTO EDWARDS 173
124
Ibídem, p. 289.
125
Ibídem, p. 278.
EL PENSAMIENTO CONSERVADOR DE ALBERTO EDWARDS 177
126
Ibídem, pp. 278-279.
127
Ibídem, pp. 275-276.
178 ESTUDIOS PÚBLICOS
128Ibídem, p. 279.
129 Spengler, Der Untergang des Abendlandes, vol. II: Welthistorische
Perspektiven, pp. 518-521.
130Ibídem, vol. II, pp. 537-538.
131 Edwards, La fronda aristocrática, p. 135.
132Ibídem, p. 291.
EL PENSAMIENTO CONSERVADOR DE ALBERTO EDWARDS 179
133Ibídem, p. 285.
134 Ibídem, p. 248.
135 Walter Struve, Elites Against Democracy. Leadership Ideáis in Bour-
geois Political Thought in Germany (Princeton: Princeton University Press, 1973),
p. 260.
180 ESTUDIOS PÚBLICOS
*
Ingeniero Comercial, Universidad de Chile. Magíster en Finanzas, Universi-
dad de Chile, Ph. D. (c) en Economía, U.C.L.A.
**
Ingeniero Comercial Chile. M. A. en Economía, U.C.L.A.
182 ESTUDIOS PÚBLICOS
I. Revisión de la literatura
C
¿ uáles son los principales motores del crecimiento económico?,
¿por qué ciertas economías crecen más rápido que otras? La literatura eco-
nómica ha intentado responder a este tipo de preguntas desde dos grandes
perspectivas. Una se concentra en la construcción de modelos teóricos que
permitirían explicar estos hechos, y la otra enfatiza la importancia de la
política económica, especialmente aquella relacionada con la apertura al
comercio exterior y las distorsiones internas, en el desempeño de los países.
En este artículo nos concentraremos en el primer enfoque. Una excelente
revisión de la literatura relacionada con el segundo enfoque es presentada en
Edwards (1989).1
La "nueva teoría del crecimiento económico"se enmarca en el primer
grupo.2 Estos modelos están basados en el trabajo de Solow (1956) sobre
crecimiento económico, cuya principal conclusión es que la tasa de creci-
miento del producto está determinada exógenamente en el equilibrio estable
y es igual al crecimiento (exógeno) de la población más la tasa de mejora-
miento (exógena) de la tecnología. Es decir, el crecimiento del ingreso per
cápita depende exclusivamente del crecimiento exógeno de la tecnología.
Cass (1965) y Koopmans (1965) desarrollaron modelos de crecimiento óp-
timos, obteniendo conclusiones similares a las de Solow (1956). Según estos
modelos, los países convergen al mismo equilibrio de largo plazo, sin impor-
tar el punto de partida (salvo por el hecho de que si parten con una menor
dotación de capital per cápita se demoran más en llegar al estado estaciona-
rio). Sin embargo, los países han crecido a tasas muy distintas, por períodos
bastante largos, y la convergencia hacia un mismo equilibrio parece no haber
ocurrido (ni estar ocurriendo).
Son precisamente estos hechos los que han motivado una reformulación
de la teoría neoclásica de crecimiento económico en los últimos años. Romer
1
Véase también Harberger (1985), quien presenta un estudio de casos de
distintos países y entrega lecciones de política económica que inducirían crecimiento
económico.
2
Para un resumen de esta literatura véase Ehrlich (1990).
EL IMPACTO DE LA INVERSIÓN EN CAPITAL HUMANO E INVESTIGACIÓN 183
10
Véase Romer (1986).
11
Véase Adams (1990).
EL IMPACTO DE LA INVERSIÓN EN CAPITAL HUMANO E INVESTIGACIÓN 189
1. Crecimiento económico
18
A1 respecto véase Dixit (1988).
EL IMPACTO DE LA INVERSIÓN EN CAPITAL HUMANO E INVESTIGACIÓN 193
CUADRO Nº 1
Tasas de crecimiento (%)*
Países 1960-65 1965-70 1970-75 1975-80 1980-88
Cabe destacar que entre los países desarrollados, Japón muestra las
más altas tasas de crecimiento para todo el período, con una baja en los 70
y 80 respecto de la década de los 60; incluso en esta última encabeza el grupo
de países seleccionados, pero es superado a partir de los 70 por Corea y
Singapur con tasas entre 5 y 9 por ciento.
Entre los países latinoamericanos se aprecian fuertes fluctuaciones en las
tasas de crecimiento por efectos cíclicos. Colombia es el único país que presenta
un crecimiento positivo sostenido para todo el período, en tanto que los restantes
muestran, al menos, un período con tasas de crecimiento negativo. Por otro lado,
Chile es el que muestra las más altas fluctuaciones en tasas de crecimiento. Pese
a lo anterior, a partir de 1975 el rendimiento chileno promedio es consistentemente
superior al promedio de América Latina (Gráfico Nº 1).
194 ESTUDIOS PÚBLICOS
0.1
Tasas anuales de crecimiento
0.05
-0.05
1960-1965 1965-1970 1970-1975 1975-1980 1980-1988
19 Estas cifras han sido calculadas para ser comparables a través de los países,
por lo que éstas no coinciden necesariamente con las cifras mostradas en las Cuentas
Nacionales de cada país.
EL IMPACTO DE LA INVERSIÓN EN CAPITAL HUMANO E INVESTIGACIÓN 195
CUADRO Nº 2
Tasas de inversión y crecimiento económico (%)*
*Promedios anuales.
Fuente: Summer y Heston (1988).
CUADRO Nº 3
Alumnos matriculados por niveles*
triculados, tanto para los países del sudeste asiático como los latinoamerica-
nos, alcanzando niveles todavía bastante por debajo de los desarrollados. Del
grupo de países analizados, Estados Unidos presenta la tasa más alta de
alumnos matriculados, la que aumenta de 86 a 99 por ciento; Francia presenta
entre los desarrollados el aumento más importante que va de una tasa del 46
en 1960 a un 96 por ciento en 1985. En cuanto a crecimiento de la tasa de
alumnos matriculados, el caso más notable es Corea, que entre los años 1960
y 1985 aumenta del 27 al 95 por ciento; Singapur también muestra un avance
notable desde un 32 a 71 por ciento, en tanto que entre los latinoamerica-
nos Brasil y Venezuela aún estarían por debajo del 50 por ciento en 1985,
pese a que ambos experimentaron un crecimiento sobre el ciento por ciento
durante el período 1960-1985. En 1985 Argentina, Uruguay y Chile presen-
EL IMPACTO DE LA INVERSIÓN EN CAPITAL HUMANO E INVESTIGACIÓN 197
tan las más altas tasas de matrícula, del orden del 70 por ciento, observándose
que ya en 1960 Uruguay y Argentina tenían las tasas más altas. Chile era el
tercero en Latinoamérica, pero con cifras muy similares a Venezuela; sin
embargo durante el período de análisis se distanció considerablemente de éste.
Aparentemente, recién en el año 1985 (asumiendo metodologías compara-
bles) los países menos desarrollados habrían alcanzado las tasas que tenían
los desarrollados en 1960.
Otras estadísticas interesantes de analizar son las relacionadas con la
educación superior. En el Cuadro Nº 4 aparecen cifras de alumnos matricu-
lados en educación superior o en el tercer nivel por cada 100.000 habitantes.
Estas cifras fueron tomadas del Statistical Yearbook de la UNESCO. Nue-
vamente las cifras deben ser tomadas con cuidado, puesto que la metodología
para computar estudiantes en la educación superior puede ser distinta entre
los países. Otra diferencia se puede deber a que las estructuras de edades
cambian a través del tiempo y de los países. Por ejemplo, un súbito aumento
de la población hoy día tendría un impacto en el número de alumnos en el
tercer nivel de educación por cada 100.000 habitantes sólo 18 a 25 años más
tarde. Por otro lado, una fuerte tasa de crecimiento de los estudiantes indica-
ría que el sistema educacional en ese país es capaz de proveer los medios
necesarios para satisfacer las necesidades del aumento de la población. Sin
embargo, debemos ser cautelosos en las comparaciones entre países; por
ejemplo, en el caso de los desarrollados frente a los menos desarrollados
debemos considerar que los primeros poseen una proporción de jóvenes en
la población relativamente más baja.
El liderazgo, como se aprecia en el Cuadro Nº 4, en términos de
estudiantes, lo tiene EE. UU. En el período bajo análisis y entre los países
menos desarrollados, Corea (que es el segundo en el ranking de países),
Ecuador y Uruguay parecerían estar haciendo el esfuerzo más destacable en
cuanto a aumentar el nivel educacional de la población en lo que se refiere
al tercer nivel. Otro hecho destacable en el Cuadro Nº 4 es que el nivel
alcanzado por los países latinoamericanos sería bastante similar al de los
países europeos. Tal como se dijo, creemos que en esta última comparación
la estructura de edades de la población es fundamental para explicar este
fenómeno.
Nótese que a esta altura no podemos hablar de causalidad entre nivel
educacional y crecimiento económico. La pregunta es qué causa qué. Lo
único que podemos decir es que la cobertura de la educación ha aumentado
en forma importante en los países menos desarrollados, como grupo, en las
últimas décadas. No debemos dejar de mencionar que las diferencias en la
calidad de la educación constituyen un factor relevante que no hemos podido
198 ESTUDIOS PÚBLICOS
CUADRO Nº 4
Tercer nivel educacional*
3. Investigación y desarrollo
CUADRO Nº 5
Gastos en I&D/PGB (%)*
Países
Desarrollados
Alemania 2,1(73) 2,1(77) 2,5(81) 2,7(85)
Estados Unidos 2,3(73) 2,3(79) 2,7(83) 2,8(86)
Francia 1,8(71) 1,8(78) 2,3(85) 2,3(86)
Japón 1,9(74) 2,1(79) 2,6(83) 2,8(86)
Reino Unido 2,3(69) 2,1(75) 2,2(83) 2,3(86)
Menos desarrollados
Asia
Corea del Sur 0,3(73) 0,6(79) 1,1(83) 1,8(86)
Singapur n. d. 0,2(78) 0,3(81) 0,9(87)
Latinoamérica"
Argentina 1,1(72) 0,9(80) 0,4(81) n. d.
Brasil 0,3(74) 0,6(78) 0,7(82) 0,4(85)
Chile n. d. 0,5(78) 0,4(80) 0,5(87)
Colombia 0,1(71) n. d. 0,1(82) n. d.
Ecuador 0,3(70) 0,2(76) 0,4(79) n. d.
México 0,2(71) 0,2(75) 0,6(84) n. d.
Perú 0,4(70) 0,3(76) 0,6(80) 0,2(84)
Venezuela 0,2(70) 0,6(77) 0,3(81) 0,4(85)
en los 15 años analizados. Todos ellos, excepto el Reino Unido, han aumentado
el gasto relativo en I&D desde cerca del 2 por ciento a comienzos de los 70 hasta
cerca del 3 por ciento a mediados de los 80. Además, el mismo parece no ser
afectado por los movimientos cíclicos de la economía. A comienzos de los 70
el liderato estaba claramente en Estados Unidos y el Reino Unido, 2,3 por ciento
ambos; sin embargo el rápido crecimiento de Japón y el estancamiento inglés
implicaron que ahora el liderato esté en manos japonesas y estadounidenses, con
un 2,8 por ciento.
Otro aspecto que llama la atención es el rápido crecimiento del gasto
relativo en I&D en dos de los llamados "Tigres del Asia", Corea del Sur y
Singapur. Corea, que tenía en 1973 un gasto similar a los países de Latino-
américa, 0,3 por ciento, lo duplicó en 6 años, y lo triplicó en los siguientes
7 años, alcanzando en 1986 un nivel levemente inferior al de los países
desarrollados, 1,8 por ciento. Singapur, por su parte, tenía en 1978 un gasto
menor que casi todos los países de América Latina, con sólo un 0,2 por
ciento; sin embargo en 1987 ya se distanció de éstos y comienza a acercarse
al grupo de avanzada, con un 0,9 por ciento.
En el caso de los países latinoamericanos hay dos hechos que llaman
la atención: primero, el bajo nivel de inversión en I&D y su variabilidad
(ciertamente afectada por los ciclos económicos). El caso más patético parece
ser el argentino, pues en 1972 estaba cerca de los desarrollados, con un 1,1
por ciento, para caer en 1981 a un 0,4 por ciento. Sólo México muestra una
tendencia creciente en el gasto en I&D, desde 0,2 por ciento en 1971 a 0,6
por ciento en 1984. Chile, por su parte, muestra un gasto en I&D estable en
los últimos 9 años, 0,5 por ciento, aunque por cierto insuficiente. Destaca
también el caso de Colombia, país que sólo dedica un 0,1 por ciento de su
PGB a I&D, sin haber mostrado progreso en 11 años.
El Cuadro Nº 6 presenta la densidad de científicos e ingenieros dedi-
cados a la I&D.21 Nuevamente aparece clara la diferencia entre los países
desarrollados y el resto. Mientras los primeros presentan en todos los años
analizados un número de científicos e ingenieros por millón de habitantes
superior a los mil (1.000), los latinoamericanos están cerca de los cuatrocien-
tos (400). Aquí también se observa un fuerte y sostenido crecimiento en la
densidad de científicos dedicados a la I&D en los países desarrollados. A
diferencia del gasto relativo en I&D, aquí el liderato no lo tiene Estados
Unidos. Japón es, y lejos, el país con mayor densidad de científicos e
CUADRO Nº 6
Científicos e ingenieros dedicados a I&D/millón de habitantes*
Países
Desarrollados
Alemania 1.610(73) 2.078(81) 2.354(85)
Estados Unidos 2.470(73) n. d. 3.282(86)
Francia 1.180(71) 1.363(79) 1.898(86)
Japón 3.420(74) 3.608(79) 4.853(87)
Reino Unido 1.419(75) 1.545(78) n. d.
Menos desarrollados
Asia
Corea del Sur 180(73) 418(79) 1.120(86)
Singapur 170(74) 198(78) 1.287(87)
Latinoamérica**
Argentina 300(72) 285(80) 360(82)
Brasil 80(74) 208(78) 390(85)
Chile 510(69) 580(75) 432(87) *
Colombia 50(71) n. d. 40(82)
Ecuador 100(70) 190(79) 259(82)
México 80(71) 101(74) 216(84)
Perú 120(70) 247(76) 273(81)
Venezuela 260(73) 128(77) 279(83)
de Chile no son comparables con los de los restantes países, pues incluyen
técnicos dedicados a la I&D. Brasil presenta un crecimiento interesante, al pasar
de 80 científicos e ingenieros por millón de habitantes en 1974 a 390 en 1985.
México y Ecuador presentan también importantes crecimientos; el primero
desde 80 en 1971 a 216 en 1984 y el segundo desde 100 en 1970 a 259 en 1982. En
estos tres casos el nivel inicial era muy bajo, por lo que, pese al rápido crecimiento
mostrado, la densidad en esos países sigue siendo baja.
¿Qué lecciones podemos extraer de todo esto? Claramente se aprecia
una diferencia significativa en los niveles y estabilidad de las variables
analizadas, entre los países desarrollados y los menos desarrollados. Por otra
parte, el caso de Corea del Sur y Singapur es ejemplificador. A comienzos
de los 70 todo indica que eran similares a los países latinoamericanos; sin
embargo un fuerte esfuerzo en I&D ha hecho que a fines de los 80 presenten
cifras más parecidas a los países desarrollados. Que durante este período hayan
mostrado además tasas de crecimiento económico espectaculares no parece
ser casualidad. Sería interesante analizar este caso con más detalle para ver
si esto fue el resultado de políticas específicas o no. Por último, el caso de
los países de América Latina da para reflexionar; nos hemos quedado estan-
cados en este aspecto que es crucial para el desarrollo de los países. De este
hecho no escapa Chile, pues en todas las variables analizadas no muestra gran
progreso. Sin embargo, debemos destacar que Chile muestra más estabilidad
en estas variables que los otros países latinoamericanos.
Para terminar, una nota de cautela. Del análisis previo se podría ar-
gumentar que la causalidad es la contraria, es decir, mayor ingreso per cápita
induce más inversión en I&D. Esto sugiere que más trabajo empírico es
necesario en esta área. Sin embargo, el mayor nivel de I&D permite sostener
el ingreso per cápita alto. Esto último indicaría que hacer un esfuerzo en I&D
en el presente sería rentable a mediano plazo.
IV. Conclusiones
22
Véase Labbé y Vatter (1988).
EL IMPACTO DE LA INVERSIÓN EN CAPITAL HUMANO E INVESTIGACIÓN 203
23
Véase Harberger (1985).
204 ESTUDIOS PÚBLICOS
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ESTUDIO
EL IMPACTO DE LAS
POLÍTICAS AUTORITARIAS
A NIVEL LOCAL
Implicancias para la consolidación democrática en Chile*
Alfredo J. Rehren**
1
El régimen chileno que emergió en septiembre de 1973 ha sido caracterizado
por la mayoría de los estudiosos como "autoritario-corporativo" o "burócrata-auto-
ritario", y la mayoría de los análisis se han llevado a cabo dentro del marco de una
vasta literatura ya existente sobre el tema. Véase David Collier, ed., The New
Aulhoritarianism in Latin America (Princeton: Princeton University Press, 1979);
Ruth Collier y David Collier, "Inducements Versus Constraints: Disaggregating
Corporatism", APSR 73 (diciembre, 1979): 967-986; James Malloy, ed., Autho-
ritarianism and Corporatism in Latin America (Pittsburgh: University of Pittsburgh
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Stitch, eds., The New Corporatism (Notre Dame: Notre Dame University Press, 1974;
Philippe C. Schmitter "Paths to Political Development in Latin America", en Changing
Latin-America: New Interpretations of Its Politics and Society, ed. Douglas A. Chalmers
(Nueva York: The Academy of Political Science, 1972); Alfred Stepan, The State and
Society: Perú in Comparative Perspective (New Haven: Princeton University Press,
1978); Howard J. Wiarda, Corporatism and National Development in Latin America
(Boulder, Co.: Westview Press, 1981). Entre los trabajos más relevantes sobre el caso
chileno están el de Manuel A. Garretón, El Proceso Político Chileno (Santiago de
EL IMPACTO DE LAS POLÍTICAS AUTORITARIAS A NIVEL LOCAL 209
gastaban en salarios, que entre 1960 y 1966 promediaban 60 por ciento del
presupuesto municipal.18 En 1970 se estimaba que los gobiernos locales
gastaban alrededor del 80 por ciento de sus ingresos en sueldos y beneficios
sociales.19 El porcentaje del presupuesto que se gastaba en proyectos en
ejecución o en proyectos nuevos disminuyó de un 13 por ciento en 1960 a 9
por ciento en 1966. Como era de esperar, mientras el aumento en la inversión
del gobierno central fue de 45 veces desde 1960 a 1965, el aumento de la
inversión del gobierno local para el mismo período aumentó sólo dos veces.20
Algunos críticos argumentaron que las municipalidades eran corruptas y que
sacaban recursos de la comunidad para asignarlos a sueldos, beneficios per-
sonales y contratos manipulados por regidores que permanecían en sus puestos
por períodos consecutivos.21 Pero si la función principal del gobierno local
era la de proporcionar servicios a la comunidad, se necesitaba una coordinación
de recursos y de responsabilidades más racional, que además requería que el
gobierno central asignara más recursos financieros a los consejos locales.22
Cada cuatro años había elecciones municipales en forma regular, las
que además eran fuertemente disputadas, pero sin que ninguno de los partidos
lograra entre 1935 y 1971 obtener más del 30 por ciento de los votos, excepto
el Partido Demócrata Cristiano, el que en 1967 obtuvo el 36 por ciento.23 Sin
embargo no existía participación de la comunidad en la toma de decisiones
municipales. Como lo expresara un prominente defensor de la reforma
municipal durante el gobierno de Frei, el sistema municipal no "concretó la
participación ciudadana en la estructura municipal a través de una simple
elección cada cuatro años".24 En efecto, después de votar el ciudadano no
tenía ningún poder para intervenir en la solución de problemas de la comu-
nidad. La municipalidad era un cuerpo aislado de toma de decisiones sin
ningún constituyente organizado importante que pudiera entregar apoyo para
un proyecto dado.25 Un estudio en los años 60 demostró que alrededor de la
dos a ser "el canal orgánico más importante de expresión de los ciudadanos...
incompatible con la politiquería".70 No obstante, su transformación en un
servicio público con el alcalde nombrado directamente por el Presidente
representa no sólo una contradicción con este principio sino una meta utópi-
ca, imposible de alcanzar bajo un contexto autoritario. En lo que respecta a
los gremios, éstos fueron llamados a "defender sus intereses corporativos" y
a ser "un canal técnico de participación"; sin "aceptar que sus objetivos
fueran distorsionados por una instrumentalización partidista de ellos".71
El régimen militar también requirió que las organizaciones multi-
gremiales ya existentes en casi todas las áreas del país "fueran una importante
plataforma para ayudar a implementar en el ámbito regional o territorial
correspondiente, los mismos conceptos de participación social y tec-
nificación".72 Lo que resulta innovativo de esta proposición es que el régi-
men abrió en los niveles regional y local un nuevo espacio para canalizar la
influencia gremial en la toma de decisiones a todos aquellos gremios activos
y organizados que ayudaron a derribar el gobierno de Allende, y que pidieron
una participación activa. La proposición es relevante porque une en el nivel
territorial organizaciones funcionales con municipalidades o gobiernos re-
gionales, y que más tarde se materializaría en la implementación de consejos
regionales y locales de desarrollo. La iniciativa tendió también a duplicar en
lo local un esquema de intermediación de intereses y representación funcio-
nal practicado a nivel nacional por años, pero ahora bajo el amparo de un
régimen autoritario.
Los militares introdujeron así una reconceptualización básica de la
política local chilena, que excluía la competencia entre los partidos y que
intentó cambiar su naturaleza clientelística. Se esperaba que los gremios
articularan demandas tanto horizontalmente (por medio de organizaciones
territoriales) como verticalmente (por áreas económicas). El proyecto pro-
porcionó al régimen un espacio potencial de manipulación y cooptación a
todos los niveles territoriales. Además, el nombramiento de alcaldes civiles
por el Presidente y de oficiales de alta jerarquía como intendentes y gober-
nadores provinciales permitió al régimen penetrar profundamente en la loca-
lidad y ejercer un fuerte control sobre lo servicios públicos y la burocracia.
Los partidos políticos no sólo fueron excluidos de la política local sino que
también perdieron aparentemente control de un componente clave de la red
nacional de articulación con la cual satisfacían a su clientela electoral. La
burocracia fue fuertemente reducida de acuerdo con la ideología de mercado
que privatizó las actividades económicas previamente manejadas por el Esta-
do, y la puso bajo la dirección de una tecnocracia políticamente leal al
régimen.
Desde un comienzo el régimen militar expresó su clara intención de
imponer un plan hegemónico. La necesidad de establecer una legitimidad en
torno a nuevos valores, tales como el liberalismo económico, la tecnocracia
y una "nueva democracia" sin "los vicios del pasado" fueron más allá de la
mera aplicación de la fuerza e incluyeron transformaciones estructurales
como también el intento de creación de una "cultura autoritaria".73 El go-
bierno declaró que no se limitaría a ser "una administración provisional" o
un "gobierno administrativo, algo así como una especie de paréntesis entre
dos gobiernos partidistas".74 De acuerdo con Pinochet, la "formación de una
mentalidad diferente", la aparición de "costumbres cívicas renovadas y salu-
dables" y el "desarrollo de una nueva generación de civiles impregnada de
estos nuevos valores" eran todos necesarios.75
Curiosamente, la Ley Municipal de 1976 que consideró la organiza-
ción de consejos comunales de desarrollo y los proyectos para regular su
creación y su funcionamiento de acuerdo con lo estipulado en la Constitución
de 1980 no fueron nunca implementados.76 Esta situación contrasta muchí-
simo con las palabras pronunciadas por el Ministro del Interior en el Quinto
Congreso de Alcaldes, celebrado en 1983: "Parte del proceso de institu-
cionalización está centrado en la comuna y en la medida en que el proceso...
tenga éxito... permitirá (al nuevo régimen) ser más sólido y estable".77 Hay
indicios de que el gobierno militar temió un proceso de politización a nivel
local. Tal como lo expresara un anterior Ministro del Interior frente al Primer
Regionalización y municipalización
87 Augusto Pinochet, citado por Blas Tomic y Raúl González, op. cit., p. 37.
88 Augusto Pinochet, "Discurso en el Primer Congreso...", op. cit., p. 20.
89Véase artículo 15 del D.L. 573 y art. 1 del D.L. 1.289 en Sergio Fernández,
op. cit., p. 36 y Domingo Hernández, op. cit., p. 233, respectivamente.
90Véase D.L. 1.289 art. 3 en Domingo Hernández, op. cit., p. 234 y Consti-
tución Política de Chile de 1980, art. 110.
91 Augusto Pinochet, "Discurso en el 15° Congreso ínter-Americano de Mu-
nicipalidades", citado en "Ponencia N° 2", Primer Congreso, op. cit., p. 160.
92CONARA, Chile hacia un nuevo destino, p. 57.
EL IMPACTO DE LAS POLÍTICAS AUTORITARIAS A NIVEL LOCAL 227
mía política, bajo el gobierno militar detentó como servicio público relativa-
mente más poderes administrativos, pero bajo un fuerte "poder político
concentrado, centralizado y personalizado".99 El modelo de descentraliza-
ción del régimen militar parece haber sido más que un instrumento para
apoyar la participación de los gobernados, una estrategia diseñada por el
centro para "centralizar desconcentrando".100 Datos recogidos en 1985 su-
girieron que las municipalidades todavía permanecían seriamente restringi-
das en sus acciones. Setenta por ciento de los consejeros sostuvieron en ese
entonces que los servicios del gobierno nacional y regional dejaban poco
poder a las municipalidades. Los alcaldes también compartieron este parecer
y reconocieron además que la opinión pública local ignoraba las limitaciones
impuestas sobre ellos por autoridades provinciales y regionales para desem-
peñar sus deberes. Esta situación contrastaba con el débil rol jugado por las
autoridades provinciales nombradas en regímenes democráticos pasados,
cuyas funciones de mando y poderes ejercidos sobre la municipalidad fueron
siempre limitados por la conexión política existente entre el alcalde y regidores
con sus compañeros de partido a nivel nacional. Con el cambio en la natu-
raleza del sistema de articulación de intereses locales y el carácter admi-
nistrativo que asume el cargo de alcalde como agente directo del gobierno
central, los poderes municipales estuvieron durante el gobierno militar
concentrados en las manos de autoridades provinciales y regionales.101
A pesar del esfuerzo del régimen militar por presentar el proceso de
la regionalización como un hito histórico, la situación parecía diferenciarse
poco de la de fines de la década de los 60. Como lo indica el Cuadro N° 1,
hubo un cambio en la intensidad con que los consejeros del régimen perci-
bieron el poder de las municipalidades, pero no existió gran desacuerdo
frente a la misma afirmación planteada 15 años atrás. Asimismo, el régimen
militar parece haber sido incapaz de eliminar los sentimientos de frustración
hacia el centralismo. Cuando se les preguntó a los mismos consejeros sobre
CUADRO N° l
Cambio en la percepción del poder municipal
(1969-1984)
Reacción de los consejeros locales a la afirmación "las agencias del gobierno
nacional y regional dejan poco poder a la municipalidad".
1969* 1984
% (N) % (N)
Muy de acuerdo 82 (61) 32 (21)
Un tanto de acuerdo 3 (2) 38 (25)
En desacuerdo 11 (8) 24 (16)
No sabe 4 (3) 6 (4)
Total 100 (74) 100 (66)
* La pregunta formulada en 1969 fue "Las agencias del gobierno nacional han, de
acuerdo a algunos, dejado a las municipalidades con poco poder".
Fuentes: 1969. Arturo Valenzuela, Political Brokers in Chile (Durham: Duke University
Press, 1969).
1984. Entrevistas realizadas por Alfredo Rehren entre los meses de noviembre de 1984
y marzo de 1985.
Recursos municipales
102
Véase Sergio Fernández, Revista de Educación, agosto-septiembre 1980,
p. 24.
230 ESTUDIOS PÚBLICOS
CUADRO N° 2
Presupuesto del gobierno central destinado a las municipalidades
Año 1973 1974 1975 1976 1977 1978
CUADRO N° 3
Evolución de los ingresos municipales: 1975-1983
Año Tasa de crecimiento Año Tasa de crecimiento
(1975 = 100) (1975 = 100)
1975 100 1980 225
1976 162 1981 452
1977 125 1982 598
1978 148 1983 439
1979 171
Calculado de cifras entregadas por Odeplan, Informe Social 1983 (Santiago de Chile:
Odeplan, 1984), p. 396.
CUADRO N° 4
Porcentaje de presupuestos municipales gastados en proyectos y salarios:
1975-1983
Año Proyectos (1) Salarios (2) Año Proyectos Salarios
1975 3,8 60,2 1980 25,9 41,2
1976 7,8 47,4 1981 28,9 25,2
1977 9,1 45,9 1982 22,3 21,5
1978 10,7 40,8 1983 30,1 24,5
1979 17,1 39,4
Fuente: (1) Odeplan, Informe Social 1983, p. 396. (2) Elaborado a partir de información
contenida en Ministerio del Interior, Consolidado nacional de presupuestos municipales.
CUADRO N° 5
Inversión del gobierno central y municipal para algunos años anteriores
a 1973 y en el período autoritario*
Período anterior a 1973 Período autoritario
(1960 = 100) (1975 = 100)
Año Crecimiento Crecimiento Año Crecimiento Crecimiento
del gobierno del gobierno del gobierno del gobierno
central local central local
CUADRO N° 6
Región del Bío-Bío: Inversión per cápita en comunas de mayores
ingresos y pobres (1984)
Comuna Población Inversión Inversión Inversión
total* per cápita ingresos
Ingreso alto:
Concepción 270.278 129.223 478 23
Talcahuano 206.494 115.805 561 33
Chillan 136.502 75.696 554 25
Ingreso bajo:
San Rosendo 4.464 5.806 1.301 30
Cobquecura 6.022 10.760 1.787 52
Tirúa 7.034 12.222 1.738 54
* Mil pesos chilenos.
Fuente: Serplac Región del Bío-Bío.
120
Augusto Pinochet, "Discurso Presidencial de 1977", citado por Marisol
Peña et al., "Hacia un nuevo concepto de partido político", Cuadernos de Ciencia
Política N° 6 (abril 1984), p. 28.
121
Jaime Guzmán, "La participación en el proceso de la nueva institu-
cionalidad", Segundo Congreso Nacional de Alcaldes, op. cit., p. 80.
Sergio Fernández, "Política comunal del gobierno", Segundo Congreso,
p. 26.
123
Guillermo Campero, op. cit., pp. 319-320.
EL IMPACTO DE LAS POLÍTICAS AUTORITARIAS A NIVEL LOCAL 237
con el conflicto y la rivalidad del pasado entre el alcalde y los regidores por
conseguir reconocimiento político por las iniciativas locales o por adecuar los
problemas locales a los proyectos de su partido a nivel central, los consejeros
aparecían como elementos muy pasivos y articuladores inefectivos de las
demandas locales en la comuna.
La naturaleza de las demandas que llegaban a la municipalidad no
había cambiado desde los años 60.128 Pero mientras que entonces la abru-
madora mayoría de las solicitudes eran despachadas de antemano fuera del
edificio municipal por uno de los regidores,129 el consejero local del régimen
militar no fue el conducto a través del cual se canalizaron demandas o
peticiones. Sólo un 5 por ciento de los consejeros consideró que la gente se
les acercaba cuando tenían un problema, 21 por ciento afirmó que la gente
se dirigía a un consejero o a un funcionario municipal y un 64 por ciento
sostuvo que la gente iba directamente a un funcionario municipal, si no
directamente al alcalde, para solucionar sus problemas. En general, esta
situación anuló el objetivo del gobierno de convertir al consejero en un
vínculo entre el gobierno local y la comunidad y de transformar a las orga-
nizaciones funcionales locales en cuerpos de articulación para poner en
contacto directo a la población con la burocracia municipal.
Pocos consejeros fueron un vínculo efectivo entre la municipalidad y
niveles administrativos superiores de la burocracia regional y/o nacional. A
lo más, viajaban a la capital provincial mientras la capital regional o Santiago
eran habitualmente visitadas por el alcalde o por el gobernador provincial. 55
por ciento de los consejeros viajaba a la capital provincial, mientras sólo 36
por ciento lo hacía a la capital regional y 26 por ciento a Santiago. Comparado
con 1968 cuando veinte de setenta regidores habían hecho a lo menos un
viaje a Santiago y veinticuatro más de 3 viajes,130 en las mismas comunas
estudiadas en 1984 sólo catorce consejeros habían hecho un viaje a Santiago,
y sólo 3 de ellos habían viajado más de 3 veces en un año. También se es-
tableció que sólo 9 consejeros (de 66) viajaban a las tres capitales -pro-
vincial, regional y nacional- para ocuparse de problemas municipales. De
éstos, siete estaban contratados por la municipalidad, ya sea como técnicos
128 Véase Wayland-Smith, op. cit., pp. 4,23-24; Peter S. Cleaves, op. cit., p. 24
y Arturo Valenzuela, Political Brokers, op. cit., pp. 74-76. Los problemas más im-
portantes de hoy, según los consejeros, eran más o menos los mismos: desempleo,
vivienda, educación, caminos y transporte, pobreza y cuidado de la salud.
129Arturo Valenzuela, Political Brokers, op. cit., p. 76.
130Ibídem, p. 121.
240 ESTUDIOS PÚBLICOS
Para llegar a ser alcalde del régimen militar fue indispensable contar
con la ratificación política del gobierno. Esta provenía primeramente del
gobernador provincial y luego del intendente regional, quien finalmente
remitía los nombres para la aprobación presidencial. Mientras que el alcalde
democrático ejerció una autoridad basada en su elección popular indirecta, el
alcalde autoritario fue el representante del Presidente de la República en la
comuna y concentró todo el poder a nivel local. Además, disfrutó de un buen
salario y de las ventajas de un cargo que estaban bastante por sobre el nivel
socioeconómico de la población local (especialmente en las áreas rurales). Se
le exigió sin embargo que fuera de absoluta lealtad al gobierno y que no
perteneciera a ningún partido ni movimiento político. No fue de extrañar que
el gobierno haya confiado con el transcurrir del tiempo en un reducido
número de antiguos políticos para ocupar las alcaldías.
Oficialmente, el alcalde proporcionó el canal de comunicación entre el
gobernante y el gobernado, y se le requirió además integrar la comunidad a
las actividades municipales. Este debía "guiar a la población local" e impedir
sus "desvíos políticos... protegiéndola constantemente de la infiltración po-
lítica".132 Al alcalde se le solicitó identificar y seleccionar a personas dentro
CUADRO N° 7
Distribución de los alcaldes por partido: 1973-1983
Partido político Septiembre Diciembre Abril Abril
1973 1974 1978 1983
Demócrata Cristiano 91 70 16 2
Nacional 48 79 59 39
Padena y Radical Demócrata 15 20 3 2
Socialista 60
Comunista 36
Radical 20 6 3
Izquierda Cristiana 4
Militar 29 28 14
Iglesia Católica 1 1
Otros e Independientes 12 81 172 255
Fuente: Para los años 1973 y 1974, véase Valenzuela, p. 222; para 1978 y 1983, las
listas de alcaldes que asistieron a reuniones anuales fueron cotejadas con las listas de regidores
electos de 1960 a 1971 publicadas por la Dirección de Registro Electoral.
Conclusiones
EL DIALOGO DE MELOS
Y LA VISION HISTÓRICA DE TUCIDIDES*
Alfonso Gómez-Lobo**
1
Cf. Dion. Hal., Thucydides, 37ss. y F. M. Cornford, Thucydides Mythistoricus
(London: 1907), pp. 174-187.
2
L. Canfora, "Per una storia del dialogo dei Meli e degli Ateniensi", Belfagor
26 (1971), pp. 410-414, ha observado que en algunos manuscritos bizantinos no
aparecen las introducciones nominales y que los errores de atribución de capítulos en
que cae Dionisio sólo se explican a partir de la hipótesis de que en su texto no
aparecían las designaciones "At." y "Mel.". Canfora concluye que fueron introduci-
das por los escoliastas. En todo caso, las intenciones de Tucídides están fuera de duda,
3
Cf. G. de Santis, "Postille Tucididee" (1930), incluidas posteriormente en
De Santis, Studi di Storia della Storiografia Greca (Firenze: 1951), pp. 76-81 (contra
A. Momigliano, quien defiende una fecha de composición cercana a los hechos); G.
Méautis, "Le dialogue des athéniens et des méliens", Revue des Études Grecques 48
(1935), p. 261; J. Scharf, "Zum Melierdialog des Thukydides", 2. Die Abfassunszeit,
Gymnasium 61 (1954), pp. 506-507.
4
Por esta razón el diálogo de Melos juega un papel central en el libro de J. de
Romilly, Thucydide et l'imperialisme athénien. La pensée de I'historien et la genése
de l'oeuvre (París: 1947).
EL DIALOGO DE MELOS Y LA VISION HISTÓRICA DE TUCIDIDES 249
relación entre esa ideología y la caída del imperio, resulta adecuado suponer
que de este texto se puede extraer también algún indicio acerca del modo
como Tucídides entiende el acaecer histórico en general.
En este trabajo me propongo ofrecer primero una interpretación paso
a paso del pasaje en cuestión y luego una discusión crítica de las dificultades
más importantes que surgen de su lectura. Hacia el final haré algunas conje-
turas sobre la visión histórica de Tucídides.
5El presente estudio está basado en la edición crítica del texto griego estable-
cido por Henry Stuart Jones, con aparato crítico corregido y aumentado por J.E.
Powell (Oxford: 1958). He consultado también el texto y el valioso comentario de
Classen-Steup (Thukydides, Vol. V, 3a ed., Berlín, 1912). Hoy resulta indispensable
utilizar el monumental comentario iniciado por A.W. Gomme y llevado a término por
A. Andrewes y KJ. Dover (A Historical Commentary on Thucydides, Oxford, Vol.
I, 1945; II, 1956; m, 1974; IV, 1970; V, 1981). Las traducciones son mías, salvo que
se indique lo contrario. Ocasionalmente he cotejado la traducción de Francisco
Rodríguez Adrados (Tucídides, Historia de la Guerra de Peloponeso, Madrid, 3 vols.
1967,1969,1973), una versión valiosa y de apreciable exactitud, pero cuyo castellano
no corresponde a los hábitos lingüísticos hispanoamericanos, especialmente en lo que
se refiere al uso de la segunda persona del plural. De allí que genere una sensación
de distancia entre el original y el lector no español. La traducción de Diego Gracián,
publicada por vez primera en 1564 y reeditada recientemente por la Editorial Porrúa,
México, 1980, es sencillamente inutilizable debido a sus numerosos errores.
6Tuc. III. 91.
250 ESTUDIOS PÚBLICOS
7Tuc. V. 85.
8 Tuc. V. 86.
9Tuc. V. 87.
EL DIALOGO DE MELOS Y LA VISION HISTÓRICA DE TUCIDIDES 251
padecida. Pero como precio por prescindir de estos argumentos les exigen a
su vez a los melios que, 3) no digan que pese a ser dorios no se incorporaron
a la Liga del Peloponeso. Por último, 4) que no arguyan que no han cometido
acto alguno de agresión contra Atenas.
Estas restricciones comienzan a revelar explícitamente la iniquidad
de los negociadores atenienses. En efecto, a poco de reflexionar sobre ellos
vemos que los argumentos 1) y 2) carecen de validez. La necesidad de
defenderse de los persas ciertamente justifica una alianza que requiere sacri-
ficios y disciplina, pero dista mucho de justificar un imperio en que una
ciudad se fortalece y enriquece a costa de todas las demás. Por otra parte, no
hay indicios en Tucídides de que Melos haya atacado territorio o naves
atenienses, lo cual habría sido, por cierto, una gran necedad. Alegar que
habrían sido víctimas de una agresión sería un mero subterfugio de los
embajadores atenienses.
Por el contrario, los argumentos de los melios que los atenienses
recusan son perfectamente válidos. 3) El hecho de que Melos haya sido un
aliado natural de Esparta por afinidad de sangre, y que sin embargo no se
haya unido a su Liga, es un argumento legítimo dada la frecuencia con que
se invocan las lealtades étnicas en el mundo griego, y la declaración 4) de que
no ha habido agresión por parte de los melios, como vimos, parece ser
verdadera a juzgar por el silencio de Tucídides y su falta de verosimilitud.
Lo que desean los atenienses es dejar de lado toda discusión basada
en principios morales o en el incipiente derecho internacional de la Hélade.
En lugar de eso proponen algo que en el texto aparece en una difícil oración.
Su sentido parece ser el siguiente: tanto nosotros como ustedes sabemos
perfectamente bien que en los cálculos que hacen los seres humanos se
utilizan dos categorías muy diferentes. Una de ellas es la de lo justo y ésta
opera sólo cuando hay equilibrio de fuerzas. Dos individuos, por ejemplo,
acuden ante el juez cuando ninguno de los dos puede imponer su voluntad por
la fuerza. La otra categoría es la de lo posible [dynata], una palabra muy
cercana, por cierto, al término "fuerza" [dynamis]. Lo posible, lo que la
propia fuerza permite, es lo que imponen los fuertes. A los débiles no les
queda más que ceder.10 Invocar la justicia en estas circunstancias es simple-
mente falta de realismo.
A esta altura de la discusión los melios intentan una maniobra análoga
a una doctrina que Sócrates pondrá al centro de su filosofía: la tesis de que
lo moralmente recto es en definitiva lo más ventajoso, lo más conveniente
10
Tuc. V. 89.
252 ESTUDIOS PÚBLICOS
para uno. Los melios no invocan el valor intrínseco de lo moral sino una
situación futura (aunque pretérita para Tucídides al escribir el diálogo): a los
atenienses les convendrá que se los trate con justicia y equidad cuando caiga
su imperio. En ese instante, si no prevalecen principios de trato ecuánime,
Atenas será víctima de una terrible y paradigmática venganza.11
Los embajadores atenienses responden con algo que se asemeja a una
prophetia ex eventu por parte del historiador, un vaticinio que Tucídides puede
hacer porque el hecho ya ha ocurrido. Incluso aunque el imperio llegara a su fin,
no tenemos por qué temer a otra potencia imperial como Esparta, dicen los
atenienses. No es ella la que, según los embajadores de Atenas, someterá al
vencido a un trato cruel. Y esto es precisamente lo que ocurrió al finalizar la
guerra del Peloponeso. En ese momento Corinto y Tebas pidieron la destrucción
de Atenas,12 una iniciativa a la cual, según Isócrates,13 se unieron también los
miembros de la Liga de Délos; pero Esparta no se dejó conmover y trató a los
atenienses con notable magnanimidad. En este instante, empero, los represen-
tantes de Atenas quieren dejar de lado este tema para concentrar la atención en
sus metas inmediatas: el beneficio de su imperio y la preservación de Melos.
Ambas cosas coinciden, pues la salvación de esta ciudad redundará en provecho
de ambos.
En el breve capítulo 92 los melios cuestionan esta ecuación: el some-
timiento a Atenas beneficiará a esta ciudad, pero ¿en qué sentido le conviene
a Melos quedar sometida a esclavitud? Los intereses de las dos ciudades no
parecen coincidir.
La respuesta ateniense es franca y directa: la aniquilación total no les
conviene a ustedes por razones obvias y tampoco nos conviene a nosotros.
Una ciudad aniquilada no está en condiciones de pagar tributo.
Aparentemente los melios aceptan esa terrible coincidencia de inte-
reses, pues no tienen nada que objetarle a una verdad tan obvia. Su impoten-
cia comienza a hacerse cada vez más patente al hacer una proposición que los
atenienses no están dispuestos a aceptar: la mantención de una rigurosa
neutralidad, sin formar parte de ninguna de las dos alianzas, la espartana o
la ateniense. Entre enemistad, por un lado, y alianza, por otro, existe un
estado intermedio que los melios llaman "amistad".14
11Tuc. V. 90.
12Cf. Jenofonte, Hell. II. 2. 19.
13Cf. Isócrates, De Pace 78. 105. Mi fuente para esta información fue origi-
nalmente De Santis, "Postule", pp. 79-80.
14Tuc. V. 94.
EL DIALOGO DE MELOS Y LA VISION HISTÓRICA DE TUCIDIDES 253
Por ello no debe extrañarnos que los melios en el capítulo 100 reintroduzcan
algo que había quedado vedado al comienzo: el uso del lenguaje moral. Si
ustedes actúan con valentía para mantener su imperio y si también la desplie-
gan los que se rebelan contra el poder imperial, nosotros -sostienen los
melios- seríamos unos cobardes, es decir, careceríamos de una elemental
excelencia humana, si nos sometiésemos sin ofrecer resistencia. Hay, por lo
tanto, un imperativo ético que induce a los melios a ser fieles a sus tradiciones
dorias, a defender su ancestral libertad y a no ceder.
Los atenienses proceden a minimizar ese imperativo introduciendo una
distinción entre prudencia o sensatez, por una parte, y el dominio de la honra
y la deshonra, vale decir, la dimensión ética, por otra. Tal como sostuvieron en
el capítulo 89, estas últimas categorías sólo tienen aplicación en competencias
donde los contendores están en pie de igualdad. En el caso presente hay un
enorme desequilibrio de fuerzas; por lo tanto, lo sensato consiste en dejar de
pensar en términos morales, como "cobardía" o "deshonra". Esta última es, en
efecto, la vergüenza que se siente ante los demás cuando se ha fallado moral-
mente y se es objeto de reproche.
Una vez más los melios reconocen implícitamente que los atenienses
tienen razón: la disparidad de fuerzas es considerable; sin embargo en la
guerra hay otro factor, un factor que los atenienses no deberían olvidar luego
de su triunfo sobre los persas. Ese imprevisible factor es la tyje, el azar o
fortuna. Al comienzo de la invasión de Jerjes del año 480, la desproporción
numérica entre la flota del invasor y la flota griega era gigantesca. Felizmente
para la causa helénica, dos tormentas que sorprendieron a los navios persas
en alta mar o frente a una costa inhóspita se encargaron de aminorar esa
desproporción.17 Los melios confían en que algo semejante podría ocurrir
ahora, pero esa confianza o esperanza se desvanece si se rinden de inmediato.
Para que pueda operar el azar es necesario decidirse a luchar,18 tal como
hicieron los atenienses a comienzos del siglo V, desafiando las sombrías
predicciones del oráculo de Delfos.19
Para nosotros una actitud de confianza o esperanza es una buena
cualidad de un ser humano. Los atenienses, en cambio, la interpretan como
esa creencia en que algo sucederá por el solo hecho de querer que suceda.20
Esperanza en este sentido es sinónimo de ilusión, de falta de realismo. La
25Los melios han mencionado una tyje ek tou theiou, un azar que procede de
lo divino, los atenienses -si rechazamos con la totalidad de la tradición de los
manuscritos la conjetura de Krueger aceptada por Classen-Steup de reemplazar pros
to tehion por pros tou theiou- hablan en cambio con cierta indiferencia de una "be-
nevolencia en cuanto a lo divino".
EL DIALOGO DE MELOS Y LA VISION HISTÓRICA DE TUCIDIDES 257
30 Tuc. V. 106.
31Méautis, "Le dialogue", pp. 275-277, ha mostrado que en nuestro contexto
(V. 116) los lacedemonios vacilan incluso durante una incursión contra Argos, aban-
donando a su suerte a los aliados que tenían dentro de esa ciudad.
32 Tuc. V. 111. 1.
EL DIALOGO DE MELOS Y LA VISION HISTÓRICA DE TUCIDIDES 259
II
33Tuc. V. 111.4.
34Tuc. V. 112-114.
260 ESTUDIOS PÚBLICOS
...en esto no hemos sido los primeros, sino que siempre ha sido
normal que el más débil sea reducido a la obediencia por el más
poderoso.
(Trad., Francisco Rodríguez Adrados)
40
Cf. F.M. Wassermann, "The Melian dialogue", Transactions of the American
Philological Association 78 (1947) 25-26.
EL DIALOGO DE MELOS Y LA VISION HISTÓRICA DE TUCÍDIDES 263
ANEXO
Capítulo 85. "Ya que la discusión no tiene lugar ante el pueblo, para
que no engañemos al vulgo diciéndole cosas seductoras e irrefutadas en un
discurso sin interrupciones (pues sabemos que con este propósito nos trajeron
ante la minoría), adopten ustedes, los aquí sentados, un procedimiento que les
garantice mayor seguridad. Respondan punto por punto -y no con un discur-
so continuo- a lo que no les parezca adecuado, interrumpiéndonos de inme-
diato. En primer lugar digan si les agrada lo propuesto".
Capítulo 94. Melios: ¿De modo que ustedes no aceptarían que, man-
teniéndonos inactivos, fuésemos amigos de ustedes en lugar de enemigos, sin
ser aliados de ninguno de los dos bandos?
Capítulo 98. Melios: ¿No creen ustedes que lo sugerido por nosotros
implica seguridad? Pues ya que ustedes nos forzaron a dejar de lado los
EL DIALOGO DE MELOS Y LA VISION HISTÓRICA DE TUCIDIDES 269
Capítulo 108. Melios: Creemos más bien que por nosotros enfrentarán
el peligro y lo considerarán menos serio que en el caso de hacerlo por otros, pues
estando cerca del Peloponeso se hace más fácil una efectiva intervención.
Somos también más dignos de confianza que los demás por tener una misma
manera de pensar fundada en nuestro parentesco.
Capítulo 115. [Se narran acciones en otras partes de Grecia] ... Los
melios, atacándola de noche, se tomaron la parte del muro ateniense que está
frente al agora. Mataron a varios hombres e introdujeron trigo y cuantas cosas
útiles pudieron. Luego se retiraron y dejaron de actuar. Después de esto, los
atenienses mejoraron la guardia y así terminó el verano [del año 416 a.C.].
EL DIALOGO DE MELOS Y LA VISION HISTÓRICA DE TUCIDIDES 273
EL "OESTRUS"*
Roberto Matta:*
Félix Guattari:**
Sólo esta imagen de la conciencia, comparable a un dispositivo
óptico, induce la idea de que habría cosas preestablecidas, que la conciencia
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Algo así como gestora de los procesos.
Roberto Matta:
Y ovario.1
Félix Guattari:
¿Ovario o abierto?2
Roberto Malta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Estas imágenes podrían estar asociadas a fetos. Estamos en tal hoyo con-
ceptual que es necesario hacer que cada cosa retorne a su origen, a su
primerísima pulsión de identidad. El árbol sería entonces el feto del árbol.
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Para mí, todo esto es arcaico; es pasado. Según yo, las obras no son
malas porque sean arcaicas, sino porque los autores son anacrónicos.
Muchas técnicas y conceptos relativos a la representación de la realidad han
dado en estos últimos años unos saltos increíbles en numerosas disciplinas.
Y esta gente continúa haciendo lo suyo, con su pintura al óleo,
trabajando sobre las pequeñas variables de estos conceptos. Sus firmas no
son más que un simple índice en el mercado, en la Bolsa de pinturas. Y no
solamente por dinero: también por el grado, el prestigio, la noción
jerárquica.
Hoy día hemos llegado a un punto en que los buenos pintores se han
convertido en pintores caros. Si vendes una tela en un millón de dólares
tienes derecho a todos los elogios. Esto es lo que encuentro arcaico y ha
dejado de interesarme. Es anacrónico y no tiene nada que ver con lo que se
debe esperar de un pintor. Es como si un bombero llegara con un balde de
agua a apagar un incendio. Sería cómico, ridículo.
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Marcel Duchamp ha escrito una sola frase sobre ti. Era 1940: "Matta
es todavía joven y es el pintor más profundo de su generación". ¿Qué
piensas de esto?
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
E igualmente cósmica.
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Mana:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Lo creo.
EL "OESTRUS" 285
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Por ese lado no debieras inquietarte, ya que toda tu vida te han robado
cuadros. (¡Recientemente!) Entonces, en lo que se refiere a la propiedad...
Roberto Matta:
Félix Guattari:
abstracciones, que obran, que agarran cosas que no son del todo abstractas, a
saben afectos, relaciones, problemas...
Roberto Matta:
¡Eso es! Hay una especie de deseo por la exactitud que tiene un
carácter casi científico: llegar a captar el funcionamiento de la materia o del
ser. Algunos surrealistas, como Bretón o Aragón, lo definieron muy bien.
Pero para los demás, a menudo no se trata más que de una broma.
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
En 1963.
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Sí. Somos nosotros los que así lo denominamos. Esta gente logró
crear una sociedad que se transformó en la clase dominante privilegiada.
Compraron la tierra porque trabajaban más que los demás y porque eran
menos aventureros. Fundaron una colonia sobre la simple decisión de ir a
instalarse en ese lugar, como ya lo habían hecho los griegos, por lo demás.
Creo que se puede decir que todo esto funcionó durante un tiempo en
Argentina y en Chile.
En síntesis, en esa lejana colonia yo no sabía cómo cultivar mi
"conciencia de ser inconsciente" y, probablemente, un cierto deseo de ser
artista. Comencé, pues, a operar con elementos abstractos, elementos no
identificados que se canalizaron primero en la religión, en la devoción.
Luego hice estudios de arquitectura mediante los cuales logré adquirir la
facultad de poner las cosas en su lugar y de no botar todo en el mismo
cajón. Adquirí, en el fondo, una cierta funcionalidad.
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Roberto Matta:
¡Una ruptura total! Y, enseguida, continué con los otros, con los
surrealistas, ¡y también conmigo mismo! Jamás he dejado de estar en
ruptura. Es la razón por la que digo que no soy yo quien ha hecho estos
cuadros.
Félix Guattari:
¿Puedes decir en qué sentido estas grandes telas sobre fondo negro,
sobre las que actualmente trabajas, son una ruptura?
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
¿Puedes enumerarlos?
Roberto Matta:
La primera vez fue el fondo negro que produjo cosas como fuego,
como si esto quemara: una morfología de la llama.
Félix Guattari:
¿Qué fecha?
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Sí, pero diferentes las unas de las otras. El realizador de "La guerra de
las estrellas", Georges Lucas, filmó una escena en la que gentes de todos los
horizontes se encontraban en un bar. Le dijo a Chris Marker que había
rodado esta escena a partir de uno de mis cuadros que había visto en Estados
Unidos.
En seguida, la cosas se cerraron de nuevo y todo se volvió negro.
Fue en los alrededores de 1950. Me había vuelto más ilustrativo. Estos
personajes se volvían más parecidos a seres humanos. Luego, todo
evolucionó de nuevo transformándose en especies de vegetaciones negras.
Es en esta época que me lancé en una cosa que titulé "el espacio de la
especie", y establecí numerosos puntos de referencia que podrían compararse
a geometrías euclidianas.
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
¿1986?
292 ESTUDIOS PÚBLICOS
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Sí, en razón de que Marcel tomó una opción que no era exactamente
la pintura y que convenía perfectamente a alguien como yo, que buscaba un
eje para decir algo que la mayoría de la gente —preocupada por su situación
y sus problemas— no se plantea la pregunta de cambiar la pregunta.
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Hice una cosa muy divertida, pero que se quedó en estado de maqueta
en material plástico, grande, de 200 m2: "auto-apocalipsis". La realicé con
ayuda de un amigo y de un plomero a partir del utillaje industrial
automotriz. La vendimos al precio de costo de cinco millones de francos
antiguos a un industrial de Florencia quien la expone en su fábrica a título
de "información cultural".
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
No. Hice proyectos cuando estaba donde "Corbu"3 para uno de sus
clientes, ya que él no podía satisfacerse verdaderamente construyendo una
pequeña casita.
3
Le Corbusier.
296 ESTUDIOS PÚBLICOS
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Félix. Guattari:
Roberto Matta:
Félix. Guattari:
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Sí. Es ingenuo y es fatal: para definir el tiempo hay que dar puntos
de referencia a partir de "más lejos" y de "más cerca", incluso si esto acarrea
un vicio de lenguaje. ¿Podemos decir que un recién nacido está lejos y que
yo estoy cerca? Sí, se puede decir.
Félix Guattari:
Puesto que abordas este tema y que trata de un tema sobre el cual yo
quisiera preguntarte, retomemos tu idea. Cuando una forma está bien
constituida, incluso si se juega con ella, si se la modula en una perspectiva
cubista, etc..., sigue estando ligada a coordenadas preexistentes,
inscribiéndose en un espacio y un tiempo que están ahí para recibirlas. Sin
embargo, en lo que a ti concierne, me parece que cada una de tus formas es
portadora de su propia temporalidad.
Es en este sentido que se puede hablar de proceso. Me disculpo por
emplear un término un tanto pedante, pero aquí hay una especie de
"fractalización"6 brutal, instantánea, relampagueante, que hace que la forma
parezca jugar todas sus potencialidades para retornar a su lugar. Un poco
como en este filme de Jean Vigo, "Cero en conducta", en que una escena se
interrumpe para la manisfestación súbita de una mueca del director, y luego
se retorna al curso "normal" de las cosas, como si no hubiese ocurrido nada.
Roberto Matta:
Félix Guattari:
Roberto Matta:
Jaime Valdivieso**
Las Residencias
1
M. H. Abrams, Natural Supernaturalism: Tradition and Resolution in
Romantic Literature (Nueva York: Norton, 1971), pp. 409-462.
2
Frank Kermode, Romantic Image (Nueva York: Vintage, 1964), p. 45.
ENRICO MARIO SANTI: PABLO NERUDA: THE POETICS OF PROPHECY 303
explicidad, las lecturas críticas desde que Amado Alonso abrió el camino con
su libro Poesía y estilo de Pablo Neruda3 en la década de los cuarenta. Una
sintaxis visionaria o lógica poética puede efectivamente aislarse en el ciclo
de los tres libros. Cada uno de ellos puede leerse como una etapa en la
razonada indagación del poeta en la dicotomía sujeto-objeto que subyace en
la experiencia visionaria. "He completado casi un entero libro de poemas:
Residencia en la tierra, y usted verá como estoy en condiciones de aislar mi
expresión, haciéndola oscilar constantemente entre peligros, y qué sólida
sustancia uniforme utilizo para que la misma fuerza aparezca insistente-
mente". Y en otra carta después de un año: "un montón de versos muy
monótonos y demasiado uniformes, una misma cosa comienza una y otra vez
como un ejercicio eternamente infructuoso".4
La autoobservación anterior nos habla de una permanente "intra-
textualidad" donde los mismos temas, frases y símbolos van de un poema a
otro como descripciones de una uniformidad tonal que une las varias par-
tes del libro y le da una total coherencia. Es decir, describen un principio
integrador externo que funciona como unidad al nivel más amplio. Sin
embargo los mismos términos implican igualmente un principio cíclico inter-
no que tiene que ver con la representación de estructuras objetivas circulares
dentro de los poemas individuales. Tanto los principios cíclicos externos
como internos coexisten, y pudiera decirse que ambos estructuran la forma
de Residencia en la tierra.
Partiendo del primer poema, "Galope muerto", Santí hace un estudio
epistemológico de las Residencias, de las angustias y avatares del modo de
conocimiento del poeta, mezcla insólita de racionalidad e inteligencia, de
intuición y primitivismo. Gran lírica órfica, de un viaje hacia las tinieblas del
Yo y el mundo circundante, esta obra no se entiende sino en el espacio de la
propia escritura, y su estructura truncada, incoherente, no es sino la contra-
parte formal del fracaso de esa búsqueda visionaria. Tal como en la poesía
y la narrativa de Lezama Lima, de la novelística de William Faulkner, la obra
sólo accede a una lectura antirracional, antidiscursiva, aspecto que Michel
Foucault identifica como la raíz de la representación clásica: la angustia del
poeta que "por debajo del lenguaje de signos y debajo de la interrelación de
sus diferencias precisamente delineadas... aguza su oído para captar ese otro
lenguaje de la semejanza, sin palabras o discurso". El poeta moderno cumple
3
Amado Alonso, Poesía y estilo de Pablo Neruda (Buenos Aires: Ed. Sud-
americana, 1940, 1968).
4
Margarita Aguirre [Pablo Neruda-Héctor Eandi], Correspondencia durante
"Residencia en la tierra" (Buenos Aires: Ed. Sudamericana, 1980), pp. 78-79.
304 ESTUDIOS PÚBLICOS
así lo que Foucault llama un "rol alegórico", al intentar leer ese "otro
lenguaje", otro discurso más profundo, que recuerda el tiempo cuando las
palabras destellaban en la universal semejanza de las cosas".5
Lo que genera entonces cada texto es una inútil búsqueda, una poster-
gación de presencia en el tiempo y el espacio como lo determina la memo-
ria. Es decir, la experiencia en los poemas no es nunca inmediata, sino
solamente recordada, vista retrospectivamente y así sujeta a las distorsiones
de la memoria. Teniendo en cuenta tal progresión temporal, podemos con-
cebir Residencia en la tierra como un diario poético, una clase de "Journal
intime".
Es esta estructura de diario lo que tal vez explica por qué la poesía de
las Residencias se encuentra tan empeñada en registrar los objetos y circuns-
tancias comunes (lo que los críticos proverbialmente señalan como el rasgo
más definitivo de la poesía de Neruda) como si quisiera llenar el vacío de una
insensata sucesión temporal con la impureza y regularidad de la experiencia
diaria. "Sin embargo -dice Santí- la escritura llena el vacío no con cosas sino
solamente con palabras, la representación escrita de esas cosas. En lugar de
dejar que el sujeto se integre en el objeto -o en términos temporales, que
alcance la experiencia de la infinitud-, el poema parcialmente temporaliza
ese objeto y ese fin y libera a ambos de la extinción inmediata".
Por lo tanto, la conversión de Neruda desde una obsesión con el
tiempo a una preocupación por la historia, de la temporalidad a la historicidad,
la ve Santí como una consecuencia interna más que externa, un punto de
crisis del hablante en su temperamento temporal al mostrar cómo esos límites
determinan su muerte ya sea en la objetividad de "Entrada a la madera" o en
la nostalgia de "Jossie Bliss", lo cual anticipa el cambio radical del paso hacia
la historia y la contingencia de "España en el corazón" de Tercera Resi-
dencia.
6
José Revueltas, "América sombría", Repertorio Americano, 23 (mayo 9,1942),
p. 141.
7
Juan Larrea, Del surrealismo a "Macchu Picchu" (México: Joaquín Mortiz,
1967), pp. 131-223.
306 ESTUDIOS PÚBLICOS
¿No es acaso Pedro Páramo, de Juan Rulfo, una flagrante alegoría del
poder, el feudalismo y el cacicazgo campesinos de México, y no está plagado
de referencias a la mitología griega y a la Biblia?
Podríamos concluir que este capítulo si bien abunda en lúcidos atisbos
y de un instrumental crítico de muy alto nivel, es otra muestra más de que para
entender nuestra cultura, nuestra realidad, hay que despojarse de un exceso de
cartesianismo, de logicismo aristotélico, y dejarse llevar por las instancias
oblicuas, colaterales, inconscientes del texto.
Tal vez la auténtica contradicción del poema se halle a otro nivel: es
la que existe entre el tiempo cíclico, circular, propio del mito y de la
cosmovisión de los pueblos precolombinos e indígenas, y el tiempo lineal,
irreversible de la historia como progreso que postula el marxismo. "Alturas"
es un poema mítico y se mantiene dentro de un concepto de tiempo semejante
a los poemas de las Residencias. Más allá de "Alturas" comienza la política
del libro como bien lo observa Santí.
Crónica y enciclopedia:
la política del libro
8
Pablo Neruda, Obras completas, cuarta ed. (Buenos Aires: Ed. Losada, 1973).
308 ESTUDIOS PÚBLICOS
del tal texto enciclopédico, empezando por las escrituras sagradas hasta llegar
a "analogías progresivamente humanas de la revelación escriturar.9
Al igual que Leaves of Grass (1985) de Whitman, La légend du siécle
(1857) de Víctor Hugo, y los Cantos de Pound, Canto general es una ana-
logía moderna de la forma enciclopédica.
Pero aunque Canto general no sigue los cánones ortodoxos de la épi-
ca clásica, lo es por muchos motivos. Es cieno que en ninguna parte se
invoca una musa, pero en cambio en toda la sección II ("Alturas") se llama
al pueblo del continente y declara: "Yo vengo a hablar por vuestra boca
muerta". Por eso Duran y Safir resumen con razón lo que ha llegado a ser un
concepto aceptado por la crítica: "es el alcance y la actitud del poema en vez
de cualquier adherencia a reglas clásicas, lo que define su carácter de poema
épico".10
Pero hay una observación importante en esta parte: la forma en que
Neruda emplea el instrumento para interpretar la historia, que en Canto general
dista mucho del rigor dialéctico, podría decirse que ni siquiera sigue estricta-
mente los principios del materialismo histórico: Más cerca de un sectarismo
apasionado, y en un afán de esbozar los grandes rasgos de la historia dividida
entre explotadores y explotados, el libro deja de señalar, como observara
Rodríguez Monegal, "el feudalismo prehispánico ejercido duramente por los
aztecas en México y por los incas en el Perú".11
En efecto, un estricto análisis materialista histórico, como de hecho lo
hicieron Marx y Engels, señalaría que la Conquista fue un fenómeno positi-
vo, ya que significó el triunfo de un nuevo modo de producción (el naciente
capitalismo) superior al azteca o al inca.
Más adelante vuelve a hablar de la artificialidad y el aspecto libresco
de "Macchu Picchu" y a su interpretación americana "deliberada y escanda-
losamente occidental" y "por eso no le faltaba razón a Juan Ramón Jiménez
cuando observó que Neruda 'no era tan indígena como ahora pretender ser'.
Su imaginación, más que indígena era indigenista. Escribió acerca del indio,
no desde él".
La "doctrina Neruda", si pudiéramos así llamarla, en este aspecto no
tiene nada, insistimos, de indigenista sino de latinoamericanista, porque ésta
Vocación apocalíptica
Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.
Posdata
Carlos Miranda
Introducción
JOHN LOCKE
SEGUNDO TRATADO SOBRE EL GOBIERNO
(FRAGMENTOS)
vivir, conforme lo desea nuestra naturaleza, una vida acorde con la dignidad
del hombre, nos sentimos inducidos a buscar comunión y camaradería con
los demás para compensar así las deficiencias y defectos que experimenta-
mos cuando vivimos solos y nos valemos únicamente de nuestros propios
medios. Este fue el motivo por el cual en un principio los hombres se unie-
ron entre sí en sociedades políticas”. Pero yo afirmo, además, que todos los
hombres se encuentran naturalmente en ese estado y permanecen así hasta
que, por su propio consentimiento, se convierten en miembros de una so-
ciedad política; lo que no dudo que podré demostrar con claridad en las
siguientes líneas de este discurso. (II, 15).
CONCEPTO DE LIBERTAD
DE LA PROPIEDAD
Ya sea que nos atengamos a la razón natural, la cual nos enseña que
los hombres nacen con el derecho a conservar su vida y, consiguientemen-
te, a comer y beber y a procurarse aquellas otras cosas que les proporciona
la Naturaleza para su subsistencia; ya sea que consideremos la Revelación,
que nos proporciona un relato de las dádivas del mundo que Dios hizo para
Adán, y para Noé y sus descendientes, es evidente que Dios, como dice el
Rey David, le dio la tierra a los hijos de los hombres (Salmo CXV, 16), es
decir, se la dio en común a la humanidad. Pero, aceptando la verdad de ello,
les parece a algunos muy difícil que alguien llegase alguna vez a conseguir
la propiedad sobre cosa alguna. Yo no me contentaré con responder que si
es difícil comprender la propiedad sobre la base del supuesto de que Dios
le dio el mundo a Adán y a su posteridad en común, es imposible que nadie,
excepto un monarca universal, pudiera poseer propiedad alguna, a partir de
la suposición de que Dios le dio el mundo a Adán y a sus sucesivos here-
deros, excluyendo al resto de sus descendientes. Yo procuraré demostrar
cómo podrían los hombres llegar a poseer una parte de aquello que Dios le
CARLOS MIRANDA 13
algo más a lo que había hecho la Naturaleza, madre común de todos, y, por
tanto, quedaron bajo el derecho exclusivo de quien los cogió. ¿Dirá alguien
que no tenía derecho sobre esas bellotas y manzanas, que de ese modo se
había apropiado, por no tener el consentimiento de todo el género humano
para hacerlas suyas? ¿Cometió un robo al coger para sí lo que pertenecía a
todos en común? De haberse necesitado semejante consentimiento, los
hombres se hubiesen muerto de hambre, a pesar de la abundancia que Dios
les había concedido. En dehesas o campos comunes, que continúan siéndo-
lo en virtud de un acuerdo, observamos que la propiedad se inicia cuando
se toma algo de lo que se tiene en común, sacándolo del estado en que la
Naturaleza allí lo había puesto, ya que de no ser así de nada serviría la
dehesa común. El acto de tomar esta parte o aquella no depende del con-
sentimiento expreso de todos los coposesores. Por eso, la hierba que mi
caballo ha pastado, el forraje que mi sirviente cortó y el mineral que yo he
excavado en un terreno sobre el cual tengo un derecho en común con otros
pasan a ser mi propiedad sin la asignación o el consentimiento de nadie. Mi
trabajo, el de sacarlos de ese estado en común en que se encontraban,
determinó mi propiedad sobre ellos. (V, 28).
Por esta ley de la razón el ciervo pertenece al indio que lo mató; pues
ella le reconoce como suyos aquellos bienes en que él ha puesto su trabajo,
aunque antes fuesen de todos por derecho común. Y entre aquellos que
son considerados el segmento civilizado de la humanidad, que han dictado
y multiplicado leyes positivas para definir la propiedad, sigue rigiendo esta
ley originaria de la naturaleza para el inicio de la propiedad en lo que antes
era común. En virtud de esa ley, los peces que uno pesca en el mar, ese
inmenso depósito que continúa siendo común de la humanidad, y el ámbar
gris que uno recoge, sacándolo de ese estado común en que la naturaleza lo
dejó, se convierten en propiedad de quien realiza tales esfuerzos. Incluso
entre nosotros, la liebre a la que se ha dado caza se entiende que pertenece
a quien la persiguió. Siendo un animal que se considera aún de todos en
común, y no la propiedad de un hombre determinado, quien se tomó el
trabajo de encontrar y dar caza a un ejemplar de esa especie le ha sacado
con ello del estado de Naturaleza en que era común a todos, y ha originado
una propiedad. (V, 30).
Quizá se objete a esto que si al recoger bellotas u otros frutos de la
tierra confiere un derecho sobre ellos, cualquiera podría entonces apoderar-
se de tantos como quisiese. A eso respondo que no es así. La misma ley
natural, que de esa manera nos concede la propiedad, fija también límites a
esa propiedad. Dios nos ha dado todas las cosas en abundancia (I Tim. vi,
12) ¿Confirma la revelación lo que nos dice la voz de la razón? Pero ¿en qué
CARLOS MIRANDA 15
el resto del caudal del mismo río para saciar su propia sed. El caso de la
tierra es idéntico al del agua, cuando de ambos hay suficiente cantidad. (V,
33).
Dios les dio a los hombres el mundo en común; sin embargo, puesto
que se los dio para su beneficio y para que extrajesen del mismo el mayor
provecho posible para su vida, no cabe suponer que Dios pensase que el
mundo debía quedar para siempre como una propiedad en común. Dios lo
dio para que el hombre laborioso y racional se sirviese del mismo (y su
trabajo le conferiría el título de propiedad); no lo dio para satisfacción del
capricho o de la avaricia del pendenciero y del alborotador. Quien ve que le
han dejado suficiente para su beneficio no tiene por qué quejarse ni debe
entrometerse en lo que otro ha obtenido ya mediante su trabajo, pues, si lo
hace, es evidente que quiere aprovecharse de los esfuerzos del otro, esfuer-
zos a los que no tiene derecho alguno; y que lo que desea no es la tierra
que Dios le ha dado en común con los demás para que la trabajase, tierra de
la que queda una cantidad tan grande y de tan buena calidad como la ya
poseída, y mayor de la que él sabría trabajar o que su laboriosidad podría
llegar a cultivar. (V, 34).
(…) De ahí que la labranza o el cultivo de la tierra y la adquisición del
derecho de propiedad de la misma van unidas entre sí. La una da el título a
la otra. De modo que Dios, al ordenar el cultivo de la tierra, da, a la vez, la
autorización para adueñarse de la cultivada. Y la condición humana, que
exige trabajar y materiales con qué hacerlo, necesariamente conduce a la
propiedad privada. (V, 35).
La medida de la propiedad la definió bien la Naturaleza limitándola a
lo que alcanza el trabajo del hombre y su utilidad para la vida. Puesto que
ningún hombre podía, gracias a su trabajo, cultivar o adueñarse de toda la
tierra, ni podía consumir más que una reducida parte de sus frutos, era
entonces imposible que algún hombre, por causa de esta regla, llegase a
atropellar el derecho de otro o adquiriese para sí una propiedad en detrimen-
to de su vecino; ya que éste aún podía disponer de una posesión tan buena
y tan grande (después que el otro había tomado la suya) como antes de esa
apropiación. Tal medida limitaba la posesión de cada hombre a una propor-
ción muy moderada: la confinaba a lo que cada cual podía apropiarse para sí
sin perjuicio para los demás; en los primeros tiempos, en efecto, los hom-
bres corrían más peligro de extraviarse, al alejarse de sus compañeros en las
vastas extensiones de tierra deshabitada de aquel entonces, que de verse
incomodados por falta de espacio para plantar. Y la misma limitación puede
admitirse aún sin perjuicio para nadie, por lleno que parezca el mundo. Pues,
supongamos a un hombre o a una familia en el estado en el que se encontra-
CARLOS MIRANDA 17
cosas, el noventa y nueve por ciento del valor total debe imputarse al traba-
jo. (V, 40).
Así pues, en los primeros tiempos, el trabajo daba origen al derecho
de propiedad, siempre que alguien estaba dispuesto a emplearlo en bienes
que eran comunes. Esa clase de bienes constituyeron por largo tiempo la
parte más importante, y de ellos todavía queda una cantidad superior a la
que la humanidad puede usar. La mayoría de los hombres, en un principio,
se contentaban con lo que la naturaleza por sí sola les ofrecía para la satis-
facción de sus necesidades. Posteriormente, sin embargo, en algunos luga-
res del mundo el crecimiento de la población y de los recursos, mediante el
uso del dinero, hicieron que la tierra escasease y, por tanto, adquiriese
cierto valor; las distintas comunidades establecieron los límites de sus res-
pectivos territorios y regularon por medio de leyes, al interior de ellas, las
propiedades de los individuos miembros de las mismas. Y, de esa manera,
por convenio y acuerdo mutuos, establecieron la propiedad que el trabajo y
la industriosidad habían iniciado. Más tarde, las ligas que se formaron entre
diversos Estados y reinos renunciaron, ya sea de modo expreso o tácito, a
todo título y derecho a la tierra que se encontraba ya en posesión de los
otros miembros de la liga, y, al hacerlo, renunciaron, de mutuo consenti-
miento, al derecho natural común que originalmente tenían a las tierras de
los otros países integrantes de la liga. Así, por un acuerdo positivo, estable-
cieron entre ellos la propiedad en las distintas partes del mundo. Con todo,
todavía pueden encontrarse grandes extensiones de tierras que yacen bal-
días porque sus habitantes no se han unido al resto del género humano en
el acuerdo para el empleo de una moneda común. Y la cantidad de esas
tierras es superior a la que utilizan o podrían utilizar los que las habitan, y
por eso aún pertenecen a todos en común. Esta situación, sin embargo,
difícilmente podría darse dentro de aquella parte del género humano que ha
aceptado el uso del dinero. (V, 45).
La mayor parte de las cosas verdaderamente útiles para la vida del
hombre, aquellas que la necesidad de subsistir hizo que las buscasen los
primeros hombres —como hoy hace que los americanos las busquen—, son
por lo general de corta duración, y se deterioran y descomponen por sí
solas si no se las consume. Por el contrario, el oro, la plata y los diamantes
son cosas a las que el capricho o un acuerdo les ha fijado un valor que es
superior a la necesidad que realmente se tiene de ellas para la subsistencia.
Ahora bien, de las cosas que la naturaleza había provisto en común a los
hombres, cada cual (como se ha dicho) tenía derecho a tantas de ellas como
las que podía utilizar, y a la propiedad de todas aquellas en que intervenía
su trabajo; todas las cosas a las que alcanzaba su laboriosidad, alterando el
CARLOS MIRANDA 19
estado en el que la naturaleza las había puesto, eran suyas. Quien recogía
cien bushels de bellotas o de manzanas adquiría, por ese hecho, la propie-
dad de ellas; en el momento que las recogió pasaron a ser bienes suyos.
Únicamente debía preocuparse de consumirlas antes que se echasen a per-
der, de otro modo había tomado más de lo que le correspondía y robado a
los demás. Verdaderamente era una estupidez y una falta de honestidad
acaparar una cantidad mayor que la que se podía utilizar. Podía también
hacer uso de los frutos recogidos regalándole a cualquier otro una parte de
ellos, a fin de que no se echasen a perder inútilmente en su poder. Tampoco
causaba daño alguno si hacía un trueque de ciruelas, que dentro de una
semana se habrían podrido, por nueces, que se mantendrían comestibles un
año entero. Ni dilapidaba los bienes comunes ni destruía lo que pertenecía a
los demás, en tanto permitiera que se perdiesen vanamente en sus manos.
Por otra parte, tampoco atropellaba el derecho de nadie si cedía sus nueces
por un trozo de metal cuyo color le agradaba, o si entregaba sus ovejas a
cambio de conchas marinas, o su lana por una piedra centelleante o un
diamante que guardaría consigo por el resto de su vida; podía acumular
tantos de esos bienes durables como quisiese, pues no se excedía de los
límites justos de su derecho de propiedad por la magnitud de sus posesio-
nes, sino cuando alguna de ellas perecía inútilmente en su poder. (V, 46).
El dinero
Y así fue que se introdujo el uso del dinero, una cosa duradera que
podía guardarse sin que se malograse, y que los hombres, de mutuo acuer-
do, aceptarían a cambio de bienes verdaderamente útiles para la vida, aun-
que fuesen perecibles. (V, 47).
De la misma manera que los distintos grados de industriosidad de
los hombres hacían que éstos tuviesen posesiones en diferentes proporcio-
nes, la invención del dinero les dio la oportunidad de seguir adquiriendo y
de aumentar sus bienes. Supongamos, por ejemplo, una isla sin posibilidad
alguna de comercio con el resto del mundo, habitada sólo por un centenar
de familias, pero en la que había ovejas, caballos y vacas, junto a otros
animales útiles, frutos comestibles y tierra suficiente para producir granos
en cantidad mil veces superior a la requerida por esa población y que, sin
embargo, ninguno de los productos de la isla pudiese servir como dinero,
por ser todos muy corrientes o perecibles. ¿Qué razón podría tener allí al-
guien para aumentar sus posesiones más allá de lo que su familia podría
utilizar, y de lo que constituye un abundante suministro de provisiones para
su consumo, ya sea en lo producido por su propia laboriosidad, o en aque-
20 ESTUDIOS PÚBLICOS
llo que pudiese intercambiar por otros bienes perecibles o por artículos
necesarios?
Si no existe algo que sea a la vez duradero y escaso y tan valioso
como para ser atesorados, los hombres no se inclinarían a aumentar sus
posesiones de tierras, aunque aquellas disponibles no pudiesen ser más
fértiles o difícilmente pudiesen presentar menos obstáculos. Me pregunto,
¿qué valor tendrían para un hombre diez mil o cien mil acres de excelentes
tierras, bien cultivadas y, además, provistas de abundante ganado, si ellas
se encuentran en las regiones interiores de América, donde no existe la
posibilidad de comerciar con otras partes del mundo y de ese modo obtener
dinero de la venta de sus productos? Ni siquiera valdría la pena cercarlas, y
veríamos que el hombre devolvería a la selvática comunidad de la Naturale-
za todo lo que excediera a los suministros necesarios para su vida y la de su
familia. (V, 48).
en este mundo para que resuelva las controversias sobre derechos que
surjan entre ellos, tales hombres permanecen en estado de naturaleza y bajo
todos sus inconvenientes. La única lamentable diferencia para el súbdito, o
mejor dicho para el esclavo del príncipe absoluto, es que en el estado de
naturaleza ordinario él tiene la libertad para juzgar por sí mismo su derecho y
para defenderlo con todo su poder; cuando, en cambio, su propiedad es
atropellada por la voluntad y las órdenes de su monarca, no sólo no tiene a
quien apelar, recurso que deben tener todos los que viven en sociedad,
sino que, como si lo hubieran rebajado de su condición común de creatura
racional, se le niega la libertad de juzgar su causa o de defender su derecho,
y de ese modo queda expuesto a todas las miserias e inconvenientes que un
hombre puede temer de quien, encontrándose sin restricciones en el estado
de naturaleza, se ve además corrompido por la adulación e investido de
poder. (VII, 91).
Puesto que los hombres, como se ha dicho, son todos por naturaleza
iguales e independientes, ninguno de ellos puede ser sacado de esa condi-
ción y sometido al poder político de otro sin que medie su propio consenti-
miento. Y este consentimiento se otorga mediante un convenio hecho con
otros hombres de unirse y asociarse en una comunidad para vivir unos con
otros de una manera cómoda, segura y pacífica en el disfrute tranquilo de
sus propiedades, y para disponer de mayor seguridad contra cualquiera que
no pertenezca a esa sociedad. Esto lo puede realizar un número cualquiera
de personas, pues no perjudica la libertad de los demás que siguen estando,
como lo estaban hasta entonces, en la libertad del estado de naturaleza. Una
vez que determinado número de hombres ha acordado constituir una comu-
nidad o gobierno, desde ese mismo momento quedan incorporados y for-
man un solo cuerpo político en el que la mayoría tiene el derecho de actuar
y decidir por todos. (VIII, 95).
Pues siempre que cierto número de hombres establece una comuni-
dad, mediante el consentimiento de cada individuo, la comunidad pasa a ser
un cuerpo, con poder para actuar como tal, lo que sólo se logra por la
voluntad y la decisión de la mayoría. En efecto, como lo que una comunidad
hace no es sino lo que han consentido sus miembros individuales, y puesto
que la comunidad es un cuerpo, en tanto cuerpo, entonces, debe moverse
en alguna dirección. Siendo así, el cuerpo deberá moverse hacia donde lo
impulse la fuerza mayor, y esa fuerza mayor es el consentimiento de la
24 ESTUDIOS PÚBLICOS
cio suficiente, hasta que el más fuerte o más afortunado devoraba al más
débil; y los más poderosos, dividiéndose nuevamente, se disolvían en do-
minios menores. Todos ellos son testimonios en contra de la soberanía
paternal, y claramente prueban que no fue el derecho natural de los padres,
transmitido a sus herederos, lo que en un principio dio origen a los gobier-
nos; porque es imposible, sobre esa base, que hubiesen existido tantos
reinos pequeños. Si los hombres no hubieran tenido libertad para separarse
de sus familias y del gobierno, sea cual fuere el que allí se había establecido,
e irse y formar Estados distintos y otros gobiernos según les pareciese,
entonces sólo debería existir una única monarquía universal. (VIII, 115).
Esto es, por lo general, lo que ha ocasionado el error en esa materia.
Los Estados no permiten que se desmembre una parte de su territorio, ni
que éste sea ocupado por quienes no son miembros de su comunidad. Por
ese motivo, normalmente el hijo no puede hacer uso de las posesiones de
su padre si no lo hace bajo los mismos términos en que aquel se encontra-
ba; es decir, debe formar parte de esa sociedad, con lo cual inmediatamente
se somete al gobierno allí establecido, como cualquier otro súbdito de ese
Estado. Así pues, como el consentimiento —que es lo único que hace a los
hombres libres nacidos bajo un determinado gobierno ser miembros de ese
Estado— lo dan separadamente, a medida que cada uno alcanza la mayoría
de edad, y no lo dan conjuntamente en una multitud, la gente no advierte
ese consentimiento; nadie piensa que lo ha dado ni que sea necesario darlo,
y, por tanto, concluyen que se es súbdito de modo tan natural como se es
hombre. (VIII, 117).
Puesto que los hombres, como se ha dicho, son naturalmente libres,
no pudiendo sometérseles a un poder terrenal si no es por su propio con-
sentimiento, habrá que examinar qué se entiende por declaración suficiente
del consentimiento de un hombre a someterse a las leyes de un gobierno
determinado. Existe una distinción común entre consentimiento expreso y
consentimiento tácito, que atañe a nuestro caso actual. Nadie pone en duda
que el consentimiento expreso de un hombre para ingresar a determinada
sociedad lo convierte en un miembro cabal de la misma, en súbdito de ese
gobierno. La dificultad estriba en determinar qué debe entenderse por con-
sentimiento tácito y en qué medida obliga, es decir, hasta qué punto debe
considerarse que un hombre ha dado su consentimiento, sometiéndose de
ese modo a un gobierno, si ese consentimiento no ha sido expresado de
manera alguna. Respecto a esto, yo digo que todo hombre que tiene una
posesión o el usufructo de una parte del dominio territorial de un gobierno
otorga con ello su consentimiento tácito, y está desde ese instante obligado
a obedecer las leyes de dicho gobierno mientras disfrute de esas posesio-
30 ESTUDIOS PÚBLICOS
nes, en las mismas condiciones que los demás súbditos; ya sea que esas
posesiones sean tierras que han de pertenecerle a él y a sus herederos para
siempre o que consistan en una vivienda alquilada por una semana, o bien
que se trate simplemente del acto de viajar libremente por el camino real,
pues, en efecto, ese consentimiento se otorga incluso por el mero hecho de
vivir dentro del territorio de ese gobierno. (VIII, 119).
Para comprender esto mejor es conveniente tener presente que en el
instante que un hombre se integra a un Estado, uniéndose a esa sociedad
política, también anexiona y somete a la comunidad los bienes que ya posee
y los que podrá adquirir, siempre que no pertenezcan ya a otro Estado. Por
cierto, constituiría una contradicción manifiesta que alguien entrase en so-
ciedad con otros con el objeto de defender y reglamentar la propiedad, y,
sin embargo, supusiese que las tierras que posee, cuya propiedad ha de ser
regulada por las leyes de la sociedad, deban quedar fuera de la jurisdicción
de ese gobierno del cual él mismo, el propietario de la tierra, es súbdito. Así,
por el acto mismo por el que una persona que antes era libre se une a un
Estado cualquiera, une también a aquel sus posesiones que antes eran li-
bres. De esa manera, ambos, persona y posesiones, se someten al gobierno
y dominio de aquel Estado, mientras éste siga existiendo. Por eso, quien de
ahí en adelante, sea por herencia, compra, autorización o por cualquiera otro
modo, disfrute de unas tierras que ya se habían anexado y puesto bajo la
autoridad del gobierno de ese Estado, debe ocuparlas conformándose a la
condición a que se encuentran sujetas, vale decir, debe someterlas al go-
bierno del Estado bajo cuya jurisdicción se encuentra, en las mismas condi-
ciones en que deben hacerlo los restantes súbditos. (VIII, 120).
Sin embargo, como el gobierno sólo tiene jurisdicción directa sobre
la tierra, y ésta únicamente se extiende al propietario (antes que se haya
incorporado realmente a la sociedad) en tanto viva en esas tierras y usu-
fructúe de ellas, la obligación de someterse al gobierno, en virtud de ese
usufructo, comienza y termina con el usufructo mismo. Por esa razón, desde
el momento en que el propietario de la tierra, que no había dado más que su
consentimiento tácito al gobierno, se deshace de ellas ya sea por donación,
venta o de otro modo, queda en libertad de marcharse y de incorporarse a
cualquier otro Estado, o puede ponerse de acuerdo con otros para iniciar un
nuevo in vacuis locis, en cualquier parte del mundo que encuentre libre y
sin dueño. En cambio, quien una vez consintió en ser miembro de un Esta-
do, por medio de un acuerdo efectivo y una declaración expresa, se encuen-
tra obligado necesariamente y para siempre a ser súbdito del mismo; queda
obligado a permanecer inalterablemente en esa condición, no pudiendo vol-
ver a la libertad del estado, salvo que dicho gobierno se disuelva por una
CARLOS MIRANDA 31
y ejecutor de la ley natural, y puesto que los hombres son parciales cuando
se trata de sí mismos, es muy posible que las pasiones y el rencor los lleven
demasiado lejos, induciéndoles a tomar con excesivo celo sus propios ca-
sos, en tanto son proclives a mostrarse negligentes e indiferentes en los de
los demás. (IX, 125).
Tercero, en el estado de naturaleza suele faltar un poder que respal-
de y sostenga la sentencia cuando ésta es justa, y que la ejecute debida-
mente. Por cierto, quienes han cometido un a injusticia y transgredido con
ello la ley, rara vez se verán impedidos de mantener esa injusticia si dispo-
nen de la fuerza para hacerlo. La resistencia que ellos oponen hace peligro-
so muchas veces el castigo, pudiendo ser incluso destructivo para aquellos
que intentan aplicarlo. (IX, 126).
Como los hombres se encuentran en una situación nociva mientras
permanecen en el estado de naturaleza a pesar de todos los privilegios de
que allí disfrutan, se ven rápidamente impelidos a vivir en sociedad. Por eso,
rara vez encontramos a cierto número de hombres viviendo juntos por algún
tiempo en ese estado. Los inconvenientes a que están expuestos, debido al
ejercicio irregular e incierto del poder que tiene cada cual para castigar los
atropellos de que pueda ser objeto por parte de los demás, les lleva a refu-
giarse en las leyes establecidas por los gobiernos, buscando en ellas la
preservación de sus propiedades. Es esto lo que los hace renunciar, de tan
buena gana, a su poder individual de castigar, colocándolo en las manos de
una persona elegida entre ellos para que lo ejerza conforme a las normas
que establezca la comunidad, o aquellos que han sido autorizados por los
miembros de la misma, de común acuerdo. Y ahí radica, pues, el derecho y el
nacimiento de ambos poderes, el legislativo y el ejecutivo, y también el de
los gobiernos y las sociedades políticas. (IX, 127).
Al entrar en sociedad los hombres renuncian a la igualdad, a la liber-
tad y al poder ejecutivo que tenían en el estado de naturaleza, y se lo
entregan a la sociedad para que el poder legislativo disponga de ellos con-
forme lo requiera el bien de esa sociedad. Sin embargo, si se considera que
el propósito exclusivo de cada uno de ellos es la mejor defensa de sus
personas, libertades y propiedades (pues no se puede suponer que una
criatura racional cambie deliberadamente su estado para ir hacia uno peor),
no cabe imaginar que el poder de la sociedad, o que el poder instituido por
los miembros de la misma, pueda extenderse más allá de lo requerido por el
bien común; porque su obligación es la defensa de la propiedad de todos,
tomando precauciones contra los tres defectos mencionados anteriormente
que hacen la vida en el estado de naturaleza insegura e intranquila. Por esa
razón, quienquiera que tenga en sus manos el poder legislativo o supremo
CARLOS MIRANDA 33
o por interés la tergiversan y la tuercen. Por esa razón, no sirve como debie-
ra para señalar los derechos y defender las propiedades de quienes viven
sometidos a ella, especialmente allí donde cada uno es al mismo tiempo juez,
intérprete y ejecutor de ella, ni para aplicarla en un caso propio. Además,
quien tiene de su parte el derecho no dispone por lo general sino de su
propia fuerza, y ésta no es suficiente para defenderse a sí mismo de los
atropellos y castigar a los delincuentes. Para evitar esos inconvenientes,
que redundan en perjuicio de las propiedades de los hombres en el estado
de naturaleza, los hombres se han unido en sociedades, pues de ese modo
disponen de la fuerza reunida de toda la sociedad para asegurar y defender
sus propiedades, y así es como pueden establecer normas fijas que las
delimiten y que permitan a todos saber cuál es la suya. En vistas a este fin
es que los hombres renuncian a su propio poder natural en favor de la
sociedad en la que entran, y por eso la comunidad pone el poder legislativo
en las manos que cree más apropiadas, encargándole que gobierne median-
te leyes establecidas. De otro modo, su paz, su tranquilidad y sus propieda-
des seguirían en la misma incertidumbre que cuando estaban en el estado
de naturaleza. (XI, 136).
El poder absoluto arbitrario o el gobernar sin leyes fijas establecidas
no pueden ser compatibles con las finalidades de la sociedad y del gobier-
no. Los hombres no renuncian a la libertad del estado de naturaleza sino
para proteger sus vidas, libertades y bienes, y para asegurarse la paz y la
tranquilidad mediante normas establecidas de derecho y de propiedad. Es
impensable que se propongan, aun si tuviesen poder para hacerlo, poner en
manos de una o más personas un poder absoluto sobre sus personas y
bienes, y otorgar al magistrado fuerza para que ponga en ejecución sobre
ellos arbitrariamente los dictados de una voluntad sin límites. Esto significa-
ría colocarse en una condición peor que la que tenían en el estado de
naturaleza, ya que entonces disponían de la libertad de defender su derecho
contra los atropellos de los demás, hallándose en términos de igualdad con
respecto al empleo de la fuerza para mantener aquel derecho, tanto si éste
era atacado por un hombre solamente como si lo era por una conjura de
muchos. Suponiendo que se hubiesen entregado al poder arbitrario absolu-
to y a la voluntad de un legislador, se habrían desarmado a sí mismos, y
habrían armado a aquel para convertirse en presas suyas cuando a él le
pareciese. Frente al poder arbitrario de un solo hombre que tiene bajo su
mando a cien mil, los demás quedan en peor situación que cuando cada uno
estaba expuesto al poder arbitrario de cien mil hombres aislados, no tenien-
do seguridad de que quien dispone de semejante fuerza posee una voluntad
mejor que la del resto de los hombres, aunque aquella fuerza sea cien mil
36 ESTUDIOS PÚBLICOS
SEPARACIÓN DE PODERES
las que se tiene en cuenta como es debido el bien de todos, el poder legisla-
tivo se pone en manos de varias personas que, debidamente reunidas, tie-
nen por sí mismas o conjuntamente con otras el poder de hacer leyes, y una
vez promulgadas se separan de nuevo los legisladores quedando ellos mis-
mos sujetos a dichas leyes. Este procedimiento es un motivo poderoso para
que los legisladores cuiden de hacer las leyes en vistas del bien público.
(XII, 143).
Pero aunque las leyes se hacen de una vez y en un tiempo breve,
ellas tienen una fuerza constante y duradera y requieren ser aplicadas de
manera permanente. Es necesario, por lo tanto, que exista un poder siempre
en ejercicio que cuide de la ejecución de las leyes mientras éstas se mantie-
nen vigentes. Por esta razón, los poderes legislativo y ejecutivo frecuente-
mente se encuentran separados. (XII, 144).
En todos los casos, mientras subsiste el gobierno, el poder legislati-
vo es el poder supremo, porque quien puede imponer leyes a otro necesita
ser superior a éste. Puesto que el poder legislativo tiene el derecho de hacer
leyes para todas las partes de la sociedad y para todos sus miembros,
prescribiendo reglas para sus acciones y otorgando poder para su ejecu-
ción, necesariamente debe ser el poder supremo, y todos los demás poderes
entregados a partes o a miembros de la sociedad deberán derivarse de él y
quedarle subordinados. (XIII, 150).