Harpur Patrick - El Fuego Secreto de Los Filosofos
Harpur Patrick - El Fuego Secreto de Los Filosofos
Harpur Patrick - El Fuego Secreto de Los Filosofos
Con gran finura intelectual, Harpur sacude los cimientos de los rígidos
«mitos» que han gobernado en los últimos siglos nuestro universo racional para
recordarnos poco a poco la existencia de otra manera de ver el mundo, que sabe
también mirar las cosas desde el ojo interno de la imaginación; pues el secreto de
esta singular Historia descansa, sobre todo, en la comprensión de esta sutil manera
metafórica de entender el mundo, que la cultura occidental ha querido
insistentemente olvidar. De este modo, la gran lección que extraemos de la
imaginación es que, finalmente, sólo es posible contemplar el mundo a través de
una perspectiva imaginativa, en definitiva, de un mito, porque «en realidad el
mundo que vemos siempre corresponde al mito en el que estamos», sea del género
que sea, ya que nuestra visión del mundo es solamente una visión del mundo, pero
no el mundo.
Patrick Harpur
El secreto es, sobre todo, una manera de mirar. Aunque sea una manera de
mirar las cosas que la cultura occidental a menudo ha perdido de vista, es
fundamental para aquellas sociedades actuales, tribales, preliterarias, a las que
llamaré «tradicionales». Es también una manera de mirar que dan por supuesta las
culturas europeas tradicionales del pasado; y es aquí por donde voy a comenzar.
1
LOS QUE CAMBIAN DE FORMA
Lo primero que hicieron fue encontrar lugares sagrados que sirvieran como
conexiones con el Otro Mundo; luego, levantaron santuarios a los dioses que
habían llevado consigo, como Tor y Frey, y organizaron fiestas anuales en las que
se les ofrecían sacrificios. Finalmente, tuvieron que establecer una relación
armoniosa con los espíritus de aquella nueva tierra.[2]
Los espíritus islandeses de la tierra son muy parecidos a otra raza de seres
europeos llamados sidhe [gentes de las colinas, pronunciado como la palabra
inglesa she]. Parafraseando a Lady Augusta Gregory, que los describía a finales del
siglo XIX,[4] los sidhe son seres que cambian de forma: pueden mostrarse pequeños
o grandes, o como pájaros, animales o ráfagas de viento. Habitan los recintos y las
fortalezas de tierra, los antiguos montículos cubiertos de hierba, pero su propio
país es Tir-na-nOg, el País de los Jóvenes. Está bajo la tierra o bajo el mar, o puede
no estar lejos de cualquiera de nosotros. Comen lo que se les deja o se apropian
para sus banquetes de lo mejor que tengamos, pero no tocan la sal. Se pueden oír
sus peleas y su música, que es más hermosa de lo que pueda ser cualquier cosa de
este mundo; cuando se los ve, a menudo están bailando o practicando sus juegos
de pelota. Los sidhe pueden ayudar a un hombre en su trabajo o incluso decirle
dónde encontrar un tesoro; enseñan a ciertos hombres y mujeres sabios dónde
hallar el ganado perdido, y cómo curar a los enfermos. Atraen a muchos a su
mundo a través del ojo de un vecino, el mal de ojo, o mediante un toque, un soplo,
una caída, un terror repentino. Los que hayan recibido ese golpe se consumirán,
pues su fuerza se transfiere a los sidhe. Se llevan a muchachos para que les ayuden
en sus juegos y en sus luchas; a madres jóvenes, para amamantar a sus niños recién
nacidos; a muchachas, que pueden allí convertirse en madres. Con frecuencia se ve
entre ellos a los muertos. Los sidhe existen, como los ángeles, desde antes de la
creación de la tierra.
Los sidhe son también llamados los Tuatha de Danann [el pueblo de la diosa
Dana], una raza de seres mitológicos que son lo que más se aproxima a los dioses
en la mitología irlandesa. Se les llama también hados y —con más esperanza que
expectación— buena gente. También se les conoce como hadas.
La comunidad secreta
Ángeles caídos
Sin embargo, había un método más amable para tratar con los dáimones. Se
podían asimilar al cristianismo dándoles un nuevo nombre. Los viejos dáimones
de colinas, ríos y rocas, los genii loci, fueron cristianizados como santos, así como la
Virgen María suplantó a muchas ninfas de arroyos y pozos sagrados. De esta
manera, los dáimones mantuvieron su función mediadora bajo un disfraz cristiano,
conciliando a Dios en nuestro beneficio.
Nos damos cuenta de que el daimon de Jung aparece por igual mientras está
dormido como mientras está despierto, como lo describió Platón. Es mientras
dormimos, en sueños, cuando quienes no tenemos vocación daimónica nos
encontramos sin embargo con los dáimones. Podemos no tener muchas visiones
chamánicas ni esos «grandes sueños» que proféticamente se refieren a toda la tribu
más que al individuo; pero supongo que todos hemos tenido alguna vez alguno.
Además, como ha demostrado Jung, hay un sentido en el que todos los sueños, no
importa lo personales que sean, abocan potencialmente a un territorio impersonal,
esto es, al mito.
La Gente Pequeña
Este elfo o ser feérico clásico había aparecido, sin embargo, en circunstancias
que parecen poco apropiadas para estos seres: momentos antes, los dos hombres
habían visto interrumpido su camino por un aparato redondo que se cernía sobre
ellos. Entonces «el enorme disco empezó a descender —dijo Esko— hasta situarse
tan cerca que podía haberlo tocado con mi bastón». [36] Envió un intenso rayo de luz
blanca hacia abajo, al suelo del bosque. Entonces fue cuando Aarno se sintió
empujado hacia atrás. En el mismo momento, vio al hombrecillo que estaba en el
rayo de luz. Finalmente, el «aparato» despidió una neblina gris rojiza que envolvió
a la criatura y a los hombres, de modo que ya no pudieron verse. Cuando la niebla
se dispersó, luz, criatura y aparato habían desaparecido.
Por extraño que sea el aspecto de los dáimones, tienen tendencia a aparecer
como semejantes a los humanos. Pero pueden mostrarse de otras tres maneras:
como los antepasados o muertos; como animales; o como humanos que son brujas
o curanderos, hechiceros o chamanes. Cada una de estas tres categorías puede, en
una cultura u otra, desempeñar el papel de los dáimones y asumir todos sus
atributos; o si no, traslaparse parcialmente con los dáimones. Por ejemplo, a veces
se ve a los muertos entre los seres feéricos. Quien ha sido «elevado» es tan
probable que haya sido abducido, llevado por los seres feéricos, como que haya
muerto, llevado por Dios. En Bretaña, los seres feéricos han sido completamente
reemplazados por los muertos, de los que se dice que son más escuálidos que los
vivos, que tienen caminos secretos, que necesitan que se les deje comida, que se
llevan a gente y que cambian de forma, exactamente igual que los seres feéricos.
Los chinos dan de comer a los kwei shin, que son tanto los antepasados
como los dáimones de colinas y ríos. Pero son explícitos sobre la naturaleza
metafórica del hecho de dar de comer. El alimento más importante para los
antepasados es la piedad filial; y para los dáimones, el respeto. [45] El «primer
dictado de la sabiduría», según Confucio, es «ocuparse de los asuntos del pueblo,
respetar a los kwei shin y mantenerlos a distancia». [46] Deben ser tratados, dice,
«con austera dignidad, sin familiaridades indebidas». [47] Pues existe siempre la
sensación, como señalaba Yeats, de que a los seres feéricos no les gusta que se sepa
demasiado sobre ellos.[48] Son especialmente peligrosos si te ven antes de que los
veas.[49]
La princesa y el ciervo
Así como en Melanesia se cree que un hombre muerto que vuelve como
tiburón[52] está simultáneamente en el país de los muertos, también una bruja o un
chamán pueden estar a la vez en su cabaña y vagando por la selva como animales
salvajes. Las brujas británicas se transformaban en liebres. Sus espíritus guardianes
habituales, los gatos negros, por ejemplo, eran análogos a los «animales espíritu»
que ayudan a los chamanes en su ocupación de curar (o maldecir). Pero en cierto
sentido esos espíritus habituales eran emanación de la propia bruja. Seres humanos
y animales son intercambiables. No es tanto que un alma humana entre en un
animal, sino más bien que humanos y animales son un solo ser, pero presente en
dos lugares al mismo tiempo, sea como hombre leopardo en África occidental,
hombre jaguar en Brasil[53] u hombre lobo en Europa oriental.
Mientras tanto, vale la pena recordar que los cuentos en los que se habla de
despojarse de la piel están sumamente extendidos. Por ejemplo, a lo largo de toda
la costa norte de Europa se cuenta la historia del joven que ve una manada de focas
nadando hacia una playa desierta bajo la luna llena. [55] Las focas salen de su piel
para mostrarse como hermosas jóvenes que danzan desnudas en la arena. El joven
roba una de las pieles, lo que impide que su propietaria vuelva a tomar forma de
foca. Se casa con ella y tienen hijos. Pero ella busca incesantemente la piel de foca
que ha escondido su marido, hasta que finalmente la encuentra. Una versión
escocesa de la isla de Uist del Norte nos cuenta que «un día caluroso, su hijo
humano fue a ella y le dijo: “Oh, madre, esta cosa extraña que he encontrado en el
viejo arcón de la cebada es más suave a mi tacto que la niebla”. Rápidamente, la
mujer foca se puso la piel con destreza, se dirigió inmediatamente hacia la playa y,
con un decidido chapuzón, se fue cantando melodiosamente su alegría marina por
las frías aguas del océano».[56]
En África occidental son los cocodrilos, según creen los toradjas, los que se
quitan la piel cuando llegan a tierra y adoptan forma humana. [57] Los dowayos de
Camerún creen lo contrario: los brujos se quitan la piel por la noche para
convertirse en leopardos.[58] Esas creencias son tan antiguas como ampliamente
extendidas. En la mitología escandinava, por ejemplo, el héroe Sigmund y su
sobrino Sinfiotl encuentran dos pieles de lobo en el bosque; se las ponen y se
convierten en lobos, cuyas aventuras parecen constituir una iniciación para
Sinfiotl.[59] El despojarse de la piel es una variante rica en contenido metafórico del
cambio de forma, pues nos dice, entre otras cosas, que entre este mundo y el Otro
sólo hay una piel extremada mente suave y tenue.
En el mito y el folclore, los hombres viajan como Orfeo al Otro Mundo. Van
por amor o por deseo, voluntariamente o aterrados. Un amante sidhe te puede hacer
entrar contra tu voluntad en Tir-na-nog; en la mitología irlandesa, Ossian fue
espontáneamente al Otro Mundo por su amor a Niamh, pálida como una perla. [61]
Sigfrido, el héroe escandinavo, se enfrentó a un anillo de fuego para encontrar a la
valquiria Brunilda. Pero igual que las sirenas y las esposas foca pueden ser
retenidas en este mundo, también los héroes pueden permanecer atrapados o
encantados en el Otro, como Odiseo en la isla de Calipso o el poderoso Heracles en
la corte de ónfale, reina de Lidia, en donde se volvió delicado, timorato y se vestía
con ropas de mujer.
Ésta es una clara indicación de que Kirk tuvo que pagar el precio de
observar demasiado de cerca los asuntos de los seres feéricos, que no quieren que
se sepa demasiado sobre ellos.
Aunque los relatos sobre abducciones de mortales por dáimones tal vez
estén más asociados con las antiguas áreas célticas, son, sin embargo, universales.
Pero los abducidos a veces no son capturados para siempre, como Kirk. A
continuación presento dos relatos del Nuevo Mundo, uno de un nativo y otro de
un inmigrante.
Niños intercambiados
Los sidhe necesitan el vigor humano, escribió Yeats, [82] mientras que nosotros
necesitamos su sabiduría. Así como ellos cogen a las madres jóvenes para
amamantar a sus bebés, y a las jóvenes como esposas, así los «alienígenas»
modernos —los llamados «grises»— toman óvulos o fetos para fortalecer su raza.
[83]
La falta de reciprocidad en las primeras versiones de este interesante folclore fue
rectificada más tarde, cuando llegó a ser una creencia muy difundida que los
alienígenas estaban confabulados con el gobierno, que aceptaba sus actividades a
cambio de su «sabiduría»; en este caso, una avanzada tecnología extra terrestre.
Así pues, el motivo del rapto por parte de brujas, seres feéricos o muertos —
por cualquier tipo de daimon— parece ser universal, y todavía persiste en las
sombras de nuestra iluminada cultura. Además, no siempre aparece de una
manera obvia, como muestra el siguiente ejemplo.
No obstante, se cree que hasta mil zombis aparecen cada año. La población
los reconoce inmediatamente por su mirada fija, por sus acciones repetidas, torpes
y sin objetivo, y por sus palabras limitadas y monótonas. Son objeto de piedad más
que de temor, que se reserva a los bokos.
El tercer caso parece haber sido resuelto. Una muchacha llamada Marie
Moncoeur murió a los dieciocho años, pero reapareció trece años después
afirmando que la habían mantenido como zombi en una aldea ciento cincuenta
kilómetros al norte, y que la liberaron solamente cuando el boko murió. A la gente
no le pareció una zombi típica. Fue reconocida por su familia, y especialmente por
su hermano.
Más adelante hablaré de cómo mitos que a primera vista pueden parecer
muy diferentes entre sí resultan estar estructurados de manera muy semejante en
un nivel más profundo: son versiones simétricas pero invertidas. Esto es también
cierto en el folclore de los zombis, que está más próximo al europeo de lo que
parece.
Habitualmente, las víctimas de una abducción alienígena creen que han sido
transportadas físicamente a una nave espacial por extraterrestres, pero a veces
describen el acontecimiento como una experiencia extracorpórea. Los esoteristas
occidentales creen en un cuerpo «sutil» o «astral», análogo al «cuerpo-fantasma» o
«cuerpo del sueño» de tantas culturas tradicionales, que es la sede de la conciencia
en una «experiencia extracorpórea». Es posible que las culturas tradicionales, a
través de sus muchas versiones diferentes de tales experiencias, sean lo bastante
sabias para no entender demasiado literalmente este tipo de cuerpo. Si se hace así,
se está expuesto a confundirlo con el cuerpo físico y llegar a creer, por ejemplo, que
se ha sido teletransportado a una nave espacial. Al contrario, es más habitual —
casi universal fuera de nuestra cultura— entender que el cuerpo físico es también
«sutil» y que, por lo tanto, puede ser fácilmente llevado al Otro Mundo porque no
es básicamente algo material.
Volveré a la cuestión de cuerpo y alma hacia el final del libro, donde analizo
el fenómeno conocido como «pérdida del alma». De momento, quiero examinar el
reino en el que se dice que habitan los dáimones: el Otro Mundo.
4
EL PURGATORIO DE SAN PATRICIO
Todas las culturas tradicionales creen que los muertos viven en otro lugar,
en lugares tan diversamente situados como los de los sidhe. Según muchos
africanos,[103] los muertos van a una aldea subterránea donde la vida es fácil y
abundante. Si no, van a un país lejano, al este, o al bosque que circunda su hogar
terrenal. En el otro lado del mundo, en el estrecho de Torres, las almas de los
muertos van a una isla desconocida, en el oeste; o a un lugar en el interior de la
tierra; o a uno de los tres mundos de los espíritus. [104] A veces se cree que los
muertos van simultáneamente al «mundo interior» y al cielo», exactamente de la
misma manera que Heracles (el Hércules latino) fue ascendido simultáneamente al
monte Olimpo y enviado a vagar tristemente por el Hades.
El Otro Mundo del cristianismo difiere del reino tradicional en dos aspectos
principales que reflejan la tendencia divisoria del monoteísmo. En primer lugar, así
como polarizó los dáimones en ángeles y demonios, también polarizó el Otro
Mundo en Cielo e Infierno; y, en segundo lugar, separó completamente el Otro
Mundo de éste y se lo llevó a un Cielo trascendente, más allá incluso del
firmamento, y a un Infierno, menos importante, vagamente subterráneo.
La caverna de Platón
Thymós ha sido identificado con la robusta conciencia del ego del hombre
occidental, que no cree en ninguna otra realidad más que en la suya. Sin embargo,
desde el punto de vista psíquico más profundo, la conciencia del ego —como
observaron los neoplatónicos—[115] es una forma de inconsciencia. Somos
inconscientes de la realidad, afirman los románticos, salvo en momentos de visión
imaginativa. El Otro Mundo, que nos rodea por completo, nos parecería un paraíso
terrenal si simplemente limpiáramos «las puertas de la percepción», como dice
Blake, y viéramos el mundo como realmente es, «infinito».[116]
La imaginación primigenia
Este mundo intermedio fue denominado Psyché tou Kosmou, el Alma del
Mundo, aunque fuera mejor conocido en la Europa de lengua latina como Anima
Mundi. De ahí proceden los dáimones. A veces era imaginado jerárquicamente, con
el mundo inteligible de los dioses arriba y el nuestro debajo, pero emanando los
tres de una fuente desconocida llamada simplemente el Uno. En otras ocasiones se
concebía como un único reino dinámico con dos aspectos: uno inteligible
(espiritual) y otro sensorial (material). Y así es como en general lo ha descrito la
tradición esotérica occidental. Todos los neoplatónicos, los filósofos herméticos, los
alquimistas y los cabalistas han afirmado que el cosmos está animado por un alma
colectiva que se manifiesta a veces espiritualmente, otras físicamente, e incluso de
ambas maneras a la vez, es decir, daimónicamente; pero que sobre todo relaciona y
mantiene todos los fenómenos unidos. Ésta es la ortodoxia verdadera, dicen, a la
que la ortodoxia errónea —que el filósofo A. N. Whitehead denominó «los tres
últimos siglos provincianos»— ha ignorado de forma deplorable.
El mundo animado
El inconsciente colectivo
Arquetipos
Ego (héroe), persona, sombra, anima, animus, puer (joven eterno), senex
(anciano sabio), embaucador (trickster), Gran Madre, animal significativo, sanador,
niño divino, sí-mismo; esta lista casi cubre los arquetipos que Jung descubrió en el
inconsciente colectivo. Como sus precedentes históricos, las categorías a priori de
Kant y las formas de Platón, son entidades abstractas que no obstante constituyen
el substrato de la realidad. Los arquetipos son, dice Jung, incognoscibles en sí
mismos; pero, paradójicamente, pueden ser conocidos porque se manifiestan en
imágenes. A diferencia de los complejos, esas imágenes no de la represión, porque
nunca han sido conscientes. Están, dice Jung, «dotados de personalidad desde el
principio». ·Se manifiestan como dáimones, como agentes personales […] sentidos
como experiencias reíles».[125]
Soñar
Las imágenes de los sueños no nada tienen que ver con las imágenes
normales de los sentidos, por eso no podemos percibirlas verdaderamente con
nuestros sentidos habituales. Tenemos que percibirlas con la misma conciencia
Dsíauica de la que están compuestas, y eso significa percibir con la imaginación.
Mejor todavía, «las imaginamos más que las percibimos, y no podemos percibir
con la percepción sensorial las profundidades que no se
En busca de Tir-na-nOg
Cuando Platón habla de que los dáimones transmiten los deseos de los
dioses a los hombres «tanto durante la vigilia como durante el sueño», [146] no hace
ninguna distinción entre visiones y sueños. Realmente, los griegos no pensaban
que los sueños fueran un asunto interno, particular. Siempre hablaban de ver un
sueño, no de tener un sueño, como hacemos nosotros.[147]
El Otro Mundo está, por decirlo así, a nuestro alrededor, allí donde nuestro
mundo termina. Está más allá de los límites de los mapas, donde «están los
dragones», o debajo del umbral de conciencia donde están los arquetipos. Se puede
imaginar como un Mundo Inferior subterráneo o como un Cielo empíreo, una
Arcadia del pasado o una Utopía futura. Y para un niño, puede empezar en el
armario que está debajo de la escalera.
Embrujo y encanto
Por otra parte, el literalismo escinde la doble visión en una visión polarizada;
no sólo literaliza este mundo, sino también, por decirlo así, el Otro Mundo. En la
obra de Ibsen Peer Gynt, el héroe epónimo —un poeta típico— es capturado por los
trolls y conducido a su guarida de la montaña. El rey troll ensalza las virtudes de la
visión de los trolls que, por ejemplo, ven hermosas doncellas en lugar de vacas. Si
Peer accede a que le hagan una operación sencilla en sus ojos, también su visión se
podría transformar en visión troll. Peer se niega con indignación. «Está
perfectamente dispuesto, dice, a jurar que una vaca es una hermosa doncella, pero
quedar reducido a la condición de no poder distinguir la una de la otra, a eso
nunca se someterá».[162]
Peer se niega a renunciar a la doble visión del poeta. Pues ver siempre las
vacas como hermosas doncellas es como poder ver solamente la hueste celestial y
no el sol. En ambos casos somos tan víctimas de la visión simple, del literalismo,
como cuando únicamente vemos las vacas solamente como vacas, desprovistas de
sentido y de posibilidades metafóricas.
James Lovelock habla del escándalo que supone el hecho de que, a pesar de
las enormes sumas de dinero gastadas en satélites, globos y mediciones
aeronáuticas, los científicos no habían sido capaces, sin embargo, de predecir o
descubrir el agujero en la capa de ozono. En realidad sus instrumentos estaban
programados para «rechazar los datos que fueran sustancialmente diferentes de tas
predicciones modelo. Los instrumentos detectaron el agujero, pero los que estaban
a cargo del experimento lo ignoraron, diciendo: “No nos molestéis con hechos;
nuestro modelo lo sabe mejor”».[163] En este ejemplo vemos como la ciencia puede
derivar en cientifismo, y convertir su mapa del mundo en el mundo.
Por ejemplo, Richard Dawkins opina que ahora que tenemos una biología
moderna «ya no tenemos que recurrir a la superstición cuando nos enfrentamos
con problemas profundos: ¿hay un sentido para la vida? o ¿para qué estamos
aquí?».[165] «Nuestro objetivo —escribe Stephen Hawking, refiriéndose al objetivo
de la ciencia— es nada menos que hacer una descripción completa del universo en
el cual vivimos».[166]
Más adelante consideraré este mundo situado más allá de los límites del
racionalismo. Entretanto, debemos observar que la tendencia polarizadora del
racionalismo ha significado no sólo que sea socavado por la irracionalidad desde
dentro, sino también que sea amenazado por su contrario desde fuera. Se
enfrentaba al desafío, por ejemplo, del Romanticismo, que, aunque no tenía
ninguna objeción contra la razón de la Ilustración, reaccionó contra el extremo
irracional del racionalismo con un fomento de la imaginación. El cristianismo pudo
ponerse del lado del racionalismo durante algún tiempo, de una manera
descolorida, deísta; pero bajo el ataque del materialismo y, después, del
evolucionismo, fue obligado por su literalismo a atrincherarse en una literalidad
propia, afirmando la verdad literal de la Biblia y exponiéndose de ese modo al
ridículo por parte de los darwinistas.
Entonces, a mediados del siglo XIX, sucedió lo último que podían esperar
tanto el racionalismo como el cristianismo.
Todas las descripciones del reino subatómico, dicen los científicos, son
modelos. Pero los modelos —sean réplicas, planos, mapas o dibujos de puntos—
son siempre modelos de algo que ya hemos encontrado en el mundo real. Del
mismo modo los modelos atómicos no corresponden a átomos «reales», porque no
sabemos nada sobre tales átomos «reales», salvo en términos de modelos. Por otra
parte, sabemos cosas de los átomos. Disponemos de cantidades de datos. Pero sólo
pueden ser expresados mediante un modelo matemático, y esto no guarda ninguna
relación con nada que podamos visualizar. En realidad, la única manera en que las
matemáticas pueden corresponderse con el mundo físico es como medida.
En el caso de los átomos, sin embargo, nunca está claro lo que se mide, o
bien medimos una cosa a expensas de otra. Y, además, necesitamos visualizar el
mundo atómico, como necesitamos visualizar cada uno de los Otros Mundos. Los
modelos matemáticos no bastan; tienen que ser traducidos, aunque sea tan sólo a
bolas de billar. Incluso los científicos traducen constantemente: su discurso de
modelos y simetrías es un discurso-modelo. También lo son las palabras electrón,
protón, quark, etc. ¿Qué es lo que designan? ¿«objetos» reales de los que no
tenemos ningún conocimiento? ¿Modelos matemáticos? ¿O el modelo del modelo
matemático que intentamos visualizar?
Dondequiera que miremos —la antigua Grecia, África, China, América del
Sur—, los seres humanos tienen una tendencia universal a dividir el mundo en
dos. Más concretamente, a clasificar el mundo en pares. La cultura occidental
favorece, como hemos visto, los pares de opuestos generados por su afición a
polarizar. Otras culturas reconocen que los términos de un par se pueden
relacionar entre sí de muchas maneras; una relación de oposición es la excepción,
más que la regla.
derecho sol luz norte par masculino seco caliente duro política
izquierdo luna oscuridad sur impar femenino húmedo frío blando religión
En Cómo piensan los nativos,[187] Lucien Lévy-Bruhl proponía que los pueblos
tribales vivían en el mundo en un estado de «participación mística». Era una idea
que Jung aceptó con entusiasmo para describir la falta de distinción en la mente
tribal entre sujeto y objeto: «Lo que sucede fuera sucede también en su interior, y lo
que ocurre en su interior ocurre también afuera». [188] No es asombroso pues que los
hombres de una tribu sintieran una «identidad mística» no sólo con sus
compañeros, sino también con su animal totémico.[189]
Finalmente, debo añadir que aparte de la Gran Cadena del Ser y la doctrina
de las correspondencias, el tercer modelo del mundo medieval —que penetraba en
estos otros dos, impidiéndoles adquirir rigidez— era el modelo de la danza. Las
jerarquías cósmicas estaban animadas por un movimiento armónico. Como es
sabido, los astros danzaban al son de la música de las esferas. Los antiguos bailes
populares, así como las danzas circulares y las ceremonias en torno al «árbol de
mayo» eran un eco ritual de la danza circular universal para promover la armonía,
la fertilidad y la buena fortuna.
«Un estudioso me dijo una vez que los griegos consideraban que los mitos
son las actividades de los dáimones, y que los dáimones moldean nuestro carácter
y nuestra vida. Con frecuencia he tenido la fantasía de que existe un mito para
cada ser humano, y que, simplemente conociéndolo, podríamos comprender todo
lo que hizo y pensó».[202]
La idea de que los dáimones que habitan los mitos también los inventaron es
una metáfora notable de la forma en que los mitos se generan a sí mismos a partir
de la imaginación. Cuando Lévi-Strauss nos dice que trata de mostrar comment les
mythes se pensent dans les hommes et à leur insu —«cómo los mitos se piensan en los
hombres sin conocimiento de éstos»—,[203] está señalando exactamente este proceso
creativo autónomo e inconsciente.
La psicología analítica nos ha enseñado que los mitos son las historias del
alma. Si queremos comprender la psi-que occidental, tenemos que estudiar sus
mitos. Esto significa fundamentalmente —y en especial a partir del Renacimiento
— la mitología griega y romana. Sin embargo, se debe tener en cuenta también la
mitología nórdica y anglosajona, particularmente porque subyace en la cultura del
norte de Europa que, a su vez, produjo movimientos claves en la historia de
Occidente como el protestantismo, sin el cual el racionalismo moderno no habría
aparecido. Ted Hughes piensa que el mito nórdico o escandinavo es «la mejor
parte de nuestro patrimonio que aún tenemos bajo llave», [204] y que lo hemos
descuidado en favor del mito griego. Puede estar en lo cierto; y, en Daimonic
Reality, yo indicaba el papel clave representado por el héroe nórdico Sigurd (que
voy a recapitular) en el trasfondo psicológico del moderno ego racional.[205]
Esto no significa que tengamos que creer en ellos como personas literales.
Cada dios «es una forma de existencia, una actitud hacia la vida y un conjunto de
ideas […]. Un dios forma nuestra visión subjetiva para que veamos el mundo
según sus ideas».[206] De este modo, no es cierto que nosotros tengamos ideas, sino
que más bien las ideas nos tienen a nosotros. Tenemos que saber qué ideas, qué
dioses nos gobiernan para que no gobiernen nuestras vidas sin que seamos
conscientes de ello. Por ejemplo, el dios que está detrás de este libro es
probablemente —justo es advertirlo— Hermes.
Apolo y su hermano
Sin embargo, cuando no está en relación con Apolo, Hernies —del que Jung
decía que era el arquetipo del inconsciente— es el dios de la comunicación, de los
negocios y el comercio, de las encrucijadas y las fronteras, del engaño y el robo, de
los rebaños y la fertilidad, de la magia, los oráculos y los sueños. Es el mensajero
de los dioses, el único que puede viajar libremente entre los reinos de los dioses, de
la humanidad y de los muertos. Como Hernies psychopompos [conductor de almas],
guía a las almas al Hades.[209] También nos trae los sueños. Para los filósofos
herméticos de la era helenística era Hermes Trismegisto, «tres veces grande»; para
los alquimistas era Mercurio, inspirador, realizador y objetivo último de su arte.
Hermes nos vincula con nosotros mismos con el mundo. Se indispone con
Apolo, pero también se reconcilia con él: le da a Apolo la lira que ha fabricado con
el caparazón de una tortuga, y su hermano queda tan contento que nombra a
Hernies Señor de los Rebaños; Hernies sabe lo importante que es el trueque y la
reciprocidad en el reino psíquico, no menos que en el mercantil. Hernies tiende
puentes entre mundos y actúa como nexo de intercambio.
A lo que más se parecen los mitos, supongo, es a los sueños. Al menos, los
nativos del suroeste de Norteamérica dicen que son sueños o que han sido creados
por sueños, mientras que el «tiempo de los sueños» de los aborígenes australianos
sugiere que «mitos y sueños muestran una forma similar de captar la realidad». [212]
Freud pensaba que los mitos eran, como los sueños, «fantasías de realización de los
deseos». Jung pensaba que eran revelaciones del inconsciente colectivo. Por su
parte, Lévi-Strauss apartó la atención del contenido de los mitos para fijarse en su
estructura subyacente. Observó que aunque un mito puede aparentemente
cambiar a lo largo del tiempo y el espacio, su estructura permanece constante.
Por ejemplo, la historia de Edipo, que mata involuntariamente a su padre, se
acuesta con su madre (que se suicida) y se arranca los ojos llevado por el horror y
el remordimiento, se recoge estructuralmente en la historia de Fedra, que quiere
acostarse con su hijastro, Hipólito, y al que, ante su negativa, acusa de haberlo
hecho, tras lo cual es muerto por Teseo, su padre y esposo de Fedra (que se
suicida). En otras palabras, el padre mata al hijo en lugar de que el hijo mate al
padre, el hijo no se acuesta con su madrastra, aunque se le acuse de ello; ambas
madres se suicidan; ambos supervivientes, el hijo y el padre, sufren un profundo
remordimiento.
Aunque estoy lejos de ser indiferente al contenido concreto del mito —más
adelante me fijaré más detenidamente en los héroes—, por el momento quiero
concentrarme en este aspecto estructural. Tomaré dos mitos al azar de la mitología
griega.
El primero nos cuenta cómo Zeus, el dios del cielo, adopta la forma de un
toro para llevarse a una muchacha humana, Europa. [213] Su hermano Cadmo la
busca. Se le dice que siga a una vaca y que, cuando ésta se detenga, funde la
ciudad de Tebas, tras sacrificar primero la vaca a la diosa Atenea. Buscando agua,
Cadmo mata a un dragón que custodia una fuente sagrada. Siembra sus dientes y
la cosecha es un grupo de hombres, los espartoi [hombres sembrados]. Éstos se
matarán entre sí, pero los supervivientes cooperarán con Cadmo en la fundación
de Tebas. Cadmo se casa con Harmonía, hija de Ares, dios de la guerra. Cadmo y
Harmonía son convertidos en serpientes.
El segundo mito nos cuenta cómo, entretanto, Europa tiene un hijo con Zeus,
Minos, que se casa con Pasífae. El hermano de Zeus, el dios del mar Poseidón,
envía a Minos un hermoso toro para que sea sacrificado. Pero Minos no lo hace y,
como castigo, Poseidón hace que Pasífae desee al toro. Gracias al ingenio de
Dédalo, Pasífae es transformada en vaca, tiene relaciones con el toro y da a luz a un
monstruo, el Minotauro.
Vemos cómo los dos mitos están estructurados de la misma manera, pero
también cómo el primero es transformado en el segundo cambiando, por decirlo
así, todos los signos: los toros se convierten en vacas, los hermanos se convierten
en maridos, los dioses del cielo en dioses del mar, etc. Se nos ofrecen una serie de
contradicciones que resultan análogas entre sí: Naturaleza: cultura,
dioses/hombres, salvaje/domesticado, monstruos/animales domésticos. (El toro,
ambiguo —domesticado pero salvae—, es el mediador entre las dos partes.)
Los arquetipos están, como el alma, «vacíos» en sí mismos. Sólo pueden ser
conocidos a través de las muchas imágenes que adoptan. Cambian de forma,
asumen valores diferentes, máscaras distintas, según la relación en la que están. Un
arquetipo como el anima de Jung adopta la imagen de una hija en relación con el
anciano sabio (por ejemplo, Antígona y Edipo); de una madre en relación con el
hijo-héroe (Tetis y Aquiles); de una esposa en relación con el esposo-héroe
(Andrómeda y Perseo).
La idea es que los sueños convergen en la sola imagen unificadora del sí-
mismo; o, a la inversa, que cada sueño es un aspecto diferente del sí-mismo. Sin
embargo, Jung pensaba que nunca se llegaba al sí-mismo, aunque estuviera
presente como una especie de «punto virtual», un centro imaginativo que
organizaba a su alrededor el imaginar de la psique. Por la misma razón, las
múltiples variantes de los mitos americanos que Lévi-Strauss analizó podrían
interpretarse como un esfuerzo por reconciliar las contradicciones que encarnan en
algún gran mito sintetizador. Pero no existe tal meta-mito real, como tampoco
existe un sí-mismo real. Existe solamente una hipotética fuente de luz, por decirlo
así, que es difractada por la vidriera de colores de la mitología en una miríada de
mitos y sueños llenos de color.
Todo esto es una manera abstracta de describir lo que todos los soñadores
saben: que sus sueños representan variantes de sus vidas conscientes. La mujer con
el corazón destrozado sueña durante años una serie de posibilidades relativas a su
amante infiel: ha vuelto, la ha vuelto a rechazar, es tierno y cariñoso, es cruel y se
burla de ella, se ha casado con otra, se casa con ella y tienen cuatro hijos… Jung
habla del papel compensatorio del inconsciente en relación con la conciencia; pero,
una vez más, la relación de oposición pesa demasiado. Los sueños representan las
posibilidades no realizadas en nuestra vida real. Cuando se despliegan, la mujer
del corazón destrozado empieza a ver que la variante del «mito» que ella vivió
realmente no era la única, o ni siquiera la real; era simplemente la literal. Y los
diferentes papeles que ella desempeñó en sueños, y los diferentes sentimientos que
experimentó, son igualmente «suyos» en la totalidad de una psique que trata
nuestras vidas de manera impersonal como si fueran mitos.
El ser humano autotrascendente
El laberíntico cambio de forma de los mitos refleja los caminos del alma, que
«parece más interesada en el movimiento de sus ideas que en la resolución de los
problemas. Por lo tanto, ningún problema psicológico clásico podrá ser resuelto
nunca…».[218] Es como si reconociéramos las contradicciones de nuestra existencia
humana y estuviéramos intensamente preocupados por ellas. Somos seres
paradójicos, autotrascendentes; formamos parte de la naturaleza, por ejemplo, y
sin embargo estamos fuera de ella. Utilizamos abstracciones para expresar nuestras
contradicciones donde las culturas tradicionales utilizan imágenes concretas. Los
problemas de mente/materia o consciente/inconsciente sobre los que filosofamos
son solamente reafirmaciones de los problemas de este mundo/Otro Mundo o del
Mundo celestial/Mundo inferior sobre los que mitologizamos. Sin embargo, en
ningún caso los problemas pueden ser resueltos, porque no son problemas, sino
misterios. Los mitos nos dicen que vivamos sin resoluciones, en un estado de
tensión creadora con nuestra doble dimensión.
Los mitos no nos llevan, por decirlo así, a ninguna parte. Aunque haya mitos
sobre el progreso, los mitos mismos no progresan. Lévi-Strauss incluso vio el
«progreso» científico literal como un sistema de mitos que, en realidad, «nunca
consistirán en otra cosa que en avanzar hacia reagrupamientos, en una totalidad
que es cerrada y complementaria consigo misma». De hecho, «d pensamiento
mitológico no es precientífico; más bien debería ser visto como un anticipo del
estado futuro de la ciencia…».[219]
Historia y mito
Por eso nos resulta difícil aceptar la mezcla de mito e historia. Nos
sorprende la forma en que las genealogías tradicionales pasan sin ruptura ninguna
de la historia a la prehistoria. Al trazar el linaje de los reyes de Irlanda, por
ejemplo, nos descubrimos súbitamente fuera de la historia y en medio del mito
cuando los antepasados se convierten en miembros de los míticos Tuatha de
Dannan. Aún más sorprendentes son aquellas culturas cuyos jefes remontan su
ascendencia a animales tótem. La historia, el pasado, es también Otro Mundo que
nos proporciona los mitos de cómo-empezó-todo.
El análisis estructural nos dice que podemos ir más allá todavía con el mito y
la historia, y afirmar que la historia es esa variante mítica que hemos decidido
tomar literalmente. La historia está, por tanto, sombreada por otras versiones
simétricas e invertidas de sí misma, igual que nuestras vidas personales están
sombreadas por las otras vidas que vivimos en sueños y en la imaginación.
Dríades pintadas
Ritos de pubertad
Pero hay un sentido crucial en el que los ritos chamánicos y de pubertad son
recíprocamente inversos. Los ritos de pubertad representan la muerte de la
infancia y el renacimiento a un estado adulto, que es también el nacimiento del
ego, de la individualidad, de la humanidad plena. La iniciación chamánica
representa la destrucción del ego, el nacimiento del hombre «dos veces nacido»
con poderes sobrehumanos. Es una vuelta a la naturaleza desde la cultura, donde
naturaleza significa ahora sobrenaturaleza, el reino de los dáimones y los dioses.
El deseo de iniciación
Si, por alguna razón, se aplazan los ritos de pubertad, los jóvenes pueden
llegar a la adolescencia o a los veinte años, pero siguen siendo niños. Sin iniciación
no hay estado adulto. La transformación ritual —transformación imaginativa—
tiene precedencia sobre el cambio meramente biológico, exclusivamente literal. La
incidencia universal de los ritos de pubertad sugiere que son arquetípicos, un
requisito fundamental del alma. No sorprende, pues, que los adolescentes de la
sociedad secular occidental, que están privados de ritos oficiales, busquen
inconscientemente una verdadera iniciación a través del alcohol, drogas, sexo y
rock and roll. Anhelan salir de sí mismos, salir de sus cabezas; necesitan
positivamente el miedo, el dolor y la privación para saber si pueden soportarlo,
para saber si son hombres y mujeres, para saber quiénes son. Quieren la
escarificación —cicatrices, tatuajes, piercings— para presumir. Algunos incluso
cometen crímenes específicamente para sufrir un castigo —la iniciación de la
prisión—, y en cambio sólo reciben tratamiento psicológico.
12
Los ANIMALES QUE MIRARON FIJAMENTE A DARWIN
La náusea de Darwin
El primer encuentro de Darwin con la náusea fue a bordo del Beagle. Estuvo
horrible, angustiosamente mareado durante cinco años. Nunca se adaptó, nunca se
sintió a gusto en el mar, pero, de un modo heroico, ni abandonó ni se volvió a casa,
a pesar de que lo deseaba ardientemente, pues sufría también de una nostalgia
paralizante que le impidió percibir la riqueza y variedad de sus últimas escalas, de
Tahití a Mauricio. Luchó contra la náusea cumpliendo su deber de naturalista,
reuniendo y catalogando tenazmente muestras, anhelando estar en casa y
maldiciendo el mar, ese «monstruo furioso» al que toda su vida «odió y aborreció».
[253]
La madrastra imbécil
Los darwinistas pueden protestar diciendo que ellos nunca afirmarían que la
historia de las polillas es una evidencia de la selección natural. Sin embargo, la
historia está todavía en libros de texto y enciclopedias; y, aunque no fuera así, los
darwinistas de a pie siguen contando orgullosamente el cuento de la polilla. Es un
tipo de leyenda que no se preocupan de corregir aquellos que tienen más
conocimientos. Más aún que una leyenda: esta era la teoría oficial al menos hasta
1970, cuando el A Handbook of Evolution[264] del Museo Británico de Historia Natural
describía la «mdanosis industrial» de las polillas como «el cambio evolutivo más
sorprendente realmente presenciado» y como «prueba de la selección natural». [265]
Mi opinión es que muchas «pruebas» darwinistas se sitúan en ese nivel; dicho de
otro modo, parecen ser una especie de folclore.
La teoría, como todo el mundo sabe, afirma que todos los organismos del
planeta han evolucionado por mutación fortuita». De vez en cuando, un miembro
de una especie nace por accidente con alguna característica que le da una ventaja
sobre sus vecinos, como un cuello ligeramente más largo que le permite comer
follaje de una parte más alta del árbol. La selección natural hace el resto, y la
evolución produce una jirafa. Por eso, en el curso de millones de años hay lo que
en la época de Darwin se llamaba una gradual «transmutación de las especies», [273]
por medio de la cual todo lo que ahora está vivo evolucionó de algún antepasado
común, como un sencillo organismo del mar. Muchas especies no sobrevivieron,
sino que fueron eliminadas por la selección natural (así lo cuenta el cuento); y
conservamos sus restos fósiles —todos los dinosaurios, por ejemplo— para
probarlo.
Llamado Archaeopteryx, el fósil era tal vez la prueba no sólo de una especie
de transición, sino también del momento en que los reptiles se transformaron en
aves. Sus características de reptil incluían garras «rudimentarias», dientes y una
cola ósea. Sus características aviares eran las «plumas y alas verdaderas», y
posiblemente su espoleta, análoga a la clavícula de los mamíferos, que no tienen
los dinosaurios. Sin embargo, no poseía los poderosos músculos pectorales
necesarios para volar, así que debía de haber sido un planeador o, si no, algo que
se parecía un poco a un pollo. [276] En resumen, podía ser un dinosaurio con alas o
un ave dentada de cola ósea, dependiendo de cómo lo miremos, aunque el
supuesto pájaro hacia el que evolucionó (Protoavis) ha sido descubierto en Texas en
lechos considerados setenta y cinco millones de años más antiguos que aquellos en
los que se encontró el Archaeopteryx. [277] Por último, se debe recordar que el
Archaeopteryx es un «eslabón perdido» sólo conjetural-mente. Como el resto de las
especies, está aislado en el registro de fósiles, sin ninguna huella de antepasados o
descendientes inmediatos.
¿Por qué los evolucionistas creen en su teoría contra todas las pruebas? En
parte, supongo, porque no existe ninguna historia alternativa creíble; sobre todo,
porque es un poderoso mito de creación que exige ser creído implícitamente.
Observamos que los dos mitos son, como ocurre muy a menudo, simétricos
pero invertidos. Así, mientras el mito evolutivo pretende que no es un mito en
absoluto, sino historia, que reemplaza a todos los demás mitos, vemos que en
realidad es una variante del mito involutivo, una variante excéntrica que quiere
que se la tome literalmente.
Eslabones perdidos
Y esa revelación es verdadera, aunque sólo sea porque todas las historias,
incluso las más sorprendentes, encarnan una verdad imaginativa. «Todo lo que
puede ser creído —afirmó Blake— es una imagen de la verdad». [291] Los
evolucionistas son culpables de idolatría, no porque adoren imágenes falsas, sino
porque falsamente adoran una sola imagen, fijando la riqueza de las metáforas de
la naturaleza en un modo único y rígido y obstruyendo así el fluido y oceánico
juego de la imaginación, tan espantosa para Darwin y, sin embargo, tan esencial
para la salud del alma.
Hermes Trismegisto
En Florencia, Cosimo del Medici contrató a personas para reunir los escritos
griegos que entonces estaban disponibles; y hacia 1460, llegó un monje procedente
de Macedonia con un manuscrito tan apasionante que Cosimo mandó a su
traductor principal, Marsilio Ficino, que dejara a un lado las obras de Platón que ya
había reunido y comenzara de inmediato con esta nueva colección de tratados.
Lo que la religión hermética ofrecía era una gnosis, una revelación directa de
lo divino. Los tratados tenían forma de diálogos, muy semejantes a los de Platón,
entre un maestro y un discípulo, en los que éste es conducido hacia la iluminación
divina. El pensamiento era tortuoso y difícil; pero la mezcla de poesía y rigor
intelectual, de magia y misticismo, que comprometía apasionadamente a la
totalidad de la persona, tenía un poderoso atractivo para quienes sentían que la
religión, como ocurre con la filosofía moderna, se había perdido en la actividad
mental (el pensamiento, la reflexión) y estaba muy lejos de ser una auténtica
experiencia de Dios.
En otras palabras, los astros eran dáimones, incluso dioses, que estaban en
comunicación íntima con nosotros por una influencia invisible (influenza) tan
tangible y tan potencialmente pestilente como la gripe. Movían nuestros humores
humanos como las mareas; su música levantaba profundas resonancias en la
psique. Venus estaba relacionada con asuntos del corazón; Saturno, con estados de
melancolía; Marte, con el ímpetu del combate.
Para el joven mago inglés John Dee, los effluvia de los astros eran poderes
celestiales a los que podía invocar a la manera de Ficino, para dirigir su flujo al
«espíritu imaginativo» donde ellos «se unen más intensamente, como en un espejo,
mostrándonos maravillas y prodigios en nuestro interior»; [303] una maravillosa
descripción de las lentes de la imaginación que concentran y fusionan los rayos
que emanan de los dáimones gobernantes, ya se les describa como planetas, dioses
o arquetipos. En efecto, tal vez la única manera de que podamos comprender la
constante conciencia astrológica del mago sea leyéndola en términos psicológicos:
transponiendo los cielos y el inconsciente e imaginando que el cielo nocturno está
dentro de nosotros, y el inconsciente, fuera. No ya «como es arriba, así es abajo»,
sino «como es afuera, así es adentro». Giordano Bruno anticipó incluso este cambio
de la metáfora espacial al comparar a los astros con chispas del alma que flotan en
la infinitud de la psique, una imagen gnóstica que Jung adoptó cuando empezó a
sentir pesar por haber confinado la psique «dentro» de nosotros. Los astros se
mueven en la noche como las imágenes arquetípicas de los dioses se mueven en el
inconsciente colectivo, reflejándose cielo y psique de forma recíproca.
Sólo podemos suponer qué formas reales de magia practicó Ficino, casi con
toda probabilidad, en su villa; pero deben de haber implicado elaborados y
piadosos rituales, comparables a la Misa en cuanto al uso de palabras, música,
olores y objetos sagrados, y específicamente elaborados para la influencia
planetaria que estaban destinados a invocar. [305] Mientras tocaba la lira, Ficino
cantaba antiguos himnos órficos, por ejemplo, siguiendo un ritual solar al dios
Apolo. En una atmósfera impregnada de incienso, y rodeado por objetos solares
contemplativos como oro y girasoles, sus colegas y él hacían descender el poder
del sol con conjuros poéticos y con talismanes en los que estaban inscritos los
caracteres sagrados del Sol (un hombre sobre un trono con cuervos). [306] Si la
música estaba compuesta especialmente para cada situación, las proporciones de
sus intervalos consonánticos se correspondían de modo matemático —por tanto,
simpáticamente— con los movimientos, distancias o posiciones de los cuerpos
celestes pertinentes.
En cierto sentido, el objetivo final era crear un entorno tan en simpatía con la
influencia planetaria, que su atracción fuera automática. El mago desempeñaba un
papel semidivino, y manipulaba su red de «imágenes celestiales» en el nivel del
Anima Mundi para infundir los poderes divinos del mundo inteligible superior a
nuestro mundo sensorial inferior.[307] Esta experiencia podía transformarle a él, o
producir algún cambio en el mundo. Por ejemplo, podía invocar la influencia
benigna de Venus en nombre de alguien que careciera de cualidades venéreas. La
orientación que ejercía en las emociones de esa persona, y la alteración concreta de
su imaginación, invita a una comparación entre la magia natural y lo que ahora
llamamos «psicoterapia».[308]
El mago era un artista. Estaba fascinado por los relatos de los libros
herméticos sobre la magia de las estatuas —también practicada por los teúrgos
neoplatónicos—, por la que dáimones o deidades eran atraídos al interior de las
mismas. Sin duda los ficinianos lo intentaron, ejercitando todo su talento artístico
en esas visiones, sonidos y experiencias sensoriales asociadas con el dios elegido;
pero si los magos eran artistas que infundían vida divina a las estatuas, me inclino
a sospechar que los magos verdaderos fueron Donatello y Miguel Ángel.
Es fácil ver la afinidad entre la magia natural y las artes. Ambas eran
aplicaciones diferentes de la imaginación, que se consideraba la principal facultad
del alma. El mundo que Ficino habitaba y que creaba conscientemente a su
alrededor era un mundo del alma, una realidad psíquica. No era hermético,
mágico, artístico, neoplatónico, politeísta o psicológico, sino que era un conjunto
de todas esas cosas a las que se añadía algo más que la suma de todas ellas, una
especie de religión que, cuando fracasó históricamente, se derrumbó separándose
en sus componentes y enriqueciendo las ahora separadas disciplinas de la filosofía,
el arte, la psicología y (sorprendentemente) la ciencia.
Nada de esto implica, de ningún modo, que Ficino fuera otra cosa que
cristiano. No importa cuán influido estuviera su cristianismo por escritores griegos
y latinos; no importa cuántos elementos del paganismo abrazara; seguía siendo un
cristiano devoto, y esto es cierto de casi todos los magos del Renacimiento, aunque
algunos de ellos navegaran muy cerca del viento de la herejía. Su teología procedía
de Platón: «En este círculo de espíritus elegidos, se sostiene la doctrina de que el
mundo visible fue creado por Dios en el amor, que es la copia de un modelo
preexistente en Él, y que Él será siempre su motor y restaurador eterno. El alma del
hombre puede, reconociendo a Dios, atraerle a sus estrechas fronteras, pero
también por amor a Él expandirse en el Infinito, y ésa es la bienaventuranza en la
tierra».[309]
El arte de la Cábala
Pico era más joven que Ficino, pero contemporáneo y discípulo suyo. En
1486, cuando solamente tenía veinticuatro años, compuso novecientas conclusiones
—un catálogo de las creencias básicas de un mago del Renacimiento— y desafió a
todos los que quisieran a debatirlas con él. Nadie aceptó el reto. Pero el esquema
que representaban estas tesis —una síntesis de todas las filosofías religiosas—
influyó en todos los magos. En particular, Pico añadió un elemento nuevo a la
unión de hermetismo, neoplatonismo y magia: la tradición esotérica y mística judía
conocida como Cábala.
Pico había aprendido la Cábala de los judíos españoles, muchos de los cuales
la difundieron por toda Italia después de ser expulsados de España en 1492, fecha
que para Francés Yates es tan importante como 1453. Fue también la Cábala la que
dio un nuevo impulso al Renacimiento alemán cuando Johann Reuchlin, tras viajar
a Italia para seguir a Pico, la llevó a Alemania, y en 1517 —el mismo año que
Martín Lutero inauguró la Reforma— publicó su De Arte Cabalistica, que se
convirtió en «la Biblia de los cabalistas cristianos». [320] Pues, como Pico, Reuchlin
creía que la Cábala, como sabiduría antigua procedente de Moisés, podía
confirmar la verdad del cristianismo.
Sin embargo, fue el Sefer Yetsirah, o Libro de la Creación, escrito por un judío
neopitagórico entre los siglos III y VI de nuestra era, el que sentó las bases de la
Cábala: la doctrina de las veintidós letras divinas del alfabeto hebreo y las diez
Sephirot. Las Sephirot son las diez emanaciones o poderes angélicos en los que se
despliega el poder creador de Dios; o también pueden ser consideradas como los
diez nombres más comunes de Dios, que forman juntos Su único gran Nombre.
Pueden ser dispuestas en un diseño que las interrelaciona para formar un
esquemático Árbol de la Vida, una escala de diez peldaños que sube desde la esfera
más baja del ser hasta la Fuente Divina, abarcando todas las posibilidades de
existencia (el sistema entero está en cualquier caso unido por una plétora de
ángeles mediadores, dispuestos en jerarquías, y cada uno tiene un homólogo
demoníaco).[322]
Dee tenía unos cincuenta años cuando apareció Kelley. Dominaba ya todos
los elementos del conocimiento que hacen de un hombre un mago, del hermetismo
a la alquimia. Con sólo veintitrés años había dado conferencias en París en casas
atestadas de gente[331] sobre el cosmos de los tres mundos de Agrippa: el mundo
intelectual o supracelestial influía en el mundo celestial vía los ángeles, y el mundo
celestial influía a su vez en el mundo elemental (de animales, plantas y metales) vía
los astros. Mientras que la magia natural de Ficino estaba vinculada al mundo
elemental, la magia ceremonial de Agrippa se relacionaba con el mundo
intelectual.
En 1583, Dee y Kelley salieron hacia Praga, donde Rodolfo II presidía una
especie de utopía para magos, que promovía especialmente reuniones entre
alquimistas de toda Europa, y donde todavía se puede ver la calle que éstos
frecuentaban. El círculo de Sidney, mientras tanto, adquirió un nuevo mentor:
Giordano Bruno, original de Nola, Italia. Ordenado monje dominico, Bruno se
metió pronto en complicaciones por sus ideas heréticas y, alrededor de 1576, huyó
de su país para vagar por Europa como misionero de la religión «egipcia». Ésta no
era otra que nuestro neoplatonismo oculto, procedente de Ficino y Pico, pero ahora
con una fuerte dosis de Agrippa, cuya De occulta philosophia (1533) era
prácticamente la biblia de Bruno.[335]
El furor de Bruno
Bruno provocó un alboroto cuando discutió sus doctrinas con los doctores
de la Universidad de Oxford. Parece haber sido un hombre apasionado, incluso
violento, y defendía una magia consecuentemente poderosa, transformadora del
mundo. Así como la escalera cabalística de la Creación descendía, como las
emanaciones neoplatónicas, desde el Uno, a través de los dioses, hasta las estrellas,
demonios, elementos y sentidos, así también se podía subir por ella mediante
operaciones mágicas. El nexo crucial de unión entre este mundo y el celestial eran
los démones —que, sin embargo, no eran diablos, pero tampoco eran ángeles [336]
(salvo en el sentido de Dee); eran, por supuesto, dáimones—, a los que Bruno,
como Dee, trataba de atraer mediante conjuros y sigilos.
Ciencia y magia
Pero está menos interesado en estas cosas como ingenios concretos que
como ejemplos de ciencia aplicada. En otras palabras, es quizá el primer hombre
que ve y desea las posibilidades de la tecnología, en el sentido moderno de la
palabra. Esto puede parecer extraño, viniendo del decano de los magos, que no era
demasiado exigente sobre los usos a los que se destinaba la magia y que incluso
invocaría a los démones con tal de que funcionara. Sin embargo, también esto,
supongo, es característico del tecnócrata.
Lo misterioso de los números
El mago era tanto un científico como un artista; y nada expresa tan bien esta
ambigüedad como su actitud hacia los números. Toda ciencia deriva de la
convicción de Pitágoras y Platón de que nuestro diverso y en apariencia siempre
cambiante mundo obedece en realidad a ciertas leyes unificadoras, encarnadas en
formas matemáticas eternas. El ingobernable movimiento de los planetas, por
ejemplo, debería poder explicarse por un solo modelo geométrico. Sin embargo, las
matemáticas llevaron a Platón a la visión mística. Sus sucesores entre los griegos y
los árabes siguieron su ejemplo. Todos ellos tenían los conocimientos matemáticos
necesarios para desarrollar una tecnología, pero desdeñaron hacerlo: el número era
una manera cualitativa de llegar a las verdades eternas y contemplarlas, no la
herramienta de medir de un comerciante. Los científicos modernos, por el
contrario, consideraron cualquier constante matemática de la naturaleza como si
representara meramente «cierta tendencia mecánica hacia un patrón natural, sin
ningún significado más profundo per se».[347] En otras palabras, la filosofía de Platón
proporcionaba la base para una visión del mundo que contradecía sus propios
presupuestos básicos. De algún modo, mecanicismo y materialismo habían salido
de su misticismo.
El mago renacentista estaba a medio camino entre esos dos mundos. Las
matemáticas de John Dee en la esfera «inferior» de la navegación, y la ingeniería
mecánica, tenían continuidad con las «matemáticas» superiores que daban acceso
al mundo supracelestial. Matemáticas y numerología eran la misma cosa. Los
números eran personalidades pitagóricas; eran «perfectos» o «favorables», por
ejemplo, o incluso irracionales (álogon). Eran dáimones (o propiedades inseparables
de los dáimones, utilizadas para invocarlos), que manifestaban una sorprendente
neutralidad[348] entre los mundos sensorial y supracelestial.
La araña vegetariana
Vestido de negro de la cabeza a los pies, royendo su dieta frugal —no comía
carne ni productos lácteos— en las profundidades de su ascética celda parisina,
Mersenne «se convirtió en el centro aracnoide del mundo erudito europeo,
atacando siempre el primer Renacimiento “mágico” —especialmente la alquimia—
para favorecer el Renacimiento “mecánico” posterior». [357] En religión, insistía en el
dogma; en ciencia, en la medición; en ambas reclamaba incesantemente, cual puño
cayendo con fuerza sobre la mesa, hechos. «Su postura no permite ningún tercer
lugar entre la teología y la ciencia, ningún lugar para la psique». [358] Después de
Mersenne, la imaginación fue proscrita hasta los románticos; la psique, hasta los
psicólogos analíticos. Inauguró por encima de todo la característica sobresaliente
de la visión moderna del mundo: el literalismo.
16
El JABALÍ DEL MUNDO INFERIOR
Venus y Adonis
Shakespeare el chamán
Esta sencilla historia es modelada por Shakespeare para sus propios fines.
Por ejemplo, subraya el horror de Tarquino hacia lo que no puede evitar hacer. No
se detiene en el acto de la violación, sino más bien en la manera en que quiere que
lo comprendamos, como un pecado más profundo de lo que «la insondable
vanidad / puede abarcar en la apacible imaginación». [365] No es sólo Lucrecia la que
es deshonrada, sino también —y ambas cosas son lo mismo— «el hermoso templo
del alma de Tarquino» el que es «desfigurado».[366]
El ego literalizador es esa perspectiva dentro del mito que conduce también
más allá del mito, trata de literalizarse y así negar el mito. El héroe puritano es en
realidad la encarnación histórica de este trayecto. Vemos a Adonis pasar del mito a
la historia en la aparición de los científicos naturales, que fríamente se separan de
la diosa como naturaleza, pero que, como Tarquino, están secretamente poseídos
por un temor y un odio incontrolables hacia ella, como revelan las constantes
metáforas de violación y violencia en sus discursos supuestamente
desapasionados. ¿Es excesivo ver algo de Adonis en el joven Darwin, el amante de
la naturaleza que de repente se asusta de los avances voluptuosos de la diosa en la
selva ecuatorial y la rechaza? ¿No hay un eco de Tarquino en sus intentos de
domesticarla con los lazos de la clasificación y de asaltarla con hechos, más aún
cuanto que él se siente cada vez más asediado por su presencia sangrienta y
amenazante tras los amables setos?
El mercurio rojo
El mercurio rojo es una versión moderna de aquella tintura roja, o polvo rojo,
mejor conocida como lapis philosophorum, la piedra filosofal. Casi en el momento en
que el arte de la alquimia llegó a Europa gracias a los árabes en el siglo XII, empezó
a rumorearse que se había fabricado una sustancia milagrosa, posiblemente una
«piedra», con el poder de transformar un metal base en oro.
Ésta no era una idea tan extraña como nos puede parecer. La visión
medieval del mundo sostenía que todo poseía una disposición innata a
perfeccionarse. Así, todos los metales menores, como el cobre, el estaño y el plomo,
trataban de alcanzar —nosotros diríamos «evolucionaban naturalmente hacia»— el
estado incorruptible del oro. Como el mercurio rojo, la piedra filosofal solamente
aceleraba lo que era ya un proceso natural en el metal base. Por la misma razón, se
creía que la piedra era también el elixir de la vida, la panacea universal que
aceleraba nuestro desarrollo innato hacia la perfección y otorgaba la inmortalidad.
La alquimia china estaba preocupada casi exclusivamente por el elixir, más que
por la fabricación de oro.
La ciencia moderna ha dado por supuesto que la alquimia era una forma
primitiva de química, condenada al fracaso debido a su «imposible» objetivo de
crear oro. Pero los alquimistas verdaderos insistieron siempre en que su objetivo
no era precisamente el «oro común», sino el «oro filosófico». Fue C. G. Jung quien
observó que el Opus Magnum —la Gran Obra— de la alquimia era tanto una
operación psicológica como una operación química, interesada por igual en la
autotransformación y en la transmutación de los metales.
La Gran Obra, por otra parte, era una operación colectiva, una mitología
construida durante muchos siglos que desplegaba una complejidad y coherencia
en su simbolismo que ningún caso individual podía tratar de igualar. La Opus
alquímica, en otras palabras, ofrecía un modelo arquetípico para lo que Jung
consideraba el concepto central de su psicología: el proceso de individuación. [377]
El polvo transmutador
Y, sin embargo, las historias sobre alguna «piedra» real siempre estuvieron
presentes dondequiera que se practicara la alquimia. En el siglo XIV, Nicolás
Flamel, notario parisino, afirmaba haber encontrado un legendario texto alquímico
de Abraham el Judío, que estuvo descifrando durante más de veinte años. Era,
dice, la «primera preparación» lo que le había detenido, pero, tan pronto la hubo
realizado, lo demás fue coser y cantar. Tomó nota del momento exacto de su
primera «proyección», la aplicación de la Piedra a otro metal: mediodía del lunes
17 de enero de 1382, en presencia de su esposa Perrenelle. En esta ocasión, parece
ser que realizó solamente la Piedra «blanca», pues transmutó un cuarto de kilo de
mercurio en plata.
Durante más o menos los siguientes treinta años, aquel notario pobre y su
esposa fundaron catorce hospitales, a los que dotaron de rentas; construyeron tres
capillas; y enriquecieron con grandes donaciones a siete iglesias, todo ello en París,
y luego hicieron otro tanto en Boulogne.
Doscientos años después, John Dee anotaba en la entrada de su diario del 19
de diciembre de 1586 que su compañero y scryer (médium) Edward Kelley
proyectó «un mínimo» de su «polvo» sobre treinta y cinco gramos de mercurio sin
refinar y produjo casi treinta gramos de oro de la mejor calidad. Kelley nunca
afirmó haber fabricado la piedra filosofal, o el maravilloso polvo rojo
transmutador. Decía que había sido conducido por una revelación a Glastonbury,
donde lo encontró escondido en un muro. En cualquier caso, tuvo gran éxito con
él.
Ellas Ashmole da testimonio de que Kelley tomó en cierta ocasión una pieza
de metal que había cortado de una cacerola caliente y, sin tocar o fundir el metal —
sólo calentándolo al fuego— lo transformó en plata pura con una gota de «elixir».
[380]
En realidad, Kelley tuvo tanto éxito que el consejero principal de la reina Isabel,
Lord Burghley, le escribió a Praga pidiéndole que regresara a Inglaterra; o, si no lo
hacía, que enviara una parte de la tintura transmutadora a su majestad, para
ayudar en los gastos de construcción de la flota contra España.[381]
La Gran Obra
Para comenzar la Gran Obra de la alquimia se necesita una guía fiable, una
receta fácil de seguir. Pero si uno vuelve a los textos de los maestros europeos que
practicaron «nuestra filosofía» y escribieron sobre ella aproximadamente entre
1200 y 1660, se descubre que aunque todos ellos son reconocibles como
descripciones de la misma Obra, no hay dos iguales. Todos coinciden, por ejemplo,
en que el elemento principal que se requiere para comenzar la Obra es la Prima
Materia; pero no se ponen de acuerdo en qué es esa Materia Prima, salvo en que
comparte muchas características de la Piedra en que está destinada a convertirse.
Igual de misterioso era el «fuego secreto», sin el cual la Obra era inútil.
Constituía, pues, el secreto de la alquimia, pero, de nuevo, era tan escurridizo
como la propia Materia Prima, cuando no realmente idéntico a ésta. Era un fuego,
sí, pero un «fuego que no quema». Era también un «agua», pero un agua que «no
moja las manos».[384] Era el «tesoro difícil de lograr» que tenía que ser extraído de la
Materia Prima, y sin embargo era el agente que producía la extracción. Con
frecuencia se le llamaba «nuestro Mercurio» o simplemente Mercurio, una
personificación que designaba al azogue que corre como un espíritu volátil a través
de la tierra, y también al propio espíritu divino de la tierra.
En sus primeros encuentros con la alquimia, para Jung era evidente que los
filósofos estaban, como él diría, proyectando los contenidos de su propia psique
inconsciente en el huevo hermético. Las personas, los animales y los procesos que
veían eran como alucinaciones proyectadas desde el inconsciente sobre la pantalla
blanca de cualquier «materia» que estuviera hirviendo lentamente en el vaso. [390]
Más tarde, fue inducido a una nueva visión por una «asombrosa definición» de la
imaginación que encontró en el Léxico de alquimia (1622) de Martin Ruland: «La
imaginación es el astro (astrum) en el hombre, el cuerpo celestial o supracelestial».
[391]
En otras palabras, de repente vio la Obra no como una serie de «fantasmas
inmateriales», sino como algo real y corpóreo, como un «cuerpo sutil». [392] La
imaginación, dice, es «tal vez la clave más importante para la comprensión de la
Obra».[393] Es «una actividad física que puede encajar en el ciclo de cambios
materiales, los provoca y es provocada a su vez por ellos.
Lo fijo y lo volátil
El espejo de la alquimia
«Él es todas las cosas, y nada más que uno», escribe Michael Sendivogius
sobre Mercurio. «Él es nada, y su número es todo; en él están los cuatro elementos,
y, sin embargo, él mismo no es un elemento; es un espíritu, y tiene un cuerpo; es
un hombre y, sin embargo, representa el papel de una mujer […]; es vida y, sin
embargo, mata todas las cosas […]; huye del fuego y, sin embargo, está hecho de
fuego; es agua y, sin embargo, no moja…».[398]
El espejo es la imagen más común del Alma del Mundo, porque el espejo,
por decirlo así, no es nada en sí mismo, sino sólo la suma de las imágenes que
refleja. El alma siempre se manifiesta a sí misma indirectamente, como algo
distinto a ella misma, como las imágenes por las que es representada. («Imagen es
psique», decía Jung). Heráclito explicaba que Dios es día y noche, invierno y
verano, todos los opuestos: «Sufre alteración de la misma manera en que el fuego,
cuando se mezcla con especias, es denominado según el aroma de cada una de
ellas».[402] Sin embargo, la idea es que esas imágenes son la realidad, mientras que
los objetos que vinculamos a la realidad son de hecho pálidas imitaciones de ellas.
El símbolo del espejo atraviesa la tradición neoplatónica desde Plotino hasta los
alquimistas, desde el «espejo vegetal de la naturaleza» de Jacob Boehme, al «espejo
de Enitharmon» de Blake, y a Yeats, que combina Platón y Boehrne cuando afirma
que el Espíritu Santo «despierta al ser las innumerables formas del pensamiento en
el gran espejo».[403]
La idea de que el suelo bajo nuestros pies es, por decirlo así, fluido y
movedizo nos lleva a aferrarnos a las filosofías y teologías de la precisión y la
literalidad para impedirnos caer. Pero en cuanto hacemos una afirmación precisa
sobre la naturaleza de la realidad, la propia realidad —el alma, la imaginación, el
inconsciente y (el mejor modelo de todos) Mercurio— forma inmediatamente su
contrario. Siempre que pensamos que hemos captado la realidad, y prendido al
daimon con alfileres, éste ya se ha escabullido y nos ha dejado sólo una máscara
vacía entre las manos.
18
La RETORTA DE LOS FILÓSOFOS
Mercurio y azufre
arriba
luz
masculino
espíritu
fuego abajo
oscuridad
femenino
materia
aguamientras que otros, como hemos visto, son únicos:
Sol
azufre
rey
fijo
etc. Luna
mercurio
reina
volátil
Los estructuralistas llamarían «signos» a estos elementos, y afirmarían que no hay
nada detrás de ellos, que no significan nada más allá de sí mismos. Los alquimistas
estarían en profundo desacuerdo. Mercurio sostiene la empresa alquímica tan
firmemente como la imaginación subyace a todas las mitologías. La Gran Obra, por
tanto, es una obra del alma. Es religiosa. Sus elementos son las imágenes, los
dáimones, de los que está compuesta la realidad.
Para realizar esta tarea, el filósofo no puede usar el fuego ordinario que
transforma la naturaleza cruda en cultura cocida; necesita un «fuego secreto», un
fuego antinatural que transmutará los metales no comestibles en metanaturaleza
comestible, el Elixir que le hará tan inmortal como la Piedra y capaz de resistir
cualquier fuego, porque él mismo está compuesto de fuego.
El gemido de la creación
Aunque los alquimistas eran, según parece, cristianos —y sus textos estaban
llenos de imágenes cristianas (tanto como de mitología griega y filosofía hermética)
—, eran más o menos conscientes de trabajar en una especie de mundo inferior
cristiano. Mientras la Iglesia ponía todo su énfasis en la ascensión espiritual y la
separación de la naturaleza, la alquimia siguió inmediatamente esta prescripción y
al mismo tiempo se mantuvo estrechamente unida a su imagen especular: el
descenso del alma y la necesidad de permanecer conectados con la naturaleza,
«nuestra materia».
Supongo que los artistas entienden mejor la alquimia, la larga lucha contra
materiales indómitos, la fusión de sujeto y objeto en el fuego de la imaginación, el
reflejo sincrónico de los mundos interior y exterior. Pero todos somos conocedores
de la desesperación plomiza, de los cambios de humor caprichosos y mercuriales,
de la rabia sulfúrica, de fijaciones bloqueadas y volatilizaciones maníacas, de la
negrura de la depresión y de sueños de animales lacerantes, de blancas damas
reveladoras y de un sabio niño dorado, el filius philosophorum, hijo de los filósofos,
que es otro sinónimo de la Piedra.
Uno de los alquimistas más grandes —sin duda mi favorito— fue también
uno de los últimos. Escribió bajo el nombre de Ireneo Filaleteo, pero desconocemos
su identidad. En su tratado La entrada abierta al palacio cerrado del rey (1669),
pretende haber logrado la piedra filosofal en 1645, a los veintitrés años de edad.
Nos promete la descripción más clara del secreto de la alquimia, que él llama el
«mercurio sófico» o «nuestra agua» (compuesta, característicamente, de «fuego»).
La puerta abierta fue durante veinte años lectura de cabecera de Newton. Su copia,
anotada en cada página, se encuentra en la Biblioteca Británica.
El secreto
En su libro El becerro de oro,[410] Helvetius, científico del siglo XVII, médico del
príncipe de Orange, cuenta cómo el 27 de diciembre de 1666 fue visitado en su casa
de La Haya por un extranjero de unos cuarenta años, estatura media, bien afeitado,
ligeramente picado de viruelas y cabello oscuro. Había venido, di jo, a mostrar su
desacuerdo con el escepticismo difundido por Helvetius sobre la alquimia, y a
preguntarle si reconocería la piedra filosofal si la viera. Helvetius dijo que no. El
extranjero sacó una pequeña caja de marfil y de ella sacó «tres trozos pequeños y
pesados de la Piedra, cada uno aproximadamente del tamaño de una pequeña
nuez, transparentes, de un color azufre pálido»,[411] que Helvetius pudo examinar.
Al fin, el científico le convenció para que le diera un trozo, y el extranjero prometió
volver por la mañana y enseñar a Helvetius la manera de llevar a cabo el proyecto.
Pero el visitante no volvió, y nunca más se le volvió a ver.
Para los antiguos griegos, las hipótesis eran estratagemas para «salvar las
apariencias». Por ejemplo, se creía que los planetas se movían a velocidad
constante en círculos perfectos. Cuando la observación contradecía esta creencia, se
imaginaban hipótesis para justificar las desviaciones. Se proponían diferentes
hipótesis, por ejemplo, en función de que se aceptara que los planetas se movían
alrededor de la Tierra o alrededor del Sol. Los griegos habrían considerado un
tanto extravagante la decisión de Galileo, Kepler (1571-1630) y otros de presentar
sus hipótesis como «hechos». Pero aún más excéntrica es su propensión, copiada
por nosotros, los modernos, a hacer modelos (del sistema solar, por ejemplo) y
luego interpretarlos literalmente. Los árabes utilizaron las hipótesis tolomeicas
para fabricar modelos de nuestro sistema planetario. Pero usaron los modelos
simplemente para el cálculo. Nunca habrían pensado en identificar el modelo con
la realidad, fuera lo que fuera ésta. Jamás habrían confundido, como dicen a veces
los críticos de la ciencia moderna, el mapa con el territorio.
La catedral iluminada
Mundos paralelos
Al mismo tiempo, dado que la imaginación sólo puede ser negada, pero no
suprimida, la metáfora se introduce de nuevo. Albert Einstein sugirió, por ejemplo,
que el espacio es finalmente —como la imaginación— autolimitador, que se
«curva» para formar un universo que se contiene a sí mismo. Los teóricos
modernos, independientemente de que puedan discrepar en los detalles, coinciden
en que nuestro universo no es, por decirlo así, lo bastante infinito. Necesitan más y
mayores universos para llenar el vacío. «Wheeler propone que un número infinito
de universos se suceden en el tiempo; Zel’dovich piensa que una formación
verdaderamente infinita de espacio-tiempo vacío puede estar picoteada por
burbujas temporales, fluctuaciones cuánticas, en una de las cuales vivimos».[420]
Pero el mejor de todos fue Hugh Everett, que sugirió en 1957 ese gran
invento de la ciencia ficción y la ufología: la teoría del universo paralelo. Por
supuesto, la idea de la antimateria (el habitual Otro Mundo vuelto del revés) fue
precursora de su hipótesis; proponía que todos los mundos cuánticos posibles son
igualmente reales y existen paralelamente a nosotros. [421] Ésta es la literalización
inevitable de esa metáfora espacial que sitúa el Otro Mundo al lado del nuestro,
más que encima o debajo. Pero también es una representación literal de la forma en
que un mito dominante es ensombrecido por todas sus variantes posibles,
exactamente como cualquier postura consciente que adoptemos se permuta en los
sueños y fantasías del inconsciente.
Los quásares parecen irradiar tanta energía como toda una galaxia —miles
de millones de estrellas—, y sin embargo su brillo oscilante de períodos breves
sugiere que pueden tener el tamaño de nuestro sistema solar. Su luz y sus
emisiones de radio presentan un intenso desplazamiento hacia el rojo —una
especie de efecto Doppler relativo a las ondas de luz, en vez de a las ondas sonoras
—, lo que supone una fantástica velocidad de retroceso, cercana a la de la luz. Estas
veloces, distantes, poderosas y sin embargo compactas fuentes de energía apenas
pueden ser imaginadas, y mucho menos explicadas. Por eso algunos cosmólogos
han tenido la tentación de colocar los quásares mucho más cerca de nosotros,
donde pudieran tener tamaños y proporciones mucho más ortodoxas, en cuyo caso
la ecuación del movimiento al rojo con la velocidad de retroceso (en la que se basa
nuestra cosmología) ya no sería válida. [422] La incertidumbre que rodea a los
quásares, ambiguos, evasivos y siempre en metamorfosis, apunta a la naturaleza
daimónica del universo.
El gran cuadro
No es coincidencia que el primer gran literalizador cosmológico, Galileo,
fuera también el primero en extender la utilización del telescopio. La vista
aumentada empezó a reemplazar a la visión imaginativa. En efecto, nadie podía
haber pensado que se necesitara un telescopio para mirar las estrellas hasta que la
visión imaginativa empezó a declinar como forma de captar el mundo. Cuanto más
grande y detallada es la imagen del telescopio, más aplana la profundidad y el
sentido cualitativo del Otro Mundo en distancia y cantidad. En otras palabras,
construidos para literalizar, los telescopios incorporan en sí mismos el literalismo.
Su sola visión acaba con el espléndido carrusel de constelaciones astrológicas, y las
convierte en estrellas y galaxias únicamente conocidas por sus números, Los cielos
sagrados se transforman en un espacio profano, pues no se puede ver la divinidad
de los cuerpos celestes ampliándolos, sino sólo a través de la penetración
imaginativa. El telescopio es el instrumento cartesiano par excellence: alarga la
distancia a la que podemos ver, aumenta la separación entre observador y
observado y, en el proceso, crea el mismo universo que se pretende estar
observando de manera objetiva.
La materia oscura
Igual que sus predecesores del siglo XVIII, Monod afirma suscribir una
descripción objetiva y neutral del universo, sólo para demonizarlo; esta vez no
como una mujer desenfrenada, sino como un indiferente y sordo extranjero. Su
visión es romántica (somos como «gitanos») y está teñida de autosatisfacción,
como si dijera (como dicen tantos científicos): «Os gustaría creer que el universo es
un lugar benigno, pero lo siento, no es así. Nosotros, los científicos, comprendemos
vuestra necesidad de falsos consuelos e ilusiones; pero nos enfrentamos con
hechos, no importa lo desagradables que sean; y los hechos son que estamos solos
en un universo hostil». «Hostil» es un término que a menudo se utiliza para
describir el universo, contradiciendo la visión científica oficial de que el universo
no puede ser hostil porque está hecho de simple materia inerte. (De este modo, los
dáimones procuran siempre reanimar el universo, colándose por la puerta trasera
de una ideología.)
Steven Weinberg, en Los tres primeros minutos del universo, casi al mismo
tiempo que Monod, describió cómo finalizará el universo y se extinguirá toda
forma de vida. Este triste suceso significa, para Weinberg, que nuestras pobres
vidas son insignificantes y nuestros valores carecen de sentido, salvo en un
aspecto: tenemos el consuelo de… la ciencia. «Los hombres y las mujeres no se
sienten satisfechos consolándose con cuentos de dioses y gigantes (-desprecio
dirigido, de forma más bien insensata, contra la religión y el mito—), ni limitando
sus pensamientos a los asuntos cotidianos de la vida; también (—aquí los violines
suben de tono—) han construido telescopios, satélites y aceleradores, y se sientan
en su mesa durante horas interminables resolviendo el sentido de los datos que
reúnen».[431]
El ego y el héroe
Los mejores retratos del ego se encuentran en los mitos: los héroes. Aquiles,
Sansón, Heracles, Edipo, Sigurd, Odiseo, Perseo, Parsifal; éstos son los héroes
greco-romano-judeo-nórdicos que modelan la conciencia del ego de la cultura
occidental. Y por eso es importante preguntarse qué héroe o héroes subyacen en el
distintivo ego «científico» moderno, el ego que he estado llamando «ego racional»,
pero que ha sido diversamente denominado «ego heracleo», «ego puritano
protestante nórdico» (Hillman) y «ego heroico ilustrado» (Midgley).
Arquetípicamente, su trasfondo puede estar localizado en varios mitos, y el
primero de éstos es el gnóstico, un término general aplicado a numerosas sectas
que florecieron en los primeros siglos después de Cristo. Dichas sectas estaban
vagamente conectadas por su creencia en la importancia central de la gnosis, del
conocimiento, en el sentido de una experiencia directa y existencial de la
Divinidad.
Por ejemplo, el mito gnóstico de Sofía, que existe con muchas variantes,
puede ser esbozado de forma característica como sigue: [434] en el Principio, treinta
Eones emanan de la pareja primordial, Abismo y Silencio. Cada Eón es una pareja
divina masculino-femenina; y el Eón más joven, Sofía, se separa de su mitad
masculina y empieza a buscar la gnosis —unión divina— a través de una
«inteligencia deformada»: una engreída creencia en la infalibilidad de su propio
intelecto. Esta hibris le hace caer desde el mundo divino al mundo del dolor y la
oscuridad, donde se divide en dos. Su «sí-mismo superior» vuelve a su otra mitad,
mientras que su sí-mismo inferior empieza a generar monstruos demoníacos a
partir de los sucesivos estados de la mente: su pena, miedo, ignorancia, confusión
y anhelo por alcanzar la unión divina se materializan como elementos del mundo
creado (Sofía, «Sabiduría», es con frecuencia la personificación del Anima Mundi).
Gravedad
«El cosmos es como una red que cobra vida en el agua empapándose de ella;
está a merced del mar que, al extenderse, va extendiendo la red hasta allí donde
puede llegar, pues ninguna de sus hebras puede ser estirada más allá del lugar que
le corresponde».[440]
Newton y Einstein
El Alma del Mundo fue todavía más evidente durante los años noventa,
cuando se puso de moda concebir el universo en términos de «información», un
inmenso proceso informático, en realidad, del que la mente humana es un
subproducto, una pieza que tiene el potencial de comprender el conjunto. [442] La
«mente» o la «vida» no necesitan estar limitadas a la materia, sino que podrían
estar basadas en «plasmas, energía de un campo electromagnético, dominios
magnéticos en estrellas de neutrones»[443] y cosas parecidas. Podría haber una
«supermente» que abarcase todos los campos de la naturaleza —una especie de
«campo de campos»— que hubiera existido desde la Creación y convertido el
caótico Big Bang en un cosmos ordenado. No es un Dios sobrenatural, sino, como
señala Paul Davies en Dios y la nueva física, «una mente universal que dirige y
controla, que se extiende por el cosmos y hace funcionar las leyes de la
naturaleza», mientras nuestras mentes serían «localizadas “islas” de conciencia en
el mar de la mente».[444]
Aquí hay otra reinvención del Alma del Mundo, en la cual participan las
almas individuales, que también tienen acceso al conjunto. La diferencia, no
obstante, es que el alma, con todo su poder imaginativo, se ha convertido en
«mente», definida vagamente como un «superordenador», una superconciencia
racional capaz de procesar una cantidad ilimitada de información. Algunos
científicos «futuristas» son presa de extrañas fantasías de omnisciencia por las que
la humanidad tendrá un día acceso a la totalidad de la «información» y se fundirá
con la supermente.[445] Sin embargo, esto no se producirá místicamente, sino
mecánicamente: habremos encontrado la manera de transferir nuestra mente a
artefactos o sustancias más duraderas que el cuerpo, y así nos haremos inmortales.
Esta adulteración literal de las ideas religiosas tradicionales para satisfacer el ego
del científico a fin de perpetuarse a sí mismo apenas sería digna de mención si no
fuera una fantasía muy extendida.
Cuanto más literalizamos el Otro Mundo, más misteriosas y potentes son las
formas en las que se hace volver a los dáimones. Un buen ejemplo de ello serían
esas extrañas anti-estrellas llamadas agujeros negros. Como modelos altamente
comprimidos del universo de Einstein, parecen probar muchas de sus
predicciones; o, por el contrario, como productos de una imaginación einsteiniana,
son sin duda imágenes arquetípicas, existan o no literalmente (el posible agujero
negro más cercano es Cisne X-I).
Singularidades
Es fácil observar que cualquier cosa que sea un agujero negro es un nexo
complejo de resonancias míticas. Es un Otro Mundo donde todo está, como de
costumbre, invertido y donde, como ocurre en el país de las hadas, el tiempo se
deforma (un segundo se convierte en un año o viceversa). Sin embargo, es también
una zona daimónica, un portal al Otro Mundo, a «otro universo» (en el que el
agujero negro se invierte y aparece como «agujero blanco»). Es invisible, pero no
obstante su influencia, como arquetipo —como un dios—, es tanto más poderosa
por ser invisible, desconocido e incognoscible. Lo mismo que Hades, que nos
arrastra a una muerte que a la vez es vida en otro mundo.
El nacimiento del ego heroico es descrito a veces en los mitos como una
Caída, como la de Adán y Eva. Es un pecado ir contra Dios y buscar la
autodeterminación; pero es necesario cometer este pecado —oh, felix culpa— si
debemos ser libres y después ponernos libremente al servicio de Dios. Es la
reduplicación de la Caída lo que es pernicioso, —el endurecimiento del ego heroico
en un único estilo rígido que excluye completamente a Dios, junto con cualquier
otra realidad que no sea literal.
«El único mito con que la edad moderna ha contribuido a la civilización» [446]
es muy semejante al relato admonitorio de Prometeo. Creció en torno a una figura
histórica, un mago menor del Renacimiento, y se fue mitologizando cada vez más,
extendiéndose, mediante opúsculos, hasta llegar a obras morales y a
representaciones de marionetas. La historia fue adaptada por Christopher
Marlowe en su obra Doctor Faustus (1591), y por Goethe en su larga tragedia
alquímica Fausto (1774?-1831).
Ser invulnerable es una bendición ambigua. Significa que uno no deja que
nada le afecte. Significa que se es inmune tanto a la muerte literal como a la muerte
metafórica de la iniciación. Estás apresado por tu propia perspectiva heroica,
limitado a una sola perspectiva y esto, casi por definición, implica un rígido ego
racional, acorazado contra la muerte, donde «muerte» significa cualquiera de las
perspectivas del alma, como la que el héroe debe adquirir durante la iniciación. El
ego racional niega siempre la muerte, igual que el puritano fija sus ojos en la vida
eterna y el científico sueña con perpetuar en las máquinas una conciencia humana
inmortal.
Pero, volviendo a Sigurd… Como Heracles, elude específicamente la
iniciación. Y tan pronto mata al dragón recibe el equivalente a la llamada del
chamán: un llamamiento del Otro Mundo en la forma de Brunilda, una hermosa
valquiria, una de las doncellas guerreras de Odín. Ella espera en una torre rodeada
por un muro de llamas que sólo Sigurd puede abrir gracias a su caballo mágico,
antepasado de los «caballos del espíritu» de los chamanes. Naturalmente, se
enamoran. Sigurd deja luego a Brunilda para llevar a cabo las intrépidas hazañas
que le han de hacer digno de ella. Aquí deberían comenzar las duras pruebas de la
iniciación, que desmembrarían su ego racional y su perspectiva literal para reunirle
con su alma. Pero nada semejante sucede. Sigurd olvida a Brunilda y se casa con
un ama de casa llamada Gudrun.
He descrito con más detalle la pérdida del alma de Sigurd y sus terribles
consecuencias en Daimonic Reality. Baste decir aquí que Brunilda es engañada para
que se case con Gunnar, hermano de Gudrun y hermano de sangre de Sigurd. El
día de su boda, Sigurd recuerda súbitamente todo. Brunilda, su amor verdadero, le
pide que huya con ella, pero él se niega a causa de su deber para con Gudrun y
Gunnar. Esa acción presagia la prioridad que el ego protestante nórdico concede a
la ética sobre la erótica. Aunque una vez olvidara a Brunilda, Sigurd la rechaza
ahora deliberadamente. Rechazar la propia alma es separarse de la misma fuente
de la vida. Sin embargo, es imposible separarse del alma. Y por eso Brunilda no
tiene otra opción que reunirse con Sigurd en el Otro Mundo; así, Brunilda maquina
su muerte. Le dice a Gunnar que Sigurd quiere matarle. Y Gunnar convence a su
hermano menor para que mate a Sigurd hiriéndole con una espada en el único
lugar vulnerable de su espalda.
El sueño de Baldur
En Baldrs Draumar («El sueño de Baldur»), un poema de las Edda, se nos dice
que Baldur tenía sueños ominosos que alarmaron a los dioses (presuntamente se
trataba de premoniciones de su muerte). Su madre Frigg obtuvo, como
consecuencia, la promesa de que nada en el mundo dañaría a Baldur. Menos el
muérdago. Pero ¿cómo algo tan pequeño e insignificante podía dañar a alguien?
Sin embargo, un día, cuando los dioses estaban jugando, lanzando cosas a Baldur
por el placer de verle caer al suelo sin hacerse daño, Loki se acercó a Hod y le
propuso que participara en el juego. Quizá Loki estaba irritado por la ostentación
de los dioses de la invulnerabilidad de Baldur; tal vez se tratara sólo de su
acostumbrada malevolencia gratuita; el caso es que puso un dardo hecho de
muérdago en la mano de Hod y le incitó a probar su puntería. Hod lanzó el dardo
y Baldur cayó muerto.[452]
Podemos ver paralelismos con Sigurd, que es invulnerable salvo allá donde
cayó la hoja de tilo. Baldur es invulnerable no en sí mismo, sino porque todo lo que
está fuera de él acepta no dañarle, excepto el muérdago. Es una especie de versión
al revés de Sigurd. Tal vez esas figuras perfectas y radiantes como el sol estén
siempre condenadas porque son inseparables de sus propias sombras, las cuales,
como inevitables pesadillas, siempre intentan debilitarlas y arrastrarlas hacia abajo,
hacia la oscuridad y la muerte.
Todos los acontecimientos daimónicos son así. Están en la frontera entre los
mundos; podemos rechazarlos ignorándolos, ridiculizándolos, «explicándolos»; o
podemos seguirlos hacia abajo hasta la imaginativa casa del tesoro de Hades, pues
todo lo que parece especialmente trivial o absurdo a veces puede ser el mejor
camino hacia una visión profunda.
22
Los MITOS DEL MAQUINISMO
Gran parte del encanto de la maquinaria del reloj se debía a su imitación del
animismo: máquinas automotoras que parecen tener alma. De este modo, el
mecanismo reemplazó de forma generalizada a la vieja visión de la naturaleza
como algo animado y se convirtió en modelo para las obras de la naturaleza, cuya
alma era ya superflua, del mismo modo que el materialista considera que el alma
sobra como requisito para los cuerpos mecánicos, completamente materiales.
Las máquinas son ahora más «mágicas» que nunca desde el momento en
que llegaron a ser electrónicas. Los ordenadores han ofrecido un modelo nuevo
para el cerebro. Hablamos alegremente de nuestra actividad mental en términos de
«programación neuronal» o de circuitos cibernéticos. Tales metáforas son útiles
para imaginaciones posteriores. Por ejemplo, podemos empezar a preguntarnos si
«almacenamos» la memoria en «bases de datos» o si el cerebro «se retroalimenta».
El problema con esas metáforas surge cuando mueren. Una metáfora muerta es
una metáfora que se toma literalmente. Tenemos la tentación de identificar el
cerebro con un ordenador, igual que en su momento llegamos a creer que el
universo era la máquina con la que se le había comparado. Esta clase de abuso se
desliza por todas partes. Atribuimos conciencia e intención a las interacciones
químicas que se producen en nuestro adn cuando utilizamos palabras como
«comunicación» e «información»; «como si decir que el “ADN contiene la
información necesaria” fuera algo tan evidente como que contiene el carbono y el
hidrógeno necesarios».[453]
Cuando el fútbol fue introducido entre los gahuku kama de Nueva Guinea,
éstos jugaban los partidos necesarios para que el número de derrotas y victorias
entre los dos equipos fuera el mismo. [454] Las culturas tradicionales desean unidad
y equilibrio, en lugar de cambio. Ésta es una de las principales razones por la que
se resisten al desarrollo y a su epítome, la tecnología. Su «rechazo de la historia» [455]
significa que pueden vivir de la misma manera durante milenios —pensemos en la
cultura de los aborígenes australianos, con 40.000 años de antigüedad, tan opuesta
a los tan solo cuatrocientos años de la cultura occidental, cuyo verdadero principio
ha sido el cambio.
No hay ninguna razón técnica por la que las culturas tradicionales no deban
desarrollar una tecnología avanzada; después de todo, nosotros lo hicimos, y, sin
duda, los griegos tenían los conocimientos para hacerlo. Pero se habrían sentido
desconcertados por nuestra tendencia a dominar la naturaleza, que habrían
considerado blasfema. Su tecnología se detenía en el nivel de los artefactos y
herramientas, que seguían siendo personales y compartían el alma de sus
propietarios, con quienes a menudo eran enterrados a su muerte. Nuestra
tecnología siguió adelante para convertirse en una especie de fuerza
independiente, divorciada del alma, una maquinaria que no sólo desacralizaba la
naturaleza, sino que únicamente podía surgir de un pueblo para el que la
naturaleza ya no era sagrada. Las máquinas transforman el poder daimónico en
fuerza literal. Nos inducen a creer que podemos liberarnos de la naturaleza a
través de una cultura autosuficiente. Es decir, nos tientan con la hibris. El peligro
es que ese orgullo antecede a una caída: la de la esclavitud respecto a la misma
maquinaria que creamos para liberarnos.
El encanto de la televisión
Mientras nos alimentamos con imágenes que no son, como diría Platón,
representaciones de formas eternas, que no son, como podríamos decir nosotros,
arte, seguimos sin alimentarnos, es decir, nuestras almas siguen sin alimentarse.
Deseamos ardientemente más y más imágenes; tenemos que quedarnos ante el
aparato hasta el final de la historia, sin que importe lo banal o predecible que
pueda resultar, con la esperanza de que nos dé esa satisfacción que nos
proporciona el contacto con un auténtico Otro Mundo, sea a través de nuestra
imaginación o de la de otros. Pero la televisión no puede proporcionar eso. Cuanto
más la miramos, más enfermos nos sentimos ante el exceso de imágenes
precocinadas, recalentadas, ante la «proliferación interminable de imágenes sin
sentido».[462]
Tenía otra razón para construirse las alas: había vivido durante siete años
con una encantadora valkiria, que había aparecido en forma de cisne. Ella renunció
voluntariamente a su revestimiento de cisne para ser esposa de Volund. Sin
embargo, como en el cuento de la mujer foca, sintió cada vez más nostalgia de su
Otro Mundo, el Valhalla, donde habitan los héroes muertos; y un día, poniéndose
su piel de cisne, emprendió el vuelo. Las alas permitieron a Volund salir en su
busca.
Como los chamanes, Volund tiene una pareja ultramundana y puede volar.
Pero su vuelo no es un vuelo sobrenatural como el del chamán, sino artificial.
Volund no es un chamán, sino otro tipo de persona extraña, marginal: es un
herrero.
Casi al mismo tiempo se abrió una brecha sin precedentes entre la cultura
educada y la cultura popular. (Aún permanece, con el tono superior, hobbesiano,
que adoptan los racionalistas cuando se enfrentan con lo que ellos consideran
creencias supersticiosas.) Las obras Sobre errores vulgares, de Thomas Browne, y
Remaines of Gentilisme and Judaism, de John Aubrey, no eran indiferentes al pasado
supersticioso o a las creencias contemporáneas de la gente sencilla; simplemente
eran conscientes de vivir en un mundo mental diferente, desde cuya perspectiva la
vida imaginativa de los incultos, sus mitos y su música, sus deidades y dáimones,
apenas eran cultura.[484]
Al mismo tiempo, cualquier lugar de Inglaterra era soso comparado con los
grandes territorios salvajes de Norteamérica, y por eso la idea de naturaleza virgen
adquirió allí una fuerza peculiar. (El propio Coleridge planeó una comunidad
utópica en la ribera del «Susquahannah», en Pensilvania). [487] «En las tierras
vírgenes está la conservación del mundo», escribió Thoreau siguiendo el ejemplo
de su mentor, Ralph Waldo Emerson, quien, en su ensayo sobre la naturaleza
(1837), defendía una nueva relación con la tierra, una relación de participación viva
en lugar de una relación de dominación: «De pie en la tierra desnuda —escribió—
las corrientes del Ser Universal circulan a través de mí; yo soy una parte o una
parcela de Dios».[488]
Esta visión mística de la naturaleza contagió cada vez más el sentir popular.
Se convirtió en lugar común llamar a los parajes vírgenes das catedrales del mundo
moderno». Eran lugares santos; y se hacían peregrinaciones laicas —lo que ahora
llamamos turismo— al Lake District en vida de Wordsworth, lo mismo que a la
Selva Negra, en Alemania, o al Yosemite Park, en Norteamérica, cuyo principal
protector, John Muir, era discípulo de Emerson y adorador empedernido de la
naturaleza. Pero al mismo tiempo que describía, en 1896, las montañas occidentales
como los templos al aire libre de Dios, se terminaba el ferrocarril transcontinental,
que amenazaba la naturaleza virgen. Muir presionó vigorosamente por la creación
de parques naturales, y el primero —Yellowstone— se creó en 1872.
La tabula rasa
Immanuel Kant quedó muy desconcertado por este análisis. Había pensado
que la descripción que Newton había hecho del mundo, por ejemplo, era un
conocimiento bastante seguro. Pero si Hume tenía razón, no había algo así como
un conocimiento seguro. Desarrolló por tanto un nuevo modelo de mente según el
cual ésta no recibe pasivamente los datos de los sentidos, como Locke y Hume
habían afirmado, sino que los asimila y estructura de forma activa, de manera que
conocemos la realidad objetiva exactamente en la medida en que la realidad se
adapta a las estructuras fundamentales de la mente. Es decir, que el mundo que
intentamos comprender se corresponde con principios de la mente, porque el
único mundo que podemos comprender ya está estructurado por esos principios.
«Todo conocimiento humano del mundo se canaliza a través de las categorías de la
mente humana».[492]
La imaginación de Kant
De esta manera, la imaginación está entre el intelecto y los sentidos, entre los
conceptos abstractos y las percepciones concretas. Sin una imaginación mediadora
nuestra experiencia sensorial no estaría organizada intelectualmente y sería, por
tanto, caótica, mientras que nuestra vida intelectual sufriría de pérdida sensorial y
estaría por tanto vacía.[500]
Fichte, a quien se llamó «el padre del Romanticismo», creía en «un espíritu
del mundo trascendente, infinito, del que el individuo humano es una mera
expresión espacio-temporal, mortal, un centro finito que deriva su realidad del
espíritu, con el que el individuo aspira a alcanzar una unión perfecta». [503] Schelling
pensaba que la naturaleza era un ser absoluto que actuaba en pos de la
autoconciencia,[504] una idea popular elaborada por Hegel y sus seguidores, que
contemplaron el universo en su conjunto desplegando su sentido y llegando a
conocerse a sí mismo a través de la mente humana y progresando hasta un estado
superior. O, más bien, el universo como creación sería en sí mismo una expresión
desarrollada de una Mente o Espíritu (Geist) universal que finalmente se
comprende en el espíritu humano, o llega a la conciencia de sí en la mente humana.
[505]
Para Kant, la imaginación era una función activa, más que la facultad pasiva
que había sido para Locke y Hume. Constituía el mundo tal como se nos aparece a
nosotros. Pero para románticos como Schelling y Coleridge, era una función
creadora que constituye el mundo como realmente es.[507]
El espejo de Dios
Esto es sólo una visión momentánea del vasto y profundo sistema metafísico
de Boehme. Vemos la influencia alquímica en la manera en que la sabiduría se
transforma a sí misma a modo de materia prima mercurial: es a la vez madre e hija
de la Trinidad, al mismo tiempo principio y fin del proceso creador, igual que la
energía de la Imaginación, girando siempre en torno a sí, genera y disuelve
perpetuamente imágenes de sí misma. Vemos también una tendencia neoplatónica
en la manera en que Sofía es, como el alma del mundo, un plano intermedio entre
el Uno (ahora un Dios en tres personas) y el mundo. Boehme describió
explícitamente a Sofía como el reino que, estando entre el cielo y la tierra, participa
de ambos; un reino de transición y transformación, donde los espíritus se
transmutan en cuerpos y los cuerpos en espíritus.[517]
Boehme cree como algo evidente que los seres humanos son microcosmos en
los que se refleja todo lo que ocurre en el macrocosmos o universo. Pero va más
lejos: el hombre es la imagen especular del mismo Dios. Tiene el poder de la
Imaginación divina. Aunque ha existido siempre como una especie de idea
platónica en la mente de Dios, sólo se manifiesta —en la persona de Adán— por el
Hijo, o Logos, en conjunción con Sofía, Espejo Divino de la Sabiduría. Adán era
originalmente una unión del Logos masculino y la Sofía femenina, un hombre-
mujer o andrógino.[518] Esto nos indica que nuestra constitución psicológica
primordial es una conjunción de opuestos, simbolizada por los principios
masculino y femenino.
Sin embargo, cuando uno lee a Blake, continúa Yeats, «es como si la espuma
de una fuente inagotable de belleza se vaciara de repente en nuestro rostro». [523]
Kathleen Raine dice de Blake que es el único poeta que ha creado un politeísmo
cristiano,[524] una mitología arquitectónica hecha de retazos de Swedenborg y del
mito nórdico, de alquimia y hermetismo, de neoplatonismo y Boehme, todo
fundido en el calor blanco de su imaginación.
La doble visión
Cuando Blake veía el sol como una hueste celestial y no como una guinea de
oro, su sol era más real porque había infundido en él más imaginación. El sol como
guinea es el sol abstracto, generalizado, en el que encontramos nuestro mínimo
común denominador; el sol hueste celestial es el sol visionario, tanto creado como
percibido. El visionario ha pasado, a través de la vista, a la visión. La imaginación
no ve con el ojo, sino a través de él. «Que Dios nos guarde / de la visión simple y
del sueño de Newton».[537]
Pero vale la pena insistir en que la doble visión de Blake incluye al sol
guinea, pues ver solamente la hueste celestial, tomar literalmente la visión, sería
tan disparatado para Blake como ver sólo el sol guinea (una locura que nosotros,
sin embargo, consideramos lo normal). La mente como página en blanco de Locke
es inerte; la mente de Blake ve a través del ojo y capta activamente el mundo con
exuberancia creativa, y que esto es lo que hizo en la práctica queda demostrado,
desde luego, por su arte.
La magdalena de Proust
Sin embargo, el uso que hacía Ricci del arte de la memoria era más o menos
mecánico, un simple truco para recuperar datos. El arte más profundo, utilizado
por los magos del Renacimiento, consistía en imprimir en la mente imágenes y
temas planetarios de los mitos clásicos, igual que las imágenes mnemotécnicas,
pero ahora con el propósito de «reflejar el universo en la mente» y de «adquirir un
conocimiento universal, así como poderes, a fin de conseguir a través de la
organización mágica de la imaginación una personalidad mágicamente poderosa y
sintonizada […] con los poderes del cosmos».[544]
Freud, por ejemplo, sacó la conclusión, sobre la base de los nítidos recuerdos
de sus pacientes del sexo femenino, así como de sus sueños y libres asociaciones,
que habían sido «seducidas» cuando eran pequeñas por su padre. Pero cuando
pacientes cuyas tempranas historias le eran bien conocidas le contaron recuerdos
similares (que no podían basarse en hechos), empezó a sospechar algo: la
seducción paterna —ahora lo denominamos abuso sexual infantil— posiblemente
no fuera tan frecuente como inicialmente había pensado. Conjeturó por lo tanto
que las mujeres estaban «recordando» lo que deseaban que hubiera sucedido.
Actualmente nos parece sorprendente la idea de que una hija pudiera desear
el «abuso» de su padre; pero, según Freud, habían deseado tan intensamente
durante su «período cdípico» que su padre estuviera enamorado de ellas que
imaginaban vívidamente que así había sucedido. «Más tarde, cuando recordaban
el contenido de estas fantasías, lo hacían con sentimientos tan intensos que se
mostraban convencidas de que eso sólo podía ser debido a sucesos que se habían
producido realmente».[546]
Nadie que escuche los relatos de las víctimas traumatizadas por sus
abducciones puede permanecer indiferente o negarse a aceptar que algo real
sucedió. Pero mientras el cientifismo descalifica estas experiencias considerándolas
imaginarias u orgánicas (por ejemplo, «agarrotamiento del lóbulo temporal»), y la
ufología lo exagera como invasión extraterrestre, existe un término medio por el
que podemos pensar en ellas como experiencias bona fide, viajes reales, pero no
literales, al Otro Mundo, como los que las culturas tradicionales han dado siempre
por supuesto.
La memoria hipnótica
Todo esto es necesario, en cierta manera, porque uno de los mitos más
potentes del alma es el mito de los Orígenes, el mito de cómo empezó todo, sea la
Creación del mundo o el nacimiento de una neurosis. Pero es un mito, y no se lo
debe confundir con la historia, como si las cosas empezaran en algún momento del
tiempo. Adaptando la observación de Salustio: «Estas cosas nunca empezaron;
existen desde siempre»… y siempre están empezando. La idea del principio
siempre está presente como una posibilidad en la psique.
La memoria olvidada
La brillante idea de Freud era que, para desenmarañar una psique viciada,
no basta simplemente con recordar el momento en que las cosas empezaron a ir
mal. Tiene que haber una abreacción,[*] una nueva vivencia involuntaria y concreta
del trauma original. En otras palabras, no un recuerdo, sino una experiencia total
de rememoración, tan vívida como la rememoración de Proust después de probar
la magdalena.
Esto nos recuerda que, así como olvidar es la sombra de recordar, así el
recordar involuntario de la abreacción de Freud es el corolario de ese olvido
involuntario que él llamó represión. Es difícil distinguir entre lo que meramente
hemos olvidado y lo que hemos reprimido —lo que no podemos recordar
voluntariamente porque lo hemos reprimido involuntariamente—, de manera que,
al tratar de recordar lo que simultáneamente estamos decididos a olvidar, la
memoria está en guerra consigo misma y se desarrolla una encarnizada batalla
entre la conciencia y el inconsciente.
Anamnesis
Los griegos llamaban a la verdad aletheia, que significa «no olvidar». Según
Platón, la verdad se adquiría mediante la anamnesis o rememoración. Cada alma
habita, antes de nacer, en un reino divino al que regresará después de la muerte.
Justo cuando está a punto de encarnar se en este mundo, bebe de Lete, el río del
Olvido, de manera que ya no puede recordar nada de sus orígenes divinos. Este
motivo no es exclusivo de los griegos; una leyenda judía, por ejemplo, dice que,
antes de nacer, un ángel nos da un golpe en la boca para que no podamos hablar
de nuestra gloria prenatal.
Cada vez que en nuestra vida nos encontramos con algo que instintivamente
sabemos que es verdadero, estamos recuperando una parte de la plenitud de
conocimiento que poseíamos antes de nacer en el mundo inteligible. Aprender es
recordar. No hay conocimiento, sino reconocimiento. Lejos de entrar en este
mundo con la mente como una pizarra en blanco que espera ser escrita por la
experiencia, venimos con el apoyo de un panteón entero; venimos como
microcosmos de todo un macrocosmos de conocimiento. Nuestras pequeñas
memorias, escribe Yeats, «no son sino una parte de una gran Memoria que renueva
el mundo y los pensamientos de los hombres era tras era, y […] nuestros
pensamientos no son, como suponemos, lo profundo, sino un poco de espuma en
lo profundo».[551]
La abadía de Tintern
Recuerdo —con todo lo que eso implica— que visité el lugar cuando era un
colegial. Cercana al río Wye, la abadía es baja, tenebrosa, en estado ruinoso; pero
también majestuosa e innegablemente misteriosa. En aquel tiempo, yo estaba
estudiando la poesía de William Wordsworth (aun que no con demasiado interés)
y sabía vagamente que él había escrito un conocido poema sobre la abadía de
Tintern, que era la pieza central de Baladas líricas, obra escrita con Coleridge y que,
publicada en 1798, fue el manifiesto y primer ejemplo de poesía romántica inglesa.
Podía imaginarme al poeta mirando fijamente aquel lugar sagrado (¿estaba
entonces en ruinas? Supongo que sí) y contemplando «la vida de las cosas». [553]
Parece haber una etapa más allá todavía del trance poético, una «sensación
sublime» en la que cesa su investigación activa en la vida de las cosas, y vuelve a
ser pasivo, menos un sujeto que un objeto ante
Esta visión de «algo que está aún más profundamente entrelazado / que
habita en la luz del sol poniente» es la auténtica visión del Alma del Mundo, la
imaginación de la naturaleza misma.
Coleridge dijo de Wordsworth que parte del secreto de su poesía era que
siempre había conservado vívida-mente su visión infantil del mundo. Nunca
perdió del todo la tremenda sensación de vértigo que tenía con frecuencia camino
de la escuela, cuando se agarraba a un muro o un árbol para evitar caer en el
«abismo» de un mundo que parecía no tener existencia fuera de él mismo, tan
sombrío e insustancial le parecía comparado con las imágenes de su propia mente.
Pero sólo hizo lo que todos hacemos en alguna medida: percibir el presente a
través de un recuerdo del pasado, que se intensifica en la rememoración —revivir
el pasado— y que a su vez transforma imaginativamente el presente. Ni
Wordsworth ni nosotros podemos percibir directamente la naturaleza sin, como él
señalaba, «medio crearla».
El tiempo recobrado
La baja Edad Media vio a una nueva estirpe de exploradores que se ponían
en camino hacia territorios desconocidos. El lugar en el que estaban interesados era
yermo, un desierto «muy apacible, muy misterioso, muy desolado», decía Johann
Tauler. «Los grandes yermos que allí se encuentran no tienen imagen, forma ni
condición».[558] «Un silencioso desierto —decía Meister Eckhart— donde nadie está
en casa».[559] Dos siglos después, estaba todavía sin mancillar, según un fraile
carmelita llamado Juan: «Una soledad vasta y salvaje donde no puede llegar
ningún ser humano», lo llama; «un inmenso desierto sin límites. Pero este desierto
resulta tanto más delicioso, dulce y bello, cuanto más amplio, vasto y solitario es;
pues donde el alma parece estar perdida, allí es elevada por encima de todas las
cosas creadas».[560]
Este Otro Mundo desolado no es, por supuesto, un lugar literal. Tauler,
Eckhart y san Juan de la Cruz son místicos. Su desierto es un estado de la mente, o,
mejor dicho, del alma. El camino que allí conduce fue llamado la via negativa por
Dionisio Areopagita, del que se pensó inicialmente que había sido un ateniense
discípulo de san Pablo, pero que ahora se cree que era un monje sirio de finales del
siglo v. Él perfiló dos caminos de acercamiento y conocimiento de Dios: la vía
afirmativa (o, como dice Charles Williams, la vía de afirmación de las imágenes) y
la vía negativa (la vía de rechazo de las imágenes). Dionisio estaba vinculado tanto
al neoplatonismo como al cristianismo, y de ahí que sus dos vías reflejen la tensión
entre ambos pensamientos y sean un intento de reconciliarlos. Por eso, aunque sus
escritos tuvieron una extraordinaria influencia —especialmente en los místicos
medievales—, fueron también recibidos con cierta intranquilidad. Han
«revoloteado siempre sobre la cristiandad como el Pájaro sin patas del Paraíso,
admirados, adorados y, sin embargo, vistos con desconfianza por algunos». [561]
Hablando en general, la vía afirmativa reconocía que todas las imágenes eras
buenas y procedían de Dios, que podía por tanto ser conocido a través del orden
del mundo, y que había jerarquías de seres angélicos —dáimones cristianizados—
que nos unían al Ser Supremo. La vía negativa afirmaba que todas las imágenes de
Dios eran falsas, pues nada, sea lo que sea, se podía predicar de Dios, que es
desconocido e incognoscible, envuelto en una oscuridad impenetrable, en una
«nube del no saber», como expresó memorablemente un místico medieval
anónimo. Por eso, «una vía debía afirmar todas las cosas ordenadamente hasta que
el universo palpitara de vitalidad; la otra debía rechazar todas las cosas hasta que
no hubiera nada en ningún lugar sino Él. La vía de la afirmación iba a dar lugar al
gran arte, el amor romántico, el matrimonio, la filosofía y la justicia social; la vía
del rechazo iba a manifestarse continuamente en los profundos documentos
místicos […] de los grandes maestros psicológicos de la cristiandad». [562]
Sin embargo, ambas vías coexisten —«casi se podría decir que son
recíprocamente inherentes, puesto que cada una iba a ser la clave de la otra»—, [563]
pues ninguna afirmación es tan completa que no necesite definición, disciplina y
negación; y ningún rechazo es tan absoluto que no deje algunas imágenes
residuales, como el puñado de judías y el vaso de agua que hasta los más sobrios
ascetas necesitaban para sustentar sus austeras vidas.
Espíritu y alma
El espíritu nos remite a la vía negativa, pues nos lleva hacia arriba, más allá
de todas las imágenes, hacia el Uno trascendente, la Verdad, Dios. Sus religiones
son los monoteísmos «mayores». Menosprecia la religión del alma como
politeísmo o animismo, o no la reconoce como religión en absoluto. Pues el
movimiento del alma es hacia abajo, al Mundo Inferior, hacia lo Múltiple
Inmanente.
Cada vez que nos sentamos ante un trabajo intelectual serio o en situación
de meditación espiritual, son los dáimones del alma los que nos distraen con
ansiedades y recuerdos perturbadores, y nos provocan con ensueños y deseos.
Desde el «intdecto puro» y el «acto puro» de Agustín y Tomás de Aquino, hasta la
«razón pura» y el «ser puro» de Kant y Hegel, el espíritu busca siempre la pureza.
La ciencia pura literaliza la búsqueda: incontaminada por el mundo, sus
laboratorios superhigiénicos secularizan la celda del místico; la fantasía de la
objetividad pura parodia la autoaniquilación del santo.
No sólo pureza, sino orden, claridad, iluminación, son las contraseñas del
espíritu. Pongamos las cosas en orden, seamos claros, seamos racionales, hagamos
borrón y cuenta nueva, empecemos de cero, dice el espíritu. Pero el alma está
siempre a su lado, oscureciendo, enturbiando y embrollándolo todo. Pues el alma
favorece el camino laberíntico de la reflexión lenta, no el pensamiento rápido. Las
cosas no se pueden hacer en línea recta porque son intrínsecamente torcidas y
ambiguas; no pueden ser aclaradas porque son intrínsecamente crepusculares; no
se puede hacer borrón y cuenta nueva porque están ceñidas a una larga historia
cuyas huellas no se pueden hacer desaparecer. El alma reprime al espíritu, lo
sujeta, hace que rumie las cosas y preste atención a los detalles, aquí y ahora, en
lugar de emprender el vuelo hacia algún gran plan futuro.
Tales pensaba que ese único principio general era el «agua»; Anaximandro
lo llamaba «lo indefinido»; Jenófanes, «Dios Uno»; Heráclito, «fuego»; Pitágoras,
«número». Cada uno de estos principios era «una sustancia autoanimada dotada
de movimiento, que se transforma asumiendo formas diversas. Al ser causa de sus
propios movimientos y transmutaciones ordenadas, y al ser eterna\'7d se
consideraba que esa sustancia primera era no sólo material, sino también viva y
divina»;[565] en resumen, un principio daimónico que llegaría a ser el Alma del
Mundo.
Una religión como el cristianismo es, sin duda, monoteísta en relación con el
politeísmo pagano; pero en sí misma está lejos del monoteísmo. Bajo la presión de
la tendencia fragmentadora del alma, su Dios espiritual fue impulsado a
convertirse casi de inmediato en una Trinidad. Detrás de la máscara cristiana, la
Virgen María, los santos y los ángeles han sido siempre venerados de forma
pagana entre los católicos romanos. Fue parte de la misión protestante en época de
la Reforma restaurar el monoteísmo propiamente dicho, y puritanos de todas las
denominaciones fueron resueltamente hacia él. Pero, como escribió con
desesperanza el profundamente puritano Calvino, «sin duda, así como las aguas
bullen de un gran manantial, así fluye una inmensa multitud de dioses de la mente
humana».[570] Es precisamente el rechazo puritano a acomodarse a la multiplicidad
daimónica lo que conduce al dogmatismo rígido, a la paranoica actitud defensiva y
al fundamentalismo fanático.
Para los magos, Proteo era un símbolo del Uno mercurial que puede
convertirse en muchos cambiando de forma; un recordatorio de que un dios puede
ser inmanente en el mundo y presentarse con sus múltiples imágenes de manera
que también el arte pueda celebrar la divinidad; y una alegoría de la necesidad de
agarrarse bien al único dios, aunque se presente bajo apariencias peligrosas, para
descubrir la verdad. Proteo era una imagen de la resurgen-te noción neoplatónica
de que «el pluralismo poético es el corolario necesario al misticismo radical del
Uno».[572]
lo que les sugirió que el todo se repite en cada parte, que cada dios es por
tanto inherente a cada uno de los otros, y que todos ellos están enraizados en el
Uno.[575] No sólo era una equivocación adorar a un solo dios, sino que ni siquiera
era posible porque (como Platón había explicado en el Sofista) los dioses son
alternativamente divididos y unidos por un movimiento dialéctico que los hace
pasar por configuraciones cambiantes.
Sin embargo, Savonarola no era apto para el gobierno, incapaz de ver más
allá de una teocracia en la que todo el mundo se limitaba a inclinarse ante Dios. Era
lo que ahora llamamos un fundamentalista, sin interés por la cultura, el arte o el
saber; y por eso resulta aún más incomprensible que los florentinos, cortesanos
sofisticados y cultos, se sometieran a un puritano tan estrecho de miras.
Podemos suponer solamente que era la propia estrechez lo que les atraía: un
repentino anhelo de simplicidad, una fe no intelectual y un único Dios. Una súbita
náusea, quizá, ante tanta riqueza, algo así como la cristalización incontrolable de
una solución sobresaturada. Sobre todo, un deseo ardiente de escapar de una vida
imaginativa que se había desarrollado hasta extremos abrumadores.
Sin embargo, la enantiodromía no es la ley universal que Jung creía que era.
Se aplica sólo a individuos y a culturas cuyo monoteísmo y literalismo los han
polarizado. Una postura unilateral consciente es arrollada por su opuesto
inconsciente y se convierte en él porque la psique está ya polarizada en consciente
e inconsciente. Pero esa polarización no es característica de la organización
tradicional, daimónica, de la psique.
Todos los cambios repentinos del Zeitgeist, los súbitos arranques de ira de
una nación, las súbitas declaraciones de guerra tienen su origen, quizá, en la
inversión de los polos de una psique colectiva. Y debemos recordar, también, que
así como la polarización es en gran medida una consecuencia de la literalización,
así la nueva postura se forja en el mismo molde literal que la antigua. Al
materialismo literalista se le opone una creencia en espíritus literales, en vez de
una psicología metafórica.
Las altas torres que las nubes tocan, los palacios espléndidos,
Esto es algo más que una historia propagandística generada por los
primeros misioneros cristianos que llegaron a la pagana Irlanda. El ardiente deseo
de «salvación» del sidhe es un anhelo de la dura certeza de nuestro mundo literal,
un signo de cansancio de su propio mundo y un deseo de entrar en el tiempo, de
hacerse mortal, de poder morir y ser salvado. Es un anhelo de ese potencial
humano para la transformación que a ellos se les niega. «Es como si los dáimones
se apenaran por las tristezas de los hombres, que ellos nunca podrán conocer». [583]
Para los dáimones, nosotros somos los extraños y los seductores, igual que,
para las culturas daimónicas, es el hombre blanco seguro de sí mismo, racional,
cargado con su Biblia y su Dios de piñón fijo, el que es extraño y por quien muchos
se sienten atraídos, aunque sepan que será fatal para su antigua cultura. Tal vez
por eso san Patricio, como nos cuenta la leyenda, convirtió a los irlandeses tan
fácilmente al cristianismo. Tal vez ellos anhelaban secretamente la liberación de los
asediantes sidhe, anhelaban un nuevo espíritu de literalidad que diera solidez a un
mundo de niebla y espuma.
Todas las culturas paganas del «alma» asumen que los dioses pueden
aparecerse a hombres y mujeres. La respuesta a ellos no es de culto, sino de
deslumbramiento y temor reverencial, y así ocurría con los irlandeses ante los
sidhe lo mismo que con Odiseo ante Atenea. El Dios cristiano, por otra parte, no se
aparece, sino que envía a su Hijo con un disfraz extraordinario: como hombre. Ni
siquiera como un hombre hercúleo, heroico, mesiánico, sino como un carpintero
que pretende que Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y que nadie va a su Padre si
no es por Él. Por tanto, no es sólo Dios y hombre, sino también un archidaimon que
media entre nosotros y Dios de una vez por todas, desbancando así a todos los
demás dáimones.
El matrimonio sagrado
Si existe un emparejamiento que actúa como una rúbrica para todos los
demás pares —lo tomamos de la obra de Lévi-Straus— es el de Cielo y Tierra.
Todos los mitos se pueden interpretar como intentos de producir ese matrimonio,
como el retorno a un estado de unidad primordial.
El mito de la unidad original está expresado habitualmente en símbolos de
un tiempo o un lugar pasados: la Edad de Oro, el Edén, la Arcadia, la Atlántida, el
Tiempo del Sueño. El alma dice: «ÉSOS son lugares reales, pero no literales; el
paraíso terrenal está siempre a nuestro alrededor, y, de algún modo, sólo tenemos
que verlo». El espíritu dice: «El paraíso terrenal no está aquí, sino en otro lugar.
Debemos salir inmediatamente hacia el Valle de la Felicidad, Shangri-la, Eldorado;
o bien, debemos construir Utopía o la Nueva Jerusalén, donde todo el mundo será
bueno y feliz (o si no, preparémonos para lo peor)». El punto de vista daimónico
dice: «¿Quién sabe qué otros mundos son posibles para el humano
verdaderamente daimónico: el chamán legendario, el maestro zen, el sabio taoísta,
el santo cristiano, el artista visionario? ¿Quién sabe adónde, tras largas y múltiples
transformaciones, ligeros como el vilano, podrían ser transportados en cuerpo y
alma por los invisibles vientos del espíritu?».
Cada vez que aparece una imagen del alma, deberíamos ser conscientes de
que la imagen está ya determinada por la perspectiva del espíritu —habitualmente,
en la cui— tura occidental, la del ego—, que, a su vez, está determina— da por el
alma. Cada una refleja a la otra, y por eso no podemos pensar o imaginar fuera de
su duplicidad, por más que el ego racional —¡ese espíritu incontrolable!— trate de
persuadirnos de lo contrario. Pues siempre añade una compañera irracional y
peligrosa que, si persiste en su locura, le poseerá o le destruirá.
New Ages
Este tipo de visión es mantenida por una vaga coalición de personas, por lo
demás bastante diferentes entre sí, desde extraños entusiastas de la New Age a
ecoguerreros progresistas normales y sensatos. Cada uno tiene ideas diferentes de
cómo cambiar la ortodoxia imperante pero todos ellos, según parece, piensan en
alguna clase de enantiodromía en la que los valores actuales sean reemplazados
por sus opuestos. Por ejemplo, los partidarios de la New Age anhelan el acceso
súbito a una «conciencia superior» que suprima el materialismo de un plumazo,
pero su propia teosofía espiritual es igualmente literalista. No ven el mito en todos
sus movimientos, ni el movimiento en el mito. Muchas personas de mentalidad
ecologista hablan del mundo como si fuera literalmente un «organismo vivo» o
una «diosa» (Gaia), cuando harían mejor en verlo como dotado de alma, y a
nosotros mismos como expresiones individuales del alma.
Otra idea New Age es, por el contrario, optimista sobre el ego racional y ve su
aparición como una especie de rito cultural de paso. Igual que debemos separarnos
de la familia en la pubertad y volver renacidos a la sociedad, así como el héroe
debe dejar a su madre y su hogar para embarcarse en una Búsqueda maravillosa
de la que volverá, después de muchas tribulaciones, con el secreto que transforma
el mundo, así (se dice que) el ego racional moderno tiene que separarse de la
clausura uterina de la visión medieval del mundo, divorciarse de Dama Natura y
avanzar hacia delante y hacia arriba, conquistando, inventando y progresando
hasta que, en sus logros y realizaciones más extremos, vuelva a reunirse
voluntariamente con el alma, la diosa, el eterno femenino, en una sicigia divina que
nos hará entrar en un estado de conciencia totalmente nuevo en el que Cielo y
Tierra final mente se unan.
Richard Tarnas adopta este tipo de visión en su excelente libro La pasión del
pensamiento occidental. Lee la historia de la cultura occidental de manera
psicológica, y percibe una dialéctica arquetípica que tiende un arco sobre la
historia: la diferenciación masculina heroica a partir de una unidad femenina
primordial, y su posterior reunión con su matriz. Desde el sometimiento griego
antiguo de las «mitologías prehelénicas matrifocales» y el «rechazo judeocristiano
de la Gran Diosa Madre», a la exaltación de la Ilustración de un «ego racional» por
encima de «una naturaleza externa desencantada», él ve «un rechazo progresivo
del anima mundi» y una opresión de lo femenino por lo masculino. «La crisis del
hombre moderno —subraya Tarnas— es esencialmente una crisis masculina».[587]
Sin embargo, lejos de ser pesimista en este punto, Tarnas es optimista, casi
milenarista. Está muy cerca, dice, un matrimonio sagrado, un cumplimiento del
«objetivo subyacente a la evolución intelectual y espiritual de Occidente. Pues la
pasión más profunda de la mente occidental ha sido reunirse con el fondo de su propio ser».
(La cursiva es de Tarnas.)[588] Ha sido tarea de «la conciencia masculina […] forjar
su propia autonomía», y luego «ponerse de acuerdo con el gran principio femenino
de la vida y recuperar así su conexión con el todo».[589]
Si, por otra parte, el matrimonio sagrado pudiera pasar del mito a la historia,
solamente podría hacerlo, cabe pensar, por el misterio del amor, pero entonces sólo
de manera íntima, por medio del amor entre dos personas, o entre una persona y
Dios. El amor podría sostenerse entre unas pocas personas —como mucho— a
través de ese especial amor comunal llamado agape.
Por ejemplo, las formas en que entra en el Otro Mundo son casi tan
universales como las que se dan entre los héroes del mito: volando, sobre un reno o
un caballo, a menudo simbolizados por un tambor; trepando al mundo celestial
por el árbol del mundo, simbolizado frecuentemente por el palo central de la
tienda (yurta o ger) por el que trepan los chamanes siberianos, saliendo a través
del agujero destinado a la salida del humo como si entraran en la región celestial
(los chamanes norteamericanos trepan por los árboles y los aborígenes australianos
lo hacen por postes, con el mismo sentido) [595]; o por un estrecho puente, que
representa la anchura de un cabello, la distancia entre lo literal y lo metafórico, o el
parpadeo de un ojo entre vista y visión.
La búsqueda de la visión
La noche del segundo día, ve un aro ardiente con una boca y dos ojos. Oye
una voz en la oscuridad. No es humana y se le erizan los cabellos de la nuca.
«Recuerda el aro —dice la voz—; esta noche te enseñaremos». Se pueden oír
muchos pies que caminan alrededor del pozo de visión. Y, de repente, se encuentra
fuera del agujero, en otro mundo: una pradera cubierta de flores silvestres, con
manadas de alces y búfalos pastando. Un hombre flota desde la niebla hacia él. Va
vestido con una anticuada ropa de ante y le dice a Crow Dog: «Muchacho, le digas
lo que le digas a tu pueblo, no exageres; haz siempre lo que te diga tu visión.
Nunca finjas». Siguen otras visiones: una nube que se convierte en águila y le
confiere poder; un jinete sobre un caballo gris, que sostiene un aro hecho de salvia;
una criatura informe, peluda, pálida, que trata de coger su medicina y con la que se
ve obligado a luchar. Luego, alguien le zarandea por los hombros. Es su padre. Los
dos días y las dos noches han pasado. Le interpretan su sueño y se convierte en
curandero.[609]
El corazón sagrado
Hay más, y peor, pero me detendré aquí. Suso fue recompensado por sus
años de dolor con una serie de visiones, que incluían a la Virgen María, el paisaje
celestial y su propia alma, mientras yacía extasiada en brazos de Dios. Una vez, la
Virgen María le entregó al Niño Santo para que lo sostuviera. [612] Pero, mientras
que la hermana Alacoque anhelaba el dolor —«Nada sino el dolor hace soportable
mi vida», decía a menudo—, [613] Suso nunca pareció transformar su tormento en
placer masoquista, y no disfrutó de ningún alivio durante veinticinco años o más.
Anorexia y ascesis
Sea lo que sea la anorexia nerviosa, puede leerse como un estado espiritual
que ha sido medicalizado. Puesto que la anorexia retrasa la pubertad, o vuelve a
las víctimas a un estado prepubescente, puede verse como un rechazo a cambiar
biológicamente hasta que haya algún significado que acompañe ese cambio. En
otras palabras, puede verse como un anhelo del alma por la iniciación. O tal vez
algunas personas anoréxicas sean simplemente aquellas que en otras épocas serían
reconocidas inmediatamente como poseedoras de vocación para la vida ascética o
monástica. La cuestión es que, mientras el alma sea ignorada, y por tanto el
espíritu literalizado, el cuerpo tiene demasiado peso que llevar y demasiado
significado que expresar.
El cuerpo sutil
Por ejemplo, el cuerpo tiene que llevar toda la carga del anhelo de un
«cuerpo sutil» inmortal, prometido por el Elixir de la Vida y simbolizado por el
«cuerpo de diamanté» de la alquimia china, o por el cuerpo resucitado, cristalino o
de huesos de hierro del chamán. Literalizamos este cuerpo haciendo realidad las
fantasías de renovación física mediante dietas («eres lo que comes»), y fantasías de
eterna juventud a través de drogas, cosméticos y cirugía plástica.
Además, es dudoso que las disciplinas voluntarias puedan hacer alguna vez
algo más que preparar el camino para la iniciación, la cual, como la llamada del
chamán, es finalmente involuntaria. No podemos desear morir a nosotros mismos.
La voluntad forma parte intrínsecamente de ese egoísmo que se agarra a la propia
vida. De modo que somos iniciados por aquello que no podemos controlar.
Nuestros sueños, por ejemplo, despiezan los acontecimientos del día y los
reimaginan, al mismo tiempo que nuestra vida natural se purga al servicio de
nuestra vida espectral, psíquica. Dormir, la pequeña muerte del cuerpo, es también
soñar, el advenimiento del alma a la vida.
Éstas son las experiencias que no debemos tratar de curar o superar, como si
quisiéramos volver a ser las personas que éramos. Al contrario, debemos permitir
que las energías profundas que liberan nos transformen. No debemos temer la
desintegración de nuestro excesivamente sólido yo; debemos dar la bienvenida a la
muerte de nuestro ego heroico. No sólo es la pérdida lo que nos inicia, si se lo
permitimos. También lo hace el amor, cuyo requisito pre vio es esa atención
apasionada que coincide con la muerte del egoísmo. El amor es menos fiable que la
pérdida para generar esta transformación, porque puede confundirse fácilmente
con el apego, el ansia, el deseo, y así puede hacerse irreal sin que lo sepamos. Las
razones para nuestro sufrimiento por la pérdida de alguien pueden ser igualmente
irreales o engañosas, pero al menos el sufrimiento en sí es real. «Un grito de dolor
es siempre irreductible».[614]
El mago de Groenlandia
Coleridge utilizó el viaje por el mar del Otro Mundo como base para su
propio gran poema de iniciación, «La balada del viejo marinero». [618]
Cuando el barco del marinero se va, dejando atrás el sol, oculto entre la
niebla, deja también tras de sí el mundo iluminado por el sol de la dulce razón y la
religión ortodoxa. Delante hay otro mundo presidido por la luna «blanca como la
niebla»; y al marinero, que lo ve desvirtuado por sus convencionales anteojos
protestantes, le parecerá como una especie de infierno.[619]
La mujer es una diosa ambigua, como el espíritu del mar. Es vida para el
chamán y el poeta pagano, pero muerte para el cristiano estrecho. El marinero
intenta resistirla, con el albatros colgando todavía como una cruz en torno a su
cuello; intenta rezar, pero su corazón está seco como el polvo. Al final, se ve
forzado a abandonar sus anteojos cristianos, por decirlo así, y adoptar el punto de
vista de la diosa.[623]
En primer lugar, Orfeo está bajo el dominio de las Musas —su madre es la
musa Calíope—, que le dan ese don maravilloso de poesía y canto con el que
puede hechizar a todos los animales y aves, e incluso a la muerte misma. Su
instrumento es la lira apolínea más que la flauta dionisíaca; pero es Hernies quien
le enseña a tocar y, además, a tocar la música específica para cada dios. Esta
imagen de diferenciación y armonía fue ávidamente asumida por los neoplatónicos
del Renacimiento, que saludaron a Orfeo como el fundador del politeísmo, y que
vieron su propia cultura como un regreso a la religión de Orfeo, a quien Ficino,
que gustaba de tocar la lira, trató conscientemente de reencarnar. [630]
En segundo lugar, es Eros quien lleva a Orfeo al Mundo Inferior; pero éste
no trata de usurparlo, como Heracles, ni de aprender de ello, como Odiseo; Orfeo
está tratando de recuperar a su amada esposa, Eurídice, que ha muerto por la
mordedura de una serpiente. Logra encantar a Hades con su música, y se le da
permiso para que se lleve a Eurídice de regreso a este mundo. Sin embargo, los
griegos no estaban seguros del resultado: [631] en una versión del mito, Orfeo vuelve
a traerla a la vida; pero en la versión más conocida, se le permite recuperarla a
condición de que Orfeo no mire hacia atrás. Al no oír sus pasos tras él, vuelve la
cabeza y la pierde.
Tercero, como Dioniso, Orfeo es desmembrado. Una vez más, no es seguro
el porqué. Algunos dicen que las ménades lo despedazaron por ser hostil al culto
de Dioniso; otros, que había rechazado las insinuaciones de estas mujeres porque
prefería a los hombres jóvenes. Sin embargo, su culto era demasiado dionisíaco y
su matrimonio demasiado apasionado para que cualquiera de las dos razones sea
literalmente cierta.[632] En cambio, señalan su afinidad con Dioniso y su
«afeminamiento» notorio, esto es, sugieren la naturaleza andrógina del dios y la
estructura bisexual de la psique.
Cuarto, se dice que Orfeo predicó toda su vida que Apolo era el más grande
de los dioses. Cuando fue despedazado, su cabeza flotó todo el camino hasta
Lesbos, donde pronunció profecías y oráculos. Sin embargo, la cabeza fue colocada
en el santuario de Dioniso y finalmente silenciada por Apolo. [633] Además, a Orfeo
se le atribuía la fundación de los Misterios, esos ritos de iniciación tan secretos que
sabemos muy poco de ellos. Los Misterios eleusinos eran los más famosos; pero
Orfeo instituyó los Misterios de Apolo en Tracia, los de Hécate en Egina, y los de la
Deméter subterránea en Esparta. Sobre todo, al parecer fundó los Misterios
dionisíacos. Dioniso era el dios de la religión órfica.[634]
Locura y demencia
La locura —como nos dicen las tragedias griegas— es la manera en que los
dioses nos afectan.[635] Los dioses están en las enfermedades, decía Jung. De
nosotros depende cómo tratemos esa locura. Como sugerían las Musas en sus
observaciones a Hesíodo, tratar la locura como algo metafórico es el camino a la
verdad, mientras que tratarla como algo literal es el camino a la falsedad. En efecto,
debemos distinguir entre locura y demencia. Cada vez que nos apropiamos de la
locura conferida por el dios y la unimos a nuestro ego, nos atribuimos su mérito, es
decir, la tomamos literalmente: estamos en peligro de demencia. Empezamos a
creer que los pensamientos y revelaciones que nos son enviados son nuestros; o
que somos el instrumento único de los dioses, el Elegido. [636]
Sin embargo, el mito nos habla de mujeres que rechazaron el rito. Las hijas
del rey Minia, por ejemplo, eran particularmente sobrias y trabajadoras, y
despreciaban a las mujeres que adoraban a Dioniso. El dios se les apareció en
persona y les advirtió que no descuidaran sus ritos. Desobedecieron. Después de lo
cual, el dios, como Proteo, se transformó en un toro, un león y un leopardo. Las
tres remilgadas mujeres enloquecieron de tal manera que despedazaron a uno de
sus hijos antes de escapar errantes por las montañas, fuera de sí.[639]
Por ejemplo, cuando el rey Lear divide su reino entre sus aduladoras hijas y
rechaza a la hija veraz —Cordelia, su propia alma—, se muestra cuerdo a los ojos
del mundo, pero, más profundamente, es víctima de una demencia que sólo su
locura en aquel tormentoso terreno puede curar, para devolverle de nuevo a su
humanidad esencial y reunirle con Cordelia.
Hay locura en el mito. Heracles se vuelve loco y mata a sus hijos, por lo que
es obligado a cumplir una penitencia de doce trabajos. Odiseo se vuelve loco
cuando el oráculo le comunica que embarcarse en la guerra de Troya le llevará
veinte años y le dejará desvalido y solo. Frenético y como loco, está arando un
terreno cuando le ponen a su hijo pequeño delante del arado. Odiseo se detiene al
momento. Heracles estaba enajenado, no loco; Odiseo estaba loco, no enajenado.
Pero si hay locura en el mito, también hay mito en la locura; y en esto radica
nuestra fascinación por la locura y nuestra sensación de que oculta una dimensión
imaginativa mayor, como el mito de que hay un genio —esto es, un daimon— en
su interior.
En realidad, fueron sus seguidoras, sus ménades, las que forzaron una casa e
hicieron una carnicería con sus habitantes, entre los que se hallaba una conocida
actriz llamada Sharon Tate. Charles Manson parece haber seguido siendo un dios
para sus seguidores. «Hasta hoy, las mujeres que cometieron los asesinatos no
quieren retractarse, aunque hacerlo pudiera significar su libertad», escribe Dennis
Stillings, el analista social junguiano. «Pensemos lo que pensemos, ellas han visto a
Dios. En una sociedad esencialmente secular, descreída y sin sentido […] su
mundo se llenó de sentido gracias a Charlie».[640]
33
MESÍAS IMPÍOS
Acción y ritual
La cuestión es que hay una doblez en la locura, incluso una duplicidad, que
es análoga al teatro, así como la demencia es análoga a una «exteriorización»
[acting out] que podríamos describir como la representación literal de
acontecimientos esencialmente imaginativos, incluidos mitos, sueños y fantasías.
Esto no significa que toda acción física sea una [«acting out»] porque, por supuesto,
muchas acciones físicas no son literales, sino realmente una forma concreta de
imaginar. El ritual, por ejemplo. En realidad, cualquier acción que sea conducida
por la imaginación se convierte en ritual; y por eso, en las culturas tradicionales,
todas las actividades, desde la cocina al cuidado del huerto, la caza y la danza, se
realizan según patrones establecidos por los dioses. De este modo, toda la vida está
impregnada del significado que nosotros asociemos al ritual.
No son como los asesinos ordinarios, que matan sólo una vez, habitualmente
a alguien que conocen y por motivos comprensibles como ira, codicia o miedo. Los
asesinos en serie, por definición, matan muchas veces, habitualmente a personas
que no conocen y por razones que no son fácilmente comprensibles (si es que
alguna vez lo son). Nos fascinan tal vez porque parecen tener una dimensión
mítica, como si estuvieran actualizando alguna pauta arquetípica más allá de sí
mismos, haciendo reales la sexualidad y la violencia que deberían permanecer en
el reino de la imaginación. Si éste es el caso, asesinan a extraños porque no están
matando a personas, sino imágenes, o, más bien, una única imagen en muchas
personas. Puede ser la imagen de la Madre, la Niña, la Prostituta, la Condición de
Mujer o lo que sea; pero, en última instancia, es de las imágenes del alma de lo que
los asesinos en serie ansían ser liberados, como Heracles.
El alma exige del asesino en serie lo que nos exige a todos nosotros, que
mate metafóricamente su ego para que ella pueda vivir. En lugar de hacerlo, él
opta por matar literalmente su alma para que su ego pueda vivir. Ahora bien, no se
puede matar el alma. No sólo es inmortal, sino que también es la raíz misma de la
que ha surgido el ego. Cualquier intento de desenraizar el alma sólo consigue que
regrese a nosotros en forma distorsionada, como imagen demoníaca que debe ser
asesinada una y otra vez.
Llamado por los dáimones, el asesino en serie sojuzga este impulso divino
bajo un ego que, según la ley de la energía psíquica, se ha inflado con delirios de su
propia divinidad en exacta proporción a la fuerza con la que ha negado su
llamada. Incapaz de relacionarse con los dáimones, se siente poseído por un
demonio. La voz divina que le llama a ejercer de chamán es distorsionada por esas
«voces» que ordenan a los asesinos en serie cometer atrocidades, y a las que son
extrañamente incapaces de desobedecer.
Un asesino podría afirmar que actuaba por orden de Dios. Desde fuera,
podría parecerse al patriarca Abraham, al que Jehová le ordenó matar a su único
hijo, Isaac, el hijo amado de su ancianidad. En realidad, Abraham debería parecer
peor que un asesino, pues el asesinato de un hijo propio era considerado por su
sociedad como el más odioso de los crímenes. Aunque alegara, como hacen con
frecuencia los asesinos, que Dios le había ordenado matar a su hijo Isaac, no habría
aumentado sus posibilidades de clemencia, sino que probablemente se habría
enfrentado a una acusación adicional de blasfemia.
Hombres-dioses
Si los asesinos en serie son una especie de chamanes invertidos, tal vez los
grandes tiranos de la cultura occidental —Napoleón, Hitler, Stalin— puedan ser
descritos como falsos mesías. Mientras Cristo, el Dios-hombre, antepone la
importancia del individuo en relación con Dios a todo poder temporal —tanto al
poder de la religión (judaísmo) como al del Estado (imperialismo romano)—, el
Hombre-dios exalta el poder colectivo del Estado, encarnado en él mismo, por
encima de cualquier individuo. Se puede sostener que el Hombre-dios, tal como
nosotros lo conocemos, sólo ha sido posible por el monoteísmo cristiano, que
insistía en un único Dios y hacía literal ese mismo Dios en la persona de Cristo. Ha
habido, y por supuesto hay, tiranos monstruosos en sociedades no cristianas; pero
yo propondría que todos ellos son producto de ese monoteísmo cuya inversión
conduce a la monomanía. Incluso en culturas politeístas, como la antigua Roma,
los Hombres-dioses (Calígula, Nerón) seleccionaron a un solo dios del panteón
(Zeus, Apolo) con el que identificarse.
Nada puede vivir fuera del ego tiránico; esto es, no se puede permitir que
nada tenga autonomía, que tenga su propia alma. El Hombre-dios debe sojuzgar y
deshumanizar a todo el mundo. Debe evitar continuamente el aniquilante vacío, o
tratar de llenarlo con actos de poder, lo que sólo provoca que el vacío esté cada vez
más vacío y más ávido. No se puede llenar con personas porque las personas
tienen alma —justo lo que el Hombre-dios no soporta—, y por eso trata de llenarlo
con gente sin alma: esclavos y cadáveres. Stalin mataba continuamente y de igual
manera tanto a sus rivales como a los llamados amigos, como si deseara que todo
el mundo salvo él mismo estuviera muerto; Hitler encarceló cada vez más a
personas de grupos diversos, incluidos, al final de la guerra, a miles de alemanes
arios, como si secretamente deseara que todos excepto él estuvieran en un campo
de concentración. «Ser el último hombre que queda vivo es el deseo más profundo
de todo verdadero buscador de poder».[650] La figura mesiánica que no quiere morir
a sí misma debe asolar el mundo.
El corolario de la megalomanía es la paranoia. Fue la paranoia lo que
despertó inicialmente la conciencia nacionalista de Hitler y le metió en política; en
efecto, veía a los alemanes sitiados por enemigos, y esta visión era compartida por
alemanes que también detectaban una conspiración de enemigos invisibles:
capitalistas, socialdemócratas, marxistas, bolcheviques, eslavos y judíos. «Una
masa de conversos potenciales a la espera de un mesías que liberara y unificara sus
energías».[651] Esta creencia en su papel mesiánico ayudó a Hitler en los primeros
días, cuando se sintió invulnerable y su brillante intuición le procuró éxito militar.
Pero fue también la hibris la que no le permitió examinar lo que realmente estaba
sucediendo, y provocó su caída. Fue destruido por su imagen de sí mismo, que le
cegó ante cualquier defecto o equivocación.[652]
Por absoluto que pueda ser el poder del Hombre-dios, queda siempre la
sospecha de que siguen existiendo poderes autónomos, personas que todavía no
han caído bajo su esclavitud, personas que aún tienen alma, individuos que
conspiran contra él. En realidad, paradójicamente, cuanto más poderoso es él, más
fuerte es la sospecha. Pero la conspiración es realmente la literalización del
murmullo de los dáimones en su alma marchita. Nunca se les puede suprimir del
todo, y siempre regresarán a él, demonizados, como enemigos invisibles. Su única
defensa es a través de su propio séquito de dáimones igualmente literalizados: los
espías que nutren su necesidad de omnisciencia y la policía secreta que promulga
su omnipotencia, secuestrándonos como demonios a altas horas de la noche.
34
LA CURA DE ALMAS
«El alma a punto de morir tiene la misma experiencia que quienes son
iniciados en los Grandes Misterios», escribió Plutarco [655]. No podía hablar de esos
Misterios con detalle porque estaba prohibido hacerlo. Pero da a entender que el
alma vagabundea y es asaltada por terrores antes de quedar asombrada por una
luz maravillosa y recibida luego en regiones paradisíacas.
«Escucha, pues, y ten fe: vas a oír la verdad», dice Lucio en las Metamorfosis
o El asno de oro de Apuleyo, obra considerada como una descripción ligeramente
disfrazada de los Misterios. «Llegué a las fronteras de la muerte, pisé el umbral de
Proserpina [esto es, Perséfone] y a mi regreso crucé todos los elementos; en plena
noche, vi el sol que brillaba en todo su esplendor; me acerqué a los dioses del
infierno y del cielo; los contemplé cara a cara y los adoré de cerca. Ésas son mis
noticias: aunque las has oído, estás condenado a no entenderlas». [656]
El rapto de Core «nunca sucedió; existe desde siempre», como todos los
mitos. Esto significa que no es sólo un simple acontecimiento en nuestra psique,
sino que pervive siempre como un patrón básico de la psicodinámica. Y por ser el
mito central de los Misterios eleusinos, «el rapto por Hades del alma inocente es
una necesidad central para el cambio psíquico».[658]
El virus de la imaginación
Estamos mejor que nunca. Entonces, ¿por qué tan a menudo nos sentimos
más enfermos? ¿Por qué los gastos en salud aumentan cada año, y sin embargo no
da la impresión de que seamos más felices? ¿Por qué estamos empezando a
cuestionar los beneficios de la longevidad? ¿Por qué nos vemos ahora infestados de
enfermedades que pueden no poner en peligro nuestra vida pero que la hacen
desdichada, mientras los médicos apenas pueden hacer algo por evitarlo: dolores
de cabeza inexplicables, dolores de espalda crónicos, desórdenes estomacales,
ataques de ansiedad, desórdenes de tensión y depresiones, más una cohorte de
enfermedades que parecen cernirse entre la frontera de mente y cuerpo, como
encefalomielitis miálgica, esclerosis múltiple, fatiga crónica, hiperactividad,
alergias, asma, eccema y otros desórdenes «nerviosos» ¿Por qué no podemos
librarnos nunca de los «grandes asesinos»? Podemos haber suprimido la peste
negra, pero ¿no tenemos ahora cáncer y enfermedades del corazón?
Por otra parte, la tradición daimónica nos dice que el cuerpo es la expresión
física de un alma individual vinculada con el Alma del Mundo, y que, como tal, es
—como la naturaleza— una ciudadela de metáforas. Ninguna de sus
manifestaciones, incluidos sus síntomas y enfermedades, es meramente biológica.
También ellas son productos de la imaginación que nos invitan a ver una
enfermedad del corazón, por ejemplo, como una enfermedad de las emociones, tal
vez de la propia imaginación, puesto que las emociones se asientan
tradicionalmente en el corazón; que nos muestran el cáncer como una rebelión
contra la concepción materialista del cuerpo, porque el cáncer es como la locura del
cuerpo, el cuerpo que se revuelve contra sí mismo, devorándose, como para
liberarse de sí mismo o de la propia concepción literalista que tiene de sí.
Sin embargo, resultó que no había sido una visión: efectivamente, había sido
llevado por el personal sanitario con máscaras quirúrgicas, a uno de esos escáneres
de cuerpo entero y, posteriormente, como parte de diversas pruebas, había sido
punzado repetidas veces con agujas. En seguida empezamos a ver cómo muchos
procedimientos médicos se parecen a operaciones iniciáticas: los medicamentos se
empiezan a parecer a sustancias chamánicas tomadas para inducir estados
alterados de conciencia; la cirugía empieza a semejarse a un desmembramiento
literal; las prótesis, a «huesos de hierro» literalizados; los rayos X y las sondas de
fibra óptica, a la penetración del vidente.
El equivalente más cercano que tenemos del viaje al Otro Mundo del
chamán para recuperar las almas perdidas es el psicoanálisis y sus descendientes.
La psicología de Jung se fraguó en su lucha contra lo que él pensaba que era una
psicosis, pero que, cuando se entregó a ella, resultó ser una «locura divina» que le
lanzó al Mundo Inferior, en el que encontró su mito personal y el mito de nuestra
época.[663]
La pérdida del alma puede incluso ser fatal. El British Medical Journal de 1965
recogió varios casos de muerte por maleficio o brujería en África. No hay nunca
una causa médica evidente de la muerte; las víctimas afirman que su alma ha sido
robada o extraviada, y simplemente se tumban y mueren. Los exámenes post
mortem muestran que las glándulas adrenales se han secado, lo que apunta a una
liberación masiva de adrenalina —por miedo, quizá—, seguida de una bajada
crítica de la presión sanguínea, y ocurre la muerte. Si las víctimas de brujería no
mueren, quedan no obstante reducidas, recordemos, a la condición de «muertos
vivientes». Están «fuera», como dicen los irlandeses. El cuerpo que queda es un
«tronco»; o la «apariencia de un cuerpo»; o un zombi.
El Santo Grial
E. M. Forster señala en algún lugar que el poema trata sobre «las aguas
regeneradoras que no llegan». ¿Y qué son esas aguas? Son las que devolverán la
fertilidad a la tierra baldía. El título es un eco deliberado del mito artúrico, en el
que el rey herido de manera incurable gobierna un país yermo, en un invierno
perpetuo. Sólo puede ser revitalizado por el Santo Grial, que traerá las aguas no en
el sentido literal de fertilidad, sino en el sentido espiritual. El Santo Grial es el
Alma del Mundo. Su fertilidad es la generación sobreabundante de toda vida
imaginativa.
A comienzos del siglo XX, el alma, que había estado tanto tiempo marginada
por el materialismo y el racionalismo, señaló su vuelta a través de los síntomas
físicos que Freud observó en las neurosis de sus pacientes. Desde entonces, hemos
confundido el alma con el lugar en el que fue redescubierta, como si nuestra alma
perdida sólo pudiera ser recuperada por medio de la psicoterapia. Además, y a
consecuencia de ello, hemos tendido a localizar el alma, ahora llamada
«inconsciente», exclusivamente en el interior del individuo. Hemos olvidado que el
alma está en todo y que todo está en el alma, y que el alma es tanto colectiva e
impersonal como individual y personal. Hemos desatendido el Anima Mundi, que
ahora, a principios del siglo XXI, clama por nuestro cuidado y atención con
síntomas físicos análogos a los que el psicoanálisis observó en el individuo.
Si, por otra parte, seguimos ignorando a los dioses y dáimones, y viviendo
tras las barricadas del ego racional heroico, ya sabemos lo que sucederá. Sabemos
qué sucederá porque sabemos lo que sucedió, y lo que le está sucediendo siempre
a Heracles, que encarna especialmente esta perspectiva; y añado aquí su historia,
aunque sea conocida, a la manera de un didáctico cuento final.
La túnica de Neso
Como sucede a menudo con las mujeres de los héroes, Deyanira representa
el alma de Heracles. Como todas nuestras almas, es constante y continúa
enamorada, sin importar que la desatendamos o que seamos conscientes de ello o
no. Pero si seguimos resueltos a negarla, su amor sólo podrá alcanzarnos de forma
distorsionada, incluso destructiva.
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[*]
Gibberish, literalmente «galimatías», juego de palabras Geber-ish [geberista],
gibberish. (N. del T.). <<
[2]
Ellis Davidson (1989), p. 133. <<
[3]
Ibid., p. 137. <<
[4]
Gregory (1976A), pp. 9-10. <<
[5]
Véase Hutton, pp. 124-125. <<
[*]
Fairies (singular, fairy) en el original, término habitualmente traducido por
«hadas». Si optamos por la expresión, sin duda más forzada, de «seres feéricos» es
sencillamente porque «hada», que sería etimológicamente lo más ajustado, ha
llegado a designar en castellano un subgrupo determinado (seres femeninos,
habitualmente benévolos, etc.) incluido dentro de lo que en inglés se designa por
fairies, que no tienen por qué ajustarse en absoluto a ninguna de las características
que en castellano asociamos habitualmente con las hadas. (N. del T). <<
[6]
Kirk, pp. 31-32. <<
[7]
Dodds (196S), pp. 37-38. <<
[8]
Hutton, p. 202. <<
[9]
Ibid. <<
[10]
Medhurst, p. 4. <<
[11]
Ibid. <<
[12]
Ibid., p. 12. <<
[13]
Campbell (1988), p. 74. <<
[14]
Ibid. <<
[15]
Lévi-Strauss (1972), p. 37. <<
[16]
Williams, Noel, «The Semantics of the Word Fairy: Making Meaning out
of Thin Píir», en Narváez, po 4S 8. <<
[17]
Ibid., p. 465. <<
[18]
Platón (1970), XI, 3. <<
[19]
Citado en Gregory (1976A), p. 338. <<
[20]
Medhurst, p. 12. <<
[21]
I Corintios 10-20. <<
[22]
Véase Chaucer, Geoffrey, «The Tale of the Wife of Bath», líneas 8-18. <<
[23]
Citado en Dodds (1965), ph 37. <<
[24]
Dodds (1965), pp. 53-54. <<
[25]
Jung (1967), pp. 208-209. <<
[26]
Ibid. <<
[27]
Evans-Wentz, p. 47. <<
[28]
Bord, pp. 62-63. <<
[29]
Evans-Wentz, pp. 208-209. <<
[30]
Transactions of the Deoonsbire Association, vol. 60, pp. 116-117. <<
[31]
McManus, pp. 45-46. <<
[32]
Ibid. <<
[33]
Larsen, pp. 77-78. <<
[34]
Bord, pp. 60-61. <<
[35]
Hansen, Kim, «UFO Casebook», en Evans y Spencer, pp. 75-79. <<
[36]
Ibid. <<
[37]
Véase, por ejemplo, Hopkins (1988A y 1988B); y Strieber. <<
[38]
Evans-Wentz, p. 218. <<
[39]
Lévy-Bruhl (1965), pp. 234-235. <<
[40]
Ibid., p. 299. <<
[41]
Gregory (1976A), p. 9. <<
[42]
Lévy-Bruhl, op. cit., p. 278. <<
[43]
Halifax (1991), p. 122. <<
[44]
Homero, Odisea, libro XI. <<
[45]
Medhurst, p. 29. <<
[46]
Ibid., p. 37. <<
[47]
Ibid. <<
[48]
Rojcewicz, p. 490. <<
[49]
Briggs, pp. 131-132. <<
[50]
Lévy-Bruhl, op. cit., p. 299. <<
[51]
Ibid., p. 45. <<
[52]
Ibid., p. 286. <<
[53]
Ibid., pp. 158-159. <<
[54]
Ibid., p. 170. <<
[55]
Graves, vol. 2, p. 274. <<
[56]
Citado por Merrily Harpur, álbum de notas para Shadows on Stone de Matt
Molloy (RCA Records, 1996). <<
[57]
Lévy-Bruhl, op. cit., p. 41. <<
[58]
Véase Barley (1983). <<
[59]
Picard, pp. 194 s. <<
[60]
Citado en Lévi-Strauss (1969), p. 37. <<
[61]
Véase Gregory (1976B). <<
[62]
Hughes (1994), p. 268. <<
[63]
Jung (1967), p. 390. <<
[64]
Yeats (1959), p. 335. <<
[65]
Cf. Halifax, op. cit., p. 120. <<
[66]
Vitebsky, p. 93. <<
[67]
Introducción a Kirk, Robert. <<
[68]
Bennett, Margaret, «Balquidder Revisited: Fairylore in the Scottish
Highlands 1690-1990», en Narváez, pp. 98 s. <<
[69]
Ibid. <<
[70]
Citado por Bord, pp. 62-63. <<
[71]
Narváez, Peter, «Newfoundland Berry Pickers “In the Fairies”», en
Narváez, pp. 357-358. <<
[72]
Evans-Wentz, p. 73. <<
[73]
Narváez, op. cit., pp. 345-346. <<
[74]
Ibid., pp. 347-348. <<
[75]
Ibid., pp. 348-349. <<
[76]
Gregory (1976A), pp. 9-10. <<
[77]
Véase Cohn, cap. I. <<
[78]
Needham (1978), 2.ª parte, «Synthetic Images». <<
[79]
Gregory, op. cit., pp. 9-10. <<
[80]
Ibid. <<
[81]
Ibid., p. 11. <<
[82]
Citado en ibid., p. 364. <<
[83]
Cf. Hopkins (1988A y 1988B). <<
[84]
Este análisis se toma de Littlewood, R. y Douyon, C., «Clinical findings in
three cases of zombification», en Lancet, 11 oct. 19973 [350 (99084): 1094-1096].
También se inspira en «To the Ends of the Earth: Interview with a Zombie»,
programa de TV realizado por los autores, Canal 4, 20 de abril de 1997. <<
[85]
Ibid. <<
[86]
Ibid. <<
[87]
Ibid. <<
[88]
Lévy-Bruhl (1965), pp. 170-171. <<
[89]
Ibid., p. 267. <<
[90]
Curtayne, p. 79. <<
[91]
Ibid., p. 99. <<
[92]
Zaleski, p. 36. <<
[93]
Hopkins, pp. 87-89. <<
[94]
Zaleski, p. 77. <<
[95]
Curtayne, p. 45. <<
[96]
Ibid., p. 44. <<
[97]
Zaleski, passim. <<
[98]
McManus, p. 99. <<
[99]
Ibid., p. 100. <<
[100]
Véase Eyrbyggja Saga, citado en Ellis Davidson (1989), p. 134. <<
[101]
Gregory (1976A), pp. 9-10. <<
[102]
Metzner, pp. 200-201. <<
[103]
Lévy-Bruhl, pp. 301-302. <<
[104]
Ibid. <<
[105]
Ibid., p. 304. <<
[106]
Ibid., pp. 303-304. <<
[107]
Odisea, Libro XI. <<
[108]
Blake, p. 150. <<
[109]
«Finscéalta agus Litriocht», en Béaloideas (1992-1993). <<
[110]
Ibid., p. 122. <<
[111]
Ibid.,p. 124. <<
[112]
Onians, p. 100. <<
[113]
«Under Sirius», en Anden (1971) p. 245. <<
[114]
Heráclito, fragmento 15, citado en Hillman (1979), p. 44. <<
[115]
Por ejemplo, Plotino, I, 1, 9. <<
[116]
Blake, p. 154. <<
[117]
Platón (1970), Libro VII. <<
[118]
Alderson Smith, p. 179. <<
[119]
Coleridge, p. 167. <<
[120]
Auden (1963), pp. 54-55. <<
[121]
Blake, p. 605. <<
[122]
La expresión se repite desde Tales hasta Sobre el arte sagrado de Proclo. <<
[123]
Blake, p. 793. <<
[124]
Jung (1967), pp. 199-205. <<
[125]
Jung, Collected Works 5, § 388. <<
[*]
Según Jung, la imagen arquetípica de la totalidad psiquica; centro y poder
transpersonal de la psique que dirige al individuo a la vez que integra todos los
contenidos psicológicos y da sentido a la vida. (N. del T) <<
[126]
Comentario de Proclo sobre La república de Platón, citado en Raine y
Harper, p. 376. <<
[127]
Hillman (1975), p. 151. <<
[128]
Hillman (1979), p. 23. <<
[129]
Jung (1967), pp. 182-183. <<
[130]
Hillman (1975), p. 104. <<
[131]
Hillman(1979), p. 134. <<
[132]
Heráclito, fragmento 45. <<
[133]
Hillman (1975), p. X. <<
[134]
Ibid., p. 23. <<
[135]
Hillman (1979), p. 12. <<
[136]
Ibid. <<
[137]
Ibid., p. 55. <<
[138]
Ibid., p. 124. <<
[139]
Ibid., p. 127 (la cursiva es de Hillman). <<
[140]
Ibid. <<
[141]
De Anima, 47, 2, citado en Dodds (1965), pp. 46-47. <<
[142]
Hillman (1979), pp. 61-62. <<
[143]
Dodds (1952), p. 109. <<
[144]
Hillman (1979), pp. 60-61. <<
[145]
Ibid., p. 99. <<
[146]
Traducido y citado en Dodds (1965), p. 37. <<
[147]
Dodds (1952), pp. 104-105. <<
[148]
Ibid., p. 41. <<
[149]
Jung, Collected Works 14, § 410. <<
[150]
Jung, Collected Works 9, I, § 291; cf. Collected Works 10, § 13. <<
[151]
Murdoch (1978), p. 50. <<
[152]
Jung, Collected Works 13, § 75. <<
[153]
Whyte, p. 27. <<
[154]
Plotino, IV, 4, 4, citado en Hillman (1986), p. 183. <<
[155]
Dodds, E. R., «Tradition and Personal Achievement in the Philosophy of
Plotinus», en The Ancient Concept of Progress and Other Essays, Oxford 1973, p. 135,
citado en Hillman (1986), pp. 150-151. <<
[156]
Descartes, 2, 4. <<
[157]
Rojcewicz, p. 496. <<
[158]
Wordsworth, p. 149. <<
[159]
«A Vision of the Last Judgement», en Blake, p. 617. <<
[160]
«The Everlasting Gospel», (versión «d»), líneas 103-106, en Blake, p. 753.
<<
[161]
Poema en una carta a Thomas Butts, 22 nov. 1802, líneas 27-30, en Blake,
p. 817. <<
[162]
Auden (1963), p. 438. <<
[163]
Citado en Midgley (1992), p. 59. <<
[164]
Ibid., p. 37. <<
[165]
Dawkins, p. 1. <<
[166]
Hawking, p. 13. <<
[167]
Midgley (1991), pp. 48-49. <<
[168]
Midgley (1992), p. 77 (la cursiva es mía). <<
[*]
Jung utilizó este término de dos maneras: una, para describir la totalidad
de lo inconsciente, es decir, todo aquello de lo que el individuo no es plenamente
consciente; y, otra, para referirse al aspecto ignorado de la personalidad cuyas
actitudes el yo consciente no reconoce como propias. (N. del T). <<
[169]
Hillman (1979), p. 69. <<
[170]
Ibid., p. 71. <<
[171]
Desmond y Moore, p. 526. <<
[172]
Ibid., pp. 607-608. <<
[173]
Crookes, pp. 7-26. <<
[174]
Davies y Gribbin, p. 210. <<
[175]
Davies, p. 102. <<
[176]
Davies y Gribbin, p. 136. <<
[177]
Ibid., p. 139. <<
[178]
Ibid., p. 249. <<
[179]
Ibid., p. 250. <<
[180]
Malcolm, pp. 313-323. <<
[181]
Davies y Gribbin, p. 15. <<
[182]
Citado en Davies, p. 219. <<
[183]
Por ejemplo, Jones. <<
[184]
Needham (1980), cap. 2. <<
[185]
Ibid., cf. Needham (1981), I. 186. <<
[186]
Poole, Roger C., Introd. a Lévi-Strauss (1969), p. 22. <<
[187]
Londres 1926. <<
[188]
Jung, Collected Works 8, § 319. <<
[189]
Cf. ibid., ibid., § 127. <<
[190]
Lévi-Strauss (1969), pp. 83 s. <<
[191]
Lévy-Bruhl (1965), p. 283. <<
[192]
Lévi-Strauss (1972), p. 263. <<
[193]
Lévy-Bruhl, Lucien, La mentalité primitive (The Hubert Spencer Lecture,
1931), citado en Avens, p. 25. <<
[194]
Evans-Pritchard, E. E., The Theories of Primitive Religion, Oxford 1965, pp.
86-92, citado en Avens, p. 26. <<
[195]
Tillyard, p. 38. <<
[196]
Ibid., p. 44. <<
[197]
Ibid., p. 103. <<
[198]
III, I, 10. <<
[199]
Lewis, C. S., p. 122. <<
[200]
Ibid. <<
[*]
Las expresiones inglesas no se corresponden exactamente con las
españolas, de modo que es imposible una traducción que se ajuste a la vez a la
letra y al sentido. (N. del T). <<
[201]
Lévi-Strauss (1969), p. 162. <<
[202]
Yeats (1961), p. 107. <<
[203]
Lévi-Strauss (1970), p. 12. <<
[204]
Hughes (1994), p. 41. <<
[205]
Harpur (1994), pp. 272 s. <<
[206]
Hillman (1975), p. 130. <<
[207]
Ibid., p. 132. <<
[208]
Ibid., p. 163. <<
[209]
López-Pedraza, passim. <<
[210]
Needham (1978), p. 55. <<
[211]
Kirk, G. S., p. 19. <<
[212]
Ibid., pp. 71-72; cf. Needham (1978), p. 64. <<
[213]
Véase Leach, pp. 72-74. <<
[214]
Lévi-Strauss (1970), p. 13. <<
[215]
Hughes (1994), p. 152. <<
[216]
Lévi-Strauss (1977), p. 209. <<
[217]
Fordbam, p. 178. <<
[218]
Hillman (1979), p. 148. <<
[219]
Lévi-Strauss (1970), p. 240. <<
[220]
Tertuliano dijo realmente: «El Hijo de Dios murió; tiene que ser
necesariamente creído porque es absurdo. Y fue enterrado y resucitó; el hecho es
cierto porque es imposible». <<
[221]
Salustio, De los dioses y el mundo, citado en Hillman (1979), p. 182. <<
[222]
Eliade (1989B), pp. 40 s. <<
[223]
Ibid., p. 34. <<
[224]
Hughes (1994), p. 152. <<
[225]
Tarnas, p. 319. <<
[226]
Lienhardt, G., «Modes of Thought», en The Institution of Primitive Society,
Oxford 1959, p. 49. <<
[227]
Barfield, pp. 73-74. <<
[228]
Ibid., p. 75. <<
[229]
Véase Auden, W. H., Introducción a Shakespeare’s Sonnets, Nueva York
1964. <<
[230]
Murdoch (1978), p. 79. <<
[231]
Quoted in Barfield, p. 128. <<
[232]
Meade, Michael, Prólogo a Eliade (1995), pp. XXIII-IV. <<
[233]
Halifax (1991), pp. 70-77. <<
[234]
Eliade (1995), p. 31. <<
[235]
Ibid; cf. Lévy-Bruhl (1965), p. 214. <<
[236]
Meade, op. cit., pp. X-XIII. <<
[237]
Eliade (1995), p. 129. <<
[238]
Van Gennep, Arnold, Les rites de passage (1909). <<
[239]
Barley (1986), p. 103. <<
[240]
Ibid. <<
[241]
Véase Barley (1983), capítulo final. <<
[242]
Lévi-Strauss (1970), pp. 336-338. <<
[243]
Eliade (1989A), pp. 35-38, 158 s. <<
[244]
Meade, op. cit., pp. XXII-XXIV. <<
[245]
Desmond y Moore, p. 188. <<
[246]
Wilson, p. 136. <<
[247]
Desmond y Moore, p. 122. <<
[248]
Sheldrake, pp. 55-56. <<
[249]
Ibid. <<
[250]
Desmond y Moore, p. 119. <<
[251]
Wilson, p. 136. <<
[252]
Ibid., p. 141. <<
[253]
Wilson, p. 134; Desmond y Moore, p. 187. <<
[254]
Wilson, p. 135. <<
[255]
Desmond y Moore, p. XVI. <<
[256]
Ibid., p. 191. <<
[257]
Ibid., p. 261. <<
[258]
Ibid., pp. 635-636. <<
[259]
Ibid., p. 251. <<
[260]
Wilson, p. 136 <<
[261]
Desmond y Moore, p. 283. <<
[262]
Milton, pp. 156-159. <<
[263]
Ibid. <<
[264]
De Sir Gavin de Beer. <<
[265]
Citado en Milton, p. 156. <<
[266]
Cf. Milton, p. 149. <<
[267]
Desmond y Moore, p. XIX. <<
[268]
Wilson, p. 133. <<
[269]
Desmond y Moore, p. 631. <<
[270]
Wilson, p. 132. <<
[271]
En New Statesman and Society, 28 de agosto de 1992. <<
[272]
Milton, p. 15. <<
[273]
Por ejemplo, Desmond y Moore, pp. 40, 186. <<
[274]
Milton, p. 297. <<
[275]
Ibid., pp. 123-124. <<
[276]
Ibid., p. 128. <<
[277]
Ibid., p. 130. <<
[278]
Michell, John, «When Feathers Fly: A Case of Fossil Forgery?, en Fortean
Times 52 (1989), p. 47. <<
[279]
Ibid. <<
[280]
Ibid., p. 49. <<
[281]
Cf. Milton, p. 130. <<
[282]
Wallis, p. 131. <<
[283]
Por ejemplo, en el Timeo de Platón, 35A. <<
[284]
Sheldrake, p. 55. <<
[285]
Citado ibid., pp. 56-57. <<
[286]
Hillman (1975), p. 124. <<
[287]
Ibid. <<
[288]
Midgley (1985), p. 6. <<
[289]
Desmond y Moore, p. 378. <<
[290]
Ibid., p. 526. <<
[291]
«The Marriage of Heaven and Hell», en Blake, p. 151. <<
[292]
Platón (1970), La república, II, 3. <<
[293]
Barfield, p. 64. <<
[294]
Midgley (1991), p. 202. <<
[295]
Para un análisis detallado, véase Harpur (1994) y pp. 40-43. <<
[296]
Citado en Sheldrake, p. 80. <<
[297]
Citado en Midgley (1985), p. 123. <<
[298]
Citado ibid. <<
[299]
Citado en Lewontin, p. 13. <<
[300]
Ibid. <<
[301]
Ibid., p. 100. <<
[302]
Yates (1964), p. 1. <<
[303]
Citado en French, p. 94. <<
[304]
Walker, pp. 75-76. <<
[305]
Ibid., p. 82. <<
[306]
Yates (1964), p. 8. <<
[307]
Ibid., p. 66. <<
[308]
Walker, pp. 82-83. <<
[309]
Burckhardt, pp. 350-351. <<
[310]
Citado en Hillman (1986), p. 155. <<
[311]
Ibid. <<
[312]
Ibid., pp. 155-156. <<
[313]
San Agustín, X, 8. <<
[314]
Hillman (1975), p. 196. <<
[315]
Carta a George y Georgiana Keats, 21 de abril de 1819, en Keats, p. 336.
<<
[316]
Hillman (1975), p. 194. <<
[317]
Citado en Tarnas, pp. 214-215. <<
[318]
Ibid. <<
[319]
Yates (1964), p. 116. <<
[320]
Yates (1983), p. 25. <<
[321]
Scholem, p. 40. <<
[322]
Yates (1964), p. 92. <<
[323]
Hughes (1992), p. 21. <<
[324]
Scholem, pp. 100, 135. Véase también Scholem, G., On the Kabbalah and its
Symbolism, passim. [La cábala y su simbolismo, Siglo XXI, México 1987]. <<
[325]
Ibid., p. 100. <<
[326]
Ibid., p. 17. <<
[327]
Murdoch (1993), p. 185. <<
[328]
Ibid., p. 187. <<
[329]
Ibid., p. 198. <<
[330]
Por ejemplo, por Hughes (1992) pp. 19 s. <<
[331]
French, p. 5. <<
[332]
Ibid., p. 6. <<
[333]
Hughes (1992), p. 22. <<
[334]
Citado en French, p. 129. <<
[335]
Yates (1964), p. 258. <<
[336]
Ibid., p. 265. <<
[337]
Ibid., p. 266. <<
[338]
Ibid. <<
[339]
Citado en Hughes (1992), pp. 22-23. <<
[340]
Cf. Fideler, David, reseña de Antoine Faivre en Alexandria 2, p. 396. <<
[341]
Cf. Yates (1964), p. 151. <<
[342]
Ibid., p. 244. <<
[343]
Tarnas, p. 295. <<
[344]
French, p. 162. <<
[345]
Véase Rossi, pp. 1-35. <<
[346]
Yates (1964), p. 147. <<
[347]
Tarnas, p. 293. <<
[348]
French, p. 94. <<
[349]
Yates (1964), pp. 440-441. <<
[350]
French, p. 164. <<
[351]
Yates (1964), p. 149. <<
[352]
Cf. Lewis, C. S., p. 138. <<
[353]
Yates (1964), pp. 92-93. <<
[354]
Ibid., p. 435. <<
[355]
Ibid. <<
[356]
Ibid., p. 436. <<
[357]
Hillman (1975), p. 4. <<
[358]
Ibid., p. 5. <<
[359]
Hughes (1992), pp. 74-75. <<
[360]
Ibid., p. 75. <<
[361]
Hughes (1994), pp. 109-110. <<
[362]
Hughes (1992), pp. 86-87. <<
[363]
Ibid., p. 88. <<
[364]
Ibid., p. 89. <<
[365]
Líneas 701-702. <<
[366]
Línea 719. <<
[367]
Hughes (1992), p. 83. <<
[368]
Ibid. <<
[369]
Yates (1983), pp. 156, 160. <<
[370]
Hughes (1994), p. 118. <<
[371]
Véase Acherjee, Joyanta, «Red for Danger», en Fortean Times 127, octubre
de 1999. <<
[372]
Sieveking, Paul, «Deadly Alchemy», en Fortean Times 69, junio/julio de
19937 pp. 44-45. <<
[373]
«The Pocket Neutron Bomb», Dispatches, TV Canal 4, 13 de abril de 1994.
<<
[374]
Jung (1967), p. 230. <<
[375]
Ibid., p. 231. <<
[376]
Ibid., p. 235. <<
[377]
Ibid. <<
[378]
Véase Nicholas Flamel, His Exposition of the Hieroglyphical Figures, which
he caused to be painted upon an arch in St Innocent’s churchyard in Paris, Londres 1624,
citado en Harpur (1990), pp. 428-430. <<
[379]
Citado en Harpur (1990), p. 461. <<
[380]
Ibid. <<
[381]
Ibid., p. 296. <<
[382]
Gloria Mundi (1526), citado en Harpur (1990), p. 13. <<
[383]
Ibid. <<
[384]
Ibid., pp. 49-50. <<
[385]
Taylor, pp. 77-78. <<
[386]
Yates (1964) p. 150. <<
[387]
Citado en Harpur (1990), p. 132. <<
[388]
Ibid., pp. 132-133. <<
[389]
Ibid. <<
[390]
Jung, Collected Works 12, § 375. <<
[391]
Ibid., § 394. <<
[392]
Ibid. <<
[393]
Ibid., § 396. <<
[394]
Ibid., § 394. <<
[395]
Citado en Nicholl, p. 29. <<
[396]
Ibid. <<
[397]
Cf. Hillman (1975), p. 137. <<
[398]
Véase Waite, A. E., The Hermetic Museum Restored anal Enlarged, Londres
1893, 2 vols., citado en Nicholl, pp. 94 s. <<
[399]
Medhurst, pp. 16-17. <<
[400]
Véase Valentinus, Basilius, Practica una cum duodecim clavibus… [Las doce
claves], en Musaeum Hermeticum, Frankfurt 1678, X, pp. 403 s. También citado en
Jung, Collected Works 12, § 444. <<
[401]
I, 4, 10; IV, 3, 29, citado en Hillman (1986), pp. 151-155. <<
[402]
Véase el capítulo sobre Heráclito en Kirk y Raven. <<
[403]
Citado en Raine, p. 118. <<
[404]
Sheldrake, p. 69. <<
[405]
Ibid., p. 70. <<
[406]
Jung, Collected Works 12, § 394. <<
[407]
Citado en Dobbs. <<
[408]
Ibid. <<
[409]
Citado en Jung, Collected Works 12, § 378. <<
[410]
Londres 1673. <<
[411]
Citado en Harpur (1990), p. 473. <<
[412]
Ibid. <<
[413]
Fideler, David, «Cosmology, Ethics and the Practice of Relatedness…»,
en Alexandria 4, 1997, p. 103. <<
[414]
Citado ibid. <<
[415]
Yates (1964), p. 154. <<
[416]
Barfield, pp. 49-50. <<
[417]
De Cado, 279A. <<
[418]
Cf. Tillyard, pp. 55-56. <<
[419]
Citado en Barratt, p. 8. <<
[420]
Gribbin, p. 76. <<
[421]
Davies, p. 116. <<
[422]
Malcolm, p. 384. <<
[423]
Davies, p. 159. <<
[424]
Davies y Gribbin, p. 161. <<
[425]
Yates (1964), p. 93. <<
[426]
Davies y Gribbin, p. 167. <<
[427]
Ibid. <<
[428]
Sheldrake, p. 74. <<
[429]
Véase Overbye, Dennis, «The Shadow Universe», en Discover, 13 de
mayo de 1985, citado por Stillings, pp. 17-18. <<
[430]
Citado en Migdley (1985), p. 2. <<
[431]
Weinberg, Steven, The First Three Minutes; A Modern View of the Origin of
the Universe, Londres 1977, p. 155, citado ibid., p. 75. <<
[432]
Hillman (1975), p. XIV. <<
[433]
Ibid. <<
[434]
Véase Hughes (1992), pp. 351 s. <<
[435]
Citado en Sheldrake, p. 62. <<
[436]
Ibid. <<
[437]
Kuhn, p. 163. <<
[438]
Midgley (1992), pp. 81-83. <<
[439]
Sheldrakc, pp. 63-64. <<
[440]
Plotino, IV, 3, 9. <<
[441]
Fideler, David, «Neoplatonism and the Cosmological Revolution:
Holism, Fractal Geometry, and Mind in Nature», en Alexandria 4, p. 145. <<
[442]
Davies y Gribbin, p. 302. <<
[443]
Davies, p. 210. <<
[444]
Ibid. <<
[445]
Midgley (1992), p. 123. <<
[446]
Dubos, René, The God Within, Nueva York 1973, p. 264. [Un dios interior,
Salvat, Barcelona 1986]. <<
[447]
Hillman (1979), pp. 110-117. <<
[448]
Hillman (1979), p. 110. <<
[449]
Hillman (1979), p. 115. <<
[450]
Graves, vol. 2, p. 280. <<
[451]
Metzner, p. 127. <<
[452]
Ibid., pp. 127-128. <<
[453]
Midgley (1992), pp. 12-13. <<
[454]
Lévi-Strauss (1978), p. 319. <<
[455]
Ibid. <<
[456]
Ibid., p. 322. <<
[457]
Ibid., p. 321. <<
[458]
Ibid., p. 317. <<
[459]
Stillings, Dennis, «Electricity, Alchemy and the Unconscious», en Artifex
10, pp. 291. <<
[460]
Murdoch (1978), p. 5. <<
[461]
Ibid. <<
[462]
Ibid., p. 65. <<
[463]
Halifax (1991), p. 158. <<
[464]
Citado en Stillings, Dennis, «Helicopters, UFOs, and the Psyche» en Re
Vision: the Journal of Consciousness and Change 11, 4, Spring, 1989, p. 25. <<
[465]
Ibid., p. 26. <<
[466]
Picard, pp. 163 s. <<
[467]
Holmes, p. 148. <<
[468]
Ibid., p. 38. <<
[469]
Coleridge, p. 87. <<
[470]
Ibid. También Holmes, p. 120. <<
[471]
Holmes, p. 149. <<
[472]
Ibid., pp. 149-150. <<
[473]
Ibid. <<
[474]
Raine, p. 265. <<
[475]
Ibid. <<
[476]
Coleridge, p. 167. <<
[477]
Ibid. <<
[478]
Auden (1963), pp. 54 s. <<
[479]
Citado ibid., p. 55. <<
[480]
Ibid., pp. 56-57. <<
[481]
Sutherland, p. 3. <<
[482]
Ibid., p. 2. <<
[483]
Ibid. <<
[484]
Véase Harpur (1994), p. 62. <<
[485]
Holmes, p. 60. <<
[486]
Citado en «Rousseau», The Open University, BBC TV 2, 12 de agosto de
1996. <<
[487]
Holmes, p. 66. <<
[488]
Citado en Sheldrake, p. Si. <<
[489]
Introducción a Locke, p. 17. <<
[490]
Locke, p. 89. <<
[491]
Warnock, p. 21. <<
[492]
Tarnas, p. 343. <<
[493]
Ibid., p. 359. <<
[494]
Ibid., p. 397. <<
[495]
Gellner, Ernest, The Legitimation of Belief, Cambridge 1975 pp. 206-207,
citado en Tarnas, pp. 421-422. <<
[496]
Warnock, p. 30. <<
[497]
Libro I, § 234, citado en Warnock, pp. 32-33. <<
[498]
Ibid. <<
[499]
Ibid., p. 30. <<
[500]
Ibid. <<
[501]
Tarnas, p. 433. <<
[502]
Ibid., p. 434. <<
[503]
Berlín, p. 42. <<
[504]
Collins Englisb Dictionary, Londres 1982, entrada de «Schelling». <<
[505]
Cf. Tarnas, p. 381. <<
[506]
Warnock, p. 66. <<
[507]
Ibid., p. 92. <<
[508]
Ibid., p. 68. <<
[509]
Citado en Warnock, p. 84. <<
[510]
Ibid., pp. 77-78. <<
[511]
Urban, Hugh, «Imago Magia, Virgin Mother of Eternity: Imagination and
Phantasy in rhe Philosophy of Jacob Boehme», en Alexandria 2, p. 233. <<
[512]
Ibid., p. 234. <<
[513]
Weeks, p. 7. <<
[514]
Ibid., p. 1. <<
[515]
Ibid., p. 2. <<
[516]
Urban, op. cit., p. 236. <<
[517]
Ibid., p. 237. <<
[518]
Ibid., pp. 239-40. <<
[519]
Ibid., p. 248. <<
[520]
Ibid., p. 244. <<
[521]
Frye, p. 12. <<
[522]
Yeats (1961), p. 114. <<
[523]
Ibid., p. 113. <<
[524]
Raine, p. XXX. <<
[525]
Ibid., p. 119. <<
[526]
Ibid. <<
[527]
Yeats (1961), pp. 112-13. <<
[528]
Frye, p. 85. <<
[529]
Ibid., p. 13. <<
[530]
Ibid., p. 14. <<
[531]
«A Vision of the Last Judgement», 95, en Blake, p. 617. <<
[532]
532. Citado in Frye, p. 14. <<
[533]
Cf. Ibid., p. 16. <<
[534]
Cf. Ibid., p. 20. <<
[535]
Carta a Cumberland, 12 de abril de 1827, en Blake, p. 878. <<
[536]
«The Marriage of Heaven and Hell», 8, en Blake, p. 151. <<
[537]
Poema en una carta a Thomas Butts, 22 de noviembre de [802, líneas 87-
88, en Blake, p. 818. <<
[538]
López-Pedraza, p. 18; cf. Hillman (1979), pp. 180-181. <<
[539]
Proust, I, p. 60. <<
[540]
Ibid., p. 61. <<
[541]
Ibid. <<
[542]
Ibid. <<
[543]
Spence, p. 138. <<
[544]
Yates (1984), pp. 191-2. <<
[545]
Hillman (1975), p. 92. <<
[*]
El autor diferencia entre remember y recollect; al primer término atribuye el
significado más común de «recordar», y así lo traducimos; mientras que recollect,
recollection, aluden más bien a un recuerdo activo, que actualiza, que implica la
vivencia intensa de lo recordado, el hecho de re-vivir lo que se recuerda.
Utilizamos siempre en este caso las palabras «rememorar», «rememoración». (N.
del T.). <<
[546]
Bettelheim, Bruno, The Uses of Enchantment, Londres 1978. p. 320. <<
[547]
Para un análisis de este punto, véase Harpur (1994), pp. 226 s. <<
[548]
Cf. Hillman (197S), p. 18. <<
[549]
Harpur, op. cit., pp. 275 s. <<
[550]
Hillman, op. cit., p. 99. <<
[*]
Según Freud, la liberación a través de la palabra de las ideas relegadas al
inconsciente por un mecanismo de defensa. (N. del T.). <<
[551]
Yeats (1961), p. 79. <<
[552]
Murdoch (1993), p. 320. <<
[553]
Wordsworth, p. 164, línea 49. <<
[554]
Ibid., líneas 41-49. <<
[555]
Ibid., líneas 89-91. <<
[556]
Ibid., líneas 100-102 <<
[557]
Proust, I, p. 59. <<
[558]
Citado en Underhill, Evelyn, «The Mystic as Creative Artist», en Woods,
p. 408. <<
[559]
Ibid. <<
[560]
Ibid. <<
[561]
Williams, p. 61. <<
[562]
Ibid., p. s9. <<
[563]
Ibid., p. S8. <<
[564]
Cf. Hillman (1975), pp. 67-70. <<
[565]
Tarnas, p. 19. <<
[566]
Fedro, 249b. <<
[567]
Murdoch (1978), p. 4. <<
[568]
Miller, p. 27. <<
[569]
Citado ibid., p. 75. <<
[570]
Citado en Sheldrake, p. 21. <<
[571]
Wind, p. 133. <<
[572]
Ibid., p. 218. <<
[573]
Plotino, IV, 3, 11 s. <<
[574]
«The Statues», líneas 20-23, en Yeats (1967), pp. 375. <<
[575]
Wind, p. 19. <<
[576]
Ibid., pp. 128-129. <<
[577]
Ibid., p. 200. <<
[578]
Burckhardt, p. 305. <<
[579]
Ibid., p. 297. <<
[580]
Miller, p. 30. <<
[581]
La tempestad IV, I, 151-158. <<
[582]
Ibid., V, I, 311. <<
[583]
Harpur (1994), p. 266. <<
[584]
Tarnas, p. 110. <<
[585]
Raine, pp. 73-74. <<
[586]
Hillman (1985), pp. 173-178. <<
[587]
Tarnas, p. 442. <<
[588]
Ibid., p. 443. <<
[589]
Ibid. <<
[590]
Adaptado de Vitebsky, pp. 74-75. <<
[591]
Dodds (1952), p. 72. <<
[592]
VI, § IX, 2. <<
[593]
Eliade (1989A), pp. 461-462. <<
[594]
Campbell (1988), pp. 47 s. <<
[595]
Halifax (1982), p. 17. <<
[596]
Vitebsky, p. 84. <<
[597]
Ibid., pp. 6O-61. <<
[598]
Halifax (1991), p. 14. <<
[599]
Eliade, op. cit., pp. 137-138. <<
[600]
Ibid., p. 65. <<
[601]
Campbell (1991), pp. 424 s. <<
[602]
Kerenyi, p. 254. <<
[603]
Ibid., pp. 262-264. <<
[604]
Halifax (1991), pp. 108-9. <<
[605]
Ibid., p. 112. <<
[606]
Ibid., p. 69. <<
[607]
Ibid., p. 77. <<
[608]
Ibid., pp. 81-82. <<
[609]
Ibid., pp. 83-85. <<
[610]
James, pp. 343-344. <<
[611]
Ibid., pp. 307 s. <<
[612]
Cox, Michael, Mysticism; the Direct Experience of god, Wellingborough
1983, p. 114. <<
[613]
James, p. 310. <<
[614]
El pensamiento es de Simone Weil. Véase su Notebooks, 2 vols., Londres
1976. <<
[615]
Hughes (1994), p. 58. <<
[616]
Holmes, p. 128. <<
[617]
Citado en Hughes, op. cit., p. 412. <<
[618]
Holmes, p. 140. <<
[619]
Hughes, op. cit., pp. 422-423. <<
[620]
Ibid., p. 423. <<
[621]
Ibid., pp. 425-426. <<
[622]
Ibid., pp. 427-431. <<
[623]
Ibid., p. 431. <<
[*]
Término junguiano que proviene originalmente de la máscara que llevaba
el actor en las tragedias griegas. Se refiere a aquel sistema de adaptación con el cual
entramos en relación con el mundo. (N. del E.). <<
[624]
Ibid., pp. 431-432. <<
[625]
Dodds (1952), pp. 70 s. <<
[626]
Véase la nota de Thomas Taylor al final de su traducción de Jámblico, On
the Mysteries of the Egyptians, Chaldeans and Assyrians, Londres 1821, pp. 350 s. <<
[627]
Citado en Dodds, op. cit., pp. 81 s. <<
[628]
Ibid. <<
[629]
Ibid., p. 76. <<
[630]
Cobb, Noel, «Who is behind Archetypal Psychology? An Imaginal
Inquiry», en Spring, 1988, p. 140. <<
[631]
Graves, I, p. 115. También Cobb, ibid., p. 151. <<
[632]
Cobb, op. cit., p. 146. <<
[633]
Ibid. <<
[634]
Guthrie, p. 127. <<
[635]
Hillman y Ventura, pp. 109-110. <<
[636]
Ibid. <<
[637]
Dodds, op. cit., p. 76. <<
[638]
Ibid., Appendix I: «Maenadism». <<
[639]
Kerenyi, pp. 260-261. <<
[640]
Stillings, p. 5. <<
[641]
Snell, p. 92. <<
[642]
Hillman (1979), p. 92. <<
[643]
Hillman (1996), p. 236. <<
[644]
Ibid., p. 237. <<
[645]
Ibid. <<
[646]
Ibid., p. U4. <<
[647]
Bullock, p. 370. <<
[648]
Ibid., pp. 366-367. <<
[649]
Citado ibid., p. 370. <<
[650]
Canetti, p. 515. <<
[651]
Bullock, p. 378. <<
[652]
Ibid., pp. 392-393. <<
[653]
Ibid., p. 384. <<
[654]
Ibid., pp. 384-385. <<
[655]
On the Soul, citado en Eliade, Mircea, From Primitives to Zen, Londres
1967, p. 302. <<
[656]
XI, 231-26, citado ibid., pp. 306 s. <<
[657]
Hillman (1975), p. 208. <<
[658]
Ibid. <<
[659]
Sardello, Robert J., «The Illusion of Infection: A cultural psychology of
AIDS», Spring, 1988, p. 20. <<
[660]
Evans-Pritchard, p. 475. <<
[661]
Lévi-Strauss (1977), p. 19. <<
[662]
James Hamilton-Paterson, comunicación personal, 6 de febrero de 1992.
<<
[663]
Véase Harpur (1994), pp. 290-295. <<
[664]
Hillman (1979), p. 21. <<
[665]
Lewis, J. M., p. 53. <<
[666]
El siguiente análisis fue sugerido por Lévi-Strauss (1977), pp. 180 s. <<
[667]
Ibid., pp. 198 s. <<
[668]
Hillman y Ventura, p. <<
[669]
Vitebsky, p. 100. <<
[670]
Analizo estas distinciones con detalle en Harpur (1994), pp. 257 s. <<
[671]
Cf. Zaleski, p. 201. <<
[672]
Hamlet, I, II, 133. <<
[673]
Hillman (1985), pp. 105-107. <<
[674]
Hillman (1975), p. 49. <<
[675]
Hughes (1994), p. 371. <<
[676]
Ibid., p. 273. <<
[677]
Eliot, p. 76, líneas 331-342. <<
[678]
Citado en Hillman, James, «Anima Mundi: the Return of the Soul to the
World», Spring, 1982, p. 90. <<
[679]
Taylor, Thomas, A Dissertation on the Eleusinian and Bacchic Mysteries,
Londres 1970. <<