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“Conviértete y cree en el Evangelio”, es una de las formulas que se proponen para el inicio del

tiempo de la cuaresma en el mundo del Cristianismo, frase que dice el sacerdote o ministro
idóneo mientras que impone la ceniza, como símbolo del inicio de un camino de sincera
conversión y penitencia, este proceso de conversión que sin duda alguna actualmente resulta
renovador para tantos hombres y mujeres, fue aún más renovador y fructífero para aquellos
cristianos que, anclados a la historia del Cristianismo primitivo, dejaron una huella indeleble de
amor y entrega absoluta por Cristo. Pero, ¿se podría mencionar y desarrollar el sentido de la
conversión en otras religiones? La respuesta es afirmativa, es por ello, que el presente análisis
busca desarrollar tres aspectos importantes de la conversión, a saber: la concepción que poseía el
Judaísmo y su entorno acerca de la misma, las motivaciones presentadas a los primeros cristianos
para una auténtica conversión, y las exigencias que conllevaba en la praxis de sus vidas.
Las Sagradas Escrituras en sus cinco primeros libros denominados Pentateuco, reflejan la
maravillosa historia del pueblo de Israel, junto con los demás libros del Antiguo Testamento
narran una historia cargada de un gran número de personajes y acontecimientos, que hacen parte
de toda la construcción de la historia en la que Dios camina con su pueblo. Para Israel las reglas
son claras desde el principio, pues a su principal y más importante Patriarca Abrahán, Dios le
pide (a pesar de su avanzada edad) tomar una actitud itinerante de salir de su tierra, y le hace una
promesa que se mantendrá por siglos: “Haré de ti una gran nación; te bendeciré y te haré famoso,
y serás una bendición para otros.” (Gn 12, 2).
Posteriormente este pueblo elegido conoce de cerca la esclavitud por parte de la nación
egipcia, es por ello que, en su infinito amor Dios interviene llamando a Moisés, quien será su
más grande líder, profeta y mediador, es durante este llamado que Moisés al querer encapsular a
Dios en la identidad de un Nombre, este le responde: “Yahveh, el Dios de sus antepasados, el
Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a ustedes” (Ex 3, 15).
Luego de ser liberados portentosamente de la esclavitud, y de sellar este gran acontecimiento con
el rito de la Pascua, empiezan un peregrinar por el desierto hasta la experiencia del Sinaí, en el
que Dios mismo les hace entrega de la Alianza o Pacto que deberán acatar para ser un verdadero
pueblo de su propiedad.
Ahora bien, lo que resulta más llamativo del Judaísmo hasta los primeros siglos de la era
actual no es la relación con su Dios, puesto que, sabían perfectamente que los demás pueblos y
naciones circunvecinas de igual modo creían gozar de una relación estable con lo trascendental y
divino, la auténtica particularidad reside en una serie de características que poseían, y que vale la
pena hacer mención. Bardy G. (2012) afirma: “Entre las creencias judías, la que en primerísimo
lugar se impuso fue el monoteísmo más estricto. los judíos se gloriaban de ser los únicos entre
los hombres que no admitir varios dioses” (p.89). Esta creencia religiosa resulta un pensamiento
verdaderamente particular en el contexto en el que se desenvuelven, pues esto resulta totalmente
contracorriente en imperios como el Griego y Romano, quienes tienen en su haber una amplia
gama de dioses, que a su vez, va acompañado con la erección de templos en su honor.
Otra de las características que posee el Judaísmo es la circuncisión, práctica existente desde
los tiempos de Abraham, uno de los máximos representantes de la fe judía, y cuyo origen se da
en un mandato de Dios mismo, pues les dice: “Este es mi pacto que guardaréis, entre yo y
vosotros y tu descendencia después de ti: Todo varón de entre vosotros será circuncidado” (Gn
17, 10). En la actualidad diversos estudios historiográficos y científicos han llegado a la
conclusión de que, esta práctica fue y sigue siendo exclusiva de la cultura judía, siendo la señal
de entrada definitiva a la comunidad, y que lo acompañara por el resto de sus vidas, sin embargo,
“para un pagano la circuncisión representaba un carácter deshonroso y grotesco” (Bardy G.
2012, p.94). Este es uno de los puntos más álgidos que le son planteados a San Pablo apóstol, en
los primeros pasos del Cristianismo naciente.
Los judíos como todas las religiones poseían determinados ritos de su entera exclusividad, de
esta manera sus celebraciones les hacia reforzar su identidad, recordar su pasado que a la vez, se
convierte en su presente, y así rendir culto a Yahvé único Dios verdadero. Entre sus principales
celebraciones comunitarias se encuentran: el Shabat o sábado, que abarca una dimensión
comunitario y personal al cesar cualquier tipo de trabajo y consagrarlo por completo al Señor. El
Pesaj o Pascua, cena que celebraran el 14 del mes de Nisán y que les recordara su salida de
Egipto, con la mano poderosa de Dios. Shavuot o Pentecostés, son los 50 días después de la
Pascua, en la que se rinde honra y adoración por medio de ofrendas agrícolas. Y el Sucot o fiesta
de los Tabernáculos, memorial de la travesía del desierto cuarenta años. (Guerra G. 2002, p.
322).
Con todo este perfil someramente desarrollado acerca del Judaísmo, valdría la pena
preguntarse: ¿Verdaderamente un extranjero podía sentirse por todos los aspectos anteriormente
señalados? Ciertamente que la gran mayoría de pueblos y naciones no estaban dispuesto
abandonar sus creencias y costumbres en las que ya habían sido formados, y que en forma de
pensar tal vez anidaba la idea de para qué tener una única divinidad cuando se puede poseer y
rendir culto a varias, para qué conmemorar la liberación de la esclavitud, cuando vuelven a estar
sometidos bajo un imperio Persa, Griego o Romano, si a fin de cuentas se puede estar nacer y
estar en la religión que somete todos los pueblos. En Palabras de Bardy G. (2012), explica
además una serie de consecuencias en caso de darse esta conversión de un pagano al Judaísmo:
Debía renunciar a servir a sus dioses nacionales, a los de su familia y
de su ciudad, abstenerse incluso del culto oficial de Roma y de
Augusto para consagrarse exclusivamente a Yahvé; debía al mismo
tiempo renunciar a su nacionalidad, a su raza, a su patria, para
convertirse en uno de esos judíos contra los cuales la masa de los
paganos no parecía tener suficientes sarcasmos. (p.85).

No obstante, es inevitable mencionar a los denominados “temerosos de Dios”, tal como lo


afirma Guerra G. (2002) “era el no judío que se incorporaba a la comunidad judía con todos los
derechos y obligaciones, se diferenciaba de los verdaderos prosélitos o agregados, en que no se
circuncidaban” (p.316). Como se mencionaba anteriormente la circuncisión era el signo de la
pertenencia completa a la fe judía, sin embargo, este hecho siempre fue visto con recelo por parte
de aquellos quienes habían nacido, no en una conversión simbólica sino naturalmente en alguna
tribu, haciendo pesado el camino para el que quería convertirse: “a quienes mantenían en un
rango inferior, que alejaba de si las mejores voluntades” (Bardy G. 2012, p. 105).
Otra realidad muy diferente vive el Cristianismo, cuyo fundamento se encuentra de Jesús de
Nazaret, que nació y vivió del mundo religioso y espiritual del Judaísmo que con anterioridad se
acaba de describir, pero con la diferencia que en él, en su correcta observancia de la Ley, y con
la autoridad dada por el mismo Dios, el Dios de sus antepasados, de Abraham, de Isaac y de
Jacob se presenta como el Mesías, Rey y Señor anunciado desde siglos anteriores por los
profetas, y en quien se cumplen todas las promesas del pueblo elegido. Las palabras y acciones
por parte de Jesús se ganan el aprecio de los más desfavorecidos y marginados de su época, y por
otros considerado una amenaza religiosa y política. El enviado de Dios no se dedica a otra cosa
que anunciar el Reino de Dios, y de anunciar sin temor su muerte y resurrección.
Tal como lo afirma Jedin H. (1980): “Todos los qué se deciden a ser sus discípulos y son así
llamados al reino del Padre, forman una nueva comunidad” (p.129). Esta comunidad la llama una
vez Jesús mismo su Iglesia y reclama para sí el fundarla por su propia acción, “y yo también te
digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella” (Mt 16,18). De esta manera consagra con especial cuidado a los
Apóstoles la misión de recibir y continuar la misión que a Él le confió el Padre del cielo, “Como
el Padre me ha enviado a mí, así yo os envío a vosotros” (Jn 20,21). La alegría del anuncio
evangélico adquiere un matiz mas impactante al convertirse en testigos de “que a este Jesús a
quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hch 2, 36) resucitándolo de entre
los muertos.
Pero para un ciudadano judío, griego o romano, ¿Qué puede resultar de novedoso y atrayente,
incorporarse al Cristianismo sabiendo las consecuencias que les esperaban? Pues bien, una de las
motivaciones que se pueden señalar es la búsqueda por el conocimiento de la verdad, no en vano
el autor sagrado del Evangelio de San Juan narra cómo, en el momento más decisivo en que el
Jesús es presentado ante la autoridad romana, para deliberar acerca de su inocencia o
culpabilidad, Jesús le dice: “para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo
aquel que es de la verdad, oye mi voz. Pilato le dijo: ¿Qué es la verdad?” (Jn 18, 37-38). ¿Cómo
es posible esto? Toda una personalidad romana, con tan alta formación y conocimientos, en
distintas dimensiones, pregunte ¿qué es la verdad?.
En este mismo orden de ideas, es paradójico que un ciudadano griego pregunte o trate de
buscar una respuesta en el Cristianismo, ¿Acaso no existían suficientes escuelas, movimientos y
demás sectas dentro de su civilización griega que les brindaran desde la filosofía las
herramientas necesarias para obtener una respuesta satisfactoria? Pero, “tanto con las religiones
orientales, con el judaísmo y con los paganismos greco- romanos, como el mismo cristianismo,
reproducir cada cual a su modo el deseo universal de ser admitido en la posesión del secreto de
todas las cosas” (p.112). De esta manera, ¿Qué persona no sentiría una gran satisfacción al
reconocerse como el acreedor un misterio que le ha sido revelado?.
Este último cuestionamiento trajo realmente grandes problemáticas con los gnósticos, o
gnosis, que se podrían denominar como: “El conjunto de movimientos que, desde finales del
siglo I hasta los primeros años del tercero, se desarrollaron al margen del cristianismo auténtico
y pusieron en peligro su crecimiento” (p.112). Tal vez, su deseo por conocer y profundizar en los
misterios de Dios no fue el único y principal error del que se les pueda acusar, pues, tal y como
lo manifestó el Apóstol Pablo: “pues Dios quiere que todos se salven y lleguen a conocer la
verdad” (1 Tm 2,4). El error si consistió en creer que el misterio de la Encarnación de Cristo y de
su presencia viva en la comunidad de sus fieles, se daba exclusivamente un grupo selecto capaz
de entenderlo, y por lo tanto, cayendo en un hermetismo absoluto.
Pero en esa búsqueda de la Verdad, también fueron los diversos los personajes que vivieron
una autentica conversión al Cristianismo y supieron asumir un cambio de vida, que hasta hoy en
día siguen siendo para la Iglesia sus testimonios y escritos, una de las riquezas más invaluables.
El primero de ellos, San Pablo insigne Apóstol que, paradójicamente inicio siendo perseguidor
de los cristianos, para luego él por su proceso de conversión se convirtiera en perseguido,
azotado y encarcelado por la causa del Evangelio; San Agustín de Hipona, es otro de los grandes
personajes que recorrió diversos movimientos para buscar la verdad, y de quienes llega afirmar:
“Decían: ¡verdad y verdad! Y mucho me la nombraban, pero nunca se hallaba en ellos” (Conf.
III , 6, 10). San Justino, San Clemente y muchos otros, merecen la pena que se expongan y se
conozcan sus vidas y escritos, pero su extensión requiere escritos apartes del presente.
Otra de las motivaciones que puede puntualizarse para la conversión al Cristianismo es el
tema de la esclavitud, cuya práctica era vista con bastante normalidad dentro de estas culturas, ya
que, en las diversas expediciones que llevaban a cabo los imperios poderosos, y en su afán de
conquistar un determinado territorio, tomaban personas para que fueran sus esclavos, por lo que,
lejos de pensar en una dignidad y trato especial, por el contrario su valor era igual al de cualquier
inmueble, siendo esta manera vendidos y comprados, sin ningún tipo de complejidades. Bastante
problemático resulta para el Cristianismo conjugar las palabras esclavitud y libertad.
Al encontrase con escritos de los cristianos, especialmente del Nuevo Testamento corroboran
el uso frecuente de la palabra libertas “hasta el punto de que el mensaje del Evangelio sonaba en
el oído de los hombres sumidos en la esclavitud como el gozoso anuncio de la emancipación”
(Bardy G. 2012, p.126). Sin embargo, el predicador y fundador de algunas comunidades que
conocía perfectamente esta realidad San Pablo Apóstol, escribe al respecto: “Todos los que estén
bajo el yugo de la esclavitud consideren a sus dueños como dignos de todo respeto, para que no
se blasfeme del nombre de Dios y de la doctrina” (1Tim. 6, 1). Pero el mensaje no termina allí,
hay otro tipo de liberación, una que es capaz de trascender hasta lo más intimo de cada ser
humano, “Cristo liberaba a los paganos de la esclavitud del pecado, quizá más pesado todavía de
lo que fuera la de la ley para los judíos” (Bardy G. 2012, p.127).
Abordadas algunas de las motivaciones para la conversión al Cristianismo, es preciso
desarrollar las exigencias que estos poseían para que dicho cambio se llevara a plenitud, para
ello, los Hechos de los Apóstoles sirven hoy en día para comprender dicho proceso tan complejo
desde el principio, ya que, no hay que olvidar que tanto apóstoles como otro número de
discípulos empezaron a vivir un proceso de transición, es decir, eran justos los planteamientos
expuestos: ¿se continuidad a algunas de las tradiciones de la fe judía, pues, a fin de cuentas es el
pueblo elegido por Dios mismo? O ¿se trata sencillamente de engranar toda una historia de
salvación con el mensaje que Cristo mismo, el Hijo enviado desde el Padre, ha querido revelar a
la humanidad?.
Las dudas acerca de estos temas, se fueron clarificando en el caminar de la misión con la
ayuda de Pablo y los apóstoles, pero lo que si se mantuvo claro es que una principales exigencias
era la renuncia absoluta al pasado, es decir, poseer la voluntad firme de renunciar al culto de los
dioses, y de poseer adhesión definitiva a Cristo. Algunos estuvieron dispuestos asumir este
nuevo estilo de vida, pero, otros no contaban con la suficiente formación en la fe cristiana,
aferrados tal vez, a la mentalidad judía, es por ello, que ante el dilema de comer carne sacrificada
a los ídolos, dice San Pablo:
Pero no todos tienen este conocimiento. Algunos, acostumbrados a la
idolatría hasta hace muy poco, comen pensando que es carne
sacrificada a los ídolos, y su conciencia, que está poco formada,
incurre en culpa. No será un alimento lo que nos haga estar más cerca
de Dios; nada perderemos por dejar de comer, ni ganaremos nada por
comer. Eso sí, procurad que esta libertad vuestra no se convierta en
ocasión de caída para los poco formados. (1Cor 8, 7-9).

Después de haber cerrado todo tipo de contacto de idolatría, era fundamental la exigencia de
encontrar una apertura de corazón para la enseñanza tradicional, que era impartida por los
apóstoles, uno de los más grandes apologetas existente, San Justino en su obra Apología (VI, 1-
2) presenta un intento bastante interesante que se aproxima a un Credo. Por otra parte, es
imposible dejar de mencionar una de las acciones que representaba el culmen de toda conversión
y es, el bautismo. Lo que para los judíos representaba la circuncisión como señal de pertenencia
total a la fe Judía, ahora es bautismo es lo mismo para los cristianos, solo que en una absoluta
unión con el Señor.
De tal manera, que el mismo apóstol escribe: “en El también fuisteis circuncidados con una
circuncisión no hecha por manos, al quitar el cuerpo de la carne mediante la circuncisión de
Cristo” (Col 2,11). Y continua con la analogía al aclarar: “habiendo sido sepultados con El en el
bautismo, en el cual también habéis resucitado con El por la fe en la acción del poder de Dios,
que le resucitó de entre los muertos” Col 2,12). Esta vida nueva en Cristo además, iba
acompañada de una serie de señales que evidenciaban una segura conversión, especialmente en
la pureza de costumbres, como por ejemplo: la castidad (1 Cor 6, 19-20), contra lo que
anteriormente se vivía en total libertinaje, todo en común (Hch 2,42), contra su anterior apego a
los bienes material. Ante toda su experiencia pasada podían experimentar que: “El cristiano, por
el contrario, era el hombre que creía en el amor” (Bardy G. 2012, p. 183).
BIBLIOGRAFÍA

 Biblia de Jerusalén.

 Bardy Gustave (2012). La Conversión al Cristianismo durante los primeros siglos. Madrid –
España. Editorial Encuentro.

 Confesiones / San Agustín; traducidas según la edición latina de la congregación de San


Mauro, por el R. P. Fr. Eugenio Ceballos (en formato HTML).
Recuperado de: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/confesiones.
 Guerra Gómez Manuel (2002). Historia de las Religiones. Madrid – España. Biblioteca de
Autores Cristianos.
 Jedin Hubert (1980). Manual de Historia de la Iglesia I, (1980), Barcelona – España.
Editorial Herder.
 Justino, I Apología.

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