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TEXTO 6 - Ejemplos de Desnaturalización de Lo Social

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TEXTO 6 – Tres ejemplos de desnaturalización de lo social


Giddens, A., Sociología, Madrid, Alianza, 2000. – Adaptación Prof. Alan Dragani

En esta oportunidad vamos a trabajar tres ejemplos de desnaturalización de lo social, es decir de cómo podemos
pensar tres situaciones cotidianas con la mirada de la Sociología (utilizando la imaginación sociológica). Estas
situaciones siempre las pensamos como naturales. ¿Qué significa esto? Que creemos que “siempre fueron así” o que
“son de esta manera” en cualquier parte del mundo o en cualquier sociedad. De esta manera, terminamos
naturalizando algo que en realidad es social y, por lo tanto, cambia según cada cultura y cada momento histórico.

Primer ejemplo: amor, matrimonio y sexualidad


Te has preguntado alguna vez… ¿por qué se enamoran y se casan las personas? La respuesta parece obvia:
porque se aman (amor romántico). El amor expresa una atracción física y personal que dos individuos sienten el uno
por el otro. Tal vez no creamos eso de que “el amor es para siempre”, pero sí pensamos que es algo totalmente
universal (o sea, que existe de la misma forma en todo el mundo) debido a que se trata de una cuestión propia del ser
humano. Parece del todo natural que una pareja que se enamora desee formar un hogar, y que busquen su realización
personal y sexual en su relación.
Sin embargo, este punto de vista, que parece ser evidente de por sí, es de hecho bastante raro. La idea del amor
romántico no se extendió en Occidente hasta fecha bastante reciente, y no ha existido jamás en la mayoría de las otras
culturas. Sólo en los tiempos modernos el amor, el matrimonio y la sexualidad se han considerado íntimamente
ligados entre sí. En la Edad Media, y durante siglos después de ella, las personas se casaban sobre todo para perpetuar
la posesión de un título o de una propiedad en las manos de la familia, o para tener hijos que trabajaran la granja
familiar. Una vez casados, puede que en ocasiones llegaran a ser compañeros muy unidos; sin embargo, esto sucedía
después del matrimonio, pero no antes. Existían relaciones sexuales fuera del matrimonio, pero en éstas no intervenían
demasiado los sentimientos que asociamos con el amor.
El amor romántico hizo aparición por vez primera en los círculos cortesanos, como una característica de las
aventuras sexuales extramaritales en las que incurrían los miembros de la aristocracia. Hasta hace unos dos siglos
estaba totalmente confinado a tales círculos, y se mantenía específicamente separado del matrimonio. Las relaciones
entre el marido y la mujer en los círculos aristocráticos a menudo eran frías y distantes, si lo comparamos con
nuestras expectativas matrimoniales actuales. Los ricos vivían en grandes casas. Cada uno de los esposos tenía su
propio dormitorio y sus sirvientes; se veían pocas veces en privado. La interacción sexual era una cuestión de azar, y no
se consideraba relevante para el matrimonio. Tanto entre los ricos como entre los pobres, era los padres quienes
tomaban la decisión del matrimonio, no los individuos interesados, que tenían poco o nada que decir al respecto (éste
sigue siendo el caso en muchas culturas no occidentales actuales).
Como vemos, ni el amor romántico ni su asociación con el matrimonio pueden entenderse como características
«dadas» de la vida humana, sino que están conformadas por influencias sociales más amplias. Éstas son las
influencias que los sociólogos estudian y que se hacen sentir incluso en experiencias que, en apariencia, son puramente
personales. La mayoría de nosotros ve el mundo desde el punto de vista de nuestras propias vidas. La sociología
demuestra la necesidad de adoptar una perspectiva mucho más amplia sobre las razones que nos llevan a actuar como
lo hacemos.

Segundo ejemplo: salud y enfermedad


Normalmente consideramos la salud y la enfermedad como cuestiones relacionadas únicamente con la condición
física del cuerpo. Una persona siente molestias y dolores o tiene fiebre. De hecho, vamos al médico para que nos
diagnostiquen, y en función de qué enfermedad estamos padeciendo será el tratamiento que nos recetará el doctor.
¿Cómo podría tener esto algo que ver con influencias más amplias de tipo social? En realidad, los factores sociales
tienen un efecto profundo sobre la experiencia y la aparición de las enfermedades, así como sobre el modo en que
reaccionamos a la enfermedad.
¿Qué pensamos acerca de por qué nos enfermamos? Nuestro mismo concepto de «enfermedad» como mal
funcionamiento físico del cuerpo no es compartido por todas las sociedades. Otras sociedades piensan que la
enfermedad, e incluso la muerte, están producidas por hechizos o cuestiones relativas a la magia. Otros, en cambio,
asocian la causa de la enfermedad a una cuestión religiosa: para muchos creyentes, la enfermedad es consecuencia del
pecado (o sea, de comportarse como a Dios no le agrada).
¿Qué pensamos acerca de las curas de las enfermedades? ¿Es igual para todos los seres humanos? El tiempo que
uno puede esperar vivir y las probabilidades de contraer enfermedades graves como afecciones cardíacas, cáncer o
neumonía están muy influidos por características sociales. Cuanto mejor posición económica tengan las personas,
menores son las probabilidades de que sufran enfermedades graves en un momento cualquiera de sus vidas. De esta
manera, las personas con más recursos pueden pagarse una buena obra social, e incluso tener menos chances de
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enfermarse por poder cuidarse mejor, mientras que las personas con pocos recursos económicos no tienen el mismo
tipo de acceso a una salud de calidad, y por lo tanto quedan mucho más expuestas a enfermarse.
Además, existen roles sociales muy definidos acerca de cómo se espera que nos comportemos cuando caemos
enfermos. Una persona enferma queda excusada de muchos o de todos los deberes normales de la vida cotidiana (por
ejemplo, una licencia laboral), pero la enfermedad tiene que ser reconocida como «lo suficientemente grave» para que
pueda exigir estas ventajas sin ser criticado o reprendido. Es probable que, si se piensa que alguien sufre sólo de una
forma de debilidad relativamente benigna, o su enfermedad no se ha identificado con precisión, se considere a esa
persona un «enfermo fingido», sin que realmente tenga el derecho de sustraerse a las obligaciones diarias.

Tercer ejemplo: crimen y castigo


¿Cómo podemos pensar el crimen y el castigo desde la Sociología? Podemos hacernos preguntas sobre qué es
considerado un crimen, cómo es castigado y con qué objetivos. Si comparamos nuestras sociedades con las del
pasado nos vamos a dar cuenta que, en realidad, las cosas han cambiado mucho.
La terrorífica descripción reseñada a continuación relata las horas finales de un hombre ejecutado en 1757,
acusado de planear el asesinato del rey de Francia. El desdichado individuo fue condenado a que se le arrancara la
carne del pecho, piernas y brazos, y a que se vertiera sobre las heridas una mezcla de aceite hirviendo, cera y azufre.
A continuación, cuatro caballos tenían que tirar de su cuerpo y despedazarlo, y las partes desmembradas habían de
ser quemadas. Un oficial de la guardia dejó el siguiente relato de los sucesos:

El verdugo introdujo un hierro en el caldero que contenía la poción hirviente, que derramó
generosamente sobre cada herida. A continuación, se ataron al cuerpo del condenado las cuerdas que
iban a ser uncidas a los caballos, y se ataron las cuerdas a los caballos, que fueron situados frente a los
brazos y piernas, uno en cada miembro […] Los caballos dieron un fuerte estirón, tirando cada uno en
línea recta de un miembro; cada caballo era guiado por un verdugo. Después de un cuarto de hora
volvió a repetirse la misma ceremonia, y finalmente, después de varios intentos, hubo de cambiarse la
dirección de los caballos de la siguiente manera: los que estaban en los muslos se pusieron hacia los
brazos, con lo que se rompieron los brazos por las articulaciones. Esto se repitió varias veces sin éxito.
Después de dos o tres intentos, el verdugo Samson y el que había usado las pinzas sacaron cada uno un
cuchillo del bolsillo y cortaron el cuerpo por los muslos en lugar de seccionar las piernas por las
articulaciones: los cuatro caballos dieron un estirón y se llevaron tras ellos las piernas: primero la
derecha y a continuación la otra. Luego se hizo lo mismo con los brazos, los hombros y los cuatro
miembros; fue necesario cortar la carne casi hasta el hueso. Los caballos, dando un fuerte tirón, se
llevaron primero el brazo derecho y luego el otro.

La víctima se mantuvo viva hasta la separación final de sus miembros del torso. Antes de la época moderna,
los castigos como éste no eran infrecuentes. Como John Lofland ha escrito, describiendo las formas de ejecución
tradicionales:

Las ejecuciones históricas de épocas anteriores estaban calculadas para maximizar el período de
agonía del condenado y su conciencia durante éste. Aplastar hasta la muerte mediante una carga
progresivamente pesada situada sobre el pecho, romper al condenado en la rueda, la crucifixión, el
estrangulamiento, la hoguera, el cortar tiras de carne, apuñalar partes no vitales del cuerpo, estirar y
cuartear, y otras técnicas semejantes consumían períodos de tiempo bastante prolongados. Incluso el
ahorcamiento fue una técnica de efectos lentos durante la mayor parte de su historia. Cuando
simplemente se retiraba el carro de los pies del condenado o la trampilla se abría sin más, el condenado
era estrangulado lentamente, y antes de sucumbir se retorcía durante varios minutos [. ] para abreviar
esta lucha, el verdugo a veces se ponía bajo el patíbulo para tirar de las piernas del condenado. (Lofland,
1977, p. 311.)

Las ejecuciones frecuentemente se llevaban a cabo en público y frente a extensas audiencias, práctica que
persistió hasta bien entrado el siglo XVIII en algunos países. A los condenados a muerte se les paseaba por las calles
en un carro abierto, para que se encaminaran a su fin como parte de un espectáculo con buena publicidad, en el que
las multitudes aclamarían o abuchearían, según su actitud hacia cada víctima en particular.
Hoy en día encontramos estos modos de castigo totalmente repelentes. Pocos de nosotros podemos imaginar
el divertirnos con el espectáculo de la tortura o la muerte violenta de alguien, sean cuales sean los crímenes que
hubiera podido cometer. Nuestro sistema penal está basado en el encarcelamiento más que en infligir dolor físico, y
en la mayoría de los países occidentales la pena de muerte se ha abolido por completo. ¿Por qué cambian las cosas?
¿Por qué sentencias de encarcelamiento reemplazan a formas de castigo más antiguas y violentas?
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Es tentador suponer que en el pasado la gente simplemente era más brutal, y que nosotros nos hemos humanizado.
Pero para un sociólogo, esta explicación no es convincente. El uso público de la violencia como método de castigo
estuvo, establecido en Europa durante siglos. Las personas no cambian súbitamente sus actitudes hacia tales
prácticas «sin más ni más»; intervienen influencias sociales más amplias, relacionadas con importantes procesos de
cambio que se dieron en ese período. Las sociedades europeas se estaban industrializando y urbanizando. El antiguo
orden rural estaba siendo rápidamente reemplazado por un orden en el que cada vez más gente trabajaba en
fábricas y talleres, trasladándose a las ciudades en expansión. El control social sobre las poblaciones urbanas no
podía mantenerse mediante los antiguos métodos de castigo que, basados en establecer un ejemplo temible, sólo
eran apropiados en comunidades reducidas y estrechamente entretejidas, en las que se presentaban pocos casos.
Las prisiones se desarrollaron como parte de una tendencia general hacia el establecimiento de
organizaciones en las que los individuos se mantenían «encerrados y apartados» del mundo externo, como una
forma de controlar y disciplinar su comportamiento. Entre los que eran encerrados al principio no sólo se contaban
delincuentes, sino vagabundos, enfermos, personas sin empleo, débiles mentales y locos. Las prisiones sólo
empezaron a separarse, de manera gradual, de los manicomios y de los hospitales para los enfermos físicos. En las
prisiones se suponía que los delincuentes se «rehabilitaban» para convertirse en buenos ciudadanos. El castigo del
crimen se orientó a crear ciudadanos obedientes en vez de mostrar públicamente a los demás las terribles
consecuencias que se siguen de la mala conducta. Lo que ahora consideramos como actitudes más humanas hacia
el castigo tendieron a seguirse de estos cambios, y no a causarlos en primer término. Los cambios en el tratamiento
de los delincuentes forman parte de los procesos que barrieron los órdenes tradicionales aceptados durante siglos.
Estos procesos crearon las sociedades en las que vivimos hoy.
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