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Manuel Zelaya Rosales: Honduras, Presidente de La República

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Manuel Zelaya Rosales

(José ManuelZelaya Rosales)

Honduras, Presidente de la República

Duración del mandato: 27 de Enero de 2006 - de de


Nacimiento: Catacamas, departamento de Olancho, 20 de Septiembre de 1952
Partido político: PLH
Profesión : Empresario agropecuario

ResumenEn enero de 2006 arrancó en Honduras la presidencia del empresario agropecuario


Manuel Zelaya, popularmente llamado Mel, del centroderechista Partido Liberal, con cuatro años
por delante para cumplir las promesas de combatir la delincuencia de las maras, la pobreza y la
corrupción. Una vez en el poder, el mandatario protagonizó un inesperado viraje: entró en tratos
petroleros con el venezolano Chávez, se declaró de izquierdas, se alejó de Washington y metió
a Honduras en el ALBA. Su siguiente proyecto, abrir un proceso constituyente, terminó de
enemistarle con los poderes tradicionales del país ?políticos conservadores, empresarios,
judicatura-, quienes, con la complicidad del Ejército, le acusaron de querer cambiar la ley para
renovar su mandato y declararon ilegal su encuesta-consulta del 28 de junio de 2009. Ese día,
los militares depusieron a Zelaya y el Congreso eligió para sustituirle al también liberal Roberto
Micheletti. Durante meses, primero desde Nicaragua y luego refugiado en la Embajada brasileña
en Tegucigalpa, Zelaya luchó por conseguir su restitución, confiado en el reconocimiento de su
legitimidad por la comunidad internacional y en el firme apoyo de los gobiernos latinoamericanos
de izquierda, pero la condescendencia de la OEA y Estados Unidos con un golpe de Estado
consumado y el fracaso de las negociaciones directas con Micheletti por la irreductibilidad del
gobernante de facto terminaron haciéndole perder la partida. El 27 de enero de 2010, en la
compleción de su mandato electoral, Zelaya se exilió en la República Dominicana, dejando
atrás un país profundamente dividido, nada más asumir el presidente salido de las elecciones
generales de noviembre, Porfirio Lobo, del derechista Partido Nacional.

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Biografía

1. Un empresario agropecuario con raíces conservadoras


2. Primera experiencia gubernamental en las administraciones de Reina y Flores
3. Aspirante presidencial del Partido Liberal
4. Victoria en 2005 frente al postulante del Gobierno nacionalista
5. Los desafíos y actuaciones de la primera parte del mandato
6. Un giro diplomático inesperado: la adhesión a la América Bolivariana
7. La crisis nacional de 2009: plan de reforma constitucional y expulsión golpista del poder
8. Un pulso fracasado con el Gobierno de facto de Micheletti
9. Vicisitudes en el exilio

1. Un empresario agropecuario con raíces conservadoras


El mayor de los cuatro hijos tenidos por el terrateniente de Olancho Manuel Zelaya Ordóñez,
penúltimo eslabón de una familia con ancestro vasco que desde el siglo XVIII ha dado a
Honduras un buen número de notables en los ámbitos de la política, la judicatura, la milicia y
la literatura, y la señora Hortensia Rosales Sarmiento, recibió la educación escolar en los
colegios Niño de Jesús de Praga y Luis Landa, y en el Instituto Salesiano San Miguel, en
Tegucigalpa, donde terminó el bachillerato. Emprendió la carrera de Ingeniería Civil en la
Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), pero en el cuarto curso abandonó la
facultad para dedicarse por completo a las actividades empresariales en el sector agroforestal,
no llegando a obtener el título universitario.

En junio de 1975, recién llegado al poder, por vía golpista, el Gobierno de facto del general
Juan Alberto Melgar Castro, los Zelaya se vieron envueltos en un luctuoso suceso que a don
Manuel le acarreó un período de detención por su presunta implicación en el mismo: los
asesinatos por hombres armados, aparentemente sicarios enviados por los terratenientes de la
zona, y en el término de la finca Los Horcones, una propiedad de la familia en el valle de
Lepaguare, de dos sacerdotes, estadounidense uno y colombiano el otro, y 13 activistas
campesinos que participaban en una marcha de protesta por la represión militar en el
departamento de Olancho y en demanda de tierras. Pese a las sospechosas circunstancia de la
masacre, la familia Zelaya defendió con vehemencia, y ha seguido defendiendo hasta el día de
hoy, su más completa inocencia y su nula relación con aquellos crímenes, alegando que fue
una desgraciada casualidad que los asesinos dejaran los cuerpos de sus víctimas en terrenos
de su propiedad.

Llamado por la familia Melito para diferenciarle de su padre tocayo, Mel, cuyo apelativo heredó
de adulto y popularizó en su carrera política, Zelaya dedicó las décadas de los setenta y los
ochenta a cimentar sus negocios madereros y ganaderos, hasta convertirse en 1987 en directivo
del Consejo Hondureño de la Empresa Privada (COHEP) y en presidente de uno de los gremios
integrados en esta confederación patronal, la Asociación Nacional de Empresas
Transformadoras de la Madera (ANETRAMA). En enero de 1976 contrajo matrimonio con la
joven Xiomara Castro Sarmiento, natural de Tegucigalpa; la pareja fundó su hogar en la
Catacamas natal de él y tuvo cuatro hijos, dos chicas y dos chicos.

Afiliado al Partido Liberal de Honduras (PLH) desde 1970, Zelaya empezó a desarrollar en sus
filas labores orgánicas y representativas hacia 1980, como coordinador de organización y
consejero departamental en Olancho, y más tarde en los departamentos también orientales de
Gracias a Dios y Colón. Adscrito, continuando con la filiación de su padre, al Movimiento Liberal
Rodista (MLR), entonces la facción dominante en el PLH, de planteamientos conservadores y
defensora del retorno a la democracia civil pero manteniendo unas relaciones deferentes con los
militares, se situó, por consiguiente, en la órbita del dirigente Roberto Suazo Córdova, ganador
de las elecciones presidenciales de noviembre de 1981, primeras en una década.

Posteriormente, Zelaya se pasó al Movimiento Azconista, una nueva facción del PLH en el
poder que tomaba su nombre del ingeniero José Simón Azcona Hoyo, quien en 1983 abandonó

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el Gobierno y rompió con el MLR por la negativa de Suazo a respaldar su precandidatura
presidencial. En noviembre de 1985 Azcona ganó las elecciones presidenciales y Zelaya obtuvo
su primer mandato como diputado por Olancho en el Congreso Nacional, donde le fue
encomendada las presidencias de las comisiones legislativas de Recursos Naturales y Petróleo,
funciones a las que en 1987 sumó la de secretario de la Junta Directiva de la Cámara. En los
comicios de noviembre de 1989 renovó su escaño por otra legislatura, que ahora ejerció como
diputado de la oposición al Ejecutivo de Rafael Leonardo Callejas Romero, del derechista
Partido Nacional de Honduras (PNH).

2. Primera experiencia gubernamental en las administraciones de Reina y Flores


Reelegido congresista por Olancho por segunda vez en noviembre de 1993, Zelaya volvió a
mudar sus lealtades internas en el liberalismo; en esta ocasión, se orilló a la facción del jurista
Carlos Roberto Reina Idiáquez, cabeza del sector más progresista, orientado al
centroizquierda, del PLH. Con la asunción presidencial de Reina en enero de 1994, el
empresario renunció a sus puestos en la patronal hondureña y estrenó su primer cometido en la
administración del Estado, como director ejecutivo del Fondo Hondureño de Inversión Social
(FHIS), cargo que tenía rango ministerial.

Como responsable del FHIS, Zelaya ejecutó los programas gubernamentales de promoción
social, lucha contra la pobreza y descentralización de las administraciones locales. Aunque
vertió críticas a las condiciones impuestas por el FMI para acceder a una línea de crédito,
censuras que hizo extensibles al ajuste liberal decidido por Reina, el hecho fue que estableció un
diálogo fructífero con el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), los
cuales financiaron los proyectos del FHIS y alabaron la gestión de su director-ministro.
Designado vicepresidente de la Red Social de América Latina y el Caribe (REDLAC) en 1996, en
las elecciones generales de noviembre del año siguiente salió elegido diputado por Francisco
Morazán y en enero de 1998 el nuevo presidente liberal, el empresario y economista Carlos
Roberto Flores Facussé, le confirmó en el Gabinete.

La catástrofe provocada por el paso del huracán Mitch en octubre de 1998 complicó
extraordinariamente el trabajo social de Zelaya, cuya condición de hombre de confianza de
Flores quedó de manifiesto al ser nombrado asesor del Gabinete Especial de Reconstrucción
Nacional, activado por el presidente en noviembre para reparar las devastaciones causadas por
la inclemencia climática. Aquel año tomó asiento también en el Foro Nacional de
Convergencia (FONAC), un marco en el que representantes del Estado y de la sociedad civil
debatían con espíritu de consenso sobre diversas políticas nacionales.

En junio de 1999 Zelaya se dio de baja en el Ejecutivo y el Congreso para trabajar su


precandidatura de cara a la elección interna del candidato presidencial del PLH en las elecciones
de 2001, retomando de paso la actividad empresarial privada. Dentro del partido asumió la
Secretaría de Organización y Propaganda del Consejo Central Ejecutivo y articuló su propia
facción y plataforma, el Movimiento Esperanza Liberal, etiqueta buscada a propósito para que la
sigla resultante, MEL, coincidiera con el nombre familiar por el que todo el mundo le conocía.

Las ambiciones presidenciales de Zelaya fueron frenadas en seco el 3 de diciembre de 2000, al


ser su precandidatura ampliamente derrotada por la del septuagenario Rafael Pineda Ponce, el
presidente del Congreso Nacional y adscrito a la facción liberal del Florismo, quien doce meses
después de ganar la nominación liberal perdió frente al nacionalista Ricardo Rodolfo Maduro
Joest en la liza presidencial.

3. Aspirante presidencial del Partido Liberal


En los cuatro años siguientes, Zelaya prolongó su doble faceta de empresario privado, dedicado
a la explotación agropecuaria de sus posesiones en Olancho, y de político cimero del PLH. Bajo
el estandarte del Poder Ciudadano, volvió a presentarse a las primarias del liberalismo el 20 de
febrero de 2005 y esta vez se llevó la candidatura en una interna que enfrentó a ocho
precandidatos, siendo sus contrincantes más potentes Jaime Rosenthal Oliva, que ya iba por su
cuarto intento en estas lides, y Gabriela Núñez de Reyes, de la facción Movimiento Nueva

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Mayoría. Receptora del 52,5% de los votos, la candidatura de Zelaya fue proclamada por la
Convención Extraordinaria que el PLH celebró en Tegucigalpa el 28 y el 29 de mayo. Allí se
escenificó el cierre de filas con Mel de todos los líderes, sin faltar Rosenthal, Núñez y Pineda
Ponce, y corrientes del liberalismo.

Impulsada por los eslóganes Poder Ciudadano es seguridad, sin odios ni muerte, Poder
Ciudadano es transparencia y, el más aventado, Urge el cambio, urge Mel, Zelaya, que
forzosamente llamaba la atención con sus casi 190 centímetros de estatura, su espeso
mostacho negro, su sombrero de ala ancha y sus botas de vaquero ?componiendo una estampa,
por cierto, similar a la cultivada por el mexicano Vicente Fox cuando las elecciones
presidenciales de 2000 en el vecino país del norte- desarrolló una campaña electoral colorista
en la que explotó una imagen amable de ranchero desenfadado, sin pelos en la lengua,
temeroso de Dios y amante de los caballos y de tocar la guitarra, que supuestamente estaría
desapegado del establishment político tradicional y que presumía de honesto a carta cabal.
Quien proclamaba que "mi negocio es ser honrado", aseguró que, de llegar al poder, sus
ministros y él mismo tendrían que acudir a sus despachos en autobús urbano, ya que no
había derecho a que "un país tan pobre como Honduras, con una deuda social rezagada,
tenga los lujos con los que viven los gobernantes de ahora".

Orador limitado y con una línea mediática un tanto tornadiza, pero indudablemente
carismático, Zelaya presentó un programa basado en promesas convencionales y en el
concepto motriz del "poder ciudadano", que para él significaba un compromiso personal de
satisfacer las demandas ciudadanas de democracia participativa, reformas políticas y "mano
firme" contra la corrupción, demandas que la sociedad civil podría articular y comunicar al
Gobierno a través de unas mesas comunitarias de composición totalmente plural. Uno de los
grandes fracasos imputados a la Administración de Maduro, la omnipresencia de las maras o
bandas juveniles organizadas, temidas protagonistas de la grave situación de violencia común e
inseguridad ciudadana que afligía al país, daría paso, con Zelaya en la Presidencia, a
soluciones realizadas "con hechos, no con palabras".

Metiéndose en el terreno de lo concreto, prometió reducir entre un 5% y un 10% los gastos


corrientes del Gobierno, crear 400.000 puestos de trabajo en los sectores que más empleo
generaban, el de la maquila manufacturera volcada a la exportación y el agroindustrial, construir
200.000 viviendas, dotar de ordenadores a todas las escuelas, conceder matrículas gratuitas a
los más de dos millones de niños y jóvenes en edad escolar, erradicar enfermedades
tropicales como el dengue y la malaria, y tomar medidas para frenar la deforestación y otros
serios daños al medio ambiente.

Aunque el Gobierno de Maduro presumía de haber hecho bien los deberes macroeconómicos,
con el recorte del déficit fiscal, la elevación de las reservas internacionales de divisas, la
condonación parcial de la deuda externa y la obtención en el bienio 2004-2005 de un ritmo de
crecimiento anual del PIB por encima del 4%, el aspirante liberal le acusó de "no haber hecho
nada por combatir la pobreza, crear trabajo y combatir la inseguridad" desde que tomó posesión
en enero de 2002.

La campaña de los liberales fue especialmente severa con la política fiscal del Gobierno
saliente, que les parecía condescendiente con los repuntes inflacionarios y los consiguientes
estragos en el poder adquisitivo de los ciudadanos. Zelaya ponía un dedo en la llaga cuando
denunciaba que de los 7,4 millones de hondureños, vivían bajo el umbral de la pobreza 5,5
millones, de los cuales 2 millones padecían pobreza extrema.

Un gobierno suyo aprobaría una nueva Estrategia para la Reducción de la Pobreza a la vez que
no descansaría hasta conseguir la condonación total de la deuda externa en el marco de la
Iniciativa para los Países Pobres Altamente Endeudados (PPAE/HIPC). Las reducciones de
deuda contempladas por el programa del FMI estaban ligadas a la elaboración y puesta en
práctica de dicha estrategia contra la pobreza, pero el Gobierno saliente sólo se había
concentrado en las otras dos condiciones fondomonetaristas, a saber, la aplicación de reformas

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estructurales y el mantenimiento de una estabilidad macroeconómica.

4. Victoria en 2005 frente al postulante del Gobierno nacionalista


Según la mayoría de las encuestas, el candidato opositor llegó a la cita con las urnas del 27 de
noviembre de 2005, que escrutaban 6.800 observadores electorales, entre los que figuraban los
114 monitores de la misión de la OEA, a remolque de su adversario del PNH, Porfirio Lobo Sosa,
un paisano olanchano y colega de profesión agropecuaria que no se había desprendido de la
presidencia del Congreso Nacional -pese a que la Constitución prohibía expresamente al titular
del Poder Legislativo postularse a la Presidencia de la República- y que libró una campaña
centrada en la oferta de un "puño firme" para acabar con los desmanes criminales de las maras.

El representante de la derecha defendía el restablecimiento de la pena de muerte como fórmula


de disuasión de los jóvenes violentos, mientras que Zelaya, la opción que por contraste con su
adversario del nacionalismo podía calificarse de centro-derecha o de centro, sostenía la
eficacia de combinar el endurecimiento de las condenas, llegando hasta la cadena perpetua, y la
duplicación de la plantilla de policías, pasando de 9.000 a 18.000 los agentes en servicio, con
los programas de rehabilitación de reos y la revisión de la penalización de la mera pertenencia a
una mara, independientemente de si el imputado había cometido o no delitos relacionados con
la seguridad de las personas y la propiedad, una política que estaba produciendo una peligrosa
saturación de las prisiones.

Dando una sorprendente campanada que los últimos estudios demoscópicos no habían
permitido vaticinar, Zelaya se proclamó vencedor la misma noche electoral, sin haber difundido
aún el Tribunal Supremo Electoral (TSE) los primeros resultados, en virtud de los datos
ampliamente favorables ofrecidos por un sondeo a pie de urna.

Aunque el 28 de noviembre Zelaya fue declarado "presidente electo" por el titular del TSE,
Arístides Mejía Carranza, sobre la base de los resultados correspondientes a sólo 151 de las
5.312 urnas instaladas en el país, que atribuían al liberal un 50,7% de los votos, la lentitud del
escrutinio, o más exactamente, el atoramiento del sistema de transmisión electrónica de datos,
que también debía computar las papeletas de la elecciones a diputados y alcaldes, empujó a
Lobo a instar a la autoridad electoral a completar el conteo y a no hacer proclamaciones
prematuras y que a todas luces eran indebidas. En medio de una cacofonía de recriminaciones
cruzadas, la tormenta política poselectoral empezó a aquietarse el martes 29 de noviembre con
la publicación por el TSE de datos oficiales correspondientes al 19,4% escrutado y que
confirmaban la tendencia ganadora de Zelaya, aunque por estrecho margen.

Ahora bien, el recuento se prolongó hasta bien entrado diciembre, una tardanza difícilmente
justificable que hizo sospechar a más de un analista político que el PNH y el PLH se habían
puesto a negociar el reconocimiento por Lobo de su derrota a cambio de ciertas garantías de
Zelaya de que su Administración no promovería la acción de la justicia contra personalidades
del Gobierno saliente por actos de corrupción; según esta hipótesis, hasta que los dos partidos
principales no se pusieran de acuerdo, el TSE, cuya credibilidad como órgano independiente
quedó por los suelos, no finiquitaría el interminable conteo.

La chapucera incompetencia del tribunal se puso especialmente de relieve los días 2 y el 3 de


diciembre, cuando, con el 90% del voto escrutado y Zelaya aventajando a Lobo en 3,7 puntos,
sus técnicos suspendieron dos veces seguidas el recuento, la primera vez porque el centro de
cómputo se vio obligado a desalojar la planta del hotel de Tegucigalpa que ocupaba debido a
que el inmueble estaba comprometido en esa fecha para un convite de boda.

El 7 de diciembre, con el 10% de las papeletas todavía pendiente de computar, Lobo, en un


súbito cambio de actitud, reconoció su derrota, deseó un gobierno exitoso a Zelaya y anunció
una "oposición constructiva". Fue el 23 de diciembre, casi un mes después de los comicios y
cinco días antes de vencer el plazo legal que tenía para ello, cuando el TSE publicó los
resultados finales: Zelaya se llevaba la Presidencia con el 49,9% de los sufragios, seguido de
Lobo con el 46,2%, Juan Ángel Almendares Bonilla, de la izquierdista Unificación Democrática

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(UD), con el 1,5%, Juan Ramón Martínez, del Partido Demócrata Cristiano de Honduras
(PDCH), con el 1,4% y Carlos Alejandro Sosa Coello, del Partido de Innovación y Unidad-Social
Demócrata (PINU-SD), con el 1%.

En las legislativas, el PLH se quedaba al borde de la mayoría absoluta al obtener 62 de los 128
congresistas. A nivel departamental, Zelaya, donde más votos obtuvo no fue, contrariamente a
lo que cabría suponer, en su Olancho natal, sino en los vecinos Colón (el 56%), El Paraíso
(56%) y Gracias a Dios (59%). La participación electoral en todo el Estado fue baja, en torno al
46%.

Regresado el país a la normalidad y ultimado el proceso de transferencia institucional, el 27 de


enero de 2006 Zelaya recibió del flamante presidente del Congreso, su correligionario Roberto
Micheletti Baín, la banda blanquiazul que le convertía en el séptimo presidente democrático
desde el retorno del orden constitucional en 1980 y, de entre ellos, el quinto del PLH.

En su discurso inaugural, que pronunció en el Estadio Nacional de Tegucigalpa ante los


presidentes de México, Colombia, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Costa Rica y Panamá, el
primer ministro de Marruecos y el príncipe heredero Felipe de España, Zelaya prometió
gobernar "con honradez y transparencia", se congratuló de la aprobación por los diputados, sólo
unas horas antes, de la Ley de Participación Ciudadana (que preveía la creación de un Foro
Nacional de Participación Ciudadana partiendo de las experiencias del FONAC y del Consejo
Nacional Anticorrupción), expresó su respaldo sin matices al Tratado de Libre Comercio de
Centroamérica, Estados Unidos y la República Dominicana (CAFTA-RD, que Honduras había
ratificado en marzo de 2005 y cuya entrada en vigor debía producirse este mismo año), e
instruyó a dos ministros con tareas concretas.

Al titular de Educación, Pineda Ponce, le ordenó suprimir la tasa de 10 dólares abonada por los
estudiantes al ingresar en los centros de enseñanza públicos. Y al de Finanzas, Hugo Noé
Pino, le encomendó la creación de un fondo de apoyo a la pequeña y mediana empresa y de un
programa tendente a mejorar la producción alimentaria en el campo, así como la tarea de
reservar el 1% del presupuesto nacional a la protección de los bosques y la reforestación de las
áreas afectadas por las talas abusivas. El mandatario no se refirió expresamente a su promesa
de campaña de bajar el galón de gasolina 10 lempiras, que iba a ser "ipso facto", en el "primer
día de Gobierno": las compañías importadoras de combustible ya habían advertido que, en la
actual coyuntura, ni eliminando los márgenes totales de la cadena de comercialización iba a ser
posible tal rebaja.

Además de Pineda Ponce, recibieron carteras ministeriales otros conocidos nombres del
liberalismo, como Yani Rosenthal Hidalgo (Presidencia), Jorge Arturo Reina Idiáquez
(Gobernación y Justicia) y Lizzy Azcona Bocock (Industria y Comercio), quienes eran
respectivamente el hijo de Jaime Rosenthal, el hermano de Carlos Roberto Reina y la hija de
José Azcona. Milton Jiménez Puerto recibió Relaciones Exteriores, Arístides Mejía, el ex
presidente del TSE, Defensa Nacional, y Álvaro Antonio Romero Salgado, general retirado del
Ejército, Seguridad. Gabriela Núñez, la rival en las primarias de 2005, fue nombrada
gobernadora del Banco Central.

5. Los desafíos y actuaciones de la primera parte del mandato


En su estreno en 2006 como presidente de Honduras, Zelaya se proyectaba como un político
liberal socialmente concienciado, preocupado por las dimensiones de la pobreza estructural y el
lastre de la deuda externa, y deseoso de invertir en el desarrollo humano de sus paisanos. Sus
acentos eran progresistas, en la línea de su conmilitón y predecesor institucional Carlos
Roberto Reina, aunque a diferencia del ya fallecido ex presidente del PLH, quien fuera un jurista
de prestigio, Mel no tenía una hoja de servicios como luchador por la democracia y los
Derechos Humanos en Honduras.

Ahora bien, tomando en cuenta sus orígenes familiares, su trayectoria empresarial y su filiación
partidista, Zelaya no podía dejar de representar un centro-derecha más bien tradicional,

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firmemente asido a los principios de la libre empresa, la protección de la propiedad privada, el
Estado burgués y las relaciones preferenciales con Estados Unidos. Su condición de
terrateniente y su extracción social oligárquica complicaban sus intentos de presentarse como
un hombre del pueblo ajeno a las élites que venían usufructuando el poder político y
económico desde la independencia de España dos siglos atrás, mientras que sus promesas
sociales podían fácilmente asimilarse a los mensajes populistas más estandarizados en la
región.

Las cuestiones de política exterior apenas habían merecido atención en la campaña del
aspirante del PLH, más allá de la pregonada fe en las bondades del CAFTA, que entró en
vigor el primero de abril, y de la obligada mención a la integración centroamericana. El asunto
de Hugo Chávez y su geopolítica bolivariana, tan candente en otras partes del continente,
generaba un debate limitado en el segundo país más extenso y más poblado de
Centroamérica.

En apariencia, el presidente venezolano, sabedor de que en la conservadora Honduras la


izquierda política era sumamente débil y que su modelo de alternancia democrática entre
liberales y nacionalistas funcionaba como un bipartidismo hegemónico que impedía los grandes
cambios de tendencia, se abstuvo de deslizar preferencias por ningún candidato y ni siquiera
asistió a la toma de posesión del vencedor, pese a recibir la invitación de éste (Zelaya invitó
también a Fidel Castro, quien tampoco acudió). Ahora mismo, Honduras parecía no interesar al
eje de la izquierda radical latinoamericana que formaban Caracas y La Habana, y al que pronto
iban a incorporarse La Paz y Managua.

No obstante, algunos sectores derechistas de Honduras, incluidos dirigentes del PNH, y del resto
de Centroamérica, a tenor de unos temores aireados en la misma campaña electoral, no las
tenían todas consigo con respecto a Zelaya: según ellos, la noción de poder ciudadano olía a
"izquierda extremista" hábilmente camuflada, y hasta aventuraron que el liberal se apoyaba en
unos "aliados muy poderosos": estos serían, en la región más inmediata, el sandinista
nicaragüense Daniel Ortega y el comunista salvadoreño (fallecido tres días antes del cambio
de guardia en Tegucigalpa) Schafik Hándal; fuera de ella, por supuesto, el bolivariano y
neosocialista Chávez.

Esta cuestión no mediatizó el primer tramo de la presidencia de Zelaya, quien arrancó su


mandato lanzando una embestida contra el Gobierno de Maduro por haber dejado
"completamente quebrada" la administración central y "literalmente saqueadas" las instituciones
del Estado (los nuevos inquilinos de la Casa Presidencial denunciaron que habían encontrado el
edificio "semivacío" de ordenadores, escritorios, documentos y hasta de ajuar de servicio), y por
haber provocado un "dramático aumento" de la pobreza, que había engrosado sus filas con
"560.000 nuevos pobres". A finales de febrero, el Gobierno, acuciado por las últimas noticias
sobre graves carencias en los hospitales de la red pública, decretó el "estado de emergencia en
el sistema de salud" y la liberación de una partida urgente de 156 millones de lempiras, unos
ocho millones de dólares, para la adquisición de medicinas.

Por otra parte, el nuevo jefe del Estado ofreció un diálogo a las más poderosas y brutales
pandillas delictivas, la Mara Salvatrucha y la Mara 18, para que escogieran entre la cárcel o bien
el desarme seguido de la reinserción social. Pero la violencia marera y, en general, la escalada
de secuestros, asesinatos y asaltos, continuó sin freno, viéndose obligado el Ejecutivo a ordenar
el despliegue de efectivos militares en las calles de las principales ciudades del país para
ayudar a la Policía en la vigilancia de la seguridad.

El Gobierno, además, fue acusado de pasividad, e incluso de complicidad, en la ola de


asesinatos impunes de menores de edad, por lo general chicos marginales de comunidades
pobres, en los que defensores de los Derechos Humanos advertían procedimientos similares a
los usados por grupos de exterminio políticos, los escuadrones de la muerte, activos en las
pasadas décadas en Centroamérica. La credibilidad del Gobierno en la lucha contra el crimen
resultó minada por el rosario de fugas carcelarias de delincuentes de alta peligrosidad, como la

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que en junio de 2006 protagonizó, escapándose con sus compinches de la Penitenciaría
Nacional próxima a Tegucigalpa, el cabecilla Santos Padilla, quien era uno de los autores del
secuestro y asesinato del hijo del ex presidente Maduro en 1997.

En sus primeros meses de mandato, Zelaya afrontó asimismo una marejada contestataria de
diversos sectores laborales. A la cabeza de los mismos se puso el colectivo de docentes de la
escuela pública, que protagonizó marchas y huelgas en demanda de mejoras salariales,
reivindicación que el Gobierno satisfizo en agosto. En política exterior, Zelaya, en su primera
actuación relevante en un terreno donde iba a mostrarse muy dinámico, zanjó con su
homólogo de El Salvador, Antonio Saca, una añeja disputa bilateral (trasfondo que fue de la
tristemente célebre Guerra del Fútbol hondureño-salvadoreña de 1969) con la demarcación
satisfactoria de la frontera común. El 18 de abril los mandatarios rubricaron, en una ceremonia
celebrada en la aduana de la Frontera El Poy, en el lado salvadoreño, el acta de un acuerdo que
contemplaba además la apertura de espacios de desarrollo compartido, con un proyecto inicial
para la construcción de una central hidroeléctrica binacional.

Con todo, los capítulos que más horas reclamaron a la agenda de Zelaya, con su
correspondiente dimensión exterior, fueron el energético y el deudor, cuyas cargas financieras y
bajo rendimiento (el primero) limitaban drásticamente cualquier plan de inversión social.

El presidente decretó el "estado de emergencia energética" el 31 de enero, a los cuatro días de


asumir el cargo y un mes antes de declarar idéntica situación en la sanidad. La Empresa
Nacional de Energía Eléctrica (ENEE), primera compañía del país, se asomaba a la
bancarrota, con pérdidas anuales superiores a los 160 millones de dólares y deudas del Estado
con ella por valor de 28 millones, y el suministro a los abonados corría peligro. El agravamiento
de la situación en ENEE, incapaz de abastecer toda la demanda, empujó a Zelaya a asumir en
persona el control de este monopolio distribuidor en febrero de 2007, medida que preludió, en
diciembre siguiente, el encarecimiento de las tarifas eléctricas un 10%. Paralelamente, el FMI
presionaba a Tegucigalpa para que liberalizara y privatizara servicios básicos, como los
prestados por la Empresa Hondureña de Telecomunicaciones (Hondutel), mejorara la
recaudación de impuestos y recortara la partida social de los presupuestos.

Pero las prioridades del mandatario iban en otra dirección. Con el fin de conjurar la crisis
energética en ciernes, al converger por una parte el déficit nacional en la producción de
electricidad y por la otra los altos precios internacionales del petróleo, que el país tenía que
importar en su totalidad, Zelaya planteó un abanico de opciones: abrir un concurso internacional
de licitaciones públicas para la importación de carburantes, que sería adjudicada a quien
ofreciera los precios más ventajosos; emprender negociaciones con Venezuela para la compra
de derivados petroleros a precios preferenciales dentro del ámbito Petroamérica, que era uno
de los instrumentos de integración continental creado por Chávez en el marco de su Alternativa
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA); y buscar la asesoría de Brasil para
desarrollar la producción local de biocarburantes, particularmente etanol.

El Gobierno emprendió pasos firmes en los tres ámbitos, obteniendo resultados positivos en
todos ellos. Aunque las transnacionales petroleras que desde hacía décadas operaban en
Honduras ?Esso (ExxonMobil), Texaco (Chevron) y Shell- rehusaron presentarse a la licitación
internacional como una forma de presionar al Gobierno para que no abriera la puerta a la
competencia en este sector del mercado, el concurso no quedó, ni mucho menos, desierto,
presentándose al mismo 13 compañías, si bien algunas variedades de combustibles no
recibieron ofertas.

En noviembre de 2006 las autoridades se decantaron por la estadounidense ConocoPhillips,


para la provisión de gasolina y gasoil (diésel), y la mexicana Gas del Caribe (que luego se
dedicó a incumplir decenas de normativas medioambientales), para el gas licuado. Los contratos
de operación fueron firmados en enero de 2007, permitiendo a Zelaya introducir una sustancial
rebaja en los precios al consumo de los carburantes. El presidente, además, ordenó intervenir
de manera temporal las terminales y los tanques de almacenamiento de las tres multinacionales

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arriba citadas, así como los de la local Dippsa, poniendo sus instalaciones a disposición de
ConocoPhillips, tras acusarlas de "chantaje", por "boicotear" el concurso internacional, y de
"terrorismo energético", por "sabotear" el abastecimiento de combustibles reteniendo
deliberadamente su distribución, cuya exclusividad quedaba ahora cercenada. Pero el
embajador estadounidense emitió una protesta oficial y el Gobierno revirtió la medida
confiscatoria a los pocos días.

En agosto de 2007, la visita a Tegucigalpa del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva
supuso la firma de un acuerdo de asistencia técnica para la producción en el país
centroamericano de etanol a partir de caña de azúcar.

De todas maneras, la estrategia de diversificación energética aplicada por Zelaya que más dio
que hablar, dadas sus connotaciones políticas, fue la carta petrolera venezolana. Autorizado
expresamente en junio de 2006 por el mismo presidente George Bush, anfitrión de Zelaya en
una reunión en la Casa Blanca en la que se discutieron también cuestiones sobre inmigración y
el empleo, solicitado por el centroamericano, de la base aérea estadounidense de Palmerola
para el intercambio de mercancías, el "acercamiento comercial" hondureño-venezolano
comenzó a sustanciarse en diciembre de 2007 con el anuncio del próximo ingreso de Honduras
en Petrocaribe, iniciativa subregional perteneciente a Petroamérica, puesta en marcha por
Chávez en 2005 y de la que formaban parte, además de Venezuela, Cuba, la República
Dominicana, Nicaragua, Haití y casi todos los países anglófonos del CARICOM.

Petrocaribe ofrecía a Honduras productos de refino baratos y con amplias facilidades de pago,
mediante financiaciones muy ventajosas e incluso fórmulas de trueque mercantil, de manera que
el país centroamericano podría abonar una parte importante de la factura del hidrocarburo con
productos agrícolas. El ministro de Defensa, Arístides Mejía, respondiendo afirmativamente a
la "oferta generosa" del Gobierno de Caracas, asistió como invitado a la IV Cumbre de
Petrocaribe, celebrada en la ciudad cubana de Cienfuegos el 21 y el 22 de diciembre, donde vio
aceptada la petición oficial de su país de ingresar en el pacto de cooperación energética.

El 15 de enero de 2008 Chávez visitó a Zelaya en Tegucigalpa para discutir los detalles de la
operación. Los presidentes acordaron que Venezuela empezara suministrando a Honduras
20.000 barriles de carburantes al día, por de pronto durante dos años. El cliente se
comprometía a adquirir al proveedor el 100% del fueloil (búnker) para generación eléctrica, el
30% del gasoil y el 30% de la gasolina que consumía. A cambio, Venezuela asumía una deuda
bianual de 750 millones de dólares, de la que Honduras pagaría el 60% contra entrega y en
efectivo, y el 40% restante en 23 años y con un interés del 1% anual. Además, Chávez instó
a su nuevo socio centroamericano a abonarle el 40% de la factura en especie, con productos
agropecuarios, incluso leche (producto que, precisamente, Honduras tenía que importar de
Nicaragua y Costa Rica para cubrir sus propias necesidades).

El ingreso en Petrocaribe fue recibido en Honduras con disparidad de criterios, aunque por el
momento las posiciones no estaban muy encontradas. Las cabeceras de prensa de línea
conservadora y la patronal reconocían que las condiciones ofertadas por Chávez eran
demasiado atractivas como para desaprovecharlas, aunque expresaron su inquietud de que una
operación "puramente financiera" de suministro energético terminara acarreando "compromisos
políticos" con Venezuela y su "proyecto socialista".

En el campo de la oposición partidista, surgieron voces más críticas. En el partido del


Gobierno, Roberto Micheletti, el presidente del Congreso y florista reconocido, que ambicionaba
la candidatura del oficialismo para suceder a Zelaya en 2010 y que ya estaba mal encarado con
el jefe del Estado por una serie de encontronazos institucionales, reclamó transparencia y ciertas
garantías antes de echar la firma al convenio. El 24 de enero, la Comisión Especial del
Congreso autorizó a Zelaya a rubricar el documento, cosa que éste hizo cuatro días después.
El 13 de marzo, finalmente, el pleno del Congreso aprobó por mayoría simple el convenio con
Petrocaribe. A favor del mismo votaron los diputados del PLH, la UD y el PINU, y en contra el
PDCH; el PNH de Porfirio Lobo, como reflejo de sus dudas, se abstuvo.

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A estas alturas de su recorrido presidencial, alcanzado el ecuador del mandato, Zelaya hacía un
balance positivo del mismo: la situación económica había mejorado; cerca de 4.000 millones de
dólares de deuda externa habían sido condonados, tras arduas negociaciones, por los
organismos multilaterales, los países acreedores del G8 y el Club de París (si bien se habían
iniciado nuevos procesos de endeudamiento, como con el BID, por cientos de millones); los
nuevos recursos de que disponía el Gobierno ya estaban haciendo sentir sus efectos positivos
en la lucha contra la pobreza, que, según él, se había reducido un 6,5%, en números
absolutos, "500.000 hondureños que han salido de la pobreza"; y la campaña de reforestación
marchaba a todo trapo. Por último, la inminente llegada de combustible barato de Venezuela iba
a traducirse en un mayor desahogo financiero del Estado y en una mejora de la calidad de vida
de la población.

Para la oposición, sin embargo, el rosáceo panorama que Zelaya describía, en realidad,
presentaba unos tonos bastante sombríos. Los delitos violentos habían aumentado, lo que
ponía un marchamo del fracaso al plan de seguridad del Gobierno. Las instancias contempladas
por la Ley de Participación Ciudadana, que eran el Foro Nacional de Participación Ciudadana,
los Consejos de Desarrollo Municipal y Departamental, y las Mesas Comunitarias de la
Participación Ciudadana, no estaban plenamente desarrolladas, y su organización y
composición tendían a estar dominadas por activistas del PLH y personas afines al Gobierno,
con menoscabo de su naturaleza plural y su autonomía cívica, una queja que era compartida
por ONG como el Centro de Investigación y Promoción de los Derechos Humanos (CIPRODEH).

Otra de las grandes promesas electorales de Zelaya, el combate a la corrupción, y esta era una
impresión general, ni siquiera se habría intentado llevar a cabo. La profusión de escándalos
por fraude y malversación en la función pública mereció las preocupadas advertencias, junto
con acusaciones de pasividad al presidente, desde instancias tan dispares como el Consejo
Nacional Anticorrupción, la Iglesia Católica hondureña, la organización Transparencia
Internacional, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y hasta la
OEA.

Claro que no todos los escándalos eran por corrupción: en enero de 2008 el canciller Milton
Jiménez se vio obligado a abandonar el Gobierno tras pelearse con unos policías que lo
detuvieron en la capital cuando conducía su vehículo en estado de ebriedad (el país vio, en un
video grabado con teléfono móvil, cómo el ministro, fuera de sí, la emprendió a puñetazos con
los agentes, quienes procedieron a reducirlo a golpes también). La dimisión de Jiménez, que
hacía la novena baja ministerial en dos años, fue aprovechada por Zelaya para realizar una
remodelación en el Gabinete.

Al mismo tiempo, Zelaya entabló un crudo enfrentamiento dialéctico con los medios de
comunicación de línea conservadora críticos con su gestión. El presidente arremetió contra
unos "poderosos oligopolios" que se habían hecho "los dueños de Honduras" y cuyos intereses
empresariales "limitaban" el derecho de información y la libertad de expresión. En mayo de
2007, para "contrarrestar la desinformación" y dejar de ser "el presidente más atacado,
vituperado y calumniado de la historia de este país", el mandatario ordenó que una decena de
cadenas de radio y televisión privadas transmitieran, de manera simultánea, durante 10 días,
entre las 10 a las 12 horas de la noche y sin pago alguno, aquellas noticias que los periódicos
dejaban de publicar, empezando por la labor que realizaba el Gobierno y otros contenidos
oficiales, ("lo que realmente sucede en Honduras"). La medida fue tachada por los propietarios
mediáticos de "totalitaria" y "chavista". Por su parte, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP)
y un relator de la ONU llamaron la atención al Gobierno por los casos de asesinatos impunes de
periodistas.

6. Un giro diplomático inesperado: la adhesión a la América Bolivariana


Ya antes de meter a Honduras en Petrocaribe, Zelaya empezó a realizar declaraciones muy
críticas con el Gobierno de Estados Unidos por su política sobre inmigración, que estaba
dando pie a una "persecución infame" y a una "cacería" de inmigrantes ilegales hondureños
para expulsarlos de su territorio. También, fustigó las prácticas del mercado libre por tratarse

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de una "política económica despiadada, insensible y proteccionista para muchos sectores", tal
como denunció en septiembre de 2006 en su discurso ante la Asamblea General de la ONU.

Aunque censuraba determinados aspectos de la globalización y la liberalización del comercio


mundial, él mismo era un firme defensor de los procesos librecambistas multilaterales y
bilaterales que implicaban a Honduras. El CAFTA no se tocaba, y Zelaya, además, suscribió en
2007 sendos TLC con Taiwán, en mayo, con Panamá, en junio, y con Colombia, en agosto,
éste ya como país integrante (junto con Guatemala y El Salvador) del llamado Triángulo Norte
Centroamericano. No obstante, la visión del dirigente hondureño de los procesos de
construcción centro y mesoamericana era decididamente integral. Así, Zelaya urgió a los
presidentes vecinos a avanzar hacia la unión política y el establecimiento de un pasaporte y
una moneda únicos, y a cooperar estrechamente en la lucha policial contra las maras y el
pandillerismo organizado, que causaban estragos en mayor o menor medida en toda la región.

En añadidura, Zelaya manifestó su interés en las posibilidades desarrollistas e integracionistas


del Plan Puebla-Panamá (PPP), liderado por México, y el 29 de mayo de 2008 se apuntó un
importante tanto diplomático al reunir en San Pedro Sula a sus colegas Antonio Saca de El
Salvador, Álvaro Colom de Guatemala y Felipe Calderón de México en el marco de una Cumbre
sobre Cambio Climático y Medio Ambiente Centroamérica y el Caribe, en la que el hondureño
volvió a exponer una de sus principales preocupaciones: la urgente necesidad de que todos los
países, y en particular los del Norte industrializado, aplicaran medidas efectivas para reducir las
emisiones de efecto invernadero y frenar el calentamiento global, conforme a los parámetros del
Protocolo de Kyoto.

Fuera de estos esquemas multilaterales y de contenido comercial, las relaciones políticas


bilaterales en la región centroamericano-caribeña también estaban marchando bien. A la
resolución del contencioso territorial con El Salvador en 2006 se le sumaron en 2007 la
normalización completa de las relaciones diplomáticas con Cuba (ya reanudadas por Flores
Facussé en 2002 tras 41 años de ruptura) con la designación de un embajador en La Habana y
el recibimiento al canciller cubano Felipe Pérez Roque en el mes de marzo, a los que siguió un
histórico viaje de Zelaya a la capital cubana en octubre, así como la solución también, ese
mismo mes, del litigio fronterizo marítimo con Nicaragua en virtud de una sentencia inapelable
del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, la cual produjo gran satisfacción en
Tegucigalpa. Las relaciones personales entre Zelaya y Ortega, regresado a la Presidencia de su
país en enero de 2007, adquirieron un tono de excelencia desde que en julio de ese año el
hondureño asistió en Managua a los actos del 28 aniversario de la Revolución Sandinista.

Eran, sin embargo, las relaciones con Venezuela las que desde la entrada en Petrocaribe
comenzaron a señorear la orientación de la política exterior hondureña en el transcurso de
2008, con profundas repercusiones políticas en casa y, a la postre, traumáticas consecuencias
para Zelaya.

El 5 de junio atracó en Puerto Cortés el primer buque con 82.000 barriles de fueloil venezolano
para su venta a Hondupetrol, empresa encargada de suministrar combustible a las centrales
térmicas. El 13 de julio Zelaya asistió en Maracaibo a la V Cumbre Extraordinaria de
Petrocaribe, donde aseguró que el pueblo hondureño estaba "reconociendo la importancia" de
este convenio energético y que había sido "un error haber confiado, en casi dos décadas, en
que la economía global resolvería nuestros problemas". Una semana más tarde, el
mandatario viajó a Nicaragua para participar en el 29 aniversario de la caída de la dictadura
somocista, donde volvió a encontrarse con Chávez y proclamó que "la Revolución Sandinista
está viva y coleando en Centroamérica". Ese mismo día, 19 de julio, Chávez informaba que el
Gobierno de Honduras, siguiendo los pasos de Nicaragua, deseaba sumarse al ALBA.

El 22 de julio, ya en Tegucigalpa, Zelaya confirmó la impactante noticia: Honduras se adhería al


ALBA, de la que de hecho ya era "miembro observador" desde hacía "cuatro o más meses", y
estudiaba su incorporación completa al bloque. La decisión se tomó con rapidez. El 30 de julio,
el presidente, en la clausura en Tegucigalpa de una reunión de ministros de Agricultura de

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Petrocaribe, anunciaba que Honduras, en su búsqueda de "mejores alternativas para los
problemas históricos del país", era desde ya mismo miembro pleno de la América Bolivariana.

A partir de este momento, Zelaya recrudeció sus críticas a Estados Unidos, acusándole de "no
parar el tráfico y consumo salvaje de drogas", e indicándole que Honduras no era "un
protectorado sometido a un solo criterio". En septiembre, el presidente iba a suspender
temporalmente la recepción de cartas credenciales del nuevo embajador nombrado por
Washington como gesto de solidaridad con Bolivia y Venezuela por la presunta injerencia de
Estados Unidos en los asuntos internos de estos dos países convertidos en socios y aliados de
Honduras. Pero mientras tenía lugar este roce diplomático, Zelaya no dejó de repetir que su
apuesta por el ALBA no iba a traducirse en "represalias" de la superpotencia norteña, como la
no prórroga del Estatuto de Protección Temporal que amparaba a 70.000 hondureños
residentes allí (lo que precarizaría su situación migratoria y arriesgaría, en consecuencia, sus
remesas, principal fuente de ingresos del país), y menos aún en una "ruptura".

Por si quedaban dudas sobre la convicción y la profundidad de este giro copernicano en las
orientaciones diplomáticas de Honduras, país que durante la Guerra Fría había sido el
portaaviones de Estados Unidos para la contención del izquierdismo revolucionario en toda
Centroamérica (y precisamente bajo las presidencias de dos liberales, Suazo y Azcona), Zelaya
adoptó como propio el lenguaje político común a los líderes del ALBA.

El 25 de agosto, tras elevar un llamado al pueblo hondureño para que respaldara un "proyecto
social de solidaridad entre países de América" que representaba "beneficios para los pobres",
declarar superado el modelo neoliberal y subrayar la ubicación de su Gobierno en el "centro-
izquierda", Zelaya firmó en la Casa de Gobierno de Tegucigalpa el documento que convertía a
su país de manera oficial en el sexto miembro del ALBA, en una ceremonia que contó con las
presencias de Chávez, Ortega, el presidente boliviano Evo Morales y el vicepresidente cubano
Carlos Lage.

El máximo protagonista de la jornada, en su alocución a unas miles de personas congregadas


en el exterior, se congratuló de que su país no hubiera pedido "permiso a ningún imperialismo"
para suscribir un acuerdo que representaba la emergencia del "socialismo del sur" ("ya perdieron
la lucha nuestros enemigos", añadió) y que el pueblo hubiera demostrado ser "valiente,
generoso, revolucionario y entregado a causas justas y nobles". Asimismo, proclamó la
"instalación de la Tercera República", la vuelta a la "planificación del Estado para favorecer el
crecimiento y desarrollo", y el giro social e ideológico de su Gobierno hacia la izquierda ("quítele
lo de centro, si cree que es peligroso", glosó con un punto de ironía) y a un "liberalismo
socialista, para que los beneficios del sistema vayan a los que más lo necesitan".

Chávez elogió el "coraje" de Zelaya, al que otorgó el sobrenombre de "comandante vaquero", y


aseguró que Honduras tenía garantizado el suministro petrolero a precios preferenciales por los
próximos 100 años. Hasta la fecha, Venezuela había fletado tres embarques de derivados
petroleros que totalizaban 224.000 barriles. Pero el país sudamericano, en añadidura, estaba
listo para donar a Honduras un centenar de tractores para su entrega a las comunidades rurales
y aportar 132 millones de dólares al Banco Nacional de Desarrollo Agrícola (Banadesa), de los
que, según se supo más tarde, 100 millones los embolsaría la entidad financiera a partir de
una compra por Caracas de bonos de deuda pública emitidos para la ocasión por el Estado
hondureño y los 32 restantes en concepto de crédito a un tipo de interés blando. Cuba, por su
parte, se disponía a cooperar en los terrenos educativo y sanitario. El huésped venezolano,
además, se permitió tachar de "vendepatrias" e "ignorantes" a aquellos hondureños que se
oponían al ingreso en el ALBA, actitud que no era sino "contraria a los intereses" de su propio
país, sentenció.

El 15 de septiembre, en su discurso institucional con motivo del 187 aniversario de la


emancipación nacional de la Corona española, Zelaya presentó la entrada en el bloque
bolivariano como la "segunda independencia" de Honduras. En este solemne acto, el orador
hubo de escuchar algunos abucheos. Días después, en la Asamblea General de la ONU, el

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mandatario dijo basta a "más recetas y lecciones" del mundo desarrollado, porque no habían
servido para eliminar la pobreza, y afirmó que el sistema capitalista estaba "devorando a los
seres humanos". Un mes más tarde, a últimos de octubre, en su intervención en la XVIII
Cumbre Iberoamericana, en San Salvador, pidió a los participantes una condena al "capitalismo
insaciable".

La espectacular reorientación de las afinidades continentales de Honduras, decidida por Zelaya


como un envite básicamente personal, desató la caja de los truenos en la nación
centroamericana, que se dividió en dos. En contra del ALBA se posicionaron nítidamente el
PNH, el COHEP ("es una alianza política y militar de carácter ideológico que conspira contra la
libertad de comercio, el ejercicio de las libertades individuales y la libre determinación", advirtió
con tono catastrofista la principal confederación patronal hondureña), la Cámara de Comercio
e Industrias de Tegucigalpa (CCIT), la Asociación Nacional de Industriales de Honduras (ANDI),
la Asociación Hondureña de Maquiladores (AHM), destacados hacedores de opinión y
analistas, y las principales empresas de comunicación escrita, propietarias de periódicos tan
influyentes como La Prensa, El Heraldo y La Tribuna, los cuales se hicieron eco de unos
sondeos de opinión que decían que un gran mayoría de ciudadanos desaprobaba la coalición
con Chávez, amén de suspender la gestión de Zelaya en su conjunto.

A favor del ALBA se manifestaron parte del PLH, los pequeños partidos de izquierda, y
movimientos sindicales y populares como el Consejo Coordinador de Organizaciones
Campesinas de Honduras (COCOCH). Las descalificaciones de Chávez a los hondureños
refractarios a su proyecto bolivariano generó un profundo malestar en las filas liberales, parte de
las cuales, sobre todo los cuadros dirigentes, comenzaron a abandonar al presidente. Pero el
statuo quo parlamentario era todavía ampliamente favorable al oficialismo, tal que el 9 de
octubre el ingreso en el ALBA recibió el visto bueno del Congreso con el voto de 73 diputados:
todos los de las bancadas del PLH, la UD, el PDCH y el PINU. Como habían hecho con
respecto a Petrocaribe, los legisladores nacionalistas no votaron en contra, sino que se
abstuvieron.

Tras este triunfo, Zelaya negó que figurara entre sus pretensiones implantar en Honduras un
modelo similar al de Chávez en Venezuela, cuyo "socialismo del siglo XXI" era expresamente
revolucionario y venía manifestándose en la nacionalización de empresas industriales, la
socialización del agro y las búsquedas del control informativo y de la hegemonía política
dentro de un sistema constitucional profundamente transformado que combinaba los
mecanismos electorales tradicionales con otros de democracia directa, todo ello bajo una égida
presidencial de signo fuertemente personalista y populista.

En los meses siguientes, Zelaya fue ahondando, con nuevas declaraciones y acciones
concretas, su nueva línea política de izquierdas que, resultaba obvio, tomaba como referencia
la experiencia bolivariana en Venezuela. Ya el 22 de noviembre planteó la celebración, junto con
las elecciones generales de 2009, de un plebiscito para decidir una convocatoria a Asamblea
Constituyente en 2010. Dicha Asamblea tendría como misión elaborar una Constitución que
reemplazara la Carta Magna vigente desde la restauración democrática en 1982 y alumbrara
"leyes más claras, mandatos totalmente congruentes con la realidad que le permitan al país un
ordenamiento jurídico, político, social, económico y cultural". En caso de abrirse el proceso
constituyente, a lo largo del mismo, el Congreso no sería disuelto y las facultades del Ejecutivo
no serían modificadas. La actual Administración tampoco buscaría prolongar su mandato
cuatrienal, que expiraba el 27 de enero de 2010.

El 26 de noviembre el presidente asistió en Caracas a su primera cumbre del ALBA, la III


Extraordinaria en la historia del bloque. Una vez en Tegucigalpa, presenció el resultado de la
elección primaria de su partido para la definición del candidato presidencial del liberalismo en
noviembre de 2009. La votación interna fue ganada a Roberto Micheletti por Mauricio Villeda
Bermúdez, que concurría en nombre del verdadero precandidato y su jefe de facción, el
vicepresidente de la República Elvin Ernesto Santos Ordóñez, cabeza del Movimiento Liberal
Elvincista, de tendencia conservadora, quien aguardaba a resolver su incompatibilidad

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constitucional antes de ser inscrito por el TSE. Puesto que Micheletti, no obstante su nula
simpatía por el ingreso en el ALBA, contaba con el respaldo expreso de Zelaya, su fracaso ante
Santos fue interpretada como otro desplante del liberalismo al curso político decidido por el jefe
del Estado.

El 24 de diciembre el Gobierno dispuso un incremento del salario mínimo interprofesional del


39,4%, de manera que el sueldo de los trabajadores urbanos quedó fijado en 5.500 lempiras, al
cambio 289 dólares, y el de los trabajadores del campo en 4.055 lempiras, 213 dólares. Los
gremios patronales pusieron el grito en el cielo por una medida de fuerte calado social que les
parecía "populista" e "inmadura", y que iba a tener efectos "desastrosos" para la economía, en
forma de cierres de centros de producción y despidos. Algunos dirigentes empresariales
acusaron también a Zelaya de imponerles esta importante subida salarial como represalia por su
oposición al ALBA.

Doblado el fin de año, el 6 de enero de 2009, el presidente aprovechó la baja de Santos en la


Vicepresidencia para realizar una remodelación gubernamental consistente en los
nombramientos de Patricia Isabel Rodas Baca, presidenta del Consejo Central Ejecutivo del PLH
y una entusiasta del nuevo planteamiento de izquierdas del oficialismo, como ministra de
Relaciones Exteriores, de Arístides Mejía Carranza como delegado presidencial con funciones
de vicepresidente de la República y del hasta ahora canciller, Ángel Edmundo Orellana Mercado,
como ministro de Defensa en sustitución del anterior. Los nuevos titulares prestaron juramento el
31 de enero. El 2 de febrero Zelaya tomó parte en Caracas en la IV Cumbre Extraordinaria del
ALBA, que conmemoró el décimo aniversario de la Revolución Bolivariana de Chávez, y justo
un mes después recaló en La Habana, donde se reunió con el convaleciente Fidel Castro, el
cual retrató a su visitante como un "hombre bueno", dotado de una "inteligencia asombrosa".

7. La crisis nacional de 2009: plan de reforma constitucional y expulsión golpista del poder
El 23 de marzo de 2009, Zelaya, tal como había adelantado el año anterior, convocó por el
decreto ejecutivo PCM-005-2009 una "amplia consulta popular", a celebrar en junio del año en
curso y a cargo del Instituto Nacional de Estadística (INE), para decidir si en las elecciones
generales de noviembre de 2009 se instalaría una "cuarta urna" -junto con las de las elecciones
a presidente, congresistas y alcaldes-, que a su vez se pronunciaría sobre la convocatoria de
una Asamblea Nacional Constituyente para aprobar una nueva Constitución Política. Aunque no
explicó con claridad los contenidos de la Carta Magna que saldría del proceso constituyente si
este recibía la luz verde de los ciudadanos, el mandatario ya había manifestado su interés en
continuar en el poder más allá de 2010, acogiéndose a un mecanismo de reelección que sólo
un nuevo articulado constitucional podía establecer.

Los planes del presidente fueron inmediatamente repudiados por la Fiscalía General de la
República, que demandó el decreto PCM-005-2009 ante el Juzgado de Letras de lo
Contencioso Administrativo de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) por, entre otras razones,
encomendar al INE la organización de una consulta que era competencia del TSE, así como
por el PNH, el alto empresariado y parte de la cúpula liberal. Particularmente beligerante fue el
presidente del Congreso, Micheletti, quien no sólo rompió con Zelaya, sino que acusó al "poder
ejecutivo" de ser el instigador de unas amenazas de muerte que estaba recibiendo y de urdir en
su contra un plan criminal para repetir un magnicidio como el perpetrado contra el vicepresidente
del Congreso y colega de bancada Mario Fernando Hernández, abatido por pistoleros en
noviembre de 2008. Zelaya se revolvió contra su ex aliado, quien, a tenor de sus palabras,
debía estar "delirando" y padecer la "fiebre porcina".

El presidente desechó la denuncia de Micheletti desde Managua, donde asistía a la XXXVI


Cumbre del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA). Una vez en casa, el panorama
se le tensó considerablemente. El movimiento político y judicial para parar sus planes
constituyentes tomó la forma de una ofensiva de las instituciones del Estado al colocarse en el
mismo lado la Fiscalía General, la Procuraduría General, el Comisionado Nacional de los
Derechos Humanos (Conadeh) y la Comisión Nacional Anticorrupción, que se sumaron al frente
de rechazo formado por el PNH y otros partidos, las iglesias cristianas, las organizaciones

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patronales y el Colegio de Abogados.

El 26 de mayo, Zelaya, anticipándose a una probable sentencia adversa del Juzgado de lo


Contencioso Administrativo, emitió otros dos decretos, el primero (PCM-019-2009) anulando el
decreto impugnado por la Fiscalía y el segundo (PCM-020-2009) encargando al INE, en base a
la Ley de Participación Ciudadana de 2006, la realización de una "encuesta nacional de
opinión", a celebrar el 28 de junio, en la que se preguntaría a los ciudadanos por la cuestión de
la cuarta urna. Al día siguiente, en efecto, el Juzgado dictó sentencia interlocutoria favorable al
Ministerio Público y ordenó suspender la aplicación del decreto del 23 de marzo, que de hecho
no había sido publicado en el diario oficial La Gaceta. Por el momento, tampoco los decretos
presidenciales del 26 de mayo fueron publicados. El 29 de mayo el Juzgado puntualizó su fallo
de la antevíspera, aclarando que la orden de suspensión de la consulta alcanzaba a todo acto
administrativo relacionado con la misma y emitido a posteriori.

El presidente se mostraba decidido a llevar adelante "contra viento y marea" su proyecto de


encuesta-consulta con horizonte constituyente, aún al precio de enzarzarse en una inquietante
batalla institucional y de enfrentarse a una formidable coalición de poderes, legales y fácticos.
El mismo 29 de mayo el Ejecutivo dio cuenta de un cuarto decreto, el PCM-027-2009, por el que
instruía a las Fuerzas Armadas y a la Policía Nacional para que prestaran apoyo logístico al
INE con el fin de realizar la consulta del 28 de junio.

Zelaya siguió defendiendo también su apuesta por la integración bolivariana. Una vez iniciado
junio, en la sesión inaugural en San Pedro Sula de la XXXIX Asamblea General de la OEA,
Zelaya se refirió a los "sistemas alternativos", no meramente comerciales, como el ALBA, "un
proyecto de solidaridad que ha desarrollado muy bien entre nuestra región". En añadidura,
reclamó a la organización que reparara el "error" y la "infamia" cometidos con Cuba hacía casi
medio siglo, cuando la expulsó de su seno; los cancilleres así lo hicieron, revocando, en una
decisión histórica, la medida suspensiva de 1962, aunque La Habana se negó a reincorporarse.

Faltando pocos días para la celebración de la "encuesta de opinión", a la que el presidente


confería un carácter "no vinculante", los acontecimientos se precipitaron. En las principales
ciudades del país se sucedieron las manifestaciones, arropadas por las principales compañías
mediáticas privadas, de varios miles de ciudadanos opuestos a la consulta. En el bando
contrario, las organizaciones de obreros, campesinos e indígenas y otros movimientos
populares advirtieron que si las disposiciones del presidente no se cumplían, ellos llamarían a
la "insurrección" y la "desobediencia civil".

El 16 de junio Zelaya vio rechazada por la Corte competente su apelación contra el fallo judicial
del 27 de mayo y la "aclaración" del 29 de mayo. Tres días más tarde, el Juzgado de lo
Contencioso Administrativo de la Corte Suprema emplazó a las Fuerzas Armadas, a las órdenes
del jefe del Estado Mayor Conjunto, general Romeo Orlando Vásquez Velásquez, y a la
Policía Nacional, sujeta al ministro de Seguridad, coronel Jorge Rodas Gamero, a desobedecer
el decreto PCM-027-2009 porque abundaba en una decisión "ilegal". Vásquez, en efecto,
rehusó ordenar al personal bajo su mando la distribución del material de la encuesta, desacato
que fue castigado el 24 de junio por su superior civil con un anuncio de destitución por radio y
televisión. Una vez conocido el despido de Vásquez, el ministro de Defensa, Orellana, y los
comandantes de los tres ejércitos presentaron sus renuncias al presidente, quien se las aceptó.

En la jornada anterior, el Congreso, en la primera decisión radicalmente hostil al Ejecutivo,


había aprobado una Ley Especial para la regulación de plebiscitos y referendos que prohibía
expresamente la aplicación de las citadas figuras 180 días antes y después de las elecciones
generales. Se trataba de una norma elaborada a toda prisa, con el único objeto de torpedear las
maniobras de Zelaya, aunque este, como no otorgaba los rangos de plebiscito o referéndum al
objeto de su llamada a las urnas, no se dio por avisado. Ahora, 25 de junio, el poder legislativo
respondió a la última medida del mandatario votando la desaprobación del cese de Vásquez y
aprobando por contra una moción para investigar la "capacidad mental" de aquel para gobernar.
Al mismo tiempo, la Sala Constitucional de la CSJ ordenó mantener en su cargo al general,

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quien de hecho seguía en la jefatura del Estado Mayor Conjunto: ni él había abierto vacancia
ni Zelaya le había nombrado un sustituto.

Todo en un día, el TSE ratificó que la encuesta del domingo 28 era "ilegal" e instruyó a las
Fuerzas Armadas para que no se prestaran a movilizar los materiales electorales, al tiempo que
la Fiscalía General solicitaba a la CSJ una orden de detención contra el presidente por la
presunta comisión de los delitos contra la forma de Gobierno, traición a la patria, abuso de
autoridad y usurpación de funciones. El Ejecutivo escogió esta jornada de crispación y
confusión para publicar en La Gaceta los decretos PCM-019-2009 y PCM-020-2009.

El presidente y sus partidarios, por un lado, y el TSE y la Fiscalía General, por el otro, con los
militares en medio en su papel equívoco de sujetos no alineados pero vigilantes, se disputaron
físicamente el control de los materiales electorales, sin los cuales no podía haber consulta. El
26 de junio, mientras Zelaya, reforzado por el apoyo recibido de los gobiernos del ALBA y otros
estados de la OEA así como europeos, advertía por la televisión que se había
"desencadenado un proceso de golpe en Honduras" y pedía una reunión urgente del Consejo
Permanente de la OEA para analizar la situación creada en el país, la CSJ, a través de un juez
designado para la ocasión, daba la razón a la Fiscalía y dictó orden de captura y allanamiento
contra el jefe del Estado por los antedichos delitos.

Los soldados, con la explicación oficial de que velaban por la seguridad, estaban desplegados
alrededor de los principales edificios institucionales de la capital, incluida la sede de la
Presidencia. Zelaya ordenó a Vásquez que retirara a sus hombres a los cuarteles y el general
reculó. El día 27 ya no se vieron soldados en las calles, haciendo creer al presidente que el
Ejército se había sometido a su autoridad. Sin duda, Zelaya, en un mal cálculo del balance de
fuerzas, pensó que había ganado el crudo forcejeo por la encuesta sobre la cuarta urna, toda
vez que el Gobierno ya tenía bajo su control y dispuestos los materiales electorales, aunque
sobre él pesaba el interdicto de la Corte Suprema.

El domingo 28 de junio de 2009 amaneció en Tegucigalpa con una alta incertidumbre sobre lo
que depararía la jornada electoral cuando un nutrido destacamento de soldados fuertemente
armados penetró en el Palacio de Gobierno, a punta de fusil sacó a Zelaya de la cama y en
pijama lo introdujo en un vehículo para conducirlo a la base de la Fuerza Aérea en la capital.
Una vez allí, el comando captor subió al atribulado mandatario a un avión militar que lo trasladó
a la capital de Costa Rica, San José.

En el aeropuerto de San José, Zelaya fue recibido por una autoridad de protocolo costarricense,
luego de avisar los pilotos a la torre de control de la inminente llegada del deportado pasajero
cuando el avión se disponía a aterrizar. Instantes después, se personó en las instalaciones el
presidente Óscar Arias y, por él acompañando, Zelaya compareció ante los medios en una
improvisada rueda de prensa donde afirmó haber sido "ultrajado" por unos soldados que le
trataron "con violencia y brutalidad", y denunció ser "víctima de un secuestro de algún grupo de
militares hondureños". La cúpula de las Fuerzas Armadas le había "traicionado" y tras el golpe
de fuerza advertía "un complot de una élite muy voraz". Sin embargo, él seguía siendo el
"presidente legítimo de Honduras", subrayó.

Entre tanto, importantes acontecimientos políticos tenían lugar en Tegucigalpa. Reunido en


sesión de urgencia y custodiado desde el exterior por las tropas que permanecían apostadas en
los puntos estratégicos de la ciudad, el Congreso, en primer lugar, escuchó la lectura de una
supuesta carta de renuncia firmada y sellada por Zelaya y con fecha del 25 de junio, en la que el
presunto cesante ?desde Costa Rica, Zelaya negó rotundamente la autoría de esa misiva-
justificaba su dimisión por el "conflicto nacional" y "la situación polarizada" que vivía el país, y
también por ciertos "problemas insuperables de salud", que le habían "impedido concentrarme
en los asuntos fundamentales del Estado".

A continuación, los congresistas, aprobaron "por unanimidad" destituir al presidente al considerar


que sus acciones de gobierno habían violado las leyes y la Constitución. Declarada vacante la

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suprema magistratura, los congresistas invistieron nuevo presidente titular de la República al
jefe del hemiciclo, Micheletti, con el compromiso de terminar el mandato constitucional en enero
de 2010. Por su parte, el Poder Judicial, en un comunicado, hizo constar que los sucesos de las
últimas horas se ajustaban al imperio de la ley. En las calles, los zelayistas, entre el estupor y la
indignación, amagaron con protagonizar los primeros actos de resistencia popular. Entre los
movimientos sociales que habían apoyado la consulta popular, comenzaron a difundirse
consignas de huelga general.

La drástica mudanza de poder en Honduras fue rápidamente condenada por el Consejo


Permanente de la OEA, los gobiernos americanos y los europeos, que la calificaron sin ambages
de golpe de Estado. Estados Unidos se apresuró a sumarse a las censuras y negó tener
cualquier implicación en unos hechos "ilegales". Había unanimidad exterior en valorar la
remoción de Zelaya como una acción antidemocrática que violaba el orden constitucional y
debía ser revertida sin demora, pero los países del ALBA fueron más contundentes y
animaron a la población a rebelarse cívicamente contra los golpistas. Desde Caracas, Chávez
incluso amenazó con intervenir militarmente para impedir la compleción del derrocamiento de su
aliado ("Ese golpe lo vamos a quebrar desde dentro y desde fuera (?) Si juramentan a Micheletti,
o a Peleletti o Gafetti o a Goriletti, lo derrocaremos", advirtió); días después, el dirigente
venezolano iba a ordenar la suspensión de los envíos de fueloil.

El 29 de junio Zelaya arribó desde San José a Managua para reunirse con los presidentes
amigos en una batería de reuniones urgentes. En la capital nicaragüense se congregaron los
mandatarios del ALBA, el SICA y el Grupo de Río con el fin de estudiar la crisis hondureña y
expresar su postura inequívoca, exigiendo la inmediata reposición del colega depuesto. Allí,
arropado por Chávez, Ortega, Morales y Rafael Correa de Ecuador, Zelaya volvió a explayarse
sobre la traumática experiencia sufrida en la víspera, de la que había salido "vivo por una
gracia de Dios". Los miembros del ALBA acordaron desconocer al Gobierno de facto de
Micheletti y retirar a sus embajadores de Tegucigalpa hasta nueva orden.

Ese mismo día condenaron el golpe en Honduras, aunque no en términos tan duros como el
ALBA, el Grupo de Río, el SICA y el Parlamento Centroamericano (Parlacen). Los vecinos
centroamericanos, así como México, Brasil, Colombia y Chile, decidieron retirar a sus
embajadores o bien llamarlos a consultas; al otro lado del Atlántico, les secundaron España,
Francia e Italia, antes de hacerlo el resto de socios de la Unión Europea. El 30 de junio la
condena vino de la Asamblea General de la ONU, antes de escuchar la alocución de Zelaya
desde la tribuna de Nueva York, donde el mandatario fustigó al "grupo de usurpadores" que
había dado un "zarpazo a la democracia". La ONU puso énfasis en la solicitud a los estados
miembros de que se abstuvieran de reconocer al Gobierno de Micheletti.

En Tegucigalpa y las principales ciudades del país, ya se vivían escenas de gran tensión por la
profusión de manifestaciones y contramanifestaciones. A favor de Micheletti hizo bandera la
Unión Cívica Democrática (UCD), formada por políticos, empresarios, religiosos y
organizaciones sociales. Los zelayistas, numerosos también aunque más dispersos,
comenzaron a movilizarse en serio, pero toparon con la represión de las fuerzas del orden.

8. Un pulso fracasado con el Gobierno de facto de Micheletti


En los primeros días posteriores a su defenestración, todo parecía contar a favor de Zelaya,
que gozaba del pleno reconocimiento internacional y confiaba en regresar al poder de manera
inminente. Para su antagonista visceral, Micheletti, confrontado con la condena unánime y el
aislamiento diplomático del exterior, la situación pintaba muy mal. Sin embargo, una mezcla de
intransigencia, bravata y astucia dilatorias por su parte, estimulada por la percepción de que una
parte considerable de la sociedad hondureña ?según, él "el 80% de la población"-, incluidos
todos los poderes y sectores de influencia tradicionales, estaba de su parte y no quería que
Zelaya retornara, y de que en la comunidad internacional y en particular en la OEA empezaban a
aflorar el titubeo y la laxitud, hizo deslizar sutilmente el curso de los acontecimientos a favor de
su Gobierno, que fue consolidándose en el poder.

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En sus primeras disposiciones, Micheletti decretó el toque de queda, que vino acompañado de
restricción de libertades, cortes telefónicos y el enmudecimiento de los medios no adictos ?las
principales cabeceras de la prensa nacional se pusieron a informar con una línea
descaradamente favorable al poder de facto, actuando como voceros de sus mensajes y
ocultando las movilizaciones de los zelayistas-, tomó juramento a nuevos ministros y lanzó una
campaña de defensa de la legitimidad de su posición, sustentada en la premisa de que Zelaya
había sido desalojado por los militares siguiendo el mandato de los tribunales de justicia, por
pretender celebrar una consulta ilegal. Según él, lo que le había sucedido a su antiguo
compañero de barco era una "operación legal" y una "sucesión constitucional". Además, se
congratuló porque el país se hubiera librado de un gobernante "que nos quería llevar a la
izquierda", cuando ellos, los hondureños, querían "vivir en una derecha progresista".

La intención de Zelaya era volver a Tegucigalpa cuanto antes para retomar el mando. El 1 de
julio la Asamblea General de la OEA, reunida en sesión extraordinaria y con el derrocado
presente, condenó enérgicamente el golpe de Estado, dio al Gobierno de Micheletti un plazo de
72 horas para restituir a Zelaya e instruyó al secretario general de la organización, el chileno
José Miguel Insulza, para que realizara las gestiones diplomáticas conducentes a "restaurar la
democracia y el Estado de derecho", según lo previsto en el artículo 20 de la Carta
Democrática Interamericana.

Micheletti desoyó el ultimátum: Zelaya no tenía "la más remota posibilidad" de recuperar el
poder y, lo que era más, si ponía un pie en Honduras sería detenido en el acto. Una primera
ronda de gestiones de Insulza con las autoridades de Tegucigalpa fracasó. Como consecuencia,
Honduras vio suspendida la membresía en la OEA por voto unánime de su Asamblea General
el 4 de julio, aunque el Gobierno de facto se adelantó a la medida en la víspera anunciando el
"abandono" de la organización. En cuanto a Zelaya, que excluyó la posibilidad de un segundo
mandato aun cuando ese escenario no tenía cabida en la Constitución, pospuso unos días su
anunciado aterrizaje en el país, anunciado a bombo y platillo para el 2 de julio, cuando debía
regresar escoltado por los presidentes Correa de Ecuador y Cristina Fernández de Kirchner de
Argentina.

Fue el día en que la Fiscalía General anunció que ya se había cursado a la Interpol una orden
internacional de búsqueda y captura contra Zelaya. Más tarde, un grupo formado por trece
diputados liberales y los seis de la UD (expuesta a partir de ahora a una persecución asesina
digna de los escuadrones de la muerte de otras épocas) emitió una declaración rechazando
rotundamente el golpe de Estado y negándose a reconocer a Micheletti como presidente de la
República; con su proceder, explicaban, se "rompía con la falacia de que hubo unanimidad" en
la actuación del Congreso del 28 de junio.

Zelaya, viniendo de Washington, lo intentó el 5 de julio. Su avión, de nacionalidad venezolana,


se dispuso a aterrizar en el aeropuerto capitalino de Toncontín, pero el fuerte dispositivo militar
y policial que rodeaba el aeródromo cargó y disparó contra los miles de partidarios congregados
para recibirle y la efusión de violencia le obligó a desviarse a Managua. La represión se cobró la
vida de dos personas, primeras víctimas mortales del golpe. Según el frustrado pasajero, las
autoridades de facto advirtieron a los pilotos de su avión que o abandonaba el territorio
hondureño o "sería bajado a tiros". En El Salvador permanecían aguardando el desenlace del
peligroso intento de arribada Insulza, Correa, Fernández y el paraguayo Fernando Lugo,
desplazados hasta allí en un avión aparte. Al día siguiente, la esposa de Zelaya, Xiomara
Castro, que permanecía escondida desde el 28 de junio, reapareció para ponerse al frente de
una gran manifestación en Tegucigalpa en favor de la reposición de su marido.

Tras esta alarmante confrontación de fuerzas, Zelaya y Micheletti aceptaron someterse a un


oficio de mediación del presidente costarricense, Arias, quien recibió para su difícil misión el
respaldo de la OEA y Estados Unidos. Los dos protagonistas de la crisis hondureña, Zelaya
flanqueado por su canciller Patricia Rodas y viniendo de una reunión en Washington con la
secretaria de Estado Hillary Clinton, acudieron a San José el 9 de julio para reunirse por
separado con su anfitrión.

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Calentada por las declaraciones previas de Zelaya, que tachó a su archienemigo de "presidente
golpista con crímenes en su espalda", y el numantinismo de Micheletti, más decidido que
nunca a impedir la restitución de Mel, la primera ronda de diálogo concluyó sin ningún
acuerdo. El 13 de julio Zelaya dio un ultimátum a la "dictadura golpista" para que abandonara el
poder: su "inmediato, seguro e incondicional" retorno al mismo, cumpliendo con las resoluciones
de los organismos internacionales, era un punto innegociable ?de hecho, el primer punto de la
"hoja de ruta" de Arias- de las conversaciones de San José. Si Micheletti no claudicaba, él
procedería a tomar "otras medidas". Dos jornadas más tarde, desde Guatemala, el mandatario
invitó al pueblo hondureño a la "insurrección" para "hacer valer sus derechos constitucionales",
forma de protesta que amparaba la Carta Magna en su artículo 3. El llamamiento empujó al
Gobierno de facto a restablecer el toque de queda nocturno.

La inflexibilidad de las partes hizo encallar la facilitación de Arias. El 18 de julio expiró el


ultimátum de Zelaya y Micheletti rechazó la propuesta del costarricense de crear un gobierno de
"unidad y reconciliación nacional" liderado por el presidente depuesto en el que se sentarían los
sectores en pugna. A lo más que estaba dispuesto era a acortar su mandato y entregar el poder
a una tercera persona. Zelaya primero hizo saber que apreciaba la idea del gobierno de
reconciliación, pero el 19 de julio, horas antes de comenzar la segunda ronda de diálogo entre
las delegaciones y Arias, se retractó, expresando su negativa a compartir el poder con quienes
le habían derrocado, si bien no veía problema en adelantar la conclusión de su mandato
mediante anticipo electoral. Además, insistió en acometer la reforma constitucional prevista, lo
que contravenía otro de los puntos de la propuesta de Arias. Zelaya dio por agotadas las
negociaciones conducentes al Acuerdo de San José, por más que, en el otro bando, el
Congreso y la Corte Suprema se pusieron a deliberar sobre su contenido.

Con las fichas devueltas prácticamente al casillero de salida, consciente de que cada día que
transcurría se hacía más complicada su vuelta al país y sospechoso de que la suspensión de
las ayudas europeas y estadounidenses a Honduras no iba a resultar suficiente para forzar el
restablecimiento de la legalidad por él representada, Zelaya optó de nuevo por el lance
puramente personal, a saber, tantear la porosidad de las fronteras hondureñas con vistas a
regresar unilateralmente a un país que ya vivía un estado de "guerra civil" por culpa de los
golpistas.

El 24 de julio, tras preparar el terreno con nuevos llamamientos a la "resistencia" y la


"desobediencia civil", y encomendándose a Dios para no ser asesinado por los militares, Zelaya
partió por tierra desde la ciudad nicaragüense de Estelí acompañado de una comitiva de
partidarios y periodistas que incluía al ministro de Exteriores de Venezuela, Nicolás Maduro, se
plantó en la frontera a la altura de Las Manos, en el departamento de El Paraíso, se asomó
fugazmente a la parte hondureña y con presteza volvió sus pasos al país vecino ante el riesgo
de ser detenido por los mismos oficiales con los que conversó. Por su "temeraria" iniciativa, que
tuvo más de finta propagandística que de verdadera intentona de penetración, Zelaya recibió
las críticas de Estados Unidos y de Arias.

Al día siguiente, el presidente volvió a arrimarse a la demarcación internacional en el puesto de


Las Manos, donde anunció la instalación de un campamento "para organizar la resistencia". Sin
embargo, prefirió hospedarse en un pequeño hotel de la localidad nicaragüense de Ocotal, a 25
km del borde, desde donde aleccionó a los paisanos partidarios que habían conseguido
traspasar la demarcación y reunirse con él.

A continuación, se internó en las montañas y anunció la organización de unas "Milicias


Populares de Resistencia", asunto que alarmó a la oposición nicaragüense, ya irritada por el
generoso hospedaje dado al hondureño por el Gobierno sandinista de Ortega, y del que no
volvió a saberse más. Zelaya anunció también que demandaría a Micheletti ante la Corte
Penal Internacional, auguró "violencia generalizada" si aquel no se plegaba al punto de su
reposición y, marcándole un gol a su oponente, sostuvo en Managua una cordial reunión con el
embajador estadounidense en Tegucigalpa, Hugo Llorens, al que pidió el endurecimiento de las
presiones al Gobierno de facto, cosa que el país norteamericano haría el 26 de agosto con la

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interrupción la emisión de visados a todos los ciudadanos hondureños y el 3 de septiembre con
el bloqueo permanente de toda la ayuda no humanitaria.

En la primera quincena de agosto Zelaya fue galvanizado por el recibimiento que le tributó el
presidente Calderón en México, donde manifestó su disposición a zanjar la crisis "por métodos
pacíficos", la decisión de los países de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), a
cuya II Cumbre en Quito asistió como invitado especial, de no reconocer ninguna convocatoria a
elecciones por el Gobierno de facto, su recepción igualmente cálida por Lula da Silva en
Brasilia y por Michelle Bachelet en Santiago de Chile, y la intensificación del movimiento de
apoyo popular en casa, al sucederse las más concurridas manifestaciones del llamado Frente
Nacional de Resistencia contra el Golpe de Estado, entre cuyos conductores destacaban la
primera dama Xiomara Castro y su hija Hortensia Zelaya.

Sin embargo, la esterilidad de la vía diplomática ya le estaba impacientando. A finales de


agosto, la misión de cancilleres de la OEA encabezada por el secretario general Insulza, que
hizo suyo el plan Arias sobre el Acuerdo de San José, no hizo cambiar de opinión a los
representantes políticos e institucionales hondureños con los que se entrevistó. Iniciado
septiembre, se puso en marcha la campaña de las elecciones presidenciales del 29 de
noviembre, a las que se presentaban Lobo por el PNH y el ex vicepresidente Elvin Santos por el
PLH. La cuenta atrás electoral no se vio alterada por el consenso de los 33 países activos de la
OEA sobre el no reconocimiento de sus resultados.

El 21 de septiembre de 2009 Zelaya imprimió a la enquistada crisis hondureña un formidable


golpe de efecto al colarse en Honduras de manera subrepticia y tomar refugio en la Embajada de
Brasil en Tegucigalpa. El inesperado movimiento, efectuado por tierra y siguiendo una ruta
discreta pero tortuosa, cogió completamente desprevenido al Gobierno de facto, que reaccionó
declarando el toque de queda en todo el territorio nacional. En sus primeras alocuciones desde la
legación diplomática, el huésped en su propio país declaró que había regresado a Honduras
para "iniciar un gran diálogo", pidió, como "comandante general electo por el pueblo", a las
Fuerzas Armadas que evitaran los actos de violencia y llamó a sus simpatizantes a llenar las
calles, cosa que estos hicieron, dando lugar a una nueva ola de choques con las fuerzas del
orden. Centenares de soldados y policías levantaron un cerco alrededor de la representación
brasileña, aislando a su ocupante.

Lo que en un primer momento podía interpretarse como un factor decisivo de presión a


Micheletti y su bando, no tardó en volverse contra el protagonista, que se encontró atrapado,
con mínima capacidad para hacer campaña internacional de su causa, en un recinto
extraterritorial. De poco sirvió que el presidente Lula, desconocedor de las intenciones de Zelaya
hasta que este las materializó, diera su más absoluto respaldo a la permanencia del homólogo
hondureño en la legación y pasara a capitanear la defensa continental de su restitución. Claro
que Lula pidió también a Zelaya que se abstuviera de hacer cualquier gesto o declaración que
pudiera encrespar los ánimos más de lo que ya estaban, llamado que el centroamericano no
acató.

Compartiendo fortuna con unas cuantas decenas de paisanos ingresados en la Embajada tras
ser dispersada por efectivos antidisturbios su protesta en el exterior del edificio, Zelaya se
encontró con que las autoridades de fuera le cortaron el agua y la electricidad, aunque no el
teléfono, su único canal de comunicación con el mundo, y le sometieron a tácticas de acoso
psicológico, como impedirle dormir con estruendos deliberados y sobresaltarle a cualquier hora
con repentinas exhibiciones de fuerza militar que parecían indicar un asalto inminente. El
mandatario denunció además ser víctima del lanzamiento de gases tóxicos y de unas
insidiosas "radiaciones de alta frecuencia", emitidas por "aparatos electrónicos" capaces de
"afectar al cerebro humano".

Lo cierto era que los ocupantes de la Embajada habían de ser aprovisionados de alimentos,
bebidas y útiles de aseo por voluntarios de la sociedad civil, pertrechos que debían superar el
control policial. Además, Micheletti, en un nuevo giro de tuerca en su intransigencia y

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autoritarismo, decretó el 27 de septiembre un estado de sitio encubierto por un plazo de 45
días. Varias garantías constitucionales, incluidas las libertades de circulación, reunión y
difusión, quedaron suspendidas y funcionarios de una misión de avanzada de la OEA vieron
impedido el acceso al país.

El irreductible mandatario de facto estaba tomando buena nota de la decisión de algunos


estados que habían retirado o llamado a consultas a sus embajadores de hacerlos regresar en
un intento de contribuir al diálogo. También, del tono cada vez más matizado de Arias e
Insulza, en el sentido de que el poder ejecutivo instaurado el 28 de junio era una realidad que no
se podía ignorar y con la que había que negociar. En un llamamiento que denotaba
nerviosismo y cansancio, Zelaya solicitó a la ONU todo su apoyo para "revertir el golpe de
Estado", tras el cual además se estaba "instalando una dictadura fascista".

Cada vez más seguro de su posición, Micheletti levantó el toque de queda el 30 de septiembre
y el 5 de octubre derogó el decreto de suspensión de las garantías constitucionales. Fueron
unas medidas que permitieron la vuelta a la escena de la diplomacia, alumbrado de repente unas
perspectivas razonablemente optimistas de una próxima solución de la crisis, aunque no se
sabía en qué términos. Zelaya, no muy convencido pero consciente de la precariedad de su
situación se apresuró a aceptar un proceso de diálogo con Micheletti con la doble facilitación
de la OEA y el Departamento de Estado de Estados Unidos.

El 30 de octubre, al cabo de tres semanas de tortuosas negociaciones sobresaltadas varias


veces por las manifestaciones de enfado de Zelaya con la actitud de la otra parte y los anuncios
de ruptura, las delegaciones consiguieron finiquitar un texto de consenso que aparentemente
ponía término a la crisis. El denominado Acuerdo Tegucigalpa-San José para la reconciliación
nacional y el fortalecimiento de la democracia en Honduras establecía el sometimiento al
Congreso de la decisión de reponer a Zelaya, quien a cambio renunciaba a convocar una
Asamblea Constituyente o reformar la Constitución "en lo irreformable".

Se formaría, no más tarde del 5 de noviembre, un Gobierno de Unidad y Reconciliación


Nacional, el cual funcionaría hasta la inauguración del ejecutivo electo el 27 de enero de 2010 y
estaría integrado por "representantes de los diversos partidos políticos y organizaciones
sociales". Sin embargo, no se decía quién debía presidirlo. Se crearían además una
Comisión de Verificación de los compromisos asumidos en el Acuerdo y una Comisión de la
Verdad para esclarecer los hechos ocurridos antes y después del 28 de junio. Asimismo, se
instaba a la comunidad internacional a normalizar sus relaciones con Honduras y a cancelar sus
sanciones, en particular las que afectaban a la cooperación al desarrollo.

Dos puntos del Acuerdo llamaban la atención, por cuanto suponían una derrota objetiva de
Zelaya: primero, su restitución no iba a ser automática porque no era imperativa, sino que
quedaba al arbitrio de la misma institución, la legislativa, que había validado su remoción;
segundo, las elecciones de noviembre iban a tener lugar sin novedad, no estando condicionada
su celebración al cumplimiento de los restantes puntos del Acuerdo. También, se hacía notar la
ausencia de referencias a cualquier tipo de amnistía, luego Zelaya seguiría siendo un prófugo
de la Corte Suprema.

De inmediato, Zelaya advirtió que para dar su aval al Gobierno de Unidad, antes él debía ser
repuesto; de lo contrario, consideraría roto el Acuerdo. Su interpretación del punto del Acuerdo
relativo al poder ejecutivo era que las partes, implícitamente, "recomendaban" al legislativo que
retrotrajera la titularidad de dicho poder a su estado previo a los sucesos del 28 de junio hasta la
conclusión del mandato salido de las elecciones de 2005.

La interpretación de Micheletti era estrictamente literal, sin lecturas entre líneas, pero además
el maniobrero presidente de facto no dudó en instrumentar a su favor las imprecisiones y
lagunas del Acuerdo. Micheletti dejó claro que él debía ser el encargado de encabezar el
Gobierno de Unidad y a continuación invitó a Zelaya a que le presentara una lista de diez
personas que podrían integrar el nuevo Gobierno. Zelaya se negó, pero eso no impidió a

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Micheletti anunciar la renuncia en pleno de sus ministros para dar paso a un ejecutivo presidido
por él mismo. Airado, Zelaya dio por muertas las negociaciones. El Acuerdo Tegucigalpa-San
José se fue a pique el mismo día en que debió entrar en vigor el primero de sus puntos.

Llegado este momento decisivo, ni la OEA ni Estados Unidos, que se planteaba ya reconocer al
ganador de las elecciones de noviembre (implícitamente se inclinaban por hacerlo también
Colombia, Perú y Costa Rica, mientras que Panamá ya había dejado claro que daría ese
paso), reaccionaron con la contundencia que Zelaya requería para tener una esperanza de
retornar al Palacio de Gobierno y, aun con su capacidad de mando fuertemente mermada,
completar en ejercicio lo poco que le quedaba de su mandato de cuatro años.

Sintiéndose burlado por las "trampas", las "malicias" y la "mala fe" de Micheletti a la vez que
desahuciado por Washington, Zelaya se abandonó al negativismo, como dando su causa por
perdida. Así, rechazó una oferta de su antagonista de repartirse el Gobierno de Unidad al 50
por ciento ?sin él al frente, por supuesto-, anunció la impugnación del resultado de un proceso
electoral "ilegal" y "antidemocrático", y declaró inaceptable cualquier acuerdo de retorno a la
Presidencia que sólo serviría para "encubrir este golpe de Estado". En esos términos se lo dijo
al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en una extensa carta que difundió a los
medios el 14 de noviembre. Dos días después, empero, puntualizó que no había renunciado a
ser restituido, sino sólo a volver a entablar diálogo con el Gobierno de facto. Posteriormente, el
presidente fue más franco y ante la prensa se declaró "traicionado" por Obama.

La derrota de Zelaya era total y presentaba visos de humillación añadida. El Congreso se


había escabullido de lo que le competía del Acuerdo Tegucigalpa-San José y había pasado la
pelota a la Corte Suprema. Esta se pronunció sobre la vuelta al poder de Zelaya el 26 de
noviembre en el sentido, no sorprendente para nadie, de que la recuperación por aquel de la
oficina presidencial no era posible porque había emprendidas acciones penales en su contra.
Tres días después tuvieron lugar, en un ambiente de relativa calma y con el boicot de los
liberales zelayistas y del Frente Nacional de Resistencia, las elecciones presidenciales, que
ganó Lobo con el 56,6% de los votos. El 2 de diciembre, el Congreso Nacional saliente, por 111
votos contra 14, considerando los informes adversos de la Corte Suprema, la Procuraduría
General y la Fiscalía General, y entre invocaciones a Dios y justificaciones patrióticas, cerró de
manera definitiva la puerta a la restitución de Zelaya por los dos meses escasos que le
quedaban de mandato constitucional.

La única puerta que se le abría a Zelaya era la del exilio, y empezó a sondearla. Primero se
planteó la posibilidad de marchar a México, y de hecho el Gobierno de este país fletó un avión
destinado a recoger al hondureño, pero el plan no prosperó por los desacuerdos entre las
partes interesadas sobre las condiciones para la emisión del pertinente salvoconducto.

Entonces se abrió paso la alternativa de la República Dominicana, cuyo presidente, Leonel


Fernández, negoció directamente con Lobo, todavía presidente electo, un plan de acogida de
Zelaya según el cual el mandatario depuesto y su familia podrían salir de Honduras con un
permiso especial nada más producirse el traspaso de poderes con Micheletti. Los Zelaya
viajarían con Fernández en calidad de "huéspedes distinguidos" a bordo del avión que traería
al dominicano de vuelta a casa tras asistir a la toma de posesión de Lobo. El acuerdo fue
cerrado por Fernández y Lobo en Santo Domingo el 20 de enero.

Dicho y hecho, el 27 de enero de 2010 Lobo recibió la banda presidencial y Zelaya, tras 129
días de encierro en la Embajada brasileña, salió del recinto al encuentro de Fernández, se
reunió con su esposa Xiomara y su hija Hortensia, y todos juntos partieron, formando un convoy
de un veintena de automóviles protegido por un fuerte dispositivo de de seguridad y al que se
incorporó el propio Lobo, al aeropuerto de Toncontín. Tras prometer a sus partidarios allí
presentes que regresaría, Zelaya despegó rumbo a Santo Domingo, en cuya base aérea de
San Isidro aterrizó dos horas después.

Una vez en tierra, el ex presidente agradeció a su anfitrión el haber hecho posible "este rescate

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histórico" y permitir salir a su familia de lo que denominó "una terrible tragedia". Sus intenciones
eran permanecer en la República Dominicana como "huésped distinguido" durante unas
semanas, antes de partir para México, donde pensaba vivir de forma permanente (dicho
escenario no se materializó), aunque esperaba "volver lo más pronto posible" a Honduras para
participar en un "proceso de reconciliación nacional", sin el cual el Gobierno de Lobo, no
obstante reconocerle su buen gesto para con él, no podría establecer "un verdadero orden
democrático".

9. Vicisitudes en el exilio
A finales de febrero, la Fiscalía General volvió a solicitar la captura de Zelaya, esta vez por
unos supuestos de fraude en perjuicio de la fe pública y la Administración Pública, falsificación
documental y abuso de autoridad (dos casos). La imputación de corrupción recayó también en
cuatro altos funcionarios de su Gobierno: el ex ministro de la Presidencia Enrique Flores Lanza,
la ex ministra de Finanzas Rebeca Patricia Santos Rivera, el ex viceministro de Finanzas José
Antonio Borjas Massis y el ex ministro del FHIS César Salgado Sauceda.

El 6 de marzo, Chávez, quien, al igual que Lula da Silva, se mostraba dispuesto a reconocer al
Gobierno de Lobo si este concedía al ex mandatario una repatriación con garantías y sin
restricciones políticas, nombró al "valiente soldado" Zelaya, arribado a Caracas en el curso de
una gira regional, al frente de un nuevo órgano de Petrocaribe, el denominado Consejo Político
por la Defensa de la Independencia y la Democracia. Días después, el hondureño interpuso
denuncia contra el Estado de su país ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
(CIDH), la cual comunicó que en la nación centroamericana se seguían produciendo
violaciones de los Derechos Humanos y no se daban las condiciones para el regreso del
demandante.

El 18 de marzo, Lobo, con tono conciliador, aseguró que su predecesor en el cargo podía
regresar "cuando quisiera" y que debía ser "tratado con dignidad". Comenzado mayo, el
presidente reiteró la oferta y añadió que Mel, si se decidía a dar ese paso, no sería detenido.
Zelaya rechazó el ofrecimiento, que condicionó a la anulación de los procedimientos judiciales y
las órdenes de detención. Entonces, Lobo le reprochó que reclamara una "amnistía para
cualquier tipo de delitos".

Acto seguido, el fiscal general, Luis Alberto Rubí Ávila, terció en la cuestión advirtiendo que los
cargos contra el ex presidente seguían en pie y que los procesos en su contra no serían
anulados sin más. El fiscal exhortó a Zelaya a regresar, a comparecer ante la justicia "y, si tiene
la razón, que se le absuelva". Rubí también recordó que los delitos de tipo político, como el
imputado a raíz de la convocatoria de la consulta sobre la cuarta urna, estaban sujetos a un
decreto de amnistía vigente desde febrero, tras su aprobación por el Congreso Nacional y su
sanción por Lobo en enero, pero insistió en que Zelaya debía presentarse a los jueces para que
esa gracia se le pudiera aplicar.

En relación con esta acusación, la Interpol desistió de emitir la orden de captura internacional
por entender que el delito imputado era de naturaleza política. Lobo insistió en que Zelaya si no
volvía era "porque no quería", y hasta se ofreció a ir a buscarle a Santo Domingo para "traerle"
con garantías de que no sería encarcelado. Sin embargo, las contradicciones del Ejecutivo
quedaron de manifiesto al recalcar el ministro de Seguridad, Óscar Álvarez Guerrero, que sí
habría detención.

A últimos de junio, la Fiscalía, en aplicación del decreto de amnistía, retiró las acusaciones
formuladas por la convocatoria de la consulta preconstituyente, pero mantuvo las de los delitos
comunes de corrupción. No obstante, la Fiscalía se mostró dispuesta a solicitar "medidas
cautelares sustitutivas de prisión" en caso de que su acusado se presentara en Honduras. En
julio, el Juzgado de Letras de lo Penal de Tegucigalpa comunicó el sobreseimiento de uno de los
procesos por abuso de autoridad, quedando abiertas otras tres causas.

En mayo, Zelaya anunció en Quito la presentación de un plan para la "libertad democrática" de

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los hondureños. Insulza señaló que Honduras sólo volvería al seno de la OEA si el ex
presidente regresaba a su casa, perspectiva que Zelaya veía bloqueada en buena medida por
culpa de una actitud de "oposición" de Estados Unidos, a cuyo Comando Sur acusó de planear
el golpe que lo removió.

En julio, el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP) eligió a Zelaya su coordinador


general. El 17 de septiembre del mismo año el ex presidente se convirtió en diputado del
Parlacen, lo que fue visto como otro guiño posibilista de Lobo. En noviembre, un estudio
realizado por la universidad estadounidense de Vanderbilt concluyó que la mudanza institucional
del 28 de junio de 2009 había concitado el rechazo del 58,3% de los hondureños; el mismo
estudio, titulado Barómetro de las Américas: Cultura política de la democracia en Honduras
2010, indicaba que el 61,1% consideró la salida de Zelaya del poder un golpe de Estado y no
una sucesión constitucional, y que un 72,7% estuvo en contra de la decisión de los militares de
expulsar al derrocado al exilio.

(Cobertura informativa hasta 1/12/2010).

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