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El Velo de Isis 4

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EL VELO DE ISIS IV
LAS MIL Y UNA NOCHE OCULTISTA
En éste capítulo, continuamos teniendo contacto con las distintas versiones del Pescador, que
como ya dijimos en el anterior, somos cada uno de nosotros, cuando nos acercamos al simbolo
del AGUA, sentimientos y emociones, que hemos de comprender para solucionarlas.
Aparece en este capítulo IV, la importancia del mensaje y símbolo de los anillos, que como
podeis comprobar más abajo, difieren según el material y también el dedo en que se llevan.
El mito de Jonás, tiene una profunda relación con el símbolo de los tres días de oscuridad,
pasados por Jesús en el sepulcro en que fué depósitado. Entrar en la oscuridad nunca debe
producirnos temor, sino mas bién es el punto de salida de ella, porque en toda oscuridad hay
un punto de luz que nos marca el camino, si queremos recorrerlo. Jonas se dió cuenta que las
tormentas y los problemas en el mar, eran consecuencia de la huida del compromiso que había
aceptado. Al echarse al mar, éste se calmo y fué depositado después de tres días,
precisamente en el lugar de donde había huido, para retomar su tarea, dejada inconclusa.
Lo que nos indica que una y otra vez las pruebas aparecerán, hasta que tengamos el valor de
enfrentarnos a ellas y buscar soluciones, esas que todos tenemos en nuestro interior.
Simbologia de los Anillos
Mas que un objeto de adorno, el anillo tiene una profunda simbología con la palabra
compromiso, representando a la Divinidad, por su forma circular sin principio ni fin, en el caso
de que sea de oro.
Si su metal es la plata, representa la Conciencia Crística. , así como el aspecto femenino en su
expresión mística.
Si es de cobre, persona que lucha por el equilibrio
En el caso de que fuese de hierro, luchador contra la adversidad.
Si el anillo no está totalmente cerrado, representa al hombre y recibe el nombre de “ajustador”.
Según el dedo en que coloquemos nuestros anillos damos el siguiente mensaje:
En el dedo del corazón: persona de acciones santas
En el índice: persona que domina o gobierna la materia
En el anular, comprometido con la naturaleza y la sociedad
En el meñique: apegado a la materia, placeres, honores, sexo, etc.
Cualquier sortija que puede llegar a vuestras manos por herencia, regalo, etc. ha de ser
cuidadosamente limpiada a través de incienso ya que es un canal muy utilizado en magia no
precisamente blanca, para enviar negatividad, al igual que con cualquier otra joya.
C.E.A

EL VELO DE ISIS
Capítulo IV
Prosigue el libro de “El Pescador”, y sus múltiples versiones
en los textos de “Las mil y una noches”
Versiones quinta a la novena del mito del Pescador.–“La princesa Dalal y su insecto monstruoso”. –”El sello
maravilloso de la reina Jazmina”.–“Abdalah de la Tierra y Abdalah del Mar”.–“El saco encantado de
Juder”.– Juanillo “el Pescador”.–Interpretaciones ocultistas acerca de todos estos cuentos.

Continuando nuestras anteriores investigaciones, tócales ahora su turno a las


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VERSIONES QUINTA Y SEXTA EN EL TEXTO SIRIO
Versión quinta: En la “Historia de Baibars y de los doce capitanes de policía”, el
relato del capitán sexto se refiere a la Princesa Dalal, quien, encontrándose un día
en la cabeza cierto insecto, le depositó en una zafra de aceite, de donde, al cabo de
diez años, le sacó hecho un verdadero monstruo, cuya piel cuelga su padre a la
puerta haciendo anunciar que al que acierte a saber a qué
animal pertenece le concederá la mano de su hija, y al que
no, le cortará la cabeza. Así perdieron la vida treinta y nueve
pretendientes, pues unos decían que era piel de búfalo, otros
que de elefante, etc. Por último, se presenta un extraño
joven, quien reconoce en la piel la del parásito en cuestión,
pero la reconoce porque el supuesto joven no era un ser
humano, sino un infame ghul de la montaña vecina, un
sembrador de espantos, un productor de muertes, tinieblas,
llantos y ruinas, que se lleva a la joven hacia el Mar
Esmeralda, mar así llamado porque su agua era
completamente verde, tanto, que la joven, al introducir la
mano para coger una simple escudilla de agua con la que
Zafra
hacer tomar al ghul su verdadera forma, pudo ver que al
punto se le volvía verde también. Un pescador encargado de vigilar el mar para ver
si menguaban o no las verdes aguas, nota la falta de la escudilla sacada,
descubriendo así a la joven y llevándola a su padre el sultán, que con él la casa.
Las historias narradas por los capitanes séptimo y noveno son tan insulsas, que no
merecen ni mención, pero la del octavo es un verdadero precedente de la conocida
fábula de la gallina de los huevos de oro. Se trata de un pobre músico a quien un
genio le da para que viva una gallina que todos los días le ponía un macizo huevo
de oro. Un judío sospechando la cosa, quiere comprar la gallina; el marido se
opone, pero la mujer la mata y guisa. El hijo de ellos se come la corcusilla, y el
judío, para sacársela del vientre, le quiere abrir en canal, pero el niño huye, y al
volver luego a su casa, se extravía, yendo a parar a un palacio donde yacían
colgadas a la puerta treinta y nueve cabezas cortadas de otros tantos jóvenes que
habían pretendido medir sus fuerzas con la hija del señor del palacio. Fortalecido el
muchacho con el vigor debido a la corcusilla que tenía dentro, lucha con la joven.
Entonces le narcotizan y le extraen la dichosa corcusilla con suprema pericia que
envidiarían los modernos operadores médicos, dejándole débil y a merced de su
rival. Anda que te andarás, ve él a tres hombres luchando por la posesión de una
alfombra mágica con la que se puede volar por los aires. El chico, percatándose de
ello, se puso de un salto sobre ella, y ahuyentando a pedradas a los hombres
aquellos, vuela a la cumbre de la Montaña de Kaf, donde la hija del genio de la
Naturaleza le roba la alfombra. Allí se ve una palmera con dátiles rojos y amarillos.
Come de estos últimos, y le sale un cuerno en la frente que le deja incrustado en el
tronco de la palmera, pero come un dátil rojo, y el cuerno le desaparece. Después
se llena los bolsillos de las dos clases de dátiles, comiendo solo de los rojos y
ofreciendo de los amarillos a su adversaria, Ésta come hasta 16 de ellos y se ve
sujeta a la palmera por otros tantos cuernos, con gran espanto del padre, quien
hace proponer que casará a su hija con aquel que acierte a liberarla, como lo hace
nuestro héroe dándole a comer durante diez y seis días un dátil rojo cada mañana.
Una vez así libre, se casan, en efecto, y fueron dichosos (1).
(1)En cuanto a la historia del décimo capitán, es simplemente la de cierta hermosísima tejedora hija
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de un jeque, de la que se prenda Mohamad, el hijo del rey. “No me casaré contigo si no
sabes un oficio”, le dice; y deja, en efecto asombrado al rey, su suegro, enseñándole al príncipe, en
sólo una hora de tiempo, a tejer una tela maravillosa, en cuya trama se veía reproducido el jardín y
el palacio con la más prodigiosa fidelidad.
En la historia del capitán undécimo se narran las maravillas de cierto caballo nacido el mismo día
que el hijo del rey, y que le sirve a este hijo en los trances más apurados de su vida, al modo de
como se ve en el célebre mito de Blanca flor, por lo que nos creemos dispensados de repetirla.

Versión sexta (*): “Hazme un sello tan y tan maravilloso -dijo cierto día el sultán
de Bagdad a su visir-, que si estoy alegre, me enfade, y si enfadado, me alegre.
Para ello tienes el término de un año, al cabo de cuyo tiempo, si no me lo traes, te
haré cortar la cabeza”. El visir, aterrado, va a buscar jeque para que le saque de
tamaño apuro. Este último se vale al efecto de su hija Jazmina, que era maga de
profesión, y ella, por toda contestación, le da al visir una bandeja con treinta
huevos y ocho panecillos, haciéndole emprender un viaje. El visir, hambriento, se
come en el primer día uno de los huevos y uno de los panecillos, exclamando: “¡Al
mes le hace falta un día, y la semana sólo consta ya de siete días”, porque, en
efecto, los treinta huevos en la bandeja representaban los días del mes y los de la
semana los ocho panecillos, lo cual, en la simbología propia del caso, quiere decir
que la joven inició al visir en los misterios mágicos de la cábala de los tiempos,
tiempos regidos por el Sol, pero que el visir reduce a cómputos lunares de
veintinueve días por mes y a siete por semana. En una palabra que, gracias a
tamaña enseñanza, logra el visir dos cosas: una la de enterarse de la verdadera
rueda de los tiempos, gráficamente representada en la bandeja y en su contenido,
y otra la de poder construir así el sello mágico que el sultán pedía, porque es
indudable que aquel que llega a conocer a fondo los ciclos de los años, meses,
semanas y días, goza de una prudente alegría en medio de las mayores desgracias
y experimenta cierto deje de tristeza en las más grandes venturas, sabiendo la
inconstancia de los tiempos, en los que andan siempre alternados los dolores y las
dichas …
(*) Como en todos los cuentos de esta índole, el problema que plantea el sultán al visir es de los
“de vida o muerte”, como lo son los de las verdaderas iniciaciones. Por eso aparece la tal amenaza
de muerte en tantos cuentos anteriores, empezando por el que sirve de base a todo el libro de Las
mil y una noches.

Entusiasmado el sultán, premia al visir y se casa con la maravillosa joven que de


tan extraño modo le ha salvado la vida (**), “haciéndola pesar en oro”, según la
frase del texto; pero a poco de casados, la joven dió en adelgazar del modo más
alarmante. Cierto día que, entristecida, contemplaba el río Eufrates corriendo abajo
la misma ventana de su aposento en palacio, ve Jazmina a un pobre pescador que
ha echado varios lances infructuosos.
(**) Siempre que en esta clase de cuentos simbólicos el iniciado se casa con la hija del iniciador, el
caminante ha de entender que se halla adulterado el texto, porque, “en el antiguo Egipto -y lo
mismo en la antigua Persia- la mujer debía ser “la señora del señor”, y su verdaderamente
dominadora (matrialcalismo),y el marido se comprometía “a obedecer a su esposa”, para la
producción de resultados alquímicos tales como el “elixir de vida” y la “piedra filosofal” -o sea , en el
presente cuento, para la confección del misterioso sello exigido-, puesto que los alquimistas
necesitaban al efecto de la ayuda espiritual de la mujer. Pero, ¡ay del alquimista que tomase este
auxilio en su muerto sentido de unión sexual!, Semejante sacrilegio -que es siempre el que aparece
en cuantas versiones semejantes nos han legado todos los libros de esta clase desde el de Las mil y
una noches hasta el mismo Mito de Psiquis, de Apuleyo -le arrastraría a la magia negra, y fuera
irremediable su fracaso. Los verdaderos alquimistas de la antigüedad se ayudaban con mujeres
viejas, evitando toda relación con las jóvenes, y si, por acaso, alguno de ellos fuese casado, trataba
a su propia esposa como a hermana algunos meses antes de proceder a la operación alquimica y
mientras se llevaba a cabo.
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“¡Echa las redes ahora en honor mío!”, le dice ella, y, en efecto, en las redes sale
envuelta una gran redoma de cobre rojo, por la que la joven quiere darle un dinar,
que el pescador con toda dignidad rechaza, pidiéndola sólo un beso, que ella le da.
Viendo aquello el rey, manda matar y echar al río al pescador,
repudiando al par a la reina Jasmina o “Jazmina”, quien,
falta así de todo auxilio humano, camina dos días a la
ventura sin despojarse de su querido frasco. Un
compasivo mercader la acoge en su albergue; pero su
mujer, llena de celos, la deja sin comida ni bebida.
Felizmente ella abre el frasco mágico, donde encuentra,
no sólo todo género de deliciosas provisiones, sino diez
jóvenes esclavas que la sirven los menores pensamientos
y cada una de ellas con diez bolsas de oro por día, con lo
cual no hay que decir que el desván quedó bien pronto
lleno de oro hasta el techo. La joven pudo así volver
secretamente a la corte y alzar en breves días un palacio
frente al del sultán, palacio que, al lado de aquel, no era
Redoma
sino un tugurio. El Sultán, sorprendido ante tamaño
prodigio mágico, quiere visitarlo y conocer a su dueña, y cual no sería su sorpresa,
reconciliándose así los dos esposos, que fueron felicísimos el resto de sus días...
TEXTO DE MARDRUS
Versión séptima: En el texto que ahora vamos a examinar,
vuelve a aparecer el cuento del Pescador en una nueva forma,
bajo el título de “Historia de Abdalah de la Tierra y Abdalah del
Mar”, o sea los dos hombres buenos de uno y otro elemento.
Es muy digno de leerse el lindo cuento, que, en esencia, nos
describe cómo y de qué manera, al oxidarse por la acción de
las aguas del mar uno de tantos vasos de cobre en los que
antaño encerrase el rey Salomón a los efrites, el efrit que en
vaso yacía aprisionado tantísimos siglos, escapa, y es pescado
por Abdalah de la Tierra, sorprendiéndose éste en alto grado al
ver la cola de pez del efrit. “Soy un ser humano como tú, sólo
que he nacido en el mar y en él tengo mi elemento, le dice, y
despues cambia amistosamente con el terrícola joyas del seno
del mar por frutas producidas por la tierra (1). En el cuento
Efrit aparece también un tercer personaje, igualmente santo que
Abdalah de la Tierra y Abdalah del Mar, y es un panadero,
compasivo hacia la miseria de aquel en los tiempos anteriores, y a quien, llegados
estos últimos tiempos de bonanza, le enriquece con toda clase de joyas de las
aportadas por Abdalah del Mar. Como el panadero da la casualidad que lleva igual
nombre que los otros dos, bien merece ser llamado “Abdalah del Cielo”, aunque
ello, en las versiones actuales, no aparezca, completando la idea filosófica de que la
bondad, como su contraria la de la maldad, existe por igual en cielos, mares y
tierras.
(1)¡Cuan hermosa es esta enseñanza simbólica, de equiparar las joyas a las frutas, que son joyas
más preciosas para el hombre.

Sucedió, pues, en el caso del cuento, lo que siempre acontece en casos tales, o sea
que la riqueza impensada de Abdalah de la Tierra llamó la atención a todos sus
convecinos, quienes acabaron por denunciarle ante el rey como ladrón, y lo habría
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pasado muy mal, a no tropezar con un rey justo y conocedor de los grandes
misterios que el vulgo necio ignora, rey que no sólo le colma de honores, sino que
le casa con su propia hija, haciendo además al panadero, su visir.
Una vez rey, Abdalah de la Tierra es invitado por su tocayo Abdalah del Mar a
visitar aquellos extensos dominios acuáticos, para lo cual le unge con cierto unto
que le permite penetrar en ellos sin ahogarse. Por cierto que todas las ciudades
marinas que visita ve un mundo semejante al de aquí arriba, donde se vive en el
más perfecto comunismo y donde rigen los mismos prejuicios que entre los
terrícolas, como lo prueba el asombro que las gentes aquellas experimentan al ver
un ser humano ¡tristemente desprovisto de cola!, cosa que produce, naturalmente,
una hilaridad sin limites …
Esta séptima versión recibe un desarrollo verdaderamente admirable en uno de los
cuentos más clásicos de Las mil y una noches, que es el de “El príncipe persa Beder
y la princesa marítima Giauhara”, que habremos de ver en su día.

VERSIÓN OCTAVA, EN EL TEXTO SIRIO


Finalmente, la completísima obra de Mardrus-Blasco Ibáñez, da una versión más
del célebre cuento, en el tomo XI, bajo el título de “Historia de Juder el Pescador, o
el saco encantado”, historia cuya segunda parte ya fue dada a conocer en el
capítulo II, tocándole ahora el turno a la primera parte, donde se nos cuenta que
Omar, el pobre mercader de El Cairo, tenía tres hijos: Salem, Salim y Juder.
Temiendo el odio que mostraban a éste último sus otros dos hermanos, antes de
morir, hizo cuatro partes de su hacienda, dando tres a los tres hijos y la cuarta a su
mujer. Salem y Salim, que eran muy perversos, pronto se gastaron su herncia y
pusieron pleito a Juder su hermano, hasta despojarle injustamente de todo su
haber. No contentos con su hazaña, maltrataron y despojaron también a la madre,
quedando así todos igualados en la miseria.
Juder, para alimentarse y alimentar a la anciana, se hizo pescador, y ésta última,
como madre al fin, todavía continuó alimentando a los dos malvados aquellos, con
gran gusto por parte del compasivo Juder.

Cierto día en que Juder no habia podido pescar nada, tropezó con un panadero
compasivo que le prestó pan para que comiese él y los suyos, e igual le aconteció
en los siete días siguientes. Al octavo día se dijo para sí:
-¡Hoy iré a pescar al lago Karún, donde acaso esté mi Destino!
En efecto; ya en la orilla del misterioso lago, se le acercó en su mula un maghrebin
con su regio traje, quien le dijo:
-Si quieres alcanzar ventajas inmensas, obedéceme y, atándome atrás los brazos,
échame de cabeza al lago. Si ves luego aparecer una mano mía fuera del agua,
sácame; pero si ves aparecer mi pié, déjame por muerto, y, sin inquietarte lo más
mínimo, coge mi mula y vete al judío Sha-maya, quien te dará cien dinares por
ellas, si sabes guardar el secreto.
Juder obedeció; el maghrebin fue echado por él de cabeza al lago, sin que volviese
a aparecer. Cogió, pues, la mula y laq vendió al judio, regresando a su cassa feliz
por poder llevar aquella riqueza a los suyos, sin reservarse lo más mínimo.
Torna Juder al otro día al lago y se le reproduce, punto por punto, la escena
anterior con un segundo maghrebin, hermano del primero. Al regresar Juder a casa
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con sus otros cien dinares, la madre, alarmada ante tanta riqueza, le obligó
a revelarla todo, por lo que ella le prohibió que volviese al lago Karún; pero él
volvió al otro día, aconteciéndole identica aventura con un tercer maghrebin, y con
enorme sorpresa vió esta vez que en lugar de asomar los pies del ahogado, como
los de sus dos hermanos anteriores, asomaron entrambas manos, y Juder, con sus
redes, le sacó a la orilla. En las manos del hombre vió dos peces rojos como el
coral, que se apresuró a meter en los dos botes de cristal que aquél trajera antes, y
con muestras de grandísima alegria empezó a besar y abrazar a su salvador, con
inmensa sorpresa de Juder, que no sabía cómo explicarse todo aquello. El
maghrebin le sacó pronto de dudas diciéndole:
-¡Oh, salvador Juder! Sabed que los dos hermanos míos que se ahogaron se
llamaban Abd Al-Salam y Abd Al-Ahad y yo me llamo Abd Al-samad (1). El judío, no
es tal judío tampoco, sino otro hermano nuestro. Sabed, además, que nuestro
padre Abd Al-Wadud era un inmenso mago que enseñó a sus cuatro hijos la Gran
Ciencia y el arte de descubrir los tesoros ocultos, con lo cual logramos someter a
nuestras órdenesnmalos genni, a los mareds y a los efrites. Al morir nuestro padre,
dejándonos tesoros infinitos reñimos por la posesión de sus preciados manustricos,
especialmente por el inapreciable de los Anales de los Antiguos, que resuelve todos
los enigmas de la tierra, el mar y cielo y donde nuestro padre hubo de agotar su
ciencia prodigiosa. Evitando el que llegásemos a las manos, se nos presentó de
epente el jeque Cohén “el Cainita”, el cual, incautándose del libro, nos dijo:
(1) ¡Otra vez, y siempre aparece el “Shamano” o cultivador de la Religión Primitiva del Espíritu.

-Hijos míos, yo no puedo favorecer con nada a uno de vosotros en daño de los
otros tres. Así que, el que haya de ganr su posesión ha de traerme antes el tesoro
de Al-Schamardal, consistente, en una esfera celeste, con la que se puede, sin
cambiar de sitio, visitar todos los puntos del Universo, para lo que basta tocar con
el dedo el punto al que se desea volar; una redomita llena de khol, con cuyo líquido
basta frotarse los párpados para ver el sitio donde yacen los tesoros ocultos; un
alfanje o espada mágica de la que brotan llamas que abrasan al punto al enemigo;
y, por último, un anillo con el que todo lo creado se somete docíl a la voluntad de
su afortunado poseedor. Ya lo sabéis, pues, quien triunfe será el amo del libro, y el
que fracase nada podrá reclamar. ¿Aceptáis el trato? Pues sabed entonces que el
tesoro de Schamardal se halla hoy detentado por los dos hijos del rey Rojo. Vuestro
padre quiso poseer aquellos tesoros, pero, en el momento de ir apoderarse de
aquellos, se le escaparon en forma de peces al fondo del lago Karún, no lejos de El
Cairo, sin que aquel santo, por estar también encantado el lago, pudiese coger a
los dos peces. Yo, al oír sus quejas, hice mis cálculos astrológicos, de los que
deduje que el tesoro codiciado sólo podía obtenerse por cierto pescador llamado
Juder ben Omar, quien había de echarnos de cabeza al lago Karún, para luchar con
los dos hijos del rey Rojo, y allí vencer o morir.
-Ya lo sabes todo, Juder -terminó Abd Al-Samad-. Los dos hermanos nuestros
perecieron; el cuarto, que no quiso intentar la aventura, es el supuesto mercader
judío. En cuanto a mí, ya me ves triunfante, gracias a cierto conjuro mental que me
permitió desembarazarme de mis ligaduras en el momento supremo y apoderarme
de los dos hombres-peces que acabo de encerrar y sellar con el gran sello. Así,
reducido a la impotencia a aquellos dos malvados, que son dos efrites poderosos.
¡Me pertenece, pues, al fin, el maravilloso tesoro de Schamardal! Si quieres, puedo
llevarte conmigo. Es más, eres indispensable, al tenor de la profecía del
sapientísimo Cohén, y debes acompañarme para ello al Maghreb en el sitio llamado
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de Fas y de Miknás y seremos como hermanos en Alah.
Juder aceptó la oferta con júbilo. Despidiose de su madre y hermanos y en unión
de Al-Samad partió para el Maghreb. Así que partieron, el buen joven sintió hambre
y vió, sorprendido, que Al-Samad le decía:
-No te quedes corto. Pide lo que quieras, por raro y regalado que sea.
-¿Cómo tal -replicó Juder- si no te he visto proveerte de manjar alguno?
-Porque no es necesario. Pide lo que desees, repito, que el saco encantado
proveerá.
Y, en efecto, el joven empezó a enumerar hasta veinticuatro platos, los más de su
gusto, viendo, con asombro, que uno a uno, en fuentes de oro, los iba sacando Al-
Samad.
-No te extrañe -añadió- A este encantado saco le sirve un efrite poderoso. Si lo
deseasemos, en el acto nos serviría mil manjares chinos, hindues, egipcios, sirios
etc. De igual modo nos puede proporcionar todo genero de bebidas, ya que el Arte
Mágico es omnipotente. Otra cosa: ¿Sabes el camino que llevamos recorrido de El
Cairo a aquí?.
-No. Pero presumo que muy poco, pues no hace dos horas que caminamos
-respondió Juder.
-Pues te equivocas -contestó Al-Samad, dando a sus palabras la entonación más
solemne-: esta mula en la que cabalgamos es una gennia poderosa que en dos
horas nos ha hecho recorrer el camino de dos meses, pues en un día suele hacer
un año de camino.
Así continuó el viaje. Al anochecer llegaron los dos viajeros a una linda casita, en la
que salió a abrirles una joven más hermosa que la Luna y grácil cual gacela, quien
miraba al guía con la veneración que a un maestro. Por dentro la casita era más
rica y suntuosa que el mejor de los palacios de los reyes. El anciano Al-Samad
cogió el saco, dió dos palmaditas a la mula en el anca y ésta desapareció bajo
tierra. No hay que añadir que, gracias al saco encantado, la cena y el lecho fueron
suntuosísimos.
Juder y Al-Samad gozaron de aquellas delicias durante veinte días. Al amanecer el
día veintiuno, éste le dijo a aquel que era llegado el momento de conseguir el
tesoro de Shamardal. Fueron, pues, a extramuros de la ciudad, en los que, al
punto, se les presentaron dos mulas y dos esclavos negros. Caminaron hasta el
mediodía. A la orilla de un río echaron pie a tierra, los negros aportaron y armaron
una gran tienda, que el saco encantado se encargó de alhajar suntuosísimamente.
El maghrebin puso ante sí los dos botes con los peces, y despues de recitar ciertos
conjuros mágicos, hasta que los dos peces se haratron de gritar pidiendo
compasión. Saltando en pedazos los dos botes, aparecieron los peces
transformados en humildes personajes a los pies de Al-Samad. Éste les exigió el
inmediato cumplimiento de la entrega del tesoro y, después que lo hubieron jurado,
ambos desaparecieron en las aguas del río. El maghrebin encendió fuego con sólo
soplar una vez sobre los fríos carbones. Sobre el fuego quemó incienso, y antes de
proceder a la consiguiente operación mágica que no se podía interrumpir, instruyó
de este modo al joven:
-Bajo la acción de las mágicas formulas, el río comenzará a disminuir hasta quedar
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seco completamente el cauce. Entonces verás en el talud una gran puerta de
oro. Llamarás suavemente a ella y al tercer aldabonazo, diciendo que eres Juder
ben Omar, el pescador de El Cairo, te abrirá la puerta un fiero personaje, que, para
probarte, te dirá que consientas en dejarte cortar la cabeza. Si sientes miedo te la
cortará en efecto, pero si te prestas dócil, él será, por el contrario, quien caerá
muerto a tus pies. Luego de esto, llamarás con un solo aldabonazo a la segunda
puerta, donde un jinete amenazará ir a traspasarte con su lanza. Presentale el
pecho sin temor, y él caerá muerto a tus pies. Ya entonces en la tercera puerta te
acontecerá igual con un arquero. Más adelante, en la cuarta puerta, un león saltará
sobre ti en actitud de devorarte; en la quinta te asaltará también un formidable
negrazo; en la sexta, dos enormes dragones de fuego tratarán de detenerte con el
terror. Si vences, unos tras otros, a estos enemigos mostrándote impávido y pronto
al sacrificio, tras la séptima y última puerta veráss que en persona te aguarda, al
parecer, tu propia madre y te dará la bienvendia. No lo creas, sin embargo, y, por el
contrario, hazla desnudar, pese a sus protestas, y entonces la verás esfumarse cual
vana sombra contrahecha. Tras la puerta séptima hallarás montañas de oro y
pedreria, a los que no prestarás la menor atención, dirigiéndote derechamente a un
camarín tras cuya cortina verás aposentado en soberbio trono de oro al gran mago
Schamardal, dueño del tesoro. Sobre su cabeza brillará la esfera celeste, en su
cintura el alfanje maravilloso, en su dedo el anillo y en su cuello la redomita de
khol. Apodérate al punto, sin vacilar, de esos cuatro objetos preciosos y date prisa
a salir con ellos. Te prevengo por úlltimo, que si olvidad alguna de mis indicaciones
te expones de un modo increible. Los personajes que te saldrán al paso no son sino
vanos fantasmas a quienes daría vida tu propio temor.
Dicho esto, Al-Samad comenzó sus operaciones mágicas, y se verificó lo que había
predicho. Puerta tras puerta, fue Juder venciendo todos los obstáculos, hasta llegar
a la séptima, en la que apareció el fantasma de su madre, despojándose bajo la
orden de Juder de todas sus prendas de ropa, salvo las más intimas , Y aquí fue el
engaño del joven, puesto que, al transigir en aquello que parecía una cosa hija del
natural respeto, fracasó, desobedeciendo a su Maestro. Después de ser apaleado
por la contrahecha arpía, tuvo que salir por pies y esperar un año entero en la
ciudad de Fas y al lado de Al-Samad la ocasión de tentar de nuevo las pruebas
aquellas. Sin embargo, al año justo dióles cima a todas y, tal y como el sabio Al-
Samad había predicho, rescató las cuatro grandes joyas mágicas del tesoro de
Schamardal. Al-Samad, agradecido, le ofreció al joven que tomase de estas últimas
las que quisiese, pero él, como hombre al fin, se hubo de limitar a pedir el saco
mágico de donde había visto extraer durante más de un año las más inverosímiles
y estupendas maravillas.
En cuanto a este saco prodigioso y las cosas que con él logra el buen Juder, nos
remitimos a lo que sobre él llevamos dicho en el Capítulo II de este libro. Por
supuesto que, como todas las cosas de la Magia, el saco en cuestión se esfuma y
desvanece ante la mísera realidad de aquí abajo entre los mortales, como se
esfuman y borran todas las riquezas del Hada-imaginación bajo el hábito deletéreo
de nuestras animales impurezas, cosa harto relatada también en diversos pasajes
de Las mil y una noche, tales como aquel del texto de Mardrus en que otro saco
semejante es robado por un kurdo a un comerciante, y cuando, en la disputa,
camparecen ante el kadí (juez) diciendo que contiene toda clase de tesoros y hasta
ciudades opulentas, abierto a la presencia judicial resulta encerrar tan sólo unas
cáscaras de naranja y unos huesos de aceituna.
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VERSIÓN NOVENA EN LOS “PLIEGOS DE CORDEL” ESPAÑOLES

La notabilísima y poco estudiada literatura popular española llamada de las


“historias de ciegos” o “pliegos de cordel” (que no son sino versiones demopédicas
de Las mil y una noche, ora de la Edad media y bajo la influencia de la cultura
árabe, ora acaso muchísimo más antigua y con cargo a la discutida época
antehistórica en que los parsis vivieran en nuestra Peninsula, contiene la deliciosa
versión siguiente, que no es para dejar inadvertida:
“Juan el Pescador vivía sólo con los rendimientos de su oficio, los productos del
agua. Cierto día experimentó singular asombro al pescar un enorme pez, y su
asombro subió de punto al advertir que el tal pez le comenzó a hablar de las cosas
más extrañas del mundo. Acobardado ante semejante prodigio que no podía
entrañar cosa buena, se apresuró a devolver el pez al río; pero su hijo Juanillo,
experimentando la atracción de lo desconocido tan natural en la edad juvenil,
arrojóse sin titubear en pos del misterioso habitante de la aguas, quien en un abrir
y cerrar de ojos se lo engulló entero.
Aturdido Juanillo, no se pudo dar cuenta entonces de su situación, ni menos
calcular luego el tiempo que en el vientre del animal estuvo. Cuando pudo volver en
sí de su desmayo hallóse completamente solo en un encantado y cristalino palacio.
Las maravillas que al palacio adornaban eran tantas y tales, que no son pueden ser
descritas. Pero ellas no fueron bastantes, con todas sus delicias encantadoras, para
calmar la honda tristeza del mancebo al verse así aislado de todo trato de gentes y
de todo cuanto él conociera del mundo.
Un amable gigante le asistía y trataba a cuerpo de príncipe. Servíale los mejores
manjares, los vinos más aromáticos y generosos, y, en una palabra, cuanto
apetecer pudiesen sus más refinados gustos y sentidos. También andaban por allí
tres hermosas palomas, que al parecer eran nada menos que tres ilustres damas,
quienes yacían allí encantadas quien sabe cuantos milenios. El gigante las infundía
pavor inmenso y le huían a más no poder.
La vida de Juanillo se deslizó monótona, aunque no infecunda, en aquel elocuente
aislamiento por tiempo que él no acertara a medir, ya que dicho encantado mundo
estaba harto más lejos de lo que humanamente puede concebirse.
El gigante pese a su severa traza, era bueno, compasivo, y la tristeza de Jaunillo,
principalmente al acordarse de su pobre padre que quedara desampardo en el
mundo, hubo de hacer mella al fin en su corazón. Cierto día, pues, concedió a
Juanillo permiso para tornar al mundo de los mortales y consolar a su anciano
progenitor. Sin embargo, dentro del severo régimen de aquella prisión dorada, el
permiso era corto. Los autores cuentan que no excedió de un par de días.
Para facilitarle el viaje de ida y vuelta, el gigante le deparó un ágil y dócil caballo
blanco, de lo más inteligente que darse puede entre solípedos. Juanillo, alegre,
tranquilo y hasta agradecido, emprendió como Dios le dió a entender el camino de
casa, guiado más que nada por el instinto singular del noble bruto. Tan íntima
solidaridad hubo de establecerse durante el viaje entre caballo y jinete, que
parecían formar una sola pieza. Así, cuando tuvieron que pasar un caudaloso río, a
cuya otra orilla paraece ser comenzaba el mundo de los mortales, Juanillo, sin
desmontar siquiera, penetró en una barcaza que la casualidad oportunamente le
deparase. El barquero, les saludó con todo respeto luego que les hubo
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desembarcado.
No le trataron igual al pobre Juanillo no bien pisó en firme en la otra orilla. Alguien
que le vigilaba, le prendió inmediatamente por sospechoso.
Juanillo gritó, pidió auxilio contra tamaña injusticia; pero cual no sería su sorpresa
al ver a su padre, su querido padre, a quien buscaba anhelante, le oyó y le
restituyó la libertad perdida. La natural emoción de padre e hijo al verse de nuevo
unidos excedió a cuanto puede ponderarse. La alegría de entambos trascendió muy
pronto a todos, y el pueblecillo ribereño fue al instante una viva fiesta de danzas,
juegos y festines.
Tales y tan sugestivas resultaron, en efecto, aquellas fiestas, que el desventurado
mancebo, pese a sus anteriores propósitos, fue infiel a sus compromisos, y la
última hora del plazo del permiso sonó sin que el incauto lo advirtiera.
Cuando cayó en la cuenta, el plazo era ya pasado. Acobardado, se apresuró a dar a
su padre el abrazo de despedida, y retornó al lugar donde antes dejase su caballo.
Su primera contrariedad fue hallarle convertido en manso y tardo buey, que, en
lugar de llevarle rapido al palacio, aún le hizo retrasarse otro buen par de días. La
fatalidad más cruel parecía castigar al olvidadizo mancebo. La barcaza, antes tan
adornada de flores y aderezos, hallóla toda cubierta de luto. Al llegar al palacio
sufrió yambién una horrible caída.
El castigo no se hizo esperar por falta, al parecer, tan nimia. Enfurecido el gigante,
le desterró de aquel misterioso paraíso, convirtiéndole en un oso rapaz y
sanguinario.
Así vagó por selvas, montes y precipicios, días y días, hasta que de repente -la
historia no dice cómo, pero es probable que a costa de sufrimiento- se vió
restituído a su estado prístino, con el gozo que es de presumir.
Al par que recobraba su antiguo estado, tres horribles fieras le salieron al
encuentro: un tigre, una pantera y un león, que acababan de devorar un tímido
corderillo.
Quiso Juanillo huir, mas en vano. El león se le tragó en una pieza.
Juanillo era, por lo que se ve, un hombre de recursos extremos, y ya dentro de la
fiera, consiguió, no sin trabajo, darla un colosal mordisco en el corazón, con lo que
la alimaña pronto quedó sin vida. Juanillo no tuvo necesidad luego de esperar otra
cosa que a que el cuerpo de la fiera se pudriese.
La alegría con que, ya libre, se dirigiera a su hogar, la puede el lector colegir.
Pero el lugar estaba lejos, y tras las penurias de una jornada inacabable, el hambre
y la fatiga le rindieron, por último. Las aves del cielo hicieron presa de sus
despojos. Sin embargo -y aquí está el toque de tan paradójico fin de Juanillo-, es
fama que uno de aquellos fúnebres pajarracos le arrebató por los aires, sin que
desde entonces se haya vuelto a saber su paradero.
La historia sólo cuenta que el pobre Juan, el viejo, murió de pena al ver de tal
modo arrebatado a su hijo hacia una región desconocida, natural consecuencia de
los temerarios atrevimientos del mancebo …

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Juan el pescador, como todos los seres del planeta, vivía solo del agua y sus
productos, porque es fácil demostrar, dentro del más extricto criterio positivista,
que el agua, prototipo de la vida terrestre, es la clave fundamental de todos los
vitales proteísmos (tendencia a asumir muchas formas diferentes).
El anciano pescador y su hijo son el símbolo sempiterno de la edades humanas; el
contraste fiel de lo viejo y rutinario con lo nuevo e innovador. Así, que al pescar
del fondo del río al extraño animaluco parlante, el viejo arroja a su elemento, lleno
de terror ante sus prodigios; pero el joven, sugestionado por el horizonte de
misterios que el prodigio solapa cierra los ojos a la inerte prudencia, e irreflexivo,
atraído por seducción inexplicable, se lanza en su seguimiento … Tal es la
realidad de la vida: lo que las limitadas fórmulas de cada tiempo rechazan a título
de una razón fría, no animada de los cálidos impulsos de la imaginación y del
sentimiento, eso mismo es lo que el progreso de los tiempos exige. Pero las
pasiones más nobles nada son en definitiva, ni significan nada sin el raciocinio,
hijo unigénito de la experiencia, y de aquí la inextricable contextura de pruebas y
dolores que a la pasión se siguen, sacrificios encaminados todos a la depuración
final de las pasionales escorias, una vez cumplida su misión impulsora de los
progresos de la razón hacia la Verdad Suprema, que es su meta inasequible.
El extraño habitante de las aguas -pez o ballena- guarda en el mito que nos ocupa
un perfecto paralelismo con aquella ballena que tragara al profeta Jonás para
iniciarle en los más altos misterios, cosa que nos enseña, dicho sea de paso, de qué
modo debemos considerar el gran monumento judaico de la Biblia, objeto durante
siglos infantiles, de ciega credulidad ad pedem literae, con carnales interpretaciones
que la denigran, y blanco, luego, de aceradas sátiras, harto justificadas por estas
interpretaciones groseras, que, sin embargo, tan lejos se hallan en verdad de su
honda filosofía, envuelta en los ropajes del mito. La biblia simboliza en efecto,
para el pueblo de Israel un conjunto de mitos inexplicados, análogos en el fondo a
los que ahora estudiamos y, en general, a los de todos los pueblos, como
emanados de una Revelación, una Síntesis cientifico-religiosa arcaica, que el
cretinismo de aquellas edades infantiles de nuestra quinta raza se encargará de
corromper más y más hasta el momento en que la sacase del fango la crítica
filosófica de nuestras edades más cultas. El desarrollo de nuestra fábula se
encarga de ir demostrando lo que decimos. El paralelo ibero-judaico, en efecto,
continua.
La sugestión de lo desconocido, que atrae a la Humanidad allende las
limitaciones de lo prohibido, hace que Juanillo se arroje al mar, ni más ni menos
que lanzase a Adán y Eva a comer de la prohibida fruta de un árbol paradisiaco,
tesoro de la ciencia de lo malo y de lo bueno, de lo grato al paladar y de lo que
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luego al vientre amarga, según la frase del Apocalipsis.
Lo que busca Juanillo con seguir al animaluco del misterio no le es fácil colegirlo;
pero él, sin duda, busca algo en el fondo de aquel mar donde su pasional
inconsciencia le precipita, y este algo no es otra cosa que los salomónicos tesoros
del saber oculto, encerrados todos en el símbolo exagonal de su anillo, y con el
anillo perdido cuando alguien arrojase al mar semejante joya mágica, a la muerte
del rey del matemático símbolo. Y he aquí cómo nuestros propios mitos se
entrelazan también entre sí gracias a la más perfecta clave judaica que les explico.
Puede verse, efectivamente, que una de las pruebas, en el mito de Blanca-Flor, fue
la de que extrajese el príncipe del fondo del mar el anillo de los prodigios que
malvadamente usufructuase el ogro, el mago negro.
Juanillo se halla de manos a boca con un palacio idéntico al de nuestros
inestudiados libros de Caballería, con tanta ligereza tratados por el gran
Cervantes en su Don Quijote, y análogo el del encantado de Psiquis cuando seres
invisibles la servían los manjares más exquisitos.
La parte en que Juanillo regresa a sus lares gozando de un corto permiso, es
alusión muy clara a la contextura especial de nuestro mecanismo órganopsíquico,
que exige ser integralmente atendido en todo su complejo funcionamiento para
lograr esa armonía de gran conjunto que en ciencia se llama proceso fisiológico,
que harto bien se enseña en Filosofía Yoga al recomendarse por igual el
cumplimiento de los grandes y los pequeños deberes: los del vigor de la mente y
los de higidez (salud) del instrumento corpóreo; algo, en fin, de esa higiene
integral, moderamente entrevista ya, que nos salva de morbosidades deprimentes,
cuando de teratológicos (malformaciones) crecimientos solo conducentes a la
ruina del ser humano conjunto, según nos demuestran los recientes estudios
positivistas de la enfermedades de la razón, de la memoria, de la fantasia … He
aquó por qué el sabio gigante permite el retorno, la reencarnación, por decirlo así,
del simpático Juanillo. Debe él volver al pequeño mundo por meros días, pues
que desde su proeza su verdadero reino no es ya sino temporalmente de aquel
ínfimo valle de dolor y de destierro.
No digamos nada, por no ser necesario, de la analogías del gran río pasado por
Juanillo, con aquel Aqueronte que el viejo Carón atravesaba llevando en su
barcaza a las almas de una a otra orilla, ni de la analogías del mancebo y su
caballo con aquellos famosísimos centauros hombre y caballo en una pieza, que la
tradición nos ha legado como símbolo perfecto del ser humano, hombre y animal
a un mismo tiempo. La seducción que ejerce sobre Juanillo el retorno a la vida
entre los suyos es idéntica a la de todas las leyendas y poemas: la de Ulises, por
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Circe; la de Telémaco, por Calipso; la de las Sirenas, la de Scila y Caribdis,
la de todas las Capuas afeminadoras de más o menos legendarios Aníbales. El
mito expresa muy bien las pérdidas de las oportunidades de progreso que de ello
subsiguen y la redención por un mayor sacrificio.
No bien recupera Juanillo se prístina condición humana, tres fieras, las mismas
que quisiesen atajar el paso de Dante en su genial visita a las regiones eternass, las
mismas de los castillos encantados, pretenden detenerle en su marcha progresiva
con cuantos horrores y engaños al astral caracterizan. El más noble de aquellos
brutos, el león, se le traga como símbolo de una nueva encarnación, que reviste a
Juanillo de carne animal nueva; pero las luces recibidas en sus iniciaciones
anteriores esclarecen su mente, sugiriéndole el medio de romper sus prisiones
groseras, hiriendo al animal en el mismo corazón, esto es, matando el egoísmo,
con lo cual la definitiva transfiguración de Juanillo no se retrasa ya más que el
tiempo necesario para la putrefacción de las viejas vestiduras, finalizado el cual es
arrebatado triunfalmente por las aves celestes a moradas más excelsas, como
Enoch y como Elías.

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