8.- Cortés Moreno, M. (2000): “Sobre la adquisición de la prosodia en la lengua
extranjera: estado de la cuestión”. Didáctica (Lengua y Literatura), 12: 91-119.
Universidad Complutense de Madrid. Disponible en la Red:
http://203.68.184.6:8080/dspace/handle/987654321/269
SOBRE LA ADQUISICIÓN DE LA PROSODIA EN LA LENGUA EXTRANJERA:
ESTADO DE LA CUESTIÓN
MAXIMIANO CORTÉS MORENO
Universidad Wen Tzao, Taiwán
0. PRESENTACIÓN
Este artículo está basado en uno de los capítulos de nuestra tesis
doctoral (1999a), dirigida por el Dr. Francisco José Cantero, a quien
aprovechando la ocasión, agradezco en extremo sus sabias indicaciones en
esta parte de la investigación.
Como punto de partida tomamos la adquisición de la acentuación y de la
entonación en la lengua natal (L1), pero la investigación se centra en la
adquisición de estos fenómenos en una lengua extranjera (LE). Pasamos
revista a varias teorías relacionadas con la adquisición de la LE: el
Análisis Contrastivo, la transferencia, el Análisis de Errores y la
Hipótesis de la Interlengua, ciñéndonos siempre al ámbito fónico, sobre
todo, al ámbito prosódico.
1. PUNTO DE PARTIDA: EL CASO DE LA L1
El método básico que emplea el niño en la adquisición de la pronunciación en su L1 es la imitación de sus interlocutores: madre, padre, hermanos,
abuelos... Ahora bien, la repetición del niño no es indiscriminada o
sistemática (como la de una máquina), sino selectiva, "centrada en los
elementos que está aprendiendo en esa etapa" (Lightbown & Spada, 1993: 3).
No basta con que el niño oiga hablar su lengua nativa (p. ej., en la
radio o en la televisión). Para aprenderla, es preciso que interactúe
verbalmente con otros miembros de su comunidad lingüística, quienes
(contrariamente a esos aparatos) le piden y le ofrecen aclaraciones o
reajustes lingüísticos (Lightbown & Spada, 1993: 14). Este tipo de
negociación y de retroalimentación (feedback) constituye un valioso
instrumento para el progreso lingüístico en la L1, y cabe pensar que también
para el aprendizaje de una LE. Por ello, las fuentes impersonales de lengua
(casete, vídeo, ordenador...) son un ventajoso complemento en el aprendizaje
de una LE, pero en modo alguno un sustituto de un nativo.
En nuestra cultura occidental tanto el discurso dirigido a los nativos
de corta edad (baby talk) como el habla dirigida a los extranjeros
(foreigner talk) se caracterizan por una serie de modificaciones, cuyo
objetivo común es facilitar la comunicación con los interlocutores. Entre
los aspectos modificados se encuentra precisamente la entonación. En el
ámbito fónico, son habituales las siguientes adaptaciones (cfr. LarsenFreeman & Long, 1991; Lightbown & Spada, 1993: 14):
-
esmero en la articulación y vocalización,
ralentización del tempo de elocución,
pausas más abundantes y más largas,
acentos más marcados,
1
- exageración en la entonación,
- registro más alto (aproximándose al tono normal del niño).
Según Hochberg (1988: 683), no aprendemos la posición del acento
palabra por palabra, sino que adquirimos una serie de reglas. Ahora bien, es
improbable que el niño pueda adquirir esas reglas de un modo abstracto.
Entendemos que el proceso debe partir de datos concretos, es decir, el niño
precisa escuchar un número suficiente de palabras para ir descubriendo
analogías, generalizar, formular hipótesis, confirmarlas, desecharlas,
reformularlas, etc. (cfr. Gimson & Cruttenden, 1994: 215)1. Como punto de
partida, es axiomático que el niño detecta la vocal prominente en cada
palabra fónica (cfr. Cantero, 1995), o sea, discrimina entre sílabas
acentuadas e inacentuadas.
En varias lenguas observadas -entre ellas, el español- en la etapa
inicial de adquisición de la L1 el niño tiende a omitir las sílabas
anteriores a la acentuada, pero no las posteriores, p. ej., serpiente
pronunciada como *pente. La hipótesis de Archibald (1995: 103) es la
siguiente: en el análisis acentual de la palabra el niño procede de derecha
a izquierda hasta que descubre el acento, momento en que cesa la búsqueda.
La zona de la palabra no rastreada será más proclive al olvido que la zona
ya explorada.
Según Hochberg (1988), a la edad de tres años los hispanohablantes
nativos ya hemos adquirido las reglas de acentuación en nuestra L1. Según
Pollock et al. (1993: 197-8), a la edad de tres o cuatro años los niños
anglohablantes ya producen patrones de acentuación casi como los de los
adultos. Y según Schmid (1986: 185), alrededor de los cinco años los nativos
suecos ya tienen un dominio pleno del fenómeno.
Tradicionalmente se viene afirmando que la entonación es el primer
componente lingüístico que adquieren los niños (Gibson, 1972: 10; Crystal,
1981: 137; Konopczynski, 1991: 174; Lyons, 1981: 254; Neppert & Pétursson,
1992: 133). Ello es verosímil, habida cuenta de que la entonación desempeña
"un importante papel en la adquisición del lenguaje" (Battaner et al., 1985:
132). La segmentación del discurso en oraciones, sintagmas, palabras, etc.
le facilita al niño el procesamiento de la sintaxis. En dicha segmentación
son decisivas tanto la acentuación (Archibald, 1995: 82) como la entonación
(Bolinger, 1978: 514).
Salvo casos excepcionales (p. ej., James, 1988: 154, quien antepone la
adquisición de los sonidos a la de la prosodia en la L1), por lo general
(Jakobson, 1971-88, tomo VII: 170; Bolinger, 1978: 514; Schmid, 1986: 208;
Salcioli, 1988: 56-7), se estima que la adquisición de la prosodia es previa
a la de los sonidos. No obstante, al hablar de adquisición, conviene
puntualizar si se trata de capacidad de producción o sólo de percepción, si
la adquisición de un aspecto determinado ya se ha completado o sólo han
aparecido los primeros indicios, etc.; p. ej., según los estudios realizados
sobre la acentuación y el ritmo en lenguas como el inglés y el griego, a los
dos años ya se han andado los primeros pasos, pero hasta los doce años no se
puede hablar de un domino pleno en la percepción y en la producción
(Crystal, 1986: 191). Así, se comprende que la edad que determinan unos y
otros autores respecto de la adquisición de la prosodia en la L1 no siempre
se aproxime.
Basándose en varios estudios de otros autores, Crystal (1986: 196)
manifiesta que la adquisición plena de la entonación probablemente se
1
También de ese modo es como conciben el proceso de adquisición de la LE
Lehtonen & Sajavaara (1984: 97): "el sistema opera de lo concreto a lo
abstracto".
1
prolongue hasta la pubertad. Coincidiendo con esta teoría, Gérard & Clément
(1998) afirman que a la edad de nueve años los francohablantes aún no tienen
la competencia entonativa tan desarrollada (en el plano perceptivo) como los
adultos.
Crystal (1987: 241) puntualiza que a una edad temprana los niños ya
tienen un cierto dominio de los patrones de entonación (las formas), pero
para la adquisición de la amplia gama de funciones asociadas a ellos son
precisos varios años más. Esta misma postura la resume Cruttenden (1986:
173) en la siguiente cita:
"Aunque algunos usos de la entonación se desarrollan a una edad
temprana [...], a los diez años los niños todavía no manejan el
significado de la entonación con el mismo dominio que los
adultos".
La razón de que los múltiples aspectos de la entonación se vayan
adquiriendo progresiva y no simultáneamente es lógica: el fenómeno de la
entonación
viene
determinado
por
factores
de
orden
lingüístico,
paralingüístico e incluso pragmático (cfr. Shen, 1990a: 1). Por supuesto, un
niño de tres o cuatro años sabe enunciar, preguntar y exclamar. Sin embargo,
estas funciones básicas de la entonación se implementan de modo distinto,
según la situación de habla (una fiesta familiar, una reunión profesional,
una conferencia, etc.). Existen funciones lingüísticas que de ordinario un
niño no cumple (p. ej., reservar una habitación de hotel), actos de habla en
los que nunca participa (p. ej., preguntar las tarifas de cada temporada) y
relaciones que nunca experimenta (p. ej., jefe-cliente). Debido a los
ámbitos comunicativos limitados en que el joven hablante se desenvuelve,
todavía no tiene ocasión de practicar determinados patrones de entonación
(p. ej., de cortesía).
Por encima de todo convendría definir qué se entiende por adquisición
de la entonación: ¿captar el valor de uno o dos contornos entonativos?, ¿ser
capaz de imitarlos tras el modelo de un adulto?, ¿ser capaz de producirlos
en diferentes situaciones? (cfr. Cruttenden, 1974: 221).
Ciñéndonos al caso de la entonación española, y basándonos en un
experimento propio (el nº. 6 de 1999a), sostenemos que la entonación no es
un fenómeno lingüístico fácil y rápido de adquirir en la L 1. Admitimos que
su adquisición se inicie a una edad temprana (menos de un año), pero es
altamente improbable que llegue a completarse ya en la pubertad. Así, no es
de extrañar que sea uno de los componentes que mayores dificultades le
plantean al adulto (¿el más difícil?) en el aprendizaje de una LE (cfr.
Carduner & Hagiwara, 1982: 53; Joly, 1987: 37).
A pesar de todo, no negamos que pueda existir un período sensible en
la adquisición de determinados aspectos de la entonación en una LE.
En suma, conviene revisar la hipótesis de que los niños adquieren a
una edad temprana y con suma facilidad los fenómenos suprasegmentales. No
todas las afirmaciones en ese sentido están basadas en datos empíricos; en
varios casos se fundamentan en observaciones impresionistas de un único
informante. En un experimento propio (el nº. 6 de 1999a), llevado a cabo con
25 informantes y 60 oyentes, constatamos cómo la capacidad perceptiva de la
entonación de la L1 sigue progresando (completándose) incluso después de los
veinte años de edad.
2. LA HIPÓTESIS DEL PERÍODO SENSIBLE
para
La hipótesis generalmente aceptada es que existe un período crítico
la adquisición del componente fónico en la LE -segmentos y
1
suprasegmentos (Shen, 1990b: 121)-, aunque no para la de otros componentes
(léxico, gramatical, etc.) (Scovel, 1995: 170). La edad en que concluye
dicho período es objeto de discrepancias; p. ej., para la adquisición del
componente fónico, alrededor de los dieciséis años, según Cauneau (1992:
39).
Uno de los pilares en que se sustenta la hipótesis del período crítico
(o sensible) es el concepto de la lateralización cerebral (Lenneberg, 1967).
Sin entrar en los pormenores, tan sólo nos interesa destacar el diferente
procesamiento de que es objeto el lenguaje adquirido en los primeros años de
la vida y después de una cierta edad. Para ello nos remitimos al estudio de
Kim et al. (1997), quienes, sirviéndose del sistema de conversión de
resonancias magnéticas en imágenes (magnetic resonance imaging), determinan
el espacio físico que ocupan en la corteza cerebral la L 1 y la L2 en una
serie de bilingües (de diferente L1 y L2 en cada caso). Los resultados
muestran que en los bilingües precoces (quienes han aprendido ambas lenguas
en la infancia) las dos lenguas comparten prácticamente el mismo espacio en
el área de Broca (lóbulo frontal), mientras que en los bilingües tardíos
(adquisición de la L2 después de la infancia) cada lengua ocupa un espacio
diferenciado, con una zona mínima de solapamiento. Sin embargo, en el área
de Wernicke (lóbulo temporal) no se observa ninguna diferencia significativa
entre ambos tipos de bilingües: una única zona compartida por las dos
lenguas.
Contrariamente a la creencia generalizada, Flege (1991: 251) considera
que los adultos mantienen la capacidad de adquirir a la perfección -sin
acento extranjero- un nuevo sistema fónico, hipótesis que el propio autor
plantea de modo menos taxativo en otras ocasiones (1980, 1995). El hecho de
que en la práctica los adultos no suelan explotar esa capacidad no se debe
exclusivamente a factores fisiológicos (lateralización cerebral, merma de la
capacidad sensorio-motriz, etc.), sino también a otros factores de orden
externo.
Otros autores adoptan una postura moderada; p. ej., Kelz (1992: 29)
menciona la existencia de "innumerables casos" que demuestran que los
adultos también pueden adquirir una buena pronunciación en la LE, siempre y
cuando "se mantengan fonéticamente jóvenes" (p. ej., que conserven una
flexibilidad articulatoria), y que la enseñanza fónica se inicie a su debido
tiempo. Elliott (1997: 95) también afirma que es posible mejorar la
pronunciación de los anglohablantes adultos en español como lengua
extranjera (E/LE), siempre y cuando los métodos sean lo suficientemente
flexibles como para amoldarse a los múltiples estilos cognitivos de los
aprendientes.
Según nuestra propia experiencia, en efecto, es posible percibir y
reproducir sonidos nuevos -inexistentes en la L1 y en otras lenguas aprendidas- incluso después de los treinta años. Centrándonos en el caso específico
de la prosodia, en el Marco Experimental de nuestra tesis doctoral (1999a)
hemos comprobado cómo también después de la pubertad los sinohablantes
mejoran su competencia acentual y entonativa en E/LE.
Recapitulando, la hipótesis del período sensible es verosímil, pero no
puede aplicarse indiscriminadamente a cualquier aprendiente adulto de una
LE. Al parecer, existen excepciones, tal como indican los resultados de
Bongaerts et al. (1997) y de Palmen et al. (1997): algunos holandeses
aprendientes de inglés/LE o de francés/LE, respectivamente, logran una
pronunciación como la de un nativo (según unos oyentes/jueces nativos), a
pesar de haber iniciado la adquisición de la LE alrededor de los doce años
de edad.
Determinados procesos son comunes a la adquisición de la L1 y la de
una LE (cfr. Gundel & Tarone, 1992: 87), p. ej., la creatividad lingüística
1
y la formulación y comprobación de hipótesis. Ahora bien, existen
diferencias patentes entre ambas situaciones (cfr. Renard, 1971: 14-5),
tales como la edad del aprendiente y la relación de éste con sus
interlocutores; otra diferencia clave es que los conocimientos previos de la
L1 (y de otras lenguas) condicionan la formulación de hipótesis en la
adquisición de una LE.
3. LA ENTONACIÓN: ¿UN COMPONENTE MÁS?
Cada individuo tiene su propio idiolecto, no sólo en su L1, sino
también en cada LE que habla; en este segundo caso, se emplea el término
interlengua. Ese modo personal de hablar forma parte de su propia identidad,
que va ligada a la de una colectividad, la de su propia L1. Salvo en
contadas ocasiones, los aprendientes de una LE conservan, en mayor o menor
medida, rasgos fónicos -segmentales y suprasegmentales- característicos de
su L1, aun cuando sean capaces de alcanzar un nivel supremo en otros planos
de la LE (léxico, gramatical, estilístico, pragmático, etc.). Podría decirse
que la pronunciación es el componente más íntimo de la identidad
lingüística.
Y dentro de la pronunciación, parece ser que es precisamente la
entonación el subcomponente más íntimo para el aprendiente (v. Hall, 1953:
283; Bolinger, 1986: vii), dada la estrecha relación existente entre el
componente entonativo y el afectivo. En efecto, la entonación revela una
información sumamente personal: actitud, estado de ánimo, sentimientos,
emociones... Al respecto, comenta Navarro Tomás (1944: 8-9):
"Hay personas particularmente reacias a aprender cualquier
acento [...] se oponen con tenaz resistencia a imitar
inflexiones de entonación a las que no están acostumbradas [...]
El pudor de desnudarse de los hábitos de la lengua extranjera
tiene en la entonación su más fuerte reducto".
El autor explica que para la mayoría de los estudiantes la adopción de
los hábitos prosódicos de la LE supondría tanto como la renuncia a la propia
identidad (cfr. Cauneau, 1992: 20; Laroy, 1995: 39).
Numerosos autores (Fries, 1945: 23; Allen, 1954: xii; Gilbert, 1978:
316; Ponsonby, 1987: 108; Billières, 1991: 338; Dieling, 1992: 11) sostienen
que un dominio de la entonación (y de la prosodia en general) es más
importante que una articulación precisa de los sonidos para garantizar la
inteligibilidad del mensaje. Dicho sea de otro modo, las deficiencias
prosódicas dificultan la comprensión de la lengua por parte del interlocutor
en mayor medida que las deficiencias segmentales (Cauneau, 1992: 23) y
causan malentendidos mayores que los debidos a errores en los segmentos
(Celce-Murcia, 1996: 131). Por el contrario, un buen dominio de la prosodia
de la LE facilita sumamente la comprensión por parte del interlocutor, aun
cuando
se
cometa
errores
de
otra
índole
(léxicos,
estilísticos,
gramaticales, etc.) (cfr. Cauneau, 1992: 50). Nosotros convenimos en la suma
importancia de la prosodia, pero no por ello soslayamos el papel de los
sonidos.
La entonación se considera uno de los aspectos "más difíciles de
asimilar" (Carduner & Hagiwara, 1982: 53; Cruttenden, 1986: 145; Evtich &
Roudzit, 1991: 278) y de enseñar (cfr. Tench, 1981: 84; Laroy, 1995: 39).
Afirmaciones análogas aluden a LLEE concretas: español/LE (Kvavik, 1976:
406), francés/LE (Mestreit & Poch, 1983: 47), alemán/LE (Cauneau, 1992: 20),
inglés/LE (Brazil, 1994: 3); e incluso al gallego/L2 (Payrató, 1985: 85).
En un contexto de instrucción formal existe un factor que contribuye a
marginar la prosodia. Para una proporción considerable de los estudiantes de
1
una LE, uno de los objetivos (en determinados casos, el único) de su
dedicación es la obtención de unas calificaciones positivas. Para lograrlas,
deben realizar tareas en clase o en casa y superar unas pruebas (ejercicios
de control, exámenes o como se prefiera llamarlas). Dado que el peso
específico de la acentuación y de la entonación en ese proceso de evaluación
es, en el mejor de los casos, ínfimo, resulta perfectamente comprensible y
lógico que los propios alumnos -sea de modo consciente o inconscientecuando escuchan las grabaciones o a su profesor de LE, se concentren en
otros aspectos (semántico, gramatical, etc.) y prácticamente no perciban los
patrones acentuales y entonativos, en cuyo caso difícilmente llegarán a
producirlos.
Otra cuestión que se plantea es hasta qué punto puede incidir el
proceso instructivo en la adquisición de la entonación. Con otras palabras,
¿se puede enseñar la entonación (en clase), del mismo modo que se enseña el
vocabulario o la gramática? González Alcaraz (1987: 56, 138) asegura que la
práctica continuada con nativos es la única vía que conduce a la corrección
entonativa. Esta hipótesis es tan respetable como otra que fuera
diametralmente opuesta; mientras no se demuestre empíricamente, no dejará de
ser una mera opinión.
Desde una perspectiva fisiológica y neurobiológica, también parece
justificable considerar la entonación como un aspecto especial. Generalmente
(90-95% de las personas) los centros del habla se hallan ubicados en el
hemisferio cerebral izquierdo2 -que opera en sentido analítico y lineal-; no
obstante, el hemisferio derecho -que opera en sentido sintético y en
paralelo- también interviene en el procesamiento del habla. La acentuación
se reconoce y se produce preponderantemente en el hemisferio izquierdo
(Baum, 1998), pero la entonación (al igual que las relaciones espaciales, el
movimiento, el color, la música y las emociones) se procesa en el hemisferio
derecho (cfr. Gilbert, 1978: 309; Cauneau, 1992: 12-4; L. Taylor, 1993: 91).
La información segmental y la entonativa son objeto de una representación mental y de un procesamiento por separado (Frazier, 1995: 20); sólo la
coordinación de ambos hemisferios permite que podamos codificar y
descodificar mensajes orales. En consecuencia, la enseñanza ideal es aquélla
que va dirigida a ambos hemisferios, explotando tanto los recursos verbales
como los no verbales. Así explica la cuestión Gilbert (1978: 309):
"Dado que la pronunciación es, en esencia, una tarea espacial -y
melódica, en el caso de la entonación- quizá las explicaciones
verbales no vayan dirigidas al hemisferio oportuno [...] el
soporte visual y musical no debe entenderse como un complemento
decorativo, sino como un instrumento didáctico primordial".
Blumstein (1995: 351) señala otra diferencia sustancial entre el
componente prosódico y el segmental: en los casos de afasia, la acentuación
y la entonación de los pacientes quedan notablemente menos afectados que los
sonidos de la lengua.
Por otra parte, la entonación (más en concreto, la F0) se manifiesta
en una banda de frecuencias bajas (generalmente por debajo de los 300 Hz.).
Es precisamente a las bajas frecuencias a las que el cuerpo humano es más
sensible (cfr. Vuleti_ & Cureau, 1976: 41, 89). Iruela (1997: 33) elucida
las dificultades específicas en la percepción y adquisición de la
entonación:
2
Provins (1997: 565) explica: las destrezas motoras básicas y el lenguaje
se desarrollan en paralelo durante la infancia; si al niño se le enseña a
manipular con la mano derecha, "asociada con lo correcto en el pensamiento
primitivo", el lenguaje se procesará en el hemisferio izquierdo.
1
"Mientras los niños hablan con un tono alto (tienen la voz
aguda) las resonancias de los huesos no les impiden oírse a
través del aire de la misma forma que les oyen los demás. Sin
embargo, la voz se vuelve más grave tras la pubertad, lo que
produce unas resonancias a través de los propios huesos que
hacen que ya no se puedan oír a sí mismos igual que los demás
les oyen, y por lo tanto, pierdan la capacidad de comparar su
producción con la que oyen de un nativo".
Queda claro que la entonación no es un componente más en la
adquisición de una LE, como tampoco lo es desde el punto de vista del nativo
que conversa con un extranjero. Por regla general, los hispanohablantes
somos comprensivos con las faltas de léxico, de gramática, de pronunciación
de los segmentos o de posición del acento que cometen los extranjeros cuando
hablan nuestra lengua: nos hacemos cargo de las dificultades que deben
afrontar y del esfuerzo que deben realizar para superarlas. Por el
contrario, tendemos a ser intransigentes en el ámbito de la entonación. Lo
mismo afirman de los anglohablantes Cook (1968: ix), James (1988: 96), D. S.
Taylor (1993: 1-2) y Celce-Murcia (1996: 210); y de los germanohablantes
Gutknecht (1978: 259-60) y Dieling (1992: 37). Ello tiene graves
consecuencias: no pocas veces, incluso quienes tratamos con extranjeros a
diario, tomamos una falta de entonación por una falta de educación (cfr.
Kenworthy, 1987: 19).
En efecto, con frecuencia olvidamos que la entonación es también un
componente lingüístico (de suma complejidad), que el extranjero necesita
aprender (cfr. D. S. Taylor, 1993: 1-2), como también aprende las
conjugaciones verbales, el significado y la pronunciación de cada palabra,
etc. Sólo si recordamos este punto, repararemos en que probablemente nuestro
interlocutor no tiene mala intención, sino mala entonación, es decir, mala
pronunciación.
4. LA FONOLOGÍA CONTRASTIVA
Las tres teorías que desde 1945 han influido en el ámbito de la
didáctica de la LE son: (1) el Análisis Contrastivo, centrado en la
transferencia de la L1 a la LE, p. ej., Fries (1945), Lado (1957); (2) el
Análisis de Errores, que también tiene en cuenta los mecanismos intralingüísticos -sobregeneralización, simplificación, etc.-, p. ej., Corder
(1967), Richards (1971) y (3) la Hipótesis de la Interlengua, que compagina
las dos teorías anteriores, p. ej., Corder (1971), Selinker (1972). En
efecto, el Análisis Contrastivo y el Análisis de Errores son perfectamente
compatibles (James, 1980: 187; Santos, 1993).
Un Análisis Contrastivo (AC) consiste en una descripción de la L1 y de
la LE y una comparación entre ambas.
Desde la publicación en 1945 de Teaching and Learning English as a
Foreign Language de Fries, se viene teniendo en cuenta el papel que la L1
desempeña en la enseñanza/aprendizaje de la LE (Danesi, 1985: 277).
Linguistics across Cultures de Lado (1957) marca el comienzo de una nueva
etapa en el AC, que madura en los años 60 y se presenta como un modelo
prometedor tanto para la lingüística teórica como para la lingüística
aplicada a la enseñanza de lenguas segundas o extranjeras.
Mas no tarda en surgir el desencanto, al constatar que el modelo sólo
es capaz de predecir y dar cuenta de una fracción de las dificultades en la
adquisición de una L2 o de una LE: la panacea no es tal. Autores como
Richards (1971) y Tran (1975) cuantifican la proporción de errores de origen
interlingüístico (por interferencia de la L1) en algo más del 50% y la de
1
los de origen intralingüísico (o de desarrollo, análogos a los de un nativo
en la adquisición de su L1), alrededor del 30%. De que el AC por sí solo no
es capaz de predecir todas las dificultades en la adquisición de una LE ya
es consciente el propio Lado (1957: 72):
"La lista de problemas resultante de la comparación entre la LE
y la L1 [...] debe considerarse una lista de problemas hipotéticos, en tanto no se confirme su existencia en el habla de los
aprendientes".
Lo que se predice con el AC, pues, no son los errores en sí, sino las
dificultades. Lógicamente, los alumnos, los profesores, los diseñadores de
materiales didácticos... reaccionan ante tales dificultades e intentan
superarlas. Únicamente cuando no se logra superarlas -a pesar del empeño
puesto por todos ellos-, es cuando salen a flote los errores.
Con el fin de descubrir los errores reales, no basta con formular
hipótesis; es preciso llevar a cabo análisis prácticos (cfr. Cortés Moreno,
1999a).
Ni que decir tiene que "el papel de la L1 va disminuyendo conforme va
mejorando el nivel de LE" de los aprendientes (Mukattash, 1984: 323). Es
asimismo posible que determinados errores sean el fruto de una interacción
entre un proceso intralingüístico y otro interlingüístico (Ringbom, 1987:
70).
Si bien el AC nace en el marco del estructuralismo y del conductismo,
posteriormente se concibe otros modelos (Santos, 1993: 46-51): AC
generativo, AC psicolingüístico y AC mixto.
El AC puede implementarse en varios niveles: fonológico, gramatical,
léxico, sociolingüístico, sociocultural, etc. Es precisamente en el ámbito
fónico donde las predicciones del AC resultan más efectivas (cfr. Richards,
1971: 204). No basta con estudiar las formas lingüísticas; es preciso,
además, tener en cuenta el significado, la función y el valor pragmático de
las formas en cuestión.
El análisis fonológico contrastivo proporciona una información valiosa
sobre las dificultades potenciales con que se enfrentará un grupo de
aprendientes con una L1 y una LE específicas (cfr. Léon, 1966: 73; Brazil
et al., 1980: 132; Rubach, 1984: 375; Lepetit & Martin, 1990: 135). Además
de su utilidad teórica, esa información es idónea para la elaboración de
material didáctico (cfr. Kohler, 1971: 83; Isaev, 1991: 344).
Los AACC realizados
los aspectos segmentales
completo también debe dar
1971: 282-3; James, 1980:
en el ámbito fónico se han centrado mayormente en
(p. ej., James, 1980; Isaev, 1991), pero un AC
cuenta de los aspectos suprasegmentales (Malmberg,
80).
Ciertamente en el ámbito suprasegmental también se han realizado
numerosos estudios contrastivos: Flydal (1964), Schneider (1981), Sneppe &
Wei (1984), Billières (1991), Evtchik & Roudzit (1991), Kullová (1991),
Simões (1991), Grosser (1993), Holden & Hogan (1993), Le Besnerais (1995)...
Con todo, hoy por hoy, los estudios contrastivos realizados sobre la
entonación siguen siendo insuficientes (Brazil et al., 1980: 132; Payrató,
1985: 85; Lepetit & Martin, 1990: 135). Por otra parte, la labor de la
fonética contrastiva tarda tiempo en verse plasmada en los métodos de
enseñanza y en los materiales didácticos (cfr. Elliott, 1997: 172).
Como estudios contrastivos entre la entonación del español y la de
otras lenguas, podemos mencionar: Cárdenas (1960) y Mills (1969), español e
1
inglés; Saussol (1983), español e italiano; Cantero (1988), español y nueve
lenguas; Quilis (1988), español y portugués; Wennerstrom (1994), español,
japonés y tailandés/LL1 e inglés/L2; Cortés Moreno (1998, 1999a, 1999b),
español y chino.
De ordinario se estima que los puntos de coincidencia entre la L1 y la
LE no causan tantas dificultades como los puntos de divergencia (Bolinger,
1968; Keller-Cohen, 1979), pero la realidad es que ni los elementos
diferentes son invariablemente difíciles ni los elementos parecidos son
invariablemente fáciles de adquirir (Kühlwein, 1984; Eckman, 1987). Por otra
parte, no facilitar tampoco implica automáticamente dificultar (Corder,
1992: 21). En cualquier caso, los puntos semejantes también merecen atención
(James, 1980: 152; Eliasson, 1984).
En este sentido, Cárdenas (1960: 53), al comparar dos patrones de
entonación parecidos en inglés y en español, asegura que "la semejanza misma
causa problemas" en la adquisición del E/LE (cfr. también Renard, 1971: 60;
James, 1980; Ringbom, 1987: 138; Larsen-Freeman, 1991: 319). Un ejemplo lo
tenemos en la proximidad en chino y en español del entonema típico de la
entonación declarativa. Probablemente sea esa proximidad la que induce a los
sinohablantes a transferir el entonema declarativo de su L1 al E/LE. Si bien
esa proximidad tiene una incidencia negativa en la producción de la
entonación declarativa, también es cierto que facilita la percepción de ésta
(Cortés Moreno, 1999a).
5. LA TRANSFERENCIA FÓNICA DE LA L1 A LA LE
5.1. INTRODUCCIÓN
Lado (1957: 2) caracteriza la transferencia en estos términos:
"los individuos tienden a transferir de su lengua y cultura
nativas a la lengua y cultura extranjeras las formas y los
significados, así como la distribución de aquéllas y de éstos
tanto en la producción, al intentar hablar la lengua y actuar en
la cultura, como en la percepción, al intentar captar y entender
la lengua y la cultura, tal como las practican los nativos".
Nótese la riqueza de matices de esta descripción: la distribución de
formas y funciones lingüísticas, la doble vertiente de percepción y
producción y la transferencia de aspectos culturales. Simplemente añadiremos
el objetivo de esta estrategia de comunicación y de aprendizaje: compensar
las limitaciones conceptuales o procesales en la LE.
En el aprendizaje de una LE, el individuo intenta relacionar la nueva
información con sus conocimientos previos y así facilitarse la tarea de
adquisición. Al recurrir a los conocimientos de la L1 (y de otras lenguas)
en la formulación de hipótesis sobre la LE en cuestión, es cuando pueden
producirse procesos de transferencia (cfr. Larsen-Freeman, 1991: 337).
Con el ánimo de evitar las connotaciones conductistas de los
tradicionales términos de transferencia y sobre todo de interferencia,
algunos autores sugieren alternativas, p. ej., Corder (1992: 9) propone
"influencia de la lengua materna" (mother tongue influence), pero el
concepto permanece inalterado. Aquí empleamos como sinónimos interferencia y
transferencia
negativa,
que
distinguimos
de
transferencia
positiva
(facilitadora).
Tras la avalancha de críticas -durante la década de los 70- contra la
hipótesis de la transferencia, llega una nueva etapa de sosiego -a partir de
los 80-, en la que se somete a revisión el fenómeno (cfr. Ringbom, 1987: 1).
1
En estos últimos años sigue considerándose (p. ej., Odlin, 1989;
Vogel, 1991: 51; Bowen & Marks, 1992: 80; Dieling, 1992: 23; Gass &
Selinker, 1992: 7; Rausch & Rausch, 1993: 47; Young-Scholten, 1993: 1;
Ellis, 1994: 29) que la transferencia es un fenómeno elemental en el proceso
de adquisición de una LE. De especial interés didáctico en el marco de la
transferencia, resultan las obras de Swan & Smith (1987), Avery & Ehrlich
(1992) y Dieling (1992).
En el Marco Experimental de nuestra tesis doctoral (1999a) comprobamos
cómo la transferencia -positiva y negativa- es una realidad en el proceso de
adquisición de la acentuación y de la entonación españolas por parte de
sinohablantes.
5.2. ACENTO EXTRANJERO E INTELIGIBILIDAD
Los fenómenos prosódicos contribuyen de un modo decisivo a la
caracterización del acento extranjero (O'Connor & Arnold, 1961: 1; Payrató,
1985: 111; Schmid, 1986: 186; Odlin, 1989: 119; Dieling, 1992: 37; Cantero,
1994; Scovel, 1995: 175-7; Hermes, 1998: 64). Incluso es decisiva la
prosodia en la caracterización de las variantes dialectales (sobre el
francés, v. Carton et al., 1987: 7; sobre el alemán, Dieling, 1992: 23).
Con todo, los segmentos también desempeñan un papel relevante en la
configuración del acento extranjero (Scovel, 1995: 175-7).
En suma, el acento extranjero viene condicionado tanto por la
interferencia segmental como por la suprasegmental de la L1 en la LE (Shen,
1990b: 119; Munro & Derwing, 1995: 302). El peso específico de cada aspecto
(vocálico, consonántico, rítmico, melódico...) varía en función de la L 1 del
aprendiente, y también se debe tener en cuenta las diferencias individuales;
p. ej., Munro (1995) constata que mientras que en el habla de algunos
sinohablantes que aprenden inglés/LE predominan los errores de orden
suprasegmental, en otros prevalecen los de orden segmental.
En definitiva, definimos el acento extranjero como el conjunto de
rasgos fónicos interlingüísticos que se alejan de la LE, al tiempo que se
aproximan a la L1. Esling & Wong (1983: 288) lo describen así:
"Típicamente, el acento (accent) de un hablante se caracteriza
describiendo la pronunciación de cada sonido, la colocación del
acento (stress), el ritmo y la entonación. Otro modo de caracterizar
el
acento
(accent)
consiste
en
describir
el
posicionamiento del timbre vocálico (voice quality setting): las
posturas a largo plazo de la laringe, la faringe, la lengua, el
sistema velofaríngeo y los labios".
El acento extranjero viene determinado por una serie de factores de
diversa índole: biológicos (edad), socioculturales (identificación con la
comunidad de la L1 y/o de la LE), de personalidad (extraversión, introversión), la L1, etc. (cfr. Avery & Ehrlich, 1992: xiii-xvi).
El acento extranjero es un fenómeno perfectamente comprensible y
aceptable; no tiene por qué ser motivo de inquietud, a menos que entorpezca
la inteligibilidad y, por ende, la comunicación. Tan natural es que un
lusohablante tenga acento portugués en español como que un salmantino hable
español con su acento salmantino (sobre el alemán, cfr. Dieling, 1992: 8).
Hablar una LE con el mismo grado de fluidez, corrección y complejidad
que un nativo y sin acento extranjero es, por lo general, una meta utópica
(v. Marcos, 1983: 17; Morley, 1991: 498; Young-Scholten, 1993: 1; Celce-
1
Murcia, 1996: 8) y a la que, de hecho, sólo una minoría aspira (Gimson &
Cruttenden, 1994: 273). El profesor puede animar al alumno a progresar en
esa dirección, pero sin esperar resultados milagrosos (cfr. Neuner et al.,
1979, nivel 1, libro del profesor: 13; Larsen-Freeman, 1991: 337). En uno de
nuestros experimentos (el nº. 1 de 1999a) comprobamos cómo ni siquiera los
sinohablantes con nivel cuasi-nativo alcanzan un grado perfecto de
percepción entonativa.
En el ámbito fónico la primera meta para el aprendiente de una LE es
la inteligibilidad: entender y ser entendido (cfr. Kenworthy, 1987: 3). En
función de cuál sea el objetivo del aprendizaje de la LE, el aprendiente se
dará por satisfecho con dicho nivel (p. ej., para turismo, negocios,
arte...) o, por el contrario, sentirá la necesidad de superarlo (traductor,
filólogo, profesor...). El nivel de perfección puede ubicarse en un continuo
comprendido entre una supervivencia fónica y una adecuación fónica de nivel
cuasi-nativo; o en la terminología de Gimson & Cruttenden (1994: 273),
minimum general intelligibility y high acceptability, respectivamente.
¿Cuándo puede afirmarse que el habla de un aprendiente es inteligible?
Si el evaluador es una persona que comparte la L1 del aprendiente, es fácil
que éste supere la prueba de inteligibilidad, aun cuando su pronunciación
diste sensiblemente de la idónea. Si es un profesor de LE el que evalúa, los
resultados no serán más fiables, dado que los profesores de LE estamos tan
familiarizados con los acentos extranjeros de nuestros alumnos (cfr.
Kenworthy, 1987: 20-2), que los entendemos como a nuestros propios hijos
cuando empiezan a hablar en la L1; pero ello no garantiza que otros
interlocutores también los entiendan.
Lo cierto es que no todo son desventajas en un acento extranjero. El
acento extranjero pone en evidencia que el hablante no es nativo, lo que
incita al interlocutor (1) a ser más tolerante con la producción oral del
aprendiente extranjero y (2) a adaptar su propia producción oral (foreigner
talk) para facilitarle al extranjero la descodificación del mensaje.
Es más, a veces el aprendiente cuida su acento extranjero como un
escudo que salvaguarda su identidad étnica y que reafirma la pertenencia a
su propia comunidad lingüística, a la que no está dispuesto a renunciar
(Flege, 1987: 171; Morley, 1991: 499; Avery & Ehrlich, 1992: xiv; Dieling,
1992: 24). Probablemente esta voluntad de autoafirmación étnica sea más
propia de los adultos que de los niños.
Ahora bien, aproximarse a la pronunciación de los nativos (léase,
alejarse del acento extranjero) puede reportarle beneficios al aprendiente,
tales como una mejor acogida en la otra comunidad lingüística (Ternes, 1991;
Bowen & Marks, 1992: 30; Dieling, 1992: 8). Según Callamand (1981: 6), para
lograr esa aceptación por parte del nativo, es fundamental que el extranjero
posea "un marco sintáctico-entonativo perfecto", aun cuando en el sistema
segmental cometa errores considerables, dado que dicho marco le evita al
oyente nativo tener que realizar un sobresfuerzo en la descodificación del
mensaje (cfr. Canepari, 1985: 9; Ternes, 1991). En efecto, una pronunciación
deficiente -amén de entorpecer la comunicación- suele ser motivo de
irritación del nativo (Alley, 1991: 1.091), máxime si éste es consciente de
que está realizando un sobresfuerzo de procesamiento (Munro & Derwing, 1995:
302).
En última instancia, es responsabilidad del propio aprendiente decidir
si acepta o combate su acento extranjero (cfr. Bowen & Marks, 1992: 22).
1
5.3. TRANSFERENCIA PROSÓDICA
La transferencia de la L1 a la LE se da en todos los ámbitos de la
comunicación (cfr. MacCarthy, 1978: 14), pero sobre todo en el ámbito
fónico, el más propenso a la fosilización (cfr. Kelz, 1992: 30).
Numerosos autores hacen referencia al fenómeno de la transferencia
fónica de la L1 a la LE: Rivers (1968: 116), Odlin (1989), Vogel (1991: 51),
Bowen & Marks (1992: 80), Gass & Selinker (1992: 7), Ellis (1994: 29).
Incluso se ha realizado algunos estudios en torno a la interferencia
segmental de la L1 y la L2 (castellano y catalán) en la L3 (francés o
inglés), p. ej., Llisterri & Poch (1987), Llisterri & Martínez-Daudén
(1991).
La interferencia fónica actúa tanto en el plano segmental como en el
suprasegmental (Lehtonen & Sajavaara, 1984: 90), lo mismo en la vertiente
perceptiva (Sajavaara, 1984: 402) que en la productiva (cfr. Weinrich, 1957:
1; Rivers, 1968: 116).
Numerosos autores aluden a la transferencia de patrones acentuales y/o
entonativos de la L1 de los aprendientes al inglés/LE -Jones (1918: 261-2,
319 y ss.), Armstrong & Ward (1926: 1), Weinrich (1957: 9-1), Abberton
(1972), Cruz-Ferreira (1984, 1987), Juffs (1990: 112), Anderson-Hsieh (1992:
56), Avery & Ehrlich (1992: 18), Bowen & Marks (1992: 80), Archibald (1995),
Wennerstrom (1998)-, al alemán/LE -Cauneau (1992: 20), Dieling (1992: 38),
Young-Scholten (1993: 178)-, al sueco/LE -Schmid (1986: 208)-, al francés/LE
-Léon (1976: 155), Shen (1990b)-, al portugués/LE -Cruz-Ferreira (1984)-, al
rumano/LE -T_taru (1987)-, al ruso/L2 -Kashchayeva (1987)-, al español/LE Bowen & Stockwell (1960: 103), Mills (1969: 258), Adelstein (1973: 79), Mora
et al. (1997: 80)-, etc. A modo de ejemplo, citamos a Navarro Tomás (1944:
58):
"Oyendo hablar esta lengua a extranjeros de los idiomas
indicados [francés, italiano e inglés] se observa, en efecto,
que la inflexión con que terminan las frases enunciativas es de
ordinario más corta y menos grave que la que en castellano se
acostumbra".
Y, basándonos en nuestros propios análisis acústicos (1999a), a las
lenguas mencionadas en la cita anterior, cabe añadir el chino. En un
experimento propio (el nº. 7 de 1999a) también descubrimos algunos errores
atribuibles a la transferencia acentual del chino/L1 al E/LE.
El problema cardinal de las alteraciones prosódicas es que dificultan
la inteligibilidad de la producción oral (Juffs, 1990: 108), según algunos
autores (Dirven & Oakeshott-Taylor, 1984: 333; Rogerson & Gilbert, 1990: 17;
Mott, 1991: 251), incluso en mayor medida que las alteraciones segmentales.
De su estudio experimental con hablantes nativos de cantonés, japonés,
polaco y español, todos ellos aprendientes de inglés/LE, Derwing & Munro
(1997: 15) concluyen que una mejora en la producción prosódica tiene una
mayor repercusión en la inteligibilidad que una mejora equiparable en el
componente segmental; es decir, la inteligibilidad parece más directamente
correlacionada con los suprasegmentos que con los segmentos. Claro que sin
unos segmentos suficientemente definidos tampoco habría mensaje.
Lo verdaderamente inquietante, una vez asegurada la inteligibilidad,
es que el hablante extranjero puede crear situaciones embarazosas (O'Connor
& Arnold, 1961: 1) o incluso llegar a ofender involuntariamente a su
interlocutor, por el mero hecho de emplear un contorno entonativo asociado a
una actitud distinta en la L1 y en la LE (cfr. Cruz-Ferreira, 1984, 1986;
Odlin, 1989: 119; García Riverón, 1996: 96), estableciendo una falsa y
arriesgada ecuación entre identidad de formas e identidad de funciones.
1
Recapitulando, el aprendiente de una LE tiende a transferir los
patrones prosódicos de su L1 a la LE (Valette, 1967: 126; Feodorov, 1987:
145; Slembek, 1992: 124; Freland, 1997: 71).
6. EL ANÁLISIS DE ERRORES FÓNICOS
A diferencia del AC, en el Análisis de Errores (AE) no se analizan dos
lenguas (L1 y LE) en paralelo, sino sólo la LE. La hipótesis vertebral del
AE es que existe una estrecha correlación entre proporción de errores en un
aspecto determinado y dificultad de dicho aspecto. En consonancia con ese
principio, el modo de proceder es: recopilación y clasificación sistemática
de errores, con los que determinar el grado de dificultad de cada aspecto
considerado (cfr. Tran, 1975: 120).
El origen de los errores intralingüísticos, como su nombre indica,
yace en la propia LE que se está adquiriendo. Estos errores reflejan los
procesos y estrategias de los aprendientes, independientemente de cuál sea
su L1. En síntesis, se trata de aquellas reglas que el aprendiente domina
sólo parcialmente y que aplica cuando no debería, o bien que no aplica
cuando sí debería (cfr. Richards, 1971: 205-6).
En realidad, el AE se concibe inicialmente (en Estados Unidos entre
1915 y 1933) para la didáctica de la L1 (Tran, 1975: 120). A finales de los
años 60 -durante la fase de gestación del Enfoque Comunicativo- se aplica a
la didáctica de la LE, como un intento de subsanar las limitaciones del AC.
El AE no rechaza taxativamente el AC. El propio Richards (1971: 214) admite
el valor de este modelo aplicado a la didáctica de la LE, habida cuenta de
que la interferencia de la L1 es "una fuente primordial de dificultades".
Un ejemplo de aplicación del AE a la enseñanza lo constituye el modelo
de Gehrmann (1994), que el autor denomina Análisis de Errores Contrastivo
(kontrastive Fehleranalyse).
Uno de los cambios más significativos en esta etapa es la concepción
del error no como un fenómeno indeseable, sino como una señal de que el
proceso de adquisición de la LE está en marcha, un indicio de que el
aprendiente está poniendo a prueba sus hipótesis sobre la LE (cfr. Tran,
1975: 121). Si bien en la etapa inicial el AE se limita a la competencia
lingüística, posteriormente amplía su marco de acción al conjunto de la
competencia comunicativa (v. Santos, 1993: 99).
Probablemente una de las limitaciones más patentes tanto del AE como
del AC sea no poder dar cuenta de los procesos positivos -sólo de los
negativos- de los aprendientes (cfr. Larsen-Freeman & Long, 1991: 61). En
efecto, ninguno de ellos es capaz de ofrecer una imagen de conjunto
completa. Para ello sería necesario un tipo de análisis complementario,
realizado desde una óptica opuesta, un Análisis de Aciertos, por así
decirlo. Claro que, desde el punto de vista didáctico, las producciones
correctas no son en absoluto preocupantes, sino todo lo contrario. Quizá por
ello hayan resultado menos atractivas para los estudiosos de la adquisición
del lenguaje (L1 o LE). Por otra parte, quizá sean más difíciles de explicar
que los propios errores.
7. LA INTERLENGUA FÓNICA
El término interlengua lo acuña Selinker (1969) para referirse a un
sistema lingüístico estructurado y organizado, propio de una etapa
determinada en el aprendizaje de una LE; es un idiolecto natural en una LE
o, en palabras de Yip (1995: 11), "la versión que de la LE tiene el
1
aprendiente". Corder (1992: 21) la define como
"un sistema intermedio entre la lengua materna y la lengua meta;
de ahí el término interlengua".
En la configuración de la interlengua intervienen: la transferencia de
la L1, errores de instrucción, estrategias de aprendizaje, de comunicación y
de sobregeneralización (cfr. Selinker, 1972; Ritchie & Bhatia, 1996: 38).
Havranek (1989: 117) y Archibald (1993: xvii) estiman que también
intervienen unos supuestos rasgos universales.
Major (1987) propone un modelo de adquisición fónica -ontogeny modelque atiende tanto a los procesos de interferencia como a los de desarrollo.
La hipótesis del autor (op. cit.: 102) es que en la etapa inicial de
adquisición fónica de una LE los procesos de interferencia son mucho más
frecuentes que los de desarrollo. A medida que avanza el aprendizaje de la
LE van disminuyendo paulatinamente los procesos de interferencia; los de
desarrollo, en cambio, alcanzan un grado de máxima frecuencia en las etapas
intermedias y a partir de ahí van disminuyendo.
Los aprendientes adquieren un elemento de la LE sólo cuando su
interlengua ha alcanzado el nivel de madurez suficiente para asimilar el
elemento en cuestión. La instrucción formal facilita y acelera la
maduración, pero no parece que pueda alterar el orden natural de adquisición
(cfr. Larsen-Freeman, 1991: 337; Archibald, 1993: 154). En efecto, si
comparamos entre sí los resultados de dos experimentos paralelos (los
números 1 y 2) de Cortés Moreno (1999a), el primero de ellos realizado en un
contexto mixto de aprendizaje (natural + formal) y el segundo en un contexto
formal de aprendizaje, observamos el mismo orden de adquisición de los
cuatro tipos de entonación analizados.
Van Esch & Broeders (1994: 147) comentan que en el marco del análisis
de la interlengua los errores no son considerados como "horrores", sino como
un "reflejo" de la etapa en que se hallan en un momento dado los alumnos, de
modo que no se trata de "evitarlos, como se hacía en el Análisis
Contrastivo". En efecto, en cualquier tipo de aprendizaje es natural cometer
errores.
Como docentes y como discentes de una LE, aprendemos a aceptar el
error. Sin duda es un fenómeno natural, pero también es natural esforzarse
por corregirlo. En suma, el error sí es un fenómeno indeseable.
En esta misma línea, Nickel (1998: 6) apela a la "tolerancia hacia los
errores ajenos" para "un mejor entendimiento entre los seres humanos".
Convenimos plenamente con Nickel en que errare humanum est. Ahora bien, no
es menos humano el instinto de autosuperación y el de autocorrección.
Como estudios en torno al componente prosódico de la interlengua
podemos citar el de Anderson-Hsieh (1994) y el de Wennerstrom (1998), ambos
realizados con sinohablantes que aprenden inglés/LE.
Algunos estudios señalan ciertas coincidencias entre nativos y
extranjeros en los procesos de adquisición de una misma lengua, p. ej.,
Felix (1981), Mairs (1989), Torras (1993). Adviértase, sin embargo, que
estos estudios se limitan a dos lenguas en cada caso. En cambio, el de
Freland (1997), que contempla estudiantes de francés/LE con siete LL1
diferentes, muestra cómo cada comunidad lingüística sigue un proceso
particular, no compartido con las demás comunidades. De ahí la conveniencia
de estudiar casos específicos, tal como hacemos en nuestra tesis doctoral
(1999a).
1
8. A MODO DE CONCLUSIÓN
La prosodia es un componente integrante del lenguaje verbal -en
especial del oral, pero también del escrito, e incluso del mental-. Hemos
esbozado algunas de las razones por las que puede ser considerada un
componente peculiar de la comunicación. La experiencia docente y discente
nos lleva a pensar que es uno de los componentes que mayores dificultades le
plantean al adulto (¿el más difícil?) en el aprendizaje de una LE. En tales
circunstancias, lo esperable es que se le dedique un puesto importante en la
enseñanza.
Podemos considerar que la percepción es una primera etapa y la
producción, una segunda etapa. Que el aprendiente sepa interpretar las
curvas melódicas que percibe conforme a los entonemas de la lengua meta y
sea capaz de producir curvas melódicas que respeten tales entonemas
constituye ciertamente un logro encomiable. Ahora bien, es indispensable
que, además, aprenda a relacionar formas y funciones (tercera etapa), es
decir, que con tal contorno puede expresar tal y cual función lingüística o
paralingüística, que para expresar, p. ej., la euforia, puede echar mano de
tal o cual contorno entonativo, etc. Como sabemos, no existe una
correspondencia simple: una forma - una función.
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