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Macondo es América Latina

24 Página SIETE Sábado 15 de mayo de 2010 cultura@paginasiete.bo Cultura Macondo es América Latina Óscar Ordóñez /La Paz odavía recuerdo a Mariam García, una gran amiga española, que se puso tan contenta el instante en que su avión aterrizó en el norte de Sudamérica, para después emprender –a pie– su anhelado sueño de recorrer este pedazo de patria grande, buscando desde Venezuela hasta la Patagonia los rastros de “Cien años de soledad”. A su paso por Bolivia, y convencido de que iba a quedarse sin respuesta, le pregunté con aires de cierto desdén que por qué había cometido semejante locura. Pero esta estudiante de la Universidad Complutense de Madrid que preparaba en aquel tiempo su tesis, tan comprensiva y paciente con mi arrogancia, me contestó con tres simples pero demoledoras palabras, dejándome callado el resto de la tarde: “Macondo es toda Latinoamérica”. Muchos años después, frente a las puertas de la casa donde había nacido García Márquez (hoy un museo) y luego de haber platicado con algunos de los pobladores de Aracataca, comprendí a Mariam para siempre. Para don Miguel Salad, un comerciante cataqueño cuya tienda de abarrotes se encuentra en la plaza central de este pueblo ardiente, los investigadores, turistas y muchos periodistas se van algo decepcionados de Aracataca después de darse cuenta de que el pueblo se parece a cualquier otro de América Latina. “Macondo está en todas partes”, me dijo. Mariam, esa simpática joven andaluza, que llevaba una novela latinoamericana bajo el brazo cuando compartíamos el café de la noche, a la luz de tantas velas sobre la mesa, tenía razón; ¡tenía razón! Ahora sé que mi encuentro con esa novela fue planificado, sin ni siquiera darme cuenta. La había esquivado en colegio y en la universidad, guiado por esa apatía incomprensible de la edad y arrastrado –como piedra sin razón– por la corriente de una excusa sin cuento que suponía a su autor un antipático. Como antipáticos y exagerados también me parecían aquellos comentarios que destacaban a esa novela como si fuera la única del mundo. Terminada la universidad, presumía que entre mis libros de cabecera no estaba esa novela. Sin embargo, a Gabriel García Márquez lo prefería más como periodista, pues supo seducirme con la convicción y sencillez de sus ideas que no admiten réplica; teniendo en cuenta –incluso– que él nunca hizo gala de ser un intelectual. Este escritor nuestro sabe siempre dar en T el blanco de la solución a los problemas relacionados con ética o con la “carpintería del oficio”, como suele llamarlo. Por eso, creo yo, que a muchos periodistas del mundo nos seduce el espejismo engañoso de una entrevista en exclusiva. Con el paso del tiempo –más rebelde que de costumbre– leí cuanta obra y cuentos había escrito él; excepto esa novela. Hasta que llegó el día en que tuve que enfrentarla. Y para desembrujarme de este escritor colombiano, me propuse asumir a “Cien años de soledad” con la certidumbre libre y feliz de que no se trata de un monumento como la mayoría suele decir, sino que narra y nos permite comprender (de manera sobrecogedora) nuestra compleja existencia. He ahí su eterno valor mítico. Prueba de ello es que hasta el día de hoy me conmueve la idea sin par de que muchas personas que conozco se apoyan en los mitos con la seguridad indiscutible –para desgracia de la ciencia– de que son más creíbles que ésta. Así, mi encuentro con esa novela no fue fortuito. La busqué mucho. Pero para llegar a ella tuve antes que aprender a viajar a través de la vida que respira ante mis propios ojos. Y eso nos ocurre a todos, sin que nos demos cuenta. Óscar Ordóñez es periodista >> Para don Miguel Salad, un comerciante cataqueño cuya tienda de abarrotes se encuentra en la plaza central de este pueblo ardiente, los investigadores, turistas y muchos periodistas se van algo decepcionados de Aracataca después de darse cuenta de que el pueblo se parece a cualquier otro de América Latina. «Macondo está en todas partes», me dijo.