ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura
Vol. 194-787, enero-marzo 2018, a428 | ISSN-L: 0210-1963
htps://doi.org/10.3989/arbor.2018.787n1001
EL 68, MITO Y CRÍTICA / MAY ’68, MYTH AND CRITIQUE
LA CHIENLIT C’EST LUI !
DE GAULLE ANTE MAYO DE 1968
LA CHIENLIT C’EST LUI !
DE GAULLE FACING MAY 1968
Pablo Pérez López
Universidad de Navarra
ORCID iD: htps://orcid.org/0000-0002-2224-7472
paperezlo@unav.es
Cómo citar este arículo/Citaion: Pérez López, P. (2018). La
chienlit c’est lui ! De Gaulle ante mayo de 1968. Arbor, 194
(787): a428. htps://doi.org/10.3989/arbor.2018.787n1001
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distribuido bajo los términos de la licencia de uso y distribución
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Recibido: 31 enero 2017. Aceptado: 13 noviembre 2017.
RESUMEN: Charles de Gaulle se convirió en el símbolo de la
políica con que querían acabar los protagonistas de la sonora
revuelta parisina de mayo de 1968. El fracaso de su intervención en televisión el día 24 pareció conirmar que había caído,
y con él quizá también la Vª República, que era diseño suyo.
Su acividad en los días siguientes, hasta el 30, transformó por
completo la situación, desbloqueó la aporía políica, desacivó
la crisis social y fue el comienzo del in de la protesta universitaria. En las elecciones que convocó para el mes de junio, su
parido obtuvo la mayoría más amplia que obtuviera nunca. En
medio quedaron algunos misterios que han sido y son moivo
de debate entre los historiadores. El más destacado, su viaje
relámpago a la base militar francesa en Baden-Baden (Alemania) el día 29. Analizamos las principales interpretaciones que
se han aportado para explicar lo sucedido.
ABSTRACT: For the leaders of the May ‘68 revolt in Paris,
Charles de Gaulle became the embodiment of the poliics
they hoped to overthrow. The complete failure of his televised
address to the naion on May 24 seemed to raify his downfall,
and even the potenial demise of the Fith Republic he had
brought into existence. His acions in the following days, unil
May 30, completely turned the situaion around: the poliical
deadlock was loosened, the social crisis was defused, and
student unrest began to die out. The results of the general
elecion he called the following June gave to his party the
greatest margin of majority in its history. During this process,
however, some events are sill mysterious and a source of
debate among historians. Of these, the best-known was his
lightning trip to the French military base in Baden-Baden
(Germany) on May 29. We analyze the main interpretaions
provided to explain what happened.
PALABRAS CLAVE: Charles de Gaulle; mayo de 1968; Francia;
URSS; comunismo.
KEYWORDS: Charles de Gaulle; May 1968; France; USSR;
communism.
INTRODUCCIÓN
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La chienlit c’est lui ! De Gaulle ante mayo de 1968
Un hecho tan frecuentemente citado como el
mayo del 68 francés parece que apenas requiere presentación. Sin embargo, es más frecuente acercarse
a su estudio desde el punto de vista de la protesta y
su propósito que desde el análisis de los acontecimientos políicos. La razón es bien conocida: el mayo
del 68 francés ha tenido una importancia simbólica
prolongada e intensa, mientras que los hechos en
sí podrían parecer intrascendentes. En efecto, cabe
resumirlos diciendo que una protesta estudianil
creció hasta converirse en un grave conlicto social
que colapsó por unos días el sistema políico. Sin embargo, un mes más tarde las elecciones otorgaron al
parido gobernante una mayoría parlamentaria todavía más amplia que la que tenía al comienzo de
los acontecimientos. Evidentemente, este resultaría
un resumen insuiciente por dejar fuera aspectos de
gran calado que subyacen a los hechos puramente
políicos. Ahora bien, sin conocer estos, cabe también interpretar deiciente o equivocadamente los
sociales o de mentalidad. Todos los componentes de
una realidad histórica son inseparables, por más que
los historiadores necesitemos deslindar campos para
perilar mejor relatos y explicaciones.
En este arículo nos vamos a ocupar de los hechos
políicos básicos de mayo del 68, concretamente en la
relación que guardan con el entonces presidente de la
República, Charles de Gaulle. La tarea no es sencilla.
Si el mayo del 68 iene una carga simbólica importante, de Gaulle también, y ambas dimensiones parecen
entrar en conlicto justamente en torno a estos acontecimientos y la forma de encararlos. De Gaulle era
reconocido por muchos franceses como el salvador
de Francia en dos ocasiones especialmente diíciles:
ante la derrota frente a los alemanes en 1940, y ante
el riesgo de guerra civil generado por el problema argelino en 1958. Se había converido en el diseñador y
el piloto de un nuevo sistema políico, la Vª República, que pretendía superar los defectos de las precedentes. Su esilo y presigio hacían de él mucho más
que un políico, un estadista excepcional. Quienes se
le oponían debían hacerlo impugnando su pretensión
de ideniicarse con Francia y no tenían fácil la tarea.
Mayo del 68, que comenzó como una algarada universitaria, se convirió a la altura del día 24 en una
inesperada ocasión de terminar con el régimen de la
república gaullista. Seis días más tarde se demostró
que era todo lo contrario. En medio quedaban una
serie de sucesos que han sido objeto de frecuente estudio y que todavía hoy no terminan de estar claros.
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TRES CRISIS
Los estudiantes y sus protestas
La revuelta comenzó entre los estudiantes de Nanterre, donde se había creado recientemente una Facultad de Letras cuya pretensión de ser el comienzo
de una universidad modelo había quedado justamente en eso. Los altercados se hicieron allí crónicos,
alimentados por la contemplación en los noiciarios
cinematográicos de las algaradas estudianiles en
EE.UU. y en Alemania que les sirvieron de modelo
(Sorlin, 2005, p. 41). Los moivos eran protestas contra la guerra en Vietnam, y la reivindicación de libertades, o mejor, de facilidades sexuales. Este úlimo fue
el asunto con que un estudiante entonces desconocido, Daniel Cohn-Bendit, asaltó al ministro de Juventud
y Deportes, François Missofe, cuando este acudió en
febrero a Nanterre para inaugurar una piscina. La respuesta del sorprendido ministro fue recomendarle un
baño en las nuevas instalaciones (Lacouture, 1986, p.
668). Las movilizaciones estudianiles no cesaron. El
25 de abril el diputado comunista Pierre Juquin fue
abucheado y expulsado de Nanterre con gritos de «Juquin Judas» que apenas dejaban lugar a dudas sobre
la opinión que el Parido Comunista (PCF) merecía a
los revoltosos.
Al gobierno le preocupaba la universidad, que
había pasado de 200.000 estudiantes en 1958 a
500.000 en 1968 y precisaba una reforma que acababa de anunciarse. El proyecto contenía la palabra
selección, que bastó para inflamar el ambiente de
protesta entre los estudiantes. Para los políticos sus
reivindicaciones aparecían como frutos de la inmadurez y problemas menores que convenía atender
por razones de decoro público. Así lo hizo saber de
Gaulle al ministro del Interior, Christian Fouchet, el
1 de mayo: había que terminar con los disturbios
de Nanterre, ya que en París iba celebrarse la conferencia que pretendía devolver la paz a Vietnam y
que reuniría a norteamericanos y norvietnamitas.
Ese mismo 1 de mayo el sindicato comunista CGT
(Confédération générale du travail) celebró su primera marcha desde 1954, que terminó con algunos
incidentes con la policía (Giraud, 2008, p. 21). Pero
nada de eso inquietaba especialmente al gobierno,
que tenía en su agenda otros asuntos. El primer ministro, George Pompidou, salía en esas fechas para
un viaje de diez días por Irán y Afganistán. De Gaulle
había comentado a su ayudante de campo François
Flohic: «Esto no me gusta mucho; no hay nada difícil ni heroico que hacer» (Flohic, 1979, p. 172).
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lazos hacia los «enragés», los indignados, y también
la policía: el prefecto de policía de París facilitó al
principal sindicato de enseñanza superior (SNE-Sup)
una nueva línea directa de teléfono para mantener
el contacto. No sirvió de nada. Ni siquiera sus propios
promotores controlaban totalmente el movimiento en
esos momentos (Jofrin, 2008, pp. 104-108).
El día 5 de Gaulle convocó a Joxe, que hacía las
funciones de primer ministro, Fouchet y Peyrefitte, ministro de Educación, y les empujó a reaccionar con contundencia ante lo que consideraba
un motín: si lo consentían estarían destruyendo
el estado. Los ministros se mostraron partidarios
de una respuesta más conciliadora que entendían
más proporcionada a una provocación estudiantil,
que estimaban sonora, pero de poco calado y por
tanto poco peligrosa. Y eso a pesar de la llamada a
la huelga total en las universidades que había sido
convocada ese mismo día.
El 8 de mayo de Gaulle pidió más contundencia en
la respuesta. Reunido con los responsables implicados
más de cerca les leyó un mensaje remiido por cinco
premios Nobel pidiendo un gesto de apaciguamiento,
lo cual, según él, no era sino pura demagogia. El general opinaba lo contrario: debía detenerse el desorden
incluso disparando si hiciera falta (Peyreite, 2002,
pp. 1690-1693). Los ministros se salieron con la suya
y anunciaron la reapertura de la Sorbona. Los líderes
estudianiles reaccionaron llamando de nuevo a la radicalización (Cohn-Bendit, 1975, pp. 36 y ss.). Al día
siguiente de Gaulle reprochó a Peyreite su decisión.
Tal como él veía las cosas, el enfrentamiento entre
los izquierdistas radicales y los comunistas marcaba
una importante divisoria, la meta de Cohn-Bendit y
los suyos es destruir la sociedad burguesa de la que
los comunistas eran garantes como oposición. Si se
salían con la suya, todo el sistema, el sistema de la
República tal como él lo concebía, estaría en cuesión
(Peyreite, 2002, p. 1699). De Gaulle coniaba en que
los comunistas no permiirían que el mundo obrero se
uniera a la revuelta, como pretendían los estudiantes,
pero la realidad no siguió ese camino.
A parir de entonces las cosas no hicieron más que
empeorar: la violencia se desató de forma inesperada.
Tardó iempo en comprenderse que se trataba de una
acción políica entendida como tal por los estudiantes.
La respuesta represiva de las autoridades tratando de
restablecer el orden chocaba con la simpaía hacia la
causa estudianil que ganaba cada vez más a la opinión pública. Poco a poco, la idea de la brutalidad represora de la policía pesaba más que la contraria. De
Gaulle seguía pidiendo a sus ministros irmeza, pero
al mismo iempo talento para cambiar las cosas: «Señores, es necesario reformar la universidad… pero no
es posible tolerar la violencia en la calle». Los comunistas también maizaron su postura. Georges Séguy,
secretario general de la central sindical CGT y miembro
del buró políico del PCF, aunque seguía denunciando
a los «provocadores» de extrema izquierda, hizo notar
su «simpaía por los intelectuales que se ponen resueltamente del lado de la clase obrera». Algo nuevo
había aparecido en la calle y el parido no quería desligarse por completo de ello. Los comunistas tendieron
La reviviscencia de los desórdenes llevó a Peyreite a dar la orden de cerrar de nuevo la Sorbona
con el consiguiente despresigio ante los medios de
comunicación. El 10 de mayo se vivió una noche de
enfrentamientos y barricadas en el barrio Laino. Solo
de madrugada actuó la policía. Ese mismo día debía
comenzar la conferencia de París sobre la paz en Vietnam que era un teórico y esperado éxito de la diplomacia francesa. La realidad parisina distaba mucho de
ser pacíica: el 11 de mayo los combates terminaron a
las 5:30 de la mañana con un balance de 721 heridos,
367 de ellos graves. Ningún muerto. Tenemos dos versiones contradictorias sobre las instrucciones que de
Gaulle dio sobre una posible intervención del ejército
para poner in al desorden, las dos del ministro de defensa Messmer, que en un primero momento escribió que el presidente le había indicado que había que
esperar. En la segunda, de 1998, reiterada en 2007,
airma que le empujó a desplegar una fuerza militar
y abrir fuego si era preciso. Parece que la válida es la
segunda (Giraud, 2008, pp. 42-44).
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Todo comenzó a complicarse cuando el decano de
Nanterre, ante los coninuos incidentes, decidió cerrar la facultad el 2 de mayo. Eso trasladó a los grupúsculos de agitadores a la Sorbona, en el centro de
París, provocando una jornada de desórdenes que
culminó con la entrada de la policía en la universidad y
varias detenciones. Era la explosión de un movimiento que venía caldeándose iempo atrás (Jofrin, 2008,
pp. 13 y ss.). Ese mismo día apareció un arículo en
el órgano comunista L’Humanité irmado por Georges
Marchais, miembro del buró políico del parido, en el
que se trataba de desenmascarar a los «falsos revolucionarios» que resultaron ser protagonistas de ese
día y en buena medida del mes: «Certains groupuscules anarchistes, trostquistes, maoïstes, etc., composés
en général de ils de grands bourgeois, et dirigés par
l’anarchiste allemand Cohn-Bendit» (Giraud, 2008, p.
23). Estaba claro qué opinión merecían al PCF.
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Un efecto importante de la escalada de la violencia
fue que el PCF se situó contra la represión, dejó de
hablar contra los izquierdistas y se alió con el movimiento. Uno de los grandes sindicatos, la CFDT (Confédéraion française démocraique du travail, aniguo
sindicato católico vinculado al izquierdismo no comunista) se alineó con los estudiantes: comenzaba el
movimiento social. La CGT comunista, aunque no se
mostraba ya opuesta, mantenía las distancias.
En esa divisoria de decisión políica se produjo el
regreso de Pompidou de su viaje. Llegó con ideas
propias y nuevas, de conciliación: era paridario de
reabrir la Sorbona, liberar a los detenidos, reirar la
policía y recuperar así la iniciaiva. De Gaulle, aunque
poco convencido de la eicacia de las medidas, le concedió autonomía para ejecutarlas, algo que lamentará
más tarde. No tuvo mucho más remedio, la alternaiva era la dimisión del jefe del ejecuivo. El dilema era
estratégico: Pompidou estaba convencido de que el
enfrentamiento entre comunistas e izquierdistas dejaba a salvo el sistema, mientras que de Gaulle pensaba
que tal frontera podía borrarse si el estado seguía sin
dejar senir su presencia de modo eicaz.
El deslizamiento por la pendiente de la complicación
y la radicalización coninuó con la manifestación del día
13 en la que por primera vez se escucharon gritos contra de Gaulle: el «dix ans, ça suit!», nacido en círculos
de la oposición política, llegaba a la calle. Era el síntoma
de una rápida conexión entre la política y la revuelta, y
en un momento simbólicamente muy inoportuno: en el
décimo aniversario del 13 de mayo de 1958 que había
marcado el retorno al poder del general. De Gaulle llegó a
pensar si todo esto no tenía que ver con su política hacia
el este. Tenía previsto un viaje a Rumanía, donde apoyaría
la políica de Ceaucescu, que aparecía como un ejemplo
de criterio autónomo frente a Moscú: ¿debía cerciorarse de si era ese el problema latente? En Checoslovaquia
se estaban viviendo momentos diíciles en esos mismos
días: la políica de apertura de A. Dubceck había sido moivo de serias advertencias por parte de Moscú y de movimiento de tropas del Pacto de Varsovia para unas maniobras militares en la frontera del país. Pompidou, por
su parte, se preguntaba si no sería la conferencia sobre
Vietnam lo que se intentaba sabotear. Mientras el gobierno se debaía en la duda sobre qué hacer, el desorden
seguía ganando la calle. La esperanza de los gobernantes
era que esa acitud anárquica terminara por cansar a la
opinión, la alarmara, y la empujara a apoyar las posturas
gubernamentales. Con esa esperanza, tras dudarlo mucho, el Presidente de la República hizo caso a su gobierno
y emprendió el día 14 su viaje a Rumanía.
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La crisis social
Pero no llegó un cambio de viento favorable al gobierno, sino lo contrario. La crisis estudianil se transmiió a través de los sindicatos al tejido social y se
declararon huelgas que el día 16 sumaban ya 600.000
paricipantes. Pompidou seguía convencido de que
no era señal de que el PCF estuviera iniciando su asalto al poder, estaban, sencillamente, dejando ver su
fuerza frente a la exhibición neoizquierdista en el ámbito universitario. De Gaulle, mientras tanto, hablaba
en Rumanía con su ministro de Exteriores, Couve de
Mourville, de la crisis de civilización que evidenciaban los hechos: había que emprender reformas de
calado, y pronto. Su propuesta era impulsar nuevas
formas de paricipación, social y políica, ese sería su
nuevo horizonte. Otra paradoja más de estos días fue
que mientras de Gaulle era aclamado por los obreros
de un país comunista, el gran sindicato comunista, la
CGT, conirmaba su viraje en Francia para sumarse al
movimiento huelguísico: ese fue, declaró luego Pompidou, el momento en que comenzó a inquietarse seriamente ante los acontecimientos (Alexandre, 1969,
p. 84). Pesaba en esa inquietud que la postura de la
CGT signiicaba que el gobierno ya no podía contar
con la televisión como un instrumento dócil, controlada como estaba, mayoritariamente, por los comunistas. Había también moivos para la conianza: dentro
del PCF las consignas eran por el momento mantener
un tono reivindicaivo, pero no revolucionario. Pero
la situación era ya explosiva. Varios ministros insisían
en pedir el regreso del Presidente desde Rumanía,
que terminaron por conseguir.
El día 18 de Gaulle regresó a París. Volvía convencido de que los comunistas habían cambiado de orientación y que estaba ante una batalla totalmente diferente. Sus ministros recordarán la furia con que les
reprochó su acitud: «Basta que de Gaulle se vaya, y
se hunde todo», es como si no supieran gobernar. Ese
día de Gaulle volvió a uilizar un vocablo en desuso
para referirse a lo que él consideraba desorden y caos
insufribles y repugnantes: «La reforme oui, la chienlit,
non !». La reforma sí, el pandemonio, no1. Reprochó
a Pompidou su acitud apaciguadora, que solo había
empeorado las cosas, se negó a aceptar su dimisión
y le habló de su proyecto de plantear un referéndum
sobre la paricipación en las empresas y en la universidad, la primera piedra de su nuevo plan de reformas. Resumió sus instrucciones al ejecuivo con un
contundente «¡Se acabó el recreo!» y les anunció que
el día 24 se dirigiría al país en un mensaje televisado
(Lacouture, 1986, pp. 681-682).
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El dilema políico
Se llegó así al 24 de mayo con diez millones de huelguistas y la esperanza del gobierno puesta en la alocución televisiva de de Gaulle. Fue un fracaso. No funcionó y, lo que es peor, alimentó la idea de una revuelta
políica contra él y «su régimen». La crisis estudianil
que se había vuelto social era ahora claramente políica. El referéndum se despreció. Ni siquiera los gaullistas
entendían qué senido tenía plantearlo en ese momento; y su amenaza de irse fue recibida con cánicos de
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los estudiantes diciéndole adiós. Quien tantas veces
había conseguido gobernar con la palabra, reconoció
que se había equivocado: había sido una salida de pata
de banco («J’ai mis à coté de la plaque») y la situación
no había por dónde agarrarla («insaisissable»). Pensó
en marcharse. Lo detuvo Pompidou en una reunión de
madrugada, llamándole a coninuar en la tarea y a coniar en los acuerdos que se estaban negociando. Pero
para de Gaulle los cuatro días siguientes fueron de caída en picado: entendió claramente que era él quien estaba en cuesión ahora, con todo lo que eso signiicaba.
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Mientras él se enfrascaba en la preparación del
mensaje sobre la paricipación, dio vía libre al gobierno para abrir negociaciones con los sindicatos. Lo
hicieron por medio de un joven ministro que había
militado en el comunismo y conservaba importantes contactos: Jaques Chirac. El general no creía que
fuera una vía de solución, pensaba que conduciría a
un «Munich económico» mientras dejaba intacta la
cuesión de fondo. El 19 y el 20 de mayo la situación
siguió empeorando. De Gaulle leyó los despachos
de la agencia oicial de noicias china que exaltaban
el movimiento estudianil y su iliación maoísta: de
modo que no había servido de nada haber sido el
primero entre los grandes en abrirles la puerta de la
diplomacia. No obstante, su gran temor seguía siendo
que el PCF estuviera preparando un asalto al poder,
algo que las fuentes soviéicas hasta ahora disponibles parecen desmenir. Más bien daba la impresión
de que preferían esperar, constatar hasta dónde resisía el gobierno, y prepararse para conformar uno
alternaivo de amplio espectro que luego pudieran
controlar en solitario (Giraud, 2008, pp. 78-84). La
confusión al respecto creció en los días siguientes:
el gobierno superó una moción de censura mientras
negociaba en secreto con los comunistas, sin tener
claro qué pretendían inalmente. La prensa china llenaba de elogios a los «izquierdistas» desmarcados del
PCF, maoístas, trotskistas o anarquistas de la Fédéraion de la gauche, mientras que la soviéica seguía la
crisis a través de las declaraciones de líderes del PCF
y la CGT o de discursos oiciales, pero se mostraba
claramente enfrentada a los «izquierdistas», jaleados por los chinos, que les acusaban de «revisionistas» (Smirnov, 2006, pp. 173-175). Pero los signos
eran inquietantes. Los graiis denunciaban ahora a
de Gaulle como responsable de los males: «la chienlit
c’est lui !», es él quien causa estragos. Era una nueva
orientación política del movimiento. Mientras tanto,
la URSS concentraba tropas del Pacto de Varsovia en
la frontera checoslovaca en un episodio más de esa
crisis paralela a la que de Gaulle no dejaba de mirar.
La oposición lo entendió así también. Un miin gigante convocado en Charléty el 26 pareció diseñar un
gobierno alternaivo con Mendès France y Miterrand
que preconizaría una revolución sin comunistas, algo
que estos no podían consenir. Eso repercuió en las
negociaciones que en esos mismos días mantenía la
CGT en Grenelle con el gobierno. El 27 se alcanzó un
acuerdo in extremis. Resultó ser demasiado tarde: no
consiguieron que las asambleas obreras, que se habían compromeido ya con la reivindicación políica,
lo aceptaran. La vía de la negociación de Pompidou
fracasaba, pues, también. Enfrente, la prioridad políica impulsada por los «izquierdistas» estaba ganando
la parida a los comunistas. Eso les obligó a cambiar
de tácica, a admiir alinearse con la reivindicación
de un «gobierno popular» en el que pariciparían con
otros grupos políicos. Para entonces todo indicaba
que, deiniivamente, los comunistas querían ponerse a los mandos de un proceso políico que parecía
imparable (Peyreite, 2002, p. 1760). Dentro del PCF
no había acuerdo sobre el procedimiento. Si entendían que no era la hora de la revolución, sí parecía
la de la toma del poder, porque este se estaba hundiendo y solo era cosa de recogerlo. Convocaron,
pues, una manifestación para el día 29 con el lema
«Gouvernement populaire», tratando de adelantarse
a que Mitterrand se hiciera con la presidencia de la
República como había ofrecido. Entre los gaullistas
cundía el desánimo, y dentro del gobierno también:
ni siquiera podían garantizar las comunicaciones
internas en el ministerio del Interior. Se prepararon
incluso operaciones para sacar al gobierno de París,
como en 1871 o 1940. Un nuevo desastre parecía
cernirse fatalmente sobre Francia.
LAS SALIDAS
Los sucesos de los úlimos días de mayo del 68 ienen
como gran protagonista, inesperadamente, a ese Charles de Gaulle que aparecía sobrepasado por los acontecimientos el día 24. No es de extrañar que la inter-
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pretación resulte diícil. Primero, por la alta densidad
de acontecimientos; segundo, porque contamos con
versiones diíciles de compaibilizar, o incompaibles,
para reconstruir los hechos, y tercero, porque da la impresión de que su principal protagonista buscó deliberadamente dejar poco claro qué había querido hacer.
Recordemos esquemáicamente lo sucedido. El 28
de mayo daba la impresión de que los comunistas habían decidido tomar el poder: convocaron una manifestación para el 29 que podría terminar con un asalto
del Elíseo. A primera hora del 29, de Gaulle suspendió el consejo de ministros previsto para esa mañana,
lo pospuso para la tarde del 30 e, inesperadamente,
anunció a un perplejo Pompidou que se marchaba a
su casa en el campo en Colombey-les-deux-églises. En
realidad, sin comunicarlo a nadie, voló hasta BadenBaden donde se entrevistó con el general Massu, jefe
de las tropas francesas estacionadas en Alemania. De
allí volvió a Colombey a media tarde. La noicia de
su desaparición durante unas horas conmocionó a la
cúpula del poder y se difundió brevemente a través
de los medios de comunicación. Desde Colombey de
Gaulle llamó a Pompidou a las 18:30 y le conirmó
la celebración del consejo al día siguiente. Mientras
tanto, se desarrollaba la manifestación comunista,
enormemente concurrida, que se disolvió sin incidentes esa misma tarde poco después de las 19:30. A
primera hora del 30 de mayo de Gaulle volvió a París,
presidió el consejo de ministros e hizo saber que hablaría por la radio. En su brevísima alocución anunció
que no iba a reirarse, que posponía la celebración
del referéndum, que disolvía las cámaras y convocaba
elecciones. Responsabilizó del desaío a la República
a una amenaza dictatorial del comunismo totalitario,
apoyada sobre la ambición y el odio de políicos reirados. Esa misma tarde la manifestación más grande
de mayo de 1968 recorrió París en apoyo del jefe del
estado. A parir de ahí todo cambió: las huelgas se
debilitaron hasta desconvocarse, el movimiento estudianil perdió fuerza y en junio las elecciones dieron
a los gaullistas la mayoría parlamentaria más amplia
de su historia.
¿Cómo deben interpretarse los hechos? Hay una
evidencia básica en la que coinciden todos los estudios: de Gaulle fue su gran protagonista, se transformó y transformó la situación en 48 horas que resultaron cruciales. Lo diícil es interpretar cómo lo hizo y
por qué el que había fracasado tan estrepitosamente
por televisión el 24 y parecía perdido en los úlimos
cuatro días produjo un efecto tan diferente con su discurso radiofónico del 30.
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LAS INTERPRETACIONES
Las interpretaciones de los hechos están mediaizadas por sucesos posteriores, especialmente los resultados electorales de junio, el relevo del primer ministro Pompidou, la celebración del referéndum el 27 de
abril de 1969 y su resultado negaivo, la reirada de
de Gaulle esa misma medianoche y su fallecimiento el
9 de noviembre de 1970. A estos hechos inmediatos
deben sumarse las revelaciones sobre lo sucedido en
mayo del 68 por parte de los protagonistas que fueron
haciéndose públicas en años sucesivos. Las mencionaremos al mismo iempo que presentamos las interpretaciones a que dieron lugar, que cabe resumir en seis
grandes líneas argumentales.
La primera es la hipótesis del desfallecimiento del
jefe del estado que, abandonado por los políicos,
desorientado y falto de recursos, pensó en huir e incluso en volver a empezar la batalla del control del
país desde fuera de París y de la propia Francia, como
ya había hecho en 1940. Solo cuando por boca del general Massu constató que el Ejército le apoyaba, decidió regresar. El pueblo francés, cansado de desorden,
le escuchó. La mayoría silenciosa despertó en la manifestación monstruo del día 30 y su voz tuvo eco en
toda Francia, un eco que resonó pronto en la normalización de la vida del país y a coninuación en las urnas.
Esta explicación, que predominó en la década posterior a los hechos en algunos sectores, fue contestada con contundencia por quien entonces era ayudante de campo de de Gaulle, el almirante François
Flohic, que acompañó al matrimonio de Gaulle en su
viaje a Baden-Baden y Colombey ese 29 de mayo de
1968, y publicó en 1979 Souvenirs d’outre-Gaulle. Ahí
tesimonia que el general no era en absoluto un hombre desorientado o perdido ese día: dio instrucciones
muy precisas con un control de sí mismo evidente en
todo momento. Flohic supone que tuvo una tentación
de reirarse a la que en el fondo nunca tuvo intención
de ceder. Al contrario, ante el peligro de la disolución
del poder realizó «la maniobra anisubversiva por excelencia, colocando suilmente [al país] ante el vacío
de su desaparición» (Flohic, 1979, p. 184). El yerno del
general de Gaulle, el general Alain de Boissieu, abundó en esta explicación en sus memorias, en las que
caliica de maniobra tácica magistral el movimiento
de ese día (Boissieu, 1990, p. 193). Esta hipótesis iene
un grave inconveniente para sostenerse: la noicia de
que de Gaulle estaba en paradero desconocido llegó
a la opinión pública cuando la radio, a las 17:34, dio la
noicia de que no estaba –o no era seguro que estuviera– en Colombey. Menos de una hora más tarde, a
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Esta hipótesis heroica y maquiavélica, que cifraba
en el poder de esceniicación de de Gaulle la resolución del problema no dejaba en buen lugar a su entorno, que debía cargar con todas las culpas de los
desgobiernos de mayo. No es casual que en 1982 los
herederos de Pompidou, fallecido en 1974, decidieran publicar sus memorias, con el signiicaivo ítulo
de Pour rétablir une verité. El autor rompe también
con la versión oicial del recurso a las legiones. Promueve otra visión menos favorable a de Gaulle y regresa a la tesis del desfallecimiento, limitado ahora al
29 de mayo. Sería un episodio más en la historia de
un hombre cicloímico, un momento más de los varios que conoció Pompidou en que de Gaulle se senía
tentado por la dimisión (Pompidou, 1982, p. 192). Las
conidencias del propio de Gaulle con él en esos días,
en efecto, apuntaban en ese senido: había aparecido
ante él como un hombre cansado que ya no sabe qué
hacer, que incluso parece actuar falto de orientación
y comete la imprudencia de abandonar su puesto al
frente del país en un momento de máximo peligro.
La argumentación de Pompidou sobre el hundimiento del día 29 se complementó y reforzó con el
informe de Massu, que permaneció secreto durante
quince años. No lo publicó hasta que aparecieron las
memorias de Pompidou. La primera entrevista concedida por Massu a la prensa sobre el asunto data de
1982 y el contenido de su libro de recuerdos publicado al año siguiente ayuda a entender la interpretación
de Pompidou. Massu interpretó que de Gaulle había
venido a verle descorazonado y prácicamente decidido a reirarse. Su charla con él le habría ayudado a
recapacitar y a volver a su puesto al frente de Francia.
No obstante, lo más débil en esta interpretación de
un de Gaulle hundido es la tesis del recurso al ejército
como fortaleza en la que cimentar una reacción frente
a la debilidad de la políica. Además de que entra en
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contradicción con la ejecutoria políica del general y
numerosos escritos y declaraciones suyas, consta que
de Gaulle ni siquiera preguntó a Massu por este asunto, como este mismo subraya en su libro en respuesta
a las tesis de Boissieu. Y hay todavía más: a las 8 de la
mañana del día 29, el general había convocado al general André Lalande, su jefe de estado mayor paricular y le había encargado una doble tarea: primera, que
fuera a ver a Massu y a otros dos generales al frente
de regiones militares para preguntarles si intervendrían con sus tropas para mantener el orden; segunda, que de paso se llevara a Baden-Baden en el avión
a la familia de su hijo, que no podía viajar por falta de
medios de transporte a causa de la huelga. Cuando
de Gaulle, repeninamente, dejó Baden-Baden, tras
cerca de una hora de conversación con Massu en la
que no habló de este tema con él, el general Lalande,
que había llegado a la base, se reunió con Massu para
tratar del encargo recibido por de Gaulle. Fuera lo que
fuera lo que de Gaulle buscaba de Massu, si buscaba
algo, no era conocer su disposición a marchar sobre
París en caso de que se lo pidiera.
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Pablo Pérez López
las 18:23 anunciaron que había llegado con su mujer a
su domicilio en el campo (Giraud, 2008, pp. 344-348).
Por tanto, es diícil pensar que hubo lugar para que la
noicia se difundiera mucho, ni que creara una sensación de vacío que sacudiera los ánimos y fuese causa
de un cambio tan intenso. En todo caso, la maniobra
de desconcierto y de colocación frente al vacío tendría
entonces por público desinatario los colaboradores
inmediatos del general: el gobierno de Francia. Serían
los políicos los que habría querido sacudir con su acitud, y especialmente al primer ministro Pompidou.
En cuanto al recurso al ejército, de Boissieu suaviza tal
posibilidad hasta hacerla prácicamente irrelevante
frente a la explicación del golpe de efecto.
Las revelaciones de esta tercera hipótesis cuesionaban seriamente la versión oicial gaullista establecida por Flohic y de Boissieu. El intento de recomposición de la interpretación del 29 y 30 de mayo llegó
con un arículo del jurista François Goguel en la revista Espoir, del Insitut Charles de Gaulle, en 1984.
Es signiicaivo que ese mismo arículo se haya publicado de nuevo en la misma revista en el monográico sobre mayo del 68 aparecido en abril de 1998 en
el trigésimo aniversario de los hechos con una nota
que indica: «La Redacción se ha permiido republicar
este texto fundamental de François Goguel aparecido
en su número de marzo de 1984» (VV.AA., 1998, p.
87). El trabajo está construido sobre nuevos tesimonios de protagonistas de los hechos y colaboradores
de de Gaulle que ayudan a precisar lo sucedido y su
signiicado. De Gaulle había encargado a su yerno de
Boissieu que convocara a Massu en Alsacia, pero de
Boissieu fue incapaz de contactar con Massu y ante la
falta de noicias, cuando los helicópteros se detuvieron a repostar, de Gaulle optó por seguir camino para
visitar a Massu en su propia residencia. La inalidad
del presidente habría sido esceniicar el apocalipsis
ante el militar para hacerle reaccionar, prácica, por
otra parte, habitual en de Gaulle. Massu se habría
creído la representación sin percibir segundas intenciones, y habría deducido que su contraargumentación había servido para restablecer la conianza del
estadista. Pero, apunta Goguel, esto es diícilmente
creíble a poco que se sepa del líder de la Francia libre.
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La chienlit c’est lui ! De Gaulle ante mayo de 1968
La explicación que sugiere el autor es la siguiente: lo
que realmente habría buscado mediante ese encuentro era impresionar a la opinión. La salida de París era
un medio para empujar a que la opinión se rehiciera:
que dos hombres tan disintos, que solo tenían en
común la devoción por Francia, aparecieran unidos
en un momento críico, sería suiciente para remover
los espíritus. La nueva explicación sería que de Gaulle habría buscado la asociación de dos nombres, el
suyo y el de Massu, para impresionar a la opinión pública, pero solo para impresionar, no para intervenir
militarmente, ni siquiera en hipótesis. Massu habría
realizado el papel que de Gaulle esperaba de él, algo
por lo que de Gaulle le debía sincero agradecimiento
y razón por la cual nunca habría hecho pública la verdadera intención del viaje: no quería hacerle quedar
como un puro comparsa, engañado, además. Aquella
entrevista habría quedado ligada afecivamente al
día en que se rehízo tras cuatro de inceridumbre. En
cuanto a la conidencia de de Gaulle a Pompidou de
que había tenido un desfallecimiento, Goguel sosiene que el primer ministro le malinterpretó: de Gaulle
estaría hablando de los días de dudas, pero no del
viaje del 29, cuando ya está ejecutando su plan de
salida de la crisis.
La hipótesis añade maices y precisiones interesantes, pero de nuevo le falta solidez en un punto
esencial: esa asociación de nombres no se produjo.
Nadie habló de ella el día 29. Solo L’Aurore mencionó
a Massu el 30 de mayo. Es más, oicialmente el encuentro fue desmenido el 31 de mayo. La noicia del
encuentro llegó desde el extranjero, del enviado especial permanente que Le Figaro tenía en Bonn, y puede
airmarse que en realidad solo fue conocida por poca
gente el día 30, después de que la manifestación de
apoyo a de Gaulle hubiera terminado. Y lo que es más
importante, de Gaulle ordenó ocultarla (Giraud, 2008,
pp. 510 y ss.). Así las cosas, es diícil sostener que fuera la maniobra con que pretendió movilizar la opinión.
Una quinta versión de los hechos se desprendería
de lo revelado por Philippe de Gaulle, que en 1983 declaró ser el único que tenía las claves para explicar la
escapada a Baden-Baden. En su segundo tomo de memorias la explicación que aporta está en la línea con la
argumentación de Goguel, aunque añade precisiones
interesantes (De Gaulle, 2000, pp. 190-215). Habría
sido él mismo quien sugirió el día 26 a su padre que se
alejara de París y amenazara con marcharse. Su consejo fue que marchara a Brest donde podría embarcar
en un crucero con todos los medios para desplazarse
y comunicarse. Su padre le contestó que prefería irse
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a Colombey, a lo que al hijo protestó que parecería
que se iba a descansar como cualquier in de semana. El general le sugirió entonces que, ya que él debía
someterse a un tratamiento termal y tenía problemas
con el lugar al que quería acudir, que se fuera a Baden,
a casa de Massu, donde podría seguir tratamiento y
que llevara con él a su familia: así alejados de París se
evitaría una molesta posibilidad de toma de rehenes.
El almirante dice haberse percatado en ese momento
de que estaba ante una maniobra del esilo de las que
su padre recomienda en su obra Le il de l’épée: el jefe
debe cubrir de misterio sus intenciones, con astucia y,
si es preciso, bajo un velo de engaño. El general aprovecharía para entrevistarse con Massu en Estrasburgo
u otro lugar a mitad de camino entre Colombey y Baden. Por tanto, conirma que no había intención de ir
hasta Baden si Boissieu hubiera conseguido concertar
un encuentro en otro lugar. Y también que su padre
no estaba sin recursos en esos momentos, sino que
lamentaba no haber sabido prever la deriva de los
acontecimientos y haberse dejado superar por ellos
en velocidad. Ese sería el contenido del “desfallecimiento” del que habló a algunos colaboradores. En
esos momentos lo que buscaba era únicamente generar una sacudida que despertara a la opinión. De
nuevo el problema está en explicar por qué no buscó
dar publicidad al hecho sino lo contrario.
Finalmente tenemos la versión de Henri-Chrisian Giraud, expuesta en su obra L’accord secret de
Baden-Baden, publicada en 2008. Giraud, periodista
y escritor, se ha especializado en las relaciones entre
de Gaulle y los comunistas, y es ese conocimiento el
que le pone sobre la pista de otra posible explicación.
Gaullismo y comunismo eran dos soportes necesarios
de la Vª República, los dos únicos elementos esenciales de la políica francesa, según expresó alguna vez
André Malraux. De Gaulle había acudido en busca
de apoyo de la URSS muy pronto, en 1941, y lo había obtenido. Estaba convencido de que Rusia era la
esencia de la superpotencia, a la que llamaba así y no
Unión Soviéica, con una perinacia llamaiva. Su afán
de mostrar independencia respecto a los Estados Unidos, según el autor, no era más que una máscara de su
preferencia por los rusos. Esas convicciones no eran
ningún misterio para los soviéicos que valoraban muy
posiivamente la postura del general francés, y le correspondían con gestos de proximidad. La culminación
había sido su viaje a la URSS en 1966. Los contactos
entre de Gaulle y los soviéicos estuvieron encauzados frecuentemente a través de Yuri Dubinin, primero
traductor y luego miembro del cuerpo diplomáico
en París, que después sería embajador en Madrid
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El viaje a Baden se explicaría como un medio para
resolver esta duda, al mismo iempo que como la preparación de una respuesta abierta al abierto desaío
planteado. Eso explicaría muy bien la frase con que
comenzó su alocución del 30 de mayo: «Francesas,
franceses, siendo yo depositario de la legalidad nacional y republicana, he considerado en las úlimas veinicuatro horas todas las posibilidades, sin excepción,
que me permiirían mantenerla. He tomado mis decisiones» (Lacouture, 1986, p. 719). En efecto, debía
estar preparado para un escenario totalmente nuevo, o podía coniar en una solución dentro del que él
mismo había levantado. En el primer caso la situación
sería muy diícil y exigiría empezar desde cero y quizá desde fuera de un poder arrancado de sus manos
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como consecuencia de la impericia de sus ministros y
de su propia falta de agilidad para adelantarse a los
acontecimientos, como él mismo reconocería. Pero
para responder a esa pregunta la clave era saber cuál
era la postura de Moscú, ya que eso determinaría la
del PCF. Una respuesta la tendría cuando terminara la
manifestación del día 29: si terminaba en intento insurreccional y de toma del poder, Francia se enfrentaba a un episodio más de violencias revolucionarias de
signo políico. Eso no ocurriría si Moscú no había dado
su placet a una toma del poder. Pero, desde luego, si
lo había dado, el problema exigía considerar todas las
posibilidades, desde la revolución y el desplazamiento del telón de acero hacia el oeste, hasta una guerra
abierta en Europa. Ese era el interrogante al que él
necesitaba responder.
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Pablo Pérez López
(1978-1986), Washington (1986-1990), París (19901991) y viceministro de exteriores de Rusia. Exisía un
entendimiento tácico entre de Gaulle y Moscú que
hacía que el general pudiera contar con la garanía de
que los comunistas serían una oposición leal, que no
promoverían la ruptura del sistema. A cambio se les
dejaba dominar el ámbito cultural francés y tener un
parido y un sindicato que eran señores indiscuibles
de la izquierda y gobernantes de barriadas enteras.
Los sucesos de mayo del 68 inquietaron políicamente a de Gaulle en el momento en que tuvo la impresión de que los comunistas podían haber cambiado
de postura. Su miedo procedía de las dudas que tenía
sobre cómo aceptaba la URSS su políica hacia el este
de Europa (hemos mencionado el caso de Rumanía),
en la que favorecía los criterios «independientes» de
los disintos países del otro lado del telón de acero.
Los sucesos de Checoslovaquia, que discurrieron en
paralelo a la crisis de mayo francés y terminaron con
una intervención militar soviéica, fueron un elemento añadido a ese temor. De Gaulle no creía posible
que los grupos anarquistas o izquierdistas radicales de
estudiantes fueran a poner en peligro el sistema. Ni
siquiera temió cuando se aproximaron a la izquierda
no comunista. Pero sí lo hizo cuando entendió que los
comunistas habían cambiado de postura y estaban
dispuestos a romper su pacto no escrito, y eso sería lo
sucedido a parir del 24 de mayo. Si había habido un
cambio tan trascendente en las intenciones soviéicas,
había que diseñar una respuesta totalmente diferente
de la contemplada hasta entonces, porque se estaba
ante una crisis que afectaba al núcleo del sistema. De
todo esto, uno de los secretos mejor guardados de la
políica del general, ni siquiera estaban al tanto explícitamente algunos de sus ministros: sería un apartado
que gesionaba él personalmente sirviéndose de los
medios que entendía oportunos.
Su pregunta, supone Giraud, era suicientemente
delicada como para que no pudiera ni formularse ni
responderse por la vía diplomáica. Las informaciones
que le llegaban de la embajada no dejaban ver apoyo
a un movimiento insurreccional, ni tampoco el tenor
de la prensa soviéica. Pero eso no era seguridad suiciente, sobre todo a parir del 24, cuando se vio el
cambio de orientación de la CGT que parecía trasladar
el del PCF. De Gaulle necesitaba algo más, e intuyó o
conoció que la respuesta le podía llegar por otro medio, todavía más compromeido. El 28 de mayo se produjo la visita del comandante de las fuerzas soviéicas
en Alemania oriental al puesto de mando de las francesas dirigidas por Massu en Baden-Baden, un hecho
excepcional. De Gaulle habría intuido que el mensaje
que Moscú quisiera hacerle llegar no podía tener un
sello más iable que el del hombre que estaba al mando de las divisiones que tenían por misión invadir la
RFA, y Francia, si fuera el caso. Esa sería la información
que buscaba encontrar en Massu, mediante entrevista en Estrasburgo, Baden, o donde fuera, pero directa.
Le urgía tener ese dato, pues su decisión dependía de
dos grandes factores: la postura de Moscú y la del PCF.
La segunda la tendría con el inal de la manifestación
del 29, pero la primera decidió buscarla directamente a través de Massu. De Gaulle se cuidó mucho de
cubrir con un velo de engaño su maniobra, en esto
Giraud toma nota de lo que indica Philippe de Gaulle.
Diseñó para eso un plan minucioso que ejecutó a parir del día 27.
El tesimonio de uno de sus próximos, Alain Peyreite, refuerza la tesis del plan minucioso. Peyreite,
ministro de educación, dimiió el 27 a peición de
Pompidou, que quería nombrar un mediador que reparara el conlicto con la Sorbona cuando creía que
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los acuerdos de Grenelle iban a funcionar. De Gaulle
concedió audiencia a Peyreite el día 29 a las 4 de la
tarde. El 28 Bernard Tricot, secretario general de la
presidencia, le comunicó que su audiencia se posponía al in de semana, y le hizo llegar una carta manuscrita del general en la que este le reiteraba su amistad.
Mientras todos los demás piensan que de Gaulle está
desorientado y sin recursos, Peyreite anota: «miércoles 29, por la tarde, cuando me entero de que el
general ha desparecido y que su primer ministro nada
sabe de dónde ha ido, no dudo que esté siguiendo un
guion establecido en sus menores detalles. Desde el
martes por la tarde, había previsto “dar un golpe” que
le mantendría ausente un día, quizá dos; retrasar el
consejo de ministros; no decir nada a nadie, ni a Pompidou ni a Tricot. Para mí es la señal de que de Gaulle
ha tomado los mandos. No tengo ningún mérito en
descifrarlo: yo tenía una clave que otros no tenían»
(Peyreite, 2002, p. 1766).
Peyreite conocía bien a de Gaulle, como demuestra su voluminosa y valiosa obra acerca de él, y tenía
el dato de su nueva cita para el in de semana, que
indicaba a las claras para él que el general sabía dónde
estaría para entonces. En la misma línea, de Boissieu
recuerda haber visto el borrador de un discurso que
de Gaulle preparaba (el del día 30) el día 29 a primera hora de la mañana, cuando acudió a visitarle por
indicación suya para recibir instrucciones y encargos
minuciosamente preparados (De Boissieu, 1990, p.
192). Nada de inceridumbre ni de pérdida del control, pues, en de Gaulle, aunque se hubiera empeñado
en varias entrevistas en dar la impresión de que eso
era, justamente, lo que le pasaba.
Podemos estar seguros de que tenía un plan minuciosamente planeado y cuidadosamente ocultado
y enmascarado. Giraud concluye que si quería ver a
Massu era porque él tenía una información que le interesaba. Una de las conirmaciones más explícitas de
que hubo un mensaje de Moscú respecto a la crisis
francesa se encuentra en las Memorias del entonces
ministro alemán de exteriores, Billy Brandt: «El jefe de
la misión soviéica hizo saber al general Massu en Baden-Baden que Moscú consideraba con benevolencia
la salvaguardia del régimen» (Giraud, 2008, p. 233).
Como hemos señalado, el 28 de mayo una delegación soviéica del más alto nivel militar, presidida por
el mariscal Piotr Kochevoi, visitó a Massu en BadenBaden. Kochevoi mandaba cinco ejércitos de cuatro
divisiones cada uno, frente a las dos divisiones francesas. El soviéico, como recoge Massu en sus memorias, conversó a placer con él, en primer lugar, de
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su desprecio por los alemanes, responsables de la
muerte de veinisiete millones de soviéicos, a los que
veía cada vez peores, y de su decisión de aplastarlos
ante la menor provocación. Llegó a airmar que «el
próximo teatro de guerra será Alemania occidental».
Francia no debía equivocarse de aliado en la próxima
guerra, advirió. En la cena cambió de tono iniciándola
con un brindis «por la amistad franco-soviéica» y por
«el gran presidente Charles de Gaulle». Habló de los
acontecimientos de París: «Kochevoi se asombra, se
indigna del comportamiento de los estudiantes. “¡Hay
que aplastarlos, aplastarlos!” dice —en ruso naturalmente— pero acompañando sus palabras de gestos
que hacen inúil la traducción» (Massu, 1983, pp. 3537). Se despachó a gusto acerca de la estupidez juvenil
que daba como hecho y tomaba como derecho todo
lo que se había conquistado para ellos, y pasó luego
a exaltar la amistad franco-soviéica y lo excepcional
del trato que de Gaulle había recibido en su visita a
la URSS. Cuando se empezó a fumar, le dijo a Massu
que no tendría nada de raro que París le tomara prestados algunos regimientos. No debía preocuparse:
los rusos harían como que no sabían nada del debilitamiento de la guarnición francesa (Giraud, 2008, p.
259). Y volvió sobre la cuesión estudianil: era cosa
de los franceses, pero los soviéicos no comprendían
que hubieran permiido que se la jugaran una pandilla
de anarquistas: «los habríamos aplastado». Era diícil
una mayor exhortación a la irmeza del gobierno.
Giraud supone que este mensaje es el que de Gaulle
quería oír de Massu. Desde luego, no le preguntó algo
así directamente: esceniicó ante él un estado de ánimo cargado de preocupación y en extremo abaido,
y le dejó hablar. Cuando conoció el contenido que le
interesaba y pensó que la representación había sido
saisfactoria, se levantó de pronto y anunció que volvía a Francia ante un asombrado y saisfecho Massu.
Aterrizado ya en La Boisserie, esperó la siguiente información. El tesigo en este caso fue Flohic. Tras llamar
a Pompidou y a Tricot para informarles de su llegada a
Colombey, de Gaulle dio un largo paseo campestre con
su mujer, tranquilo y apaciguado, hablando de lores
y árboles. Contra su costumbre no se puso a trabajar
al volver, sino que encendió el televisor para ver las
noicias de las 8. Se le notaba impaciente, y tras ver el
telediario se produjo un cambio de humor espectacular. Flohic no lo anota, pero Giraud señala que ese telediario dio cuenta de la disolución en la más absoluta
tranquilidad de la gran manifestación organizada por
la CGT. Era el dato que le faltaba por conocer (Giraud,
2008, p. 356). La discusión de cómo las consignas más
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Gran parte de las acciones de de Gaulle en esos días
tenderían a ocultar esta inalidad esencial de su viaje
a Baden. Ahí habría volcado su genio como líder capaz
de llevar a efecto su designio y al mismo iempo mantenerlo oculto. Para conirmar su hipótesis, Giraud
aporta varios argumentos más, entre los que cabe
subrayar los siguientes: la conformidad de Moscú y
su entendimiento claro pero tácito le permiió cargar contra el comunismo en su discurso del día 30, y
eso no impidió que los más conocidos representantes
del gaullismo de izquierdas acudieran a la embajada
soviéica al terminar la manifestación de apoyo a de
Gaulle del día 30 para paricipar en una recepción de
despedida de Dubinin (Giraud, 2008, pp. 391-403). La
respuesta del PCF fue en la prácica extremadamente
suave, aunque envuelta en retórica de denuncia. En
el nuevo gobierno que se formó con Maurice Couve
de Mourville el gaullismo de izquierda tomó el relevo,
encarando reformas interiores, y marcando una políica exterior dirigida en sus menores detalles por de
Gaulle y todavía más favorable a las posturas soviéicas y menos a las norteamericanas. Cuando se produjo la intervención militar en Checoslovaquia el 21
de agosto, la reacción del presidente fue acordar con
el ministro de exteriores, Michel Debré, que desaprobarían la acción y admiirían que podía signiicar diferir la distensión, pero no renunciar a ella. De Gaulle,
siempre tan sensible a denunciar los atentados contra
la libertad, permaneció llamaivamente callado, y fue
el responsable úlimo de que Debré acabara caliicando la intervención soviéica en Checoslovaquia de
«incident de parcours», un contratiempo. La invasión
de Checoslovaquia tuvo mayor efecto en el PCF, que
se distanció de Moscú y abrió la puerta a un acuerdo
con la izquierda, que en la postura de la República
Francesa en relaciones internacionales. Para Giraud
no cabe duda del intercambio de favores que se adivina aquí (Giraud, 2008, pp. 450-479).
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CONCLUSIONES
El estudio de las acitudes y la acividad de Charles
de Gaulle en mayo del 68 ha ocupado muchas páginas
y no es abordable con detalle suiciente en las disponibles en un arículo, pero lo que recogemos aquí pensamos que sirve para percatarse de algunos hechos
sin cuyo conocimiento no es posible comprender el
mayo del 68 francés.
Destaca, en primer término, la profunda visión políica del estadista francés. Su diagnósico de que se
trataba de una crisis de civilización que reclamaba
reformas profundas ha sido conirmado en los años
posteriores. Junto a esto, destaca su prudencia políica al insisir en un criterio suyo recurrente: era preciso
preservar la autoridad del estado, porque cualquier
mal presente o futuro sería menor que los que traería
consigo su hundimiento. El primer deber de los políicos era este y apenas si consiguieron cumplir con
él en esas semanas. En tercer lugar, llama la atención
la importancia de la administración de los iempos en
la decisión políica. De Gaulle reconoce que su mayor
error fue dejarse adelantar por los acontecimientos,
y es justamente eso lo que debe reciicar con una
nueva maniobra a parir del 28. Ahí justamente radica
otro hecho relevante: la capacidad de reciicación del
general, su reconocimiento de los errores y fracasos
–el día 24– y su búsqueda de nuevas soluciones –la
maniobra del 29 y el discurso del 30. De otra parte, la
forma en que de Gaulle cierra la crisis, la crisis políica más urgente, maniiesta hasta qué punto los elementos que él ponderaba eran esenciales frente a los
más aparentes que parecieron abrirse camino en las
primeras semanas de la revuelta, aquellos que dieron
su brillo al movimiento estudianil y lo legiimaron
ante la opinión. No es diícil imaginar qué consecuencias hubieran podido derivarse de la ausencia de un
hombre como él al frente de Francia en aquellos momentos, y qué es lo esencial en políica más allá de la
retórica.
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Pablo Pérez López
radicales se suavizaron a las dos horas de comenzar la
manifestación y por qué terminó disolviéndose en la
más absoluta tranquilidad sin asomo de movimiento
insurreccional, ha llevado a varias interpretaciones. Giraud está convencido de que la válida es la que pone
en Moscú el origen de la orden de suavizar la protesta
y respetar el orden republicano: hacía iempo que el
Kremlin había decidido someter a las autoridades del
PCF a los imperaivos de la políica exterior soviéica,
en concreto a no perjudicar en nada la políica gaullista que beneiciaba la estrategia soviéica de distensión
este-oeste y de distanciamiento de Europa occidental
de los Estados Unidos (Giraud, 2008, pp. 357-360; Rey,
1991, p. 51; Soutou, 2001, pp. 471-472).
Ciertamente hay numerosos aspectos que todavía
hoy distan de estar claros. Las tesis de Giraud, en tantos
aspectos atracivas por su compaibilidad con los hechos y su capacidad de explicar lo que otras hipótesis no
explican, deberán esperar la disponibilidad de nuevas
fuentes, especialmente soviéicas, para ser conirmadas
o desmenidas. Pero sea cual sea la aportación de esas
nuevas fuentes, parece fuera de duda la extraordinaria
pericia que demuestra de Gaulle en la gesión y búsqueda de soluciones para una crisis que adquirió una
envergadura histórica. En mayo del 68 se entrelazaron
factores culturales, de mentalidad, sociales, políicos,
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La chienlit c’est lui ! De Gaulle ante mayo de 1968
de relaciones exteriores, estratégicos y personales, con
una intensidad y una densidad llamaivas. Ser capaz de
ver en ese aparente desorden, y de ver a través de los
aciertos y equivocaciones propios y de sus colaboradores, fue uno de los logros de este renombrado estadista.
Con todo, los hechos dejan ver también qué signiica el
inal de un iempo. De Gaulle, que había dominado la
conducción de otras crisis de forma magistral, en esta se
muestra más dubitaivo, y inalmente incapaz de conducir las reformas profundas que demandaba la crisis de
civilización que revelaban los hechos. Su iempo había
pasado, y él parecía entenderlo también así.
La consideración de los hechos más estrictamente
políicos de aquellas semanas ayuda también a entender que por profundas y radicales que sean muchas
causas sociales y culturales en el devenir histórico,
resulta precisa una políica adecuada para que los deseos de mejora lleguen a puerto. El genio o, al menos,
el talento políico nunca dejará de ser una necesidad
de las comunidades humanas. Si ienen la suerte de
contar con él, llegarán más lejos que si les falta. Por
eso, siempre necesitaremos hacer una buena historia
políica para entender nuestro pasado.
NOTAS
1. «Le chienlit» era el nombre de un personaje
del carnaval de París que aparecía como si
hubiera defecado mientras dormía. De
Gaulle emplea el término en femenino con
significado genérico.
BIBLIOGRAFÍA
Alexandre, Ph. (1969). L’Elysée en péril.
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htps://doi.org/10.3989/arbor.2018.787n1001