LA BANALIZACIÓN DEL MAL EN LA PROSTITUCIÓN: ENTRE PSICOPATÍA Y
PERVERSIÓN
© Inmaculada Jauregui Balenciaga
Email: inmajauregui@gmail.com
Resumen
La psicopatología social desde sus comienzos ha relacionado civilización con patología.
Y actualmente son las patologías narcisistas las que mejor describen el malestar .La
prostitución es planteada como una patología del capitalismo neoliberal; una cultura
psicópata basada fundamentalmente en la cosificación –mercantilización– , y una
violencia impune cimentada sobre relaciones de (abuso de) poder, para satisfacer una
serie de necesidades a una parte de la población –masculina–. El capitalismo no es sino
la extensión del patriarcado más allá de la familia, siendo el modelo de explotación y
esclavismo capitalista, la explotación de la mujer por el hombre. El capitalismo así se
erige como heredero de los valores patológicos patriarcales, valores en cuanto a su
contenido que casan con rasgos psicópatas y perversos. En la mente patriarcal se
encuentra la raíz del mal de nuestra civilización. Los patriarcados contemporáneos
aplican la lógica económica a las relaciones de género, de tal manera que la prostitución
representa una forma más de esclavitud (sexual) femenina, está estrechamente
imbricada con la criminalidad, al límite entre la economía legal e ilegal. La
socialización moderna supone la banalización del mal, es decir, la enculturación de la
sociedad en la barbarie a través fundamentalmente de la economía y la legalidad.
Summary
Summary Social psychopathology since its inception has linked civilization with
pathology. And now it is the narcissistic pathologies that best describe the malaise.
Prostitution is posed as a pathology of neoliberal capitalism; a psychopathic culture
based fundamentally on reification - commodification - and unpunished violence based
on relations of (abuse of) power, to satisfy a series of needs of a part of the population masculine -. Capitalism is but the extension of patriarchy beyond the family, being the
model of exploitation and capitalist slavery, the exploitation of women by men.
Capitalism thus stands as the inheritor of patriarchal pathological values, values in terms
of their content that marry psychopathic and perverse traits. In the patriarchal mind is
the root of the evil of our civilization. Contemporary patriarchates apply economic logic
to gender relations, in such a way that prostitution represents one more form of female
(sexual) slavery, it is closely intertwined with criminality, the limit between the legal
and illegal economy. The modern socialization supposes the trivialization of the evil,
that is to say, the inculturation of the society in the barbarism through fundamentally of
the economy and the legality.
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SOCIEDAD ENFERMA O MALDAD
Somos ya unos cuantos autores que afirmamos que la sociedad está enferma. Pero,
¿enferma de qué? ¿qué le pasa? ¿cuál es el diagnóstico? Bastantes autores hablan de
sociedad y narcisismo, la cultura del narcisismo, el vacío (Lowen, 2000, Lasch, 1991,
Lipovetsky, 1993). Al respecto, «Pocas dudas puede suscitar la idea de que nuestra
sociedad cultiva el narcisismo de un modo desaforado» (Garrido, 2000, p. 92). Y dentro
de este registro patológico, la psicopatía parece ser el espécimen que mejor se adapta a
nuestros tiempos. Así «Alan Harrington escribió en 1972 en su libro Psicópatas que lo
que “anteriormente se diagnosticaba como una enfermedad mental se ha convertido en
el espíritu de nuestro tiempo”» (Ibid, p. 85). Y es que cada vez más autores
especialistas en el tema coinciden en afirmar que «la sociedad se está volviendo más
psicopática» (Pinker en Dutton, 2018, p. 152). Clive R. Boddy «afirma que son los
psicópatas, sencillamente, los que se encuentran en el origen de todos los problemas.
Los psicópatas (…) se aprovechan de “la naturaleza relativamente caótica de las
empresas modernas”» (Dutton, 2018, p. 156). Robert Hare (2003) dirá que «nuestra
sociedad se está moviendo en la dirección de permitir, reforzar e incluso valorar
algunos de los rasgos patológicos enumerados en el Psychopathy Checklist – rasgos
como la impulsividad, la irresponsabilidad, la falta de remordimientos, etc.- (…). Una
“sociedad camuflada”, donde los verdaderos psicópatas se pueden ocultar muy bien»
(pp. 230-231). Es conocido el hecho de que «para mantenerse como tal y reproducirse,
cada marco social requiere de un modelo de sujeto que lo posibilite, para lo cual todas
sus instituciones buscan tal construcción» (Guinsberg, 1994, p.23).
Cuando leemos sobre las características de la persona psicópata, los criterios
diagnósticos, sobre todo aquellas que hablan de falta de interiorización de normas y
leyes, ausencia de remordimiento y culpa, resulta harto difícil no reparar en el
funcionamiento político y económico de nuestras sociedades. Cuando leemos que las
leyes y normas no van con estas personas, no podemos dejar de pensar en el
funcionamiento político de las «democracias» actuales. Cuando leemos que en las
personas psicópatas, domina una lógica perversa e instrumental, no podemos por menos
de pensar en el funcionamiento de grandes empresas y corporaciones. Cuando leemos
que las personas no les importamos en absoluto, pues sólo nos ven como meros objetos
o instrumentos para conseguir sus fines (Piñuel, 2008), no podemos dejar de pensar en
la lógica subyacente del capitalismo. El ser humano no importa al capital. El dinero no
tiene ética ni moral. Quien dice dinero, dice negocios, dice empresas, dice corrupción,
dice política, dice especulación, pero dice sobre todo de aquellas personas que están
detrás de este tipo de mercadeo: los psicópatas. De la misma manera que la ley dice que
el no conocerla, no exime de cumplirla, el hecho de no saber que una persona se
comporta como psicópata no exime de serlo.
Ahora bien, el capitalismo no es sino la extensión del patriarcado más allá de la familia
hacia lo político y económico (Naranjo, 2018). El modelo de explotación y esclavismo
capitalista se basa en la explotación de la mujer por el hombre, su domesticación, su
esclavitud doméstica y reproductora. El capitalismo es heredero de los valores
patriarcales; en ellos se encuentra la raíz del mal (Ibid). En la mente patriarcal está la
raíz del mal de nuestra civilización.
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No obstante, el mal tiene un nombre y un diagnóstico: psicopatía. Esta anomalía –
situada en el registro narcisista– es muy «particular». La primera y más importante
particularidad es que no es posible comportarse como si lo fuera, sino que es una forma
de ser y de estar en el mundo (Marietán, 2008). Representa a un porcentaje de la
población, dicen que alrededor del 3 ó 4% de la población. Se trata, al parecer, de una
patología innata, no adquirida. No obstante, algunos autores también afirman que es
posible actuar y transformarse en una persona psicópata (Piñuel, 2008). Si vivimos
inmersos en valores psicópatas, si estamos gobernados por psicópatas, si trabajamos con
(y para) psicópatas, aumentamos considerablemente la posibilidad de convertirnos en
psicópatas, pues el medio de socialización es fundamentalmente psicopático. Resulta
imposible estar sano en un medio enfermo. La comprensión a esta cuestión nos la da
claramente Iñaqui Piñuel (Ibid): vivimos en una sociedad cuyos valores favorecen el
desarrollo de todo un narcisismo social. Las principales instituciones educativas y
socializantes resultan altamente tóxicas porque estas van progresivamente
socializándonos en estos valores basados en la carencia de una internalización de las
normas éticas o morales. Dada la evolución social, cultural, política y económica, la
autora Inmaculada Jauregui (2008), se plantea una especie de institucionalización de la
psicopatía, que coincide con su desclasificación diagnóstica. En definitiva, estamos
siendo enculturados en normas y valores psicópatas: «en una sociedad psicopática, el
narcisismo social dominante hace, además, el resto, inoculando desde pequeños a los
niños la necesidad de éxito, de apariencia y de notoriedad social. el virus del
narcisismo social les conduce a la rivalidad, la competitividad, la envidia y el
resentimiento contra los demás. tal es el despropósito educativo que nos invade y
explica por qué muchos de estos niños, al hacerse mayores, se convierten en
depredadores en organizaciones en las que recalan como trabajadores» (Piñuel, 2008:
77). Este autor va más lejos, comprendiendo las bases y los mecanismos psicológicos
por los cuales ciertas organizaciones pueden transformar a buenas personas en
psicópatas. Finalmente, el autor aclara cómo una estructura económica sacrificial como
la de las sociedades occidentales, produce una anestesia moral; una dimisión ética
interior que conduce directamente al desarrollo de la psicopatía. Jauregui (2008) nos
dirá que la psicopatía parece ser una patología consustancial a la modernidad, a modo
de pandemia, profundamente ligada a los «valores» económicos, que va filtrándose en
la cultura, convirtiéndose en el modelo de éxito y de poder a imitar, socavando así las
estructuras sociales y políticas y, devaluando la democracia. «Un hombre diferente sería
disfuncional para las necesidades de la misma» (Guinsberg, 1994, p. 23).
Más allá del diagnóstico psiquiátrico, extinto desde 1964, la psicopatía emerge como un
problema social en expansión, caracterizado por una crueldad hacia lo humano, fruto no
sólo de una constante trasgresión de las normas, sino de una perversión de la ley en
beneficio propio. Esta pandemia, generadora de una violencia sin precedentes, se ha
notablemente generado con el espíritu protestante del capitalismo y su ulterior
desarrollo, es decir, la religión ha sido sustituida por la economía, convirtiéndose esta
en la nueva y postmoderna laica religión. No obstante, tal y como nos lo ilustra Piñuel
(2008), gracias a la religión sacrificial de la economía, cuyo dogma sagrado es la
racionalidad instrumental, cualquier persona normal puede perfectamente convertirse en
una persona psicópata sin necesidad de que intervenga su genética. Basta con unos
cuantos mecanismos de defensa y la socialización en una organización tóxica, que
actualmente son muy numerosas.
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APUNTES DE HISTORIA DE UNA CIERTA PSICOPATOLOGÍA SOCIAL
Sigmund Freud (1981), médico, fue el primer autor que relacionó civilización con
patología. Habló de un malestar cultural como precio al progreso. El sacrificio de la
vida instintiva y la espontaneidad, ha supuesto el desarrollo de una moral y una ética
cultural, en donde se halla la conciencia.
Karen Horney (1984), psicóloga y psicoanalista, coetánea de Freud, habló de la
personalidad neurótica de nuestro tiempo. Una estrategia defensiva para hacer frente al
medio generador de angustia. Esta autora señala «la gran importancia de las
condiciones culturales en la neurosis» (p. 10). Cuestiona el concepto de «lo normal», el
cual es variable no solo entre las diferentes culturas, sino también a través del tiempo.
En todas las formas neuróticas, hay un común denominador «producto de las
dificultades que reinan en nuestro tiempo y nuestra cultura» (p. 33).
Erik Fromm (2008), psicólogo, en su obra «Psicoanálisis de la sociedad
contemporánea» apunta de manera más fina, planteándose la normalidad como
patología así como el estado enfermo de toda una sociedad. Enfermedad estrechamente
vinculada al capitalismo cuya forma de individuo medio resulta ser el individuo
enajenado, alienado. Un sujeto extraño a sí mismo. Este estado de enajenación impregna
todas las relaciones y la manera de hacer del ser humano, generando fenómenos
imprevisibles como el nazismo, el racismo, el holocausto… y el capitalismo. En esta
mismo línea, Hannah Arendt (1998), filósofa, acuñará el término de «banalidad del
mal», en su análisis sobre el origen del totalitarismo. Esta expresión designa la manera
de actuar de ciertos individuos que se comportan según las reglas del sistema al que
pertenecen sin reflexión sobre estos actos, es decir, sin conciencia. Por ello, son capaces
de cometer las mayores barbaridades. La maldad forma parte de la condición humana.
Pero su banalización está estrechamente relacionada con el propio sistema. Al respecto,
Robert Hare titula así uno de sus libros «Sin conciencia» para describir sintéticamente la
esencia de la psicopatía.
Alexander Lowen (2000), médico y psicoterapeuta, habla del narcisismo como la
enfermedad de nuestro tiempo. Plantea el narcisismo como una enfermedad tanto
psicológica como cultural. A nivel cultural, el autor habla de una pérdida de valores
humanos, ausencia de interés por el entorno, por la calidad de vida, por las demás
personas. Una sociedad que sacrifica su medio natural para obtener dinero y poder,
insensible a las necesidades humanas. El progreso se mide por lo material y las
relaciones existen por oposición. El narcisismo individual corre paralelo al cultural. Este
autor explica que la neurosis de los primeros tiempos caracterizada por los sentimientos
de culpa, las ansiedades, las fobias y obsesiones, está siendo desplazada por la
depresión, la frialdad emocional, el vacío interior, la falta de humanidad y de valores, la
falta de realismo. Hay algo de locura e irrealidad en el individuo y en la cultura que
destroza la naturaleza para progresar. Al respecto, «Pocas dudas puede suscitar la idea
de que nuestra sociedad cultiva el narcisismo de un modo desaforado» (Garrido, 2000,
p. 92).
La filosofía y la sociología parecen tomar el relevo de la medicina, psicoanálisis y
psicología en cuanto al análisis de la sociedad y la cultura, emergiendo obras como La
era del vacío» de Gilles Lipovetsky, «La cultura del narcisismo» de Christopher Lasch,
Richard Sennet «Narcisismo y cultura moderna». Tenemos también a Zigmundt
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Bauman, sociólogo y filósofo, que hablará de lo líquido y lo efímero. Analiza la
modernidad en base a la vida de consumo. Algún periodista como Vicente Verdú (2009)
osará analizar la sociedad: hablará del capitalismo funeral y de ficción, del yo y el tú
como objetos de lujo. Más recientemente también tenemos a Eduardo Subirats (2006),
filosofo, en cuya obra «Violencia y civilización» hablará de involución social bajo
crecientes formas autoritarias de dominación. Abordará el fenómeno de la aniquilación
en tanto que espectáculo. Guy Debord (1999), filósofo, hablará de la sociedad del
espectáculo dividida en una minoría perversa que domina el mundo a través de la
desinformación y las personas ingenuas que la aceptan. ¿Qué es la sociedad del
espectáculo? «el dominio autocrático de la economía mercantil que había alcanzado un
status de soberanía irresponsable y el conjunto de las nuevas técnicas de gobierno que
acompañan ese dominio» (Ibid, p. 14). ¿Cuáles son estas técnicas?: «convertir en
mundo la falsificación y hacer la falsificación del mundo» (Ibid, p. 21); «hacer
desaparecer el conocimiento histórico en general» (Ibid, p. 25); haber «eliminado los
últimos vestigios de la autonomía científica» (pág. 51) y conseguido que «el secreto
domine este mundo, y ante todo como secreto de la dominación» (Ibid, p. 72).
Otros autores en sociología como Anthony Giddens y Pierre Bourdieu, han reflexionado
profundamente sobre la sociedad actual y su violencia simbólica y cultural. Johan
Galtung (1989), sociólogo y matemático, uno de los mayores expertos del mundo en el
tema de la violencia, la define con gran precisión, dejando claro su origen cultural; la
violencia no es innata, no forma parte de la naturaleza humana. Distingue tres niveles de
violencia: directa, estructural y cultural. La violencia estructural
«está
edificada
dentro
de
la
estructura
y
se
manifiesta
como
un
poder
desigual
y,
consiguientemente,
como
oportunidades
de
vida
distintas»
(Galtung,
1969:
p
37).
En este sentido, formas de
violencia estructural son la desigualdad de oportunidades, la discriminación sexual del
trabajo, la explotación, la feminización de la pobreza, el desempleo masivo –
especialmente entre las mujeres–, la diferencia salarial. Una estructura -social- violenta
deja marca no sólo en el cuerpo humano sino también en la mente y en el espíritu. Por
violencia cultural el autor quiere significar aquellos aspectos de la cultura, la esfera
simbólica de nuestra existencia ejemplificada por la religión y la ideología, el lenguaje y
el arte, la ciencia empírica y la ciencia formal, que puede ser usada para justificar o
legitimar la violencia directa o estructural. En este sentido, la violencia cultural hace
referencia a la permanencia de la violencia por su legitimación y su justificación. Este
autor afirma que la violencia contra las mujeres es una estructura de poder que se llama
patriarcado.
Michel Foucault, filósofo, y Tomas Szasz, psiquiatra, entre otros, analizan las
estructuras del poder y la ideología. El poder conforma toda relación sobre la asimetría
entre la autoridad y la obediencia. Se trata de estrategias que actúan siguiendo
mecanismos de represión e ideología. La ideología sería entendida como una mentira
disfrazada de verdad, todo un aparato ideático mitómano para controlar un orden basado
en la dominación. No obstante, hay algo de delirante en la ideología, de tal manera que
se puede avanzar un común denominador entre ideología y esquizofrenia: una estructura
mental que permite fabular una falsa conciencia. El poder, con ayuda ideológica,
produce lo real, que no es otra cosa que la obediencia servil, llamado normal.
Se desarrollará la psicología social y política con el estudio de la maldad y la
obediencia, entre otros temas. Experimentos como el de Stanford con Zimbardo (1973)
o el de Milgram (1963, 1974) sobre la obediencia, ponen en evidencia la maldad en
gente corriente y vulgar. Se estudiarán temas como la violencia de grupo, el genocidio.
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Más recientemente con la neuroética, se estudia la moral (o la ausencia de esta) y su
desarrollo.
Estos y otros muchos autores de casi todas las ramas de la ciencia, describen el
funcionamiento de la sociedad, un funcionamiento cruel, narcisista, perverso,
inhumano, dominante, autoritario, centrado fundamentalmente en el capitalismo. Todas
estas líneas de investigación, además de converger, ahondan en la violencia pura como
un estado permanente, haciendo desaparecer la política y los estados. Y para ello, se
desarrolla todo un sistema perverso de legitimación de esta dominación: la
«democracia». Y eso es en definitiva el capitalismo. Todos estos autores, de manera
explícita o implícita, hablan de patología cultural y social, cimentada en la violencia y la
ideología como forma de legitimación. Una patología inscrita en el registro narcisista.
Desde un punto de vista clínico, todas estas descripciones apuntan a una manera de
hacer que corresponde a una categoría diagnóstica: la psicopatía. En este sentido, resulta
lícito etiquetar al capitalismo y a nuestra civilización de psicópata. Efectivamente, para
algunos autores se trata de «una sociedad psicopática» (Garrido, 2000, p. 12), no ya
solo por el accionar de estas personas psicópatas, sino como «resultado del
comportamiento de personas que, sin desarrollar plenamente esa condición, han
adoptado formas psicopáticas de relación con los demás» (Ibid, p. 13). Lo que Hanna
Arendt bautizó como banalidad del mal.
Claudio Naranjo (2018), psiquiatra, nos dirá que la estructura central que comparten
todas las civilizaciones es el patriarcado. En este espíritu, en esta mentalidad, en esta
mente, se halla el mal fundamental de esta civilización. La civilización es la sociedad
patriarcal y la historia de la civilización y del patriarcado es en realidad la historia de la
brutalidad, de la barbarie enmascarada en el ideal del héroe. Figura que comparte
algunos rasgos con la psicopatía. De hecho a quienes afirman que «existe una línea muy
fina (…) entre el héroe y el psicópata» (Dutton, 2013, p. 137). La barbarie occidental
nos es desconocida porque se oculta bajo nobles ideales. Este autor expone más
precisamente la tesis de que el mal de la civilización es la mente patriarcal. Afirma que
la raíz ignorada de los males del mundo y del alma está en el patriarcado. En este
sentido, la civilización, lejos de haber significado un triunfo en la evolución de la
humanidad, constituye fundamentalmente la causa de los problemas colectivos e
individuales, idea que ya en su día apuntaron autores como Rousseau, Nietzsche, la
escuela de Frankfurt y el Club de Roma. La sociedad de hoy destruye la naturaleza, la
cultura, las personas, los valores. El contrato social está roto.
Pero ¿qué es el patriarcado? ¿de qué hablamos cuando hablamos de mente patriarcal?
Se trata de un conjunto de fenómenos íntimamente relacionados entre sí. Uno de los
principales es la subordinación a una autoridad patriarcal. Una autoridad que además de
violenta, implica una desvalorización, subordinación y explotación de la mujer (y de su
prole). El fenómeno patriarcal es un complejo compuesto de una autoridad violenta que
se concreta en una desvalorización del cuidado y del bien común (solidaridad), en una
criminalización de lo instintivo, así como en una desconexión de la intuición (Naranjo,
2010). Destaca una aniquilación lenta y progresiva de lo femenino, tal y como se ha
definido e instituido en este paradigma y de todo lo que el mundo femenino implica,
según este particular paradigma. Se trata de un «chauvinismo masculino» que afecta a
todas las personas en general porque se subordina el cuidado, el amor, la solidaridad y
el cultivo (cultura) a la explotación, la competencia y el individualismo, valores que
constituyen el trasfondo de nuestras sociedades y del despotismo económico. Como
afirma Kali Halloway en su artículo, «La masculinidad patriarcal está matando a los
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hombres», la construcción tanto de lo masculino como de lo femenino resulta
destructivo, generando traumas, disociaciones, adicciones, depresiones. En definitiva,
provocando una muerte espiritual. Y estos efectos empeoran cuando conciernen al
género, la clase social o la raza entre otros factores de discriminación.
Si el ser humano es un ser fundamental y naturalmente social, los problemas
individuales como tales, en realidad constituyen malestares sociales y culturales. En
otras palabras, podríamos decir que la mente patriarcal describe una condición cultural,
política y social de lo humano, profundamente interiorizada, de tal manera que «… la
mente patriarcal subyace a las patologías individuales» (Naranjo, 2018, p. 34). Se trata
de un proceso complejo que conlleva una pérdida de contacto con lo instintivo, con la
naturaleza humana, con el potencial humano y con el autoconocimiento. El principal
instinto natural perdido es el de la ayuda mutua (Kropotkin, 1920), un instinto amoroso,
en el sentido de relacional, solidario y afectivo, que nos ha permitido sobrevivir como
especie. Un factor evolutivo que obedece a las leyes de la naturaleza relacionado con la
sociabilidad.
Una mente disociada tiende a disociarlo todo. La disociación se concreta en una
variedad de experiencias que van desde un distanciamiento leve del entorno o de ciertos
estímulos, hasta distanciamientos graves como la separación de la experiencia física y
emocional. Es un mecanismo de defensa mental que aleja de la realidad. A través de
este mecanismo la mente pretende controlar. Desde el punto de vista psicoanalítico, la
disociación consiste en escindir, separar, elementos disruptivos para el yo del resto de la
psique. Así, el sujeto convive con fuertes incongruencias sin que tome conciencia de
ello. En el caso del patriarcado, este se disocia de todo lo femenino, quedando solo lo
masculino. La disociación siempre es desvalorizante puesto que la ambivalencia de las
cosas de la vida es dividida, separada, de forma maniquea, convirtiendo a lo disociado
en distinto, en demonio a expulsar y por lo tanto, siendo proyectado hacia fuera y
convertido en enemigo contra el que luchar. El psiquiatra suizo Eugen Bleuler (Novella
y Huertas, 2010) a esta incapacidad de integrar existencialmente la ambivalencia que
existe en el mundo real, lo bautizó como ambivalencia esquizofrénica. Este tipo de
pensamiento maniqueo, disociado, es característico del egocentrismo, ya sea este
individual (androcentrismo) o colectivo (etnocentrismo). Un mecanismo patológico
esquizoide fruto de la imposibilidad de integrar los «opuestos». La diferencia es
vivenciada como amenazadora y como tal, será convertida en opuesta y proyectada
hacia fuera, en forma de demonio o enemigo. Para el sociólogo y filósofo húngaro
Joseph Gabel (1962) esta forma disociada de pensamiento caracteriza a la ideología. Se
trata de una disociación de tipo esquizoide, pero racionalizada; un racionalismo
patológico. La ideología, continua el autor, desvaloriza la parte disociada por
cosificación o reificación. Y esta cosificación sería el denominador común con la
esquizofrenia. Este pensamiento concreto utiliza una lógica arcaica desde un punto de
vista del desarrollo. Es decir, que el pensamiento ideológico sería de tipo regresivo; la
vuelta a un pensamiento primitivo, más simple, con un componente emocional
fuertemente maniqueo, conduciendo a la demonización del contrario, a explicar toda la
historia simplificándola; en el caso, por ejemplo, de la ideología nazi, como una lucha
entre razas, y en el caso del comunismo como una lucha entre clases. En la ideología, la
historia no es temporal, no ha sido vivida sino soñada, delirada, inventada, mitificada.
Se trata de un pensamiento encapsulado, enrocado en sí mismo, un bucle, y como tal
ajeno, alienado, extraño a la realidad y por lo tanto, inaprehensible a la experiencia. Esta
dualidad disociada de manera esquizoide y eyectada al exterior se ve claramente en la
ideología patriarcal. Una ideología (con)fabulada en una división (a)histórica de
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géneros, supuestamente natural y biológica, en la que aparece un género no solamente
opuesto a otro, sino disociado, demonizado; enemigo genérico –la mujer- contra el que
luchar y a dominar. En esta ideología patriarcal, se plantea la supremacía masculina, se
disocia lo femenino de lo masculino en una incapacidad para integrar las diferencias, se
cosifica lo disociado, lo femenino, y se le convierte en enemigo a dominar, controlar,
por fuerza. De la demonización a la violencia y a su liquidación no hay más que un solo
paso.
En este sentido, la ideología (y práctica) neoliberal, forma extensa y extensiva de la
ideología patriarcal cuyo objeto principal es la cosificación de la otredad, convierte a
todos los seres humanos en cosas; personas robotizadas que buscan compensar su
empobrecimiento o vacío a través de todo tipo de pasiones, adicciones. La adicción es
una de las muchas formas que toma la patología de la gente normal dentro del
capitalismo. En este escenario, lo normal, en tanto que norma, constituye la patología de
la normalidad (Fromm 2008) o normopatia (McDougall, 1978 y 1989). Formas de
patología de la normalidad que se concretan en la sumisión, la conformidad, la
obediencia y los convencionalismos (Pavon-Cuéllar, 2018). La anormalidad de la norma
está en hacer lo normal, lo que se espera; en adaptarse a la situación y cumplir su rol
(Zimbardo, 1973), en obedecer (Milgram, 1963), en conformarse al grupo (Ash, 1956 y
Sherif, 1936). Así se ha ido formando y conformando no solamente una modalidad en el
ejercicio y la práctica de la autoridad, conocido como autoritarismo, sino una
personalidad autoritaria, un espécimen antropológico, convertido en norma. La
normopatia patriarcal significa que la dominación masculina sobre lo femenino, basado
en una arbitrariedad cultural (Bourdieu y Passeron, 1981), es decir que no puede
deducirse de ningún principio universal ni tienen una relación con la naturaleza humana,
se ha aceptado como normal, implementándose así la violencia en todas sus expresiones
para conformar este orden patológico.
La ideología neoliberal, se trata de una patología social cuya raíz se hunde en el
patriarcado, una mente patriarcal subyacente todas las civilizaciones desde el neolítico.
Empezó por el dominio masculino en la familia y éste se ha transferido de la vida
familiar a la vida política y de esta a la económica, particularmente con los valores que
han inspirado el liderazgo masculino fundamentado en el espíritu guerrero –hoy
depredador– de competencia y conquista. En definitiva, una androcracia sustentada en
un «chauvinismo masculino» –machismo– que ha desvalorizado, limitado,
desempoderado y explotado a la mujer desde una violencia autoritaria o autoridad
violenta. Así pues del despotismo familiar se ha pasado al despotismo político y
económico. El sometimiento de la mujer en la familia es el precedente de todos los
posteriores sometimientos, esclavitud y desigualdades (Naranjo, 2010). La violencia de
esta primigenia apropiación, que empezó siendo directa, se ha, además, transformado en
estructural y cultural. Las relaciones de propiedad son incompatibles con relaciones
intersubjetivas yo-tu, porque las relaciones de propiedad son relaciones cosificadas. A
las posesiones se las deshumaniza. No olvidemos que la mujer fue –y aún hoy–
primigeniamente tratada como esclava doméstica. «Esta relación-objeto respecto a la
naturaleza, extractiva, no recíproca y explotadora, establecida primeramente entre
hombre y mujer y entre hombre y naturaleza, se ha mantenido como modelo para todo
el resto de los modelos patriarcales de producción incluyendo el capitalismo, que la ha
desarrollado en su forma más sofisticada y generalizada» (Mies, 2019, p. 148)
A nivel intrapsíquico, esta doble apropiación de mujeres y prole, supone una doble
inhibición disociativa: todo lo relacionado con el amor y las relaciones humanas:
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empatía, solidaridad, bien común, y otra, sobre todo lo instintivo, lo intuitivo, lo
creativo, lo artístico, lo «inútil». En definitiva, disociada del amor y aplastando la
libertad.
Desde un punto de vista neurocientífico, si el cerebro humano se compone de tres
partes: reptiliano o instintivo (que se ocupa del 30% del comportamiento humano),
emocional límbico mamífero o afectivo o relacional (que se ocupa del 60% del
comportamiento humano) y el neocortex, el cognitivo, el más reciente en la evolución,
que solo se ocupa del 10% de los comportamientos humanos, podemos decir que la
mente patriarcal, elimina (o lo intenta) lo relativo a lo relacional y lo instintivo,
quedándose solo con lo racional. El resultado es que la eliminación de lo «irracional»
genera paradójicamente una razón irracional que es fundamentalmente violenta y
depredadora. El resultado de esta razón idiota es la barbarie. La sobreracionalización
nos ha hecho irracionales. La mente patriarcal empobrece el psiquismo humano porque
nos disocia de la parte humana y la parte animal del ser humano. Y de la misma manera
que el desarrollo de la neurosis viene de nuestra necesidad de adaptarnos a situaciones
traumáticas vividas en la infancia, la civilización con sus valores psicópatas parece ser
la respuesta adaptativa al trauma del final de la abundancia en el neolítico, que obligó a
los hombres a volverse rapaces y bárbaros. La mente patriarcal, la mente de las
mayorías dirigidas por unas minorías psicópatas es lo que algunos autores como
Christophe Dejours (1998) han llamado normosis o normopatía, es decir, la psicopatía
elevada al rango de normalidad, en tanto que norma. Todos los problemas que afectan a
la humanidad derivan de esta degradación ética y de conciencia, así como de los
intentos de compensar el desequilibrio generado.
La mente patriarcal es más que el conjunto de mentes individuales, es más que una
manera de ser aberrante; es mas que una autoridad violenta, desamor o
deshumanización, domesticación de la naturaleza humana desconexión o disociación
con otras partes del ser humano. Es un fenómeno cultural porque dicha mentalidad se
reproduce a través de las generaciones. Todas las instituciones políticas, sociales y
culturales se encargan de reproducir esta mente, esta ideología.
Ahora bien, esta ideología disociada no es inconsciente sino consciente, es decir, las
personas saben que hacen mal –por eso se oculta– pero lo siguen haciendo. Es lo que se
llama encapsulamiento, uno de los criterios diagnósticos de perversión. Y para seguir
actuando, se debe legitimar, justificar, explicar, estas acciones. Se debe desarrollar una
serie de mecanismos de defensa que produzcan una ceguera ética, para lo cual a su vez,
se debe crear toda una serie de instituciones que produzcan y reproduzcan este orden de
cosas. Y por eso, esta ideología –para quienes la profesan– debe desaparecer como
ideología y ser naturalizada. Es así porque es (y debe ser) naturalmente así. Se trata de
invisibilizar la fabricación humana del patriarcado y de la economía neoliberal por
extensión. En este sentido, la sociedad queda estructurada por una pequeña minoría que
planifica y organiza para que las cosas sigan como están. Estructuras englobadas dentro
de las patologías narcisistas. Una población, de manera globalizada, enculturada en
valores psicópatas que promueve, gracias a mecanismos de defensa como la disonancia
cognitiva, entre otros y una minoría disidente que será aniquilada de una manera
bárbara o civilizada, dependiendo de en qué área geográfica nos encontremos.
9
Pero también nos encontraremos con la perversión que1 en su sentido más amplio se
refiere al funcionamiento comportamental según la máxima del goce y su satisfacción a
cualquier precio, es decir, que el yo de la persona perversa no se opone a la modalidad
anormal de satisfacción. En este sentido, psicopatía y perversión, no siendo conceptos
equivalentes se solapan, se imbrican y retroalimentan, como es el caso de las ideologías
patriarcal y neoliberal, condensadas en la prostitución.
PERVERSIÓN
Para comenzar diremos que la perversión, en sentido etimológico, es una versión
exagerada o hiperbólica de algo. Esta exageración altera o trastorna el estado o
significado de las cosas hasta el punto de invertirlos. La perversión, sin ser una
categoría diagnóstica, incluye una serie de síntomas, para algunos, mecanismos
mentales, que operan bajo el principio de la no contradicción o «significaciones
opuestas que conviven sin excluirse» (Talavera, 2017, p. 362). En este sentido, se trata
mas bien de una estructura cognitiva emotiva lingüística o «figura discursiva (…) una
construcción del lenguaje» (Ibid), conformada por mecanismos intrapsíquicos de
desplazamiento y condensación como la denegación o repudio: «se que está mal, pero lo
hago». La perversión pone por encima de todo el principio del placer,
independientemente de si se puede hacer o no. Es un sistema de pensamiento que no
admite límite para el deseo. Lo perverso es la satisfacción del deseo por encima de todo.
La perversión, circunscrita «erróneamente» al ámbito sexual, ha sido «dulcificada»,
«edulcorada», bautizándola como parafilia, esto es, «La excitación por la respuesta a
objetos y situaciones sexuales que no forman parte de los patrones normativos de
excitación-actividad y que en diversos grados pueden interferir en la capacidad para
una actividad sexual basada en la reciprocidad y en el afecto» (Welldon, 2014, p. 76).
La condición perversa de la sexualidad está en la objetivización, es decir, la utilización
de la otra persona no como individuo, sino como un medio para un fin. La otra persona
es percibida como objeto, la menos parcial. Stoller menciona el odio erótico, es decir
que «en el centro del acto perverso se halla el deseo de herir a otros» (Stoller en
Welldon, 2014, p. 75).
A continuación, se expondrán y desarrollarán una serie de rasgos psicodinámicos y
fenomenológicos que describen específicamente la perversión. Welldon (Ibid) nos dirá
que para una valoración diagnóstica certera, «al menos cuatro de estas características
deberían estar presentes:» (p. 81).
1) Encapsulamiento una especie de «disociación consciente» puesto que la persona sabe
que está haciendo mal o daño y sigue haciéndolo pero de manera oculta.
2) Compulsión a la repetición: es la repetición del acto por necesidad imperiosa,
irrefrenable o incontrolable.
utilizado por la psiquiatría clásica, la psicopatología y la sexología para
1
Término
10
3) Participación del cuerpo: tiene que haber conducta perversa, no solo pensamiento o
fantasía.
4) Relación de objeto parcial: Solo interesa el objeto parcial, no el total. Solo interesan
trozos del cuerpo o el cuerpo, no la persona.
5) Interferencia emocional: es mezclar el odio en el amor. No se hace el amor, se hace el
odio.
6) Deshumanización del objeto: cosificarlo. Quitarle su condición humana y cultural,
acercándolo al mundo animal y objetal.
7) Sexualización
Este fenómeno ocurre cuando los valores de una persona están directamente
relacionados con su atracción y conducta sexual, dejando de lado otras características
personales, es decir, la persona siente que vale a los ojos de los demás sólo por sus
atributos físicos y por su capacidad de atraer sexualmente a otros.
8) El significado simbólico escapa a la conciencia. La persona puede ser consciente de
su compulsión pero no saber porqué o para qué o el origen.
9) Inscripción fija: La rigidez cognitiva autoritaria de que “las cosas tienen que ser así y
solo así”, siempre igual. Nada debe cambiar. Siempre ha sido así y siempre seguirá así.
Ejemplos de este tipo de “ideas fijas” son los delirios y las obsesiones.
10) Hostilidad: Es la agresividad y violencia. Un tipo de hostilidad inconsciente porque
no sabe a quién odia y de quién se quiere vengar. Esta hostilidad incluye la humillación.
11) Temores extremos a sentirse atrapado o invadido.
12) Necesidad de tener el control total.
13) Engaño con el matiz de vivir como si fuese otro, la filosofía del impostor. Un falso
yo, un yo disfrazado.
14) La habitual separación entre los asuntos de la vida pública y la privada aparece
mezclados en forma de escándalos.
15) Correr riesgos. Irresistible atracción hacia situaciones de riesgo que ponen en
peligro vidas.
16) Incapacidad para el duelo.
17) Defensa maniaca contra la depresión» (Welldon, 2014, pp. 81-83).
Todos estos rasgos se evidencian perfectamente en la mente patriarcal, así como en una
de sus instituciones, la prostitución. Veamos cómo.
El pensamiento encapsulado en la prostitución se evidencia en la división de la mujer en
puta, mala y virgen, buena. Esta visión encapsulada, tiene que ver con la propia
concepción masculina en sí misma ya disociada. Gran parte de la carencia masculina de
habilidades sociales es consecuencia directa de esta disociación con el cuerpo, con las
emociones, con la expresión afectiva, asociado todo ello a la feminidad. Tengamos en
cuenta que la identidad masculina se define por oposición y rechazo incluso, a la
11
femenina. No debe haber ningún indicio de feminidad en la masculinidad. En este
sentido, también es fundamental para el universo masculino desligar el sexo de
cualquier vínculo emocional, para lo cual la prostitución es perfecta. La masculinidad
patriarcal induce al odio de lo femenino. No solamente la falta de habilidades sociales o
de inteligencia emocional, sino el alejamiento del mundo femenino hace que los
hombres desconozcan a las mujeres, lo que les llevará al miedo y al rechazo, cuando no
al odio. De ahí, la asociación ideológica de la mujer a lo demoníaco, la brujería. La
inquisición como feminicidio representa un ejemplo de ello. Pero en general, son
muchos los hombres que perciben en la mujer una amenaza, un ataque a su virilidad. Y
por extension, la igualdad es percibida como una amenaza ya que, al identificarse con
valores masculinos, si desaparecen estos, desaparecen ellos como hombres. De ahí, la
crisis de identidad masculina. Y de ahí, gran parte de la violencia de género, como
reacción defensiva a su proyectada aniquilación. En la prostitución, la mujer es
objetivizada y representa un medio para un fin: la adquisición identitaria.
En lo referente a la compulsión a la repetición, debemos entender que la prostitución
plantea la sexualidad masculina como una necesidad imperiosa que debe ser satisfecha.
La sexualidad masculina es planteada como un derecho, una exigencia inmediata.
«Dichos mitos implican que un hombre, si se le provoca, no puede resistirse y tiene que
agredir a la mujer. Lo que quiere decir que su deseo sexual o como la mayor parte de
la gente lo define, su instinto sexual, necesita de una satisfacción inmediata» (Mies,
2019, p. 302). Todo hombre debe tener acceso al cuerpo de una mujer. Y este acceso
debe ser compulsivamente repetido dentro o fuera de la prostitución. Por supuesto, el
paradigma de la compulsión al sexo, lo tenemos en la adicción al sexo,
fundamentalmente masculina. Y en la pornografía.
En cuanto a los criterios de participación del cuerpo, relación de objeto parcial y
deshumanización del objeto, decir, que en la prostitución no interesa la mujer en tanto
que sujeto libre y sexuado. Interesa solamente el cuerpo de la mujer. Pero, en muchos
casos, tampoco el cuerpo globalizado, sino solo partes de este. A veces incluso, solo los
agujeros. No basta la fantasía masturbatoria.
Relativo al criterio de deshumanización y cosificación del objeto, en este caso, el cuerpo
de la mujer, diremos que el mundo de la prostitución funciona de acuerdo a los valores
simbólicos que el mundo social aplica a la mujer, es decir, desde una perspectiva
masculina que otorga a los hombres y mujeres distintos significados. A la mujer, de
objeto sexual. La cosificación también va en la equiparación de la mujer a una
mercancía. Y la relación en general de la mujer a la economía, incluso cuando se la
considera como una carga económica. O como cuando algunos prostituidores aducen
utilizar la prostitución para ahorrarse el dinero de tener que salir y gastarlo para seducir
y conquistar. Con la prostitución se ahorran, dicen. En otras palabas, las mujeres les
salimos muy caras. Y a esa parte de la economía también se aduce en los divorcios.
Muchos hombres, conciben la pensión alimentaria como un pago a la mujer, no a la
descedecia. Muchos de ellos se escaquean de pagar y de reconocer que el desarrollo del
bienestar económico de muchos hombres, se ha hecho a costa del sacrificio profesional
y económico de las mujeres.
En cuanto al criterio de hostilidad, se ha establecido una relación entre prostitución y
misoginia (Segato, 2010). Ese odio a la mujer y al mundo femenino que se expresa en
su dominación, denigración, humillación y desvalorización de la cual, la prostitución es
una de las múltiples formas de expresión. La hostilidad, agresividad y violencia se
12
ponen de manifiesto de manera transversal en esta práctica, no solamente por el hecho
de que la prostitución incluye muchísimas veces violencia directa, llegando incluso
hasta el feminicidio. En esta violencia directa incluimos las violaciones, la trata, los
abusos, los matrimonios «concertados», el maltrato, las humillaciones, las vejaciones,
las amenazas, la intimidación. Además, la prostitución se enraíza en la violencia
estructural, particularmente, económica, es decir, que la prostitución existe en gran
medida porque se ha sometido a las mujeres a una desigualdad económica y a una
pobreza, en muchos casos extrema. La violencia simbólica hacia la mujer en la
prostitución se pone en evidencia en la concepción masculina que se tiene de
servidumbre y esclavitud. Se sabe por algunos estudios sobre la motivación masculina
en la prostitución, que dicha práctica es una estrategia de refuerzo de una masculinidad,
esto es, una identidad ambigua y ambivalente, profundamente contradictoria, entre la
dependencia –hacia la mujer– instrumental masculina y la independencia o dependencia
contrafóbica afectivo-emocional (Ranea, 2012).
Aunque no se ha hallado perfiles socioeconómicos en los prostituidores, si se han
hallado categorías discursivas, no necesariamente excluyentes (Gómez-Suárez y
Verdugo-Matés, 2015). Varias de estas categorías hacen referencia a la interferencia
emocional, a esa especie de ambivalencia amor-odio en la relación con las mujeres. Así,
en muchos prostituidores existen dificultades de socialización con el otro sexo y con la
gente en general. También hay una desconfianza en la mujer, un cierto temor que en
algunos se exacerba en odio.
Sobre el control total, ni que decir tiene que el patriarcado ha designado un lugar y un
espacio muy concreto para la mujer con el fin d controlarla. Lugares y espacios de los
cuales la mujer no debe salir ni puede en muchísimos casos-, a saber hogar
(matrimonio), calle o prostíbulo (prostitución), el ámbito privado o doméstico. En los
casos en los que puede salirse, el precio a pagar es el castigo en sus múltiples formas.
La perversión en la masculinidad patriarcal, esa exageración o hiperbolización de las
«cualidades masculinas», encuentra su máxima representación en el macho alfa. No
obstante, la perversión masculina afecta igualmente a la mujer. Así, tenemos esa
exageración hiperbólica de lo que debiera ser la mujer: joven, bella, seductora, sumisa,
complaciente y dispuesta a aumentar el ego y autoestima masculina a través de su
cuerpo y su actitud. O a la carta, como en la pornografía. El paradigma femenino de la
sumisión se encuentra en la prostitución encarnado por la imposibilidad de decir no. La
perversión masculina está también en que justamente la prostitución no es una cuestión
sexual sino de dominación. Si la satisfacción sexual masculina fuera una necesidad
imperiosa bastaría con la masturbación como práctica. La perversión de «lo femenino»
también se encuentra en otra institución como el matrimonio, para el cual se pervirtió el
significado del amor, de manera a seducir a la mujer, aumentando así su docilidad y
sumisión. Pero este es otro menester.
En la psiquiatría clásica los conceptos de psicopatía y perversión significaban lo mismo.
Hoy se dice que hay solapamiento en ambos conceptos. Si podemos considerar la
psicopatía como una de las figuras de la perversidad actual. Y también que la perversión
sexual está englobada como criterio diagnóstico en la psicopatía.
13
CARACTERÍSTIAS DE LA PSICOPATÍA
Uno de los rasgos distintivos de la psicopatía es la cosificación que consiste en quitarle
el rango de persona al otro, descalificarlo, minimizarlo hasta vivenciarlo como una cosa.
La cosificación es quitar los atributos que hacen del otro una persona semejante
(Marietán, 2008). Las demás personas para la persona psicópata son cosas a ser
utilizadas para sus propósitos. Una de las maneras de quitar el rango de humano es
deshumanizarlo y para ello, se le atribuye rasgos naturales, comunes a los animales; se
les aleja de la cultura, es decir, se les despoja de rasgos específicamente humanos. Una
cosificación con impunidad afectiva, es decir, sin costes afectivos. Hugo Marietán (Ibid)
define la psicopatía como «una manera de ser con necesidades distintas y formas
atípicas de satisfacerlas» (p. 98). No obstante, reconoce que se puede adoctrinar a
personas comunes para lograr que cosifiquen a otros. Este proceso se da en las guerras,
en las dictaduras, entre otros contextos.
El psicópata tiene un estilo propio, una manera de hacer repetitiva psicopática, un
patrón singular de actuación. Veamos algunos de los rasgos descriptores más
frecuentes:
«A.- Satisfacción de necesidades distintas
A.1.- Uso particular de la libertad
Al igual que un señor feudal, tiene derecho sobre sus siervos. Puede hacer lo que quiera
porque “todo es posible”. Tener poderes hacer y tener impunidad.
A.1.a).- Intolerancia a los impedimentos
A.2. Creación de códigos propios
A.2.a). Sorteo de las normas
Estas están para saltárselas. Son un obstáculo a las ambiciones.
Se ajusta el comportamiento a su propia ley, determinando lo que está bien y lo que está
mal.
A.2.b) Falta de remordimientos y de culpa
A.2.c) Intolerancia a las frustraciones y reacciones de descompensación
A.2.d) Defensa aloplástica: colocar la responsabilidad de los resultados desfavorables
en los otros y en el entorno, para evitar las consecuencias y asumir su participación en
ellos.
A.2.e) Autocastigo: estar sin comer todo el día.
A.3. Repetición de patrones conductuales
A.3.a) Ritos y ceremonias
A.3.b) Sello psicopático
14
A.4. Necesidad de estímulos intensos
A.4.a) Asunción de conductas riesgosas
A.4.b) Tendencia al aburrimiento
A.4.c) Escasos proyectos a largo plazo: viven el presente con desprecio del pasado e
indiferencia hacia el futuro.
A.4.d) Uso de drogas
A.4.e) Búsqueda de emociones intensas
A.4.f) Satisfacción sexual perversa
A.4.g) Aspecto lúdico: la persona psicópata es un apostador. Apuesta que “se saldrá con
la suya”. Juega a “que no va a pasar nada”
B. Cosificación
B.1. Egocentrismo
Solo trabajan para sí.
B.1.a) Sobrevaloración
Hipervaloran su potencial para conseguir cosas, llegando hasta la megalomanía.
B.2. Empatía utilitaria
Habilidad para saber y captar las necesidades de los demás. No es una empatía
emocional sino intelectual, cognitiva. Es una mirada en el interior de la cosa, el otro,
para saber sus debilidades y obrar a partir de ellas manipulando
B.3. Manipulación
Manejo de otra persona para que actúe de acuerdo a la voluntad de la persona psicópata.
Para ello hay que captar y seducir.
B.3.a) Seducción
B.3.b) Mentiras
B.3.c) Actuación: como un actor, miente con el cuerpo.
B.3.d) Fascinación
B.3.e) Coerción
El medio por antonomasia para ejercerla es la amenaza ya sea física o psicológica.
Utilizan el miedo de las personas. Lo explotan hasta doblegar.
B.4. Parasitismo
Es vivir a costa de los demás. El otro es su medio de subsistencia.
B.5. Relaciones utilitarias
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Relaciones mercantilistas
B.6. Insensibilidad
B.6.a) Crueldad
B.6.b) Tolerancia a situaciones de tensión
C. Acto psicopático grave
C.1. Tormenta psicopática
C.1.a) Homicidio
C.1.b) Masacre
C.1.c) Violaciones y asesinatos en series
C.1. d) Otros actos asociales graves
C.2. Perversiones sexuales
C.2.a) Parafilias
Patrón de comportamiento sexual cuya fuente de placer son objetos, situaciones,
actividades o sujetos «atípicos». Ejemplos: fetichismo, pedofilia, gerontofilia,
exhibicionismo, frotismo, masoquismo, sadismo, voyeurismo, travestismo, necrofilia,
zoofilia, hipnofilia, misofilia, urofilia, asfixiofilia, coprofilia, salirofilia, alorgasmia,
autonepiofilia, corefalismo, cyesolagnia, morfofilia, xenofilia, etc.
C.2.b) Incesto» (Marietán, 2008, pp. 99-100)
Según las investigaciones, «la psicopatía se compone de dos tipos de constelaciones de
rasgos (o dimensiones). La primera incluye el área emocional o interpersonal, es decir,
todos aquellos atributos personales que hace que el sujeto psicópata se desentienda de
su componente más básicamente humano» (Garrido, 2000, p. 34): la bondad, la
compasión, la empatía, el amor, la capacidad de apego o de vinculación, la culpa, el
remordimiento. Y «la segunda constelación de rasgos remite a un estilo de vida
antisocial, agresivo, donde lo importante es sentir tensión, excitación, sin más
horizonte que el actuar impulsivo y dictado por el capricho y los arrebatos» (Ibid).
La psicopatía representa la razón sin emoción; la indiferencia afectiva. Hay un déficit
integracional entre emoción y pensamiento. Cleckley (1988) lo denomino «afasia
semántica» para indicar que este tipo de personas utilizan perfectamente el lenguaje
pero este «no representa o expresa nada significativo» (Garrido, 2000, p. 80). La falla
parece estar en la integración y apreciación de la experiencia. No asimila la información
emocional proveniente del mundo. Estas personas utilizan el lenguaje sin comprender
realmente el significado. Son personas que actúan miméticamente. Simulan la realidad.
No aprenden de ella. Tanto su lenguaje como su comportamiento revelan dos profundas
disociaciones: a) la falta de experiencia emocional, es decir, el sentimiento está
disociado del razonamiento b) su juicio está disociado de su conducta (Ibid). La
psicopatía fundamentalmente es un desorden de personalidad que afecta al
comportamiento ético y moral (Ibid). Nadie duda de que la psicopatía es una
personalidad anormal.
16
Roberte Hare (2003) describe los siguientes rasgos psicopáticos: autoestima elevada,
megalómania, gran narcisismo, egocentrismo descomunal, sensación de omnipotencia y
omnipresencia: todo le es permitido. Se siente el centro del universo. Se cree un ser
superior que debe regirse por sus propias normas. Arrogante, dominante, seguro de sí
mismo. Busca poder y controlar a los demás. Incapaz de entender opiniones diferentes a
las suyas. Ninguna empatía ni preocupación por los demás. Justifica y explica todos sus
actos y niegan cualquier responsabilidad de sus actos. No sienten nada. Vacuidad.
Ausencia de afectividad. Se habla de protoemociones: respuestas primitivas ante
necesidades inmediatas. Déficit en el control de su impulsividad, falta de autocontrol,
escasa o nula tolerancia la frustración, no tolera las criticas, es reactivo.
Todos los autores expertos en el tema coinciden en que la personalidad psicopática
realmente no es estrictamente criminal. Se caracteriza fundamentalmente por los delitos
de cuello blanco. Y este tipo de persona predomina en nichos muy particulares
próximos al poder y al dinero. Nichos favoritos: empresariado, adjudicatura, política,
periodismo, todo lo relacionado con lo militar, religiones (sectas) (Ronson, 2017).
La psicopatía representa la encarnación de la maldad por excelencia, entendida ésta
como conductas que, de manera intencionada causan daño severo y sufrimiento. «De
forma genérica se describe como “el daño intencional, planeado y moralmente
injustificado que se causa a otras personas, de tal modo que denigra, deshumaniza,
daña, destruye, mata a personas inocentes”» (Baumeister, 2000, 2012; Darley, 1992;
Miller, 2004; Staub, 1989; Waller, 2002; Zimbardo, 1995, 2004, citados en Quiles del
Castillo y al, 2014, p. 23). La psicopatía se caracteriza por una capacidad de violencia
que puede surgir de modo banal en cualquier momento. Banalidad por la falta de
objetivo y su gratuidad. Lo que se (le) antoja en cada momento.
La deshumanización femenina, es decir, la animalización y naturalización de la fémina
por el patriarcado es harto conocida. Su fin, parece ser fundamentalmente extractivo. En
este contexto cultural, la sexualidad además de tener una dimensión social y política,
también tiene una dimensión económica (Herrera, 2010). La dimensión económica en la
sexualidad femenina sigue la lógica de intercambio de sexo por recursos, de tal manera
que entre la mujer prostituta y la no prostituida no habría sino una diferencia de grado
(Barash y Lipton, 2003). Idea ya apuntalada por, entre otras autoras, Simone de
Beauvoir (2005), para la cual la casi inexistente diferencia radica en la concepción del
acto sexual como un servicio. Si bien, en este particular sentido, el patriarcado ensalza
algunos de los rasgos psicopáticos mencionados, en particular la cosificación, la mente
patriarcal que construye la masculinidad, particularmente la que se define en la
prostitución, tiene muchas de las dimensiones o criterios psicopáticos (Cluster B).
Desde el lado del prostituidor, es decir, del hombre que demanda prostitución, destacan
argumentos que concuerdan con la cosificación, la falta de empatía emocional. Otros
argumentos dados por los prostituidores coinciden con rasgos se encuentran dentro del
descritpor «A. Satisfacción de necesidades distintas» como la falta de remordimientos,
intolerancia a las frustraciones, defensa aloplástica, autocastigo, tendencia al
aburrimiento, búsqueda de emociones intensas, satisfacción sexual perversa, aspecto
lúdico y en casos, repetición de patrones conductuales. En algunos prostituidores en
particular, además, se añadirán la satisfacción de necesidades especiales, necesidad de
estímulos intensos, las parafilias, sobre todo la pederastia. Quizás por ello, no se
encuentre un perfil socioeconómico en los prostituidores, aunque si se podría encontrar
un perfil antisocial o rasgos psicopáticos si se estudia a fondo los discursos vehiculados,
entre otras variables.
17
Del lado del proxenetismo y la industria del sexo, se observa claramente el rasgo «C.
Acto psicopático grave», además del rasgo «A. la satisfacción de necesidades
especiales» y «B. cosificación», destacando el parasitismo, las relaciones utilitarias y la
insensibilidad. En este ámbito criminal de la prostitución destacan prácticamente todos
los rasgos de la psicopatía (Clusters A, B y C).
PSICOPATÍA: ¿SE NACE O SE HACE?
Si bien la mayor parte de especialistas en psicopatía coinciden en que esta no se hace,
sino que nace, es decir, no hay un medio que lo genere. «(…) no hay un entrenamiento
para lograr una mente psicopática» (Marietán, 2008, p. 98). Se trata de una mente con
«necesidades especiales y formas atípicas de satisfacerlas» (Ibid). Esto es, hay
individuos que operan al margen de la influencia y el control social de su grupo de
referencia y cuya manera de actuar es el interés propio y para cuyo actuar, los demás,
son meros instrumentos para conseguir el fin. Para estos individuos, el fin justifica los
medios, de tal manera que si algo puede hacerse, debe hacerse imperativamente. Se trata
de una moral teleológica finalista que «da cuenta de la transformación perversa de
muchos seres humanos en psicópatas funcionales». (Piñuel, 2008, p 147). Así pues,
tenemos a personas que nacen psicópatas. Personas sin responsabilidad moral, sin
conciencia sobre las decisiones que adoptan. Personas que buscan el poder y que llegan
a la cúpula de la política, la economía, de organizaciones poderosas.
No obstante, también son los mismos especialistas los que han ido cerciorándose –a
tenor de los hechos– de que la cultura puede ser un caldo de cultivo para el desarrollo de
dicha patología. Es decir, que el sustrato biológico de esta patología no es incompatible
con su transmisión cultural. Hugo Marietán (2008) reconocerá que, si bien «el psicópata
es un cosificador nato, sin embargo, se puede adoctrinar a personas comunes y lograr
que cosifiquen a otros, que le quiten los atributos de persona» (p. 210). Este autor
explica la diferencia entre la cosificación psicopática y la cosificación en la persona
común. Así para la persona común «debe tener como incentivo un hecho externo
desencadenante y perturbador» (Ibid, p. 211). También añade como factor que la
cosificación debe llevarse «de manera consencuada al menos por el grupo de
pertenencia y buscando un objetivo común» (Ibid). Esto ocurre en las violaciones en
manadas.
Robert Hare (2003) nos dirá que en realidad se trata de una combinación: por un lado, la
sociedad es cada vez más tolerante con la personalidad psicopática, de tal manera que la
conducta de la persona psicópata puede volverse más normativa.
Piñuel (2008) afirma que es posible que personas comunes se transformen en seres
desalmados y psicópatas. Porque desde el momento en que un ser humano puede ser
una mercancía o instrumento para otro, es decir, un mero recurso, se están sentando o ya
se han sentado las bases para socializar a las personas normales en una cultura psicópata
y perversa. Esto es lo inquietante.
18
La religión económica sacrificial que es el capitalismo transforma personas comunes, en
seres con rasgos psicopáticos, es decir, en individuos cuyos comportamientos exhiben
características del hacer cosificador psicópata. Por poner un ejemplo muy frecuente, en
las redes sociales es muy común que muchas personas utilicen la seducción, la
captación, la manipulación y la mentira para obtener sexo. Un hacer cosificador
caracterizado por la «racionalidad instrumental», una lógica amoral, una cosificación,
un uso particular de la libertad, una intolerancia a los impedimentos, una falta de
remordimiento y de culpa, una intolerancia a las frustraciones y reacciones de
descompensación además de una defensa aloplástica; una marcada necesidad de
estímulos intensos y gusto por el riesgo; con gran capacidad de manipulación, empatía
utilitaria además de egocentrismo. Muchos son sujetos no psicópatas que han aprendido
normas psicopáticas, de tal manera que terminan «desarrollando un estilo de vida muy
cercano al de un psicópata. Pero se trataría de una psicopatía creada por una cultura
que, en muchos sentidos, desarrolla en los sujetos la crueldad y el crimen como forma
de vida» (Garrido, 2000, p. 16). Y esto pasa justamente con la prostitución. Hay
muchísimas personas que aceptan, ven normal y digno de regularse; que ven normal,
saludable y deseable que el cuerpo (o trozos de este) de la mujer específicamente, sea
objeto y mercancía del deseo (de poder) sexual masculino. Esto es lo que se llama
cultura de la prostitución englobada dentro de la cultura neoliberal y patriarcal. En este
caso, el error de atribución, uno de entre muchos sesgos cognitivos que deforman la
percepción de la realidad, justamente, no permite ver o nos hace incapaces de reconocer
que circunstancias situacionales y estructurales puede hacer cometer barbaridades y
comportarse psicopáticamente a personas «normales».
Mecanismos de psicopatización
Uno de los principales mecanismos de transmisión cultural es el proceso de
socialización, proceso mediante el cual el ser humano aprende los valores y
comportamientos en su medio ambiente y los interioriza hasta integrarlos en la
estructura de su personalidad. «Sin duda, es la vía principal de transmisión cultural de
la psicopatía» (Garrido, 2000, p. 94). El otro gran mecanismo de transmisión es la
endoenculturación, «que implica que el sujeto aprende su cultura por estar inmerso en
ella, por experimentarla día a día» (Ibid, p. 95). Además, están los mecanismos más
intrapsíquicos que entran en juego en esta enculturación de gente corriente en la
psicopatía. Uno de los mecanismos por los cuales personas normales pueden convertirse
en psicópata en su hacer es la disonancia cognitiva (Festinger, 1975). Una tensión
generada entre creencias o actitudes y comportamientos contradictorios que se saldará
con, o bien un cambio de comportamiento o bien, un cambio en el sistema de valores y
creencias, de cara a mantener una coherencia interna. Esto es, «dejar que la persona
adopte un modo de vida cuya incongruencia le termina convirtiendo en una continua
justificadora de sus actos, sean cuales sean éstos. La perversión moral consiste en
terminar aclimatando nuestro pensamiento moral a nuestros actos. Si no puedes vivir
de acuerdo con el modo en el que piensas, entonces modifica tu forma de pensar y
empieza a pensar de acuerdo con el modo en el que vives y actúas. Cuanto más
perversas sean las actuaciones, mayor será la disonancia y más rápido el cambio hacia
la moral psicopática (…). Las sectas, las bandas de delincuencia y los regímenes
políticos perversos utilizan este mecanismo de disonancia para estimular a personas
19
normales a practicar actos inmorales y bárbaros, con el objetivo de inducir a sus
adeptos a una posición moral psicopática que les transforme moralmente y les haga
después más manejables» (Piñuel, 2008, p. 148). Iñaqui Piñuel (Ibid) describe otros
mecanismos psicológicos como «la presión situacional o mimetismo grupal» (p. 179),
además de la «trivialización y banalización del mal». Así, se producen modificaciones
estructurales en el hacer de la persona, efecto de una acomodación psicológica
progresiva y paulatina a la maldad a través de una serie de mecanismos como:
1.- Generar máxima indiferencia ante las actuaciones perversas y respecto a sus
víctimas. Piñuel (2008) habla del síndrome de «esto no va conmigo». Una indiferencia
que destruye las redes de solidaridad grupal y de apoyo entre individuos. «Esto no es de
mi competencia».
2.- Generar un estado de enajenación de la responsabilidad moral por el
comportamiento propio y ello, a través de una obediencia a la autoridad. De esta manera,
no hay culpables. Y de haberlos, es la propia víctima; proceso de victimización criminal.
3.- Involucrar a personas a que jueguen determinados roles estipulados por la
organización.
4.- Generar distancia psicológica para con las víctimas.
5.- Generar un estado de temor y paranoia.
6.- Seducir, influenciar a través de un liderazgo carismático. Lavar el cerebro.
7.- Aprendizaje por imitación, emulando modelos.
A su vez hay un proceso progresivo de dimisión ética interior en la gente común. Una
especie de anestesia o insensibilización moral que desemboca en una parálisis moral o
resignación ante lo «inevitable». Martín Seligman (2000) bautizó a este proceso de
incapacitación para defenderse, como «indefensión aprendida». Esto lleva a la
resignación, a la depresión, al bloqueo, a la inacción. Nada se puede hacer con el
mercado, la economía, etc. No hay otro modo de hacer las cosas. Esta resignación
general –renuncia– aplicada al mundo de la prostitución se traduce en creencias como
«es el oficio más antiguo del mundo», «la prostitución existe desde siempre», «la
prostitución existe en todas las sociedades». A nivel económico, la perspectiva
normativa nos dice que los hechos económicos y empresariales tal y como los
conocemos son una realidad inevitable e incluso natural propia de la evolución.
Por otra parte, la visión banal y trivial del mal hunde sus raíces en una «arcaica
cosmovisión religiosa sacrificial acerca del mundo» (Piñuel, 2008, p. 188). Lo que
significa que hacen falta víctimas y recambiar las víctimas, para que el sistema continúe
funcionando y retroalimentarlo. Es lo que se llama el pensamiento único de la religión
económica o capitalismo neoliberal. Es necesario sacrificar seres humanos, además de
animales y otras entidades vivas. Eso si, muchas de esas víctimas son sacrificadas con
su «libre consentimiento» y beneplácito. «Es el precio que hay que pagar». Esto
aplicado a la prostitución dentro del marco económico del neoliberalismo sexual se
traduce en tráfico de mujeres jóvenes para «abastecer el mercado» y responder así «a
una demanda», creada artificialmente, cada vez mayor. La ideología de la prostitución
dice que corresponde al mercado (de mujeres) satisfacer las necesidades sexuales
masculinas, a las cuales el hombre tiene todo su derecho. Por lo tanto las mujeres serán
mercancía de usar y tirar, en algunos casos literalmente.
20
En definitiva, sí se puede adoctrinar en la psicopatía a personas comunes y de hecho se
hace. Este proceso se suele dar en toda guerra y en procesos bárbaros como el
holocausto. Pero también se suele dar en violaciones en grupo y otra serie de actos
bárbaros como la tortura. Sin ceñirnos a la psicopatía criminal, también dicho
pensamiento cosificador se da en la economía y en la política. Este pensamiento
cosificador propio de la psicopatía está en la base de muchas medidas económicas y
políticas que afectan a la población en general en su detrimento para llenar los bolsillos
privados de ciertas personas o entidades como las corporaciones. Lo propio de este
pensamiento cosificador es crear una distancia psicológica y que la relación personapersona, se convierta en persona-cosa. La filósofa Sayak Valencia (2010) habla de
«capitalismo gore», «una manifestación descontrolada y contradictoria del proyecto
neoliberal», «heteropatriarcal y masculinista» que genera profundas polarizaciones
económicas, promueve un consumismo compulsivo y utiliza la violencia como forma de
(necro)empoderamiento. Según esta autora, la aspiración consciente o inconsciente para
formar parte de un sector privilegiado hace que surjan subjetividades capitalistas
radicales, «sujetos endriagos» que protagonizan un «agenciamiento perverso», «utilizan
la violencia para enriquecerse y ascender socialmente». «Los sujetos endriagos»,
explica Valencia, «son individuos que, educados para cumplir con las exigencias de la
masculinidad hegemónica, tratan de zafarse de la precariedad estructural a la que
están condenados (…) a través de prácticas ultraviolentas (asesinatos, secuestros,
torturas...) que generan una intensa actividad económica. Una actividad que aunque se
sitúa en los márgenes de la economía legal es fundamental para el funcionamiento de
ésta. Es decir, hacen del ejercicio de la violencia una fuente de ingresos y con ella
consiguen, por un lado, reafirmar su masculinidad y, por otro, abandonar su condición
de sujetos económicamente precarios y pasar a formar parte de los sectores
privilegiados de la población que pueden satisfacer las exigencias hiperconsumistas. A
juicio de Sayak Valencia, la emergencia de estas subjetividades endriagas pone de
manifiesto que en el capitalismo tardío, la vida ya no es importante en sí misma sino
por su valor en el mercado como objeto de intercambio económico»2. En la prostitución
(y pornografía) estas subjetividades endriagas están representadas, entre otras, por los
proxenetas o las personas que se dedican a la trata, entre otras. De esta forma, se
produce una «transvalorización» que «lleva a que lo verdaderamente valioso hoy sea el
poder de hacerse con la decisión de otorgar la muerte a los otros» (Ibid). Este nuevo
necropoder –que se aplica desde esferas inesperadas para los detentadores oficiales del
poder– puede verse como una especie de duplicidad deformada del capitalismo y, al
mismo tiempo, como un fenómeno que refleja la incapacidad del proyecto neoliberal de
generar, en palabras de Mary Pratt, «pertenencia, colectividad y un sentido creíble de
futuro».
Frente a estos patriarcados de coerción, existen los de consentimiento (Puleo, 2005)
para hablar de un tipo de patriarcado, propio de las sociedades desarrolladas, en el que
la coerción deja de ser el método por excelencia utilizado por el poder para seguir las
normas sexo-género, para pasar a un sometimiento voluntario, a través de la incitación
de un resumen del Seminario-encuentro “Movimiento en las bases:
transfeminismos, feminismos queer, despatologización, discursos no binarios”, sesión 3.
http://ayp.unia.es/index.php?option=com_content&task=view&id=649
2
Extraído
21
(seducción y fascinación). Como Celia Amorós ya lo explicó, las formas del patriarcado
se van adaptando «a los distintos tipos históricos de organización económica y social,
preservándose en mayor o menor medida, sin embargo, su carácter de sistema de
ejercicio del poder y de distribución del reconocimiento entre los pares.» (Puleo, 2005,
p. 41).
No podemos olvidar que la práctica capitalista hunde sus raíces en el patriarcado,
ideología con rasgos psicópats, aceptada por una inmensa mayoría, por haber sido
socializada en ella hasta el punto de invisibilizar la maldad y pervertirla, convirtiéndola
en bondad.
Cultura psicopática; cultura de la maldad
La psicopatía, moralmente hablando, puede definirse como la idiotez moral y el
psicópata representa el perfecto idiota moral. Vicente Garrido (2010) habla de estupidez
como un desequilibrio entre los intereses personales y los de los demás. Estúpida puede
calificarse a la persona que maximiza el interés personal propio, «eligiendo metas que
vulneran los derechos de los demás, siendo un tipo egocéntrico y cruel, en suma
viviendo en contra de los valores como la justicia o la compasión» (p. 130). Desde esta
perspectiva, los psicópatas son estúpidos; estúpidos morales puesto que su
comportamiento «es el contrario al que dicta la sabiduría: no persiguen actuar
siguiendo un equilibrio entre lo que yo deseo y lo que los demás desean, sino que su
meta es, al contrario, anular a los otros para sentirse bien ellos» (Ibid). Psicopatía,
idiotez moral e irracionalidad van de la mano. Es el fracaso de la inteligencia (Marina,
2016). Fracasos de la inteligencia son, entre otros, el dogmatismo, el prejuicio, el
fanatismo3. Si la inteligencia es «la capacidad de un sujeto para dirigir su
comportamiento» (Ibid, p. 16), la razón no sirve, puesto que ésta es instrumental y «no
puede seleccionar nuestras metas finales» (p. 24). Una inteligencia inteligente tiene en
cuenta los marcos. Existen marcos irracionales como la guerra. Estos trazos forman
parte de la personalidad autoritaria (Adorno y col. 1959).
La ética y la moral forman parte del uso racional de la inteligencia. En consecuencia, el
actuar sin ellas, constituye todo un fracaso. La inteligencia no concierne estrictamente
lo intelectual sino que «La verdadera inteligencia (…) es una mezcla de conocimiento y
afecto» (Marina, 2016, p. 54). La estupidez tiene que ver con la pobreza afectiva. No
hay una inteligencia cognitiva y otra emocional. En este sentido, confundir los afectos
es uno de los principales fracasos de la inteligencia. Pero vivir sin estos resulta
realmente estúpido y conduce invariablemente al fracaso.
Un aspecto fundamental de nuestra inteligencia es el lingüístico, es decir que «nuestra
inteligencia es estructuralmente lingüística» (Ibid, p. 78). Y «nuestra conciencia se teje
con palabras» (Ibid). Por lo tanto nuestra inteligencia, nuestra razón, la racionalidad
humana es fundamentalmente narrativa, no numérica. La falta de palabra, la
imposibilidad de nombrar, de hablar, el silencio, enferma. De hecho, existen numerosas
pruebas entre las dificultades lingüísticas y la violencia. La inteligencia es
de aprender de la experiencia» (Ibid, p. 41), por otra parte, muy propia
de la psicopatía.
3
«Incapacidad
22
fundamentalmente dialógica y social. Todo lo que tenga que ver con lo humano es
social antes que individual. «La mente individual es en realidad “social”, en su génesis
y en su funcionamiento» (Ibid, p. 82) y «la conciencia (…) aparece entonces como una
forma de contacto social con uno mismo» (Ibid, p. 83). Por ello, todo lo que sitúe al ser
humano fuera de su condición social, será estúpido, es decir un fracaso inteligente, una
irracionalidad, además de psicopático.
El patriarcado constituye un marco dentro del cual se definen los géneros y sus
comportamientos. No tener en cuenta los mecanismo de género, o lo que es lo mismo,
someterse a ellos sin cuestionamiento, representa un fracaso de la inteligencia porque
significa funcionar sin tener en cuenta que las diferencias culturales imponen también
mecanismos lingüísticos (y de significados) diferentes según el género. Por ello, no
tener en cuenta este marco cultural y simbólico desemboca en estupidez, irracionalidad,
autoritarismo, fanatismo y prejuicio, generando graves daños y perjuicios.
La idiotez moral nos dirá Bilbeny (1995) parece constituir el mal de nuestros tiempos,
una apatía moral que se concreta en la insensibilidad, en el exterminio del alma humana,
en su deshumanización. Para este autor está claro, el máximo exponente de la idiotez es
la persona del psicópata; un «ser errático», «profundamente antisocial». Este es
realmente el mal: la idiotez moral. Una apatía moral, una idiotez fomentada. El sistema
económico neoliberal necesita idiotas morales, «personas» que no piensen, no sientan,
personas desafectadas, con falta de empatía, egocéntricas y con poco sentido de la
responsabilidad y de culpa. Este es el espíritu de nuestro tiempo: idiotez, amoralidad,
estupidez, irracionalidad, inteligencia fracasada. De alguna manera Goya tenía razón
cuando dijo que «el sueño de la razón produce monstruos». Así pues, la psicopatía
parece haberse convertido en el «espíritu de nuestro tiempo» (Alan Harrington, citado
en Garrido, 2000, p. 85). Y constituye «un enorme problema social» (Garrido, 2017, p.
19). «Si cada época tiene una personalidad modal, funcional a su fase propia de
relaciones económicas (…) la estructura psicopática se presenta hoy como la
personalidad modal. La personalidad psicopática se presenta hoy como la estructura
de personalidad mejor equipada para operar de forma funcional en la orden de la fase
apocalíptica del capital» (Segato, 2016, p. 101). En este mismo sentido, «… una
cultura psicopática puede favorecer el desarrollo de estructuras nerviosas (biológicas)
más predispuestas hacia la explotación y la insensibilidad hacia los demás» (Garrido,
2000 p. 96).
La psicopatía, nos dicen las personas expertas, no es necesariamente criminal sino
«integrada» o «cotidiana». Al contrario, la mayor parte de personas psicópatas no se
dedican al crimen: «otras muchas personas son psicópatas y no se dedican al crimen»
(Garrido, 2000, p. 12). Se «adaptan» a diferentes circunstancias, se camuflan,
manipulan y desacreditan las instituciones públicas y privadas; socavan la confianza de
las personas y son capaces de tomar decisiones que perjudican a muchas personas,
desoyendo las necesidades de los demás. Estas personas «Constituyen uno de los
mayores desafíos que tiene la humanidad del siglo XXI» (Garrido, 2000, p. 12).
¿Porqué? Porque el medio social puede ser de vital importancia para inhibir este
fenómeno o para fomentarlo. De tal manera que actualmente para muchos autores,
estamos ante una sociedad psicopática. «Problemas» como la guerra, el crimen, las
drogas, la contaminación, los genocidios, la prostitución, la pornografía, la violencia,
entre otros, son fruto de una cultura psicópata. «El perfil psicopático, su ineptitud para
transformar el derrame hormonal en emoción y afecto, su necesidad de ampliar
constantemente el estímulo para alcanzar su efecto, su estructura definitivamente no-
23
vincular, su piel insensible al dolor propio y, consecuentemente y más aún, al dolor
ajeno, su enajenación, encapsulamiento, desarraigo de paisajes propios y lazos
colectivos, la relación instrumental cosificada con los otros… parece lo indispensable
para funcionar adecuadamente en una economía pautada al extremo por la
deshumanización y la ausencia de límites para el abordaje de rapiña sobre cuerpos y
territorios, dejando solo restos» (Segato, 2016, p. 102).
Ahora bien, todos estos problemas existen no solo porque hay personas psicópatas, sino
porque muchas personas comunes han adoptado formas psicopáticas de relación con los
demás. De ahí que creamos que la calidad de vida de nuestra especie, pase por luchar
contra la extensión de la psicopatía (Garrido, 2017). Las «normas psicopáticas» se
aprenden. Muchas personas sucumben a la presión de una vida en donde la violencia se
extiende, adoptando un estilo de vida cercano al de un psicópata. Por lo tanto, por un
lado tenemos a aquellas personas psicópatas caracterizadas por un estilo de vida
antisocial, para lo cual no les hace falta camuflarse. Son criminales. Duros, egocéntricos
y violentos. Pero tenemos otras dos categorías, una, aquellas personas psicópatas
delincuentes pero que se camuflan como personas respetables. Asesinos sexuales que
trabajan 8 horas, maltratadores de esposas e infantes que asisten a reuniones de padres.
Policías que manejan trata de blancas. Jueces que cometen los delitos que juzgan.
Industriales y banqueros que siembran la desesperación en la economía, que hunden
empresas, bancos, etc. Líderes de sectas. Proxenetas que reclaman ser respetados como
empresarios. Esta categoría también está compuesta por políticos y hombres de estado
psicópatas, asesinos, criminales de guerra, militares, responsables de asesinatos en masa,
genocidios, años de miseria (Garrido, 2017). Todas estas personas tienen una doble vida.
Otra categoría de personas psicópatas es la no delincuente técnicamente pero que en
relación con los demás, exhibe todas las características de poder, dominio y humillación.
Personas que hacen mobbing, que acosan, psicópatas familiares que arruinan familias
enteras, que estafan, falsifican. Se conocen como personas «psicópatas integradas o
cotidianas»».
La cultura patriarcal neoliberal se caracteriza por la erosión de la ética y la moral.
Domina la violencia y la barbarie en todas sus diferentes manifestaciones, porque se ha
convertido en formas de negocio, de hacer dinero. El bien individual, particularmente el
de una élite parasitaria, no productiva y apropiadora, prima sobre el bien común. La
esclavitud, disfrazada y pervertida por la noción de contrato, consenso y libre mercado,
parece la forma de vincularse más característica en el sistema. Una sociedad
caracterizada por la anomía, el cinismo, el individualismo. En este contexto la
personalidad psicopática parece la más adaptativa (Garrido, 2000). Desde luego,
valorizada. Se trata de evitar necesitar e interdepender de otras personas, de desarrollar
una indiferencia suficiente para despreocuparnos. «El siglo XX ha descubierto que la
maldad es cosa de pura rutina, para lo cual sólo hay que anestesiar el sentimiento»
(Bilbeny, 1993, p. 57). Se trata de una cultura que cultiva el narcisismo, rasgo de la
psicopatía, de un modo desaforado.
Si bien las personas psicópatas han existido en todas las culturas, su prevalencia
(distribución) es diferente, lo que prueba el impacto de la cultura en el desarrollo o
inhibición de dicha patología.
24
EL MACHISMO COMO PATOLOGÍA: LA PROSTITUCIÓN, PERVERSIÓN QUE
CONFIRMA Y CONFORMA LA MENTE PATRIARCAL
La socialización en la masculinidad patriarcal parece más bien ser una socialización con
rasgos psicopáticos cuyo eje central o epicentro está en la violencia moral de la
cosificacióon. Y ello puede afirmarse así, porque «está atravesada por la normalización
de la crueldad y la brutalidad, a través de la anulación de la empatía hacia los/as
otros/as.» (Ranea, 2019, p. s69). El mandato de la masculinidad es «Esa “formación”
del hombre, que lo conduce a una estructura de la personalidad de tipo psicopático –en
el sentido de instalar una capacidad vincular muy limitada- está fuertemente asociada y
fácilmente se transpone a la formación militar: mostrar y demostrar que se tiene “la
piel gruesa”, encallecida, desensitizada, que se ha sido capaz de abolir dentro de sí la
vulnerabilidad que llamamos “compasión” y, por lo tanto, que se es capaz de cometer
actos crueles con muy baja sensibilidad a sus efectos. Todo esto forma parte de la
historia de la masculinidad» (Segato, 2018, pp. 47-48). Lo que hace psicopática y
estúpida a la masculinidad patriarcal es fundamentalmente el aprendizaje de la
insensibilidad: «Aprender a no sentir, aprender a no reconocer el dolor propio o ajeno,
desensitizar-se (…) forjan la personalidad de estructura psicopática funcional a esta
fase histórica y apocalíptica del capital» (Ibid, p. 81). Los hombres particularmente a
través del patriarcado, no están enculturados o socializados en el amor, la solidaridad, el
cuidado, el bien común, la compasión, sino en el odio, la guerra, el conflicto, la tensión,
la violencia, la hostilidad. El amor no es el centro de sus vidas. Deben renegar de su
afectividad, es decir, deben mutilarse emocionalmente: no expresar, ni sentir valores
como la ternura, la compasión, el cariño, el amor, la fragilidad.
La violencia es un valor
en la identidad masculina: «La agresión de los machos de nuestra especie ha militado
contra una cultura tierna» (Ibid).
La Asociación americana de psicología reconoce la existencia de una forma ideológica
de masculinidad cimentada en la homofobia y la misoginia además de en prácticas
violentas físicas y sexuales (APA, 2018).
El machismo o mente patriarcal que diría Claudio Naranjo (2018), es un tipo de locura
estándar que ha llegado a considerarse en tanto que norma, como normal, de tal manera
que no vemos su insania. La hegemónica mente patriarcal, es descrita como una mente
voraz, dominante, competitiva, represiva, insensible, disociada, amoral, instrumental.
La mente patriarcal tiene une ética de guerreros nos dirá Claudio Naranjo (2010),
siempre en guerra por el territorio. Una mente muy alejada de la naturaleza, del instinto.
La sociedad patriarcal, desde sus comienzos allá por el neolítico, es calificada por este
autor como canalla, basada fundamentalmente en la propiedad y la domesticación de
aquellas personas tipificadas como inferiores. El régimen patriarcal va más allá de la
política de los sexos. Destacan la deshumanización y la enajenación. Dicha mente,
además de ser, nos sitúa en un mundo competitivo, nada colaborador, posesivo,
colonizador, jerárquico, vertical. Una mente conquistadora. Una actitud bandida,
canalla, inmoral. El mundo civilizado es un mundo muy inmoral, malvado, porque no
quiere al otro; no tiene sentido del bien común.
Dados los rasgos psicópatas y perversos descritos, entendemos el machismo o la mente
patriarcal como una ideología con marcados rasgos psicópatas y perversos que atraviesa
toda la sociedad en su vertiente directa, simbólica y estructural. La mente patriarcal es
fundamentalmente una mente violenta, una mente mala, una mente banal. El (des)orden
25
patriarcal atraviesa transversalmente la sociedad, la cultura y la mente. En este sentido,
este orden constituye la condición patológica y patologizante del ser humano actual.
Las –pocas– investigaciones sobre prostituidores parecen hacer emerger que la
prostitución está directamente relacionada con las masculinidades contemporáneas
construidas sobre una práctica sexual compulsiva o adictiva y sobre una socialización
grupal que actúa de testigo confirmatorio y de refuerzo de esa masculinidad (De Miguel,
2018). La prostitución o los espacios de prostitución son espacios de resignificación,
escenarios de reconstrucción subjetiva de una masculinidad –y feminidad– hegemónica
en reacción frente a los cambios sociales. En otras palabras, como un mecanismo de
defensa. Ante la crisis de la identidad masculina basada en la desaparición de ciertos
criterios constitutivos como son el trabajo para fortalecer rol de proveedor y el de
autoridad familiar, quedan asociados a esta identidad, e incluso fortalecidos el ejercicio
de la violencia y la actividad sexual en esta nueva construcción o defensa identitaria. No
es por azar que más avanzan las mujeres en sus derechos, mayor parece la radicalidad
de algunas respuestas como el aumento de la prostitución y la pornografía, la cultura de
la violación y ahora los vientres subrogados. En sus declaraciones, muchos clientes
relatan razones y justificaciones que apuntan hacia proyecciones misóginas o ligadas a
complejos y patologías, y que por tanto, confirman la hipótesis de partida, es decir la
práctica clientelista se relaciona con un modelo masculino disfuncional en sus
relaciones afectivo-sexuales con los miembros del otro sexo (Villa, 2010). La
prostitución es una escuela de desigualdad nos dirá la filosofa Ana de Miguel (2018), en
donde se aprende a desempatizar, a cosificar, a (hiper)sexualizar, a maltratar a la mujer.
Y eso es una socialización en valores psicópatas.
Conforme el capitalismo avanza hacia el neoliberalismo, la identidad masculina
dominante se centra en un falocentrismo narcisista, desplazando al modelo tradicional
(padre-protector-proveedor) hacia otros espacios como los espacios prostitutivos donde
se ampara, reproduce y legitima lo que queda de la identidad masculina, cimentada en la
penetración como una especie de conquista. Los elementos en los que se apuntala esta
dimensión son: consumo colectivo; pacto de silencio compartido por los prostituidores
y grupos de amigos para que lo que ocurra dentro del club no trascienda, y presenciauso del falo (Suárez y Verdugo, 2015). Estos elementos originan un impecable código
compartido por los sujetos virilizados, conformando la «subcultura prostitutiva», que
puede considerarse un exponente más de la violación de los derechos humanos y de la
violencia de género. En este contexto, la prostitución resulta un síntoma (patológico) de
una forma de vivir (la sexualidad) misógina, violenta y cruel que, en el contexto
europeo, se ha abordado de diferentes maneras: bien apostando por su legalización
(Holanda y parte de Alemania), bien optando por la abolición, persecución y
penalización del cliente (Suecia) o bien por opciones intermedias como en Francia, en
donde se persigue el delito de trata de personas, el proxenetismo y a los clientes que
compran sexo a personas vulnerables (menores, etc.). Pero, lo que concluyen los
investigadores, tales como el politólogo Víctor Lapuente o los economistas Nikles
Jabobsson y Andres Kotsadam es que en los países donde se legalizó la prostitución, el
tráfico de prostitutas ilegales y víctimas de trata ha crecido considerablemente, al revés
de lo que ocurre en los países más restrictivos o abolicionistas (de Miguel, 2018).
Ahora bien, llama la atención que en realidad, la construcción de la masculinidad está
cimentada sobre la dependencia, es decir, «se construye en relación a la feminidad»
(Ranea, 2019, p. s.66), concebida ésta a su vez como un instrumento reforzador de la
hombría. El sujeto hombre aparece en la construcción masculina ficcionado como
26
autónomo. Por lo tanto, la autonomía masculina resulta ser una mentira, puesto que la
masculinidad se conforma en una relación jerárquica con respecto a la feminidad. El
género se construye en relación patológica, puesto que un hombre se define como tal, a
través de relaciones de instrumentalización de las mujeres. Aquí está de nuevo el rasgo
cosificador psicópata por excelencia. En esta cosificación femenina, el hombre
construye la feminidad en base a una enfatización muy particular según la cual ésta, la
mujer, se construye y se representa para los hombres, es decir, para su satisfacción,
adaptándose a este y en función de su utilidad para el poder hegemónico masculino. Y
aquí es introducido el concepto de utilidad tan característico de la mente psicópata. La
mujer tiene que ser útil al hombre. Es lo que decía Rousseau. Toda una paradoja: Se
niega la feminidad pero se la necesita para construir la identidad masculina. De esta
manera, el capitalismo global fortalece los (patológicos) patriarcados contemporáneos
porque la prostitución sostiene el orden patriarcal, perpetuando y fortaleciendo los roles
diferenciales de género, particularmente los que se ensalzan en el terreno de la
sexualidad (Ranea, 2019). En la prostitución, no solo se aprende sino que se reproduce
la mente patriarcal.
Por otro lado, la masculinidad hegemónica resulta ser una encarnación del (abuso del)
poder en sí misma, que se representa en determinados comportamientos, actitudes,
formas de relacionarse. Y recordemos que el núcleo de la psicopatía es el poder. Para la
persona psicópata, la alteridad es inferior y se relaciona con esta desde la utilidad
extractiva. La persona psicópata es la reina y los demás están para servirles. Modalidad
feudal. En la construcción de la masculinidad, este criterio de la psicopatía está presente
en la, supuesta, «inferioridad femenina», desde donde se entiende que la mujer está para
servirlo; porque el hombre es el rey, el dios. Narcisismo al estado puro. Que el
machismo o la mente patriarcal está dentro de la patología narcisista, es harto conocido.
Por ejemplo Pierre Bourdieu (2002) tacha de falonarcisimo a ese modelo patriarcal
basado en la sexualidad falocéntrica y en la desigualdad.
Anastasia
Nzang,
presidenta
de
la
ONG
Igualdad y Derechos Humanos de la mujer en África,
utiliza el término
falocracia para hablar del poder o gobierno del miembro sexual masculino (Jauregui,
2018).
Otra característica de la construcción de la masculinidad es la socialización, es decir, la
homosociabilidad y la fratria, la cual, se erige mediante la exclusión de las mujeres que
no pueden ser parte del grupo de iguales, pero a través de las mujeres, es decir, que los
hombres necesitan a las mujeres para demostrar que son hombres. Volvemos a esa
dependencia parasitaria. Su identidad no se define en base a sí mismos; sino negando la
otredad al mismo tiempo que se depende de ella. Pero al igual que las relaciones entre
psicópatas lo son por asociación, la fratría masculina también lo es por asociación, no
por vínculo.
Una de las cosas que sorprende a muchas autoras en esta cuestión es la falta de una
perspectiva de género en la propia definición de prostitución. La demanda de
prostitución es mayoritariamente masculina y la mayoría de personas prostituidas son
mujeres y mujeres transexuales (Solo el 3% de las personas prostituidas son hombres),
por lo que la prostitución constituye un fenómeno sociológico en tanto que práctica
masculina. Entonces hay que definirla reflejando esta realidad. La prostitución no es
intercambio consensuado entre sexo y dinero. No. La prostitución, dice Ana de Miguel
(2018), es una institución que ofrece a los hombres4 cuerpos de mujeres de libre acceso
4
El
99,
7%
de
la
totalidad
de
clientes,
son
hombres
(Ranea,
2019).
27
para su placer (sexual o no) por un precio variable. La prostitución permite al macho no
negociar ni tener en cuenta la subjetividad femenina.
SOCIALIZACIÓN MODERNA: LA BANALIZACIÓN DEL MAL EN SU DOBLE
VERTIENTE CAPITALISTA Y MACHISTA
Con todo lo expuesto, sobre los rasgos perversos y psicópatas en lo referente a los
sistemas patriarcal y neoliberal, se nos dibuja el patriarcado como un sistema autoritario,
totalitario. Y como dijo Hannah Arendt (1998), el totalitarismo se erige sobre un
proceso conocido como la «banalización del mal», cimentada fundamentalmente en la
legislación, para lograr sus objetivos de supresión progresiva de la libertad hasta
alcanzar una dominación total. Una legislación perversa en donde se vacían las reglas
del bien y del mal. La ley deja así de ser un marco estable, y es utilizada para fabricar
un ser nuevo. Este término, banalización del mal, expresa el actuar de individuos
comunes que son capaces de llevar a cabo actos bárbaros, crueles e inhumanos por estar
dentro de un sistema totalitario. En definitiva, la banalización del mal viene del acto de
hacer daño por obediencia. La motivación puede ser desde ascender dentro de la
organización, hasta alcanzar un estatus. Las personas así actúan dentro de las reglas del
sistema sin reflexionar sobre las consecuencias de sus actos, los efectos o el resultado
final. Son personas que actúan por obediencia, inercia, moda, por el qué dirán, por
miedo. Sócrates ya decía que el mal se comete por falta de reflexión y por eso, no es
necesaria ninguna dimensión demoniaca para llevarlo a cabo. Hannah Arendt dice que
hace falta además de una falta de pensamiento, «un aislamiento de la realidad». Por ello,
la autora quiere significar la perversión de las costumbres y todo aquello a lo que se
llama normal. El biopoder se ocupa en ese caso de regular ciertas prácticas para que el
mal se normalize y sea habitual. De esa manera no hay disonancia cognitiva, lo que
hace que no haya ni remordimientos ni culpa, ni se sientan en contradicción. En un
contexto así el mal se asienta día a día, volviéndose normal. Los límites quedan
desbordados y todo se desdibuja. En estas situaciones, muchas víctimas se convierten en
verdugos.
La banalización del mal viene de par con la liberalización del mercado que se viene
realizando en estas últimas décadas a través de la falsa creencia de ser el único camino
posible; viene de la extendida creencia de que la economía exige sacrificios por el bien
de la humanidad. La economía neoliberal nos dice –por medio de las acciones– que en
el mundo no hay lugar para todas las personas, no hay comida para todas las personas,
no hay derechos para todas las personas, no hay trabajo para todas las personas, no hay
viviendas para todas las personas, no hay agua para todas las personas, no hay leyes
para todas las personas; simplemente, no hay para todo el mundo. Una vez que hemos
aceptado las reglas del juego, cualquier carnicería, cualquier atrocidad queda legitimada,
banalizada bajo eslóganes como «es así», «es por vuestro bien». De esta manera, las
catástrofes humanas derivadas de decisiones empresariales nos son presentadas como
formas inevitables e incluso naturales de la economía (Piñuel, 2008). Esta actitud y
forma de hacer totalmente amoral y psicópata es divulgada por los medios de
28
comunicación –el cuarto poder– como el mejor de los mundos posibles y, como no hay
otro modo de hacer las cosas, hay que dejar hacer a la «mano invisible» del mercado
que opera de manera democrática, igualitaria y objetiva. Nos resignamos ante los
designios de la economía y aceptamos estoicamente cualquier barbaridad. No hay
culpables, no hay responsables, no hay autoridad; sólo poder que «permite a los líderes
de un equipo dominar a los empleados negando la legitimidad de las necesidades y
deseos de éstos» (Sennett, 2000: 121). El tipo caracterológico que hace emerger este
tipo de poder sin autoridad es el psicópata.
«Casi todos los productos que consumimos tienen una historia oscura escondida, desde
el trabajo esclavo hasta la piratería, desde la falsificación hasta el fraude, desde el
robo hasta el blanqueo de dinero» (Napoleoni, 2008: 133). Más que de una economía se
trata de una depredación, esto es, una economía parasitaria que vive a expensas de
muchas personas hasta canibalizarlas de las formas más diversas e inhumanas que
existen, entre otras la esclavitud. Esta economía depredadora, genera un estilo de vida
psicópata parasitario que consiste en vivir del trabajo de los demás solo para una
minoría. «La característica de este modelo es que aquellos que controlan el proceso de
producción y los productos no son ellos mismos productores, sino apropiadores. La
denominada productividad presupone la existencia y sometimiento de otros –y, en
último término, mujeres– productores» (Mies, 2019, p. 148). La mayoría acaba siendo
esclava, instrumentos para el bienestar de una minoría. En concreto en lo que a la
prostitución acontece, la propia industria del sexo y todos los negocios alrededor, viven
depredadora y parasitariamente del cuerpo (o trozos) de la mujer. Y como tal industria,
utiliza la pornografía a modo de marketing para estimular la demanda.
La banalización del mal viene acompañada de la legalización del mal y ello, a varios
niveles. Por un lado, si las personas psicópatas se encuentran fundamentalmente en las
esferas de poder representadas por los negocios, las grandes empresas, la política, la
religión, la adjudicatura y la prensa, nos encontramos con que estas son quienes
actualmente hacen las normas, dictan los principios (Hare, 2003). No basta con que
vivan al margen de la ley sino que ellas son la ley. Por otro lado, el hecho de que la
economía se rija por el criterio externo de lo que es formalmente legal o está permitido,
hace que aquello que no esté explícitamente prohibido sea aceptable. «De este modo, y
en el más puro cumplimiento de la legalidad, se pueden implementar los programas
más inmorales y las medidas más antisociales y generadoras de sufrimiento humano»
(Piñuel, 2008: 149).
Por otro lado, en la banalización del mal en lo que a la masculinidad respecta, tenemos
que considerar lo que Rita Laura Segato (2016) llama «pedagogía de la crueldad», esto
es, cómo la socialización masculina está atravesada por la normalización de la crueldad
y la brutalidad, a través de la anulación de la empatía hacia las mujeres. En este sentido
Miriam Miedzian (1995) expone cómo se «enseña a los hombres a ser duros, a
reprimir la empatía y a no permitir que las preocupaciones morales pesen demasiado
cuando el objetivo es la victoria» (p. 66). La empatía y las emociones vinculadas a la
afectividad, han de suprimirse –reprimirse en el mejor de los casos–. La expresión de
las emociones en general está vetada en la masculinidad normativa, con la salvedad de
aquellas que se permiten ser expresadas como la ira o el enfado (Hooks 2004), y la
materialización de esta emoción a través de la violencia sobre la otredad es clave en el
devenir de la masculinidad hegemónica. «La ausencia o limitación de la empatía hacia
las mujeres como requisito de la masculinidad se estima que es un elemento necesario
para consumir prostitución. Este hecho es posible mediante la incapacidad de
29
reconocimiento de la “otra” que es necesariamente cosificada y deshumanizada por
aquel que paga por sexo con mujeres que no le desean.» (Ranea, 2019, p. s69).
Pues bien, a través de esta pedagogía, se transmiten muchos de los rasgos propios de la
personalidad psicópata, destacando fundamentalmente la falta de empatía y la
cosificación. Así pues, la pedagogía de la crueldad parece ser la socialización del
hombre en la psicopatía patriarcal. Se le adoctrina al hombre a devenir psicópata, a
comportarse como psicópata, a actuar y pensar como psicópata. La banalización del mal
en este caso viene representada por la aceptación obediente de la población en general
de los roles de género prescritos sin cuestionar, sin criticar, sin negarse a seguir con
ellos. La banalización del mal viene de no querer entender que el equivalente a la
esclavitud es la desigualdad. No queremos entender que la esclavitud representa una de
las patologías sociales y culturales como la guerra, la prostitución, la pornografía, la
inmigración. De la misma manera que el Estado se ha definido por Max Weber como
aquella entidad que detenta el uso legítimo de la violencia, el patriarcado puede
entenderse como aquella entidad masculina definida por su uso legítimo de la violencia
de género. Y no solo su uso, sino la amenaza de ejercerla.
La actividad sexual promiscua define la masculinidad, de la misma manera que la
promiscuidad sexual define también la psicopatía. Y ambas, no tanto por el placer,
como por la representación vacua de un rol con fines de poder y dominación. La doble
moral caracteriza tanto a la masculinidad hegemónica como a la psicopatía (integrada).
En la psicopatía criminal, la sexualidad directamente es remplazada por la violencia de
la desmembración, la canibalidad, etc. La violencia como dominio y control del otro a
través del daño. Eso erotiza la «relación». Y es lo que se ve, se escucha y se practica
cada vez más en el contexto de la prostitución. La «prostitución gore».
El mundo patriarcal neoliberal se caracteriza por su deterioro ético y moral, por una
voluntad (psicopática) de destrucción masiva (genocidios y feminicidios), por el espíritu
de conquista y depredación, así como por la falta de empatía, remordimientos y culpa,
por la cosificación y deshumanización; por una afirmación o autoridad violenta. «El
hombre-cazador es básicamente un parásito, no un productor» (Mies, 2019, p. 149).
Prostitución: barbarie y banalización del mal: psicopatia cultural o cultura psicopática
La prostitución puede considerarse una de las formas de banalización del mal. Dicha
«institución» se compone de toda una serie de comportamientos vinculados con la
cosificación de los cuerpos de las mujeres, por lo que puede considerarse como una
manifestación más de la violencia de género, que pretenden legalizarla, normalizarla.
No obstante, la propia definición de prostitución plantea mal el problema, desviando la
atención del núcleo gordiano. El definirla como intercambio de sexo por dinero supone
desviar el verdadero problema que se sitúa en la propia concepción masculina de la
mujer y la relación de dominación que sobre ella se establece a través del sexo –como
servicio en una economía (precaria) de necesidades-, puesto que la mayor parte de
prostituidas son mujeres y no se trata de sexo en general, sino de un determinado tipo de
sexo ( De Miguel, 2018). Ajustando la realidad, la prostitución en tanto que «institución
internacional, y globalizada se basa en sostener que todo hombre tiene “derecho” a
satisfacer su deseo sexual por una cantidad variable de dinero» (Ibid, p. 164). Se trata
de una práctica mediante la cual los varones buscan y encuentran placer sexual «en
30
personas que obviamente no les desean en absoluto» (Ibid, p. 171). Una relación de
poder mediada por lo económico que poco tiene de libre consentimiento y mucho de
necesidad.
La progresiva desaparición del contrato social por el capitalismo tardío va generando
formas ilícitas y criminales de economía basadas en la esclavitud, la desigualdad y la
necesidad. Formas más o menos «pacíficas, basadas en mecanismos de coerción
económica» (Mies, 2019, p. 1423). Los contratos sociales se han convertido en
contratos de esclavitud (Patteman, 1995) o esclavitud contractual o esclavitud civilizada.
Es la «banalización de la injusticia social» (Dejours, 1998). Y ello se ve ya con tal
normalidad que mucha gente lo acepta y el poder lo fomenta con toda una serie de
mecanismos de coerción económica (en el mejor de los casos) para legalizar, regularizar,
legitimar.
La prostitución, hoy transformada en industria del sexo, acentúa la mercantilización de
los cuerpos femeninos, ya expulsados en el contrato social original. El nuevo canon de
la prostitución adopta formas propias del capitalismo global, al límite entre lo lícito y lo
ilícito. De un negocio con escaso impacto económico ha pasado a ser un negocio de
pingues beneficios gracias a la economía ilegal (Cobo, 2017). De hecho esta autora
sostiene que el hábitat natural en el que se ha desarrollado la prostitución en el siglo
XXI es la economía criminal. Es sabido que la prostitución va unida a la mafia y al
tráfico de personas. A través de la prostitución, se está produciendo todo un éxodo
femenino del sur al norte del planeta. Los postmodernos «barracones» son los
prostíbulos, los «pisos» masificados en donde las hacinan. Las transportan en conteiner
y de cualquier tipo de forma en condiciones inhumanas muchas veces. Las secuestran,
las engañan, las manipulan, las violan, las maltratan, las coaccionan, las matan. Es un
proceso lento de aniquilación. La realidad de la prostitución es el éxodo de mujeres, ya
que se calcula que más del 80% son inmigrantes. Es la «shoah»5 femenina del sur al
norte del planeta; el postmoderno y neoliberal feminicidio. La prostitución (a)parece
(como) «la solución final».
La prostitución se entronca directamente con la (in/e)migración y (la feminización de)
la pobreza, la trata; en definitiva la esclavitud femenina. Al respecto Bales (2000)
afirma que la servidumbre por endeudamiento y la esclavitud contractual son las
principales formas de la esclavitud en el siglo XXI y estas formas son las que adoptan la
trata de mujeres y niñas. En este sentido, la prostitución concierne y legitima la
criminalidad. Actualmente una prostituta nueva dura tres años y sólo al primero le sacan
pingues beneficios. El tercer año ya está quemada.
El criterio por excelencia del patriarcado es la cosificación de la mujer, barómetro que
como ya lo hemos dicho, es un criterio diagnóstico fundamental y diferencial de la
psicopatía. Este proceso de cosificación va de par con la naturalización, es decir, con la
división del mundo en mundo natural y mundo político o cultural. El mundo natural ha
sido utilizado por el capitalismo con fines extractivos y expolitativos, además de
utilitaristas. El capitalismo global del siglo XXI trata a la mujer exactamente igual que
trata a la naturaleza. Ambas significan lo mismo desde esta perspectiva. La mujer está
excluida como individuo y ciudadano. En los «contratos sexuales» (prostitución,
maternidad subrogada), las personas son eximidas de su condición humana; son
despersonalizadas. Se las deshumaniza. No es como en el deporte por ejemplo, en el que
5
Término
con
el
que
se
designó
al
«éxodo
judío»
31
un equipo ficha por un jugador. Su yo, su condición humana queda intacta. No se
contratan las piernas de un jugador o sus brazos, se le contrata a la persona deportista
con todo su ser, su individualidad, su humanidad. En el caso de la contratación sexual, a
la mujer se la deshumaniza, se la desmiembra, se la desnaturaliza. Este proceso de
cosificación permite que la «relación contractual» que se establece sea además de
utilitaria y mercantilista, extractiva e insensible. La «naturalización» de la mujer, es
decir, su conversión en algo natural, permite deshumanizarla, proceso que a su vez
permite utilizarla como mercancía sin remordimientos ni culpabilidad. La sitúa en el
reino animal. La naturalización de la mujer es realmente una animalización. Aquí la
oposición naturaleza-cultura cobra forma y justifica la dominación, la extracción y la
(auto)explotación de lo femenino. La legitimación de este bárbaro proceso es la base de
la banalización del mal. La perversión legal y lingüística permite confundir, en su
proceso de convertir lo ilícito, su extracción, en lícito. De la mujer pura y casamentera,
se obtiene sexo, descendencia y trabajo doméstico gratuito, de la mujer prostituta se
obtiene sexo fundamentalmente, de la mujer subrogada, se obtiene útero para la
descendencia. El cuerpo de las mujeres en el capitalismo, al igual que la naturaleza, se
le representa como un instrumento para obtener recursos, materias primas. Se trata de
una lógica extractiva, característica del capitalismo neoliberal. Se trata de sacar
beneficios a cualquier precio. Esta lógica extractiva y parasitaria resulta ser también la
lógica psicópata por excelencia. Debajo del parasitismo psicópata, está la lógica
extractiva. Obtener máximos beneficios con un mínimo de esfuerzo, como también
sigue esta lógica la economía. La cosificación de la mujer en la prostitución muchas
veces acaba con la muerte, la desaparición de cuerpos, el desmembramiento y el arrojar
cuerpos a las cunetas. Muchas de ellas acaban en la calle.
En la prostitución neoliberal converge tanto la psicopatía integrada con la criminal. La
criminalidad es amplia y variada. La «gente» que lleva estos negocios, lo hace porque
hay impunidad y complicidad. Se trata de un «negocio» ilícito, el tercero más lucrativo
por delante del narcotráfico y por detrás del tráfico de armas. La criminalidad entra en
la prostitución de la mano de la trata y del tráfico de seres humanos y ello, porque no
hay tanta «mercancía» para abastecer la demanda.
Esta lógica capitalista hace que la mercantilización se cebe sobre el cuerpo y la
sexualidad de las personas más discriminadas y devaluadas socialmente. La prostitución
no es posible sin la desigualdad, la pobreza que genera. «Esto es, en sociedades con
fuertes desigualdades socioeconómicas, las corporeidades devaluadas son
representadas socialmente como mercantilizables» (Ranea, 2019), «la prostitución se
produce sobre desigualdades y, a su vez, (re)produce desigualdad.» (Ibid).
Legitimación del mal
Para legitimar el mal, se emplea en general el lenguaje, en particular el lenguaje de la
justificación. La prostitución se construye, legitima y justifica a partir de un discurso en
donde esta actividad es necesaria para un bien mayor. Así, dirán que se previenen
violaciones, se evita la criminalidad, se fomenta la libertad y la democracia. Algunas
líneas argumentativas para reglar la prostitución igualándola a «un trabajo como
cualquier otro», se hace para evitar supuestamente un mal mayor: la explotación, el
esclavismo, la trata, las condiciones, los derechos, la desaparición de la economía ilegal,
32
la eliminación de la criminalidad cimentada en la prostitución, el blanqueo de capitales,
etc. Los hechos desmienten este argumento: investigaciones hechas al respecto,
demuestran que la regulación de la prostitución no solo no ha disminuido todo lo
anterior sino que ha ido en aumento (Cobo, 2017). Amén de, en la realidad de los
hechos, no ser considerada la actividad un trabajo como los demás, como en el caso de
Holanda. De serlo así, las prostitutas podrían pedir la nacionalidad solo con un contrato
laboral de prostituta y no es el caso. Esta subordinación del sufrimiento humano a la
finalidad de un bien teológico o metafísico ha sido y sigue siendo habitual y estructural
en la cultura occidental, lo que garantiza la ejecución o producción del mal de manera
habitual y normalizada. Es el sacrificio necesario en esta religión económica. Ahora
bien, esta religión, como todas las religiones monoteístas, tiene la pretensión de ser la
única, la mejor, la superior y eso es el espíritu patriarcal, el espíritu hegemónico, el
espíritu de conquista. Todas las religiones monoteístas están contaminadas del mismo
mal de la sociedad, del mundo civilizado, incluso las seculares.
La sujeción-resignación de las masas productoras a un grupo privilegiado con dinero y
poder, apropiador e improductivo, permite que el mal se banalice. ¿Cómo? Una minoría
organizada emplea la desigualdad, la violencia, la crueldad, la inhumanidad y la
explotación. Luego está la difusión e interiorización por parte de la mayoría de estos
valores psicópatas a través de la doma o domesticación, la desensibilización y el
embrutecimiento. La disidencia es eliminada. Las formas políticas, sociales y culturales
actuales son formas de tiranías benévolas o malignas; autoritarismos antidemocráticos,
destructivos de todo lo social. Dictaduras económicas y de mercado. Podemos asemejar
la psicopatía como una célula cancerígena, que pone en jaque o metástasis a toda la
población, volviéndose el cáncer una manera que acaba con la vida humana. En
términos freudianos, hablamos de pulsión de muerte, un impulso que busca el retorno a
la no existencia. Este impulso busca satisfacer los impulsos agresivos y destructivos,
devolviendo la materia a su estado inorgánico. Es el placer de la disolución. Tiende a
desarrollarse a través de la proyección, de la violencia, de la no vinculación con el
mundo. «El cuerpo entra a jugar un papel importante en esta violencia» (Diaz, 2002),
puesto que se dirige hacia él, ya sea éste físico o social. «Explotar estallando su cuerpo,
destruyéndolo» (Ibid). «El cuerpo es el sostén material del sujeto» (Ibid) y como tal,
soporta la existencia. Es la parte cohesiva, unitaria de un sujeto fragmentado por sus
contradicciones. Se pasa de la fantasía de la destrucción del cuerpo (físico y/o social) al
acto.
EL CAPITALISMO COMO PATOLOGÍA (PSICÓPATA): LÓGICA PERVERSA
Que la economía es la religión postmoderna que configura la vida humana, es algo
conocido por bastantes autores. Y como toda religión, ésta se cimenta sobre el sacrificio
de seres humanos. Las víctimas, en este nuevo capitalismo, además de ser sacrificadas,
se (auto)sacrifican o incluso autoinmolan… En este sentido, la religión económica
constituye el germen de la psicopatía social y cultural del siglo XXI. En otras palabras,
«el capitalismo en su expresión más despiadada es una manifestación de la psicopatía»
(Ronson, 2011).
33
Este capitalismo tiene una lógica perversa que consiste básicamente en que «si puede
hacerse», «debe hacerse» o lo que es lo mismo «puedo hacer (se puede hacer) todo
aquello que instrumentalmente se pueda realizar» o «lo hice porque podía y nada me lo
impedía». Posición cognitiva característica de la psicopatía. Es la lógica de la razón
instrumental que pervierte esta facultad de raciocinio, volviéndola irracional. De esta
manera, la religión económica hace sus sacrificios humanos en base a la razón de costes
y beneficios y por el bien de la sociedad; así lo venden. Para lograr un fin, poco
importan los medios; solo la solución (¿Final?). Esta es la racionalidad instrumental
totalitaria, que coincide con la posición cognitiva tan característica de la mente
psicópata. Una religión amoral, sin restricciones ni limites, ni tan siquiera legales,
puesto que la ley es el mercado, es decir, «nadie» y a su vez, el poder, que si tiene
nombre y apellidos. La lógica neoliberal se presenta como una lógica amoral basada en
el cálculo frio y racional de ganancias que va a obtener de las acciones, solo una
minoría parásita. Una lógica psicópata sin remordimientos, ni culpa, ni arrepentimiento,
ni miedo. Una lógica que negocia con armas, terrorismo, drogas, política; una lógica
que mata a quien se interponga en el camino de lucrarse; una lógica que impone y
deroga leyes, gobiernos; una lógica que a veces hace ganar a entidades financieras
cantidades equivalentes a los productos nacionales brutos de algunos países (Klein,
2012). Una lógica que ha invadido gradualmente todas las capas sociales y que justifica
la especulación, tanto de grandes como de pequeños. Una lógica que miente y manipula
si es necesario para disfrazar su verdadera motivación. Una lógica que desestructura la
sociedad, deshaciendo todo aquello que la cohesiona. Por dividir, divide hasta lo
indivisible, que es el propio individuo –multifrenia–, a través de mecanismos
psicológicos, resultando de ello el innumerable e incalculable sufrimiento del individuo
moderno representado en las numerosas patologías. Esta lógica psicópata está llevada a
la práctica por psicópatas; personas que están detrás de la economía, el mercado, la
política, los negocios. Seres desalmados a quienes no les importa las consecuencias de
sus actos. Seres que liquidan todo aquello que se interpone en su camino.
Gracias a esta lógica basada en la razón, es factible la «desresponsabilización» de las
acciones. No es culpa de nadie sino del mercado, la competencia o la presión de los
costes. Gracias a la razón de la lógica psicópata se puede justificar la deslocalización de
las empresas, el despido masivo, las grandes hambrunas, las condiciones retributivas,
los desastres medioambientales, las masacres, la violencia, la desigualdad, la pobreza, la
prostitución. Gracias a ello se pueden justificar las enormes riquezas e ingentes
beneficios económicos de grandes empresas. Gracias a la comprensión del
funcionamiento de la lógica psicópata podemos entender la transformación de muchas
personas en psicópatas funcionales (Piñuel, 2008). Esta lógica causa una disonancia
cognitiva entre el pensamiento y la acción. Ante esta tesitura, es decir, si los actos
generan una dificultad en el vivir, la gente modifica su manera de pensar para así
obtener concordancia. De esta forma, el neopsicópata (normopsicópata) justificará sus
terribles acciones en función de sus buenas intenciones finalistas (Piñuel, 2008).
El poder como sabemos ha pasado de lo político a lo económico. Solo interesa el dinero,
las ganancias. El motor dominante de la actividad productiva ha pasado a ser la
acumulación –y concentración– de capital. Se destaca por la destrucción de todo:
ecocidio, feminicidio, suicidios, homicidios… es la ontología de la muerte o lo que
Freud llamo thanatos. Soraya Valencia hablará de necropoder. Destruye el sentido de
comunidad, porque destruye todo aquello que tiene condición de otredad, de diferencia.
Una destrucción sin precedentes. Es la esencia de la barbarie. Esta forma de capitalismo
34
ha industrializado la barbarie. Una forma económica dominada por el odio y el placer de
aniquilar.
La perversión de los valores morales que trae consigo el dominio del dinero como
fuente de poder, asola la vida humana. La psicopatía capitalista es fruto de una decisión
racional, calculada, combinada con una incapacidad para tratar a los demás como seres
humanos. La finalidad: el beneficio bruto. Así, se entiende que se plantee la esclavitud
como forma de vida para una gran mayoría; una esclavitud en muchos casos voluntaria,
elegida libremente.
La psicopatía, antes de desaparecer como diagnóstico, fue conocida también como
sociopatía para resaltar la dimensión social de esta patología; desde sus orígenes fue una
«locura» racional que atentaba sobre todo al cuerpo social. Y anteriormente fue
concebida por J.C. Pritchard como locura moral o locura sin delirio por Philippe Pinel
(Garrido, 2000). En este sentido, no podemos aislarla en tanto que problema individual.
El capitalismo actual con su promoción de la riqueza, el poder, la fama o el sexo; su
necesidad –una vez anulado el deseo– de rebasar todo límite; este tipo de gratificación
como motor del progreso social adoctrina mentes psicópatas. Personas incapaces de
satisfacción, con la lógica de «siempre más», guiadas por los impulsos y las
gratificaciones inmediatas, negando toda limitación, toda norma, toda otredad.
La psicopatía en la política es producto generalmente de tres factores: 1) uno o varios
líderes psicópatas 2) una parte de la población que busca en la identificación con esos
líderes una compensación a sus carencias, obediente con las consignas emanadas del
poder 3) la existencia de psicópatas criminales que realicen «el trabajo sucio» de
asesinar, torturar, exterminar (Garrido, 2000).
Las formas «democráticas» occidentales han permitido la existencia de un modo de
hacer política psicópata. Formas políticas bifrontes porque por un lado se benefician de
la corrupción y por otro lado «limitan» los efectos de la crueldad. Estas formas
«democráticas» cuyo garante era el estado, están sufriendo una profunda metamorfosis
que ha comenzado con la desaparición del estado, la ruptura del contrato social y el
favorecimiento de la esclavitud. La política psicópata doma a sus víctimas, pues se trata
de doblegar a la población en general.
LA PROSTITUCIÓN: BISAGRA ENTRE MACHISMO Y CAPITALISMO
Desde la visión neoliberal, toda interferencia del estado para regular las leyes del
mercado debe ser eliminable. La aplicación de este principio neoliberal al patriarcado en
materia de sexualidad hace que la finalidad del deseo sexual masculino sea «la libertad
sexual absoluta, es decir, acceso sexual ilimitado a todas las mujeres a quienes
encuentre deseables» (Fromm, 2008, p. 67). Así el neoliberalismo y el patriarcado
entroncan en el erróneo concepto de libertad entendido como injerencia estatal a la
libertad individual, por encima de la colectiva. De la misma manera que se trata de
liberar al mercado de todo principio regulador, en el mercado sexual, se trata de liberar
la práctica sexual masculina de todo principio regulador, de tal manera que la mercancía
sexual –la mujer– circule libremente, siguiendo «las leyes del mercado». Un mercado
35
que se regula «automáticamente», eliminando así la necesidad de usar la fuerza. En las
«sociedades avanzadas», la satisfacción de las necesidades individuales se ha decidido
por la fuerza, complementada por la tradición social y religiosa, constituyéndose en
fuerza psíquica interiorizada, de tal manera que en muchos casos la fuerza física se hace
innecesaria. El funcionamiento económico del mercado se cimenta en la competencia y
así es como la competitividad se transforma en trazo caractereológico del sujeto
contemporáneo normopatizado. «En el imaginario perviven viejas ideas que, desde un
marco proveniente del determinismo biológico, tratan de naturalizar la sexualidad
masculina; junto con nuevos marcos de referencia propios de la sociedad de consumo y
de la colonización
neoliberal
de los imaginarios en términos de “libre mercado”»
(Ranea, 2019, p. s73).
Existen dos maneras de relacionarse con un objeto, desde su plena concreción, a través
de la cual el objeto se nos aparece con todas sus cualidades específicas, no habiendo así
ningún otro objeto idéntico. O de una manera abstracta, teniendo en cuenta sólo las
cualidades que tiene en común con todos los otros objetos del mismo género. Pues bien,
esta cultura occidental postmoderna, se ha centrado casi exclusivamente en las
cualidades abstractas de la mercancía. Así, la mercancía –incluidas las personas– es
valorada bajo una actitud de abstracción cuantificante, olvidándose de su concreción y
singularidad. Su esencia ya no es su naturaleza humana concreta, sino una abstracción
que puede expresarse en cifras. Esta es la base de la cosificación y deshumanización. En
este sentido, en el mercado de la prostitución, la mujer, como mercancía sexual, importa
en la medida abstracta y cuantificable de su uso y disfrute. Y su cualidad principal es el
valor de cambio.
Así pues, la prostitución se encuentra en la encrucijada de la violencia de género
patriarcal y las lógicas consumistas y economicistas que en este siglo han encontrado su
hábitat natural en la economía criminal. De esta manera el capitalismo neoliberal ha
reforzado los patriarcados contemporáneos, marcados por la lógica extractiva y
destructiva, además de parásita. Sobre todo en parte por esa característica del mercado
cuya capacidad para articular las demandas patriarcales se torna ilimitada. En otras
palabras, la prostitución ayuda al sostenimiento del orden patriarcal, perpetuando y
fortaleciendo los desiguales roles de género, además de generar beneficios ingentes.
Así, pues «Se puede afirmar que es una institución a través de la cual se ordenan las
relaciones de género de una determinada manera, que sigue patrones patriarcales,
capitalistas y colonialistas, y por tanto, es útil para el mantenimiento del status quo. Un
status quo que se representa en un modelo concreto de masculinidad (hegemónica).»
(Ranea, 2019, p. s64)
Con la revolución de los años 60, la corporalidad comienza a vivirse como libertad
sexual y empieza a cultivarse el cuerpo. En este sentido, el cuerpo se entiende como
capital en el que invertir y como objeto de consumo y de exhibición. Como Baudrillard
(2009) explica, con la expansión de la sociedad de consumo, el cuerpo en sí se
mercantiliza y se convierte en un objeto más de consumo. No obstante, lo que nos
percatamos ahora es que la liberación sexual fue realmente entendida desde un punto de
vista masculino. Y en ese aspecto, en el imaginario masculino, se (re)interpreta la
prostitución como el culmen de la liberación sexual femenina, mujeres libres que viven
libremente su sexualidad. Esa imagen de mujer moderna y liberada con independencia
económica y personal mediante la cual se describe en ocasiones a las prostitutas es una
máscara que tiene por función disimular los valores y estereotipos que tradicionalmente
36
han oprimido a las mujeres (Ballesteros, 2001 en Ranea, 2019). Los clientes solamente
viven su sexualidad con libertad, ya que por la transacción económica, estos pueden
disfrutar de los servicios sexuales de la mujer prostituida. El único límite es el
monetario. En este sentido puede afirmarse que la liberación sexual puede entenderse
según patrones masculinos. (Cobo, 2017). Las mujeres prostitutas en sus discursos en
general no viven la prostitución como una forma de desarrollo sexual; sino como algo
mecánico y no deseado.
La prostitución no va de sexo sino de poder, de derecho sobre los cuerpos de una parte
de la población del planeta claramente discriminada por su género. Hablamos de la
apropiación de los cuerpos y de funciones de estos. Va de desmembrar los cuerpos
femeninos para utilizarlos. La prostitución va de esclavitud, de pobreza, de necesidad,
de inmigración, de guerras. El sexo, como cualquier otra actividad humana, tiene un
carácter simbólico y la prostitución, simbólicamente, es una violación; es violencia
además de poder y dominio. Eleva a derecho y exigencia la sexualidad masculina.
Siguiendo con el aspecto simbólico, que el cuerpo de la mujer es un campo de batalla,
tampoco es una idea ajena. Por un lado, la violencia sexual ha sido y sigue siendo una
«táctica de guerra» que deja en la vida y cuerpos de las mujeres unas secuelas
devastadoras. La prostitución además de constituirse en violencia directa, representa
también una forma de violencia económica, estructural puesto que la prostitución se
cimenta sobre la pobreza y la exclusión. Y la reproduce.
Resulta difícil justificar determinadas acciones criminales, como por ejemplo la
prostitución, si no media una estructura psicopática que la permita como los son en este
caso la mente patriarcal y el neoliberalismo. Y también, esta no puede existir sin que
«hombres comunes» actúen como psicópatas. Harían falta estudios más profundos sobre
las personalidades de los prostituidores. Tras un somero análisis de discurso a partir de
los comentarios en blogs y de algunos discursos, se puede observar en general un
potencial antisocial (rasgos psicópatas) así como una orientación autoritaria,
autoritarismo y una moralización. Como potencial antisocial, destacamos la falta de
empatía, los valores morales antisociales y la exclusión moral, esto es, la exclusión de la
aplicación de los valores morales como los derechos humanos a ciertos grupos, las
prostituidas. De algunos estudios se desprende un autoconcepto pobre, fácilmente
amenazado y una visión hostil, paranoide, del mundo (Gómez y Verdugo, 2015).
Destaca en ellos grandes frustraciones, dificultades económicas y falta de confianza.
Muchos de ellos muestran una orientación cognitiva a la agresión, una falta de
autoconciencia y autoaceptación. Y muestran una orientación autoritaria, es decir,
personalidades autoritarias (Ibid).
El machismo como cultura antisocial (psicópata), cosifica, deshumaniza lo femenino.
La deshumanización viene del lado de animalizar lo femenino, de generalizarlo, de
abstraerlo y hablar indistintamente de mujeres, de disociación entre la emocional y lo
racional, entre lo corporal y lo mental. El machismo fomenta la guerra de sexos. Está en
abierta guerra con las mujeres. Está tan incrustado en la cultura que prácticamente
ninguna persona escapa a ella. Quizás por eso, no haya un perfil sociológico del
prostituidor, pero si trazos psicopáticos.
La pornografía parece constituir el principal medio de «educación sexual», a partir de la
cual, se deshumaniza a la mujer, convirtiéndola en un «producto penetrable por el
hombre» (Cobo, 2017, p. 88). Así se la despoja de toda subjetividad, se la cosifica. La
pornografía se constituye como la violencia simbólica por excelencia, a través de la cual
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se propaga una mujer hipersexualizada al servicio del placer masculino. Así pues,
pornografía y prostitución representan ambas «instituciones constitutivas del
patriarcado». En ellas, se sexualiza la violencia y la muerte en el cuerpo femenino.
¿PROSTITUCIÓN O PEDERASTIA?
Que la prostitución, desde la perspectiva del prostituidor, remite fundamentalmente a
una perversa disfunción social y cultural, además de individual, la hemos puesto de
manifiesto viendo todos los criterios diagnósticos en tanto que psicopatía y perversión’.
La prostitución para las mujeres en general, es una experiencia sexual no deseada,
vivida por muchas como abusiva y violenta, puesto que requiere la utilización de
estrategias manipuladoras para ejercerse. Quizás en donde esta patología se ve más clara
es en la prostitución pederasta, etiquetada como parafilia, perversión psicópata por
excelencia.
Un fenómeno que llama la atención es que cuando se habla de prostitución, se habla de
mujeres y niñas. Efectivamente, cada vez la edad de las mujeres prostituidas desciende,
particularmente en los países del cono sur del planeta o conocidos como
tercermundistas. En estos países la prostitución infantil (niñas fundamentalmente) está
tanto o más demandada que la femenina. Se habla de turismo sexual infantil; en
aumento. La causa principal es económica: las necesidades, la falta de oportunidades, la
escasa o nula educación. No obstante, la prostitución infantil no ha aumentado
solamente en los países tercermundistas sino también en los primermundistas. «Se va
hacia una pedofilización de la prostitución» (Richard Poulin en Cobo, 2017, p. 105).
Por lo tanto, más que prostitución infantil, se trata de pederastia, que sí está tipificada
como delito. Se trata de abuso sexual a menores, no de prostitución. Este delito, queda
claramente definido, como toda conducta en la cual la persona menor es utilizada como
objeto sexual por otra persona con la que existe una relación de desigualdad en lo
referente a la edad, poder o madurez. Es decir, que cuando la prostitución concierne a la
infancia, en ella sí se reconoce explícitamente la cosificación de la persona, la
desigualdad, así como las relaciones de poder y dominación y el no consentimiento.
Ahora bien, si la prostitución adulta es violenta, la infantil resulta aún más cruel, porque
además del abuso sexual, en ciertos países concierne a la trata, la esclavitud, el
secuestro, la muerte, la violencia. Este tipo de prostitución es considerada como una
violación de los derechos humanos, análoga a la esclavitud y el trabajo forzado.
La principal diferencia entre la prostitución infantil y la adulta parece radicar en el
consentimiento, en el contrato. Es decir, que la persona adulta por ser adulta, se
interpreta que consiente, que es capaz de contratar libremente. Ahora bien, como hemos
visto, es difícil hablar de prostitución «libremente consensuada» en la trata, la
inmigración y la pobreza, que constituye más de un 80% de la prostitución total y global.
A este argumento añadimos el trabajo de Carole Patteman (1995), sobre el contrato
sexual, el cual no existe desde el momento en que hay relaciones de dominación y
subordinación. En otras palabras, es imposible un contrato, y por extensión un
consentimiento libre cuyo marco de actuación es el contrato, entre víctima y verdugo.
Desde un punto de vista legal, solo las personas incapacitadas no tienen capacidad para
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contratar. Las personas menores de edad, son capaces, aunque los «contratos
consentidos» firmados por menores pueden anularse. En otras palabras las personas
menores no son absolutamente incapaces. Partiendo pues de la perspectiva teórica de la
incapacidad de establecer un contrato de libre consentimiento en relaciones de
subordinación, la prostitución adulta puede definirse exactamente como la infantil: toda
conducta en la cual la persona prostituida es utilizada como objeto sexual por otra
persona (que paga) con la que existe una relación de desiguadad en lo referente a la
edad, poder, madurez. En la prostitución tanto adulta como infantil hay cosificación,
desigualdad, relaciones de poder y dominación. Se trata de un abuso, es decir ab usus o
uso excesivo, impropio, injusto, perverso, indebido. Suponen un atentado contra los
derechos humanos. Y por lo tanto a abolir.
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