La magia y el caballero
Por Ruth Langan
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Al llegar a casa, el guerrero Andrew Ross descubrió que su castillo había sido pasto de las llamas; su padre y todos los que vivían entre aquellos muros habían muerto... todos menos una mujer que permanecía viva en mitad de aquella barbarie. Aquel ser con rostro de ángel aseguraba tener poderes especiales.
Gwenellen Drummond llevaba toda la vida luchando por controlar los poderes que había heredado de su familia... hasta que un error la había mandado en ayuda de aquel temible terrateniente sediento de venganza... Fue entonces cuando se descubrió su verdadero don. ¿Conseguiría ganarse la confianza y el amor de Andrew antes de que su clan y su corazón acabaran destruidos para siempre?
Ruth Langan
Ruth Ryan Langan, nascina em Detroit, EUA, é autora de mais de cem romances, vários deles best-sellers do The New York Times. Ela também escreve suspenses contemporâneos.
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La magia y el caballero - Ruth Langan
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Ruth Ryan Langan
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
La magia y el caballero, n.º 319 - junio 2014
Título original: The Knight and the Seer
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4350-9
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Prólogo
Reino Mítico, 1552
—Ahora, quédate aquí, Jeremy.
Gwenellen del clan Drummond, de nueve años, ayudó al pequeño trol a subirse a una piedra plana antes de dar varios pasos atrás. La niña tenía el aspecto de un duendecillo, con hermosos y enredados rizos dorados cayéndole por la espalda y risueños ojos del color de la miel tostada.
—Tienes que extender las manos así —prosiguió, levantando las manos con las palmas hacia arriba. Esperó a que el trol hubiera hecho el mismo gesto—, para que no se te caiga ninguna de las flores que te voy a enviar.
Al captar la mirada de incredulidad que intercambiaron sus dos hermanas mayores, Kylia y Allegra, que estaban a un lado, la pequeña lanzó un bufido.
—Sé lo que estáis pensando. Sólo porque he tenido algunos... pasos en falso antes, creéis que nunca voy a conseguir que funcionen mis hechizos. Sin embargo, esta vez os demostraré que os equivocáis.
—¿Y si no consigues demostrarlo?
Allegra era la mayor de las tres hermanas. Tenía trece años, el cabello del color del fuego y ojos verdes que reflejaban una profunda diversión mientras observaban al trol que, ataviado con su sombrero de copa y su levita, parecía desear estar en cualquier otro sitio menos allí, siendo el objeto del experimento de las tres hermanas.
—El pobre Jeremy será el que salga volando por los aires o se caiga en un pozo —añadió.
—Sí —dijo Kylia, que era un año menor que Allegra, con su cabello negro como el azabache y ojos del color de la lavanda—. O colgado de lo alto de la copa de un árbol o volando por el cielo. Y todo por culpa de tus pasos en falso.
El rostro de Gwenellen enrojeció al escuchar las menciones que sus hermanas hacían de sus muchos accidentes. La pequeña era la desesperación y el gozo de las mayores. A pesar de sus muchos fracasos, no había dudado nunca que algún día dominaría las habilidades necesarias para ser una bruja como su madre, su abuela y sus hermanas.
Jeremy, el trol, no era más alto que un niño pequeño. Su cabeza apenas llegaba a los hombros de las tres hermanas. Afirmaba que había vivido en el mundo real durante más de cien años antes de convertir el Reino Mítico en su hogar, junto con las tres hermanas, la abuela y la madre de éstas. Desde el principio, había sentido una especial debilidad por Gwenellen, cuya dulce naturaleza hacía imposible que no se la amara a pesar de sus imperfecciones. Aunque no se conocía a Jeremy por su paciencia, había mostrado un impresionante grado de contención mientras la niña practicaba sus conjuros y hechizos, usualmente con resultados desastrosos.
—Nunca ha resultado herido —dijo Gwenellen mientras lanzaba una mirada suplicante al trol—. Díselo tú, Jeremy. Ninguno de mis pasos en falso te ha causado daño alguno.
—Hasta ahora —repuso el trol, con una voz que parecía el croar de una rana—, pero ten cuidado, mi pequeña amiga. Esta vez, preferiría los pétalos a las espinas.
—Sí. Lo tendré en cuenta —replicó Gwenellen. A continuación, dedicó a sus hermanas una mirada altiva—. Ahora mismo vamos a ver quién es capaz de conjurar las rosas más hermosas de toda la tierra.
Gwenellen se apartó el cabello del rostro y levantó los brazos hacia el cielo antes de adoptar un aire de profunda concentración. Entonces, empezó a entonar las antiguas palabras. Aunque se detuvo en varias ocasiones cuando se le trababa la lengua con una palabra o una frase poco familiar, prosiguió con tenacidad hasta que, al final, entonó triunfantemente:
—Te lo ruego, haz que le caiga encima y alrededor la más hermosa flor.
Una única y oscura nube se colocó sobre ellos, seguida del rugir de los truenos. Al oír el estruendo, acudieron la madre de las muchachas, Nola, y Wilona, la abuela. Las dos cruzaron a toda velocidad la pradera seguidas de Bessie, la vieja y jorobada anciana que también formaba parte de la familia. Todos miraron expectantes hacia el cielo y vieron cómo la nube se abría y derramaba sus contenidos por encima de Jeremy.
En vez de flores, observaron cómo un polvillo blanco se le acumulaba alrededor de los pies, se le derramaba por el sombrero, cubría sus ropas y le provocaba unos fuertes estornudos.
Gwenellen permaneció completamente inmóvil mientras las demás se acercaban presurosamente a Jeremy para empezar a sacudirle el polvo. Mientras lo hacían, Allegra y Kylia se echaron a reír.
—¿Acaso os parece esto divertido? —preguntó el pequeño trol, con el rostro tan enrojecido y sombrío como la tormenta que acababa de desaparecer.
—No se trata de ti, Jeremy —respondió Allegra. Metió un dedo en el polvo y lo saboreó para, a continuación, caer sobre la hierba presa de un ataque de risa—. Es sólo que Gwenellen ha estado tan cerca esta vez...
—¿Cerca? —quiso saber la pequeña, que estaba a punto de llorar—. ¿Cómo puedes decir eso? Lo que yo quería eran rosas.
—No dijiste rosas, sino que le cayera encima y alrededor la más hermosa flor. Dijiste que le cayera una flor encima y lo que has conseguido ha sido... —dijo Allegra. Casi no podía hablar por las risas—... ha sido harina. Harina fina y bien molida, como polen.
Las dos muchachas siguieron riendo mientras Jeremy observaba muy disgustado su sombrero y su levita, ambos cubiertos de blanca harina.
En cuanto a Gwenellen, se dejó caer sobre la hierba y apoyó la barbilla sobre los puños, tratando de reprimir las lágrimas.
Cuando los demás se hubieron marchado, Wilona se sentó al lado de su nieta. Nola, por su parte, estaba de pie con las manos sobre las caderas, observándolas muy detenidamente.
—¿Otro paso en falso, querida niña?
Gwenellen asintió.
—Estos hechizos os resultan tan fáciles a vosotras, abuela... ¿Por qué para mí son tan difíciles?
La anciana estrechó a su nieta entre sus brazos y le dio un beso en lo alto de la cabeza.
—Sólo necesitas tiempo para descubrir tus dones, Gwenellen.
—Sí. Eso es lo que me dijo mi padre.
—¿Tu padre? —preguntó sorprendida Wilona. Rápidamente miró a Nola—. ¿Cuándo te ha hablado?
—Anoche. Tenía problemas para dormir por... por el pequeño accidente de ayer —contestó. Se negaba a considerar que el resultado de sus hechizos eran equivocaciones e insistía en que sólo se trataba de errores de cálculo.
Wilona pensó en el pobre Jeremy, que en aquellos momentos se estaba lavando muy airadamente en el fondo del pozo mientras gritaba a pleno pulmón que, en lo sucesivo, lo libraran de los intentos de Gwenellen por realizar sus hechizos. La denominación que él habría dado al resultado de los hechizos de la niña habría sido «catástrofe».
—¿Estás segura de que se trataba de tu padre, querida mía?
—Sí —afirmó Gwenellen—. Parecía tan alto y tan guapo, con su manta sobre un hombro y el destello de una daga adornada con piedras preciosas que llevaba en la cintura.
Nola cayó de rodillas y tocó suavemente el brazo de su hija con una mano. Habló con una fuerte urgencia reflejada en la voz.
—¿De qué color eran las joyas?
—Rojas muy oscuras, del color de la sangre, mamá, a excepción de la del centro, que era tan verde como los ojos de Allegra —respondió la niña. Entonces, se volvió a su abuela—. Además, sobre la frente le caía un mechón de cabello justo así —añadió mientras tocaba la frente de la anciana con un dedo.
Las dos mujeres se quedaron inmóviles. Gwenellen acababa de describir perfectamente a su padre, a pesar de que nunca lo había visto. Él había muerto antes de que la muchacha naciera. Era un mortal que había desafiado a su clan para casarse con Nola, aun sabiendo que ella poseía poderes que eran despreciados por los suyos. La unión de Nola y su esposo había sido puramente por amor y, hasta el día en que él murió había conseguido que su esposa fuera increíblemente feliz.
—¿Qué te dijo tu padre, muchacha?
La sonrisa volvió a reflejarse en el rostro de Gwenellen.
—Me dijo que tenía un don, un don muy especial que no poseía nadie más en el Reino Mítico. Me dijo que no podía utilizarse aquí, aunque no me explicó por qué. Sin embargo, lo que sí me contó fue que, cuando yo abandone nuestro reino para ir al mundo de los mortales, me protegerá —dijo—. ¿Qué te ocurre, abuela? —añadió, al ver el modo en el que la observaba Wilona—. ¿Qué es lo que pasa?
La anciana acarició suavemente el cabello de su nieta menor.
—No ocurre nada, querida niña. Tu padre tiene razón. Tu don es efectivamente muy especial. Un día, en el mundo de los mortales, descubrirás lo importante que es. Ahora ve a hacer las paces con Jeremy.
Cuando Gwenellen se hubo marchado, Wilona se puso de pie.
—Sabes lo que esto significa, ¿verdad, hija mía?
Nola no parecía muy dispuesta a admitirlo.
—No es de extrañar que su don no sea aparente aquí, en el Reino Mítico. Aquí no hay tumbas.
—Sí, pero en el otro mundo, podrá hablar con los muertos.
—Es un don excepcional y muy valioso.
La anciana parecía pensativa.
—Un don que se malinterpreta con mucha frecuencia —añadió.
—Debemos protegerla para evitar que abandone el Reino Mítico.
Con un suspiro, Wilona estrechó a su hija entre sus brazos.
—Es imposible protegerla del mundo, hija mía. Lo que debe hacer es encontrar la fuerza necesaria para sobrevivir si alguna vez se marcha de aquí.
El objeto de su conversación atravesaba corriendo la pradera para ir en busca de su compañero de juegos. Necesitaría practicar mucho antes de que se la pudiera considerar una bruja como a sus hermanas. Sin embargo, se juró que tarde o temprano lo conseguiría. Sólo tenía que esforzarse un poco más... y encontrar el modo de congraciarse con Jeremy hasta que lograra sus objetivos.
Uno
Reino Mítico, 1561
—Tranquila —dijo Nola Drummond, mientras colocaba las manos sobre su hija menor, Gwenellen, que yacía tumbada sobre el brezo con aspecto aturdido.
Ver cómo su hija se desplomaba desde el cielo había provocado que el corazón de Nola comenzara a latir a toda velocidad, como un caballo desbocado. No era nada nuevo. Le parecía que llevaba toda una vida preocupándose por el espíritu salvaje de su hija, que parecía estar siempre metiéndose en líos. Sin embargo, cada vez que ocurría le parecía que el corazón se le moría un poco.
—Deja que primero me ocupe de tus cortes, hija. Ha sido una caída muy fuerte.
—Sí —dijo Gwenellen. Trató de ponerse de pie, pero cuando todo pareció empezar a dar vueltas a su alrededor, se dejó caer de nuevo sobre las fragantes flores y permitió que su madre empleara sus dotes de curación—. Estaba atravesando a lomos de Estrella de Luz unas nubes cuando... cuando sentí que me caía al vacío —añadió mientras observaba a su caballo alado, que mordisqueaba la hierba muy cerca de allí.
—No tendría que ver con el hecho de que estabas intentando ganar otra carrera a Jeremy, ¿verdad?
Gwenellen vio que el pequeño trol tenía que correr para mantener el paso con Wilona, que estaba atravesando en aquellos momentos la pradera con un gesto de preocupación en el rostro.
—¿Estás herida, hija mía? —preguntó Wilona. Se apartó el cabello del rostro y empezó a examinar las heridas de su nieta—. Jeremy me ha dicho que te caíste del caballo cuando volabais por el cielo.
—Estaba probando un hechizo nuevo que le permitiera volar —dijo Jeremy, con voz aguda y nerviosa—. Ha funcionando antes y estaba segura de que volvería a funcionar.
—Segura... Tú siempre estás segura —susurró Nola. Había un matiz nuevo en el tono de su voz. No sólo era acusador, sino algo más, que parecía subirle desde lo más hondo para atenazarle la garganta. ¿Terror? ¿Desesperación? Miró fijamente a su hija menor—. De una cosa puedes estar segura. Tus fallos en los hechizos te pueden causar problemas muy graves.
Como siempre, Wilona trató de aliviar tensiones entre su hija y su nieta.
—Bueno, parece que no se ha hecho daño. Yo sólo veo unos cortes y hematomas sin importancia.
—¿Ves, mamá? —replicó Gwenellen. Se puso de pie con mucho cuidado, esperando que el mundo dejara de dar vueltas a su alrededor.
—Te podrías haber matado —insistió Nola, poniéndose también de pie y sacudiéndose las faldas—. ¿Cuándo vas a aprender que no se pueden correr tantos riesgos sin pagar un precio? —le preguntó. Entonces, se volvió al otro—. Jeremy, desensilla a Estrella de Luz. Gwenellen no va a volver a montarlo durante el resto del día.
Jeremy le guiñó un ojo a su amiga antes de dirigirse a ocuparse de los caballos. Cuando Nola se hubo marchado, Gwenellen se dirigió a Wilona.
—Mi madre está furiosa.
—Se preocupa por ti.
—Oh, abuela... ¿Por qué sigo cometiendo estos errores tan estúpidos?
—Se llama crecer, querida mía...
La anciana acarició suavemente los rizos dorados de su nieta, que en aquellos momentos se habían convertido en una madeja llena de nudos. Un cabello dorado tan hermoso, en profundo contraste con aquellos ojos de color miel... Wilona estaba segura de que Gwenellen no sabía que tenía una belleza arrolladora. ¿Cómo iba a saberlo? No tenían espejos, a excepción de la plateada superficie del Lago Encantado, ni nadie en el Reino Mítico que pudiera ser reflejo de su belleza.
—Yo nunca voy a crecer. Mírame. Tengo dieciocho años y aún no puedo sanar heridas como Allegra ni lanzar hechizos como Kylia.
—Tú tienes tus propios y especiales dones, Gwenellen.
—¿Qué dones? Oh. Te refieres al de hablar con mi padre, pero, ¿de qué sirve eso?
—¿Que de qué sirve? Yo te lo diré. En ese otro mundo...
—No me importa ese otro mundo. En este, mis conjuros me salen mal con más frecuencia de lo que me salen bien —dijo Gwenellen. Entonces, sacudió la cabeza e hizo que se agitaran sus rizos rubios—. Ni siquiera puedo domarme el cabello —añadió. Se cubrió el rostro con las manos—. Nunca voy a ser como mi madre, ni como tú, ni como Allegra o Kylia.
—Eso es cierto, querida mía —afirmó Wilona. Se puso de pie e hizo que su nieta hiciera lo mismo antes de abrazarla con fuerza—. Tú nunca te parecerás a nadie más que a ti misma y así es exactamente como debería ser —prosiguió mientras enmarcaba el rostro de la joven con sus nudosas manos—. Escúchame, Gwenellen. La vida es un viaje. A veces, se trata de una fantástica aventura. Otras, puede resultar ser un desafío.
—La mía parece ser constantemente un desafío —se lamentó Gwenellen.
—No le prestes atención. Lo que vemos como errores son simplemente lecciones que debemos aprender mientras viajamos por este mundo.
—Entonces, ¿por qué parece que yo tengo más lecciones que aprender que mis hermanas?
Wilona sonrió.
—Yo no tengo la respuesta a esa pregunta, querida mía, pero lo que sí sé es que tú eres muy especial para mí y que un día demostrarás lo mucho que vales, no sólo a ti misma sino a alguien que significará más para ti que cualquier persona que hayas conocido hasta ahora.
Gwenellen besó la mejilla de su abuela.
—Abuela, sé que tu intención es consolarme sugiriéndome que un día tendré a un hombre que me ame como Merrick MacAndrew ama a Allegra o como Grant MacCallum ama a Kylia. Sin embargo, no tengo intención de dejarme seducir por un hombre mortal que me lleve a su fortaleza de las Tierras Altas para que yo me ocupe de sus asuntos domésticos mientras él se marcha a la batalla. Prefiero la vida que llevo aquí en el Reino Mítico, con mi madre, con Jeremy, con Bessie y contigo.
—Eso lo dices ahora, porque aún no has conocido al hombre que te robe el corazón.
—No pienso dejar que nadie me robe el corazón —afirmó—. Sin embargo, estaría encantada de encontrar un buen hechizo que funcione cada vez que lo intente.
—Di uno, querida mía.
Gwenellen pensó durante un momento antes de responder.
—Un hechizo que me permita volar.
—¿Y qué necesidad tienes tú de volar, cuando tienes a Estrella de Luz para que te lleve donde tú quieras?
—Estrella de Luz sólo puede llevarme al cielo y devolverme a la tierra. Mi madre y