Elegir un marido
Por Ally Blake
4/5
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Información de este libro electrónico
La organizadora de fiestas Holly Denison había decidido que si quería ser alguna vez la protagonista de una de las bodas que organizaba, tenía que ponerse manos a la obra. Seguramente sus amigos podrían concertarle unas cuantas citas a ciegas.
Y así fue como conoció a Jake Lincoln. Era guapo, rico... el marido perfecto. Ahora sólo le faltaba que accediera.
Ally Blake
Australian romance author Ally Blake has a thing for strong hot coffee, adores fluffy white clouds and bright blue skies, and is smitten with the glide of a soft, dark pencil over really good notepaper. She also loves writing warm, witty, whimsical love stories. With more than forty books published, and having sold over four million copies of her novels worldwide, she is living her dream. Alongside one handsome husband, their three spectacular children, and too many animal companions to count, Ally lives and writes in the leafy western suburbs of Brisbane. More about her books at www.allyblake.com
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Elegir un marido - Ally Blake
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Ally Blake
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Elegir un marido, n.º 1860 - agosto 2016
Título original: The Wedding Wish
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8704-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
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Capítulo 1
ME VOY a casar –anunció Holly soltando de golpe el maletín sobre la mesa de su despacho en la empresa de organización de eventos, Séptimo Cielo, en la que trabajaba, quince minutos más tarde de lo habitual.
–¿Que vas a hacer qué? –preguntó Beth con voz metálica al otro lado del teléfono.
Holly se sentó, cruzó las piernas y en ese momento notó que se le hacía una carrera en las medias. Sin perder la compostura abrió el último cajón del escritorio y sacó un par de medias nuevas y se dirigió al cuarto de baño para cambiarse. Conectó el altavoz del teléfono para poder seguir hablando.
–He dicho que voy a casarme.
–Pero si no has salido más de una vez con el mismo hombre en los últimos seis meses cómo es posible que hayas decidido casarte con alguno de ellos.
En ese momento, la secretaria de Holly, Lydia, entró en el despacho y se detuvo de golpe al oír la conversación y el café que traía en la bandeja se derramó. Holly regresó del cuarto de baño y le hizo un gesto con la mano a Lydia para que se acercara y tomó la taza de la bandeja.
–¿Os he oído bien, chicas? ¿En lo que he tardado en hacerle un café a Holly ha encontrado novio y se ha prometido?
–¿Eres tú, Lydia? –preguntó Beth.
–¿Cómo estás Beth? ¿Para cuando esperas el bebé? –dijo Lydia inclinándose hacia el teléfono.
–Estoy muy bien. El bebé debería nacer en un mes, más o menos…
–Chicas –interrumpió Holly–, os recuerdo que estoy a punto de hacer algo trascendental.
Lydia hizo un gesto de coserse la boca y no decir ni una palabra más.
–Lo siento, tesoro –dijo Beth–. La culpa es de Lydia. Ya sabes que si alguien me pregunta por mi bebé no puedo parar. Vamos, ¿qué me decías?
–Gracias –dijo Holly tomando aire profundamente–. Esta mañana, mientras caminaba por la calle Lonsdale, un… hombre se abalanzó sobre mí. Todo lo que llevaba en las manos salió volando. Mi maletín acabó en la alcantarilla, y los bolígrafos rodaron calle abajo junto con mis preciados papeles. Y allí de rodillas sobre la acera recogiendo todas mis cosas aquel hombre tuvo la desfachatez de decirme encima que mirara por donde iba.
–¿Y era guapo? –preguntó Lydia.
Holly no recordaba que lo fuera. Recordaba cómo se reflejaba la luz de la mañana en sus ojos color avellana y que tenía bolsas bajo ellos. Al principio, se había sentido comprensiva ante su expresión exhausta. Pero también se había fijado en la forma en que había fruncido el ceño al ver que ella había tirado todo por el suelo lo que dio al traste con todo indicio de solidaridad. El hombre tenía una voz profunda que dejaba adivinar un acento extranjero. No, definitivamente no habría dicho que fuera un hombre guapo ni atento.
–Alto –dijo Holly–, con el pelo oscuro. Hoyuelos, bien perfumado, pero creo que ésta es una cuestión irrelevante.
–¿Irrelevante? –dijo Beth–. Parece el hombre perfecto.
–Estoy de acuerdo –dijo Lydia.
–Cuando dejes de buscar te encontrará. Es el destino –sentenció Beth.
Holly puso cara de incredulidad imaginándose a Beth citando uno de sus libros esotéricos para justificar el incidente.
––No me encontró, Beth, más bien se chocó conmigo. Mira –y se señaló un arañazo en la pierna para que lo viera Lydia.
–¿Y ése es el hombre con quien te vas a casar? –preguntó Lydia.
–¡No! ¿Es que no os dais cuenta?
–¿De qué?
–Este incidente ha sido una revelación. Mi vida social consiste en asistir a los eventos que nosotras organizamos, pero, en vez de conocer hombres, conozco a «personalidades masculinas». Ellos me confunden con una mujer atractiva, encantadora y segura de sí misma, pero nunca hay nada más detrás de las máscaras que llevan. El caballero de esta mañana era muy atractivo, pero también intransigente e indiferente; representaba todo lo que los hombres con los que he salido tienen en común, y no me gusta. Es una teoría infalible.
–Estoy confusa –dijo Lydia–. Si no es con ese hombre, ¿con quién te vas a casar?
–Ahí está el asunto: he decidido que Ben lo busque para mí.
–¿Mi Ben? –preguntó Beth tras unos segundos en silencio.
–Claro. ¿No ves que es la única forma? Ben trabaja en una gran empresa y tiene bajo sus órdenes a un montón de personal, hombres jóvenes muy escogidos, y también me conoce mejor que nadie a parte de vosotras. Será objetivo y encontrará a alguien que le guste para mí y así seremos todos amigos. Ya sabéis, ser vecinos, hacer barbacoas los domingos, salir de excursión al campo…
–Pero si tú odias el campo.
–No estoy bromeando, Beth. Vamos, no me digas que no te parece un plan perfecto.
–¿Y has pensado en todo esto después de darte un golpe en la calle con un hombre guapo y perfumado? –preguntó Beth.
–Digamos que tal vez me entrara el sentido común cuando colisionamos.
–Lo que tienes es una conmoción, diría yo –murmuró Lydia.
–Este tipo debe haber tenido algo para hacer que precisamente tú hables de matrimonio –dijo Beth.
–¿Por qué precisamente yo?
–Vamos, Holly. Eres la mujer más independiente y organizada que conozco. Guardas un par de medias de todos los colores en el cajón de tu escritorio del despacho, por si acaso. Y aquí estás ahora –contestó Beth–, dispuesta a poner el futuro de tu felicidad en manos de otro.
–Ben no es cualquiera y lo sabes. Confío en él y en su buena elección.
–No puedo creer que estés hablando en serio –admitió Beth–. De acuerdo. Ven a casa a cenar esta noche para que podamos liar a mi pobre e inconsciente marido.
–Gracias, Beth. Eres la mejor amiga del mundo.
–Espero que nunca lo olvides.
Cuando Beth colgó, Lydia se levantó de la silla y ya en la puerta del despacho se dio la vuelta hacia Holly.
–¿Te ayudó a recoger las cosas del suelo?
Holly retiró la vista de todos los proyectos pendientes sobre la mesa.
–Mmm, dejó en el suelo las bolsas que llevaba en las manos y se agachó a ayudar pero para entonces ya me estaba regañando así que tampoco es relevante.
–Y tú ibas caminando mirando al suelo, inmersa en tus pensamientos, sin mirar por donde ibas, ¿verdad?
–Pues sí…
–Pero eso también es irrelevante, ¿verdad?
Holly entrecerró los ojos, deseosa de que Lydia se callara pero a juzgar por su mirada burlona eso estaba lejos de ocurrir.
–Un extranjero alto, moreno y guapo se choca contigo y luego se pone de rodillas para ayudarte, pero tú has decidido que eso no está bien. Yo, al contrario, pasaría el resto del día rememorando algo así. Pero no caerá esa breva. Lo más emocionante que me ha ocurrido esta mañana ha sido que un chiquillo me tocó disimuladamente en el metro.
Lydia suspiró exageradamente y Holly no pudo evitar reírse de sus intentos dramáticos y después, Lydia salió de la habitación y se dirigió a su escritorio para ponerse a imaginar un encuentro romántico con un extraño en la calle Lonsdale.
Jacob ayudó al conductor a subir la última maleta al taxi que estaba esperando. Cuando éste se puso en marcha se pasó una mano por el pelo desordenado y apoyó la cabeza sobre el respaldo, sorprendido del aspecto hastiado que le devolvía el reflejo en la ventanilla.
Jacob desvió la mirada entonces y observó los familiares edificios. No sabía muy bien lo que sentía ahora que había regresado a casa. Una ducha caliente y un sueño reparador en su cama le harían sentir mejor. Pero no podía dejar de preguntarse cuánto tiempo iba a pasar esta vez antes de que sintiera la necesidad de marcharse de nuevo.
De cualquier modo, Jacob reconocía que Melbourne era una gran ciudad. No tenía más que recordar el tropiezo que había tenido con aquella estupenda mujer en la calle. La tez clara y aterciopelada; una mujer sofisticada, muy atractiva y segura de sí misma. Hasta el momento él no había encontrado a una mujer así en todo el mundo. Durante el trayecto hasta su casa no dejó de pensar en la morena de los ojos azul intenso que había conseguido agitar su temperamento habitualmente tranquilo.
Pensó que debía ser el jet lag. Tenía que serlo.
–¿Cariño? –llamó Ben al entrar en casa.
–Estoy aquí, cariño –respondió Beth, sentada en el sillón que habían colocado en la cocina. Holly comprendió perfectamente lo que Beth quería decir al mirarla con las cejas levantadas: «Aún estás a tiempo de cambiar de opinión». Pero Holly no tenía intención.
–Sigue el delicioso aroma del pollo a la Holly que sale de la cocina –dijo Holly a Ben.
Ben asomó la cabeza por la puerta. Se acercó a su mujer y la besó sin preguntar siquiera qué hacía allí el sillón del salón. Holly le puso la mejilla también para recibir un beso.
–¿A qué debemos el placer de tu compañía, preciosa? –preguntó Ben echando un vistazo a la cena. Holly le regañó por picar una patata de la fuente.
Holly miró una vez más a Beth que le hizo un gesto afirmativo.
–Quiero que me ayudes a salir con alguien de tu empresa.
Holly arrugó la cara esperando el inevitable «no».
–Claro –respondió Ben.
–¿De verdad? –Holly estaba demasiado atónita para creerlo.
–Por supuesto. Es ese Derek, de gestión de nóminas, que siempre te ha gustado ¿verdad?
–Para empezar no es Derek. No seas gracioso.
–Vamos, Ben –dijo Beth apoyando a su amiga–, ya sabes que le gustan los hombres altos, morenos y guapos. Derek es… bueno, no encaja.
–¿Entonces quién?
Holly le explicó entonces la inspirada teoría que tenía y a continuación su infalible plan, con tanta emoción que Ben no tuvo más remedio que creerla.
–Estás hablando en serio, ¿verdad?
–Totalmente –dijo Beth–. Ya he consultado los astros y Holly está predispuesta.
Ben alzó las cejas también. Beth le dio un manotazo en el muslo, juguetona.
–Predispuesta a un gran cambio, idiota. Esto es serio, Ben. Ya va siendo mayorcita.
–Tiene veintisiete años.
–Y yo quiero ser una dama de honor joven y guapa.
–Estáis locas las dos. No debería dejar que pasarais tanto tiempo juntas. Es un peligro para el futuro de la humanidad.
–Pero lo harás, ¿verdad, cielo?
Capítulo 2
ASÍ QUE a la noche siguiente Holly entraba del brazo del marido de su mejor amiga en el club Fun & Games. Vestida para matar con un vestido de seda negro, ceñido, sin tirantes y con una vertiginosa abertura lateral.
–¿Has pensado en alguien especial para mí esta noche? –le preguntó Holly a Ben en voz alta, para hacerse oír por encima de la música.
–De hecho, puse tu foto en la pared del cuarto de baño con una nota que decía que estarías aquí esta noche. Así podrían venir