Círculo Diabólico
Por Javier Núñez
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El camino por el que avanzaba era polvoriento y estaba alejado de la civilización. No era la primera vez que lo pisaba. A diferencia de los cuatro desconocidos con los que iba a reunirse en el claro que había un poco más adelante, Jorge sabía que aquello no sería ningún inocente juego esotérico. Guzco era real. Tan real como las historias que se contaban sobre él y su irrefrenable atracción por el miedo.
Javier Núñez
No tengo manías acerca de dónde y cuándo escribir pero, si tengo que elegir, prefiero hacerlo en el despacho de mi casa, temprano, cuando la mayoría de la gente todavía duerme. Son horas de silencio casi absoluto, en los que el Universo entero se reduce a la página de mi editor de textos. Escribir es una parte muy importante de mí. No me veo sin hacerlo con asiduidad. Sería como si... ¿me quitaran un riñón? No exactamente. Porque se puede vivir con un único riñón. Más bien es como si quitaran el hígado o los pulmones. O la cordura.
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Círculo Diabólico - Javier Núñez
JAVIER NUÑEZ
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Blog personal: https://entrelosescombros.wordpress.com/
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A medida que avanzaba, las dos siluetas se iban acercando cada vez más. Jorge comprendió que, en algún momento, una de ellas se había vuelto a mirar hacia atrás, lo había visto y acordado con la otra la posibilidad de esperarlo. Quizá temieran que, por casualidad, alguien descubriera el encuentro clandestino al que se dirigían y quisieran asegurarse de que no era ningún intruso. Sin embargo, Jorge no se sintió en la necesidad de demostrarles lo contrario. No aceleró el paso ni hizo ningún gesto que las tranquilizara. Que se cocieran en su propia salsa de inquietud un poco más.
El sol relumbraba con un brillo apagado en el horizonte, tras ellas. No tardaría en comenzar a ocultarse, lo que significaba que ya casi era la hora. No obstante, la hora, en opinión de Jorge, era algo meramente orientativo. La batalla no comenzaría -como suponía que creerían el resto- cuando estuvieran sentados en círculo y uno de ellos tomara la palabra y comenzara a narrar la historia. La batalla estaba en marcha en sus cabezas desde que convocaran el encuentro, dos días atrás. Porque Jorge estaba seguro de que ninguno de ellos habían dormido bien ni dejado de pensar en Guzco un solo segundo. Y eso era bueno. Eso era condenadamente bueno... para él.
Tuvo que contener una sonrisa maliciosa cuando estuvo lo suficientemente cerca como para reconocer al chico y la chica detenidos a un lado del camino. Una vez más se las vería con góticos. No era difícil adivinarlo porque cumplían con el prototipo habitual de esa tribu urbana: pelo oscuro, rostro y cuello emblanquecidos con maquillaje (salvo alrededor de los ojos y en los labios, negros como el azabache), ropas oscuras, sin ningún toque de color salvo el del destello acerado que arrancaban las cadenas y cremalleras de sus abrigos. Jorge reparó en el colgante, con el símbolo de Azazel, entre los pequeños pechos de la chica. Pensó, pese a su aspecto tenebroso y hostil, que todavía estaban en fase de desarrollo -lo que significaba que muy probablemente fuera menor-, y se dijo que era una pena. Moriría joven; demasiado para saber en qué consistía exactamente la vida.
—¿Quién eres? —inquirió el chico con recelo.
Era unos quince centímetros más alto que ella, pero todo apuntaba a que tenían la misma edad.
Un par de adolescentes jugando a los dados con la Muerte; ¿puede haber más algo más estúpido?, pensó.
Afilados mechones, endurecidos con laca, se diseminaban elegantemente sobre su frente. Brillaban, pletóricos de salud, y seguirían haciéndolo hasta tiempo después de que su corazón dejara de latir. Apostó a que a él no se le había pasado aquello por la cabeza. Habría pensado en el Círculo como un encuentro tenebroso, divertido, pero en absoluto peligroso. Supo que era la primera vez que participaban en uno, del mismo modo que alguien sabía que estaba ante la primera relación sexual de su pareja.
—Gladiador —respondió Jorge.
El chico asintió, torciendo el gesto en una teatral mueca de desagrado.
—Yo