La Gota de Oro
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siempre dispuestas a dispersarse por las carreras. Idriss conduca su pequeo rebao lacia la lnea rojiza de las dunas, un poco ms all de adonde lo haba llevado ayer o antesdeayer. La semana pasada se haba asegurado, bajo promesa de devolverla, la compaa de Baba y Mabrouk, y los das haban transcurrido en un soplo. Pero a sus dos compaeros los haban retenido para que ayudaran a su padre en el huerto a dragar las acequias de riego. A los quince aos Idriss ya no estaba en edad de confesar cmo la angustia de la soledad daba alas a sus pies y le impeda instalarse a la sombra de un madroo silvestre, esperando el deslizarse de las horas como lo hiciera con sus compaeros. Saba ya de cierto que los vientos de los confines del desierto no son djenouns1 que secuestran a los nios impru dentes y revoltosos, como tantas veces le contara su abuela, tal vez segn alguna tradicin oral que se remontaba a la poca en la que los nmadas saquea ban las poblaciones campesinas de los oasis. Pero aquella leyenda haba dejado huellas en su
En la mitologa rabe, espritus o demonios del desierto, por lo general de carcter malfico.
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corazn y el espejismo engaoso de los primeros rayos de sol sobre la salada laguna de Ksob, la huida loca de un gran varano asustado en su lecho de arena por el ruido de sus pies desnudos y el vuelo blanco de una lechuza extraviada en la luz matinal, todo aquello le empujaba a buscar deprisa un contacto humano. Al arrastrar su rebao hacia el este, su idea era la de volver a encontrar a Ibrahim ben Larbi, uno de los pastores de las tribus seminmadas de los Chaamba, que acostumbran a acampar a orillas del erg1 Er-raui y toman a su cargo como autnticos profesionales los rebaos de camellos del oasis a cambio de la totalidad de la leche y la mitad del aumento del ganado. Idriss saba que no encontrara a su amigo en su comunidad, cuyas jaimas negras y bajas ocu paban una zona rica en pozos, Ogla Meluan, en su mayor parte desmoronados, en verdad, pero sufi cientes para las necesidades humanas. En efecto, los animales pastaban en un radio de unos veinte kil metros, repartidos en rebaos de una docena de adultos y otras tantas cras, al cuidado cada uno de un muchacho al que corresponda uno de los pozos. Idriss se diriga ms hacia el norte, en direccin al desfiladero pedregoso ms all del cual empezaba el territorio de Ibrahim. Era un reg2 rido y clareado, entre ramas de salicores y euforbios, en las que el viento del este haba trazado largos regueros de arena parda finamente esculpidos. Ya no tena que hostigar a ios animales para que avanzasen. De all en adelante la cercana del pozo Hassi-Urit el de Ibrahim actuaba como un invisible imn para las ovejas que apuraban el paso, arrastrando tras ellas
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a las cabras. Apenas se distingua sino la silueta atormentada de escasas races muertas o suaves ta ludes sembrados de abesquis, sobre los que se en caramaban de un salto los cabritos. Pero sobre el gris pedregal del erg pronto vio Idriss recortarse el perfil en forma de sombrilla de la acacia que pres taba su sombra al pozo del Urit. An le quedaban dos kilmetros para llegar cuando a su paso se le vant una camella recostada entre el pedregal y visiblemente enferma. Lanz un gruido plaidero y sali renqueando delante del rebao. A Idriss no le disgustaba presentarse ante el Chaamba devol vindole un animal que tal vez habra perdido. Las relaciones entre ambos adolescentes eran sencillas y unvocas: una admiracin un poco teme rosa de parte de Idriss, y una amistad protectora y condescendiente por la de Ibrahim. Quiz por ser nmada, abandonado a s mismo y camellero. Ibra him abrigaba hacia los habitantes de los oasis un indulgente desprecio, en modo alguno atemperado por el hecho de que trabajase para ellos y les debiera su subsistencia. Haba en su actitud como cierta reminiscencia de un glorioso pasado en el que los oasis y los esclavos que los trabajaban eran indis tintamente propiedad de los seores nmadas. Por lo dems aquel muchacho, a quien la soledad y el sol haban vuelto medio loco, no tema ni a Dios ni al diablo, y saba sacar partido hasta de la aridez misma del desierto. Su nico ojo el izquierdo, pues el derecho haba quedado colgado de los espi nos de un macizo de rboles gomeros al que se haba arrojado su camello poda ver a dos kilmetros de distancia la fuga de una gacela o a qu tribu perteneca un arriero. Sus piernas, secas y duras, le sostenan sin agua ni dtiles durante veinticuatro horas seguidas. Poda orientarse durante la noche o
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en una tempestad de arena sin desviarse jams. Y adems saba dar la vuelta al viento empalando un escarabajo sagrado en una aguja, y orientando en la direccin deseada el irresistible movimiento de sus patas remando en el vaco. Saba distinguir la direc cin de la marcha de la hormiga, suba hasta el hormiguero, lo reventaba de una patada y consegua una suculenta comida ahechando el contenido de sus galeras, y todo ello pese a que aquellos animalejos eran temidos en Tabelbala pues sus hogares subterrneos los ponen en relacin con los djenouns. A menudo su impiedad espantaba a Idriss. No dudaba en beber de pie y con el cuenco cogido con una sola mano, siendo as que se debe beber al menos con una rodilla en tierra y aferrando el re cipiente con ambas manos. Hablaba abiertamente del fuego, invocando de ese modo al infierno teme rariamente, siendo as que las gentes de los oasis emplean prudentemente circunloquios como el viejecito que cruje o el hacedor de cenizas. Ni siquiera tema apagar un fuego arrojando agua, lo que no deja de ser una profanacin. Idriss le haba visto un da cmo se deleitaba comiendo unos sesos de cordero, manjar que en Tabelbala se suele en terrar porque vuelve loco a quien lo ingiere, con la misma seguridad que si devorara su propio cerebro. Cuando lleg a la sombra de la acacia, siem pre precedido por la camella coja, comprob la ausencia de Ibrahim. Sus animales se apelotonaban en torno a la alberca circular, alimentada por el desaguadero del pozo, donde se estancaba un resto de agua lleno de arena. Hubieran podido pasar sin beber hasta la noche, pero la alberca constitua un til polo de atraccin para impedir que se dis persaran. Dnde estaba Ibrahim? Acaso habra lie-
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vado sus camellos hasta un pasto lejano que hubiera brotado en pocas horas a raz de una tormenta? Idriss busc su rastro en torno al rbol, pero la tierra estaba acribillada por huellas donde se alter naban y mezclaban las anchas palmas de los came llos y las pequeas seales de pezuas de cabras y ovejas. Fue trazando entonces un arco circular mientras se alejaba del pozo, para intentar descubrir algn indicio que le indicara la direccin que haba tomado el Chaamba. Advirti de paso el reguero irregular dejado por un varano, las minsculas es trellas traicionando el caminar a saltos de un jerbo, o la huella bastante antigua de un fenec al galope. Rode un bloque de basalto, cuya negrura resaltaba sobre el reg, cada vez ms deslumbrante conforme ascenda el sol en el horizonte. Y fue entonces cuan do descubri una huella de tan poderoso inters que al momento se hizo el vaco en su interior. Ya no pens ni en Ibrahim, ni en sus camellos, ni en su propio rebao. Slo existan aquellas dos cintas fi namente labradas que trazaban suaves carriles en la tierra blanca, visibles hasta el infinito. Un coche, un automvil, del que nunca nadie haba hablado en el oasis, surga de la noche con su carga de riquezas materiales y de misterio humano! Idriss, sofocado por la excitacin, se lanz tras las huellas del vehculo que hua hacia el oeste. El sol llameaba en pleno cielo cuando advir ti, en el temblor de la tierra recalentada y desli zndose por un bosquecillo de tamariscos, la torpe silueta de un Land Rover. No iba muy deprisa, pero Idriss no tena ninguna posibilidad de alcanzarlo. Adems, ni siquiera se le haba ocurrido. Clavado por el asombro y la timidez, se detuvo, pronto rodeado de sus cabras y ovejas. El Land Rover, girando hacia el norte, se encaminaba ahora por la
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pista de Bni Abbs. En cinco minutos se perdera de vista. No. Aminoraba la velocidad. Iniciaba la media vuelta. Volva a coger velocidad y se lanzaba recto contra l. Haba dos personas a bordo, un hombre al volante y una mujer a su lado, de la que lo primero que vio Idriss fue su cabellera rubia y las gruesas gafas negras. El coche se detuvo. La mujer se quit las gafas y se ape. Sus cabellos flotaban como una capa descolorida sobre sus hom bros. Llevaba una camiseta caqui muy escotada y unos pantaloncitos escandalosamente cortos. Idriss advirti tambin sus zapatillas de baile doradas y pens que no podra ir muy lejos con todo aquello por el pedregal circundante. Ella esgrima una m quina de fotos. Eh, chaval! No te muevas mucho que te voy a sacar una foto. Por lo menos podras pedirle su opinin refunfu el hombre. Hay gente a los que no les gusta eso. Pues s que es usted quien puede decirlo! advirti la mujer. Idriss tenda la oreja, intentando reunir los restos de francs que conoca para comprender lo que se deca. Visiblemente, l mismo era el objeto de una discusin entre el hombre y la mujer, pero era ella la que se interesaba por l, y eso era lo que ms le perturbaba. No te hagas ilusiones ironiz el hom bre mira mucho ms al coche que a ti. En verdad que era imponente aquel vehcu lo, rechoncho, blanco de polvo, erizado de depsi tos, ruedas de repuesto, gatos, extintores, cables para remolcar, palas y placas contra la arena. Co nocedor del desierto, Idriss admiraba aquel vehculo de gran crucero, no sin un lejano parentesco con un
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camello enjaezado. Quienes posean tan prestigioso instrumento no podan ser sino seores. No me hago ilusiones dijo la mujer solo pienso que para l no hay tanta diferencia. El coche y nosotros, todo es el mismo mundo extrao. Tanto usted como yo no somos sino emanaciones del Land Rover. Haba cargado y disparado varias veces, y otra ms enfocaba hacia Idriss y sus ovejas. Ella le mu aba sonriendo, y ya sin la mquina de fotografiar pareca hacerlo normalmente. Dame la foto. Eran las primeras palabras que pronunciaba Idriss. Quiere su foto. Es natural no? intervi no el hombre. Ya ves, tendramos que llevar siempre un aparato de revelado instantneo. El pobre chaval va a verse decepcionado. La mujer haba vuelto a colocar la mquina ni d coche. Sac un mapa de una bolsa de plstico. Se acerc a Idriss. Imposible, chico. Hay que dar a revelar la pelcula y sacar copias. Ya te mandaremos tu foto. Mira. Estamos aqu, ya ves: Tabelbala. La mancha verde, es tu oasis. Maana, Bni Abbs. Luego Bchar. Despus Orn. Y ah, el ferry. Veinticinco horas por el mar. Marsella. Ochocientos kilmetros de autopista. Pars. Y de ah, te mandamos la foto. Cmo te llamas? Cuando desapareci el Land Rover, levantando una gran nube de polvo, Idriss ya no era exactamente la misma persona. No haba en todo Tabelbala ms que una sola fotografa. Primero por que los pobladores de los oasis son demasiado po bres para preocuparse por la fotografa. Y despus porque estos bereberes musulmanes tienen miedo
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de la imagen. Le prestan un poder malfico; piensan que, en cierto modo, materializa el mal de ojo. Sin embargo, aquella nica fotografa contribua al prestigio del cabo primera Mogadem ben Abderrahman, to de Idriss, que haba trado de la campaa de Italia una citacin y la cruz de guerra. La cita cin, la cruz de guerra y la fotografa estaban colo cadas, bien visibles, en la pared de su choza, y hasta se le reconoca en la imagen amarillenta y algo de senfocada, ardiente de juventud y calor, con otros dos compaeros de aire guasn. Hasta ahora no ha habido ms que una foto en Tabelbala pensaba Idriss pero a partir de ahora habr otra, la ma. Trotaba por el reg blanco hacia la gran acacia de Hassi Urit. Reventaba por la aventura que aca baba de vivir, y se regocijaba de antemano de poder presumir ante Ibrahim. De verdad presumir? Qu pruebas tena? Si al menos se la hubieran dado, su foto! Pero no, en este mismo momento su imagen rodaba hacia Bni Abbs encerrada en la caja del aparato, a su vez protegido por el Land Rover. Y el coche mismo se haca cada vez ms irreal confor me avanzaba. Abandonaba la huella de sus neum ticos. Muy pronto, ya nada podra demostrar la realidad del encuentro que acababa de tener. Cuando lleg a Urit, Ibrahim le recibi, como de costumbre, con una lluvia de pedradas. Tampoco esa era una costumbre entre los habitantes de los oasis. Coger una piedra es ya un gesto hostil, una amenaza que, menos mal, no est destinada a cumplirse, felizmente. Ibrahim se diverta con la diablica destreza que haba adquirido lanzando guijarros desde su niez. Infaliblemente, poda dar a un cuervo volando o a un fenec en plena carrera. Por el momento, al ver acercarse a su amigo, se entretena a modo de bienvenida haciendo salpicar
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la arena a su izquierda y derecha, al frente y hasta entre sus pies, no con la esperanza de atemorizarle haca tiempo que Idriss ya saba que no corra el menor riesgo sino sencillamente para manifestar su alegra de volver a verle de una manera que mezclaba la agresividad con sus dotes naturales. Se detuvo cuando ya la distancia entre Idriss y l era demasiado corta para que el juego presentara un mnimo inters. Ven aqu! le grit. Hay novedades! Vaya! Muy propio de Ibrahim! Idriss haca otro encuentro inopinado. Padeca la prueba de la foto, y adems por una mujer rubia, se volva de repente alguien comparable al cabo primera Mogadem, y dos horas despus era el mismo Ibrahim quien tena algo nuevo que contar! Tengo una camella que va a parir en el pozo Hassi el Hora. Es a una hora de aqu. El pozo est podrido, pero tiene que beber. Iremos con un poco de leche. Pronunciaba el berebere con frases entrecor tadas, que parecan otros tantos ladridos imperati vos. Al mismo tiempo, su nico ojo chispeaba con irnicos fulgores, ya que Idriss no era ms que un bobo del oasis, un pijaplana manso y dcil, pero que no poda compararse con un camellero Chaamba. Un viejo camello se estir y lanz la deflagra cin de un chorro de orina sobre la arena. Ibrahim lo aprovech para aclararse las manos, pues un Chaamba no ordea nunca con las manos sucias. Despus hizo girar a una hembra para colocarla en buena posicin de ordee, y empez a desatar la red que aprisionaba sus ubres, ponindolas as al ampa ro de las cras del rebao. Por fin empez a ordear, apoyado en una pierna, con el pie izquierdo en la rodilla derecha y un cuenco de arcilla colocado en equilibrio sobre el muslo izquierdo.
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Idriss miraba los dos chorros que salpicaban alternativamente el interior del cuenco. En estado de permanente desnutricin, experimentaba el de seo que le inspiraba aquel lquido blanco, caliente y vivo, capaz de satisfacer al mismo tiempo su ham bre y su sed. La camella agit sus orejitas de oso de peluche, y abriendo el ano lanz una diarrea verde por el interior de sus muslos, manifestacin de con fianza y de abandono que favoreca la bajada de la leche. Ibrahim dej de ordear cuando opin que ya tena suficiente leche para llenar una de aquellas botas resecas y provistas de tapadera, que se cuelgan del flanco del camello en una redecilla de fibras de palmera. Se acerc al viejo macho, y sin tener que tocarlo, con un simple grito gutural, hizo que se arrodillara. Luego se encaram en la cruz, con la espalda apoyada contra la joroba, y mand sentar a Idriss delante. El camello se levant berreando, de mal humor y enseguida sali disparado hacia el norte. Tras haber atravesado una zona de tierra rojiza, sembrada de escasos matorrales arborescen tes, se internaron en el cauce de un oued\ el cual siguieron lecho arriba durante varios kilmetros. Esculpido por el agua un agua que llevaba visi blemente muchos aos sin correr el suelo del cauce presentaba grandes placas lisas y endurecidas que se resquebrajaban bajo las amplias pezuas del camello. En varias ocasiones ambos jinetes estuvie ron a punto de rodar por tierra. El animal grua airado. Fue preciso aminorar la velocidad de la mar cha. El animal se detuvo del todo al pie de una roca basltica bajo la que haba olfateado la presencia de
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una gelta . Ibrahim le dej beber del agua gris donde zigzagueaban los insectos. Levant la cabeza, triste y altivo, arrug el hocico chorreante de agua y lanz un bramido de un olor salino y sulfuroso. Luego reanud la carrera. Conforme se acercaban a Hassi el Hora, Idriss adverta la angustia y la impaciencia que se apoderaban de su compaero. La desgracia flotaba en el aire y un instinto infalible prevena de ella al Chaamba. Slo un pequeo alcor los antiguos y en durecidos escombros de la excavacin sealaba la presencia de un pozo. Ni alberca, ni mrete, ni brocal, no haba sino un agujero redondo, peligro samente abierto a ras del suelo. Una frgil cabaa de estacas entrelazadas con palmas atestiguaba sin embargo que los pastores conocan este punto de agua, y que a veces descansaban en l, al abrigo del sol, tras haber abrevado al ganado. De momento estaba desierto. Pero muy lejos el nico ojo de Ibrahim divis la figura parda y enclenque de una cra de camello recin nacida, abandonada entre el pozo y el refugio. Sus peores presentimientos se confirmaban. Salt del camello y corri con toda rapidez hasta la orilla del pozo. Idriss le vio introducirse sobre la viga ms asequible del armazn interior, que sujetaba la tierra de las paredes, y tenderse encima para mejor escrutar el fondo del agujero. No caba duda alguna. Alterada por el parto, la camella se haba acercado al borde del pozo y haba cado al vaco. En aquel momento la cra lanz un gemido plaidero y su madre le respondi: de la boca del pozo ascendi una especie de estertor amplificado como por un gigantesco can de rgano. Idriss se
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asom a su vez a la boca. Slo vio primero la maraa de las vigas que sujetaban el entibado de las paredes. Pero cuando sus ojos se acostumbraron a la oscu ridad advirti al fondo unos reflejos luminosos y espejeantes, una silueta negra acostada sobre el flan co y medio sumergida, y, como un minsculo pun zn en el borde de aquel cuadro siniestro, la imagen de su propia cabeza tensa y viva sobre el azul pro fundo del cielo. Ibrahim se haba levantado y corra hacia la cabaa. Volvi con una cuerda de cuero trenzado. Voy a bajar a ver si el animal est herido explic. Si no lo est, intentaremos sacarlo de ah con ayuda de otros pastores. Pero si tiene una pierna rota habr que matarlo. Luego, tras atar un extremo de la cuerda a un espign rocoso, se dej deslizar hacia el interior. Hubo un silencio. Pero pronto, en medio de ecos cavernosos, surgi su voz: Tiene una pata rota. Voy a degollarla y la descuartizar. T subirs los trozos. Toma mis ro pas. Idriss extrajo un pequeo bulto de ropa ha rapienta. Despus esper sin intentar mirar el horri ble trabajo al que se entregaba el Chaamba en medio del barro y el agua a veinte metros bajo tierra. El gran camello se haba acercado a la cra, y tras haberla olfateado un buen rato, empez a lamerla con ternura. Idriss contemplaba divertido la escena. Era poco probable que el viejo macho ce diera a una repentina vocacin paternal. Ms bien deba apreciar en el cuerpo hmedo y tembloroso de la cra el olor violento de su madre. En cuanto a la cra, enloquecida por su desamparo, se arrimaba a aquel inesperado protector, y despus, arrastrada por su instinto, le hurgaba con el hocico en los genitales en busca de unas ubres hipotticas.
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Una imperativa llamada arranc a Idriss de su contemplacin. Empez a halar la cuerda de cuero pesadamente lastrada. Pronto pudo atraer ha cia s un muslo y una pierna todava tibios de vida. Llev a la sombra del refugio esta pieza de carnice ra. Enseguida se hizo or de nuevo la voz del came llero. Saca un cubo de agua, la mezclas con la leche que hemos trado, y dselo a la cra. De esta manera, en lo ms hondo de aquel trabajo agotador que estaba haciendo, el camellero no olvidaba a la cra, y le sacrificaba la nica comida de que dispona. Idriss obedeci a regaadientes, mas sin considerar la posibilidad de desobedecer bebiendo por ejemplo un poco de aquella leche. Le subyugaba el valor sobrehumano de su compaero. La cra era incapaz de beber. Idriss tuvo que fabri carle un bibern improvisado con una botella de la que rompi el fondo para hacer una especie de embudo. Apenas haba iniciado la operacin cuando un nuevo cuarto de camella le era entregado desde el fondo del pozo. Cuando el sol alcanz el cnit de su recorrido, oy a Ibrahim que se felicitaba por disponer de luz directa, de la que se aprovechaba. La cabaa ya no era ms que un amontonamiento de cuartos de carne sobre los cuales enjambres de moscas azules zumbaban furiosamente cuando se les molestaba. Pero lo que sobre todo inquietaba a Idriss era que el cielo, vaco todava una hora antes, se iba poblando de pequeas cruces negras que de rivaban lentamente, parecan inmviles durante un momento, pero se deslizaban rpidamente despus en un vuelo planeado. Los buitres lo haban visto todo y se preparaban para bajar. Pese a todo, eran menos temibles que los cuervos, cuya audacia y agresividad no se detenan frente a nada. Imaginaba
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lo que iba a ser el regreso, con la cra apenas capaz de andar, el gran macho balanceando en su joroba una pirmide de carne fresca y el reguero negro y aullador de los cuervos que les seguiran. Le sorprendi ver de repente a Ibrahim que se encaramaba en la viga transversal del pozo. No era ms que una estatua viviente, esculpida en lga mo sangriento. Deslumbrado por la intensa luz, se tap la cara con las manos y levant la cabeza hacia el cielo. Despus, sus manos se deslizaron, e Idriss vio que un cogulo de sangre se le haba alojado en la rbita vaca de su ojo como si se lo acabara de arrancar. El Chaamba estaba borracho por la ten sin, el cansancio y la exaltacin del medioda. Le vant los brazos y lanz un aullido de triunfo y desafo. Luego empez a saltar y patalear, en equi librio sobre la viga. Tena cogido el sexo con la mano y se lo enseaba a Idriss. Eh, Pijaplana, mira! Yo la tengo puntia guda! Salt otra vez sobre el tronco carcomido. Son un crujido, y el Chaamba desapareci como por una trampa. Un segundo crujido indic a Idriss que el cuerpo de su amigo haba tropezado con la viga maestra del entibado, que a su vez acababa de ceder. Se hubiera dicho entonces que se produca un terremoto. El suelo tembl. La cabaa se derrumb sobre los cuartos de carne de camella. Una nube de polvo surgi del pozo hacia el cielo, e Idriss pudo distinguir el vuelo enloquecido de innumerables murcilagos que acostumbraban a pa sar sus das en el interior del armazn del pozo. La rotura de las dos vigas haba provocado el hundi miento de todo el entibado que retena las paredes del hoyo. El pozo se haba colmado de repente. Hasta qu altura? Dnde estaba Ibrahim?
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Idriss se acerc. A menos de dos metros de profundidad se vea ya la arena mezclada con trozos de madera rotos. Llam a su compaero. Su frgil voz se elev en medio de un silencio que la majestad del sol en pleno cnit volva aun ms sepulcral. Entonces fue presa del pnico. Aull de terror y se ech a correr en lnea recta. Corri durante mucho tiempo. Hasta que tropez en una raz y se derrum b sobre la arena sacudido por los sollozos. Pero se levant enseguida con las manos sobre las orejas. Al poner la mejilla en tierra, haba credo escuchar, subiendo de las profundidades, la risa de su amigo enterrado vivo.
Te sac una foto? Y dnde est esa foto? Una vez ms, su madre volva sobre aquella historia de la foto, mientras una vecina, la matrona Kuka, la ayudaba a peinarse y a que se pintara. El no haba podido callarse y guardar para s su en cuentro con los franceses del Land Rover y la pro mesa que le haban hecho: le iban a mandar su foto. Llegara con el escaso correo del oasis y los encargos del abastecimiento, de herramientas y ropa, entre gados cada semana por el camionero Salah Brahim, que aseguraba las comunicaciones con el gran oasis vecino de Bni Abbs. Mas para tratar con mira miento a su madre, siempre dispuesta a imaginar lo oeor, haba callado el papel y hasta la existencia de a mujer rubia. Por lo que haba contado, no haba habido ms que dos hombres en el coche, y uno de ellos le haba hecho la foto. Esa foto no llegar jams profetiz sombramente Kuka ben Lid, desenmaraando el cabello de la madre con tres horquillas de hierro. Y entonces? Qu van a hacer con esa foto? Nadie puede saberlo! Se ha ido un poco de ti mismo insisti la madre. Y si despus caes enfermo cmo te vamos a curar? Y puede hacer que tambin l se vaya
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aadi Kuka. Tres muchachos del pueblo que se han ido al norte en seis meses! Idriss estaba absorto en un trabajo minucio so. Tallaba con su cuchillo un pequeo camello en un bloque de caoln ocre, con tanto ms esmero cuanto ms quera evitar entrometerse en la morosa letana de ambas mujeres. Su rebao de camellos tallados le serva desde su ms tierna infancia para jugar al nmada Chaamba. En un principio le ha ban regalado algunas piezas una a una. Ms tarde pint su rebao, y lo fue revistiendo con trozos de tela y fibras de palmeras. Cada da lo abrevaba y lo llevaba a pastar, y cuidaba los animales heridos o enfermos. Pero despus, demasiado mayor para esas chiquilladas, iba regalando unos tras otros los ani males a sus hermanitos, y tallaba nuevas piezas que engrosaban un rebao ya muy numeroso. Esos muchachos, yo ya s por qu se van dijo Kuka con misterio. Hubo un silencio corts, y luego la madre pregunt: Y entonces, por qu se van esos chicos? Porque les ensearon a andar demasiado pronto. Es una tara de nmadas, que les marca para toda la vida. Idriss no anduvo hasta los dos aos dijo la madre con reticencia. La hera el recuerdo de una peculiariedad familiar que la haba atormentado con lbregas preocupaciones y presentimientos sombros: casi todos sus hijos haban empezado a andar bastante tarde. Con el tercero, cuando ya tena dos aos, incluso haban organizado esa especie de rogativa para caminar, tradicional en casos semejantes. El nio, vestido con harapos y deliberadamente sucio, con sus mocos y mierdas, era llevado en un capacho
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por dos muchachitas hermanas, primas o vecinas en su defecto que iban de casa en casa salmodian do sin parar durante todo el da: No anda, no quiere andar, que Dios le permita caminar!. Cada familia visitada entregaba un donativo trigo, ce bada, azcar, cebolla, o alguna monedita que iba a parar al capacho, en contacto con el nio. Des pus, la madre tena que organizar, para el nio que no andaba y las nias que haban andado en su lugar, un pequeo festn con las ofrendas entreS, pero en cuanto tuvo seis aos insisti Kuka ya jugaba al camin con una lata de petr leo provista de cuatro ruedas de barro y otra de repuesto. Qu quera decir eso? Si Idriss tiene que irse, se ir concluy la madre con fatalismo. Desde luego, pero no forzosamente bajo el mal de ojo concedi Kuka, impregnando el pelo de la madre con un espeso ungento, compues to de jena, clavo, rosas secas y arrayanes, lo que otorgaba al peinado una halagea espesura. Acababa de pronunciar la palabra que no dejaba de obsesionar a la madre desde que se enter del episodio del Land Rover. Siempre resultaba ser una buena solucin la de pasar inadvertido todo lo que sea posible para no verse afectado por el mal de ojo. Atraer demasiado las miradas, sea por la presentacin, la gallarda o la apostura, es siempre tentar al diablo. Las madres de Tabelbala descuidan adrede a sus nios, los conservan siempre con cierto grado de suciedad para que no susciten excesiva admiracin a una edad particularmente vulnerable. El hombre que exhibe con arrogancia el flamante cuchillo que acaba de comprar arriesga cortarse en cuanto lo use. Tanto la nodriza que alardea de su
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oecho exhuberante, como la cabra de su ostensible fecundidad, o la palmera de su opulenta floracin, se exponen al mal de ojo cuyo maleficio agota, esteriliza y reseca. Toda imagen ventajosa acarrea graves amenazas. Qu puede pensarse entonces si el ojo adems es fotogrfico, y de la imprudencia de quien se entrega complaciente a l! Idriss lo saba. Bastante penetrado estaba del espritu belbal como para no temblar ante los ries gos a los que adrede y deliberadamente se haba expuesto. Pero al mismo tiempo deseaba ardiente mente liberarse del imperio del oasis bajo el que haba nacido. Su admiracin por los nmadas Chaamba tena este mismo sentido, as como el pequeo rebao de camellos tallados que segua mimando todava a una edad en la que tales chiqui lladas eran ridiculas. Por lo dems, su madre no apreciaba demasiado esa coleccin, y aunque Idriss era un muchacho pronto sera un hombre, y pese a todo camellos y muecas no eran lo mismo, pues ella nunca hubiera tolerado muecas en las manos de sus hijas. Kuka haba reunido cuidadosamente en ovi llo los cabellos que seguan presos en los dientes del peine. Era muy importante que no se perdiera nin guno, pues, al ser una emanacin personal de la madre, conservaban una influencia directa sobre su salud fsica y moral. Cados en malas manos podran convertirse en temibles instrumentos de hechicera. Sin embargo tampoco era cuestin de quemarlos. Se los enterrara al pie de un tamarisco, rbol que sirve para el culto femenino. Es verdad que Idriss ha sido vendido a los negros? pregunt de repente Kuka. La pregunta era indiscreta, y seguramente la matrona no se habra atrevido a hacerla delante de
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un testigo, o ni siquiera de frente. Pero como la madre estaba de espaldas y entre sus manos, hubiera podido sin excesiva violencia eludirla e incluso res ponder con el silencio. S dijo tras breve reflexin. Antes de que naciera tuve dos nios muertos de parto. La explicacin era suficiente. Cuando la mala suerte se ceba en una familia, el da del parto se llama a la pequea comunidad de los descendien tes de los esclavos negros del oasis, que vienen a danzar en el patio de la casa. El padre coloca al recin nacido simblicamente sobre el tambor del jefe, y hace a la comunidad un importante regalo en efectivo y especies. Si el nio sobrevive, los negros, que as han tomado su destino a su cargo, tendrn derecho a un nuevo donativo, pero l mismo vendr obligado a recordar a sus protectores durante toda su existencia. Hasta los seis aos, Idriss haba ido peinado tradicionalmente como los nios negros, con el crneo totalmente rapado, a excepcin de una espesa cresta que iba en cimera de la frente hasta la nuca. Kuka ya no insisti ms, pero la madre com prendi que haba visto en este detalle una razn de ms para que Idriss abandonara a su familia. Evi tando apretar demasiado el pelo, lo que podra pro vocar la esterilidad, iba trenzando cuidadosamente las tres mechas habituales de las mujeres casadas, dos laterales bastante delgadas, y adornadas con aros de plata, y otra gruesa central que atravesaba la concha de un cono simbolizando un ojo protec tor. Ahora la matrona iba a proceder a la pintura facial de la madre, y cambi de sitio para acurru carse a partir de entonces frente a ella. Al mismo tiempo, la conversacin tomara un giro bastante
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menos insidioso de parte de Kuka, y ms claramente reticente por la de la madre. Idriss procuraba ha cerse olvidar, como haba aprendido a hacer en aquella casa demasiado pequea, cada vez que pre senciaba una escena de la que en principio estaba excluido por su edad o por su sexo. Pero pensaba en la fiesta que aquella noche empezaba y que se iba a prolongar durante diez das: Ahmed ben Baada casaba a su hija Aicha con el hijo mayor de Mohammed ben Souhil, y una compaa de msicos y bailarines llegados del alto Atlas iba a contribuir con sus ritmos y colores al esplendor de las ceremo nias.
En casa del futuro esposo, las mujeres haban preparado durante toda la jornada un tazu1 sufi ciente para ciento cincuenta o doscientas personas. Durante tres horas, una decena de matronas haban trabajado con sus molinos de lumaquela para fabri car la smola de trigo necesaria. La excitacin pro vocada por aquel coro parlanchn, que hablaba, can taba y se rea sin cesar, se comunicaba a los curiosos que desfilaban para ver la exposicin de los regalos que la familia del novio ofreca a la novia. Iban apreciando las piezas de tela, los pauelos, cinturo nes, babuchas, pulseras y collares de plata, peines, espejos, agua de colonia y todos esos productos sin los cuales no puede haber belleza femenina, jena, mirto, incienso, corteza de nogal, clavos y rizomas de lirio silvestre. En la suma pobreza del oasis, semejante despliegue constitua un placer para la vista que no se poda desaprovechar. Al atardecer, un humilde y casi tmido baile reuni a las mujeres. Se formaron algunas parejas entre esposas y doncellas, como si estas ltimas tuvieran que recibir cierta iniciacin de parte de sus mayores. Por su lado, el novio, acompaado por
Plato de smola, zanahorias, guindillas, coles, habas, pimientos, berenjenas y calabacines.
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un palo en una de sus extremidades o con el puo en la otra. El gangueo de las gaitas formaba un entramado sobre el que dos solistas que soplaban en cortas trompetas de cobre, se turnaban para ins cribir la curva de un lancinante retornelo. Aquello estaba muy lejos del lmpido y puro monlogo que Idriss, en las horas ms calurosas del da, extraa a veces de su flauta de caa de siete agujeros. Los msicos formaron un semicrculo frente a la casa de Mohammed ben Souhil, clara y fants ticamente iluminada por la luz de las antorchas. La msica se desbordaba, ascenda cada vez ms, iba comunicando una insoportable fiebre a los cuerpos inmviles de los espectadores. El ritmo creca en intensidad con un objetivo evidente para todos: que brotara el baile, que se operase la metamorfosis de todo el grupo de msicos en el interior de una danza nica. Y el nacimiento tuvo lugar: una mujer de raza negra, vestida de velos rojos con joyas de plata surgi en el centro de la era. Zett Zobeida slo intervena en lo ms profundo de la fiesta, pues ella era su alma y su llama. Al principio corri inclinada hacia adelante con pasos muy rpidos, hacia la orilla del crculo que ya le perteneca, como para asegurar su dominio. Luego fue dibujando una serie de figu ras cada vez ms centradas. Estaba claro: iba reco giendo toda la msica que se derramaba sobre la era, como si reuniera en una invisible cosecha toda la danza dispersa a su alrededor. La gente ya haba empezado a bailar con ella, y cada cual repeta una letana obsesionante y enigmtica:
La liblula vibra en el agua. El saltamontes rechina en la piedra. La liblula vibra y no dice su verbo. El saltamontes grue y no dice palabra. Mas el ala de la liblula es libelo.
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Mas el ala del saltamontes es un escrito. Y el libelo desafa el ardid de la muerte. Y el escrito desvela de la vida el secreto.
Zett Zobeida bailaba ahora a pasitos, estrei li.imente cercada por los msicos. Pronto sus pies se movan sin salirse del mismo sitio, pues el baile haba penetrado por completo en su cuerpo. Y de aquel cuerpo ya no apareca entre los flecos de su blusa y la parte superior de la falda sino una mano negra y reluciente en su desnudez. En medio de aquella estatua velada slo su vientre bailaba, ani mado de vida autnoma e intensamente expresiva. Aquella era la parte que hablaba de todo aquel cuerpo, su boca sin labios, que sonrea y cantaba, con todo aquel cuerpo:
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broches que imitan el cielo, la tierra, los animales del desierto y los peces del mar, aquella burbuja dorada no quera decir nada sino a s misma. Era el signo puro, la forma absoluta. Quiz Idriss comenz a sospechar aquella noche que Zett Zobeida y su gota de oro no eran sino la emanacin de un mundo sin imgenes, la anttesis y quiz el antdoto de la mujer rubia pla tino y su mquina de fotos. Y tal vez hubiera pro gresado ms en aquella iniciacin, si, tras los cantos y los bailes en la tranquilidad recuperada de aquella noche centelleante, Abdullah Fehr, el narrador ne gro oriundo de los confines del Sudn y del Tibesti, no hubiera evocado la aventura del antiguo pirata Kheir ed Din, que fue por poco tiempo rey de Tnez, y a quien preocupaban mucho su barba y su cabello.
Bar barro ja
asadores segua girando todava. Toda aquella gente haba huido llevndose caballos, dromedarios, mo nos y sloughs1 esos finos galgos del desierto que suelen colocar su cabeza ahusada en el regazo de los seores del frica blanca. E incluso las mismas fuentes slo estaban envueltas por el vuelo circular de las palomas. Kheir ed Din y sus compaeros se sentan oprimidos por la magia de aquellos lugares oscuros. Temiendo alguna traicin avanzaban lanzando mi radas a diestra y siniestra, y algunos hasta aconse jaron al pirata que incendiase aquel palacio malfi co, y no dejara de l piedra sobre piedra. De sala en sala y de escalera en escalera lle garon as a un ala retirada cuyas puertas resistieron inicialmente a todos los esfuerzos. Hubo que deci dirse por hundir una de ellas, y eso es lo que los soldados haban comenzado a hacer cuando la puer ta se abri por s sola. Un hombre alto y de aspecto grave, que llevaba un ropaje blanco moteado de manchas multicolores, apareci en el umbral con aire sorprendido y enojado. Qu significa todo este alboroto? dijo. Ya he dado rdenes para que no se me moleste en mi trabajo! Un guardia otomano, armado de un alfanje, se acerc con el evidente propsito de hacer saltar la cabeza de quien se atreva a pronunciar tamaas insolencias en la cara de su amo. Kheir ed Din lo apart con un gesto. Este alboroto significa que el sultn Mulay Hassan ha huido y que yo ocupo su lugar res pondi. Y quin eres t, en apariencia tan ajeno a los acontecimientos que sacuden esta tierra?
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Ahmed ben Salem, retratista oficial y pin tor de palacio. Y como Kheir ed Din se adelantara, se apar t para dejarle paso. Kheir ed Din se haba encontrado ms de una vez con el adversario al que acababa de vencer. No senta sino desprecio por aquel Mulay Hassan, indigno heredero de la prestigiosa dinasta de los Hafsidas. Hombre enclenque y de insignificante apariencia, hubirase dicho que se humillaba ante el peso de la corona y de la capa real de sus antepa sados. Ciertamente, estaba condenado a la derrota y la humillacin frente al terrible pirata dueo del Mediterrneo! Mas he aqu que, en las cuatro paredes de la amplia sala, estaba otra vez aqu el sultn vencido, pero no con la cerviz doblada, cabizbajo y con los pies nerviosos de la fuga. Por el contrario, se le vea montado sobre su caballo encabritado, rodeado de sus dignatarios que lo encuadraban con sus grandes capas, erguido sobre una torre que dominaba la ciudad, o incluso en su harn, rodeado de sus favo ritas desfallecientes de amor. Kheir ed Din recorra la sala con la mirada inflamada por una clera que la visin de cada cua dro aumentaba un poco ms. Haba aplastado a Mulay Hassan. Expulsado ignominiosamente de su palacio. Obligado a escapar con el rabo entre las piernas abandonando tras s hasta las carnes que se doraban en los asadores. Y he aqu que por la gracia de aquel maldito pintor, el vencido segua presente en las paredes siempre triunfante, real, resplande ciente en la cumbre de su gloria. A prisin! rugi al final. Y al fuego todos esos monigotes! Despus sali a paso vivo, mientras sus sol
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dados rodeaban a Ahmed ben Salem y le cubran de cadenas. Durante las semanas que siguieron, Kheir ed Din estuvo muy ocupado en consolidar y organizar la fulminante victoria que le haba convertido en el hombre ms poderoso de todo el Mohgreb. Pero aquella victoria recin estrenada provocaba en l una metamorfosis de la que tambin l mismo era el primer sorprendido. Ya la conquista de Argel y de la nacin argelina haba transformado a quien hasta entonces haba sido el terror de los mares en una especie de alcaide de una fortaleza. Y he aqu que, convertido en una suerte de rey en aquel pa lacio refinado, senta que le incumban nuevas obli gaciones. En primer lugar comprendi que ya no le convena hacer nada por s mismo. A partir de aho ra, entre las cosas y l tendra que interponerse el ministro, el brazo ejecutivo, el segundo o al menos el servidor. Y eso haba empezado con su propio sable. Era su ms viejo compaero de combate, un arma tosca y pesada, con una guarnicin en forma de enorme concha que protega toda la mano, con la hoja ancha y salpicada de diminutas mellas a pesar de su espesor. Cuntos crneos haba partido con aquella especie de sierra! Le brotaban lgrimas de ternura tan slo al acariciarlo con la palma de la mano. Pero a partir de ahora estaba claro que ya nunca partira ms crneos y que su viejo chafarote ya no se bamboleara entre sus piernas. Lo cambi 3or una fina y corta daga de puo labrado, cuya loja apenas si le pareca vlida como limpiauas. Luego se transformaron sus vestidos: el ter ciopelo sustituy a la cota de mallas, y al camo la seda. Pero todo aquello no era ms que bien poca cosa todava, pues hte aqu que aquel soldado em-
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briagado por la accin, que nunca haba dudado de nada y que siempre respondiera con su fuerza y valor a cualquier clase de pregunta, hte aqu que aquel nuevo soberano, impregnado de repente por su recin estrenada dignidad, se miraba en el espejo de la realeza y vacilaba en reconocerse en l. Fue entonces cuando se acord de Ahmed ben Salem y de la galera de retratos en los que aquel miserable de Mulay Hassan presentara tan noble imagen. Ya que haba adoptado la pequea daga de gala, la chorrera de seda y el jubn de terciopelo, no debera Kheir ed Din encargar que le hicieran su retrato oficial? Sin embargo, esa perspectiva, que hubiera resultado natural en cualquier otro, era su ficiente para encresparle de aprensin y horror... Harta razn tena para ello: Kheir ed Din nunca enseaba su crneo, permanentemente cu bierto por un turbante, ni su barbilla, envuelta siem pre en una funda de seda verde atada a las orejas por sendos cordoncillos. Y por qu todas aquellas precauciones? Ese era su secreto, un secreto que todo el mundo conoca a su alrededor, pero al que nunca nadie se hubiera atrevido jams a hacer la menor alusin. Cuando frecuentaba la escuela cornica, Kheir ed Din haba sido el blanco de las peores humillaciones por parte de sus condiscpulos y hasta de sus maestros, a causa del color de su pelo. Aque lla cresta de un rojo resplandeciente que se ergua sobre su cabeza haba atrado durante aos toda suerte de bromas y peleas y, lo que es peor todava, inspiraba una especie de sagrada repulsin. Pues, segn la tradicin sahariana, los nios pelirrojos estn malditos. Son malditos pues slo son pelirro jos por haber sido concebidos cuando su madre tena sus flores. Y as llevan la marca evidente e
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indeleble de aquella infamia, que no consiste en otra cosa sino en haber sido la sangre impura la que haba teido sus cabellos. Y esa vergenza se les extiende por toda la piel, lechosa aunque moteada de pecas, a cada uno de sus pelos e incluso al mismo olor, y los compaeros de Kheir ed Din se aparta ban de l tapndose las narices. El nio haba sufrido aquel martirio. Luego haba crecido y su fuerza le volvi temible. Por fin, la edad del turbante le haba permitido disimular el objeto del escndalo. Mas todo haba vuelto a em pezar pocos aos ms tarde, cuando le creci por fin una barba que no slo ya no era pelirroja como sus cabellos, sino que resultaba francamente roja, como si estuviera hecha de hilos de cobre. Entonces impuso la moda de la funda para barbas, un acce sorio del que ya no se separ jams, y que los cortesanos de su entorno adoptaron con docilidad. Sin embargo l no dejaba de espiar las mira das de los dems, y si por casualidad descubra alguna que se demoraba en su barbilla, su mano se crispaba sbitamente en el puo de su sable. Los Rumis le haban adjudicado el apodo de Barbarroja, y menos mal para sus cabezas que vivieran al otro lado del Mediterrneo, Kheir ed Din era tan irrita ble sobre este particular que sus allegados evitaban pronunciar ciertas palabras en su presencia zorro, ardilla, alazn, tabaco y nadie ignoraba el genio inaguantable que le entraba las noches en las que una ventruda luna rojiza flotaba en el cielo borroso. Y he aqu que, llegado a la cumbre de su podero, descubra la fuerza de la imagen, y que un rey no puede evitar tener que mirarse en el espejo. Una maana, por lo tanto, mand que sacaran a Ahmed ben Salem de la prisin y le hizo compare cer ante l.
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L Te presentaste a m como retratista oficial \ pintor de palacio le dijo. I As es, seor, tal es mi cargo y mi ttulo. Vale por cargo y ttulo, pero cul es tu luncin? Primero he de retratar a los altos dignatat ios de la corte. Tengo que reproducir las hermo suras arquitectnicas y el boato del palacio, con lu de que nadie pueda ignorarlos a travs del tiem po y el espacio. Kheir ed Din inclin la cabeza. Eso era lo que esperaba del artista. Pero, dime, suponiendo que el alto dignat.irio que retrates se vea aquejado por alguna des gracia fsica, una verruga, por ejemplo, la nariz rota, un ojo torvo o reventado, yo qu s. Reproduciras exactamente esa deformidad o intentaras disimu larla? Seor, soy un retratista y pintor, no un cortesano. Pinto la verdad. Mi honor se llama fideli dad. As que, por respeto a la fidelidad no dudaras en dar a conocer al mundo entero que tu rey tiene una verruga en la nariz? No, no dudara. Sintindose vagamente desafiado por el in trpido orgullo del pintor, Kheir ed Din enrojeci de ira. Y no tendras miedo de que tu cabeza llegara a peligrar sobre tus hombros? No, Seor, pues a la sola vista de su re trato el rey se sentira honrado, y nunca ridiculizado por m. Y eso? Porque mi retrato sera el retrato mismo de la realeza. Y la verruga?
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Sera una verruga tan majestuosa que no habra nadie que no estuviera orgulloso de llevar una semejante en la nariz. A Kheir ed Din le conmovieron profunda mente aquellas palabras, que tan bien se acordaban con sus preocupaciones. Dio la espalda al pintor y se retir a sus aposentos. Pero Ahmed pudo volver a su taller. Y a partir del da siguiente, Kheir ed Din iba a verle all y volva a interrogarle: Sigo sin entender le dijo cmo puedes reproducir un rostro que una deformidad ha con vertido en feo y ridculo sin denunciar y divulgar al mismo tiempo su fealdad y ridiculez. Pretendes en verdad no atenuar nunca las deformidades de tus modelos? Nunca ateno nada afirm Ahmed. Y nunca embelleces? S embellezco, claro, pero sin ocultar nada. Por el contrario, subrayo y acento todos los rasgos de un rostro. Cada vez entiendo menos. Es que hay que hacer entrar al tiempo en el juego del retrato. Qu tiempo? T miras un rostro. Lo ves durante un minuto, a lo sumo dos. Y durante ese tiempo tan corto, ese rostro se ve crispado por solicitaciones accidentales, absorto en triviales preocupaciones. Y tras ello, guardars en el recuerdo la imagen de un hombre o una mujer degradados por vulgares en gorros. Pero supon que esa misma persona venga a posar en mi taller. No un minuto, ni dos, sino doce veces durante una hora cada una, a lo largo de todo un mes, por ejemplo. La imagen que de l conse guir estar lavada de todas las suciedades del mo mento, de las mil y una agresiones cotidianas, de
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todas esas menudas bajezas que a cada cual inflinge la banalidad domstica. Tu modelo se tendr que aburrir en el vaco y el silencio de tu taller, y no reflejar al final sino el vaco de su propia alma. Eso slo ser cierto si se trata de un hom bre o de una mujer insignificantes. Y entonces, des de luego que s, slo har visible en mi lienzo ese aire ausente que es en efecto la mscara de mucha ^ente que no est acosada por lo exterior. Pero acaso he pretendido nunca hacer el retrato de un cualquiera? Yo soy el pintor de la profundidad, y la hondura de un ser se transparenta en su rostro en cuanto cesa la agitacin de la vida trivial, de la misma manera como el fondo rocoso del mar, con sus algas verdes y sus peces de oro, aparece ante los ojos del viajero en cuanto cesan esa brisa caprichosa o el mediocre chapoteo que provocan los remeros en la superficie. Kheir ed Din se call un momento, y Ahmed, que no le quitaba la vista de encima, sospech >or vez primera que una herida secreta se ocultaba >ajo los triunfos del aventurero. Y esa alma que revelas y dibujas en tu lienzo, difiere mucho de un hombre a otro? O se trata ms bien de un fondo comn a todos los hombres? Es muy diferente, pero al mismo tiempo existe siempre un fondo comn que atae a la con dicin humana en s misma. Algunos, por ejemplo, esin obsesionados por un gran amor, feliz o des graciado. Otros se baan continuamente en un sue no de belleza, una belleza que buscan por todas partes y de la que ac o all encuentran algn reflejo. < )tros, an ms, dialogan con Dios, y no piden otra rosa para su felicidad que esa Presencia tierna y 10 1 midable. Otros...
Y los reyes? Qu es lo propio de un alma real? El rey reina y el rey gobierna. Y se trata de dos funciones muy diferentes, incluso opuestas. Pues el rey que gobierna pelea da tras da, hora tras hora, contra la miseria, la violencia, la mentira, la traicin y la rapacidad. Adems, si segn la ley es el ms fuerte, de hecho se ve confrontado a los ms temibles adversarios, y se ve forzado para vencerlos a volver contra ellos sus mismas armas injustas, la violencia, la mentira y la traicin. Y as resulta sal picado hasta en su corona. Mientras que el rey que reina brilla como el sol, y como el sol derrama luz y calor a su alrededor. Al rey que gobierna le se cundan una cohorte de odiosos verdugos a los que llamamos medios. El rey que reina est rodeado de un coro de hermosas jvenes blancas y perfumadas que se llaman fines. A veces se dice que estas don cellas justifican aquellos verdugos, pero esa es una mentira ms de los verdugos. Es necesario aadir que yo pinto al rey que reina y no al que gobierna? Pero, te lo pregunto, qu son los fines sin los medios? Poca cosa, estoy de acuerdo, pero para qu valen los medios cuando han hecho olvidar sus fines, y hasta cuando incluso los han destruido en su encarnizamiento? En verdad, la vida de un rey es un perpetuo vaivn entre estos dos trminos. Mulay Hassan pasaba por ser un hombre dbil e indeciso. Y ello porque ya no soportaba la imagen de s mismo que vea reflejarse en el ojo del verdugo, del torturado o del simple soldado. Y entonces ve na a verme, y cuando digo que vena a verme era en realidad a s mismo lo que vena a ver aqu. Entraba plido y desanimado, asqueado por las ba jas tareas de su oficio. Miraba sus retratos, los mis-
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mos que t mandaste destruir. Y a su luz se lavaba de todas las suciedades del poder. Volva a rebosar a ojos vistas de su propio orgullo real. Recobraba la confianza en s mismo. Yo ni siquiera tena que pronunciar palabra alguna de consuelo. Me sonrea y se marchaba tranquilo. Ostensiblemente, esta evocacin de su ene migo no haba gustado a Kheir ed Din. Poda comparrsele sin impertinencia a aquel botarate? Sin embargo, era en su misma cama donde se acos taba y su mismo retratista con quien conversaba! Y sobre ese fondo comn que, segn has dicho, se encuentra en todos los hombres...? Cuando acallas el tumulto de la vida coti diana para no escuchar sino la voz del alma, por muy personal e individual o distinta a todas las dems que ese alma sea, existe un rasgo que se encuentra en todos los hombres, y que te muestra que esa voz si al menos existe es su cntico profundo. Qu rasgo? La nobleza. Kheir ed Din se call otro momento, pen sando en todo lo que Ahmed acababa de decirle. Por fin, se dirigi hacia la puerta del taller, y a punto de desaparecer se volvi y dijo: Desde maana por la maana, una hora despus de la salida del sol, comenzars mi retrato oficial. Estaba ya en el umbral, pero confirm ms su parecer: En blanco y negro precis. Al da siguiente, Ahmed estaba listo. Vestido con una ropa inmaculada estaba de pie delante de un amplio panel confeccionado con cintas de papiro empalmadas y superpuestas, frotadas con aceite de
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cedro. En una mesita se erguan hasta el alcance de la mano ramilletes de plumas, puados de carbon cillos y botellas de tinta de China. Tambin haba bolas de miga de pan para borrar, y esa goma la queada disuelta en alcohol que se pulveriza sobre el dibujo para fijarlo. Slo faltaba el modelo. Pero no se present. Ahmed le esper durante todo el da. Cuan do anocheci, su lienzo estaba cubierto de bocetos que haba ensayado para no aburrirse. Era el esbozo de un retrato de Kheir ed Din hecho de memoria, es decir, segn la idea que de l se haba formado en la mente del pintor. Y sera acaso en funcin de este origen simblico o abstracto, o porque estaba reducido a unos simples trazos negros sobre fondo blanco? El hecho es que no se desprenda de tal rostro ms que una impresin de fuerza, incluso de brutalidad. Ahmed estaba turbado por ello. Se pre guntaba por qu su nuevo amo no vena a posar, y por qu el retrato que estaba obligado a hacer de memoria pareca hasta aquel punto desprovisto de esa majestuosa serenidad que slo sienta bien a un soberano. Comprendi entonces que esas dos preguntas encerraban una nica e idntica respuesta, cuando al tercer da Kheir ed Din irrumpi en su taller, y plantado con las piernas abiertas delante del esbozo de su retrato, prorrumpi en una risa salvaje. Ya veo dijo que no tienes ninguna necesidad de mi presencia para hacer mi retrato! As es mejor, te lo aseguro. En primer lugar porque la idea de ofrecerme durante horas ante tu mirada indiscreta me repugna del todo. Y despus porque este retrato me gusta sobremanera en su desborda miento de fuerza brutal. Seor respondi Ahmed necesito
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vuestra presencia para hacer vuestro verdadero rei rato, un retrato real, que simbolice vuestra soberana sobre vuestros sujetos y vuestras tierras. Y eso .tdems no es todo: ese retrato deber ser en color. Y todava tengo una exigencia ms que formular. Qu exigencia? rugi el viejo pirata. Tendra que acceder a quitarse el turbante, y tambin... Y qu ms? aull Kheir ed Din. Y tambin la funda de la barba pronun ci Ahmed con valenta. Kheir ed Din se abalanz contra l blandien do su daga. Pero record a tiempo que aquella ridicula arma era slo de adorno. La volvi a en fundar con rabia, dio media vuelta y desapareci, seguido de sus cortesanos, cuyas miradas de reojo hacia el pintor mostraban con cierta claridad que no daban un ochavo por su vida. Ahmed qued profundamente trastornado por aquella escena. Esperaba que otra vez le con dujeran a la prisin, pero ningn soldado apareci durante los das siguientes. En verdad, el vaco y el silencio en que le dejaban resultaban ms angustio sos que una amenaza precisa. Intent ponerse otra vez a trabajar. Pero cada nuevo toque que aada al retrato de Kheir ed Din acentuaba todava ms su aspecto de ferocidad, lo que por otra parte no era nada sorprendente despus de su ltima visita. Al final, Ahmed decidi ir a consultar a una mujer en la que confiaba plenamente, si al menos le permitan partir, pues ella viva en un lejano oasis en medio del desierto. Mas nadie pareci preocu parse por l cuando se aventur fuera de su taller, ni despus cuando sali del palacio y pudo al final, con desconcertante facilidad, tomar la pista del de sierto con un servidor y dos camellos. Kerstine era
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una artista como Ahmed, una cofrade despus de todo, slo que resultaba ser tan diferente de l como el da lo es de la noche. Rubia y de ojos azules, haba nacido en Escandinavia y traa con ella un arte nuevo nacido del fro. En el poblado en el que viva, de pequeos edificios bajos y blancos asfixiados bajo las palmas, se vislumbraban las complicadas siluetas de unos grandes telares construidos en una madera desconocida en Africa, el arce del Norte. De aquellos aparatos maravillosos y perfeccionados ella haca surgir, hora tras hora, con paciencia infi nita, paisajes nevados, escenas de caza en trineos, fortalezas atrapadas entre los hielos, personajes forrados en piel, como ningn africano hubiera po dido nunca no slo ver sino ni siquiera imaginar. En ocasiones, Ahmed le llevaba alguno de sus cua dros. Utilizndolo como un cartn, ella sacaba de l, con suma habilidad, una tapicera, en verdad de una gran fidelidad, pero enriquecida de un espesor y de tal ternura que apenas poda l reconocer su propia obra de tal manera transfigurada. Como ella tena ahora por materia la lana lo que de ms suave y clido produce la vida animal la tapicera celebra siempre los grandes esponsales del hombre desnudo con la animalidad perdida, con sus sedas y plumones y esplendores velludos. Como acostumbraba, Kerstine acogi a Ah med con la familiaridad conveniente entre los artis tas, atemperada en su caso por la reserva propia de sus orgenes nrdicos. Ahmed haba llevado con l el retrato al carbn que haba hecho de Kheir ed Din. Cont a su amiga todo lo que haba logrado saber, y lo que haba tenido que soportar del anti guo pirata convertido ahora en dueo de Tnez. Kerstine pareci altamente interesada por la extre ma susceptibilidad que ste manifestaba hacia su
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barba y su cabello. Hicieron proyectos, decidieron que ella le devolvera la visita lo antes posible, y Ahmed volvi a emprender otra vez el camino hacia Tnez tras haber intercambiado su dibujo al car boncillo por un cuadro de tapicera, en el que se abra una gran flor de girasol, de esas que los hom bres del norte privados de sol cultivan precisamente en razn de su esplendor solar. Kheir ed Din estuvo ausente de Tnez du rante varios meses, para someter el sur del pas. Cuando volvi, estaba en el cnit de su gloria. Todo le daba a entender que haba fundado ya una dinas ta milenaria. Por ello mismo, no dejaba de ser mucho ms lancinante la necesidad de acabar de una vez con aquella irritante cuestin de su retrato ofi cial. Por tanto, irrumpi una maana en el taller de Ahmed. Enseguida busc con los ojos el retrato al carbn que haba podido observar en su ltima visita, y que, adems, pareca haberle trado suerte. No era ms que un esbozo explic Ahmed. Ya no lo tengo. Te atreviste a destruirlo? explot Kheir cd Din, como si se hubiera tratado de un atentado contra su persona. Todo lo contrario dijo Ahmed se lo he dado a una mujer genial pues yo estaba seguro de que ella sacara de l el mayor provecho. Qu provecho? Por toda respuesta, Ahmed se dirigi hacia una de las paredes de su taller, cubierto por una lona. Lo descubri con un amplio gesto. Kheir ed I )in lanz una exclamacin. Detrs de la lona aca baba de aparecer una vasta tapicera de lana espesa. Sobre un camafeo rojo, all se representaba un pai saje otoal europeo, un sotobosque hundido entre las hojas muertas, en el que trepaban los zorros,
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saltaban las ardillas y hua una manada de corzos. Pero esto no era an todo. Para el espectador colo cado lo bastante lejos y ms atento al conjunto que a los detalles, se revelaba claramente que toda aque lla sinfona en rojo mayor no era en verdad ms que un retrato, el de un rostro cuyos cabellos y barba suministraban con su opulencia la materia primor dial de todo aquel mundo boscoso, el pelo animal, el enramado de los rboles y el plumaje de la salva jina. Era, desde luego, el retrato de Kheir ed Din reducido a su color fundamental, cuyos tonos, des de los ms degradados a los ms saturados, acari ciaban la mirada con exquisita suavidad. Qu armona! murmur Kheir ed Din tras un largo y admirativo silencio. El autor procede del norte de Europa crey verse obligado a explicar Ahmed. Aqu evoca un paisaje de su tierra durante el mes de octubre, cuando se reanuda la temporada de caza. Es la ms majestuosa de todas las estaciones nrdicas. Es mi retrato insisti Kheir ed Din. Sin duda, Seor. As es el arte de Kerstine: partiendo del boceto al carboncillo que yo le haba proporcionado, y teniendo en la mente un simple paisaje del otoo escandinavo, ella percibi inme diatamente la profunda afinidad existente entre vuestro rostro y el citado paisaje, e integr vuestro retrato en el sotobosque de tal manera que nadie pueda precisar qu es frondosidad y qu es cabello, qu es un raposo y qu una barba. Kheir ed Din se haba acercado al muro y pasaba sus dos manos sobre la tapicera. Mis cabellos balbuca mi barba... Sois vos, en efecto dijo Ahmed de vuelto a vuestra dignidad de rey de los rboles y de
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los animales gracias a vuestras guedejas, a vuestra pelambrera, a vuestra melena. Y record para sus adentros una frase mis teriosa que Kerstine haba pronunciado, luego que l hubiese evocado la pelirrojez de Kheir ed Din y su origen ignominioso: Lo que hace una mujer slo otras manos de mujer pueden deshacerlo, ha ba dicho ella. Para saborear mejor su propia suavidad, Kheir ed Din haba posado su mejilla sobre la tapi cera. Y dando la vuelta hundi en ella todo el rostro. Qu aroma tan bueno y profundo! ex clam. El olor de la naturaleza, el olor de los rojos dijo Ahmed. Es lana de oveja salvaje, lavada en un torrente de montaa y secada sobre matorrales de euforbio. S, tal es la gran superiori dad de la tapicera sobre la pintura: Una tapicera est hecha para que la vean, desde luego, pero tam bin para ser palpada o respirada. Entonces Kheir ed Din efectu un gesto inaudito, cuya novedad infundi pavor a los corte sanos que le acompaaban: con un brusco movi miento arranc la funda de seda verde que calzaba su barbilla y arroj por el suelo su amplio turbante. Luego sacudi su cabeza, como una fiera que qui siera ahuecar su melena. Barbarroja! rugi. Me llamo el sul tn Barbarroja! Que se diga! Quiero que esta ta picera ocupe un buen lugar detrs de mi trono, en el saln de honor. Al da siguiente 14 de julio de 1535 el sultn Mulay Hassan, que haba soliviantado a su favor a los prncipes italianos, al Papa y al empera dor Carlos V, volvi a reconquistar Tnez con un
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ejrcito de treinta mil hombres transportados en una flota de 400 veleros. Kheir ed Din se refugi en Europa, la tierra de los otoos bermejos, donde se hizo amigo del rey Francisco I. Tuvo an numerosas aventuras, pero nunca jams volvi a ocultar ni sus cabellos ni su barba.
Habra Zett Zobeida seguido entre la gente para escuchar al narrador Abdullah Fehr? Idriss la busc con la mirada, pero despus haba desistido, fascinado por el relato. Ahora que todos se levan taban en silencio no poda resistir a la atraccin del Ksar Chria, donde se haba instalado la compaa de msicos. Avanz silenciosamente hacia las pri meras lonas del mrete del Ksar. Vio dos tiendas animadas por alguna luz escasa. Se oan murmullos, el gemido de algn nio, risas ahogadas. De repente estall el ladrido furioso de un perro. Luego una voz de hombre que le mandaba callarse. Poco des pus una piedra silb en los odos de Idriss y pro voc un impacto terroso cerca de l. Dio marcha atrs precipitadamente. Pero un poco ms tarde, en la terraza de su casa familiar, permaneci largo rato con los ojos abiertos, mirando el cielo negro y sin poder conciliar el sueo. Saltamontes, liblula, es crito, libelo, el viejo retornelo segua danzando en su cabeza y volva a ver de nuevo el discurso mudo que trazaba el desnudo vientre de Zett Zobeida. Pero Kerstine, la mujer rubia venida del norte con sus lanas multicolores, otorgaba a aquellas imgenes una muelle blandura que reconciliaba con su propio retrato al hombre ms desgraciado por su fsico. Lo hubiera conseguido tambin Kerstine con una mquina de hacer fotos? Seguro que no. Con qu
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mirada se vera Idriss en la foto hecha por la mujer rubia? Habra dormido un poco, pues no vio blan quearse al cielo, y el horizonte oriental enrojeca ya cuando se levant. Tena que volver al campamento de los msicos. Tena que volver a ver a Zett Zobeida. Corri hacia el Ksar Chraia. La prudencia le hizo aminorar el paso y ocultarse tras los muros derruidos. Precauciones intiles ya que ambas tien das haban desaparecido. Idriss avanza por la era del campamento. Slo quedan algunas hogueras apaga das y humeantes, algunos frutos podridos, mojones, indefinibles vestigios, que Idriss revuelve con su pie desnudo. Una indecible melancola cae sobre su corazn. Partir, quiere partir con ella. Como la mujer rubia en su Land Rover. Partir, o casarse si no, segn los viejos ritos. Partir, mejor partir! De repente, Idriss ve algo que brilla en la arena y entre sus pies. Se inclina y recoge la ms hermosa joya de Zett Zobeida, la gota de oro con su cordn roto. La hace rodar en el hueco de su mano. La levanta al cabo del cordn y la hace bailar frente al sol naciente.
El saltamontes lleva en sus alas el escrito La liblula hace vibrar el libelo en sus alas...
La msica obsesionante vuelve a sus odos, la danza de Zett Zobeida, aquella mujer negra con su abstracta joya, una joya absoluta, sin modelo natural. Y l mismo se pone a bailar bajo la luz joven y matinal en medio de aquel terreno man chado. Luego se meti la gota de oro en el bolsillo y se march.
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El da siguiente era la jornada de Salah Brahim. Con su viejo camin Renault, haca el trayecto de ida y vuelta entre Tabelbala y Bni-Abbs tres cientos kilmetros llevando a los habitantes del oasis su correo y todo lo que le haban encargado en el viaje anterior, herramientas, medicinas, ropa y hasta simientes y sal, todo un cargamento cuyo incremento anual meda la decreciente autosuficien cia del oasis. Su llegada, al final del medioda sola salir de Bni Abbs de madrugada constitua siempre un pequeo acontecimiento. La distribu cin, a la que proceda con toda su natural trucu lencia, le converta en un personaje popular, aunque un poco temido y hasta despreciado por algunos. El era el principal lazo viviente que les una con el exterior, y su actitud hacia los habitantes del oasis no era la misma segn hubieran o no viajado fuera del mismo. Hacia los que nunca haban abandonado Tabelbala se revesta de una familiariedad protecto ra, y de cierto aire superior que a muchos impona mientras que exasperaba a otros. Y brillaba con un indiscutible prestigio, aunque bastante sospechoso, frente a los jvenes que soaban con emigrar. Idriss saba que su foto no poda hallarse en el mismo correo que lleg slo cuatro das despus del paso del Land Rover. Asisti sin embargo al reparto, ya que era el que se la traera y a partir de
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entonces todo reparto le afectara, cada vez ms conforme la llegada de la foto se haca ms probable. Cunto tiempo tendra que esperar? Tres, cinco, siete semanas? La desgracia estaba en que su muda presencia en cada uno de los repartos no poda escapar a Salah Brahim y que, a partir de la tercera, el chfer se puso a insultarle y a aludir a la novia lejana de la que Idriss, desesperadamente preten da esperaba una carta de amor. Luego una el gesto a la palabra. Aqu est, aqu est, gritaba mientras enarbolaba un sobre. Simulaba despus descifrar penosamente el nombre del destinatario :>ara concluir con aspecto desolado: Ay, no, po3re Idriss, todava no es para ti! Pero el nombre se pareca un poco al tuyo. Te quemas, Idriss, ardes, un poco de paciencia! Los habitantes del oasis se rean ruidosamente con estas bromas. Al final, Idriss ya no se atreva a mostrarse cuando el camin blanco de polvo se detena frente a aquella pequea multitud expectante. Pero haba prometido un puado de dtiles a uno de los nios vecinos cada vez que fuese al reparto, y hasta una navaja para el da en que le llevara una carta. Y as, una vez se puso a saltar cuando vio una maana al nio que se precipitaba hacia l sin aliento: Ah est, ah est, ha llegado tu carta! Pero Salah Bra him se neg a confirsela. Quera entregarla en pro pia mano a su destinatario. Aunque el nio supli caba, pero me dars la navaja a pesar de todo?, Idriss se dirigi al camin con toda la lentitud que exigan sus restos de dignidad despus de todas las bromas del chfer. Salah Brahim simul al principio no verle y sigui lanzando su llamada. Al final, cuando el ltimo paquete haba ya abandonado el camin, exhibi un sobre grueso cubierto de sellos y envuelto en numerosas cintas de papel celo, y
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aull el nombre de Idriss a los cuatro vientos. Las risas volvieron a sonar. Idriss se adelant. Eres t? pregunt Salah Brahim con una burlona mala fe. Eres t este Idriss que resulta ser el destinatario de esta carta de amor, llegada del otro confn del mar? Tuvo que soportar todo un grotesco interro gatorio que hizo aullar de risa a los hombres que rodeaban el camin. Al final, le fue entregada la carta y todo el mundo se call cuando empez a abrir el sobre. Una vez lo hubo hecho, sac una tarjeta postal de gran formato y en colores: repre sentaba a un asno adornado con borlitas y que rebuznaba a pleno pulmn con la cabeza erguida y la dentadura completamente descubierta. Salah Braliim aparentaba extraarse en medio de aquella tem pestad de risas y aplausos. Es sta tu novia? O es que se trata de tu propia foto? Idriss arroj la tarjeta postal y escap rete niendo lgrimas de ira. Aquella era la primera ima gen que le reportaba el paso por su vida de la mujer del Land Rover.
Acaso el cabo Mogadem lleg a preguntarse por qu su sobrino Idriss desde haca poco tiempo no haca otra cosa que dar vueltas en torno a su cabaa y hasta le renda algunas tmidas visitas? Habra llegado hasta l aquella historia del Land Rover ampliamente difundida por la vieja Kuka por todo el oasis? Nada era menos seguro y adems por qu tendra que interesarle? Disfrutaba de un prestigio seguro en Tabelbala a causa de su pasado militar, de su pensin de excombatiente y de las relativas comodidades que le proporcionaba. Pero era un solitario. Siempre se haba negado a casarse, lo que bastaba para hacer de l un marginal, y nunca a nadie se le haba ocurrido citar su nombre para sustituir a cualquier miembro desaparecido de la djemaa1. Sin embargo, durante algn tiempo se ha ba interesado por su sobrino, y no solamente le haba enseado el francs, sino tambin, y de ma nera rudimentaria, a leer y escribir. Aquel da estaba limpiando las piezas des montadas de su escopeta, cuando Idriss se desliz en su casa. Como de costumbre, no hubo entre ellos palabra alguna de bienvenida. Idriss, con la espalda en la pared, le mir durante un rato.
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Asamblea de notables
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Es tu fusil de guerra? termin por pre guntarle. Oh, no! Qu es lo que crees? dijo Mogadem. Un fusil de guerra es otra cosa. Esto apenas sirve para los pajaritos. Se ri, y tomando el can de la escopeta, cerr un ojo como si fuera a servirse de l como de un catalejo. Y tambin sirve para las gacelas? quiso saber Idriss. Para las gacelas, y para los camellos y has ta para los ladrones. Pero para los soldados hace falta un fusil de verdad. En Italia yo tena un 7,5 milmetros con bayoneta calada y un depsito de cinco proyectiles. Los alemanes, ellos tenan casi todos metralletas. Las metralletas son el diluvio. Esto es bueno para hacer la vigilancia en una ciudad. Pero no tiene ni alcance ni precisin. Para disparar a distancia hace falta un fusil de verdad. Mientras hablaba, Idriss se paseaba por la habitacin. No conoca nada tan cmodo y lujoso como la casa del to Mogadem. Las paredes estaban erizadas de trofeos de caza, matanza de gacelas, milanos emplumados, abanicos de plumas de aves truz y una cabeza de fenec abriendo su diminuto hocico enrojecido. Sobre un cajn tapizado de ter ciopelo granate haba un aparato de T.S.F. una radio de pilas, que Idriss nunca haba odo funcionar, ya que segn le haba explicado Mogadem slo se captan bien las emisoras por la noche. Pero lo que sobre todo atrajo la atencin de Idriss fue un marco que contena bajo el vidrio la cruz de guerra y una fotografa desvada y amarillenta en la que se reco noca a un Mogadem asombrosamente joven con otros dos compaeros, sonrientes como l en sus hermosos uniformes.
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El cabo levant la cabeza y se limpi las manos con un trapo grasiento. Oye, puedes mirar todo lo que quieras esa foto. Sin duda es la nica fotografa que existe en Tabelbala. Antes haba una de Mustaf, que haba ido de viaje de bodas a Argel. Se hizo retratar con su mujer. Pero creo que la foto desapareci. Quiz la quem su suegra. A los viejos no les gustan las fotos por aqu. Creen que una foto trae desgracia. Los viejos son supersticiosos... Y t no crees que una foto trae desgracia? pregunt Idriss. S y no. Mira, lo que yo creo es que una foto, lo que hay que hacer es tenerla, dominarla dijo haciendo con las dos manos el gesto de em puar algo. Por eso Mustaf no tena nada que temer de aquella foto hecha en Argel: estaba clavada en la pared. Se poda verla todos los das. Y sta es como aqulla. Yo la vigilo, clavada bajo el cristal. Pero mira, esta foto tiene su historia. Es una historia trgica. Escucha un poco. Estbamos descansando en un pueblo cerca de Cassino. Haba un chico del servicio fotogrfico del ejrcito. Y me hizo la foto con otros dos compaeros. Varias secciones estba mos descansando juntas, y los otros dos compae ros sentados conmigo pertenecan a otras secciones distintas de la ma. Pero nos conocamos. En los descansos nos encontrbamos. Nos divertamos juntos. Dos das despus, volv a encontrar al fot grafo. Saca un sobre del bolsillo y me lo da. Con tena tres ejemplares de la foto: Son para ti y para tus amigos, me dijo. Les das a cada uno su foto. Le doy las gracias y espero para encontrar a los otros dos. Pero la ocasin no se present. Al da siguiente todos subimos a primera lnea. Era el 30 de abril de 1944. Nunca olvidar la fecha. Otra vez
atacbamos a los alemanes que estaban atrinchera dos en el monasterio del monte Cassino. Los ame ricanos ya se haban roto dos veces los dientes en cima. Nos tocaba a nosotros. Qu matanza! De ambos lados. Aliados y alemanes. Ah gan mi cruz. Y no pienses que olvid mis fotos! Siempre las llevaba conmigo, bien calentitas contra mi pecho, detalle importante! Descansamos de nuevo a la se mana siguiente. Fui a ver a la seccin de mis otros dos compaeros. Aquella seccin haba sido sucia mente destrozada. Pues bien, despus de buscar, termin por saber que los dos haban cado muer tos... Observ en silencio la foto enmarcada en la pared. Es una historia que me hizo pensar, ya ves. Pienso que esta foto, que llevaba conmigo, me dio buena suerte despus de todo. Los otros, mis dos compaeros, no fue por su culpa, desde luego, pero haban dejado partir su imagen. Y eso no se debe hacer. Y no pude negarme a pensar que si les hubiera dado su imagen a cada uno de ellos, quiz no les hubiera pasado nada. Y entonces qu es lo que hiciste con sus fotos? le pregunt idriss. Se las di al jefe de su seccin para que se las enviara a su familia. Eran argelinos, uno de Tlemcen y el otro de Mostaganem. Idriss se preguntaba si su to estaba al tanto de su historia de la fotografa que le haba tomado la mujer rubia. Y ya no tuvo duda alguna cuando, despus de un silencio, Mogadem le dijo mirndole a la cara: Ya lo ves, desde luego, las fotos hay que guardarlas. No hay que dejarlas correr por ah. i vA
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Partir. Tomar el camino del norte, como tantos otros jvenes de Tabelbala, pero tambin de Dyanet, de Tamanrasset, de In Salah, de Timimun, de El Golea, de todas aquellas manchas verdes sobre el mapa marrn y amarillo del desierto. Era lo que le aconsejaban la muerte brutal de Ibrahim, la silue ta de la mujer rubia, la leyenda de Kheir ed Din, los sarcasmos de Salah Brahim y hasta el relato del to Mogadem. Pero tambin era el impulso de un viejo atavismo nmada que no se conformaba con un porvenir enraizado en los lugares de nacimiento y de la movediza prisin, clida pero tanto ms temible, que forman en torno a un hombre su mujer y sus hijos. No, estaba muy decidido a no casarse. Y por otra parte su pobreza le proporcionaba una excelente coartada. Dnde podra encontrar la dote que un joven debe entregar a su futuro suegro sino yendo a trabajar al norte? De la misma manera, a su propia madre, viuda desde hacia tres aos, y a la que asustaba la marcha de su hijo mayor, le prome ta enviarle una parte de lo que ganara. As no estaran desprovistos, tanto ella como sus cinco her manos y hermanas. Y citaba el ejemplo de los seis habitantes del oasis que hacan llegar irregularmente giros para sus familias al tendero de Tabelbala. Ese era tambin el caso de un primo lejano, Achour, un muchacho generoso y alegre que haba abando-
Mogadem era lo bastante ntimo de Idriss como para comprender lo que haba querido decir. El norte, el trabajo, el dinero y las mujeres rubias platino, aquello formaba parte de un mismo todo, confuso pero brillante. En cierta manera, lo contra rio de Tabelbala. Pero todava haba algo ms, y Mogadem lo saba mejor que nadie. Bueno, te voy a decir qu es lo que vas a buscar al norte. Vas a buscar esa foto que te han sacado, y que nunca llegar sola a Tabelbala. Vete a buscar la foto, la traes aqu y la clavas en la pared de tu cuarto, como yo tengo aqu la ma. Es mejor as. Luego podrs casarte y tener hijos. A menos que prefieras seguir soltero como yo. Idriss se acerc a sentarse junto a l. No intercambiaron una palabra ms, pero sin duda sus pensamientos seguan el mismo curso. Imaginaban a Idriss de Tabelbala convertido en Idriss de Bni Abbs, en Idris de Bchar, Idriss de Oran, Idriss de Marsella, Idriss de Pars, y vuelto al final a su punto de partida sobre este banco de adobe. En su exterior se parecera desde luego a los viejos habitantes del oasis, cuyos ojos soolientos ya no lo ven por no liaber visto nunca otra cosa. Pero l tendra ojos para ver, aguzados por el mar y la gran ciudad e iluminados por una silenciosa sabidura.
Su madre le ha hecho coocar el pie desnudo en el umbral de la puerta de cisa, y lo ha baado con un poco de agua. Para que tu pie recuerde este umbral y te devuelva a l, ha ieclamado. Y ahora ya ha partido. Camina por la psta noroeste, la que va a Bni Abbs. Pero todava no ha terminado con Tabelbala. Cuando sale del oasis, se ve alcanzado por Orta, el slughi de los vecinos. Es un animal noble y de buena raza. Le han marcado a fuego las patas para ahuyentar la mala suerte. Cuando Idriss iba a recoger las trampas para fenecs y becadas, se senta orgulloso y feliz al veise rodeado por los saltos y brincos de aquel lebrel dorado. Orta le festejaba. Si el muchacho abandona el oasis no ser, como siempre, para cazar? Idri<s se para y le ordena que vuelva al poblado. El lebrel da vueltas a su alrededor con las orejas gachas y la cola estreme cindose. Idriss se ve obligado a hacer el gesto que ms teme: recoge una piedra. .-1 perro gime al ale jarse. Idriss le amenaza. El perro se escapa con la cola entre las piernas. Idriss vuelve al camino. Se le hubiera debido perdonar todo esto. Esta ltima es cena le ha dolido ms que tod lo dems. Sabe que no recorrer a pie los ciento cin cuenta kilmetros que le separan de Bni Abbs. Nunca se camina durante mucho rato por una pista del desierto. Hay una legislacin de ayuda y amistad
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en las pistas del desierto. Idriss camina con el sol naciente a su derecha y un creciente de luna a la izquierda, sabiendo que dentro de un minuto, o de una hora, o cuando el sol reluzca con toda su silen ciosa clera por encima de su cabeza, ser recogido y transportado hacia su destino por algn vehculo cualquiera. Suea que podra ser un Land Rover conducido por una mujer rubia de esas que cap turan imgenes con una caja aunque esa vez sera al muchacho entero lo que ella tomara. Ya no ha bra ningn otro hombre sentado a su lado, por lo que Idriss sera para ella un compaero bienvenido. Acaso conviene a una mujer atravesar el desierto sola? Adems, ella se cansara enseguida de conducir su pesado coche, sobrecargado de toda la utilera para atravesar la pista, y pronto se sentira feliz al abandonar el volante a su joven compaero, quien se convertira de esta manera en el dueo del veh culo y el protector de la mujer. Y en sas estaba en medio de sus sueos cuando el lejano rugido de un motor le hizo dete nerse. Detrs de l se vea un punto negro sobre la pista, que provocaba una amplia nube de polvo. Detenerse supone pedir claramente si se puede subir al vehculo. Aqu se desconoce el gesto con el pulgar levantado de los autoestopistas europeos. Se espera y eso es todo. Idriss se para y espera. Y de repente se siente aterrorizado. Acaba de reconocer, transpi rando y resoplando, el viejo camin Renault de Salah Brahim. Su primera reaccin es la de escapar a todo correr por la pista. Pero el chfer le ha reconocido con toda seguridad y esa fuga sera con traria a su dignidad. Vuelve por tanto a caminar dando obstinadamente la espalda al camin, afir mando as que no es candidato para ser recogido, que no pide nada a ese conductor bocazas que tan
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malvolamente le ha ridiculizado. Y si a pesar de iodo el camin se para, ser l, Salah Brahim, quien se ver en posicin de pedigeo. Idriss escucha el estrpito creciente del viejo cacharro que se acerca. Tiene que hacer un esfuerzo para no volver la cabeza. No puede impedir el arri marse un poco a la derecha, pues no resulta nada tranquilizador or al monstruo rodar cuesta abajo con todas sus chapas, cadenas, ejes y pistones a sus espaldas. Se parar Salah Brahim? No. Idriss ve a su izquierda el hocico humeante de la bestia que le pasa, la masa ferruginosa y tintineante que le dobla y enseguida se ve asifixiado por una nube de polvo. Tiene tiempo de ver la cubierta trasera que desapa rece enseguida. Y de repente, el ruido se para. El polvo se desvanece. El camin se ha detenido. La ventanilla de la izquierda est abierta, y por ella sale la cabeza guasona de Salah Brahim, y despus sus brazos desnudos y tatuados, su torso velludo en vuelto en un jersey caqui del ejrcito. Eh, y yo que me preguntaba quin sera ese peatn tan orgulloso que me daba la espalda! Pero si es Idriss! Entonces, as, te vas al norte? Ya lo ves admiti Idriss sin calor al guno. No te pregunto a dnde vas ni por qu. Ya conoces mi discrecin. Eso no me concierne. Y lo que no me concierte es sagrado para m. Cmo podra hacer si no fuera as para cumplir con mi trabajo, eh, transportar todo ese correo y todos esos paquetes? Pero supongamos que, tal como te veo, diriges tus pasos hacia Bni Abbs no? En ese caso sera demasiado idiota no aprovechar el camin de Salah Brahim no? Y diciendo esto, ha abierto la portezuela de recha y de golpe se echa para atrs hacia su asiento
de conductor. A Idriss ya no le queda sino montar a disgusto. Despus de todo, l no ha pedido nada. El chfer parece estar de buenas. Habr que ad mitir que tiene remordimientos por la broma de la foto del asno, o bien quiere gastarle de nuevo otra? No puedo pararme mucho rato explica mientras embraga. Cuando rueda al ralent, el motor se calienta. Y si lo paro nadie puede decir si volver a marchar. Ya ves, los hay que hablan de jubilarse. Yo me jubilar cuando mi camin me deje tirado. Una jubilacin forzosa, pues no veo cmo podra reemplazar mi camin. Pero tambin me pregunto qu va a pasar con toda esa gente de Tabelbala cuando Salah Brahim ya no venga ms. Es verdad que entonces quiz ya no habr nadie en Tabelbala. Hoy te vas t. El mes pasado fue a tu primo Al al que transport. Tres meses antes recog a otros cuatro que caminaban por la pista, como t, hacia el norte. Los hay que se preguntan cundo va a cesar esta huida. Y yo lo que digo: esto terminar cuando ya no haya en el oasis ms que viejos y viejas. T me dirs: qu puede hacer un joven en Tabelbala? No hay cine, ni televisin, ni siquiera bailes. Trabajo? Dtiles y cabras, eso es todo. En tonces no es extrao que los jvenes se vayan. Y advierte que nunca soy yo quien les hago salir del oasis. Oh, no, eso no! Salah Brahim no est loco! S muy bien lo que pensara la gente y lo que un da u otro me sucedera si tuviese la reputacin de sacar a los muchachos del oasis! Ya hay muchos a los que no les gusto nada. No, los jvenes se mar chan solos, sin m, por su propio pie. Tal vez des pus, aunque no siempre, paso con mi camin es coba y los recojo. Soy un hombre servicial qu quieres? Cuando voy de Tabelbala a Bni Abbs desde luego. Porque cuando vuelvo de Bni Abbs a
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Tabelbala, entonces no hay nadie que recoger en la pista. Tabelbala slo se vaca, no se llena jams! Idriss slo escuchaba a medias la verborrea de Salah Brahim, que se mezclaba con el estruendo del motor. Tres palabras, sin embargo, haban esta llado en su cabeza con irresistible seduccin: cine, baile y televisin. Aquellas palabras coloreaban con su mgica fosforescencia esa sensacin tan nueva y feliz de escapar a toda velocidad, sentado en un silln y a dos metros por encima de la pista. Nin gn camello podra hacer lo mismo! Y qu mara villa, la vida motorizada, moderna y automatizada! La tierra rojiza presentaba barrancas y corrimientos redondeados, parecidos a los relieves de una playa recientemente descubierta durante la marea baja. Y sin embargo, no haba cado una sola gota de agua desde haca aos, siglos tal vez. Idriss, que conoca este suelo, como su elemento natural, lo descubra bajo un nuevo aspecto gracias al camin. Aprenda que las placas de arena frenan brutalmente el veh culo, que los carriles lo desequilibran, que las rocas surgen a flor de piel en esta tierra con demonaca rapidez. Y fatalmente en esta ocasin fue la capa ondulada. Salah Brahim solt un taco, dio marcha atrs y aplast el acelerador. El vehculo, sometido de repente a esta nueva trepidacin forzosa, se dis par hacia adelante. Vibraron los ejes. Se sobresal taron todos los objetos que contena el camin. Salah Brahim e Idriss se miraron mientras castae teaban sus dientes. Hay que mantenerse por encima de los ochenta a la hora dijo el chfer o circular al paso. El viejo y cansado cacharro pareca ahora sobrevolar por encima de todo obstculo, y al ace lerarse las vibraciones todo se converta en un tem
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martilleo del sol en la cumbre de su curva. Salah e Idriss se callaron durante un largo rato, un poco entontecidos y hasta semiinconscientes por haber escapado milagrosamente de aquel horno. La apa ricin de un oasis fantasma vino a incrementar esa tristeza que otorga a un paisaje el exceso de luz o la ausencia de sombra. Tras una fila de palmeras corrompidas y putrefactas se distinguan los muros y las paredes, algn corral demolido y la cpula blanca de un pequeo marab. Y ya ves, aqu gru Salah Brahim slo los muertos estn en su casa. En ocasiones me pregunto si Tabelbala no habr dejado de existir dentro de algunos aos. Fue preciso aminorar la velocidad al atrave sar una zona de arena blanca, que deslumbraba como la nieve. Me dijeron que en el este, en las cercanas del oued, la arena sigue siendo as de blanca. Entre nosotros suele ser amarilla. Me gusta ms as. Esa arena blanca perjudica al camin, y adems hace dao a los ojos. El vehculo derrapaba y patinaba de izquier da a derecha como si marchara sobre hielo. Salah Brahim murmur un juramento. Un hombre estaba inmvil y de pie al lado de la pista. No haca un solo gesto pero toda su actitud indicaba suficiente mente que esperaba al camin. Idriss sinti que Salah Brahim aceleraba, y efectivamente pasaron a toda velocidad al lado del peatn. Pero fue para aminorar enseguida y detenerse despus. Inclinado Dor la ventanilla Idriss vio al hombre adelantarse lacia el camin. Estaba a una decena de metros cuando Salah Brahim embrag y volvi a poner en marcha el camin. El vehculo se estremeci y tom velocidad, distancindose del hombre que atenu su
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marcha y termin por detenerse. A su vez, el ca min aminor su velocidad y se detuvo. El hombre volvi a correr para alcanzarlo. Salah Brahim em brag y volvi a partir a toda velocidad. Descon certado, el hombre par de correr y camin con un paso pese a todo bastante rpido a lo largo del borde de la pista. De nuevo el camin aminor su veloci dad y se detuvo. Por qu haces eso? pregunt Idriss. Tengo que recogerlo, es la ley dijo pero no me gusta. Por tanto, le hago sufrir. Cmo se llama? No lo s. Entonces no lo conoces? A l no. Pero es un Toubou1 Idriss no pregunt nada ms. Si bien nunca haba visto ningn Toubou en Tabelbala, conoca sin embargo la execrable reputacin de aquellos n madas negros del Tibesti, a quienes la sedentarizacin haba diezmado, dispersado y transformado en vagabundos y aventureros del desierto. Se les pen saba perezosos aunque incansables, borrachos y co milones, pero de una sobrehumana sobriedad en sus taciturnos desplazamientos por el desierto, mas tambin mitmanos en cuanto pronunciaban una sola palabra, salvajemente solitarios aunque ladro nes, violadores y asesinos en cuanto se encontraban en comunidad. Todo ello se reflejaba en aquel ros tro duro y de mirada ardiente que enmarc la ven tanilla del camin. Salah Brahim atrajo violenta mente a Idriss hacia l para hacer un poco de sitio al recin venido. Despus el camin volvi a tomar velocidad, aunque el conductor se encerr desde
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entonces en un silencio hostil. Hubo un trecho re pleto de guijarros y fue preciso aminorar la marcha para preservar los neumticos. Despus, toda huella de la pista desapareci y el camin torci por com pleto hacia el este, pues la carretera asfaltada que iba de Adrar a Bni Abbs ya no poda estar lejos. En efecto apareci una hora despus, y el camin se introdujo en ella, hacia la izquierda, en direccin hacia el norte, y pudo emprender una regular velo cidad de crucero que pareci a Idriss bastante em briagadora. Haban debido adelantar un centenar de ki lmetros cuando el Toubou rompi repentinamente el silencio. Pronunci algunas palabras en un dia lecto ronco del que, sin embargo, Idriss adivin el sentido. Qu dice? pregunt Salah Brahim. Dice que la carretera est cortada trans miti Idriss. Evidentemente gru Salah Brahim. Ha advertido que desde que rodamos por la carre tera no hemos cruzado un solo vehculo. Es algo completamente anormal. Y qu ha cortado la carretera? pregun t Idriss. Oh, no hay ms que una posibilidad: el oued Sahura. Lleva corriente un promedio de una vez al ao. Todava nos queda un cuarto de hora hbil. Despus que Al nos proteja! En efecto, veinte kilmetros despus, la carretera descenda hacia una especie de pequeo valle y se hunda en un torrente que arrastraba aguas tumultuosas y de color chocolate. El camin tuvo que detenerse detrs de una columna de vehculos inmovilizados. A un centenar de metros, al otro lado del oued, se vea otra columna semejante,
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igualmente inmvil. Como no haba puente alguno, la carretera atravesaba el oued por un solado de cemento de una treintena de centmetros de altura. Casi siempre, el paso se haca en seco. Pero ese da, como una tempestad haba estallado algunos kil metros ms arriba, sus aguas se precipitaban sobre la calzada sin que se pudiera calcular exactamente su profundidad. Y eso poda durar tanto dos horas como dos das. Los tres hombres saltaron del veh culo y descendieron para juntarse con un grupo que charlaba al borde de la torrentera. La pregunta ms importante era la de saber si un vehculo tendra alguna oportunidad para atravesar hacia la otra ori lla, teniendo en cuenta la profundidad y la violencia del torrente. Haba que temer al limo depositado sobre el solado, que lo haba convertido en una pista deslizante, as como el grado de inmersin del tubo de escape, que fatalmente podra provocar la parada del motor. Un muchacho joven se remang la chi laba y se adelant hacia la corriente, apoyndose en un bastn. Dio algunos pasos y regres rpidamente a la orilla. Sus piernas estaban cubiertas de heridas. Pues tambin haba otro problema: las piedras arrastradas a toda velocidad por el torrente. Un poco ms all, un grupo de gente traba jaba en torno a un Dodge cargado de fardos de lana. El conductor acababa de adaptar un conducto de caucho al final del tubo de escape, ligndole a un adral, lo suficientemente alto como para que no le alcanzara el agua. Salt sobre su asiento y dio varios bocinazos para atraer la atencin general. Despus empez a bajar la pendiente, y las ruedas delanteras del Dodge se hundieron en el torrente legamoso. En un principio, la empresa pareci triunfar, pues pareca que las aguas no sobrepasaban por encima de las ruedas, ni amenazaban los rganos vitales del
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motor. Salpicado de manchas oscuras, el pesado vehculo avanzaba balancendose. Casi haba ya re corrido un tercio de la travesa cuando se puso en evidencia que se desviaba de la lnea recta. Ceda a la presin de la corriente que lo empujaba hacia la izquierda sobre el fondo resbaladizo, o acaso el conductor tena confundida la visin por el torrente que desfilaba ante su parabrisas a velocidad vertigi nosa? Ahora se vea obligado a rodar por el extremo izquierdo de la invisible ruta. Despus se inclin de repente hacia la izquierda, primero la parte delan tera y luego la trasera. Y el Dodge bascul lenta mente y se acost entre las aguas oscuras. Las rue das ya no se apoyaban en la calzada. Ya no deba haber ms de un metro de fondo. El conductor sali oor la ventanilla derecha y empez a caminar sobre a carga de fardos de lana, haciendo grandes gestos desesperados. Salah Brahim e Idriss volvieron a subir al Renault. El Toubou haba desaparecido. No s lo que est maquinando gru Salah Brahim pero conociendo como conozco a esa gente, mucho me sorprendera que se quedase ms tiempo esperando a este lado del oued. Nada detiene nunca demasiado tiempo a un Toubou. Se sent, coloc sus manos en las rodillas y mir con aire lgubre la parte trasera del vehculo detenido ante el camin. Quieres que te diga una cosa? Pues bien, si le preguntases dnde va y lo que piensa hacer no te respondera. O bien inventara una historia inve rosmil. Pues en verdad, o no sabe dnde va o no tiene intencin de hacer nada. Eso es un Toubou, se desplazan por principio, sin objeto ni motivo alguno. Ah, el vagabundeo absoluto! Se call para observar un grueso Toyota
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todo terreno que descenda hacia el oued. Se detuvo, y el Toubou baj de l. A Salah Brahim no le ex tra orle explicar que el Toyota poda atravesar merced a sus cuatro ruedas de traccin independien te y a su tubo de escape alzado, y que haba con vencido al conductor para que remolcase el camin Renault. Uniendo el gesto a la palabra, blanda un cable metlico de remolque provisto de un amorti guador de muelle. Salah Brahim se levant, incrdulo y sin em bargo dcil. Las palabras con el conductor del To yota que era ingls se limitaron al mnimo, pero confirmaron las afirmaciones del Toubou. Cmo haba podido aquel diablo de hombre combinar aquella solucin, y sobre todo, por qu lo haba hecho? Slo quedaba sujetar el cable en la delantera del Renault y en la trasera del Toyota, y dejar deslizarse a ambos vehculos hacia el oued. El Tou bou se qued a bordo del Toyota. Potente y pesado como un tanque, franque el oued haciendo brotar surtidores de agua y barro. Salah Brahim, obligado a seguirle, echaba pestes contra aquel maldito ingls, que no tena necesidad de rodar tan rpido, sobre todo porque los remolinos causados por el Toyota golpeaban en oleadas furiosas la parte delantera y hasta el parabrisas del Renault. Cuando hicieron pie en la orilla derecha del oued, ambos vehculos pa recan dos relucientes bloques de barro. Les rodea ron. Hubo que responder a las preguntas, a los empujones, a las felicitaciones. Les ayudaron a lavar el parabrisas. Entre todo aquel jaleo, Idriss fue el nico en advertir a un hombre solitario que se ale jaba por el camino con paso tranquilo y ligero, el Toubou. Salah Brahim y el ingls se estrecharon la mano y los dos vehculos emprendieron la direccin
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de Bni Abbs, pronto separados por la superior velocidad del Toyota. Slo una hora ms tarde Salah Brahim se inquiet por la suerte del Toubou. Crees que se ha quedado con el ingls? pregunt. No respondi Idriss, le he visto mar charse a pie por el desierto. Salah Brahim reflexion un instante y de repente fren y detuvo su vehculo. Abri la guan tera y sac una vieja y gruesa cartera. Maldito cabrn! Se ha ido con mi dine ro! Cunto? No lo s exactamente. Pero lo menos mil doscientos dinares. No ha perdido el da! Tambin nos ha hecho ganar tiempo le defendi Idriss. Caro ha sido el paso del oued! Salah Brahim ya no despeg los labios hasta las primeras casas de Bni Abbs. Y no tuvo ni siquiera el gusto de mostrar a su joven acompaante los secretos de la ciudad. Dos gendarmes motoriza dos apostados al borde de la carretera les hicieron seales de pararse. Hagan el favor de seguirnos a la gendar mera. Los quinientos metros siguientes los hicie ron bajo escolta motorizada. En la gendarmera en contraron al ingls del Toyota. Haba presentado una denuncia: el compaero de Salah Brahim le haba robado un fajo de cinco mil dinares. Feliz mente, Salah Brahim era conocido en Bni Abbs. No tuvo ms que contar el encuentro con el Toubou y el robo del que l mismo haba sido objeto. El ingls admiti que Idriss no era el hombre que haba transportado en el Toyota. El jefe de la gendarmera
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se burl sin piedad de Salah Brahim. Es normal que un turista ingls se haga desvalijar por un Toubou. Pero l, un viejo zorro del desierto! Evidentemen te, haba habido la crecida en el oued Sahura pero tambin eso era el desierto! Cuando salieron de la gendarmera tras ha ber firmado el atestado, Salah Brahim descarg su clera sobre Idriss. Sin duda el muchacho era ino cente de toda aquella lamentable jornada, pero Salah Brahim lo haba recogido al borde de la carretera, lo mismo que hizo ms tarde con el Toubou, y eso creaba cierta afinidad entre los dos. Y despus, lo menos que poda decirse era que no le haba trado suerte. Un compaero as, ms vala evitarlo. Lo sabra en el futuro! Idriss pas la noche en el patio de una espe cie de granja arruinada del viejo Ksar situado en medio del palmeral. Vaciado de sus habitantes por la Legin Extranjera al principio de la guerra1, aquel poblado tradicional construido con adobes serva de refugio a la gente de paso antes de acabar de desa parecer. Con la cabeza hirviendo por las aventuras de su primera jornada de viaje, no poda conciliar el sueo entre los ronquidos de un hombre gordo y los gemidos de un beb pegado a su madre. No dejaba de volver a ver el rostro duro y astuto del Toubou, rodeado de un aura crapulosa que le pro porcionaba la habilidad con la que haba despojado, uno tras otro, al ingls y a Salah Brahim. En la imaginacin de Idriss, se una al recuerdo de Ibra him, pero todava con un mayor prestigio. La sole dad de la que se rodeaba el Toubou, como un halo oscuro, era todava ms salvaje que la del Chaamba. Ibrahim viva solo con su rebao de camellos la
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mayora del tiempo. Pero hablaba a su animale !S) y satisfaca sus necesidades, como ellos mismos le a_ mentaban. Tena relaciones humanas con los o\ros pastores y la gente del oasis. Pero el Toubou Apa reca en conflicto abierto o disimulado con to >cJ os sus semejantes. Idriss haba reprimidorpidam%nte el impulso de simpata que haba experimentado al ver al Toubou alejarse con su alado caminar desp )Us del paso del Sahura. No, aquel hombre no hub,era aceptado un compaero, o bien lo hubiese hec h0 por astucia solamente, con la intencin de robi arl e y abandonarle despus, vivo o muerto. Era una fiera. No, no era una fiera. Ningn animal se com porta con tanta indiferencia hostil hacia sus se me. jantes. Slo un hombre es capaz de eso. Slq un hombre... Slo un hombre. Idriss acab por (Jormirse viendo mezclarse en su sueo los rostros Ibrahim y del Toubou.
Le haban hablado de un mar de arena Idriss nunca haba visto el mar, pero una vez v uvo de l una imagen perfectamente fiel, al tropez al final de una callejuela con la gran dunaque ascerl(J a? dorada y virgen, hasta el cielo. Una colina de c ien metros de altura por lo menos, suave y perft cta_ mente intacta, sin cesar acariciada y remodelada pQr el viento, anunciando as, como su primera ol a? e[ inmenso ocano del Gran Erg occidental. No p udo contenerse, y se arroj al asalto de aquella monta a inestable y tierna, que se desmoronaba bajo susp es en cascadas rubias, y en cuyo flanese acost$ un momento para recobrar el aliento. Sin embarga }a escalada no haba tenido nada de dura, y pron:0 se encontr a caballo sobre la cresta, una arista 4eu-
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rosamente dibujada que un suave estremecimiento provocado por el viento nunca dejaba de peinar y aguzar. Hacia el este se encrespaba hasta el infinito el espinazo de oro de otra infinidad de dunas, un mar de arena, s, pero inmvil y fijo, sin un navio. Dndose la vuelta, vea a sus pies las chozas cbicas, las cpulas y terrazas del poblado, y ms lejos, en declive, la pelambrera verde del palmeral. Un rumor de gritos, llamadas, ladridos y, de repente el canto del muezzin \ planeando sobre la comunidad, su ban hasta l como la nica prueba de la vida del oasis. Al volver bajar, comprob que la huella de sus pasos sobre el flanco de la primera duna se haba ya borrado, como absorbida, digerida por la densi dad de la arena. La duna estaba de nuevo virgen e intacta, como en el primer da de la creacin. Se pregunt por qu milagro aquella masa de arena Manda, constantemente trabajada por el viento, no invada las calles ni cubra las casas. Pero no, pru dentemente, siempre se detena al pie de un pequeo muro de unos pocos centmetros de altura que li mitaba el poblado. Sus pasos le condujeron a los alrededores del hotel Rym, suntuosa residencia construida por el arquitecto Fernand Pouillon, con piscina, tenis y terraza dominando el palmeral. En aquella hora to dava matinal un carrusel de vehculos y motos de todas las marcas y nacionalidades daba vueltas en todas las entradas. Idriss se detuvo, absorto por tanto lujo e interesado por la variedad de los veh culos. Entrevea el principio de la terraza, provisto de parasoles rojos, bajo los cuales algunas parejas tomaban alegremente el desayuno. Haba algunos
Funcionario religioso de una mezquita, cuya funcin principal es la de llamar a los fieles a la oracin.
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hombres barbudos con cazadoras azules, soldados en uniforme caqui, algunos nios que se perseguan pitando alrededor de las mesas, pero sobre todo muchas mujeres, de las que una de ellas, rubia y de hablar sonoro, se pareca aunque sin igualarla .1 la del Land Rover. Eh, t, el de abajo! No tienes nada que hacer aqu. Vete ms lejos! Un empleado negro que acababa de llevar las maletas y los bolsos de una familia que se marchaba, apostrof a Idriss y le sac de su contemplacin. Kra la primera vez que le hablaban en ese tono. Le invadi cierta extraeza, no porque no comprendie ra, sino al contrario, porque descubra de repente con luminosa claridad su propio lugar en aquella sociedad tan nueva para l. No slo no perteneca a la categora de los clientes del hotel, sino que el personal tena derecho a detenerle y expulsarle. Se alej mientras rumiaba aquella verdad esencial y evidente, pero que unos minutos antes ni siquiera sospechaba. Atraves la ciudad mientras sus ojos se lle naban de cafs, tiendas de ultramarinos, peluque ras, puestos de artesanos, amontonamientos de ver duras, rastreado por los perros, rechazado por el trfico de los coches, a la vez maravillado y maltre cho, manteniendo an en sus odos la interpelacin del negro del hotel Rym: t no tienes nada que hacer aqu, vete un poco ms lejos. Descubri la piscina municipal alimentada por una fuente mine ral desbordante, y tapiada por una red de glicinias y buganvilias. Algunos muchachos se lanzaban al a^ua y se perseguan entre risas y exclamaciones. Despus del hotel Rym, apareca otra imagen del paraso, una imagen de frescura, de feliz desnudez, de jornadas gratuitas. Se sent al pie de una palmera
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para contemplar mejor aquel cuadro. Uno de los adolescentes, reluciente como un pez, pas cerca de l. Su mirada alegre le roz, mientras le alcanzaban algunas gotas. Idriss no se movi. En efecto, era un cuadro lo que observaba, una escena cerrada a la que no tena acceso. Lleno de polvo y hambriento, fatigado ya cuando apenas terminaba la maana, ya no era el hermano de aquellos muchachos, que sin embargo eran de su misma edad, que se debatan gritando de alegra entre las aguas verdes de la pis cina y las uvas malvas suspendidas sobre sus cabe zas. Pequeo pjaro migratorio venido del sur, em barcado en una aventura incierta que nada podra retrasar, Idriss permaneca posado all, como un ave de paso. Reanud su vagabundeo, baj por una calle juela, se detuvo ante el puesto de un confitero que dormitaba sobre una silla y que le ofreci un pastel de miel tras haber comprobado que no robaba nada. Se acercaba al gran palmeral cuando se encontr ante la puerta del museo sahariano una dependencia del Laboratorio de las zonas ridas, mantenido por el CNRS francs1. La entrada costaba dos dinares, suma excesiva para el dbil peculio que llevaba. Se dispona a volver a bajar hacia el palmeral cuando un gran autobs con aire acondicionado se detuvo ante el museo. Se abrieron las puertas delanteras y traseras y los turistas comenzaron a bajar y a dis persarse al exterior. Se trataba de un viaje organi zado para hombres y mujeres de la tercera edad, y aquel conjunto de espaldas encorvadas, cabellos blancos y dedos secos aferrados a sus bastones cau saba un extrao efecto. El gua pareca un novato a su lado y pona en su papel de animador un empuje
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juvenil demasiado forzado. Entre las risas de otros viajeros ofreca el brazo con aire de galantera bu fonesca a una viejecita de aspecto spero y amane rado. Se adverta que se trataba de una broma que duraba desde el principio del viaje. Mezclndose con el grupo, Idriss se encontr en la primera sala del museo, poblada de escaparates y animales dise cados. El gua haca grandes gestos y corra de un lado a otro recitando su perorata y sus bromas con acento de charlatn. Una pequea corte de fieles le rodeaba puntuando sus frases con risas entusiastas. El resto de los visitantes se haba dispersado por las otras salas y por el jardn del museo. Idriss escu chaba con atencin un discurso en el que todas las frases y cada una de las palabras le afectaba. Ustedes estn aqu, seoras y seores, y hasta usted, seorita, para descubrir los secretos del desierto y los encantos del Sahara. Como podrn comprobar, el desierto no est tan desierto como se dice, ya que est poblado por todos los animales disecados que nos rodean. Disecados, desde luego, pues los animales vivos es preciso decirlo, han de saparecido todos, vctimas no tanto de los rigores del clima como de la maldad de los hombres. Este es el caso sobre todo de la graciosa gacela y del avestruz de renombradas capacidades digestivas. Ese es tambin el caso del musmn, del fenec, del gatopardo y del puercoespn. Y slo como tpico cito el caso del len, ese rey del desierto cuyo lti mo ejemplar fue muerto, como todos sabemos, por Tartarn de Tarascn. Por el contrario, he aqu, en su jaula, al modesto jerbo. El jerbo es como us tedes pueden comprobar el producto extremada mente miniaturizado del cruce entre el canguro aus traliano y el jumento de la Auvernia. A los aficio nados a los seres viscosos y reptiles podemos ofre
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cerles el lagarto, el varano y el estinco, tambin llamado pez de las arenas. Pero nada iguala a la langosta, tan deliciosa frita en aceite como en mer melada de miel. Un anciano levant tmidamente un dedo de escolar. Con la mirada chispeante, quera saber si el pez de las arenas se pesca con mosca o con gusano. Excelente pregunta! exclam el gua. Sepan pues que los nios de los oasis los cazan a mano, ni ms ni menos que las truchas en los torrentes de montaa. Los comen asados en un fuego de lea. Pero tambin hacen de ellos verda deros animales domsticos, con los que juegan y a los que enganchan sus pequeos vehculos. Se desplaz hacia el centro de las vitrinas, seguido del pequeo grupo de fieles entre los que se haba mezclado Idriss. En un rincn haban re constituido lo que una pancarta denominada El rea alimenticia del habitat sahariano. Vean aqu entonces la cocina-comedor del habitante de los oasis seal el gua. Utensilios de cocina: el almirez y el majadero de madera de acacia, gracias a los cuales se reducen a polvo los dtiles, las zanahorias, la alhea y la mirra. La mujer que ha terminado el majado debe dejar el majadero en el almirez para que el utensilio se alimente tam bin tras el trabajo que acaba de proporcionar. He aqu el cedazo, el molino de lumaquela y el harnero para las semillas. Y tambin el gran plato para ha cerlo todo. Aqu se amasan el pan y las galletas. Los cntaros para la leche, los pellejos para el agua, las calabazas vacas para los quesos, la mantequilla clara y la grasa de manteca. Idriss abra los ojos como platos. Todos aquellos objetos, de una limpieza irreal, fijos en su esencia eterna, intangibles y momificados, haban
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rodeado toda su infancia y su adolescencia. Haca menos de cuarenta y ocho horas que l mismo haba estado comiendo en ese plato, o mirando a su madre manejar ese molinillo. No veo ni cuchara ni tenedor se extra una anciana. Eso es, seora, porque el habitante de los oasis, como nuestro antepasado Adn, come con los dedos. No le da vergenza alguna. Cada cual toma con su mano derecha un pequeo puado de ali mento, lo refugia en la mano izquierda, lo redondea como una albndiga, y despus, con el pulgar de la mano derecha, lo empuja hasta la punta de los dedos para llevrselo a la boca. Imit la operacin, seguido por algunos tu ristas cuya torpeza provoc la hilaridad de los de ms. Pero no crean ustedes que el habitante del oasis carezca por ello de civilizacin. En el Sahara se conocen las reglas elementales de la cortesa. An tes de cada comida hay que lavarse las manos y nunca en un agua estancada, sino en una fuente a ser posible o bajo el chorro de un cntaro mante nido por otra persona. Y del mismo modo hay que invocar la bendicin de Al. Nunca se bebe al co mer, sino despus del plato principal. El agua y el suero circulan entonces hacia la derecha, y conviene ofrecer las dos manos para coger el cntaro o la jarra de la leche. No hay que beber de pie. Si uno est de pie, tiene que hincar una rodilla en tierra para beber. Tampoco se debe compartir un huevo. Idriss escuchaba asombrado. Esas reglas de la vida cotidiana las conoca por la sencilla razn de haberlas practicado desde siempre, pero de una ma nera espontnea y sin que nunca nadie se las hubiera formulado como tales. El orlas de boca de un fran cs, confundido en un grupo de turistas de cabellos
blancos, le daba una especie de vrtigo. Tena la impresin de que estaba siendo arrancado de s mis mo, como si su alma abandonara de repente su propio cuerpo, y le mirase desde afuera con estupor. El gua, al concluir, provoc la risa general. Y la sana jerarqua debe ser siempre res>etada: los mejores trozos van para los hombres, y os menos buenos para las mujeres y los nios. Al final, se detuvieron ante un armario en cristalado donde se exponan las joyas y los amu letos. Es intil, seoras y seores, buscar aqu la cabeza de perro, la silueta del camello, o el escara bajo, o menos todava los tpicos del hombre y la mujer. No, las joyas saharianas no representan nada. Slo son formas abstractas, geomtricas, que tienen valor como signos, no como imgenes. He aqu, en plata maciza, cruces, medias lunas, estrellas y rosetones. He aqu los broches, pendientes y ani llos de cuerno de cabra. Los aros de tobillo, o tobilleras, deben impedir a los demonios de la tierra que suban a lo largo de las piernas para invadir el cuerpo entero. Las joyas menos preciosas no son sino conchas. Las ms valiosas son de oro, pero ustedes no las podrn ver en este museo. Sin duda, las robaron hace ya tiempo. Cuando los visitantes comenzaron a alejarse, Idriss se acerc al armario. Aquellas joyas de plata las haba visto sobre su madre, en sus tas, en mu chas otras mujeres de Tabelbala. Algunas fotogra fas mostraban rostros cubiertos con las rituales pin turas faciales, sobre los que Idriss casi hubiera po dido colocar algunos nombres familiares. Y al final, al apartarse de la vitrina, vio aparecer un reflejo, una cabeza con cabellos negros y exuberantes, con el rostro delgado, vulnerable e inquieto, el suyo propio, presente de aquella evanescente manera en aquel Sahara disecado.
De Bni Abbs hay que contar doscientos cuarenta kilmetros sobre una hermosa carretera asfaltada donde no hay, sin embargo, abastecimien to de agua o gasolina. Idriss encontr un hueco por aadidura en un taxi fletado por cinco comerciantes mozabitas1. Slo por economay porque viajaban sin mujeres admitieron al muchacho entre ellos. Todos ellos comerciantes de ultramarinos, recono cibles por sus caras anchas, amarillas y blandas, con gafas de cristales oscuros que les daban un aspecto Irgil y subrepticio, probablemente muy ricos y propietarios de una opulenta mansin en los jardi nes de Ghardaia, aparentando ignorar a Idriss du rante las cinco horas que duraba el viaje. Intercam biaban con seriedad algunos escasos propsitos, se parados por largos silencios meditativos sobre la subida del precio de las pasas de Corinto, el hun dimiento del dtil, la explosin del nspero, y en ocasiones bajaban tristemente los ojos y se miraban .1 las manos, rodeadas por un rosario de bano. Al escucharlos, Idriss entrevea todo un horizonte de almacenes, supermercados, depsitos, navios y aviones de carga, un vaivn de riquezas inmensas,
rabes de la regin de Mzab, oasis del sur de Argelia, musulmanes cismticos y afamados comerciantes.
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96 pero convertidas, al pasar por estos hombres, en v | impalpables, incoloras, inodoras e inspidas, ya que se ven reducidas a cifras, signos y figuras abstractas. La austeridad y discreta melancola de los cinco viajeros era la opulencia sometida a la sobriedad, los beneficios comerciales bendecidos por el desinters, el xito sobre la tierra perseguida slo como una prueba de conformidad con los mandamientos del cielo. Idriss tena que acordarse de aquella breve y amarga leccin de dominio de las cosas que ejercen los puritanos del desierto. Sin embargo, aquellos hombres graves y des pectivos no le ignoraban tanto como pareca, y ha ran un gesto por l antes de separarse. Se encon traban al borde de la carretera y acababan de pagar al conductor del taxi, cuando el de mayor edad se volvi hacia Idriss. He credo entender que vas a Marsella le dijo. Si no tienes dnde alojarte dirgete de mi parte a Yusef Baghabagha, que tiene el hotel Radio en el nmero 10 de la calle Parmentier. Pero lleva mi recomendacin. No acepta ms que a los mozabitas y sus amigos. Garrapate sobre un carnet dicho nombre, su direccin y una frase de recomendacin, y le dio a Idriss la pgina arrancada.
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Para un europeo, no hay nada menos pinto resco que Bchar: casas de viviendas protegidas, cuarteles, escuelas, una central elctrica, y edificios administrativos tanto ms numerosos cuanto que esta cabeza de partido de menos de cincuenta mil habitantes est considerada como la ltima ciudad digna de tal nombre antes del desierto. Para Idriss
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I ne el descubrimiento de un nuevo planeta. Los escaparates, las carniceras y hasta un embrin de supermercado le deslumbraron. Pero fue sobre todo el trfico automovilstico lo que le emborrach, y permaneci durante un largo rato observando la gesticulacin de un agente que controlaba la circu lacin. Habiendo descubierto la estacin, ya no pudo alejarse de ella. Cada llegada o salida de un tren le chocaba como un acontecimiento memora ble. Lament que le hubieran aconsejado formal mente que tomase ms bien el autobs para ir a Orn, y pas la noche sobre un banco de la sala de espera, acunado por el estruendo intermitente de los trenes de mercancas. No pudo dormirse hasta las primeras luces del da. Cuando, hacia las ocho de a maana, se present en la parada de autobuses de la SNTF 1, fue para enterarse de que el que iba a Orn haba salido a las seis de la maana, y que el siguiente no saldra hasta dos das despus a la mis ma hora. Tena dos das por delante. Se introdujo en un mercado cubierto, deam bul por entre un ddalo de callejuelas, y sali a plena luz ante una amplia avenida desierta y polvo rienta. Su disponibilidad se aada al hambre que le retorca el estmago, y flotaba en una felicidad le vemente nauseabunda. Pas por delante de la facha da coloreada de una tienda en la que bailaban estas letras: Mustaf, artista fotgrafo, cuando oy una msica y gritos que salan de su interior. La msica rayada evocaba un orientalismo de bazar. La voz declamaba con una grandilocuente autoridad: T eres el jeque, el sultn, el marajah. Eres orgulloso. Eres el gran macho dominador. T do minas. T reinas sobre un rebao de mujeres des
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nudas extendidas a tus pies. Clic-clac, se acab! Idriss se haba adelantado para descubrir el interior del estudio. Un teln de fondo simulaba muy ingenuamente un palacio oriental. En torno a un estanque provisto de un surtidor de agua, una pequea multitud de mujeres castamente desnudas cubra el suelo nutrido de cojines multicolores. Dis frazado de sultn oriental un joven adoptaba aires fachendosos. Mustaf, muy gordo, cubierto con una casqueta roja, detuvo el viejo fongrafo que sumi nistraba el ambiente sonoro. El joven empez a quitarse sus oropeles orientales. La foto estar maana por la tarde pro meti Mustaf. Son quince dinares. Advirti entonces la presencia de Idriss, pero, como era muy miope, le tom por un nuevo cliente. El seor viene para un retrato? Aqu, esto es el palacio del sueo. Mustaf, artista fotgrafo, le ofrece la realizacin de sus ms locas fantasas. Pero su obsequiosidad se acab en cuanto comprendi que Idriss no era un nuevo cliente. Qu haces t ah, espiando? Miraba. No tienes nada que mirar aqu. Vete un poco ms lejos. Vete un poco ms lejos... Idriss oa por se gunda vez esta intimacin. Pero no era eso preci samente ir un poco ms lejos lo que no dejaba de hacer? Busco trabajo para dos das dijo por si acaso. Qu sabes hacer? Ya me han hecho una foto. Una mujer rubia.
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Toma, pues! Una mujer rubia? Estara entonces enamorada de ti? No lo s. El joven reapareci vestido con un mono de chfer. Entonces hasta maana por la tarde, pasa r a recoger la foto. Mustaf ocult mal su contrariedad. No olvides los quince dinares gru. Iba a descargar sobre Idriss su mal humor cuando fue requerido por la llegada de una pareja tle turistas. Vuelto todo sonrisas, se precipit a su encuentro. f' Seoras y seores, aqu est Mustaf, ar- <. _ -r itista r iotograro, para realizar sus sueos. Y les arrastraba, un poco aturdidos, hacia el estudio, donde desplegaba los decorados. Vo/o [ Quiere usted explorar la selva virgen y .ifrontar las grandes fieras africanas? Quiere usted *, . escalar los macizos rocosos del Hoggar y cazar all {-'o sus guilas y musmones? O por el contrario desea o usted embarcar en un orgulloso velero para recorrer n * , el mar Mediterrneo? ' En cada ocasin desplegaba un teln inge nuo y chilln. El seor intent recobrarse. ( Basta, basta! Formamos parte, mi mujer v yo, de un grupo organizado que va a hacer un circuito sahariano: Timimn, El Golea, Ghardaia. Entonces aqu est se apresur Mustai.. Les puedo tomar sobre un fondo de dunas lloradas y palmeras verdeantes. T, ven por aqu! Ayudado por Idriss, colg de las vigas del lecho el descrito decorado sahariano. Despus, em pez a manipular en su aparato. El seor, empujado con su esposa delante del teln, intent sin embargo protestar.
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De todas maneras no hace falta demasia do ir al Sahara para hacerse retratar en un estudio delante de un decorado pintado representando el Sahara! Mustaf interrumpi sus preparativos y ade lant hacia l un dedo sabiamente levantado. Seor, eso es precisamente el acceso a la dimensin artstica! S, eso est bien, repiti con satisfaccin el acceso a la dimensin artstica. Cada cosa es trascendida por su representacin en imagen. Trascendida, eso est bien, s. El Sahara representado en este teln es el Sahara idealizado, y al mismo tiempo posedo por el artista. La dama le estaba escuchando extasiada. El seor fotgrafo tiene razn, Emile. Al retratarnos en este decorado nos idealiza. Es como si planesemos sobre las dunas. Eso es, esa es la palabra que conviene: planear, dominar. Voy a hacerles planear sobre las dunas. Pero el seor se obstinaba. De acuerdo, pero ya que el verdadero Sa hara est ah, sigo sin ver por qu tenemos que retratarnos en un estudio y delante de un Sahara pintado de engaifa. Mustaf saba ser conciliador. Querido seor, siempre es posible foto grafiarles a usted y a su seora mientras caminan sobre la arena y los guijarros. Eso es lo que se llama una foto de aficionado, una foto turstica. Pero yo soy un profesional. Soy un creador. Recreo el Sa hara en mi estudio, y al mismo tiempo les recreo a ustedes. Despus se volvi hacia su fongrafo, cuya manivela accion enrgicamente. La msica lngui da y azucarada hizo sobresaltarse al seor.
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En un mercado persa, de Ketelbey! Ya no faltaba ms que esto! Mientras tanto, Mustaf haba desaparecido hijo el trapo negro de su aparato. Por favor, seora y seor, coloqense en el centro del paisaje sahariano. Eso es, muy bien, el enfoque es perfecto. Sali a la luz, con el aire inspirado y solem ne. Y ahora, seora y seor, ha llegado el gran momento. Ustedes estn fascinados por la spera hermosura del paisaje desrtico. Reciben en todo su corazn la leccin de austeridad y grandeza que se eleva de estas piedras y de estas arenas. Sienten cmo les abandonan todos sus deseos mezquinos, sus mediocres preocupaciones y sus srdidas in quietudes. Estn ustedes purificados! A su pesar, el hombre y la mujer haban revestido un aspecto solemne. Esto me recuerda el da de nuestra boda, el discurso del alcalde o el del cura, ya no me acuerdo murmur la mujer. Y cuando Mustaf, inclinndose mucho les dio las gracias prometindoles que la foto, disponi ble desde el da siguiente por la maana, sera mag nfica y que les costara treinta dinares, se estreme cieron como si salieran de una sesin de espiritismo. Hay sin embargo algo que me intriga dijo el hombre antes de salir. A su disposicin. Si he entendido bien, la foto que acaba de hacernos ser en blanco y negro no? Desde luego, desde luego, nosotros, los profesionales, dejamos el color para los aficionados a los cromos. Bien. Pero entonces por qu diablos sus decorados estn pintados en color?
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La pregunta pareci coger a Mustaf por sorpresa. En color? repiti mirando su decorado sahariano como si lo viera por primera vez. Us ted quiere saber por qu utilizo decorados en color para hacer fotos en blanco y negro? Exactamente. Bueno, pues... para la inspiracin, claro est. Qu inspiracin? Pues la ma, claro est, y tambin la de mis clientes, pero sobre todo, por qu no, la de la m quina. La inspiracin de su mquina de retratar? Pues claro que s, mi mquina participa en la creacin, es necesario que ella tambin tenga su propio talento, pues qu se cree usted? Entonces, le enseo un paisaje en color. Lo ve, lo ama, y cuando lo reproduce, pues bien, de esos colores algo se transparenta en el blanco y negro. Comprende usted? No dijo el hombre con aire obstinado. Pues claro que s, Emile! intervino su mujer. El seor fotgrafo tiene razn: hace color con el blanco y negro. Oh, seor fotgrafo, no se enfade con mi marido, usted sabe, es tan poco poeta!
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Una vez solos, Mustaf empez a arreglar el estudio, ayudado por Idriss que quera hacerse til. Mustaf trabaj un rato en silencio, pero despus volvi a la conversacin que haba tenido antes con Idriss. Entonces, as como as una mujer rubia te retrat?
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S se apresur Idriss. Iba en un Land Rover que conduca un hombre. Y te gust la foto? No lo s. Todava no la he visto. Y te vas a Pars en busca de una mujer y de una foto? Cree usted que la encontrar? Oh, por lo que se refiere a eso, vas a encontrar en Pars muchas mujeres y muchas fotos! Ah, si yo tuviera tu edad! Pars, la ciudad luz! La ciudad imagen! Mujeres e imgenes por millones! Seguro que encontrars la tuya, desde luego. Lo que ya resulta menos evidente es que por eso vayas a ser ms feliz. Mientras hablaba, se entregaba a curiosas in vestigaciones. Con el ceo fruncido, registraba en su reserva de telones de fondo. Cuando por fin hubo encontrado lo que buscaba, desplaz un es pejo alto, que coloc en el lugar donde hubiera debido encontrarse el aparato fotogrfico. No es para una foto explic slo se trata de echar una ojeada. Y con aire misterioso despleg el decorado que haba elegido. Era un Pars nocturno, un pano rama bastante caprichoso, pues consegua reunir la torre Eiffel, la plaza de Ptoile y el Moulin Rouge con el aadido del Sena y Notre-Dame. Ven, ponte aqu! Encendi un foco. Mira! Ests en Pars, la ciudad-luz. Tie nes suerte! Qu te parece? Idriss no supo qu decir. Lo que vea en el espejo era una pequea silueta gris, vestida con unos pantalones vaqueros y una camisa, calzada con za patones militares y con una chilaba bordada sobre los hombros. Por detrs, centelleaba un paisaje azul
Cuando se present en la parada del autobs una hora antes de la salida, Idriss se asust al ver la cantidad de viajeros que le haban precedido. Fami lias enteras cargadas de nios pequeos haban pa sado visiblemente la noche all mismo, al lado de saquetes y fardos, de cajas de dtiles frescos y galinas vivas encerradas en jaulas que parecan mani ques de mimbre. Se sent sobre sus piernas, al lado de una vieja en apariencia tan aislada como l, y a la que su mentn, levantado hacia el cielo por la ausencia de dientes, confera un aspecto obstinado y hostil. Y all, pobre entre los pobres, hizo aquello mismo por lo que los pobres sienten una inagotable vocacin; esper paciente e inmvil. La oleada de satisfaccin que levant en aquella multitud la llegada del autobs fue de corta duracin. Pues en efecto, inesperadamente ya estaba lleno. De dnde venan entonces todos aquellos ladrones de plazas que se instalaban sobre los asien tos y obstaculizaban el pasillo con sus equipajes? Sigui una larga y lenta operacin de absorcin por parte del autobs de toda aquella humanidad hu milde y obstinada, tanto ms cargada de mil objetos cuanto ms desprovista y miserable era. Un cuarto de hora despus, todo el mundo haba encontrado un lugar en el interior, y sobre la baca, la pirmide de fardos y maletas llegaba hasta las estrellas. El
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autobs arranc, con las luces encendidas y se dirigi a bocinazos hacia la plaza de Si Kouider que atraves para dirigirse a la carretera de Oujda. Los hombres, las mujeres y los nios amontonados en el interior intentaron en primer lugar el mejor apro vechamiento del exiguo espacio que a cada uno le haba tocado en suerte. Hubo algunas protestas, risas, arreglos, y despus, cuando cada cual haba ya acomodado su agujero, todo cay en un paciente silencio. Muchos se durmieron. Idriss se encontr cerca de una ventana, al lado de la vieja desdentada. Ella era pequea, ligera y sin hijos, en resumen una buena vecina. Pero no pareca muy dada a entablar conversacin. De cuando en cuando, Idriss se apar taba de la oscura ventana y echaba una ojeada hacia la mujer. Pero ella, con el rostro duro y cerrado, no se mova ms que una estatua. Como los de una serpiente, sus ojos no parpadeaban jams. Las primeras luces del alba, y despus unos plidos rayos de sol, provocaron algn revuelo en el autobs. Se abran los cestos. Algunos bebs des pertados lloriqueaban. Aparecieron los biberones. El aire se llen de un fuerte olor a naranjas peladas. Idriss miraba a travs de un cristal parcialmente cubierto de vaho, por donde desfilaba un poblado casi siempre desierto. Cada vez que el autobs pa saba a un ciclista o a un borrico, haba un concierto de bocinazos que apenas podan orse. Cuando vol vi la cabeza en direccin a la vieja, tuvo la sorpresa de ver que le tenda una naranja con la mano iz quierda. Ella le miraba con sus ojos sin pestaas, pero ninguna sonrisa iluminaba su rostro huesudo. Idriss cogi la naranja, sac su navaja y la pel con cuidado. Despus le tendi los gajos uno a uno a la vieja, como si no hiciera ms que hacerle un favor esperado. Ella acept los dos primeros gajos, pero
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icchaz todos los dems indicando con un gesto que eran para l. Una hora despus, el autobs se detena al horde de un bosquecillo de eucaliptos, a algunos kilmetros de Ain Sefra. Los viajeros se dispersaron afuera, formando espontneamente dos grupos, de un lado las mujeres y los nios, y del otro los hombres y los adolescentes. Idriss se acerc instin tivamente a un pequeo corrillo en el que se hablaba y se rea con vivacidad, y que pareca observarle a l. Miradlo! deca un adolescente de su edad. El amigo de la vieja Lala Ramrez! Y todos estallaron en carcajadas. Idriss se les uni con aspecto de preguntar. Deberas tomar precauciones, t, ella no tiene la baraka,x es lo menos que puede decirse. Es sobre todo los que se acercan a ella quienes no tienen baraka. Pero despus, una vez que han muerto, ella se ocupa de ellos. Quin es Lala Ramrez? pregunt Idriss. Esa vieja bruja que no te quita los ojos de encima... Con su mal de ojo! ...Y que te da naranjas. A travs de las bromas y alusiones, Idriss acab por conocer la historia de la vieja. Primero, que haba sido muy rica, y que deba seguir sindolo parcialmente pese a su aspecto de pobreza. Despus, que siendo oriunda del sur un sur indetermina do haba sorbido el seso a un empresario orans de origen espaol, que se haba instalado en Bchar cuando la construccin de la ciudad moderna. La haba llevado a Orn para casarse con ella por lo
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cristiano, y la pareja, pronto rodeada de seis nios, haba vivido yendo y viniendo entre ambas ciudades sin cesar. Este ir y venir, Lala segua hacindolo pero ya sola desde haca varios aos. En efecto, la mala suerte se haba encarnizado con esta familia, llevndose primero al marido, y despus sucesiva mente a los seis hijos, para terminar con dos bebs ms que tambin haban conseguido nacer entre tantas calamidades. Todo se haba mezclado all, enfermedades, asesinatos, accidentes y suicidios, para no dejar al final en pie ms que a aquella vieja antepasada en el centro de nueve tumbas dispersas en diversos cementerios. Y era para visitar a sus muertos por lo que ella no dejaba de viajar, por lo que era ya muy conocida y temida en las estaciones y en las lneas de autobuses que sola frecuentar. Ahora ya ests advertido! -Me extraara que siguiera con ella. Quiz es que no le importa vivir? O tal vez que le atraen los muertos? No, no, esa es una pasin de vieja, no de jvenes. El conductor anunciaba ya la salida a bocinazos. Cada cual se esforz por reconstruir su agu jero individual. Idriss volvi a su sitio, a la izquierda de Lala Ramrez. Ahora ya saba quin era, y cu riosamente ella misma pareca mirarle con familia ridad creciente. Un poco despus, cuando todo el mundo almorzaba a su alrededor, ella sac de de bajo de su asiento un paquete oblongo envuelto en papel de peridico y se lo ofreci en silencio a Idriss. Era un trozo de pan en cuyo interior se haba introducido un merguez. Idriss vacil un instante, y despus comi vorazmente bajo la mirada inmvil de la vieja. Qu quera de l? Una segunda naranja sali como por ensalmo de su manga, y por cierto,
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despus del pan con merguez, aquello no poda ser rechazado. Idriss se dej ir enseguida a lo largo de su asiento, y mir las metamorfosis del campo. Ya no estaban en el desierto, ni mucho menos. No solamente los bosquecillos de acacias salpicaban la llanura, sino que a los campos cultivados sucedan las grandes granjas, con huertos y jardines, y el autobs no dejaba de aminorar y dar bocinazos para pasar a los tractores y las mquinas agrcolas. Atra vesaban una llanura cerealera cuya opulencia le asombraba. Al final aparecieron los primeros edifi cios de viviendas protegidas de los suburbios de Orn adornados con guirnaldas de ropa multicolor tendida a secar en los balcones. A veces, grupos de nios perturbados en sus juegos se arrojaban gri tando detrs del autobs. Pasaron a lo largo del centro administrativo y por la nueva mezquita des pus, para llegar por el bulevar Maata Mohammed El Habib hasta la plaza del Primero de Noviembre. El autobs se detuvo. Idriss volvi la cabeza hacia su vecina. La mirada de reptil se haba posado sobre l y por vez primera un esbozo de sonrisa pareca flotar sobre sus labios. La gente se desperezaba entre grandes ruidos, empujndose despus hacia la muerta del vehculo. Al salir, Idriss fue atrapado por a frescura del aire. Un cielo uniforme y gris se extenda sobre los inmuebles erizados de antenas de televisin, que le parecieron gigantescos. Entonces, esto era el norte? Un puado de plidos muchachos jugaba a lanzar un baln contra una fachada leprosa, y los impactos sonaban como puetazos. Flotaba en la atmsfera una brutalidad, una desolacin y una energa que heran y opriman el corazn. El chfer, inclinado sobre la baca, pasaba los paquetes y ma letas a los muchachos que los alineaban en la acera. Idriss posea la direccin de un hogar de emigrantes
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con una recomendacin para uno de los empleados. Se demoraba en aquel espectculo tan nuevo para l de aquella gran ciudad, cuando escuch un su surro cerca de su odo. Ismil, coge un taxi y llvame al cemente rio espaol. Era la vieja Lala. Al mismo tiempo, le tenda un billete de cincuenta dinares plegado en cuatro. Los taxis, atrados por la llegada del autobs, se sucedan en una fila regular. Idriss, domesticado por la extraeza del lugar, se meti en el ms cercano seguido por la vieja Lala. Ella fue quien dio la direccin: el cementerio de la iglesia de Saint Louis. Pero por qu le haba llamado Ismil? Se detuvie ron ante la iglesia desafectada desde haca varios aos, pero cuyo cementerio segua funcionando. Lala pareca haberse transformado. Es la iglesia del cardenal Jimnez de Cisneros, Gran Inquisidor bajo Carlos Quinto. Toda va pueden verse sus armas a la entrada del coro explic ella, en un sorprendente acceso de locua cidad. Despus, arrastr a Idriss por entre las capi llas funerarias y los monumentos pomposos y barrocos producto de la necrofilia espaola. Se pa raron ante un obelisco de mrmol negro, en cuya base lucan un nombre y una foto pesadamente enmarcados: Isma'il Ramrez 1940-1957. Idriss se inclin por encima de las gruesas cadenas que deli mitaban un rectngulo de grava gris, para observar la foto. Se trataba de un joven de su edad, tan moreno como l, cuyo rostro delgado expresaba una ansiosa espera, una vulnerable ternura, una apa rente debilidad capaz sin embargo de cualquier re sistencia. Se le pareca de verdad? Idriss careca de la facultad de juzgar, pues no tena sino una vaga
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idea de su propio rostro. Pero Lala, por su parte, pareca poseda por una inquebrantable certeza. Re corra con su mirada prsbita el deslizamiento de las cpulas y terrazas de la vieja ciudad, y ms lejos an el puerto con sus gras partidas en dos, sus muelles, los cargueros anclados cuyas luces empe zaban a brillar en el crepsculo. T eres Ismil dijo ella a Idriss, ponin dole la mano en el hombro. Por fin te he encon trado. Te quedas conmigo. Para siempre. Estoy sola, pero soy rica. Te adopto. A partir de ahora te llamas Ismil Ramrez. Idriss la miraba meneando silenciosamente la cabeza. Pero la vieja se negaba a verle. Ella miraba ahora fijamente uno de los inmuebles baados en la bruma del atardecer. Ves esa casa? aadi sealando hacia la villa con el mentn. Es ma. Tiene once habita ciones, tres terrazas, un patio en el que crece una higuera, cocinas en el stano y hasta una capilla cristiana. Voy a volver a abrirlo todo, a limpiarlo y renovarlo, para ti, Ismil, y celebraremos tu regreso yendo a anunciar la gran noticia a todos los muertos de la familia. Quin sabe si as no volvern ellos a su vez? Idriss segua diciendo que no con la cabeza. La locura de la vieja y su encarnizamiento, querien do hundirle en la piel de un muerto, le espantaba y le daba nuseas. Con un movimiento se desprendi de la mano ganchuda que le oprima el hombro y dio un paso atrs. No soy Ismil. Yo soy Idriss. Pasado ma ana me voy a trabajar a Francia. Despus volver, ms tarde quiz, ms tarde... Soaba con la foto de la mujer del Land Rover, pero se cuid mucho de hacer alusin alguna
a ella. Con la foto de Ismail ya bastaba por hoy! Y repeta, caminando hacia atrs, como cuando se quiere calmar a un nio o a un animal furioso: Ms tarde... tal vez... ms tarde... Despus ech a correr, sali del cementerio en busca del hogar del que le haban dado la direc cin.
El ferry Tipasa sala a las diez de la maana del da siguiente para llegar a Marsella un da des pus a las seis de la tarde. Idriss dispona de todo un da, pero tena que pasar a recoger su pasaporte en las oficinas de la O.N.A.M.O.1. Hizo la cola durante dos horas para or al final que le faltaban dos fotografas de identidad a su dossier. Le habla ron de una cabina automtica en la que por un diar obtendra las fotos necesarias. Busc durante un largo rato dicho objeto desconocido entre callejue las no menos desconocidas. Estaba bajo las arcadas de un inmueble donde se amontonaban los quinca lleros que vendan instrumentos de cocina sobre sus caballetes. La cabina, muy deteriorada, estaba ocu pada por dos muchachos que se peleaban en su interior haciendo muecas delante de la cmara. Al final se marcharon e Idriss pudo ocupar su sitio detrs de la cortinilla. Hubo unos estallidos de flash. Volvi a salir y examin el cajetn donde caan las fotos. Quedaba una: era la de uno de los muchachos bizqueando y sacando la lengua. Idriss esper un poco ms. Cayeron dos imgenes ms: eran las de
Hasta 1973, el Office National Algerien de la MaindOeuvre (ONAMO) canalizaba cada ao un promedio de treinta mil trabajadores argelinos a Francia (N. del A.).
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un hombre barbudo. Se mir largo rato en el espejo rajado de la cabina. Despus de todo acaso no haba tenido barba cuando sali de Tabelbala? Tam bin los barbudos tienen derecho a pasaporte. An le quedaba un descubrimiento impor tante por hacer. Se dirigi haca el mar. Le haban descrito las playas de arena dorada en las que vienen a romper las lmpidas olas. El mar se parecera a las dunas de arena que haba conocido en Tabelbala, y sobre todo a aquellas otras que haba visto reventar amarillas en Bni Abbs. Apresur el paso, bajando por la calle Rahmani Khaled hacia el puerto donde se vean ya los mstiles barnizados de las embarca ciones de placer. La marea baja haba descubierto una parte del muelle, que apareca negruzco y cu bierto de musgo pegajoso. Idriss se sent sobre la piedra, con los pies al ras de las aguas grumosas donde flotaban cestos de paja y botellas de plstico. Era esto, entonces! Los yates ms cercanos dor man inmviles sobre las aguas tornasoladas. Ms lejos, la superficie marina se extenda salpicada de embarcaciones amarradas hasta un cielo igualmente gris y plomizo, con el que llegaba a confundirse en el horizonte. Idriss se llen los ojos con aquel es pectculo triste y decepcionante. Y al mismo tiem po, descubra una nueva visin de su tierra natal. Por primera vez, pensaba en Tabelbala como en una identidad coherente y definida. S, la lejana acababa por fin de reunir en su memoria a su madre y su rebao, su casa y el palmeral, la plaza del mercado donde paraba el autobs de Salah Brahim, los ros tros de sus hermanos y de sus primas. Un sollozo seco vino a morir en su garganta. Se senta perdido, abandonado, rechazado ante aquel agua gris como el ms all. Ismil Ramrez, pronunci en voz baja. Acaso la vieja Lala, guardiana de los muertos,
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no le haba asignado un lugar en aquella ciudad fnebre? Maana se embarcaba en el enorme ferry rumbo a un destino desconocido. Era para escapar a la vida o para hundirse en el infinito? Desliz su dedo ndice bajo el cuello de su camisa y tir del hilo de su collar. Clida y suave, apareci la gota de oro. La coloc ante sus ojos, y la balance sobre el fondo plomizo del mar. Y oy en su memoria el canto misterioso de Zett Zobeida:
La liblula vibra en el agua El saltamontes rechina en la piedra La liblula libera el ardid de la muerte El saltamontes escribe el secreto de la vida.
Una leve ola vino a romper en el muelle y le salpic de los pies a la cabeza. Se llev una mano a la boca. Al menos en este punto no le haban engaado: Era salada. Salada, imbebible, estril...
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El espectculo de las motos, los coches y los grandes camiones hundindose en el vientre desme suradamente abierto del ferry atraa siempre a una misma multitud de ociosos y adolescentes. Los semirremolques sobre todo, por su longitud y su di fcil marcha atrs, daban lugar a maniobras laborio sas. Pero la cala del barco pareca dotada de una capacidad ilimitada. Entre los grandes camiones se deslizaban los coches de los turistas y los vehculos todo terreno parecidos al de la mujer rubia. Los papanatas rean de compasin y simpata cuando un dos caballos remendado saltaba con viveza para en contrar su lugar entre aquellos mastodontes. Los conductores y pasajeros no reaparecan al exterior;
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alcanzaban los puentes del barco por las escaleras que salan del garaje. Por fin, la fila de pasajeros fue admitida en la pasarela. Cada uno tena que llevar en la mano su billete y su pasaporte, este ltimo abierto por la pgina de la fotografa. El revisor ni siquiera advirti la extraa disimilitud entre Idriss y el barbudo cuyo retrato vena fijo con dos grapas en su pasaporte. Idriss ech una breve ojeada a las filas de butacas que amueblaban los dormitorios de la clase econmica, y atraves con otros viajeros el oratorio y el restaurante self-service para alcan zar el puente de atrs que dominaba el muelle. Una compacta y abigarrada muchedumbre se agitaba en l. Las familias que estaban en tierra hacan grandes gestos y lanzaban gritos a su pasajero sin posibi lidad alguna de hacerse or. Era una extraa y qui mrica red de comunicaciones que intentaba en vano establecerse entre quienes estaban en el muelle y los que estaban a bordo. Bruscamente, el suelo del puente se puso a vibrar. El agua hirvi detrs del barco. Llegaba el momento en el que Idriss iba a abandonar por vez primera el continente africano. Y de repente se vio interpelado por un adolescente de rostro liso y suave, que desfiguraba una especie de alegre furor. Ya veo que no tienes a nadie en el muelle! Como yo: a nadie. S, as es como hay que partir, completamente solo! Esa es la autntica partida. Nada de pauelos ni de manos agitadas. Nada! Fue interrumpido por un formidable brami do de sirena que provoc el vuelo repentino de una bandada de gaviotas por encima del puerto. El Tipasa se separaba lentamente del muelle. Mira el muelle que se larga! volvi a gritar el adolescente, cada vez ms excitado. As es como me gusta Africa: cuando la veo escaparse
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detrs de un barco. frica puta! Dos aos! Dos aos de servicio militar! Dos aos de sufrimiento partiendo piedras en el desierto! Mira, yo, entien des?, mi oficio es el de joyero. Desde hace cinco generaciones, de padre a hijo, en mi casa nos hemos especializado en pendientes. Mira mis manos. Son manos de orfebre, no de rompepiedras. Puta fri ca! Y t dnde vas as? Yo? Primero a Marsella. Despus espero que a Pars, donde tengo un primo. Marsella, Pars, eso no est lo bastante lejos. No lo suficientemente lejos de las piedras del desierto. Hblame de Bruselas, de Amsterdam, de Londres, de Estocolmo. Yo soy orfebre, entien des? Se call. El silencio reinaba sobre el puente. Todo el mundo miraba alejarse la ciudad de Orn, la rada, los navios anclados, una enorme boya roja y verde, semejante a la peonza de un nio gigantes co que danzaba sobre su vientre panzudo, y a lo lejos la colina que domina la ciudad, ese djebel1 Murdjajo, coronado por un fortn espaol en el que flotaba la bandera del ejrcito argelino. Idriss se introdujo con algunos otros en los ddalos interiores del barco. Las crujas, las escale ras, las galeras comerciales, los bares, todo aquello era una pequea ciudad flotante, que las mquinas no dejaban de invadir con su temblor. Algunas fa milias se agrupaban y colonizaban un rincn de una sala o una fila de butacas con sus fardos y maletas. Algunos desenvolvan ya sus alimentos, y un gru mete intervino con autoridad para hacer apagar un hornillo de gas en el que una mujer intentaba hacer la cocina. Aunque an era temprano, los conducto
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res de los camiones se haban reunido en el bar, en torno a una mesa ruidosa y jovial donde se empe zaba a beber de lo lindo. De ahora en adelante, ya estaba establecida la divisin de los pasajeros en dos categoras, los que tenan dinero para gastar y los que no lo tenan. En cuanto a la categora superior, la de las primeras clases con camarotes individuales, ventanillas, y comedores con sus mesas de manteles blancos permaneca invisible e inaccesible, atrinche rada tras puertas cerradas con cerrojo en el segundo puente, en la parte delantera del barco. Un ligero cabeceo indicaba que acababan de llegar a alta mar, cuando la llamada del muezzin difundida por los altavoces invit a los fieles a reu nirse en el saln donde se haban colocado los ta pices de oracin para el tercer salt1. Idriss tan escasamente inclinado a las prcticas religiosas como la mayora de los jvenes de su generacin, observ desde lejos las inclinaciones y reverencias de la devota multitud. Y cuando sta se dispers, se sorprendi al ver al joyero que regresaba hacia l. No respetas las prescripciones del Islam? le pregunt. No todas respondi humorsticamente. Te deseo que vuelvas a ellas. All a donde vamos, la religin es ms necesaria que entre noso tros. Te vas a encontrar rodeado de extranjeros, de indiferentes y hasta de enemigos. Contra la miseria y la desesperacin, acaso no tengas otra salida que el Corn y la mezquita. Pero hace un rato no maldecas a tu pa tria? El joyero se call un momento, mirando la atormentada superficie del mar. Mira, el drama est en que muchos de
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nosotros no pueden vivir ni en su patria ni en el extranjero. Y qu les queda entonces? La desdicha. Yo hubiera podido seguir en Tabelbala. En Tabelbala no hay nada pero nunca falta nada. Eso es un oasis. Por qu te has marchado, entonces? Para marcharme. Entre nosotros existen dos razas, a veces mezcladas en el seno de una misma familia: los que se quedan all donde han nacido, y los que tienen que marcharse. Yo soy de la segunda clase. Era necesario que me marchara. Y adems, he sido fotografiado por una mujer rubia. Y ella se volvi a Francia con mi retrato. Y entonces te has marchado en busca de tu retrato? El joyero le miraba con un aire burln. Ir a buscar mi foto? No, no exactamente. Se trata de otra cosa. Habra que decir a lo mejor, ir a reunirme con mi foto... Vaya, vaya! Pero si eres un gran pensa dor! Tu retrato est en Francia y te atrae como el imn a un pedazo de hierro. No slo en Francia. Ese retrato lo he en contrado ya en Bni Abbs, en Bchar y en Orn. Encuentras trozos de tu retrato en tu ca mino y los vas juntando? Algo as, si lo prefieres. Slo que hasta aqu los trozos que he encontrado no se me parecen. Ten, mira ste, por ejemplo. Le ense su pasaporte, abierto en la pgina del barbudo. El orfebre le mir con aspecto preocu pado. Puedes tener complicaciones. Deberas dejarte crecer la barba.
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Sera peor, apenas tengo. Y despus de todo no tengo por qu parecerme a mi fotografa. No es mi foto la que tiene que parecrseme? T crees? Pero la experiencia ya te ha dicho lo contrario. La imagen est dotada de una fuerza malfica. Nunca es la sirviente devota y fiel que t quisieras. Reviste toda la apariencia de una sirviente, desde luego, pero en verdad es solapada, embustera e imperiosa. Y aspira con toda su maldad ?ara reducirte a la esclavitud. Y tambin eso est en a religin. Idriss le escuchaba pero sin comprender del todo. Sin embargo, las desgracias que haba sufrido tras su encuentro con la mujer rubia, iluminaban de manera extraa las afirmaciones del orfebre. A medioda el orfebre le arrastr al selfser vice, e Idriss se encontr dividido entre su hambre y el malestar que experimentaba al hacerse invitar por aquel adulto un poco inquietante. Se sentaron en la misma mesa con un camionero, un gigante rubio con ojos azules de porcelana cuyos enormes brazos estaban adornados con brbaros tatuajes. Este ltimo se meti con los dos jvenes mogrehbes, y se empe en hacerles beber vino tinto. El orfebre le dio la cara briosamente, y sorprendi a Idriss vaciando vaso tras vaso con el camionero a oesar de las prohibiciones de la religin islmica. A as bromas del conductor, responda con risas ade cuadas, replicaba con otras bromas, y queriendo hacer partcipe a Idriss del dilogo, se puso a ha blarle en francs, siendo as que hasta ahora, haban hablado en berebere con anterioridad. En verdad era admirable la duplicidad del orfebre, e Idriss se preguntaba si algn da podra llegar a tal grado de familiaridad con los franceses. El conductor ofreci los cafs, y despus se retir a su camarote de segunda
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clase para una siesta bien merecida, segn explic, despus de diez horas de rodar por la noche por la carretera del litoral mogrehb. Ya caa la noche cuando un rumor recorri entre los viajeros, atrayndoles hacia los puentes y crujas de babor. El barco navegaba a lo largo de las costas de Ibiza, en las que algunas luces empe zaron a parpadear. Ms tarde, casi era noche cerrada cuando vieron a estribor las luces de Mallorca, la mayor de las islas Baleares. Y despus, el barco se hundi en un mar de tinieblas insondables. Idriss se durmi en un silln acunado por un oleaje cada vez ms profundo. Le despertaron los gemidos de una mujer sentada no muy lejos. Su cabeza oscilaba a derecha e izquierda, y una espuma mojaba sus labios. Ella acab levantndose, dio dos pasos y se desplom en el suelo. All, acurrucada a .cuatro patas empez a vomitar, sacudida por un hipo profundo y ruidoso. La mujer que se marea no tiene ms pudor que una parturienta. Era el orfebre. Detrs de l, el camionero se balanceaba socarrn. El orfebre haba hablado en francs en consideracin hacia l. Y ese camarote sin ventanilla, no es posi ble dijo enseguida el conductor. Te encierran dentro como en un atad. Hala, muchachos, si que ris aprovechar mi litera podis ir. Yo prefiero un silln. Vienes? dijo el orfebre. Idriss se levant y le sigui. Tambin podis tomar una ducha! les grit al final el conductor. El hecho es que a las cuatro de la madrugada el camarote tena un aspecto sepulcral. Ninguna apertura al exterior. Dos armazones de cama met-
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licos, fijos en los tabiques de acero. Tres durmientes aplastados por el sueo. Un minsculo receptculo para la ducha. Y sobre todo aquello, en una atms fera hmeda y vibrante, la luz glauca de una lam parilla. La puerta se cerr pesadamente tras los dos adolescentes. Vacilaron un instante, y despus el orfebre empez a quitarse la ropa. Desnudo, se dirigi a la ducha. Idriss le imit. Para que los dos cupieran en la cubeta, tenan que estrecharse uno contra otro. Lo mismo haba que hacer en la nica litera libre en la que se acostaron enseguida, todava hmedos. Al alivio que experiment al apretarse contra su compaero, Idriss tom conciencia de la terrible soledad que sufra desde que haba abando nado a su familia. La ternura maternal y el erotismo de los amantes no son ms que aspectos particulares de esa ardiente necesidad de contacto fsico que constituye el trasfondo del corazn y la carne. Con los ojos cerrados, acunado por el oleaje y el sordo rugido de las mquinas, soaba en aquella penum bra subterrnea con su amigo Ibrahim, desaparecido en las entraas del pozo de Hassi el Hora. Caa ya en el sueo, cuando el orfebre se desprendi, y apoyado en un codo present a la dbil luz de la lmpara la gota de oro de Idriss. Y esto qu es? Es mi amuleto sahariano. Pero si es de oro! Tal vez... El orfebre, frunciendo el ceo, haca rodar a la luz la esfera oblonga. Quien te ha dado esto no se ha burlado de ti. Nadie me la ha dado.
Bulla aurea.
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Es latn: bulla aurea, la bola de oro. Todos los joyeros la conocen. Es un emblema romano, y hasta etrusco, que todava perdura en nuestros das entre algunas tribus saharianas. Los nios romanos que nacan libres llevaban esta gota de oro suspen dida de un anillo al cuello, como prueba de su condicin. Cuando cambiaban la toga pretexta por la toga viril, abandonaban tambin la bulla aurea como ofrenda a los lares domsticos. Qu sabio eres! La joyera no slo es ms que una artesa na, sino tambin una cultura tradicional. Del mis mo modo podra hablarte de las fbulas, de los peltados, de los sellos de Salomn, de las manos de Ftima aadi mientras se dejaba caer de espaldas en la litera. Entonces qu quiere decir mi gota de oro? Que eres un nio libre. Y despus? Despus... te convertirs en un hombre, y entonces ya vers lo que le pasa a tu gota de oro, y tambin a ti mismo...
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Al da siguiente, podan ser las doce cuando un grito recorri el barco y reuni a los pasajeros en el comedor. La tele! En los tres aparatos recep tores, una imagen sobresaltada desapareca y volva en un parpadeo febril. La primera imagen que pro ceda directamente de Francia! Una multitud de emigrantes, inquieta y atenta, con los rostros hue sudos y los ojos sombros, esperaba aquel primer mensaje de la Tierra Prometida. La pantalla palpita, se enciende y se apaga, un paisaje, una silueta, un
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rostro ondulan y despus se estabilizan. Se ve a una pareja que camina por un prado. Son jvenes, her mosos y estn enamorados. Se sonren. Dos nios radiantes se precipitan hacia ellos a travs de las hierbas y las flores. Largos abrazos, felicidad. De repente, la imagen se inmoviliza. Un hombre serio y con gafas aparece en sobreimpresin. Tiene en la mano, a la altura de la cara, un contrato de seguro de vida. Luego se ve una hermosa casa provenzal. Delante de la piscina, una familia entera desayuna riendo. La felicidad. Esta vez es gracias al detergente Soleil. Llueve. Una mujer elegante camina, abrigada bajo su paraguas. Al pasar delante del escaparate de una tienda, se encuentra tan elegante que se sonre. Cmo brillan sus dientes! La felicidad. Es preciso utilizar el dentrfico Briodent. La pequea pantalla se apaga. Nada ms. Los hombres y mujeres del barco que viajan en clase econmica se miran. En tonces, eso es Francia? Intercambian sus impresio nes. Pero todo el mundo se calla, pues la imagen vuelve a aparecer. Una voz explica que contra los estudiantes que se manifestaban en el Barrio Latino, los C.R.S.1 han hecho uso de las bombas lacrim genas. Los policas con casco, enmascarados y pro vistos de escudos de plstico recuerdan a los samu rais japoneses de la Edad Media. Los estudiantes les tiran piedras y despus se dispersan corriendo. Al gunos proyectiles explosivos estallan entre ellos. Se ve un gran primer plano del rostro ensangrentado de una muchacha. La pantalla se apaga otra vez. Dos horas despus ya se podan ver las cos tas de Francia. Las familias comenzaban a reunir a sus nios y sus maletas. Idriss se encontr acodado
Compagnies Rpublicaines de Scurit. Cuerpo de lite de la gendarmera francesa.
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en la borda al lado del joyero, para ver pasar el castillo de If. Con destino sin duda a los pasajeros de primera clase, los altavoces empezaron a trom petear que en aquella fortaleza haban estado en cerrados la Mscara de Hierro, que tal vez fuera el hermano gemelo de Luis XIV, as como el conde de Montecristo y el abate Faria, clebres personajes de Alejandro Dumas. La multitud de mogrehbes recibi aquellas informaciones con todo el respeto que comporta la incomprensin. Voy a trabajar en Pars en un taller clan destino de joyera dijo el orfebre. Es Etienne, el conductor, quien me lleva en su camin. No s cuando nos volveremos a ver. Pero slo quisiera decirte una cosa. Orfebre quiere decir forjador de oro. Pero hace ya mucho tiempo que los orfebres han abandonado el oro para ya no trabajar ms que con la plata. Nuestras pulseras, nuestras bandejas y nuestros pebeteros, todo lo que hacemos, lo hace mos de plata. Por qu? La mayora de nosotros se niegan hoy a trabajar el oro. Y la verdad es que ya no conocen la tcnica particular de este metal. Pero hay algo ms. Pensamos que el oro trae la desgracia. La plata es pura, sincera y honrada. El oro, excesi vamente precioso, excita la codicia y provoca el robo, la violencia y el crimen. Te digo todo esto porque te veo lanzarte a la aventura con tu bulla aurea. Es un smbolo de libertad, pero su metal se ha convertido en funesto. Que Dios te guarde!
En efecto, Idriss iba a perder de vista al orfebre en el barullo que se amontonaba frente a las ventanillas de los aduaneros. En relacin con las familias supercargadas de nios y equipajes, su caso pareci a los controladores de una absoluta senci llez, y a pesar de la foto en su pasaporte se encontr entre los primeros en el mu le de la estacin ma rtima. . Ya estaba, pues, en Francia. Tanteaba el sue lo con sus pies para comprobar su consistencia. Y abra los ojos bien abiertos para advertir las dife rencias evidentes que tendran que distinguir Mar sella de Oran. Pero qu es lo que vea? Un poco ms de animacin, un exceso de colores, acaso ma yor vida o un estilo ms expansivo que en Orn. Marsella era una ciudad del sur, Orn una ciudad del norte. Pero en resumidas cuentas estaba decep cionado al sentirse tan poco extranjero en esta otra orilla del Mediterrneo. El choque se produjo cuan do un poco ms tarde, sin embargo, vio un gran cartel que adornaba el edificio de los despachos de alquiler de los ferries.
CON SU PROPIO COCHE PASE USTED LAS FIESTAS DE FIN DE ANO EN EL PARASO DE UN OASIS SAHARIANO
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Idriss miraba petrificado la imagen que se ofreca de un oasis sahariano. Un macizo de palme ras y flores exorbitantes rodeaba una piscina en forma de alubia gigantesca. Algunas muchachas ru bias en bikinis minsculos hacan remilgos en torno al estanque turquesa, y beban en vasos muy altos provistos de pajitas dobladas. Dos gacelas domesti cadas inclinaban sus elegantes testuces ante un enor me cesto repleto de naranjas, pias y pomelos. Eso era un oasis sahariano? Acaso Tabelbala no era un oasis sahariano? Y l mismo, Idriss, no era su puro producto? Se buscaba sin encontrarse en aquella imagen de ensueo. Pero acaso se haba encontra do en la fotografa del asno de Salah Brahim, e incluso no haba sido un perfecto desconocido quien se haba deslizado hasta su pasaporte? Se es tremeci en el aire del atardecer, que pareca caer mucho ms deprisa que en Africa. En su bolsillo, un papel arrugado, una pgina arrancada del carnet de un mozabita con la direccin de un hotel y unas palabras de recomendacin: Hotel Radio, nmero 10 de la calle Parmentier. Pregunt a un peatn que pasaba. Gesto de impotencia. Que fuese a la plaza Jules Guesde. All, seguro que le informaran. Se encamin por el bulevar de Pars, barrido sin cesar por los camiones que venan de la estacin de Arene. La plaza Jules Guesde pareca haber sido devastada por un reciente bombardeo. Unos des campados erizados de algunos lienzos de paredes rodeaban una especie de arco de triunfo. Tras atra vesar este trozo de desierto, Idriss se volvi a encontrar en Africa al entrar en la calle Bernard-Dubois. Todo eran baos rabes, libreras islmicas, ropavejeros norteafricanos, pequeos restaurantes en cuyas puertas se vean cabezas de cordero relu cientes de grasa que daban vueltas en asadores elc/
treos. El callejn sin salida Tancrde-Martel, cons truido en escalones, estaba colonizado por conta dores de Srour y escribanos pblicos que vendan coranes y libros religiosos. El barrio entero no era sino una red de callejuelas calle de las Petites-Maries, del Baignoir, del Tapis-Vert, Longue-des-Capucins que olan a curry, a incienso y meadas y donde acab por encontrar la calle Parmentier y el hotel Radio. Aunque todava era temprano, tuvo que llamar a la puerta un buen rato antes de que se abriera. El patrn, Youcef Baghabagha, le dej en trar con desconfianza. El hotel estaba lleno. Ya no tomaba ms clientes. Descifr sin embargo la reco mendacin del comerciante mozabita, y enseguida se mostr ms hospitalario. Le quedaba desde luego un cuarto, aunque haba que pagar por adelantado diez francos la noche y el hotel cerraba a las once de la noche. La cama era ancha e inmaculada, pero la ventana daba a un patio oscuro, de tal modo, que, tanto de da como de noche, haba que encender la bombilla que colgaba del techo al final de un del gado hilo, provista de una pantalla de vidrio estam pado. Idriss se tendi sobre el cubrepis y se durmi enseguida. En Tabelbala estaba amaneciendo. Hu biera tenido que levantarse y reunir su rebao, pero l se iba desperezando deliciosamente y evitaba abrir los ojos. Oa a su madre ir y venir preparando la beta, sopa matutina de salvado, con guindillas y cebollas. Una de las ovejas del corral balaba con insistencia anormal. Estara herida? Habra que ir a ver. Idriss se extraaba de que su madre, que tena por fuerza que or los balidos del animal, no hubiese ya venido a tirarle de los pies. Un lamentable balido otra vez ms. Vamos, de pie! Idriss dio una sacu
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dida. No estaba en Tabelbala, bendecido por el sol naciente. Se encontraba en un cuarto desconocido, en una ciudad desconocida, en un pas desconocido. Un sollozo de angustia brot de su garganta. Vol ver a casa! Rehacer al revs el inmenso viaje que finalmente lo haba arrojado en esta cama! Fue en tonces cuando escuch el balido de una oveja que proceda del patio. Al menos en esto el sueo no le haba engaado. Y se sinti de repente reconfortado por aquella presencia familiar. Haba un cordero vivo bajo su ventana. Acaso los sacrificaran ritual mente al final de la semana? Se levant, baj la escalera y sali del hotel. Era ya de noche, y la calle, sombra durante el da, arda en todos los escapa rates, en las muestras y en las publicidades lumino sas. La calle Parmentier lleva a la de los Convales cents, que a su vez va a parar al bulevar de Athnes. Y all estaba la fiesta. Barracas de feriantes, puestos de tiro, loteras y puestos de pim-pam-pum se amontonaban en las aceras. Los cafs se abran como cavernas doradas, ampliados por inmensos espejos, luciendo al fondo los colores de los tapices verdes de las mesas de billar, a cuyo alrededor ofi ciaban hombres en mangas de camisa. Encima del vestbulo de la entrada de un cine, una enorme pareja se abrazaba segn las reglas debidas, la mujer debajo y el hombre encima, con las miradas trgicas y las bocas fundidas. Pero Idriss se mora de ham bre, y fue atrado por los grandes paneles panta grulicos de un McDonalds: Hamburger, Cheeseburger, Filet-O-Fish, Big Mac, Empanadillas con patatas, manzana, Shakes, batidos de tres perfumes. Todo aquello era demasiado caro para l, pero se senta justamente demasiado miserable para poder resistirse. La prodigalidad es el nico lujo de los
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pobres. Se ofreci un balthazarx nico para calmar su angustia, para celebrar su llegada a Francia y tambin sencillamente porque tena hambre. Le haban advertido que ms all del mar se entraba en un pas de fro y nieblas. Caa una lluvia fina cuando sali del McDonalds. Sin embargo, las barracas de los feriantes funcionaban a machamar tillo. Algunos senegaleses, cubiertos de joyas de pacotilla, marroques llevando lotes de alfombras a a espalda, mujeres veladas que se contoneaban al andar, con los pies desnudos en sus sandalias, todo aquello mantena una atmsfera africana a pesar de la llovizna. Atrado por el ambiente viciado de aquellas callejuelas, Idriss se introdujo en la calle Thubaneau. Plantadas al borde de la acera, o des cuidadamente apoyadas en la puerta de algn pros tbulo, muchachas de Ghana, negras como la noche y enjaezadas como caballos de circo le miraban pasar fumando en sus largas boquillas. El apenas las miraba. Un borracho, saliendo de repente de un caf meftico y ruidoso, le cogi del brazo y quiso arras trarle adentro. Idriss se solt. Slo se detuvo al ver a una muchacha, bastante distinta a las dems, que se maquillaba ante el espejo de una tienda de con feccin. Era una rubia de cabellos largos. Se pareca a la mujer del Land Rover, a pesar de su minifalda, sus altas botas negras y las medias de rejilla que moldeaban sus enormes muslos. Ella debi verle en el cristal, pues se volvi y le llam. Eh, t, monada! Se dira que te gustan las rubias! No tengas miedo, acrcate un poco. Idriss se acerc. Oh, vaya, vaya, es un jovencito, casi un nio! Y adems, apostara que acaba de desembarcar
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Irnicamente, banquete.
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del pueblo. Eh, monada ma, todava se huele la arena caliente del Sahara! Idriss estaba deslumbrado por los hombros desnudos y gordezuelos de la muchacha. La mujer del Land Rover llevaba una camiseta que le daba un aspecto vagamente masculino. Levant una mano t mida para tocar aquella carne lechosa y perfumada. Oh, no, las manos fuera monada! Pues t debes ser de los que no tienen un real, me extraara mucho. Djame ver tu cartera un poco. Idriss baj el brazo sin entender. Bueno, tus papeles, coo! Esta vez comprendi. Aquella era la orden >or excelencia. Con docilidad, sac su cartera y se a dio a la mujer. Ella le ech una breve ojeada y se la devolvi. Es lo que me tema. Nada, o casi nada. Pero, oye no llevas algo ah que no est mal, alre dedor del cuello? Djame ver un poco! Ella haba visto la gota de oro en el cuello de Idriss. Pese a un dbil gesto defensivo de Idriss, deshizo el collar con la habilidad de un prestidigi tador y lo levant hacia la luz. Coo, qu bonito! Se dira que es oro macizo. Oye, t, me gustara saber dnde lo has robado. Se puso el collar alrededor del cuello, y para ver el efecto que haca, se volvi hacia el cristal del escaparate. Luego, obedeciendo a un movimiento reflejo que le suscitaba el espejo, abri el bolso y volvi a maquillarse. Idriss la miraba mientras ella aplastaba contra sus labios un lpiz rojo violeta, y despus hacer muecas con la boca para extender el color. Luego empez a pasar una minscula esco billa negra bajo sus falsas pestaas. Y mientras se empolvaba las mejillas, Idriss volva a ver a su madre sentada ante la vieja Kuka. Esta, con la ayuda de un
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pincel de lana, trazaba al azafrn signos rituales sobre el rostro de la madre. La pintura amarilla destacaba con violencia sobre la piel sombra: sur gan sobre la frente dos anchos trazos horizontales paralelos a las cejas, dos toques en las races de la nariz, una raya espesa vertical que parta del centro del labio inferior y descenda hasta la extremidad del mentn, y sobre todo, debajo de cada ojo, una mancha prolongada hacia abajo por tres alambradas verticales parecidas al surco de unas gruesas lgri mas. Esa es, en efecto, la mscara pintada de la mujer casada de Tabelbala. No se trataba como aqu, de agravar el sangriento burlete de los labios, o la carbonosa negrura de las rbitas, sino de colo car en su lugar signos legibles para todos y que provienen de una secular tradicin. Bueno qu tal me encuentras? Te gusto? La muchacha dio media vuelta y se volvi a mirar hacia Idriss. El adelant la mano hacia su cuello para recuperar la gota de oro. La muchacha apart aquella mano tmida. Despus, y mientras le sonrea, desabroch su blusa y le ense los pechos. Las manos de Idriss se levantaron dirigindose hacia aquella exhibicin de carne pulposa. La joven dej de sonrer, cerr su escote con un gesto brusco, y arrastr a Idriss hacia la escalera de una casa que se encontraba al otro lado de la calle. Cuando Idriss llam a la puerta del Hotel Radio, la hora reglamentaria haba pasado haca mu cho rato. Acab la noche acurrucado sobre un ban co de la alameda Belsunce.
El tren de Pars sala a las 11,48. Desde el punto de la maana, Idriss vagabundeaba por la estacin de Saint Charles. La atmsfera turbulenta le embriagaba agradablemente. En su desamparo, se senta reconfortado por las escenas de despedida y encuentro que acompaaban cada salida de un nue vo tren o la llegada de otro, y en las que participaba como un testigo hambriento. Interrogaba a sus es casos conocimientos geogrficos para intentar ima ginar el destino de los convoyes que vea ponerse en marcha hacia Gnova, Toulouse o ClermontFerrand. Intentaba establecer una relacin entre ciu dades y los carteles de la SNCF1, en los que se vean el monte Saint-Michel, Azay-le Rideau, Versailles o la punta del Raz. Por qu todos aquellos altos lugares de la imaginera francesa nunca se corres pondan con las grandes ciudades a las que se diri gan los trenes y los trabajadores que en ellos iban transportados? Haba ah, al parecer, dos mundos sin relacin alguna, por una parte la realidad acce sible, aunque gris y spera, y por la otra un ensueo suave y coloreado, pero siempre situado en una lejana impalpable. A las once, el tren de Pars fue colocado en
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su va. Idriss esper para subir a que muchos via jeros hubieran ya ocupado su plaza. Observar, imi tar, hacer como los dems para no traicionar su incultura en medio de toda aquella gente civilizada. Encontr un lugar libre al lado del pasillo, esa plaza que permite entrar y salir del compartimento sin tener que molestar a nadie. Un muchacho surgido en el ltimo momento no tuvo al parecer los mis mos escrpulos. Aplast algunos pies para llegar a la ventanilla, baj el cristal y empez a charlar ale gremente con otros jvenes que haban permaneci do en el andn. Cuando el tren se puso en marcha, hubo un barullo de grandes gritos, de manos que se estrechaban y soltaban y de gestos desmesurados. Despus, el joven, con el rostro todava radiante por tantos adioses, se dej caer en el sitio que haba quedado libre frente a Idriss. Le miraba, siempre sonriente, pero sin verle. Idriss se lo coma con los ojos. Qu bien arraigado pareca en su tierra, se guro de s, y tan bien adaptado aquel joven francs de su misma edad! Cuando, un poco ms tarde, el tren se detuvo en la estacin de Arles, el muchacho regres a la ventanilla como si esperase volver a encontrar all a sus amigos. Idriss cerr los ojos y se dej acunar por el ritmo regular de la marcha del tren. Y oa cmo se volva a formar en su cabeza la msica de Zett Zobeida. Volva a ver a aquella mujer negra y roja, rodeada por los msicos, con su enig mtico estribillo:
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La liblula vibra en el agua. El saltamontes rechina en la piedra La liblula libera el ardid de la muerte El saltamontes escribe el secreto de la vida.
La danza se interrumpi con la parada del tren en Avignon, pero enseguida volvi:
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Amiens, donde haba nacido. Haba sido educado en Pars. Para m, el sur son las vacaciones. Y tam bin una curiosidad un poco folklrica, el acento y las historias marsellesas. Pero comprendo que un provenzal que pase la frontera de Valence se sienta un poco en el exilio. Hace fro y es gris. La gente tiene un acento puntiagudo. Acento puntiagudo? S, un acento que ya no es provenzal, el que se oye en Lyon o en Pars por ejemplo. Entien des, para la gente del Sur, la gente del Sur no tiene ningn acento. Creen que hablan normalmente. Son los dems franceses los que tienen un acento: un acento puntiagudo, un assento punntiaggudo. Para la gente del norte, son los meridionales los que tienen acento, el acento del Sur, un acento divertido y bonito, pero que no es serio. El acento de Marius. Y los de frica del Norte? Los pied-noirs? Oh, eso es todava peor! Patatn y patatn. Es lo ltimo de todo. Esos, en verdad, es preciso que se pongan a aprender el fran cs de verdad. No, no hablo de los pieds-noirs. Quiero decir los rabes, los bereberes. Philippe, un poco sorprendido, mir a su vecino ms de cerca. Esos, eso no es lo mismo. Son extranjeros. Tienen su lengua, el rabe o el bereber. Tienen que aprender al francs. T qu eres? Bereber. Entonces, t eres aqu un extranjero de verdad. Hombre, en medio de todo, menos que en Alemania o que en Inglaterra. En Argelia siempre hemos visto franceses.
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S, nos conocemos. Cada francs tiene sus propias ideas sobre Argelia y el Sahara, aunque nunca haya puesto all los pies. Forma parte de sus sueos. A m, una francesa me ha retratado. Y la foto sali bien? No lo s. Todava no la he visto. Pero desde que dej mi pas, cada vez me temo ms que no haya salido una buena foto. En fin, no exacta mente la foto que yo esperaba. Yo dijo Philippe siempre llevo con migo un montn de fotos cuando viajo. Me pro porciona compaa. Me asegura. Llev a Idriss hacia el compartimento, y sac un pequeo lbum de fotos de su mochila. Mira, ese soy yo con mis hermanos y mi hermana. Idriss mir primero la foto y despus a Phi lippe como para comparar. Eres t, desde luego, aunque ms joven. Fue hace dos aos. A la derecha estn mis hermanos y detrs mi padre. La anciana es mi abue la. Muri esta primavera. Y esa es nuestra casa fa miliar, cerca de Amiens, con Pipo, el perro del jardinero. Y es aqu, en estos paseos, donde he aprendido a andar y a montar en bicicleta. Y esta es toda la familia de picnic en el bosque municipal. Mi primera comunin, soy el tercero a la derecha. Ah, y despus, sta es un secreto! Aparentaba disimular la foto mientras rea, pero al final se puso serio y se la ense a Idriss. Es Fabienne, la mujer que amo. Somos novios. Bueno, no de manera oficial. Ella prepara Ciencias Polticas, como yo, pero tiene tres aos ms que yo. Se nota? Idriss miraba vidamente la foto. Haba re
conocido el tipo de la mujer rubia, la del Lam Rover y de la de Marsella. Se entristeci, y devolvi el lbum a Philippe, al que mir detenidamente y con desconfianza. Todo lo que aquel joven francs le haba contado sobre s mismo, sobre su familia, su casa y su pas, todo lo que le distingua de Idriss, acababa de concretarse en la imagen de aquella mu jer. Philippe perteneca a la raza de las rubias ladro nas de fotos y de gotas de oro. Su gentileza, su buena voluntad, el bocadillo que haba compartido con Idriss, los comentarios que haba desgranado cuando el tren atravesaba las alturas del Vivarais, los suaves vallecitos del Beaujolais, y la llanura de Champagne con sus abetales, nada de ello disip la angustiosa certeza de Idriss de que no estaba rodea do sino de extranjeros, y de que un oscuro le amenazaba. Cuando el tren se detuvo en la estacin de Lyon, Philippe pareci olvidarle, aunque slo fuera )ara preocuparse slo en descubrir a los suyos entre a multitud que se amontonaba en el andn. Idriss baj tras l, para verle enseguida rodeado de un grupo excesivamente expresivo. Y comprendi que ya se haba desvanecido la breve complicidad que les haba reunido. Empujado por la oleada de los viajeros, se adelant hasta la acera de la estacin a lo largo de la cual desfilaba una procesin de taxis. Haba anochecido. El aire era lmpido, pero casi fro. El bulevar Diderot, y un poco ms lejos la enfilada de la calle de Lyon no eran sino un tintinear de faros, letreros, escaparates, terrazas de cafs, se mforos tricolores, e Idriss vacil un instante, antes de dejarse deslizar en aquel mar de imgenes.
El primo Achour, diez aos mayor que Idriss, era un muchacho fuerte, jovial y despejado. Haba abandonado Tabelbala cinco aos antes, y enviaba a su familia con regularidad bastante capri chosa, cartas optimistas y algunos giros modestos. Mogadem se haba encargado de escribirle para re comendarle a su sobrino, pero Idriss se haba mar chado sin esperar la respuesta. Por tanto, le supuso un alivio encontrarle en el hotel SONACOTRA1 de la calle Myrha, en el distrito XVIII. Ocupaba all un pequeo cuarto en una especie de apartamento que comprenda cinco ms, con un cuarto de bao y una cocina comn con seis hornillos de gas y seis neveras con candado. El hogar reuna as doce pla zas en seis cuartos para solteros, a los que se aadan un oratorio y un cuarto de estar con televisin. Achour present a Idriss al jefe del establecimiento, un pied-noir argelino repatriado al que todo el mun do llamaba Isidoro, como si se tratara de su nombre de pila, aunque era su apellido. Convinieron con l que Idriss compartira provisionalmente el cuarto con su primo. Isidoro cerrara los ojos ante esta falta bastante comn a los reglamentos de la polica.
Socit Nationale de Construction de logements pour les Travailleurs inmigrs.
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Achour supla su falta de calificacin profe sional con una aptitud en apariencia inagotable para toda clase de tareas. Ciertamente, haba intentado trabajar como mano de obra en la Renault, poco despus de su llegada a Francia. Pero haba aprove chado la primera limpia de personal para no vol ver a franquear ya ms la pasarela de la isla Sguin. No era hombre para un trabajo regular, montono y forzoso. Sobre todo, se trataba del ruido expli caba a Idriss al evocar aquel triste perodo de su vida. Oh, hermano mo! Al llegar al taller ya tienes la cabeza a punto de estallar. Por ejemplo, la fundicin: sobre una cinta corredera oscilan los vie jos motores recuperados, que van cayendo unos tras otros en el crisol. Es el infierno, te lo digo yo. Ya me conoces, yo soy msico, y hasta bailarn. Ha cerme eso a m! Cuando sala, al atardecer, ya no oa nada. Estoy seguro que de haber continuado me hubiese vuelto completamente sordo. Y ya ves, lo peor de todo era el desprecio hacia el obrero que estaba en medio de todo aquel ruido. Pues ni si quiera un ingeniero ha pensado nunca en organizar el trabajo para disminuir el ruido. No, eso no tiene ninguna importancia! Los obreros tienen el coco de madera! Para qu cansarse con estos temas? Despus haba sido barrendero de estaciones de metro, breve episodio del que el nico recuerdo que guardaba era el de la famosa huelga de personal de la limpieza que haba durado cuatro semanas. Como los servicios pblicos franceses no tienen capacidad legal para emplear extranjeros, los nove cientos trabajadores rabes, kabilas y senegaleses no podan ser empleados de la RATP1 sino a travs de
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empresas privadas, de subcontratas, de tal modo que su huelga recaa tambin en falso sobre dos empresarios de idntica mala fe. Reunidos en la Bolsa del Trabajo, se inscribieron todos en bloque en la CFDT1, lo que les vali la visita calurosa de su lder, Edmond Maire. Fue acogido con gritos de alegra y bailes espontneos, mientras un joven senegals le ofreca, sin dejar de bailar, un ramillete de flores rosas. Su discurso fue traducido enseguida al rabe, al bereber, y a todos los dems dialectos. Pero, mira primo, nada es nunca as de sencillo ni de claro, pues la CGT2 desencaden enseguida una huelga del personal ferroviario de limpieza, por solidaridad con nosotros, segn de can. En realidad era una pualada trapera para no sotros, ya que nuestras reivindicaciones nada tenan que ver con las del personal ferroviario de limpieza, y finalmente eso lo confundi todo. Idriss escuchaba atentamente sin entender nada de todas aquellas luchas entre el personal de limpieza de estaciones del metro de la CFDT y el personal ferroviario de limpieza de la CGT. Le pareci volver a poner pies en tierra cuando Achour evoc un terrible mes de diciembre que haba pa sado en Crcega para la recogida de clementinas. Catorce horas de trabajo diarias, un campamento provisional atroz instalado en un hangar con una treintena de malditos de su especie principalmen te marroques explotados por algunos empresa rios corsos sin entraas. Desde aquel viaje ya no puedo ver una mandarina sin poner los pies en polvorosa. No,
Confdration Franaise Dmocratique des Travailleurs. Sindicato de tendencia socialista. 2 Confdration Genrale des Travailleurs. Sindicato de tendencia comunista.
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desde luego, primo, sobre todo lo que nunca hay que hacer es bajar al sur de Francia o a Crcega. Primero porque all, el invierno es ms fro que en ninguna otra parte. Las noches corsas de diciem bre! Cre dejar all la piel! Y despus, la gente, cuanto ms morena es, y ms rizada, ms se nos parece y ms arrogantes son con nosotros. Si un da me propusieran ir a recoger clementinas en Suecia o en Finlandia me lo pensara, pero me extraara que esto sucediera. Despus haba lavado vajillas en varios esta blecimientos, guarderas, milk-bars, restaurantes de empresa, fast-foods, auto-servicios, cantinas escola res. El nico encanto de estos empleos era el de su brevedad y esa especie de lotera mediante la que eran atribuidos. En el despacho de la ANPE1 se distribua a los candidatos que lavaban platos n meros que iban del 1 al 1000. Como las ofertas llegaban con cuentagotas, la espera poda durar se manas e incluso meses. Aunque es verdad que con frecuencia se vea abreviada por la desaparicin del portador del nmero llamado, desanimado o em pleado en otro sitio. Pero yo estaba siempre all cuando sala mi nmero explicaba orgulloso Achour. Pri mero, que me gusta esperar. Esperar un trabajo es el trabajo menos cansado que conozco. Y tambin el que menos ensucia. Eso no es nada. He pasado das enteros sentado en los bancos de la ANPE escuchando cmo llamaban los nmeros. A menudo estaban tan alejados del mo que poda ausentarme durante varios das. En resumen, era como unas autnticas vacaciones, y durante todo aquel tiempo el trabajo se haca solo, con la llamada de los n meros. Ya ves, slo haba que volver a tiempo. Yo
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tena para eso una especie de olfato. Ola llegar mi nmero. Ni una sola vez he dejado de presentarme tras haberlo llamado en mi ausencia. Y adems, haba la sorpresa, lo que tambin era divertido. Nunca se saba si ibas a aterrizar en una pizzera napolitana, en una crepera bretona o en la Tour d Argent. Lo ms aburrido era comer all. Esto pa rece una broma, pero, te lo juro primo, el punto negro de los restaurantes es la comida. Primero la hora. Porque naturalmente es a la hora de la comida cuando hay que dar golpe. Entonces, uno mismo come a horas idiotas. Nunca he podido acostum brarme a cenar a las seis de la tarde o a medianoche. En el primer caso, no tengo hambre. En el otro, estoy asqueado por los platos sucios y los restos repelentes que he manipulado durante cinco horas seguidas. Al final, ni siquiera coma. He perdido varios kilos de peso. Eso no poda durar ms. Haba sido tambin esquilador de perros, hombre-sandwich (Para un tmido como yo, la ventaja estaba en que pasas completamente inadver tido. Y hasta se puede decir que te haces invisible. Ah, s! Los paseantes miran el cartel que llevas a la espalda, pero a ti ni siquiera te ven!), pegador de carteles, hombre de compaa para ancianas (Haba una verdaderamente simptica, sabes. Ca minaba lentamente a su lado dndole el brazo, como un buen hijo respetuoso y todo lo dems. Pero un buen da, catapn, pasamos por delante de la plaza Jessaint y ella me dice: No, ah no entramos, est lleno de moros! Acaso me haba mirado alguna vez a m?), artificiero (Necesitan gente para los fuegos artificiales del 13 de julio, ya lo puedes ima ginar. Pero entonces, en verdad, se trata de un au tntico trabajo de temporada!), baista en una pis cina (Durante dos meses, pude ocultarles que no
saba nadar. Todo un rcord no?), representante de Toutou, el alimento para perros de lujo (El patrn nos obligaba a abrir una lata de Toutou en medio de la tienda, y a comerlo a grandes cuchara das haciendo muecas de gran apetito delante de la clientela. Y despus tenamos que ir a comer!), limpia-cristales, lavacoches, lavacadveres en la morgue (Es increble lo que habr podido lavar en mi vida! Lo molesto es que eso te desanima para lavarte t mismo. Los que lo lavan todo son siempre sucios como cerdos). Por el momento, haba conseguido en la al calda del distrito XVIII una suplencia de barren dero pblico y una pequea gestin en el despacho de vas y obras le autoriz a emplear como adjunto a su primo. Tocado con una gorra municipal y con el pecho cruzado por una cinta escarlata, Idriss des cubri as la vida parisin bajo su aspecto ms hu milde. Se hizo amigo de un veterano con bigotes grises que segua barriendo por amor al oficio, y que le ense el arte de hacerse una buena escoba con ramillas verdes de abedul anudadas con zarza de espino rajada. Como formaban equipo, les ha ban asignado una carretilla que transportaba un saco de basura incorporado, con la pala y la escoba. No slo tenan que recoger los papeles grasientos y las mierdas de perro de las aceras y limpiar las alcantarillas, sino tambin vaciar las diecisiete pape leras pblicas del sector que les estaba encomenda do. Idriss haba insistido a Achour para que le de jara la llave cbica de las bocas de riego de las alcantarillas. Le gustaba provocar el chorro borbo teante y vigilar su curso, sin cesar interrumpido por las inmundicias o los neumticos de los coches es tacionados. Aquello le recordaba la vigilancia, el
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desarenado y la abertura de los rus de riego del palmeral de Tabelbala, alimentados por los fegagir. Por lo dems, no le caba en la cabeza ver aquella ciudad constantemente amenazada de asfixia bajo sus propias deyecciones, obsesionada por la urgen cia de la evacuacin de sus detritus, luchando contra la acumulacin de todas sus sobras, mientras que un oasis slo sufre de su miseria, de lo que le falta, del vaco. Achour no se privaba, entre dos escobazos, de adoctrinarle, comunicndole los frutos de su an tigua experiencia de inmigrante. Aqu no es como en nuestro pueblo le deca. En nuestro pueblo ests atrapado en una ciudad, en un poblado. Si te casas, Dios, te convier tes en la propiedad de tu suegra. Te conviertes en un mueble de la casa. Aqu no, aqu est la libertad. S, est muy bien la libertad! Pero tambin es terrible eso de la libertad! Aqui, pues, nada de familia, ni de pueblo, nada de suegra! Ests solo. Con una muchedumbre que pasa sin verte. Te pue des caer. Los peatones seguirn tal cual. Nadie te recoger. Eso es la libertad. Es duro. Muy duro. La timidez de su joven primo, su torpeza para atrapar las menores ocasiones ofrecidas por el azar, su orgullo un poco sombro cuando al guien pareca interesarse por l... no, en verdad, era necesario que cambiase si quera sobrevivir en Pars. Aqu eres como un corcho que flota sobre el agua le explicaba. Las olas te arrojan a dere cha, a izquierda, te hundes y vuelves a la superficie. Entonces tienes que aprovecharte de todo lo que se te presente. T, por ejemplo, eres joven y guapo. Pues bien, si alguien te sonre, no lo dudes: vete a
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ver qu pasa. Quiz sea algo bueno para ti. No hay que reaccionar como una jovencita. Una jovencita tiene una reputacin que defender, un honor de mujer. No debe comprometerse, pues estara per dida para siempre. Pero t no eres una jovencita. No tienes nada que perder. De todas formas, no sotros, aqu, no tenemos derecho a poner dificul tades. Claro est, tambin estaba el ambiente del hogar Sonacotra, el patrn, Isidoro, y el gento cam biante de los otros immigrantes. Isidoro haba re construido en pleno Pars, con los inquilinos del hogar, las relaciones paternales y tirnicas que haba mantenido quince aos atrs con los obreros rabes de la fbrica de smola que haba dirigido en Batna. Yo, a los moruchos me los conozco afirmaba a los inspectores que venan a echar una ojeada de rutina en los locales del hogar. Yo s cmo hay que hablarles. Conmigo nunca hay historias. Y era cierto que los immigrantes no tenan motivo alguno de queja por su tutela evidentemente in discreta y minuciosa, pero en resumidas cuentas eficaz. No hay que creer que los franceses no nos aman comentaba Achour. Nos aman a su ma nera. Pero con la condicin de que sigamos debajo. Es necesario ser humilde, menesteroso. Los france ses no soportan a un rabe rico y poderoso. Por ejemplo, a los emires del Golfo, que les venden su petrleo, ah, a esos los vomitan! o, un rabe debe seguir siendo pobre. Los franceses son caritativos con los pobres rabes, sobre todo los franceses de izquierda. Les causa tanto placer sentirse caritati vos! Pero su punto de vista no estaba exento de severidad y reivindicaciones.
Aunque sera preciso que todos esos fran ceses lo reconocieran. La Francia moderna somos nosotros, los moros, los que la hemos hecho. Tres mil kilmetros de autopista, la torre Montparnasse, el C.N.I.T.1, el metro de Marsella, y muy pronto el aeropuerto de Roissy, y despus el R.E.R. , no sotros, nosotros, siempre somos nosotros! Y sin embargo se senta desanimado ante la muchedumbre pasiva y soadora de los otros immi grantes. Mira a los chicos del hogar. A veces me pregunto qu tienen en la cabeza. Si les hablas del futuro, hay dos cosas que no pueden admitir. La primera es la de volver a su pas. Ah, eso jams! Si se han marchado es para siempre. Hay algunos, desde luego, que piensan en volver a su pueblo. Pero eso dentro de mucho tiempo, cuando su pue blo se haya convertido en un paraso terrenal. Lo que quiere decir, nunca. Pero aqu tampoco son felices. Ven muy bien que no se les quiere. Entonces quedarse aqu para siempre? Oh, eso tampoco, nunca! Qu es lo que quieren entonces? Ni volver a su pas ni quedarse en Francia. Uno me dijo el otro da: aqu, esto es el infierno, pero en mi pas es la muerte. En qu suean? No lo saben ni ellos mismos! Desde luego, Idriss le haba contado toda la historia de su foto. Achour le haba escuchado con aire preocupado. Y luego haba concluido, sombro: En el fondo, no lo ves, tu mujer rubia con su Kodak no era sino una trampa, una enorme trampa. Y en esta trampa, hermano mo, has cado
Centre Nationale des Industries et des Techniques. 2 Rseau Exprs Regionale. Prolongacin del metro de Pars que cubre la regin de la zona.
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de cabeza. Pobre de ti! Cmo vas a salir de ella jams? Pero Idriss no le habl nunca de la gota de oro de Zett Zobeida, perdida sobre el pavimento marsells.
El pequeo equipo de filmacin se afanaba en la calle Richomme bajo la direccin de un cor pulento personaje al que todo el mundo llamaba seor Mage. Haban descubierto al borde de la acera un desage sobre el que el cameraman haba dirigi do su visor, aunque reservndose la libertad de un movimiento panormico. Pero quien atraa la aten cin de los curiosos era un payaso un Augusto de circo con una nariz roja de cartn y unos enor mes zapatones que sera el nico intrprete de la secuencia que estaban a punto de filmar. Destacaba en medio de toda aquella gente plida y gris, como un pomelo en un montn de patatas. El seor Mage se qued inmvil y se puso a mirar con un aire inspirado que acentuaba su estrabismo natural, a Idriss, que a su vez miraba al payaso, apoyado en su escoba. El seor Mage hizo una seal a un hom bre de pelo gris que le acompaaba. Ves al pequeo barrendero? Contrtalo. Contratarlo? Para hacer qu? Su trabajo, redios! Que barra. En la al cantarilla. El hombre de pelo gris se acerc a Idriss. Sac su cartera y le dio un billete de doscientos francos. T barres. Hala, a barrer! No te preo-
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cups de lo dems! Ensayamos! Todo el mundo a sus puestos! Idriss, resignado a no entender nada, comen z a pasear su escoba a lo largo de la alcantarilla. El payaso se adelant, con un andar inseguro, va cilante, buscando algo con la mirada. Advirti una valla, corri a mirar por encima, renunci a seguir esa pista, examin la alcantarilla y la escoba de Idriss. Luego cay en xtasis ante el desage. Con su caminar mariposn describi un semicrculo al rededor del agujero. Se acerc a l, se arrodill en el asfalto. Su rostro expresaba angustia, esperanza y espera. Acurrucado junto al desage, hundi la mano en l, y luego el brazo entero. Se adverta su esfuerzo por alcanzar algo que sin duda se encon traba muy lejos en la negrura hedionda del desage. Por fin, su rostro se ilumin. Una amplia sonrisa lo dilat. El payaso se levant despacio, teniendo en su mano una hermosa rosa roja. Con las piernas anudadas una en la otra, y la mano libre remando suavemente en el vaco y los ojos cerrados de vo luptuosidad, respiraba ahora el perfume de la rosa. Muy bien! grit el seor Mage. Va mos a rodar esto. Todo el mundo a su sitio. Eh, t, el barrendero, vuelve a tu lugar del principio! Y barre, por Dios!
Entonces, as como as, te han hecho ro dar en una pelcula? Achour estaba maravillado. Y hasta me han dado doscientos francos! afirmaba Idriss sacando la cartera. Apenas desembarcado de Tabelbala y ya estrella de cine! Oye, t, se puede decir que ests sembrado! Y yo que me crea un vivales.
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Y adems aadi Idriss el cirector se ha fijado en m. Me ha dado su tarjeta y m; ha dicho que le telefonee. Achour descifr la tarjeta de colorvioleta de Parma que le tendi Idriss:
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como eso tena que llegar de cualquier modo, mejor que ya est hecho. Espero desde luego que no hayas atrapado nada malo. Atrapado no. Perdido, digo. Perdido. Achour le mir sin entender. Pero Idriss no aadi ni una sola palabra de explicacin.
No lo s balbuce Idriss yo nunca he comido cuzcuz. El joven le mir de hito en hito. Bueno, vaya. Yo le hubiera tomado por un rabe. No, yo soy berebere. Arabe o bereber, da lo mismo, no? No. Entonces, de dnde viene usted? Del Sahara. De un oasis al noroeste del Sahara. Vienes del Sahara y nunca has comido cuzcuz? No, nunca. En Tabelbala, somos demasia do pobres para comer pollo o cordero. All deci mos: el vientre es un pellejo vaco que la experiencia ensea a atar. Entonces, cul es vuestro plato nacional? No creo que tengamos un plato nacional. Lo que ms se come es el tazu, pero eso, en verdad, no se parece en nada a un plato nacional. El tazu? Smola con zanahorias, guindilla, coles, habas, pimientos, berenjenas y pepinos... Vaya, como para destrozarme el paladar! Y la carne? Nada, tal vez un pedazo de hueso de ca mello... Algunos minutos despus, se hallaban acurrucados a una mesa baja del restaurante, delante de un suntuoso cuzcuz de pescado. La lujosa pe numbra favoreca los sueos y las evocaciones del nuevo amigo de Idriss. Te miro y me digo: Es el Sahara que viene a m! El Sahara... dijo Idriss eso lo he
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aprendido en Francia. Entre nosotros no tenemos una palabra para eso. El Sahara es el desierto! no? Entre nosotros no hay palabra para decir desierto. Bueno, djalo, si quieres, las palabras son mi problema. Voy a explicarte qu es el Sahara. Los franceses siempre tienen que explicar lo todo. Pero yo no entiendo nada de sus explica ciones. Un da, una francesa rubia pas por mi tierra. Ella me hizo una foto. Me dijo: Te mandar tu foto. Nunca he recibido nada. Y entonces, ahora estoy en Pars para trabajar. Y veo fotos por todas partes. Tambin fotos de Africa, del Sahara, del desierto, de los oasis. Y no reconozco nada. Me dicen: Eso es tu pas, se eres t. Yo? Eso? No reconozco nada! Eso es porque no sabes. Hay que apren der. Despus de todo, los nios franceses aprenden Francia en la escuela. Voy a ensearte Idriss-del-Sahara. Y si me ensearas algo de ti? Es verdad, qu cabeza tengo! Qu quin soy? Soy el marqus Sigisbert de Beaufond para servirte! Se levant a medias para inclinarse ante Idriss. Una de las ms antiguas familias del Fran co Condado. S, seor. Y adems eso me permite presumir! Desde mi infancia, el rebelde, el marginal, fuera de todas las escuelas. Expulsado de una guar dera de Passy, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de Neuilly, de los Oratorianos de Pontoise, de los Jesutas de Evreux, de los Lazaristas de Slestat, de los Ignorantinos de Alen^on. A los die cisiete aos, mi tercera fuga me lleva a Sidi-bel-Ab-
bes, donde con papeles falsos, me enrolo en la Le gin Extranjera. Ah, Idriss, la Legin! La epopeya de los quepis blancos. Mira, justo el patrn del restaurante es un exlegionario. Marcha o muere! Camern!1. La Bandera, la pelcula de Duvivier dedicada al general Franco, jefe de la Legin espa ola. El primer gran papel de Gabin. El enfrenta miento con Pierre Renoir: Usted cumplir ocho das de prisin por haber tenido la intencin de matarme, y otros ocho por no haberlo hecho cuan do tuvo ocasin!. Y Pierre Benoit, La Atlntida! Brigitte Helm en el papel de Antina... Qu da tan aplastante! Qu noche tan lenta, tan pesada... No se siente uno a s mismo, ya no se sabe nada... S dice la voz lejana de Saint-Avit. Una noche pesada, pesada, tan pesada, ya ves, como aquella en la que mat al capitn Morhange. Y detrs de todo eso, la visin mstica de Charles de Foucauld, el santo del Assekrem: Piensa que debes morir mrtir, despojado de todo, tendido en tierra, irreconocible, cubierto de sangre y heridas, muerto violenta y dolorosamente, y desea sin embargo que eso pase hoy mismo. Pero mira, Idriss, de todos los episodios de la epopeya sahariana, el que ms intensamente he vivido es el de la muerte del general Laperrine, en marzo de 1920, durante su intento de establecer una lnea area Argel-Niger. Y lo ms extrao fue que aquel antiguo comandante del territorio de los oasis, compaero de Charles de Foucauld, aquel creador de las compaas saharianas, bien, pues fue de
Localidad mexicana donde, el 30 de abril de 1863, 64 hombres de la Legin Extranjera Francesa resistieron a 2.000 mexi canos. La fecha del 30 de abril se convirti en la de la fiesta de la Legin Extranjera. (TV. del A.)
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casualidad como se embarc en aquella aventura mortal! Encontr al piloto de su avin, al coronel AJexandre Bernard, en la granja de Bresse donde acab sus das. Y me cont el relato de aquel drama. Escucha bien Idriss, es una epopeya de verdad! Se trataba, pues, de establecer la primera lnea area entre el Africa blanca y la negra. Dos escuadrillas de tres aviones cada una tenan que participar en el raid, una saliendo de Francia y la otra de Argel. De los tres aviones que salieron de Francia, uno se estrell en Istres, y otro capot en Perpignan, y slo el tercero lleg a Argel. Fueron entonces cuatro los aparatos que despegaron de Ar gel el 16 de febrero. El que pilotaba Alexandre Bernard tena que llevar al general Nivelle, que mandaba el 19. Cuerpo de Ejrcito de Argel. Pero los incidentes continuaron. Nivelle, llamado urgen temente a Pars, se excusa. El avin, mal preparado, se ve obligado a volver a Argel tras una hora de vuelo. Pues los aviones de aquel tiempo eran de madera y tela encerada, sujetos con cables y oben ques. Durante la noche, los saltos de temperatura y la humedad los deformaban, y antes de volver a despegar era preciso volverlos a tensar y equilibrar los, como se ajusta un violn antes del concierto. La primera etapa era en Briska, donde re sida el general Laperrine. Viendo que Nivelle haba tenido que renunciar, se apresur a ocupar su sitio en el avin de Bernard. Aunque, por otra parte, es mucho decir cuando se llama sitio a eso. En verdad no haba ms que dos agujeros en la carlinga, uno para el piloto y otro para el mecnico, en esta oca sin Marcel Vasselin, un muchacho de veinte aos. Laperrine tuvo entonces que sentarse en las rodillas de Vasselin, lo que le expona de manera anormal a la violencia del viento. El avin volaba a 130 kil
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metros por hora, con una autonoma de cinco horas en total. El cuadro de mandos llevaba un cuentavelocidades, un altmetro, un reloj y un termmetro de agua. Ni comps, ni radio, ni micro para comu nicar con el resto del equipaje. A veces, Laperrine emborronaba un mensaje y se lo pasaba al piloto. La etapa siguiente terminaba en In Salah. Nunca hasta entonces haba aterrizado un avin en aquel oasis. El acontecimiento se festej con alegra. Luego, los aparatos llegados de Pars, reemprendie ron su vuelo hacia Argel. Slo dos de ellos tenan que continuar viaje hacia el sur, uno transportando a bordo al general Joseph Vuillemin, y el otro, pilotado por Bernard, llevando a Laperrine y al mecnico Vasselin. No se trataba de atravesar en un solo vuelo, desde luego, los 690 kilmetros que separan In Salah de Tamanrasset. Se aterriz otra vez en Arak, en medio de unos atormentados des filaderos, para llegar a Tam al da siguiente, 18 de febrero. Aquellos 2.300 primeros kilmetros, cu biertos en un tiempo rcord y con una meteorologa ideal, nos haban vuelto confiados. Peligrosamente confiados. Nadbamos en la euforia. El raid ArgelNiger se desarrollaba con una facilidad casi decep cionante. Pese a todo, al sur de Tam, era la zambu llida en lo desconocido. Ciertamente, se haban en viado mensajes a los autctonos para que sealaran el trayecto con dibujos en el suelo y grandes ho gueras de arbustos. Pero, desde la segunda hora de vuelo, se entr en una especie de niebla de arena espesa. Nuestro avin era ms rpido que el de Vuillemin, pero slo tena para cinco horas de car burante, mientras que el otro tena para diez. Los dos aparatos se pierden de vista. Laperrine me or den elevarme por encima de las nubes, a ms de 3.000 metros para intentar restablecer el contacto.
Pero es en vano. Me pasa mensaje tras mensaje. Estoy seguro que el viento nos ha hecho derivar hacia el este. Me escribe. Yo tengo otras preocu paciones. Mi reserva de gasolina est casi agotada. Hay que parar. A medioda, inicia un vuelo planea do que va a agravar nuestra deriva todava ms. Hubiera hecho mejor descendiendo en espiral. El suelo que se presenta ante nosotros parece bastante bueno. El avin empieza a rodar normalmente. Pero, conforme va aminorando la velocidad, las rue das pesan ms sobre la arena, y de pronto, la cresta superficial se desmorona. Las ruedas se hunden. El avin bascula hacia adelante y capota. Laperrine, siempre sentado en las rodillas de Vasselin, se ve proyectado a tierra. En principio, no sospechamos que est gravemente herido. Nos apartamos del gran pjaro de telas y madera que yace en el suelo boca arriba, con las patas al aire. Laperrine se queja de su hombro izquierdo. Yo se lo fricciono con una locin que en aquel tiempo era muy popular, el Arcabuz. Se desvanece. Tuvimos que saber mu cho despus que tena fracturada la clavcula y varias costillas hundidas. Cuando recobr el conocimien to, asumi por completo la direccin de las opera ciones. Decidi qe tenamos que hacer una marcha de reconocimiento hacia el oeste, y volver despus al avin enseguida, pues tena la ventaja de sealar ms fcilmente nuestra presencia. Caminamos, pues, durante varias horas sobre una tierra podrida que se hunda bajo cada uno de nuestros pasos. Cuando nos detuvimos, agotados, seguimos sin te ner nada a la vista. Por si acaso, disparamos tres tiros seguidos, seal convencional de aprieto. Des pus, dimos media vuelta y volvimos tras nuestros mismos pasos. Si el viento hubiera borrado nuestras huellas, hubiera sido dudoso que encontrsemos el
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avin. Y en l se hallaba nuestra mejor provisin de agua. Pues nos dimos cuenta enseguida que su ra diador contena dieciocho litros de agua que venan asi a aadirse providencialmente a la de nuestras cantnnploras. El radiador estaba boca arriba, con la apertura abajo, pero por suerte no haba escapado m una sola gota de agua. Laperrine decidi que cada uno de nosotros bebera el contenido de su propio cubilete cada tres horas. Este cubilete de plata era un regalo del duque de Aumale, vencedor de Abbel-Kader en 1843, y siempre le acompaaba en cada uno de sus desplazamientos. Qu te parece, peque o, Laperrine nos ha hecho beber cada tres horas en el cubilete del duque de Aumale? Y la espera comenz, cada da completa mente igual que el anterior, con noches glaciales y mediodas de horno. Al principio comamos un poco, pero conforme avanzaba nuestra deshidrata ron ya no pudimos tragar nada slido a partir del octavo da. Al dcimoquinto, Laperrine tena la boca ensangrentada. Un da despus empez a de lirar. A la maana siguiente ya no se mova. Y advert que algunas hormigas se paseaban por sus ojos abiertos. Estaba muerto. Lo enterramos en el surco trazado por el avin, y cubrimos el lugar con un trozo de tela. Una extraa idea hizo que colo csemos sobre aquella tela la rueda de socorro del avin con el quepis del general encima. An no sabanlos que aquella muerte nos iba a salvar! To mamos la decisin heroica de disminuir nuestra ra cion de agua a la mitad: un tercio de litro cada veinticuatro horas, siendo as que hubiramos ne cesitado seis o siete litros para compensar nuestra deshidratacin. El da vigsimo tercero ya no nos quedaba ni una sola gota de agua. Bebimos la cle bre locin Arcabuz, el lquido de la brjula, todos los
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frascos de nuestro botiqun de campo, tintura de yodo, aceite alcanforado, elixir paregrico. Devora mos nuestra pasta dentrfica. Y por fin decidimos matarnos. Cmo? Bebiendo, redios, bebiendo! Pero bebiendo qu? Nuestra propia sangre. Tena mos una navaja de afeitar. Nos cortamos profunda mente las muecas. Pero all fue la decepcin: no corra ni una sola gota de sangre. Heridas blancas. Estbamos demasiado deshidratados. Y, por cierto, mira. Tendi sus puos hacia Idriss. Mira esas cicatrices blancas en la piel. Esas son! No dijo honradamente Idriss no veo nada. Hay muy mala luz aqu explic Sigisbert. Despus, tras un instante de silencio, volvi a tomar el hilo de su relato. Aquellas heridas blancas se pusieron por fin a sangrar, pero despus de tres das enteros de riego. Pues al fin estbamos a salvo! Un da era el 25 de marzo Vasselin me dijo que haba odo berrear a un camello. Le respond que deliraba. Pero enseguida empec a or signos de vida en el silencio mineral del desierto. Salt por mi carabina y dispar tres tiros al aire. Se trataba, desde luego, de un equipo de salvamento, que mandaba el teniente Pruvost. Slo que mis disparos, en lugar de hacerles acudir, les pusieron en estado de alerta. Dispusieron sus camellos en orden de campaa, y vimos avanzar hacia nosotros toda una lnea de tiradores en for macin de combate. Era algo ridculo, pero estba mos salvados. Adems, te voy a contar an dos cosas bas
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tante increbles. Me arrojaron una guerba1. Y beb. Beb el contenido del cubilete de plata del duque de Aumale. Ni una gota de ms! Se haba convertido en mi racin para ocho horas. Ya no tena ni sed ni Dara una gota ms. Tuvimos que volver a acostumDrarnos a tener sed y a aplacar la sed. Y an ms, que todava era ms grave. Quiz crees que la llegada de nuestros salvadores nos colm a Vasselin y a m de una intensa alegra? Ni mucho menos. Lo cierto es que haban llegado demasiado tarde. Demasiado tarde, s, pues nos habamos introducido ya en el sendero de la muer te. En gran medida, estbamos ya muertos. Todos aquellos hombres, vivos al cien por cien, con todo su alboroto de camellos y abastecimientos, pues bien, nos perturbaban. No habamos pagado ya lo suficientemente caro el derecho a morir en paz? Y adems, pronto comprendimos en qu infierno nos haba precipitado aquel salvamento inesperado. Eramos incapaces no slo de andar, sino de mantenernos sobre un camello. Tuvieron que fabricar para nosotros una especie de angarillas improvisadas colgadas del flanco de un camello y fue mediante este lamentable transporte como nos llevaron hasta Tamanrasset. Oh, no de una sola tirada, claro est! Fue necesario hacer diversas pa radas de varios das en ocasiones, cuando estbamos ya tan agotados, hasta el punto de arriesgar la muer te en aquellas infernales literas. Ya ves, Idriss, en toda esta historia, lo que ms me impresiona es todo aquel trabajo que tuvi mos que hacer en medio de sufrimientos indecibles para arrancarnos a la vida. Y he aqu que luego
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surgieron aquellos meharistas del diablo, justo a tiempo para atraparnos por los pies y atraernos hacia ellos, para hacernos volver a caer en medio de la vida, en medio de toda esta miseria de la vida...
Una vez ms, la bola de acero se introdujo en el canal del superbonus, desencadenando una avalancha de seales luminosas en torno a la mujercow-boy del gran cuadro marcador. Canalizada por los contactos, vino suavemente a alojarse en UIia las cazoletas de 5.000 puntos. Surgi de all saltando sobre el vidrio, tropez con el champin central hacia la cumbre de la pendiente, y descendi a gran velocidad a travs de todo el marco en direccin del agujero cero. Pero fue ah cuando se manifest la maestra incomparable del gran Zob. Con un leve golpe de la palma de su mano al borde del aparato, la bola se desvi lo suficiente para aterrizar en uno de los flippers. Zob la dej deslizarse hasta los dos tercios de la palanca... y tir de nuevo! u bola, colocada otra vez en la parte superior, pas de nue vo al canal del superbonus. Dos chasquidos secos anunciaron las partidas gratuitas que acababan de sumarse a las que ya estaban inscritas en el marca dor. Los adolescentes que se amontonaban en torno a la mquina levantaron sus ojos hacia el rostro picado de viruelas del gran Zob. Era el homenaje mudo y fervoroso de su pequea corte, deslumbra da por su maravillosa maestra. Uno de ellos mur mur: Ah, ver esto alucina!. Nada indicaba que Zob fuera sensible a estas alabanzas. Sus pesados prpados permanecan bajos sobre sus ojos desor
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bitados. Ninguna sonrisa anim el arco amargo de su boca. Ahora empez a jugar con una sola mano, dando a entender claramente que ya no le interesa ba. Y despus se separ de la mquina de repente, abandonndola majestuosamente a los adolescentes que se disputaban en su lugar las cinco partidas gratis que acababa de ganar. Idriss, inmvil por la admiracin, le mir mientras se alejaba arrastrando las botas. El Elec tronic deslumbraba con sus luces de nen multi colores en la esquina de la calle Guy-Patin y del bulevar de la Chapelle. Segn las horas, deba su ms seria clientela a los viajeros del metro areo Barbes y al personal del hospital Lariboisire. Pero a Idriss le atraa sobre todo la sala de juegos donde grupos de jvenes uniformemente provistos de cas cos, botas y pantalones vaqueros hacan crepitar y guiar las bateras de escopitones, flippers y toca discos. Soaba con que le aceptaran todos aquellos muchachos de su edad. Ven. Jugamos una partida al futboln. Idriss se volvi. Le hubiera gustado que la invitacin viniera de alguno de aquellos adolescen tes. Pero se trataba de un viejo, un hombre corpu lento, vestido de franela gris clara, con una camisa rosa de cuello abierto y un pauelo malva. Su mi rada, quebrada por un leve estrabismo, le observaba a travs de unas gafas de montura gruesa. Pero si es mi pequeo barrendero! El hombre sacudi a Idriss cariosamente en el hombro. Era Achille Mage, el director de cine que le haba dado 200 francos por su actuacin. Y hasta le haba dejado su tarjeta, y Achour haba reprochado a su primo el que todava no le hubiese telefoneado. Pronto te habr olvidado!. En apariencia, Mage no haba olvidado a
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Idriss y no pareca enfadado por no haberle llama do. Consult su reloj. En vez de quedarnos aqu, vamos a tomar una copa en mi casa decidi de repente. Arrastr a Idriss, que protestaba. Es que no bebo alcohol. Tengo otra cosa para ti. Se llama Palme ral. Conoces a los jovencitos del Electronic? No, no me hablan confes Idriss. Yo los conozco. A todos. Y ellos me co nocen, aunque no me dirijan la palabra en pblico. Y todos se han dado cuenta de que hemos salido juntos. Hasta el gran Zob, que se paseaba por la acera. Sigue, sin hablarles. Cuanto menos vayas al Electronic, mejor para ti. Pero ah es donde usted me ha encontra do. Ah, bueno, era necesario que fueses all para encontrarme! Pero una vez que est hecho, se acab. De acuerdo? Atravesaron el bulevar de la Chapelle y cru zaron bajo el metro areo. Por la calle Caplat se introdujeron en la medina de Pars, exclusivamente habitada por africanos. De repente, Mage se detuvo, designando el cartel azul de la calle de Chartres. Chartres! Adviertes la enormidad, la henormidad, que dira Flaubert?
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13, mi nmero de la suerte, pues, ya ves, conmigo todo resulta siempre al revs. Se detuvo frente a un srdido inmueble, que se abra a la calle a travs de un soportal completa mente a oscuras. Advierte la disposicin de los lugares. El patio est abierto de par en par. Atraviesas el so portal, y ya est. Hasta se puede entrar directamente al patio en moto, si sabes lo que quiero decir. No. Los electrnicos con quienes estabas hace un rato, tienen todos su moto detonadora. Cuando oigo sus detonaciones en el patio, ya s que tengo visita. Pues tengo tres ventanas que dan al patio. Pero es intil mirar para saber quin tiene necesidad de dinero de bolsillo. El casco los hace a todos iguales. Con el corazn latiendo de impacien cia, tengo que esperar para saber quin sube mis tres pisos y llama a mi puerta. Es la mejor sorpresa de todas. Lo ms apasionante es que mis pronsti cos siempre son desmentidos por los hechos. Pero al final vienen todos. Saben que la casa vale el des plazamiento. Todos menos uno, el gran Zob. Evi dentemente, con su jeta y su armazn, no tiene gran cosa que ofrecer. Y sin embargo nunca le falta de nada al gran Zob. Me ha costado mucho tiempo entenderlo. Lo que finalmente me lo aclar es que todo suceda demasiado bien. Quiero decir, que nunca ha habido altercados en el patio o en la es calera. Ni tampoco nunca demasiados pases negros. Una armoniosa sucesin de visitas detonadoras, tan regulares como variadas. Curioso, no? Entonces, hice como Voltaire, que mirando al cielo deca:
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Y busqu al relojero. Y lo encontr. No lo adivinas? El gran Zob! Un relojero que desde luego se hace pagar por su reloj, esto es, por los pequeos electrnicos cuya ronda organiza. Se detuvo en el descansillo del tercer piso, y mientras buscaba sus llaves pregunt a Idriss: Sabes por qu te cuento todo esto? No. Creme, no es por el placer de exhibir cnicamente las ignominias de mi vida privada. Es para que no vuelvas ms a rondar por el electro nic, donde el horrible Zob no est pidiendo otra cosa que incorporarte, de buen grado o por la fuer za, a su cabaa de ganado. Has entendido? Creo que no del todo. Estaban ahora en un pequeo apartamento cuyas comodidades contrastaban clamorosamente con la miseria del inmueble. Ya ves coment Mage al exterior no hay sino cochambre y hedor, fango y suciedad. Pero se abre mi puerta y aqu todo es lujo y belleza, calma y voluptuosidad. Sigues sin entender, enton ces? Sintate ah. Frente a m. Pero, al fin, pequeo hombrecito de dnde has salido para ser tan inge nuo? Vivo en el hogar Sonacotra de la calle Myrha. No, quiero decir antes. Argel, Bne, Orn? Tabelbala. Ta... qu? Tabelbala. Un oasis en pleno desierto. Mage se levant con brusquedad. Se acerc a Idriss y le mir fijamente, lo que acentuaba su estrabismo. En pleno desierto...? En las arenas?
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La arena no es lo que falta, pero sobre todo hay guijarros. Lo llamamos el reg. Mage se levant, con aire desconcertado. Fue, como si vacilara, hacia la mesa de despacho y volvi con una hoja de papel de dibujo y un rotu lador amarillo. Por favor, dibjame un camello. Qu? Un camello? S, dibjame un camello. Dcilmente, Idriss se puso a la tarea. Mage se dirigi hacia su biblioteca. Sac un lbum ilus trado, volvi a sentarse frente a Idriss y se cambi de gafas. Despus, se puso a leer en voz alta:
Y as, viv slo, sin que nadie con quien ver daderamente hablar, hasta que tuve una ave ra hace seis aos en el desierto del Sahara. Algo se haba roto en mi motor. Y como no tena conmigo ni pasajeros ni mecnicos, me prepar para intentar conseguir, completamen te solo, una reparacin difcil. Era para m una cuestin de vida o muerte. Apenas tena agua para beber durante ocho das. Entonces, la primera noche, me dorm sobre la arena, a mil millas de distancia de toda tierra habitada. Estaba ms aislado que un nufrago sobre una balsa en medio del ocano. Entonces, imagi naos mi sorpresa al amanecer, cuando una ex traa vocecilla me despert. Deca:
Yo conozco las cabras, los corderos y los camellos le dijo Idriss dndole el dibujo. No he visto otra cosa durante toda mi infancia. Y as fue sigui Mage con los ojos fijos en l fue as, en plena soledad, con mi motor
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estropeado, cuando vi llegar al Principito1 de las arenas, y se eres t, Idriss. Idriss se levant para intentar disipar la fan tasmagora que una vez ms amenazaba con apri sionarle como en una red de imgenes. Otra vez una historia que no entiendo. El desierto, todo el mundo me habla de l desde que lo ha dejado. En Bni Abbs, lo pusieron en un museo. En Bchar lo pintaron en un decorado. He visto en Marsella un cartel sobre el paraso de los oasis. He cenado con un marqus. Me cont la historia de la Antina del seor Benoit, y lo del general Laperrine, el padre de Foucauld y la Legin Extranjera. Y ahora usted con su principito. No entiendo nada, y sin embargo, en ese desierto, es ah donde he nacido. Pero al fin la soledad, mi soledad. Qu haces t con la soledad? La soledad? Y ahora otra vez, eso qu es? Ya te lo he dicho, es un motor roto y despus nadie entiendes? Nadie! Y t que llegas de repente con tu bonita cara de morito, como a m me gustan! Le cogi por los hombros y luego le acarici las mejillas con la mano, sacudindole cariosa mente. Entonces, escucha bien, Idriss de mi co razn, Idriss de mis huevos. T eres un pobre va gabundo, pues has desembarcado solo con tu pelo rizado y tu piel morena. Yo soy rico y poderoso. Hago pelculas para la televisin, ese es mi oficio. Conozco a todo Pars. Tuteo a Yves Montand a Jean Le Poulain y a Mireille Mathieu. Almuerzo
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Antoine de Saint-Exupry: Le
petit prince.
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con Marcel Bluwald y Bernard Pivot. Pero la verdadera verdad es que yo tambin soy un pobre vagabundo y que te necesito. Te necesito, me en tiendes? Es algo inesperado no? Usted me necesita, pero para qu? Para qu, para qu! Disimulas o eres un retrasado mental? Para vivir, redios! Se volvi y dio algunos pasos por la habita cin. Despus vino a sentarse y con una voz ms tranquila aadi: A partir de maana, empiezo una pelcula publicitaria en los estudios Francoeur. Te contrato. Adems, ya has rodado conmigo. Ya ves, te necesito para mi pelcula. Idriss vino a sentarse frente a l. Recuperado por su oficio, Mage explic: Es una publicidad para un refresco de fru tas con soda: Palmeral. S, esa mierda se llama Palmeral. Debo tener algunas muestras en el refri gerador. El verano que viene, gracias a m, toda Francia beber Palmeral. Bueno, y eso empieza en el desierto. Dos exploradores se arrastran medio muertos de sed en las arenas, con un camello. Y de pronto estn salvados!
Y el Bizco, cuanto te ha dado? Idriss ha bajado slo las escaleras hacia la calle Chartres. Tena cita al da siguiente en los estudios Francoeur con Mage y su equipo. Pero no fue muy lejos. Tres jvenes con cascos y botas deban esperarle. Lo arrinconaron en un portal. El que le interrogaba era el gran Zob. Idriss le reco noci enseguida, a pesar del casco.
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Te hemos visto subir con l. Cunto te ha dado? El Bizco? S, el seor Mage, como prefieras. As le llamamos en el Electronic. No te hagas el tonto Suelta la pasta! No me ha dado nada! Lo juro! Registradle! Idriss inici un movimiento de defensa con tra las manos de los dos otros que emprendieron la tarea de explorar sus bolsillos. Un tortazo proyect su cabeza contra la puerta. Pero el registro no pro dujo nada ms que algunas monedas sueltas. Zob las mir despectivamente, y despus las tir a la acera. Mtete esto en la cabeza, pobre desgracia do. El Bizco es nuestro. Ni hablar de que lo explo tes por tu cuenta. T sacas lo que ms puedas, estamos de acuerdo. Pero despus pasas por el Electronic y nos lo das todo. Todo, entiendes? A m mismo o a uno de estos dos. Y nosotros a continuacin te daremos tu parte. Un segundo tortazo subray estas instruc ciones perentorias. El tro se alej sobre sus botas de tacones altos. Idriss se irgui. Se frot la cara y se puso a buscar su dinero entre los adoquines de la acera y en la alcantarilla.
Achour le escuchaba inclinando tristemente la cabeza. Entonces te han pegado? Un poco, no mucho precis Idriss. Y qu ms te dijo el seor Mage? Me dijo tambin: Los chicos me llaman
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el Bizco porque tengo un gesto coqueto en la mi rada. Pero decir que bizqueo es una pura calumnia. Recurdalo bien. Te hizo beber? S, su nueva bebida. Se llama Palmeral. No est mal. No tiene alcohol. Y tiene que hacer una pelcula conmigo sobre ese Palmeral. Una pelcula de treinta segundos en la que acta el cantante Ma rio. Fuma? No. Me ofreci un cigarrillo. Le dije que no fumaba. El me respondi: Yo tampoco. Hace veinte aos que fum mi ltimo cigarrillo. El gusto del tabaco ya no lo encuentro ms que en la boca de los muchachos. Para m se ha convertido en el aroma del deseo. Qu quiere decir eso? Tienes una memoria formidable. Te has aprendido frases enteras de memoria. Pero en rea lidad no entiendes demasiado. Es precisamente porque no entiendo ms que a medias lo que se me dice por lo que me acuerdo de todo de memoria. Eso compensa un poco. Y qu es lo que dijo adems el seor Mage? Dijo: Veo en los ojos de los muchachos la imagen de una gorda maricona sentimental, bizca y forrada de dinero. Y no consigo persuadirme de que soy yo. Tiene de verdad mucho dinero? Eso dice. Los muchachos tambin. Debe ser verdad. Y a propsito del dinero, me dijo: El dinero se lleva maravillosamente bien con el sexo. Dar dinero a un muchacho es convertirlo en un propietario, es ya como si hicieras el amor con l. Y hasta eso slo puede bastar en algunos momentos. El dinero que me roba es suyo. El sexo derrumba
las murallas de la propiedad. Qu quiere decir todo eso? Y qu ms te dijo? Me dijo que tenamos una cita y que no poda faltar. Lo he anotado: nmero 27 de la calle Francoeur, maana por la maana a las diez. Estara pensando en otro tipo de cita, pero eso es demasiado complicado para ti. No tengo la culpa. Soy de fuera. Achour se call un momento para perseguir una idea luminosa pero difcil de precisar. Mira, yo veo una cosa. De acuerdo, vienes de fuera. De Tabelbala. Yo tambin. Slo que a m, es curioso, nadie me ha retratado, y cuando llegu aqu me dejaron ms bien tranquilo. Tu historia empieza con la rubia del Land Rover que te saca una foto. Y despus ya no se para. Has ido alguna vez al cine? No confes Idriss. Algunas veces he tenido intencin de hacerlo, pero nunca ha surgido la oportunidad. Vaya, eso s que es bueno! Pues nosotros, los que no tenemos nada, slo tenemos los sueos para sobrevivir, y los sueos, quien nos los propor ciona es el cine. El cine hace de ti un hombre rico, refinado, que circula en hermosos coches descapo tables, que vive en enormes cuartos de bao nique lados y que besa en la boca a mujeres perfumadas y cargadas de joyas. El cine es nuestro maestro de escuela. Cuando llegas del pueblo, el cine es quien te ensea cmo se anda por la acera, cmo te sientas en el restaurante o cmo hay que coger a una mujer entre los brazos. Cuntos de nosotros no han he cho el amor ms que en el cine! No tienes ni idea. Y hasta resulta muy peligroso para nuestras chicas porque el cine les ensea cosas que enseguida traen
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a casa. Y su padre o su hermano mayor las pegan con los puos o con palos para sacarles de la piel las suciedades que han aprendido en el cine. Y t, que nunca has ido al cine, hala, ahora eres t el que haces cine! Te sacan fotos y ahora te ruedan, y maana ms! No tengo la culpa repiti Idriss.
Todo andaba mal en el plato nmero 5 de los estudios Francoeur. La melena negra y las bar bas jupiterinas de Mario ya no desprendan su acos tumbrado optimismo majestuoso. El sudor reluca sobre su torso maquillado de arriba abajo. Su barri ga colgaba tristemente por encima de su faldelln de calmas de papel. Mage gesticulaba frente a l. Ha ban llegado a ese momento crtico de una sesin de rodaje en el que el director, desesperado, ya no ve ms que una solucin: asumir los papeles de todos los actores, tras haberse encargado igualmente de las funciones de cameraman, de iluminador y de la toma de sonido. Y era en aquella atmsfera pesada cuando Achille Mage revelaba con mayor claridad su autntico genio. Embargado por una inspiracin pnica, se metamorfoseaba a ojos vistas en cantante de variedades. Se converta en Mario, el verdadero Mario, aquel que haban contratado, y estallaba de vitalidad comunicativa. Pal, pal, pal, Palmeral! cantaba Mage contorsionndose bajo la mirada fascinada del can tante. Mira, soy fuerte, estoy alegre me lo paso bomba. Y por qu, te lo ruego? Porque bebo pal, pal, pal, Palmeral... Msica, por favor! El aparato de sonorizacin envi dcilmente el indicativo de la publicidad Palmeral. Mage, en un rapto de frenes, bailaba mientras bizqueaba a travs
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de sus gafas hasta extremos increbles. De repcutr, se detuvo. Stop! Silencio! Que paren inmedi.ii.i mente esa basura de saldo! Se hizo el silencio. Mage se haba erguiilu, repentinamente digno, solemne e inspirado. Escuchadme todos! Palma... es el ttulo de uno de los poemas ms hermosos de Paul Valry:
Y con su temible gracia Velando apenas su brillo un ngel pone en mi mesa el pan tierno con la leche Y me hace con sus prpados La seal de una plegaria que as habla a mi visin: Tranquilo, en calma, sigue en calma sabe el peso de una palma y su interior profusin!
San Valry, perdnanos nuestra ignominia! Hijos mos, empezamos de nuevo todo! Todo el mundo a su sitio! Claqueta por favor! Motor! El de la claqueta se precipit ante la cmara con su pizarra, mientras gritaba: Palmeral, prime ra, toma decimocuarta!. En el Sahara de cartn se vea a dos exploradores vestidos caquis, casco colonial que se arrastraban gimiendo. Un camello esqueltico les segua. Uno de los exploradores se derrumba. Su compaero le sostiene. Gime: Be ber, beber!. El otro le pregunta: Beber? Pero qu?. De repente, el primer explorador se yergue con el rostro iluminado y seala al horizonte: Pal meral! Palmeral?! s, un palmeral. Esta mos salvados!. Corten! grit Mage. Nada de nada,
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no es as! Entindelo, si no pones un poco ms de onviccin, no resulta ms divertido. Desde luego <|uc tienes que hacer rer. Pero a fuerza de convicion! Ese es el secreto de la buena publicidad. Y se puso a su vez a mirar los dos paneles. A beber, a beber, a beber qu. Palmeral! , Palmeral? S hombre, un palmeral, estamos salva dos! Hala, empezamos otra vez! Claqueta, es la loma decimoquinta. Vamos, el camello. Dnde est el camello? Se lanz entre los decorados en busca del camello. Acab por encontrarlo en un rincn del estudio, con Idriss, que le hablaba mientras le acari ciaba. Ah, claro est! T sabes hablarle. Y en c|u le hablas? En la lengua de los camellos? No, en berebere. Es mi lengua. Bueno, bien, dile en berebere que empe zamos otra vez la secuencia desde el principio. Va mos, muchachos, todo el mundo a su sitio! Cla queta! Los dos exploradores y el camello volvieron a emprender su ansioso vagabundeo por el desierto. Llegaron as a un decorado de flores de plstico, donde fueron acogidos por un grupo de cantores y muchachas dirigido por Mario. Todo el mundo can t Palmeral alrededor de una fuente que desbor daba un lquido verde metlico. Mage les interrum pi: Corten! Todava no es as. Hay que ha cerlo de verdad, me entendis? Esto no es una opereta. Si no creis en lo que hacis, no venderis nada. Ese es el ABC de la publicidad. La publicidad es honradez! Infatigable, se puso a mimar todos los pape les a la vez. Se detuvo, agotado, y bebi de una botella que le tendieron.
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Puaff! Qu es esta porquera? Palmeral. Me lo tema. Nadie tiene una cerveza? Empezamos otra vez. Pero para darnos fuerzas, empezamos con el eslgan: La palma es Palmeral. Todo el mundo conmigo, hasta los maquinistas: La palma es Pal meral!. Y ahora, todos a beber. Una, dos, tres, hala! Y el camello? El camello ha desaparecido de nuevo! Idriss, tu camello! El camello tiene que beber tambin. Y mira, con una paja ser ms au tntico! Idriss trae tu camello y dile en berebere que es preciso que beba Palmeral con una pajita!
* S-
Ms tarde, por la noche, todo el equipo de rodaje estaba reunido en el caf Francoeur para celebrar la terminacin de la publicidad Palmeral. A pesar del cansancio, la euforia llenaba la atms fera. Actores y tcnicos rodeaban a Mage, formando una pequea corte amistosa y rebelde. A m lo que ms me intriga es lo que pasa despus en el montaje. Porque nosotros, lo mete mos todo en un rollo y ya est. Apenas tenemos una vaga idea de los imperativos del minutaje. Pon gamos que el spot debe tener cuarenta y cinco segundos. Os dais cuenta? No, es imposible pensar en eso cuando se rueda. Las obras maestras del cine han nacido en la mesa de montaje! exclam Mage levantando un dedo. Lo que s es seguro es que la publicidad es la cumbre del cine. Desde todos los puntos de vista: tcnico, artstico, psicolgico. S, es cierto. Yo en la tele slo miro los anuncios. En comparacin, todo lo dems es tanteo.
Yo tambin, tengo un magnetoscopio, y slo para grabar los anuncios. Algunas noches, an tes de acostarme, me paso un montn. Mage se enorgulleci, repleto de hilaridad ante esas palabras. Pero qu amables son los muchachos de mi equipo! Decs todo eso para adularme, no? Porque sabis quien soy yo? Yo soy el Eisenstein de la publicidad! El otro da dijiste que el Orson Welles de la publicidad. Por qu no? Y maana dir que el Abel Gance de la publicidad! Es inaudito este hombre! No existe ms que l, y se acab. Y entonces, nosotros qu ha cemos? No existimos? La publicidad la haces t solo? Oh, no, no! concedi Mage. La obra cinematogrfica es como la catedral gtica, una obra de equipo... lo dijo Hegel. Sin embargo, sin embar go, a todo equipo le hace falta un cerebro! Los abucheos que provocaron estas palabras fueron interrumpidos por la llegada de un hombre cito de cabellos grises, el regidor, siempre ocupado por los problemas de la intendencia. Se inclin hacia Mage. Oiga, patrn, es con respecto al camello. Qu hacemos con el camello? Est ah, atado, en las traseras del estudio. El camello? qu camello? Para Mage, Palmeral, y todo lo que con ello se relacionaba, perteneca ya al pasado, a un pasado ya cumplido. Bueno, pues el de la publicidad. El came llo Palmeral. Qu hacemos con l? Cmo que qu hacemos? Pues devolvr
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selo a su propietario. Lo alquilamos para la dura cin del rodaje, no? Nada de eso. El patrn del circo nunca quiso alquilar su camello. No, no, nos lo vendi del todo. Ya se lo dije. Estaba demasiado contento de desprenderse de l. Pinselo bien, un animal tan viejo, derrengado y moribundo. Entonces se espant Mage nosotros somos sus propietarios? Exactamente precis el regidor, impla cable es su camello. Qu hacemos con l? En resumen intervino un ayudante es como los trabajadores inmigrados. Creamos que los habamos alquilado y que luego podramos de volverlos a sus casas cuando ya no les necesitra mos, y ahora resulta que los hemos comprado y que nos los tenemos que quedar en Francia. Mage meditaba, pero, segn su costumbre, sus reflexiones patinaban en otro sentido impre visto. Antes de nada dijo me gustara que nos pusiramos de acuerdo sobre un tema de voca bulario. Se trata de un camello o de un drome dario? Slo tiene una joroba dijo la script. Luego es un camello. Justo por eso mismo es lo contrario: el camello tiene dos jorobas. Este animal slo tiene una, luego es un dromedario. No, es un camello intervino el cameraman. Un dromedario insisti Mage Ca quiere decir dos, mello joroba. Camello: dos joro bas. Nada de eso, es todo lo contrario. Dro, quiere decir dos, y medao joroba. Las Islas Ma
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dera forman como dos jorobas en la superficie del mar. Luego, dromedario, ds jorobas.
Mage dio un golpe |a mesa. Todos a callar! l nico de todos noso tros que sabe algo del tema sigue mudo y silencioso al otro extremo de la mesa. Idriss, hijo mo, t eres el camellero o el encargado dromedarios de nues tro equipo. Entonces, coges al animal y te lo llevas... Idriss ya estaba de fie. Y adonde me lo llevo? Eso es verdad a dnde quieres que se lleve tu camello? Ah, caramba! 'gimi Mage . No ha terminado ya la jornada e trabajo? Traedme un anuario telefnico. Despus de algunas idas y venidas, encon traron un anuario telefnco- Mage, tras haberse cambiado de gafas y una v^z humedecido el pulgar de su mano derecha, empeg a hojearlo. ABC...Abecedario... Abada... Ms atrs, pantalla, pantalla... es increble cuantas fbricas de pantallas puede haber en Pars. Pars, capital de las pantallas! La culpa la tiene Pau^ Graldy:
Quires bajar un pc pantalla? Los corazones hablari en Ia sombra Los ojos pueden ver mucho mejor Cuando las cosas se Ven Poco menos...
Un poco ms adel^^- Ah, esto es lo que busco! Matadero, matadero--- Esto ya no es de Paul Graldy, ni mucho menos! Mira, hay uno que no est tan lejos de aqu!, Mataderos hipofgicos de Vaugirard, calle Brancin, nmero 106, distrito XV. Ese es para el camello! Idriss se dispona a partir.
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No tengas prisa, sigue un poco ms con nosotros, camellero de mi corazn. *** Todava era noche cerrada cuando Idriss sa la del patio de los estudios Francoeur arrastrando al extremo de una cuerda la sombra altiva y mise rable del camello del Palmeral. Su memoria haba grabado las informaciones bastante confusas que le haban prodigado para encontrar los mataderos hi:>ofgicos de Vaugirard. En todo caso, haba sacado a conclusin de que tena que atravesar todo Pars de norte a sur. Mas la distancia no le asustaba y tena toda la eternidad por delante. Pero un camello no es una bicicleta. Aquella silueta ridicula y ape sadumbrada que surga del alba gris y lluviosa de Pars, dejaba estupefactos a los escasos peatones e irritaba a los serenos. Desde el principio, uno de ellos orden a Idriss que abandonara la acera y caminase por la calzada, a lo largo de los vehculos estacionados. Pero los camiones de carga y descar ga, estacionados en segunda fila, constituan peli grosos obstculos. Uno de ellos transportaba un cargamento de verduras. Idriss comprob aterrori zado que el camello haba atrapado al pasar una coliflor, presa que mantena en alto, con riesgo de amotinar a los hortelanos. Prefiri detenerse, y de jar al camello que comiera su coliflor en la alcanta rilla, lo que hizo lentamente, con berridos de satis faccin. Luego volvieron a ponerse en marcha. Las blandas pezuas del camello resbalaban sobr los adoquines grasientos. Una fina llovizna emperlaba su pelo sedoso. Y sin embargo, Idriss se senta re confortado por aquella presencia gigantesca y torpe. Soaba con los regs de Tabelbala, con las arenas de
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licni Abbs. Rodeando los vehculos, detenindose en cada semforo, introducindose en los pasos sub terrneos, volva a or cantar en su interior la can cin de Zett Zobeida:
La liblula vibra en el agua El saltamontes rechina en la piedra. La liblula vibra sin cantar palabra. El saltamontes grue sin decir palabra. Mas el ala de la liblula es libelo. Mas el ala del saltamontes es un escrito. Y el libelo desafa el ardid de la muerte. Y el escrito desvela de la vida el secreto.
Llegaron delante de una tapia muy alta, tras la que se vislumbraban las copas de algunos rboles. Tras aquella velada de luces elctricas y humo de cigarrillos, a Idriss le hubiera gustado descansar en un jardn. Encontr abierto un amplio portal. En tr. No se trataba en verdad de un jardn, a pesar de su verdor. Era el cementerio de Montmartre. Estaba desierto a aquella hora. Al lado de capillas recargadas, algunas tumbas tenan forma de senci llos bloques rectangulares. Idriss se acost en una de ellas y se durmi enseguida. Cunto tiempo dur su sueo? Muy poco, desde luego, pero le transport a aquel otro cementerio, el de Orn, donde le haba llevado la vieja Lala Ramrez. All estaba la vieja, que le increpaba con rudeza, blan diendo el puo al extremo de su brazo esqueltico. Ella le increpaba con voz de hombre y en francs, y al final le sacudi en el hombro. Un hombre bigotudo y tocado con una casqueta de visera bar nizada se inclinaba sobre Idriss y le ordenaba sin ninguna suavidad que tena que pirrselas con su camello. Idriss se sent sobre la piedra tumbal. Pero
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slo fue para sorprender al camello que devastaba una tumba vecina recientemente adornada con flo res. Por fin, tras haber encontrado una corona mor tuoria a su gusto, empez a deshojarla con metdica lentitud. El hombre de la casqueta se estrangulaba de ira, hablaba de violacin de sepultura, e invocaba profesionalmente el artculo 360 del cdigo penal. Fue preciso levantarse, arrancar al camello de sus crisantemos y buscar una salida en aquel laberinto de monumentos funerarios. Atravesaron una plaza, un mercado, una estacin de autobuses. Nunca se haba aventurado Idriss tan lejos de Barbes. Y sin embargo, en ningn momento se le ocurri la idea de dejar plantado al camello y volverse al hogar de la calle Myrha. De algn modo, se senta solidario de aquel animal. Le obligaba a aquel vagabundeo ridculo y siniestro, pero al menos tena el valor de algo positivo para el nmada sahariano que segua siendo. Por otra parte, estaba claro adems que los escasos paseantes aparentaban cada vez ms no dar se cuenta, conforme se iba alejando de las zonas populares para acercarse a los barrios ms elegantes. Desde la estacin de Saint-Lazare, pero todava ms desde la plaza de la Madeleine y la calle Royale, nadie pareci ya advertir aquel extrao convoy en tre la apresurada muchedumbre del amanecer. Tras la peligrosa travesa de la Plaza de la Concorde, sucumbi a la tentacin de bajar a las orillas del Sena, para escapar al infierno de la circulacin. Ji rones de bruma flotaban sobre las aguas negras. Bajo el puente de Alexandre III, algunos vagabun dos que se apretujaban en torno a hogueras de ba sura, le llamaron alegremente blandiendo sus litronas vacas. Una mujer, que tenda ropa a secar en una gabarra, se interrumpi de pronto y llam a un nio para ensearle el camello. Un perro se preci
pit ladrando sobre l. Otra vez volva a ser visible, conforme se aflojaba el tejido de las relaciones so ciales. Borde los barcos golondrina del Sena, volvi a subir a los muelles, cruz el puente del Alma en direccin a la torre Eiffel, y atraves su vientre hueco, levantando la cabeza con la mirada perdida en el encabalgamiento de las vigas y vigue tas. El camello, al que nada pareca haber conmo vido hasta aquellos momentos, se apart brusca mente lanzando un ronco berrido ante un anciano que llevaba en la punta de un bastn un racimo de globos multicolores. Por fin, encontraron la calle Vaugirard, cuyo nombre reson en los odos de Idriss como la llave del ddalo en cuyo interior caminaban desde haca varias horas. En efecto, le haban dicho: calle de Vaugirard, y enseguida la calle Brancion. Y en esa calle, en el nmero 106, el matadero de caballos. Caminaba por la calle de los Morillons cuando fueron sorprendidos por un re bao de vacas. El crepitar de sus cascos en el pavi mento, sus sordos mugidos y sobre todo el olor a estircol que las rodeaba resultaban as tan sorpren dentes como la presencia del camello de Palmeral. Pareca adems, que el camello era sensible a la presencia animal del rebao de vacas, pues se estre meci, junt sus manos y desbordando a Idriss se lanz con un trote desgarbado para unirse a ellas. As llegaron ante el portal del nmero 40 de la calle de los Morillons, coronado por una cabeza de buey en metal dorado. Pues en efecto, si los caballos entran por la calle Brancion en este lugar mortal, los bovinos van al infierno por la calle de los Mo rillons. Un infierno, por otra parte, con un aspecto familiar en primer trmino, y tranquilizador des pus. Pues Idriss se encontr entre amplios establos de madera y paja, calientes, bien olorosos a heno y
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boigas, con su atmsfera suave de apacibles mugi dos, suspiros y adormilados movimientos. Cierta mente, tambin haba, al otro lado de las cuadras, una puertecilla a travs de la cual las vacas salan tranquilamente, unas tras otras sin tropezarse entre ellas, como para ir al ordee o a pastar. Esta puerta conduca a una pasarela inclinada, que ascenda has ta la apertura, dotada de guillotina, de otra gran sala. Sobre la pasarela las vacas esperaban, con la testuz apoyada en la grupa de la que le preceda, repletas de confiada resignacin. Se las hubiera podido to mar por simpticas amas de casa con la cesta en la mano haciendo la cola delante de un almacn. La guillotina se eleva. La primera vaca se adelanta. La guillotina cae por detrs. Se encuentra prisionera en un receptculo a algunos metros del suelo. El ma tarife espera a que la gimiente testuz se coloque en la posicin adecuada. A continuacin, aplica su ins trumento mortal en medio de la frente, entre los dos grandes ojos inquietos que le miran. Un chas quido seco. El animal se derrumba sobre las patas. El panel de la izquierda del recinto desaparece y el gran cuerpo de la vaca, sacudido de espasmos, bas cula sobre la reja del suelo. El degollador se inclina y corta la cartida. Despus, atrapa la pata trasera derecha del animal con una cadena que baja por un riel areo. La cadena se estira y el cuerpo de la vaca es levantado, como si fuera un conejo enarbolado al brazo de un cazador gigante. El cuerpo se desliza por el riel, mientras una fuente rojiza riega la rejilla. La pata trasera izquierda sacude el aire con sus convulsiones. El cuerpo, clido y palpitante, va a unirse al montn de otros cuerpos semejantes que pueblan todo el mercado de colgaduras fnebres y enormes. Unos hombres con gorro, botas e imper meables blancos y encerados los atacan con enormes
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cuchillos y sierras elctricas. Las pieles arrancadas revelan inmensos resplandores que brillan con sus msculos rutilantes y sus mucosas esmaltadas. Montones de visceras humeantes, verdes y malvas, se desmoronan sobre gigantescas cubetas. Un em pleado barra con la manga de riego los desperdicios orgnicos y las sanies marrones que afluan por el suelo hacia las rejas de evacuacin. De pronto, se detuvo, mareado. La alta silueta del camello acababa de aparecer en el recinto del portal abierto. Llam a un colega. Eh, t! Ven a ver esto! Est bueno! Aqu hay que ver todo: un beduino con su camello. Vaya, vaya, ya podemos decir que ya no hay Francia! Pronto eran tres o cuatro los descuartizadores que rodeaban bromeando a Idriss y a su camello. Y as como as, nos traes un camello para que lo transformemos en filetes? Muchacho, t no vacilas ante nada! Pero, t has asesinado alguna vez un ca mello? Yo? Por quin me tomas? Conoces al carnicero que comprara eso? El matarife baj de su estrado y se encar a Idriss. Yo estoy aqu para matar vacas y caballos. No tengo por qu saber matar rinocerontes. Dn de hay que golpear para matar un camello? En la joroba? Toma un buen consejo: devulvelo a frica, su pas, de donde nunca hubiera debido salir. O djalo en la Oficina de Objetos Perdi-
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Idriss se fue. Pero antes de salir, aquel pastoi tuvo la desgracia de pasar por el matadero de coi deros. Haba una veintena, degollados, colgados ch una pata, y se agitaban como otros tantos incens.i ros, proyectando su sangre sobre las paredes y l.i gente, como un trgico y grotesco ballet areo. No saba donde ir con su camello. Todo el cansancio de la noche cay sobre sus hombros. So introdujo en las calles al azar, atraves las avenidas, volvi a cruzar el Sena. Tena la vaga intencin de regresar al hogar de la calle Myrha, pero ninguna idea de la direccin que deba tomar. Lo que le atraa eran los rboles, cada vez ms numerosos, la masa, todava lejana, de una frondosidad. Al final, experiment el alivio de caminar sobre tierra blanda en una avenida que bordeaba las rejas de suntuosas mansiones. El camello evit a duras penas el paso de un extrao trenecillo azul y verde, cuya campa nilla tintine de manera delirante. Algunos nios se amontonaban delante de una puerta con su venta nilla. Era el Jardn de Aclimatacin. Idriss les sigui, y sin duda gracias al camello le dejaron entrar sin billete. Deambul algunos instantes entre la jaula de las aves rapaces y el Ro encantado. Y all fue la sorpresa: otro camello, precisamente una camella, cuyas pequeas orejas redondas se agitaban a guisa de bienvenida. Los dos animales se restregaron flan co contra flanco. Sus morosas y desdeosas cabezas se unan ms arriba, en el cielo, y sus gruesos belfos colgantes se tocaron. Idriss vio, bajo una choza de paja, algunos borriquillos ensillados y enjaezados,
una bonita carreta de madera barnizada a la que luljan atado dos cabras. Unos adolescentes disfra zados de turcos turbantes, bombachos de seda y (untuflas prestaban toda su atencin alrededor del camello de Idriss. Le colocaron al dorso una manta bordada, un cabezal con cascabeles sobre las orejas y un bozal en los hocicos. Algunos nios se empujaban para alcanzar una especie de gran escala roja, que les colocaba a la altura necesaria para encaramarse al dorso del camello. Idriss se alej, borracho de cansancio y de felicidad. Pas por el Palacio de los espejos defor mantes, y se observ inflado como un globo o por el contrario filiforme, o cortado en dos al nivel de la cintura. Sac la lengua a todas aquellas imgenes grotescas de s mismo, que venan a aadirse a tantas otras anteriores. Le respondi todo un concierto de risas frescas. Vio a su camello engalanado que se paseaba majestuosamente, llevando encima todo un racimo de nias aullando en jubilosos transportes de alegra. El sol desplegaba sus abanicos de luz entre la hojarasca. Haba msica en el aire.
Primero hubo los escaparates del museo sahariano de Bni Abbs. Mas, de verdad, desde su llegada a Pars, Idriss no haca otra cosa que ir de escaparate en escaparate. Cuando atravesaba una calle, era casi siempre despus de haberse empapado la mirada con la decoracin de un escaparate para ir a ver el de la tienda de enfrente que le haca seales. Las tiendas del barrio de Barbes desborda ban sobre las aceras y ofrecan a las manos de los paseantes sus mesas plegables donde se amontona ban los zapatos, la ropa interior, las latas de con servas y los frascos de perfume. El escaparate es la seal de un comercio de nivel ms elevado. Y es preciso adems que no se reduzca a una simple ventana a travs de la cual se penetra en el interior de la tienda con su dueo, su caja y el ajetreo de los clientes. No, un escaparate digno de su nombre est siempre cerrado por un tabique. Constituye un lugar cerrado, al mismo tiempo totalmente ofrecido a las miradas, pero inaccesible a las manos, impe netrable y sin secretos, un mundo que solo se puede tocar con los ojos, y sin embargo real, en modo alguno ilusorio como el de la fotografa o el de la televisin. Caja fuerte frgil y provocadora, todo escaparate reclama su fractura. E Idriss no haba terminado con los escapa rates. Viniendo del bulevar Bonne-Nouvelle, se ha
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ba introducido aquella tarde por la calle Saint-Denis, y notaba, viniendo por doquier, la llamada y el olor del sexo. Se acordaba de Marsella y de la calle Thubaneau. El contraste entre aquellas dos calles calientes le saltaba, sin embargo, a la vista. Aqu las muchachas parecan ms jvenes, en todo caso eran mucho menos gruesas, y ninguna tena tipo africano. Pero era sobre todo por sus tiendas de luces parpadeantes y de colores variopintos, y por las pesadas cortinas negras que enmascaraban sus entradas por lo que la calle Saint-Denis superaba a la calle Thubeaneu, dndose un aire de lujo febril y secreto. Sex shop. Live show. Peep show. Las tres palabras brotaban una tras otra en letras luminosas sobre las fachadas. Su triple mueca roja prometa al joven soltero, condenado a la castidad por su mise ria y por su soledad, nerviosas satisfacciones en una Floracin de imgenes obscenas. Pas por delante de tres tiendas, pero despus corri la cortina que cerraba la entrada de la cuarta. Primero crey que se encontraba en una li brera. Las paredes estaban cubiertas de libros de portadas gritonas y ttulos enigmticos Ma femme
est une lesbienne, Partie fine, Nuits X, Trois allumeuses pour un cigare, Ttes queues, Amours, dlices et orgasmes, La femme descend du singe, La face cache de la lune. Idriss descifraba a duras
penas todas aquellas palabras que no le decan nada. Por el contrario, las fotos de las portadas exhiban un erotismo brutal y pueril, que recordaba ms lo abyecto y lo burlesco que la hermosura o la seduc cin. Y sin embargo vea muy bien lo que desmon taba la violencia de aquellas imgenes: conforme se desvelaban los sexos en todos los detalles de su anatoma, desaparecan los rostros. Y en muchas de aquellas fotografas eran completamente invisibles.
Haba en todo ello una especie de compensacin. Pareca como si al abandonar a la fotografa las partes ms bajas de su cuerpo, el hombre y la mujer conseguan arrebatarle lo esencial de sus personas. Acaso aquellos mostradores de carnicera resulta ran al final menos comprometedores en su anoni mato que otros retratos en apariencia mucho ms discretos? Los objetos que abastecan los mostradores y las estanteras de aquella tienda despertaban esca sos ecos en la imaginacin de Idriss. Ya la lencera fina con sus braguitas de puntillas, sus portaligas, sus medias de rejilla y sus sostenes evocaban frgiles recuerdos en su memoria, pero lo que le dej por completo perplejo fue la batera de vibradores ja poneses de todos los calibres, y de consoladores sencillos, estriados, acanalados, con nudos o denta dos, cuyo uso desconoca. Una panoplia de ltigos sado-maso en cuero de vaca trenzado que se re torcan como serpientes se le apareci, en compa racin, como algo mucho ms familiar, y casi tran quilizador. Una mueca inflable de tamao natural y formas elsticas, a la que no faltaba ninguno de los encantos de la anatoma femenina, permaneca tiesa, redonda y sonriente al pie de una escalerilla que llevaba al peep-show. Idriss subi por ella. Un hombre sentado detrs de un mostrador le proporcion cambio en monedas de cinco fran cos, y le seal la puerta de la cabina 6, cuya lm para roja estaba apagada. Era un cuartito minsculo, ocupado casi por entero por una amplia butaca de cuero colocada frente a una ventanilla disimulada. Idriss se sent y mir alrededor. El suelo, pegajoso de manchas hmedas, estaba cubierto de pauelos de papel arrugados. En la pared derecha, una caja metlica provista de una hendidura llevaba esta
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lacnica inscripcin: 2x5 francos = 300 segundos. Idriss desliz por la hendidura las dos monedas exigidas. Enseguida apareci una seal con la cifra 300, que empez a decrecer segundo a segundo. Al mismo tiempo, la luz del cuartito se apag, y se levant el teln que cubra la ventanilla. El chasqui do de un ltigo reson sobre un fondo de msica lnguida. Se vea un plato que giraba lentamente, multiplicado por una serie de espejos, ya que las ventanillas de las otras cabinas, hechas de cristal sin azogue, impedan que los espectadores pudieran verse unos a otros. El cuerpo de una mujer-len, yaciente sobre uno de sus flancos, cruzaba el plato giratorio. Sacuda su esplndida melena salvaje con un rictus amargo. Llevaba los riones rodeados por unas pieles doradas, que dejaban libres sus nalgas y sus pechos globulosos. Sostena aquellos pechos con todas sus manos, los miraba con el ardor de sus ojos verdes achinados, se frotaba la mejilla con sus tetas, y las ofreca hacia alguna de las ventanillas con aire suplicatorio, como hubiera hecho una madre con sus hijos hacia un hipottico salvador. Despus se retorci por el suelo, presa de dolor o de voluptuo sidad o de un dolor voluptuoso acariciada sin embargo por la msica jarabe, bajo la mirada ciega de los espejos. Fue entonces cuando un nuevo es tallido de ltigo desgarr la msica. La leona se estremeci. Aquella enorme boca, perfilada por su rictus, se abri para exhalar un aullido silencioso. Arque sus riones y separ sus muslos para hacer bostezar una vulva recin afeitada, y bajo la cual las uas rojas y puntiagudas de una de sus manos lle garon al final a crisparse. Despus rod sobre el vientre, y sus nalgas se animaron bajo la marejada del ritmo de la msica. La cortina de la ventanilla cay y se encendi
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Ests loco si la quieres encontrar le dijo Achour. Esa mujer es como si no existiera! Pero existe protest Idriss. Estaba al otro lado del cristal. Poda hablarle como ahora puedo hacerlo contigo! Exista para tus ojos, pero no para tus manos. Aqu todo es para los ojos, y nada para las manos. Los escaparates, como el cine o la televisin, son para los ojos, slo para los ojos! Son cosas que tendras que entender. Y lo antes posible, mejor! Idriss todava no haba comprendido todo aquello, pues a la maana siguiente regresaba a la calle Saint-Denis. Volvi a encontrar sin dificultad el sex-shop, pero no prest atencin al hecho de que el anuncio luminoso del peep-show estaba apagado. Entr en la tienda. Slo la mueca inflable, siempre tiesa, redonda y sonriente, estaba all para acogerle, al pie de la escalerilla. Subi. Las puertas de todas las cabinas estaban abiertas. En una de ellas, se vea de espaldas a una mujer de la limpieza que manejaba una escoba con una arpillera, iba vestida con una blusa gris, de la que sobresalan sus corvejones des nudos, acordonados de varices. Se interrumpi y se volvi para vaciar una bolsa de basura repleta de pauelos de papel arrugados. Y de repente vio a Idriss. Y qu es lo que quiere, este hombrecito? Tena los cabellos entrecanos, muy cortos, sobre una mscara endurecida por la ausencia de maquillaje. Frunci los ojos para intentar ver me jor a Idriss, que la miraba sobrecogido. Aquellos
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ojos verdes y un poco achinados le recordaban alp.o Si es por el peep dijo ella no empi<'/ii hasta las cinco. Y se fue a la cabina a buscar su escoba y d cubo de agua. Al pasar por delante de Idriss, di|<> todava: Estos hombres, es increble lo sucios que pueden ser! Lo ensucian todo. La butaca, las p.i redes, el suelo! Hasta los hay que salpican la vent.i na! Y al decir estas ltimas palabras, su enorme boca dibuj el amargo rictus de la leona azotada.
Mamadou me lo ha dicho Mamadou me lo ha dicho Exprimieron el limn Se puede tirar la piel Los limones son los negros Todos los morenos de Africa.
Los dolos de la nueva generacin ya no se llaman Idir el Berebere ni Djamel Allam, ni Meksa, ni Ahmed Zahar, ni Amar Elachat. A estos se les oye todava en los escopitones usados hasta la con sumacin. Pero ya no se les entiende. Los jvenes de hoy se reconocen en los ritmos y las impreca ciones de Branger y Renaud, cuando cantan en francs el mal de vivir marginal, con un pie en el paro y el otro en la delincuencia.
Me llamo Slimane y tengo quince aos Vivo con mis padres en la Courneuve. Tengo mis ttulos de delincuente No soy un tonto, pas los exmenes Y soy el mayor de mi banda Y llevo una culebra tatuada en el brazo.
Sin cesar harto de monedas, el aparato llama a los jvenes a una revuelta sin esperanza contra el
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complot de los poderosos. Los consumidores, sal i dos de la estacin del metro Barbes, se apretujan en el bar y permanecen sordos al encantamiento vehe mente que estalla a sus espaldas. Sentado a solas en una mesa rinconera cerca del bar, Idriss est sumido leyendo un lbum de comics. El ambiente del cale se mezcla de manera confusa con las aventuras que va siguiendo pgina a pgina. Las palabras inscritas en los globos de la historieta se separan silenciosa mente de los dilogos, de las llamadas y exclama ciones que oye a su alrededor. Suea? La herona de esta historieta se parece a la mujer rubia del Land Rover, y tambin a la puta de Marsella. Y adems, circula en un Land Rover, conducido por un hom bre de rostro brutal, por el reg de Tabelbala. De repente, ella le pide que se detenga y que d media vuelta. Ha visto algo que quisiera fotografiar. El hombre obedece de mala gana. El Land Rover se lanza recto en direccin a un rebao de cabras y corderos que rodea a un joven pastor. Se detiene. La mujer salta a tierra. Sus cabellos platino vuelan a sus espaldas. Tiene una mquina fotogrfica. Eh, pequeo! grita el globo que sale de su boca. No te muevas mucho, te voy a sacar una foto! Al menos podra pedirle su opinin grue el globo del hombre. Hay gente a la que no le gusta. Pues s que es usted quien puede decirlo! subraya el globo de la mujer. La voz de Renaud se impone con brutalidad:
Al atardecer rondamos por los aparcamientos Buscando un BM que no est muy mal Lo tomamos prestado, por una o dos horas
Dejamos la carrocera en la Puerta Dauphine Nos vamos luego de putas para fisgar Y acordarnos por la noche en la piltra.
No te hagas ilusiones! ironiza el globo del hombre. Mira ms al coche que a ti! La mquina de fotos viene dibujada en pri mer plano. Tapa el rostro de la mujer en sus tres cuartas partes. Un globo sale de la mquina: Clicclac!. La foto est hecha. Dame la foto! Es el pastor quien emite este globo tendien do la mano hacia la mujer. Ella le ensea un mapa que ha sacado del coche. Se le ve de cerca, mante nido por las manos de la mujer. Es el norte del Sahara: Tabelbala, Bni Abbs, Bchar, Orn. Te enviaremos la foto desde Pars. Mira, estamos aqu, ya ves. En Orn tomamos el ferry. Veinticinco horas de mar. Marsella. Ochocientos kilmetros de autopista. Pars. Y ah, mandamos revelar tu foto y hacemos una copia.
He puesto un anuncio en Lib Para encontrar una ta simptica Que curre para pagarme la comida Ya que yo, para ponerme a trabajar Necesitara tener veinte dedos Ya lo ves, la cosa no es fcil.
El coche se pone en marcha levantando una nube de polvo. Pero la historiera le sigue, y el dilogo entre el hombre y la mujer se libera: l: Ya ves, le has decepcionado. Y confie sa que nunca tuviste intencin de enviarle esa foto. Ella: Al menos yo nunca le he pedido a usted las fotos que me ha sacado.
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l: T no. No las he hecho para ti. Tengo clientes para ellas. Ella: Y era necesario ir hasta el Sahara para retratarme en medio de las dunas y las palme ras? El: Lo que hace falta, hay que hacerlo. Eso excita la imaginacin de algunos hombres. Hay franceses a quienes les gustan los decorados exti cos. Hay reyes del petrleo a quienes les gustan las rubias. Te retrato en un oasis y todo el mundo contento. Ella: Todo el mundo, salvo la esclava ru bia vendida en foto. l: La esclava rubia se lo pasa muy bien en su esclavitud siempre que se trate de una escla vitud dorada. Entre la jaula confortable y la libertad de la miseria has escogido la jaula y no te quejas por ello. Ella: No slo se vive de confort. Y des pus, las fotografas sugestivas que usted me ha sacado y difunde, me comprometen ms que todo lo dems. Tengo la impresin de que nunca me librar de ellas. Es peor que si me hubiese tatuado, porque, por lo menos, los tatuajes los guarda uno consigo y se pueden esconder. Mientras que todas esas fotos que se pasean por todas partes, si algn da encuentro un hombre honrado y que me ame, siempre tendr miedo de que un da u otro le salten a la vista.
Los colonos se marcharon con todos sus equipajes Algunos barcos de esclavos para no perder la mano Algunos barcos de esclavos para ir barriendo las calles Ya que todos se parecen con sus pasamontaas Tienen fro en la piel y hielo en el corazn.
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Idriss levant la vista. Y no se sorprendi en modo alguno al ver acodados en la barra del bar al hombre y a la mujer de su historieta. Los reconoci, aunque no estuvieran vestidos como en el Land Rover. Era algo completamente normal que se en contrasen all y que continuaran su tormentosa dis cusin. El: Mientras tanto, he encontrado un afi cionado forrado de dinero. Tus fotos, como t mis ma tan bien dices, le han saltado a la vista. Voy a telefonearle para tomar cita. Camarero, una ficha, por favor! Ella: Y si yo pidiera contemplar las foto grafas de ese aficionado forrado de dinero? Por una vez, me gustara un poco saber a dnde voy. l: Pero te ests volviendo loca? No eres t la que paga, sino l. Luego es l quien elige sus fotos. Pese a todo no hay que cambiar los papeles! Ella: Lo quiera usted o no, un buen da elegir yo. Y no lo har con fotos. Lo har de verdad, con la vida. l: Eso no es para maana. Pues tendrs primero que reembolsar mis gastos. Yo he invertido en esto, y no tengo intencin de dejarme estafar. Bueno, adems, ya basta! Voy a telefonear. Esp rame aqu. Idriss no saba bien si estaba soando o vi viendo una escena real. La rubia del Land Rover est sola, de pie, apoyada en la barra. Su mirada se vuelve hacia l, pero no parece verle. O bien ella es miope o l se ha vuelto transparente. El tocadiscos aullaba cada vez con ms fuerza:
Por cada poli herido, por cada poli muerto Zafarrancho de combate, el orden amenazado
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Alerta general, exequias nacionales Restauremos los valores, esto no puede durar! Yo me inclino, yo vomito Tengo ganas de romperlo todo...
Idriss se levant y se acerc a la mujer. Da un paso ms y entra de lleno en la historieta. Tiene toda la audacia de un hroe imaginario. Te acuerdas de m? Soy el que fotogra
fiaste en Tabelbala.
Ella no entiende. Qu? Qu quiere ste? Soy yo, Idriss de Tabelbala. Me dijiste: te enviar tu foto. Mira, est escrito en el diario. Y le ensea el comic. Est loco. Qu quiere decir esto? Ella echa una ojeada por el establecimiento, mira a su alrededor como para pedir socorro. Ven conmigo. Ese hombre es malo. Quie re venderte. Ven! Ella echa un pie atrs hacia el bar y tira su vaso. Algunos clientes dejan de hablar. Idriss inten ta cogerla del brazo para llevrsela. Ven, vmonos juntos. Ese hombre te ven de con sus fotos. El hombre en cuestin, al volver del telfo no, vuela en socorro de su protegida. Pero qu quiere este moracho? Vas a dejar tranquila a la seora? Quieres ver como te rompo la cara? Idriss tiene tiempo de reconocer al gran Zob, que interviene aureolado de celo caballeresco: S, ya era hora de que usted interviniera.
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Hace un rato que lo observo. Quiere llevarse a la seora. Idriss sigue afrontndolos. T eres un cabrn. Vendes a la seora con las fotos. Pero bueno oyen ustedes esto? Qu tie ne que ver con esto este meln? Y lanza su puo contra la cara de Idriss. La mujer grita por si acaso. Idriss, desequilibrado por una zancadilla de Zob, se derrumba en una mesa en medio de los clientes.
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Entonces dijo Achour te llevaron a la comisara? S, no s cmo, pero los polis estaban all enseguida. Yo sangraba por la nariz. Todo el mundo gritaba a la vez. Sobre todo la mujer. En ese barrio los polis nunca estn lejos. Pero, Dios mo, qu ventolera te ha dado! Entonces en la comisara me hicieron pre guntas, y un poli lo pasaba todo a mquina. Mi nombre, desde cundo estaba en Francia, dnde viva. Me hicieron soplar en un globito. Me hicieron poner los dedos repletos de tinta en un cartn. Y despus me retrataron de frente y de perfil. Una vez ms! Yo no tengo la culpa, todo el mundo me saca fotos. Con la nariz ensangrentada y el ojo mo rado. Una verdadera jeta de asesino! Y despus? Entonces telefonearon aqu, al hogar. Ha blaron con Isidoro. Y diez minutos despus, Isidoro haba llegado, habl con los polis y me dejaron marchar con l.
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Siempre se puede contar con Isidoro. Pero, Dios mo, que ventolera te ha dado! La culpa la tiene la historieta, y tambin la msica que ruga en el caf, y la mujer rubia. En el fondo, me pregunto si no ha sido el gran Zob el que lo ha manipulado todo deliberadamente. Se callaron los dos, sentados en las literas de su cuarto, y mirando al suelo, abrumados por su destino.
Achour le haba dicho: Para el trabajo, ne cesitars un mono con tirantes. Lo encontrars en los almacenes Tati. Cmpralo de algodn azul os curo, con un bolsillo delantero con cremallera. Idriss se haba quedado con todos los detalles y se haba ido al bulevar Rochechouart. Sin embargo, se dio cuenta enseguida de que se haba extraviado en el departamento para mujeres de Tati. Ignorando que una pasarela de vidrio permita acceder a Tatihombres por encima de la calle Belhomme, se equi voc otra vez y dando la vuelta a la izquierda por la acera del bulevar Rochechouart entr en el alma cn de nios de Tati. Una atmsfera de frescura e inocencia se respiraba entre aquellas estanteras y mostradores repletos de uniformes escolares, cami setas a cuadros y delantales de fantasa. Algunos muchachitos de cera con los ojos azules estrellados de cejas doradas, y los brazos separados de los cuerpos en gestos de sorpresa amanerada, aparenta ban jugar sobre un csped de papel rizado, cubierto de globos y raquetas de tenis. Idriss fue detenido por dos hombres que estaban discutiendo mientras miraban uno de los maniques. Y cuando ya se pasan de moda o estn estropeados qu hacen con ellos? Los tiran a la basura? El que haba planteado esta pregunta, con un
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tono levemente agresivo, pareca un joven gallo, con su cresta de pelo erizado, su nariz puntiaguda y sus ojos redondeados por una ingenua indignacin. Los devolvemos a nuestros depsitos, es perando volverlos a vender eventualmente a los al macenes de novedades de provincias. Peridicamen te, recibo la visita de pequeos empresarios de Mamers, Issoire o Castelnaudary que vienen en busca de muchachitas o muchachitos, de hombres y mu jeres. Todo esto hasta tiene cierto aspecto de mer cado de esclavos que no carece de alguna gracia. El hombre hablaba bastante bien, ostentan do regularmente una sonrisa afectada que subrayaba la irona de sus palabras. Todo en su aspecto gene ral, y el tonillo desenvuelto que revesta, sugera que no ejerca aquel trabajo de director de decoracin de grandes almacenes ms que como un pasatiempo divertido, completamente indigno de ser tomado en serio, y muy inferior al nivel de sus ambiciones y capacidades. Contemplaba al joven serio y apasio nado que se le enfrentaba como si fuera un fen meno curioso totalmente incongruente, pero ms divertido por lo tanto. Pero, por favor, por qu le interesan esos maniques? Los colecciono replic el otro con con viccin. Etienne Miln, fotgrafo. Vivo a dos pa sos de aqu, en la calle de la Goutte-dOr. Y usted colecciona maniques de escapa rate? No todos. De nios? De muchachos. Y exclusivamente los de los aos sesenta. Esta vez, el director de decoracin no pudo disimular su estupefaccin. Ech una inquieta ojea
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da a su alrededor, como para asegurarse de que su contexto familiar no haba sido perturbado, y se encontr de frente con Idriss, que a su pesar haba seguido todo el dilogo. Pero, en fin, por qu de los aos sesenta? Porque yo he nacido en 1950. En resumen, todos esos maniques de mu chachos de diez aos... S, soy yo. Los ojos del director se pusieron como pla tos y su mandbula inferior pareci desplomarse. De nada vala ser de origen siciliano, llamarse Giovanni Bonami, ocuparse de decoracin comercial y culti var el estilo dandy-al-que-nada-puede-extraar, ya que la aparicin de un original de aquella enverga dura consegua desconcertarle. Y si furamos a sus depsitos? aadi Miln. Y viendo a Idriss que segua plantado frente a l. Y usted puede venir con nosotros, nece sitar un poco de ayuda dijo. Un ascensor les sumergi hasta el tercer sub suelo del almacn. Por debajo un techo muy bajo, Drovisto de tubos fluorescentes que difundan una uz dura y lunar a la vez, se ofreca una visin obsesionante por su extraeza: un vastsimo e in mvil ballet reuna centenares de personajes desnu dos, fijos en sus actitudes graciosas y sofisticadas. La lvida lisura de los cuerpos llegaba hasta la cal vicie, y todos aquellos rostros jvenes, sonrientes y maquillados ganaban todava en extraeza por el pequeo crneo perfectamente calvo y brillante que os coronaba. Encuentro todo esto de un erotismo as fixiante murmur Miln.
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No sabe usted dijo Bonami que la Prefectura de Polica nos ha hecho llegar una reco mendacin obligatoria: la de nunca proceder a vestir o desvestir a los maniques en los escaparates a la vista del pblico? Nuestros escaparatistas tienen or den de trabajar detrs de una cortina. Figrese usted que ha habido quejas presentadas por personas ofuscadas por este strip-tease tan particular. Uno se pregunta hasta donde llegar la pudibundez de la gente. No se trata de pudibundez replic Mi ln con sequedad sino del simple respeto que se debe a los maniques. Esta respuesta, manifestada en su propio terreno personal, el de la decoracin, irrit visible mente a Bonami. Pienso que usted confunde por error una estatua y un maniqu observ vivamente. Su relacin con el vestido va en un sentido diametral mente opuesto. Para el escultor, lo primero es el desnudo. Normalmente, la estatua va desnuda. Y si debe ir vestida, el escultor la har primero desnuda, y despus cubrir su cuerpo con los vestidos. La relacin del maniqu con el vestido es la inversa. Aqu, lo primero es el vestido. El maniqu no es sino un subproducto del vestido. Es como si hubie ra sido segregado por l. Y decir esto es sealar su desgracia cuando se encuentra privado de vestido. La estatua, como el cuerpo humano, puede estar desnuda. El maniqu nunca puede estar desnudo, slo puede estar desvestido. Todo lo que usted ve aqu no son cuerpos, ni siquiera imgenes de cuer pos. Son ectoplasmas de chaqueta-pantaln, fantas mas de vestidos, espectros de faldas, larvas de pija mas. S, larvas, es la palabra que mejor les va. Miln slo pareca conceder una mediocre
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atencin a las teoras desarrolladas por Bonami. Ins peccionaba con rapidez la poblacin inmvil y ex travagante que le rodeaba. De repente, el decorador se volvi hacia Idriss y empez amablemente a pre guntarle por sus orgenes, por su trabajo y su domi cilio. Si usted est disponible le dijo quiz tenga un trabajo que proponerle. Y arrastrado por su sesgo deliberadamente desenvuelto, no pudo evitar aadir: E incluso se trata de una experiencia pa radjica, emocionante, bastante nica en su especie. Idriss le miraba con una total incompren sin. He aqu de qu se trata. La inmensa ma yora de nuestra clientela es africana, y sobre todo mohgreb. Y entonces se me ha ocurrido la idea de mandar hacer maniques de escaparate de tipo moh greb, si puede usted pensar en lo que quiero decir. Hay unos talleres en Pantin en los que se hace el vaciado sobre modelos vivos, de cara y de cuerpo. A partir de ah se pueden fabricar tantos maniques de poliester como se quiera. Y creo que puede usted servir de modelo. Est bastante bien pagado.. Vuel va a verme, si el corazn se lo dicta. Pero no tarde usted demasiado, pues hay que hacerlo muy pronto. Y esos dos? Cree usted que me los pue do llevar? Miln indicaba dos cuerpos arrojados uno sobre otro al pie de la pared. Vaya, usted es alguien en verdad caritati vo! Esos dos pobres nios estaban destinados a la destruccin. Ya estn salvados! No veo otros que me puedan interesar. Bonami se haba puesto a liberar los maniues y los arrastraba de brazos y piernas sin cuiado alguno. Miln se arroj sobre l.
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Espere! Les est haciendo dao. Djeme hacer a m. Se arrodill, y con suavidad, como se hace con los heridos graves, levant una de las cabezas que dej descansar en su antebrazo, desliz la otra mano bajo la cintura del maniqu y se levant con la mirada tiernamente inclinada sobre el cuerpo de sarticulado. El espectculo de tanta ternura y un cin haba reducido a Bonami al silencio. Miln se volvi hacia Idriss y le puso al pequeo muchachito en los brazos. Despus se inclin hacia el segundo maniqu. Cunto quiere usted? pregunt ense guida a Bonami. Oh, esos se los doy! Son deshecho. S, han sufrido mucho. Les volver a co locar cejas y pelo. Pintar sus mejillas y sus labios. Y rehar sus vestidos! Todo un ajuar a reunir! suspir con felicidad, imaginando las largas horas de trabajo tranquilo sobre aquellos nuevos hijos. Pese a que los parisienses tienen bien ganada la reputacin de no extraarse de nada, el espect culo de aquellos dos hombres que caminaban com pungidamente acunando cada uno en sus brazos un muchachito harapiento y desfigurado, cuyas piernas se balanceaban en el vaco, no pas del todo inad vertido, cuando subieron y luego atravesaron el bu levar Barbes, para tomar la calle de la Goutte-dOr. Para algunos, la sorpresa vena acentuada por una duda: se trataba de nios heridos, de cadveres o de maniques? Algunos se volvan sorprendidos, otros se echaban a rer. Idriss pensaba en su camello y en su travesa de Pars en busca de un matadero. Pero esta vez fue mucho ms rpido. Miln se de tuvo ante un edificio ruinoso, provisionalmente apuntalado por algunas vigas.
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Subieron dos pisos por una escalera cuya barandilla de hierro forjado testimoniaba tiempos mejores. Sobre la puerta, un cartel celebraba alegre mente el Guiol de los jardines de Luxemburgo. El marto en el que penetraron ola a cola y barniz. Una tabla colocada sobre dos caballetes serva de tablero o de mesa de operaciones. Y adems, estaba ocupada por una gran mueca articulada de madera, y salpicada de pinceles, esptulas, tubos, frascos y raspadores. Miln se arrodill para depositar su far do sobre una cama plegable. Despus, liber a Idriss del otro maniqu, que deposit al lado del primero. Se levant y se concedi un momento de enterne cida contemplacin. Se dira que son dos hermanos gemelos pronunci soadoramente. A esa edad, yo te na dos en mi clase. Pasaban todo su tiempo hacien do que les tomaran al uno por el otro. Por separado, cada uno era un muchacho completamente ordina rio y normal. Y de repente, surga la anomala: veamos doble. Su parecido absoluto daba vrtigo, y adems tena algo de gracioso. Exactamente como los maniques: angustia y gracia entremezcladas. Por otra parte, maniques y gemelos son parientes cercanos, pues un maniqu evoca a la fuerza un procedimiento de fabricacin que permite la repro duccin en serie de un mismo modelo. Dieron algunos pasos. Slo tengo dos habitaciones: aqu est el taller. Y al lado mi cuarto. Levant la cortina que separaba ambas ha bitaciones, y desapareci ante Idriss como si qui siera dejarle padecer la sorpresa a solas. El cuarto e vocaba una escena de sangriento asesinato colecti
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vo, o ms an, el comedor o la despensa de un Ogro. Ciertamente, se vea una pequea litera hun dida en un rincn, con una lmpara a su cabecera. Pero aquellas pilas de torsos, haces de brazos o aquellas gavillas de piernas cuidadosamente alinea das contra las paredes hacan pensar en un muy especial hacinamiento de cadveres, demasiado lim pio y seco, pero al que volva todava ms ambiguo una hilera de cabezas sonrientes y con las mejillas sonrosadas dispuestas sobre las estanteras. Y usted puede dormir ah? se extra Idriss. Miln no responda, embargado por entero por la presencia de sus hombrecillos despedazados. Levant un dorso y golpe con un dedo su lisa superficie. Oyes? Suena a hueco. Es una corteza de yeso. Me gusta el yeso. Es una materia friable, po rosa, sensible a la menor humedad, frgil pero sen cilla de fabricar, de magnificar o de maquillar. Mi felicidad consistira en vivir en un mundo de yeso. Pues mientras el desnudo de los pintores y de los escultores remite a la anatoma o a la psicologa, se sabe de antemano que el maniqu est vaco. No se diseca un maniqu. El nio que abre su mueca pepona para ver lo que hay dentro no es sino un necio o un sdico en potencia. Y se ve decepcionado cuando no encuentra nada. El maniqu no tiene interioridad. Es un personaje totalmente superficial, desprovisto de esos secretos ms o menos repug nantes que se esconden bajo la piel de los vivos. Vamos, lo ideal! Volvieron a la primera habitacin. Pero qu hace usted con todos estos ma niques? Que qu hago? Despus de todo, podra
contentarme con vivir con ellos. Qu hacen los coleccionistas con sus colecciones? Se rodean de ellas, manipulan sus piezas, las desempolvan. Yo cuido de mis hombrecitos. A veces fabrico uno reuniendo en un torso brazos, piernas y cabeza. Eso puede producir emotivas desproporciones. Se trata de instantes muy serios. La paternidad... Adems, no estoy solo. Tengo corresponsales que comparten mi pasin. En fin... ms o menos. En su mayora slo se interesan en las mujeres, o en el mejor de los casos en las jovencitas. Nos escribimos. A veces intercambiamos nuestros hallazgos. Pero les falta olfato. Me anuncian una maravilla, me precipito y al final no es nada de nada. Slo yo s! En verano, bajamos hasta Provenza. Mis padres siguen vivien do en el Luberon. Recogen como pensionistas a nios de salud frgil, que necesitan vigilancia mdi ca. Y fue all donde todo empez para m, cuando haba ya llegado a la edad sagrada. Tras haber en vejecido, fui arrojado a las tinieblas exteriores. He instalado una granja en las cercanas para mis hom brecitos. El viaje se hace en coche. Mi dos caballos desborda de maniques, los mismos que he recogido y reparado a lo largo del invierno. Circulamos con lentitud. Hacemos el viaje en varias etapas. Te lo juro, tenemos an algn xito! Lo que asombra a la gente es que yo mismo sea de carne y hueso. Esperaran que el coche viniese conducido por un maniqu. En el fondo tienen razn. Yo tambin tendra que ser un maniqu. Eso me acercara a ellos. La llegada a Provenza es maravillosa. Los jovencitos que llevo suelen proceder del norte de Francia. Les enseo los olivares, los campos de espliego. Y ob servo su alegre extraeza en sus rostros pintados. Cuando llegamos a casa de mis padres, nos rodean sus jvenes pensionistas, que observan con curiosi
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dad a mis compaeros de viaje. En su mayor parte no entienden nada. Tienen miedo. Pero siempre advierto a dos o tres de ellos que entrarn en mis planes. Por otra parte los descubro con facilidad: son los que se parecen a mis pequeos maniques. Los hay que tienen las mejillas redondas, los ojos de almendra, los cabellos rubios cuidadosamente peinados con una raya al lado, algo de sobrehuma no, de inhumano que no engaa jams. Esos ocu parn enseguida su lugar en mi grupito, se mezcla rn indistintamente con mis jovencitos. La fiesta empieza los das que siguen. Durar todo el verano. Tomamos posesin de la garriga, de las colinas cal creas erizadas de encinas. Jugamos al baln, a la volanta, a la gallina ciega. Hacemos picnics. Para las siestas, durante las horas ms calurosas, dispongo de un macizo de cojines bajo un peplo. El 13 de julio, al anochecer, tenemos fuegos artificiales, bai les populares y cena con velas. Es la felicidad, las vacaciones de verano. Ese es por otra parte el ttulo de un libro de fotografas que estoy preparando. Porque yo hago fotografas en color de todas estas fiestas con mis hombrecitos. Y usted les retrata! Idriss no pudo retener esta exclamacin. h, s, claro que s, se trata de una tradi cin. Siempre hay que fotografiar los grandes mo mentos, bautismos, comuniones, matrimonios, la marcha de los reclutas al servicio militar. Compon go verdaderos cuadros con mis hombrecitos, con quienes entremezclo, para jugar, uno o dos mucha chos vivos. Y esa fiesta, que en principio es local y efmera, se convierte mediante la fotografa en algo universal y eterno. Es una consagracin. Usted retrata maniques! repiti Idriss, que senta instintivamente todo lo que esta opera cin tena de sutilmente malfico.
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S, pero con un trozo de paisaje, paisaje de verdad, con rboles de verdad y rocas verdade ras. Y entonces, ves, se da como una especie de contaminacin recproca entre mis muchachos, los muecos y el paisaje. La realidad del paisaje da a mis maniques una vida mucho ms intensa que la que podra darles cualquier decorado de escaparate. Y sobre todo, lo que importa es lo contrario, pre cisamente: mis maniques arrojan la duda sobre el paisaje. Gracias a ellos, los rboles son un poco no del todo, slo un poco de papel, las rocas, de cartn y el cielo no deja de ser parcialmente un teln de fondo. En cuanto a los maniques, al ser imgenes ellos mismos, su foto es una imagen de la imagen, lo que tiene como efecto duplicar su poder disolvente. Y as resulta una impresin de sueo despierto, de alucinacin verdadera. La realidad so cavada por la imagen en su propia base. Haca tiempo que ya no escuchaba Idriss. Si ya no me necesita dijo voy a volver a Tati. Necesito un mono de trabajo. Si quieres, puedes quedarte a comer con migo, pero te advierto que soy vegetariano. Y qu es ser vegetariano? No como ni carne ni pescado. Entre nosotros, en Tabelbala, slo come mos legumbres y verduras. S, pero es por necesidad. En mi caso se trata de una eleccin. La carne es el hombre, y el pescado la mujer, dos cosas que he eliminado de mi vida. Ms tarde, volvi a su encuentro y a la oferta que Bonami haba hecho a Idriss. Quiere hacerme modelar para fabricar ma niques africanos explic Idriss es para sus esca parates. Te ha propuesto eso?
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Miln le miraba espantado y maravillado. S, s, pero no es seguro que vaya! Tienes que ir! me oyes? Es absoluta mente necesario que vayas! Se trata de una expe riencia prodigiosa. Vaya usted mismo si le parece algo tan interesante! En principio, yo no tengo el tipo mohgreb. Ya lo has visto, estbamos all los dos. Pero te quiere a ti. Y, despus para m es ya muy tarde. Hubiera tenido que hacer eso hace quince aos. Slo que hace diez yo era un pequeo campesino del Luberon, y no slo no me modelaban, sino que las escasas fotos que me sacaron entonces son la mentables. Mi pobreza no me dio ms que una sola compensacin. Mi madre no tiraba nada. Cuando haba ya usado un pantaln o una camisa, las guar daba para cualquier otro uso hipottico. Y as, en contr en nuestro desvn un gran bal completa mente lleno de vestidos de nio de los aos sesenta. Ese es mi tesoro. No los saco ms que para vestir a algunos hombrecitos privilegiados pero slo en las grandes, en las muy grandes ocasiones. Idriss no se preocupaba por aprender cules eran aquellas grandes ocasiones. Coma arroz con tomate y pur de cebollas, intentando imaginar a donde le llevara aquella historia del modelado a la que presenta que ya no podra escapar. Se vea multiplicado por diez o por cien, reducido a una infinidad de muecos de cera fijos en posiciones ridiculas bajo los ojos de la muchedumbre apeloto nada ante los escaparates de Tati. No tena la menor idea de cmo iba a producirse aquella metamorfosis. Hay que ir! le repeta Miln antes de dejarle marchar, golpendole en el hombro con una sonrisa alentadora. Y sobre todo, vuelve a con trmelo !
Y fue. Bonami le recogi una maana en su coche, en la acera del bulevar de la Chapelle donde le haba citado, y tom la direccin de la avenida Jean-Jaurs. En efecto, era en Pantin donde se en contraban los laboratorios de la sociedad GlyptoDlstica instalada en los locales de los antiguos taleres de ceroplstica del doctor Charles-Louis Auzoux. All, un siglo antes, haba instalado el famoso anatomista de Saint-Aubin una extraa manufactura que difunda por todas las facultades de medicina ae Francia y del mundo entero modelos anatmicos de cera completamente desmontables, de los que podan ser extrados y manipulados por los estu diantes todos los rganos internos escrupulosamen te reproducidos hasta en su propio color. Despus de la guerra, la Glypto haba modernizado aque llas tcnicas y ampliado su campo de aplicacin. Aprovisionaba al museo Grvin ae figuras de cera, a las productoras de cine, a los decoradores, ilusio nistas y hasta a algunas empresas de pompas fne bres que podan as proponer a su clientela un mo delo tamao natural del entraable desaparecido. Los locales de la Glypto ofrecan al visitante un muestrario bastante desordenado tanto de su prestigio pasado como de sus producciones ms recientes. De la poca del doctor Auzoux haba todava, colgados de las paredes como trofeos de
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propio doble pero si yo tuviera alguna vocacin mstica no s hasta dnde me podra llevar este tipo de bromas. Les distrajo la llegada de Bonami e Idriss. Les condujeron al laboratorio de modelado. La c mara de moldeado pareca una estrecha cabina de plexigls. Era all dentro donde la antevspera el escultor haba sido colocado en cruz antes de verse asfixiado por la pasta. Una escalera de molino per mita subir al piso superior. En una cuba caldeada por electricidad, 700 litros de alginato una sus tancia albuminosa formada al contacto del agua con el muclago de algunas algas negras eran mante nidos a la temperatura de 25 grados. Una compuerta comunicando a travs del suelo con la planta baja permita verterlos en la cmara de moldeado. Dos cubas ms estaban preparadas para su uso. En una de ellas, 60 litros lo que equivala al peso de Idriss de resina de polyester, al que se haba aa dido un 50 % de agua, eran mantenidos en emulsin mediante una mezcladora cuyo ronroneo inundaba toda la habitacin. La otra contena los 80 litros de catalizador que seran aadidos en el ltimo mo mento al alginato, para endurecerlo. Un contrapeso, fijado a una viga del techo y que terminaba en una barra de trapecio, serva para extraer al modelo de la mesa de alginato que se endureca. Todas las explicaciones del jefe del labora torio, de las que Idriss no entendi absolutamente nada, terminaron de espantarle. Pese a todo le haba asegurado que slo permanecera en la cabina unos minutos, el tiempo necesario para que el alginato adquiriese una consistencia pastosa, comparable a la del flan del pastelero. A continuacin verteran en la bolsa formada por su cuerpo la resina de polyes ter, la cual, despus de 36 horas de enfriamiento,
proporcionara una matriz semejante a l y de su mismo peso. Esta matriz servira para hacer un mol de de aluminio fundido, gracias al cual se fabricara un nmero limitado de maniques en polietileno, o en policloruro de vinilo. Pero antes necesitaban su rostro para sacar su mascarilla. Slo sera, en resu men, un leve anticipo, un entrems de la subsecuen te operacin de modelado del cuerpo. Le pusieron con el torso desnudo delante de una mesa en la que haban colocado una palangana de alginato. Un asistente verti el catalizador y comprob que la pasta tomaba cuerpo. Como la extraccin del modelo no presentaba dificultad al guna poda esperar a un endurecimiento ms avan zado y reducir por tanto la duracin de la inmer sin. Idriss tom aliento y hundi sus narices en la palangana. Una pesada mano sobre su nuca le obli g a hundirse hasta las orejas. Le haban recomen dado que resistiera todo el tiempo posible. Al cabo de un minuto se levant, semiasfixiado. Pero la pasta se haba solidificado ms deprisa de lo previs to, y dej en ella parte de sus cejas y pestaas. Ya crecern brome uno de los ayudan tes. Pero mira, hsta podramos vender esta paco tilla como cera depilatoria. Despus tuvo que introducirse completa mente desnudo y ocupar su lugar en la cabina de modelado. Y all intervena el sentido artstico de Bonami, pues los maniques iban a ser rgidos y tendran todos la misma postura que iba a guardar Idriss en la pasta. Fue largo y minucioso. La pierna derecha deba adelantarse levemente, sin que la iz quierda pareciese rgida. El torso deba esbozar un giro, y los brazos un gesto de acogida desenvuelta. Tenan que coincidir el movimiento y el equilibrio, la elegancia y la naturalidad, la gracia y la virilidad.
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Los tcnicos de la Glypto tenan otras preocupaciones. La masa amorfa de 800 kilos de alginato corra el riesgo, tras la retirada del modelo, de derrumbarse y volverse a cerrar sobre el hueco de su cuerpo. Disponan por lo tanto, alrededor del cuerpo de Idriss de una docena de largos tallos metlicos provistos de rodelas de acero destinados a armar la pasta. Alguna vez les haba ocurrido, en los primeros tiempos, el no haber llegado a tiem po para extraer al modelo de aquella ganga gigan tesca y adherente. Y as, colocaban en torno a los pies de Idriss, unos finos conductos conectados a una botella de aire comprimido. El aire inyectado inflara levemente el hueco, y facilitara la liberacin del modelo. La gente de la Glypto saba por experiencia que la resistencia nerviosa y moral del modelo es un factor esencial para el triunfo de la operacin. Intervinieron para que Bonami dejara de importu nar a Idriss. Haba que acabar de una vez. El jefe de laboratorio subi por una escalera de manera para poder mirar dentro de la cabina. Su cabeza se encontraba a unos pocos centmetros de la de Idriss, crispado en su pose de maniqu. Su mano descan saba en la palanca de la compuerta. Todo bien, hermanito? Hala, vamos! Con un lacio chasquido, una especie de bo iga verdosa se aplast a los pies de Idriss. Despus, la compuerta vomit la oleada viscosa del alginato, al que se iba mezclando al mismo tiempo el catali zador. El nivel ascenda muy deprisa a lo largo del cuerpo de Idriss. Era algo suave, tibio, nada desa gradable. Y sin embargo la angustia empez cuando la pasta le lleg al pecho. Infl sus pulmones como le haban enseado para ensanchar la ganga en la que empezaba a asfixiarse. Pero lo peor era el en
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durecimiento de aquella pasta que empezando por sus pies se iba cerrando ahora sobre todo su cuerpo. Cuando el nivel alcanz el mentn de Idriss, el jefe de laboratorio cerr la compuerta y slo dej un delgado chorrito que se deslizaba en la cabina. No tengas miedo le dijo, te tomo la boca pero me parar antes de las narices. Idriss haba cerrado los ojos. Le pareca que ya no respiraba y que su corazn haba dejado de latir. Antes de que la pasta verde le amordazara, pronunci algo. Qu ha dicho? pregunt Bonami. No lo s. Pareca un nombre. Algo as como Ibrahim. Bueno, al menos que no se muera! No sea gafe! Sin embargo, hay que espe rar al menos tres minutos para que la pasta se con solide suficientemente. Si no, habra que empezar de nuevo. El tiempo de un huevo pasado por agua. Qu gracioso! Los segundos se deslizaban con una lentitud mortal. El jefe de laboratorio no haca sino intro ducir su dedo ndice en el alginato para apreciar su consistencia. Creo que ya est dijo al fin. Manda el aire comprimido. Hubo un leve silbido, y despus un regeldo sonoro y profundo. El aire se abra paso a lo largo del cuerpo de Idriss. Trapecio! orden el jefe de laboratorio. Haba liberado los brazos de Idriss y le ayu daba a cerrar sus manos en la barra del trapecio. En el piso de arriba, dos hombres tiraban con todas sus fuerzas de la cuerda del contrapeso. El trapecio iba subiendo muy despacio. Ahora haba dos hombres
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ms manteniendo los puos de Idriss crispados en la barra. La masa de alginato dejaba emerger el cuerpo desnudo mientras produca terribles ruidos de pedo, succin y deglucin. Se pensara que asistimos al nacimiento de un nio dijo Benami. Ms bien parece un ternero arrancado del vientre de la vaca! Los hombres del primer piso soltaron la cuerda del contrapeso y ayudaron a Idriss a ponerse en pie. Desnudo y con el cuerpo reluciente de un barniz albuminoso, vacilaba como un nufrago. Llevadle a que se d una ducha y devol vedle sus vestidos mientras yo envo la resina en su lugar. Una hora despus, Bonami le conduca l mismo a la calle Myrha. Desbordaba de entusiasmo. Esto ha sido un poco duro, desde luego, pero qu aventura tan apasionante! El nacimiento de un nio, s, era como el nacimiento de un nio! Y en menos de un mes, una veintena de Idriss, que se parecern como hermanos gemelos, van a poblar mis escaparates y mis mostradores interiores. Y, por cierto, tengo una idea que quisiera proponerle. Es sta: no cree usted que podra aprender a hacer de autmata? Se le vestira como a los dems mani ques, sus hermanos gemelos. Se le maquillara para que su rostro, su pelo y sus manos pareciesen arti ficiales, si entiende lo que quiero decir. Y usted, tieso como una estaca en el escaparate, hara algunos gestos angulosos y como a sacudidas. Esto ya se ha hecho otras veces, pinselo. El xito est asegurado. Maana y tarde, es la aglomeracin ante los esca parates. Es algo bastante fcil, pero tambin ms cansado de lo que podra parecer. Lo ms duro son los ojos. No hay que parpadear. S, sus prpados
tienen que estar siempre abiertos. Los ojos sufren un poco de desecacin, al principio, pero luego se acostumbran. Qu me dice usted? Reflexione so bre mi oferta. Le pagaramos bien. Y venga a verme.
Los das que siguieron, Idriss, agotado por tanta prueba, apenas abandon el hogar de la calle Myrha. Senta la necesidad de protegerse del mundo exterior, quera evitar sus trampas y los espejismos que se levantaban a su paso. El hogar dormitaba durante toda la tarde, para slo animarse despus de las seis, al atardecer, con la vuelta de los traba jadores. Isidoro aprovechaba para echar una ojeada por las habitaciones gracias a su llave maestra. Ano taba mentalmente las observaciones que tena que hacer a sus ocupantes aquella misma noche. Algu nos cuartos mostraban un orden meticuloso. Otros, por el contrario, hacan ostentacin de una suciedad provocadora. Isidoro conoca a su gente. Aquellos muchachos, arrancados a la vida familiar del pobla do, ignoraban muchas veces que el lavado de la ropa y la vajilla no se hacen solos, y que no conviene romper los cristales de las ventanas para tirar ms fcilmente la basura a la calle. El viejo Isidoro vigi laba paternal, autoritario y provisto de una larga experiencia. Algunos emigrantes ya de alguna edad, y que hasta tenan una jubilacin, se haban incrus tado definitivamente en el hogar, cuya vocacin administrativa no era sin embargo la de ser un asilo para ancianos. Pero esos eran los inquilinos que Isidoro prefera, los ms tranquilos, los ms cuida
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dosos, los ms fciles. Se solan reunir en la sala comn alrededor del kanounx de arcilla en el que se calentaba el t, y jugaban al domin o a la kharbaga2, intercambiando escasas conversaciones. A veces, durante las horas vacas, Isidoro se una a ellos, y entonces evocaban juntos, mediante parsi moniosas alusiones, la Argelia de su juventud. Aquella vieja guardia formaba, con los emi grados ms antiguos, el grupo de los oyentes de la radio, separados por una generacin o ms del de los fanticos de la televisin. La televisin era la imagen, la vida moderna, la lengua francesa, incluso un tragaluz abierto hacia el universo fascinante de la vida americana. La radio que slo se escuchaba durante algunas horas y a veces slo con la oreja pegada al receptor era la de El Cairo, Trpoli o Argel, la lengua rabe, los discursos polticos, y sobre todo El Corn y la msica tradicional. Idriss, escaldado por sus desventuras, buscaba la compaa de aquellos mayores que le acogan con benevolen cia y le iniciaban al mundo invisible y ruidoso de la ionosfera. Poco a poco iba comprendiendo que, contra el podero malfico de la imagen que seduce al ojo, la salvacin poda venir por medio de la seal sonora que alerta el odo. Encontr un gua apasio nado en la persona de un obrero sastre de origen egipcio. Mohammed Amouzine haba llegado a Francia al da siguiente de la guerra. La fatalidad le haba impedido regresar a su pueblo, donde toda una tribu familiar dependa del dinero que les en viaba. Pero le devoraba la nostalgia. El egipcio, aferrado en la tierra del Nilo desde haca siete mil aos, es el campesino menos dotado para el noma1
de go.
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dismo de todo el mundo rabe explicaba. Nada le repugna ms que expatriarse. Haba vivido en medio de la zozobra, con las manos aferradas sobre su Corn y la oreja pegada a la radio, la primera derrota del ejrcito egipcio contra Israel en 1948, la cada del rey Faruk en 1952, la nacionalizacin del canal de Suez seguida de la triple y cobarde agresin franco-anglo-israel en 1956, la guerra de los Seis Das en 1967, y sobre todo la muerte del Bikbachi el 28 de septiembre de 1970 y sus grandiosos fune rales. Y le hizo escuchar a Idriss la sombra y exal tante hermosura de los discursos polticos difundi dos diariamente por La Voix des Arabes, ese triunfalismo declamatorio y tan escasamente apoyado en los hechos, pero que tan de acuerdo est con el podero virtual del mundo islmico. Pero sobre todo, era la sublime voz de Oum Kalsoum, la que le arrojaba en un delirante entu siasmo. Mohammed Amouzine, el pequeo sastrecilio, era inagotable en todo lo que se refera al Ruiseor del Delta, a La Estrella de Oriente, sobre aquella a la que finalmente se la llamaba sim le y sencillamente La Seora (As Sett). Como l, labia nacido el mismo ao de 1904, cerca de Simballawen, en una provincia del Rif egipcio de la que ella misma era tambin oriunda, se crea de su pro pio pas, o al menos su hermano. Vestida como un muchacho por austeridad, ella cantaba desde los ocho aos en las fiestas de bodas. Le pagaban con algunos pasteles antes de que se durmiera en brazos de su padre. Ningn instrumento la acompaaba, pues la voz es el nico instrumento musical conce dido por Dios. La celebridad de aquella nia beduina que embelleca, alabando al profeta, las fiestas familiares, no dejaba de crecer. Un drama estall sin embargo el da en que por vez primera apareci su
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fotografa en un diario. Fue el comienzo de su glo ria, mas para su padre fue un deshonor imborrable. Durante toda su vida, tuvo que luchar contra los fotgrafos, vidos de sorprender su vida privada y por divulgar algunas triviales imgenes de ella. Oum Kalsoum tuvo un pblico casi exclusivamente mas culino, y fue una mujer sin hombre. (Se cas tar damente con el mdico que la cuidaba.) Y eso fue porque se quiso la esposa de todo el mundo rabe, una especie de virgen, una vestal de la nacin que vivi su arte como una misin a la vez sentimental y patritica. Es como una reunin poltica, decan los maridos a sus mujeres para explicar que iban a solas a escuchar a la cantante. Por otra parte, Kal soum quiere decir estandarte, y sobre el escenario ella mantena siempre un amplio pauelo en su mano derecha, que sacuda como un velo, como una llama. Era su smbolo, pero tambin su refugio, el confidente de sus lgrimas y de sus sudores. As apareca siempre Oum Kalsoum, con los ojos desorbitados por su bocio escondidos de trs de gruesas gafas negras, un pauelo anudado al pelo, ya que por atavismo rabe se senta mejor con la cabeza cubierta y con su mano gordezuela agi tando otro pauelo. Fue la primera en rechazar audazmente el rabe literario y en cantar por la radio en dialecto egipcio. Y el milagro estuvo en que consigui hacerse or de todo el mundo rabe. Cuando uno de sus recitales era retransmitido en directo por la radio, de repente y en el mismo minuto, se vean vaciarse las calles y los mercados de El Cairo, Casablanca, Tnez, Beyrut, Damasco, Khartoum y Ryad. La muchedumbre la aclamaba con palabaras insensatas: Eres nuestra. Eres la novia de mi vida. Desde que te conozco soy sordo pues no oigo ms que tu voz, soy mudo pues ya no hablo sino de ti!
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Esa voz era inseparable desde eitonces de la vida y de la nacin. Era el alma de Egipto y de todo el pueblo rabe. Circulaban los dich>s: Cmo est Egipto? Muy bien: tres das de :tbol, otros tres de Oum Kalsoum y un da de car\e. El 22 de julio de 1952, un grupo de Jvenes Oiiciales pona fin a milenios de dominacin extranjera. Por vez primera desde los faraones, Egipto era independien te. Pero el general Nguib y el coronal Nasser no podan prescindir del carisma de Oum Kalsoum. La Revolucin tuvo que ser coronada con un recital de la Estrella de Oriente. Naguib y Nass;r estaban en la primera fila. Y cuando, tras los dtsastres de la guerra de los Seis Das, en junio de 1%7, el Bikbachi, desesperado, anunci que presentaba su dimi sin y se retiraba, fue una vez ms la voz de Oum Kalsoum la que se levant para obligarle a seguir:
Levntate y escucha mi coraza, pues soy el Qudate, eres el dique protector Qudate, t eres la nica esperanza que le queda a t)do el pueblo T eres el bien y la luz, la patencia frente al destino Eres el vencedor y la victoria Qudate, eres el amor de la nccin El amor y la arteria del pueble/*
El 21 de marzo de 1969, todas las condicio nes parecan reunidas para permitir aMoammar El Kadhafi y Abdesselam Jalloud derrocar al rey Idriss y tomar el poder en Libia. Todas, mnos una: esa
Palabras de Saleh Gaoudat, citadas <n Oum de Ysabel Saah (Denol). (N. del A.)
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Kalsoum,
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misma tarde, el Ruiseor del Delta cantaba en Ben ghazi! Acontecimiento nacional incompatible con un golpe de Estado. Los conjurados no podan en contrarse en otro lugar que no fuera la asistencia para aclamar a su dolo. Fue preciso suspender la revolucin y esperar ms de seis meses hasta el 1. de septiembre para que las condiciones favo rables se encontraran de nuevo reunidas. Amouzine no se cansaba de evocar los dos memorables conciertos que ella dio en Pars en el Olympia el 15 y el 17 de noviembre de 1967. El 15, la muchedumbre, reunida en masa en la acera del bulevar de los Capucines, era enorme, y apenas le ofreca la esperanza de llegar a entrar. Algunos individuos malencarados la recorran desde luego ofreciendo entradas de reventa, pero su precio superaba ampliamente los medios de un obrero sas tre encargado de su familia. Fue entonces cuando, de manera maravillosa, el destino intervino en su favor. Vio a un ciego que navegaba en medio de los oeatones haciendo con su bastn blanco el gesto de a siega con un ademn lento y suave. Era un viejo rabe tocado de un turbante y vestido con una chilaba. El primer movimiento de Amouzine fue el de precipitarse para ayudarle de manera desintere sada. Pero pronto comprendi todo el provecho que poda sacar de su propia generosidad. Tomando al ciego del brazo, le dijo rpidamente: Ven con migo, voy a hacerte entrar. Despus, se abri paso por entre la muchedumbre hasta el hall del teatro, empujando al invlido por delante, y repitiendo: Paso, por favor, paso, por favor! En todos los pases del mundo, pero ms an en un pblico en su mayora africano, el ciego inspira un respetuoso temor. Amouzine y su protegido se encontraron rpidamente en la sala, despus en la primera fila,
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al borde mismo de las luminosas candilejas. Fue un autntico milagro, y el sastre todava rea de alegra cuando lo recordaba. Pero todava hubo otro ms y cunto ms profundo, significativo y emocio nante! Se levant el teln. La pequea orquesta que acompaaba tradicionalmente a Oum Kalsoum es taba ya en su lugar, y preludi largamente como tena por costumbre. Era una melopea sinuosa, di bujada primero por los violines, retomada despus por los qanouns y los lades, y subrayada finalmen te por el rgano electrnico. La cantante misma apareci cernida por el pincel luminoso de un pro yector, y anduvo lentamente hacia el micrfono. Levant la cabeza con aire inspirado, mientras de jaba caer inerte en su mano el ancho pauelo. Nin guna llamada, ningn grito, ningn aplauso, ningu na manifestacin salud su llegada, por otra parte tan esperada. Baj la cabeza un poco y pareci escrutar las gigantescas fauces abiertas de la sala. Oum Kalsoum apenas hizo unas escasas giras fuera de los pases rabes. Estaba tan profundamente arraigada en sus tierras del Delta, que siempre senta cierta repugnancia al aventurarse en este ExtremoOccidente que son las capitales europeas y las gran des ciudades americanas. Y eso se vea en su actitud frente al pblico parisin. Visiblemente, buscaba, entre aquella multitud oscura, un rostro o una mi rada que la tranquilizase y le sirviera de unin para que pasara la corriente entre el pblico y ella. Lo encontr. Pero era un rostro sin mirada. Advirti en la primera fila de butacas al ciego con el turbante, la chilaba y su bastn blanco. Y ella murmur con voz imperceptible: Voy a cantar para ti. Alguien pudo orla aparte del ciego? No es muy seguro. Pero el viejo se estremeci. Su rostro, oscurecido
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por la ceguera, se ilumin con una sonrisa. Escuch apasionadamente. Ella cantaba para l! Y a su lado, el sastrecillo, que haba sido testigo del milagro, de aquel milagro en el que haba intervenido, se calla ba, transido de alegra y maravillado. Cuando salimos le contaba a Idriss la multitud se apartaba respetuosamente ante noso tros. Y no pude evitar el preguntar al ciego cmo imaginaba a Oum Kalsoum. Y hasta, en medio de mi turbacin, llegu a preguntarle que cmo la vea. Y como si mi pregunta no hubiera sido incongruen te, no vacil un momento al responderme: Ver de!, me dijo. Aquel ciego de nacimiento vea a nuestra cantante nacional como si fuera un color, el color verde! Y precis: Su voz tiene tantos matices como el verde de la naturaleza, y verde es el color del Profeta. Y, tras haber contado toda la historia, Amouzine se callaba y sonrea mientras miraba a Idriss. Acaso aquel muchacho tan joven podra comprender que la palabra sea tan poderosa como para que un ciego pueda ver, o que el signo sea lo bastante rico como para que pueda evocar el color verde en su cabeza repleta de tinieblas? No ms que aquel ciego, Idriss no haba visto a Oum Kalsoum, y no era precisamente aquel recorte de prensa que Amouzine guardaba cuida dosamente en su cartera, y en el que se entrevea a una seora gruesa y con el rostro pesado, enmas carado tras unas espesas gafas negras, lo que podra exaltar su imaginacin. Pero escuchaba durante ho ras, y poco a poco el recuerdo de Zett Zobeida volva a su espritu. Se trataba de la misma voz, acaso levemente grave para una mujer, la voz de joven beduino cuya apariencia haba elegido Oum Kalsoum al principio de su carrera, con entonacio
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nes carnales de una desgarradora tristeza. Idriss vol va a ver otra vez el vientre reluciente y oscuro de la bailarina, aquella boca sin labios a travs de la cual se expresaba pdicamente todo aquel cuerpo velado. Era la misma articulacin perfectamente di ferenciada, la pronunciacin martilleada, las pala bras separadas segn las reglas de la diccin cor nica, y tambin aquella repeticin modulada, aquel regreso incansable del mismo versculo, retomado con un tono diferente, hasta el vrtigo, hasta la hipnosis. La liblula que es libelo, y desafa el ardid de la muerte, el saltamontes que es un escrito y desvela el secreto de la vida... Y fue asimismo Amouzine quien present a Idriss al maestro calgrafo Abd Al Ghafari.
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dos horas sobre un fuego suave, removiendo de cuando en cuando, y aadir despus veinte gramos de negro de humo y dejarlo todo todava una hora ms al fuego. Y al final, pasar la tinta por un tamiz muy fino. De igual manera, se ejercit en tallar la caa pues cada calgrafo debe construirse su propio ins trumento y no usarlo ms de una vez. La longitud del clamo es de una cuarta o palmo, esto es, con los dedos separados, la distancia que separa el ex tremo del pulgar del del meique. Se apoya la punta de la caa sobre una plaquita de corte de marfil, de ncar o de espuma. Hendida al bies, la caa presenta un pico que recubre una apertura oval, el vientre. El pico no est hendido en su centro sino en las cuatro quintas partes de su anchura. La incisin debe ser corta para las manos pesadas, y ms larga para las ligeras. Hay una caa para cada estilo Roqa, Farsi, Koufi, Neskhi, Toulthi, Diwani, Ijazal y otras tantas caas como el grueso de los caracteres a trazar. Pero todas aquellas tareas apacibles y mon tonas no eran otra cosa en verdad que el preludio al gesto fundamental, el trazado de la letra. Desde su primera caligrafa, Idriss se encontr sumido en aquel tiempo desmesurado en el que sin saberlo haba vivido en Tabelbala. Ahora comprenda que aquellas vastas playas de duracin (para medir el tiempo) haban sido un don particular de su infan cia, y que a partir de ahora las podra volver a encontrar a travs del estudio, el ejercicio o el de sinters. Por otra parte, la facultad concedida al calgrafo de alargar horizontalmente algunas letras, introduce en la lnea del silencio zonas de tranqui
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lidad y reposo, que son como el mismo desierto. Tanto como su mano, el alumno tiene que controlar su respiracin. Idriss aprendi de memo ria aquella pgina del maestro calgrafo Hassan Massoudy sobre la solidaridad existente entre la respiracin y la escritura:
La capacidad del calgrafo para contener su respiracin se refleja en la calidad de su gesto. Existe una tcnica respiratoria. Normalmente se respira sin orden alguno. Pero cuando se caligrafa, no se puede inspirar y espirar en cualquier momento. El calgrafo aprender, a lo largo de su formacin, a suspender su respi racin, y a aprovechar una parada en el dibujo de la letra para retomarla. El movimiento de empuje o de extraccin no ser el mismo si se inspira o se espira al ejecutarlo. Cuando el movimiento es largo, para que la lnea siga siendo pura, se corta la respiracin para que el gesto no se altere. Antes de caligrafiar una letra o una palabra, hay que prever los lugares en los que se podr volver a respirar, y, por tanto, volver a tomar ms tinta. Estas paradas se hacen en momentos precisos y codificados, aun si todava se puede retener la respiracin o aunque todava quede tinta en la caa. Las paredes sirven para volver a rehacer la recarga de aire o de tinta. Los calgrafos, que perpe tan los mtodos tradicionales, no gustan de utilizar plumas metlicas con depsito, pues provocan un flujo ininterrumpido de tinta que convierte en intil toda esta maestra, y hacen perder al calgrafo el placer de sentir el paso del tiempo.
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Como el rabe se escribe con la mano dere cha y de derecha a izquierda, hay que tener cuidado para que la mano no pase sobre la tinta recin es crita. En verdad, la mano, como si fuera una baila rina, tiene que danzar levemente sobre el pergami no, y no pesar sobre l como un labrador con su arado. La caligrafa tiene horror del vaco. Le atrae la blancura de la pgina como la depresin atmos frica atrae a los vientos y hace surgir la tempestad. Una tempestad de signos que llegan a posarse sobre la pgina en bandadas, como pjaros de tinta sobre un campo de nieve. Los signos negros, alineados en belicosas cohortes, con los picos levantados, los buches repletos, las alas curvas de nuevo, desfilan de lnea a lnea y despus se renen en corolas, en rosetones, en corazones, segn una sabia simetra. El cincel del escultor revela a la muchacha del bloque de mrmol, al atleta o al caballo. Del mismo modo, los signos estn prisioneros en la tinta y el tintero. El clamo los libera de all y los suelta sobre la pgina. La caligrafa es liberacin. Ms de una vez en sus palabras, el maestro Abd Al Ghafari haba mencionado un relato ejem plar que deba, segn l, contener la conclusin de su enseanza y toda la sabidura de la caligrafa. Era La Reina Rubia. Pese a todo, era necesario que sus jvenes aprendices fueran capaces de extraer su sen tido y convertirlo en su misma miel. Aquellos ado lescentes musulmanes, hundidos en la gran ciudad occidental, padecan todas las agresiones de la efigie, del dolo y de la figura. Tres palabras para designar la misma esclavitud. La efigie es cerradura, el dolo prisin y la figura cerrojo. Una sola llave puede hacer que caigan todas estas cadenas: el signo. La imagen es siempre retrospectiva. Es un espejo vuel
to hacia el pasado. No hay imagen ms pura que la del perfil funeral, la mscara mortuoria, la tapa del sarcfago. Pero, ay, su fascinacin se ejerce de ma nera omnipotente sobre las almas sencillas y poco oreparadas. Una prisin no son solamente sus garrotes, sino tambin un techo. Un cerrojo no impide salir, sino que asimismo me protege contra los monstruos de la noche. Una figura grabada en la piedra despierta la tentacin de un vertiginoso chapuzn en las tinieblas de un inmemorial pasado. La forma ms trivial de esta especie de opio se encuentra en los cines. All, al fondo de las salas oscuras, hombres y mujeres, desplomados unos al lado de otros en incmodos sillones, permanecan inmviles durante horas enteras en la contempla cin hipntica de una amplia pantalla deslumbrante que ocupa la totalidad de su campo visual. Y sobre esta superficie centelleante se agitan esas imgenes muertas que les penetran hasta el corazn, y contra las que carecen de defensa alguna. En verdad, la imagen es el opio de Occiden te. El signo es espritu, la imagen es materia. La caligrafa es el lgebra del alma, trazada por el r gano ms espiritualizado del cuerpo, su mano de recha. Es la celebracin de lo invisible a travs de lo visible. El arabesco testimonia la presencia del desierto en la mezquita. Mediante l, el infinito se despliega en lo finito. Pues el desierto es el espacio puro, liberado de las vicisitudes del tiempo. Es Dios sin el hombre. El calgrafo, que en la soledad de su celda toma posesin del desierto poblndolo de sig nos, escapa a la miseria del pasado, a la angustia del porvenir y a la tirana de los dems. Dialoga a solas con Dios, en un clima de eternidad. Tarde tras tarde, Idriss se encaminaba as hacia su curacin, escuchando las lecciones del
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maestro Abd Al Ghafari. regenerando as sus ma nos, envilecidas por los toscos trabajos de la jor nada. Hasta el da en el que fue invitado por el maestro con algunos otros, a sentarse a su alrededor para escuchar La Leyenda de la Reina Rubia.
La Reina Rubia
rase una vez una reina que irradiaba tan asombrosa hermosura que los hombres no podan mirarla sin amarla enseguida apasionadamente. Una extraa particularidad, muy rara en aquellos pases del sur, contribua sin duda al peligroso encanto de aquella mujer: era rubia como el trigo maduro, y esto exige una explicacin, pues sus padres tenan sus respectivas cabelleras del ms sombro azabache. Se haban conocido muy jvenes, y pertene can a dos grandes familias vecinas y rivales, que se detestaban. Tenan que esconderse para poder en contrarse, y haban adquirido la costumbre de verse en un palmeral abandonado e invadido por la arena. Mas una noche en la que se haban amado con mayor ardor que las dems, se retrasaron, y el pri mer rayo del sol naciente acarici a la pareja abra zada en el momento mismo en el que conceban su primer hijo, lo que constitua una falta grave a las reglas de la decencia. Mas cmo no perdonar a quienes se ven obligados, a causa del odio y la imbecilidad, a amarse como salvajes bajo el cielo y las palmeras, como los animales y los pajaritos? Pero nadie ignoraba en aquel pas el castigo reser vado a los amantes de pleno da; el hijo solar est condenado a nacer rubio, de un rubio acusador, indecente, orgulloso...
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Tal fue, pues, el caso de su hija, que sembr a su alrededor el escndalo y cosech los desprecios, y eso aun mucho antes de poder entender algo de su maldicin. Sin embargo, conforme creca, ms resplandeca su hermosura, y ms deslumbraba su color del oro. Y lo que tena que suceder sucedi. El delfn del reino, habindola fugazmente adverti do, cay enamorado de ella y sembr la desolacin en su familia y en la corte al exigir como esposa a aquella bastarda de cabellera obscena. Y tanto ms deslumbradoras fueron las fiestas de su matrimonio cuanto que coincidieron con las de su coronacin como prncipe. Pues en efecto, tuvo que esperar a ser rey para vencer la resistencia de todos los nota bles a lo que consideraban como un desafortunado matrimonio desigual. Pero, ay, la felicidad de la joven pareja real fue de corta duracin! El hermano pequeo del nuevo rey, que era paje en una corte extranjera, viendo a su cuada por vez primera concibi por ella una pasin desmesurada. Y lleg as hasta matar a su propio hermano, no tanto por clculo ni para ocupar su lugar en el trono y en su lecho, como por un acceso de locura celosa, para que no volviera a tocar a la reina rubia. Ella, cruelmente herida por aquel fratricidio del que saba ser la causa, rechaz todo proyecto de volverse a casar y decidi reinar sola. Y para que terminaran los estragos que provocaba su rubia be lleza se cubri la cabeza y el rostro con un velo del que solamente se desprenda en sus apartamentos privados y en presencia de sus sirvientes. Como todo soberano es en todo lugar y momento un modelo para sus sbditos, se estableci en todo el reino que las mujeres no pudieran salir al exterior sin estar enmascaradas bajo un velo.
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Y fue aquella costumbre la que aprovech un joven artista pintor, llamado Ismail, para llevar a cabo un audaz proyecto. Estaba persuadido de que su vocacin no alcanzara su completo desarro llo a no ser que llegase a hacer el retrato de la reina. Habiendo sobornado a una de las sirvientes del gineceo, ocup su lugar, y con el rostro disimulado detrs de un velo, pudo as llenarse los ojos da tras da con la hermosura de su reina. Y en cuanto tena un momento libre, corra a encerrarse en un cuartito donde trabajaba con pasin en la obra de su vida. Mas aquella obra estaba destinada a ser la nica, ya que Ismail, comprendiendo que ya no podra nunca jams pintar otra cosa, y ebrio adems por su amor sin esperanza, se colg al lado del retrato. La reina envejeci, sus cabellos blanquearon, y finalmente muri. Pero su retrato conserv intac to y hasta peligrosamente incrementado el terrible encanto de sus rasgos. Pas de mano en mano, encendiendo en los corazones pasiones ab solutas y sin esperanzas. Durante algn tiempo, estuvo expuesto en un saln del palacio, al lado de los tesoros acumulados por generaciones de tiranos. El intendente enloqueci de terror ante las inflama das cartas de amor que cada da iban dirigidas a la reina rubia por inumerables desconocidos. Una ma ana encontraron a los guardianes asesinados. Se haba abierto una abertura en el tejado, y los ladro nes se haban introducido as en la sala de los teso ros. Pero haban despreciado la vajilla de plata sobredorada, las piedras preciosas y las medallas de oro. Slo el retrato de la reina haba desapa recido. Dos aos despus, un viajero que atravesaba
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un desierto vecino, descubri los cadveres de dos hombres. Como todava tenan las armas en la mano, fue fcil comprender que se haban matado ellos mismos. Y en cuanto a lo que se jugaba en aquella ria, all estaba, deslumbrante de rubia her mosura malfica, el retrato de la reina. El viajero era piadoso, enterr los cadveres resecos, recit una plegaria por ellos y volvi a su camino. Pero haba aadido el retrato a su equipaje. Se llamaba Abder, formaba parte de una secta rigo rista, y venda iconos e imgenes piadosas en los souks] de la ciudad. Y sin embargo se guard muy mucho de exponer el retrato de la reina rubia en su almacn. Colg el retrato en su alcoba conyugal, dicindole en suma la verdad a su esposa, esto es que desconoca quien era la modelo. Acha, tran quilizada en un principio, no tard sin embargo en comprender qu extraa perturbacin sembraba aquel retrato en el corazn de su marido. Demasia do conoca ella sus ojos, el peso de sus miradas, para no advertir la llama sombra con que brillaban ahora cuando se fijaban en aquella mujer pintada. Y de esta manera, concibi el proyecto de destruir aque lla imagen malfica. Y un da en el que un grabador estaba trabajando en el almacn, le sustrajo un fras co de vitriolo y lo arroj sobre el rostro de la reina pintada. Misteriosamente, ninguna huella apareci en el retrato. Pero, por el contrario, Acha experi ment una espantosa quemadura en el rostro y aquella misma tarde se encontr terriblemente des figurada. Ella jur y perjur a todo el mundo que haba sido su marido quien le haba arrojado el vitriolo a la cara durante una disputa. Abder, que compareci ante el tribunal de su secta, renunci a
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Mercados
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defenderse. Hubiera sido necesario para ello acusar a Acha y revelar el secreto de la reina pintada, lo que era superior a sus fuerzas. Su silencio pareci una confesin, y fue condenado a perder todos sus bienes y a terminar sus das en un monasterio. La reina pintada desapareci durante mu chos aos, pero es muy posible que tuviera algo que ver en algunos asuntos tenebrosos que permanecie ron inexplicados. Mucho tiempo despus, el rey de un pas vecino inquietaba a su corte por su extrao com portamiento. Posea un cuarto secreto en el que nadie era admitido. Unicamente, se le vea todos los das encerrarse en l y permanecer all durante varias horas, a veces durante toda la noche. Cuando sala, estaba plido, demudado, y se vea en sus ojos que haba llorado mucho. Y sucedi que aquel rey, llegado a viejo, sinti que sus fuerzas disminuan. Reuni a su corte y a sus amigos ms cercanos, para hacerles conocer sus ltimas voluntades. Cuando termin, slo que d con l su ms fiel servidor. Cuando muera le dijo cogers esta llave colgada de mi cuello con una cadena de oro. Abrirs la puerta de mi cmara secreta. Pero antes, te habrs provisto de un saco y habrs anudado una venda sobre tus ojos. Al avanzar con los brazos extendidos en la oscuridad, encontrars un retrato. Sin quitarte la venda de los ojos, meters en el saco ese retrato. Luego, irs por el gran espign del puerto y arrojars el saco y su contenido a las olas. As, este retrato que durante medio siglo ha sido la felicidad y la desgracia de mi vida, dejar de ejercer su poder, que en resumidas cuentas es bastante ma lfico. Y tras ello, cerr los ojos y expir.
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El fiel servidor ejecut escrupulosamente las rdenes que su rey le haba dado. Se apoder de la llave del cuarto secreto, provisto de un saco, se vend los ojos, abri la puerta, cogi el retrato, lo hundi en el saco sin mirarlo, y arroj todo ello al mar. Sucedi sin embargo, que un miserable pes cador cuyo nombre era Antar, habiendo capturado un tiburn algn tiempo despus, no dej de abrirle las tripas, pues este tipo de peces, voraces a toda costa, reservan a menudo felices sorpresas a quienes los pescan. Y en su estmago estaba el saco en el que se hallaba encerrado el retrato. Vuelto a su casa, Antar descubri as el rostro de una muchacha ru bia, y aquel rostro era tan hermoso que el pescador comprendi enseguida, en medio del terror y del orgullo, que ninguna otra cosa en el mundo tendra a partir de ahora tanta importancia para l. Y as, aquel rostro pintado, tras haber causado la desgracia y la felicidad de un rey, colmaba y arrasaba al mis mo tiempo la vida del ms humilde de sus sbditos. Antar descuid su barca y sus redes durante tres das, y cuando, tras las splicas de su mujer y de sus hijos, se decidi a volver al mar, al anochecer regresaba con las manos vacas. Volva con las ma nos vacas, su familia tena hambre, pero una rara sonrisa, la sonrisa de los enamorados de la reina rubia, triste y exttica a la vez, flotaba sobre sus labios. Ms aquel pescador tena un hijo mayor, de doce aos de edad, y que se llamaba Riad. Aquel nio se haba mostrado siempre tan dotado para las ciencias del espritu y las artes del alma, que el sabio x>eta y calgrafo Ibn Al Houdada le haba tomado :>ajo su proteccin, con el fin de que aprendiera sus saberes. Y, naturalmente, Riad no dej de contar a
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su maestro que le haba preguntado por su aspec to abrumado la malaventura acaecida a su padre y el extrao estado de languidez en el que haba cado. Y esa reina rubia le pregunt el sabio t la has llegado a ver? Oh, no! respondi el nio mi padre la esconde y vigila con una salvaje energa. Y adems qu ms me da a m verla o no? Eso est muy bien as aprob el sabio al menos provisionalmente. Pero cuando seas un poco ms aguerrido, llegar el da en el que debers arriesgarte a mirarla, al menos si pretendes arrancar a tu padre de ese embrujo malfico. Pero cmo lo conseguir? Se trata de una imagen, es decir, de un conjunto de lneas profundamente grabadas en la carne y que esclavizan cualquier materia que caiga bajo su imperio respondi Ibn Al Houdada. La imagen est dotada de un carisma paralizante, como la cabeza de la Medusa, que converta en piedra a quienes cruzaban con ella la mirada. Sin embargo, esa fascinacin slo es irresistible para los ojos de los analfabetos. En efecto, una imagen no es sino el encabalgamiento de signos, y su fuerza malfica proviene de la suma confusa y discordante de sus significaciones, as como la cada y el entre chocarse de miles de millones de gotas de agua en el mar configuran conjuntamente el bramido lgu bre de la tempestad, en lugar del concierto cristalino que un odo dotado de un sobrehumano discerni miento podra percibir. Para el letrado, la imagen no es muda. Su rugido de fiera se deshace en nu merosas palabras graciosas. No hay ms que saber leer... Y a partir de entonces, Riad aprendi a leer. Su maestro le ense en primer lugar que figura no
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significa tan slo rostro humano, sino que tambin existen las figuras de diccin, que se llaman prtesis, epntesis, paragoge, afresis, sncope, apcope, me ttesis, diresis, sntesis y contraccin. Y tambin figuras de construccin, que se llaman elipse, zeug ma, silepsis, hiprbaton y pleonasmo. Y figuras de palabras o tropos, que se denominan metfora, iro na, alegora, alusin, catacresis, hipalage, sincdo que, metonimia, eufemismo, antonomasia, metalepsis y antfrasis. Y finalmente, las figuras de pensa miento, llamadas anttesis, apostrofe, epifonema, sujecin, obsecracin, hiprbole, litote, prosopope ya e hipotiposis. Y todo aquello formaba una nube de treinta y seis figuras tres veces doce que le rodeaban fuese donde fuese, como se suele ver en ciertos iconos un enjambre de rostros alados de angelotes acompaar los trabajos y los das de algn santo. Pero todo ello no era todava sino literatura y el maestro le puso en la mano el clamo hendido y biselado con el que le ense a trazar con jugo de mora (se trata del fruto de la morera, no del de los arbustos) sobre una hoja de pergamino las veintio cho letras del alfabeto (o veintinueve,si se considera el lam-alip como una letra ms). Y a partir de aquel da, el adolescente pene tr en el mundo temible de las imgenes armado de su clamo y de sus signos caligrafiados, como un joven cazador entra en una selva oscura con su arco y sus saetas. Mas entre todas las figuras, su maestro le ense a temer el rostro humano, ya que ste es, para los iletrados, la ms viva fuente de temor, de vergenza, y sobre todo de odio y de amor. Le deca:
El alfabeto rabe tiene 28 letras, y el lam-alif es complementaria, pues rene otras dos.
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Hay un signo infalible en el que se reco noce que se ama a alguien con amor de verdad. Es cuando su rostro nos inspira un deseo fsico mayor que ninguna otra parte ae su cuerpo. Y le deca tambin: Uno de los secretos de la fuerza del rostro reside en su forma especular. Pues parece estar com puesto por dos mitades idnticas, separadas por la nea media que pasa por la mitad de la frente, la arista de la nariz y la punta del mentn. Pero esta simetra no es ms que superficial. Para quien sabe leer los signos de la que est formada, se trata de dos poemas repletos de asonancias y resonancias, pero cuyo eco resuena tanto ms fuertemente cuan to que no significan lo mismo, pese a su afinidad. Sac de su arca el retrato de un hombre bar budo con un aire severo y autoritario que delataba la voluntad de dominar las cosas y personas fueran cuales fueran que se encontrasen en su camino. Qu te inspira este rostro? le pregunt. Un respetuoso temor respondi Riad. Y tambin cierta especie de piedad. Se de seara obedecerle, pero no slo a causa del temor. Si fuera posible, uno amara tambin poder amarle un poco. Eso est bien visto. Este retrato es el del sultn Ornar, cuyo reinado no fue de principio a fin ms que una sucesin de violencias y traiciones. Pero ahora lo que importa, ya que ya eres capaz de hacerlo, es liberarte como un letrado de los rayos oscuros que emanan de este retrato. Observa bien lo que hago. Cogi un clamo y traz con amplios carac teres caligrficos las siguientes palabras sobre la par te derecha del pergamino:
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Despus cogi otra hoja, y con una mano alada escribi en su mitad izquierda:
te (4)
Y finalmente, sobre una ltima hoja, escribi estas palabras, aunque en esta ocasin sobre toda la superficie de la hoja:
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puestas las hojas de los pergaminos, una vez, dos y tres, y a cada ocasin la expresin del sultn se matizaba sutilmente, pues tanto dominaba en ella la voluntad imperiosa, como la crueldad, o como el recuerdo de una infancia frustrada. A la fuerza explic el maestro. Siem bre la hoja de encima se impone con ms fuerza que a ltima. Las otras tres se transparentan tambin ms o menos. Pero acaso no es eso mismo lo que sucede en la vida? Es cierto admiti Riad. En cada uno de nosotros hay varios hombres, y a veces es uno, a veces otro, el que anima nuestro rostro. Y este rostro no es otra cosa que un con junto de signos que expresa una verdad inteligible oncluy Ibn Al Houdida pero slo la vemos torpemente, como un grito, una amenaza o un so llozo. Y ahora, vete! Enfrntate a la reina pintada y salva a tu padre de su embrujo. Coge tu tinta, tus pergaminos y tus clamos y vuelve a tu casa. Y Riad se lanz en direccin a su casa fami liar. La barca estaba varada en seco, y se vea claramente que no haba trabajado desde haca va rios das. La puerta de la casa bostezaba sobre la miseria de la madre y de los hijos. Pero Riad saba que todo suceda en una especie de chamizo de tablas donde Antar guardaba sus redes y aparejos, y que conservaba cuidadosamente cerrada. Esta ca baa se haba convertido en efecto en el templo de la reina rubia, y el muchacho necesit de todo su coraje para ir a llamar a ella. Nadie respondi. La puerta estaba cerrada con cerrojo, pero ya carcomi da, y Riad pudo, con un ligero golpe del hombro, forzar la entrada de la cabaa. La llama de una vela horadaba la oscuridad, como una lamparilla en un
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oratorio. Y a su dbil y temblorosa luz slo se vea un rostro, el de la reina rubia. Riad se introdujo en la oscuridad, irresisti blemente atrado por el retrato. Era la primera vez que lo vea, y su malfico podero operaba a manos llenas sobre aquel ser todava virgen. Cay de ro dillas como ante un dolo, y le pareci que se hunda vertiginosamente en la profundidad de aquel rostro blanco, de aquellos cabellos dorados, de aquellos ojos azules. Algunos minutos pasaron. Riad se acostum braba a la penumbra, e iba advirtiendo lentamente algunos detalles del interior de la cabaa, los remos rotos, las caas mezcladas, los cestos desfondados, las nasas de paja agujereadas, todo un triste desor den que proclamaba el naufragio de una profesin, oero sobre el que flotaba la enigmtica sonrisa de a reina. Mas enseguida Riad advirti a sus pies sus pergaminos, su tinta y su clamos, aquel pequeo material escolar que tena que armarle contra la fascinacin de la imagen. Se sent entonces como un tallista, dispuso su cuaderno en sus rodillas, tom una pluma con la mano derecha y pos sobre el retrato una mirada lavada y refrescada por una estudiosa atencin. No tuvo que mirar durante mucho tiempo para comprobar que como el de Ornar, como el de todos los seres vivientes, sin duda alguna aquel rostro no era completamente simtrico. Mir aten tamente en primer lugar el ojo izquierdo, que evi dentemente no deca lo mismo que el derecho. Y qu deca este ojo izquierdo? Riad dibuj con mano hbil los trazos principales de los que estaba forma do, y esos trazos queran decir lo siguiente:
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El honor de una reina (es) un campo de nieve sin huellas de pasos (9)
Y por fin, abajo, el mentn deca a travs de su contorno firme y voluntarioso:
Ya slo quedaba la parte ms turbadora, la ms difcil del retrato, aquella masa de cabellos ru bios, retenida por la corona, de la que se escapaban como en dos oleadas impetuosas. Riad cubri con sus signos entremezclados toda una hoja de perga mino, de tal manera que cualquier ignorante no hubiera visto all ms que una enredada madeja de
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cabellos suaves y sedosos. Mas para quien supieni leer, aquella madeja deca en su lado derecho:
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el puado de hojas de pergamino que tena en la mano. Qu significa esto? Todo estaba en aquella pregunta. Era la gran pregunta que esperaba Riad. Se adelant hacia la puerta y se coloc a plena luz. Exactamente, padre mo. He venido con mis clamos, mi tinta y mis pergaminos para desci frar el significado de la reina rubia. Y he aqu lo que he encontrado. Levant hacia el cielo las ocho hojas super puestas que haba cubierto con sus signos caligra fiados. Y all apareci enseguida el rostro de la reina, un rostro compuesto de arabescos, un rostro tras lcido, apaciguado, espiritualizado. Antar dej caer su arpn y cogi las hojas oara escrutarlas mejor. Estaba subyugado por aquela versin divina del retrato cuya esclavitud padeca desde haca ya tanto tiempo. No entiendo murmur. No lo entiendes todo porque slo sabes leer algunas letras le explic Riad. Pero puedes ver claramente que estos trazos recitan un poema, la cancin triste de la reina rubia vctima de su propia hermosura. Y prest su clara voz de adolescente a aquel canto melanclico, en el que una muchachita des preciada en razn de sus orgenes infamantes se converta en una joven peligrosamente deseada, y despus en una mujer odiada por unos y adorada por otros, hasta no encontrar finalmente una especie de paz ms que en el ejercicio austero y solitario del poder. Hablaba y hablaba, y los ojos de su padre iban de sus labios a las hojas de pergamino, y el pescador se esforzaba por repetir cada palabra, cada
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frase, tal y como se aprende una oracin, una fr mula ritual adecuada para conjurar un embrujo. Al da siguiente, Riad volvi con su maestro para seguir con sus lecciones. Antar regres al mar. Pero cada atardecer, el padre y el hijo se volvan a encontrar en la cabaa, y bajo la sonrisa enigmtica pero inofensiva desde ahora de la reina rubia, el adolescente iniciaba a su padre al gran arte y a la profunda sabidura de la caligrafa.
Achour exultaba de alegra. La plaza Vendme! Ah, primo mo! Es lo ms refinado del refinamiento de la vida parisin. Joyeras, perfumistas, el hotel Ritz y el palacio del ministro de Justicia. Y, por encima, de todo, el gran Napolen en su columna! No, no te lo puedes ni imaginar. Y nosotros, los moros, qu hacemos ah en medio? Llegamos con nuestras herramientas y zas, lo rompemos todo! Se trataba de comenzar las obras para la construccin de un aparcamiento subterrneo de cuatro pisos, que podra contener hasta 900 veh culos. Un trabajo para varios meses en el marco ms lujoso de Pars. No muy sensible a este deta lle, Idriss se preocupaba sobre todo por la herra mienta, nueva para l, que tendra que manejar, la taladradora mecnica, que se haba convertido en aquellos tiempos casi en el smbolo del trabajador mohgreb. Desde el amanecer, los hombres se encon traban ya en su lugar, con cascos amarillos y guantes de cuero, con los primeros camiones y el remolque de compresin. Se empezaban ya a instalar las barracas en fibrocemento de las obras pblicas. Idriss se alej olfateando ef ambiente. Achour no haba mentido. Todo ola aqu a elegan cia, a dinero y a la vieja Francia. A un lado, el Ritz
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y la altiva fachada de la antigua cancillera. Al otro, escaparates cuya misma sobriedad indicaban la sun tuosidad, la opulencia y el lujo. Iba descifrando una tras otra las marcas de las razones sociales cuyo prestigio le superaba: Guerlain, Morabito, Houbigant, Bank of India, Boucheron, Schiaparelli, Les Must de Cartier, Les Bois du Gabon. Se detuvo delante de una joyera. Protegido por un cristal oscuro, espeso como un pulgar, y provisto de un sistema de alarma de sensores ssmicos, un collar de diamantes centelleaba sobre un fondo de seda gra nate. El pastorcillo de Tabelbala senta plenamente en su interior aquella suerte de altanera que irra diaba aquella esplndida joya. Volvi hacia sus compaeros, que rodeaban al ingeniero, al arquitec to y al encargado de las obras. Intercambiaban al gunas palabras: La entrada del aparcamiento por la calle Castiglione. La salida por el lado de la calle de la Paix. No teme usted que hagamos vacilar la columna Vendme? Dado su peso, no se mover. Pero si se agrietasen las fachadas de los edificios buena cara tendramos que poner! Sin embargo, el compresor a diesel empeza ba a tartamudear. El cordn umbilical que lo una a la perforadora se retorca sobre los pequeos ado quines de la plaza. Achour se haba apoderado de la perforadora y le enseaba su manejo a Idriss. Mira, primo, hay que cogerla as. Evita tocarla con la tripa, pues te dara un clico. Uno de los obreros que transportaban cas cotes intervino con vehemencia: S, debes tener cuidado. Esa es la mayor cochinada que se ha inventado para matar rabes!
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Si no tienes cuidado te quedas sin pelo, te comes los dientes, y la tripa se te cae a los zapatos! Achour protestaba. Ah, no, no est tan mal! La perforadora es algo estupendo, puedes creerme. Es como un zipote entiendes? Un zipote de gigante. Con eso revientas Pars, te burlas de Francia! Todo el mundo rea a su alrededor. Idriss haba aferrado las agarraderas de la herramienta. El cuerpo de la perforadora, con su cilindro, sus ori ficios de escape y sus resortes, era veinticinco kilos de acero que oscilaban sobre el barreno, ese vstago trabajador terminado en un cortafros. Haba all un rectngulo de tierra blanda en la que Idriss poda ensayar. Baj la palanca de la llave de puesta en marcha. Las descargas de aire comprimido se de sencadenaron enseguida en un frentico rosario. Idriss comprendi el papel indispensable que juga ban los msculos y los huesos del trabajador en el extremo superior de la herramienta. En el otro ex tremo, el cortafros del vstago no poda cumplir su obra de destruccin y de penetracin sin el apoyo de aquel colchn vivo y flexible. Cuando el corta fros se hundi unos treinta centmetros en el suelo, Idriss cort la llegada de aire e intent liberar la herramienta. Eso era lo que esperaban los que trans portaban los cascotes, que le observaban bromean do: El vstago qued inmvil, inquebrantablemente plantado en la tierra compacta. Hubiera sido nece sario hacer oscilar la perforadora para resquebrajar la superficie del suelo, antes de hundirlo tan profun damente. Vuelve a ponerla en marcha y tira hacia ti le aconsej Achour. Volvi el tableteo, e Idriss se apoy echn dose al mismo tiempo hacia atrs. Pero ahora, era
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todo su cuerpo, y sobre todo sus riones, los que padecan las percusiones neumticas. Se detuvo, em brutecido por las sacudidas, como un boxeador que acaba de recibir una serie de directos en el estmago. Mientras tanto, el encargado de las obras haba trazado con tiza sobre la acera colindante mediante una serie de lneas, el plano de la primera trinchera que haba que cavar. Idriss se acerc ti rando del cable de la perforadora.
Cristbal and Co Jewels & Gems From Africa and the Middle East
Idriss ley aquellas letras sobre el escaparate ms cercano. Una nica joya estaba all expuesta: la gota de oro brillaba solitaria sobre un fondo de terciopelo negro. Idriss no poda creer a sus ojos: ella estaba all, indiscutiblemente, la bulla aurea, vista por vez primera al cuello de Zett Zobeida, perdida en la clida callejuela marsellesa, un valo, levemente ensanchado en la base, con un brillo y un perfil tan admirable que parecan hacer el vaco a su alrededor, smbolo de liberacin, antdoto de la esclavitud por la imagen. All estaba, colgada detrs de aquel simple cristal, e Idriss la contempla ba apoyado en su formidable herramienta para rom per el asfalto. Haba olvidado a sus compaeros, al encargado de las obras que se impacientaba, a la plaza Vendme con su emperador sobre su colum na. Volva a ver a Zett Zobeida bailando en la noche con sus joyas sonoras y su silenciosa gota de oro. Coloc la extremidad de su perforadora sobre el macadam y baj la palanca. El trueno metlico llen todo su cuerpo. Pero un tojino metlico, enloque cido y de repente liberado, acompaaba en esta ocasin al ametrallamiento con un tintineo metlico
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y estridente. Era un tintineo frentico, un ruido de castauelas hiperagudo, un cascabeleo infernal. La superficie de macadam se levantaba sin dificultad, como una piel de serpiente. Idriss cambi de lugar sin parar su herramienta. Le extra encontrarla tan ligera, brincando sobre la superficie de la acera. Era su bailarina, su amazona infernal, Zett Zobeida metamorfoseada en un robot rabioso. Bailando all mismo con su perforadora, no vio cmo el cristal del escaparate de CRISTOBAL & Co se rajaba de arriba abajo. No oy el ulular de la sirena de alarma desencadenada por los sensores ssmicos. Ding, ding, ding. Idriss sigue bailando siempre con una fantasmagora de liblulas en la cabeza, de joyas y saltamontes agitados por una forzosa y frentica trepidacin. Un coche de polica bloquea la calle de Castiglione. Otro se coloca de travs en la calle de la Paix. Unos policas con cascos y provistos de chalecos antibalas surgen de ellos y corren hacia el escaparate estrellado de estras que contina rugiendo como un animal herido. Sordo y ciego, Idriss sigue bailando ante la gota de oro con su amazona neumtica.
El Sahara es mucho ms que el Sahara. El Islam es un pozo insondable. Mis numerosos viajes al Mohgreb y al Cercano Oriente me han servido sobre todo para medir mi propia ignorancia. Pero no puedo dejar de citar algunos de los nombres, entre otros muchos de todos los que me ayudaron a escribir este libro: Dominique Champault, que dirige el depar tamento de Africa blanca en el Muse de lHomme, y cuyo libro Tabelbala1, es un modelo de mono grafa etnolgica y una fuente inagotable de infor macin. Salah Riza, que no slo ha escrito LHgire des exclus2, sino que tambin me ha guiado por los hogares de los trabajadores mohgrebes de la regin parisin. El Gherbi, que me ha revelado Marsella, la Africana. Y todos aquellos que, ms sabios que yo, han tenido a bien responder a mis preguntas: Germaine Tillion, Roger Frison-Roche, Leila Menchari, Claude Blanguernon, Marcel Ichac e Ysabel Saiah, que lo sabe todo sobre Oum Kalsoum3.
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Debo saludar especialmente la memoria del coronel Alexandre Bernard. Le vi, poco antes de su muerte, cerca de Bourg-en-Bresse, en la granja don de se haba retirado. En 1920 tena veintisis aos, y fue l quien pilot el avin del general Laperrine. La evocacin de Sigisbert de Beaufond personaje inventado y adems mitmano, ya que se identifica a Alexandre Bernard est calcada sobre el relato de este ltimo, cuya grabacin he conservado. De ella resulta que todos los detalles aportados son autnticos hasta la tumba provisional de Laperri ne cavada en el surco del avin, coronada con una de sus ruedas y por encima el quepis del general... Cuando Sigisbert de Beaufond exhibe sus muecas para mostrar las cicatrices de su tentativa de suici dio, Idriss no ve evidentemente nada. Esas cicatrices yo las he visto en las muecas de Bernard. Quisiera en fin agradecer al maestro calgra fo Hassan Massoudy, que me ha permitido acercar me a un arte tradicional, donde la belleza se con funde con la verdad y la sabidura1. M.T.