Introducción A Utopia
Introducción A Utopia
Introducción A Utopia
ninguna clase de propiedad privada (II b, 25-40), la poblacin se distribuye armonicamente (II b,1-24) y los
habitantes cambian de casa cada diez aos (II, b, 35-40). De la nocin de propiedad comn de la tierra se
sigue adems un curioso colorario conforme al cual se se considera como el ms justo motivo de guerra si
algn pueblo, con el que los utopienses entran circunstancialmente en relacin, mantiene una parte de su
terreno vacio y despoblado, sin ninguna utilidad buena ni provechosa, impidiendo a otros que por ley
natural habran de ser alimentados y aliviados con l su uso y posesin (II e,11-13) La vida econmica es
ms agrcola que industrial (II, a,29-38 , 42-47), al punto que la agricultura es la ciencia comn a todos en
general, tanto hombres como mujeres, en la cual todos son hbiles ( II d,1-2) y los oficios se relacionan con
esa actividad central y con el desglose de la vida rural y urbana (II d,3) sobresaliendo las ocupaciones de
tejedor, carpintero, albail y herrero (II d, 4-6 ), a la que se agrega la ocupacin especfica del estamento de
los intelectuales, que es el resultado de una previa seleccin entre los ms estudiosos (II d,55-56). Con
arreglo al modelo platnico, del que es tributario la obra, todos aprenden un solo arte u oficio (II d, 7) pero
si alguno cualquiera desea adquirir otro es igualmente tolerado y permitido (II d,15) conforme a una
impronta en la que se descubre una atenuacin del rigor de la repblica ideal que procede del cristianismo. Y
en igual sentido, solo le dedican seis horas al trabajo en el da (II d,21) y ocho al sueo (II d,22) pudiendo
usar el resto del tiempo a discrecin, ya que cada hombre o mujer est autorizado a distribuirlo como mejor
le guste (II d,23). Todos los cargos y magistraturas en Utopa son anuales (II c, 8) con excepcin del
gobernante supremo o Prncipe, que el elegido lo conserva de por vida a menos que sea depuesto o
degradado por sospecha de tirana (II c,6). De resto de los magistrados se destaca el filarca o sifrogante ,
que es una especie de alcalde que gobierna un conjunto de 30 granjas o familias (II a, 32; bc,1 ), el traniboro
o filarca en jefe, que surge del agregado de 10 sifrogantes y se constituye en autoridad superior de todo ese
conjunto (II c, 2). En total el informe de Rafael Hythloday registra un nmero de doscientos sifrogantes, que
constituyen el cuerpo electoral que designa, en reunin secreta, al prncipe (II c,3-4). Por su parte los
tranioboros cada tercer da de la semana,o ms a menudo si hicera falta, forman una junta con el prncipe,
en un lugar denominado Casa del Consejo, donde se ocupan del bien comn y resuelven las pocas disputass
que se suscitan entre particulares (II c,8-13). Pero nada se puede resolver fuera del Consejo y si as ocurre a
los responsables se les pena con la muerte (II c,14). Los utopienses no conocen los juegos de dados (II d,30)
y, de acuerdo al testimonio de Rafael Hythloday son aficionados a dos juegos en particular : el primero es
una suerte de batalla de nmeros semejante al ajedrez (II d,32) y la otra es una especie de lucha de vicios y
virtudes (II d,33). La vestimenta, por otra parte, es simple, austera y, como dice nuestro cronista imaginario,
all un vestido le dura a un hombre dos aos por regla general (II d,77). La vida social, sin embargo, es
estrictamente regulada y cada ciudad no puede sobrepasar el lmite de las seis mil familias (II e,5) y cada
una de estas siempre debe tener entre diez y dieciseis hijos (II e,5).De una parte, en el escenario comunal los
bienes estan distribuidos de manera igualitaria (II f,18-22), no se tolera la suciedad, los desechos o la
matanza deportiva de animales (II e,29-30), tampoco se desperdicia el producto del trabajo ni se emplea a
los ciudadanos en ocupaciones o servicios en contra de su voluntad (II d,80-84) y se atienden las
enfermedades y los dolores fsicos por medio de un sistema de cuatro grandes hospitales pblicos (II e,3842). Por otra parte, en orden a la vida familiar el miembro varn de ms edad gobierna la familia (II e,16),
las esposas dependen de los maridos (II e,17), los hijos de sus padres (II e,17) y los menores de los mayores
(II e,17), lo que expresa una clara filiacin cristiana antes que platnica, cuya jerarqua moral y confesional
se reproduce, en un esquema profano, con un extraordinario isomorfismo que merece el ms atento de los
estudios, sobre todo si se quiere comprender el genuino sentido de la crtica moral contenida en el libro
primero. El desplazamiento de los utopienses, a pesar de todo, no es estrictamente libre y hace falta una
especial licencia del sifrogante o del traniboro para el viaje fuera del propio domicilio, permiso que nuestro
imaginario informante sostiene que se consigue sin dificultad, a menos que haya algn impedimiento
razonable, de acuerdo a sus palabras (II f,1). Pareciera, adems , que nadie sale solo y que el estado le
proporciona a los viajeros un vehculo y un esclavo pblico para la gua y cuidado de los buyes que se
utilizan como medio de tiro (II f,2-3). Los utopienses relativizan el valor del oro y de la plata (II f,43-45) y ,
de acuerdo a nuestro informante imaginario, practican una moral cuasihedonista, donde le vida y las
costumbres evitan la confrontacin con la naturaleza, de tal modo que el placer se entiende y se busca como
expresin de la felicidad que evita el dolor sin excluir la misericordia y la bondad, que para ellos se origina
en el hecho de que los hombres poseen un alma inmortal destinada a esa misma felicidad por voluntad de
Dios, quien es juez de premios y castigos en relacin a las buenas y malas acciones ( II e 103-239). Por cierto
ellos no piensan quela felicidad resida en todo placer sino solo en aquel que es bueno y honesto y que a
esto como a la perfecta bienaventuranza nuestra naturaleza es llamada y atraida precisamente por la
virtud, la nica a la que los que son de contraria opinin atribuyen la felicidad. Pues ellos definen que la
virtud es la vida ordenada de acuerdo con la naturaleza y que nosotros estamos orientados en esto por Dios
(II f,114-115). Curiosamente, en medio de su singular solidarismo encontramos en Utopa la antigua
institucin de la esclavitud (II g,1-9), bien que atenuada puesto que nunca convierten en esclavos a los
prisioneros capturados en batalla, a menos que sea batalla que entablan ellos, ni a los hijos de esclavos ni,
en resumen, a nadie que puedan adquirir en pases extranjeros aunque all sea un esclavo (II g,1), sino que
a los que entre ellos mismos son castigados ocn la esclavitud por delitos odiosos, o bien aquellos a quienes
en las ciudades de otras tierras condenan a muerte por infracciones graves (II g,2) De esta ultima clase se
compone el contingente mayoritario de esclavos (II g,3), que los utopienses importan y los tienen en
continuo trabajo (II g,4) aunque tambien tratan con mucha dureza a sus propios paisanos castigados a
escalvitud (II g,5) en una especie de justa compensacin por haber sido educados en la virtud y en la
solidaridad a la que han dado la espalda al obrar deliberadamente mal (II g,6). De modo similar
encontramos tambin un notable rigor en orden la relacin con los enfermos incurables, a los que se les
permite optar por el suicidio voluntario (II g,12-18); y, sobre todo, en lo que respecta al matrimonio(II g,1962), donde la severidad se manifiesta tanto en los lmites que se establecen para acceder al mismo como en
los castigos que se imponen al engao o al adulterio, a los que se consideran falta infamantes y, en general,
socialmente irredimibles y que, al igual que otras diversas faltas cometida en el seno de la vida conyugal, la
ms de la veces da lugar a la pena graves como la escalvitud (II g,56). Detestan, por cierto, los utopienses la
guerra y asumen el arte militar como una inevitable necesidad de autodefensa (II h,1-24), al punto que, en
sus acciones blicas, evitan cualquier tipo de crueldad destructiva (II h, 84-145), y se avergenzan de
alcanzar la victoria con derramamiento de sangre (II h,23). Por tal motivo alquilan soldados para que
peleen por ellos (II h,57); pero nunca expolian y tampoco permiten que se saquee a las ciudades
conquistadas ni condenan a muerte a los vencidos (II h,144). Finalmente, en materia de religin nuestro
informante imaginario describe una variedad de cultos de los utopienses que, en lo fundamental, coinciden
en la idea de un dios nico y principal, soberano y creador del mundo, al que comunmente denominan Mitra
(II i,6-9). Poca duda cabe de que el substrato terico de todas esas frmulas, incluso el denominador comn
de su dos principales sectas - la de los que viven clibes y castos (II i,83-84) y la de los que abrazan el
matrimonio y no se abstienen de ninguno de los placeres nobles que no impiden el trabajo (II i,85-87) -,
resultan vicarios del judeocristianismo que, en rigor, informa y regula la dimesin hard core de la obra. El
imaginario viajero que describe tantas maravillas no ha sido, sin embargo, un mero observador, y de su
relato surge una importante intervencin civilizatoria y cultural, sobre todo en el ltimo de sus cuatro viajes
a la isla (II f,261), que se manifiesta en la difusin de la cultura clsica de la antigedad expresada en las
obras de Homero, Eurpides, Sfocles, Aristfanes, Herodoto, Tucdides, Hedodiano, Platn, Aristteles,
Teofrasto, Plutarco al igual que en los libros de la medicina hipocrtica y en los lxicos y gramticas para el
aprendizaje del griego, lo mismo que en el aprendizaje de la edicin e impresin de libros que ensea
conforme a las tcnicas de Aldo Manuncio (II f,261-287); a lo que luego se agrega la funcin, casi misional,
de introduccin del cristianismo entre los utopienses, que predica con respetuoso escrpulo por no ser un
sacerdote ordenado (II i,15-24). Nuestro resumen, desde ya, no agota la compleja temtica de la obra - el
solo caso de los guerreros zapoletas (II h,57-83) que si bien son una especie de contracara de los utopienses
resultan reclutados por estos en calidad de soldados mercenarios para pelear por ellos, se ofrece como
materia para todo un tratado -; pero no ha sido ese el propsito de este breve y panormico registro, en el que
se procura rastrear, bajo la modalidad de la identificacin tpica, la temtica y el substrato ideolgico que
sostiene y limita el discurso panertico del libro primero. Nada expresa mejor la dependencia del substrato
judeocristiano en Utopa que aquello que Rafael Hythloday sostiene en la ltima seccin del libro segundo
(II y,15) acerca de la compatibilidad entre la orientacin bsica del cristianismo primitivo y las costumbres
de los utopienses : Sin embargo pienso - dice - que no fue pequea ayuda y ventaja en el asunto que nos
oyeran decir que Cristo instituy entre los suyos que todas las cosas fueran comunes y que la misma
comunidad persiste todava entre los grupos cristianos ms autnticos. Pero esa alta exigencia comunitaria
parece que entre los hombres es de difcil o impsible cumplimiento y de todo ello, resulta para Rafael
Hythloday una regla de plomo que limita la adecuacin a la ley de Cristo para facilitar un mnimo acuerdo
entre los hombres. Hythloday la enuncia de este modo : Los predicadores, gente astutra y sagaz, siguiendo
vuestro consejo, supongo, ya vean que los hombres mal se avenan a conformar sus costumbrees con la ley
de Cristo, han retorcido y desviado su doctrina y, como una ley de plomo, la han adecuado a las costumbres
de los hombres para que de alguna manera puedan ponerse un mnimo de acuerdo ( I, 424). Para ilustrar
esta regla de plomo Rafael Hythloday, que dialoga con el autor y con Peter Giles en el libro primero de
Utopa con un aire decididamente socrtico, ofrece el relato de la vida y costumbres de ese lejano y extrao
pas de ninguna parte que, antes que un estado imaginario es un paradigma real que subyace como un