Tema 41
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1. Consideraciones previas.
2. Éticas materiales.
3.2.1. Introducción.
4. Reflexiones finales.
5. Bibliografía.
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1. Consideraciones previas.
En el siglo XIX John Stuart Mill (El utilitarismo, 1994:37) señalaba que desde los
inicios de la filosofía la cuestión relativa a los fundamentos de la moral ha sido
considerada como el problema prioritario del pensamiento especulativo y que este
mismo ha dividido a las mentes en sectas y escuelas. Efectivamente, una lectura de la
historia de la ética permite descubrir en diferentes momentos y espacios propuestas que
compiten entre sí por dar razón del fenómeno moral. Hoy, como ayer, la discusión ética
parece centrarse fundamentalmente entre éticas materiales y éticas formales o
procedimentalistas; con este esquema habremos de presentar el panorama ético actual.
En una caracterización inicial, podemos decir que mientras el procedimentalismo
considera que la tarea ética estriba en descubrir los procedimientos legitimadores de las
normas (Cortina, Ética sin moral, 2000), el materialismo ético sostiene como tarea ética
la búsqueda dentro de la praxis concreta de la racionalidad inmanente a la misma. En
esta clasificación podemos incluir dentro de las propuestas formales o
procedimentaslistas a Habermas, y a Rawls; dentro de las teorías éticas materiales
pueden incluirse las propuestas de Taylor –neohegelianismo, MacIntyre –
neoaristotelismo y Rorty –neopragmatismo.
Ahora bien, es evidente que por muchos esfuerzos que se realicen en esto de las
clasificaciones comprensivas, éstas no dejan de ser arbitrarias y de generar injusticias en
los tratamientos, un buen ejemplo de esto es hablar de las propuestas utilitaristas de Mill
y Bentham, autores en los que existen enormes diferencias. Por ello, el objetivo que se
persigue es presentar las propuestas éticas actuales más representativas en cuanto a
proyección y nivel de discusión, con la intención de clarificar cuáles son las ideas éticas
que actualmente tienen mayor relevancia.
2. Éticas materiales.
de vista moral, esto es, rebaten y atacan a las teorías que buscan un punto de referencia
universal, más allá de las comunidades concretas, porque desde su punto de vista éstas
no son más que reducciones formales de una realidad ética mucho más rica y compleja.
Su propuesta es la de una filosofía moral que atienda más a la pluralidad de las formas
de bien que a una concepción de definición racional. Desde su perspectiva, las
propuestas éticas universalistas son insuficientes para dar cuenta de la complejidad de la
vida moral concreta por su sesgo estrictamente cognitivista y racionalista, por su
reducción de lo moral a un único tipo de criterio deontológico y por su intento de definir
el punto de vista moral desde fuera de la perspectiva del participante en la primera
persona. Las éticas materiales contemporáneas critican la distinción moderna entre el
bien y lo justo y suscriben la tesis de que lo justo no es pensable sino como forma de
bien y de que éste siempre y en última instancia tiene una referencia contextual y que en
este sentido las formas concretas de bien moral son las que determinan de hecho el
punto de vista ético. Finalmente, cabe señalar que esta corriente ha asumido la
recuperación de la noción de felicidad como tarea central de la ética y de la concepción
moral de la persona, como ha recordado Carlos Thiebaut en su artículo
“Neoaristotelismos contemporáneos”.
internos, esto es, de los bienes que repercuten positivamente en toda la comunidad. Por
ello sitúa Aristóteles el télos o finalidad de la comunidad cívica en hacer posible una
vida en que todas las capacidades del hombre puedan desarrollarse y lograr la virtud, la
areté. Sólo en la ciudad se expresa esa vida bella y feliz, ya que el individuo por sí sólo
no es autosuficiente. Al margen de la civilización están sólo las bestias y los dioses. Ya
Platón había insistido en la tesis de que ningún hombre es individualmente suficiente
(Rep. II, 368b), pero Aristóteles hace hincapié en este punto: sólo en la sociedad, cuya
forma perfecta es la polis, puede el hombre practicar la areté y alcanzar la eudaimonia.
La humanidad se funda y desarrolla en la comunicación social y racional, algo que
diferencia al ser humano de otras especies animales.
2. El orden narrativo de una vida humana única viene dada en el sentido de que
el sujeto posee unidad narrativa. En el proceso de la vida el sujeto es coautor de su
propia historia y su vida sólo tendrá sentido en la medida en que ésta resulte inteligible
y esto sólo es posible si él sabe con claridad cuál es su meta. La definición del hombre
como zóon polilkón debe ponerse en relación con la idea aristotélica de que el hombre
es “el animal que tiene lógos”. Lógos es el pensamiento racional, pero, al tiempo, es la
palabra con un sentido significativo, base de la comunicación. «Sólo el hombre entre los
animales tiene lógos» dice Aristóteles; los otros animales tienen tan sólo voz, phoné,
que les permite manifestar sus sensaciones. Hay un salto cualitativo entre lo uno y lo
otro. «La palabra –lógos– existe para manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo
justo y lo injusto. Y eso es lo propio de los humanos frente a los demás animales:
Poseer, de modo exclusivo, el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, y las
demás apreciaciones valorativas. La participación comunitaria de éstas funda la familia
y la ciudad» (Política. 1). Sólo el hombre que vive en esa comunicación y en comu-
nidad puede habitar en ese universo simbólico que es su mundo. La vida comunitaria es
fundadora de esos sentidos y valoraciones que dan lugar a la ética y a la política. Lo
humano se funda en el lenguaje. La polis es un logro civilizador, pero es un fin natural
del ser humano, «anterior a la casa familiar y a cada uno de nosotros, porque el todo es
necesariamente anterior a la parte» (Pol). En la colaboración humana para la cohesión
cívica se enmarcan las virtudes capitales: la justicia, la prudencia y la amistad, que son
necesarias para una vida feliz.
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consecución de virtudes que son las cualidades necesarias para lograr no sólo el éxito en
la praxis, sino también los bienes internos de la misma; los cuales contribuyen al bien
de una vida completa y a la búsqueda del bien humano, que es el criterio de moralidad,
que sólo puede elaborarse y poseerse dentro de una tradición social vigente.
A través de este fondo, de las tres fases del desarrollo lógico del concepto de
virtud (práctica, unidad narrativa y tradición moral), puede hacerse inteligible la virtud.
MacIntyre afirma que la moral que no es moral de una sociedad en particular no se
encuentra en parte alguna. Para él, no existe, ni puede existir una moral en abstracto,
sino que más bien existen morales concretas situadas en tiempos y espacios
determinados, en culturas y entornos sociales específicos. De hecho para MacIntyre las
filosofías morales, aunque aspiren a más, siempre expresan la moralidad de algún punto
de vista concreto social y cultural. Sin embargo, a pesar de la particularidad y
concreción, y sobre todo por el fracaso de la Ilustración, MacIntyre estima que es la
tradición moral aristotélica el mejor ejemplo que poseemos de tradición y que ésta se
encuentra en condiciones de proporcionar a nuestros tiempos cierta confianza racional
en sus recursos epistemológicos y morales.
autor, el lenguaje y la cultura europea no son más que una contingencia, resultado de
miles de pequeñas mutaciones. En este contexto, para Rorty hay verdades porque la
verdad es una propiedad de los enunciados, porque la existencia de los enunciados
depende de los léxicos, y porque los léxicos son hechos por los seres humanos; no
poseemos una consciencia prelingüística a la que el leguaje deba ajustarse, lo que
tenemos es simplemente una disposición a emplear el lenguaje de nuestros ancestros, a
venerar los cadáveres de sus metáforas.
de los residuos de un léxico que fue hecho para las necesidades de épocas pasadas. La
misma regla que se aplica a la concepción de la verdad dentro de la comunidad liberal,
sirve para la concepción de la corrección normativa y el bien. Lo verdadero y lo bueno
es todo aquello que resulte de la libre discusión, lo importante para Rorty es cuidar de la
libertad política, porque la verdad y el bien se cuidarán de sí mismos.
3.2.1. Introducción.
Las más conocidas son las éticas discursivas, de las que hay propuestas de Karl
Otto Apel, Jürgen Habermas o Adela Cortina entre nosotros. El punto de partida de la
ética discursiva, no es ya ontológico –del ser– como es el caso por ejemplo de la
propuesta ya desglosada de Charles Taylor y en general y con sus propias
caracterizaciones de los representantes de las éticas materiales. Tampoco constituye su
punto de arranque la conciencia como es el caso de algunas éticas kantianas. Más bien
la ética discursiva tiene como punto de partida un factum lingüístico. Asume el giro
lingüístico de la filosofía y considera al lenguaje desde la triple dimensión del signo –
sintáctica, semántica y pragmática–, finalmente considera la dimensión pragmática
trascendental, bajo una situación ideal de diálogo y no la pragmática empírica de los
consensos fácticos.
arreglo a fines, tiene una connotación de éxito en el mundo objetivo posibilitado por la
capacidad de manipular informadamente y de adaptarse inteligentemente a las
condiciones de un entorno contingente; en ella, son acciones racionales las que tienen el
carácter de intervenciones con vistas a la consecución de un propósito y que pueden ser
controladas por su eficacia. La racionalidad comunicativa, por el contrario, obtiene su
significación final en la capacidad que posee el habla argumentativa de unir sin
coacciones y de generar consenso, y en la oportunidad que poseen los diversos
participantes de superar la subjetividad de sus puntos de vista, gracias a una comunidad
de convicciones racionalmente motivada. Tanto la racionalidad instrumental como la
comunicativa parten de los conceptos de saber y mundo objetivo; pero los casos
indicados se distinguen por el tipo de utilización del saber. Bajo el primer aspecto, es la
manipulación instrumental, bajo el segundo, es el entendimiento comunicativo lo que
aparece como telos inmanente a la racionalidad.
susceptibles de consenso, todas las normas que encarnan intereses particulares, intereses
no susceptibles de universalización.
Una sociedad bien ordena es aquella que está organizada para promover el bien
de sus miembros, y eficazmente regulada por una concepción pública de la justicia: cada
cual acepta y sabe que los demás aceptan los mismos principios de justicia y que las
instituciones sociales básicas satisfacen generalmente estos principios. Una sociedad de
este tipo afirma la autonomía de las personas y estimula la objetividad de sus juicios de
justicia. Lo esencial en una sociedad bien ordenada es que haya un fin último
compartido y unas formas aceptadas de favorecerlo que permitan el público
reconocimiento de las conquistas de todos. Cuando éste fin se logra, todos encuentran
satisfacción exactamente en lo mismo; y este hecho, unido a la complementariedad del
bien de los individuos, afirma el vínculo de la comunidad.
Los principios de la justicia son objeto del acuerdo original. Son los principios
que las personas libres y racionales interesadas en promover sus propios intereses
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La posición inicial es una idea regulativa, en la cual nadie sabe cual es su lugar
en la sociedad, cuál es su suerte en la distribución de ventajas y capacidades naturales,
no conocen sus concepciones del bien, ni sus tendencias psicológicas especiales y en
ella participan sujetos capaces de sentido de justicia, racionales y mutuamente
desinteresados –velo de la ignorancia. Lo único que conocen los participantes son
hechos generales acerca de la sociedad humana, entienden cuestiones políticas y
principios de teoría económica; conocen las bases de la organización social y las leyes
de la sicología humana, esto es, conocen todos los hechos generales que afectan la
elección de los principios de justicia. En la justicia como imparcialidad de Rawls los
individuos consideran la personalidad moral como aspecto fundamental del yo, pero no
saben qué objetivos finales tienen las personas y rechazan todos los fin particulares que
quieren imponerse; se consideran como seres que pueden elegir sus fines últimos y su
proyecto de vida, estableciendo términos de cooperación como seres morales; los
individuos en la situación original establecen condiciones justas y favorables para que
cada uno construya su propia unidad, su interés por la libertad y el uso correcto de ella
es la expresión de su visión de sí mismos como personas morales, con un derecho igual
a decidir su modo de vida.
Las personas son racionales, pues cuando tienen ante sí un conjunto coherente de
preferencias, entre las alternativas que se le ofrecen jerarquizan las opciones de acuerdo
con el grado con que promuevan sus propósitos; y que lleven a cabo el plan que
satisface el mayor número de sus deseos y al mismo tiempo, el que tenga más
probabilidades de ejecutar con éxito.
desarrollar un deseo de actuar conforme a ellos y a cumplir con sus tareas en las
instituciones que los ejemplifican, y por otro, fomentan el respeto que los hombres
tienen por sí mismos –que se traten como fines– y generan cooperación social. Rawls
cree que el deber natural más importante de las personas dentro de su propuesta es el de
apoyar y fomentar instituciones justas, esto es, obedecer y cumplir nuestro cometido en
las instituciones justas cuando éstas existan y se nos apliquen y facilitar el
establecimiento de acuerdos justos cuando éstos no existan.
ejercicio de sus facultades morales les asegura el bien de la justicia y las bases sociales
del respeto propio y mutuo, y 2. el objetivo final compartido, que es el bien social.
4. Reflexiones finales.
Las diferencias entre las posturas actuales, vienen dadas por la definición del
punto de vista ético (la praxis aristotélica, las continuidades históricas de la modernidad
como fuente moral, la intersubjetividad o una situación inicial); la separación o
subsunción de lo justo y lo bueno y la valoración del proyecto moderno (fracaso,
necesidad de continuación, necesidad de superación). Sin embargo, debemos matizar las
diferencias entre éticas materiales y formales. Hemos visto como, si bien la filosofía de
Rawls es formal y procedimentalista, se preocupa por presentar alternativas al tema del
bien. Y, en contraposición, Taylor aunque defensor de una ética llena de contenido,
considera fundamental la pretensión de validez universal de los juicios morales. La ética
sigue teniendo tareas, importantes y urgentes, porque siempre podemos repensar los
grandes problemas y plantearnos los nuevos retos que nos exigen nuestras sociedades
plurales y abiertas.
5. Bibliografía.
Cortina, Adela (2000), Ética sin moral, Ed. Tecnos, 4ª ed., Madrid.