Donde Suben y Bajan Las Mareas - Dunsany - PRINT A6
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Donde Suben y Bajan Las Mareas - Dunsany - PRINT A6
MULTIVERS9 Ediciones 1
MULTIVERS9 Ediciones 1
DONDE SUBEN Y BAJAN LAS MAREAS Lord Dunsany
Me bajaron por una escalera cubierta de musgo mañana, trinaban unos gorriones sobre un árbol;
resbaladizo y viscosidades, y así descendí poco a y aún había lágrimas en mi rostro, pues el control
poco al terrible fango. Allí, en el territorio de las sobre uno mismo se debilita en el sueño. Me le-
cosas abandonadas, excavaron una fosa poco pro- vanté y abrí de par en par la ventana, y exten-
funda. Después me depositaron en la tumba, y de diendo mis manos sobre el jardincillo, bendije a
repente arrojaron las antorchas al río. Y cuando los pájaros cuyos cantos me habían arrancado a
el agua extinguió su fulgor, se vieron, pálidas y los turbulentos y espantosos siglos de mi sueño.
pequeñas, sobrenadar en la marea; y al punto se
desvaneció el resplandor de la calamidad, y ad-
vertí que se aproximaba la enorme aurora; mis Fin
amigos se cubrieron los rostros con sus capas, y
la solemne procesión se dispersó, y mis amigos
fugitivos desaparecieron en silencio.
Entonces volvió el fango cansadamente y lo cu-
brió todo, menos mi cara. Allí yacía solo, con las
cosas olvidadas, con las cosas amontonadas que
las mareas no llevarán más adelante, con las co-
sas inútiles y perdidas, con los ladrillos horribles
que no son tierra ni piedra. Nada sentía, porque
me habían asesinado; mas la percepción y el pen-
samiento estaban en mi alma desdichada. La au-
rora se abría, y vi las desoladas viviendas que se
apiñaban en la margen del río, y en mis ojos
Me bajaron por una escalera cubierta de musgo mañana, trinaban unos gorriones sobre un árbol;
resbaladizo y viscosidades, y así descendí poco a y aún había lágrimas en mi rostro, pues el control
poco al terrible fango. Allí, en el territorio de las sobre uno mismo se debilita en el sueño. Me le-
cosas abandonadas, excavaron una fosa poco pro- vanté y abrí de par en par la ventana, y exten-
funda. Después me depositaron en la tumba, y de diendo mis manos sobre el jardincillo, bendije a
repente arrojaron las antorchas al río. Y cuando los pájaros cuyos cantos me habían arrancado a
el agua extinguió su fulgor, se vieron, pálidas y los turbulentos y espantosos siglos de mi sueño.
pequeñas, sobrenadar en la marea; y al punto se
desvaneció el resplandor de la calamidad, y ad-
vertí que se aproximaba la enorme aurora; mis Fin
amigos se cubrieron los rostros con sus capas, y
la solemne procesión se dispersó, y mis amigos
fugitivos desaparecieron en silencio.
Entonces volvió el fango cansadamente y lo cu-
brió todo, menos mi cara. Allí yacía solo, con las
cosas olvidadas, con las cosas amontonadas que
las mareas no llevarán más adelante, con las co-
sas inútiles y perdidas, con los ladrillos horribles
que no son tierra ni piedra. Nada sentía, porque
me habían asesinado; mas la percepción y el pen-
samiento estaban en mi alma desdichada. La au-
rora se abría, y vi las desoladas viviendas que se
apiñaban en la margen del río, y en mis ojos
Entonces se me acercaron y empezaron a can- muertos penetraban sus ventanas muertas, tras
tar. Era la hora del amanecer, y en las dos orillas de las cuales había fardos en vez de ojos huma-
del río, y en el cielo, y en las espesuras que un nos. Y tanto hastío sentí al mirar aquellas cosas
tiempo fueron calles, cantaban centenares de pá- abandonadas que quise llorar, mas no pude por-
jaros. A medida que el día adelantaba, arreciaban que estaba muerto. Supe entonces lo que jamás
en su canto los pájaros; sus bandadas se espesa- había sabido: que durante muchos años aquella
ban en el aire, sobre mi cabeza, hasta que se reu- multitud de casas desoladas había querido llorar
nieron miles de ellos cantando, y después millo- también, mas, por estar muertas, estaban mudas.
nes, y por último no pude ver sino un ejército de Y supe que también las cosas olvidadas hubiesen
alas batientes, con la luz del sol sobre ellas, y bre- llorado, pero no tenían ojos ni vida. Y yo también
ves claros de cielo. Entonces, cuando nada se oía intenté llorar, pero no había lágrimas en mis ojos
en Londres más que las miríadas de notas del muertos. Y supe que el río podía habernos cuida-
canto alborozado, mi alma se desprendió de mis do, podía habernos acariciado, podía habernos
huesos en el hoyo del fango y comenzó a trepar cantado, mas él seguía corriendo sin pensar más
sobre el canto hacia el cielo. Y pareció que se que en los barcos maravillosos.
abría entre las alas de los pájaros un sendero que
Por fin, la marea hizo lo que no hizo el río, y
subía y subía, y a su término se entreabría una
vino y me cubrió, y mi alma halló reposo en el
estrecha puerta del Paraíso. Y entonces conocí
agua verde, y se regocijó, e imaginó que tenía la
por una señal que el fango no había de recibirme
sepultura del mar. Mas con el reflujo descendió el
más, porque de repente descubrí que podía llorar.
agua otra vez, y otra vez me dejó solo con el fan-
En este instante abrí los ojos en la cama de una go insensible, con las cosas olvidadas, ahora dis-
casa de Londres, y fuera, en la luz radiante de la persas, y con el paisaje de las desoladas casas, y
10 MULTIVERS9 Edicio-
nes MULTIVERS9 Ediciones 3
Entonces se me acercaron y empezaron a can- muertos penetraban sus ventanas muertas, tras
tar. Era la hora del amanecer, y en las dos orillas de las cuales había fardos en vez de ojos huma-
del río, y en el cielo, y en las espesuras que un nos. Y tanto hastío sentí al mirar aquellas cosas
tiempo fueron calles, cantaban centenares de pá- abandonadas que quise llorar, mas no pude por-
jaros. A medida que el día adelantaba, arreciaban que estaba muerto. Supe entonces lo que jamás
en su canto los pájaros; sus bandadas se espesa- había sabido: que durante muchos años aquella
ban en el aire, sobre mi cabeza, hasta que se reu- multitud de casas desoladas había querido llorar
nieron miles de ellos cantando, y después millo- también, mas, por estar muertas, estaban mudas.
nes, y por último no pude ver sino un ejército de Y supe que también las cosas olvidadas hubiesen
alas batientes, con la luz del sol sobre ellas, y bre- llorado, pero no tenían ojos ni vida. Y yo también
ves claros de cielo. Entonces, cuando nada se oía intenté llorar, pero no había lágrimas en mis ojos
en Londres más que las miríadas de notas del muertos. Y supe que el río podía habernos cuida-
canto alborozado, mi alma se desprendió de mis do, podía habernos acariciado, podía habernos
huesos en el hoyo del fango y comenzó a trepar cantado, mas él seguía corriendo sin pensar más
sobre el canto hacia el cielo. Y pareció que se que en los barcos maravillosos.
abría entre las alas de los pájaros un sendero que
Por fin, la marea hizo lo que no hizo el río, y
subía y subía, y a su término se entreabría una
vino y me cubrió, y mi alma halló reposo en el
estrecha puerta del Paraíso. Y entonces conocí
agua verde, y se regocijó, e imaginó que tenía la
por una señal que el fango no había de recibirme
sepultura del mar. Mas con el reflujo descendió el
más, porque de repente descubrí que podía llorar.
agua otra vez, y otra vez me dejó solo con el fan-
En este instante abrí los ojos en la cama de una go insensible, con las cosas olvidadas, ahora dis-
casa de Londres, y fuera, en la luz radiante de la persas, y con el paisaje de las desoladas casas, y
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DONDE SUBEN Y BAJAN LAS MAREAS Lord Dunsany
con la certidumbre de que todos estábamos sepultura decorosa entre las plantas y el musgo.
muertos. Al fin apareció la flor del espino y la clemátide. Y
sobre los diques que habían sido muelles y alma-
En el renegrido muro que tenía detrás, tapizado
cenes se irguió al fin la rosa silvestre. Entonces
de verdes algas, despojo del mar, aparecieron os-
supe que la causa de la Naturaleza había triunfa-
curos túneles y secretas galerías tortuosas que es-
do y que Londres había desaparecido.
taban dormidas y obstruidas. De ellas bajaron al
cabo furtivas ratas a roerme, y mi alma se regoci- El último hombre de Londres vino al muro del
jó creyendo que al fin se vería libre de los maldi- río, embozado en una antigua capa, que era una
tos huesos a los que se había negado entierro. de aquellas que un tiempo usaron mis amigos, y
Pero al punto se apartaron las ratas breve trecho se asomó al pretil para asegurarse de que yo esta-
y cuchichearon entre sí. No volvieron más. Cuan- ba quieto allí; se marchó y no le volví a ver: había
do descubrí que hasta las ratas me execraban, in- desaparecido a la par que Londres.
tenté llorar de nuevo.
Pocos días después de haberse ido el último
Entonces, la marea vino retirándose, y cubrió el hombre entraron las aves en Londres, todas las
espantoso fango, y ocultó las desoladas casas, y aves que cantan. Cuando me vieron, me miraron
acarició las cosas olvidadas, y mi alma reposó por con recelo, se apartaron un poco y hablaron entre
un momento en la sepultura del mar. Luego me sí.
abandonó otra vez la marea.
«Sólo pecó contra el Hombre —dijeron—. No es
Y sobre mí pasó durante muchos años arriba y cuestión nuestra».
abajo. Un día me encontró el Consejo del Conda-
«Seamos buenas con él» —dijeron.
do y me dio sepultura decorosa. Era la primera
tumba en que dormía. Pero aquella misma noche
con la certidumbre de que todos estábamos sepultura decorosa entre las plantas y el musgo.
muertos. Al fin apareció la flor del espino y la clemátide. Y
sobre los diques que habían sido muelles y alma-
En el renegrido muro que tenía detrás, tapizado
cenes se irguió al fin la rosa silvestre. Entonces
de verdes algas, despojo del mar, aparecieron os-
supe que la causa de la Naturaleza había triunfa-
curos túneles y secretas galerías tortuosas que es-
do y que Londres había desaparecido.
taban dormidas y obstruidas. De ellas bajaron al
cabo furtivas ratas a roerme, y mi alma se regoci- El último hombre de Londres vino al muro del
jó creyendo que al fin se vería libre de los maldi- río, embozado en una antigua capa, que era una
tos huesos a los que se había negado entierro. de aquellas que un tiempo usaron mis amigos, y
Pero al punto se apartaron las ratas breve trecho se asomó al pretil para asegurarse de que yo esta-
y cuchichearon entre sí. No volvieron más. Cuan- ba quieto allí; se marchó y no le volví a ver: había
do descubrí que hasta las ratas me execraban, in- desaparecido a la par que Londres.
tenté llorar de nuevo.
Pocos días después de haberse ido el último
Entonces, la marea vino retirándose, y cubrió el hombre entraron las aves en Londres, todas las
espantoso fango, y ocultó las desoladas casas, y aves que cantan. Cuando me vieron, me miraron
acarició las cosas olvidadas, y mi alma reposó por con recelo, se apartaron un poco y hablaron entre
un momento en la sepultura del mar. Luego me sí.
abandonó otra vez la marea.
«Sólo pecó contra el Hombre —dijeron—. No es
Y sobre mí pasó durante muchos años arriba y cuestión nuestra».
abajo. Un día me encontró el Consejo del Conda-
«Seamos buenas con él» —dijeron.
do y me dio sepultura decorosa. Era la primera
tumba en que dormía. Pero aquella misma noche
jamás libre, y ansiaba la gran caricia cálida de la mis amigos vinieron por mí, y me exhumaron, y
tierra o el dulce regazo del mar. me llevaron de nuevo al hoyo somero del fango.
A veces los hombres encontraban mis huesos y Una y otra vez hallaron mis huesos sepultura a
los enterraban, pero nunca moría la tradición, y través de los años, pero siempre al fin del funeral
siempre me volvían al fango los sucesores de mis acechaba uno de aquellos hombres terribles,
amigos. Al fin dejaron de pasar los barcos y fue- quienes, en cuanto caía la noche, venían, me sa-
ron apagándose las luces; ya no flotaron más río caban y me devolvían al fango.
abajo las tablas de madera, y en cambio llegaron
Por fin, un día murió el último de aquellos hom-
viejos árboles arrancados por el viento, en su na-
bres que hicieran un tiempo la terrible ceremonia
tural simplicidad.
conmigo. Oí pasar su alma por el río al ponerse el
Al cabo percibí que a mi lado se movía siempre sol.
una brizna de hierba, y el musgo crecía en los
Y esperé de nuevo.
muros de las casas muertas. Un día, una rama de
cardo silvestre pasó río abajo. Pocas semanas después me encontraron otra
vez, y otra vez me sacaron de aquel lugar en que
Por algunos años espié atentamente aquellas se-
no hallaba reposo, y me dieron profunda sepultu-
ñales, hasta que me cercioré de que Londres des-
ra en suelo sagrado, donde mi alma esperaba des-
aparecía. Entonces perdí una vez más la esperan-
canso.
za, y en toda la orilla del río reinaba la ira entre
las cosas perdidas, pues nada se atrevía a esperar Y al punto vinieron hombres embozados en ca-
en el fango abandonado. Poco a poco se desmoro- pas y con hachones encendidos para volverme al
naron las horribles casas, hasta que las pobres co- fango, porque la ceremonia había llegado a ser
sas muertas que jamás tuvieron vida encontraron tradicional y de rito. Y todas las cosas abandona-
jamás libre, y ansiaba la gran caricia cálida de la mis amigos vinieron por mí, y me exhumaron, y
tierra o el dulce regazo del mar. me llevaron de nuevo al hoyo somero del fango.
A veces los hombres encontraban mis huesos y Una y otra vez hallaron mis huesos sepultura a
los enterraban, pero nunca moría la tradición, y través de los años, pero siempre al fin del funeral
siempre me volvían al fango los sucesores de mis acechaba uno de aquellos hombres terribles,
amigos. Al fin dejaron de pasar los barcos y fue- quienes, en cuanto caía la noche, venían, me sa-
ron apagándose las luces; ya no flotaron más río caban y me devolvían al fango.
abajo las tablas de madera, y en cambio llegaron
Por fin, un día murió el último de aquellos hom-
viejos árboles arrancados por el viento, en su na-
bres que hicieran un tiempo la terrible ceremonia
tural simplicidad.
conmigo. Oí pasar su alma por el río al ponerse el
Al cabo percibí que a mi lado se movía siempre sol.
una brizna de hierba, y el musgo crecía en los
Y esperé de nuevo.
muros de las casas muertas. Un día, una rama de
cardo silvestre pasó río abajo. Pocas semanas después me encontraron otra
vez, y otra vez me sacaron de aquel lugar en que
Por algunos años espié atentamente aquellas se-
no hallaba reposo, y me dieron profunda sepultu-
ñales, hasta que me cercioré de que Londres des-
ra en suelo sagrado, donde mi alma esperaba des-
aparecía. Entonces perdí una vez más la esperan-
canso.
za, y en toda la orilla del río reinaba la ira entre
las cosas perdidas, pues nada se atrevía a esperar Y al punto vinieron hombres embozados en ca-
en el fango abandonado. Poco a poco se desmoro- pas y con hachones encendidos para volverme al
naron las horribles casas, hasta que las pobres co- fango, porque la ceremonia había llegado a ser
sas muertas que jamás tuvieron vida encontraron tradicional y de rito. Y todas las cosas abandona-
das se mofaron de mí en sus mudos corazones cabalgó río abajo, y dobló hacia el sur, y tornó a
cuando me vieron volver, porque estaban celosas su morada. Y repartió mis huesos por las islas y
de que hubiese dejado el fango. Debe recordarse por las costas de felices y extraños continentes. Y
que yo no podía llorar. por un momento, mientras estuvieron separados,
mi alma se creyó casi libre.
Y corrían los años hacia el mar adonde van las
negras barcas, y las grandes centurias abandona- Luego se levantó, al mandato de la Luna, el asi-
das se perdían en el mar, y allí permanecía yo sin duo flujo de la marea, y deshizo en un punto el
motivo de esperanza y sin atreverme a esperar trabajo del reflujo, y recogió mis huesos de las ri-
por miedo a la terrible envidia y a la cólera de las beras de las islas de sol, y los rebuscó por las cos-
cosas que ya no podían navegar. tas de los continentes, y fluyó hacia el norte has-
ta que llegó a la boca del Támesis, y subió por el
Una vez se desató una gran borrasca que llegó
río y encontró el hoyo en el fango, y en él dejó
hasta Londres y que venía del mar del sur; y vino
caer mis huesos; y el fango cubrió algunos y dejó
retorciéndose río arriba empujada por el viento
otros al descubierto, porque el fango no cuida de
furioso del este, Y era más poderosa que las es-
las cosas abandonadas.
pantosas mareas, y pasó a grandes saltos sobre el
fango movedizo. Y todas las tristes cosas olvida- Llegó el reflujo, y vi los ojos muertos de las co-
das se regocijaron y se mezclaron con cosas que sas y la envidia de las otras cosas olvidadas que
estaban más altas que ellas, y pulularon otra vez no había removido la tempestad.
entre los señoriales barcos que se balanceaban
Y transcurrieron algunas centurias más sobre el
arriba y abajo. Y sacó mis huesos de su horrible
flujo y el reflujo y sobre la soledad de las cosas
morada para no volver nunca más, esperaba yo, a
olvidadas. Y allí permanecía, en la indiferente
sufrir la injuria de las mareas. Y con la bajamar
prisión del fango jamás cubierto por completo ni
das se mofaron de mí en sus mudos corazones cabalgó río abajo, y dobló hacia el sur, y tornó a
cuando me vieron volver, porque estaban celosas su morada. Y repartió mis huesos por las islas y
de que hubiese dejado el fango. Debe recordarse por las costas de felices y extraños continentes. Y
que yo no podía llorar. por un momento, mientras estuvieron separados,
mi alma se creyó casi libre.
Y corrían los años hacia el mar adonde van las
negras barcas, y las grandes centurias abandona- Luego se levantó, al mandato de la Luna, el asi-
das se perdían en el mar, y allí permanecía yo sin duo flujo de la marea, y deshizo en un punto el
motivo de esperanza y sin atreverme a esperar trabajo del reflujo, y recogió mis huesos de las ri-
por miedo a la terrible envidia y a la cólera de las beras de las islas de sol, y los rebuscó por las cos-
cosas que ya no podían navegar. tas de los continentes, y fluyó hacia el norte has-
ta que llegó a la boca del Támesis, y subió por el
Una vez se desató una gran borrasca que llegó
río y encontró el hoyo en el fango, y en él dejó
hasta Londres y que venía del mar del sur; y vino
caer mis huesos; y el fango cubrió algunos y dejó
retorciéndose río arriba empujada por el viento
otros al descubierto, porque el fango no cuida de
furioso del este, Y era más poderosa que las es-
las cosas abandonadas.
pantosas mareas, y pasó a grandes saltos sobre el
fango movedizo. Y todas las tristes cosas olvida- Llegó el reflujo, y vi los ojos muertos de las co-
das se regocijaron y se mezclaron con cosas que sas y la envidia de las otras cosas olvidadas que
estaban más altas que ellas, y pulularon otra vez no había removido la tempestad.
entre los señoriales barcos que se balanceaban
Y transcurrieron algunas centurias más sobre el
arriba y abajo. Y sacó mis huesos de su horrible
flujo y el reflujo y sobre la soledad de las cosas
morada para no volver nunca más, esperaba yo, a
olvidadas. Y allí permanecía, en la indiferente
sufrir la injuria de las mareas. Y con la bajamar
prisión del fango jamás cubierto por completo ni